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De Brasi, J C Critica y transformacion de los fetiches

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CRITICA Y TRANSFORMACION 
DE LOS FETICHES * 
JUAN CARLOS DE BRASI 
"Menard —recuerdo— declaraba que censurar 
y alabar son operaciones sentimentales que 
nada tienen que ver con la crítica." 
J. L. Borges 
"Como por todos lados ve caminos, está siem-
pre en la encrucijada. En ningún momento 
es capaz de vislumbrar lo que se avecina. Ha-
ce ruinas lo . existente, y 110 por las ruinas 
mismas, sino por el camino que pasará en 
medio de ellas." 
Walter Benjamín 
"Pero creo que el hecho de que esto sea po-
sible nos restituye la idea de una capacidad 
mucho más obliterada de lo que se piensa en 
el medio en qué participamos. Se llama, sim-
plemente, posibilidad crítica." 
Jacques Lacan 
Introducción 
I — 
¿Por qué un trabajo sobre crítica en un volumen que 
aborda la problemática grupal? Tratemos de responder 
a este interrogante planteando algunas cuestiones. 
* Este artículo es la revisión y ampliación de uno aparecido 
en 1983. 
En principio, diría, porque no puede confundirse 
(aunque hasta ahora se lo ha hecho sin reparos) lo gru-
pal con los grupos concretos y lo que allí pueda experi-
mentarse. Pasa por ellos, sin agotarse en los mismos. Se 
producen grupos e instituciones como programas televi-
sivos o automóviles. Pero a diferencia de estos últimos 
los grupos y las instituciones tienden a considerarse como 
existiendo naturalmente. Por lo tanto es necesaria una 
tarea crítica que discrimine y señale a ambos fenómenos 
como producciones histórica y subjetivamente acotadas, 
lo cual incluye a los mismos aparatos críticos usados en 
cada momento. 
Sin embargo antes de cualquier operación específica, 
limitada a un campo de experiencia, es preciso señalar 
las condiciones generales de aparición de la crítica, los 
casos donde el concepto mordió con mayor fuerza, algu-
nas puntuaciones tentativas que permiten trazar un re-
corrido a transitar y unas glosas obligadas, ya que en 
ellas trastabillan las certezas de la conciencia. Sobre esos 
aspectos inaugurales de la modernidad y sus resonancias, 
tratará el artículo. El intento es brindar sólo algunos 
disparadores de la reflexión. Otros "estimulantes" queda-
rán para el futuro 
En segundo término porque la crítica (fuera de ejer-
cicios banales que toman sus rictus más deplorables) es 
uno de los tantos "desaparecidos" de nuestra cultura. Y 
no es cuestión de "darla por muerta", sino de reponerle 
1 Uno fundamental consistiría en agregar una nueva perspec-
tiva, a las tantas ya realizadas (K. Axelos, T. Perlini, M. Jay y 
otros) sobre la Teoría crítica, sus enunciaciones, descubrimientos, 
investigaciones, tal como los formuló la "Escuela de Frankfurt" 
(T. Adorno, M. Horkheimer, B. Bettelheim, H. Marcuse, F. Neu-
mann, K. Wittfogel, etc.). Y también habría que estudiar las for-
mas en que la impulsan sus principales continuadores (J. Haber-
mas, A. Schmidt). Además, la escuela mencionada debería despertar 
una saludable curiosidad entre nosotros, puesto que fue lanzada 
inicialmente y sostenida durante mucho tiempo desde la Argentina. 
Por otro lado, la "epojé" posmoderna de la crítica merecería 
un estudio particular. Esa reducción sugiere, al tiempo que una 
suerte de inquietante conciliación con lo estatuido, un modo —como 
diría Nietzsche— de "barbarie estilizada". 
su nombre, modalidades e impulsos primarios, única for-
ma de hacerla efectiva tanto en la memoria como en el 
olvido y la sustracción. 
En tercer lugar porque la verdadera práctica critica 
surge desde temprano, en franca lucha con lo que el 
imaginario corriente vive después como " r az ón de ser 
de la crítica misma: el ataque y la aniquilación de lo 
analizado. Realmente esas operaciones correspondían a 
otros especímenes, que podríamos llamar sin temor a equi-
vocarnos: anticrítica. Detrás de sus convicciones se en-
rolaron el populismo, el santismo, el adhesionismo, los 
dualismos sin riesgo, los fundamentalismos de diverso 
cuño, etcétera. 
Todos ellos tuvieron siempre como armas privilegia-
das, concientemente elegidas, las imputaciones, las atri-
buciones desmesuradas, las calumnias dirigidas, las de-
tracciones bien montadas o mal resueltas, los elogiosfá-
ciles y la rápida indiferencia, las prohibiciones ignoran-
tes y el resentimiento como "panacea niveladora , la cen-
sura como estado de ánimo permanente, d moralismo 
cosmético, las estimaciones personales y el mas de lo 
mismo» como normas de vida y caminos de perfección 
simulados; y otros asesinatos sentimentales - P a r a f r a -
seando a Borges— que nada tienen en común con la cri-
t l C a Finalmente, y éste es el punto más importante, "Crí-
tica y transformación de los fetiches" esboza ciertos as-
pectos que son insoslayables para la formulación de teo-
Sas y concepciones grupales, institucionales psicoanali-
ticas, etc. y las afinidades parciales o las diferencias ra-
dicales que puedan mantener entre ellas. 
Pero también lo son para todas aquellas disciplinas 
experiencias disímiles, manipulaciones t e c n i c a s creac ones 
instrumentales, etc., que pretendan explorar ^ atrinca-
das constelaciones de la subjetividad en una formación 
social-Mstórica determinada. , 
Continuemos con algunas apreciaciones que podrían 
ser provechosas. ,, , 
La elaboración del concepto de critica no es solo el 
antecedente obligado de una mirada preocupada por una 
violencia que reina balanceándose entre las imaginerías 
y lo simbólico, sino uno de los requisitos de su posible 
disolución. Por ese motivo la trama del texto los sitúa 
en la misma dimensión de la problemática grupal, insti-
tucional, etc., aunque los puntos de abordaje parezcan 
alejados entre sí. 
Su escritura sigue caminos poliformes, sorpresiva-
mente trazados por el ritmo de los asuntos planteados. 
Esa pluralidad que la gobierna es la misma que in-
tenta provocar múltiples lecturas. Y ello no es casual, 
puesto que si su registro es abierto, su figura no puede 
ser otra que la de la crítica. Esta funciona impregnada 
con los vapores de las fuentes originarias (Kant, Nietz-
sche, Marx y, relativamente, Freud), a veces fragantes, 
otros espesos, agobiantes, pero siempre impulsados por un 
interés actual, cuyos acontecimientos se anudan para cons. 
tituir un punto de vista. Es decir, para dar un énfasis 
personal a este aquí y a este ahora que, de otra forma, 
permanecerían mudos. 
