Logo Studenta

Bettelheim, B Comportamiento del individuo y de la masa en situaciones límite Sobrevivir_ El holocausto una generación después

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

BRUNO BETTELHEIM
SOBREVIVIR
El holocausto una generación después
Traducción castellana de 
JORDI BELTRÁN
EDITORIAL CRÍTICA 
Grupo editorial Grijalbo 
BARCELONA
COMPORTAMIENTO DEL INDIVIDUO 
Y DE LA MASA EN SITUACIONES LÍMITES
El autor pasó aproximadamente un año, durante el período 
1938-1939, en Dachau y Buchenwald, que a la sazón eran los 
mayores campos de concentración alemanes para presos políticos. 
Durante su estancia en ellos hizo unas observaciones parte de las 
cuales se presentan aquí. El presente trabajo no tiene por fin con­
tar una vez más los horrores del campo de concentración alemán 
para prisioneros políticos, sino explorar ciertos aspectos del im­
pacto psicológico trascendental que los campos de concentración 
tuvieron directamente sobre sus reclusos e indirectamente sobre 
la población sometida a la dominación nazi.
Se da por supuesto que el lector está más o menos enterado 
del hecho, pero es necesario reiterar que a los presos se les tortu­
raba deliberadamente.1 Iban vestidos de modo insuficiente, pero, 
a pesar de ello, se hallaban expuestos al calor, a la lluvia y a tem­
peraturas glaciales durante diecisiete horas cada día, siete días a 
la semana. Padecían una desnutrición extrema, pero se les obliga­
ba a llevar a cabo trabajos forzados.2 Cada instante de su vida 
era regulado y supervisado estrictamente. Jamás se les permitía 
recibir visitas ni entrevistarse con algún ministro de su religión.
1. Para el primer informe oficial sobre la vida en estos campos, véase Papers 
concerning the treatment of Germán nationals in Germany, H is Majesty’s Stationery 
Office, Londres, 1939.
2. La comida que los presos recibían cada día representaba aproximadamente
1.800 calorías, mientras que la media de calorías que exigía el trabajo que hacían 
oscilaba entre las 3.000 y las 3.300. (Más adelante, durante los años de guerra, 
las raciones fueron mucho más reducidas que en 1938-1939.)
7 0 SOBREVIVIR
Apenas se les prestaba atención médica y, en los raros casos en 
que la recibían, pocas veces la administraban personas con cono­
cimientos de medicina.3 Los prisioneros no sabían exactamente 
por qué les habían encerrado y en ningún caso se les informaba 
de la duración de su encierro. En vista de todo ello, se compren­
derá por qué el autor considera que los prisioneros eran personas 
que se encontraban en una situación «extrema».
— Los informes sobre los actos de terror perpetrados en los 
campos despiertan emociones fuertes y justificadas en las perso­
nas civilizadas, emociones que a veces les impiden comprender 
que, en lo que respecta a la Gestapo, el terror no era más que 
el medio para conseguir determinados fines. Al utilizar medios 
extravagantes que absorben plenamente el interés del investiga­
dor, la Gestapo conseguía a menudo ocultar su verdadero propó­
sito. Una de las razones por las que esto ocurre con tanta frecuen­
cia en relación con los campos de concentración es que Jas perso­
nas más informadas y capacitadas para hablar de ellos son ex-cau- 
tivos que, como es lógico, sienten mayor interés por lo que les 
sucedió que por las causas de ello.
Si se desea comprender los propósitos de la Gestapo, así 
como los fines de que se valía para conseguirlos, es una equivo­
cación dar una importancia exagerada a lo que les ocurrió a 
determinadas personas. Según la conocida ideología del estado 
nazi, el individuo como tal no existía o carecía de importancia. 
Así, pues, al investigar los propósitos de los campos de concen­
tración conviene poner de relieve, no los actos de terror indivi­
duales, sino los resultados cumulativos del trato dado a los 
prisioneros.
Cabe decir que por medio de los campos de concentración la 
Gestapo intentaba obtener diversos resultados, entre los cuales 
el autor consiguió desentrañar los siguientes, que son distintos 
pero están íntimamente relacionados: acabar con los prisioneros 
como individuos y transformarlos en masas dóciles de las que
3. Las operaciones quirúrgicas, por ejemplo, las practicaba un ex-impresor. 
Entre los presos había muchos médicos, pero a ningún prisionero se le permitía 
ejercer en el campo su profesión habitual, ya que ello no hubiese entrañado ningún 
castigo.
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 71
no pudiera surgir ningún acto individual o colectivo de resisten­
cia; extender el terror entre el resto de la población utilizando 
a los presos como rehenes para que los demás se portasen bien 
y demostrando lo que les ocurría a quienes se oponían a los diri­
gentes nazis; proporcionar a los miembros de la Gestapo un 
campo de entrenamiento en el que se les enseñaba a prescindir 
de todas las emociones y actitudes humanas y en el que apren­
dían los procedimientos más eficaces para quebrantar la resisten­
cia de una población civil indefensa; proporcionar a la Gestapo 
un laboratorio experimental para el estudio de medios eficaces 
para quebrantar la resistencia civil, así como el mínimo de requi­
sitos nutritivos, higiénicos y médicos necesarios para que los 
presos siguieran vivos y pudieran realizar trabajos forzados cuan­
do la amenaza de un castigo constituye el único incentivo, así 
como la influencia que ejerce sobre el rendimiento el hecho de 
que no se conceda tiempo a nada salvo a los trabajos forzados 
y el hecho de que se separe a los prisioneros de sus familias.
En el presente trabajo se procurará abordar adecuadamente 
cuando menos uno de los aspectos de los objetivos de la Gestapo 
citados anteriormente: el campo de concentración como medio 
para producir cambios en los prisioneros que les hicieran súbditos 
más útiles del estado nazi.
- Los cambios se producían exponiendo a los prisioneros a 
situaciones límite creadas especialmente para tal fin. Estas circuns­
tancias obligaban a los prisioneros a adaptarse por completo y 
con la mayor rapidez. La adaptación producía tipos interesantes 
de comportamiento privado, individual y colectivo o de masas.
Llamaremos «privado» al comportamiento cuyo origen se 
hallaba en gran parte en la formación y personalidad del indivi­
duo más que en las experiencias a que la Gestapo le sometía, 
aunque dichas experiencias influían en el comportamiento priva­
do. Denominaremos comportamiento «individual» a aquel que, 
si bien se observó en individuos más o menos independientes 
entre sí, fue a todas luces el resultado de experiencias comparti­
das por todos los prisioneros.
Llamaremos comportamiento «colectivo» o «de masas» a los 
fenómenos que podían observarse solamente en un grupo de pri-
72 SOBREVIVIR
sioneros cuando éstos funcionaban como una masa más o menos 
unificada. Aunque a veces se producían coincidencias entre estos 
tres tipos de comportamiento y parece difícil distinguir claramen­
te entre ellos, es preciso atenerse a estas diferenciaciones. En el 
presente ensayo nos ocuparemos principalmente del comporta­
miento individual y de masas, como su título indica. Solamente 
se mencionará un ejemplo de comportamiento privado en las 
páginas siguientes.
Al analizar el desarrollo de los prisioneros desde el momento 
de su primera experiencia con la Gestapo hasta el momento 
en que quedaba prácticamente concluido su proceso de adapta­
ción al campo, cabe observar distintas fases. La primera de éstas 
giraba en torno a la conmoción inicial de verse encarcelado ilegal­
mente. Los principales acontecimientos de la segunda etapa era 
el transporte basta el campo y las primeras experiencias en él. 
La siguiente fase se caracterizaba por un lento proceso de cambio 
en la personalidad del prisionero. Se desarrollaba paso a paso 
pero continuamente en forma de adaptación a la situación del 
campo.
Durante el citado proceso resultaba difícil percatarse del im­
pacto de lo que ocurría. Una manera de que resultase más obvio 
consistía en comparar a dos grupos de prisioneros, uno en el que 
el proceso acabase de empezar, los «nuevos», y otro en el que el 
proceso ya estuviera muy avanzado. Este segundo grupo lo for­
maban los prisioneros «veteranos».La fase final se alcanzaba 
cuando el preso se había adaptado a la vida en el campo. Esta 
última fase parecía caracterizarse, entre otros rasgos, por una 
actitud y una valoración decididamente distintas con respecto a 
la Gestapo.
Un e j e m p l o d e c o m p o r t a m ie n t o p r iv a d o
Antes de pasar a tratar las distintas etapas del desarrollo del 
prisionero convendría hacer unos comentarios sobre el por qué 
y el cómo se hicieron las observaciones presentadas en este 
artículo. A estas alturas parece fácil decir que las observaciones
IN D IV ID U O Y MASA I.N SITUACIONES LÍMITE 7 3
se hicieron por su gran interés sociológico y psicológico y porque 
contienen datos que, al menos que yo sepa, raramente se han 
hecho públicos de manera científica. Pero aceptar esto como res­
puesta a «¿por qué?» constituiría un ejemplo flagrante de logifi- 
catio post evetttum.
La formación académica del autor y sus inquietudes psicoló­
gicas fueron de utilidad para hacer observaciones y llevar a cabo 
la investigación; pero el autor no estudió su comportamiento, y 
el de sus compañeros de cautiverio, como aportación a la investi­
gación científica pura. Al contrario, el estudio de estos comporta­
mientos fue un mecanismo ad boc creado por él mismo para pro­
porcionarse cuando menos una inquietud intelectual que le hicie­
ra más fácil soportar la vida en el campo. Así, pues, sus observa­
ciones y los datos reunidos deben considerarse un tipo especial 
de defensa creado en una situación extrema. Fue un comporta­
miento creado individualmente, no impuesto por la Gestapo, y 
basado en los orígenes, formación e inquietudes de este preso 
concreto. Fue creado para proteger a este individuo de la desinte­
gración de su personalidad. Es, por consiguiente, un ejemplo 
característico de comportamiento privado. Estos comportamien­
tos privados parecen seguir siempre el sendero donde encuentren 
menor resistencia; es decir, siguen de cerca las inquietudes del 
individuo en su vida anterior.
