Logo Studenta

Casullo Las posibilidades de reinvención de la política

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

Las posibilidades de reinvención de la política 
Entrevista Nicolás Casullo* 
 
* (Entrevista realizada por Karina Arellano en marzo de 2007, miembro del Consejo Editor de la revista 
Pampa, publicación del Instituto de Estudio e Investigación de la CTA dirigido por Claudio Lozano). 
 
Revista Pampa: Durante diciembre 2001 sostuviste una posición muy clara respecto al deseo fundante de 
las movilizaciones asambleístas. ¿Qué reflexión hacés a cinco años de ese debate y cómo creés que se 
reconstituyen las posibilidades de lo político luego del slogan “que se vayan todos”? 
Nicolás Casullo: Respecto al acontecimiento del 2001, en su primera fase que fue básicamente la caída 
del gobierno por la rebelión de ciertos sectores populares y la protesta de los ahorristas, fui bastante 
escéptico en cuanto a las posibilidades de que eso fuese una apertura, el nacimiento de algo o el punto 
político culminante de un proceso consistente. Por el contrario, pensé y escribí que en muchos aspectos 
ese era el punto más bajo de un largo comportamiento social que estallaba de esa manera frente al 
hartazgo y el descubrimiento de la estafa del modelo, culminado con un robo concreto de los ahorros de 
inmensos sectores medios. Yo polemicé en ese sentido planteándome que los sectores medios que 
estaban saliendo a las calles no anunciaban algo nuevo sino que eran los últimos creyentes dolarizados 
del modelo menemista y que esto, en el marco de la ausencia de otros mundos -como habían sido, en 
otras épocas, el mundo de lo sindical, el de la clase obrera, el universitario concientizado- marcaba una 
muy particular y atípica protesta más cercana a ser interpretada en términos de cultura postmoderna-
urbana-masiva. Cerrada en su reclamo, autista, antipolítica, pero a la vez necesaria para re-dibujar una 
vieja escena política porteña calcinada ya, de escasa representación en la ciudad. Luego, en la etapa 
donde aparece el piqueterismo concentrado y masivo en Capital -las luchas piqueteras tenían ya una 
historia durante la época menemista en el interior del país- también fui absolutamente escéptico en cuanto 
a lo que podía ser la alianza de estos sectores medios con los piqueteros. Escéptico, simplemente por 
conocer la historia de donde venía ese mundo medio que en Buenos Aires es conservador, básicamente 
anti-popular, racista y anti-peronista apenas siente que lo perturban. Recuerdo perfectamente el 
desagrado con que esta ciudadanía porteña protestataria, recibió en enero del 2002, al gobierno 
“peronacho” de Duhalde. Recuerdo la forma despreciativa con que reaccionó ante el fin del sueño 
menemista del peronismo liberal “del primer mundo”; cuando se volvió a encontrar con los morochos en 
musculosa y con bombos cuando se había terminado el peronismo de Punta del Este. 
En cuanto al “que se vayan todos”, fue una protesta legítima y a la vez un grito histérico porteño. Estuvo 
producido por el espacio capitalino, espacio de la histeria nacional por excelencia, que al mismo tiempo, 
como toda histeria, brinda elementos de análisis interesantes en términos de comportamientos colectivos 
de significación, pero nunca podrá ir más allá de ser un grito: un viejo eco antipolítico por derecha. Para 
generar un “que se vayan todos” de corte realmente democrático tiene que haber un largo proceso de flujo 
y crecimiento de luchas sociales metropolitanas previas, que en el 2001 no hubo. Después de diez o doce 
años de luchas sociales, después de aquello que nos llevó al ‘73, sí pudimos decir “que se vayan todos”. 
Pero después de Menem, de la cuota y el crédito, de la despolitización profunda de la década de los 90’ , 
del “déme dos”, después del Barrio Norte exaltado, no se puede construir una práctica del “que se vayan 
todos” porque, indudablemente, no hay ningún sustituto ni ninguna creación popular genuina que pueda 
alcanzar el carácter de alternativa de corte popular societal. La sociedad porteña no quería esto último y 
en las elecciones del 2003 lo reflejó. En realidad, el “que se vayan todos” fue un grito de despecho de los 
que pedían un orden sin políticos (sin los que arruinaron la utopía del peso igual dólar) como antes, 
cuando las tantas asonadas militares, tan bien recibidas siempre por el grueso de la población media. 
Mi postura, bastante particular y solitaria en ese entonces, no fue para nada optimista. No obstante, me 
daba cuenta de que sí había sucedido un acontecimiento fuerte que era el desfonde de un país. El 
desfonde palpable de las grandes estructuras partidarias, de las grandes identidades que comenzaban a 
mostrar el naufragio definitivo de lo que habían sido en términos históricos. Y, efectivamente, eso se está 
rompiendo todavía en un lento hundimiento. Tanto el radicalismo de manera aguda, como el peronismo de 
manera ralentada, están en un tránsito, una metamorfosis, una mutación hacia variables que son bastante 
difíciles de predecir pero que de distintas formas van adquiriendo los tintes con que el heredero de todo 
esto, el gobierno de Kirchner, debe transitar en el presente. 
Este episodio del 2001 fue un acontecimiento del cual Kirchner estuvo muy atento. Lo vivió como el nuevo 
modelo de golpe de Estado. Un golpe de Estado de corte contestatario que viene a reemplazar a los 
golpes de estado económicos o militares del pasado y le cambia el signo a la destitución. Al 2001 
podríamos denominarlo como un primer golpe societal, por como están dadas las correlaciones de fuerzas 
ideológicas y la encrucijada de la protesta, lo que no quiere decir que sea popular ni de izquierda. A la 
calle la pueden ocupar los derechos humanos o Blumberg. Kirchner, a partir de aquello, intenta la 
http://pensamientopoliticoarg.blogspot.com/2011/10/las-posibilidades-de-reinvencion-de-la.html
reconstitución de un centro izquierda y un centro derecha. Un mapa nuevo. Así lo dice de entrada. 
Absurdamente, increíblemente, asombrosamente, un peronismo que ya había pasado a los “luderes”, a los 
“cafieros”, a los “herminios”, a los “menem” sobre todo, a los “alsogaray”, que también había dejado atrás 
el sueño del FREPASO que quiso entrar en una suerte de neoliberalismo desperonizador de izquierda 
ética. Ese peronismo se encuentra, de golpe, con que su presente adquiere ahora un tinte que se creía 
absolutamente enterrado en la crisis del 73’ y 74’ . Se trata de una constitución de un país popular 
reformista estatal burgués de centro-izquierda. Un peronismo nacional reformista democrático, y una 
constitución del país de centro-derecha al lado y confrontándolo, que es la forma embrionaria con que 
sigue gravitando la crisis del 2001, en cuanto a un antes y un después partidario. Podría decirse que el 
peronismo vuelve en muchos sentido a la sobria tesis de un “desarrollismo nacional” en el mar de los 
sargazos del mundo del mercado global, tal cual lo pensó Perón en 1973 con otra escena mundial y no 
pudo cumplir. 
