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La_llegada_de_la_pareja

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LA LLEGADA DE LA PAR-EJA EN LA ADOLESCENCIA. NUEVAS 
CARACTERÍSTICAS EN EL TERRITORIO VINCULAR. Lic Miriam Lepka-
Psicóloga. 
 
Planteando la propuesta 
Los siguientes desarrollos constituyen un intento de pensar la confluencia de 
ciertos procesos psíquicos que van a contribuir al momento inaugural de la pareja 
en tanto proyecto-con-el-otro, durante el tiempo lógico de la juventud. Se trata de 
un re-trabajo específico del Sujeto en relación a re-posicionarse en la 
configuración edípica y frente a la Ley, al Contrato Narcisista, que en tanto 
ordenadores y garantes, lo habilitan volverse artífice de un complejo ensamblaje, 
de modo que la elección de objeto exogámica contemple, en los términos más 
saludables posibles, una apropiación de los atributos de “partenaire”, 
reconocimiento de la alteridad del semejante de la par-eja y un enriquecimiento 
con la “ajenidad” que porta ese otro. Así, este nuevo “Entre” analizado desde los 
aportes tanto del psicoanálisis de representación como desde el psicoanálisis 
vincular, se vuelve punto de partida de una “novedad” para el sujeto, requiriendo 
de algunas condiciones originantes, de características paradojales. 
 
Los comienzos de los cambios frente al “otro” 
Cuando trabajamos el proceso adolescente sabemos que uno de los logros es el 
arribo “a” “de” la par-eja; de hecho Jannine Puget homologa el “ser adolescente” a 
esta llegada, ya que se trata de un verdadero “acontecimiento”. Aquí el vocablo 
par-eja separado porque desde el terreno conocido de la amistad que es el par, se 
dará el encuentro con el otro ya desde las características del “cuerpo sexuado 
vincular”(J. Puget, 1997). Y el arribo se produce con la sala de recepción llena de 
modelos infantiles u objetos primarios que forjaron el campo de las 
Identificaciones, el camino del hallazgo de objeto que se debate entre reencuentro 
y hallazgo-creatividad. Verdadera etapa de “deambulador” para él o la joven que 
lo/a sorprende envolviendo al otro bajo el término “Amor”. Y lo nuevo “altera”, y 
esta sana alteración trae lo inentendible del otro, lo “ajeno”, lo distinto, y tal vez lo 
que nunca asimilaré del otro. Significará un barajar y dar de nuevo, un 
acontecimiento creativo, enriquecedor, ¿habrá un lugar posible habiendo deseado 
algo no anticipable desde la estructura familiar que avale su incorporación? (J. 
Puget). 
La llegada del otro desde la pareja entonces se inaugura con la exploración y la 
construcción de la identidad de género en un vínculo donde el juego erótico, la 
sexualidad, el enamoramiento, el amor van sembrando marcas. Es posible pensar 
estos trabajos psíquicos como un permanente interjuego de las dimensiones que 
producen subjetividad, es decir, la intra, la inter y la transubjetiva. 
En pleno momento de re-visitas que promueve el segundo embate pulsional, 
siguiendo palabras de Freud, toda la problemática del narcisismo primario – 
secundario y la conflictiva edípica sufrirán un replanteo. La dimensión más 
individual no se despliega sino en una malla intersubjetiva que arranca desde los 
orígenes del sujeto en los vínculos padres-hijos, luego en el lazo fraternal con los 
hermanos y siempre en un contexto grupal-socio cultural. El trabajo específico de 
despegue llegada la adolescencia demanda una “transición”. Así la realidad y la 
fantasía durante la adolescencia que trae esto del área de ilusión reencontrada, 
que señala Winnicott, cuando describe el juego y lo transicional como el área de 
ilusión que la madre y el bebé sostendrán en la adecuada presencia y ausencia 
materna para que el yo del Infans adquiera la capacidad de manejar la satisfacción 
y la frustración, se volverán ahora, terreno de pasaje en un ida y vuelta en las 
figuras de relevo y la función apuntaladora del grupo de pares, y así se dé el 
tránsito desde la endogamia a la exogamia. Cabe destacar aquí los trabajos de la 
búsqueda del objeto adecuado para las nuevas posibilidades sexuales y entonces 
para su hallazgo siguiendo a Wasserman. Como así también, pensar la exogamia 
en términos de salida heterofamiliar (A. Grassi, 2010). 
El semejante (amigos), los mecanismos de identificación proyectiva sobre los 
miembros del grupo, constituyen una experiencia plafón que prepara la llegada de 
la par-eja. 
La función apuntaladora del grupo de pares contribuye en esto a metabolizar las 
transformaciones que generaron “los procesos de lo puberal y lo adolescente” (A. 
Grassi). Los peinados, las vestimentas, los gustos compartidos, las modas, la 
práctica movilizante pero también confirmante del espejo contribuyen a afirmar la 
diferencia generacional, a inscribir la representación sexual de órganos maduros, y 
la representación del otro cada vez más en sus aspectos masculino y femenino, 
caminos, recorridos diversos, simultáneos, entrelazados que marcan, en un 
registro mutuo, desde la “complementariedad (?) del otro sexo”, como dirán 
distintos autores. Aquello que señalaba Freud como “estado alterado de la 
conciencia” o también, como dicen otros autores al hablar sobre el amor, la 
facultad de ver las cosas como no son. 
El tiempo lógico de lo adolescente significará lidiar con el objeto amor y su 
idealización. Un recorrido marcado por la “enamoración” según Didier Laurú, quien 
intenta con este término dar cuenta del involucramiento del sujeto joven en el 
proceso que lo lleva a enamorarse, una “locura amorosa” en el sentido no de 
perturbación, sino de todo lo que se revoluciona, se “huracaniza” en el aprender a 
amar en un vínculo de pareja. Estos primeros procesos están más alineados del 
lado del propio narcisismo y su necesidad de completud en el otro semejante, 
resguardándose de cualquier “falla”, resguardándose de la Castración y la Muerte 
que nos marca a todos como sujetos y nos reenvía a un trabajo permanente en lo 
simbólico para aceptarlo y tramitarlo. 
A este arribo, a esta conquista le anteceden batallas preliminares como 
consecuencia de que en la adolescencia, esta segunda oportunidad, el nuevo 
embate pulsional, también obliga a un nuevo embate de la castración que se re-
visita. 
 
