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1. Un marco conceptual amplio y abierto E l fondo del problema puederesumirse en una dicotomía: Si para unos, lo deseable sería que en cada disciplina de las que conforman la carrera se tocaran algunos aspectos referidos a las implicaciones éticas de la mate- ria; para otros, lo procedente se- ría programar un curso “ad hoc”, específicamente dedicado a la Ética. Cada una de las posturas tiene, sin duda, sus puntos de in- terés, a la par que ofrece flancos más desguarnecidos y criticables. Cada una tiene sus partidarios y sus detractores... Y a ninguno de ellos les faltan puntos de razón. Sin entrar en pormenores, ca- bría, cuando menos señalar lo si- guiente: Lo que ganaría en viveza y realismo el enfoque “dispersor” de la Ética a lo largo de las mate- rias específicas de la carrera, lo perdería en rigor y sistematicidad (eso, además, contando con la im- probabilísima sazón de que todos los profesores estuvieran dispues- tos a hablar de Ética en sus clases, con franqueza pero sin “moralina” acrítica; eso suponiendo que tu- vieran tiempo, que no desatendie- ran por mor de tal esfuerzo las ex- plicaciones de sus áreas temáticas respectivas; y, finalmente, todo ello dando por hecho que más allá de la “buena voluntad”, supieran qué hacer con la Ética en sus ma- terias...). Siendo realistas, se ve que un planteamiento puramente “dispersor” no resulta ni muy via- ble ni mínimamente operativo. Ahora bien, lo que gana en siste- matismo y armazón teórico la Éti- ca, enfocada desde el punto de vista “independiente”, puede vol- a34 analesde mecánica y electricidad José Luis Fernández Fernández Coordinador de Ética de las Profesiones Universidad Pontificia Comillas (ICAI-ICADE) La “Ética Profesional del Ingeniero” en la propuesta educativa del ICAI La “Ética Profesional del Ingeniero” en la propuesta educativa del ICAI En la Universidad Pontificia Comillas (ICAI-ICADE) hay un decidido consenso acerca de la conveniencia y la necesidad de introducir la Ética en el diseño curricular de los programas que se imparten en las distintas Escuelas y Facultades. Por otra parte, al menos en teoría, parece quedar también aparcado entre nosotros, el conocido debate acerca de lo que se podría llamar “el enfoque dispersor” en contraposición al “enfoque independiente” de la Ética. Es decir, una variante del problema acerca de cómo y desde dónde impartir la Ética en las carreras universitarias. verse una rémora para la propia asignatura (convertida en una “María”); y, lo que es peor, para la asimilación personal y vital (no só- lo intelectual) por parte de cada alumno del mensaje de fondo que con ella se pretende transmitir co- mo “objetivo implícito”. ¿En qué consiste ese mensaje de fondo? No se trata, por su- puesto, de ningún “objetivo ope- rativo”, evaluable mediante una nota numérica, sino de lo real- mente importante, de aquello en función de lo cual está diseñado todo el proceso docente de la asignatura (evaluación y califica- ción, incluidas). Pienso que dicho “mensaje de fondo” se podría abocetar a grandes rasgos en tér- minos parecidos a los siguientes: • Que no todo da igual ni to- do vale lo mismo...; • que hay formas más plenas de actuar y de vivir que otras...; • que este negocio de vivir “bien” la vida no está tan claro como se piensa desde una prime- ra mirada ingenua y superficial...; • que, sin embargo, nos con- cierne a todos por el simple he- cho de ser personas humanas...; • que para hacer las cosas bien en los contextos profesiona- les hay que tomar en considera- ción, cuando menos, lo siguiente: – qué fin (qué bien intrínse- co) se busca con el ejer- cicio profesional...; – qué obligaciones emanan del mismo, ya sea ante los usua- rios, ya ante los colegas...; – cómo y en qué medida pue- do contribuir desde mi par- cela a elevar el tono ético de la sociedad en la que vivo...; • que, en este sentido, los le- gítimos intereses personales y los requerimientos de los grupos y colectivos profesionales, ha- brán de compadecerse con los deberes de la promoción de la justicia en el marco de una so- ciedad más plena y habitable; y que deberían también articular- se desde el ejercicio de las virtu- des individuales...; • que no vivimos en una so- ciedad monolítica, sino en un mundo complejo, donde ya no se comparte el mismo universo simbólico ni rigen cánones éti- cos homogéneos y unáni- memente aceptados...; • que también este pluralis- mo tiene sus valores y la tole- rancia bien entendida pide aco- gida, diálogo, comunicación y respeto a posturas que uno no comparte...; • que junto a unos valores comunes, “mínimos morales” in- negociables y exigibles con toda la elocuencia que el discurso ra- cional y argumentativo permita y con toda la severidad con que las leyes positivas puedan ser capa- ces de sancionar, caben propues- tas más ambiciosas y es de dese- ar que se articulen y planteen con franqueza y entusiasmo...; • que una de dichas propues- tas, inspirada en el humanismo cristiano, razonable y razonada, de larga tradición y cargada aún de posibilidades de cara al futu- ro, es la que la Universidad asu- me como parte intrínseca de su propia esencia... Pero volvamos al hilo argu- mental de la exposición. 