Pienso que desde ahí debería ser leído este trabajo. 
Los deslizamientos de un plano a otro, los casos li-
gados de múltiples maneras, tienen la misma cualidad es-
tética de la visión inquieta. En sus cabriolas el ojo se 
opone a la coherencia —ideal teórico de un dominio de 
objetos y de sujetos dominados— y a su acompañante 
moral. 
En tales ilusiones formales, ciegas, ya había caído 
el viejo Kant, quien blandiendo el "fenomenal" impera-
tivo categórico aconsejaba ser una especie de "policía de 
los límites de la experiencia", gnoseológica o ética. 
Sin embargo la consigna que apuntaba a la ciencia 
pura y a su blanca moral, culminó en la horrorosa expe-
riencia límite de ser policía específica del conocimiento, 
las costumbres, la escritura científica, mística, poética, o 
lo que se quiera testimoniar. 
Si antes que el plano novedoso o el asombro se pre-
fiere como meta un universo cerrado, el probable lector 
del escrito consecuente, sabrá que aquél es necesariamen-
te tribunalicio: lo que no cae bajo su control debe ser 
conjurado. Por lo tanto ya no anidará en su actitud 
—más allá de cualquier intención declarada— una lectu-
ra posible, sino la vocación de dictar sentencia. 
II — 
Cualquier reflexión sobre la actividad crítica encie-
rra, de manera explícita o inconfesa, formas, procedi-
mientos e inclusive ardides en la lectura de los textos y 
fenómenos tomados como referencia. Es al analizar esos 
mecanismos efectivos de "apropiación simbólica" cuando 
entendemos que no existe una lectura aséptica, ni un 
acercamiento desinteresado o enfoque neutral pues todos 
ellos son modos de aniquilar lo leído, simulacros especula-
res dondenadie parece interrogar y donde nadie intenta 
responder. 
Así las lecturas "descargadas", "incorporales", que 
pretenden no deslizar sus pautas específicas de interpre-
tación o niegan tenerlas, quedan apresadas en movimien-
tos similares de enajenación. Uno involucra la distancia 
que el sujeto desea marcar consigo mismo, y otro la que 
busca mantener con el objeto a dominar. De esa forma 
va surgiendo un ideal en la lectura y una lectura ideal, 
donde todo se resuelve en operaciones, combinaciones, 
etc., o sea: en modelizaciones de una pérdida elemental e 
irreparable. 
Claro que estas afirmaciones no encierran una equi-
valencia sustancial entre las distintas ubicaciones. So-
bran parámetros para valorar la prioridad de alguna de 
ellas. Pero resulta imposible atribuir a uno o varios fac-
tores la hegemonía de ciertas líneas interpretativas sobre 
otras que permanecen relegadas a pesar de que su "grado 
de verdad" gnoseológico, epistemológico, teórico, es su-
perior al privilegio ocasional de las que se imponen. 
Además las lecturas correctas, "verdaderas", resul-
tan insuficientes si no existen condiciones para su im-
plementación, lo cual exige recuperar la "capacidad de 
errar", en cuanto comprensión de lo que "pervive" y "du-
ra" a través de los años, las modalidades regresivas en 
la progresión socio-histórica misma, de los tiempos com-
piejos que las constituyen, las innumerables "genealogías" 
en juego y los "mecanismos repetitivos" captados en los 
análisis de situaciones coyunturales. Estos asuntos impli-
can una labor todavía insospechada en vastos círculos 
profesionales, que conciben a las "ciencias conjeturales" 
como si fueran escapadas de week-end. 
Desearía que las consideraciones globales anteriores 
sirvieran de apoyo a las que seguirán y a los "casos" sin-
gulares, en los cuales las operaciones y disposiciones crí-
ticas estampan su sello distintivo. 
Ahora las palabras, con sus cadenas e ilusiones, que-
dan libradas a otros designios, a diversas interpreta-
ciones. 
El plafond crítico 
Para dar mejor nuestra ubicación frente al problema 
de la crítica, su garantía para el avance científico y su 
vigencia histórico-práctica, marcaremos sus condiciones 
de aparición, sus posibilidades y las oposiciones en que 
tal concepto puede ser pensado. 
Tomando brevemente el asunto en sus aspectos cen-
trales, se puede afirmar, que, en todo lo que llamamos 
'época clásica", el lenguaje está entretejido con el pen-
samiento y las cosas. No se lo puede pensar separado, 
duplicando la realidad del pensamiento y la vida. Es en 
sí mismo un pensamiento-cosa. 
Pero este lenguaje estaba inscripto tanto en la reali-
dad como en los libros manuscritos. Y tal sistema de 
inscripciones testimoniaba el arrastre de siglos de elabo-
raciones y "artes" de los cuales quedaban esos monumen-
tos escritos, orales u objetales. 
Si tomamos sólo la cantidad de pequeños fascículos 
y grandes textos que se tradujeron durante el Renaci-
miento (en realidad nacimiento de un modo de produc-
ción, el capitalista), tendremos un "muestreo" de la im-
periosa necesidad que había de funcionalizar un conoci-
miento milenario acerca de la naturaleza y su manejo. 
Cualquier tratadito de técnica (arjai) era traducido, se 
refiriese al armado de una catapulta o a la construcción 
de un cálculo astronómico. 
Entonces, ¿qué conserva el lenguaje, "en sí mismo", 
en la época clásica? Retiene una característica clave: el 
de ser por entero una huella de todo aquello que los siglos 
habían grabado en él. Como las huellas dormitan en el 
lecho de un lenguaje de primer grado, es preciso uno de 
segundo grado que sea simétrico al primero. Así funcio-
na ese segundo lenguaje que, todavía hoy, impera en 
distintos planos, sea el de la exégesis (en instituciones 
corrientes de distinto orden), el de comentario (en la fi-
gura de comentarista deportivo, cinematográfico, etc.) o 
el de la erudicción (ideal lego y universitario hasta no 
hace mucho tiempo)2. 
Eran estas tres operaciones las que ponían de mani-
fiesto un lenguaje que, de otra forma, sería irrelevante 
e ineficaz. Tales procesos empiezan a palidecer a partir 
del siglo XVII, siendo absorbidos por una concepción de 
la significación. Para ella ya no es preciso que haya un 
texto o un código cualquiera, preexistente al lenguaje 
mismo. El mundo no se encuentra de hecho amasijado 
con las palabras, por eso la realidad ya no manda (la 
significación desautoriza, definitivamente, a un autor co-
mo Francis Bacon, quien decía en uno de sus célebres 
aforismos que sólo se conocía a la naturaleza obedecién-
dola), ni en ella quedan rasgos y palabras a poner de 
manifiesto por el comentario (como lo era, p. ej., para 
un Galileo, que auscultaba, constantemente, el "libro de 
la naturaleza"). 
