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Evaluación de la Personalidad Normal Introducción Los autores Esta obra está dirigida a nuestros estudiantes de grado y posgrado, así como a los colegas que se desempeñan en la especialidad de la evaluación psicológica y que, en virtud de su campo de trabajo, requieren de los instrumentos de evaluación de la personalidad para llevar a cabo su quehacer profesional. Describir la personalidad normal, detectar riesgo psicopatológico o bien realizar diagnósticos diferenciales de los distintos trastornos resultan desafíos no menores para los profesionales de la salud mental. Y en la actualidad estas tareas son usualmente muy requeridas en los ámbitos clínico, laboral y forense, así como también en los contextos comunitario y educacional. Es así que la idea que nos ha reunido consiste en sintetizar los principales modelos y metodologías para evaluar la personalidad vigentes al día de hoy, y realizar una descripción técnica de los instrumentos, de ellos derivados, que se hallan disponibles y en condiciones técnicas apropiadas para ser empleados en nuestro medio. Asimismo, hemos reservado un lugar de importancia para comentar los principales tópicos y cambios introducidos en el DSM-5, esperando que estos materiales resulten de interés para nuestros lectores. Finalmente, se incluye un capítulo con algunos casos informados, a modo de aplicación didáctica, en relación con los contenidos referidos a los inventarios antes descritos. Esperamos que este trabajo sea de utilidad para nuestros lectores. Agradecemos especialmente a la doctora Norma Contini, profesora titular de la Universidad Nacional de Tucumán, por su elogioso prólogo, a nuestros colegas docentes de cátedra, quienes siempre nos alientan a continuar trabajando, y particularmente a nuestros alumnos, de quienes siempre aprendemos en nuestra labor cotidiana. 1 Concepciones teóricas de la personalidad Modelos teóricos y definiciones Alejandro Castro Solano La personalidad implica el estudio sistemático de las diferencias individuales en tanto patrones de comportamiento, emociones y pensamiento que los seres humanos poseen. Diferentes autores han dado peso a uno u otro componente, según la tradición de investigación en la que se hayan situado. Según Pervin (2000), podemos ubicar tres tipos de abordaje de este constructo: el clínico, el correlacional y el experimental. Describiremos a continuación, en forma sucinta, cada una de estas tradiciones, sus metodologías y conceptualizaciones. El abordaje clínico Los primeros teóricos que evidenciaron la importancia de las diferencias individuales entre las personas fueron, sin lugar a dudas, los psicólogos clínicos. Durante la primera mitad del siglo XX tuvo su auge el estudio de las grandes teorías de la personalidad. Estos psicólogos eran partidarios de una concepción holística u organísmica y estaban preocupados por entender los principios de funcionamiento que son comunes a todas las personas, en especial aquellos que hacen a la singularidad propia de cada sujeto. Dentro de los autores más importantes podemos citar a Freud (psicoanálisis), Rogers (fenomenología/ humanismo) y George Kelly (constructos personales). Estas diferentes líneas teóricas consideraban que cada individuo es singular, único e irrepetible. Los autores basaban sus afirmaciones en el estudio clínico de algunos pocos sujetos (pacientes) que estaban realizando tratamiento psicoterapéutico. En esta línea cobraba importancia el poder comprender las causas del funcionamiento psicológico individual. 16 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) Dentro de esta tradición, personalidad era un sinónimo de psiquismo, otorgándose importancia al poderoso efecto de los vectores internos en la determinación tanto de los actos, los pensamientos, como de las emociones personales (Fierro, 1996). Este enfoque se consideró idio- gráfíco, ya que, como antes se comentaba, tomaba en cuenta el estudio de pocos casos (clínicos). En algunas oportunidades, incluso, se trataba del estudio intensivo de un solo sujeto (e.g., Freud). Las definiciones más clásicas de personalidad tienen su origen en esta tradición. Allport (1937) definía el concepto como psicología de lo individual, de lo idiosincrático. Para este autor, la personalidad es "la organización dinámica de los sistemas psicofísicos que determina los ajustes del individuo al medio circundante" Murray (1938), en tanto, consideraba que este constructo complejo estaba en relación con lo singular y no podía ser entendido mediante leyes generales. Para otro autor clásico, Filloux (1960), “la personalidad es la configuración única que toma, en el transcurso de la historia de un individuo, el conjunto de los sistemas responsables de su conducta" El abordaje correlacional Si bien los seres humanos difieren en sus comportamientos, no difieren