2. Una tarea compartida Como señalaba más arriba,la Universidad ha optado por implantar (en algunos casos, mantener, remozando, lo que ya tradicionalmente se había venido haciendo) la asignatura de Ética como aspecto exento, independiente, en el conjunto de los estudios de cada carrera. Esta opción, legítima y pruden- te, desde mi punto de vista, permite garantizar cuando me- nos dos cosas de gran impor- tancia: Rigor y Sensatez. El rigor es necesario, cuando menos, para hacer frente a cual- quier tipo de veleidad diletante; es el único antídoto contra el riesgo de acabar convirtiendo las clases en las que se abordan problemas éticos en simples charlas de café; y es la manera más segura de poner sordina a quienes (sin duda, con muy “buena voluntad”) pontifican sin empacho, ya sea desde el emoti- vismo más ingenuo y acrítico, ya lo hagan desde opciones bien trabadas, pero con un ímpetu rayano en posturas fundamenta- listas y “machaca-herejes”. Por lo demás, la “sensatez” a la que apelaba más arriba, no pi- de tanto velar por “ortodoxia” al- guna que haya de ser mantenida o impuesta a modo de “trágala” frente a posturas heterodoxas, LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a 35analesde mecánica y electricidad cuanto que simplemente (¡ahí es nada!) aspira a garantizar la pro- fesionalidad, la competencia, el conocimiento de la materia por parte del profesor, así como un “estilo” peculiar difícilmente defi- nible, pero muy en línea con lo que desde la teoría se “predica”. No en vano la Ética es un “sa- ber” teórico, argumentativo, pero volcado a la “praxis”. Por tanto, la “sensatez” del profesor conlle- va “racionalidad” y “credibilidad” hasta allí donde lo uno sea posi- ble y lo otro deseable; porque en Ética, la autoimplicación del pro- fesor es casi requisito fundamen- tal, conditio sine qua non… De aquí se sigue que, si en nin- guna disciplina se improvisan los docentes (¡qué decir de los “ma- estros”!), menos aún podrá ocu- rrir esto en la de Ética. Por ello, desde mi punto de vista, el hecho de que hayamos optado por intro- ducir la Ética como asignatura in- dependiente, no empece para que, en paralelo, tratemos tam- bién de articular la “dispersión” del mensaje ético a todo lo largo y an- cho de las otras materias en el se- no de las distintas Facultades y Escuelas de la Universidad. Es di- fícil, pero no imposible: algunos lo han logrado con bastante éxito en algunos centros de reconocido prestigio a nivel mundial. Seamos realistas. Al menos, empecemos por no enviar men- sajes incoherentes (y distorsio- nantes) a los alumnos; si la for- mación es la resultante de todo lo que se hace en la Universidad, tratemos todos de hacer las cosas “como es debido”, pero, ante to- do, evitemos e impidamos en la medida de lo posible (y no se olvi-de que “puede” más un Director de Escuela, un Decano o un Jefe de Departamento que todos los profesores de Ética juntos) que se cuelen como moneda legal tantos planteamientos tautológicos y le- gitimistas del “status quo”, pero que están bien alejados de los re- querimientos éticos y los valores morales a que más arriba aludía- mos como “mínimos”... si luego pudiéramos ir más allá en la sensi- bilización moral, en el despliegue de hábitos, usos e implicaciones personales y colectivas, miel so- bre hojuelas... En este sentido, sería muy de desear y es digno del mayor elogio todo el empeño que se vaya haciendo con vistas a concienciar al resto de los colegas para hacerles ver, primero a ellos y luego a los alumnos, que la Éti- ca es por encima de cualquier otra consideración, “una cuestión universitaria”; es decir: • que la Ética es algo que concierne y debe afectar a al- guien más que al profesor de la asignatura; • que es tarea de todos los miembros de cuerpo docente, de los alumnos y del resto de personas que conforman y dan viabilidad a la institución; • que la Ética debe estar presente como preocupación a lo largo de toda la jornada y de todos los días del año (no limi- tándose a las dos horas semana- les durante un semestre en últi- mo curso de la carrera); • que “la preocupación por los problemas éticos y por los aspec- tos éticos de los problemas”, así como el desarrollo del talante moral de nuestros alumnos es parte innegociable del “produc- to” que nuestra Universidad pre- tende ofrecer a la sociedad... En definitiva, que estamos dispuestos a colocar a la Ética en el sitio que le corresponde, a te- nor de lo que explícitamente se recoge en lapidarios textos, tales como, por ejemplo: Ex Cordie Eclesiae, el “Discurso del P. Gene- ral tenido en 1992 con ocasión de la inauguración del curso en la Universidad Pontificia Comillas el año de su centenario”, la propia Declaración Institucional de la Universidad Pontificia Comillas, o el Proyecto Educativo, aprobado el pasado mes de mayo de 1998. Estos escritos (y otros muchos de parecido tenor) pretender ser- vir de guía y de norte a nuestro quehacer institucional, como Uni- versidad Católica regidas por la Compañía de Jesús. En ellos se declara nuestra “misión” y en to- dos se subraya con trazo grueso la importancia de la Ética. 3. Algunos planteamientos y enfoques inadecuados de la Ética Profesional del Ingeniero Ami modo de ver, hay tresformas bastante frecuentes de plantear mal la cuestión de la Ética Profesional del ingeniero: “la ideología tecnocrática”, “la moralina” y la “mitificación del heroísmo”. Por “ideología tecnocrática” entiendo aquel enfoque que trata de inmunizar a la ciencia, la técni- ca y la tecnología frente a los cuestionamientos morales. Según LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a36 analesde mecánica y electricidad este punto de vista, el ingeniero sería, simple y exclusivamente un profesional, experto en resolver problemas de índole técnica, en los que, por definición, no hay lu- gar ni para los juicios morales, ni para los valores éticos. Sensu contrario, llamo “mora- lina” a aquella versión de la Ética que propone una moralidad ino- portuna, huera, superficial, pla- gada de lugares comunes y de pías exhortaciones al bien, sin tener en cuenta suficientemente ni los procesos reales por los que discurre la práctica profesional, ni las restricciones instrumenta- les, ni las mediaciones institucio- nales concretas. Por ello, aunque con gran frecuencia logra articu- lar discursos bien trabados y grandilocuentes, a la postre re- sulta ser bastante simplista y muy poco útil a la hora de la to- ma de decisiones. En conse- cuencia, el valor de estos plante- amientos en Ética Profesional es no sólo muy cuestionable, sino que, incluso, en