Dado que es el único ejemplo de comportamiento privado que 
se presenta en este ensayo, podría resultar interesante decir algu­
nas palabras sobre el por qué y el cómo fue creado. Por haberlo 
estudiado, el autor conocía el cuadro patológico propio de ciertos 
tipos de comportamiento anormal. Durante los primeros días de 
prisión, y especialmente durante los primeros días en los cam­
pos, se dio cuenta de que se comportaba de forma distinta a la 
acostumbrada. Al principio racionalizó que tales cambios de com­
portamiento eran sólo fenómenos superficiales, el resultado lógi­
co de su peculiar situación. Pero no tardó en darse cuenta de 
que la escisión de su persona en dos, una que observaba y otra 
a la que le ocurrían cosas, no podía calificarse de normal, sino 
que era un típico fenómeno psicopatológico. Así que se pregun­
tó: «¿Me estoy volviendo loco o ya me he vuelto?».
74 SOBREVIVIR
Evidentemente, encontrar respuesta a esta pregunta apre­
miante era de mayor importancia. Además, el autor veía que 
sus compañeros de cautiverio actuaban de forma rarísima, aun­
que tenía todos los motivos para creer que también ellos eran 
personas normales antes de que los encerrasen. Parecían haberse 
convertido de pronto en embusteros patológicos, incapaces de 
contener sus estallidos emocionales, fuesen de ira o de desespera­
ción, incapaces de llevar a cabo valoraciones objetivas, etcétera. 
A causa de ello se le planteó otra pregunta: «¿Qué puedo hacer 
para no volverme como ellos?».
La respuesta a ambas preguntas era comparativamente senci­
lla: averiguar qué había sucedido, en ellos y en mí. Si yo no 
cambiaba más que todas las otras personas normales, entonces 
lo que sucedía en mí y a mí era un proceso de adaptación y no 
un brote de locura. Así que decidí averiguar qué cambios habían 
ocurrido y estaban ocurriendo en los prisioneros. Al hacerlo me 
di cuenta súbitamente de que había dado con la solución de mi 
segundo problema: ocupándome de problemas interesantes duran­
te mis ratos libres, hablando con mis compañeros de encierro 
con un propósito concreto, reflexionando sobre mis averiguacio­
nes durante las horas sin fin en que me obligaban a realizar una 
labor agotadora que no requería ninguna concentración mental, 
conseguí matar el rato de una manera que parecía constructiva. 
Al principio me pareció que olvidar durante un rato que estaba 
en el campo era la mayor ventaja de tal ocupación. Con el paso 
del tiempo el aumento del respeto a mí mismo por ser capaz de 
seguir haciendo un trabajo con sentido a pesar de los esfuerzos 
de la Gestapo para evitarlo se hizo aún más importante que ma­
tar el rato.
No fue posible hacer anotaciones, ya que carecía de tiempo, 
no había donde guardarlas ni manera de sacarlas del campo. La 
única forma de vencer esta dificultad consistía en hacer todos los 
esfuerzos posibles por recordar lo que ocurría. En este sentido 
el autor se vio obstaculizado por la desnutrición extrema, que 
perjudicó su memoria y a veces le hizo dudar de que consiguiera 
recordar lo que recogía y estudiaba. Intentó concentrarse en los 
fenómenos característicos y sobresalientes, repitiéndose una y
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 7 5
otra vez sus averiguaciones (tenía tiempo de sobras y de todos 
modos iban a matarle) y repasando todas sus observaciones mien­
tras trabajaba con el fin de grabárselas en la memoria. El método 
dio resultado, ya que al mejorar su salud después de su salida 
del campo y de Alemania recordó muchas cosas que creía haber 
olvidado.
Los prisioneros se mostraban dispuestos a hablar sobre sí 
mismos porque el hecho de que alguien se interesase por ellos y 
por sus problemas acrecentaba su autoestima. Hablar durante el 
trabajo estaba prohibido, pero, dado que prácticamente todo esta­
ba prohibido y se castigaba muy severamente, y en vista de que, 
debido a la arbitrariedad de los guardianes, los presos que 
obedecían las reglas no lo pasaban mejor que los que las transgre­
dían, los presos quebrantaban todas las reglas siempre que les 
era posible hacerlo impunemente. Cada uno de los reclusos tenía 
que hacer frente al problema de cómo soportar la obligación de 
realizar tareas estúpidas durante doce o dieciocho horas diarias. 
Una forma de encontrar alivio era conversar, cuando los vigilan­
tes no podían impedirlo. A primera hora de la mañana y al caer 
la noche los guardianes no podían ver si los presos estaban hablan­
do. Esto les proporcionaba al menos dos horas diarias de conver­
sación mientras trabajaban. Tenían permiso para hablar durante 
la breve pausa del almuerzo y cuando se encontraban en los 
barracones, ya de noche. Aunque al mayor parte de este tiempo 
la tenían que pasar durmiendo, generalmente les quedaba una 
hora para conversar.
Con frecuencia los presos eran trasladados de un grupo de 
trabajo a otro, y muy a menudo les hacían cambiar de barracón 
para pasar la noche, ya que la Gestapo quería evitar que llegasen 
a conocerse demasiado íntimamente. A causa de ello, cada preso 
establecía contacto con muchos otros. El autor trabajó en veinte 
grupos distintos cuando menos, cada uno de ellos integrado por 
un número de presos que iba de veinte o treinta a varios cente­
nares. Durmió en cinco barracones distintos, en cada uno de los 
cuales vivían de 200 a 300 presos. De esta manera llegó a cono­
cer personalmente a un mínimo de 600 prisioneros en Dachau
76 SOBREVIVIR
(de los 6.000 que aproximadamente había allí) y de 900 en 
Buchenwald (donde habría unos 8.000).
Si bien en un barracón determinado vivían solamente presos 
de la misma categoría, las categorías se mezclaban a la hora de 
trabajar, por lo que el autor pudo establecer contacto con todas 
ellas. Las principales, enumeradas en orden a su importancia y 
empezando por la mayor, eran las siguientes:. presos políticos, la 
mayoría de ellos ex-socialdemócratas y comunistas alemanes, aun­
que también había ex-miembros de formaciones nazis como los 
seguidores de Roehm que seguían convida; personas supuesta­
mente «holgazanas», es decir, personas que no accedían a trabajar 
allí donde el gobierno quería que lo hiciesen, o que habían cam­
biado de lugar de trabajo para ganar más, o que se habían que­
jado de que los salarios eran bajos, etcétera; ex-miembros de la 
Legión Extranjera francesa, y espías; testigos de Jehová (Bibel- 
forscher) y otros objetores de conciencia; prisioneros judíos, ya 
fuese por el simple hecho de serlo o porque, además, habían lleva­
do a cabo actividades políticas contra los nazis (a este segundo 
grupo pertenecía el autor), o por cometer delitos de índole 
racial; delincuentes; homosexuales y otros grupos minoritarios, 
por ejemplo, personas sobre las cuales los nazis ejercían presión 
para sacarles dinero; e individuos de quienes quería vengarse 
algún jefazo nazi.
Después de hablar con miembros de todos los grupos y obte­
ner con ello una amplia gama de observaciones, el autor procuró 
corroborar sus averiguaciones comparándolas con las de otros 
prisioneros. Por desgracia, sólo encontró dos de ellos con la pre­
paración y el interés suficientes para participar en la investigación. 
Aunque el problema parecía interesarles menos que al autor, los 
dos presos en cuestión hablaron con varios centenares de reclu­
sos cada uno. Cada mañana, durante la cuenta de prisioneros y 
mientras esperaban la asignación a algún grupo de trabajo, inter­
cambiaban información y debatían teorías. Éstos debates resulta­
ron de gran utilidad para rectificar los errores debidos a ver las 
cosas desde un solo punto de vista.4
4. Uno de los participantes era Alfred Fischer, doctor en medicina, quien,
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 7 7
A su llegada a los Estados Unidos, inmediatamente después 
de salir del campo de concentración, el autor procedió a escribir 
sus recuerdos, pero tardó cerca de tres años en decidirse a inter­
pretarlos, ya que temía que la indignación ante el trato recibido 
pusiera en peligro su objetividad. Transcurrido dicho período, 
cuando ya era posible concebir esperanzas de que la Gestapo fue­
se destruida, el autor decidió que su actitud era ya todo lo obje­
tiva que jamás podría ser y presentó su material a debate.
No obstante, a pesar de todas estas precauciones, las condi­
ciones peculiares en que se recogió el material impiden trazar 
una panorámica exhaustiva de los tipos de comportamiento posi­
bles. El autor se ve limitado a comentar los comportamientos (y 
su posible interpretación psicológica) que él pudo observar. Tam­
bién es evidente la dificultad de analizar el comportamiento de la 
masa cuando el investigador forma parte del grupo al que se está 
analizando. Por otro lado, hay que tener presente la dificultad de 
observar y dar cuenta objetivamente de situaciones que despier­
tan las más vivas emociones cuando se experimentan personalmen­
te. El autor es consciente de estas limitaciones a que se ve some­
tida su objetividad y sólo le cabe esperar que haya conseguido 
vencer algunas de ellas.
L a t r a u m a t i z a c i ó n o r i g i n a l
En la presentación cabe distinguir entre, por un lado, la 
conmoción psicológica inicial de verse privado de los derechos 
civiles y encerrado ilegalmente en una prisión, y, por otro, la 
conmoción producida por los primeros actos deliberados y extra­
vagantes de tortura a que los presos eran sometidos. Las dos con­
mociones pueden analizarse por separado debido a que el autor, 
al igual que la mayoría de los prisioneros, pasó varios días en 
una prisión corriente, administrada por la policía regular. Mien-
en el momento de escribirse este articulo, se encontraba de servicio en un hospital 
militar en alguna parte de Inglaterra. El otro era Emst Fedem, quien en 1943 
seguía en Buchenwald, a causa de lo cual no me atreví a citar su nombre cuando 
el artículo apareció por primera vez.
