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23 - Seminario V, Clase I

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I 
ELFAMILLONARIO 
Puntuación de los seminarios anteriores 
El esquema del Witz
El ingenio y sus tradiciones nacionales 
La sanción del Otro 
Lo que sólo se ve mirando a otra parte 
Este año hemos tomado como tema de nuestro seminario las f ormacio­
nes del inconsciente. 
Aquellos de entre ustedes, y creo que son la mayoría, que estaban ayer 
en nuestra sesión científica, ya se han puesto a tono, y saben que las cues­
tiones que plantearemos aquí conciernen, de forma directa esta vez, a la 
función en el inconsciente de lo que hemos elaborado a lo largo de los años 
precedentes como el significante. 
Algunos de ustedes - me expreso así porque mis ambiciones son mo­
destas - han leído, espero, el artículo que hice publicar en el tercer núme­
ro de la revista La Psychanalyse con el título "La instancia de la letra en el 
inconsciente". Quienes hayan tenido el valor de hacerlo estarán bien situa­
dos, incluso mejor situados que el resto, para ir siguiendo las cuestiones que 
trataremos. Por otra parte, es una pretensión modesta, creo, que puedo te­
ner, que quienes se toman la molestia de escuchar lo que digo se tomen 
también la de leer lo que escribo, pues al fin y al cabo lo escribo para uste­
des. Quienes no lo han hecho es preferible que acudan allí, porque voy a 
referirme a ese escrito constantemente. Me veo obligado a suponer cono­
cido lo que ya se ha enunciado una vez. 
Pensando en los que no cuentan con ninguna de estas preparaciones, les 
diré a qué voy a limitarme hoy, cuál será el objeto de nuestra lección de 
introducción en nuestro tema. 
En un primer tiempo, de forma por fuerza breve y alusiva, pues no pue­
do empezar otra vez por el principio, les recordaré algunos puntos que 
puntúan lo que, en los años anteriores, esboza y anuncia lo que tengo que 
decirles sobre la función del significante en el inconsciente. 
11 
LAS ESTRUCTURAS F REUDIANAS DEL ESPÍRITU 
Luego, para descanso de aquellos a quienes esta evocación quizás deje 
sin aliento, les explicaré qué significa el esquema al que habremos de re­
mitimos a lo largo de toda nuestra experiencia teórica de este año. 
Finalmente, tomaré un ejemplo. Es el primer ejemplo del que se sirve 
Freud en su libro sobre la agudeza. 1 No lo haré con fines ilustrativos, sino 
precisamente porque no hay chiste que no sea particular - no hay agude­
za en el espacio abstracto. Empezaré mostrándoles, a este respecto, lo que 
hace que la agudeza sea la mejor entrada para nuestro objeto, a saber, las 
formaciones del inconsciente. No sólo es la mejor entrada, sino también la 
forma más notoria en que el propio Freud nos indica las relaciones del in­
consciente con el significante y sus técnicas. 
He aquí, pues, mis tres partes. Ya saben a qué atenerse en cuanto a lo 
que voy a explicarles, y ello les permitirá, al mismo tiempo, economizar 
su esfuerzo mental. 
El primer año de mi seminario, consagrado a los escritos técnicos de 
Freud, consistió esencialmente en introducirles la noción de la función de 
lo simbólico como la única capaz de explicar lo que se puede llamar la de­
terminación del sentido, en tanto que ésta es la realidad fundamental de la 
experiencia freudiana. 
Como la determinación del sentido es, en este caso, nada más y nada 
menos, una definición de la razón, les recuerdo que esta razón se encuen­
tra en el principio mismo de la posibilidad del análisis. Precisamente por­
que algo ha quedado anudado con algo semejante a la palabra, el discurso 
puede desanudarlo. 
A este respecto les señalé la distancia que separa la palabra, en cuanto 
es ejercida por el ser del sujeto, del discurso vacío que deja oír su zumbido 
por encima de los actos humanos. Estos actos se toman impenetrables de­
bido a la imaginación de motivos que son irracionales, y sólo se racionali­
zan en la perspectiva yoica del desconocimiento. Que el propio yo sea fun-
1. En adelante se tratará de mantener, aunque no siempre, la siguiente correspondencia:
Le trait d'esprit, "la agudeza"; un trait d'esprit, ''una ocurrencia"; le/un mot d'esprit, "eV 
un chiste". [N. del T.] 
