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Libro Psicologia y politicas publicas - cap 4-pa ginas-101-120

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Capítulo 4 
Salud Mental o lo mental 
en las políticas de salud.
Consideraciones generales básicas
La ruptura cartesiana es habitualmente señalada como el principal hito 
que, en la modernidad, sitúa a la razón como fundamento que permitirá dis-
tinguir el conocimiento científico del conjunto de especulaciones teológicas 
o metafísicas.
Pero la fundante disociación que el pensamiento cartesiano inaugura (res 
cogitans y res extensa) dará expansión al progresivo desarrollo de un enfoque 
epistemológico (surgido de la revolución copernicana, en la cual participaron 
Kepler y Galileo y que coronó Newton) que:
a) tomará como criterio y prueba de verdad lo que es comprobable o veri-
ficable objetivamente, originando esto el desarrollo del paradigma cen-
trado en las ciencias naturales que se dará a conocer más tarde con la 
denominación de positivismo;
b) producirá una brecha insalvable entre sujeto y objeto, este último iden-
tificado como naturaleza que será controlada, medida, sometida según 
el arbitrio y la lógica de una creciente explotación económica;
c) contribuirá a plantear la idea de experimento como método regio y a 
menudo excluyente para calificar el grado de comprobación científica;
d) comprenderá el análisis y fragmentación creciente de los hechos como 
un medio para acceder a explicaciones más predictivas, tales que per-
mitan aumentar las posibilidades de control sobre la realidad (Morin, 
1994).
Desde estas perspectivas el ser humano comienza a ser considerado de for-
ma análoga a la máquina, dado que este era el modelo que permitía com-
prender el universo astronómico, el mundo de las cosas y los seres vivientes. 
Se buscaba explicar todos los procesos de acuerdo a los conocimientos prove-
nientes del campo de la física, aunque este intento chocaría con límites porque 
numerosos fenómenos no podían ser incorporados a este paradigma o com-
prendidos desde el mismo, tales como el proceso de digestión o el desarrollo 
y diferenciación celular que hacían necesaria una integración distinta en la 
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PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
explicación de la relación del todo con las partes. Se trataba, asimismo, de ha-
llar el asiento empírico de aquello que animaba el cuerpo (Descartes se afanó 
durante años para localizar el alma y creyó situarla en la glándula pineal), ge-
nerándose, entre otras cosas, el mito del fantasma en la máquina que, al decir 
de Koestler, se convertirá en uno de los supuestos fundantes del tratamiento 
de “lo mental” (Ribes, 1990).
La pregnancia del modelo mecanicista atravesará distintas épocas, y se apli-
cará a distintos niveles de análisis e intervención. Así, acompañará el enfoque 
acerca del funcionamiento del cuerpo humano, las concepciones acerca de las 
organizaciones según las doctrinas taylorista y fayolista acerca de la adminis-
tración del trabajo y, más recientemente, en la concepción de la lógica que 
rige para explicar distintos procesos económico-sociales, tales como la especu-
lación desenfrenada propia del capitalismo financiero que resulta dominante 
en el orden económico globalizado (Capra, 2003).
El dualismo mecanicista también ha permitido que, comenzado ya el siglo 
XXI, ciertas teorías psicológicas continúen sosteniendo la idea de un incons-
ciente concebido según el modelo de la física y en situación de aislamiento 
autónomo de los componentes neurobiológico, cognitivo, mnémico, etoeco-
lógico y socioambiental –por denominar sólo algunos de los que integran el 
complejo sistema constituyente de todo ser humano–. El conocimiento de los 
procesos vitales comienza a fragmentarse en ámbitos de subespecialización, 
como si fuera posible explicar el todo desde el análisis fragmentario de cada 
una de sus partes, contradiciendo los estudios que señalan la importancia de 
develar los patrones de autoorganización como requisito básico para compren-
der los fenómenos de surgimiento y transformación de lo viviente.
Este dualismo y mecanicismo fragmenta al ser humano, lo transforma en 
un irreal sistema cerrado al que descompone en forma tal, para su estudio, que 
en realidad termina volviéndolo incomprensible. Conduce además al supuesto 
de que para comprenderlo es necesario dividirlo y subdividirlo hasta niveles 
de explicación irreductibles y que la reparación de su mal funcionamiento es 
tarea reservada a cada uno de los supuestos especialistas que se dedican a estu-
diar y componer a cada una de las piezas que conforman el conjunto.
Asimismo, la idea de máquina (cuyo modelo más acabado era el reloj de 
motor a muelle real y a muelle espiral, que datan de mediados del siglo XIV 
y comienzos del XV, respectivamente) implica la posibilidad del diseño y la 
acción desde intervenciones externas, sin atender lo suficiente a la lógica in-
terna de los procesos de transformación y cambio de naturaleza autogestiva 
(autopoiesis) propia de los seres vivos, cuya condición esencial es que, en tanto 
especie y a diferencia de las máquinas, tienen la facultad de producirse y re-
producirse continuamente a sí mismos. (Maturana, 1980). Esta dinámica de 
autoorganización acompaña todas las formas y manifestación de lo viviente, 
desde aquellas más simples o elementales hasta aquellas dotadas de mayor 
complejidad e integración.
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Diversos movimientos filosóficos e ideológicos se contrapusieron a este 
modelo maquinal y reduccionista que amenazaba con involucrar a todas las 
esferas de lo viviente. Cabe destacar aquí las distintas corrientes vitalistas y/o 
naturalistas que, aún siendo prevalentes en extensos períodos, tanto en el pen-
samiento científico como en el saber popular, resultarán sofocadas y restringi-
das por la vigencia del paradigma racional-mecanicista (Luz, 1997). También 
el romanticismo (como movimiento con fuerte impacto en el área de las letras 
y las artes, ámbito en que las estructuras del poder fueron más permisivas para 
su visualización por parte de la sociedad) fomentará la recuperación de los 
aspectos afectivos y/o emocionales que habían sido cancelados por la visión 
racionalista y, junto a las propuestas surgidas de la misma raíz nietzcheana, 
promoverá un cuestionamiento a los supuestos básicos que cimientan el enfo-
que de la modernidad racionalizadora: orden, progreso, certidumbre, verdad. 
Simultáneamente, importantes autores comienzan a enfocar sobre aquellos 
factores históricos, sociales y políticos que permiten comprender los saberes y 
prácticas que resultan hegemónicos en determinados momentos del desarrollo 
histórico, relativizando la concepción misma acerca de lo normal y lo patoló-
gico (Canguilhem, 1986).
Dentro del primer tercio del siglo XX comenzaron a surgir, desde distintas 
disciplinas y perspectivas científicas, las líneas de pensamiento que permitie-
ron comprender la naturaleza sistémica de la vida y lo que ella involucra. 