al azar ni de modo incoherente. Los autores de esta línea se preocuparon por identificar en las personas patrones o pautas comunes que fueran la razón de determinados estilos de comportamiento. Estos psicólogos fueron denominados "rasguistas" porque intentaron aislar un conjunto de rasgos o dimensiones que diferenciaban a los individuos. Se basaron en el análisis de las respuestas dadas por los sujetos a inventarios de personalidad, que eran posteriormente analizados mediante la metodología del análisis factorial. De este modo, se identificaba la estructura subyacente a la organización com- portamental y se establecían las regularidades del comportamiento tomando como unidad de análisis los rasgos psicológicos. Los rasgos se definen como tendencias latentes que predisponen a los seres humanos a comportarse de determinado modo; son los responsables de las diferencias individuales y predicen la conducta humana en diferentes situaciones. Esta aproximación también se denominó nomotética (nomos = ley). La consideración de los rasgos psicológicos supone consistencia 17 y estabilidad. La consistencia se refiere a cierta regularidad de la conducta en situaciones diferentes y la estabilidad hace alusión a la perdurabilidad temporal de las conductas de un individuo. Dicho de otro modo, esto implica que las personas son las mismas a lo largo del tiempo y en los diferentes contextos. Los rasgos, a su vez, fueron caracterizados como predisposiciones básicas (latentes) que daban lugar al comportamiento efectivo. Autores como Cattell o Eysenck estaban enrolados dentro de esta tradición de estudio de la personalidad, que tuvo su auge a principios del siglo XX, luego se dejó de lado hacia la mitad del siglo, y resurgió con vigor hacia finales de los años ochenta a través del modelo de los cinco factores de la personalidad (véase Capítulo 2). El abordaje experimental Esta escuela, a diferencia de la anterior, hace hincapié en las leyes generales que rigen la conducta humana y que resultan aplicables a todos los individuos. Si comparamos la tradición Correlacional con la experimental, la primera hace foco en las diferencias individuales, y la segunda enfatiza más los universales que rigen los comportamientos humanos. Autores tales como Dollar y Miller durante las décadas de 1940 y 1950 se enrolaron dentro de este enfoque experimentalista y emplearon las bases de las teorías del aprendizaje para formular los principios del funcionamiento individual. Hacia 1960 y 1970, y fruto de la revolución cognitiva, autores como Bandura y Mischel enfatizaron, dentro de un marco de trabajo cognitivo-social, el estudio de los procesos cognitivos en la determinación de la conducta humana. Este abordaje metodológico intentó conectar los campos de la psicología cognitiva y la psicología social. En síntesis, para la tradición clínica (idiográfica), la personalidad es sinónimo de singularidad; para la tradición correlacional, el origen de las diferenciasindividuales entre los seres humanos se debe a ciertas disposiciones básicas -los rasgos psicológicos-, y para el enfoque experimental, importan las leyes generales (procesos básicos) que rigen los comportamientos humanos. 18 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) El problema de las unidades de análisis El gran problema de la conceptualización de la personalidad es el tipo de unidades de análisis que debemos tomar en cuenta para su estudio. Este fue un tema de preocupación de los teóricos de principios del siglo XX y no ha sido resuelto a la fecha. Allport (1937) consideraba, por ejemplo, los rasgos estilísticos, los patológicos, los estilos cognitivos, las actitudes, las motivaciones inconscientes y el temperamento, entre otros. Emmons (1995) tenía en cuenta diferentes dominios de la personalidad; según él, esta puede entenderse en tanto estructura morfológica (intrapsíquica) de los in- dividuos tal como en las conceptualizaciones psicodinámicas, en un nivel interpersonal o en un nivel biofísico (temperamental) del comportamiento. Asimismo, de acuerdo con el autor, la personalidad puede estudiarse a nivel de las conductas de las personas, a nivel de los constructos motivacionales o a nivel de los rasgos psicológicos. Algunos autores contemporáneos proponen incluir aspectos tan diversos tales como procesos básicos, afrontamiento, comportamientos, estilos cognitivos, motivacionales y representaciones sociales, solo para nombrar algunos (Fierro, 1996). Las teorías de la personalidad más modernas incluyen los aspectos emocionales, motivacionales y cognitivos y toman tanto los aspectos conscientes como los inconscientes (Emmons, 1995). Comentaremos a continuación las principales unidades de análisis consideradas por los teóricos de la personalidad (véase Tabla 1). TABLA 1. Algunas unidades de análisis para el estudio de la personalidad. Unidades de análisis de estudio