78 SOBREVIVIR
tras se hallaban bajo la custodia de dicha policía los presos no 
fueron maltratados premeditadamente. Todo esto cambió radical­
mente cuando fueron entregados a la Gestapo para su traslado 
al campo. En cuanto cambió su condición de presos de la policía 
por la de presos de la Gestapo, se vieron sometidos a los peores 
abusos físicos. Así, el traslado al campo y su «iniciación» en él 
era a menudo la primera tortura que el preso experimentaba en 
su vida y, por regla general, la peor tortura física y psicológica 
a la que se vería expuesta la mayoría de los prisioneros. Por cier­
to que de la tortura inicial decían que era la «bienvenida» al cam­
po que la Gestapo daba a los presos.
La mejor forma de analizar las reacciones del prisionero al 
ser internado en la prisión es atendiendo a dos categorías: la 
clase socioeconómica a que pertenecía el detenido y su educación 
política. Resulta obvio que estas categorías coinciden en algunos 
puntos y que sólo pueden separarse a efectos de presentación. 
Otro aspecto importante en relación con las reacciones de los 
prisioneros al encontrarse encarcelados estriba en saber si ya 
habían estado en la cárcel, por delitos comunes o por actividades 
políticas.
Los presos que ya habían pasado alguna temporada en la 
cárcel, o los que esperaban pasarla a causa de sus actividades 
políticas, se lamentaban de su suerte, pero la aceptaban como 
algo que acontecía de acuerdo con sus expectativas. Cabe decir 
que la conmoción inicial de este tipo de persona al encontrarse 
encerrada se expresó, si acaso, en un cambio de la autoestima.
A menudo la autoestima de los antiguos delincuentes, así 
como el de los presos con educación política, se veía intensifica­
do al principio a causa de las circunstancias de su encarcelamien­
to. Desde luego les inquietaba el porvenir y lo que pudiera pasar­
les a sus familiares y amigos, pero, a pesar de esta inquietud jus­
tificada, el hecho en sí de verse encarcelados no les preocupaba 
demasiado.
Personas que habían estado en la cárcel por delitos comunes 
mostraban abiertamente su regocijo al encontrarse encerradas, en 
plano de igualdad, con líderes políticqs, hombres de negocios, fis­
cales y jueces (algunos de éstos responsables de su anterior están-
INDIVIDUO Y MASA F.N SITUACIONES LÍMITE 79
cia en la cárcel). El desprecio y la sensación de que ahora eran 
iguales a los que antes se consideraban sus superiores reforzaban 
considerablemente sus egos.
Los prisioneros con educación política veían fortalecida su 
autoestima por el hecho de que la Gestapo les considerase lo bas­
tante importantes como para vengarse de ellos. Cada preso racio­
nalizaba este estímulo a su ego de acuerdo con el partido político 
al que perteneciera. Los miembros de los grupos de la izquierda 
radical, por ejemplo, veían en su encarcelamiento la confirmación 
de que sus actividades resultaban muy peligrosas para los nazis.
De los principales grupos socioeconómicos las clases bajas se 
veían representadas casi exclusivamente por antiguos delincuentes 
o por prisioneros con educación política. Sobre la posible reac­
ción de miembros no delincuentes y apolíticos de la clase media 
sólo nos cabe hacer conjeturas.
En su mayoría los presos apolíticos de clase media, que repre­
sentaban una minoría reducida entre los presos de los campos de 
concentración, eran los menos capacitados para soportar la conmo­
ción inicial. Les resultaban absolutamente imposible comprender 
qué les había sucedido. Trataban de aferrarse a lo que hasta 
entonces les había dado autoestima. Una y otra vez aseguraban 
a los miembros de la Gestapo que jamás se habían opuesto al 
nazismo. En su comportamiento se reflejaba el dilema de las cla­
ses medias alemanas carentes de educación política ante el fenóme­
no del nacionalsocialismo. No tenían una filosofía consistente que 
pudiera proteger su integridad como seres humanos, que les diera 
la fuerza necesaria para adoptar una posición contraria a los nazis. 
Habían obedecido la ley dictada por las clases gobernantes, sin 
que jamás se les hubiera ocurrido dudar de ella. Y ahora esta ley, 
o al menos los agentesencargados de su cumplimiento, se habían 
vuelto contra ellos, sus más fieles partidarios.
Ni siquiera ahora se atrevían a oponerse al grupo dirigente, 
pese a que tal oposición quizás habría fortalecido el respeto a sí 
mismos. No eran capaces de poner en entredicho la sabiduría de 
la ley y de la policía, así que aceptaban como justo el comporta­
miento de la Gestapo. Lo que estaba mal era que fuesen ellos 
los objetos de una persecución que en sí misma era correcta, ya
80 SOBREVIVIR
que eran las autoridades quienes la llevaban a cabo. La única 
forma de salir de tan peculiar dilema consistía en pensar que 
tenía que tratarse de un «error». Los prisioneros de este grupo 
seguían creyéndolo así pese a que la Gestapo, al igual que la 
mayoría de sus compañeros de cautiverio, se mofaban de ellos 
por tal causa.
Aunque, para darse importancia, los guardianes se burlaban 
de estos prisioneros de clase media, al hacerlo no dejaban de 
sentir cierta angustia. Se daban cuenta de que también ellos per­
tenecían al mismo estrato de la sociedad.5 La insistencia en la 
legalidad de la política interna oficial de Alemania probablemente 
tenía por objeto disipar la inquietud de las clases medias parti­
darias de los nazis, temerosas de que las acciones ilegales acaba­
sen por destruir los cimientos de su existencia. E l apogeo de 
esta farsa sobre la legalidad se alcanzaba cuando los prisioneros 
de los campos tenían que firmar un documento manifestando 
que estaban de acuerdo con que se les encerrase y se sentían 
satisfechos del trato recibido. El hecho no tenía nada de absurdo 
a ojos de la Gestapo, que hacía gran hincapié en tales documen­
tos como demostración de que todo se hacía siguiendo cauces 
normales y legales. Las SS, por ejemplo, gozaban de libertad para 
matar a los presos, pero no para robarles; en vez de ello obliga­
ban a los prisioneros a venderles sus pertenencias y a regalar 
luego el dinero recibido a alguna formación de la Gestapo.
Lo que más deseaban los presos de clase media era que de 
alguna forma se respetase su condición de tales. Lo que más les 
hería era verse tratados «igual que delincuentes comunes». Al 
cabo de un tiempo no podían por menos de darse cuenta de su 
verdadera situación; entonces parecían desintegrarse. A este grupo 
pertenecían casi todas las personas que se suicidaban en las prisio­
nes y durante el viaje a los campos. Más adelante fueron miembros 
de este grupo los prisioneros que se comportaron de forma más 
antisocial: estafaron a sus compañeros de cautiverio y unos cuan­
tos se convirtieron en espías al servicio de la Gestapo. Perdieron
5. La mayoría de los soldados y suboficiales de las SS eran muy jóvenes 
— entre 17 y 20 años— e hijos de agricultores, de pequeños comerciantes o de las 
capas inferiores del funcionariado.
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 81
sus características de dase media, su sentido del decoro y el res­
peto a sí mismos; se convirtieron en unos holgazanes y parecie­
ron desintegrarse como personas autónomas. Ya no parecían capa­
ces de formarse una pauta de vida propia, sino que seguían las 
pautas marcadas por otros grupos de prisioneros.
Los miembros de las clases altas se mantenían tan apartados 
como les era posible. También ellos parecían incapaces de acep­
tar como real lo que les estaba ocurriendo. Expresaban su con­
vicción de que, dada su importancia, los pondrían en libertad 
cuanto antes. Esta convicción no se daba entre los presos de clase 
media, que seguían albergando idéntica esperanza de una pronta 
liberación, no como individuos, sino como grupo. Los prisioneros 
de la clase alta nunca formaron un grupo; permanecieron más o 
menos aislados, cada uno de ellos con un grupo de «clientes» de 
clase media. Podían mantener su posición superior repartiendo 
dinero6 y haciendo que sus «clientes» concibieran la esperanza 
de que les ayudarían una vez recuperada la libertad. Tal esperan­
za siempre estuvo viva porque era cierto que muchos de los 
prisioneros de la clase alta salían de la prisión o del campo en 
un plazo comparativamente breve.
Unos cuantos prisioneros de clase alta-alta despreciaban inclu­
so el comportamiento de los de clase sencillamente alta. No agru­
paban «clientes», no utilizaban su dinero para sobornar a otros 
presos, no expresaban ninguna esperanza de que les pusieran en 
libertad. El número de tales prisioneros era demasiado reducido 
para formular generalizaciones.7 Parecían despreciar a todos los 
demás prisioneros tanto como a la Gestapo. Daban la impresión 
de que, para soportar la vida en el campo, se habían forjado tal 
sentimiento de superioridad que nada podía afectarles.
6. E l dinero tenía mucha importancia para los prisioneros porque en ciertas 
ocasiones se les permitía comprar cigarrillos y comida extra. Poder comprar comida 
significaba evitar la muerte por inanición. Dado que la mayoría de los presos polí­
ticos y de los criminales, así como muchos prisioneros de clase media, no tenían 
dinero, se mostraban dispuestos a hacerles la vida mis fácil a los prisioneros ricos 
que pagaban por ello.
7. E l autor sólo llegó a conocer a tres de ellos: un príncipe bávaro, miembro 
de la antigua familia real; y dos duques austríacos, parientes muy cercanos del 
antiguo emperador. E l autor duda que durante d año que pasó en los campos 
hubiera en ellos más prisioneros de esta dase.
6 . — BETTELBF.I1I
82 SOBREVIVIR
En lo que se refiere a los presos políticos, puede que en su 
ajuste inicial ya hubiese influido otro mecanismo psicológico que 
más adelante se hizo evidente: muchos líderes políticos de clase 
media padecían cierto sentimiento de culpabilidad por no haber 
cumplido con su deber de impedir el auge de los nazis, ya fuese 
combatiéndolos o instaurando un gobierno democrático o izquier­
dista tan hermético que los nazis no pudieran vencerlo. Parece 
ser que este sentimiento de culpabilidad se veía considerablemen­
te aliviado por el hecho de que los nazis les dieran la importancia 
suficiente para ocuparse de ellos.
