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Killigmo Una defensa de la afirmación en relación con los estados de afectos no mentalizados-1

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Una defensa de la afirmación en relación con los estados de afectos no 
mentalizados. 
Bjorn Killigmo 
 
INTRODUCCIÓN 
Tal vez sea Anna Freud quién más consistentemente ha insistido so bre la limitación 
del psicoanálisis como procedimiento terapéutico. Reserva el psicoanálisis para el 
conflicto neurótico propiamente dicho, rehusando concederle un efecto 
correctivo sobre la patología del desarrollo. Esto coincide con una tendencia a 
preservar la calidad distintiva del psicoanálisis restringiéndolo a la interpretación. 
"La secuencia patogénica de frustración, regresión, incompatibilidad interna, 
ansiedad, defensa por represión, retorno de lo reprimido y formación de 
compromiso —secuencia que es característica de la neurosis— es aliviada por el 
trabajo analítico que lleva a todas las partes involucradas en el proceso al mismo 
nivel de conciencia posibilitando por tanto que el paciente encuentre soluciones 
adaptativas más sanas y diferentes para sus conflictos. La patología del desarrollo, 
por otro lado, no responde a la interpretación. Aun si se los confronta con los detalles 
de su aberrante desarrollo y las razones del mismo, tanto los niños como los 
pacientes adultos permanecen relativamente incapaces de alterar lo que ha 
pasado, lo cual constituye, después de todo, la base misma de su estructura de 
personalidad." (1981, p. 118) 
La restrictiva posición de Anna Freud parece bastante dogmática y difícilmente sea 
aceptada hoy en día como un territorio compartido. El psicoanálisis contemporáneo 
está marcado antes que nada por la diversidad. La así llamada corriente principal del 
psicoanálisis se acalló gradualmente en las décadas del '70 y del '80, y un número 
importante de subculturas psicoanalíticas emergió aportando su propia 
terminología. 
Ya no hay consenso, ni siquiera con respecto a cuáles son los conceptos centrales 
del psicoanálisis. El material clínico, los dispositivos técnicos, así como la 
situación psicoanalítica misma se conceptualizan hoy de maneras diferentes. 
Tomando la práctica clínica, y no los presupuestos teóricos, como punto de 
partida, es obvio que el psicoanálisis abarca hoy un rango más amplio de 
intervenciones que la interpretación en un sentido muy limitado. Términos tales 
como comprensión empática, contención, y holding así lo demuestran. La práctica 
psicoanalítica contemporánea cubre también un espectro mucho más amplio de 
la psicopatología que aquel de las neurosis clásicas. Hoy podernos inclu sive llegar 
a especular si las neurosis propiamente dichas realmente existen o si alguna vez 
han existido. Las dos últimas décadas de experiencia clínica y de progresos en el 
entendimiento de la psicopatología hacen más razonable tener en cuenta la 
irregularidad del desarrollo también en las así llamadas buenas neurosis. Desde un 
punto de vista estructural, es esperable encontrarnos con fallas de desarrollo y 
conflictos intra-psíquicos combinados en una multitud de formas. 
Por último, sería inaceptable analizar la parte neurótica del paciente y no tratar 
las fallas en el desarrollo. Esto sería incompatible con una concepción 
primordialmente gestáltica de la personalidad. La personalidad actúa como una 
unidad dinámica y el cambio en una de sus partes afecta a todas las partes 
restantes. Por lo tanto, el psicoanálisis moderno es un espectro multicolor, una 
disciplina curativa que aspira a ser útil para un espectro creciente de pacientes. 
Entre ellos se encuentran aquellos pacientes que padecen síntomas somáticos pero 
que se consideran de origen psicológico. En el presente trabajo, la patología 
psicosomática no será discutida como tal. Sin embargo, adoptaré la posición que 
sostiene que los síntomas somáticos se pueden ver desde la perspectiva del afecto 
no mentalizado, y que en general la así llamada excitación afectiva de los pacientes 
psicosomáticos no se asocia con una representación significativa del sí mismo 
experimentada emocionalmente. El paciente no vivencia los afectos como propios. 
Tampoco puede expresar el afecto en palabras y símbolos. Ciertamente, este punto 
de vista no constituye una formulación conclusiva sobre la dinámica y la estructu -
ra del paciente psicosomático. Tampoco puede decirse que los pacientes que 
presenten un bajo grado de mentalización del afecto sufran siempre necesariamente 
de síntomas psicosomáticos. La hiperactividad, la inquietud crónica y la depresión 
vacía son claros ejemplos de otras formas de sufrimiento. Sin embargo, mi postura 
es que el concepto de mentalización es útil para tratar lo que Anna Freud designa 
como patología del desarrollo y a lo cual yo llamaré patología de déficit. Debido a la 
incapacidad que estos pacientes tienen para expresar en palabras y en símbolos las 
experiencias emocionales que hacen al sí mismo, el discurso verbal psicoanalítico 
tradicional no- llega a abordar el problema de la experiencia subjetiva de estos 
pacientes. El paciente queda así ubicado en un dominio vivencial que no se 
corresponde con el del analista. El analista no puede acceder al sí mismo del 
paciente por medio de la interpretación. Por tanto, están aislados 
emocionalmente y se vuelven inaccesibles para el analista. Esto ciertamente 
constituye todo un desafío para la técnica psicoanalítica. Tenemos que desarrollar 
conceptos y formas de pensar que puedan ayudarnos a dirigirnos y a relacionarnos 
con esos estados de afecto no mentalizado. En relación con esto presentaré el 
concepto de la afirmación. El fin principal del presente trabajo es desarrollar este 
concepto y defender a las intervenciones afirmativas como un medio técnico, suple-
mentario de las interpretaciones clásicas. Dentro de esta perspectiva se discutirán 
los siguientes temas: 
1) La falta de mentalización como déficit psicológico. 