El vínculo se reconfigura 
Aún con las vicisitudes y variantes que irá cobrando la construcción de la identidad 
de género y sus guiones eróticos el tema aquí que viene a demandar el “vínculo 
de pareja” es entonces el trabajo sobre el otro. Un “Otro” que en los orígenes, en 
el entramado intersubjetivo está como un portavoz (P. Aulagnier, 1979) que debe 
posibilitar no sólo un “yo hablado sino un yo supuesto hablante.” (P. Aulagnier). 
Este advenimiento del yo se acompañó, fue de la mano de la construcción, del 
temprano modelo de la otredad; supone discriminar un yo de un no-yo, una 
exigencia de exterioridad del Mundo y del Otro, de re-presentar la ausencia del 
otro (la Madre) y la diferencia sobre la que se edificó luego el modelo edípico. 
La constitución subjetiva a cargo del yo se fue dando por identificación pero 
también por imposición. Un bebé no propone una identificación a los padres, sí el 
requerimiento de recibir esa imposición en el vínculo con ellos (I. Berenstein, 
2004), pero ese bebé al principio de la vida necesita que el encuentro con su 
madre sea sólo “parcialmente” heterogénea. El yo de uno y otro metabolizará la 
demanda y la respuesta desde las propias representaciones forjadas por el yo 
pero siempre hay una cualidad de presencia del otro que excede lo proyectado 
desde el yo. Esta no-coincidencia, marca al yo de un modo suplementario 
respecto del propio deseo, no genera unidad sino diversidad. Aparece una parte 
inaccesible “ajena” del otro que como señala I. Berenstein en su concepción de lo 
vincular falla constantemente en su inclusión imaginaria. El motor del vínculo sería 
entonces el trabajo de inscripción de lo “diferente” que sobrepasa la relación de 
objeto. 
La reedición del complejo de Edipo por su parte, en el transcurrir de los procesos 
de“lo puberal y lo adolescente” que ha hecho, al decir de Rassial, del cuerpo del 
niño un cuerpo semejante y de la misma materia que la del adulto, interpela ahora 
al sujeto a aceptar la prohibición que establece el complejo de Edipo para limitar el 
goce de ese Otro, la Madre, quien debe aceptar que el Nombre-del-Padre la limite 
y permitir así, la promesa de “ser” como proyecto (Rassial, 1999). O sea, 
reasegurarse su condición de Sujeto de deseo, en tanto, entonces, Sujeto del 
inconsciente. Se trata de un salto cualitativo en la prohibición del incesto sobre la 
cual el niño elabora la diferencia sexual para dar paso a una nueva lógica 
significante, ligado a lo fálico desde el objeto ahora definitivamente atravesado por 
la “falta”. 
Así la Castración, la Muerte se enlaza e integra a la nueva sexualidad naciente. 
Un nuevo reposicionamiento en este momento del crecer frente a la Castración, de 
modo que el camino saludable esté marcado por el Deseo, conservando su 
esencia de no realización para ser tal y se cumpla el destino de la pulsión, de no 
ser satisfecha nunca. 
El atravesamiento de ese reconocimiento, esto es, de nuestra condición de sujetos 
de la “falta” hace que los primeros objetos de amor, que desde el narcisismo y el 
autoerotismo generaban formas preliminares del Amor, mediante los mecanismos 
de devoración y apoderamiento, ahora sufran una segunda configuración objetal 
en su dimensión simbólica. La frustración del objeto pulsional por su rasgo 
estructural de nunca coincidir con el objeto de la necesidad, con el objeto real, 
remite a la promesa no cumplida, a la discontinuidad que abre la presencia de la 
ausencia; y, ahora, por la lógica que introduce el tiempo psíquico de la juventud se 
ubica como objeto a investir, pero marcado por la “falta”, en una suerte de 
“emparejamiento” de todos en tanto humanos. 
Estos procesos de construcción del amor, durante la juventud, con el desasimiento 
de la figura de los padres, como señala Freud, o el trabajo psíquico de 
“obsolescerlos”, según Gutton, implica una tarea de desidealización de los objetos 
parentales. Movimiento que pone en juego el odio como función de desligadura 
sobre la elevada investidura que tenían los padres haciendo del hijo “Su Majestad 
el Bebé”, reaseguro narcisístico fundamental, cuna del forjamiento del “yo-ideal”. 
Ahora que el principio de realidad y los procesos de simbolización cobraron un 
progreso enriquecedor durante el transcurrir de la adolescencia el proceso de la 
“desidealización”, como analiza L. Kancyper, desencadena para el sujeto una 
reestructuración del vínculo con los objetos parentales y consigo mismo. Cae la 
sobrevaloración al volverse un “semejante” del adulto padre y repercute en la 
omnipotencia del yo, de tal modo que “…la desmesura del Ideal puede convertirse 
en un ideal de mesura a partir del reconocimiento del Otro como límite irreductible 
al designio dominador del sujeto.” (L. Kancyper, 2004). 
Esta victoria psíquica también implica duelos en el ámbito del “doble 
ideal”(Kancyper) que pertenece al despliegue y resolución del complejo fraterno, 
también tramitado en la reedición que se da en la vida del grupo de pares que 
caracteriza al joven. 
Estos caminos internos de la re-visita a la Castración permiten redefinir las 
condiciones para el cierre definitivo del aparato psíquico y la consolidación del 
“Ideal del Yo”. 
 