Es posible que si tantos prisioneros consiguieron soportar las 
condiciones de vida en el campo fue porque el castigo que debían 
sufrir les liberó de gran parte de su sentimiento de culpabilidad. 
Cabe encontrar indicios de semejante proceso en los comentarios 
frecuentes con que los prisioneros respondían a las críticas por 
algún tipo de comportamiento censurable. Por ejemplo, cuando 
eran objeto de alguna reprimenda por decir palabrotas o pelearse, 
o por ir sucios, casi siempre contestaban: «No podemos compor­
tarnos normalmente unos con otros cuando vivimos en estas cir­
cunstancias». Cuando se les amonestaba por criticar duramente a 
sus familiares y amigos que seguían en libertad, a los que acusaban 
de no ocuparse de ellos, respondían: «No es éste lugar para mos­
trarse objetivo. Cuando recupere la libertad volveré a actuar 
civilizadamente y valoraré objetivamente el comportamiento de 
los demás».
Parece ser que la mayoría de los prisioneros, por no decir 
todos, reaccionaban contra la conmoción inicial del arresto hacien­
do acopio de fuerzas que pudieran ayudarles a mantener la auto­
estima. El éxito parecía sonreír a los grupos que en su vida ante­
rior encontraban algo que les sirviera de base para apuntalar su 
ego. Los miembros de la clase baja obtenían cierta satisfacción 
de la ausencia de diferencias de clase entre los prisioneros. Los 
presos políticos veían su importancia confirmada una vez más por 
el encarcelamiento. Los miembros de la clase alta gozaban, hasta 
cierto punto, de la oportunidad de actuar como líderes de los 
presos de la clase media. Los presos que pertenecían a familias 
«ungidas» se sentían tan superiores a todos los demás seres huma­
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 8 3
no en la cárcel como antes fuera de ella. Asimismo, la conmoción 
inicial parecía mitigar sentimientos de culpabilidad de diversa 
índole, tales como los producidos por la inactividad política, la 
ineficacia, el mal comportamientoo las calumnias injustificadas 
dirigidas contra amigos y parientes.
Después de pasar varios días en la prisión, los presos eran 
trasladados al campo. Durante el transporte se veían expuestos 
constantemente a diversas clases de tortura. Muchas de éstas de­
pendían de la fantasía del soldado de las SS que estuviera encar­
gado del grupo de prisioneros. A pesar de ello, pronto se vio que 
las torturas seguían una pauta determinada. Los castigos corpora­
les, consistentes en latigazos, patadas y bofetadas se mezclaban 
con los tiros y bayonetazos, alternándose con torturas cuyo claro 
objetivo era producir un agotamiento extremo. Por ejemplo, se 
obligaba a los presos a mirar fijamente, durante horas y horas, 
luces deslumbradoras; a permanecer arrodillados durante muchas 
horas, etcétera. De vez en cuando mataban a un preso. No se per­
mitía que nadie cuidase sus heridas o las de los demás.
Estas torturas se alternaban con los esfuerzos que hacían los 
vigilantes para obligar a los presos a golpearse mutuamente y 
para mancillar lo que, según ellos, eran los valores más apreciados 
por los prisioneros. Se les obligaba, por ejemplo, a maldecir a su 
Dios, a acusarse a sí mismo de acciones ruines, a acusar a sus 
esposas de adulterio y prostitución. Esto duraba horas y horas 
y se repetía en diversas ocasiones. Según informes fidedignos, 
esta clase de iniciación jamás duraba menos de doce horas y con 
frecuencia duraba veinticuatro. Si al campo llegaban demasiados 
presos para poder torturarlos así mientras estaban en tránsito, 
o si los presos procedían de lugares cercanos, la ceremonia tenía 
lugar durante su primer día en el campo.
El propósito de las torturas era romper la resistencia de los 
prisioneros y dar a los guardianes la seguridad de ser superiores 
a aquellos. Ello se desprende del hecho de que cuanto más dura­
ban las torturas, menos violentos se mostraban los guardianes, 
que poco a poco se iban calmando hasta que al final incluso
84 SOBREVIVIR
hablaban con los prisioneros. Cuando un nuevo guardián se hacía 
cargo de todo volvían a empezar los actos de terror, aunque con 
menor violencia que al principio, y el nuevo se tranquilizaba 
antes que su predecesor. A veces llegaba un grupo en el que 
había prisioneros que ya habían pasado por el campo. A estos 
presos no los torturaban si podían presentar pruebas de que ya 
habían estado en el campo. Que el momento de estas torturas 
estaba previsto lo demuestra el hecho de que durante el traslado 
del autor al campo, tras doce horas durante las cuales hubo entre 
los prisioneros diversos muertos y heridos a causa de las torturas, 
llegó la orden de no seguir maltratando a los presos. A partir de 
entonces nos dejaron más o menos en paz hasta la llegada al 
campo, momento en que otro grupo de guardianes reanudó los 
malos tratos.
Es difícil saber a ciencia cierta qué pasaba por la cabeza de 
los prisioneros durante el tiempo que estaban sometidos a 
tales torturas. La mayoría de ellos estaban tan agotados que sólo 
se daban cuenta de parte de lo que ocurría. En general, los pri­
sioneros recordaban los detalles y no tenían ningún reparo en 
hablar de ellos, pero no les gustaba hablar de lo que habían sen­
tido durante las torturas. Los pocos que se brindaban a hablar de 
ello hacían declaraciones imprecisas que parecían racionalizacio­
nes tortuosas, inventadas para justificar el hecho de que habían 
soportado un trato ofensivo para el respeto a sí mismos sin inten­
tar defenderse. A los pocos que sí trataron de defenderse no fue 
posible entrevistarlos: habían muerto.
E l autor recuerda vivamente que se sentía tremendamente 
cansado a causa de un bayonetazo recibido en los primeros mo­
mentos del traslado así como de un fuerte golpe en la cabeza. 
Ambas heridas provocaron una considerable pérdida de sangre y 
le dejaron aturdido. A pesar de ello, recuerda muy bien lo que 
pensó y sintió durante el traslado. Durante todo el rato se estuvo 
preguntando si un hombre puede soportar tanto sin suicidarse ni < 
volverse loco. Se preguntó si los guardianes torturaban realmente 
a los prisioneros como se decía en los libros acerca de los campos 
de concentración; si los SS eran tan estúpidos que disfrutaban 
obligando a los presos a deshonrarse o si esperaban quebrantar
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 8 5
su espíritu de resistencia de aquella manera. Observó que los 
guardianes carecían de fantasía a la hora de escoger el medio de 
torturar a los prisioneros; que su sadismo estaba falto de imagi­
nación. Le pareció bastante graciosa la afirmación, repetida una 
y otra vez, de que los vigilantes no disparaban contra los prisio­
neros, sino que los mataban a golpes porque una bala costaba 
seis pfennigs y los presos no valían ni siquiera eso. Resultaba 
obvio que a los guardianes les impresionaba mucho la idea de 
que aquellos hombres, la mayoría de los cuales habían sido perso­
nas influyentes, no valían aquella insignificancia.
Parece ser que, basándose en esta introspección, el autor 
obtuvo fuerza emocional de los siguientes hechos: que las cosas 
ocurrían de acuerdo con lo que esperaba; que, por lo tanto, su 
futuro en el campo era previsible, al menos en parte, a juzgar por 
lo que ya estaba experimentando y lo que había leído; y que los 
SS eran menos inteligentes de lo que suponía, lo cual a la larga 
le daría cierta satisfacción. Además, se sintió satisfecho de sí 
mismo al ver que las torturas no cambiaban su capacidad para 
pensar ni su punto de vista general. Vistas en retrospectiva, estas 
consideraciones parecen fútiles, pero es preciso mencionarlas por­
que, si pidieran al autor que resumiera en una frase cuál fue su 
problema principal durante toda su estancia en el campo, contes­
taría: salvaguardar su ego de tal manera que, si su buena suerte 
le bacía recobrar la libertad, fuese aproximadamente la misma 
persona que era en el momento de verse privado de ella.
Al autor no le cabe ninguna duda de que si consiguió sopor­
tar el traslado al campo y todo lo que vino a continuación fue 
porque desde el principio se convenció de que aquellas experien­
cias horribles y degradantes no le sucedían a «él» como sujeto, 
sino solamente a «él» como objeto. La importancia de esta acti­
tud la corroboraron las declaraciones de otros muchos prisioneros, 
aunque ninguno de ellos quiso llegar al extremo de afirmar cate­
góricamente que durante el transporte ya había adoptado clara­
mente una actitud como aquella. Solían expresar sus impresiones 
en términos más generales, tales como «el problema principal 
consiste en seguir vivo y sin cambiar», sin concretar a qué se 
referían con lo de «sin cambiar». A juzgar por los comentarios
8 6 SOBREVIVIR
que añadieron, lo que debía permanecer invariable eran las acti­
tudes y valores generales de la persona.
