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Sentido de un Marco Español para la Buena Dirección en la problemática actual de la dirección escolar 1 El ejercicio de la dirección escolar como liderazgo pedagógico, de acuerdo con la investigación y los estudios internacionales, es un factor de primer orden en la calidad educativa. Sin embargo, en España el tema languidece y muestra graves déficits para dinamizar e incidir en la mejora de sus respectivos centros educativos. Dado que no cabe esperar propuestas externas atractivas y transformadoras de la situación; los propios directivos, a través de sus asociaciones y con el apoyo de la Universidad, han decidido hacer su propio Marco Español para la Buena Dirección (MEBD). Antonio Bolívar Universidad de Granada *** A medida que nos alejábamos de la modernidad, las reformas externas han ido perdiendo su potencialidad para cambiar la realidad educativa. En su lugar, el centro escolar, su autonomía y su articulación por la dirección, se han ido convirtiendo en dimensión clave en las políticas de mejora (Bolívar, 2012). La unidad llamada “escuela” tiene efectos diferenciales, como se constata a nivel de evaluaciones, en el modo como se lleva a cabo la educación y en la calidad del aprendizaje ofrecido. Como ejemplo reciente, México, envuelto en una amplia reforma educativa de un sistema en exceso burocratizado y centralizado, en el “nuevo Modelo Educativo” propone una nueva gobernanza, que situa a “la escuela en el centro del sistema”, con un nuevo papel de la dirección y supervisión escolar, enfocado en un liderazgo pedagógico al servicio de las necesidades específicas de cada escuela. Pero la escuela, como organización, está débilmente articulada (cada uno su grupo y su aula) y las prácticas docentes individuales dependen del voluntarismo de cada docente y la confianza; por lo que lleva poco lejos declarar que la escuela es la unidad de cambio si, al tiempo, no se articula como como tal unidad. Los dos modos actuales y complementarios para cohesionar las escuelas son: (a) un liderazgo educativo, compartido y distribuido; (b) capacidad profesional colectiva, configurada en una comunidad de aprendizaje, mediados ambos por un Proyecto Institucional de escuela. El efecto diferencial de una buena dirección pedagógica Sabemos por experiencia que, aparte de otros factores confluyentes, no cabe un buen centro escolar sin una dirección pedagógica competente, evidencia que la investigación ha demostrado suficientemente. Así, en un estudio desarrollado por la Wallace Foundation (Leithwood, Louis et al., 2004) se mostró, como reiteradamente se ha ido 1 Publicado en la revista Organización y Gestión Educativa, 26 (2), 20-23, 2018. repitiendo con posterioridad, que “el liderazgo ocupa el segundo lugar, tras la enseñanza en el aula, entre todos los factores relacionados con la escuela que contribuyen a lo que los estudiantes aprenden en la escuela” (p. 5) y “sus efectos suelen ser mayores donde y cuando más se necesitan”. Por eso, el efecto del liderazgo escolar en la mejora es aún mayor en aquellas escuelas que trabajan en contextos de riesgo o vulnerabilidad social. Todo un cúmulo de investigaciones (Robinson et al., 2014) han ido mostrando que el liderazgo de los equipos directivos, cuando está centrado en lo pedagógico, logra explicar un incremento significativo de los resultados de aprendizaje, jugando un papel decisivo en hacer más inclusiva la escuela. Esta magnitud, si bien es menor que el impacto que tiene el trabajo que los profesores realizan directamente dentro del aula, operaría conformando una cadena de influencias para la mejora educativa y el logro de los aprendizajes. El conocimiento acumulado en las últimas décadas por la investigación educativa ha permitido consensuar un conjunto de dimensiones (y prácticas) que conforman un liderazgo pedagógico, por sus efectos en la mejora de prácticas de los profesores y, por ende, en los logros académicos de los estudiantes. Este relevante papel que puede jugar en la mejora ha provocado que, en la última década, el liderazgo de la dirección escolar está en un proceso de revisar sus fundamentos y tareas futuras, particularmente en contextos como el español, donde la responsabilidad principal de los líderes no es la mejora del aprendizaje de los alumnos. Un liderazgo centrado en lo pedagógico, en lugar de la administración o gestión, toma como tarea nuclear de su acción establecer entornos que pueden favorecer las prácticas docentes y, con ello, mejorar la enseñanza y el aprendizaje. Los líderes eficaces utilizan estratégicamente los recursos para priorizar los objetivos de enseñanza; establecer metas y expectativas claras, y asegurar un ambiente ordenado y de apoyo para enseñanza, como propone el MEBD. El papel de la dirección escolar y del conjunto de líderes de una escuela, en un contexto distribuido, centrado en el aprendizaje, es siempre indirecto o mediado, puesto que no puede suplir al profesorado, ni ejercer por ellos. Este se cifra, como ha puesto de manifiesto la investigación, en facilitar un contexto, condiciones y propósitos compartidos que fomenten el aprendizaje y desarrollo docente. Como señala Day (2017, p. 149); “Nadie está en mejor posición para