2) Los efectos terapéuticos y psicológicos de las respuestas afirmativas. 
3) La entonación como un vehículo para transmitir la calidad de la afirmación. 
4) La afirmación y la mentalización como conceptos teóricamente conectados. 
 
LA MENTALIZACIÓN DEFICIENTE 
El concepto de déficit no forma parte del marco conceptual del psicoanálisis 
clásico. No fue sino hasta finales del siglo XX, que el concepto de déficit entró en 
el escenario teórico. Esto se debió a las influencias de diversas fuentes. Fue Kohut 
(1977) quien contribuyó sustancialmente a la idea de estructuras del sí mismo 
deficientes y Mahler (1975), por su parte, hizo aportes al concepto de separación 
deficiente del sí mismo interior y de las representaciones de objeto. La 
investigación con niños nos ha proporcionado una enorme cantidad de 
información específica sobre cómo la relación de los padres con el infante juega 
un rol decisivo en la formación de patrones emocionales duraderos en el 
individuo con respecto a sí mismo y hacia los otros. El concepto de Stern (1985) 
de acompasamiento afectivo (affective attunement) entre la madre y el hijo 
puede servir como un ejemplo. El acompasamiento se refiere a una cierta manera 
de compartir una experiencia afectiva antes del desarro llo de la capacidad de 
mentalización y de representación simbólica. Las cualidades relativas a la 
experiencia que se originan en este nivel preverbal constituyen el núcleo central 
de un patrón afectivo que el individuo puede repetir a través de toda su vida a fin 
de sostener un sentimiento de continuidad de la existencia. Las fallas en el 
acompasamiento serían un ejemplo de aquello a lo que se refiere el concepto de 
déficit. Debería agregarse que el creciente interés en años recientes en relación con 
los estados borderline, con los desórdenes de personalidad y con las patologías 
narcisísticas también ha contribuido a poner el concepto de déficit en el temario 
teórico del psicoanálisis (1975). 
El término déficit da cuenta de fallas en la capacidad de feedback (retroalimentación) 
emocional del cuidador del infante que provocan incapacidades estructurales en el 
infante. En principio podemos hablarde tres clases de fallas: 1) la falta de 
estimulación; 2) la sobre-estimulación; y 3) la estimulación mal orientada. Pine 
(1992) ha propuesto distinguir entre los términos déficit y defecto. Este autor 
entiende que el déficit da cuenta de las propiedades del medio mientras que el 
defecto da cuenta del efecto de esa deficiencia en la personalidad. En la situación 
clínica, el problema debe abordarse desde dos ángulos. Por un lado el analista 
tiene que entender la naturaleza específica de la falla empírica de los cuidadores 
por vía de la transferencia, y por el otro lado, debe entender cómo esta falla ha 
afectado la estructura de personalidad del paciente. La literatura cita muchos 
defectos posibles: la falta de confiabilidad en la constancia del objeto; la baja 
capacidad para postergar el impulso y por último las fallas tanto en la regulación del 
sentimiento del sí mismo, como en la modulación del afecto, en la tolerancia a la 
frustración y en el mantenimiento de una experiencia estable de identidad. En 
verdad, todos los aspectos de la personalidad pueden, en mayor o en menor me-
dida, verse afectados por una deficiencia emocional temprana. 
El concepto de mentalización ha pasado a ocupar el primer plano en los años recientes y 
debería tomarse en cuenta. El concepto se refiere a la manera como las excitaciones 
básicas somáticas, motrices o intersubjetivas "sufren una transformación cualitativa 
que las transforma en contenidos mentales dentro de una matriz humana intersubjetiva 
y personal" (Lecours & Bouchard, 1977, p. 857). Es probable que la transformación de 
los afectos que se experimentan somáticamente en afectos representados mental-
mente involucre un número de funciones yoicas específicas. Por tanto se debería 
asignar una posición primordial al proceso de mentalización en lo anteriormente 
mencionado. Debido a esa capacidad deficiente de mentalización, el individuo no 
puede: 1) representar en forma de símbolos y palabras los estados emocionales de 
forma significativa; 2) experimentar los afectos como propios; ni 3) relacionarse 
consigo mismo como un agente. 
En pacientes que presentan baja capacidad de mentalización, la significación 
cognitiva del afecto disminuye mientras que la excitación somática aumenta. Un 
ejemplo de esto sería la así llamada depresión vacía caracterizada por un estado de 
tristeza experimentado sin enlaces asociativos a objetos, imágenes o restos de 
memoria, que aparece marcado solamente por un interminable sentimiento 
corrosivo de desasosiego. Dado que la excitación afectiva se ve compelida a 
encontrar una descarga más allá de las palabras y los símbolos, es probable que las 
funciones corporales aparezcan como el medio de expresión. 