En términos generales, se fue abandonando la física como última ratio en la 
búsqueda de comprensión de los fenómenos que eran objeto de estudio de 
las ciencias y ese lugar pasó progresivamente a ser ocupado por las ciencias 
de la vida: la biología, la psicología y la ecología (Capra, 1998). Este proceso 
dio lugar a un nuevo paradigma que ha llegado, inclusive, a influir en la física 
misma y es en las instancias más avanzadas de los estudios cuánticos que hoy 
se observa una interpenetración tan profunda entre ambos campos que llevó 
al eminente físico David Bohm a manifestar que:
…en cierto sentido, la consciencia (que consideramos incluye el pensamien-
to, el sentimiento, el deseo, la voluntad, etcétera) debe estar comprendida 
en el orden implicado, juntamente con la realidad como un todo. Es decir, 
estamos sugiriendo que el orden implicado se aplica tanto a la materia 
(viviente y no viviente) como a la consciencia, y que, por consiguiente, esto 
hará posible una comprensión de la relación general entre ambas, por lo 
cual seremos capaces de llegar a cierta noción del fundamento común de 
ambas…” (Bohm, 1987).
Los desarrollos enciclopédicosefectuados en la segunda década del siglo 
pasado por Aleksandr Aleksandrovich Malinovskij, más conocido por Alexan-
der Bogdanov, con relación a una ciencia universal de la organización, que él 
denominó Tektología, dieron pie a los primeros trabajos del biólogo Ludwig 
von Bertalanffy y a su posterior Teoría General de los Sistemas, publicada en 
1950, todo lo cual implicó una profunda transformación de la biología y la 
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PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
construcción del primer soporte real a la posibilidad de perspectivas transdis-
ciplinarias.
Los avances de Max Wertheimer, Kurt Koffka, Wolfgang Köhler en el cam-
po de la psicología científica, y más tarde de Kurt Lewin, influidos por las con-
cepciones físicas de Ernst Mach –que ya en 1893 enunciaba, con relación a la 
inercia en el Universo, que cada partícula del universo ejerce una influencia 
sobre todas las demás partículas– y tomando en cuenta los planteos iniciales 
de Christian von Ehrenfels, efectuados en 1890, con respecto a lo que el de-
nominó teoría de la gestalt, o sea, teoría de la configuración, dieron origen a la 
psicología de la gestalt o psicología de la forma como se la ha conocido en los 
países de habla hispana. Uno de los supuestos más importantes de esta teoría 
es que los seres humanos no perciben las cosas como elementos aislados y no 
relacionados entre sí, sino que los organizan durante el proceso de percepción 
en un conjunto de elementos significativos.
Alrededor de 1860 el zoólogo Isidoro Geoffroy St. Hilaire y el naturalista 
St. Jorge Jackson Mivart desarrollaron un enfoque para el estudio de los seres 
vivos al que llamaron etología y lexicología, respectivamente, caracterizándolo 
como la investigación de las relaciones de los organismos dentro de la familia, 
la sociedad, la comunidad y el ambiente. Estos avances otorgaron el sustento 
conceptual que permitió al biólogo Ernesto Haeckel, en 1866, sistematizar lo 
que hoy se conoce como ecología –justamente a Haeckel se debe esta deno-
minación que viene del griego “oikos”, casa o lugar para vivir–. A su posterior 
desarrollo aportaron científicos como Augusto Thienemann y Charles Elton, 
desde fines del siglo XIX y principios del XX, culminando con los trabajos 
de Eugenio Odum quien en 1950 posicionó a la ecología como una ciencia 
integrativa. Debemos a la ecología conceptos fundamentales como cadenas 
y ciclos tróficos, los superorganismos, el ecosistema como comunidad de or-
ganismos y entorno físico interactuando como unidad ecológica, la biosfera, 
la idea de red como entretejido interdependiente de fenómenos (la trama de 
la vida), como redes de redes interactuando a distinto nivel de complejidad 
(Odum, 1970; Capra,1998).
Estas tres grandes corrientes de conceptuación e investigación científica 
(psicología, biología y ecología) convergieron para dar origen a un nuevo para-
digma, una forma de ver y comprender sistémica y holísticamente los fenóme-
nos relacionados con la vida. Es sobre esta plataforma intelectual y científica 
que pudo fructificar el pensamiento y la investigación de científicos como 
Humberto Maturana, Francisco Varela y Gregory Bateson que permitieron 
comprender que lo mental es inherente a toda forma de vida, animal y vegetal. 
A estos nombres y desarrollos se suman muchos más, tales como los de 
Edwin Schrödinger, Werner Heisenberg, James Lovelock, Lynn Margulis, 
Fritjof Capra, Heinz von Foerster, Henri Atlan, Benoît Mandelbrot, Warren 
McCulloch, Ilya Prigogine, Rupert Sheldrake, Charles Tart, John Eccles, Karl 
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Popper, Stanislav Groff, Ronnie Laing, Ernst Schumacher además de otros 
biólogos, ecólogos, físicos, psicólogos, químicos, economistas, antropólogos, 
biofísicos. En suma, es tan extensa la nómina de científicos que produjeron y 
producen información rigurosa, entrelazada en cuerpos teóricos sólidos, ho-
lísticos y sistémicos, que no queda más que asombrarse del poder ilógico de 
perpetuación del sustrato profundo del mecanicismo newtoniano y la concep-
ción dualista cartesiana conque la mayoría de los profesionales se aproximan a 
la comprensión de la vida y a la resolución de los problemas que en este orden 
se plantean.
Setenta u ochenta años fue el tiempo necesario para que los sucesivos des-
cubrimientos y formulaciones científicas, por ejemplo, en el campo de la física 
y la astronomía –tales como los desarrollos mecanicistas de Newton, electro-
magnéticos de Maxwel y relativistas de Einstein– llegaran a los laboratorios 
de investigación y a los observatorios desplazándose uno a otro en el orden 
anotado. Así como nadie montaría hoy un observatorio teniendo como marco 
teórico de referencia la física de Newton, es difícil imaginar para un futuro 
próximo que se desarrollen estrategias de acciones para atender la salud de 
individuos y poblaciones sin rescatar las profundas interconexiones e interde-
pendencias entre el sustrato biológico corporal, la integración conductual y los 
determinantes que obran en el ambiente, todo integrado en y con el sustrato 
mental.
Innegablemente, si bien debe reconocerse una demora lógica en el tránsito 
entre las construcciones provenientes de las ciencias básicas al terreno de las 
ciencias aplicadas, el tiempo transcurrido sin resultados en el caso de la cien-
cias de la vida y su potencial aplicación al campo de la salud resulta un lapso 
exagerado, sobre todo cuando se está imbuido de la comprensión de que la 
ciencia debe colocarse al servicio de la humanidad y no al de sectores cuya 
motivación principal es el acrecentamiento del poder o del lucro sectorial.
Varias consecuencias plantean tales corrientes de pensamiento acerca de 
las concepciones sobre la salud y la enfermedad, así como sobre lo normal y 
lo patológico, tema sobre el cual se ha abocado la epistemología moderna. Tal 
como revisó Canguilhem (1970), la discusión acerca de lo normal será plan-
teada en el plano social a través de pensadores como Comte y Durkheim, y en 
el plano de la medicina a través de figuras como Claude Bernard, imbuidos 
todos ellos por una filosofía del progreso en el plano del conocimiento cientí-
fico y de su aplicación a la resolución de los problemas prácticos que afrontaba 
la humanidad.