influir, directa e indirectamente, en la calidad de los docentes que el director de la escuela”. En fin, como sabemos, muchos factores intervienen en una mejora de la educación, pero si hemos de comenzar por alguno que tenga una incidencia más directa, sin duda es la dirección escolar. Así lo pensó aquel célebre informe de la OCDE de 2008 sobre Mejorar el liderazgo escolar. Entre las prácticas y políticas para mejorar la dirección escolar se precisa redefinir sus responsabilidades y rol, su formación, modo de acceso y profesionalización, haciendo atractivo el liderazgo escolar para los mejores docentes. Todo eso implica alterar sus atribuciones, papel y responsabilidades. Las Asociaciones de Directivos de Primaria y Secundaria lo llevan reclamando desde hace tiempo. La débil capacidad de liderazgo pedagógico de la dirección escolar en España La dirección escolar en España, por diversas razones, en las últimas décadas ha ido evidenciando graves déficits para dinamizar e incidir en la mejora de sus respectivos centros educativos. Agotado –como decíamos antes– un modelo burocrático- administrativista de gestión escolar, son los propios centros escolares y sus líderes y equipos directivos los que, prioritariamente, deben responsabilizarse de los resultados y, consiguientemente, generar los correspondientes procesos de mejora. De acuerdo con las orientaciones reflejadas en las experiencias y literatura internacional, la agenda próxima es pasar de una dirección limitada a la gestión a un liderazgo educativo o dirección pedagógica. Mientras tanto, en España, el modelo heredado de dirección escolar languidece, sin que aparezcan propuestas alternativas atractivas. Su carácter colegiado no ha dado lugar a una mayor participación ni –por otro– a un ejercicio distribuido o compartido. Año tras año esperando que se presenten candidatos, en muchos casos has sido la Administración la que los ha ido designando para cumplir y hacer cumplir lo legislado, que para dinamizar proactivamente sus respectivos centros. Una cultura escolar ya asentada ha impedido, en gran medida, que los directivos escolares puedan ejercer un liderazgo pedagógico sin incidir en la mejora de resultados de la escuela. Comparativamente con otros países nuestro nivel es de los más bajos. Un informe reciente de la OCDE (2015: 89) así lo certifica: El compromiso de los directores escolares en el liderazgo educativo varía asimismo de un país a otro de la OCDE; los directores escolares de Australia, Canadá, Estados Unidos, Reino Unido declaran mayor nivelde liderazgo educativo, mientras que Francia, Japón, España y Suiza son los que refieren tener el nivel más bajo (Figura 4.3), Los directores escolares en España, a diferencia de lo que pasa en el ámbito anglosajón, en muchas ocasiones cuentan con escasa capacidad de acción sobre el personal a su cargo, lo que limita gravemente lo que pueden hacer en este terreno. Se precisan, pues, políticas de fortalecimiento del rol directivo para converger progresivamente con lo que refleja la investigación actual sobre el tema y las experiencias más destacables en países que progresan en una mejora de los resultados educativos. En esta situación, la LOMCE ha pretendido retrotraernos, al margen de las tendencias más potentes internacionalmente, a una regulación burocrática de la administración educativa (asegurar su nombramiento y dependencia por parte de ésta), sin renunciar a tendencias no-burocráticas de rendimiento de cuentas que requieren una amplia autonomía en la gestión, en un contexto general de recentralización. Pero las alternativas no pueden ser reafirmar la situación precedente, como si nada hubiera pasado en estos treinta años. Así en el “Documento de Bases para una nueva Ley de Educación” del Foro “Por otra política educativa”, se dice en un apartado 6, volver a un “modelo de equipo directivo representativo, democrático, paritario, colegiado, voluntario y renovable, con un límite de tiempo en el desempeño del cargo”. Se puede decir frente a la LOMCE, pero como propuesta de futuro no basta, porque no se puede reafirmar lo que no ha funcionado como se esperaba desde 1985. Por otro lado, por lo que conocemos de la Subcomisión de Educación para el Pacto Educativo, si es que llega a alguna propuesta final coherente, no ha estado entre sus prioridades ni figura en un lugar destacado en su guion de trabajo. Frente a lo que muestran las experiencias, la investigación y la literatura internacional, no parece políticamente correcto entrar aquí en el tema. Por eso, ante este panorama, los directivos en España, a través de sus Asociaciones, en lugar de esperar propuestas externas, han decidido tomar la voz y declarar, en conjunción con las líneas más potentes internacionalmente, lo que deba ser la dirección escolar en España. La apuesta por un Marco Español para la Buena Dirección (MEBD) es un modo de dar una respuesta de los propios directivos a una profesionalidad e identidad de la dirección escolar. El MEBD y su funcionalidad en este contexto Más allá de regulaciones cambiantes, al arbitrio de la política de turno, hemos considerado la necesidad de un Marco de referencia estable, como regulación interna de la profesión, al modo de códigos deontológicos de buenas