 
Pampa: En esta etapa de metamorfosis, ¿cuál es tu opinión sobre las reconstrucciones y 
transformaciones míticas del peronismo teniendo en cuenta el grado de des-mitologización que el propio 
peronismo, en los 70’ o los 90’ , ya había producido? 
Casullo: Yo creo que en estos momentos se está viviendo un acontecimiento cultural muy complejo, y no 
solamente en la Argentina. Me refiero a que estamos viviendo una suerte de tardo- modernidad o de post-
historia que no es el fin de la historia sino la conclusión de determinados relatos fuertes. Un momento que 
nos deja situados en un afuera de película sobre esa misma historia. Es decir, permanentemente estamos 
situados en el campo de algo que ya aconteció y que quiere repetirse, quiere reiterarse, reaparecer. Es lo 
que hoy algunos teóricos llaman el déjà vu, lo “ya visto”. Por ejemplo, cuando Chávez habla de socialismo, 
uno piensa “¿qué socialismo?, ¿aquél que ya vimos?, ¿uno nuevo?, ¿de qué habla?,¿de un cubanismo 
posmoderno?, ¿de un populismo radicalizado?, ¿de un antiimperialismo petrolero?,¿de un escenario 
popular inédito?,¿remite a un viejo socialismo o a uno sin antecedentes?”. Podríamos decir que estamos 
viviendo sobre un mundo de una alta culturalización de la política donde en realidad todo es pura disputa 
cultural. Todo tiene una inmensa sobrecarga cultural acumulada con las muchas décadas del siglo XX en 
el desván. Pura disputa de representaciones. Pura disputa simbólica. Entonces, Chávez dice que vivimos 
un socialismo bolivariano y el diario La Nación dice que en la Argentina estaríamos viviendo un populismo 
mussoliniano. Es decir, todo sería mundos simbólicos que se recuperan y se reponen. Estas variables 
hablan de una tardo-historia, de una post-historia donde el pasado pesa de tal manera que es la única 
referencia que nos queda para enhebrar los futuros en términos de inteligibilidad político ideológico. 
Respecto al peronismo, podríamos decir que hoy acumula también toda su historia como forma compleja 
de seguir siendo. Hoy hay en danza tres mitologías peronistas. Está la de los 70’ , la militante, 
comprometida, provocadora. Está la mitología del peronismo clientelista, del peronismo que gana las 
elecciones en el 2003 a través del pacto de intendencias duhaldistas. Y está el peronismo del 45’ , aquél 
que podríamos llamar “industrialista-nacional-desarrollista”, citado permanentemente en la voz presidencial 
y en muchos actos bonaerenses. El de la “clase obrera” como columna vertebral, el de una resucitada 
“burguesía nacional”, el del trabajo y la productividad y la presencia sindical en la Rosada. O sea, que 
tendríamos tres peronismos en danza y un cuarto: los restos del peronismo liberal menemista. Estos 
peronismos juegan como mitológicas, como una suerte de déjà vu, de ya visto, de ya acontecido, como si 
saliesen de un altillo y volviesen a posicionarse en la historia para volver a vivirlos, repetirlos, retomarlos, 
acusarlos, evocarlos, condenarlos, llevarlos a una consumación postergada. O, para el gorilismo, 
convertirse en una pesadilla de la que nadie puede salir ni despertarse y que hace del gorila un ser cada 
vez más desorbitado y patético caminando sobre cualquier cornisa ideológica con tal que ese ismo que 
atraviesa medio siglo de proteico protagonismo desaparezca de la faz de la tierra. Ser gorila es la peor 
forma de ser peronista, de participar codo a codo de su historia aguardando su imposible agonía. 
Permanentemente estamos viviendo la experiencia de algo que ya aconteció y quiere volver a acontecer. 
Desde esta perspectiva, la mitología del peronismo, en este caso, está danzando como nunca. Desde 
estas formas, el peronismo sigue siendo el piso de una memoria de justicia, de dignidad popular mínima, 
malversada históricamente por el propio peronismo, y que hace 50 años quiere ser aniquilada por la 
reacción liberal, desde el bombardeo masacrador a Plaza de Mayo en 1955, hasta la acusación de 
totalitarismo mussoliniano contra Kichner ahora. 
La pregunta reside en si esto indica la lozanía y la vigencia del peronismo. No: esto indica la forma en que 
el peronismo se va desarticulando, desagregando, desintegrando. Hay que pensar que las evocaciones 
salen al atardecer, en el crepúsculo de las cuestiones. Las evocaciones no hablan de un vigor peronista 
sino más bien de un mundo simbólico que se retuerce sobre sí mismo y en donde es muy difícil pensar de 
aquí a cinco o diez años cuál sería la salida peronista. Sí, es fácil decir que el peronismo va a seguir 
existiendo, pero no podemos saber la figura que adquirirá o qué significará decir “soy peronista” o nombrar 
a Eva Perón en el futuro. Para adelante, el peronismo se está desarticulando igual que el radicalismo. Es 
decir, estamos asistiendo a la muerte del siglo veinte político argentino, a la disolvencia de sus identidades 
políticas más decisivas. 
Desde el punto de vista de lo que se reconstituye después de esta muerte, no está mal la idea del centro 
izquierda y el centro derecha que plantea Kirchner, porque además la sociedad se adapta claramente a 
eso. Siempre fue eso desde hace medio siglo: un peronismo como monstruo amenazante de las “buenas 
costumbres” liberales que se puede articular por izquierda cada tanto y mete miedo a la dominación 
histórica política, económica y cultural, a un país blanco conservador, antiperonista, antisindical, que habla 
de morales y éticas que nunca practicó y que lo que no soporta es un peronismo de centro-izquierda. No lo 
soporta desde 1945. Se quedó muda en el ´73 con ese peronismo en las calles. Es fácil ver que lo que 
está opuesto a Kirchner -salvo una izquierda marxista eternamente situada en los márgenes de lo que está 
pasando, como sin haber conseguido comprar entradas para entrar- es una política que utiliza todos los 
argumentos culturales, ideológicos, económicos, sociales, religiosos, militares que hoy puede tener una 
derecha desplazada de algunos de sus poderes. Desde esa perspectiva, esta mítica peronista es en parte 
su forma de despedida. Despedida larga o corta de la historia que actuó. Pero también el peronismo vivió 
siempre la obsesión de superarse a sí mismo y dejar atrás una vieja encarnadura propia por otra nueva: un 
hijo de sus entrañas. Podríamos rastrearlo hasta en el evitismo de 1950, 1951: una apuesta superadora a 
partir de un molde original demasiado limitado en relación al desafío de la circunstancias. Hoy sería lo 
mismo, a partir del 2001 y la crisis. En 1973 era la liberación nacional incumplida, que exigía también un 
post-peronismo radicalizado. Y hasta el menemismo puede ser pensado así, en ese caso como un alien 
engangrenado. 