En efecto, los más notables científicos de la modernidad se han afanado 
por delimitar y medir los estados de enfermedad mucho más que el inasible 
concepto de salud. Acaso porque, remedando a la concepción popular que nos 
indica que percibimos la salud cuando nos falta, la enfermedad se impone con 
toda su evidencia objetiva, tanto en los individuos como en las comunidades 
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PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
que la padecen y porque la salud, tal como pensara Leriche ha sido represen-
tada como “la vida en el silencio de los órganos5.
Así se ha pensado por siglos, tanto con relación a la salud individual como 
a la colectiva, que la salud es ausencia de enfermedad más que un estado po-
sitivo de bienestar y adaptación funcional al entorno. Contrasta, por ejemplo, 
la gran cantidad de trabajos descriptivos y/o explicativos tendientes a carac-
terizar los estados de enfermedad con la casi inexistente diferenciación de los 
estados de salud, como si ésta apenas pudiera concebirse de otro modo que 
como desviación basal de los estados anormales o patológicos.
Tiene tanto relieve esta ausencia científico-cultural que comenzando el 
tercer milenio de nuestra era, se contrasta una sobre abundancia de teorías 
de la enfermedad (patología) con una carencia total de teoría de la salud (hi-
giología). Se habla permanentemente del proceso de salud-enfermedad pero 
mientras no se haya construido una higiología este proceso será comprendido 
sólo como enfermedad (ausente o presente pero, en definitiva, siempre vigente 
al menos en potencia).
La salud ha sido homologada, más tardíamente, con el concepto de bien-
estar en sus principales dimensiones, pero entendida, de forma poco realista, 
como un estado de completo o absoluto bienestar, planteando una escisiónirremediable con todas las situaciones vitales en que, en la realidad cotidiana, 
transcurre la vida de cada uno de los individuos y los grupos que más bien 
vivencian una tensión entre lo deseable utópicamente y lo realmente actual.
El bienestar resulta una sensación subjetiva de muy difícil traslación a un 
plano objetivo; por lo cual su indagación ha debido realizarse siempre a través 
de instrumentos de medición que implican la percepción del sujeto (escalas, 
cuestionarios u otros instrumentos que se aproximan al constructo salud en-
fatizando diversas dimensiones significativas del mismo), razón por la cual 
alguno de los principales críticos impugnaron este enfoque señalando que no 
tomaba en cuenta dimensiones tales como la capacidad de rendimiento fun-
cional (Terris, 1986).
En la conceptuación de la salud aparecen, asimismo, distintas vertientes 
de categorización:
a) Las que destacan principalmente su carácter de horizonte o estado a 
alcanzar.
b) Las que caracterizan la salud no como un resultado final sino como un 
proceso en el cual está implícito el afrontamiento de situaciones vitales 
5 Consciente de las dificultades que presentaba la conceptuación de la salud, el filósofo 
Canguilhem (2004) acudía a una cita de Diderot en la que sintetizaba los arduos esfuerzos 
que demandaba cernir satisfactoriamente el concepto: “Cuando uno está sano, ninguna 
parte del cuerpo nos instruye de su existencia; si alguna de ellas nos avisa de esta por medio 
del dolor es, con seguridad, porque estamos enfermos; si lo hace por medio del placer, no 
siempre es cierto que estemos mejor”.
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o, como bien dice la definición de la Unión Europea, como un recurso 
para la vida cotidiana.
c) Las que caracterizan a la salud y la enfermedad como estados discretos 
o discontinuos (Sánchez Moreno, 2000).
d) Las que la consideran como un proceso progresivo, en donde se observa 
la ausencia de patología en un extremo y la situación de máxima pato-
logía en el otro.
En otro orden de agrupamientos se identifican las dimensiones que son 
tomadas en consideración. En algunas aproximaciones se alude a la dimensión 
subjetivo-corporal o a un concepto de bienestar que implica la conformidad 
entre los aspectos biológicos, psicológicos y sociales, mientras que en otras se 
trata de introducir nociones relativas a los esfuerzos e iniciativas que adopta 
la sociedad y el Estado para proteger o promover la salud de las comunidades.
Dado que los instrumentos técnicos que permiten lograr información 
acerca de lo que está presente en la comunidad (y he ahí la etimología ca-
bal del término epidemiología) en realidad dan cuenta acerca de cuáles son 
las enfermedades que sufren las personas más que el estado de salud de las 
mismas, se presentan grandes dificultades para identificar las condiciones o 
determinantes que se sabe que están asociados con un mayor nivel de salud o 
bienestar en el nivel colectivo (por ejemplo, indicadores tales como el desarro-
llo neurocognitivo de los niños, la condición neurocognitiva de los viejos, la 
funcionalidad de los sistemas familiares, el grado de asociatividad presente en 
la comunidad, etc.).
A partir de las consideraciones precedentes, surge la definición construida 
por la cátedra I de Salud Pública/Salud Mental de la Facultad de Psicología de 
la Universidad de Buenos Aires, que se incluyó tempranamente –en 1988– en 
el programa oficial de la misma:
Salud es la situación de relativo bienestar físico, psíquico, social y am-
biental -el máximo posible en cada momento histórico y circunstancia so-
ciocultural determinada-, considerando que dicha situación es producto 
de la interacción permanente y recíprocamente transformadora entre las 
personas (entidad bio-psico-socio-cultural) y sus ambientes humanos (enti-
dad psicosociocultural, bío-físico-química y económico-política), teniendo 
en cuenta que estos componentes integran a su vez el complejo sistema de 
la trama de la vida.
Algunas otras conceptuaciones fundamentales que permiten un enriqueci-
miento de la caracterización de la salud son las siguientes:
a) Es un fenómeno multidimensional, ya que en sus emergentes y de-
terminantes podemos distinguir variables e indicadores de naturaleza 
biológica, psicológica, cultural, social; lo que impone su análisis desde 
un paradigma centrado en la complejidad que destaque los procesos de 
causalidad y retroacción circular y evite toda forma de reduccionismo 
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PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
simplificante que desvirtúe la índole compleja de los procesos bajo es-
tudio.
b) Se trata de un fenómeno contextual, cuyas manifestaciones se organi-
zan a muy distintos niveles de complejidad y jerarquización (células, 
tejidos, órganos, aparatos, organismo[en todo lo cual materia y mente 
implican una uni-dualidad], agrupamientos de organismos, comuni-
dades, agregados sociales) cada uno de los cuales exhibe propiedades 
emergentes que no son reductibles a las partes que lo componen; de-
biéndose evitar por ello toda explicación que incurra en el problema 
de la falacia ecológica o la trasposición de explicaciones de un nivel de 
mayor agregación a otro de menor agregación o viceversa.