Todos los pensamientos y emociones del autor durante el 
traslado al campo fueron extremadamente objetivos. Era como 
ver cosas que solamente le afectaban de modo impreciso. Más 
tarde averiguó que muchos presos habían sentido la misma obje­
tividad, como si lo que ocurría no tuviera realmente ninguna im­
portancia para ellos. Esta objetividad se hallaba extrañamente mez­
clada con el convencimiento de que «esto no puede ser verdad, 
estas cosas sencillamente no suceden». No sólo durante el trans­
porte, sino también durante todo el tiempo que pasaron en el 
campo los prisioneros tuvieron que convencerse a sí mismos de 
que aquello sucedía de verdad y no era sólo una pesadilla. Nunca 
lo conseguían del todo.8
Esta sensación de objetividad, de rechazo de la realidad de 
la situación en que se encontraban los prisioneros, cabría consi­
derarla un mecanismo destinado a salvaguardar la integridad de 
su personalidad. En el campo muchos presos se comportaban 
como si su vida allí no tuviera ninguna relación con la vida 
«real»; llegaban a insistir en que aquella era la actitud más acer­
tada. Lo que decían sobre sí mismos y su valoración del compor­
tamiento propio y ajeno diferíanconsiderablemente de lo que 
habrían dicho y pensado fuera del campo. Esta separación de las 
pautas de comportamiento y las escalas de valores dentro y fuera 
del campo era tan fuerte que apenas podía abordarse en las con­
versaciones; era uno de los muchos tabúes que había que evi­
tar.9 Los sentimientos de los prisioneros podrían resumirse en la
8. Hay muchos indicios de que la mayoría de los guardianes adoptaban una 
actitud parecida, aunque por motivos distintos. Torturaban a los prisioneros en 
parte porque les gustaba demostrar su superioridad, y en parte porque sus propios 
superiores esperaban que lo hiciesen. Pero, como habían sido educados en un, 
mundo que rechazaba la brutalidad, lo que hacían les ponía nerviosos. Parece , ser 
que, ante sus actos de brutalidad, también ellos adoptaban una actitud emocional 
que cabría calificar de «sensación de irrealidad». Después de ser guardianes de 
campo durante cierto tiempo se acostumbraban al comportamiento inhumano; que­
daban «condicionados» por el mismo y éste se convertía en parte de su vida «real».
9. Algunos aspectos de este comportamiento se parecen a lo que se denomina 
«despersonalización». Sin embargo, hay tantas diferencias entre los fenómenos estu­
diados en este trabajo y el fenómeno de la despersonalización, que no me parece 
aconsejable utilizar dicho término.
INDIVIDUO V MASA EN SITUACIONES LÍM ITE 87
siguiente frase: «Lo que estoy haciendo aquí, o lo que me está 
sucediendo, no cuenta para nada; aquí todo está permitido mien­
tras y en la medida en que contribuya a ayudarme a sobrevivir 
en el campo».
Convendría citar otra de las observaciones hechas durante el 
traslado. Ningún prisionero se desmayó, ya que el desmayo signi­
ficaba la muerte. En aquella situación concreta el desvanecimiento 
no era un ardid que la persona utilizaba para protegerse de un 
dolor intolerable y de esta manera hacer que la vida resultara 
más fácil, sino que ponía en peligro la existencia del preso porque 
se daba muerte a todo el que no pudiera obedecer las órdenes. 
Una vez en el campo la situación cambió y a veces atendían al 
preso que se desvanecía o, por lo general, dejaban de torturarlo. 
A causa de ello, los mismos presos que no se habían desmayado 
durante el transporte lo hacían en el campo, a pesar de haber 
soportado cosas peores durante el viaje.10
A d a p t a c i ó n
Para hacer frente en el campo a experiencias que se ajustaban 
a los puntos de referencia de su vida normal los prisioneros 
parecían recurrir a mecanismos psicológicos igualmente normales. 
Sin embargo, en cuanto una experiencia rebasaba el límite de lo 
conocido, los mecanismos normales ya no parecían capaces de 
hacer frente a la misma y se necesitaban otros nuevos. La expe­
riencia vivida durante el transporte fue una de las que rebasaban 
los puntos de referencia normales y cabe calificar de «inolvidable, 
pero irreal» la reacción ante ella.
Los sueños del prisionero eran indicio de que no eran los 
mecanismos de costumbre los que hacían frente a las experien­
cias extremas. Muchos sueños expresaban agresión contra los
10. Recuerdo claramente que durante el viaje deseé desmayarme para no seguir 
sufriendo. Pero, al igual que los demás prisioneros, no me desmayé. Durante el 
año que pasé en los campos también deseé desmayarme algunas veces, pero no lo 
conseguí. Probablemente lo que me impidió perder el conocimiento fue que sabía 
los peligros que entrañaba el no poder observar lo que ocurría para reaccionar 
del modo apropiado a ello.
88 SOBREVIVIR
miembros de las SS, una agresión que generalmente se combinaba 
con la realización del deseo de tal manera que el prisionero se 
desquitaba de los guardianes. Resulta interesante el hecho de que 
la razón por la que se vengaba, suponiendo que en aquellos sue­
ños pudiera advertirse una razón concreta, consistía siempre en 
alguna vejación comparativamente leve, nunca en una experiencia 
extrema.
El autor ya había experimentado previamente una lenta per- 
laboración de un trauma en sueños.11 Daba por sentado que, des­
pués del traslado, sus sueños seguirían la pauta consistente en la 
repetición del suceso traumático hasta su desaparición final. Quedó 
atónito al comprobar que sus sueños no le mostraban los hechos 
más horribles que había presenciado. Preguntó a muchos prisio­
neros si soñaban con el traslado y no pudo encontrar ni uno que 
recordase haberlo hecho.
Actitudes parecidas a las adoptadas ante el transporte también 
cabía observarlas en otras situaciones extremas. En una terrible 
noche de invierno, en medio de una tormenta de nieve, se castigó 
a todos los prisioneros obligándoles a pasar varias horas a la 
intemperie, en posición de firmes y sin abrigo (en realidad nunca 
lo llevaban).12 El castigo se les impuso después de trabajar más 
de doce horas al aire libre y sin que apenas hubiesen comido. 
Se amenazó a los prisioneros con obligarles a permanecer de aque­
lla manera toda la noche.
Cuando ya habían muerto unos veinte prisioneros a causa del 
frío, la disciplina se vino abajo. Las amenazas de los guardianes 
no surtieron efecto. Verse expuesto a las inclemencias del tiempo 
era una tortura terrible; ver que tus amigos morían sin poder 
hacer nada por ellos, tener muchas probabilidades de correr la
11. E l trauma había consistido en un accidente de coche tan grave que al 
principio creyeron que no se salvaría.
12. E l castigo se impuso porque dos prisioneros habían tratado de fugarse. 
En tales casos siempre se castigaba severamente a todos los prisioneros, para que 
en lo sucesivo revelasen los secretos que llegaran a su conocimiento, ya que, de 
no hacerlo, sufrirían un castigo. Se pretendía que cada preso se sintiese respon­
sable de los actos de los demás. Esto concordaba con el propósito de los SS de 
obligar a los prisioneros a sentir y actuar como grupo y no como individuos. Los 
dos fugitivos fueron capturados y ahorcados en presencia de todos los demás 
prisioneros.
INDIVIDUO y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 89
misma suerte, eso creaba una situación parecida a la del trans­
porte, sólo que ahora los presos tenían más experiencia con los 
SS. La resistencia abierta era imposible, como lo era también 
hacer algo concreto por salvarse. Una sensación de indiferencia 
total se apoderó de los prisioneros. Les daba igual que los SS los 
matasen a tiros; se mostraban indiferentes a las torturas que les 
infligían los guardianes. Los SS ya no tenían ninguna autoridad; 
se había roto el hechizo del temor y la muerte. Volvía a ser 
como si lo que sucedía no tuviera «realmente» nada que ver con­
tigo. Volvía a existir una escisión entre el «yo» a quien le suce­
día y el «yo» a quien en realidad no le importaba y que era sólo 
un observador vagamente interesado pero esencialmente objetivo. 
Pese a lo lamentable de su situación, los prisioneros se sentían 
libres de temor y, por consiguiente, más felices que en cualquier 
otro momento de su estancia en el campo.
Mientras que el carácter extremo de la situación probable­
mente fue la causa de la escisión antes citada, varias circunstan­
cias se combinaron para crear la sensación de felicidad en los 
prisioneros. Obviamente resultaba más fácil soportar experiencias 
desagradables cuando todos se encontraban en «el mismo barco». 
Además, como todo el mundo estaba convencido de que sus 
probabilidades de salvarse eran escasas, cada individuo se sentía 
más heroico y dispuesto a ayudar a los demás que en otras situa­
ciones, donde ayudar a los demás quizá le habría hecho correr 
algún peligro. Este ayudar y recibir ayuda animaba a los prisio­
neros. Otro factor era que no sólo ya no temían a los SS sino que 
por el momento éstos habían perdido su poder sobre ellos, ya 
que los guardianes parecían poco dispuestos a matar a tiros a 
todos los prisioneros.13
Después de que muriesen más de ochenta reclusos y varios 
centenares tuvieran las extremidades tan congeladas que más ade­
lante fue necesario amputárselas, se permitió que los prisionerosvolvieran a sus barracones. Estaban completamente agotados, pero
13. Ésta fue una de las ocasiones en que se hicieron evidentes las actitudes 
antisociales de ciertos presos de clase media que mencionamos anteriormente. 
Algunos de ellos no compartían aquel espíritu de ayuda mutua y algunos incluso 
trataban de aprovecharse de los demás.
90 SOBREVIVIR
no experimentaron el sentimiento de felicidad que algunos de 
ellos esperaban. Se sentían aliviados al ver que la tortura había 
terminado, pero al mismo tiempo tenían la impresión de que ya 
no estaban libres del miedo y de que ya no podían confiar en la 
ayuda de los demás. Ahora cada prisionero se encontraba compa­
rativamente más seguro en tanto que individuo, pero había perdi­
do la seguridad producida por el hecho de pertenecer a un grupo 
unificado. También este acontecimiento fue tratado libremente, 
de manera objetiva, y de nuevo el análisis quedó restringido a 
los hechos; raras veces se hizo mención de los pensamientos y 
emociones de los prisioneros durante aquella noche. E l suceso 
y sus detalles no cayeron en el olvido, pero no quedaron vincu­
lados con ninguna emoción especial; tampoco aparecieron en 
sueños.
Las reacciones psicológicas ante acontecimientos que se ajus­
taban más a lo normalmente comprensible diferían marcadamente 
de las reacciones provocadas por acontecimientos extremos. Los 
presos tendían a afrontar los hechos menos extremos del mismo 
modo que lo hubieran hecho fuera del campo. Por ejemplo, si un 
castigo no se apartaba de lo normal, el preso parecía avergon­
zarse y procuraba no hablar del asunto. Una bofetada resultaba 
embarazosa, algo sobre lo que no debía hablarse. A los guardia­
nes que les habían atizado patadas, bofetadas o insultado de pala­
bra los presos los odiaban más que al guardián que había herido 
gravemente a un recluso. En este caso se acababa odiando al SS 
como tal, pero no tanto al individuo que infligía el castigo. Es 
obvio que esta diferenciación no era razonable, pero parecía ine­
vitable. Uno albergaba sentimientos de agresividad mucho más 
hondos y violentos contra determinados hombres de la SS que 
habían cometido actos ruines de poca importancia que contra 
otros guardianes que habían actuado de forma mucho más terrible.