ocasiones, tien- de a ser realmente negativo. Por lo que respecta a la aludi- da “mitificación del heroísmo” hay que indicar que dicho enfoque ha cobrado vuelo entre la opinión pú- blica a resultas de lamentables de- sastres, bien conocidos y docu- mentados, en los que, de una u otra forma, se hubieron de ver en- vueltos profesionales de la inge- niería. Algunos de tales sucesos han dado posteriormente materia para artículos y libros, tanto en el campo de la Engineering Ethics, cuanto en el ámbito fronterizo de la Business Ethics. (Téngase en cuenta que, en el fondo, tanto la una como la otra no son sino “aplicaciones”; es decir: distintas “especies” de un mismo género: la Ética). El caso del “Ford Pinto” y el no menos famoso del transbor- dador espacial “Challenger” han de ser contados entre los casos más conocidos. Sin embargo, la casuística podría ampliarse ad nauseam también con material europeo o de cualquier otra parte del mundo. Pues bien, el hecho de que algún ingeniero, en alguno de aquellos “casos”, hubiera decidi- do jugarse el tipo (o, cuando me- nos, arriesgar el puesto de traba- jo) en aras del bien social, de la salud pública o la seguridad de los trabajadores, de los usuarios o de los clientes, parece haber llevado a muchos (entre ellos, muy especialmente a la industria del cine) a entender que la Ética Profesional exige siempre, por principio y sin más cuestión, aquel comportamiento “heroico” de parte del ingeniero. Y esto, ob- viamente, es algo que merece la pena discutir más despacio. En resumidas cuentas, que ninguna de las anteriores pers- pectivas resulta adecuada. La “ideología tecnocrática” porque se queda corta, con su miope (e “interesada”) concepción de lo que sean la ciencia, la técnica y el papel del profesional de la inge- niería. La “moralina” porque se pasa de largo y cae en la desme- sura del vicio opuesto, tratando de ir demasiado lejos con invoca- ciones vacías a una moralidad in- viable y poco eficaz. Finalmente, la “mitificación del heroísmo” me resulta cuestionable tanto por su enfoque, cuanto por su alcance. Por su enfoque, porque no comparto el convencimiento im- plícito de que la Ética haya de ser entendida más como “tarea de ti- tanes” que como acción cotidiana y práctica habitual de hombres corrientes. Y respecto al alcance porque (al margen de un cierto ol- vido de la dimensión estructural e institucional que la Ética corpora- tiva requiere y conlleva), desde esta perspectiva se acorta en ex- ceso la “agenda ético-profesional” del ingeniero. En efecto, a fuerza de insistir tanto en la obligación o falta de obligación moral de llevar a cabo el “Whistle Blowing” (esto es: la denuncia por parte del inge- niero del supuesto “mal proceder” de su empresa) se dejan al lado otro tipo de deberes y valores que también son importantes en un ejercicio profesional que pretenda atenerse a parámetros éticos, ta- les como por ejemplo, el de la confidencialidad o el de la lealtad hacia la propia organización. Las cosas, sin duda alguna, son más complejas y matizables. 4. La dimensión ética de los problemas técnicos Una vez delimitado en senti-do negativo el plantea- miento teórico que enmarca es- tas páginas, hay que declarar de manera explícita cuál va a ser el marco conceptual desde el que abordaremos el problema. Es necesario, por consiguiente, ma- tizar la tesis que, a mi modo de ver, se viene a afirmar de mane- ra implícita en los tres plantea- mientos anteriormente critica- dos y que da por sentada de ma- nera acrítica una dicotomización excesiva y una compartimentali- LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a 37analesde mecánica y electricidad zación inapropiada de la técnica y la tecnología respecto de la Ética y la Filosofía Moral. Ello no obstante, sin dejar de reco- nocer que, efectivamente, exis- te una diferencia innegable entre lo que pudiéramos llamar “pro- blemas técnicos” y aquellos otros que cabe catalogar bajo la rúbri- ca de “problemas éticos”. Son “problemas técnicos”, en- tre otros, los siguientes: “¿Cuál es el modo más adecuado de desviar el cauce de este gran río?”, “¿cómo lograr que aumen- te la capacidad de almacena- miento de información en el dis-co duro?”, “¿cómo habría que di- señar el prototipo del coche para maximizar el confort y la veloci- dad, contando con las restriccio- nes económicas y de espacio que se especifican para el futuro pro- ceso de producción?”, “¿es posi- ble, aquí y ahora, contener la in- flación, rebajando la presión fiscal y disminuyendo el déficit público en dos puntos porcentuales?”, “¿cuándo es necesario extirpar el apéndice de un paciente enfer- mo?”, “¿cómo se lleva a cabo di- cha operación?”, “¿tiene justifi- cación financiera invertir en este proyecto empresarial tantos mi- les de millones o no?”, “¿cuántos metros cúbicos de agua es capaz de resistir esta presa?”... También hay abundantes “pro- blemas éticos”: el hambre; la gue- rra; la falta de respeto a los dere- chos humanos; la explosión de- mográfica; la pobreza y la miseria de amplias capas de la población; la droga; la prostitución; la inso- lidaridad; la injusticia; el problema ecológico; el aborto; la clonación de seres vivos y todo lo que tiene que ver con la Bioética... Los “problemas técnicos” (y en esto tiene razón la tecnocra- cia, distinta por lo demás de la “ideología tecnocrática”) necesi- tan soluciones técnicas. Y no ca- be ni conviene mezclar planos: a problemas técnicos, soluciones de idéntica índole. Por desconta- do, quienes mejor capacitados se encuentran para aportar dichas respuestas son, precisamente, los profesionales especializados en cada una de las distintas áreas de conocimiento: ingenieros, economistas, médicos, etcétera. Por lo demás, la “excelencia” en el ejercicio de la actividad ocupa- cional respectiva estará en fun- ción del número y la calidad de las soluciones que el profesional en cuestión sea capaz de