¿Qué ocurre con la vigencia de la significación?, ex-
tremada y defendida por autores como U. Eco, Roland 
Barthes y otros; bueno, ella posibilita que surja otro do-
minio: el de la "representación" ("Clara y distinta" de 
la serie y el punto como lo estipula la regla cartesiana), 
pues ese texto inicial o lenguaje de primer grado se va 
borrando y lo que comienza a imperar es la representa 
2 Una crítica de la erudicción (que descontextuada es estéril), 
no apuntaría tanto a ella, como al aparato de normalización que, a 
menudo, la rige. 
ción diáfana que, de una forma orgánica, va plasmándo-
se en los signos verbales que la evidencian. 
Pero la manifestación de la representación en el len-
guaje debe ofrecerse —esto es protocolar— de una ma-
nera coherente, regular (ideología que todavía impregna 
una visión sintactista de la actividad científica), es decir, 
organizada como un discursoi. 
Esta es una noción excesivamente manoseada en la 
actualidad. A cualquier manifestación se le atribuye el 
carácter de un discurso y, a partir de ahí, se comienzan 
a indagar sus formaciones. Sin embargo, no siempre los 
acontecimientos ocurren de tal modo, la noción de discur-
so aparece ligada a la pregunta por la coherencia, las 
reglas de constitución, etc., de un relato determinado. 
Ahora bien, es en el momento preciso en que un relato 
se lo considera discurso, que a éste se le pregunta por su 
status (la "sospecha" ya se ha incorporado) por su fun-
cionamiento, etc., en una paabra, al tomar el discurso co-
mo objeto de estudio, se piensa que el lenguaje dice tam-
bién un silencio, habla algo que no muestra. Así es que 
al no ser tan "claro y distinto" una tarea que revele sus 
"núcleos de penumbra" se vuelve imprescindible. 
Si anteriormente el comentario era transparente en 
sí mismo, porque se desenvolvía en el campo manifiesto, 
•ahora será preciso "sacar a la luz", "hacer visible lo invi-
sible", etc., lo que de otra manera permanecería oculto. 
Tal función, entonces, será cumplida por la "critica", 
noción que pasará a tener una importancia radical a par-
tir del siglo XVlli. Y esa noción jugará en oposición fla-
grante con las anteriores y, especialmente, con la de co-
mentario. 
Para varios autores la función de crítica se remitirá 
a indagar el lenguaje en términos de verdad, precisión, 
etc., con respecto a sus propiedades o valencias expre-
sivas. Así toda posición crítica participaría de una ambi-
güedad esencial, porque mientras interroga al lenguaje 
como si éste fuera un mecanismo autónomo (es lo que 
3 La noción de discurso no puede subsistir mucho tiempo más 
cerrada sobre sí misma. Debe contemplar lo extradiscursivo como 
perteneciente a sus dominios. 
ocurre cuando se lo define como un sistema de signos), 
por otro lado le pregunta sobre su verdad o falsedad, 
transparencia u oscuridad; interrogaciones que irán se-
ñalando todas las diferencias y los distintos nombres (su-
blime-prosaico, forma-contenido, etc.) que ellas van ad-
quiriendo durante los siglos xvin y xix. 
Sin embargo, a pesar de las ambigüedades en que 
pueda ir cayendo la noción de crítica, creo que sigue sien-
do nodal su puesta en acto. 
Por otro lado pienso, disintiendo parcialmentecon 
una postura como la de M. Foucault, que la ambivalencia 
de la noción es acertada respecto a la crítica clásica, pero 
que no tiene vigencia, p. ej., en el campo del Materialis-
mo Histórico, donde la interrogación de un lenguaje de-
terminado se da en base a su especificidad relativa, pero 
jamás en relación a su autonomía, la cual es previa y 
expresamente refutada, no por la idea de una crítica que 
conformaría un conjunto de protocolos de análisis, sino 
que se daría ab initio, como una práctica transformado-
ra en condiciones históricas determinadas. 
Por lo tanto, la crítica antecede a cualquier recono-
cimiento de niveles de autonomía; aunque es cierto que las 
fantasías volcadas sobre la misma actividad han consti-
tuido sobre todo durante el siglo xvn— quimeras que 
comprenden las alucinaciones racionalistas más extremas, 
hasta llegar al intento de formulación de una famosa 
"lengua analítica", racional y exhaustiva, donde se trata-
ba de dar cuenta de los regímenes, órdenes y leyes de 
armado de las palabras; lengua que tendría un carácter 
universal (la "Mathesis Universalis" de Descartes-Leib-
niz) e impositiva. 
Así, y arrancando desde esas elaboraciones, la repre-
sentación (Vorstellung) tiene su espacio asegurado. Re-
cién dos siglos después sufrirá las primeras resquebra-
jaduras fuertes, cuando su imperio empiece a ser puesto 
en cuestión. Posteriormente tendrá elevaciones y caídas, 
avances y retrocesos, aunque el desarrollo y sutura de las 
contradicciones sociales ya no la dejará en paz. Su lucha 
por la sobrevivencia será dura, en especial a partir de 
1914 y 1933, cuando la guerra y la muerte —ambas "sin-
razones"— y las conquistas de "las fuerzas negras" esta-
llen en el centro de las ideas, reduciéndolas a uno de los 
tantos cuerpos fragmentados. 
Los prolegómenos nietzscheanos (Kant) 
Desde la segunda mitad del siglo XVIII empezamos a 
ser bombardeados por una empresa crítica de grandes 
dimensiones. Durante el período mencionado surge una 
ecuación perfecta entre las condiciones analíticas del co-
nocimiento, la acción y una minuciosa o más que minu-
ciosa, rigurosa, actitud crítica. Así se instala la monu-
mental arquitectura de Kant con sus tres columnas-sostén: 
Crítica de la razón pura (1781), Crítica del juicio (1790), 
y Crítica de la razón práctica (1788) ; obras que están, 
ubicadas, no según su desarrollo cronológico, sino confor-
me a su articulación teórica. 
La frontera interna 
En la equivalencia aludida se intenta registrar un 
doble movimiento. Por un lado construir el objeto for-
mal —abstracto de la físico-matemática newtoniana (la 
ley y el número)— y, en otra dimensión, ofrecer una ga-
rantía contra la ilusión (y su porvenir), de trascenden-
cia en que pueda caer el entendimiento al constituir su 
conocimiento más allá de los límites de la experiencia. 