Hay que aceptar con cautela la explicación tentativa que de 
este extraño fenómeno se da seguidamente. Parece ser que todas 
las experiencias que hubiesen podido ocurrir durante la vida «nor­
mal» del preso provocaban una reacción «normal». Los reclusos, 
por ejemplo, se mostraban especialmente sensibles a los castigos 
parecidos a los que un padre o una madre hubiera podido infligir
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 91
a su hijo. Castigar a un niño encajaba en su marco «normal» de 
referencia, pero verse sometido a semejante castigo destruía el 
marco de referencia del adulto. En consecuencia, la reacción no 
era la propia de un adulto sino la de un niño: embarazo y ver­
güenza, emociones violentas, impotentes e incontrolables dirigi­
das, no contra el sistema, sino contra la persona que infligía el 
castigo. Puede que uno de los factores causantes de ello fuese que 
cuafnto más duro era el castigo, mayor era la probabilidad de 
recibir apoyo amistoso que ejercía una influencia consoladora. 
Además, si el sufrimiento era grande, se tenía la impresión, más 
o menos acentuada, de ser un mártir que padecía por una causa, 
y se supone que al mártir no le molesta su condición de tal.
A propósito, esto plantea la cuestión de cuáles son los fenó­
menos psicológicos que permiten someterse al martirio y que 
inducen a otros a aceptarlo como tal. Se trata de un problema 
que va más allá de los límites del presente artículo, pero cabe 
hacer algunas observaciones relativas a él. Los prisioneros que 
como tales morían a causa de las torturas no eran considerados 
mártires a pesar de sufrir martirio a causa de sus convicciones 
políticas. En cambio sí se aceptaba como mártires a los que su­
frían por tratar de proteger a los demás. Generalmente los SS 
lograban impedir la creación de mártires, ya fuese gracias a su 
percepción de los mecanismos psicológicos correspondientes o a 
causa de su ideología antiindividualista. Si intentaba proteger a 
un grupo, el preso podía morir a manos de un guardián, pero si 
lo sucedido llegaba a conocimiento de la administración del cam­
po, entonces se aplicaba siempre a todo el grupo un castigo más 
severo del que se le tenía reservado. De esta manera el grupo 
recibía mal los actos de un protector, ya que se le hacía sufrir 
por ellos. Se evitaba así que el protector se convirtiera en líder 
o mártir en torno al cual se hubiese podido formar la resistencia 
colectiva.
Volvamos a la cuestión inicial sobre por qué los presos odia­
ban más las jugarretas de poca monta por parte de los guardianes 
-que las experiencias extremas. Al parecer, si un preso era malde­
cido, abofeteado y avasallado «como un niño» y si, al igual que 
un niño, no podía defenderse, el hecho resucitaba en él unas
92 SOBREVIVIR
pautas de comportamiento y unos mecanismos psicológicos que 
se le habían formado durante la infancia. Entonces, al igual que 
un niño, era incapaz de ver el trato recibido dentro del contexto 
general del comportamiento de las SS y su odio se dirigía al indi­
viduo de las SS. Juraba que se «vengaría» del SS, bien a sabien­
das de que ello era imposible. Semejante prisionero no podía 
adoptar una actitud objetiva ni efectuar una valoración de la 
misma índole que le hubiese hecho comprender que su sufri­
miento era de poca importancia comparado con otras experiencias.
En tanto que grupo, los prisioneros adoptaban la misma acti­
tud ante los sufrimientos menores: no sólo no ofrecían ayuda, 
sino que, por el contrario, culpaban al preso de haber acarreado 
sobre sí sus sufrimientos por su estupidez al no dar la respuesta 
que se esperaba de él, por dejarse atrapar, por no ser lo bastante 
cuidadoso, en una palabra, le acusaban de ser como un niño. Así, 
la degradación del prisionero a causa de ser tratado como un niño 
tenía lugar, no sólo en su mente, sino también en las mentes de 
sus compañeros de cautiverio.
Esta actitud se extendía a los pequeños detalles. Por ejemplo, 
a un preso no le molestaba que los guardianes le maldijesen 
cuando ello ocurría durante una experiencia extrema, pero odiaba 
a los SS por el mismo motivo, y se avergonzaba de soportarlo sin 
contestar, cuando los insultos acompañaban algún maltrato de 
menor importancia. Hay que hacer hincapié en que la diferencia 
entre las reacciones provocadas por sufrimientos leves y sufri­
mientos graves parecía desaparecer poco a poco con el paso del 
tiempo. Este cambio en las reacciones no era más que una de las 
muchas diferencias entre los prisioneros veteranos y los recién 
ingresados o nuevos. Convendría citar unas cuantas más.
P r i s i o n e r o s v e t e r a n o s y n u e v o s
En las páginas siguientes utilizamos las palabras «prisioneros 
nuevos» para referirnos a los que aún no habían pasado más de 
un año en el campo; los «veteranos» eran los que llevaban cuan­
do menos tres años allí. En lo que se refiere a los prisioneros
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 93
veteranos, el autor sólo puede ofrecer observaciones, pero ningún 
dato basado en la introspección.
Ya hemos dicho que la principal preocupación de los nuevos 
prisioneros era, al parecer, conservar intacta su personalidad y 
volver al mundo exterior siendo aún la misma persona que había 
salido de él; todos sus esfuerzos emocionales iban dirigidos al 
mismo objetivo. Los prisioneros veteranos parecían preocuparse 
principalmente por el problema de cómo vivir lo mejor posible 
dentro del campo. Una vez adoptada esta actitud, todo cuanto 
les sucedía, incluso las peores atrocidades, era «real» para ellos. 
Ya no existía una escisión entre la persona a la que le ocurrían 
cosas y la que se limitaba a observarlas.
Una vez se llegaba a la fase de aceptar como «real» todo 
cuanto sucedíaen el campo, todos los indicios empujaban a 
pensar que entonces los presos temían volver al mundo exterior. 
No lo reconocían directamente, pero por lo que decían se com­
prendía que apenas contaban con volver al mundo exterior, ya 
que estaban convencidos de que solamente un cataclismo, una 
guerra o una revolución a escala mundial podría liberarlos y 
dudaban de que aún entonces consiguieran adaptarse a la nueva 
vida. Parecían conscientes de lo que les había sucedido mientras 
envejecían en el campo. Se daban cuenta de que se habían adap­
tado a la vida en el campo y eran más o menos conscientes de 
que tal proceso había producido un cambio fundamental en su 
personalidad.
La demostración más drástica de ello la dio un importante 
político radical alemán, ex-líder del partido socialista indepen­
diente en el Reichstag. Declaró que, según su experiencia, nadie 
podía vivir en el campo más de cinco años sin cambiar sus acti­
tudes tan radicalmente que ya no era posible considerarle la 
misma persona de antes. El preso en cuestión afirmó que no 
veía ninguna razón para seguir viviendo cuando su «vida real» 
consistía en estar preso en un campo de concentración, y añadió 
que no podía adoptar las actitudes y pautas de comportamiento 
que veía en los prisioneros veteranos. Así, pues, había decidido 
suicidarse al cumplirse el sexto aniversario de su internación en 
el campo. Al llegar el día indicado, sus compañeros procuraron
94 SOBREVIVIR
tenerle vigilado, pero a pesar de ello consiguió realizar su pro­
pósito.
Existían, por supuesto, variaciones considerables en el tiempo 
que necesitaban los distintos individuos para hacer las paces con 
la idea de que tendrían que pasar el resto de su vida en el campo. 
Algunos se volvían parte de la vida en el campo bastante pronto, 
otros probablemente nunca lo consiguieron. Cuando llegaba un 
nuevo prisionero, los veteranos intentaban enseñarle unas cuantas 
cosas que podían serle de utilidad para adaptarse. A los recién 
llegados se les decía que intentasen por todos los medios sobre­
vivir en los primeros días y que no dejasen de luchar por la vida, 
que resultaría más fácil cuanto más tiempo pasaran en el campo. 
Los presos veteranos decían: «Si sigues vivo a los tres meses, 
seguirás vivo dentro de tres años». El índice anual de mortalidad, 
próximo al 20 por 100, se debía en su mayor parte al elevado 
número de prisioneros que no sobrevivían a las primeras tres 
semanas en el campo, ya fuese porque no querían sobrevivir 
adaptándose a aquella vida o porque no podían hacerlo.14
El tiempo que tardaba un prisionero en dejar de considerar 
real la vida de fuera del campo dependía en gran medida en la 
fuerza de los vínculos emocionales que le unían a sus familiares 
y amigos. La aceptación de la vida en el campo como «real» exi­
gía siempre un mínimo de dos años aproximadamente. Incluso 
entonces la persona seguía anhelando ostensiblemente recuperar 
la libertad. Algunos de los indicios de que había cambiado la 
actitud del preso eran: ver que éste intentaba encontrar un lugar 
mejor en el campo en vez de establecer contacto con el exterior; 15 
que evitaba las especulaciones en torno a su familia o a la situa­
14. Los prisioneros encargados de los barracones llevaban la cuenta de lo que 
les ocurría a los habitantes de los mismos. De esta manera resultaba comparativa­
mente fácil saber cuántos de ellos morían y cuántos eran puestos en libertad. Los 
primeros estaban siempre en mayoría.
15. Los prisioneros recién llegados se gastaban todo el dinero en intentos de 
sacar cartas del campo o de recibir mensajes no censurados. Los presos veteranos 
no utilizaban el dinero para estos fines, sino para conseguir puestos de trabajo 
«cómodos» para sí mismos, tales como prestar servicios en las oficinas del campo 
o en Ips talleres, donde al menos quedaban protegidos de las inclemencias del 
tiempo.
