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101 Capítulo 4 Salud Mental o lo mental en las políticas de salud. Consideraciones generales básicas La ruptura cartesiana es habitualmente señalada como el principal hito que, en la modernidad, sitúa a la razón como fundamento que permitirá dis- tinguir el conocimiento científico del conjunto de especulaciones teológicas o metafísicas. Pero la fundante disociación que el pensamiento cartesiano inaugura (res cogitans y res extensa) dará expansión al progresivo desarrollo de un enfoque epistemológico (surgido de la revolución copernicana, en la cual participaron Kepler y Galileo y que coronó Newton) que: a) tomará como criterio y prueba de verdad lo que es comprobable o veri- ficable objetivamente, originando esto el desarrollo del paradigma cen- trado en las ciencias naturales que se dará a conocer más tarde con la denominación de positivismo; b) producirá una brecha insalvable entre sujeto y objeto, este último iden- tificado como naturaleza que será controlada, medida, sometida según el arbitrio y la lógica de una creciente explotación económica; c) contribuirá a plantear la idea de experimento como método regio y a menudo excluyente para calificar el grado de comprobación científica; d) comprenderá el análisis y fragmentación creciente de los hechos como un medio para acceder a explicaciones más predictivas, tales que per- mitan aumentar las posibilidades de control sobre la realidad (Morin, 1994). Desde estas perspectivas el ser humano comienza a ser considerado de for- ma análoga a la máquina, dado que este era el modelo que permitía com- prender el universo astronómico, el mundo de las cosas y los seres vivientes. Se buscaba explicar todos los procesos de acuerdo a los conocimientos prove- nientes del campo de la física, aunque este intento chocaría con límites porque numerosos fenómenos no podían ser incorporados a este paradigma o com- prendidos desde el mismo, tales como el proceso de digestión o el desarrollo y diferenciación celular que hacían necesaria una integración distinta en la 102 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD explicación de la relación del todo con las partes. Se trataba, asimismo, de ha- llar el asiento empírico de aquello que animaba el cuerpo (Descartes se afanó durante años para localizar el alma y creyó situarla en la glándula pineal), ge- nerándose, entre otras cosas, el mito del fantasma en la máquina que, al decir de Koestler, se convertirá en uno de los supuestos fundantes del tratamiento de “lo mental” (Ribes, 1990). La pregnancia del modelo mecanicista atravesará distintas épocas, y se apli- cará a distintos niveles de análisis e intervención. Así, acompañará el enfoque acerca del funcionamiento del cuerpo humano, las concepciones acerca de las organizaciones según las doctrinas taylorista y fayolista acerca de la adminis- tración del trabajo y, más recientemente, en la concepción de la lógica que rige para explicar distintos procesos económico-sociales, tales como la especu- lación desenfrenada propia del capitalismo financiero que resulta dominante en el orden económico globalizado (Capra, 2003). El dualismo mecanicista también ha permitido que, comenzado ya el siglo XXI, ciertas teorías psicológicas continúen sosteniendo la idea de un incons- ciente concebido según el modelo de la física y en situación de aislamiento autónomo de los componentes neurobiológico, cognitivo, mnémico, etoeco- lógico y socioambiental –por denominar sólo algunos de los que integran el complejo sistema constituyente de todo ser humano–. El conocimiento de los procesos vitales comienza a fragmentarse en ámbitos de subespecialización, como si fuera posible explicar el todo desde el análisis fragmentario de cada una de sus partes, contradiciendo los estudios que señalan la importancia de develar los patrones de autoorganización como requisito básico para compren- der los fenómenos de surgimiento y transformación de lo viviente. Este dualismo y mecanicismo fragmenta al ser humano, lo transforma en un irreal sistema cerrado al que descompone en forma tal, para su estudio, que en realidad termina volviéndolo incomprensible. Conduce además al supuesto de que para comprenderlo es necesario dividirlo y subdividirlo hasta niveles de explicación irreductibles y que la reparación de su mal funcionamiento es tarea reservada a cada uno de los supuestos especialistas que se dedican a estu- diar y componer a cada una de las piezas que conforman el conjunto. Asimismo, la idea de máquina (cuyo modelo más acabado era el reloj de motor a muelle real y a muelle espiral, que datan de mediados del siglo XIV y comienzos del XV, respectivamente) implica la posibilidad del diseño y la acción desde intervenciones externas, sin atender lo suficiente a la lógica in- terna de los procesos de transformación y cambio de naturaleza autogestiva (autopoiesis) propia de los seres vivos, cuya condición esencial es que, en tanto especie y a diferencia de las máquinas, tienen la facultad de producirse y re- producirse continuamente a sí mismos. (Maturana, 1980). Esta dinámica de autoorganización acompaña todas las formas y manifestación de lo viviente, desde aquellas más simples o elementales hasta aquellas dotadas de mayor complejidad e integración. 103 Diversos movimientos filosóficos e ideológicos se contrapusieron a este modelo maquinal y reduccionista que amenazaba con involucrar a todas las esferas de lo viviente. Cabe destacar aquí las distintas corrientes vitalistas y/o naturalistas que, aún siendo prevalentes en extensos períodos, tanto en el pen- samiento científico como en el saber popular, resultarán sofocadas y restringi- das por la vigencia del paradigma racional-mecanicista (Luz, 1997). También el romanticismo (como movimiento con fuerte impacto en el área de las letras y las artes, ámbito en que las estructuras del poder fueron más permisivas para su visualización por parte de la sociedad) fomentará la recuperación de los aspectos afectivos y/o emocionales que habían sido cancelados por la visión racionalista y, junto a las propuestas surgidas de la misma raíz nietzcheana, promoverá un cuestionamiento a los supuestos básicos que cimientan el enfo- que de la modernidad racionalizadora: orden, progreso, certidumbre, verdad. Simultáneamente, importantes autores comienzan a enfocar sobre aquellos factores históricos, sociales y políticos que permiten comprender los saberes y prácticas que resultan hegemónicos en determinados momentos del desarrollo histórico, relativizando la concepción misma acerca de lo normal y lo patoló- gico (Canguilhem, 1986). Dentro del primer tercio del siglo XX comenzaron a surgir, desde distintas disciplinas y perspectivas científicas, las líneas de pensamiento que permitie- ron comprender la naturaleza sistémica de la vida y lo que ella involucra. En términos generales, se fue abandonando la física como última ratio en la búsqueda de comprensión de los fenómenos que eran objeto de estudio de las ciencias y ese lugar pasó progresivamente a ser ocupado por las ciencias de la vida: la biología, la psicología y la ecología (Capra, 1998). Este proceso dio lugar a un nuevo paradigma que ha llegado, inclusive, a influir en la física misma y es en las instancias más avanzadas de los estudios cuánticos que hoy se observa una interpenetración tan profunda entre ambos campos que llevó al eminente físico David Bohm a manifestar que: …en cierto sentido, la consciencia (que consideramos incluye el pensamien- to, el sentimiento, el deseo, la voluntad, etcétera) debe estar comprendida en el orden implicado, juntamente con la realidad como un todo. Es decir, estamos sugiriendo que el orden implicado se aplica tanto a la materia (viviente y no viviente) como a la consciencia, y que, por consiguiente, esto hará posible una comprensión de la relación general entre ambas, por lo cual seremos capaces de llegar a cierta noción del fundamento común de ambas…” (Bohm, 1987). Los desarrollos enciclopédicosefectuados en la segunda década del siglo pasado por Aleksandr Aleksandrovich Malinovskij, más conocido por Alexan- der Bogdanov, con relación a una ciencia universal de la organización, que él denominó Tektología, dieron pie a los primeros trabajos del biólogo Ludwig von Bertalanffy y a su posterior Teoría General de los Sistemas, publicada en 1950, todo lo cual implicó una profunda transformación de la biología y la 104 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD construcción del primer soporte real a la posibilidad de perspectivas transdis- ciplinarias. Los avances de Max Wertheimer, Kurt Koffka, Wolfgang Köhler en el cam- po de la psicología científica, y más tarde de Kurt Lewin, influidos por las con- cepciones físicas de Ernst Mach –que ya en 1893 enunciaba, con relación a la inercia en el Universo, que cada partícula del universo ejerce una influencia sobre todas las demás partículas– y tomando en cuenta los planteos iniciales de Christian von Ehrenfels, efectuados en 1890, con respecto a lo que el de- nominó teoría de la gestalt, o sea, teoría de la configuración, dieron origen a la psicología de la gestalt o psicología de la forma como se la ha conocido en los países de habla hispana. Uno de los supuestos más importantes de esta teoría es que los seres humanos no perciben las cosas como elementos aislados y no relacionados entre sí, sino que los organizan durante el proceso de percepción en un conjunto de elementos significativos. Alrededor de 1860 el zoólogo Isidoro Geoffroy St. Hilaire y el naturalista St. Jorge Jackson Mivart desarrollaron un enfoque para el estudio de los seres vivos al que llamaron etología y lexicología, respectivamente, caracterizándolo como la investigación de las relaciones de los organismos dentro de la familia, la sociedad, la comunidad y el ambiente. Estos avances otorgaron el sustento conceptual que permitió al biólogo Ernesto Haeckel, en 1866, sistematizar lo que hoy se conoce como ecología –justamente a Haeckel se debe esta deno- minación que viene del griego “oikos”, casa o lugar para vivir–. A su posterior desarrollo aportaron científicos como Augusto Thienemann y Charles Elton, desde fines del siglo XIX y principios del XX, culminando con los trabajos de Eugenio Odum quien en 1950 posicionó a la ecología como una ciencia integrativa. Debemos a la ecología conceptos fundamentales como cadenas y ciclos tróficos, los superorganismos, el ecosistema como comunidad de or- ganismos y entorno físico interactuando como unidad ecológica, la biosfera, la idea de red como entretejido interdependiente de fenómenos (la trama de la vida), como redes de redes interactuando a distinto nivel de complejidad (Odum, 1970; Capra,1998). Estas tres grandes corrientes de conceptuación e investigación científica (psicología, biología y ecología) convergieron para dar origen a un nuevo para- digma, una forma de ver y comprender sistémica y holísticamente los fenóme- nos relacionados con la vida. Es sobre esta plataforma intelectual y científica que pudo fructificar el pensamiento y la investigación de científicos como Humberto Maturana, Francisco Varela y Gregory Bateson que permitieron comprender que lo mental es inherente a toda forma de vida, animal y vegetal. A estos nombres y desarrollos se suman muchos más, tales como los de Edwin Schrödinger, Werner Heisenberg, James Lovelock, Lynn Margulis, Fritjof Capra, Heinz von Foerster, Henri Atlan, Benoît Mandelbrot, Warren McCulloch, Ilya Prigogine, Rupert Sheldrake, Charles Tart, John Eccles, Karl 105 Popper, Stanislav Groff, Ronnie Laing, Ernst Schumacher además de otros biólogos, ecólogos, físicos, psicólogos, químicos, economistas, antropólogos, biofísicos. En suma, es tan extensa la nómina de científicos que produjeron y producen información rigurosa, entrelazada en cuerpos teóricos sólidos, ho- lísticos y sistémicos, que no queda más que asombrarse del poder ilógico de perpetuación del sustrato profundo del mecanicismo newtoniano y la concep- ción dualista cartesiana conque la mayoría de los profesionales se aproximan a la comprensión de la vida y a la resolución de los problemas que en este orden se plantean. Setenta u ochenta años fue el tiempo necesario para que los sucesivos des- cubrimientos y formulaciones científicas, por ejemplo, en el campo de la física y la astronomía –tales como los desarrollos mecanicistas de Newton, electro- magnéticos de Maxwel y relativistas de Einstein– llegaran a los laboratorios de investigación y a los observatorios desplazándose uno a otro en el orden anotado. Así como nadie montaría hoy un observatorio teniendo como marco teórico de referencia la física de Newton, es difícil imaginar para un futuro próximo que se desarrollen estrategias de acciones para atender la salud de individuos y poblaciones sin rescatar las profundas interconexiones e interde- pendencias entre el sustrato biológico corporal, la integración conductual y los determinantes que obran en el ambiente, todo integrado en y con el sustrato mental. Innegablemente, si bien debe reconocerse una demora lógica en el tránsito entre las construcciones provenientes de las ciencias básicas al terreno de las ciencias aplicadas, el tiempo transcurrido sin resultados en el caso de la cien- cias de la vida y su potencial aplicación al campo de la salud resulta un lapso exagerado, sobre todo cuando se está imbuido de la comprensión de que la ciencia debe colocarse al servicio de la humanidad y no al de sectores cuya motivación principal es el acrecentamiento del poder o del lucro sectorial. Varias consecuencias plantean tales corrientes de pensamiento acerca de las concepciones sobre la salud y la enfermedad, así como sobre lo normal y lo patológico, tema sobre el cual se ha abocado la epistemología moderna. Tal como revisó Canguilhem (1970), la discusión acerca de lo normal será plan- teada en el plano social a través de pensadores como Comte y Durkheim, y en el plano de la medicina a través de figuras como Claude Bernard, imbuidos todos ellos por una filosofía del progreso en el plano del conocimiento cientí- fico y de su aplicación a la resolución de los problemas prácticos que afrontaba la