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Actividad 4 PDMA

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Actividad 4 PDMA 
Panegírico de Isócrates
Esta obra del político y orador ateniense Isócrates, el cual vivió entre los siglos V y IV antes de Cristo, fue escrita por el mismo a modo de convencer tanto a los ciudadanos de su ciudad como los de la rival poleis de Esparta de olvidar sus diferencias y conformar una coalición de poleis ante la amenaza que significaban las invasiones de quienes los griegos consideraban bárbaros, los cuáles, básicamente, eran aquellos estados que no compartían con ellos su cultura, idioma, forma de organización social, etcétera. En este grupo nucleaban primordialmente, en los tiempos contemporáneos a Isócrates, a los persas, medos, lidios, cilicios, entre otros. El Panegírico, que tomaba su nombre de las celebraciones que tenían lugar al finalizar cada Olimpíada, buscaba también evidenciar la situación de decadencia que comenzaba a imperar en la Hélade –la región en la cual se habían empezado a conformar las primeras poleis al finalizar la Era Oscura- y que se consumaría con la conquista de la misma por parte de los macedónicos, ya a finales del siglo IV antes de Cristo, coincidentemente, el año en que Filipo II derrotaría categóricamente a la coalición de Atenas y Tebas. 
Hecho este breve análisis, se puede decir que el Panegírico, además de proponer los objetivos arriba mencionados, es una declaración de exaltación a la figura de Atenas como ciudad, deseando que su esplendor y relevancia como la mayor y principales de las poleis no se perdiese, y para ello, comienza resaltando como la hegemonía ateniense estaba languideciendo, y por ello recurre a la nostalgia a modo de reflexión:
 “Está reconocido, en efecto, que nuestra ciudad es la más antigua, la mayor y la más nombrada entre todos los hombres. Partiendo de tan noble presupuesto, conviene que seamos aún más honrados por lo que sigue. Pues habitamos esta ciudad sin haber expulsado a otros, sin haberla conquistado desierta, ni habiendo reunido mezclas de muchos pueblos; por el contrario, hemos nacido con tanta nobleza y autenticidad como la tierra de la que procedemos, y hemos vivido todo el tiempo sin perderla, siendo autóctonos, y podemos llamar a la ciudad con las mismas expresiones que a los más íntimos. De los griegos, sólo a nosotros está reservado llamar a la misma ciudad nodriza, patria y madre. Es preciso, ciertamente, que quienes están orgullosos con motivo, pretendan justamente la hegemonía, y al recordar con frecuencia sus tradiciones, puedan mostrar que el origen de su linaje es semejante al nuestro. “
 Isócrates, más adelante, remite a los orígenes de Atenas, lo que puede tomarse como un enlace histórico o paralelismo con la situación actual a la que él ahora estaba haciendo referencia, nombrando que el territorio de lo que luego sería la Hélade había estado ocupado por bárbaros, entre quienes podríamos ubicar a los pueblos del mar, si tuviéramos confianza en las teorías que atribuyen el colapso de la civilización micénica a la existencia de dichas tribus y su injerencia en la desaparición del estado micénico:
Por aquella misma época, vio nuestra ciudad que los bárbaros ocupaban la mayor parte del territorio, que los griegos, en cambio, estaban encerrados en un pequeño espacio y que, por la insuficiencia de la tierra, conspiraban entre ellos y hacían expediciones militares contra sí; que unos morían por la falta del sustento cotidiano y otros por la guerra. Estando así la situación, no la miró con indiferencia, sino que envió generales a las ciudades, que reunieron a los más necesitados, se hicieron sus jefes militares y, tras vencer a los bárbaros en la guerra, fundaron muchas ciudades en uno y otro continente, colonizaron todas las islas y salvaron tanto a los que les acompañaron como a los que se quedaron. En efecto, a estos últimos les dejaron tierra suficiente en su patria y a aquéllos les proporcionaron más de la que tenían; pues adquirieron todo el espacio que ahora tenemos. De esta forma dieron las mayores facilidades a los que después quisieron fundar colonias e imitar a nuestra ciudad, pues no tenían que arrostrar peligros por la adquisición de territorio, sino que fueron a habitar el lugar delimitado por nosotros. ¿Quién podría señalar una hegemonía más paternal que ésta, que existía antes de la fundación de la mayoría de las ciudades griegas o más útil que la que puso en fuga a los bárbaros y condujo a los griegos a tal prosperidad? (...)