de la personalidad Temperamento Estructura intrapsíquica Rasgos patológicos Rasgos “normales" / Tipos Afrontamiento Cogniciones Motivaciones 19 Rasgos y tipos psicológicos. Los rasgos son una de las unidades de análisis más estudiadas. Como ya hemos referido, se trata de tendencias latentes que predisponen a los individuos a comportarse de determinado modo, son los responsables de las diferencias individuales entre unos y otros, y predicen la conducta humana en diferentes situaciones. Por ejemplo, una persona que posee el rasgo extroversion, tiende a ser sociable, gregaria, comunicativa, disfruta del contacto con los demás y participa de diferentes actividades sociales. Aquello que "impulsa" a este individuo a ser extrovertido es precisamente este componente, que es el rasgo extroversion. Los rasgos son de naturaleza inferencial y, por lo tanto, no observables. Los principios fundamentales que distinguen a los rasgos son la consistencia y la estabilidad, y son el presupuesto básico de que existe algo que se mantiene más allá de las diferentes situaciones y a lo largo del tiempo. Los autores han aislado mediante la metodología del análisis factorial las dimensiones básicas de las diferencias individuales entre las personas. El enfoque más moderno y más utilizado por los científicos es el modelo del Big Five (véase Capítulo 2). Se supone que los rasgos son sumamente estables y que se consolidan alrededor de los 30 años, existiendo poco cambio en la personalidad más allá de esta edad (Costa y McCrae, 1990). La agrupación de varios rasgos distintos se denomina tipo. A diferencia del rasgo, la consideración del tipo hace alusión a un perfil y es categorial. Así, algunos autores han aislado diferentes tipos psicológicos: por ejemplo, las personas que se adaptan y responden bien al estrés constituirían un tipo psicológico determinado. Myers, McCaulley y Quenk (1998) consideran dieciséis combinaciones tipológicas basadas en los tipos psicológicos de Jung (por ejemplo, introvertido/orientado al pensamiento o extravertido/orientado a la sensación). Esta conceptualization fue tomada por T. Millón a mediados de la década de 1990 para configurar su descripción de los modos cognitivos, como estructurante de la personalidad normal (véase Capítulo 3). Cabe considerar que muchos autores se dedicaron al estudio de los rasgos patológicos de la personalidad. No fue sino hasta 1980 que el concepto de trastornos de la personalidad comenzó a utilizarse, de la mano de las nosologías internacionales de clasificación (DSM), ocupando allí un lugar destacado y conocido como Eje II. La tradición de análisis de los rasgos psicológicos permaneció disociada del estudio de la psicopatología en la historia de la psicología de la personalidad. No fue sino hasta el año 2013 que la nueva revisión de las nosologías 20 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) internacionales (DSM-5) incluyeron una consideración dimensional (más rasguista) de la psicopatología de la personalidad, reuniendo en un enfoque único el modelo de los cinco factores de la personalidad con la psicopatología contemporánea que, como se comentó, funcionaron de modo separado durante gran parte del siglo XX (véase Capítulo 4). Constructos motivacionales. La motivación es el determinante que activa la conducta efectiva de los seres humanos. ¿Qué es lo que lleva a una persona a comportarse del modo en que lo hace? Para Freud, importaba el concepto de pulsión (drive), entendido como un modelo de tensión- reducción; la pulsión tiene que satisfacerse (pero nunca lo hace completamente) y en su camino la persona es impulsada a reducir esa tensión a través de determinadas acciones. Murray resaltaba el concepto de necesidad. Para este autor existen tres grandes necesidades que gobiernan la conducta humana: afiliación, logro y poder. Aquellos que registraban una alta necesidad de poder eran los que se desempeñaban en puestos de liderazgo, eran asertivos y controladores en sus relaciones personales. En cambio, aquellos que tenían alta motivación de afiliación daban más importancia a las relaciones personales, a la proximidad, e invertían más el tiempo en su vida social comparados con los otros dos. Una prueba proyectiva importante de la primera mitad del siglo XX (TAT, Tema- tic Aperception Test) estaba basada en esta teoría de la motivación. El concepto de motivación tuyo su auge a principios del siglo XX y luego, con el predominio de las teorías conductistas y posteriormente con la revolución cognitiva, estas variables internas que regían la conducta dejaron de estudiarse. Las modernas teorías cognitivas enfatizan el papel de la motivación a través del concepto de metas u objetivos. Estos pueden definirse como representaciones internas de estados ideales a ser alcanzados. Estos estados pueden ser resultados, eventos o procesos (Austin y Vancouver, 1996). Internamente, pueden entenderse desde las necesidades biológicas como estados iniciales de procesos internos (por ejemplo, temperatura corporal) a complejas construcciones cognitivas de resultados a obtener (por ejemplo, graduarse en una carrera). Dentro de los teóricos de la personalidad que trabajaron más en la perspectiva cognitiva de la motivación podemos ubicar a Little (1989), quien inició una tradición de estudio del constructo proyectos personales (personal goals), a Emmons (1986), quien propuso el término de planes personales (personal strivings), a Zirkel y Cantor (1990), que hablaron de tareas vitales y a Klinger (1977), quien acuñó el concepto de preocupaciones actuales. 