12 
EL FAMILLONAR/0 
ción de la relación simbólica y pueda quedar afectado por eila en su densi­
dad, en sus funciones de síntesis, todas hechas igualmente de espejismo, 
pero de un espejismo cautivador, eso, como también se lo enseñé el primer 
año, sólo es posible debido a la hiancia abierta en el ser humano por la pre­
sencia en él, biológica, original, de la muerte, en función de lo que llamé la 
prematuración del nacimiento. Éste es el punto de impacto de la intrusión 
simbólica. 
He aquí hasta donde habíamos llegado en la articulación entre mi pri­
mer seminario y mi segundo seminario. 
El segundo seminario destacó el factor de la insistencia repetitiva, como 
proveniente del inconsciente. Identificamos su consistencia con la estruc­
tura de una cadena significante, y eso es lo que traté de hacerles entrever 
dándoles un modelo bajo la forma de la sintaxis llamada de las a � y o. 
Ahora tienen, en mi artículo sobre "La carta robada", una exposición es­
crita al respecto que constituye un resumen sumario de dicha sintaxis. A 
pesar de las críticas que ha recibido, algunas de las cuales estaban justifi­
cadas - hay dos pequeñas deficiencias que convendrá corregir en una edi­
ción ulterior -, todavía habrá de serles útil por mucho tiempo. Hasta es­
toy persuadido de que cambiará con la edad, y tendrán ustedes menos difi­
cultades si lo consultan dentro de algunos meses, incluso al final de este 
año. Lo digo para responder a los loables esfuerzos de algunos, destinados 
a reducir su alcance. En todo caso, así tuvieron la oportunidad de ponerse 
a prueba, y eso es precisamente lo que busco. Aunque hayan dado con al­
gún atolladero, de todas formas les habrá servido para esa gimnasia. Ten­
drán la oportunidad de dar con alguno más en lo que tendré ocasión de de­
mostrarles este año. 
Sin lugar a dudas, como los que se han tomado esa molestia me han 
recalcado, incluso escrito, cada uno de esos cuatro términos está marcado 
por una ambigüedad fundamental, pero en ella reside precisamente el va­
lor del ejemplo. Con estas agrupaciones entramos en la vía de lo que cons­
tituye la especulación actual sobre los grupos y sobre los conjuntos. Estas 
investigaciones se basan en el principio de partir de estructuras complejas, 
que sólo se presentan como casos particulares. No voy a recordarles cómo 
fueron engendradas esas pequeñas letras, pero es indudable que llegamos, 
después de las manipulaciones que permiten definirlas, a algo muy simple. 
En efecto, cada una de ellas es definida por las relaciones existentes entre 
los dos términos de dos pares, el par de lo simétrico y lo disimétrico, de lo 
disimétrico y lo simétrico, y luego el par de lo semejante con lo deseme­
jante y de lo desemejante con lo semejante. Tenemos, pues, un grupo de 
13 
LAS ESTRUCTURAS FREUDIANAS DEL ESPÍRITU 
cuatro significantes cuya propiedad es que cada uno de ellos es analizable 
en función de sus relaciones con los otros tres. Para confirmar, de paso, este 
análisis, añadiré que un grupo así es, según Roman Jakobson, de acuerdo 
con su propia fórmula, que recogí cuando nos vimos recientemente, el gru­
po mínimo de significantes necesario para que se den las condiciones pri­
meras, elementales, del análisis lingüístico. Ahora bien, como verán, éste 
tiene la más estrecha relación con el análisis, a secas. Incluso se confun­
den. Si lo examinamos detenidamente, uno y otro no son en esencia cosas 
distintas. 
En el tercer año de mi seminario, hablamos de la psicosis, en tanto que 
se funda en una carencia significante primordial. Mostramos la subducción 
de lo real que se produce cuando, arrastrado por la invocación vital, viene 
a ocupar su lugar en la carencia del significante de la que hablábamos ayer 
con el término de Verwe,fung, y que, lo admito, no deja de presentar algu­
nas dificultades, por lo cual volveremos a hablar de ello este año. Creo, sin 
embargo, que el seminario sobréla psicosis les permitió comprender, si no 
el motor último, al menos el mecanismo esencial de la reducción del Otro, 
del Otro con mayúscula, del Otro como sede de la palabra, al otro imagi­
nario. Es una suplencia de lo simbólico mediante lo imaginario. 