 
Pampa: En este estado de las cosas, donde vos planteás la totalización del sentido de la política mediante 
un proceso de alta culturalización, por un lado, y la polarización centro-izquierda/centro-derecha por otro, 
¿qué posibilidad tiene una crítica radical que alimente luchas emancipatorias y no esté atravesada por el 
lenguaje “opositor”? 
Casullo: La crítica radical necesita hoy estar situada en el campo del pensamiento, lugar privilegiado 
donde uno puede ejercer de manera político intelectual una crítica a lo que acontece en las distintas 
esferas de la política. La crítica radical es como una savia imprescindible, aunque así no lo parezca. Es 
retener la idea de otra sociedad posible. Aunque en política uno se sitúe mucho más 
condescendientemente. 
Hoy, a diferencia de otras épocas, se vive un divorcio, un abismo que se ensancha entre idea e historia. Y 
el único que puede saldar esta crisis es un nuevo sujeto político que inaugure y retenga sentidos perdidos 
y propuestos. Pero que haga las dos cosas, no una de las dos. Acontecimiento de ruptura, y entramado 
organizativo articulante. Un sujeto que recupere su experiencia histórica, su idea de otra historia y, luego, 
lo corporice en la historia misma. Hoy esto está ausente, está en tránsito. Estamos en la espera. Vivimos 
más bien una tensión entre acontecimientos que aparecen, se producen, suceden, pero con un cierto 
engaño. Aquellos que hacen la apología del acontecimiento como si este contuviese un mundo de 
significados absolutos, olvidan que el acontecimiento siempre es codificado por otro que en definitiva dice 
qué es lo que acontece. En ese sentido, podríamos decir que no hay un acontecimiento político puro, 
incontaminado, cargado de un significado de ruptura casi absoluta, sino que desde un nuevo 
acontecimiento, que es estarlo pensando, uno le acota esa variable de ruptura. Lo bautiza. “Desflora a la 
doncella”, diría un rey machista. 
Esto tiene una relación directa con lo estético. El arte siempre pensó desde esa capacidad de re-significar 
lo que había acontecido con la propia obra. El obrar, la obra, remite al arte y lo deja atrás. En la política 
hoy estamos en una situación similar. Están aquellos que plantean la posibilidad de un acontecimiento en 
ruptura total y están aquellos, como por ejemplo, el filósofo Jacques Rancière, que plantean que el 
acontecimiento en sí, no se produce nunca. Que en todo caso, hoy,estaríamos viviendo el drama de algo 
que no se termina de armar y que no encuentra el equilibrio entre lo que podríamos llamar el 
acontecimiento y la organización. La organización es aquello que le da una continuidad al acontecer, le 
permite pasar de su estado de desagregación, de autismo e individualidad. Es decir, la organización 
vinculada a una nuevo acontecimiento es lo que podría romper con esta suerte de parcelamiento o 
balcanización de los acontecimientos que se comen a sí mismos. A su vez, la organización sin 
acontecimiento teofánico, esto es, que nos muestre nuevos rostros en lo caduco, también es una cosa 
estéril, despolitizadora, domesticadora. Es algo que lo único que hace es sustentarse y agotarse 
desesperadamente en sí misma como organización, para poder seguir sin acontecimiento de ruptura, sin 
revitalización fuerte, radical. 
Hoy podríamos decir que esta relación acontecimiento-organización no sucede. No solamente por una 
cuestión teórica que critica las totalizaciones y a los viejos partidos de izquierda con tendencias totalitarias. 
Tampoco está aconteciendo en lo social: hoy la política aparece claramente fuera de la política. La política 
de los políticos des-politiza, y la única forma de recuperarla es cuando aparece fuera de toda 
representación política instituida. Pero, así dada, tal politización tiene infinitas patas cortas. Se desvanece, 
pierde capacidad de confrontación real. Sobre todo en una sociedad massmediática que lo que busca 
diariamente es el escándalo del “acontecimiento”, del pseudo-acontecimiento, de “lo nuevo” registrable. Un 
mundo massmediático que es profundamente antipolítico, cualunquista, sectorizador porque se maneja por 
géneros de masas (mujeres, chicos con paco, violadas, asesinatos, piqueteros, huelga, ecologistas, 
seguridad) y que constituye la real derecha política operativa y actuante. En la sociedad massmediática no 
hace falta que los partidos de derecha generen su política; ésta última danza en el aire y el sentido común 
televidente. 
En este momento podríamos decir que hay un nivel de acontecimientos sin organización que lo sustente 
en el tiempo. Por otro lado, existen organizaciones que desesperan por acontecimientos de ruptura, de 
reprotagonización de lo social, y no lo logran. Y un mundo mediático que se ubica allá arriba de todo como 
el gran padre narrador, y que es mucho más proclive a emitir, enunciar o trasmitir acontecimientos que a la 
tarea de estructuración política que poco le interesa, en su papel de Gran Hermano mensajero que incluye 
o expulsa. Es decir, lo mediático nunca va a ir a la CTA a hacer una entrevista sobre cómo está actuando 
internamente o de qué manera se organizan cursos, porque no es considerado noticia. Ahora bien, el día 
que algunos obreros le tiren diez piedras a la sede Central seguro que va a haber diez cámaras que van a 
producir el acontecimiento. Entonces, tiene que deslindarse una cosa de la otra. Es un problema muy 
difícil, porque la sociedad mediática nos contiene a todos, todos los días, desde la actividad o desde la 
inactividad; desde la pasividad o desde el protagonismo. En este sentido, la estructura organizativa sin 
ruptura, despolitiza. El radicalismo y el peronismo despolitizan… y lo único que exigen es que te politices 
el día del comicio. Ese día te politizás y después te despolítizás totalmente. Lo mediático también 
despolitiza porque lo único que quiere es informarte y hacerte ver que siempre estás afuera viendo lo que 
le está sucediendo a otros y que “menos mal que no sos vos”; es decir, que nunca formás parte de eso 
pero que te enterás. Te informás de que los maestros están en huelga. Lo único que podría politizar el 
asunto es que el acontecimiento se llame protesta, cuestionamiento, rebeldía, huelga, confrontación o 
crítica y que pueda encontrar una organización, vinculación, relación de unas y otras variables que le 
quiten su estado de fragmentación y cosa esporádica. 