El político destaca luego que su ciudad ha sido la principal enarboladora de la bandera de lo que luego se comenzaría a conocer como democracia, mencionando que Atenas había sabido poner orden en lugares donde no había leyes, o había expulsado a tiranos de algunas otras poleis, en este punto, hay que destacar que los propios atenienses habían estado bajo gobiernos tiránicos en algunos momentos de su historia, ya como menciona Sinclair en el artículo estudiado; donde, por ejemplo, cita los casos de las tiranías de Hipias, primero, y los Treinta Tiranos, luego. Isócrates emplea el recurso de conmemorar las acciones de los atenienses contra esos tipos de gobierno, no solo en su propio territorio sino en el de otras provincias, para resaltar que, aún cuando no se olvida que Esparta es la principal potencia militar de la Hélade (resaltado principalmente por Finley en su texto Esparta), la lucha de Atenas por ser la enarboladora de la democracia y otros valores la instala inevitablemente en una posición superior a Esparta y las demás poleis.
El autor de Panegírico continúa enumerando razones por las cuales (él cree) que su ciudad es la más relevante de las poleis de la Hélade, donde endosa un repaso al hecho que Atenas ha sido la principal promotoro, y en algunos casos cuna, de distintas ciencias y artes como la filosofía, las matemáticas y el teatro: 
(…)Con razón son aplaudidos quienes establecieron las fiestas solemnes porque nos transmitieron esta costumbre de que, después de hacer libaciones y terminar las enemistades existentes, nos reunamos en un mismo lugar y que, tras esto, con invocaciones y sacrificios celebrados en común, nos acordemos del parentesco que existe entre nosotros, nos tratemos unos con otros con benevolencia en el futuro, renovemos los antiguos lazos de hospitalidad y hagamos otros nuevos (...) Y aunque estas reuniones nos producen tantos bienes, ni siquiera en esto se dejó aventajar nuestra ciudad. Pues tiene muchos y bellísimos espectáculos, unos extraordinarios por su coste, otros famosos por su arte; algunos, incluso, distinguidos por ambas cosas (...) Además, se pueden encontrar entre nosotros las amistades más fieles, y relaciones de todo tipo, e, incluso, presenciar competiciones no sólo de rapidez y fuerza, sino también de oratoria, inteligencia y todas las demás ocupaciones, para las que existen los mayores premios (...)
Nuestra ciudad dio a conocer la filosofía, que descubrió todo esto, ayudó a establecerlo, nos educó para las acciones, nos apaciguó, y diferenció las desgracias producidas por la ignorancia y las que resultan de la necesidad, y nos enseñó a rechazar las primeras y a soportar bien las segundas. También honró a la oratoria, que todos desean, envidiando a quienes la dominan (...) Se dio cuenta de que los hombres de origen libre no se reconocen por el valor, riqueza o bienes semejantes, sino que se destacan especialmente por sus discursos, que ésta es la más cierta señal de la educación de cada uno de nosotros y que los que utilizan bien la oratoria no sólo tienen poder en sus propias ciudades, sino que son honrados en las demás. Nuestra ciudad aventajó tanto a los demás hombres en el pensamiento y oratoria que sus discípulos han llegado a ser maestros de otros, y ha conseguido que el nombre de griegos se aplique no a la raza, sino a la inteligencia, y que se llame griegos más a los partícipes de nuestra educación que a los de nuestra misma sangre (...)
Isócrates concluye afirmando que los principales responsables de que haya confrontación entre las poleis y no puedan ser capaces de coalicionar entre sí ante laaparición de un enemigo en común (en este caso, los bárbaros que se habían mencionado al comienzo del análisis) el cual busca hacer estragos en la totalidad del territorio helénico, en el que tanto Atenas como Esparta están localizadas, al igual que las demás poleis como Tebas, Corinto y Calcis.
Primer Discurso Olintíaco de Demóstenes
El orador y político Demóstenes, el cual vivió durante el siglo IV en Grecia y, al igual que Isócrates era ateniense, fue contemporáneo al inicio del período helenístico, y por ende, a las figuras de Filipo II y su hijo y descendiente, Alejandro Magno. Estos dos reyes macedónicos serían los principales responsables de la debacle de la Hélade en el siglo IV y de su caída en manos de Macedonia, la cual luego proseguiría con la aniquilación de los persas y la expansión de la cultura helenística y el nuevo imperio a Egipto y Cirenaica, las márgenes del Río Indo y la Tracia. Demóstenes era un férreo opositor a las aspiraciones imperialistas de Filipo, ya que, al igual que décadas antes Isócrates, era un gran idealizador de Atenas, y si había un motivo por el cual dicha ciudad podía recobrar la grandeza que había sabido tener, eso debía ser la capacidad de detener a Filipo en sus planes de anexar la Hélade a su territorio. 