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍM ITE 95
ción mundial; que concentraba todo su interés en los aconteci­
mientos que tenían lugar dentro del campo.16
Cuando el autor expresaba a los prisioneros veteranos la sor­
presa que le producía ver su aparente falta de interés por su vida 
futura fuera del campo, con frecuencia reconocían que ya no les 
era posible imaginarse a sí mismos viviendo fuera de allí, toman­
do sus decisiones libremente, cuidando de sí mismos y de sus 
familias. Y no era éste el único cambio que podía observarse en 
ellos. Se advertían otras diferencias entre los presos veteranos y 
nuevos en sus esperanzas ante el porvenir, en el grado de su 
regresión a un comportamiento infantil y en otras muchas cosas. 
Sin embargo, al considerar estas diferencias entre prisioneros ve­
teranos y nuevos, hay que tener presente que existían grandes 
variaciones individuales y que las categorías están interrelacio- 
nadas, por lo que todas las afirmaciones son forzosamente aproxi­
madas y generales.
Normalmente los presos nuevos eran los que recibían más 
cartas, dinero y otras atenciones del mundo exterior. Sus familias 
intentaban liberarlos por todos los medios posibles, pese a lo cual 
los presos siempre las acusaban de no hacer lo suficiente, de 
haberles traicionado y engañado. Estos presos lloraban ante una 
carta en la que les contaban los esfuerzos que habían hecho para 
liberarlos, pero a los pocos momentos maldecían al enterarse de 
que habían vendido sin su permiso algo que les pertenecía. Echa­
ban pestes de aquellos parientes que «evidentemente» les consi­
deraban «muertos ya». Hasta el más pequeño cambio en su ante­
rior mundo privado adquiría una importancia tremenda. Puede 
que se hubiesen olvidado de los nombres de algunos de sus mejo­
res amigos,17 pero cuando se enteraban de que éstos se habían
16. Sucedió que en un mismo día se supo la noticia de que el presidente 
Roosevelt había pronunciado un discurso denunciando a Hitler y a Alemania y 
corrieron rumores de que un oficial de la Gestapo iba a ser reemplazado por otro. 
Los presos nuevos comentaron el discurso con gran excitación, sin prestar oído a 
los rumores; los prisioneros veteranos no hicieron ningún caso del discurso y dedi­
caron todas sus conversaciones al cambio de oficiales.
17. Esta tendencia a olvidar nombres, lugares y acontecimientos fue un fenó­
meno interesante que no se explica atendiendo solamente al agotamiento físico de 
los prisioneros.
96 S O B R E V IV IR
mudado, los prisioneros se mostraban terriblemente consternados 
y no había forma de consolarlos.
Esta ambivalencia de los nuevos prisioneros en relación con 
sus familias parecía ser el resultado de un mecanismo menciona­
do anteriormente. El deseo del preso de volver al mundo exacta­
mente como antes era tan fuerte que le hacía temer cualquier 
cambio, por muy insignificante que fuera, de la situación que 
habían dejado atrás. El preso quería que sus bienes terrenales 
estuvieran a salvo, sin que nadie los tocase, aunque en aquellos 
momentos no le sirvieran de nada.
Es difícil decir si este deseo de que todo permaneciera inva­
riable se debía a que los presos eran conscientes de lo difícil que 
podía resultarles ajustarse a una situación totalmente cambiada 
en su casa, o bien si la explicación residía en algún tipo de pen­
samiento mágico parecido a este: «Si nada cambia en el mundo 
en que vivía, entonces tampoco cambiaré yo». Es posible que 
de esta manera los prisioneros intentasen contrarrestar su te­
mor de estar cambiando.
Por consiguiente, las reacciones violentas ante los cambios 
habidos en sus familias eran la expresión disimulada de su certe­
za de estar cambiando. Probablemente lo que les enfurecía no 
era solamente el cambio en sí, sino también el hecho de que éste 
entrañaba una posición nueva en el seno de su familia. Antes sus 
familiares dependían de las decisiones que ellos, los presos, toma­
ban; ahora eran ellos los que se encontraban en situación de 
dependencia. A su modo de ver, la única probabilidad de recu­
perar su condición de cabeza de familia estribaba en que laestructura familiar siguiera igual a pesar de su ausencia. Además, 
conocían las actitudes de la mayoría de los extraños ante aquellos 
que habían estado en la cárcel.
En realidad, aunque la mayoría de las familias se comportó 
decentemente con aquellos de sus miembros que estuvieron en 
los campos de concentración, no por ello dejaron de plantearse 
problemas muy graves. Durante los primeros meses tales familias 
gastaban mucho dinero, a menudo más del que podían gastar, 
intentando liberar al prisionero. Cuando suplicaban a los agentes 
de la Gestapo que pusieran en libertad a sus parientes (tarea
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 97
desagradable en el mejor de los casos) una y otra vez Ies contesta­
ban que el preso estaba encerrado por su propia culpa. Más ade­
lante les costaba encontrar empleo porque uno de los suyos era 
sospechoso; sus hijos tenían problemas en la escuela; se les 
excluía de la beneficencia pública. Así, pues, es natural que a 
estas familias llegase a molestarlas el hecho de que uno de los 
suyos estuviera en el campo de concentración.
No recibían mucha compasión de sus amigos, ya que la pobla­
ción alemana en general adoptó ciertos mecanismos de defensa 
ante el hecho de los campos de concentración. Los alemanes no 
podían soportar la idea de vivir en un mundo donde el ciudadano 
no estaba protegido por la ley y el orden. Sencillamente no que­
rían creer que los prisioneros de los campos no hubiesen come­
tido crímenes horrendos, ya que la forma en que se les estaba 
castigando sólo permitía llegar a esta conclusión. De esta manera 
tuvo lugar un lento proceso de alienación entre los reclusos y sus 
familiares, pero en lo referente a los presos recién llegados, el 
proceso no hacía más que empezar.
Se nos plantea la pregunta de cómo podían los presos culpar 
a sus familias por cambios que en realidad ocurrían en ellos mis­
mos y de los que eran los causantes involuntarios. Quizás el 
hecho de que los presos tuvieran que soportar tantos castigos y 
penalidades les impedía aceptar culpa alguna. Tenían la impresión 
de que ya habían expiado toda falta anterior en sus relaciones 
con la familia y los amigos, así como los posibles cambios que 
en ellos se produjeran. De esta manera los prisioneros se libraban 
de la responsabilidad de tales cambios y de cualquier sentimien­
to de culpabilidad; por consiguiente, se sentían más libres de 
odiar a los demás, incluyendo a sus familiares, por sus propios 
defectos.
Esta sensación de haber expiado todas sus culpas no dejaba 
de tener cierta justificación. Al inaugurarse los primeros cam­
pos de concentración, los nazis encerraron en ellos a sus enemigos 
más prominentes. Pronto agotaron sus reservas de tales enemigos, 
ya que éstos habían muerto, estaban en las cárceles o los campos, 
o habían emigrado. A pesar de todo, necesitaban una institución 
con la que amenazar a los oponentes del sistema, toda vez que
98 S O B R E V IV IR
eran demasiados los alemanes que no estaban satisfechos con el 
mismo. Meterlos a todos en la cárcel hubiese interrumpido el 
funcionamiento de la producción industrial, cuya defensa cons­
tituía uno de los objetivos primordiales de los nazis. Así que, si 
un sector de la población se hartaba del régimen nazi, se selec­
cionaban unos cuantos miembros del mismo y se les recluía en el 
campo de concentración. Si los abogados se impacientaban, varios 
centenares de ellos eran enviados al campo; lo mismo les suce­
día a los doctores cuando la profesión médica mostraba síntomas 
de rebelión, etcétera.
La Gestapo llamaba «acciones» a estos castigos colectivos. El 
sistema se puso en marcha durante el período 1937-1938, cuando 
Alemania se preparaba para la anexión de países extranjeros. 
Durante la primera de estas «acciones» solamente se castigó a 
los líderes de los grupos de oposición. Sin embargo, con ello se 
creó la impresión de que el simple hecho de pertenecer a uno de 
aquellos grupos no era peligroso, puesto que solamente castigaban 
a los líderes. La Gestapo no tardó en modificar el sistema para 
seleccionar a los castigados de manera que representasen los diver­
sos estratos del grupo. El nuevo procedimiento tenía la ventaja 
de sembrar el terror entre todos los miembros del grupo y per­
mitía también castigarlo y destruirlo sin tener que tocar al líder 
si por alguna razón parecía inoportuno hacerlo.18 Aunque a los 
prisioneros nunca les decían la razón exacta de su encarcelamien­
to, los que estaban encerrados como representantes de un grupo 
llegaban a saberla.
La Gestapo interrogaba a los presos para obtener información 
sobre sus parientes y amigos. A veces, durante los interrogatorios, 
los prisioneros se quejaban de que a ellos les hubiesen encerrado 
mientras seguían en libertad enemigos más prominentes del nazis­
mo. Les contestaban que su mala suerte había querido que sufrie­
18. En cierto momento, un movimiento de oposición a la regimentación nazi 
de las actividades culturales se centró en tomo a la persona del famoso director 
de orquesta Furtwangler, quien personalmente se inclinaba a favor del nazismo 
pero criticaba su política cultural. Furtwangler nunca fue castigado, pero el grupo 
fue desarticulado mediante el encarcelamiento de una sección representativa del 
mismo. De esta manera el famoso músico se encontró convertido en un líder sin 
seguidores y el movimiento perdió fuerza.
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 99
ran como miembros de un grupo, pero que tendrían ocasión de 
ver en el campo a todos los demás miembros del mismo si éste 
no aprendía a comportarse mejor al ver la suerte que ellos 
corrían. Aquellos presos, por lo tanto, pensaban con razón que 
estaban expiando las culpas de los demás. Sin embargo, los extra­
ños no lo veían así. El hecho de no recibir la atención especial 
que creían merecer aumentaba el resentimiento de los presos 
contra el mundo exterior. Pero incluso cuando lanzaban quejas 
y acusaciones contra parientes y amigos, a los nuevos prisioneros 
siempre les gustaba hablar de ellos, de su posición en el mundo 
exterior y de sus esperanzas para el futuro.