apor- tar, contando con las restriccio- nes y las posibilidades tecnológi- cas de cada momento y lugar; todo ello al margen de cuáles se- an sus convicciones éticas y reli- giosas, ni de cuáles dejen de ser sus opciones políticas. Por su parte, los “problemas éticos” tienen un factor común, un aire de familia que los identi- fica y que se resumiría en la abstracta y más profunda cues- tión del “¿qué debo hacer?” Esta pregunta (en la que habría que subrayar con trazo grueso el verbo “deber”) no está ya refe- rida solamente a los “medios” que debamos utilizar (“¿qué puedo hacer?”) o de qué forma concreta los hayamos de emple- ar para obtener el resultado (“¿qué alternativa de entre las posibles elijo para construir el puente?”); ni tan siquiera está referida sin más a lo que esté contemplado dentro de los lími- tes de la legalidad vigente (“¿qué nos está permitido y qué nos está prohibido hacer?”), si- no que tiene un calado más hondo, porque apunta a los fi- nes últimos y a las grandes uto- pías de la vida en sociedad: “¿cómo tenemos que organizar- nos para vivir una vida plena- mente humana?” Ahora bien, así como resulta- ba fácil identificar a los “profesio- nales” supuestamente capaces de resolver los problemas técnicos, la realidad es completamente dis- tinta por lo que hace referencia a los los problemas éticos. Pues, si en este caso nos preguntáramos a quién compete su solución, ve- ríamos cómo no lográbamos en- contrar a ningún “experto” que pudiera o quisiera arrogarse en exclusiva la tarea de resolverlos. Sin embargo, habida cuenta de la existencia de tales problemas y de que no son específicamente propios de nadie, resulta ser que lo son de todos; y que, de alguna manera, todos somos “responsa- bles” de su solución. En este sen- tido, el hecho de tomar concien- cia de la magnitud de la proble- mática y de que todos debemos sentirnos concernidos por estos verdaderos déficit de humanidad, ya supone un tímido paso en fa- vor de su eventual solución. Con todo, la realidad de la que hemos de partir no queda, en mo- do alguno, suficientemente perfi- lada con la distinción que acaba- mos de señalar (por otra parte, tan artificial y un tanto simplista) entre “problemas técnicos” frente a “problemas éticos”. Es preciso introducir un nuevo elemento en la reflexión, que integrando am- bos momentos (el técnico y el éti- co) en un todo unitario y más complejo, pueda resultar más LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a38 analesde mecánica y electricidad fructífero con vistas a plantear adecuadamente la Ética Profesio- nal y la consiguiente responsabili- dad moral del ingeniero. Dicho elemento nos conduce de manera natural a lo que me gusta calificar como el ámbito de “la dimensión ética de los problemas técnicos”. Para entender de qué esta- mos hablando habríamos de su- brayar cómo el desvío del cauce del gran río del ejemplo anterior podría tener efectos concomi- tantes, positivos o negativos, en los intereses de ciertos grupos; pudiendo incluso afectar a la vi- da de las personas y al equilibrio ecológico (piénsese en el caso de las inundaciones habidas en la China el pasado verano de 1998). Estos asuntos, obviamen- te, no son propiamente hablando “problemas técnicos”, pero apa- recen con ocasión de la puesta en marcha de una serie de accio- nes “técnicas”... Son, pues, una concreción empírica de lo que haya de ser entendido por “la di- mensión ética del problema téc- nico de desviar el cauce del gran río” y, en tal sentido, deberían de ser abordados y resueltos a la par que se toman las decisiones de índole técnica y económica, si no antes. No hacerlo así, desenten- derse de estos aspectos, ha sido (y, por desgracia, sigue siendo) la causa de tantos desastres que podrían haberse evitado, aho- rrando así el alto precio pagado en dolor humano y en recursos económicos. Porque esta “di- mensión ética de los problemas técnicos” que a veces carece de importancia, en otras ocasiones es verdaderamente dramática. No se debiera nunca olvidar que la técnica, dejada a su libre proceder, resulta no ya “neutra” sino “ciega” ante los objetivos últi- mos y las metas finales; y que, en consecuencia, es mucho lo que nos estamos jugando como para no tomarnos en serio el asunto. En este sentido, quisiera dejar sentadas dos afirmaciones que, aunque obvias, no son siempre tenidas en cuenta como debieran ni en los debates teóricos, ni en las tomas de decisiones prácticas: 1) que no todo lo que técnica (e in- cluso, éticamente) se considera de- seable en un momento histórico determinado, puede ser institucio- nalizado en la realidad social de manera inmediata; y 2) que no to- do lo técnicamente factible en un momento histórico dado es en sí mismo éticamente valioso. La tesis primera no plantea grandes problemas: tiene que ver con el ritmo de avance técnico (más o menos lento, pero siem- pre imparable) y con la estructu- ra vectorial, abierta y utópica de la Ética que, aspirando al “bien” nunca acabará de encontrarlo del todo, al ser éste, por definición, un predicado no saturable. La segunda afirmación es mu- cho más profunda e importante, sobre todo en nuestros días, en los que las posibilidades tecnológi- cas se han disparado, mientras que los resultados a los que aqué- llas podrían abocarnos son, cuan- do menos, inciertos y, en el peor de los casos, podrían incluso re- sultar contraproducentes. Así pues, en línea con lo que se viene diciendo desde esta pers- pectiva, cabe afirmar varias cosas respecto a la Ética Profesional en general y a la Ética Profesional del Ingeniero en particular. En pri- mer lugar, que más allá de los problemas éticos que todos com- partimos (en cuanto seres huma- nos afectados por aquellos déficit de humanidad a que antes aludía- mos) existe un campo específico, propio de las distintas profesiones, sobre el que la reflexión moral tiene también que “aplicarse” inaplaza- blemente. En segundo término, que no es necesario hacer gran- des esfuerzos teóricos para iden- tificar dicho campo de problemas, toda vez que aparecen y se pre- sentan como una dimensión más (y no precisamente la menos im- portante) del quehacer habitual de los profesionales. Y finalmente, que la “responsabilidad moral” en el planteamiento y la solución de este tipo de problemas suele estar ampliamenterepartida y casi siem- pre muy dispersa por todo el marco organizativo en el que se lleva a efecto la implementación de las acciones prácticas y las decisiones técnicas. Por ello, aunque para dar una solución adecuada a es- tos problemas se necesitará siem- pre contar con el concurso de los profesionales y de los expertos di- rectamente concernidos por el problema (en nuestro caso, de los ingenieros).... tampoco cabe pen- sar que hayan de ser ellos los úni- cos interlocutores válidos al res- pecto. 