21 Estas aproximaciones tenían de común el presupuesto de que la conducta del sujeto estaba organizada alrededor del concepto de objetivo o meta. El objetivo es una representación mental (cognitiva) de un resultado a alcanzar alrededor del cual se organizan las acciones de la persona. Así, cada personaes caracterizada por un conjunto de metas personales, que integra el sistema personal de objetivos de su vida. A su vez este sistema recluta conductas y acciones de menor nivel. Por ejemplo, para una adolescente para quien ser físicamente atractiva sea muy importante, este plan de vida reclutará las acciones de hacer dieta, gimnasia, cuidado externo, etcétera, que dará coherencia a todas las acciones que ejecute. Esta concepción de los objetivos está basada en la teoría del control y de la autorregulación (Carver y Schcier, 1981). Aquí la conducta efectiva se interpreta como un proceso de reducción de la discrepancia entre la condición presente y el estado ideal a alcanzar, que es precisamente el objetivo. Desde el punto de vista metodológico esta aproximación de la motivación combina las estrategias nomotética e idiográñca, tradición que inició Little en los años ochenta. El autor proponía el análisis de las matrices de objetivos personales (idiográ- fico) siguiendo criterios nomotéticos. Cogniciones. En este apartado podemos mencionar la teoría de los estilos cognitivos de Witkin y Goodenaugh (1981) y la teoría de la atribución causal (Seligman, 1990) como las más importantes unidades de análisis de diferencias individuales desde el punto de vista cogni- tivo. La teoría de los estilos cognitivos de Witkin postulaba la existencia de importantes diferencias individuales en la forma en que los sujetos procesan la información. Las investigaciones de Witkin demostraron que las personas difieren marcadamente en la ejecución en tareas de orientación espacial (test del marco y de la varilla). Algunos, a la hora de establecer la verticalidad de un objeto, confiaban más en las referencias internas que en las claves qne proporcionaba el contexto. A estos se los llamó independientes del campo. Estas personas eran flexibles, funcionaban de manera más autónoma y tendían a imponer su estructura personal a los problemas, comparados con los dependientes del campo. Estos últimos dependían altamente del ambiente. El "campo" ejercía un influjo tan grande sobre ellos que se perdían entre las coordenadas del contexto. Los dependientes del campo estaban más preocupados por los vínculos, gustaban de estar con otras personas, siendo por lo tanto más "dependientes" del ambiente, sin tender a estructurar los estímulos. Estas dimensiones fueron de algún modo retomadas por Millón en la consideración de la personalidad normal, 22 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) cuando incorporó unidades de análisis cognitivas (modos cognitivos) en su evaluación (véase Capítulo 3). La forma de captar y procesar la información según estos modelos forma parte de la personalidad, siendo una fuente importante de diferencias individuales. De modo más reciente, Martin Seligman estudió la importancia de las atribuciones causales que hacen las personas sobre determinados eventos, generalmente negativos (estilo atribucional), en función de las cuales les era posible determinar expectativas concernientes al desarrollo de los acontecimientos futuros (estilo optimista vs. pesimista). Seligman estableció tres dimensiones: (a) interno/externo; (b) estable/inestable; y (c) global/específico. Aquellos que tienden a hacer atribuciones internas, globales y estables son quienes sufren mayormente de depresión, tienen un rendimiento académico más pobre y registran peores resultados psicológicos en general (por ejemplo, "Me fue mal en determinado examen porque no soy inteligente [atribución estable e interna y global]). En cambio, quienes realizan atribuciones externas, específicas e inestables (por ejemplo, "Me fue mal en un examen porque ese día no estaba concentrado y no había estudiado mucho") son caracterizados como "optimistas" Seligman proponía que, mediante determinadas estrategias cognitivas, era posible "enseñar" a los pesimistas las estrategias