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Alimentación y capitalismo

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Alimentación y capitalismo: por qué van tanto de la mano
Por Nicolás Ezequiel Acosta
En su artículo “Devenires del apetito argentino”, correspondiente al libro La Cultura Argentina Hoy , Matías Bruera plantea diversas cuestiones por las cuales puede fácilmente vincularse al mundo del alimento y la comida al del capitalismo, cómo las sociedades y/o pueblos construyen una identidad alrededor de lo comestible; por qué esa construcción se ve afectada por el proceso de globalización y acercamiento a nuevas culturas; la concepción de la alimentación como mercancía expuesta y vendida a todos los ojos de u mundo precisamente globalizado y capitalista; los problemas causados tanto a las comunidades como al individuo por el consumo enfermizo validado por ese capitalismo, y cómo en sí, este bien tan esencial en la vida del ser humano es un medidor de la desigualdad existente en el mundo.
Bruera nos introduce a su texto formulando que la comida dejó de tener un valor basado únicamente en la necesidad del hombre de nutrirse, para adquirir ahora significados tales como la sensación de pertenencia, de amistad, de goce, de deseo, etcétera. También intenta explicar la dimensión que alcanza en la vida cotidiana al mencionar todos los ámbitos donde se la presenta como algo de importancia excepcional: reality shows, concursos de pérdida de peso, en las noticias cuando se hace hincapié en cuánto presupuesto demanda un plato para ser elaborado, la cena de una boda de una celebridad, lo que se come en un reconocido programa de televisión, entre otras cuestiones.
A esta introducción siguen unos párrafos destinados a la descripción del alimento y la comida como mercancías, a las que no todos pueden acceder pero sí manifestar deseos y/o envidia por la misma. El autor lo expone con estas palabras:
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”El capitalismo de consumo ha ocupado el lugar de las economías de producción; todo
participa del intercambio simbólico o real y, si bien se manifiesta como una gratificación individual generalizada, no es más que un destino social
que afecta a las clases en desigual medida”
(Devenires del apetito argentino, p.119)
En la televisión principalmente, y otros medios en menor medida, suelen exhibirse diversos platos, algunos más elaborados que otros, a los cuales no cualquier individuo tiene acceso. Los casos varían: en algunos, es porque lo que se muestra en pantalla o en una imagen es un producto de excesivo valor y que no todos los tipos y/o niveles de poder adquisitivo pueden comprar (ej: un pote de caviar). En otros se trata de productos que no resisten cualquier comensal, como insectos o las carnes de animales que al menos a nuestros ojos (los argentinos, o por extensión, los occidentales) nos parecen exóticas e incluso desagradables. También se expone a personas excedidas de peso a los ojos del televidente despedirse de sus platos preferidos antes de comenzar una rigurosa dieta, o compañías archireconocidas de comida rápida invierten millones y millones de pesos o dólares en publicidad promocionando sus productos riquísimos en calorías y grasa pero a los cuales incluso algunas clases postergadas pueden acceder debido a sus costes baratos o por debajo de la comida considerada cotidianamente “saludable” o “light” y restaurantes y casas de comidas destinadas a expender platos de elaboración propia.