Al mismo tiempo, captaron cómo podemos concebir el efecto de total 
extrañeza de lo real que se produce en los momentos de ruptura de ese diá­
logo del delirio mediante el cual, y sólo en él, el psicótico puede sostener 
lo que llamaremos una cierta intransitividad del sujeto. Por nuestra parte, 
la cosa nos parece del todo natural. Pienso, luego soy, decimos intran­
sitivamente. Sin duda, ahí está la dificultad para el psicótico, en razón pre­
cisamente de la reducción de la duplicidad del Otro, con mayúscula, y el 
otro con minúscula, del Otro, sede de la palabra y garante de la verdad, y 
el otro dual, ante el cual el sujeto se encuentra como siendo su propia ima­
gen. La desaparición de esta dualidad es precisamente lo que le ocasiona 
al psicótico tantas dificultades para mantenerse en un real humano, es de­
cir, un real simbólico. 
En este tercer año, tratando sobre la dimensión de lo que llamo el diálo­
go que le permite al sujeto sostenerse, se lo ilustré, ni más ni menos, con el 
ejemplo de la primera ·escena de Athalie. Es un seminario que ciertamente 
me hubiera gustado retomar para escribirlo, si hubiera tenido tiempo. 
Creo, sin embargo, que no han olvidado ustedes el extraordinario diá­
logo inicial de la obra, donde vemos acercarse a ese Abner, prototipo del 
falso hermano y del agente doble, que viene a tantear el terreno tras los 
primeros indicios. Su Sí, vengo a su templo a adorar al Eterno hace reso-
14 
EL FAMILLONAR/0 
nar de entrada no sé qué tentativa de seducción. Los galardones que le he­
mos otorgado a esta obra de teatro nos han hecho olvidar un poco, sin duda, 
todas sus resonancias, pero admiren cuán extraordinaria es. Les destaqué 
cómo, por su parte, el Gran Sacerdote ponía en juego algunos significantes 
esenciales - Y Dios, que resultó fiel en todas sus amenazas, o bien -A 
las promesas del cielo, ¿por qué renuncias? El término cielo, y algunas 
otras palabras bien claras, no son sino significantes puros. Les recalqué su 
vacío absoluto. Joad ensarta, por así decirlo, a su adversario hasta el punto 
de reducirlo en adelante a aquella irrisoria lombriz que, como les decía, vol­
verá a las filas de la procesión y servirá de cebo para Athalie, quien acaba­
rá sucumbiendo a este pequeño juego. 
La relación del significante con el significado, tan sensible en este diá­
logo dramático, me llevó a referirme al esquema célebre de Ferdinand de 
Saussure en el que se ve representado el doble flujo paralelo del significante 
y del significado, distintos y condenados a un perpetuo deslizamiento el uno 
encima del otro. Con esta intención forjé para ustedes la imagen, tomada 
de la técnica del colchonero, del punto de capitonado. En efecto, es preci­
so que en algún punto el tejido de uno se amarre al tejido del otro para que 
sepamos a qué atenemos, al menos en cuanto a los límites posibles de esos 
deslizamientos. Hay, pues, puntos de capitonado, pero dejan alguna elasti­
cidad en las ligaduras entre los dos términos. 
Aquí es donde lo retomaremos este año, cuando les haya dicho en qué, 
de forma paralela y simétrica a esto, desemboca el diálogo entre Joad y 
Abner, a saber, que no hay ningún verdadero sujeto que se sostenga, salvo 
el que habla en nombre de la palabra. No han olvidado ustedes en qué pla­
no habla Joad - He aquí que este Dios os responde a través de mi boca. 
Sólo hay sujeto en la ·referencia a este Otro. Esto es simbólico de lo que 
existe en toda palabra válida. 
Asimismo, en el cuarto año de este seminario, quise mostrarles que no 
hay objeto, salvo metonímico, siendo el objeto del deseo el objeto del de­
seo del Otro, y el deseo siempre deseo de Otra cosa, muy precisamente de 
lo que falta, a, objeto perdido primordialmente, en tanto que Freud nos lo 
muestra como pendiente siempre de ser vuelto a encontrar. Del mismo 
modo, no hay sentido, salvo metafórico, al no surgir el sentido sino en la 
sustitución de un significante por otro significante en la cadena simbólica. 
