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BRUNO BETTELHEIM SOBREVIVIR El holocausto una generación después Traducción castellana de JORDI BELTRÁN EDITORIAL CRÍTICA Grupo editorial Grijalbo BARCELONA COMPORTAMIENTO DEL INDIVIDUO Y DE LA MASA EN SITUACIONES LÍMITES El autor pasó aproximadamente un año, durante el período 1938-1939, en Dachau y Buchenwald, que a la sazón eran los mayores campos de concentración alemanes para presos políticos. Durante su estancia en ellos hizo unas observaciones parte de las cuales se presentan aquí. El presente trabajo no tiene por fin con tar una vez más los horrores del campo de concentración alemán para prisioneros políticos, sino explorar ciertos aspectos del im pacto psicológico trascendental que los campos de concentración tuvieron directamente sobre sus reclusos e indirectamente sobre la población sometida a la dominación nazi. Se da por supuesto que el lector está más o menos enterado del hecho, pero es necesario reiterar que a los presos se les tortu raba deliberadamente.1 Iban vestidos de modo insuficiente, pero, a pesar de ello, se hallaban expuestos al calor, a la lluvia y a tem peraturas glaciales durante diecisiete horas cada día, siete días a la semana. Padecían una desnutrición extrema, pero se les obliga ba a llevar a cabo trabajos forzados.2 Cada instante de su vida era regulado y supervisado estrictamente. Jamás se les permitía recibir visitas ni entrevistarse con algún ministro de su religión. 1. Para el primer informe oficial sobre la vida en estos campos, véase Papers concerning the treatment of Germán nationals in Germany, H is Majesty’s Stationery Office, Londres, 1939. 2. La comida que los presos recibían cada día representaba aproximadamente 1.800 calorías, mientras que la media de calorías que exigía el trabajo que hacían oscilaba entre las 3.000 y las 3.300. (Más adelante, durante los años de guerra, las raciones fueron mucho más reducidas que en 1938-1939.) 7 0 SOBREVIVIR Apenas se les prestaba atención médica y, en los raros casos en que la recibían, pocas veces la administraban personas con cono cimientos de medicina.3 Los prisioneros no sabían exactamente por qué les habían encerrado y en ningún caso se les informaba de la duración de su encierro. En vista de todo ello, se compren derá por qué el autor considera que los prisioneros eran personas que se encontraban en una situación «extrema». — Los informes sobre los actos de terror perpetrados en los campos despiertan emociones fuertes y justificadas en las perso nas civilizadas, emociones que a veces les impiden comprender que, en lo que respecta a la Gestapo, el terror no era más que el medio para conseguir determinados fines. Al utilizar medios extravagantes que absorben plenamente el interés del investiga dor, la Gestapo conseguía a menudo ocultar su verdadero propó sito. Una de las razones por las que esto ocurre con tanta frecuen cia en relación con los campos de concentración es que Jas perso nas más informadas y capacitadas para hablar de ellos son ex-cau- tivos que, como es lógico, sienten mayor interés por lo que les sucedió que por las causas de ello. Si se desea comprender los propósitos de la Gestapo, así como los fines de que se valía para conseguirlos, es una equivo cación dar una importancia exagerada a lo que les ocurrió a determinadas personas. Según la conocida ideología del estado nazi, el individuo como tal no existía o carecía de importancia. Así, pues, al investigar los propósitos de los campos de concen tración conviene poner de relieve, no los actos de terror indivi duales, sino los resultados cumulativos del trato dado a los prisioneros. Cabe decir que por medio de los campos de concentración la Gestapo intentaba obtener diversos resultados, entre los cuales el autor consiguió desentrañar los siguientes, que son distintos pero están íntimamente relacionados: acabar con los prisioneros como individuos y transformarlos en masas dóciles de las que 3. Las operaciones quirúrgicas, por ejemplo, las practicaba un ex-impresor. Entre los presos había muchos médicos, pero a ningún prisionero se le permitía ejercer en el campo su profesión habitual, ya que ello no hubiese entrañado ningún castigo. INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 71 no pudiera surgir ningún acto individual o colectivo de resisten cia; extender el terror entre el resto de la población utilizando a los presos como rehenes para que los demás se portasen bien y demostrando lo que les ocurría a quienes se oponían a los diri gentes nazis; proporcionar a los miembros de la Gestapo un campo de entrenamiento en el que se les enseñaba a prescindir de todas las emociones y actitudes humanas y en el que apren dían los procedimientos más eficaces para quebrantar la resisten cia de una población civil indefensa; proporcionar a la Gestapo un laboratorio experimental para el estudio de medios eficaces para quebrantar la resistencia civil, así como el mínimo de requi sitos nutritivos, higiénicos y médicos necesarios para que los presos siguieran vivos y pudieran realizar trabajos forzados cuan do la amenaza de un castigo constituye el único incentivo, así como la influencia que ejerce sobre el rendimiento el hecho de que no se conceda tiempo a nada salvo a los trabajos forzados y el hecho de que se separe a los prisioneros de sus familias. En el presente trabajo se procurará abordar adecuadamente cuando menos uno de los aspectos de los objetivos de la Gestapo citados anteriormente: el campo de concentración como medio para producir cambios en los prisioneros que les hicieran súbditos más útiles del estado nazi. - Los cambios se producían exponiendo a los prisioneros a situaciones límite creadas especialmente para tal fin. Estas circuns tancias obligaban a los prisioneros a adaptarse por completo y con la mayor rapidez. La adaptación producía tipos interesantes de comportamiento privado, individual y colectivo o de masas. Llamaremos «privado» al comportamiento cuyo origen se hallaba en gran parte en la formación y personalidad del indivi duo más que en las experiencias a que la Gestapo le sometía, aunque dichas experiencias influían en el comportamiento priva do. Denominaremos comportamiento «individual» a aquel que, si bien se observó en individuos más o menos independientes entre sí, fue a todas luces el resultado de experiencias comparti das por todos los prisioneros. Llamaremos comportamiento «colectivo» o «de masas» a los fenómenos que podían observarse solamente en un grupo de pri- 72 SOBREVIVIR sioneros cuando éstos funcionaban como una masa más o menos unificada. Aunque a veces se producían coincidencias entre estos tres tipos de comportamiento y parece difícil distinguir claramen te entre ellos, es preciso atenerse a estas diferenciaciones. En el presente ensayo nos ocuparemos principalmente del comporta miento individual y de masas, como su título indica. Solamente se mencionará un ejemplo de comportamiento privado en las páginas siguientes. Al analizar el desarrollo de los prisioneros desde el momento de su primera experiencia con la Gestapo hasta el momento en que quedaba prácticamente concluido su proceso de adapta ción al campo, cabe observar distintas fases. La primera de éstas giraba en torno a la conmoción inicial de verse encarcelado ilegal mente. Los principales acontecimientos de la segunda etapa era el transporte basta el campo y las primeras experiencias en él. La siguiente fase se caracterizaba por un lento proceso de cambio en la personalidad del prisionero. Se desarrollaba paso a paso pero continuamente en forma de adaptación a la situación del campo. Durante el citado proceso resultaba difícil percatarse del im pacto de lo que ocurría. Una manera de que resultase más obvio consistía en comparar a dos grupos de prisioneros, uno en el que el proceso acabase de empezar, los «nuevos», y otro en el que el proceso ya estuviera muy avanzado. Este segundo grupo lo for maban los prisioneros «veteranos».La fase final se alcanzaba cuando el preso se había adaptado a la vida en el campo. Esta última fase parecía caracterizarse, entre otros rasgos, por una actitud y una valoración decididamente distintas con respecto a la Gestapo. Un e j e m p l o d e c o m p o r t a m ie n t o p r iv a d o Antes de pasar a tratar las distintas etapas del desarrollo del prisionero convendría hacer unos comentarios sobre el por qué y el cómo se hicieron las observaciones presentadas en este artículo. A estas alturas parece fácil decir que las observaciones IN D IV ID U O Y MASA I.N SITUACIONES LÍMITE 7 3 se hicieron por su gran interés sociológico y psicológico y porque contienen datos que, al menos que yo sepa, raramente se han hecho públicos de manera científica. Pero aceptar esto como res puesta a «¿por qué?» constituiría un ejemplo flagrante de logifi- catio post evetttum. La formación académica del autor y sus inquietudes psicoló gicas fueron de utilidad para hacer observaciones y llevar a cabo la investigación; pero el autor no estudió su comportamiento, y el de sus compañeros de cautiverio, como aportación a la investi gación científica pura. Al contrario, el estudio de estos comporta mientos fue un mecanismo ad boc creado por él mismo para pro porcionarse cuando menos una inquietud intelectual que le hicie ra más fácil soportar la vida en el campo. Así, pues, sus observa ciones y los datos reunidos deben considerarse un tipo especial de defensa creado en una situación extrema. Fue un comporta miento creado individualmente, no impuesto por la Gestapo, y basado en los orígenes, formación e inquietudes de este preso concreto. Fue creado para proteger a este individuo de la desinte gración de su personalidad. Es, por consiguiente, un ejemplo característico de comportamiento privado. Estos comportamien tos privados parecen seguir siempre el sendero donde encuentren menor resistencia; es decir, siguen de cerca las inquietudes del individuo en su vida anterior. Dado que es el único ejemplo de comportamiento privado que se presenta en este ensayo, podría resultar interesante decir algu nas palabras sobre el por qué y el cómo fue creado. Por haberlo estudiado, el autor conocía el cuadro patológico propio de ciertos tipos de comportamiento anormal. Durante los primeros días de prisión, y especialmente durante los primeros días en los cam pos, se dio cuenta de que se comportaba de forma distinta a la acostumbrada. Al principio racionalizó que tales cambios de com portamiento eran sólo fenómenos superficiales, el resultado lógi co de su peculiar situación. Pero no tardó en darse cuenta de que la escisión de su persona en dos, una que observaba y otra a la que le ocurrían cosas, no podía calificarse de normal, sino que era un típico fenómeno psicopatológico. Así que se pregun tó: «¿Me estoy volviendo loco o ya me he vuelto?». 