La Argentina vive permanentemente la cosa esporádica. Los maestros están en huelga; a los maestros le 
pagan tal guita y ya está, la Argentina vuelve a la “paz social”, hasta que aparecen los problemas de los 
trabajadores del subte, y con ellos las imágenes de los trenes parados y la gente enojada en los andenes 
y, después, todo desaparece. Este es un tema muy importante para la CTA en el sentido de cómo esto se 
puede reconducir. Qué viene de afuera, qué viene de adentro. Los partidos políticos ya no lo quieren 
hacer. Ellos tienen asegurado que cada dos años la propia institución les reúne todo y ellos sólo tienen 
que poner candidatos, boletas sobre las mesas. El problema está en las bases sociales y su capacidad 
para una nueva invención de la política. Porque a todo esto que estamos discutiendo, lo sobrevuela la 
pregunta sobre si la política es plausible de ser inventada otra vez, o si la política ya llegó a su límite total y 
más allá de lo que dio la burguesía y lo que dio el proletariado, hoy en crisis profunda, no hay ninguna 
invención política más. Si fuera esta segunda respuesta, nos esperaría solamente una sociedad del 
control, sociedad de la domesticación, de la seguridad, del vacío político, del consumo y nada más. 
Sociedad policíaca, como vamos viendo. Desde esa perspectiva, es una época fascinante en cuanto a 
discutir lo político, pero sumamente peligrosa porque sucede que siempre la derecha es “más realista”, 
más “veraz” en sus consejos, que una izquierda que sigue pensando cambiar las cosas, cambiar el 
mundo. 
 
Pampa: Y, para que la política llegara a ofrecer una apertura a su propia reinvención y al tránsito hacia un 
nuevo sujeto que encarne políticas emancipatorias, ¿qué deben encarnar las comisiones obreras y las 
organizaciones sociales en la actualidad? 
Casullo: Lo que está en discusión hoy a nivel político, y que la teoría trata de percibir, es la cuestión de los 
sujetos sociales. Este concepto es un molde, una lógica moderna clásica que se piensa en el XVIII y se 
asienta definitivamente en lo político en el siglo XIX. De allí emana aquello que desde el momento en que 
se constituye un sujeto, ese sujeto es igual a sí mismo y permanece. También el sujeto político. Así, el 
sujeto clase obrera, el sujeto proletariado, el sujeto revolucionario, era una suerte de figura que una vez 
que se labraba a sí misma, nos daba la tranquilidad de lo ya constituido, por lo tanto plausible de remitir a 
ello en cualquier circunstancia o problema. Un reaseguro: el hogar del dilema. La primera pregunta es, ¿se 
volverá a constituir eso en términos sociales, en términos culturales, en términos económicos?; ¿existirá la 
posibilidad de referir a un sujeto que permanezca y adquiera la profundidad que tuvo el proletariado para 
Marx o el campesinado para Mao? Nosotros seguimos trabajando con la idea de sujeto, pero diciendo que 
desaparecieron los sujetos de la revolución y que hay que volver a ver quiénes son los nuevos sujetos del 
cambio social, de la transformación social, de la otra historia por hacerse. 
Por otro lado, dentro de esta problemática del sujeto, aparece una cuestión más sutil que es el tema de las 
subjetividades. Hoy estamos en una cultura que hace política, más que en una política que hace cultura o 
que se dedica a la cultura los viernes a la noche en el salón de actos. Esto segundo ya no ilumina. Porque 
el tema que nos atañe a todos es en realidad un tema cultural: la confrontación ahora es por legitimidades 
en un mundo deslegitimado. Es por imaginarios a imponer, por estados de ánimo a “operar”, por 
ficcionalizaciones de lo real, y por el realismo de las ficcionalizaciones. Y refiere a esta pregunta sobre 
cuáles son las nuevas subjetividades, cuáles son sus mundos resimbolizados, resignificados. Cuál es el 
status de las representaciones que definen los nuevos subjetivos. Esta es una pregunta de corte estético 
más que político. Atañe a la sensibilidad, al yo, a lo privado, a la puesta en escena, al inconciente, a la 
imaginación, a lafantasía, a la imagen de las cosas, a la edición de las cosas, al mito de la individualidad. 
Es decir, territorio estético. ¿De qué se tratan las nuevas subjetividades urbanas? Desde la teoría, 
nosotros siempre estuvimos diciendo que éste era obrero y ya estaba destinado a ser esa determinada 
esencialidad que planteaba la producción industrial. Y el obrero era un mismo ser en lo sustancial. Era un 
explotado en la aseveración más concreta y a la vez más abstracta que se le podía otorgar. Eso éramos 
todos. Lo que significa que tampoco sabíamos muy bien qué éramos cada uno. Hoy, en cambio, las 
subjetividades juegan a partir de un mundo culturalizado al máximo de una forma distinta. Lo constitutivo 
de esa subjetividad es errático, despertenece, deambula de manera nómade en lo urbano, remite a 
mercado, no retiene mucho tiempo identidad, pasa fuera de “fábrica” en cuanto a mi relación fundamental 
con esa idea de “política” y democracia. Discutir las subjetividades es lo que acontece en este momento. 
¿Qué subjetividades son las que hoy dominan?, ¿cuál es la subjetividad de una maestra de la provincia de 
Buenos Aires?, ¿desde qué se constituye?, ¿cómo se identifica con una determinada política?, ¿de qué 
manera se relaciona con la producción?, ¿cómo se vive a ella misma?, ¿cómo vive a su empleador?, 
¿cómo vive el Estado?, ¿cómo vive la noticia?, ¿cómo vive la inseguridad?, ¿cómo vive la relación que 
tiene con la sociedad?, ¿cómo vive con su memoria o desmemoria?, ¿cómo refugia a sus hijos, los suyos 
y los no suyos? Entre ella y los mundos del mundo se esparce una maraña de discursividades que tratan 
de nominarla; desde el gremialista amigo hasta la protagonista rebelde de un teleteatro, desde su alumno 
con síntomas de raquitismo hasta la mujer líder del socialismo francés que ve en un noticiero parisino de la 
TV por cable, desde el libro con que enseña hasta el libro que le gustaría y no puede comprar. Esa es una 
subjetividad que se nos escapa permanentemente, desde el punto de vista de que hemos perdido la 
confianza en la lectura meramente socioeconómica a pesar de su enorme peso, y que era una lectura que 
antes nos daba definitivamente una respuesta –equivocada o no-, pero que nos tranquilizaba en el sentido 
que podíamos decir: la maestra era parte de los sectores medios. A medida que se profundizaba la crisis 
en la sociedad y se pauperizaba, se iban acercando cada vez a la lucha del proletario porque, finalmente, 
todos eran trabajadores fraternales en potencia. Y ese era el punto donde el capitalismo iba a encontrar la 
oposición máxima, o sea, en la proletarización de los sectores medios. Las inmensas mayorías socialistas 
que dejarían atrás el tradeunionismo, el reformismo y la limitada “lucha sindical”. Hoy vemos que no es 
así. Vemos que una maestra puede pedirle a Blumberg seguridad, rayana y comparable a la que le está 
pidiendo una señora del country, que puede ser más feminista que la docente. Esto es, lo que la determina 
ideológicamente no es el sueldo sino el rol que debió asumir en su casa. Su imaginario rompe 
rotundamente con los esquemas de “clase” que propone el maniqueísmo marxista. Lo privado es un 
universo que sobredetermina todo el resto. Y todo esto, al mismo tiempo, puede no significar una 
derechización, sino reaperturas de un yo social permanentemente reactivado por lo cultural. Y a la vez, 
puede significar lo contrario: que las nuevas subjetividades se constituyen en lo que yo llamaría un 
peligroso cualunquismo fascistoide. 