c) Es relativa, pues sus manifestaciones en el individuo, el grupo o el agre-
gado social están condicionados por factores o atributos que le otorgan 
singularidad en cada momento histórico, debiéndose por ello evitar la 
tentación de concepciones absolutistas o hegemónicas sobre la salud y 
la normalidad que nieguen el respeto a la diversidad biológica, social y 
cultural.
d) Implica una situación de equilibrio inestable, o sea, en continuo pro-
ceso, pues se manifiesta en distintos grados o situaciones desde un polo 
que oscila entre el ideal utópico de máxima salud hasta una situación de 
máxima enfermedad, casi confundiéndose este último con la extinción 
de la vida del organismo humano; debiéndose por ello considerar todas 
los instrumentos y estrategias que, dentro de lo ético, permitan aproxi-
marse a su estudio y ensayar las intervenciones necesarias evitando toda 
concepción sustancialista acerca del estar sano o estar enfermo.
e) Es axiológicamente positiva, pues la salud es considerada en todas las 
culturas y concepciones filosóficas o religiosas como un bien personal 
y social; hallándose por lo tanto asociada durante los últimos tiempos 
a la idea de un derecho humano que la misma sociedad debe esforzarse 
por garantizar o promover. Esta razón impele a evitar toda concepción 
que restrinja el valor de estar sano a un asunto o responsabilidad mera-
mente individual o privada para cuestionar acerca de la responsabilidad 
que tiene el colectivo social de asegurar tanto la protección de niveles 
mínimos de asistencia sanitaria como el derecho a un medio ambiente 
salutógeno.
Salud y salud mental
Hasta acá se ha tratado la temática de la salud como una unidad, en per-
manente proceso o de forma discreta. Se han planteado o señalado diversas 
cuestiones, pero siempre desde una perspectiva globalizadota o integral del 
fenómeno salud.
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También se trató el tema de las especializaciones que descomponen el todo 
en múltiples componentes o partes. Aún cuando no se lo mencionó, de ahí 
surgen desarrollos y prácticas tales como la gastroenterología, la otorrinola-
ringología, la oftalmología, la cardiología, la angiología que configuran las 
especialidades médicas, y se observa también extremos como la creación de 
facultades para estudiar odontoestomatología (todas las otras especialidades 
tienen la misma formación básica que se imparte en una sola Facultad, la de 
Medicina).
Pero al adentrarse en el campo de la salud y de la Salud Pública se encuen-
tra otra especialidad que implica un tratamiento o manejo muy diferenciado 
en ciertos escenarios: la salud mental. Cuando por la época de la Revolución 
Francesa los médicos Pinel y Esquirol llevan la locura del campo asilar al de 
la medicina, ésta la recepta, al igual que a la lepra, pero creándoles hospitalesespeciales, brutalmente deshumanizados y de encierro total: el manicomio y el 
leprosario. Para todas las otras enfermedades, incluyendo las que implicaban 
frecuentemente una gran complejidad, tasas muy altas de contagio y letalidad, 
eran atendidas en una misma institución: el Hospital General. Esto indica, sin 
duda, que la medicina se hizo cargo del tabú que prevalecía en las sociedades 
occidentales frente a enfermedades que habían sido interpretadas sobrenatu-
ralmente en la Edad Media.
Con respecto a la salud mental, como una especialidad, caben reflexiones 
específicas dado que, siguiendo el razonamiento de las otras especialidades, 
llevaría a pensar que la enfermedad mental es la manifestación patológica de 
un órgano o sistema como ocurre en el caso de la gastroenterología que se 
ocupa de las enfermedades del sistema digestivo o la cardiología que se ocupa 
de las afecciones del corazón y de los vasos sanguíneos insertos en él o cercanos 
al mismo, no de las que están a una cierta distancia del corazón porque de ellas 
se ocupa la angiología. Ahora, si se afirma que la salud mental se ocupa de las 
enfermedades del sistema nervioso central (aún dejando afuera el periférico) 
surgirían problemas con los neurólogos y con los mismos especialistas en salud 
mental que, en su gran mayoría rechazarían esta postulación.
Entonces cabe la pregunta sobre qué involucra la salud mental, o sea, en 
la perspectiva actual, ¿qué enfermedades corresponden a la salud mental?, y 
la respuesta, tal vez, podrá ser las del psiquismo o las mentales (que sería una 
tautología) y podría aparecer una respuesta que flota en el ambiente cultural, 
desde la época de Descartes, con una forma cercana a: las del alma.
Es dable pensar que mantener vigente la denominación de instituciones 
como “de Salud Mental” o estructuras organizacionales como Departamen-
to o Dirección de Salud Mental en organismos como son los ministerios o 
secretarías de gobiernos (de las tres jurisdicciones) o la OMS, es favorecer 
la discriminación que aún hoy pesa, y muy fuertemente, sobre las llamadas 
enfermedades mentales y la posibilidad de perpetuar los manicomios, con la 
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PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
consiguiente violación grave de los derechos humanos que llega, frecuente-
mente, a subhumanizar a estos pacientes haciendo posible que se hagan expe-
rimentos con ellos.
Así, resulta necesario reflexionar sobre el concepto de Salud Mental, co-
menzando por señalar que no hay ninguna manifestación del proceso de salud 
que pueda ser no-mental en su etiología, en su evolución y en su desenlace. A 
partir de los mencionados trabajos de Maturana, Varela y Bateson producidos 
cerca de la década de 1960, se sabe que “... la mente es la esencia de estar vivo”, 
como señaló este último y que, tal como determinaron en sus investigaciones 
Maturana y Varela “La mente no es ya una cosa, sino un proceso: el proceso 
de cognición, que se identifica con el proceso de la vida. [...] El cerebro no es, 
por supuesto, la única estructura a través de la cual opera el proceso de cogni-
ción. La entera estructura disipativa del organismo participa en dicho proceso, 
con independencia de que el organismo tenga o no un cerebro y un sistema 
nervioso superior. Más aún, investigaciones recientes indican firmemente que 
en el organismo humano, el sistema nervioso, el sistema inmunológico y el 
sistema endocrino –que tradicionalmente eran vistos como sistemas separa-
dos– forman en realidad una única red cognitiva” (Capra, 1998), tal como 
lo ha demostrado en los últimos veinticinco años el significativo avance de la 
investigación científica en psicoinmunoneuroendocrinología.
Por ello, los conceptos de lo mental, salud mental, enfermedad mental y 
algunas otras formas en que el vocablo mental es usado en nuestra época, en 
medios académicos y en ámbitos profesionales de la salud, denota frecuente-
mente formas subyacentes de un dualismo cartesiano que resultan anacrónicas 
a la luz de los avances planteados en el terreno del conocimiento científico. 