74 SOBREVIVIR Evidentemente, encontrar respuesta a esta pregunta apre miante era de mayor importancia. Además, el autor veía que sus compañeros de cautiverio actuaban de forma rarísima, aun que tenía todos los motivos para creer que también ellos eran personas normales antes de que los encerrasen. Parecían haberse convertido de pronto en embusteros patológicos, incapaces de contener sus estallidos emocionales, fuesen de ira o de desespera ción, incapaces de llevar a cabo valoraciones objetivas, etcétera. A causa de ello se le planteó otra pregunta: «¿Qué puedo hacer para no volverme como ellos?». La respuesta a ambas preguntas era comparativamente senci lla: averiguar qué había sucedido, en ellos y en mí. Si yo no cambiaba más que todas las otras personas normales, entonces lo que sucedía en mí y a mí era un proceso de adaptación y no un brote de locura. Así que decidí averiguar qué cambios habían ocurrido y estaban ocurriendo en los prisioneros. Al hacerlo me di cuenta súbitamente de que había dado con la solución de mi segundo problema: ocupándome de problemas interesantes duran te mis ratos libres, hablando con mis compañeros de encierro con un propósito concreto, reflexionando sobre mis averiguacio nes durante las horas sin fin en que me obligaban a realizar una labor agotadora que no requería ninguna concentración mental, conseguí matar el rato de una manera que parecía constructiva. Al principio me pareció que olvidar durante un rato que estaba en el campo era la mayor ventaja de tal ocupación. Con el paso del tiempo el aumento del respeto a mí mismo por ser capaz de seguir haciendo un trabajo con sentido a pesar de los esfuerzos de la Gestapo para evitarlo se hizo aún más importante que ma tar el rato. No fue posible hacer anotaciones, ya que carecía de tiempo, no había donde guardarlas ni manera de sacarlas del campo. La única forma de vencer esta dificultad consistía en hacer todos los esfuerzos posibles por recordar lo que ocurría. En este sentido el autor se vio obstaculizado por la desnutrición extrema, que perjudicó su memoria y a veces le hizo dudar de que consiguiera recordar lo que recogía y estudiaba. Intentó concentrarse en los fenómenos característicos y sobresalientes, repitiéndose una y INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 7 5 otra vez sus averiguaciones (tenía tiempo de sobras y de todos modos iban a matarle) y repasando todas sus observaciones mien tras trabajaba con el fin de grabárselas en la memoria. El método dio resultado, ya que al mejorar su salud después de su salida del campo y de Alemania recordó muchas cosas que creía haber olvidado. Los prisioneros se mostraban dispuestos a hablar sobre sí mismos porque el hecho de que alguien se interesase por ellos y por sus problemas acrecentaba su autoestima. Hablar durante el trabajo estaba prohibido, pero, dado que prácticamente todo esta ba prohibido y se castigaba muy severamente, y en vista de que, debido a la arbitrariedad de los guardianes, los presos que obedecían las reglas no lo pasaban mejor que los que las transgre dían, los presos quebrantaban todas las reglas siempre que les era posible hacerlo impunemente. Cada uno de los reclusos tenía que hacer frente al problema de cómo soportar la obligación de realizar tareas estúpidas durante doce o dieciocho horas diarias. Una forma de encontrar alivio era conversar, cuando los vigilan tes no podían impedirlo. A primera hora de la mañana y al caer la noche los guardianes no podían ver si los presos estaban hablan do. Esto les proporcionaba al menos dos horas diarias de conver sación mientras trabajaban. Tenían permiso para hablar durante la breve pausa del almuerzo y cuando se encontraban en los barracones, ya de noche. Aunque al mayor parte de este tiempo la tenían que pasar durmiendo, generalmente les quedaba una hora para conversar. Con frecuencia los presos eran trasladados de un grupo de trabajo a otro, y muy a menudo les hacían cambiar de barracón para pasar la noche, ya que la Gestapo quería evitar que llegasen a conocerse demasiado íntimamente. A causa de ello, cada preso establecía contacto con muchos otros. El autor trabajó en veinte grupos distintos cuando menos, cada uno de ellos integrado por un número de presos que iba de veinte o treinta a varios cente nares. Durmió en cinco barracones distintos, en cada uno de los cuales vivían de 200 a 300 presos. De esta manera llegó a cono cer personalmente a un mínimo de 600 prisioneros en Dachau 76 SOBREVIVIR (de los 6.000 que aproximadamente había allí) y de 900 en Buchenwald (donde habría unos 8.000). Si bien en un barracón determinado vivían solamente presos de la misma categoría, las categorías se mezclaban a la hora de trabajar, por lo que el autor pudo establecer contacto con todas ellas. Las principales, enumeradas en orden a su importancia y empezando por la mayor, eran las siguientes:. presos políticos, la mayoría de ellos ex-socialdemócratas y comunistas alemanes, aun que también había ex-miembros de formaciones nazis como los seguidores de Roehm que seguían convida; personas supuesta mente «holgazanas», es decir, personas que no accedían a trabajar allí donde el gobierno quería que lo hiciesen, o que habían cam biado de lugar de trabajo para ganar más, o que se habían que jado de que los salarios eran bajos, etcétera; ex-miembros de la Legión Extranjera francesa, y espías; testigos de Jehová (Bibel- forscher) y otros objetores de conciencia; prisioneros judíos, ya fuese por el simple hecho de serlo o porque, además, habían lleva do a cabo actividades políticas contra los nazis (a este segundo grupo pertenecía el autor), o por cometer delitos de índole racial; delincuentes; homosexuales y otros grupos minoritarios, por ejemplo, personas sobre las cuales los nazis ejercían presión para sacarles dinero; e individuos de quienes quería vengarse algún jefazo nazi. Después de hablar con miembros de todos los grupos y obte ner con ello una amplia gama de observaciones, el autor procuró corroborar sus averiguaciones comparándolas con las de otros prisioneros. Por desgracia, sólo encontró dos de ellos con la pre paración y el interés suficientes para participar en la investigación. Aunque el problema parecía interesarles menos que al autor, los dos presos en cuestión hablaron con varios centenares de reclu sos cada uno. Cada mañana, durante la cuenta de prisioneros y mientras esperaban la asignación a algún grupo de trabajo, inter cambiaban información y debatían teorías. Éstos debates resulta ron de gran utilidad para rectificar los errores debidos a ver las cosas desde un solo punto de vista.4 4. Uno de los participantes era Alfred Fischer, doctor en medicina, quien, INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 7 7 A su llegada a los Estados Unidos, inmediatamente después de salir del campo de concentración, el autor procedió a escribir sus recuerdos, pero tardó cerca de tres años en decidirse a inter pretarlos, ya que temía que la indignación ante el trato recibido pusiera en peligro su objetividad. Transcurrido dicho período, cuando ya era posible concebir esperanzas de que la Gestapo fue se destruida, el autor decidió que su actitud era ya todo lo obje tiva que jamás podría ser y presentó su material a debate. No obstante, a pesar de todas estas precauciones, las condi ciones peculiares en que se recogió el material impiden trazar una panorámica exhaustiva de los tipos de comportamiento posi bles. El autor se ve limitado a comentar los comportamientos (y su posible interpretación psicológica) que él pudo observar. Tam bién es evidente la dificultad de analizar el comportamiento de la masa cuando el investigador forma parte del grupo al que se está analizando. Por otro lado, hay que tener presente la dificultad de observar y dar cuenta objetivamente de situaciones que despier tan las más vivas emociones cuando se experimentan personalmen te. El autor es consciente de estas limitaciones a que se ve some tida su objetividad y sólo le cabe esperar que haya conseguido vencer algunas de ellas. L a t r a u m a t i z a c i ó n o r i g i n a l En la presentación cabe distinguir entre, por un lado, la conmoción psicológica inicial de verse privado de los derechos civiles y encerrado ilegalmente en una prisión, y, por otro, la conmoción producida por los primeros actos deliberados y extra vagantes de tortura a que los presos eran sometidos. Las dos con mociones pueden analizarse por separado debido a que el autor, al igual que la mayoría de los prisioneros, pasó varios días en una prisión corriente, administrada por la policía regular. Mien- en el momento de escribirse este articulo, se encontraba de servicio en un hospital militar en alguna parte de Inglaterra. El otro era Emst Fedem, quien en 1943 seguía en Buchenwald, a causa de lo cual no me atreví a citar su nombre cuando el artículo apareció por primera vez. 78 SOBREVIVIR tras se hallaban bajo la custodia de dicha policía los presos no fueron maltratados premeditadamente. Todo esto cambió radical