5. La “responsabilidad” del ingeniero como profesional E l término “ingeniero” “se“dice de tantas maneras” y abarca un campo semántico tan amplio que puede resultar inclu- LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a 39analesde mecánica y electricidad so equívoco. Porque, en efecto, tenemos ingenieros aeronáuti- cos; ingenieros agrónomos; inge- nieros civiles; ingenieros milita- res; ingenieros de caminos, cana- les y puertos; de minas; de mon- tes; navales; de telecomunica- ciones; informáticos; químicos. O, por centrarnos en los indus- triales, hablamos de ingenieros mecánicos; de electrónicos; de eléctricos; de ingenieros de orga- nización... Por su parte, los dic- cionarios tampoco nos aclaran mucho las cosas, toda vez que la mayoría de ellos suele despachar la cuestión diciendo que el “inge- niero” es “la persona que ejerce la ingeniería”. Ahora bien, como esta aproximación académica re- sulta excesivamente vaga y muy poco clarificadora, necesitamos llevar a cabo un tipo de abordaje “funcionalista” que nos permita identificar con mayor rigor cuál es el papel que los ingenieros de- sempeñan en nuestra sociedad y qué responsabilidades morales van conectadas al ejercicio de la ingeniería como profesión. Hay una discusión habitual en la literatura especializada acerca de si la ingeniería consti- tuye o no una “auténtica profe- sión”. Quienes muestran reti- cencia a considerarla como tal, lo hacen encastillados en una de- finición extremadamente rígida del concepto que, a duras penas podría ser extrapolable más allá de las ocupaciones llevadas a ca- bo por las profesiones ut sic: mé- dicos, abogados, sacerdotes... Ahora bien, si cambiamos el en- foque y ampliamos el ángulo de visión, convendríamos con cierta facilidad en que también los in- genieros son auténticos profesio- nales; no sólo por el tipo de tra- bajo que hacen, sino sobre todo por una serie de “actitudes” res- pecto al modo como lo hacen y como se piensan a sí mismos. Supuesto lo anterior, sin entrar en mayores detalles, digamos que desde un punto de vista sociológi- co una profesión, como “práctica social” que es, podría quedar defi- nida aproximadamente en los si- guientes términos: “la actividad ocupacional de un grupo de per- sonas, organizado de forma esta- ble; que reclama la exclusividad en la competencia (adquirida tras un largo proceso de capacitación teórico-práctica); que comparte un conjunto de conocimientos es- pecializados que interesan a la so- ciedad y que ellos ponen al servi- cio de ésta, cobrando por el de- sempeño de su trabajo y obte- niendo así su modo de vida”. Por lo tanto, si queremos tipi- ficar la profesión de ingeniero por referencia a la anterior defi- nición, habríamos de proceder más o menos del siguiente mo- do: primero, encontrar un deno- minador común a todos los “in- genieros” para precisar desde allí cuál es la meta, cuál es “el bien” que supuestamente se busca con la práctica de la ingeniería. En paralelo habría que dejar claro cuál es el valor añadido que los ingenieros aportan y que ningún otro colectivo está en condicio- nes de ofrecer a la sociedad con los mismos niveles de excelencia. Definiendo así qué es lo que “ha- cen” los ingenieros, quedaría ex- pedito el camino para hablar de “qué es lo que deberían hacer” (objetivos, valores, propuestas positivas), y “qué es lo que debe- rían evitar hacer” (prohibiciones, restricciones, limitaciones). Con ello se habría dado un paso nece- sario (aunque no suficiente) a la hora de acotar el ámbito de sus responsabilidades éticas. Funciones del ingeniero y Códigos Éticos En la empresa el ingeniero ocupa una determinada posición que lleva consigo un conjunto de reglas o prácticas (la descripción del puesto de trabajo) que vienen a ser una especie de contrato im- plícito entre el profesional y la or- ganización. De dicho “contrato implícito” se derivan una serie de obligaciones y de responsabilida- des: muchas de ellas son reglas explícitas; otras son costumbres, usos, expectativas implícitas (un cierto estilo a la hora de hacer las cosas)... Y junto a ello hay unos estándares mínimos de excelen- cia, acordes al estado del arte en cada momento, a partir de los cuales es posible articular un con- junto de normas éticas y un mo- delo ideal de lo que pudiera tipifi- carse bajo el concepto de “buen ingeniero” como aquel que cum- ple satisfactoriamente las obliga- ciones implícitas y explícitas inhe- rentes a su rol profesional. Pues bien, éste es el esque- ma que, de una u otra forma, subyace en cualquier “Código de Ética para Ingenieros”, don- de se subrayan una serie de obli- gaciones morales conexas con el rol que la profesión representa. A pesar de que hay quienes opinan que estos documentos no tienen valor alguno e insisten en motejarlos de “corporativistas”; LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a40 analesde mecánica y electricidad en acusarlos de mantener un “discurso ideológico”, plagado de “moralina”; de no articular sufi- cientemente los mecanismos co- ercitivos