humanidad. En efecto, los más notables científicos de la modernidad se han afanado por delimitar y medir los estados de enfermedad mucho más que el inasible concepto de salud. Acaso porque, remedando a la concepción popular que nos indica que percibimos la salud cuando nos falta, la enfermedad se impone con toda su evidencia objetiva, tanto en los individuos como en las comunidades 106 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD que la padecen y porque la salud, tal como pensara Leriche ha sido represen- tada como “la vida en el silencio de los órganos5. Así se ha pensado por siglos, tanto con relación a la salud individual como a la colectiva, que la salud es ausencia de enfermedad más que un estado po- sitivo de bienestar y adaptación funcional al entorno. Contrasta, por ejemplo, la gran cantidad de trabajos descriptivos y/o explicativos tendientes a carac- terizar los estados de enfermedad con la casi inexistente diferenciación de los estados de salud, como si ésta apenas pudiera concebirse de otro modo que como desviación basal de los estados anormales o patológicos. Tiene tanto relieve esta ausencia científico-cultural que comenzando el tercer milenio de nuestra era, se contrasta una sobre abundancia de teorías de la enfermedad (patología) con una carencia total de teoría de la salud (hi- giología). Se habla permanentemente del proceso de salud-enfermedad pero mientras no se haya construido una higiología este proceso será comprendido sólo como enfermedad (ausente o presente pero, en definitiva, siempre vigente al menos en potencia). La salud ha sido homologada, más tardíamente, con el concepto de bien- estar en sus principales dimensiones, pero entendida, de forma poco realista, como un estado de completo o absoluto bienestar, planteando una escisiónirremediable con todas las situaciones vitales en que, en la realidad cotidiana, transcurre la vida de cada uno de los individuos y los grupos que más bien vivencian una tensión entre lo deseable utópicamente y lo realmente actual. El bienestar resulta una sensación subjetiva de muy difícil traslación a un plano objetivo; por lo cual su indagación ha debido realizarse siempre a través de instrumentos de medición que implican la percepción del sujeto (escalas, cuestionarios u otros instrumentos que se aproximan al constructo salud en- fatizando diversas dimensiones significativas del mismo), razón por la cual alguno de los principales críticos impugnaron este enfoque señalando que no tomaba en cuenta dimensiones tales como la capacidad de rendimiento fun- cional (Terris, 1986). En la conceptuación de la salud aparecen, asimismo, distintas vertientes de categorización: a) Las que destacan principalmente su carácter de horizonte o estado a alcanzar. b) Las que caracterizan la salud no como un resultado final sino como un proceso en el cual está implícito el afrontamiento de situaciones vitales 5 Consciente de las dificultades que presentaba la conceptuación de la salud, el filósofo Canguilhem (2004) acudía a una cita de Diderot en la que sintetizaba los arduos esfuerzos que demandaba cernir satisfactoriamente el concepto: “Cuando uno está sano, ninguna parte del cuerpo nos instruye de su existencia; si alguna de ellas nos avisa de esta por medio del dolor es, con seguridad, porque estamos enfermos; si lo hace por medio del placer, no siempre es cierto que estemos mejor”. 107 o, como bien dice la definición de la Unión Europea, como un recurso para la vida cotidiana. c) Las que caracterizan a la salud y la enfermedad como estados discretos o discontinuos (Sánchez Moreno, 2000). d) Las que la consideran como un proceso progresivo, en donde se observa la ausencia de patología en un extremo y la situación de máxima pato- logía en el otro. En otro orden de agrupamientos se identifican las dimensiones que son tomadas en consideración. En algunas aproximaciones se alude a la dimensión subjetivo-corporal o a un concepto de bienestar que implica la conformidad entre los aspectos biológicos, psicológicos y sociales, mientras que en otras se trata de introducir nociones relativas a los esfuerzos e iniciativas que adopta la sociedad y el Estado para proteger o promover la salud de las comunidades. Dado que los instrumentos técnicos que permiten lograr información acerca de lo que está presente en la comunidad (y he ahí la etimología ca- bal del término epidemiología) en realidad dan cuenta acerca de cuáles son las enfermedades que sufren las personas más que el estado de salud de las mismas, se presentan grandes dificultades para identificar las condiciones o determinantes que se sabe que están asociados con un mayor nivel de salud o bienestar en el nivel colectivo (por ejemplo, indicadores tales como el desarro- llo neurocognitivo de los niños, la condición neurocognitiva de los viejos, la funcionalidad de los sistemas familiares, el grado de asociatividad presente en la comunidad, etc.). A partir de las consideraciones precedentes, surge la definición construida por la cátedra I de Salud Pública/Salud Mental de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, que se incluyó tempranamente –en 1988– en el programa oficial de la misma: Salud es la situación de relativo bienestar físico, psíquico, social y am- biental -el máximo posible en cada momento histórico y circunstancia so- ciocultural determinada-, considerando que dicha situación es producto de la interacción permanente y recíprocamente transformadora entre las personas (entidad bio-psico-socio-cultural) y sus ambientes humanos (enti- dad psicosociocultural, bío-físico-química y económico-política), teniendo en cuenta que estos componentes integran a su vez el complejo sistema de la trama de la vida. Algunas otras conceptuaciones fundamentales que permiten un enriqueci- miento de la caracterización de la salud son las siguientes: a) Es un fenómeno multidimensional, ya que en sus emergentes y de- terminantes podemos distinguir variables e indicadores de naturaleza biológica, psicológica, cultural, social; lo que impone su análisis desde un paradigma centrado en la complejidad que destaque los procesos de causalidad y retroacción circular y evite toda forma de reduccionismo 108 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD simplificante que desvirtúe la índole compleja de los procesos bajo es- tudio. b) Se trata de un fenómeno contextual, cuyas manifestaciones se organi- zan a muy distintos niveles de complejidad y jerarquización (células, tejidos, órganos, aparatos, organismo[en todo lo cual materia y mente implican una uni-dualidad], agrupamientos de organismos, comuni- dades, agregados sociales) cada uno de los cuales exhibe propiedades emergentes que no son reductibles a las partes que lo componen; de- biéndose evitar por ello toda explicación que incurra en el problema de la falacia ecológica o la trasposición de explicaciones de un nivel de mayor agregación a otro de menor agregación o viceversa. c) Es relativa, pues sus manifestaciones en el individuo, el grupo o el agre- gado social están condicionados por factores o atributos que le otorgan