El cualunquismo son esas variables protofascistas que existieron en un momento en la Italia o en la 
Francia de posguerra: gente muy despolitizada, muy antipolítica, muy rechazante de todo lo que sea 
político, muy pensante de que lo único que se legitima en la sociedad es, por un lado, el empleador que te 
da el trabajo y el jornal, y por otro lado, el empleado que yuga. Somos todos empleados. No hay clases ni 
identidades ni agrupaciones. Desde esa perspectiva se puede producir un cualunquismo de tintes 
fascistas. En Argentina hay variantes muy claras de estos tintes fascistoides antipolíticos, alentados por 
una derecha y por un neoliberalismo que juega, desde hace muchos años, una batalla cultural que gana 
porque establece a la política como una intrusa. Así, la política sindical es una intrusa. La política 
universitaria es una intrusa. Los derechos humanos son intrusos. La política es pura corrupción, robo, algo 
por afuera del “empleador y empleado” que signa toda la vida. Una herencia de nuestros abuelos 
inmigrantes, para quienes la política era sólo “chanchullos de criollos” que no querían ir a laburar. Desde 
esta lógica, la política es aquello foráneo a una “vida normal”, a un “sentido común”, algo que viene a 
interferir una lógica dada básicamente por la relación económica, que es la “verdad verdadera” frente al 
diputado parásito. Esto tiene que ver con la corrupción política que padeció el país en democracia, pero 
mucho más tiene que ver con la campana de época cultural liberal que denigra a la política y al Estado 
como un palo en la rueda de los apetitos del mercado global. De eso tiene poca conciencia el argentino 
medio y la izquierda. Desde esta perspectiva hay que pensar las subjetividades. Es decir, el peso que 
tenían en una época las variables peronistas comunistas, socialistas como identidades políticas que 
arremetían contra esta especie de cualunquismo social, contra esta especie de sentido común reactivo y 
reaccionario, anticuerpos muy fuertes que hoy no están. La crisis de la política desampara, lleva a 
orfandad, a descreimiento cínico, a recelo absoluto, a ajenidad despreciativa. 
Este cualunquismo a la vez trae otro planteo: toda protesta que se queda en lo suyo, en su isla, es una 
propuesta en definitiva reaccionaria. Toda propuesta que no puede hilvanar su protesta con algo mayor, 
con un espíritu superior albergante, con una situación en donde inserte la protesta en un determinado 
proyecto popular mediante el cual lea al otro y a lo propio de una manera integral, se transforma en una 
propuesta que deviene en simple protesta reactiva, cualunquista. Eso es Cromañón, si lo pensamos en 
relación a qué política se inscriben los padres con respecto al país que quisieran. Lo acotado pasa de 
supuesta izquierda a derecha instrumentable. Una protesta que puede decir en algún momento “queremos 
caños de agua”, “queremos que no haya violadores por el barrio” “queremos que haya luz eléctrica”, 
“queremos que pongan una barrera”, o “saquen un basural”, o “saquen una villa”, o “no nos traigan a 
villeros”. En un principio aparecen legítimas, sustentables, están pidiendo aquello de lo que el Gobierno no 
se hace adecuadamente cargo. Pero se cierra de una manera extrema, y aquí aparece nuevamente 
aquella idea de cómo se re-inventa una política que permita reponer lo imprescindible para un gradual 
cambio de las circunstancias históricas: una reapertura de las nociones de justicia, fraternidad, solidaridad, 
identificación, por lo cual se participa de los perjuicios y negatividades de una situación general y no sólo 
de una, desagregada. 
A lo que voy es a que, desde el momento en que una protesta o un acontecimiento no tiene una 
perspectiva que se enlace con algo mayor que le de sentido en términos de izquierda, la protesta termina 
alimentando al proto-fascismo de la sociedad. De eso no quepa la menor duda de que es así, por más que 
la protesta esté en función de denunciar a una violada por su padrastro. Ahí, hay mucho más potencial y 
síntoma de derecha que de izquierda. 
En ese campo, el sindicalismo, la organización social, tendrá que partir de esa base segura que otorga la 
organización de trabajadores, pero reconocer que, sobredeterminado eso, hay un mundo cultural de 78 
canales de televisión que tanto el pobre como el rico ven en el café, en su casa, en el barrio, y que está 
reconfigurando una variable de difícil pronóstico. Las grandes masas urbanas van a tender a irse hacia la 
derechaen reacción a los que protestan, a los que quieren un cambio porque la cosa va mal. Es decir, es 
la sensación que tengo respecto a aquí, a Francia, donde va a ganar la derecha, como en España donde 
Zapatero ya está perdiendo, como en México donde ha ganado una ultraderecha republicana con 
Calderón. De hecho, frente a la no posibilidad de cambio histórico, las grandes masas urbanas, sus 
subjetividades, implosionan protestatariamente hacia la derecha. Quieren un cambio, sin duda. 
 
Pampa: ¿Cómo se lee esta derechización urbana respecto a la estrategia regional latinoamericana? 