Proponiendo una paradoja estructurante 
Llegado este punto, quiere decir que la exogamia como relación de simetría “yo-yo 
del otro” (P. Aulagnier) puede pensarse en los términos más saludables posibles 
cuando un yo activo puede articular en el entramado de las tres dimensiones de 
producción de subjetividad (intra-inter-transubjetivo) alteridad, proceso de 
hallazgo-creatividad de objeto y ajenidad. 
Podemos decir que así como hay una escena originaria fundante de la condición 
deseante del yo, la búsqueda de una pareja como proyecto necesita de una 
escena de la conyugalidad, un pasaje del sujeto a la condición de “excluido” de la 
escena originaria (N. Córdova), para poder tomar los atributos de un “partenaire” 
gracias a los trabajos específicos del tiempo lógico de la juventud. Esto significa 
que la escena de la conyugalidad sucede mientras se da el duelo por los padres y 
se iguala el sujeto a su misma condición, se da la identificación con los padres en 
los aspectos de adultos-cónyuges, una mirada a la configuración edípica desde 
ver a la pareja-parental justamente en su rol de par-eja, de semejantes 
mutuamente elegidos. Se instala así, un verdadero enlace entre castración, 
reconocimiento e identificación. 
Ese tiempo lógico de la juventud establece así una situación paradojal compuesta 
de los siguientes dos términos: uno que nos enfrenta a reconocer la alteridad del 
otro, en su condición también de sujeto barrado, como señala Lacan, con una 
suerte de pregunta, entonces, sobre qué hago entonces con lo “otro del otro”. Y el 
otro término, esa promesa mutua de que cada uno “represente” para el otro la 
ilusión, de que el amor es ese bien común que los preserva de la Castración, de la 
Muerte y de la Falta. Ilusión que cabalga a la vez con su reconocimiento de 
imposibilidad, de modo que la “presencia” del otro más allá de los intentos de 
diferentes juicios de atribución desde el principio del placer rompe con aquello de 
que “quienes se parecen se juntan” (Rassial). Entonces más que 
complementariedad de sexos es suplementariedad, se da cabida a la novedad, al 
acontecimiento que diferencia a lo infantil como único origen del sujeto y su mera 
búsqueda de lo conocido familiar. El otro puede ser recepcionado en su 
diversidad. 
Esta escena fundante permitiría luego en la unión de la pareja, en su “volverse un 
proyecto”, construir el llamado por varios autores como el “malentendido básico 
inicial”, trama relacional, estructura transaccional, “zócalo”, donde se deposita la 
articulación de ideales infantiles que cada uno porta para producir el resguardo y 
también la continuación de su elaboración. 
Así, el encuentro con el otro, como señala P. Aulagnier, va a implicar poder reunir 
placer identificatorio con placer del pensamiento y placer del cuerpo. La presencia 
es un soporte, un apuntalamiento, un basamento para aspectos narcisistas, para 
poner en pensamiento, en anhelo también el tiempo vivido con el otro. 
Comienza así un interjuego entre los encuentros vividos y los pensados. El yo 
busca aunque fugitiva una identidad con el yo del otro. Es necesario, dirá la 
autora, que el yo pensado se refleje en el yo real, que “confluyan”. Luego señala 
que hay momentos privilegiados de identidad, de confluencia entre placer 
esperado y placer recibido – por ejemplo en la relación sexual- pero así como una 
característica del vínculo de pareja es ser fuente de placer para el otro también lo 
es su capacidad para frustrar. En este punto, esta cualidad de relación de poder, 
abre al juego – conflictivo – de “entender” al otro que supera al coincidir. 
Ese objeto privilegiado de catectización con quien se puede establecer una 
relación compartida o recíproca que quiere decir con consentimiento de dos yoes 
que pueden reconocerse ante la Falta, ante un poder proporcional mutuo de 
decepción, de no respuesta, y de búsqueda inacabable de prueba de verdad entre 
el yo pensado del otro y el otro real, señala el éxito de las transformaciones que 
transitó el Amor. Este advenimiento siembra en el terreno vincular de la pareja las 
configuraciones necesarias para lo que un poeta describe como un buen amor: 
“y desde entonces soy porque tú eres, 
Y desde entonces eres, soy y somos, 
Y por amor seré, serás, seremos.” 
(P. Neruda, Cien sonetos de amor, LXIX). 
 