mente cuando fueron entregados a la Gestapo para su traslado al campo. En cuanto cambió su condición de presos de la policía por la de presos de la Gestapo, se vieron sometidos a los peores abusos físicos. Así, el traslado al campo y su «iniciación» en él era a menudo la primera tortura que el preso experimentaba en su vida y, por regla general, la peor tortura física y psicológica a la que se vería expuesta la mayoría de los prisioneros. Por cier to que de la tortura inicial decían que era la «bienvenida» al cam po que la Gestapo daba a los presos. La mejor forma de analizar las reacciones del prisionero al ser internado en la prisión es atendiendo a dos categorías: la clase socioeconómica a que pertenecía el detenido y su educación política. Resulta obvio que estas categorías coinciden en algunos puntos y que sólo pueden separarse a efectos de presentación. Otro aspecto importante en relación con las reacciones de los prisioneros al encontrarse encarcelados estriba en saber si ya habían estado en la cárcel, por delitos comunes o por actividades políticas. Los presos que ya habían pasado alguna temporada en la cárcel, o los que esperaban pasarla a causa de sus actividades políticas, se lamentaban de su suerte, pero la aceptaban como algo que acontecía de acuerdo con sus expectativas. Cabe decir que la conmoción inicial de este tipo de persona al encontrarse encerrada se expresó, si acaso, en un cambio de la autoestima. A menudo la autoestima de los antiguos delincuentes, así como el de los presos con educación política, se veía intensifica do al principio a causa de las circunstancias de su encarcelamien to. Desde luego les inquietaba el porvenir y lo que pudiera pasar les a sus familiares y amigos, pero, a pesar de esta inquietud jus tificada, el hecho en sí de verse encarcelados no les preocupaba demasiado. Personas que habían estado en la cárcel por delitos comunes mostraban abiertamente su regocijo al encontrarse encerradas, en plano de igualdad, con líderes políticqs, hombres de negocios, fis cales y jueces (algunos de éstos responsables de su anterior están- INDIVIDUO Y MASA F.N SITUACIONES LÍMITE 79 cia en la cárcel). El desprecio y la sensación de que ahora eran iguales a los que antes se consideraban sus superiores reforzaban considerablemente sus egos. Los prisioneros con educación política veían fortalecida su autoestima por el hecho de que la Gestapo les considerase lo bas tante importantes como para vengarse de ellos. Cada preso racio nalizaba este estímulo a su ego de acuerdo con el partido político al que perteneciera. Los miembros de los grupos de la izquierda radical, por ejemplo, veían en su encarcelamiento la confirmación de que sus actividades resultaban muy peligrosas para los nazis. De los principales grupos socioeconómicos las clases bajas se veían representadas casi exclusivamente por antiguos delincuentes o por prisioneros con educación política. Sobre la posible reac ción de miembros no delincuentes y apolíticos de la clase media sólo nos cabe hacer conjeturas. En su mayoría los presos apolíticos de clase media, que repre sentaban una minoría reducida entre los presos de los campos de concentración, eran los menos capacitados para soportar la conmo ción inicial. Les resultaban absolutamente imposible comprender qué les había sucedido. Trataban de aferrarse a lo que hasta entonces les había dado autoestima. Una y otra vez aseguraban a los miembros de la Gestapo que jamás se habían opuesto al nazismo. En su comportamiento se reflejaba el dilema de las cla ses medias alemanas carentes de educación política ante el fenóme no del nacionalsocialismo. No tenían una filosofía consistente que pudiera proteger su integridad como seres humanos, que les diera la fuerza necesaria para adoptar una posición contraria a los nazis. Habían obedecido la ley dictada por las clases gobernantes, sin que jamás se les hubiera ocurrido dudar de ella. Y ahora esta ley, o al menos los agentesencargados de su cumplimiento, se habían vuelto contra ellos, sus más fieles partidarios. Ni siquiera ahora se atrevían a oponerse al grupo dirigente, pese a que tal oposición quizás habría fortalecido el respeto a sí mismos. No eran capaces de poner en entredicho la sabiduría de la ley y de la policía, así que aceptaban como justo el comporta miento de la Gestapo. Lo que estaba mal era que fuesen ellos los objetos de una persecución que en sí misma era correcta, ya 80 SOBREVIVIR que eran las autoridades quienes la llevaban a cabo. La única forma de salir de tan peculiar dilema consistía en pensar que tenía que tratarse de un «error». Los prisioneros de este grupo seguían creyéndolo así pese a que la Gestapo, al igual que la mayoría de sus compañeros de cautiverio, se mofaban de ellos por tal causa. Aunque, para darse importancia, los guardianes se burlaban de estos prisioneros de clase media, al hacerlo no dejaban de sentir cierta angustia. Se daban cuenta de que también ellos per tenecían al mismo estrato de la sociedad.5 La insistencia en la legalidad de la política interna oficial de Alemania probablemente tenía por objeto disipar la inquietud de las clases medias parti darias de los nazis, temerosas de que las acciones ilegales acaba sen por destruir los cimientos de su existencia. E l apogeo de esta farsa sobre la legalidad se alcanzaba cuando los prisioneros de los campos tenían que firmar un documento manifestando que estaban de acuerdo con que se les encerrase y se sentían satisfechos del trato recibido. El hecho no tenía nada de absurdo a ojos de la Gestapo, que hacía gran hincapié en tales documen tos como demostración de que todo se hacía siguiendo cauces normales y legales. Las SS, por ejemplo, gozaban de libertad para matar a los presos, pero no para robarles; en vez de ello obliga ban a los prisioneros a venderles sus pertenencias y a regalar luego el dinero recibido a alguna formación de la Gestapo. Lo que más deseaban los presos de clase media era que de alguna forma se respetase su condición de tales. Lo que más les hería era verse tratados «igual que delincuentes comunes». Al cabo de un tiempo no podían por menos de darse cuenta de su verdadera situación; entonces parecían desintegrarse. A este grupo pertenecían casi todas las personas que se suicidaban en las prisio nes y durante el viaje a los campos. Más adelante fueron miembros de este grupo los prisioneros que se comportaron de forma más antisocial: estafaron a sus compañeros de cautiverio y unos cuan tos se convirtieron en espías al servicio de la Gestapo. Perdieron 5. La mayoría de los soldados y suboficiales de las SS eran muy jóvenes — entre 17 y 20 años— e hijos de agricultores, de pequeños comerciantes o de las capas inferiores del funcionariado. INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 81 sus características de dase media, su sentido del decoro y el res peto a sí mismos; se convirtieron en unos holgazanes y parecie ron desintegrarse como personas autónomas. Ya no parecían capa ces de formarse una pauta de vida propia, sino que seguían las pautas marcadas por otros grupos de prisioneros. Los miembros de las clases altas se mantenían tan apartados como les era posible. También ellos parecían incapaces de acep tar como real lo que les estaba ocurriendo. Expresaban su con vicción de que, dada su importancia, los pondrían en libertad cuanto antes. Esta convicción no se daba entre los presos de clase media, que seguían albergando idéntica esperanza de una pronta liberación, no como individuos, sino como grupo. Los prisioneros de la clase alta nunca formaron un grupo; permanecieron más o menos aislados, cada uno de ellos con un grupo de «clientes» de clase media. Podían mantener su posición superior repartiendo dinero6 y haciendo que sus «clientes» concibieran la esperanza de que les ayudarían una vez recuperada la libertad. Tal esperan za siempre estuvo viva porque era cierto que muchos de los prisioneros de la clase alta salían de la prisión o del campo en un plazo comparativamente breve. Unos cuantos prisioneros de clase alta-alta despreciaban inclu so el comportamiento de los de clase sencillamente alta. No agru paban «clientes», no utilizaban su dinero para sobornar a otros presos, no expresaban ninguna esperanza de que les pusieran en libertad. El número de tales prisioneros era demasiado reducido para formular generalizaciones.7 Parecían despreciar a todos los demás prisioneros tanto como a la Gestapo. Daban la impresión de que, para soportar la vida en el campo, se habían forjado tal sentimiento de superioridad que nada podía afectarles. 