Como señala Capra, se trata de un indicador profundamente negativo que re-
fleja disociación: “La visión fragmentaria de la realidad no es sólo un obstáculo 
para la comprensión de la mente, sino también un aspecto característico de la 
enfermedad mental. Una experiencia sana de uno mismo es una experiencia 
de todo el organismo, cuerpo y mente, y las enfermedades mentales muchas 
veces son resultado de la incapacidad de integrar los distintos componentes 
de este organismo. Desde este punto de vista, la distinción cartesiana entre 
mente y cerebro y la separación conceptual entre los individuos y su entor-
no parecen síntomas de una enfermedad mental colectiva compartida por la 
mayoría de las personas de la cultura occidental, y como tal suele ser vista por 
otras culturas. […] Diagnosticar cualquier trastorno como debido a causas 
psicológicas sería tan reduccionista como la convicción de que hay enferme-
dades puramente orgánicas sin ningún componente psicológico. Los clínicos 
y los investigadores modernos son cada vez más conscientes del hecho de que 
prácticamente todos los trastornos son psicosomáticos, en el sentido que su-
ponen una continua interacción entre la mente y el cuerpo en su origen, en su 
desarrollo y en su curación“ (Capra, 1992).
Si bien esta disociación entre lo mental y lo corporal se explica, a veces, por 
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la búsqueda de recortar un conjunto de problemas específicos de salud que no 
eran habitualmente considerados en el pensamiento biomédico tradicional, en 
Argentina, este anacronismo ha llevado a que la psicología, en el ámbito de la 
salud, quede confinada al campo de la enfermedad y, dentro de ella, en el es-
pacio restringido de la enfermedad mental. Como consecuencia, la diferencia-
ción operativa entre lo mental y lo orgánico lleva a adoptar una posición que, 
frecuentemente, conduce a la fragmentación de las acciones en salud y a sesgos 
burocráticos que terminan por retacear el campo de acción del psicólogo.
La concepción que se postula en este escrito se orienta según el planteo de 
soportes científicos, marcos ideológicos y desarrollos estratégicos tales como 
los que se hallan comprendidos en las fuentes científicas citadas anteriormente 
y en trabajos tales como la Declaración de Alma-Ata sobre Atención Primaria 
de Salud (APS) de 1978 (OMS/UNICEF, 1978) o la propuesta de Interven-
ción de la Comunidad en el Desarrollo Sanitario (ICS) (Oakley, 1990) y todas 
aquellas propuestas u orientaciones que hoy conforman el campo de lo que 
se denomina la nueva salud pública y el movimiento de promoción de la salud, 
expresadas en documentos tales como la Carta de Ottawa, la Declaración de 
Bogotá para la Promoción de la Salud, el libro así titulado, “La nueva sa-
lud pública”, de Ashton y Seymour (1990) y la publicación de la OPS/OMS 
(1996) “Promoción de la salud: una antología”.
En estos lineamientos programáticos y desarrollos teóricos y técnicos se 
plantea la integración de lo mental en las acciones generales de salud, así como 
la capacitación de los agentes primarios de salud para acciones que incluyen 
lo mental, directa o indirectamente, en todas las problemáticas del área, fun-
damentalmente con sentido protectivo, promocional y preventivo primario.
Aún cuando el pensamiento de la medicina social y de la psicología de la 
salud arraiga en los fundamentos empiristas y racionalistas que atraviesan el 
conocimiento médico y psicológico occidental han abrevado en fuentes diver-
sas que permitieron enriquecer un enfoque centrado en la identificación de 
los factores sociales, psicosociales y ambientales que obran sobre las personas 
y sus agregados. Para ambas disciplinas esto abrió el camino para pensar las 
problemáticas sanitarias desde la perspectiva epistemológica de la complejidad 
(Morin, 1994).
En la actualidad, este modelo recoge todos los aportes que provienen de las 
ciencias sociales y las ciencias de la vida, a fin de ofrecer unarespuesta satisfac-
toria a los complejísimos determinantes que obran sobre la salud y la enferme-
dad, entre los cuales se incluye la estructura simbólica, las pautas culturales, 
las modalidades de organización social, el ambiente físico, el equipamiento 
biológico y la conducta individual, así como también la respuesta que ofrece 
el Sistema de Atención (Contandriopoulos, 2000).
La pregunta es ¿porqué en el campo de la enfermedad pueden seguir te-
niendo vigencia las concepciones del paradigma individual-restrictivo habién-
112
PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
dose desarrollado ya el paradigma social-expansivo (ver Cuadro Nº 1), siendo 
que este último está construido en base a los adelantos más actuales de las 
ciencias de la vida? 
Si bien resulta difícil hallar una respuesta que agote la complejidad del fe-
nómeno, podríamos apuntar algunos factores que concurren a este fin: expan-
sión del mercado de la enfermedad, creciente atomización y segmentación dis-
ciplinaria, penetración del modelo biomédico reduccionista en amplias capas 
de la población, disociación entre las entidades productoras de conocimiento 
y las organizaciones abocadas a su aplicación efectiva.
Pero es sin duda desde esta perspectiva científicamente actual que se debe 
plantear la función de la psicología en el campo de la salud, cuya inserción 
debería cubrir todos los ámbitos de los Sistemas de Servicios de Salud y de las 
estructuras de gobierno del área.
En los hospitales y sanatorios, donde los servicios de salud mental tie-
nen la misma relevancia que servicios tales como los de gastroenterología, 
neurología o cardiología, por mencionar sólo algunos, la psicología debería 
hallarse plenamente integrada, pero no a través de dispositivos tales como la 
interconsulta, sino formando parte estable, como psicólogos y psicólogas de la 
salud y/o como psicólogos y psicólogas sanitaristas, de los equipos de trabajo 
de cada uno de esos servicios y en muchas otras instancias organizacionales e 
institucionales de los Sistemas de Servicios de Salud, en los tres subsistemas 
(público, privado y de la Seguridad Social) y también en el trazado, ejecución 
y evaluación de las Políticas de Salud y de los diferentes programas a través 
de los cuales los gobiernos de las tres jurisdicciones (Nacional, Provincial y 
Municipal) aplican los dineros públicos de que disponen a la atención de la 
enfermedad de la población.
Entonces, el concepto y la denominación correcta no es la de Salud Men-
tal, pues así utilizado el concepto estaría designando un servicio hospitalario o 
sanatorial o una concepción cartesiana de lo humano científicamente perimi-
da, sino la de lo mental en la salud. Al formularlo de este modo, se abren ma-
yores posibilidades para detallar y fundamentar los espacios y problemáticas 
del proceso de salud en los que la psicología puede y debe hacer los correspon-
dientes aportes desde los marcos teóricos que la constituyen y las tecnologías 
que de ellos se desprenden.
En el diseño de las políticas de salud hallamos también un problema simi-
lar cuando se configuran las políticas de Salud Mental. A menudo los progra-
mas asistenciales se organizan según una lógica sectorial en las que prima la 
focalización en los destinatarios y el contenido de las acciones diferenciando, 
por ejemplo, los programas de asistencia materno infantil o los programas de 
lucha contra el HIV/SIDA o para el control de enfermedades crónicas, de 
aquellos otros programas en los que se trabaja sobre el campo de lo mental y 
que comprenden problemáticas tales como la depresión, el alcoholismo, las 
113
adicciones, el suicidio y otros trastornos de manifestación preponderantemen-
te mental.