singularidad en cada momento histórico, debiéndose por ello evitar la tentación de concepciones absolutistas o hegemónicas sobre la salud y la normalidad que nieguen el respeto a la diversidad biológica, social y cultural. d) Implica una situación de equilibrio inestable, o sea, en continuo pro- ceso, pues se manifiesta en distintos grados o situaciones desde un polo que oscila entre el ideal utópico de máxima salud hasta una situación de máxima enfermedad, casi confundiéndose este último con la extinción de la vida del organismo humano; debiéndose por ello considerar todas los instrumentos y estrategias que, dentro de lo ético, permitan aproxi- marse a su estudio y ensayar las intervenciones necesarias evitando toda concepción sustancialista acerca del estar sano o estar enfermo. e) Es axiológicamente positiva, pues la salud es considerada en todas las culturas y concepciones filosóficas o religiosas como un bien personal y social; hallándose por lo tanto asociada durante los últimos tiempos a la idea de un derecho humano que la misma sociedad debe esforzarse por garantizar o promover. Esta razón impele a evitar toda concepción que restrinja el valor de estar sano a un asunto o responsabilidad mera- mente individual o privada para cuestionar acerca de la responsabilidad que tiene el colectivo social de asegurar tanto la protección de niveles mínimos de asistencia sanitaria como el derecho a un medio ambiente salutógeno. Salud y salud mental Hasta acá se ha tratado la temática de la salud como una unidad, en per- manente proceso o de forma discreta. Se han planteado o señalado diversas cuestiones, pero siempre desde una perspectiva globalizadota o integral del fenómeno salud. 109 También se trató el tema de las especializaciones que descomponen el todo en múltiples componentes o partes. Aún cuando no se lo mencionó, de ahí surgen desarrollos y prácticas tales como la gastroenterología, la otorrinola- ringología, la oftalmología, la cardiología, la angiología que configuran las especialidades médicas, y se observa también extremos como la creación de facultades para estudiar odontoestomatología (todas las otras especialidades tienen la misma formación básica que se imparte en una sola Facultad, la de Medicina). Pero al adentrarse en el campo de la salud y de la Salud Pública se encuen- tra otra especialidad que implica un tratamiento o manejo muy diferenciado en ciertos escenarios: la salud mental. Cuando por la época de la Revolución Francesa los médicos Pinel y Esquirol llevan la locura del campo asilar al de la medicina, ésta la recepta, al igual que a la lepra, pero creándoles hospitalesespeciales, brutalmente deshumanizados y de encierro total: el manicomio y el leprosario. Para todas las otras enfermedades, incluyendo las que implicaban frecuentemente una gran complejidad, tasas muy altas de contagio y letalidad, eran atendidas en una misma institución: el Hospital General. Esto indica, sin duda, que la medicina se hizo cargo del tabú que prevalecía en las sociedades occidentales frente a enfermedades que habían sido interpretadas sobrenatu- ralmente en la Edad Media. Con respecto a la salud mental, como una especialidad, caben reflexiones específicas dado que, siguiendo el razonamiento de las otras especialidades, llevaría a pensar que la enfermedad mental es la manifestación patológica de un órgano o sistema como ocurre en el caso de la gastroenterología que se ocupa de las enfermedades del sistema digestivo o la cardiología que se ocupa de las afecciones del corazón y de los vasos sanguíneos insertos en él o cercanos al mismo, no de las que están a una cierta distancia del corazón porque de ellas se ocupa la angiología. Ahora, si se afirma que la salud mental se ocupa de las enfermedades del sistema nervioso central (aún dejando afuera el periférico) surgirían problemas con los neurólogos y con los mismos especialistas en salud mental que, en su gran mayoría rechazarían esta postulación. Entonces cabe la pregunta sobre qué involucra la salud mental, o sea, en la perspectiva actual, ¿qué enfermedades corresponden a la salud mental?, y la respuesta, tal vez, podrá ser las del psiquismo o las mentales (que sería una tautología) y podría aparecer una respuesta que flota en el ambiente cultural, desde la época de Descartes, con una forma cercana a: las del alma. Es dable pensar que mantener vigente la denominación de instituciones como “de Salud Mental” o estructuras organizacionales como Departamen- to o Dirección de Salud Mental en organismos como son los ministerios o secretarías de gobiernos (de las tres jurisdicciones) o la OMS, es favorecer la discriminación que aún hoy pesa, y muy fuertemente, sobre las llamadas enfermedades mentales y la posibilidad de perpetuar los manicomios, con la 110 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD consiguiente violación grave de los derechos humanos que llega, frecuente- mente, a subhumanizar a estos pacientes haciendo posible que se hagan expe- rimentos con ellos. Así, resulta necesario reflexionar sobre el concepto de Salud Mental, co- menzando por señalar que no hay ninguna manifestación del proceso de salud que pueda ser no-mental en su etiología, en su evolución y en su desenlace. A partir de los mencionados trabajos de Maturana, Varela y Bateson producidos cerca de la década de 1960, se sabe que “... la mente es la esencia de estar vivo”, como señaló este último y que, tal como determinaron en sus investigaciones Maturana y Varela “La mente no es ya una cosa, sino un proceso: el proceso de cognición, que se identifica con el proceso de la vida. [...] El cerebro no es, por supuesto, la única estructura a través de la cual opera el proceso de cogni- ción. La entera estructura disipativa del organismo participa en dicho proceso, con independencia de que el organismo tenga o no un cerebro y un sistema nervioso superior. Más aún, investigaciones recientes indican firmemente que en el organismo humano, el sistema nervioso, el sistema inmunológico y el sistema endocrino –que tradicionalmente eran vistos como sistemas separa- dos– forman en realidad una única red cognitiva” (Capra, 1998), tal como lo ha demostrado en los últimos veinticinco años el significativo avance de la investigación científica en psicoinmunoneuroendocrinología. Por ello, los conceptos de lo mental, salud mental, enfermedad mental y algunas otras formas en que el vocablo mental es usado en nuestra época, en medios académicos y en ámbitos profesionales de la salud, denota frecuente- mente formas subyacentes de un dualismo cartesiano que resultan anacrónicas a la luz de los avances planteados en el terreno del conocimiento científico. Como señala Capra, se trata de un indicador profundamente negativo que re- fleja disociación: “La visión fragmentaria de la realidad no es sólo un obstáculo para la comprensión de la mente, sino también un aspecto característico de la enfermedad mental. Una experiencia sana de uno mismo es una experiencia de todo el organismo, cuerpo y mente, y las enfermedades mentales muchas veces son resultado de la incapacidad