6. E l dinero tenía mucha importancia para los prisioneros porque en ciertas ocasiones se les permitía comprar cigarrillos y comida extra. Poder comprar comida significaba evitar la muerte por inanición. Dado que la mayoría de los presos polí ticos y de los criminales, así como muchos prisioneros de clase media, no tenían dinero, se mostraban dispuestos a hacerles la vida mis fácil a los prisioneros ricos que pagaban por ello. 7. E l autor sólo llegó a conocer a tres de ellos: un príncipe bávaro, miembro de la antigua familia real; y dos duques austríacos, parientes muy cercanos del antiguo emperador. E l autor duda que durante d año que pasó en los campos hubiera en ellos más prisioneros de esta dase. 6 . — BETTELBF.I1I 82 SOBREVIVIR En lo que se refiere a los presos políticos, puede que en su ajuste inicial ya hubiese influido otro mecanismo psicológico que más adelante se hizo evidente: muchos líderes políticos de clase media padecían cierto sentimiento de culpabilidad por no haber cumplido con su deber de impedir el auge de los nazis, ya fuese combatiéndolos o instaurando un gobierno democrático o izquier dista tan hermético que los nazis no pudieran vencerlo. Parece ser que este sentimiento de culpabilidad se veía considerablemen te aliviado por el hecho de que los nazis les dieran la importancia suficiente para ocuparse de ellos. Es posible que si tantos prisioneros consiguieron soportar las condiciones de vida en el campo fue porque el castigo que debían sufrir les liberó de gran parte de su sentimiento de culpabilidad. Cabe encontrar indicios de semejante proceso en los comentarios frecuentes con que los prisioneros respondían a las críticas por algún tipo de comportamiento censurable. Por ejemplo, cuando eran objeto de alguna reprimenda por decir palabrotas o pelearse, o por ir sucios, casi siempre contestaban: «No podemos compor tarnos normalmente unos con otros cuando vivimos en estas cir cunstancias». Cuando se les amonestaba por criticar duramente a sus familiares y amigos que seguían en libertad, a los que acusaban de no ocuparse de ellos, respondían: «No es éste lugar para mos trarse objetivo. Cuando recupere la libertad volveré a actuar civilizadamente y valoraré objetivamente el comportamiento de los demás». Parece ser que la mayoría de los prisioneros, por no decir todos, reaccionaban contra la conmoción inicial del arresto hacien do acopio de fuerzas que pudieran ayudarles a mantener la auto estima. El éxito parecía sonreír a los grupos que en su vida ante rior encontraban algo que les sirviera de base para apuntalar su ego. Los miembros de la clase baja obtenían cierta satisfacción de la ausencia de diferencias de clase entre los prisioneros. Los presos políticos veían su importancia confirmada una vez más por el encarcelamiento. Los miembros de la clase alta gozaban, hasta cierto punto, de la oportunidad de actuar como líderes de los presos de la clase media. Los presos que pertenecían a familias «ungidas» se sentían tan superiores a todos los demás seres huma INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 8 3 no en la cárcel como antes fuera de ella. Asimismo, la conmoción inicial parecía mitigar sentimientos de culpabilidad de diversa índole, tales como los producidos por la inactividad política, la ineficacia, el mal comportamientoo las calumnias injustificadas dirigidas contra amigos y parientes. Después de pasar varios días en la prisión, los presos eran trasladados al campo. Durante el transporte se veían expuestos constantemente a diversas clases de tortura. Muchas de éstas de pendían de la fantasía del soldado de las SS que estuviera encar gado del grupo de prisioneros. A pesar de ello, pronto se vio que las torturas seguían una pauta determinada. Los castigos corpora les, consistentes en latigazos, patadas y bofetadas se mezclaban con los tiros y bayonetazos, alternándose con torturas cuyo claro objetivo era producir un agotamiento extremo. Por ejemplo, se obligaba a los presos a mirar fijamente, durante horas y horas, luces deslumbradoras; a permanecer arrodillados durante muchas horas, etcétera. De vez en cuando mataban a un preso. No se per mitía que nadie cuidase sus heridas o las de los demás. Estas torturas se alternaban con los esfuerzos que hacían los vigilantes para obligar a los presos a golpearse mutuamente y para mancillar lo que, según ellos, eran los valores más apreciados por los prisioneros. Se les obligaba, por ejemplo, a maldecir a su Dios, a acusarse a sí mismo de acciones ruines, a acusar a sus esposas de adulterio y prostitución. Esto duraba horas y horas y se repetía en diversas ocasiones. Según informes fidedignos, esta clase de iniciación jamás duraba menos de doce horas y con frecuencia duraba veinticuatro. Si al campo llegaban demasiados presos para poder torturarlos así mientras estaban en tránsito, o si los presos procedían de lugares cercanos, la ceremonia tenía lugar durante su primer día en el campo. El propósito de las torturas era romper la resistencia de los prisioneros y dar a los guardianes la seguridad de ser superiores a aquellos. Ello se desprende del hecho de que cuanto más dura ban las torturas, menos violentos se mostraban los guardianes, que poco a poco se iban calmando hasta que al final incluso 84 SOBREVIVIR hablaban con los prisioneros. Cuando un nuevo guardián se hacía cargo de todo volvían a empezar los actos de terror, aunque con menor violencia que al principio, y el nuevo se tranquilizaba antes que su predecesor. A veces llegaba un grupo en el que había prisioneros que ya habían pasado por el campo. A estos presos no los torturaban si podían presentar pruebas de que ya habían estado en el campo. Que el momento de estas torturas estaba previsto lo demuestra el hecho de que durante el traslado del autor al campo, tras doce horas durante las cuales hubo entre los prisioneros diversos muertos y heridos a causa de las torturas, llegó la orden de no seguir maltratando a los presos. A partir de entonces nos dejaron más o menos en paz hasta la llegada al campo, momento en que otro grupo de guardianes reanudó los malos tratos. Es difícil saber a ciencia cierta qué pasaba por la cabeza de los prisioneros durante el tiempo que estaban sometidos a tales torturas. La mayoría de ellos estaban tan agotados que sólo se daban cuenta de parte de lo que ocurría. En general, los pri sioneros recordaban los detalles y no tenían ningún reparo en hablar de ellos, pero no les gustaba hablar de lo que habían sen tido durante las torturas. Los pocos que se brindaban a hablar de ello hacían declaraciones imprecisas que parecían racionalizacio nes tortuosas, inventadas para justificar el hecho de que habían soportado un trato ofensivo para el respeto a sí mismos sin inten tar defenderse. A los pocos que sí trataron de defenderse no fue posible entrevistarlos: habían muerto. E l autor recuerda vivamente que se sentía tremendamente cansado a causa de un bayonetazo recibido en los primeros mo mentos del traslado así como de un fuerte golpe en la cabeza. Ambas heridas provocaron una considerable pérdida de sangre y le dejaron aturdido. A pesar de ello, recuerda muy bien lo que pensó y sintió durante el traslado. Durante todo el rato se estuvo preguntando si un hombre puede soportar tanto sin suicidarse ni < volverse loco. Se preguntó si los guardianes torturaban realmente a los prisioneros como se decía en los libros acerca de los campos de concentración; si los SS eran tan estúpidos que disfrutaban obligando a los presos a deshonrarse o si esperaban quebrantar INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 8 5 su espíritu de resistencia de aquella manera. Observó que los guardianes carecían de fantasía a la hora de escoger el medio de torturar a los prisioneros; que su sadismo estaba falto de imagi nación. Le pareció bastante graciosa la afirmación, repetida una y otra vez, de que los vigilantes no disparaban contra los prisio neros, sino que los mataban a golpes porque una bala costaba seis pfennigs y los presos no valían ni siquiera eso. Resultaba obvio que a los guardianes les impresionaba mucho la idea de que aquellos hombres, la mayoría de los cuales habían sido perso nas influyentes, no valían aquella insignificancia. Parece ser que, basándose en esta introspección, el autor obtuvo fuerza emocional de los siguientes hechos: que las cosas ocurrían de acuerdo con lo que esperaba; que, por lo tanto, su futuro en el campo era previsible, al menos en parte, a juzgar por lo que ya estaba experimentando y lo que había leído; y que los SS eran menos inteligentes de lo que suponía, lo cual a la larga le daría cierta satisfacción. Además, se sintió satisfecho de sí mismo al ver que las torturas no cambiaban su capacidad para pensar ni su punto de vista general. Vistas en retrospectiva, estas consideraciones parecen fútiles, pero es preciso mencionarlas por que, si pidieran al autor que resumiera en una frase cuál fue su problema principal durante toda su estancia en el campo, contes taría: salvaguardar su ego de tal manera que, si su buena suerte le bacía recobrar la libertad, fuese aproximadamente la misma persona que era en el momento de verse privado de ella. Al autor no le cabe ninguna duda de que si consiguió sopor tar el traslado al campo y todo lo que vino a continuación fue porque desde el principio se convenció de que aquellas experien cias horribles y degradantes no le sucedían a «él» como sujeto, sino solamente a «él» como objeto. La importancia de esta acti tud la corroboraron las declaraciones de otros muchos prisioneros, aunque ninguno de ellos quiso llegar al extremo de afirmar cate góricamente que durante el transporte ya había adoptado clara mente una actitud como aquella. Solían expresar sus impresiones en términos más generales, tales como «el problema principal consiste en seguir vivo y sin cambiar», sin concretar a qué se referían con lo de «sin cambiar». A juzgar por los comentarios 8 6 SOBREVIVIR que añadieron, lo que debía permanecer invariable eran las acti tudes y valores generales de la persona. Todos los pensamientos y emociones del autor durante el traslado al campo fueron extremadamente objetivos. Era como ver cosas que solamente le afectaban de modo impreciso. Más tarde averiguó que muchos presos habían sentido la misma obje tividad, como si lo que ocurría no tuviera realmente ninguna im portancia para ellos. Esta objetividad se hallaba extrañamente mez clada con el convencimiento de que «esto no puede ser verdad, estas cosas sencillamente no suceden». No sólo durante el trans porte, sino también durante todo el tiempo que pasaron en el campo los prisioneros tuvieron que convencerse a sí mismos de que aquello sucedía de verdad y no era sólo una pesadilla. Nunca lo conseguían del todo.8 Esta sensación de objetividad, de rechazo de la realidad de la situación en que se encontraban los prisioneros, cabría consi derarla un mecanismo destinado a salvaguardar la integridad de su personalidad. En el campo muchos presos se comportaban como si su vida allí no tuviera ninguna relación con la vida «real»; llegaban a insistir en que aquella era la actitud más acer tada. Lo que decían sobre sí mismos y su valoración del compor tamiento propio y ajeno diferíanconsiderablemente de lo que habrían dicho y pensado fuera del campo. Esta separación de las pautas de comportamiento y las escalas de valores dentro y fuera del campo era tan fuerte que apenas podía abordarse en las con versaciones; era uno de los muchos tabúes que había que evi tar.9 Los sentimientos de los prisioneros podrían resumirse en la 8. Hay muchos indicios de que la mayoría de los guardianes adoptaban una actitud parecida, aunque por motivos distintos. Torturaban a los prisioneros en parte porque les gustaba demostrar su superioridad, y en parte porque sus propios superiores esperaban que lo hiciesen. Pero, como habían sido educados en un, mundo que rechazaba la brutalidad, lo que hacían les ponía nerviosos. Parece , ser que, ante sus actos de brutalidad, también ellos adoptaban una actitud emocional que cabría calificar de «sensación de irrealidad». Después de ser guardianes de campo durante cierto tiempo se acostumbraban al comportamiento inhumano; que daban «condicionados» por el mismo y éste se convertía en parte de su vida «real». 