Al atribuir una mentalización deficiente a un período temprano de la vida, 
anterior a la internalización del sí mismos de las representaciones de objeto, 
previo al conflicto entre las instancias y a la expresión simbólica, se podría 
llegar a pensar que los problemas relacionados con el déficit son una forma de 
fenómenos no dinámicos. Al menos tres razones se oponen a esto . Primero, 
tenemos que asumir que sea cual sea la herida, siempre se la ha percibido de 
una manera específica. La codificación y posterior interpretación del hecho es 
una construcción propia del individuo y hay que abordarla por medio de la 
interpretación a su debido tiempo. En segundo lugar, si por "dinámico" nos 
referimos a las fuerzas en movimiento causadas por la ansiedad y las 
estrategias defensivas, la patología de déficit es un auténtico fenómeno 
dinámico. Sin embargo, en los estados relacionados con déficit el motivo 
subyacente es distinto' al que vemos en la patología de conflicto clásica. En esta 
última, el motivo -está determinado por los propios deseos prohibidos del 
individuo (libido y agresión), mientras que en los estados relacionados con 
déficit, el motivo es mantener una experiencia de identidad. La calidad de la 
ansiedad también es diferente. En el contexto del conflicto, la ansie dad se 
asocia con el contenido de un deseo inconsciente, mientras que en el 
contexto del déficit, la ansiedad está ligada a la pérdida del propio sí mismo. 
Por tanto podríamos dist inguir entre la ansiedad relacionada con el sentido y 
la ansiedad relacionada con el ser. En tercer lugar, un proceso organizador 
debe entenderse como algo que tiene lugar continuamente en la vida psíquica. 
En el adulto, los derivados del déficit y los conflictos tempranos se combinan 
en patrones de carácter tan complejos que es casi imposible distinguir 
claramente uno del otro. "A menudo hay que interpretar un grupo emocional a 
partir de un conflicto para después responder afirmativamente a los elementos de 
esa agrupación hasta que, por último, el patrón como un todo se reinterpreta como 
una expresión de conflicto" (KiIlingmo, 1989, pp. 74-75). Atendiendo a los sutiles 
matices de la transferencia el analista tiene que oscilar entre dos estrategias 
terapéuticas, buscar por un lado el significado inconsciente y constituir por el 
otro el sentido en la experiencia del sí mismo del paciente. 
Siempre que un paciente presente impedimentos en su nivel de mentalización, su 
habilidad para beneficiarse de las intervenciones interpretativas se verá 
reducida. *Aliarse con el analista para buscar el significado subyacente, 
presupone un nivel de funcionamiento yoico bastante alto. El paciente debe ser 
capaz de posponer la gratificación inmediata de sus necesidades en favor de una 
meta anticipada y debe experimentar la búsqueda misma como algo significativo. 
Sin embargo, el paciente con déficit en lo vivencial no tiene la capacidad suficiente 
para posponer y tampoco tiene motivación alguna para investigar nada. Carece 
también de la habilidad para mentalizar los afectos a un nivel desde el cual 
pueda experimentarse a sí mismo como un agente. La necesidad más apremiante 
del paciente es experimentar la cualidad del ser. Esta necesidad constituye el 
centro emocional de su relación con el analista en tanto prevalece el impacto del 
material de déficit. En lugar de revelar el significado, la estrategia del analista 
debería ser asistir al yo para que éste pueda vivencias el significado mismo. Para 
este fin, argumentaré que las intervenciones de tipo afirmativo pueden ser 
útiles. 
 
LA RESPUESTA AFIRMATIVA 
Partiré del hecho que en el ser humano subyace una necesidad de vivenciar el 
sentido de la experiencia del sí mismo. Esta necesidad esté siempre presente 
aunque no se vuelve evidente hasta que se ve amenazada. La experiencia del 
sentido se logra por medio de respuestas afirmativas procedentes de objetos 
externos y de representaciones internas de objeto. La afirmación puede tener lugar 
tanto a un nivel conciente como a un nivel inconsciente. Una respuesta afirmativa 
puede definirse como una comunicación formulada al sujeto que proviene de un 
objeto o de una representación de objeto y que consigue retirar la duda sobre la 
validez de la experiencia del sujeto. Afirmar no significa evaluar, alabar o dar 
crédito a la actuación de la persona o a la imagen de sí mismo que éste tenga. 
Una respuesta afirmativa simplemente expresa y convalida, de un modo 
empático, la calidad de la experiencia del sí mismo de la persona. Experimentar 
el sentido del sí mismo no es algo que se obtenga por medio de palabras, de la 
lógica o del razonamiento cognitivo. Es bien sabido que los pacientes pueden 
hablar de sí mismos, llegando incluso a reflexionar sobre su propia auto-imagen 
interna, sin llegar por ello a experimentar un sentimiento del sí mismo. El 
paciente —ya sea por un afecto no mentalizado o por" el aislamiento afectivo 
(Killingmo, 1990)— despliega ante el analista nada más que una actuación 
intelectual en la cual usa palabras vacías que carecen de toda afectividad 
implícita. Esta manera de hablar le indica al , analista que el paciente no se está 
comunicando desde la posición de un "Yo" propio y hecho propio. A un nivel 
vivencial,el auténtico objetivo de la afirmación es fortalecer el sentimiento del 
"Yo". 
Para entender cómo puede servir la afirmación, tenernos que examinar el 
concepto más detenidamente. El acto de afirmar puede analizar se desde cuatro 
puntos de vista, cada uno de los cuales se centra en un modo específico de relación 
entre el sí mismo y el objeto. Las cuatro modalidades posibles son: 
1) La experiencia de ser visto. 
2) La experiencia de ser entendido. 
3) La experiencia de ser escuchado. 
4) La experiencia de que el otro acuerde con uno. 