La crítica libra, entonces, una doble lucha. Una con-
tra la ilusión escéptica, empirista, que podemos llamar 
ilusión del origen. Otra contra la ilusión metafísica, tras-
cendente o ilusión dialéctica. 
Ambas posiciones son las sombras de un "yo pienso" 
desbordado, porque elaboran pseudociencias y, en particu-
lar, la "trascendente" o dialectología del más allá. 
Antes de indagar cuáles son esas "fantasmagorías", 
debemos recordar que los ecos de la posición kantiana re-
suenan en casi todas las corrientes epistemológicas con-
temporáneas. M. Foucault decía en el periódico "Le Mon-
de", "nosotros somos todos neokantianos" (Lévi-Strauss 
subrayaba que el suyo era "un kantismo sin sujeto tras-
cendental"), y el "nosotros" se refería a las elaboraciones 
vigentes y no sólo a tal o cual nombre propio. 
Nos referiremos, entonces, brevemente, al cuadro de 
las ciencias que la "metafísica trascendente" decía haber 
«elaborado con sus correspondientes objetos de estudio. 
Según C. Wolff se distribuían en un esquema tripartito: 
Cada una de estas "pseudociencias" caerá en el re-
ibasamiento de la experiencia para despeñarse en una in-
finitud perniciosa para el conocimiento; infinitud sin con-
diciones, donde todo podrá ser pensado según el concepto 
de contradicción dialectical, es decir, sin respetar lo con-
dicionado, único espacio donde un conocimiento —y su 
teoría— es posible. 
Kant desarrollará en el segundo libro de la Crítica 
de la razón pura, las "caídas" que propicia cada uno de 
esos simulacros de ciencia. Sobre ese mecanismo del sa-
ber se recortará el espacio donde esas ilusiones se mue-
ven, y, aunque sus operaciones fueran gnoseológicamente 
inválidas, nada autoriza a creer que por eso hayan sido 
ineficaces, ya que desde el punto de vista práctico-insti-
tucional, el poder de la reflexión metafísica era inmenso. 
Ahora podemos reiterar secuencialmente. lo que ha-
bíamos puntualizado al pasar, o sea: los caracteres gene-
rales de la posición inmanentista. Desde este espacio de 
reflexión, la crítica kantiana representa la garantía de un 
-análisis riguroso, la constitución del objeto a estudiar, la 
Abstracción "buena", una inmanencia apriorística, cuyo 
registro no es la experiencia ni el sentimiento, una sólida 
* Sobre este cuadro se estructura la dialéctica como "ciencia 
•de la ilusión" (Kant), así como sus presupuestos trascendentes a 
la experiencia, único referente por el cual puede tener sentido una 
«construcción científica. 
Ciencia Objeto 4 
Psicología Racional 
Cosmología Racional 
Teología Racional . . 
Alma 
Mundo 
Dios 
legalidad constructiva, la posibilidad de categorización y 
regularización de la acción ética, etcétera. Pero, también 
es garantía de que la libertad se mantendrá en los lími-
tes que una razón (estructurada, normalizadora) señala. 
Como tal esta crítica se establece preservando lo que 
critica, siendo norma de conservación de lo existente 5. 
De esa forma quedan referidos los principales rasgos 
que incorpora la reflexión crítica del filósofo de Kóenigs-
berg, así como sus funciones más generales. Era preciso 
mencionarlos por dos motivos centrales. El primero re-
side en la profunda quiebra que produce en el pensa-
miento filosófico ("segundo giro copernicano", como al-
gunos gustan nombrarla), y las aperturas y cierres que 
propicia en las distintas ciencias y disciplinas. El segun-
do se justifica por la activa intervención que efectúan 
esas elaboraciones críticas en las formulaciones episte-
mológicas modernas, donde, a mi entender, son dominan-
tes. Además ese criticismo constituye el más sólido edi-
ficio racionalista, que tiempo más tarde demolerá Nietz-
sche. quien elabora su geneoarqueología a partir de y 
contra la concepción kantiana. 
El caso Nietszche 
¿Cuál es la imputación capital de Nietzsche al criti-
cismo trascendental? En términos generales, la siguien-
te : que la crítica inaugurada por Kant todavía es conci-
liación, condición de conocimiento y acción, donde no apa-
rece la génesis (genealogía) interna que la determina. 
Sobre dos vías fundamentales circulan las impugna-
ciones de Nietzsche: 
1) En la crítica kantiana no se postula el embrión 
del conocimiento limitado a la experiencia; postulaciones 
constructivas y reguladoras que, según Nietzsche, se de-
ben establecer desde una "volvmtad de poder" (lo cual nada 
5 Básicamente, la cualidad "existente" califica los cuadros don-
de el saber académico se engancha. Así, el límite gnoseológico me-
tafórica, también, a un aparato institucional en el cual todo saber 
se estructura y circula. 
tiene que ver en él con el poder considerado sólo desde 
el punto de vista político, ya que la voluntad también 
"quiere la nada"), que determina la actividad crítica co-
mo una "fuerza de imposición", impulso que siempre re-
torna, ligando la voluntad a la idea del "eterno retorno" 
que le da sentido y vigencia6. 
La crítica tomada desde este ángulo es considerada 
un ejercicio alegre, placentero, unido a un hedonismo lú-
dico que constituye sus propias reglas de juego. 
2) La empresa crítica es, fundamentalmente, un ac-
to de continua creación, de afirmaciónconstante. Como 
tal debe basarse en una pulsión agresiva hacia aquello 
criticado, pues su objetivo no es lograr ninguna transac-
ción con lo dado, sino una "transmutación de todos los 
valores" y de anquilosadas maneras de sentir. Por eso, 
antes que nada, abarca una tarea cuya fuerza es, actual 
y potencialmente, desmistificdora. 
Los dos centros de esta posición "nihilista"7 reco-
nocen las aperturas que significó el pensamiento kantia-
no y, después, el shopenhaueriano; pero, conjuntamente, 
denuncia en ambas posturas la imposibilidad de superar 
6 Hay que ligar la voluntad de poder en Nietzsche con su con-
cepción del universo como un proceso de transformación incesante, 
sin comienzo ni fin, como una economía dionisíaca, carente de gas-
tos y pérdidas, "que se crea y se destruye perpetuamente a sí mis-
ma", en, el marco de una sensualidad situada "más allá del bien y 
del mal". Una voluntad así captada es la esencia pura del ser. La 
forma suprema de ese ser estará ligada a su comprensión por el 
devenir; devenir sin origen ni término, es decir, proceso de cambio 
signado por el "eterno retorno de lo mismo" en sus diferencias cons-
titutivas. 