de integrar los distintos componentes de este organismo. Desde este punto de vista, la distinción cartesiana entre mente y cerebro y la separación conceptual entre los individuos y su entor- no parecen síntomas de una enfermedad mental colectiva compartida por la mayoría de las personas de la cultura occidental, y como tal suele ser vista por otras culturas. […] Diagnosticar cualquier trastorno como debido a causas psicológicas sería tan reduccionista como la convicción de que hay enferme- dades puramente orgánicas sin ningún componente psicológico. Los clínicos y los investigadores modernos son cada vez más conscientes del hecho de que prácticamente todos los trastornos son psicosomáticos, en el sentido que su- ponen una continua interacción entre la mente y el cuerpo en su origen, en su desarrollo y en su curación“ (Capra, 1992). Si bien esta disociación entre lo mental y lo corporal se explica, a veces, por 111 la búsqueda de recortar un conjunto de problemas específicos de salud que no eran habitualmente considerados en el pensamiento biomédico tradicional, en Argentina, este anacronismo ha llevado a que la psicología, en el ámbito de la salud, quede confinada al campo de la enfermedad y, dentro de ella, en el es- pacio restringido de la enfermedad mental. Como consecuencia, la diferencia- ción operativa entre lo mental y lo orgánico lleva a adoptar una posición que, frecuentemente, conduce a la fragmentación de las acciones en salud y a sesgos burocráticos que terminan por retacear el campo de acción del psicólogo. La concepción que se postula en este escrito se orienta según el planteo de soportes científicos, marcos ideológicos y desarrollos estratégicos tales como los que se hallan comprendidos en las fuentes científicas citadas anteriormente y en trabajos tales como la Declaración de Alma-Ata sobre Atención Primaria de Salud (APS) de 1978 (OMS/UNICEF, 1978) o la propuesta de Interven- ción de la Comunidad en el Desarrollo Sanitario (ICS) (Oakley, 1990) y todas aquellas propuestas u orientaciones que hoy conforman el campo de lo que se denomina la nueva salud pública y el movimiento de promoción de la salud, expresadas en documentos tales como la Carta de Ottawa, la Declaración de Bogotá para la Promoción de la Salud, el libro así titulado, “La nueva sa- lud pública”, de Ashton y Seymour (1990) y la publicación de la OPS/OMS (1996) “Promoción de la salud: una antología”. En estos lineamientos programáticos y desarrollos teóricos y técnicos se plantea la integración de lo mental en las acciones generales de salud, así como la capacitación de los agentes primarios de salud para acciones que incluyen lo mental, directa o indirectamente, en todas las problemáticas del área, fun- damentalmente con sentido protectivo, promocional y preventivo primario. Aún cuando el pensamiento de la medicina social y de la psicología de la salud arraiga en los fundamentos empiristas y racionalistas que atraviesan el conocimiento médico y psicológico occidental han abrevado en fuentes diver- sas que permitieron enriquecer un enfoque centrado en la identificación de los factores sociales, psicosociales y ambientales que obran sobre las personas y sus agregados. Para ambas disciplinas esto abrió el camino para pensar las problemáticas sanitarias desde la perspectiva epistemológica de la complejidad (Morin, 1994). En la actualidad, este modelo recoge todos los aportes que provienen de las ciencias sociales y las ciencias de la vida, a fin de ofrecer unarespuesta satisfac- toria a los complejísimos determinantes que obran sobre la salud y la enferme- dad, entre los cuales se incluye la estructura simbólica, las pautas culturales, las modalidades de organización social, el ambiente físico, el equipamiento biológico y la conducta individual, así como también la respuesta que ofrece el Sistema de Atención (Contandriopoulos, 2000). La pregunta es ¿porqué en el campo de la enfermedad pueden seguir te- niendo vigencia las concepciones del paradigma individual-restrictivo habién- 112 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD dose desarrollado ya el paradigma social-expansivo (ver Cuadro Nº 1), siendo que este último está construido en base a los adelantos más actuales de las ciencias de la vida? Si bien resulta difícil hallar una respuesta que agote la complejidad del fe- nómeno, podríamos apuntar algunos factores que concurren a este fin: expan- sión del mercado de la enfermedad, creciente atomización y segmentación dis- ciplinaria, penetración del modelo biomédico reduccionista en amplias capas de la población, disociación entre las entidades productoras de conocimiento y las organizaciones abocadas a su aplicación efectiva. Pero es sin duda desde esta perspectiva científicamente actual que se debe plantear la función de la psicología en el campo de la salud, cuya inserción debería cubrir todos los ámbitos de los Sistemas de Servicios de Salud y de las estructuras de gobierno del área. En los hospitales y sanatorios, donde los servicios de salud mental tie- nen la misma relevancia que servicios tales como los de gastroenterología, neurología o cardiología, por mencionar sólo algunos, la psicología debería hallarse plenamente integrada, pero no a través de dispositivos tales como la interconsulta, sino formando parte estable, como psicólogos y psicólogas de la salud y/o como psicólogos y psicólogas sanitaristas, de los equipos de trabajo de cada uno de esos servicios y en muchas otras instancias organizacionales e institucionales de los Sistemas de Servicios de Salud, en los tres subsistemas (público, privado y de la Seguridad Social) y también en el trazado, ejecución y evaluación de las Políticas de Salud y de los diferentes programas a través de los cuales los gobiernos de las tres jurisdicciones (Nacional, Provincial y Municipal) aplican los dineros públicos de que disponen a la atención de la enfermedad de la población. Entonces, el concepto y la denominación correcta no es la de Salud Men- tal, pues así utilizado el concepto estaría designando un servicio hospitalario o sanatorial o una concepción cartesiana de lo humano científicamente perimi- da, sino la de lo mental en la salud. Al formularlo de este modo, se abren ma- yores posibilidades para detallar y fundamentar los espacios y problemáticas del proceso de salud en los que la psicología puede y debe hacer los correspon- dientes aportes desde los marcos teóricos que la constituyen y las tecnologías que de ellos se desprenden. En el diseño de las políticas de salud hallamos también un problema simi- lar cuando se configuran las políticas de Salud Mental. A menudo los progra- mas asistenciales se organizan según una lógica sectorial en las que prima la focalización en los destinatarios y el contenido de las acciones diferenciando, por ejemplo, los programas de asistencia materno infantil o los programas de lucha contra el HIV/SIDA o para el control de enfermedades crónicas, de aquellos otros programas en los que se trabaja sobre el campo de lo mental y que comprenden problemáticas tales como la depresión, el