Se supone que cada uno de los cuatro modos contribuye de una manera 
específica a la experiencia subjetiva del sí mismo del pa ciente. La respuesta 
afirmativa del analista funciona como una suerte de retroalimentación 
emocional proveniente de un objeto o de una representación de objeto que 
busca fortalecer los puntos débiles en los cimientos del sí mismo del paciente. 
Teniendo en cuenta la actualización en la transferencia, el analista puede 
enfatizar un modo sobre otro según cómo formule su respuesta o según sea 
la entonación que ponga en su discurso. Sin embargo, la mayoría de las 
veces, la respuesta afirmativa ocurre en la situación clínica como un fenómeno 
global en el que todos los modos están invo lucrados simultáneamente. 
Además, se puede entender cada modo como una dimensión específica de 
déficit relacional que condiciona la búsqueda de objeto del paciente. Desde este 
punto de vista el paciente es una persona que necesita un objeto capaz de 
proporcionarle una relación que coincida exactamente con el tipo de déficit 
emocional que presenta. Aunque es poco probable que lo encuen tre en la vida 
real, el paciente buscará inconscientemente ese único y solo objeto 
permanentemente. 
Para fundamentar los efectos psicológicos de los modos relacionales antes 
mencionados, propondré una secuencia meta-lógica que tiene lugar en el paciente 
que recibe una respuesta afirmativa. Para cada modo, la lógica es la siguiente: 
1) Soy visto: "Él me ve, por tanto debo ser visible, por tanto existo." Este modo 
sostiene un sentimiento de ser. 
2) Me entiende: "Él me entiende, por tanto soy alguien que puede ser entendido por 
otro, por lo tanto estoy relacionado con alguien." Este modo sostiene un 
sentimiento de relación. 
3) Me escucha: "Él se molesta en escucharme, por tanto debo ser alguien a quien vale 
la pena escuchar, por tanto soy algo." Este modo sostiene un sentimiento de 
sustancia. 
4) Está de acuerdo conmigo: "Él acuerda conmigo, entonces mi punto de vista no es 
algo que surge repentinamente, por tanto hay una razón en lo que digo". Este 
modo sostiene un sentimiento de justificación. 
El impacto a nivel de la experiencia que se busca en los cuatro mo dos podría 
amalgamarse en una especie de declaración interna del sí mismo: "Soy alguien con 
valor propio, que está en relación con otro, y que tiene derecho a serlo." Esto 
expresaría una actitud de agencia. En su película Sasom 1 en spegel (Through a 
Glass, Darkly), Ingmar Bergman (1976) facilita un ejemplo sorprendente de este 
tipo de metalógica. En la última escena de la película, el encantador pero 
narcisista padre repentinamente se vuelve hacia su hijo, quien lo adora pese a 
todo el rechazo expresado por este padre, y por primera vez le habla directamente a 
él. El hecho decisivo para el hijo no es lo que el padre dice, sino el mero hecho de 
que el padre se dirija a él. Es como si el muchacho hubiera sido percibido y 
registrado. Es como si se dijera a sí mismo: "Ahora yo también soy". Su sentimiento 
de revelación se expresa en la última frase del film: "Papá me habló". Debería 
subrayarse que las cualidades de este tipo de experiencia no están mediatizadas a 
nivel conciente y tampoco se relacionan con un proceso de racionalidad cognitiva. 
Como sabemos a partir de la experiencia cotidiana, es mucha información la que 
se procesa y se actúa significativamente sin la intervención de un proceso de 
reflexión concierte. Por tanto las "conclusiones" que el paciente extrae de la 
respuesta afirmativa del analista const ituyen una codif icación emocional 
espontánea. El paciente simplemente lo siente. Como paso posterior la 
enunciación afirmativa, el sentimiento mismo y también el contexto pueden ser 
tema de reflexión y procesamiento en el marco del diálogo terapéutico. 
Se puede describir el efecto psicológico de la afirmación también desde el punto 
de vista de la representación del sí mismo. El concepto de representación del sí 
mismo se refiere a la organización interna de un contenido ideativo, una mezcla 
de imágenes, fantasías y creencias sobre uno mismo. Sin embargo, la respuesta 
afirmativa no apunta al contenido de la representación del sí mismo. Lo que hace 
es dotar a la representación del sí mismo del paciente de cualidades tales como la 
existencia, el apego, el valor y la legitimidad, lo cual remite a los grupos 
constitutivos estructurales y relacionales básicos de la representación del sí 
mismo. Los designaré aquí como grupos constitutivos más allá de todo aspecto 
dinámico. Esto significa que el sí mismo de los pacientes no funcionará como un 
agente representacional y un centro de referencia estable si estos grupos 
constitutivos no están adecuadamente bien establecidos. El paciente no captará ni 
se relacionará significativamente con la interpretación que el analista haga de sus 
deseos inconscientes simplemente porque el paciente no tiene acceso a la 
experiencia del "Yo deseo". En esta situación, el analista se confronta con un 
déficit estructural que debe abordar antes de prestar atención a los derivados 
del conflicto entre las instancias. Para resumir lo dicho hasta ahora: el fin de la 
intervención afirmativa es doble: 
1) Sostener un sentimiento interno de un "Yo" estratégico 
2) Sostener la representación del sí mismo como un centro de referencia y de 
agencia estable. 