La gran mayoría de interacciones que se pueden encontrar entre una o varias personas y una comida en particular es también otro tipo de mercancía vendible. En diversos ejemplos de los mencionados arriba, hay todo un potencial de comercialización de la imagen e incluso intimidad de quien está ingiriendo el x plato o alimento. En nuestro país, sin ir demasiado lejos, es común que se recurra al morbo con la finalidad de ilustrar algunas situaciones que pueden resultar muy embarazosas tanto para el televidente como los involucrados en dichos sucesos. Abundan graphs como “Luisito se robó una milanesa”, o “¡Marley por fin probó carne de perro!”, “Tevez festejó su boda con pastel de papas”, como si esas eventualidades no tuvieran derecho o razón de ser, o que los que forman parte de ellas, no son quiénes para comer determinada comida o producto. Aquí se puede establecer un paralelismo con lo formulado por la antropóloga brasileña, Paula Sibilia, en su texto “La intimidad como espectáculo”:
	
“Durante las conmemoraciones motivadas por el fin del año siguiente, el diario brasileño O Globo también decidió ponerlo a usted como el principal protagonista de 2007, al permitir que cada lector hiciera su propia retrospectiva a través del sitio del periódico en la Web. Así, entre las imágenes y los comentarios sobre grandes hitos y catástrofes ocurridos en el mundo a lo largo de los últimos doce meses, aparecían fotografías de casamientos de personas "comunes", bebés sonriendo, vacaciones en familia y fiestas de cumpleaños, todas acompañadas de epígrafes del tipo: "Este año, Pedro se casó con Fabiana", "Andrea desfiló en el Sambódromo", "Carlos conoció el mar", "Marta logró superar su enfermedad" o "Walter tuvo mellizos". ¿Cómo interpretar estas novedades? ¿Acaso estamos sufriendo un brote de megalomanía consentida e incluso estimulada por todas partes? ¿O, por el contrario, nuestro planeta fue tomado por un aluvión repentino de extrema humildad, exenta de mayores ambiciones, una modesta reivindicación de todos nosotros y de cualquiera? ¿Qué implica este súbito enaltecimiento de lo pequeño y de lo ordinario, de lo cotidiano y de la gente común? No es fácil comprender hacia dónde apunta esta extraña coyuntura que, mediante una incitación permanente a la creatividad personal, la excentricidad y la búsqueda de diferencias, no cesa de producir copias descartables de lo mismo”
(La intimidad como espectáculo, p. 12)
La cita de Sibilia demuestra que todo acto dentro de lo que pueda considerarse íntimo, es redituable, a costa de los sentimientos que pueden generarse en los involucrados en aquellos actos. Ella es una de las tantas manifestaciones en que podemos encontrar la inevitable relación entre la alimentación y capitalismo, porque éste último es el sistema político y económico de la comercialización de incluso aquello que no se cree comercializable.
Más adelante en Devenires…, Bruera hace hincapié en la extranjerización de nuestra cocina, remarcando cómo la misma "ha mirado especial y excesivamente a Europa”, del hecho de que buena parte de esa gastronomía haya sido apropiada por nosotros (la pizza, las pastas, el pastel de papas, las facturas de dulce de leche, etcétera) y como ese combinado de sucesos ha ido generando un paulatino rechazo a la culinaria precolombina y colonial o previa a las oleadas inmigratorias que empezaron a poblar nuestro país hacia fines del siglo XIX:
“La carne es excelente, y en una fiesta veneciana tenida en el Carapachay todo el High-Life gustó en general de un enorme carpincho asado, chupándose los dedos las damas que no sabían que era carpincho, y relamiéndose los bigotes los machos que lo sabían (Sarmiento, 1948a: 98)”
(Devenires del apetito argentino, p.121)
El autor cita a Sarmiento, uno de los impulsores de la dicotomía civilización y barbarie, con el fin de describir el desprecio que las clases burguesas ya comenzaban a tener hacia los platos más bien autóctonos y apego por los extranjeros; situación que se da hasta nuestros días. Por aquellos tiempos, era común comer otro tipo de comidas, tales la mazamorra, guiso de vizcacha o sopa de pata de vaca, entre otras, que con la llegada del hombre blanco y europeo como de los procesos de erradicación de la población aborigen perdieron lugar ante la culinaria proveniente del Viejo Continente. En los días que corren, sucede algo parecido, con personas en las redes sociales denigrando al locro al mismo tiempo que suben una y otra vez imágenes de tablas de sushi o hamburguesas rebozantes de cheddar. Esto puede trasladarse a otras situaciones observadas en la vida cotidiana como cuando por ejemplo, nos da asco ver a individuos inuit consumiendo carne cruda de foca peroadmiramos la gastronomía francesa por más que entre sus principales platillos encontramos ranas fritas, bifes con apenas minutos de cocción o el célebre steak tartare, medallón de carne vacuna crudo y condimentado con huevo de la misma condición y mostaza Dijon.
"La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: Todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar —si Nación y realidad son inseparables—."