Esto está connotado en el trabajo del que les hablaba hace un momento 
y al que les invitaba a remitirse, "La instancia de la letra en el inconscien­
te". Los símbolos siguientes son respectivamente los de la metonimia y la 
metáfora. 
15 
IAS ESTRUCTURAS FREUDIANAS DEL ESPÍRITU 
f ( S ... S') S" = S (-) s
En la primera fórmula, S está vinculado, en la combinación de la cade­
na, con S', todo ello con respecto a S", lo cual lleva a poner S en una cierta 
relación metonímica con s en el plano de la significación. De la misma for­
ma, la sustitución de S' por S con respecto a S" desemboca en la relación S 
( +) s, que aquí indica - resulta más fácil decirlo que en el caso de la me­
tonimia - el surgimiento, la creación, del sentido. 
He aquí en qué punto nos encontramos. Ahora abordaremos lo que cons-
tituirá el objeto de nuestros encuentros de este año. 
2 
Para abordar este objeto, les he construido un esquema, y ahora les diré 
qué, al menos hoy, podrán connotar con él. 
Si hemos de encontrar una forma de aproximarnos más a las relaciones 
de la cadena significante con la cadena significada, será mediante la ima­
gen grosera del punto de capitonado. 
Para que resulte válido, antes habría que preguntarse dónde está el 
colchonero. Evidentemente, está en alguna parte, pero el lugar donde po­
dríamos ponerlo en el esquema sería, con todo, demasiado infantil. 
16 
EL FAM/UONAR/0 
Como hay entre la cadena significante y la corriente del significado un 
deslizamiento recíproco, que constituye lo esencial de su relación, pero a 
pesar de este deslizamiento hay un vínculo, una coherencia entre las dos 
corrientes, que necesitamos captar dónde se produce, se les puede ocurrir 
a ustedes que este deslizamiento, si hay deslizamiento, es por fuerza un 
deslizamiento relativo. El desplazamiento de cada una produce un despla­
zamiento de la otra. Por otra parte, como vamos a encontrar algún esque­
ma ejemplar va a ser mediante algo así como el entrecruzamiento en senti­
do inverso de las dos líneas en una especie de presente ideal. 
En tomo a esto podemos centrar nuestra especulación. 
Pero, por muy importante que deba ser para nosotros esta noción del 
presente, un discurso no es un acontecimiento puntiforme a la Russell, por 
así decirlo. Un discurso no es sólo una materia, una textura, sino que re­
quiere tiempo, tiene una dimensión en el tiempo, un espesor. No podemos 
conformarnos en absoluto con un presente instantáneo, toda nuestra expe­
riencia va en contra, y todo lo que hemos dicho. Podemos presentificarlo 
enseguida mediante la experiencia de la palabra. Por ejemplo, si empiezo 
una frase, n� comprenderán ustedes su sentido hasta que la haya acabado. 
Es del todo necesario - ésta es la definición de la frase --:- que haya dicho 
la última palabra para que comprendan dónde está la primera. Esto nos pro­
porciona el ejemplo más tangible de lo que se puede llamar la acción 
nachtraglich del significante. Precisamente es lo que les muestro sin cesar 
en el texto de la propia experiencia analítica, en una escala infinitamente 
más grande, cuando se trata de la historia del pasado. 
Por otra parte, una cosa está clara - es una manera de expresarse - y 
la recalco de forma precisa en "La instancia de la letra en el inconsciente". 
Les ruego que a ella se remitan provisionalmente. Lo expresé en forma de 
una metáfora, si puedo decirlo así, topológica. En efecto, es imposible re­
presentarse en el mismo plano el significante, el significado y el sujeto. No 
es nada misterioso ni opaco, está demostrado en el texto de una manera muy 
simple a propósito del cogito cartesiano. Me abstendré de retomarlo ahora 
porque volveremos a encontrarnos con esto mismo bajo otra forma. 
Les recuerdo todo esto simplemente con la finalidadde justificarles las 
dos líneas que vamos a manipular a continuación. 
La boya significa el inicio de un recorrido, y la punta de la flecha su 
final. Reconocerán ustedes aquí mi primera línea, sobre la cual queda en­
ganchada la otra tras haberla atravesado dos veces. 