Quizá el círculo vicioso en que cae el pensamiento nietzscheano 
se pueda trascender, conceptualmente hablando, haciendo una re-
consideración de sus propuestas mediante la incorporación de cier-
tas hipótesis, como por ejemplo las provenientes de la astrofísica 
contemporánea. 
7 La significación del nihilismo en Nietzsche está fuera de 
cualquier intento festivo o hedonismo de la destrucción por la des-
trucción, o sea, de un nuevo formalismo. Su delimitación apunta a 
tres dimensiones específicas: el deterioro verificable de los valores 
vigentes; la falta de una respuesta totalizadora al por qué del mun-
do y las cosas y, finalmente, la carencia de fines en el devenir y, 
por lo tanto, el fracaso de toda teleología. 
los limites de la representación, para avanzar desde sus 
"centelleos" hasta las determinaciones profundas de sus 
construcciones. 
La relación más clara con la crítica kantiana la esta-
blece Nietzsche en la Genealogía de la Moral, cuando co-
rrelaciona sus tres tratados con las secciones del libro 
segundo de la Crítica de la razón pura y el desmembra-
miento sistemático de los "raciocinios dialécticos de la 
razón pura". 
De tal modo se organiza, así, una clave de lectura 
que implica la explicación simultánea de la "crítica" des-
de la "genealogía", las secciones "puras" desde los trata-
dos "descifradores" y la "representación" del proceso 
gnoseológico, desde la "puesta en escena" del oscuro gesto. 
A partir del choque violento entre estas dos concepciones 
se abre el espectro de una tercera que circula fuera de 
toda cronología, por múltiples senderos conexos, alcan-
zando recodos positivos y produciendo nuevos ámbitos de 
reflexión y transformación. 
Ahora bien, es preciso ampliar un poco más el pano-
rama, particularmente en relación al "método" que Nietz-
sche opone a la crítica kantiana. 
Partiendo de la pregunta por el Quién de la interpre-
tación, o sea, ¿qué quiere, quien habla, ama, experimen-
ta, etc.?, se plantea la cuestión de la voluntad de poder 
ya mencionada, y de las constantes metódicas de Nietz-
sche cuyo objetivo es vincular una representación (p. ej. 
"lo bueno") con la voluntad de poder, para que, la mis-
ma juegue como síntoma de tal voluntad, sin la cual la 
representación queda flotando anulada por su mismo pro-
ceso de desgaste y autorepresión del origen. 
Evidentemente esta concepción se acerca a la del tea-
tro dramático y se incluye en las distintas variantes de la 
dramatización8. Tales mecanismos de dramatización que, 
8 Siguiendo esta línea, sería interesante incluir, de manera 
pertinente, los recursos psicodramáticos (por ejemplo: la "multipli-
cación dramática", de E. Pavlovsky), para dar cuenta de la "emer-
gencia" de ciertas genealogías conceptuales y campos representa-
cionales, durante la formación de operadores en las "ciencias de la 
subjetividad". 
a la vez son diferenciales, tienen su fuente en una doble 
interrogación: inicialmente alguien pregunta algo, luego 
se demanda, qué quiere quién preguntó, para que la res-
puesta elucide las fuerzas que determinan la estructura 
y el contenido de la pregunta. Sobre este esquema será 
posible, entonces, armar una ciencia activa que se ofre-
cerá dentro de un repertorio perfectamente calibrado9 
(véanse Ian Robolski y G. Deleuze) como: 
1. Una fenomenología del síntoma. Los fenómenos 
son síntomas (la representación es catalogada co-
mo uno de ellos) y su sentido debe buscarse en las 
fuerzas que los producen. 
2. Una formación tipológica que interpreta esas fuer, 
zas desde el ángulo de sus cualidades, activas o 
reactivas, pues "lo que quiere una voluntad no 
es un objeto, sino un tipo, el tipo del que habla, 
del que piensa, del que actúa, del que reacciona, 
etcétera. Un tipo sólo se define determinando lo 
que quiere la voluntad en los ejemplares de dicho 
tipo". 
3. Una genealogía de la moral pensada en los mar-
cos de una génesis de los distintos tipos de valor, 
que aprecia las fuerzas desde el escorzo de su no-
bleza o bajeza éticas, puesto que la influencia de 
dichas fuerzas reside en la voluntad del poder y 
sus propiedades. 
Hasta aquí llega la aproximación a Nietzsche. El 
punto de llegada de "Dioniso" sería, en sus propios tér-
minos, el retorno del proceso unitario en la diferencia 
misma. Su orientación reabre y tiñe toda la reflexión 
9 El anudamiento de pulsiones y representaciones, las dimen-
siones claves de estas últimas, como la "escenificación" y la "dra-
matización", etc., es referido por Ian Robolski, "Nietzsche et la psy-
choanalyse" (Í948); Pierre Klossowski, "Un si funeste désir" (1963) 
y "Nietzsche y el círculo vicioso" (1969) ; Georges Bataille, "Sobre 
Nietzsche. Voluntad de suerte" (1967) ; Gilíes Deleuze, "Nietzsche 
y la filosofía" (1970) y Paul-Laurent Assoun, "Nietzsche et Freud" 
(1980). Desde otra perspectiva, también se refieren a dicho anu-
damiento Eugen Fink, "Nietzsches Philosophie" (1960), Giorgio Co-
lli, "Dopo Nietzsche" (1974) y "Scritti sul Nietzsche" (1980). 
crítica moderna, que lo sepa o no, se define alrededor de 
ella y del proyecto inaugural del, así llamado por sus 
opositores, "flagelo renano". 
El caso Marx 
Es archisabido que los textos de Marx están sobre-
impregnados por el término "crítica" (desde la temprana 
Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, pasando por 
la Sagrada Familia o Crítica de la crítica critica, los 
Elementos fundamentales para la crítica de la economía 
política (Grundrisse), hasta El capital. Crítica de la eco-
nomía política, Crítica del Programa de Gotha, etc.) cap-
tamos en esa punzante reiteración el esfuerzo por deli-
mitar un concepto heurístico y operante de múltiple sig-
nificación, portavoz de un instrumento positivo y mor-
tífero a la vez. Pero, sobre todo, sabemos de la fecun-
didad y "sensibilidad" con que Marx lo manipulaba para 
recuperar, analizar y explicitar los acontecimientos his-
tóricos que intervenían en la formulación de su teoría y 
en la reorientación de su práctica política. 