Además de ignorar los fenómenos de comorbilidad y los procesos psicoin-
munoneuroendocrinos, esta disociación reproduce hacia abajo, en la jerarquía 
de toma de decisiones y transmisión de conocimientos, una lógica segmentada 
que dificulta la articulación de las prácticas que los profesionales desempeñan 
en cada una de las instituciones comprendidas en dichos programas y refuerza 
algunos sesgos propios de las políticas públicas, entre los cuales cabe citar la 
baja consideración acerca de las configuraciones relacionales de las unidades 
familiares que son beneficiarios de la asistencia o el conocimiento acerca del 
grado de información y comprensión que los mismos tienen sobre los Pro-
gramas a ser implementados, la significación cultural que tienen las prácticas 
promovidas desde una campaña en los beneficiarios; todos estos aspectos y 
procesos inciden tanto en la viabilidad de las políticas de salud como en su 
eficacia y eficiencia.
El campo de mayor fertilidad en la aplicación de la psicología a la salud
Al profundizar la comprensión científica de lo mental en relación con el 
proceso de salud y sus emergentes, se hace evidente que el papel fundamental 
de la psicología está en el terreno de la salud y no en el de la enfermedad; 
específicamente, está en el ámbito de la protección y promoción de la salud. 
Se reconoce que en este campo las contribuciones de la psicología resultan 
insustituibles, por la índole misma de los problemas a los que se ve enfrentado 
el trabajo de quienes tratan de producir cambios en la subjetividad, los cono-
cimientos, las creencias, las representaciones sociales y los comportamientos 
(Morales Calatayud, 1999; Ribes, 1990).
Por ejemplo, una de las cuestiones fundamentales que cabe plantearse a 
este respecto ya no sería formulada en términos de ¿por qué un paciente tiene 
tal enfermedad en un momento determinado? sino, ¿qué debe hacer un ser 
humano sano para continuar en tal situación? O bien, en sustitución a la 
clásica pregunta ¿por qué en una población la morbilidad o la mortalidad es 
diferente a la observada en alguna otra?, la pregunta es ¿por qué algunas per-
sonas están sanas y otras no?
Dentro de las múltiples respuestas o señalamientos se observa que sobrea-
bundan las que se refieren a los estilos de vida, a los hábitos, a las creencias, a 
las representaciones sociales, al comportamiento, a la subjetividad, a los siste-
mas valorativo-actitudinales, a la autoestima, al desarrollo de destrezas para la 
vida, a lo afectivo-emocional, al estrés cotidiano, etcétera. Estos componentes 
se abren en una infinidad de subcomponentes; por ejemplo, en relación a los 
hábitos están: los que se refieren al uso del tiempo (trabajo, ocio, descanso), a 
lo alimentario, a la actividad corporal, a los modos de interactuar con los de-
114
PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
más, al uso de sustancias tóxicas, etcétera. Todos ellos, que implican la mayor 
parte del total de los que concurren al área de la salud positiva como soporte 
de su génesis y mantenimiento, son de naturaleza psicológica y antropológico 
cultural y hacen a los fundamentos de la calidad de vida y el bienestar de los 
seres humano.
Más aún, al respecto resultan muy significativas las investigaciones de la 
década del setenta del siglo pasado, llevadas a cabo por Alan Dever (1991) 
con relación a los componentes del concepto de campo de salud construido 
por Hubert Laframboise en 1973 (ver Esquema Nº 1), un verdadero modelo 
que remplazó a la tríada ecológica proveniente de la epidemiología tradicional 
y que fue utilizado por Marc Lalonde, abogado y Ministro de Salud Pública, 
para reformular todo el Sistema de Salud Pública del Canadá en 1974. Alan 
Dever, estudiando el aporte de los cuatro determinantes de salud del modelo 
de Laframboise (medio ambiente, estilo de vida, biología humana y sistema 
organizativo de la atención de la salud) a la disminución de la prevalencia de 
las enfermedades (ver Esquema Nº 2) halló que, en la gran mayoría de los 
casos, el 75% o más de las acciones necesarias para lograr tal disminución 
correspondían a estilos de vida y medio ambiente. Esta cuestión es profundi-
zada por Raynald Pineault y Carole Daveluy (1992) al tratar el tema de los 
determinantes de salud y la adjudicaciónde los recursos económicos del área 
(Pineault y Daveluy, 1992) (ver Esquema Nº 3), mostrando la enorme irra-
cionalidad de dicha distribución, a lo cual se puede agregar el pronunciado e 
innegable efecto patogenizante (producción de enfermedad y muerte)de esta 
desproporción en el financiamiento de la atención de la enfermedad (90% del 
total del gasto) y la magra proporción destinada a la protección y promoción 
de la salud (3,1% del total).
Es sabido, asimismo, que la degradación de los ecosistemas humanos es 
una de las problemáticas candentes a la que se halla enfrentada la humanidad, 
por tratarse de una cuestión que pone en riesgo la sustentabilidad misma de 
la vida sobre la biosfera terrestre. (Thomson, 1995). Tal proceso ha provoca-
do un alerta sensible respecto a la necesidad de adoptar medidas urgentes y 
prioritarias para remediar algunos de los efectos gravosos que la explotación 
económica descontrolada ha producido sobre la calidad del medio ambiente 
que habita la mayor parte de la humanidad. Si bien este es un problema ma-
croecológico, no cabe dudas que depende de la subjetividad y el comporta-
miento (pasado, actual y futuro) de quienes constituyen lo que se denomina 
genéricamente la humanidad.
Sin embargo, si se parte de una concepción ecológica profunda (Capra, 
1998) se observa que ella, si bien es apoyada por la ciencia moderna y en par-
ticular por el nuevo enfoque de sistemas y de la complejidad, está enraizada 
en una percepción de la realidad que va más allá de la estructura científica 
hasta llegar a un conocimiento intuitivo de la unidad de la vida, de la inter-
115
dependencia de sus múltiples manifestaciones y de sus ciclos de cambio y de 
transformación (Capra, 1992, 1998, 2003) propio de los pueblos originarios, 
muchos aún subsistentes en diversas regiones del mundo, particularmente en 
las Américas (Grinberg 1999).
Así, en la medida que la propia constitución y desarrollo del ser huma-
no debe comprenderse en relación con las oportunidades y restricciones que 
plantean los determinantes medioambientales (Bronfenbrenner, 1987) que-
dan planteadas algunas cuestiones centrales, tales como las que destaca Ribes 
(1990):
a) Los efectos del comportamiento en tanto modulador del impacto bio-
lógico de las circunstancias ambientales, que a la vez afectan el nivel de 
inmunocompetencia individual.
b) El medioambiente en tanto ámbito de contacto directo e indirecto con 
factores de riesgo medioambientales.
c) Los efectos del comportamiento en tanto variable que permite explicar 
la protección o degradación del medio ambiente en las distintas socie-
dades.