(Manual de zonceras argentinas, p.9)
Jauretche, a mediados del siglo XX, postulaba y mantenía muy viva la llama de la disyuntiva civilización y barbarie postulada por precisamente Sarmiento y rescatada por Bruera; de hecho, el primer capítulo de su libro Manual de Zonceras Argentinas, lleva por nombre esa dicotomía. Dicha dicotomía está hasta el día de hoy muy presente, y puede fácilmente ser trasladada al mundo de la nutrición y gastronomía, pues mediante las comidas y alimentos nos es fácil asociar a ciertos lugares con la barbarie y a otros con la civilización, o mejor dicho, con lo bárbaro y lo civilizado. En el medio, ignoramos que para determinadas personas, ciertos tipos de comidas constituyen una construcción erigida desde sus humildes orígenes. Aunque a nosotros pueda disgustarnos, para otros individuos las tortas parrillas, los guisos de arroz o los asados de obra significan a sus paladares un exquisito manjar que les transmite muchas cosas, empezando, como se dijo, por el lugar de donde provienen y lo que a partir de ella construyen. No olvidemos que nuestra Ciudad y Conurbano, en su estado actual, son resultado de buena parte de las políticas del capitalismo y la globalización, tales la importación masiva y desmedida de bienes como el desfomento a la industria nacional y el anclaje en el país de diversas compañías multinacionales que en poco tiempo provocaron el cierre de otras locales generando elevados índices de pobreza y desempleo, que condujeron posteriormente a una mayor división de clases y segregación urbana, esto puede ser explicado secuencialmente por el historiador Ezequiel Adamovsky y la autora Marie Schapira:
“Carlos Menem, por su parte, sorprendió a todos aplicando políticas que significaban un brusco corrimiento respecto sus promesas de campaña. Desde el primer día de su gestión se ocupó de asociarse estrechamente con los intereses de los bancos y las grandes empresas nacionales y extranjeras. Sus ministros de Economía -el más famoso de los cuales fue Domingo Cavallo, que había sido funcionario del Proceso, aplicaron drásticas recetas neoliberales. Con la complicidad de buena parte de la jerarquía sindical y de casi todo el partido peronista, se eliminaron en tiempo récord la· mayoría de las protecciones a la industria nacional y se privatizaron prácticamente la totalidad de las empresas que quedaban en manos del Estado. El desmantelamiento de la capacidad reguladora del Estado fue casi total. Los financistas e inversores se beneficiaron de derechos y garantías inéditos para desarrollar actividades a su antojo, sin controles ni restricciones. Decenas de miles de empleados estatales fueron despedidos: de los 243.354 que había en 1985, sólo quedaban 75.770 en 1998. Comunidades enteras -especialmente las que dependían de la petrolera estatal o· del ferrocarril- se transformaron en pueblos fantasma. La ruinosa competencia de los productos importados profundizó el proceso de desindustrialización que había comenzado en el Proceso. Numerosas quiebras de pequeñas y medianas empresas y comercio dejaron en la calle a decenas de miles de obreros, empleados; técnicos y antiguos propietarios. El conurbano bonaerense fue la zona que más padeció esta transformación.En los años noventa desaparecieron allí 5508 plantas industriales y, sólo en el primer lustro, el sector manufacturero eliminó 200.000 puestos de trabajo. Para 1995 el desempleo y el subempleo alcanzaron el 33,8%; los más golpeados por la desocupación fueron los más pobres”
(Historia de las clases populares en la Argentina,p.346)
“Nos preguntamos si la metropolización significa la profundización de los clivajes existentes en el interior del espacio metropolitano, como han afirmado algunos. En Argentina se observa en los años noventa una profundización de las desigualdades que se repite a escalas más pequeñas, como son las de la ciudad y los municipios de la periferia metropolitana. ¿Qué vínculo se puede establecer entre los cambios productivos que pueda ser considerado como resultado de las nuevas orientaciones económicas y de la globalización y los que se manifiestan en la organización socio-espacial de la aglomeración de Buenos Aires, en donde el ascenso de la pobreza y la pauperización de una gran parte de las clases medias dibujan una nueva geografía de los centros y los márgenes, en franca ruptura con el modelo centro/ periferia del centro a los barrios (Scobie, 1977) que ha guiado la expansión de la ciudad durante más de un siglo? (…)En Buenos Aires, como en otras grandes metrópolis latinoamericanas (México, São Paulo, Santiago), el desarrollo o más bien, el crecimiento económico, más que producir la ciudad, produce la fragmentación. ¿En qué medida el modelo de ciudad más integrada, más democrática que en cualquier otra parte de América Latina, construido hace un siglo, y que ha correspondido a un proyecto político, actualmente es acusado y responsabilizado de nuevo por la subasta de partes enteras de la ciudad y de su apertura desenfrenada hacia la especulación inmobiliaria?”