que empleaban los optimistas, de modo de mejorar sus expectativas sobre los eventos futuros. Esta es la base del programa en entrenamiento en resiliencia de Pennsylvania, y consiste en aprender un estilo atribucional más adaptativo frente a los eventos indeseables. Estilos de afrontamiento. Bajo el nombre de afrontamiento (coping) se consignan las acciones que implementan las personas para hacer frente al estrés. Es un concepto que vincula las experiencias del ambiente (el estresor), las capacidades del individuo (las estrategias de afrontamiento) y el resultado (su efectividad: malestar vs. bienestar resultante). La teoría psicológica más utilizada en esta temática es el modelo transaccional de Lazarus y Folkman (1984). En él se postula la importancia de la estimación (appraisal) que hace la persona sobre los eventos estresantes (valoración primaria). Desde este punto de vista, la naturaleza del estresor radica más en el sujeto que en las características del estresor en sí mismo (por ejemplo, las arañas pueden ser altamente estresantes para algunos y no para otros, sin generarles ninguna reacción en absoluto). Una vez realizada esta valoración primera, el individuo pone en marcha los mecanismos disponibles para afrontar 23 el estresor (valoración secundaria). La idea básica del modelo es que las representaciones o esquemas mentales que tenga cada uno acerca del mundo influirán en la respuesta a determinadas amenazas del ambiente. Esta teoría está enmarcada dentro de un abordaje de la cognición social. Existen formas más y menos adaptativas frente a los estresores, así como dos estrategias generales de afrontamiento: (a) las dirigidas hacia la remoción del problema y (b) las que se encaminan a mitigar la emoción concomitante a este. Las personas van variando su repertorio de respuestas en función de la situación y la evaluación del estresor; de allí que el modelo se denomine transactional. Una estrategia puede resultar muy adaptativa en una situación y no en otra para determinado sujeto (por ejemplo, algunos pueden mitigar la ansiedad mediante el ejercicio, las actividades deportivas, etcétera y para otros esto no resulta eficaz). Sin embargo, es esperable que cada uno tenga un estilo de afrontamiento en particular, esto es, una preferencia por la utilización de ciertas estrategias de afrontamiento. Algunos, por ejemplo, son muy intolerantes respecto de la ambigüedad de las situaciones y no pueden afrontar este tipo de estresores; en cambio otros son más proclives a resolver las situaciones que generan incertidumbre. Esta forma particular de afrontar las situaciones está ligada a la estructura de la personalidad y, por ende, se enmarca como una variable de estudio de naturaleza personológica o estilística. Este concepto, por ser de naturaleza cognitivo-social, está muy vinculado con lo que comentamos anteriormente respecto del estilo atribucional del modelo de 1 Seligman. El estilo optimista, desde esta perspectiva, sería un estilo de afrontamiento particular (externo, específico e inestable) que las personas aplican a una gama diferente de situaciones y problemas. Temperamento. Los autores coinciden en agrupar bajo la etiqueta de temperamento los aspectos "más biológicos" de la personalidad, es decir, aquellos menos influidos por el ambiente y, por lo tanto, de naturaleza más hereditaria (Bornstein, 2000). Esto nos lleva a la vieja polémica natura/nurtura. ¿La personalidad es adquirida o es heredada? ¿Cuál es el impacto que tiene el medio sobre el desarrollo de la personalidad? Los autores contemporáneos determinaron que alrededor de un 40% de las diferencias individuales en la personalidad se deben a diferencias temperamentales heredadas. En los niños recién nacidos, la expresión emocional es tosca y rudimentaria y más libre de influencias ambientales, y las diferencias temperamentales (biológicas) son más aparentes. Estos niños actúan en fundón del ambientesegún sus disposiciones temperamentales y modelan sus emociones según la respuesta que reciban délos 24 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) otros. Un niño con un temperamento "irritable” generará una respuesta negativa en sus cuidadores que influirá posteriormente en su capacidad de autorregulación emocional futura. La interacción entre estas disposiciones ambientales y las respuestas de los padres y otros significativos modelará lo que en la adultez denominaremos personalidad. El temperamento aparece de forma muy temprana en la vida de los niños y es la base sobre la cual se modela la personalidad adulta (Rothbart y Bates, 1998). Los tres atributos temperamentales son: (a) el nivel de actividad -tempo y energía de los infantes, algunos son sedentarios mientras que otros son más "activos"-; (b) sociabilidad, que se refiere a cuán receptivos son los niños a las interacciones sociales, algunos son reticentes