Casullo: Hoy el cuadro de situación todavía mantiene la preponderancia del centro izquierda. Y hay que 
defenderlo. En ese caso, coyunturalmente y a nivel de gobiernos, soy optimista, en el sentido de que como 
hay una tendencia de grandes sectores que se van hacia la derecha porque el cambio histórico no aparece 
a la orden del día y cada uno trata de sobrevivir individualmente plantando otra historia de “seguridades”, 
también hay causes políticos en perspectivas contrarias, como la integración regional de los pueblos. La 
izquierda argentina se equivoca. A mi me da la sensación de que producto de sus lecturas del 2001, de 
una historia larga y de los traumas que generó el peronismo, hoy podríamos decir que se nota la carencia 
de un amplio frente de centro izquierda que tendría que moverse de Kirchner hacia la izquierda, con una 
capacidad de lectura verdadera sobre los signos positivos y negativos que hoy se están dando desde una 
perspectiva de gobierno. Creo que la izquierda radical y sus grupos hacen una mala lectura del 2001 y 
nuevamente quedan afuera de una historia mucho más grande y participativa que llevando militantes a la 
Plaza con consignas incomprensibles al resto de la sociedad. Pero ciertas izquierdas no necesitan 
contratar sepultureros. Este es un país post 2001 en el que de casualidad no volvió a ganar Menem 
(trampa de Duhalde), o Duhalde que se baja demasiado de apuro, o Reutemann que era “el candidato de 
todos”, o De La Sota que iba en punta en las encuestas, o López Murphy que saca muy poquito menos 
que Kirchner. Entonces, de no plantear un articulación de centro izquierda, la Argentina sale de un posible 
fracaso kirchnerista por derecha. Sin duda. Porque así lo quería el grueso de la sociedad en el 2003, una 
salida por derecha, y sólo un milagro y una serie de azares lo impidió. 
La única forma de quebrar esta suerte de derechización del mundo -que yo creo que se va a ir 
agudizando-, es construir alianzas de izquierda democrática, estatales, populares potentes, donde cada 
sector conserve su postura y la diferencia, pero donde haya “un programa mínimo” de acuerdo por donde 
muchas medidas puedan marchar. En este caso me refiero a un apoyo –crítico– al gobierno de Kirchner. 
Con respecto a los núcleos de izquierda radicales, está totalmente ausente. A mi me da la sensación, de 
que en Argentina por una tendencia a una crispación, al no reconocimiento del otro, a la violencia verbal, a 
cómo ha quedado el 2001en la cabeza de varios, no aparece claramente esta alternativa, como debiera 
ser entendido. El teoricismo, el gorilismo, el tradicionalismo de un pensar de izquierda, el sectarismo 
político, impide a esa izquierda, como en otras grandes coyunturas nacionales, estar con su identidad y 
autonomía, donde debiera estar. Afortunadamente este ensamble también está ausente en la derecha, 
que también está fragmentada. Y eso hace que vivamos con menos temor una mala lectura que hace la 
izquierda en cuanto a cómo poder reunirse o articularse sin que cada uno pierda su perfil. 
Es evidente que cuando en Argentina cuando aparece un momento popular con cierta capacidad de 
actuación se produce la traumática y ridícula unificación de izquierda y derecha, que en último término 
terminan coincidiendo en la confrontación en muchas circunstancias. Es una problemática que debe 
romperse con el fin de poder llegar a constituirse, frente a esta suerte de neofascismo de las derechas que 
avanza con mucha inteligencia culturalmente, “democráticamente” por parte de la derecha. Es así que hoy, 
si hay un tipo tildado de fascista es Kirchner, también de montonero y guerrillero. No obstante, el 
neofascismo real se da precisamente en aquellos que tratan de reconstruir una sociedad generando 
miedo, generando seguridad extrema, muros urbanos entre el bien y el mal, orden represivo frente a la 
protesta social. Es decir, Blumberg sería para muchos un pobre padre acongojado que no tendría que 
hacer política, mientras que para Lilita Carrió, por ejemplo, Kirchner es fascista. Entonces, cuando se 
produce esa torpeza de centro izquierda se merma la posibilidad del avance. 
En tal sentido, América Latina y la región está viviendo un momento excepcionalmente bueno de 
gobiernos, de proyectos, de perspectivas, de alianzas. Habría que retroceder a las instancias 
independentistas del siglo XIX para un escenario tan amplio. Y nuestro país está inserto de una manera 
oportuna en ese proceso, más allá de lo que uno podría quejarse. Sin embargo, esto que la derecha lee 
como un avance del populismo puro, autoritario, temerario, no contiene en la Argentina lecturas ni planteos 
que la pongan a la altura del acontecimiento latinoamericano. No estamos a la altura de ese 
acontecimiento. Seguramente, si hacés una mesa redonda para hablar del tema, te vas a encontrar con 
diez posiciones diferentes, de las cuales nueve van a aprovechar la situación para acusar al gobierno, en 
vez de plantearse qué tales cosas están bien. Y el gobierno, a su vez, hace todo desde una perspectiva 
solitaria, autárquica, cerrada en sí misma, desde una perspectiva soberbia y contradictoria. No admite ni 
lleva esta discusión hacia los verdaderos sectores del centro izquierda que deberían estar discutiendo con 
él las políticas. En ese sentido, Kirchner fue, hasta ahora, un hombre de muy buenas ideas y aplicaciones 
de tales ideas, de paradigmas y horizontes que comparto claramente, pero es un mal constructor de la 
política en los planos de un armado democrático y delegador. Es decir, no puede salir de sus acuerdos 
super-estructurales, chequeo de encuestas y del pequeño círculo decisorio, que lo vuelven negativamente 
“irremplazable” llegadas las circunstancias. 
 
Pampa: En tu último ensayo en la revista Confines establecés las condiciones fetichizadoras que 
actualmente ahuecan la experiencia política discursiva. ¿Cómo pensás que pueden establecerse nuevas 
relaciones del lenguaje con la práctica política que reconstruyan, a la vez, aperturas a nuevas condiciones 
de lo posible, con plena conciencia y deseo de intervención histórica? 
Casullo: Creo que ahí tiene que haber un nuevo momento de relación entre teoría y práctica. 
Evidentemente, acá falta un espacio reflexivo que plantee de qué manera el lenguaje político habita entre 
nosotros. Por otro lado, lo mediático es hegemónico en cuanto a que constituye nuestro lenguaje, la 
comprensión de las cosas y los consecuentes posicionamientos frente a esas mismas cosas. Desde esta 
perspectiva, como crisis política y crisis ideológica que atraviesa la Argentina -sobre todo desde el 2000-
2001 en adelante pero que viene de antes- se ha desvinculado en gran parte la práctica política de la 
práctica de un lenguaje político genuino en su hacer y crear. La práctica del lenguaje es un ejercicio 
permanente con sus propios espectros, con su propio pasado lingüístico. Las palabras tienen eco, 
resonancia, remembranzas, simpatías, correspondencias. Hay como una especie de remisión a lo 
espectral, a aquello que tiene –en la palabra- una carga simbólica muy fuerte. Y, entonces, yo te digo: “yo 
soy pueblo”, “vos sos antipueblo”. Y eso pesa de manera muy fuerte porque está desvinculada de la 
verdadera práctica política. Es un juego de set. Es un juego donde yo puedo decir “salvo Auschwitz, 
Kirchner es Hitler” o Kirchner puede decir “salvo el kirchnerismo, son todos antinacionales”. Es decir,al 
desvincularse la voz de las bases concretas de un acontecer político, la palabra navega y flota sola. 