La crítica desarmada 
La crítica tiende a captar las ilusiones, a confron-
tarlas con otras opuestas pero simétricas, a darles un 
"principio de realidad" y un golpe "certero" que marca, 
asimismo, una diferencia que es pertinente desplegar en 
algunas de sus connotaciones. Desde ella no se confun-
den las ilusiones de ciertas ideologías con la "ideología 
misma", puesto que, en primer lugar, Marx siempre dis-
tinguió, ligándose así con la problemática ideológica en 
diversas formas, la Economía Vulgar de la Economía Po-
lítica Clásica, el sistema hegeliano del de sus seguidores, 
"viejos" —de derecha— o "jóvenes" —de distintas posi-
ciones— etc., sin confundir ni reconducir sus "ideacio-
nes" al mismo sistema de repeticiones ni al idéntico me-
canismo reflejo de una realidad determinada, como podría 
ser, p. ej.: la pobre realidadalemana de mitad del siglo 
XIX. 
En segundo término, las "ilusiones" criticadas no se 
demarcaban desde el espacio científico (eran "ideologías 
precientíficas" sólo en parte, como p. ej.: en Smith, Dar-
win o Wagner), sino desde el principio central organi-
zador de toda su orientación teórica, o sea: la articula-
ción de cualquier teoría, su objeto, métodos, procedi-
mientos, técnicas e instrumentos, deben relacionarse con 
los fines propuestos en la misma teoría; objetivos que 
son consecuencias de sus propias formulaciones y princi-
pios constitutivos. Puntos de partida y postulaciones que 
reconocen sus complejas determinaciones como exterio-
res al relato científico mismo. Esto lo torna abierto, no 
coherente ni satis factible, sino dialéctico ("dialéctica cu-
yos límites habrá que definir y que no suprime las dife-
rencias reales" —nota bene, I.C.E.P.—) y ramificado. 
Por otra parte, la calificación de "ideología precien-
tífica", que señala un tipo de reflexión desde la ciencia, 
hace a la constitución de una teoría de las ideologías, 
asunto que no es la preocupación de Marx, sino el de una 
lectura de su obra y evaluación de sus propuestas. 
En tercera instancia, si aceptamos que la conexión 
entre ciencia e ideología es de corte, ruptura, debemos 
pensar que esas separaciones dependen de ciertos puntos 
nucleares y se dan como secundarias, pues el concepto 
primario, fuerte, es el de ligazón y, sobre todo, la arti-
culación entre teoría y práctica. Posteriormente, la refle-
xión epistemológica nos podrá posibilitar, de juris, el tipo 
de continuidad que se deberá establecer en la diferencia 
ciencia-ideología. 
Desde el ángulo del Materialismo Histórico, si re-
chazamos los puntos mencionados, caeríamos en la insal-
vable paradoja de una ciencia de la historia que es la 
guia de una ideología (por ser tal le caben todos los me-
canismos legales: ilusión-alusión, reconocimiento-descono-
cimiento, etc.) no ideológica, la cual internamente puede 
ser distinguida y comparada con otras. Creo que, por más 
que aseguremos esa ideología como la del proletariado o 
cualquier otra, no evitaría la paradoja apuntada, hacia 
la que nos deslizamos. 
Retomando el espacio que abría el concepto de crítica 
en Marx, vemos que constituía un "análisis" y "deses-
tructuración" de las ilusiones y fetiches que las situacio-
nes históricas, los distintos hechos y discursos montaban 
en cada una de sus formaciones; estructurando a la vez, 
un "campo de lucha contra todo dogmatismo" (fuera el 
del señor Vogt, Schmidt, Lasalle, el de jóvenes hegelianos 
o el de la misma organización política que dirigía con 
Engels y otros). Así la crítica comporta, en su progra-
mación, una garantía de corrección de la lectura (de com-
plejos procesos coyunturales) y una reubicación de los 
"objetivos estratégicos" que vertebraban un movimiento 
orgánico y la teoría de su práctica. 
Para que el momento previo pudiera darse, era pre-
ciso cumplir, asimismo, con un "requisito de análisis" de 
las posturas anteriores, de las formas de evaluación y 
exposición que las caracterizaban, relacionándolas con sus 
campos de investigación y experimentación particulares. 
Respecto a esta fase recordemos la minuciosa explo-
ración que hace Marx cuando intenta descubrir los "pun-
tos débiles" de la argumentación proudhoniana o ricar-
diana (en Miseria de la filosofía y en Historia critica de 
las teorías de la plusvalía), sólo por indicar algunos ejem-
plos significativos. Sin embargo, la crítica como empresa 
racional y estructurada no contempla ninguna vocación 
ideológica —empirista— de coherencia, sino que pretende 
establecer una cierta distancia a partir de la "ironía"; 
distancia que da las pautas del estilo escritural de Marx, 
certero, voluptuoso e inflexible, ya sea con los demás o 
consigo mismo. 
Por lo tanto, la ironía introduce la crítica como un 
poder placentero, agresivo-vindicativo, destructivo-cons-
tructivo, desmistificador-predictivo, en una palabra, co-
mo una práctica contrapuntística que vive, juega y pros-
pera debido al espectro de las complejas contradicciones, 
y las no menos cruzadas determinaciones, en que se en-
cuentra apresada. 
Si quisiéramos ampliar la puntuación de los caracte-
res generales que posee el concepto de crítica en el Mate-
rialismo Histórico, veríamos que los señalados apenas 
exponen algunos indicios que requieren ser pensados más 
a fondo. Sin embargo, el objetivo del texto no consiste 
en desarrollarlos ahora, sino en marcar los tres estratos, 
donde a mi entender, se resuelve toda la lectura crítica 
que el discurso marxista propicia. 
Desde este nuevo espacio la crítica, además de ase-
gurar un criterio de cientificidad entraña una práctica 
de relevamiento (de los distintos relatos ideológicos, vo-
ces y acciones que intervienen en el campo histórico in-
vestigado) y desmistificación en tres planos claves que 
son profundamente inconcientes. Así, el sentido crítico 
tenderá a disolver un Hociütamiento ideológico" (p. ej., 
a través de los protocolos de lectura que se establecen 
en el análisis del concepto de salario); una "inversión 
ideológica" (p. ej., en la indagación del fenómeno feti-
chista) ; y, por último, a desenmascarar una objetiva 
"deformación ideológica" (p. ej., con el "engaño de par-
tes", que aparece con la división entre la cuota de plus-
valía y la cuota de ganancia). 
La forma en que estos tres niveles se van constitu-
yendo debe contemplarse, atentamente, partiendo de la 
concepción del "sistema productivo", donde aquellos se 
traban de una manera tan intrincada como sistemática, 
inundando las viejas creencias y gestando nuevos mitos 
sobre el cambio, el consumo, la posición y transposición 
que los individuos poseen, sospechan o fantasean tener en 
la estructura social, etcétera. Todos esos procesos y si-
tuaciones requieren y justifican, por sí mismos, la prác-
tica crítica y su función movilizadora, casi terapéutica. 
Puntuaciones tentativas 
Al enfatizar los rasgos (lo rasgado y lo que rasgan) 
de las posturas esbozadas hasta ahora y sus diferencias, 
se destacarían algunos que nos facilitan ciertas líneas de 
pensamiento. 