y otros buscan contactarse de modo más activo con los demás; y (c) emocionalidad, que se refiere a la intensidad de la respuesta emocional, algunos se tranquilizan rápidamente y otros lloran ante el menor disturbio. Sintetizando, entonces, según los autores el temperamento es un rasgo bastante estable de la personalidad y es en su mayor parte heredado. La base de la personalidad futura depende de la forma en que se consoliden o no el resultado de las interacciones entre el temperamento del niño y las experiencias ambientales tempranas. Enfoques teóricos Existen diferentes modelos y enfoques para el estudio de la personalidad. Para el planteamiento de las diferentes teorías de la personalidad seguiremos la sistematización propuesta por Millón (1996). El autor propone diferenciar los enfoques en monotaxonómicos y politaxonó- micos, empíricos y explicativos, respectivamente (véase Figura 1). FIGURA 1. Modelos teóricos que estudian la personalidad. EXPLICATIVO EXPLICATIVO POLITAXONÓMICO MONOTAXONÓMICO (Millón) (Kohut, Gunderson, Kernberg) EMPÍRICO EMPÍRICO POLITAXONÓMICO MONOTAXONÓMICO (Big Five, McCrae y Costa) (Cattell, Eysenck) 25 Los enfoques monotaxonómicos están orientados hacia el tratamiento de pocas unidades de análisis, ya sean categorías, dimensiones o prototipos. Están limitados a áreas circunscritas y no pretenden explicar todo el campo de la personalidad, sino que están interesados por determinadas áreas o procesos. Los enfoques politaxonómicos, en cambio, se dirigen hacia la búsqueda de pilares teóricos que den una explicación de la estructura de la personalidad. El énfasis está puesto en la explicación de las entidades latentes. El intento de este enfoque es explicar las múltiples variaciones observadas en las conductas, emociones y pensamientos de las personas mediante un número menor de variables o principios teóricos explicativos. Estas dos líneas pueden estar orientadas hacia la explicación teórica de los constructos o simplemente hacia la descripción y sistematización de las variables. Enfoques empíricos monotaxonómicos Esta aproximación hace foco en una o pocas categorías de análisis. Considera que el conocimiento avanza a través de la explicación de la estructura de los datos obtenidos por medio de los instrumentos de medida existentes y no a través de la exploración de nuevos conceptos y teorías. Típicamente, uno o varios instrumentos son descompuestos en sus elementos constituyentes, sean factores, clusters o inspecciones gráficas de dendogramas. La validez de este enfoque demanda una perfecta correspondencia entre variables latentes y observadas. Se asume que los factores o variables extraídas, generalmente de procedimientos estadísticos multivariados, representan diferentes aspectos de los constructos, tal como existen en la realidad. Los enfoques tradicionales del rasgo están ubicados en esta categoría. Las variaciones individuales son explicadas a través de un escaso número de rasgos (véanse Capítulo 2 y Fernández Liporace, Cayssials y Pérez, 2009, Capítulo 2). El problema surge cuando tenemos que decidir cuáles de estos rasgos o variables son aquellos necesarios para describir y explicar la personalidad. Aquí podemos localizar las conceptualizaciones de Raymond Cattell (1965) y Hans Eysenck (1960). Cattell fue uno de los pioneros defensores de la aproximación analítico factorial para establecer dimensiones de personalidad. Mediante estos procedimientos obtuvo dieciséis dimensiones básicas de personalidad o factores primarios. Luego sometió estas dimensiones a un análisis factorial de segundo orden obteniendo otras siete dimensiones. De 26 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) estas otorgó mayor importancia a dos de ellas, sobre las que construyó cuatro tipos de personalidad. Las dimensiones son baja/alta ansiedad e introversión/extroversión. A pesar de sus esfuerzos, el problema de esta tipología es no proveer un marco comprehensivo que explique de forma acabada el ámbito de las diferencias individuales. Eysenck, por su parte, ha seleccionado tres dimensiones fundamentales de la personalidad que la explican. Neuroticismo, introversión/ extroversion y psicoticismo. Siguiendo las ideas de Jung, Pavlov y Kretschmer, el autor construyó un marco explicativo de la personalidad en términos biológicos, relacionando la condicionabilidad de los estímulos con la reactividad nerviosa autónoma. Los enfoques politaxonómicos empíricos Similar al enfoque empírico monotaxonómico, este abordaje trabaja mediante el refinamiento de instrumentos de medida, dependiendo del isomorfismo entre realidad e instrumentos. Consiste en un refinamiento psicométrico e instrumental. No se toman en consideración los avances teóricos. El enfoque anterior se mueve en la dirección de alcanzar un mayor nivel de especificidad, tratando de descomponer varias unidades de análisis en una