 
EFECTO TERAPÉUTICO DE LA AFIRMACIÓN 
¿Cuáles son los efectos terapéuticos que podemos esperar de las intervenciones 
afirmativas adecuadamente mediatizadas? Como ya hemos dicho, el paciente 
que presenta una transferencia deficitaria puede no tener palabras a su. 
disposición para transmitir la calidad de lo que está experimentando. Tal vez 
tampoco pueda captar el impacto emocional de las palabras del analista. Por lo 
tanto, el diálogo terapéutico se vuelve vacío y deja así al paciente en un 
aislamiento sin palabras que obtura cualquier progreso terapéutico. En esta 
situación, puede ser útil aplicar una estrategia afirmativa. Al transmitirle al 
paciente una cualidad de experiencia como la que implica la frase "Puedo entender lo 
que significa ser como usted", el analista contribuye a transformar el estado 
emocional del paciente en algo menos privado. Se vuelve entonces algo que tiene 
forma que puede ser compartido con otro y que —eventualmente— puede ser puesto 
en palabras. Ser entendido rompe el aislamiento y restaura el sentimiento interior 
de un inclusivo "nosotros". Es como si el paciente se dijera a sí mismo: "Acabo de 
llegar del frío". El contacto emocional con el analista se restaura y el paciente se 
siente entonces listo para una exploración terapéutica que vaya más allá. Ésta es 
la ganancia terapéutica más inmediata que se obtiene de una respuesta 
afirmativa. 
La afirmación también puede ser útil para remover la duda parali zante. Aquí 
deberíamos hablar de dos tipos de dudas. Una cosa es la duda originada en un 
conflicto entre instancias. Un ejemplo sería el caso del obsesivo-compulsivo 
donde el superyó ha asumido una fuerza impulsiva tal que hace que los impulsos 
del ello oscilen en un movimiento constante de avance y retroceso. Otra cosa 
es la duda originada en un sentimiento de existencia poco confiable. Mientras 
que el primer tipo de duda se relaciona con una conflictiva inconsciente, el 
segundo tiene que ver con una función yoica deteriorada. Clasificar y decidir 
sobre las impresiones sensoriales presentes es algoque normalmente sucede 
automáticamente a un nivel pre-conciente. Estas funciones yoicas forman el 
basamento estructural para una experiencia del sí mismo confiable. Cuando 
esto está deteriorado o menoscabado, Io que está en juego es la identidad 
misma del paciente, y este necesitará desesperadamente del analista como 
objeto que pueda remover la duda y restaurar un sentido de confiabilidad en la 
experiencia del sí mismo. Para poder responder a esta necesidad, el analista 
debe introducir una secuencia de causa-efecto en su respuesta afirmativa, 
ofreciendo por tanto al paciente la posibilidad de poder verse a sí mismo en pers-
pectiva. Cuando el paciente puede ver el estado de su sí mismo en un contexto 
de hechos naturales y razonables este puede parecerle justificado. De este modo 
es probable que el aspecto vivencia' de la duda desaparezca. Resumiendo, el 
efecto terapéutico inmediato de la afirmación es doble: 
Alivia el aislamiento, con lo cual el analista vuelve a ser emocionalmente accesible. 
1) Reduce la duda, restaurando un estado del sí mismo estable como -2 trasfondo 
referencial. 
La acción conjunta de ambos efectos permite volver a poner a la terapia en proceso 
de funcionamiento y elevar el nivel de diferenciación reflexiva en el discurso 
terapéutico. Estas dos cosas constituyen lo que llamaré las ganancias dinámicas de la 
afirmación en el proceso terapéutico. Desde mi punto de vista, la afirmación 
también puede contribuir a cambios más a largo plazo o a cambios de tipo 
estructural. Lo que designo como atribución errónea de la causalidad es un 
ejemplo de esto. En principio, un niño no tiene una participación intencional en un 
trauma o en una situación de privación, pero puede, cuando organiza 
posteriormente ese contexto traumático, transferirle en forma inconsciente una 
cierta intencionalidad y sentimientos de culpa provenientes de otras relaciones 
conflictivas anteriores a ese hecho. Esto simplemente constituye un intento de 
significar una experiencia que de otro modo le sería confusa y aterradora. Por 
tanto, la atribución errónea de la responsabilidad es una estrategia puesta en 
juego para sobrevivir. En un sentido más profundo, sin embargo, el paciente no 
siente que haya sido un agente activo en todo esto. El analista tiene que enfocar el 
sentimiento prevaleciente de confusión que bloquea el acceso a una experiencia más 
auténtica del sí mismo y no centrarse en la dinámica de la culpa. Para el paciente, el 
primer paso es expresar sus sentimientos internos y convalidarlos. Esto prepara el 
terreno para una corrección a nivel de causa y efecto. Sólo entonces el sentimiento 
de culpa puede ser examinado y entendido por el paciente como una medida 
defensiva. 
Bleichmar (1996) ha explicado cómo los padres transmiten al niño sus propias 
fantasías inconscientes por medio de sutiles mensajes que transmiten no sólo esas 
fantasías sino también la manera en que estos padres se ven a sí mismos y a la 
realidad. "Hay gente que se cría desde una edad muy temprana con mensajes 
concientes e inconscientes del tipo de "nosotros no podemos hacer eso" o "nunca 
seremos capaces de lograr eso" (p. 946). Esto puede servir como un excelente 
ejemplo de déficit en la función parental de espejo. Cuando los padres transmiten 
actitudes como la desesperanza, la impotencia, el vacío, la falta de valor y la falta 
de sentido en su propia auto-imagen inconsciente, el niño se identificará con esas 
mismas cualidades afectivas negativas a un nivel pre-verbal. Todas estas 
actitudes se volverán parte de un estado del sí mismo duradero que afectará la 
experiencia de existencia y de identidad del individuo a lo largo de toda su vida. 