9. Algunos aspectos de este comportamiento se parecen a lo que se denomina «despersonalización». Sin embargo, hay tantas diferencias entre los fenómenos estu diados en este trabajo y el fenómeno de la despersonalización, que no me parece aconsejable utilizar dicho término. INDIVIDUO V MASA EN SITUACIONES LÍM ITE 87 siguiente frase: «Lo que estoy haciendo aquí, o lo que me está sucediendo, no cuenta para nada; aquí todo está permitido mien tras y en la medida en que contribuya a ayudarme a sobrevivir en el campo». Convendría citar otra de las observaciones hechas durante el traslado. Ningún prisionero se desmayó, ya que el desmayo signi ficaba la muerte. En aquella situación concreta el desvanecimiento no era un ardid que la persona utilizaba para protegerse de un dolor intolerable y de esta manera hacer que la vida resultara más fácil, sino que ponía en peligro la existencia del preso porque se daba muerte a todo el que no pudiera obedecer las órdenes. Una vez en el campo la situación cambió y a veces atendían al preso que se desvanecía o, por lo general, dejaban de torturarlo. A causa de ello, los mismos presos que no se habían desmayado durante el transporte lo hacían en el campo, a pesar de haber soportado cosas peores durante el viaje.10 A d a p t a c i ó n Para hacer frente en el campo a experiencias que se ajustaban a los puntos de referencia de su vida normal los prisioneros parecían recurrir a mecanismos psicológicos igualmente normales. Sin embargo, en cuanto una experiencia rebasaba el límite de lo conocido, los mecanismos normales ya no parecían capaces de hacer frente a la misma y se necesitaban otros nuevos. La expe riencia vivida durante el transporte fue una de las que rebasaban los puntos de referencia normales y cabe calificar de «inolvidable, pero irreal» la reacción ante ella. Los sueños del prisionero eran indicio de que no eran los mecanismos de costumbre los que hacían frente a las experien cias extremas. Muchos sueños expresaban agresión contra los 10. Recuerdo claramente que durante el viaje deseé desmayarme para no seguir sufriendo. Pero, al igual que los demás prisioneros, no me desmayé. Durante el año que pasé en los campos también deseé desmayarme algunas veces, pero no lo conseguí. Probablemente lo que me impidió perder el conocimiento fue que sabía los peligros que entrañaba el no poder observar lo que ocurría para reaccionar del modo apropiado a ello. 88 SOBREVIVIR miembros de las SS, una agresión que generalmente se combinaba con la realización del deseo de tal manera que el prisionero se desquitaba de los guardianes. Resulta interesante el hecho de que la razón por la que se vengaba, suponiendo que en aquellos sue ños pudiera advertirse una razón concreta, consistía siempre en alguna vejación comparativamente leve, nunca en una experiencia extrema. El autor ya había experimentado previamente una lenta per- laboración de un trauma en sueños.11 Daba por sentado que, des pués del traslado, sus sueños seguirían la pauta consistente en la repetición del suceso traumático hasta su desaparición final. Quedó atónito al comprobar que sus sueños no le mostraban los hechos más horribles que había presenciado. Preguntó a muchos prisio neros si soñaban con el traslado y no pudo encontrar ni uno que recordase haberlo hecho. Actitudes parecidas a las adoptadas ante el transporte también cabía observarlas en otras situaciones extremas. En una terrible noche de invierno, en medio de una tormenta de nieve, se castigó a todos los prisioneros obligándoles a pasar varias horas a la intemperie, en posición de firmes y sin abrigo (en realidad nunca lo llevaban).12 El castigo se les impuso después de trabajar más de doce horas al aire libre y sin que apenas hubiesen comido. Se amenazó a los prisioneros con obligarles a permanecer de aque lla manera toda la noche. Cuando ya habían muerto unos veinte prisioneros a causa del frío, la disciplina se vino abajo. Las amenazas de los guardianes no surtieron efecto. Verse expuesto a las inclemencias del tiempo era una tortura terrible; ver que tus amigos morían sin poder hacer nada por ellos, tener muchas probabilidades de correr la 11. E l trauma había consistido en un accidente de coche tan grave que al principio creyeron que no se salvaría. 12. E l castigo se impuso porque dos prisioneros habían tratado de fugarse. En tales casos siempre se castigaba severamente a todos los prisioneros, para que en lo sucesivo revelasen los secretos que llegaran a su conocimiento, ya que, de no hacerlo, sufrirían un castigo. Se pretendía que cada preso se sintiese respon sable de los actos de los demás. Esto concordaba con el propósito de los SS de obligar a los prisioneros a sentir y actuar como grupo y no como individuos. Los dos fugitivos fueron capturados y ahorcados en presencia de todos los demás prisioneros. INDIVIDUO y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 89 misma suerte, eso creaba una situación parecida a la del trans porte, sólo que ahora los presos tenían más experiencia con los SS. La resistencia abierta era imposible, como lo era también hacer algo concreto por salvarse. Una sensación de indiferencia total se apoderó de los prisioneros. Les daba igual que los SS los matasen a tiros; se mostraban indiferentes a las torturas que les infligían los guardianes. Los SS ya no tenían ninguna autoridad; se había roto el hechizo del temor y la muerte. Volvía a ser como si lo que sucedía no tuviera «realmente» nada que ver con tigo. Volvía a existir una escisión entre el «yo» a quien le suce día y el «yo» a quien en realidad no le importaba y que era sólo un observador vagamente interesado pero esencialmente objetivo. Pese a lo lamentable de su situación, los prisioneros se sentían libres de temor y, por consiguiente, más felices que en cualquier otro momento de su estancia en el campo. Mientras que el carácter extremo de la situación probable mente fue la causa de la escisión antes citada, varias circunstan cias se combinaron para crear la sensación de felicidad en los prisioneros. Obviamente resultaba más fácil soportar experiencias desagradables cuando todos se encontraban en «el mismo barco». Además, como todo el mundo estaba convencido de que sus probabilidades de salvarse eran escasas, cada individuo se sentía más heroico y dispuesto a ayudar a los demás que en otras situa ciones, donde ayudar a los demás quizá le habría hecho correr algún peligro. Este ayudar y recibir ayuda animaba a los prisio neros. Otro factor era que no sólo ya no temían a los SS sino que por el momento éstos habían perdido su poder sobre ellos, ya que los guardianes parecían poco dispuestos a matar a tiros a todos los prisioneros.13 Después de que muriesen más de ochenta reclusos y varios centenares tuvieran las extremidades tan congeladas que más ade lante fue necesario amputárselas, se permitió que los prisionerosvolvieran a sus barracones. Estaban completamente agotados, pero 13. Ésta fue una de las ocasiones en que se hicieron evidentes las actitudes antisociales de ciertos presos de clase media que mencionamos anteriormente. Algunos de ellos no compartían aquel espíritu de ayuda mutua y algunos incluso trataban de aprovecharse de los demás. 90 SOBREVIVIR no experimentaron el sentimiento de felicidad que algunos de ellos esperaban. Se sentían aliviados al ver que la tortura había terminado, pero al mismo tiempo tenían la impresión de que ya no estaban libres del miedo y de que ya no podían confiar en la ayuda de los demás. Ahora cada prisionero se encontraba compa rativamente más seguro en tanto que individuo, pero había perdi do la seguridad producida por el hecho de pertenecer a un grupo unificado. También este acontecimiento fue tratado libremente, de manera objetiva, y de nuevo el análisis quedó restringido a los hechos; raras veces se hizo mención de los pensamientos y emociones de los prisioneros durante aquella noche. E l suceso y sus detalles no cayeron en el olvido, pero no quedaron vincu lados con ninguna emoción especial; tampoco aparecieron en sueños. Las reacciones psicológicas ante acontecimientos que se ajus taban más a lo normalmente comprensible diferían marcadamente de las reacciones provocadas por acontecimientos extremos. Los presos tendían a afrontar los hechos menos extremos del mismo modo que lo hubieran hecho fuera del campo. Por ejemplo, si un castigo no se apartaba de lo normal, el preso parecía avergon zarse y procuraba no hablar del asunto. Una bofetada resultaba embarazosa, algo sobre lo que no debía hablarse. A los guardia nes que les habían atizado patadas, bofetadas o insultado de pala bra los presos los odiaban más que al guardián que había herido gravemente a un recluso. En este caso se acababa odiando al SS como tal, pero no tanto al individuo que infligía el castigo. Es obvio que esta diferenciación no era razonable, pero parecía ine vitable. Uno