En primer lugar la tarea crítica implica un análisis 
exhaustivo y un descubrimiento de los nexos determinan-
tes que conforman los hechos, materiales, circunstancias, 
etc., que interesan a los distintos campos de trabajo. Por 
eso los fenómenos estudiados no pueden ser tomados tal 
cual se presentan. Esta pauta es importante porque en-
traña tanto un ejercicio permanente de relevamiento, co-
mo el reconocimiento del estado actual de las disciplinas-
operaciones y "prestaciones sociales" contemporáneas. 
En segundo término, se desenvuelve como una crítica 
ramificada que capta el desarrollo desigual, asincronias y 
constituciones distintivas —en rango e importancia— de 
aquello que critica. En éste sentido es una crítica forma-
tiva que deconstruye y ese es su mecanismo típico, lo 
dado como manera de discriminar las relaciones íntimas 
de los planos analizados. La modalidad de tal decons-
trucción es la de darse como una negación-afirmación de-
terminadas. En base a ella, lo social adquiere, entonces, 
una forma específica de ser, como un "proceso relativo al 
nivel o formación social investigados". De ahí que su 
estructuración atraviese un triple registro: destructivo, 
constructivo (analítico) e históricamente especificado. 
Si quisiéramos ilustrar lo anterior, podríamos consi-
derar lo social en el discurso de un analizando o en la 
confección de un caso. En ninguna de las situaciones 
mencionadas nos hallaremos ante lo social o la sociedad a 
secas, ni tampoco, regularmente, con algunos de sus ca-
racteres más significativos, sino apenas, con un trazo sin-
gular cruzado con acontecimientos reales, deseos y fanta-
sías. Con esto quiero enfatizar que lo social no se ofrece 
jamás con la claridad que desearíamos. A menudo toma 
los senderos más imprevistos e indirectos. Por tal motivo 
saber detectar sus modosrequiere tanta sutileza y sen-
sibilidad como la composición de una "figura mixta" o 
la reconstrucción de una etapa sepultada en la historia 
de un sujeto. 
Una tercera modalidad es que tal labor crítica en-
cierra una posición materialista, pues la concepción que 
posee de las formaciones y relaciones sociales está ba-
sada en la materialidad de las mismas. Pero ese eje cen-
tral no está pensado a partir de la categoría filosófica de 
materia, sino de las multiplicidades acéntricas que defi-
nen las conexiones sociales en sus distintos registros. 
Sobre esa línea se recorta la noción de realidad (vis-
ta como una construcción objetiva), noción que tiende 
a dejar constancia y a superar las clásicas dicotomías 
cuerpo-alma, materia-espíritu, individuo-sociedad, contra-
rios que anidan y alimentan las viejas elucubraciones teo-
lógicas y positivistas. Correlativamente a lo que señalaba 
al hablar de negación-afirmación determinadas y la deli-
mitación de lo social como opacidad cabe marcar aquí que 
se trata de la compleja noción de lo real, de infinitos mo-
dos de existencia. 
El cuarto núcleo comprende a la actividad crítica co-
mo organizadora de una problemática. Desde este ángulo 
es necesaria e impostergable una valoración de la "cul-
tura del disfraz", y el placentero ejercicio disolvente de 
los propios velos y encubrimientos, que se arrastran in-
concientemente durante su práctica. Por eso nunca irrum. 
pe solo como "crítica d e . . . " (del arte, del psicoanálisis, 
etc.), sino como impulso y creación de áreas específicas 
(arte crítico, psicoanálisis crítico, etc.), posibilitadora de 
sus propias crisis, procesos internos de gestación y cre-
cimiento. 
En esta fase resulta obligado ubicar la clave que 
explica el valor de cualquier actividad crítica: es su ca-
rácter de práctica transformadora, como "disposición efec-
tiva" a producir situaciones especiales, ámbitos de bús-
queda, problemas pertinentes, nuevas cifras de lectura, 
discursos imprevistos, etc., en una palabra su acto no re-
cae sobre lo establecido, sino inaugura formas inéditas 
de pensamiento y acción. Esto la distingue de cualquier 
oferta indiscriminada de servicios o de una peregrina 
ubicación "gnoseologista". 
Por otro lado una orientación crítica, así enfocada, 
elabora sus métodos, técnicas y procedimientos particula-
res de análisis y codificación; elementos que no están da-
dos a priori sino en vinculación a los campos y hechos 
tratados. De ese modo aparece como una continua inven-
ción metódica e instrumental. 
Una quinta consecuencia, desgajada de los rasgos 
anteriores, sería que las dimensiones críticas realizan to-
das sus fases en una historia multiforme, vivida pero no 
regulada por los individuos concretos que la impulsan. 
La historia, así entendida, no se confunde con una 
concepción sobre la misma (p. ej., el historicismo), ni 
con una actualidad aislada o con posiciones cronologistas 
(cuyo esquema de evolución preferido es la sucesión li-
neal), teo y teleologistas, sino que sus formulaciones, 
evidencias y aperturas están ligadas a coyunturas y se-
ries históricas particulares, aunque también, explicadas o 
aclaradas desde las constantes que intervienen en ellas. 
Desde este punto de vista sería lícito pensar la cons-
titución del sujeto social mediante una historia que lo va 
envolviendo hasta no pertenecerle, sin que por eso deje 
de estar incrustada , en sus gestos, en los restos de un 
lenguaje herido íntimamente o en las resistencias que 
esgrime cuando se alucina como individuo único e irre-
petible. 
Sin embargo, a pesar de todas las racionalizaciones, 
de los fantasmas deformados por el tiempo y las ilusio-
nes mantenidas como fines, la historia arranca en el mis-
mo momento en que puede pensarse la producción de un 
sujeto en condiciones y circunstancias establecidas y ja-
más bajo la idea de un mito originario que simbolizaría 
redes familiares (padre, madre, hijo, abuelo, tío, etc.), 
sea cual fuere la instancia donde adquieran su verdadero 
sentido y no el carácter de una pseudoexplicación. 
Por último, tal dinámica crítica supone una direc-
ción antropológica y un sesgo moral, lo que le permite 
abrir interrogaciones sobre una concepción de los hom-
bres, sus transformaciones y aspiraciones, las modalida-
des de conciencia alcanzadas y el proyecto al que los des-
tina su peculiar "situación en el mundo". 
Las preguntas que se formulan desde esta proble-
mática no se dirigen a el hombre, su esencia o naturaleza, 
sino a la definición de un sujeto concreto, concebido como 
"el conjunto de sus relaciones sociales, grupales, fami-
liares e institucionales". Es en la conciencia de ello y 
en deber de revelarlo, que consiste la asunción moral, no 
siendo ésta otra cosa que la distancia y tensión entre los 
múltiples, complejos mecanismos del sujeto y lo que le 
impiden reconocer y asumir. 