 
Bibliografía: 
 
Aulagnier, P. Los destinos del Placer. 1979. Paidós 1ra. edición 1994. Bs As. 
 
Berenstein, I. Devenir otro con otro(s). 2004. Paidós. Bs As. 
 
Freud,S. Introducción al narcisismo en Obras completas. 1979, tomo XIV, 
Amorrortu. Bs As. 
 
Freud, S. Pulsiones y destinos de pulsión en Obras completas. 1979, tomo XVI, 
Amorrortu. Bs As. 
 
Grassi, A – Córdova, N. Entre niños, adolescentes y funciones parentales. 2010. 
Entre Ideas. Bs As. 
 
Gutton, Ph. Lo puberal. 1993. Paidós. Bs As. 
 
Kancyper, L. El complejo fraterno. 2004. Lumen. Bs As. 
 
Laurú, D. La locura adolescente. 2004. Nueva Visión. Bs As 
 
Puget, J. Historización en la Adolescencia. 1997 
Mesa redonda en Cuaderno de Cuadernos de APdeBA Nº1 Bs. As. 
 
Rassial, J. El pasaje adolescente de la familia al vínculo social. 1999. Ediciones 
del Serbal. Barcelona. 
 
Wasserman, M Condenados a Explorar. 2010. Noveduc. Bs As.

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