albergaba sentimientos de agresividad mucho más hondos y violentos contra determinados hombres de la SS que habían cometido actos ruines de poca importancia que contra otros guardianes que habían actuado de forma mucho más terrible. Hay que aceptar con cautela la explicación tentativa que de este extraño fenómeno se da seguidamente. Parece ser que todas las experiencias que hubiesen podido ocurrir durante la vida «nor mal» del preso provocaban una reacción «normal». Los reclusos, por ejemplo, se mostraban especialmente sensibles a los castigos parecidos a los que un padre o una madre hubiera podido infligir INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 91 a su hijo. Castigar a un niño encajaba en su marco «normal» de referencia, pero verse sometido a semejante castigo destruía el marco de referencia del adulto. En consecuencia, la reacción no era la propia de un adulto sino la de un niño: embarazo y ver güenza, emociones violentas, impotentes e incontrolables dirigi das, no contra el sistema, sino contra la persona que infligía el castigo. Puede que uno de los factores causantes de ello fuese que cuafnto más duro era el castigo, mayor era la probabilidad de recibir apoyo amistoso que ejercía una influencia consoladora. Además, si el sufrimiento era grande, se tenía la impresión, más o menos acentuada, de ser un mártir que padecía por una causa, y se supone que al mártir no le molesta su condición de tal. A propósito, esto plantea la cuestión de cuáles son los fenó menos psicológicos que permiten someterse al martirio y que inducen a otros a aceptarlo como tal. Se trata de un problema que va más allá de los límites del presente artículo, pero cabe hacer algunas observaciones relativas a él. Los prisioneros que como tales morían a causa de las torturas no eran considerados mártires a pesar de sufrir martirio a causa de sus convicciones políticas. En cambio sí se aceptaba como mártires a los que su frían por tratar de proteger a los demás. Generalmente los SS lograban impedir la creación de mártires, ya fuese gracias a su percepción de los mecanismos psicológicos correspondientes o a causa de su ideología antiindividualista. Si intentaba proteger a un grupo, el preso podía morir a manos de un guardián, pero si lo sucedido llegaba a conocimiento de la administración del cam po, entonces se aplicaba siempre a todo el grupo un castigo más severo del que se le tenía reservado. De esta manera el grupo recibía mal los actos de un protector, ya que se le hacía sufrir por ellos. Se evitaba así que el protector se convirtiera en líder o mártir en torno al cual se hubiese podido formar la resistencia colectiva. Volvamos a la cuestión inicial sobre por qué los presos odia ban más las jugarretas de poca monta por parte de los guardianes -que las experiencias extremas. Al parecer, si un preso era malde cido, abofeteado y avasallado «como un niño» y si, al igual que un niño, no podía defenderse, el hecho resucitaba en él unas 92 SOBREVIVIR pautas de comportamiento y unos mecanismos psicológicos que se le habían formado durante la infancia. Entonces, al igual que un niño, era incapaz de ver el trato recibido dentro del contexto general del comportamiento de las SS y su odio se dirigía al indi viduo de las SS. Juraba que se «vengaría» del SS, bien a sabien das de que ello era imposible. Semejante prisionero no podía adoptar una actitud objetiva ni efectuar una valoración de la misma índole que le hubiese hecho comprender que su sufri miento era de poca importancia comparado con otras experiencias. En tanto que grupo, los prisioneros adoptaban la misma acti tud ante los sufrimientos menores: no sólo no ofrecían ayuda, sino que, por el contrario, culpaban al preso de haber acarreado sobre sí sus sufrimientos por su estupidez al no dar la respuesta que se esperaba de él, por dejarse atrapar, por no ser lo bastante cuidadoso, en una palabra, le acusaban de ser como un niño. Así, la degradación del prisionero a causa de ser tratado como un niño tenía lugar, no sólo en su mente, sino también en las mentes de sus compañeros de cautiverio. Esta actitud se extendía a los pequeños detalles. Por ejemplo, a un preso no le molestaba que los guardianes le maldijesen cuando ello ocurría durante una experiencia extrema, pero odiaba a los SS por el mismo motivo, y se avergonzaba de soportarlo sin contestar, cuando los insultos acompañaban algún maltrato de menor importancia. Hay que hacer hincapié en que la diferencia entre las reacciones provocadas por sufrimientos leves y sufri mientos graves parecía desaparecer poco a poco con el paso del tiempo. Este cambio en las reacciones no era más que una de las muchas diferencias entre los prisioneros veteranos y los recién ingresados o nuevos. Convendría citar unas cuantas más. P r i s i o n e r o s v e t e r a n o s y n u e v o s En las páginas siguientes utilizamos las palabras «prisioneros nuevos» para referirnos a los que aún no habían pasado más de un año en el campo; los «veteranos» eran los que llevaban cuan do menos tres años allí. En lo que se refiere a los prisioneros INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 93 veteranos, el autor sólo puede ofrecer observaciones, pero ningún dato basado en la introspección. Ya hemos dicho que la principal preocupación de los nuevos prisioneros era, al parecer, conservar intacta su personalidad y volver al mundo exterior siendo aún la misma persona que había salido de él; todos sus esfuerzos emocionales iban dirigidos al mismo objetivo. Los prisioneros veteranos parecían preocuparse principalmente por el problema de cómo vivir lo mejor posible dentro del campo. Una vez adoptada esta actitud, todo cuanto les sucedía, incluso las peores atrocidades, era «real» para ellos. Ya no existía una escisión entre la persona a la que le ocurrían cosas y la que se limitaba a observarlas. Una vez se llegaba a la fase de aceptar como «real» todo cuanto sucedíaen el campo, todos los indicios empujaban a pensar que entonces los presos temían volver al mundo exterior. No lo reconocían directamente, pero por lo que decían se com prendía que apenas contaban con volver al mundo exterior, ya que estaban convencidos de que solamente un cataclismo, una guerra o una revolución a escala mundial podría liberarlos y dudaban de que aún entonces consiguieran adaptarse a la nueva vida. Parecían conscientes de lo que les había sucedido mientras envejecían en el campo. Se daban cuenta de que se habían adap tado a la vida en el campo y eran más o menos conscientes de que tal proceso había producido un cambio fundamental en su personalidad. La demostración más drástica de ello la dio un importante político radical alemán, ex-líder del partido socialista indepen diente en el Reichstag. Declaró que, según su experiencia, nadie podía vivir en el campo más de cinco años sin cambiar sus acti tudes tan radicalmente que ya no era posible considerarle la misma persona de antes. El preso en cuestión afirmó que no veía ninguna razón para seguir viviendo cuando su «vida real» consistía en estar preso en un campo de concentración, y añadió que no podía adoptar las actitudes y pautas de comportamiento que veía en los prisioneros veteranos. Así, pues, había decidido suicidarse al cumplirse el sexto aniversario de su internación en el campo. Al llegar el día indicado, sus compañeros procuraron 94 SOBREVIVIR tenerle vigilado, pero a pesar de ello consiguió realizar su pro pósito. Existían, por supuesto, variaciones considerables en el tiempo que necesitaban los distintos individuos para hacer las paces con la idea de que tendrían que pasar el resto de su vida en el campo. Algunos se volvían parte de la vida en el campo bastante pronto, otros probablemente nunca lo consiguieron. Cuando llegaba un nuevo prisionero, los veteranos intentaban enseñarle unas cuantas cosas que podían serle de utilidad para adaptarse. A los recién llegados se les decía que intentasen por todos los medios sobre vivir en los primeros días y que no dejasen de luchar por la vida, que resultaría más fácil cuanto más tiempo pasaran en el campo. Los presos veteranos decían: «Si sigues vivo a los tres meses, seguirás vivo dentro de tres años». El índice anual de mortalidad, próximo al 20 por 100, se debía en su mayor parte al elevado número de prisioneros que no sobrevivían a las primeras tres semanas en el campo, ya fuese porque no querían sobrevivir adaptándose a aquella vida o porque no podían hacerlo.14 El tiempo que tardaba un prisionero en dejar de considerar real la vida de fuera del campo dependía en gran medida en la fuerza de los vínculos emocionales que le unían a sus familiares y amigos. La aceptación de la vida en el campo como «real» exi gía siempre un mínimo de dos años aproximadamente. Incluso entonces la persona seguía anhelando ostensiblemente recuperar la libertad. Algunos de los indicios de que había cambiado la actitud del preso eran: ver que éste intentaba encontrar un lugar mejor en el campo en vez de establecer contacto con el exterior; 15 que evitaba las especulaciones en torno a su familia o a la situa 14. Los prisioneros encargados de los barracones llevaban la cuenta de lo que les ocurría a los habitantes de los mismos. De esta manera resultaba comparativa mente fácil saber cuántos de ellos morían y cuántos eran puestos en libertad. Los primeros estaban siempre en mayoría. 