y sancionadores que obligaran a hacer cumplir lo esta- blecido; de tener un carácter abs- tracto, atemporal y poco atento al contexto social en el que se ins- criben... por mi parte (y sin dejar de reconocer la razón que asiste a muchas de esas críticas) pienso que es de justicia señalar también sus aspectos positivos: los códi- gos, al ir más allá de la pura apela- ción a “las buenas voluntades” subjetivas, sirven de guías para la acción, toda vez que clarifican muchas ambigüedades; y contri- buyen a controlar el ejercicio del poder en las organizaciones. A mi modo de ver, entre los “puntos fuertes” de los códigos éticos, hay que destacar el es- fuerzo de reflexión que hacen para precisar, de entre las múlti- ples y variadas funciones de la profesión, aquellas que resultan ser más específicas, distinguiendo entre lo que son “funciones di- rectas” y otras que cabría deno- minar como “funciones de apo- yo”. Ello, al margen de otras fun- ciones también habitualmente ci- tadas, pero menos específicas, al ser compartidas con otros colec- tivos profesionales como son, por ejemplo, las de “contribuir al pro- greso científico y técnico”. Entre las llamadas funciones directas del ingeniero se suelen señalar las de diseño, realización y mantenimiento de equipos, productos, procesos y sistemas o servicios técnicos. Entre las de apoyo se insiste en mencionar las del consejo, la vigilancia y el control que deriva de la peculiar cualificación profesional del inge- niero y que suelen sustanciarse en la emisión de informes técni- cos de muy diversa índole. Como se ve, a partir de este tipo de esfuerzos de autocom- prensión pueden ir quedando más o menos claras cuáles son algunas de las competencias ha- bitualmente asignadas de mane- ra más o menos exclusiva a los ingenieros (y cuáles no); cuáles podrían ser los “puntos críticos” con los que éstos se suelen to- par en el desarrollo de su activi- dad profesional; cuáles son los valores éticos que con más fre- cuencia se pueden ver concul- cados en el desempeño de sus funciones; en definitiva: qué responsabilidad moral cabe atri- buirles, en términos generales, habida cuenta de que además de “profesionales de la ingeniería” suelen ser “empleados de alguna empresa” y, por consiguiente, desempeñan sus servicios, no al modo de los “profesionales libe- rales” de hace décadas, sino en el ámbito de una organización. De este marco de referencia, que tiene su propia dinámica y sus particularesobjetivos (fun- damentalmente económicos); así como del hecho de que el in- geniero (en la gran mayoría de los casos) sea ingeniero y actúe como tal precisamente en el se- no de una organización, se deri- van no sólo una serie de conflic- tos potenciales, sino también un conjunto de responsabilidades morales tales como la confiden- cialidad y la lealtad institucional. Porque, efectivamente, tal vez uno de los rasgos más dados por sobreentendido en todos los Códigos y documentos de este tipo a los que he podido tener acceso, sea el hecho de ver la la- bor del ingeniero realizada, habi- tualmente, en el marco organi- zativo, en el seno de una estruc- tura empresarial. Siendo ello así, es lógico que aparezcan los habituales conflic- tos (comunes a todos los que tra- bajamos en el seno de una organi- zación). Unos tienen su origen en la propia actividad laboral y resul- tan de la dificultad que hay para atender al mismo tiempo a los re- querimientos de los superiores y a las expectativas (más o menos verbalizadas, pero reales) de los compañeros (pongamos por caso, en cuanto a productividad). Otros nacen de la tensión que se establece entre los distintos pape- les que una persona concreta de- sempeña (¿cómo compaginar, por ejemplo, lo profesional con lo per- sonal y lo laboral con lo familiar?). Finalmente, otros pueden tener que ver con el posible choque en- tre los objetivos fijados, los reque- rimientos del puesto de trabajo del ingeniero y el interés público. Aquí, en este conflicto de obliga- ciones y de lealtades divididas, es donde se presenta con mayor crudeza el problema ético a la ho- ra de la toma de decisiones. Como se ve, los ingenieros, al estar inmersos en las organizacio- nes (a excepción de los que tra- bajan como funcionarios o de quienes funcionan como “empre- sarios individuales”), no se dife- rencian gran cosa de otros colec- tivos. Por ello, aunque la respon- sabilidad moral de los ingenieros en las decisiones que les competen se mantiene en toda su vigencia (má- xime teniendo en cuenta que un error cometido por un ingeniero LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a 41analesde mecánica y electricidad suele revestir una gravedad ma- yor que otras malas prácticas lle- vadas a cabo en otros dominios profesionales), sí que se ve modifi- cada de alguna forma. Veamos un poco más despacio esto que aca- bo de señalar. El ingeniero y el problema de la Seguridad Hay un punto de partida ha- bitualmente reconocido por los ingenieros respecto al impacto (las consecuencias positivas o negativas) que su actuación pue- de llegar a tener en el entorno (ya sea éste, el entorno personal, el marco social o el más amplio contexto ecológico y medioam- biental). Y junto a este reconoci- miento se subraya a renglón se- guido la idea de que la ingeniería puede llevar consigo aparejados (de hecho, así ocurre muy a me- nudo) importantes riesgos para el bienestar colectivo o para la salud y la seguridad de la gente. A partir de aquí no resulta di- fícil afirmar que tal vez una de las obligaciones morales más bá- sicas para un ingeniero estribe en ser capaz de captar la dimensión ética de sus actuaciones técnicas; partiendo de la “anticipación” de las consecuencias previsibles de sus acciones. Si fuere el caso de que en ellas se implicaran niveles altos de riesgo para la salud o la integridad de las personas o el entorno, no deberían aquéllas ser llevadas a cabo sin minimi- zarlas en la