Si pretendiéramos enfocar el asunto de otra manera 
nos encontraríamos, inevitablemente, ante sistemas de 
análisis "blancos", lenguajes higiénicos, reducidos al nú-
mero de sus combinaciones posibles. Por eso, podemos 
afirmar que, una crítica sin concepción de lo que es y 
debería ser el hombre es académica-, y un desarrollo crí-
tico que no se reconozca una moral es oportunista. 
Estas apreciaciones buscan provocar una serie de su-
gerencias para abordar el espectro crítico, desde los pun-
tos de partida y la casuística sugerida. Sobre tales bases 
podríamos comenzar a cuestionarnos más sistemática-
mente por el tipo de hombre que engendra y proyecta 
una alternativa —plan de una aventura— crítica inédita. 
Glosas sobre Freud 
Refiriéndonos a la crítica como práctica transfor-
madora, como agente de modificaciones significativas, 
como estructuradora de técnicas, artificios, procedimien-
tos, a la vez que se figura como invención metódica ins-
trumental, no debemos recordar más que un ejemplo so-
bresaliente (entre los muchos que dispara la historia ma-
terial de las ideas), el de la "Tramdeutung" de Freud, 
en el cual las fragmentaciones del significante, la recons-
trucción de una cadena de sentido a partir de lo mani-
fiesto, la recuperación de un suceso olvidado, etc., son 
uno de los tantos movimientos que ponen en marcha la 
sorprendente máquina inconciente. 
Respecto al cambio radical que se introduce, en la 
ciencia y la cultura, con la problemática freudiana, de-
searía agregar tres perspectivas que, junto a la anterior, 
en mi opinión, delinean las rutas críticas centrales que 
inaugura el psicoanálisis. 
1. El axioma de la "imposibilidad de agotar los 
procesos inconcientes", tal como lo postula Freud, con? 
lleva al fracaso terminante de la "adaptación plena" a 
un sistema determinado, sean.cuales fueren sus forma-
ciones sociales específicas. 
En el esquema freudiano la autonomía de los pro-
cesos inconcientes encierra la garantía de una actividad 
infinita, sin que exista la oportunidad de un finalismo 
a toiit. court. Pero esto no autoriza a introducir una in-
fundada "asocialidad" en el devenir inconciente; todo 
ello, considerando el asunto más allá de las formas, con-
servadoras o reaccionarias, profesionales e instituciona-
les que le caben al desarrollo del movimiento psicoanalí-
tico en la historia. 
A lo previo se agrega que la concepción libidinal —en 
su pretendido ahistoricismo— arroja el siguiente saldo 
positivo10: si las pulsiones poseen una forma —no un 
contenido— transocial, podrán entonces, ser reprimidas 
en cualquier tipo de sociedad. Aún más, exagerando la 
hipótesis, se afirmaría que, una sociedad para existir, 
debe funcionalizar, necesariamente, una "represión bási-
ca", distinguible de la "represión sobrante" que define 
una historicidad y un monto de agresión determinados11. 
Por otra parte, el hecho de que la agresión pueda 
trascender condiciones específicas, fijadas de antemano, 
indica que las pulsiones se sitúan en un nivel de cierta 
libertad y que son capaces de producir transformaciones 
reales, es decir, no instintuales.Por esa causa deben ser 
reprimidas de diversos modos y en las distintas fases de 
su estructuración. Esto marca, in nuce, que el "proceso 
de adaptación" no se realiza directa ni mecánicamente. 
En verdad siempre se constituye de manera parcial. La 
idea de una adaptación total es el lugar de una leyenda 
antipsicoanalítica y de una imputación ideológica inge-
nua que dejaría de lado, p. ej., la amplia gama de meca-
nismos patológicos. En una palabra, para ser más es-
trictos dentro de la preocupación freudiana sería correcto 
hablar de condiciones o rasgos de adaptación, conflicti-
M Consecuencia que desatiende, por ejemplo, un autor como 
E. Fromm cuando abandona la teoría freudiana de las pulsiones 
por "conservadora", desplazando el modus de la lectura psicoanalí-
tica al de una "religación" humanística de corte místico y al de 
-una moral optimista. 
U Aunque esta distinción asimilada totalmente a la represión, 
en el ámbito del inconciente, es limitada. Con ella sólo marcamos 
un nivel que puede ser estudiado con relativa especificidad en un 
social-histórico determinado. Y que siempre está definido por un 
proceso inconciente "más allá de la represión", es decir, desde la 
producción deseante misma que modaliza cualquier tipo de repre-
sión. 
vos y tensionales, que portan los sujetos, pero jamás de 
adaptación a secas, puesto que ella se ubicaría en el lu-
gar del síntoma, nunca en el de su resolución. 
2. Es preciso contextuar el "deseo de muerte" en 
Freud (modificando su defensa acrítica por Lacan y la 
crítica defensiva de Reich), en un doble aspecto: como 
resistencia a la idea de un Traumarbeit concebido bajo 
la figura de una actividad sin entropía; y, simultánea-
mente, como oposición a las teorías vitalistas, moralizan-
tes y filantrópicas del aparato psíquico. 
El deseo de muerte, además de sustentar ese "cuer-
po lleno sin órganos" (Deleuze), contra una serie de su-
puestos aceptados, se conforma como una historicidad de-
terminada sobre la que se apoya, a posteriori, la validez 
de una teoría transfísica y clínicamente objetivable en el 
•complejo de castración. 
3. La problemática freudiana de la cura, antes de 
enrolársela en la gastada polémica salud-enfermedad o 
en la inefable "toma de conciencia de las determinacio-
nes inconcientes", debería estar vinculada con la "direc-
ción" y "aproximación tentativa" que buscaba Freud en 
cuanto al logro de un sujeto más autónomo, que creara 
sus propias pautas de inserción en la vida cotidiana y 
representara una opción crítica activa. 
Para finalizar querría hacer una acotación. 
En elaboraciones posteriores dedicadas a los proble-
mas señalados sería necesario valorar, adecuadamente, la 
transformación profunda que propició la interpretación 
freudiana de lo que parecía una "vana espuma"; así como 
la que desencadena Nietzsche y el Materialismo Histó-
rico en relación a las concepciones tradicionales. Con es-
tas vertientes cambia, irreversiblemente, el enfoque de 
la producción dé subjetividades, del procesamiento sub-
jetivo de los valores, de la concepción del psiquismo, del 
acto analizante y del "porvenir de una ilusión" que re-
chaza cualquier intento de clausura.

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