alcoholismo, las 113 adicciones, el suicidio y otros trastornos de manifestación preponderantemen- te mental. Además de ignorar los fenómenos de comorbilidad y los procesos psicoin- munoneuroendocrinos, esta disociación reproduce hacia abajo, en la jerarquía de toma de decisiones y transmisión de conocimientos, una lógica segmentada que dificulta la articulación de las prácticas que los profesionales desempeñan en cada una de las instituciones comprendidas en dichos programas y refuerza algunos sesgos propios de las políticas públicas, entre los cuales cabe citar la baja consideración acerca de las configuraciones relacionales de las unidades familiares que son beneficiarios de la asistencia o el conocimiento acerca del grado de información y comprensión que los mismos tienen sobre los Pro- gramas a ser implementados, la significación cultural que tienen las prácticas promovidas desde una campaña en los beneficiarios; todos estos aspectos y procesos inciden tanto en la viabilidad de las políticas de salud como en su eficacia y eficiencia. El campo de mayor fertilidad en la aplicación de la psicología a la salud Al profundizar la comprensión científica de lo mental en relación con el proceso de salud y sus emergentes, se hace evidente que el papel fundamental de la psicología está en el terreno de la salud y no en el de la enfermedad; específicamente, está en el ámbito de la protección y promoción de la salud. Se reconoce que en este campo las contribuciones de la psicología resultan insustituibles, por la índole misma de los problemas a los que se ve enfrentado el trabajo de quienes tratan de producir cambios en la subjetividad, los cono- cimientos, las creencias, las representaciones sociales y los comportamientos (Morales Calatayud, 1999; Ribes, 1990). Por ejemplo, una de las cuestiones fundamentales que cabe plantearse a este respecto ya no sería formulada en términos de ¿por qué un paciente tiene tal enfermedad en un momento determinado? sino, ¿qué debe hacer un ser humano sano para continuar en tal situación? O bien, en sustitución a la clásica pregunta ¿por qué en una población la morbilidad o la mortalidad es diferente a la observada en alguna otra?, la pregunta es ¿por qué algunas per- sonas están sanas y otras no? Dentro de las múltiples respuestas o señalamientos se observa que sobrea- bundan las que se refieren a los estilos de vida, a los hábitos, a las creencias, a las representaciones sociales, al comportamiento, a la subjetividad, a los siste- mas valorativo-actitudinales, a la autoestima, al desarrollo de destrezas para la vida, a lo afectivo-emocional, al estrés cotidiano, etcétera. Estos componentes se abren en una infinidad de subcomponentes; por ejemplo, en relación a los hábitos están: los que se refieren al uso del tiempo (trabajo, ocio, descanso), a lo alimentario, a la actividad corporal, a los modos de interactuar con los de- 114 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD más, al uso de sustancias tóxicas, etcétera. Todos ellos, que implican la mayor parte del total de los que concurren al área de la salud positiva como soporte de su génesis y mantenimiento, son de naturaleza psicológica y antropológico cultural y hacen a los fundamentos de la calidad de vida y el bienestar de los seres humano. Más aún, al respecto resultan muy significativas las investigaciones de la década del setenta del siglo pasado, llevadas a cabo por Alan Dever (1991) con relación a los componentes del concepto de campo de salud construido por Hubert Laframboise en 1973 (ver Esquema Nº 1), un verdadero modelo que remplazó a la tríada ecológica proveniente de la epidemiología tradicional y que fue utilizado por Marc Lalonde, abogado y Ministro de Salud Pública, para reformular todo el Sistema de Salud Pública del Canadá en 1974. Alan Dever, estudiando el aporte de los cuatro determinantes de salud del modelo de Laframboise (medio ambiente, estilo de vida, biología humana y sistema organizativo de la atención de la salud) a la disminución de la prevalencia de las enfermedades (ver Esquema Nº 2) halló que, en la gran mayoría de los casos, el 75% o más de las acciones necesarias para lograr tal disminución correspondían a estilos de vida y medio ambiente. Esta cuestión es profundi- zada por Raynald Pineault y Carole Daveluy (1992) al tratar el tema de los determinantes de salud y la adjudicaciónde los recursos económicos del área (Pineault y Daveluy, 1992) (ver Esquema Nº 3), mostrando la enorme irra- cionalidad de dicha distribución, a lo cual se puede agregar el pronunciado e innegable efecto patogenizante (producción de enfermedad y muerte)de esta desproporción en el financiamiento de la atención de la enfermedad (90% del total del gasto) y la magra proporción destinada a la protección y promoción de la salud (3,1% del total). Es sabido, asimismo, que la degradación de los ecosistemas humanos es una de las problemáticas candentes a la que se halla enfrentada la humanidad, por tratarse de una cuestión que pone en riesgo la sustentabilidad misma de la vida sobre la biosfera terrestre. (Thomson, 1995). Tal proceso ha provoca- do un alerta sensible respecto a la necesidad de adoptar medidas urgentes y prioritarias para remediar algunos de los efectos gravosos que la explotación económica descontrolada ha producido sobre la calidad del medio ambiente que habita la mayor parte de la humanidad. Si bien este es un problema ma- croecológico, no cabe dudas que depende de la subjetividad y el comporta- miento (pasado, actual y futuro) de quienes constituyen lo que se denomina genéricamente la humanidad. Sin embargo, si se parte de una concepción ecológica profunda (Capra, 1998) se observa que ella, si bien es apoyada por la ciencia moderna y en par- ticular por el nuevo enfoque de sistemas y de la complejidad, está enraizada en una percepción de la realidad que va más allá de la estructura científica hasta llegar a un conocimiento intuitivo de la unidad de la vida, de la inter- 115 dependencia de sus múltiples manifestaciones y de sus ciclos de cambio y de transformación (Capra, 1992, 1998, 2003) propio de los pueblos originarios, muchos aún subsistentes en diversas regiones del mundo, particularmente en las Américas (Grinberg 1999). Así, en la medida que la propia constitución y desarrollo del ser huma- no debe comprenderse en relación con las oportunidades y restricciones que plantean los determinantes medioambientales (Bronfenbrenner, 1987) que- dan planteadas algunas cuestiones centrales, tales como las que destaca Ribes (1990): a) Los efectos del comportamiento en tanto modulador del impacto bio- lógico de las circunstancias ambientales, que a la vez afectan el nivel de inmunocompetencia individual. b) El medioambiente en tanto ámbito de contacto directo e indirecto con factores de riesgo medioambientales. c) Los efectos del comportamiento en tanto variable que permite explicar la protección o degradación del medio ambiente en las distintas socie- dades. En síntesis, si tenemos en cuenta que casi todo lo que ocurre en cuan- to a problemas ambientales depende o es consecuencia del comportamiento humano y que los estilos de vida son sustancia psicosociocultural, se puede deducir que el peso más importante de los determinantes de las condiciones de salud de los seres humanos son factores de naturaleza psicosocial y cultural. Esto también hace evidente la importancia de pensar en términos de lo mental en la salud y el rigor científico que implica esta formulación, junto al hecho de adentrarse en el camino que permite ver con claridad las dos razones más significativas por las que no prospera esta línea de pensamiento en el ám- bito de las políticas a secas y de las políticas públicas: 1º - Trabajar desde la perspectiva de lo mental en la salud choca de frente con el dualismo de raíz cartesiana, como así también con buena parte del mecanicismo y se sabe, desde los trabajos de Thomas Kuhn (1971, 1982), de la gran resistencia al cambio de paradigma por parte de los científicos y de quienes trabajan vinculados a la ciencia. 