En la situación analítica dichas actitudes aparecen básicamente como un trasfondo, 
como una suerte de modesta melodía ejecutada en una clave menor. Pueden 
llegar a ser tan sutiles, o aparecer tan encubiertas por la actividad contrafóbica y 
por una aparente alegría de vivir, que hasta pueden escapársele al analista. El 
analista corre el riesgo entonces de intentar construir un trabajo analítico sobre 
un sentimiento invasivo de desesperanza no registrado. La invitación del analista a 
buscar el significado subyacente no atrae al paciente. Se lo experimenta como una 
carga empobrecedora con la cine uno tiene que cargar, o simplemente como algo 
dicho de la boca para afuera y que uno debe cumplir mientras espera 
desesperadamente que pase algo real. Nuevamente la regla terapéutica es: lo 
primero es lo primero. El estado de sentimiento subyacente actúa como la 
fuerza impulsora más inmediata y hay que traerlo a la superficie. Hay que 
señalarle ese sentimiento subyacente al paciente delicadamente y se debe tratar 
de lograr compartir y entender empáticamente lo que ese sentimiento implica. 
Una vez convalidado el sentimiento de desesperanza, el paciente puede 
comenzar a examinar cómo este sentimiento se volvió preponderante, cómo se 
ha identificado con sus padres y cómo ha continuado sintiéndose así, a pesar de 
ciertas experiencias que contradicen su visión negativa de la vida. 
Probablemente la razón para esta repetición es que el sí mismo internalizado en 
una edad temprana se sostiene para consolidar un sentimiento interior de 
continuidad en la experiencia de la existencia. Esto coincide con la concepción de 
Sandler de seguridad. El hombre siempre buscará conciente o inconscientemente 
un trasfondo de seguridad (Sandler, 1960). Sin embargo, lo que vuelve una 
relación segura no es la benevolencia primaria o la estabilidad, sino los 
elementos de familiaridad. Estar familiarizado con algo significa que la persona 
ha desarrollado estrategias que le permiten lidiar con la situación. Eso es lo que 
vuelve una situación segura. Por tanto tenemos que pensar que aunque sea 
doloroso, el sentimiento de desesperanza trae aparejado un cierto significado, 
que preserva a la representación del sí mismo de la discontinuidad y de la 
desesperación. A su debido tiempo, sin embargo, se debe abordar esa función 
defensiva del sí mismo mediante la interpretación. El analista debería interpretar 
también de qué manera el paciente inconscientemente proyecta la desesperanza 
en la transferencia para inducir culpa en el analista y poder así vengarse en una 
representación de objeto que proyecta transferencialmente. Dado que estamos 
tratando con los efectos posibles de la afirmación a largo plazo, no podemos 
esperar que surjan cambios repentinamente. Por el contrario, la alternancia de 
intervenciones interpretativas y de intervenciones afirmativas tiene que tener 
lugar una y otra vez a lo largo de un tiempo. El sujeto abandonará la restricción 
defensiva de su campo de experiencias sólo con mucha reticencia y se abrirá 
entonces a experimentar nuevos tipos de sentimientos relacionados con objetos 
en su relación con el analista. 
LA VOZ DEL ANALISTA 
¿Como afirma el analista el estado del sí mismo del paciente en el contexto 
clínico? Para contestar esta pregunta, pienso que es útil ver las relaciones humanas 
desde el punto de vista de la comunicación. El sujeto está siempre en un diálogo 
afectivo, intercambiando mensajes significativos, con "otros" internos y externos. 
El diálogo tiene lugar a un nivel tanto conciente como inconsciente y puede 
expresarse por medio de palabras, por medio de la entonación, la expresión 
facial, los gestos y por patrones de tensión corporal. El "habla" del sujeto 
siempre se dirige a otro así como es un otro quien habla al sujeto en el propio decir 
del sujeto. La escucha del analista se orienta hacia aquellos escenarios de diálogo 
inconsciente que están profundamente enraizados en el pasado del pac iente y 
que se actualizan transferencialmente en el diálogo entre el paciente y el 
analista. El analista está escuchando los diálogos que están por detrás de los 
diálogos (Gullestad y Killingmo, 2002). 
¿Qué clase de mensaje del analista sintonizará mejor entonces con el escenario dediálogo subyacente de un paciente que presenta una transferencia deficitaria? 
Antes que nada podemos afirmar con certeza que cuestionar al paciente no es la 
manera de llegar a ninguna parte. La pregunta, como formo lingüística, tiene 
muchas implicancias psicológicas. Aquí mencionaré solamente dos. Primero, al 
hacerle a alguien una pregunta, quien interroga, adopta una parte activa en el 
diálogo, mientras que a quien debe responder se le asigna un rol pasivo. Al efectuar 
una pregunta al paciente, el analista puede aparecer fácilmente en la transferencia 
como una representación de objeto dominante, demandante o arrogante, 
transmitiendo así a la representación del sí mismo del paciente un sentimiento de 
dependencia, de debilidad y de imposibilidad de ser agente. En segundo lugar, la 
pregunta como forma lingüística acota el decurso asociativo. Si posicionamos al 
paciente en el rol de ser quien responde, le estamos asignando una tarea a cumplir. 
Tiene que concentrarse, que seleccionar y que decidir sobre ciertas alternativas. 