15. Los prisioneros recién llegados se gastaban todo el dinero en intentos de sacar cartas del campo o de recibir mensajes no censurados. Los presos veteranos no utilizaban el dinero para estos fines, sino para conseguir puestos de trabajo «cómodos» para sí mismos, tales como prestar servicios en las oficinas del campo o en Ips talleres, donde al menos quedaban protegidos de las inclemencias del tiempo. INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍM ITE 95 ción mundial; que concentraba todo su interés en los aconteci mientos que tenían lugar dentro del campo.16 Cuando el autor expresaba a los prisioneros veteranos la sor presa que le producía ver su aparente falta de interés por su vida futura fuera del campo, con frecuencia reconocían que ya no les era posible imaginarse a sí mismos viviendo fuera de allí, toman do sus decisiones libremente, cuidando de sí mismos y de sus familias. Y no era éste el único cambio que podía observarse en ellos. Se advertían otras diferencias entre los presos veteranos y nuevos en sus esperanzas ante el porvenir, en el grado de su regresión a un comportamiento infantil y en otras muchas cosas. Sin embargo, al considerar estas diferencias entre prisioneros ve teranos y nuevos, hay que tener presente que existían grandes variaciones individuales y que las categorías están interrelacio- nadas, por lo que todas las afirmaciones son forzosamente aproxi madas y generales. Normalmente los presos nuevos eran los que recibían más cartas, dinero y otras atenciones del mundo exterior. Sus familias intentaban liberarlos por todos los medios posibles, pese a lo cual los presos siempre las acusaban de no hacer lo suficiente, de haberles traicionado y engañado. Estos presos lloraban ante una carta en la que les contaban los esfuerzos que habían hecho para liberarlos, pero a los pocos momentos maldecían al enterarse de que habían vendido sin su permiso algo que les pertenecía. Echa ban pestes de aquellos parientes que «evidentemente» les consi deraban «muertos ya». Hasta el más pequeño cambio en su ante rior mundo privado adquiría una importancia tremenda. Puede que se hubiesen olvidado de los nombres de algunos de sus mejo res amigos,17 pero cuando se enteraban de que éstos se habían 16. Sucedió que en un mismo día se supo la noticia de que el presidente Roosevelt había pronunciado un discurso denunciando a Hitler y a Alemania y corrieron rumores de que un oficial de la Gestapo iba a ser reemplazado por otro. Los presos nuevos comentaron el discurso con gran excitación, sin prestar oído a los rumores; los prisioneros veteranos no hicieron ningún caso del discurso y dedi caron todas sus conversaciones al cambio de oficiales. 17. Esta tendencia a olvidar nombres, lugares y acontecimientos fue un fenó meno interesante que no se explica atendiendo solamente al agotamiento físico de los prisioneros. 96 S O B R E V IV IR mudado, los prisioneros se mostraban terriblemente consternados y no había forma de consolarlos. Esta ambivalencia de los nuevos prisioneros en relación con sus familias parecía ser el resultado de un mecanismo menciona do anteriormente. El deseo del preso de volver al mundo exacta mente como antes era tan fuerte que le hacía temer cualquier cambio, por muy insignificante que fuera, de la situación que habían dejado atrás. El preso quería que sus bienes terrenales estuvieran a salvo, sin que nadie los tocase, aunque en aquellos momentos no le sirvieran de nada. Es difícil decir si este deseo de que todo permaneciera inva riable se debía a que los presos eran conscientes de lo difícil que podía resultarles ajustarse a una situación totalmente cambiada en su casa, o bien si la explicación residía en algún tipo de pen samiento mágico parecido a este: «Si nada cambia en el mundo en que vivía, entonces tampoco cambiaré yo». Es posible que de esta manera los prisioneros intentasen contrarrestar su te mor de estar cambiando. Por consiguiente, las reacciones violentas ante los cambios habidos en sus familias eran la expresión disimulada de su certe za de estar cambiando. Probablemente lo que les enfurecía no era solamente el cambio en sí, sino también el hecho de que éste entrañaba una posición nueva en el seno de su familia. Antes sus familiares dependían de las decisiones que ellos, los presos, toma ban; ahora eran ellos los que se encontraban en situación de dependencia. A su modo de ver, la única probabilidad de recu perar su condición de cabeza de familia estribaba en que laestructura familiar siguiera igual a pesar de su ausencia. Además, conocían las actitudes de la mayoría de los extraños ante aquellos que habían estado en la cárcel. En realidad, aunque la mayoría de las familias se comportó decentemente con aquellos de sus miembros que estuvieron en los campos de concentración, no por ello dejaron de plantearse problemas muy graves. Durante los primeros meses tales familias gastaban mucho dinero, a menudo más del que podían gastar, intentando liberar al prisionero. Cuando suplicaban a los agentes de la Gestapo que pusieran en libertad a sus parientes (tarea INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 97 desagradable en el mejor de los casos) una y otra vez Ies contesta ban que el preso estaba encerrado por su propia culpa. Más ade lante les costaba encontrar empleo porque uno de los suyos era sospechoso; sus hijos tenían problemas en la escuela; se les excluía de la beneficencia pública. Así, pues, es natural que a estas familias llegase a molestarlas el hecho de que uno de los suyos estuviera en el campo de concentración. No recibían mucha compasión de sus amigos, ya que la pobla ción alemana en general adoptó ciertos mecanismos de defensa ante el hecho de los campos de concentración. Los alemanes no podían soportar la idea de vivir en un mundo donde el ciudadano no estaba protegido por la ley y el orden. Sencillamente no que rían creer que los prisioneros de los campos no hubiesen come tido crímenes horrendos, ya que la forma en que se les estaba castigando sólo permitía llegar a esta conclusión. De esta manera tuvo lugar un lento proceso de alienación entre los reclusos y sus familiares, pero en lo referente a los presos recién llegados, el proceso no hacía más que empezar. Se nos plantea la pregunta de cómo podían los presos culpar a sus familias por cambios que en realidad ocurrían en ellos mis mos y de los que eran los causantes involuntarios. Quizás el hecho de que los presos tuvieran que soportar tantos castigos y penalidades les impedía aceptar culpa alguna. Tenían la impresión de que ya habían expiado toda falta anterior en sus relaciones con la familia y los amigos, así como los posibles cambios que en ellos se produjeran. De esta manera los prisioneros se libraban de la responsabilidad de tales cambios y de cualquier sentimien to de culpabilidad; por consiguiente, se sentían más libres de odiar a los demás, incluyendo a sus familiares, por sus propios defectos. Esta sensación de haber expiado todas sus culpas no dejaba de tener cierta justificación. Al inaugurarse los primeros cam pos de concentración, los nazis encerraron en ellos a sus enemigos más prominentes. Pronto agotaron sus reservas de tales enemigos, ya que éstos habían muerto, estaban en las cárceles o los campos, o habían emigrado. A pesar de todo, necesitaban una institución con la que amenazar a los oponentes del sistema, toda vez que 98 S O B R E V IV IR eran demasiados los alemanes que no estaban satisfechos con el mismo. Meterlos a todos en la cárcel hubiese interrumpido el funcionamiento de la producción industrial, cuya defensa cons tituía uno de los objetivos primordiales de los nazis. Así que, si un sector de la población se hartaba del régimen nazi, se selec cionaban unos cuantos miembros del mismo y se les recluía en el campo de concentración. Si los abogados se impacientaban, varios centenares de ellos eran enviados al campo; lo mismo les suce día a los doctores cuando la profesión médica mostraba síntomas de rebelión, etcétera. La Gestapo llamaba «acciones» a estos castigos colectivos. El sistema se puso en marcha durante el período 1937-1938, cuando Alemania se preparaba para la anexión de países extranjeros. Durante la primera de estas «acciones» solamente se castigó a los líderes de los grupos de oposición. Sin embargo, con ello se creó la impresión de que el simple hecho de pertenecer a uno de aquellos grupos no era peligroso, puesto que solamente castigaban a los líderes. La Gestapo no tardó en modificar el sistema para seleccionar a los castigados de manera que representasen los diver sos estratos del grupo. El nuevo procedimiento tenía la ventaja de sembrar el terror entre todos los miembros del grupo y per mitía también castigarlo y destruirlo sin tener que tocar al líder si por alguna razón parecía inoportuno hacerlo.18 Aunque a los prisioneros nunca les decían la razón exacta de su encarcelamien to, los que estaban encerrados como representantes de un grupo llegaban a saberla. La Gestapo interrogaba a los presos para obtener información sobre sus parientes y amigos. A veces, durante los interrogatorios, los prisioneros se quejaban de que a ellos les hubiesen encerrado mientras seguían en libertad enemigos más prominentes del nazis mo. Les contestaban que su mala suerte había querido que sufrie 18. En cierto momento, un movimiento de oposición a la regimentación nazi de las actividades culturales se centró en tomo a la persona del famoso director de orquesta Furtwangler, quien personalmente se inclinaba a favor del nazismo pero criticaba su política cultural. Furtwangler nunca fue castigado, pero el grupo fue desarticulado mediante el encarcelamiento de una sección representativa del mismo. De esta manera el famoso músico se encontró convertido en un líder sin seguidores y el movimiento perdió fuerza. INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 99 ran como miembros de un grupo, pero que tendrían ocasión de ver en el campo a todos los demás miembros del mismo si éste no aprendía a comportarse mejor al ver la suerte que ellos corrían. Aquellos presos, por lo tanto, pensaban con razón que estaban expiando las culpas de los demás. Sin embargo, los extra ños no lo veían así. El hecho de no recibir la atención especial que creían merecer aumentaba el resentimiento de los presos contra el mundo exterior. Pero incluso cuando lanzaban quejas y acusaciones contra parientes y amigos, a los nuevos prisioneros siempre les gustaba hablar de