Pese a la rivalidad y a la gran oposición que Demóstenes sentía por el rey de Macedonia, aún así consideraba que el mismo era un jefe muy importante y digno de que se le reconociesen sus logros militares, que podría ser interpretado como una muestra de respeto por él:
“¿Alguno de vosotros, varones atenienses, se hace cargo y observa la manera mediante la cual, siendo débil en sus comienzos, se ha hecho grande Filipo? Primero, tomando Anfípolis, después de eso, Pidna, de nuevo, Potidea, otra vez, Metone, luego pisó el suelo de Tesalia; después de eso, tras haber regulado a su gusto los asuntos de Feras, Págasas, Magnesia y todas las regiones, se marchó a Tracia; luego allí a unos reyes destronó, a otros instauró, hasta que cayó enfermo; de nuevo, en cuanto empezó a mejorar, no declinó hacia la molicie, sino que al punto atacó a los olintios. Y paso por alto sus campañas contra los ilirios, los peonios, contra Aribas y contra cualquier otra parte que podría citarse.
"¿Y para qué nos cuentas eso ahora?", alguien podría decir. Para que comprendáis y os deis cuenta, varones atenienses, de dos cosas: de hasta qué punto es desaprovechado ir desentendiéndose de los asuntos uno tras otro y de la actividad incansable que pone en juego Filipo y es parte de su vida; por causa de ella es imposible que contentándose con sus realizadas empresas guarde reposo.”
Al igual que Isócrates, Demóstenes atribuye luego a la falta de atención de los gobernantes a los oradores y consejeros (algo que puede ser directamente relacionadoal texto de Sinclair en el cual se desarrolla la historia de la formación del sistema de democracia según el cual todo aquel que fuera considerado ciudadano ateniense, podía tener participación en la vida social y política de la poleis). Esto demuestra que por más que los oradores aconsejasen a los líderes políticos y militares de lo que la ciudad debía hacer, no prestaban atención alguna, siendo ignorados: 
Sí -me podría decir alguien tal vez-, criticar es fácil y cualquiera puede hacerlo, pero revelar lo que hay que hacer en defensa de las circunstancias presentes, ésa es la labor del consejero. Pero yo no ignoro, varones atenienses, que vosotros frecuentemente, si algo no resulta según los planes, no es con los responsables con quienes os enojáis, sino con los oradores que han tratado de los asuntos en último turno; sin embargo, opino que no debo amainar atendiendo a mi propia seguridad cuando se trata de asuntos que creo os incumben. 
Entonces es que Demóstenes explica a los jóvenes atenienses cuál es su plan para repeler a Filipo, detallándolo de muy buena manera, diciendo que se deben salvar a los olintios y evitar que el macedónico capture sus ciudades, y que no debe desatenderse dicho consejo, pues podría significar el fracaso total del plan. Luego declara que si los olintios efectivamente caen en manos filipenses, nada ya podría detenerlo en su marcha a Atenas, ya que posiblemente Tebas colaboraría con Filipo si se le infigliera ataque alguno, los focenses no serían capaces de colaborar con Atenas si recíprocamente éstos no enviaban ayuda alguna, y las otras poleis no estaban capacitadas para repeler el avance Filipense.
A modo de conclusión y redondeo, Demóstenes entonces llama a los jóvenes atenienses a tener conciencia sobre la necesidad de no entrar en conflicto con ninguna de estas ciudades o territorios, pues ahora había un enemigo común al cual rechazar, esto puede, perfectamente, ser emparentado con el texto de Isócrates, el cual denunciaba una situación similar entre los pueblos de la Hélade, que debían hacer frente a las invasiones bárbaras (especialmente las pérsicas), sólo que esta vez la situación era distinta ya que los macedónicos tenían muy buen conocimiento e información sobre las tácticas de los helénicos empleadas a lo largo de su historia para defenderse o rechazar ataques extranjeros. Esto se puede corroborar en el último párrafo de su Primer Discurso Olintíaco:
Así que, contemplando en su conjunto todas esas razones, es necesario que todos prestéis ayuda y rechacéis la guerra a esas regiones; los ricos, para que a precio de un pequeño gasto hecho a favor de los muchos bienes que por su buena fortuna poseen, puedan en el futuro obtener fruto sin miedo; los que están en edad militar, para que, adquiriendo la experiencia de la guerra en el territorio de Filipo, se conviertan en temibles guardianes de su propia patria intacta; los oradores, para que las cuentas que han de rendir de su política les resulten fáciles, pues según el resultado de los sucesos, así serán vuestros juicios acerca de sus realizaciones. Que las cosas vayan bien por todos los motivos.

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