Este es un proceso cognitivo que es totalmente contrario a la apertura de un 
curso asociativo más suelto que eventualmente pueda conducirnos al auténti co 
estado del sí mismo del paciente. Interrogar no es un medio para transmitir 
ninguna cualidad afirmativa sino que es una manera de transmitir un cierto tipo de 
relación y una cierta forma de cognición que bloquea el acceso a los sutiles matices 
de la experiencia del sí mismo que es lo que realmente está en juego. 
Los analistas están acostumbrados a comunicarse por medio de la palabra. 
Prácticamente darnos por sentado que el paciente captará el -, contenido de una 
interpretación transmitida a un nivel semántico. 
Ciertamente, las respuestas afirmativas pueden ser transmitidas por medio del 
contenido de las palabras. Pero, para tener un efecto realmente afirmativo, las 
palabras del analista deberían ser simples y directas. Es probable que las 
explicaciones extensas queden por fuera del estado del sí mismo del paciente y 
lo dejen aún más aislado emocionalmente. Una enunciación simple como 
"entiendo" puede llegar al paciente. Pero esta formulación también puede 
volverse fácilmente un cliché emocionalmente vacío que no aporta ningún 
feedback afirmativo al paciente. El punto importante es que el paciente que 
presenta una transferencia deficitaria no está preparado para recibir o compar -
tir mensajes declaratorios. Este nivel de comunicación no es nada más que una 
mera forma social para él. Lo que necesita es comunicar la cualidad especial de 
su experiencia a otro y recibir de ese otro una respuesta que le aporte significado 
a la experiencia de su sí mismo. Es una cuestión de intersubjetividad, de 
compartir una experiencia con otro ser humano que vive en un paisaje interno 
desolado y que carece del sentimiento más profundo del "Yo soy". Por tanto, 
para que una respuesta afirmativa funcione terapéuticamente, no puede ser solo 
una frase o un artificio técnico, sino que tiene, que expresar una auténtica 
experiencia en el analista. La actitud del analista debería (comunicar que 
acuerda con el estado del sí mismo del paciente como si le estuvie ra diciendo: 
"No pido nada. Ni siquiera escucho lo que está diciendo. Sólo lo escucho a USTED." El 
analista escucha el sí mismo potencial del paciente. La presencia emocional del 
analista debe ser calmada, rumiante y estar marcada por una forma de escucha 
contenedora, absolutamente despojada de cualquier forma de meta comunicación 
exploratoria. En términos metafóricos: el signo de puntuación que marca la 
interpretación es el signo de interrogación, mientras que el que marca la 
respuesta afirmativa es un punto aparte. 
Lecours y Bouchard dicen: "...todos los contenidos psíquicos pueden situarse en un 
continuum de calidad "mental" creciente, delimitado por los polos de la 
somatización y del insight." (1997, p. 857). El lenguaje declarativo semántico una vez 
transformado por las reglas lingüísticas, la representación simbólica y los códigos 
culturales está cerca del polo del insight. Este nivel de comunicación está demasiado 
distante del polo corporal para el paciente que presenta una transferencia 
deficitaria. Es aquí donde la entonación y la calidad del sonido de la voz del 
analista pasan al primer plano. Todos los analistas pueden dar testimonio de la 
importancia de una interjección como "mhmm", tal vez la más frecuente de to das 
las intervenciones terapéuticas posibles. Dependiendo de la calidad del sonido, 
esta simple emisión vocal puede transmitir al paciente una respuesta afirmativa 
similar al mensaje: "Sí, esa es la manera como usted siente, ese es el modo como 
uno puede sentir, estoy de acuerdo con eso. Lo acepto sin reprochárselo. Ese es 
el modo en el que uno puede sentir en un mundo como éste. Aun estoy de su 
lado. No lo dejo solo."(Killing, 1995 p. 513). El punto es que este complejo 
mensaje emocional no habría sido recibido por el paciente si se lo hubiera 
expresado en palabras. Solo el tono mismo de la voz del analista puede abrirse 
paso a trav é s d e l e s t a d o d e l s í m i s m o n o m e n t a l i z a d o . 
Fonagy (1971) ha proporcionado una teoría que abarca la relación que existe 
entre el sonido del habla y el afecto. El habla se compone de secuencias de fonemas 
que expresan mensajes codificados a partir de un código lingüístico. Este código es 
arbitrario y no implica ningún valor emocional a priori. Sin embargo, el habla está 
también codificada sobre la base de un código paralingüístico el cual, a diferencia 
del código lingüístico, representa maneras universales de expresar las emociones. 
Por tanto el sonido del habla también representa un mensaje actitudinal 
independiente. Siguiendo la teoría de Fonagy podemos asumir que el in fante, por 
medio de la entonación, es capaz de comunicarse afectivamente con su medio 
mucho antes de poder expresar la intencionalidad por medio de fonemas 
diferenciados. La entonación puede concebirse como un lenguaje arcaico 
constituido por estados relacionados con la experiencia emocional que están 
asociados a imágenes acústicas y al tono muscular. De esto podemos concluir: 
1) La entonación es una forma de comunicación somática de mensa jes afectivos. 
2) La entonación es una forma de comunicación que transmite significado afectivo 
de un modo directo sin el rodeo que representan los símbolos del lenguaje 
semántico y el significado culturalmente codificado. 