A los prisioneros veteranos no les gustaba que les recordasen 
su familia y amigos. Cuando hablaban de ellos lo hacían de mane­
ra muy objetiva. Les gustaba recibir cartas, pero no tenía mucha 
importancia para ellos, en parte porque habían perdido el con­
tacto con los acontecimientos que en ellas les contaban. Hemos 
dicho que en cierta medida se daban cuenta de que les resultaría 
difícil volver a la normalidad, pero había que tener en cuenta 
otro factor: el odio de los presos hacia todos los que vivían fuera 
del campo y que «disfrutaban de la vida como si no nos estuviéra­
mos pudriendo allí».
En la mente de los reclusos este mundo exterior que seguía 
viviendo como si nada hubiese pasado lo representaban las perso­
nas a las que conocían, es decir, sus parientes y amigos. Pero 
incluso este odio aparecía muy templado en los prisioneros vete­
ranos. Daba la impresión de que, si bien se habían olvidado de 
amar a sus familiares, también habían perdido la capacidad para 
odiarlos. Los presos veteranos habían aprendido a dirigir contra 
sí mismos gran parte de su agresividad, con lo que evitaban con­
flictos con los SS, mientras que los presos recién llegados dirigían 
aún su agresividad hacia el mundo exterior y, cuando no les 
vigilaban, contra los SS. Los prisioneros veteranos no mostraban 
demasiadas emociones en uno u otro sentido; parecían incapaces 
de albergar sentimientos intensos con respecto a alguien.
A los presos veteranos no les gustaba mencionar su anterior 
categoría social ni las actividades que llevaban a cabo antes de 
ingresar en el campo, mientras que los nuevos reclusos tendían
100 SOBRF.VIVIR
a jactarse de todo ello, como si quisieran proteger su autoestima 
mostrando a los demás lo importantes que habían sido, lo cual, 
de una manera muy obvia, daba a entender que seguían siéndolo. 
Los prisioneros veteranos parecían haber aceptado su estadode 
abatimiento y es probable que compararlo con su esplendor de 
antes (todo resultaba magnífico al lado de la situación en que aho­
ra se encontraban) fuese demasiado deprimente.
En estrecha relación con las opiniones y actitudes de los 
prisioneros en torno a sus familias se hallaban sus creencias y 
esperanzas referentes a su vida después de que salieran del cam­
po. En este sentido los presos se embarcaban muy a menudo en 
devaneos individuales y colectivos. Entregarse a ellos era uno 
de los pasatiempos favoritos cuando el clima emocional que impe­
raba en todo el campo no era demasiado deprimente. Existía una 
diferencia clara entre los devaneos de los presos nuevos y los de 
los veteranos. Cuanto más tiempo llevase un preso en el campo, 
más ajenos a la realidad eran sus devaneos o sueños diurnos. Tanto 
era así que a menudo las esperanzas de los prisioneros veteranos 
mostraban un cariz escatológico o mesiánico, lo cual concordaba 
con su creencia de que sólo un acontecimiento como el fin del 
mundo les devolvería la libertad. Los presos veteranos soñaban 
despiertos con la guerra y la revolución mundiales que se aveci­
naban. Estaban convencidos de que saldrían del gran cataclismo 
convertidos en los futuros líderes de Alemania y puede que inclu­
so del mundo. Era lo menos a que les daban derecho sus sufri­
mientos. Tan ambiciosas expectativas coexistían con una gran 
vaguedad en torno a su futura vida privada. En sus devaneos 
tenían la certeza de que serían los futuros secretarios de estado, 
pero no estaban tan seguros de que seguirían viviendo con su 
esposa e hijos. Estos sueños diurnos quedan explicados en parte 
por el hecho de que los prisioneros parecían convencidos de 
que solamente el desempeño de un alto cargo público les permi­
tiría recuperar su posición en el seno de la familia.
Las esperanzas y expectativas de los nuevos prisioneros en 
torno a su vida futura se ajustaban mucho más a la realidad. 
A pesar de la franca ambivalencia que mostraban en relación con
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 1 0 1
sus familias, en ningún momento dudaban de que seguirían 
viviendo con ellas partiendo del punto en que habían tenido que 
dejarlas. Tenían la esperanza de que su vida pública y profesional 
seguiría los cauces anteriores.
La mayoría de las adaptaciones a la situación del campo que 
se han citado hasta el momento fueron ejemplos de comporta­
miento más o menos individual, según nuestra definición del 
mismo. De acuerdo con ésta, los cambios que se comentan a con­
tinuación, especialmente la regresión a un comportamiento infan­
til, fueron fenómenos de masas o colectivos. El autor opina, ba­
sándose en parte en la introspección y en parte en sus conversa­
ciones con los otros presos, pocos, que se daban cuenta de lo 
que ocurría, que esta regresión no habría tenido lugar de no haber 
ocurrido en todos los prisioneros. Además, si bien los presos no 
se metían con la actitud de los demás ante su familia ni con los 
devaneos ajenos, sí afirmaban su poder como grupo sobre aque­
llos presos que ponían reparos a las desviaciones del comporta­
miento adulto normal. A los que no mostraban dependencia 
infantil respecto de los guardianes los acusaban de ser una ame­
naza para la seguridad del grupo, acusación que no carecía de 
fundamento, ya que los SS siempre castigaban al grupo por el 
mal comportamiento de los individuos que lo integraban. Por con­
siguiente, esta regresión a un comportamiento infantil resultaba 
aún más inevitable que los demás tipos de comportamiento que 
en el individuo imponía el impacto de las condiciones imperan­
tes en el campo.
R e g r e s i ó n
Aparecían en los prisioneros unos tipos de comportamiento 
que son característicos de la infancia o de la primera juventud. 
Algunos de estos comportamientos se manifestaban poco a poco, 
otros se imponían inmediatamente a los presos y el paso del 
tiempo sólo aumentaba su intensidad.\Ya hemos hablado de algu­
nos de estos ejemplos de comportamiento más o menos infantil,
102 SOBREVIVIR
como la ambivalencia ante la familia, el abatimiento, el encontrar 
más satisfacción en los devaneos que en la acción.
Es difícil saber con certeza si algunas de estas pautas de 
comportamiento las produjo deliberadamente la Gestapo. En otros 
casos es seguro que así fue, aunque no sabemos si lo hizo de 
manera consciente. Hemos visto que incluso durante el transporte 
los presos sufrían la clase de torturas que un padre cruel y 
dominante podría infligir a un hijo indefenso. Convendría añadir 
que también se degradaba a los presos por medio de técnicas que 
se adentraban m u ^ fj^ ^ s ítiM g S n e s infantiles. Se les obliga­
ba a ensuciarse. En el campo la defecación estaba estrictamente 
regulada; era uno de los acontecimientos más importantes de 
cada día, y se comentaba con todo detalle. Durante el día los 
presos que deseaban defecar tenían que pedir permiso a un guar­
dián. Parecía que fuese a repetirse el proceso de aprender a con­
trolar las necesidades. También daba la impresión de que a los 
guardianes les producía placer la facultad de conceder o negar el 
permiso para visitar las letrinas (apenas había inodoros). El pla­
cer de los guardianes tenía su equivalente en el que sentían los 
prisioneros al visitar las letrinas, ya que, por lo general, allí 
podían descansar unos instantes, a salvo de los latigazos que les 
propinaban capataces y guardianes. Sin embargo, no siempre esta­
ban a salvo, puesto que a veces los guardianes jóvenes y empren­
dedores disfrutaban molestando a los presos incluso en tales mo­
mentos.
Para hablar entre sí los presos estaban obligados a tutearse, 
cosa que en Alemania sólo los niños pequeños hacen de manera 
indiscriminada; no se les permitía emplear ninguno de los nume­
rosos tratamientos a que están habituados los alemanes de clase 
media y alta. En contraste con ello, debían dirigirse a los guar­
dianes con la mayor deferencia, utilizando todas las formas de 
tratamiento.
Al igual que los niños, los presos vivían únicamente en el 
presente inmediato; perdían la noción del tiempo; se volvían 
incapaces de trazar planes para el futuro y de renunciar a satis­
facciones inmediatas para obtener otras mayores más adelante. 
No podían establecer relaciones directas duraderas. Las amista­
INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 103
des progresaban con la misma rapidez con que se esfumaban. 
Como si fueran adolescentes, los prisioneros se peleaban encar­
nizadamente, declaraban que nunca volverían a mirarse ni a diri­
girse la palabra y a los pocos minutos volvían a ser la mar de ami­
gos. Eran jactanciosos, contaban historias sobre lo que habían 
hecho en su vida anterior o sobre la facilidad con que tomaban 
el pelo a los capataces y guardianes y saboteaban el trabajo. Al 
igual que niños, no sentían la menor contrariedad ni vergüenza 
cuando se sabía que todo era falso.
Otro factor que contribuía a la regresión a un comporta­
miento infantil era el trabajo que los presos estaban obligados 
a realizar. A los nuevos prisioneros en especial se les obligaba a 
ejecutar tareas estúpidas, tales como acarrear rocas pesadas de 
un lado a otro y, al cabo de un rato, devolverlas a su lugar de ori­
gen. En otras ocasiones les ordenaban cavar agujeros con las 
manos, pese a que había herramientas disponibles. A los prisio­
neros les molestaban estas tareas sin sentido, aunque lo cierto es 
que debería haberles sido indiferente que su trabajo tuviera o no 
utilidad. Se sentían degradados cuando les hacían realizar alguna 
tarea «infantil» y estúpida, y preferían hacer algo más pesado 
si con ello producían algo que pudiera calificarse de útil. No cabe 
la menor duda, al parecer, de que los trabajos que ejecutaban, 
así como los malos tratos que les infligía la Gestapo, contribuye­
ron a su desintegración como personas adultas.
El autor tuvo ocasión de entrevistar a varios prisioneros que 
antes de ser internados en el campo ya habían pasado unos cuan­
tos años en la cárcel, algunos

Otros materiales