En síntesis, si tenemos en cuenta que casi todo lo que ocurre en cuan-
to a problemas ambientales depende o es consecuencia del comportamiento 
humano y que los estilos de vida son sustancia psicosociocultural, se puede 
deducir que el peso más importante de los determinantes de las condiciones 
de salud de los seres humanos son factores de naturaleza psicosocial y cultural.
Esto también hace evidente la importancia de pensar en términos de lo 
mental en la salud y el rigor científico que implica esta formulación, junto al 
hecho de adentrarse en el camino que permite ver con claridad las dos razones 
más significativas por las que no prospera esta línea de pensamiento en el ám-
bito de las políticas a secas y de las políticas públicas:
1º - Trabajar desde la perspectiva de lo mental en la salud choca de frente 
con el dualismo de raíz cartesiana, como así también con buena parte 
del mecanicismo y se sabe, desde los trabajos de Thomas Kuhn (1971, 
1982), de la gran resistencia al cambio de paradigma por parte de los 
científicos y de quienes trabajan vinculados a la ciencia.
2º - Trabajar desde esta perspectiva desemboca indefectiblemente en accio-
nes de protección y promoción de la salud, lo cual debilita fuertemente 
el modelo asistencialista que toma como objeto de estudio al individuo 
descontextualizado, yacente y entendido como reservorio de la enfer-
medad, o sea, resquebraja los cimientos del mercado de la enfermedad.
Es a partir de estos enfoques protectivo-promocionales que se evidencia 
el ámbito y los objetivos más importantes para la salud de una población, lo 
que debería dar origen a un conjunto muy significativo de políticas públicas 
cuyo eje sería la inclusión de lo mental en la salud. Para su planificación, ejecu-
116
PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
ción y evaluación sería necesario estructurar equipos multidisciplinarios en los 
que encuentren adecuada representación profesionales de la psicología y otros 
cientistas sociales que pueden aportar una visión alternativa a la que hoy re-
sulta claramente hegemónica y reduccionista en sus planteamientos esenciales.
Efectuada esta advertencia fundamental pasemos a los enfoques protecti-
vo-promocionales. Una primera cuestión apela a una racionalidad evidente y 
sencilla; para formularla, tradicionalmente se recurre a lo que se conoce como 
la parábola del río, que cuenta que a orillas de una corriente caudalosa se en-
contraba un grupo de socorristas encargados de sacar del agua a los náufragos 
que venían arrastrados por el río y en peligro de ahogarse, pero cada vez era 
mayor el número de náufragos y los socorristas, que entraban al agua para sa-
carlos y reanimarlos, ya se encontraban agotados, razón por la cual empezaba 
a ocurrir que muchos de estas personas que venían flotando desesperadamente 
en la corriente pasaban de largo y se ahogaban aguas abajo; el agotamiento era 
ya mayúsculo, hasta que uno de los socorristas, dirigiéndose a un compañero, 
le dice: ¿Porqué no remontamos el río para ver dónde se cae la gente al agua y 
así evitarlo?, de este modo serán pocas las personas que, a pesar de los recaudos 
que se tomen, caerán a la corriente, pero será un número pequeño y nosotros, 
los socorristas, estaremos descansados y en mejor situación para auxiliarlos.
La lógica que encierra esta parábola es irrebatible, tanto desde la perspec-
tiva de la ética profesional y los derechos humanos como de la ética política 
y las responsabilidades de los gobiernos, el quehacer de sus funcionarios y la 
administración de los dineros públicos.
En primer lugar, hay que tener presente que todos los Sistemas de Servicios 
de Salud de nuestro país funcionan pasivamente y se activan por iniciativa de 
la demanda: si los usuarios no llegan a golpear la puerta de las instituciones y 
consultorios los profesionales no tienen nada que hacer con sus conocimien-
tos y destrezas. En segundo lugar, es importante ver que la gran mayoría de 
la gente está sana, si por estar sano se entiende no recurrir a los profesiona-
les de la enfermedad. En un renombrado estudio efectuado por Kerr White 
(University of Virginia, Health Sistem –página web-) en Baltimore en 1965 
se halló, en una población de mil personas seguidas diariamente durante cin-
cuenta días seguidos, que el 25% no había sentido ningún malestar y que el 
75% restante había tenido alguna molestia. Este 75% estaba compuesto del 
siguiente modo: 71,5% no había recurrido a ningún profesional, el 3,5% ha-
bía recurrido al médico y, de este conjunto, el 0,2% había sido internado en 
el hospital. Esta información, no extrapolable a la Argentina dado que tiene 
cuarenta años de elaborada y proviene de un país desarrollado, no obstante 
permite ver dos cuestiones fundamentales que es razonable tomar en cuenta: 
primero, la gran vigencia que tiene lo que la medicina grecorromana de la 
antigüedad ya señalaba en cuanto a la capacidad natural del ser humano de re-
cuperar espontáneamente la salud, que denominaban vis medicatrix; segundo, 
117
que las personas sanas para el sistema (dado que no concurren a los sistemas 
de servicios de salud) son muchos más que los enfermos (los que sí concurren, 
aún cuando muchas veces no están enfermos).
Tomemos un país como la Argentina: del tercer mundo, sometido a tre-
mendos impactos deteriorantes de la calidad de vida, con índices de pobrezae indigencia elevadísimos y toda una serie de otros problemas que afectan 
negativamente el proceso de salud de cada familia y sus componentes. Ade-
más, un país que posee una muy marcada ausencia de legislación que limite 
eficazmente la exorbitante avidez del complejo industrial-profesional que usu-
fructúa el mercado de la enfermedad (si bien esto ha comenzado a revertirse en 
el Gobierno Nacional actual) y sometido a una enorme presión de marketing 
(publicidad y acciones de propaganda manifiestas y encubiertas) por parte 
de este complejo para incrementar el lucro del mercado de la enfermedad 
apelando a la incentivación de la automedicación, de la sobreprestación, de la 
hipocondría (a esto aportan, por ejemplo, los suplementos supuestamente de 
salud de los diarios de mayor tirada del país), etcétera. En un país con estas 
características es dable suponer -lo cual también se desprende de un sencillo 
primer nivel análisis de estadísticas de consultas diarias en algunos Sistemas 
Públicos de Servicios de Salud de las tres jurisdicciones gubernamentales- que 
el 3,5% de Baltimore se transforma en Argentina, actualmente, en un 35%. 
Quiere decir que si se toma a todo un conglomerado poblacional y se hace un 
corte transversal epidemiológico (ver Esquema Nº 4) se encontraría que, apro-
ximadamente, dos terceras partes de esa población está sana –desde el punto 
de vista en que se lo definió anteriormente, o sea, que no demanda atención 
profesional– y un tercio padece alguna dolencia.