Entonces, es una utilización del lenguaje ficcional, mediático. Se puede decir cualquier cosa en cualquier 
momento y en cualquier lugar cuando se rompe la frontera entre lo que es real y lo que es ficción, que es a 
lo que tiende lo mediático. Así, el político queda habilitado para plantearse cualquier cosa, porque en 
realidad son políticos sin estructuras, que flotan en el aire. Son ellos que remiten a ellos mismos. Estamos 
viviendo una época muy particular donde la enunciación política casi tiene un pleno de espectáculo, de 
show. Falta una apertura hacia la sociedad -sobre todo la sociedad media- que reponga lenguaje y política 
en estado de relación genuino. La derecha ha acusado a Kirchner desde subversivo a nazi, a partir 
precisamente de desligarse del lenguaje de la política cierta, donde todo es trabajo comunicativo, 
producción de set, defasaje entre voz y realidad, entre palabra y mundo. La propia crisis de la política hace 
que las palabras pierdan pertenencia, historia, memoria, identidad, enlace con las cosas concretas. 
Entonces Castells puede coincidir con Macri, Patricia Walsh con Patricia Bullrich, Lilita Carrió decir que 
Nilda Garré agravia a las Fuerzas Armadas, o que los ganaderos son perseguidos injustamente, o que la 
actual Iglesia es atacada sin razón. El lenguaje político no ancla en nada, es un simple estado de ánimo 
diario, una frase estridente, algo sobre el cual nadie va a pedir cuenta mañana porque todos estamos en el 
mismo juego aparencial y da lo mismo que algo sea dicho o que no sea dicho. La palabra pertenece al 
“fenómeno comunicacional de masas”, a su lógica de impacto, no a los políticos, partidos o sindicatos y 
sus “grises” (y sin rating) proyectos para el bien común. 
 
Pampa: En el sentido de desprendimiento de la idea más esencialista que comprendían la definición de 
sujeto social del marxismo ortodoxo. ¿Cómo se articula la exterioricidad de las nuevas relaciones con el 
concepto de nuevas subjetividades? 
Casullo: El problema está en que las nuevas subjetividades sólo son apreciables si renunciamos a una 
pura lectura política. Porque la lectura política es reductora permanentemente. Cuando yo digo que hay 
que recurrir al plano de lo estético no lo digo porque haya que recurrir al arte sino por el acercamiento que 
lo estético propone hacia los enigmas sociales de la sensibilidad. Hacia lo todavía no catalogado, no 
situado, no codificado, no reconocido. Es decir, en este momento, lo que te da más la posibilidad de 
emprender un trabajo político o una elaboración de las nuevas subjetividades son todos aquellos 
elementos pre-políticos, o desplazados o salvados de la política establecida. Salvados de la política, 
porque la política no los alcanzó con su capacidad despolitizadora. Con esa despolitización de la política 
que te dice: “usted va a hacer política cada dos años solamente, los días de comicio, y luego va a sentarse 
en la ventana a ver como los políticos hacen política y usted se queda mirando”. Hoy la política de la 
democracia bajo cúneo liberal, la democracia sin cambio, la democracia de la institucionalidad hueca, la 
democracia de las moralinas, de la pura retórica, es una política despolitizadora. Frente a esto, hay 
muchos elementos y factores de lo social y de lo cultural que aparecen ya de plano fuera de lo político. En 
ese sentido esto se confunde con cultura popular, cultura de masas, cultura mediática y hay que 
desenredar esa cuestión. Pero podríamos decir que hoy está mucho más capacitada una lectura estético-
político para entender de qué manera se pueden constituir las nuevas subjetividades. No solamente desde 
la relación del sujeto con la producción, sino, básicamente, de qué manera el sujeto es todavía político, 
porque está fuera de la política. De qué manera el sujeto se despolitiza cuando entra en la esfera política 
establecida. Rancière los llamaría “aquellos que luchan porque no tienen parte”, otros autores dirían 
“aquellos que quedan fuera de la representación”. O sea, que hoy para plantearte la política vos mismo 
tenés que construir la representación. Lo primero que vas a negar es la representación que quiere 
plantearte la política ahuecada. Vos sos de un barrio donde hay cinco chicas violadas en los últimos tres 
meses. Vos planteás la variable desde la politización absoluta, en tanto vos no estás para hacer política y 
sin embargo la empezás a hacer, en tanto vos sos un representado que deviene representante del 
problema, porque no querés que ninguna representación política te sitúe. Inaugurás, habilitás, abrís el 
cause con los vecinos, con los padres, con todos aquellos que no se sienten parte, que no tienen parte en 
la política, aquellos que tienen prohibido hacer política, que no tienen tiempo para hacer política, que no 
son profesionales. A partir de esa variable vos construís política. Ahora, esa política es en parte trágica de 
entrada, porque es una política que tiene que negar toda política para politizarse. Porque en su 
desplazamiento hacia la política se distancia de la política visible, reconocida. Porque en ese juego de 
despolitización-politización se corren riesgos ideológicos y culturales de no entender qué es la política, 
como trabajar la política, como producir política y no una simple indignación, un simple parche, una simple 
bronca, una semana excepcional en tu vida, que se prendió y se apagó. Esto es lo que no está totalmente 
resuelto en este tránsito entre la muerte de muchas dimensiones políticas y su esforzada reinvención. Si 
ante el problema de las violaciones aparece un diputado y dice, “déjenlo en mis manos”, ahí el sujeto se 
despolitiza y espera. La condición es trágica porque si vos sos un democrático, sos un republicano, sos un 
tipo que respeta a las instituciones, o sea, un tipo que actúa en términos democráticos, estás totalmente 
despolitizado. Y si te politizás, dejás de creer en la política de los políticos, que es la que contiene poderes 
viabilizadores, de resistencia real, de cambio posible más allá de lo circunscripto que te pasa. Porque 
evidentemente aquello que te está cubriendo te está despolitizando en términos concretos. Y, si por otro 
lado, rompés con todo esto, vas a generar una intervención política concreta: tuya; será una política de 
patas cortas porque, en Núñez donde había violaciones ahora pusieron diez policías, luz, y dos garitas de 
vigilancia. Listo, se acabó. Volvés a tu casa y en ningún momento reconstituiste la idea de que esto se 
pudiese juntar con algo mayor. Es más, corrés el peligro de que ese mismo barrio o sector social salga 
autistamente pensando que todas las cosas se solucionan con diez policías: para el lado de la derecha. 