mayor medida posi- ble, ni sin el previo “consenti- miento informado” de quienes hubieren de verse afectados por las mismas. En este sentido, son los in- genieros quienes están en mejo- res condiciones a la hora de su- ministrar a la opinión pública y a los decisores últimos este tipo de información técnica acerca de los riesgos y los peligros que un proceso, un producto, un sis- tema o un experimento concre- to puede llevar consigo. Ahora bien, supuesto lo an- terior y en línea con lo que lleva- mos expuesto, debemos hacer una serie de matizaciones que nos permitan ir dando ya por concluido este artículo. “Hacer el bien y evitar el mal” Ante todo, no debemos olvi- dar que en una empresa el papel del ingeniero (por importante que éste sea) es uno más entre otros muchos (igualmente importantes); y que, en consecuencia, el ingenie- ro no es ni el único ni tal vez el es- labón más importante en la cade- na de la toma de decisiones... Pienso, por ello, que no son afor- tunados aquellos planteamientos que atribuyen al profesional de la ingeniería un papel cercano al de “supervisor” de las decisiones adoptadas por los directivos de la organización. Para ello están, por ejemplo, los auditores internos o externos; o bien otro tipo de pro- fesionales encargados especial- mente de atender al control y a la calidad. Ellos sí que estarían espe- cialmente legitimados para llevar a efecto aquellas funciones. La dirección de la empresa, ciertamente, antes de decidir en firme una política o poner en fun- cionamiento una práctica deter- minada ha de documentarse (y documentarse más, cuanto mayor calado estratégico tenga el plan en cuestión). Para ello ha de atender a múltiples factores (tanto históri- cos, cuanto coyunturales) y ha de recabar el parecer de muchos pro- fesionales que trabajan dentro y fuera de la organización (analistas financieros, expertos en marke- ting, ingenieros, etcétera). Ahora bien, la decisión última está en las manos de los altos directivos; no en las de los distintos profesiona- les aludidos; ni, por supuesto, tampoco en las de los ingenieros... En suma: como a éstos no se les paga por hacer el trabajo de los di- rectivos tampoco tienen la res- ponsabilidad moral de hacerlo. Por consiguiente, un ingenie- ro cumpliría fundamentalmente con su cometido siempre que lle- vara a cabo un trabajo bien he- cho, que suministrara a la direc- ción de la empresa los informes técnicos adecuados respecto a las implicaciones y los riesgos in- herentes y previsibles a la toma de decisiones que se estudia. Ahora bien, asumir esos ries- gos o no asumirlos es algo que, en principio, no es competencia del ingeniero. No se ve por qué éste, que, efectivamente, es un experto en identificar y cuantifi- car adecuadamente los riesgos y los costes, vaya a estar especial- mente cualificado para decidir cuáles de entre aquéllos son ries- gos asumibles y en qué grado, y cuáles no. Hay, pues, que distin- guir entre el aspecto descriptivo (objetivo y cuantificable) del ries- LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a42 analesde mecánica y electricidad go y el consiguiente aspecto nor- mativo (el juicio acerca de su aceptabilidad). Para el primero los ingenieros son competentes en extremo; para el segundo, no. Los ingenieros tienen, por supuesto, la responsabilidad mo- ral de mantenerse firmes y en contra ante la burda (y, por for- tuna, altamente improbable) sa- zón de que alguien les obligara a actuar mal, utilizando sus cono- cimiento técnicos para buscar abiertamente el daño de terce- ros. En este caso sigue siendo de aplicación, aquí al igual que en cualquier otra profesión, el principio de “no-maleficencia”, ya subrayado desde los tiempos de Hipócrates con el “primum non nocere” (“ante todo, no ha- cer daño gratuitamente”). En un segundo nivel, los inge- nieros tendrían, a su vez, la res- ponsabilidad moral de intentar ha- cer positivamnete el bien (“princi- pio de beneficencia”) en la medida de sus posibilidades, optimizando los resultados finales y los medios empleados, contando con el “es- tado del arte” y las circunstancias concretas en las que se esté desa- rrollando su labor. Un concepto tan del agrado de la profesión, co- mo es el de “optimización”, apor- ta a este requerimiento técnico todo su sentido ético e implica to- da una divisa en favor de un desa- rrollo compatible con la eficiencia y la lucha contra el despilfarro tanto de recursos escasos cuanto de energías no renovables. Supuesto lo anterior, pienso que la clave de bóveda de todo eledificio ético no puede consis- tir en otra cosa que en tratar de mantener en equilibrio tres pará- metros: el polo de los valores, de las convicciones personales y de la propia conciencia; el ámbito de lo profesional, de los deberes y de los “bienes” que se buscan con la práctica de la ingeniería; y el marco de lo institucional-organi- zativo desde el que la acción téc- nica se debe llevar a cabo de una manera responsable. Ahora bien, dicho equilibrio no es automático y su manteni- miento no ha de resultar fácil, to- da vez que se trata de ser fiel a intereses y valores que pueden entrar en colisión entre sí: cohe- rencia personal, búsqueda del bien común y lealtad institucio- nal, etcétera. Por ello, es impen- sable dar una receta de aplicación automática para resolver a priori la innumerable casuística que po- demos suponer se deriva de la posible colisión entre los tres po- los. Más bien se trata de algo que cada uno habrá de resolver en ca- da caso concreto. Las conviccio- nes de la propia conciencia han de servir de guía en todo el proceso; pero tampoco estarán de más ni las normas deontológicas emana- das del colectivo profesional al que uno pertenece (los tan de- nostados “Códigos Éticos”), ni, sobre todo, las que puedan ser ar- ticuladas desde las estructuras de la propia organización que asume con responsabilidad las conse- cuencias de sus actos. ¿Hay