Este tercio, a su vez, se subdivide del siguiente modo:
a) personas con enfermedades totalmente evitables y personas seudoenfer-
mas, entendiendo por tal a quienes concurren a los servicios de salud 
con malestares pero sin ninguna patología, no obstante, indagando, 
se encuentra que sus vidas están llenas de problemas (económicos, de 
violencia en el hogar, de desesperanza, de desocupación, etc.) y en reali-
dad, aunque no se den cuenta, van al hospital o al centro periférico sólo 
para ser escuchadas por un ser humano. Este subconjunto es aceptable 
estimarlo en un 40% del total de usuarios que demandan atención pro-
fesional. Los seudoenfermos, por la inercia profesional e institucional 
–y en el caso de los médicos, a veces, por temor a los juicios de malapra-
xis–, desencadenan una serie de prácticas diagnósticas y terapéuticas 
que, inevitablemente, generan algún monto de daño, junto al riesgo 
que implica la sola concurrencia a hospitales (infecciones intrahospita-
larias, malapraxis involuntarias, etc.);
b) personas enfermas con patologías que, si bien son evitables, lograrlo 
implica una mayor complejidad de procesos y tiempos. Esta demanda 
118
PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
es procedente justipreciarla en un 30% del conjunto de usuarios de-
mandantes de atención;
c) el 30% restante involucra a las personas que padecen enfermedades 
inevitables.
Es necesario aclarar que evitabilidad/inevitabilidad no tiene ninguna rela-
ción con gravedad/benignidad. En el 40% de lo totalmente evitable pueden 
estar implicados casos de fallecimiento de menores por accidentes en el hogar, 
pero accidentes que no ocurrirían si se disminuyera el riesgo instalado en las 
viviendas, que en el caso de Argentina es altísimo, y a su vez se aumentara en 
las madres la actualmente escasa visualización de los riesgos en el hábitat para 
las criaturas pequeñas. En el 30% de la enfermedad inevitable están involucra-
das dolencias generalmente benignas, como el resfrío y la gripe.
Tal como enseña la evidencia disponible en muchos países del mundo, 
la psicología está en condiciones de promover estudios y acciones que arro-
jen luz resultados positivos sobre las conductas de autocuidado, actividades 
de tamizado (screening) y control periódico, identificación de indicadores de 
alarma y análisis de la demanda a los servicios de asistencia, así como aquellos 
que se orientan a promover la adhesión a las prescripciones de los facultativos 
mediante la cooperación con el tratamiento, la adhesión a las prácticas reco-
mendadas y la participación en los procesos de rehabilitación. Pero este enfo-
que alcanza una dimensión sanitaria muy relevante cuando logra desentrañar 
las conductas de cuidado y protección que adoptan cotidianamente aquellas 
personas y familias que no son cubiertas por los sistemas de servicios de salud 
o nos los usan, pero que tienen un importantísimo impacto sobre el bienestar 
colectivo.
La estrategia adecuada, desde el punto de vista científico-técnico y ético, 
para reducir significativamente el monto de dinero destinado actualmente a la 
atención de enfermedad y seudoenfermedad -reducción que se puede estimar 
en no menos de una tercera parte del gasto total-, en cualquier colectivo social 
del que se trate, requiere trabajar con la población sana (ver Esquema Nº 5) en 
función de las mencionadas estrategias y técnicas de protección y promoción 
de la salud, tal como hoy se postula a partir de lo que se podría denominar el 
movimiento de promoción de la salud. Con sólo trabajar eficaz y participati-
vamente en esta orientación, en un tiempo breve se lograría reducir significa-
tivamente la población que padece enfermedad totalmente evitable y también 
se evitaría que concurran a los hospitales las personas PSSEudoenfermas. Am-
pliando un poco más el lapso transcurrido desde el inicio de la ejecución de 
estas políticas y programas la demanda evitable desaparece o se reduce a un 
grado ínfimo y, consecuentemente, también se reduce de un modo muy mar-
cado el monto de personas con enfermedad evitable pero con cierta dificultad.
Finalmente, como una serie de evidencias, supuestos razonables e hipótesis 
que orientan una visión distinta acerca de las vinculaciones entre la psicología 
119
y la salud, que resultan importantes desafíos para la investigación y la acción 
en terreno de esta profesión, se plantea lo siguiente:
1º - Que las actividades protectivas y promocionales de la salud, además de 
ser enormemente eficaces, son de bajísimo costo dado que no es posible 
utilizar en ellas ni aparatos ni drogas y escapan a todo intento de copa-
miento por parte del complejo industrial-profesional de la enfermedad.
2º - Que las acciones de Atención Primaria de Salud en el Primer Nivel 
de Atención, a menudo confundidas con acciones de bajo nivel de 
complejidad y prestigio, encierran en realidad muy variados y difíciles 
desafíos científicos y técnicos para los profesionales que allí trabajan, 
hallándose estos en la necesidad de configurar equipos multidisciplina-
rios que puedan dar una respuesta más integral a las problemáticas que 
allí se contactan.
3º - Que para los países del tercer mundo, no desatendiendo jamás la enfer-
medad inevitable, es esencial reducir el gasto en atención de la enferme-
dad por tres razones (entre otras): a) la posibilidad de aplicar el dinero 
ahorrado a una mejor atención de la patología inevitable; b) porque 
también se lo puede destinar a otros programas sociales que mejorarán 
la calidad de vida de la población y, por lo tanto, su salud; c) porque la 
enfermedad, al igual que la pobreza, satisface dos objetivos del neolibe-
ralismo deshumanizado y globalizado: hacer buenos negocios y obsta-
culizar en todo lo posible el desarrollo de los países del Tercer Mundo.
4º - Que estas acciones protectivas y promocionales son irrealizables, eficaz 
y eficientemente, sin el aporte de la psicología. Esto cae como gran 
responsabilidad sobre los hombros de esta profesión y no hay posibi-
lidad de escudarse argumentando que no se los convoca para este tipo 
de trabajos. Nunca hay que olvidar en el siglo XXI dos tareas básicas 
que entran dentro de la responsabilidad de todo psicólogo o psicóloga, 
aunque nadie los llame para hacerlo, son la humanización de la medici-
na y la educación de los políticos para que accedan lo antes posible a la 
comprensión profunda del factor humano, con relación al cual lo más 
grave no es que no saben sino que creen que lo sabentodo.
5º - Que la población que, no estando enferma, demanda atención en las 
instituciones del Sistema de Servicios de Salud, debe ser atendida sin 
ser patologizada, dado que hacerlo implica un daño a esa población 
porque, además de no solucionar sus problemas se profundiza sus limi-
taciones para afrontar dificultades de la vida por carencia de destrezas 
o falta de experiencia o alguna otra causa no patológica. Brindar res-
puesta a quien demanda atención sin sufrir una alteración de su salud, 
implica brindarle asesoramiento (counseling) psicológico, el cual sólo 
puede ser brindado por profesionales de la psicología dado que, en sín-
tesis, requiere poner en juego la teoría del desarrollo psicosocial normal 
120
PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD
y utilizar las tecnologías psicosociales correspondientes (desarrollo de 
destrezas para la vida, resignificación del entorno, guía de procesos de 
aprendizaje cognitivo-emocional, etc.).

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