prácticas y competencias exigibles a todo directivo, cuya fuerza está en ser expresión de los propios implicados. La iniciativa, liderada por FEDADI (Federación de Asociaciones de Directivos de Centros Escolares Públicos), ha contado con el apoyo de FEDEIP (Federación de Directivas y Directivos de Centros Públicos de Educación Infantil y Primaria) y FEAE (Fórum Español de Administradores de la Educación). Hemos querido sea expresión consensuada de todos los que tienen que ver con la dirección escolar, como resultado de un proceso de construcción colectiva para fijar una visión compartida sobre el liderazgo de la dirección. La propuesta la tienen otros países hispanoamericanos (Chile, Perú) y existen igualmente Marcos de Estándares o competencias de los líderes escolares ya consolidados en contextos anglosajones (Murphy, 2017), que hemos tenido en cuenta y que Alejandro Campo ha explicado en sucesivas colaboraciones en OGE. A su vez, este Marco requiere y demanda, paralelamente, las condiciones estructurales (de recursos, autonomía, profesionalización) para que una buena dirección sea posible. Al tiempo, orienta los procesos de acceso-selección, formación (inicial y permanente), evaluación de la dirección. En conjunto, configura un perfil de desempeño, de acuerdo con las tendencias internacionales y lo que la investigación muestra sobre prácticas de éxito en la dirección. Como propuesta competencial supone, que el ejercicio profesional de la dirección requiere un conjunto específico de competencias, que pueden ser aprendidas y desarrolladas. El Marco abre un camino a la necesaria profesionalización de la dirección escolar en España, que nada tiene que ver –como algunos confunden de “mala fe”– con una salida burocrática de funcionarización. Este MEBD intenta concretar lo que hemos aprendido por la experiencia y lo que la investigación define como prácticas relevantes, y aporta una breve explicación de cada una de ellas. Se ha estructurado en cinco grandes dimensiones: Metas e intervenciones estratégicas; Dirección, organización y funcionamiento del centro educativo; Liderazgo pedagógico; Participación y colaboración: gestión del clima institucional; y Normas éticas y profesionales. Cada una, a su vez, comprende un conjunto de competencias, especificadas en los correspondientes descriptores de desempeños o prácticas profesionales que caracterizan a una buena dirección escolar. Estamos ahora en la fase de su difusión entre todo el personal, al tiempo que tomarlo como herramienta para orientar la auto-reflexión, la autoevaluación y el desarrollo profesional de los directivos en ejercicio. Puede –y en esa tarea estamos– guiar la formación inicial y el perfeccionamiento de los directivos escolares a partir de la identificación de buenas prácticas de gestión escolar, así como orientar los procesos de selección y evaluación de los directivos escolares. En suma, configura un perfil de desempeño que nos permite formular las competencias necesarias para su formación y los indicadores para su evaluación. El objetivo de realizar un MEBD es dar visibilidad a la identidad profesional de la dirección, con el consenso y participación de los propios colectivos y con el apoyo que hemos prestado desde la Universidad, en una feliz confluencia. Hemos tenido claro, desde el principio, que su fuerza está en ser establecido de modo participativo y consensuado por los actores concernidos. Por eso hemos querido sea resultado de un proceso de construcción colectiva para fijar una visión compartida sobre el liderazgo en la educación. Como ha sucedido en otros países, singularmente Chile, se puede convertir en un referente para la acción y para la legislación. Mejorar la prestación del servicio educativo conlleva, entre otros factores clave, como dice Fullan en un libro recientemente editado (La dirección escolar. Tres claves para maximizar su impacto), “reposicionar el rol de director como líder pedagógico general de manera que maximice el aprendizaje de todos los profesores y, a su vez, de todos los estudiantes”. Esto, justamente, es el objetivo del MEBD: fortalecer el rol de la dirección, no en una línea administrativo-burocrática, sino de un liderazgo pedagógico capaz de llevar adelante estas tareas y de gestionar los cambios necesarios. Referencias Bolívar, A. (2012). Políticas actuales de mejora y liderazgo educativo. Archidona (Málaga): Edic. Aljibe. Day (2017). School leadership as an influence on teacher quality. Profesorado. Revista de Currículum y Formación del Profesorado, 21 (2), 139-157. Leithwood, K., Louis, K., Anderson, S., & Wahlstrom, K. (2004). How leadership influences student learning. Review of research. U. Minnesota, U. Toronto, Commissioned by the Wallace Foundation, NY. Murphy J. (2017). Professional Standards for Educational Leaders: The empirical, moral, and experiential foundations. Thousand Oaks, CA: Corwin Press. OCDE (2015). Política educativa en perspectiva 2015. Hacer posibles las reformas. Madrid: Fundación Santillana Robinson, V., Lloyd, C. y Rowe, K.J. (2014). El impacto del liderazgo en los resultadosde los estudiantes. Reice. Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 12(4), 12-40.
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