que denunciar el mal proceder de la propia empresa? Un caso extremo y paradig- mático en este sentido es el pro- blema más arriba aludido del Whistle Blowing. Hay ocasiones en que, desde las convicciones personales, un ingeniero estaría ampliamente justificado (y, a ve- ces, incluso obligado) para denun- ciar a su propia empresa por ac- tuar en contra del bien público o por poner en grave riesgo la salud de la gente. Ello sería así, siempre que se dieran las siguientes con- diciones: 1) el ingeniero es el último recurso y ya ha agotado todas las vías internas posibles; 2) se trata de un daño serio, sistemático y permanente (no es algo incidental o de poca im- portancia); 3) afecta a terceros que no están suficientemente informa- dos de los riesgos a que van a verse expuestos; 4) el ingeniero tiene cons- tancia cierta y documental (po- dría probar su denuncia ante los tribunales); 5) hay evidencia de que re- velando esta información se evi- ta el daño. Supuesta una conciencia personal bien formada y con- tando con unas directrices cla- ras respecto a lo que “debería ser” la tarea de un ingeniero (cosa que los colectivos profe- sionales se encargan de hacer); lo único que se necesita para no tener que llegar nunca a tales extremos es que las estructuras organizativas estimulen los comportamientos éticos e impi- dan que se lleven a cabo actos inmorales. Para ello hay que to- LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a 43analesde mecánica y electricidad marse en serio la Ética: Hay que huir de la obsesión del “cortoplacismo” y analizar des- pacio las políticas, las prácticas, el modus operandi real, los in- centivos, los controles... en su- ma, hay que llevar a efecto un verdadero análisis “cultural” respecto del clima ético “en” la organización y “de” la organiza- ción hacia afuera. Porque, para actuar de acuerdo a la moral, se necesitan no sólo personas de elevada talla humana y sólidos principios éticos, sino también (y sobre todo) la moralización de las estructuras. Lo primero, mejorar la cali- dad personal, es responsabilidad individual e intransferible de ca- da uno de nosotros. Por su par- te, preparar a la empresa para aclimatar en su seno el “momen- to ético” (diseñar unas estructu- ras organizativas cada vez más humanas y humanizadoras) de- bería ser llevado a cabo, volunta- ria y espontáneamente, por par- te de las propias empresas y de los sectores industriales (de he- cho hay algunos buenos ejem- plos de “autorregulación” que podrían ser aducidos). Ahora bien, en el más que probable caso de que las empre- sas y las industrias no atendieran convenientemente a este tipo de requerimientos, y actuaran de hecho en contra del bien co- mún, son los poderes públicos los que, de manera subsidiaria, vienen entonces legitimados y obligados a legislar con todo el rigor posible en contra de aqué- llas, para obligarlas a hacerse responsables de las consecuen- cias tanto de sus actos, cuanto de sus omisiones. 6. Conclusión: La Ética como rasgo caracterizador de nuestra propuesta educativa La Ética Profesional que sequiere enseñar en el ICAI (y, por extensión en todos los demás centros de nuestra Uni- versidad) en modo alguno se entiende a sí misma como una especie de vademecum lleno de “recetitas” de aplicación auto- mática para ahorrarle al indivi- duo el esfuerzo de pensar y la necesidad de responder creati- vamente ante las situaciones y dilemas que la vida profesional le vaya poniendo en el camino. En este sentido, el plantea- miento desde el que se articula la docencia de la asignatura (programada, con buen criterio, en el último año de carrera) es- tá más cerca de lo que supone ser un juicio maduro respecto de los requerimientos y posibili- dades contenidos en el buen ejercicio profesional de la inge- niería, que de un farragoso lis- tado deontológico de deberes que cumplir, obligaciones que respetar o prohibiciones a que atenerse. Se trata de hacer que el alumno se acostumbre a pensar y tome conciencia de la impor- tancia de este tipo de reflexión ética y humanista para un ade- cuado ejercicio de la profesión. El mensaje de fondo podría for- mularse en estos términos: la vi- da profesional, además de ser una manera de ganarse la vida honradamente, es también y al mismo tiempo una ocasión de crecimiento personal y un modo privilegiado de prestar un servi- cio a la sociedad y de promoción de la justicia. Creemos que este enfoque es coherente con la misión última de nuestra Universidad; y pensa- mos que estamos en el camino adecuado, toda vez que va abriéndose paso en otras Escue- las y Universidades (tanto espa- ñolas, cuanto extranjeras) el con- vencimiento de que una forma- ción que no atienda de alguna manera a estos aspectos, será siempre una formación deficien- te. Pues, no sólo ha de ser busca- da la excelencia en la optimiza- ción de los medios instrumenta- les y en la eficiencia económica, sino también (y muy especial- mente) en la definición de los fi- nes y los objetivos humanos, al servicio de los cuales aquellos medios cobran sentido. Ahora bien, tampoco proce- de caer en ningún tipo de triun- falismo fácil. Como decíamos más arriba, la tarea de sensibili- zar a los estudiantes acerca de estos aspectos es compleja y difí- cil. Por ello, es algo que compete no sólo a los profesores de Ética; sino también al resto del claustro e incluso al Colegio Profesional de Ingenieros del ICAI. En tal sentido hay que felici- tarse por la decisión de dar cabi- da en este número de Anales de Mecánica y Electricidad a este artículo sobre la Ética Profesio- nal del Ingeniero, confiando en que pueda servir de estímulo para analizar el ejercicio de la profesión a la luz de la morali- dad y bajo el prisma de la bús- queda del bien común. •a LA “ÉTICA PROFESIONAL DEL INGENIERO” EN LA PROPUESTA EDUCATIVA DEL ICAI a44 analesde mecánica y electricidad
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