En la práctica clínica el analista puede usar la entonación como un medio de 
fortalecer el efecto afirmativo de las respuestas que formule verbalmente. Esto 
parece coincidir con lo afirmado por Steiner; "La entonación que uno decide 
adoptar, en sus aspectos positivos, contribuye en gran medida a la incorporación 
de un núcleo afectivo formado por nuevos objetos internos o por estados del ser y a 
la revitalización de los objetos internos y los estados del ser más antiguos a fin de 
permitir que se forjen nuevos eslabones." (1987, p. 269). A través de la 
entonación ambos participantes del discurso terapéutico utilizan un lenguaje 
donde el afecto está mayormente representado como sensaciones somáticas y 
donde el significado afectivo se comunica en la calidad misma del sonido ….. el 
contenido semántico. La esencia es que tanto el analista como el paciente 
compartan su modalidad de comunicación del afecto. Concluiré diciendo que la 
entonación se revela así como la manera más apta para abordar los estados 
relacionados con la experiencia del afecto no mentalizado. 
 
LA AFIRMACIÓN Y LA MENTALIZACIÓN ESTÁN CONECTADAS 
¿Cómo se produce la mentalización? Según Freud debe ocurrir un proceso de 
ligazón (bindung) (Freud, 1911). Los afectos experimentados somáticamente están 
ligados a representaciones mentales. Sin embargo, el concepto de bindung, en la 
explicación de Freud, no parece ser un concepto muy definido, y se refiere 
mayormente a ligar la energía, no el afecto. Podemos especular también sila noción 
de enlace refleja una forma mecanicista de pensar: En primer lugar existen dos tipos 
de propiedades como elementos separados. El término enlace fue acuñado para 
conectarlos. Hoy esto nos parece una forma de pensar perimida. En vez de 
presuponer una separación inicial entre las representaciones somáticas y las 
representaciones mentales, adoptaré la posición que sostiene que ambas 
constituyen desde el principio una unidad global. Esta unidad Se diferencia 
gradualmente. El proceso de organización permite "...la emergencia de contenidos 
mentales y estructuras de niveles de complejidad creciente, que llevan a la simbolización 
y a la abstracción." (Lecours y Bouchard, 1997, p. 857). Esto coincide con un principio 
general del desarrollo que sostiene que los niveles crecientes de funcionamiento del 
yo implican cambios cualitativos tanto en el plano funcional como a nivel de la 
experiencia. Al adoptar esta posición, podemos argumentar que no hay necesidad 
de un concepto de enlace o ligazón. Tampoco es un dato tan importante en la 
transformación de los sentimientos asociados a la excitación somática en 
representaciones mentales. Además, la representación del afecto y la representación 
del sí mismo se desarrollan a partir de la misma matriz y tienen lugar gradualmente 
como parte de un proceso de diferenciación del yo que tiene lugar dentro de un 
campo relacional intersubjetivo. 
Todo lo dicho hasta ahora me ha demostrado que la tarea primaria de la afirmación 
es convalidar el estado del sí mismo del paciente. Sin embargo, al ofrecer una 
respuesta afirmativa el analista no está simplemente igualando la experiencia del 
paciente. Así como el objeto es capaz de formular, ya sea en palabras o por medio de 
la entonación, un reconocimiento preciso del estado emocional del paciente, el 
analista constituye también un paso adelante en el nivel de mentalización del 
paciente. Por tanto, el analista sirve como modelo para la identificación espontánea 
del paciente con un nivel de funcionamiento del yo más diferenciado, lo cual 
incrementa su capacidad para mentalizar. Esto parece coincidir con la opinión 
desarrollista de Fonagy y sus colaboradores (2002): "A fin de sacar al chico de esa 
modalidad de equivalencia psíquica y llevarlo a una modalidad mentalizante, la 
reflexión analítica, de cualquier orientación, no puede limitarse solamente a "copiar" el 
estado interno del niño, tiene que ir más allá y dar un paso más, ofreciendo una re-
representación que sea diferente pero untos apropiada en términos de la experiencia." 
(pp. 288-289). Uno de los puntos principales en este tema es que las 
intervenciones afirmativas no enfocan los contenidos ideativos como sucede con las 
intervenciones interpretativas de un conflicto. La afirmación se relaciona con cómo 
trabaja la mente, o sea que se relaciona con las partes constitutivas básicas de la 
experiencia de afecto y la representación del sí mismo. A medida que la diferenciación 
estructural de la representación del sí mismo aumenta con el tratamiento 
psicoanalítico, es esperable que se produzca un proceso lento y gradual de 
mentalización en y como función de la interacción terapéutica en la cual se debe 
incluir un modo afirmativo. 
 
CONCLUSIÓN 
Dependiendo de la calidad de la transferencia, el analista tiene que oscilar entre 
dos estrategias, la interpretación y la afirmación. En la práctica clínica estas 
estrategias no deberían diferenciarse demasiado. Los derivados del afecto no 
mentalizado y los derivados del afecto que se han organizado en forma de 
conflicto pueden combinarse en patrones complejos. Por lo tanto no deberíamos 
pensar en términos de interpretación o afirmación. El analista debe estar abierto a 
modos relacionales intermedios, o sea a interpretaciones con un sesgo afirmativo 
y viceversa. No obstante, cualquiera sea la combinación de ambas, la manera 
más directa de transmitir este sesgo afirmativo es por medio de la entonación. A 
veces, la cualidad misma del sonido de la voz del analista puede abrirse paso a 
través de ese aislado estado del sí mismo que está presente en los afectos no 
mentalizados. 
 
BIBLIOGRAFÍA 
BERGMAN, 1. (1976): Ansikte mot ansikte (Face to Face), Estocolmo: Pan /Norstedts 
BLEICHMAR, H. (1996): Some subtypes of depression and their implications for 
psyclioanalytic treatment. Int. J. Psyclioanal., 77, 935-961.

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