menor cantidad de unidades más comprehensivas. El enfoque politaxonómico no toma los componentes inferenciales o no observables. El modelo más representativo de este enfoque es la teoría del Big Five (véase Capítulo 2). Esta lectura personológica descansa en la hipótesis léxica que asume que aquellas grandes diferencias entre las personas han sido codificadas en el lenguaje natural. Solo bastaría con descubrir aquellos términos del lenguaje que dieran mejor cuenta de las diferencias individuales a través de las palabras comúnmente usadas, para que, aplicando sofisticados procedimientos matemáticos, surjan aquellos factores subyacentes que den cuenta de las diferencias entre las personas. Esta aproximación a la personalidad ha sido también conceptualizada como el abordaje matemático de lo latente (Millón, 1994). Los enfoques teóricos monotaxonómicos Son enfoques teóricos que tratan con conceptos de naturaleza inferencial (no observables). Allí se intenta utilizar pocas unidades Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 27 de análisis que den cuenta del fenómeno objeto de estudio. Dentro de esta línea tenemos autores en su mayor parte psicoanalíticos, con preocupaciones básicamente clínicas, que intentaron arribar a explicaciones teóricas sobre cómo la personalidad se torna patológica. Heinz Kohut (1971 y 1977) consideró la constitución del sí-mismo (self) como un organizador del desarrollo psicológico individual. Concebía evolución del self desde el estado infantil de fragilidad y fragmentación a un estado cohesivo y organizado, que es el correspondiente a la etapa adulta. Kohut no pensaba el conflicto psicológico como regulador de la vida psíquica, tal como lo hacían los teóricos del psicoanálisis clásico, sino que hipotetizaba que los trastornos de la personalidad tenían que ver con déficits en la estructuración del self. Gunderson (1988) construyó una teoría que permite identificar el desarrollo de la personalidad normalhasta sus variantes más patológicas, haciendo eje en las patologías límite (borderline) a las cuales dedicó la mayor parte de su obra. Otto Kernberg (1984), quizá uno de los teóricos del psicoanálisis contemporáneo con propuestas más novedosas, trató de instaurar una nueva tipología en el estudio de la personalidad y sus trastornos. Estableció que la personalidad se halla más ligada a los diferentes niveles de severidad que a fijaciones a etapas psicosexuales tempranas -como afirmaba el psicoanálisis clásico-; el autor organiza los tipos de personalidad según su nivel de severidad (alto, intermedio y bajo) y de organización estructural (neurótico, límite y psicótico). Los enfoques teóricos politaxonómicos Este tipo de enfoque está basado en la construcción de un edificio taxonómico teórico que nos permite clasificar los diferentes tipos o estilos de personalidad y sus desórdenes en una misma teoría que provea una explicación acabada del fenómeno objeto de estudio. El poder explicativo de este sistema deriva de generar una taxonomía que reemplace la primitiva agregación de elementos jerárquicos (taxons), organizando un esquema diagnóstico real. Se avanza así hacia la explicación de las relaciones entre los constructos y hacia la conceptualization de las categorías empleadas en su estudio. Por lo tanto, este enfoque intenta la generación de un marco teórico nuevo para explicar la personalidad. El enfoque de T. Millón (1969, 1981, 1994 y 1996) se encuentra dentro de oslo marco conceptual. Esta teoría está ubicada 28 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) dentro de los modelos integradores en el campo de la personalidad y puede considerarse un puente entre la personalidad normal y sus trastornos (véase Capítulo 3). Conclusiones y perspectivas futuras Quizá uno de los asuntos más importantes en la conceptualization de la personalidad sea el controvertido tema de la organización y la estructura de la personalidad. ¿Cuáles son las unidades de análisis que debemos considerar para estudiar la personalidad? ¿Los rasgos, las motivaciones, las conductas manifiestas o los procesos inconscientes? Al respecto, una conceptualización muy útil es la aproximación de Emmons, que propone diferenciar niveles y dominios de la personalidad. En cuanto a los niveles, en el nivel I (el más desnaturalizado y neutro) estarían ubicados los rasgos según lo entienden las aproximaciones empírico-factoriales (Big Five, por ejemplo), como unidades amplias de conducta. El nivel II estaría compuesto por aquellos aspectos motivacionales que están contextualizados en tiempo y espacio, también llamadas unidades de nivel intermedio. Dentro de esta categoría entrarían las unidades que operan de puente entre los actos manifiestos de conducta (nivel molecular) y los niveles supraordinales y valores (nivel molar). Un ejemplo de esto es la consideración de los objetivos de vida de las