(Segregación, fragmentación, secesión. Hacia una nueva geografía social en la aglomeración de Buenos Aires, pp. 408,414)
Si bien estos dos autores no ahondan para nada en específico, la cuestión de alimentación y comida y su asociación con el quéhacer capitalista (al contrario que Bruera), nos permiten entender un poco cómo se puede emplear la temática abordada como una pieza más del rompecabezas que en sí el capitalismo representa. Sin ir más lejos, uno de los casos emblema de lo explicitado renglones arriba, es el del desembarco de las cadenas estadounidenses de comida rápida, McDonald’s, Burger King y Wendy’s, las cuales sedujeron a millones de argentinos que, especialmente movilizados por el deseo de conocer aquellos sitios harto frecuentados en películas de Hollywood (otro gran emblema de la supuesta globalización benefactora e integradora), dejaron de lado las cadenas autóctonas de la materia, con Pumper Nic como el caso obviamente más resonante.
Aquí nuevamente, entonces, volvemos a Bruera y a su crítica hacia la comida tanto como mercancía como un instrumento de construcción de identidad. A lo largo de la cursada hemos visto como suele creerse que globalización es sinónimo de desarrollo, y que por ejemplo, por contar con el acceso a diversos elementos y productos asociados a las potencias centrales ya podemos considerarnos desarrollados: somos desarrollados por contar con la posibilidad de comprar Nutella, somos desarrollados gracias a que tenemos cada tantas cuadras un Starbucks, somos desarrollados porque en nuestra televisión emiten un reality show donde los concursantes se dan el lujo de preparar un plato en base a la almeja panopea, etcétera. Pero otro destacado autor, José de Souza Silva, nos manifiesta lo siguiente:
“Por su carácter ambiguo, la 'idea de desarrollo' es manipulable. Cuando las promesas hechas 'en nombre del desarrollo' bajo un adjetivo (ej., sostenible), no son cumplidas, y las críticas crecen junto con propuestas para reemplazarlo por otro adjetivo (ej., territorial), los ideólogos del desarrollo "se unen" a los críticos, "reconocen" los límites del adjetivo, hacen un mea culpa por sus errores, y reconstruyen el 'discurso del desarrollo', adoptando un adjetivo propuesto (ej., humano sustentable). Eso es hecho de forma que la función de la 'dicotomía superior-inferior' se mantiene intocable: el más fuerte mantiene su derechoa la dominación y la obligación del más débil a la obediencia No hemos cuestionado el desarrollo, cuando el problema "no está en el uso o ausencia de adjetivos sino en el 'significado oculto' que condiciona su función de servir a los objetivos del sistema capita32 Otro paradigma para el desarrollo humano sustentable Ascenso y declinación de la "idea de desarrollo" lista y no a los intereses de las sociedades”
Las naciones y clases dominantes se arrogan entre otras cosas, el juicio sobre los distintos tipos de alimentos y comida, cuáles son tal y cuáles no, y qué clase de platos deben entrar en lo que Bruera considera “grasa”, o impresentable y de poca calidad. Es repugnante ingerir tiburón podrido como lo hacen con frecuencia los islandeses, pero es toda una innovación comer medallones de carne cruda debido a que se preparan en Francia. Nos parece “grasa” comer tortas fritas o tortas parilla pero nos consideramos unos grosos si alguna vez llegamos a pagar un servicio de brunch o preparamos un desayuno al mejor estilo norteamericano con bacon y huevos revueltos.
Es relativamente positivo que la comida y alimento sean vistos como un elemento importante en la construcción de las identidades de los pueblos y sociedades, sean sinónimo de encuentro y de atesoramiento personal, pero lo que debe tenerse siempre en cuenta es que cuando se vuelve una mercancía más que el mundo globalizado y capitalista ofrece, pierde ese valor y gracia que se les había adjudicado.

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