Pero hoy las problemáticas mayores pasan por afuera de las organizaciones instituidas, y por eso son 
problemas: son intemperie, son zonas desprovistas. Es tu vida, la de muchos, las de los que no tienen 
parte en la política. En un mundo que te crea diariamente miles de mundos posibles o imposibles, logrados 
o solamente deseados, pero fuera de tu lugar de trabajo, la política entonces desaparece y reaparece en 
ese afuera de tu lugar, de tu puesto y función. Y se despliega en “otros lugares, puestos y funciones” 
desguarnecidos de política, o anestesiados por la política 
En ese plano, el de las nuevas subjetividades, hay que estudiar muy acabadamente el mundo de la 
sensibilidad, el mundo de lo privado, de tu relación individual o grupal e incompleta con el mundo. Que es 
una cosa que a la izquierda le cuesta muchísimo poder pensar. Es decir, la legitimidad de lo individual 
todavía sufre enormes descalificaciones en el pensamiento de izquierda y el mundo individual puede ser 
percibido desde el ser obrero, ser campesino, desde las identidades ya constituidas que evidentemente 
existen, pero no desde lo que le ocurre a ese obrero en su relación sensible y compleja con el mundo.Desde lo particular intransferible. Sí, las identidades existen, pero evidentemente están atravesadas por 
algo que se nos escapa totalmente desde la política a secas, y más viviendo en Capital Federal o en el 
conurbano. Lo que pasa es que la política se sostiene porque ha sabido edificar claramente la institución 
del comicio, la institución electoral. La ha sabido edificar de tal manera que cuando llega el ritual la 
sociedad va y vota, vota y obedece. Por mas que al día siguiente diga que el que votó es un hijo de puta. 
No importa, lo votó. Ahora, la subjetividad real no es totalmente la que va al comicio. La subjetividad real 
es la que al día siguiente comienza a circunscribir el comicio. Así aparece una cadena de subjetividades 
donde uno se pregunta dónde se pone la política para que no sea sólo el voto ni sólo el grito destemplado 
y ciego. 
Hay que buscar la subjetividad como una variable desde lo sensible político que rompa las configuraciones 
ya dadas, la mirada del otro que ya te ubica, te sitúa y cristaliza, y que reabra la posibilidad de otras 
variables. La nueva politización es conciencia de una carencia muy grande. Porque vos les preguntás 
“cómo unificas la lucha tuya con la de las compañeras que están a favor del aborto” y la tipa de Núñez que 
se movilizó por las violaciones te dice: “andá a la mierda vos con el aborto”. Porque no hay la posibilidad 
de volver a relacionar palabra e historia y mundo deseado como la hubo en un momento. El partido 
comunista o el partido peronista lo reunían pero finalmente lo reunían mal. Todo esto ya está en revisión, 
ya está en crítica, es cierto, pero lo reunían. Hoy no podríamos reunirlo, entonces, las subjetividades flotan 
y lo que priva por un lado es la exterioridad que te dibuja un ser desustancializado de todo. Pero por otro 
lado es la interioridad que vuelve a necesitar comunidad, colectividad. Es decir, “yo soy irrepresentable” 
eso es lo que piensa cada sujeto social que sale a la pelea: “aquel que quiera venir a representarme, es un 
ladrón o un tipo de dudosa calaña”. 
 
Pampa: Desde esta configuración cultural extrema ¿no corremos el riesgo de exacerbar una posición 
cínica frente a la política? 
Casullo: Creo que el cinismo ya está dado como una situación de época que hay que revertir. Por eso yo 
aclaraba que existe una posición radical que es una crítica político intelectual y, por otro lado, una crítica 
que es la que te permite la política democrática instituida como ningún otro modelo político por ahora. Yo 
puedo estar diciéndote todo esto y al mismo tiempo estar sosteniendo que voy a votar a Kirchner. Digo, “ya 
que la sociedad nos encarcela, permitámonos el pensamiento crítico radical”. Ahora, en términos políticos 
concretos estoy mucho mas situado en lo que fue la historia argentina, en el avance de la derecha, y en el 
cómo hay que confrontar tratando de reunir fuerzas en un momento de crisis política donde va muriendo el 
radicalismo y el peronismo. Y, en ese sentido, soy mucho menos radical, soy más bien alguien que se 
pregunta “¿quién me permite a mí un pensamiento radical acompañando un tránsito de época?” Alguien 
como Kirchner, que está haciendo política apuntando a un pos-peronismo. Con dificultad, con altibajos, 
pero intentando un cierre de época difícil: dejar atrás la maraña de un peronismo que como tal fracasó en 
la historia, y además prohijó demasiada mierda. Si yo le dejo a él eso, con todas sus equivocaciones, con 
todas sus variables, yo puedo permitirme la crítica y una necesaria distancia para pensar como se 
reinventan las cosas y a partir de qué estado de las cosas se las reinventa. Sería absurdo que yo piense 
igual que un presidente, porque entonces mi tarea sería totalmente en vano, y sería absurdo que él piense 
como yo porque él está en la casa de gobierno y nosotros estamos en un bar. Desde esa perspectiva yo 
trato de articular esas dos cosas. Y es una discusión que tengo siempre en el sentido de cómo construir 
política con lecturas de apoyo crítico y posturas armonizables con lo mejor en la encrucijada histórica. 
Yo hablo con vos así porque el medio, esta revista, el sitio, el mensaje, admite esta trayectoria de la 
entrevista y sus posibles receptores de una letra escrita que da un tiempo particular del pensar. Pero si 
estoy invitado a un programa de televisión no voy a hablar en cuatro minutos así, porque lo que está en 
debate ahí es qué políticas posibles se pueden llegar a hacer, y no plantear un país imaginario. Yo, en ese 
sentido, creo que el modelo sindical donde vos estás situada atraviesa un gran momento para pensar las 
circunstancias porque supuestamente ya instituyó su historia, es un sindicalismo de tránsito hacia una 
dimensión a articular con otras políticas, y está por verse si efectivamente aporta a la constitución de otra 
escena histórica o no puede, no ya por determinada persona ni incapacidad institucional, sino porque es 
muy brutal la forma económica, política y cultural con que el sistema nos avasalla, nos aterroriza, nos 
vulnera, nos confunde. Pero hay que hacer pie inteligentemente. Y cinchar juntos. 
	Las posibilidades de reinvención de la política

Continuar navegando