personas. El nivel III estaría enmarcado por la narrativa particular de la historia personal de los individuos, que lleva a la coherencia, unidad y propósitos en la vida (Baumeister, 1989). Desde otras aproximaciones esto sería entendido como el estudio del self o del sí mismo. Por el otro lado, los dominios de la personalidad aluden a las diferentes esferas de la actividad humana (Emmons, 1995). Por ejemplo, nivel intrapsíquico, interpersonal, fenomenológico, biofísico, etcétera. Es decir, podemos hablar de personalidad en tanto estructura morfológica intrapsíquica de los individuos (Gunderson, 1988; Kohut, 1977), en tanto rasgos personológicos (Leary, 1957; Sullivan, 1953) o entendiendo los diferentes componentes temperamentales o biológicos que tienen las personas (Cloninger, 1987; Plomin y Dunn, 1996). Ségún Pervin (2000), resulta fundamental el desarrollo de conceptos que focalicen en los aspectos más procesuales o de funcionamiento de la personalidad, (e.g., conflicto, coherencia). Asimismo, el autor enfatiza el mérito relativo de cada una de las tradiciones de 29 investigación para el estudio de la personalidad y pone de relieve la combinación de estrategias diferenciales para poder estudiar unidades de análisis de distinto nivel, como por ejemplo, el estudio de los procesos inconscientes (inferenciales) y las expresiones más conscientes de la conducta humana. Un capítulo aparte merece el estudio de la variación sistemática de los constructos personológicos en función de la diversidad cultural. Considerar la universalidad de los constructos psicológicos es un postulado fundamental de la ciencia psicológica, ya que nos permite hacer generalizaciones respecto de grupos humanos que hablan lenguas distintas, que tienen distintas creencias y que difieren de forma sistemática respecto de aquellos países que presentan un mayor desarrollo de la psicología como ciencia (Casullo y Fernández Liporace, 2006; Norenzayan y Heine, 2005). Sin embargo, muchos psicólogos dan por sentada la supuesta universalidad de los constructos psicológicos. Se extraen conclusiones acerca de poblaciones muy específicas (e.g, estudiantes universitarios, poblaciones anglosajonas, de raza blanca, de nivel socioeconómico medio, etcétera) y se extrapolan estos resultados a contextos culturales más amplios, sin un estudio adecuado de las variaciones locales de los conceptos estudiados. La suposición de la universalidad partiendo de una base de datos limitada constituye no solo un problema teórico, sino también empírico, ya que se establecen estrategias de intervención en los ámbitos de aplicación, tomando como referencia investigaciones con sesgos culturales evidentes (Casullo y Fernández Liporace, 2006). Este enfoque top-down es el que ha predominado tradicionalmente en el estudio de la personalidad. La adopción de esta estrategia de trabajo hace que se desvanezcan las variantes émicas locales, quedando estas subrepresentadas. Esto lleva a que los constructos psicológicos estudiados revistan características pseudoéticas o que, en suma, sean "falsamente universales". Un desafío en este campo consiste en el estudio de las variables idiosincráticas y locales a través de estudios émicos que recuperen aquellos aspectos particulares o locales que no toman en cuenta las "grandes” teorías de la personalidad. Finalmente, un área nueva de estudio la constituyen las neurocien- cias. El gran desafío para los psicólogos de la personalidad consistiría en la integración de aquello que ya se sabe de la personalidad con los nuevos hallazgos procedentes de marcadores neurobiológicos, sin caer en una propuesta reduccionista. 30 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) A la luz de lo comentado, el futuro de la psicología de la personalidad resulta en extremo auspicioso; queda en los jóvenes psicólogos que su estudio se vuelva un área de trabajo fértil. En los capítulos siguientes comentaremos en detalle las aproximaciones clásicas y las más modernas para el estudio de la personalidad normal y sus trastornos, para finalizar con un detalle acerca de los problemas involucrados en los aspectos relativos a su evaluación. Referencias bibliográficas ALLPORT, G. (1937) Personality: A Psychological Interpretation. Nueva York. Holt. AUSTIN, J. Y VANCOUVER, J. (1996) "Goal constructs in psychology: Structure, process and content" Psychological Bulletin, 120, pp. 338-375. BAUMEISTER, R. (1989) "The problem of life's meaning" en D. Buss y N. Cantor (eds.), Personality Psychology. Recent Trends and Emerging Directions. Nueva York. Springer-Verlag, pp. 138-148. BORNSTEIN, M. IT. (2000) "Infancy: Emotions and temperament" en A. Kazdin (ed.), Encyclopedia of Psychology, Vol. 4. Washington, DC. American Psychological Association, pp. 278-284. CARVER, C. Y SCHEIER, W. (1981) Attention and. 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