2º - Trabajar desde esta perspectiva desemboca indefectiblemente en accio- nes de protección y promoción de la salud, lo cual debilita fuertemente el modelo asistencialista que toma como objeto de estudio al individuo descontextualizado, yacente y entendido como reservorio de la enfer- medad, o sea, resquebraja los cimientos del mercado de la enfermedad. Es a partir de estos enfoques protectivo-promocionales que se evidencia el ámbito y los objetivos más importantes para la salud de una población, lo que debería dar origen a un conjunto muy significativo de políticas públicas cuyo eje sería la inclusión de lo mental en la salud. Para su planificación, ejecu- 116 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD ción y evaluación sería necesario estructurar equipos multidisciplinarios en los que encuentren adecuada representación profesionales de la psicología y otros cientistas sociales que pueden aportar una visión alternativa a la que hoy re- sulta claramente hegemónica y reduccionista en sus planteamientos esenciales. Efectuada esta advertencia fundamental pasemos a los enfoques protecti- vo-promocionales. Una primera cuestión apela a una racionalidad evidente y sencilla; para formularla, tradicionalmente se recurre a lo que se conoce como la parábola del río, que cuenta que a orillas de una corriente caudalosa se en- contraba un grupo de socorristas encargados de sacar del agua a los náufragos que venían arrastrados por el río y en peligro de ahogarse, pero cada vez era mayor el número de náufragos y los socorristas, que entraban al agua para sa- carlos y reanimarlos, ya se encontraban agotados, razón por la cual empezaba a ocurrir que muchos de estas personas que venían flotando desesperadamente en la corriente pasaban de largo y se ahogaban aguas abajo; el agotamiento era ya mayúsculo, hasta que uno de los socorristas, dirigiéndose a un compañero, le dice: ¿Porqué no remontamos el río para ver dónde se cae la gente al agua y así evitarlo?, de este modo serán pocas las personas que, a pesar de los recaudos que se tomen, caerán a la corriente, pero será un número pequeño y nosotros, los socorristas, estaremos descansados y en mejor situación para auxiliarlos. La lógica que encierra esta parábola es irrebatible, tanto desde la perspec- tiva de la ética profesional y los derechos humanos como de la ética política y las responsabilidades de los gobiernos, el quehacer de sus funcionarios y la administración de los dineros públicos. En primer lugar, hay que tener presente que todos los Sistemas de Servicios de Salud de nuestro país funcionan pasivamente y se activan por iniciativa de la demanda: si los usuarios no llegan a golpear la puerta de las instituciones y consultorios los profesionales no tienen nada que hacer con sus conocimien- tos y destrezas. En segundo lugar, es importante ver que la gran mayoría de la gente está sana, si por estar sano se entiende no recurrir a los profesiona- les de la enfermedad. En un renombrado estudio efectuado por Kerr White (University of Virginia, Health Sistem –página web-) en Baltimore en 1965 se halló, en una población de mil personas seguidas diariamente durante cin- cuenta días seguidos, que el 25% no había sentido ningún malestar y que el 75% restante había tenido alguna molestia. Este 75% estaba compuesto del siguiente modo: 71,5% no había recurrido a ningún profesional, el 3,5% ha- bía recurrido al médico y, de este conjunto, el 0,2% había sido internado en el hospital. Esta información, no extrapolable a la Argentina dado que tiene cuarenta años de elaborada y proviene de un país desarrollado, no obstante permite ver dos cuestiones fundamentales que es razonable tomar en cuenta: primero, la gran vigencia que tiene lo que la medicina grecorromana de la antigüedad ya señalaba en cuanto a la capacidad natural del ser humano de re- cuperar espontáneamente la salud, que denominaban vis medicatrix; segundo, 117 que las personas sanas para el sistema (dado que no concurren a los sistemas de servicios de salud) son muchos más que los enfermos (los que sí concurren, aún cuando muchas veces no están enfermos). Tomemos un país como la Argentina: del tercer mundo, sometido a tre- mendos impactos deteriorantes de la calidad de vida, con índices de pobrezae indigencia elevadísimos y toda una serie de otros problemas que afectan negativamente el proceso de salud de cada familia y sus componentes. Ade- más, un país que posee una muy marcada ausencia de legislación que limite eficazmente la exorbitante avidez del complejo industrial-profesional que usu- fructúa el mercado de la enfermedad (si bien esto ha comenzado a revertirse en el Gobierno Nacional actual) y sometido a una enorme presión de marketing (publicidad y acciones de propaganda manifiestas y encubiertas) por parte de este complejo para incrementar el lucro del mercado de la enfermedad apelando a la incentivación de la automedicación, de la sobreprestación, de la hipocondría (a esto aportan, por ejemplo, los suplementos supuestamente de salud de los diarios de mayor tirada del país), etcétera. En un país con estas características es dable suponer -lo cual también se desprende de un sencillo primer nivel análisis de estadísticas de consultas diarias en algunos Sistemas Públicos de Servicios de Salud de las tres jurisdicciones gubernamentales- que el 3,5% de Baltimore se transforma en Argentina, actualmente, en un 35%. Quiere decir que si se toma a todo un conglomerado poblacional y se hace un corte transversal epidemiológico (ver Esquema Nº 4) se encontraría que, apro- ximadamente, dos terceras partes de esa población está sana –desde el punto de vista en que se lo definió anteriormente, o sea, que no demanda atención profesional– y un tercio padece alguna dolencia. Este tercio, a su vez, se subdivide del siguiente modo: a) personas con enfermedades totalmente evitables y personas seudoenfer- mas, entendiendo por tal a quienes concurren a los servicios de salud con malestares pero sin ninguna patología, no obstante, indagando, se encuentra que sus vidas están llenas de problemas (económicos, de violencia en el hogar, de