ellos, de su posición en el mundo exterior y de sus esperanzas para el futuro. A los prisioneros veteranos no les gustaba que les recordasen su familia y amigos. Cuando hablaban de ellos lo hacían de mane ra muy objetiva. Les gustaba recibir cartas, pero no tenía mucha importancia para ellos, en parte porque habían perdido el con tacto con los acontecimientos que en ellas les contaban. Hemos dicho que en cierta medida se daban cuenta de que les resultaría difícil volver a la normalidad, pero había que tener en cuenta otro factor: el odio de los presos hacia todos los que vivían fuera del campo y que «disfrutaban de la vida como si no nos estuviéra mos pudriendo allí». En la mente de los reclusos este mundo exterior que seguía viviendo como si nada hubiese pasado lo representaban las perso nas a las que conocían, es decir, sus parientes y amigos. Pero incluso este odio aparecía muy templado en los prisioneros vete ranos. Daba la impresión de que, si bien se habían olvidado de amar a sus familiares, también habían perdido la capacidad para odiarlos. Los presos veteranos habían aprendido a dirigir contra sí mismos gran parte de su agresividad, con lo que evitaban con flictos con los SS, mientras que los presos recién llegados dirigían aún su agresividad hacia el mundo exterior y, cuando no les vigilaban, contra los SS. Los prisioneros veteranos no mostraban demasiadas emociones en uno u otro sentido; parecían incapaces de albergar sentimientos intensos con respecto a alguien. A los presos veteranos no les gustaba mencionar su anterior categoría social ni las actividades que llevaban a cabo antes de ingresar en el campo, mientras que los nuevos reclusos tendían 100 SOBRF.VIVIR a jactarse de todo ello, como si quisieran proteger su autoestima mostrando a los demás lo importantes que habían sido, lo cual, de una manera muy obvia, daba a entender que seguían siéndolo. Los prisioneros veteranos parecían haber aceptado su estadode abatimiento y es probable que compararlo con su esplendor de antes (todo resultaba magnífico al lado de la situación en que aho ra se encontraban) fuese demasiado deprimente. En estrecha relación con las opiniones y actitudes de los prisioneros en torno a sus familias se hallaban sus creencias y esperanzas referentes a su vida después de que salieran del cam po. En este sentido los presos se embarcaban muy a menudo en devaneos individuales y colectivos. Entregarse a ellos era uno de los pasatiempos favoritos cuando el clima emocional que impe raba en todo el campo no era demasiado deprimente. Existía una diferencia clara entre los devaneos de los presos nuevos y los de los veteranos. Cuanto más tiempo llevase un preso en el campo, más ajenos a la realidad eran sus devaneos o sueños diurnos. Tanto era así que a menudo las esperanzas de los prisioneros veteranos mostraban un cariz escatológico o mesiánico, lo cual concordaba con su creencia de que sólo un acontecimiento como el fin del mundo les devolvería la libertad. Los presos veteranos soñaban despiertos con la guerra y la revolución mundiales que se aveci naban. Estaban convencidos de que saldrían del gran cataclismo convertidos en los futuros líderes de Alemania y puede que inclu so del mundo. Era lo menos a que les daban derecho sus sufri mientos. Tan ambiciosas expectativas coexistían con una gran vaguedad en torno a su futura vida privada. En sus devaneos tenían la certeza de que serían los futuros secretarios de estado, pero no estaban tan seguros de que seguirían viviendo con su esposa e hijos. Estos sueños diurnos quedan explicados en parte por el hecho de que los prisioneros parecían convencidos de que solamente el desempeño de un alto cargo público les permi tiría recuperar su posición en el seno de la familia. Las esperanzas y expectativas de los nuevos prisioneros en torno a su vida futura se ajustaban mucho más a la realidad. A pesar de la franca ambivalencia que mostraban en relación con INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 1 0 1 sus familias, en ningún momento dudaban de que seguirían viviendo con ellas partiendo del punto en que habían tenido que dejarlas. Tenían la esperanza de que su vida pública y profesional seguiría los cauces anteriores. La mayoría de las adaptaciones a la situación del campo que se han citado hasta el momento fueron ejemplos de comporta miento más o menos individual, según nuestra definición del mismo. De acuerdo con ésta, los cambios que se comentan a con tinuación, especialmente la regresión a un comportamiento infan til, fueron fenómenos de masas o colectivos. El autor opina, ba sándose en parte en la introspección y en parte en sus conversa ciones con los otros presos, pocos, que se daban cuenta de lo que ocurría, que esta regresión no habría tenido lugar de no haber ocurrido en todos los prisioneros. Además, si bien los presos no se metían con la actitud de los demás ante su familia ni con los devaneos ajenos, sí afirmaban su poder como grupo sobre aque llos presos que ponían reparos a las desviaciones del comporta miento adulto normal. A los que no mostraban dependencia infantil respecto de los guardianes los acusaban de ser una ame naza para la seguridad del grupo, acusación que no carecía de fundamento, ya que los SS siempre castigaban al grupo por el mal comportamiento de los individuos que lo integraban. Por con siguiente, esta regresión a un comportamiento infantil resultaba aún más inevitable que los demás tipos de comportamiento que en el individuo imponía el impacto de las condiciones imperan tes en el campo. R e g r e s i ó n Aparecían en los prisioneros unos tipos de comportamiento que son característicos de la infancia o de la primera juventud. Algunos de estos comportamientos se manifestaban poco a poco, otros se imponían inmediatamente a los presos y el paso del tiempo sólo aumentaba su intensidad.\Ya hemos hablado de algu nos de estos ejemplos de comportamiento más o menos infantil, 102 SOBREVIVIR como la ambivalencia ante la familia, el abatimiento, el encontrar más satisfacción en los devaneos que en la acción. Es difícil saber con certeza si algunas de estas pautas de comportamiento las produjo deliberadamente la Gestapo. En otros casos es seguro que así fue, aunque no sabemos si lo hizo de manera consciente. Hemos visto que incluso durante el transporte los presos sufrían la clase de torturas que un padre cruel y dominante podría infligir a un hijo indefenso. Convendría añadir que también se degradaba a los presos por medio de técnicas que se adentraban m u ^ fj^ ^ s ítiM g S n e s infantiles. Se les obliga ba a ensuciarse. En el campo la defecación estaba estrictamente regulada; era uno de los acontecimientos más importantes de cada día, y se comentaba con todo detalle. Durante el día los presos que deseaban defecar tenían que pedir permiso a un guar dián. Parecía que fuese a repetirse el proceso de aprender a con trolar las necesidades. También daba la impresión de que a los guardianes les producía placer la facultad de conceder o negar el permiso para visitar las letrinas (apenas había inodoros). El pla cer de los guardianes tenía su equivalente en el que sentían los prisioneros al visitar las letrinas, ya que, por lo general, allí podían descansar unos instantes, a salvo de los latigazos que les propinaban capataces y guardianes. Sin embargo, no siempre esta ban a salvo, puesto que a veces los guardianes jóvenes y empren dedores disfrutaban molestando a los presos incluso en tales mo mentos. Para hablar entre sí los presos estaban obligados a tutearse, cosa que en Alemania sólo los niños pequeños hacen de manera indiscriminada; no se les permitía emplear ninguno de los nume rosos tratamientos a que están habituados los alemanes de clase media y alta. En contraste con ello, debían dirigirse a los guar dianes con la mayor deferencia, utilizando todas las formas de tratamiento. Al igual que los niños, los presos vivían únicamente en el presente inmediato; perdían la noción del tiempo; se volvían incapaces de trazar planes para el futuro y de renunciar a satis facciones inmediatas para obtener otras mayores más adelante. No podían establecer relaciones directas duraderas. Las amista INDIVIDUO Y MASA EN SITUACIONES LÍMITE 103 des progresaban con la misma rapidez con que se esfumaban. Como si fueran adolescentes, los prisioneros se peleaban encar nizadamente, declaraban que nunca volverían a mirarse ni a diri girse la palabra y a los pocos minutos volvían a ser la mar de ami gos. Eran jactanciosos, contaban historias sobre lo que habían hecho en su vida anterior o sobre la facilidad con que tomaban el pelo a los capataces y guardianes y saboteaban el trabajo. Al igual que niños, no sentían la menor contrariedad ni vergüenza cuando se sabía que todo era falso. Otro factor que contribuía a la regresión a un comporta miento infantil era el trabajo que los presos estaban obligados a realizar. A los nuevos prisioneros en especial se les obligaba a ejecutar tareas estúpidas, tales como acarrear rocas pesadas de un lado a otro y, al cabo de un rato, devolverlas a su lugar de ori gen. En otras ocasiones les ordenaban cavar agujeros con las manos, pese a que había herramientas disponibles. A los prisio neros les molestaban estas tareas sin sentido, aunque lo cierto es que debería haberles sido indiferente que su trabajo tuviera o no utilidad. Se sentían degradados cuando les hacían realizar alguna tarea «infantil» y estúpida, y preferían hacer algo más pesado si con ello producían algo que pudiera calificarse de útil. No cabe la menor duda, al parecer, de que los trabajos que ejecutaban, así como los malos tratos que les infligía la Gestapo, contribuye ron a su desintegración como personas adultas. El autor tuvo ocasión de entrevistar a varios prisioneros que antes de ser internados en el campo ya habían pasado unos cuan tos años en la cárcel, algunos
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