desesperanza, de desocupación, etc.) y en reali- dad, aunque no se den cuenta, van al hospital o al centro periférico sólo para ser escuchadas por un ser humano. Este subconjunto es aceptable estimarlo en un 40% del total de usuarios que demandan atención pro- fesional. Los seudoenfermos, por la inercia profesional e institucional –y en el caso de los médicos, a veces, por temor a los juicios de malapra- xis–, desencadenan una serie de prácticas diagnósticas y terapéuticas que, inevitablemente, generan algún monto de daño, junto al riesgo que implica la sola concurrencia a hospitales (infecciones intrahospita- larias, malapraxis involuntarias, etc.); b) personas enfermas con patologías que, si bien son evitables, lograrlo implica una mayor complejidad de procesos y tiempos. Esta demanda 118 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD es procedente justipreciarla en un 30% del conjunto de usuarios de- mandantes de atención; c) el 30% restante involucra a las personas que padecen enfermedades inevitables. Es necesario aclarar que evitabilidad/inevitabilidad no tiene ninguna rela- ción con gravedad/benignidad. En el 40% de lo totalmente evitable pueden estar implicados casos de fallecimiento de menores por accidentes en el hogar, pero accidentes que no ocurrirían si se disminuyera el riesgo instalado en las viviendas, que en el caso de Argentina es altísimo, y a su vez se aumentara en las madres la actualmente escasa visualización de los riesgos en el hábitat para las criaturas pequeñas. En el 30% de la enfermedad inevitable están involucra- das dolencias generalmente benignas, como el resfrío y la gripe. Tal como enseña la evidencia disponible en muchos países del mundo, la psicología está en condiciones de promover estudios y acciones que arro- jen luz resultados positivos sobre las conductas de autocuidado, actividades de tamizado (screening) y control periódico, identificación de indicadores de alarma y análisis de la demanda a los servicios de asistencia, así como aquellos que se orientan a promover la adhesión a las prescripciones de los facultativos mediante la cooperación con el tratamiento, la adhesión a las prácticas reco- mendadas y la participación en los procesos de rehabilitación. Pero este enfo- que alcanza una dimensión sanitaria muy relevante cuando logra desentrañar las conductas de cuidado y protección que adoptan cotidianamente aquellas personas y familias que no son cubiertas por los sistemas de servicios de salud o nos los usan, pero que tienen un importantísimo impacto sobre el bienestar colectivo. La estrategia adecuada, desde el punto de vista científico-técnico y ético, para reducir significativamente el monto de dinero destinado actualmente a la atención de enfermedad y seudoenfermedad -reducción que se puede estimar en no menos de una tercera parte del gasto total-, en cualquier colectivo social del que se trate, requiere trabajar con la población sana (ver Esquema Nº 5) en función de las mencionadas estrategias y técnicas de protección y promoción de la salud, tal como hoy se postula a partir de lo que se podría denominar el movimiento de promoción de la salud. Con sólo trabajar eficaz y participati- vamente en esta orientación, en un tiempo breve se lograría reducir significa- tivamente la población que padece enfermedad totalmente evitable y también se evitaría que concurran a los hospitales las personas PSSEudoenfermas. Am- pliando un poco más el lapso transcurrido desde el inicio de la ejecución de estas políticas y programas la demanda evitable desaparece o se reduce a un grado ínfimo y, consecuentemente, también se reduce de un modo muy mar- cado el monto de personas con enfermedad evitable pero con cierta dificultad. Finalmente, como una serie de evidencias, supuestos razonables e hipótesis que orientan una visión distinta acerca de las vinculaciones entre la psicología 119 y la salud, que resultan importantes desafíos para la investigación y la acción en terreno de esta profesión, se plantea lo siguiente: 1º - Que las actividades protectivas y promocionales de la salud, además de ser enormemente eficaces, son de bajísimo costo dado que no es posible utilizar en ellas ni aparatos ni drogas y escapan a todo intento de copa- miento por parte del complejo industrial-profesional de la enfermedad. 2º - Que las acciones de Atención Primaria de Salud en el Primer Nivel de Atención, a menudo confundidas con acciones de bajo nivel de complejidad y prestigio, encierran en realidad muy variados y difíciles desafíos científicos y técnicos para los profesionales que allí trabajan, hallándose estos en la necesidad de configurar equipos multidisciplina- rios que puedan dar una respuesta más integral a las problemáticas que allí se contactan. 3º - Que para los países del tercer mundo, no desatendiendo jamás la enfer- medad inevitable, es esencial reducir el gasto en atención de la enferme- dad por tres razones (entre otras): a) la posibilidad de aplicar el dinero ahorrado a una mejor atención de la patología inevitable; b) porque también se lo puede destinar a otros programas sociales que mejorarán la calidad de vida de la población y, por lo tanto, su salud; c) porque la enfermedad, al igual que la pobreza, satisface dos objetivos del neolibe- ralismo deshumanizado y globalizado: hacer buenos negocios y obsta- culizar en todo lo posible el desarrollo de los países del Tercer Mundo. 4º - Que estas acciones protectivas y promocionales son irrealizables, eficaz y eficientemente, sin el aporte de la psicología. Esto cae como gran responsabilidad sobre los hombros de esta profesión y no hay posibi- lidad de escudarse argumentando que no se los convoca para este tipo de trabajos. Nunca hay que olvidar en el siglo XXI dos tareas básicas que entran dentro de la responsabilidad de todo psicólogo o psicóloga, aunque nadie los llame para hacerlo, son la humanización de la medici- na y la educación de los políticos para que accedan lo antes posible a la comprensión profunda del factor humano, con relación al cual lo más grave no es que no saben sino que creen que lo sabentodo. 5º - Que la población que, no estando enferma, demanda atención en las instituciones del Sistema de Servicios de Salud, debe ser atendida sin ser patologizada, dado que hacerlo implica un daño a esa población porque, además de no solucionar sus problemas se profundiza sus limi- taciones para afrontar dificultades de la vida por carencia de destrezas o falta de experiencia o alguna otra causa no patológica. Brindar res- puesta a quien demanda atención sin sufrir una alteración de su salud, implica brindarle asesoramiento (counseling) psicológico, el cual sólo puede ser brindado por profesionales de la psicología dado que, en sín- tesis, requiere poner en juego la teoría del desarrollo psicosocial normal 120 PSICOLOGÍA Y POLÍTICAS PÚBLICAS EN SALUD y utilizar las tecnologías psicosociales correspondientes (desarrollo de destrezas para la vida, resignificación del entorno, guía de procesos de aprendizaje cognitivo-emocional, etc.).
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