Les advierto que no pueden confundir lo que representaban anterior­
mente estas dos líneas, a saber, el significante y el significado, con lo que 
.17 
LAS ESTRUCTURAS FREUDIANAS DEL ESPÍRITU 
representan aquí, ligeramente distinto, pues ahora nos situamos por entero 
en el plano del significante. Los efectos sobre el significado están en otra 
parte, no se encuentran directamente representados. En este esquema se 
trata de los dos estados o funciones que podemos aprehender en una se­
cuencia significante. 
La primera línea nos representa la cadena significante en tanto que per­
manece enteramente permeable a los ,efectos propiamente significantes de 
la metáfora y de la metonimia, lo cual implica la actualización posible de 
los efectos significantes en todos los niveles, incluido el nivel fonemático 
en particular. El elemento fonológico es, en efecto, la base del retruécano, 
el juego de palabras, etcétera. Es, en suma, en el significante, aquello con 
lo que nosotros, analistas, hemos de jugar sin cesar. Salvo quienes llegan 
aquí por primera ve¡,, deben de tener ustedes alguna noción al respecto, y 
por eso hoy empezaremos a entrar en cierto modo en el tema del incons­
ciente a través de la agudeza, el. Witz.
La otra línea es la del discurso racional, en el que ya están integrados 
cierto número de puntos de referencia, de cosas fijas. Estas cosas, en esta 
ocasión, sólo pueden captarse estrictamente en el nivel de los empleos del 
significante, es decir, aquello que concretamente, en el uso del discurso, 
constituye puntos fijos. Como ustedes saben, están muy lejos de correspon­
der de forma unívoca a una cosa. No hay ni un solo semantema que corres­
ponda a una sola cosa. Un semantema corresponde la mayoría de las veces 
a cosas muy diversas. Nos detenemos aquí en el nivel del semantema, es 
decir, lo que está fijado y definido por un empleo. 
Se trata, pues, de la línea del discurso corriente, común, como lo admi­
te el código del discurso que yo llamaría el discurso de la realidad que da-
18 
EL FAMIUONARIO 
mos por supuesto. Es también el nivel donde se producen menos creacio­
nes de sentido, porque ahí el sentido ya está, en cierto modo, dado. La 
mayor parte del tiempo, este discurso sólo consiste en una fina mezcla de 
los ideales admitidos. En este nivel precisamente es donde se produce el 
famoso discurso vacío del que partió cierto número de observaciones mías 
sobre la función de la palabra y el campo del lenguaje. 
Como muy bien ven ustedes, esta línea es el discurso concreto del suje­
to individual, el que habla y se hace oír, es el discurso que se puede grabar 
en un disco, mientras que la primera son todas las posibilidades que ello 
incluye en cuanto a descomposición, reinterpretación, resonancia, efectos 
metafórico y metonímico. Una va en sentido contrariode la otra, por la sim­
ple razón de que se deslizan una sobre otra. Pero una corta a la otra. Se 
cortan en dos puntos perfectamente reconocibles. 
Si partimos del discurso, el primer punto donde topa con la cadena pro­
piamente significante es lo que acabo de explicarles desde el punto de vis­
ta del significante, a saber, el haz de los empleos. Lo llamaremos el códi­
go, en un punto marcado aquí a. 
Es pr�ciso que el código se encuentre en alguna parte para que pueda 
haber aiJdición del discurso. Este código está, evidentemente, en A mayús­
cula, es decir el Otro como compañero de lenguaje. Este Otro es absoluta­
mente preciso que exista y, les ruego que lo adviertan, no hay ninguna ra­
zón en absoluto para llamarlo con ese nombre imbécil y delirante de la 
conciencia colectiva. Un Otro es un Otro. Basta con uno solo para que la 
l�ngua esté viva. Hasta tal punto basta con uno solo, que este Otro por sí
solo puede constituir el primer tiempo - con que quede uno y pueda ha­
blarse a sí mismo su lengua, con eso basta para que esté él y no sólo un Otro
sino incluso dos, en todo caso alguien que lo comprenda. Se puede seguir
contando ocurrencias en una lengua cuando se es su único posesor.
He aquí, pues, el primer encuentro, que se produce en lo que hemos lla­
mado el código. El segundo encuentro que remata el bucle, que constituye 
el sentido propiamente dicho, que lo constituye a partir del código con el 
que el bucle se ha encontrado en primer lugar, se produce en este punto de 
llegada marcado y. Como ven, aquí llegan dos flechas, y hoy me dispensa­
ré de decirles cuál es la segunda. El resultado de la conjunción del discur­
so con el significante como soporte creador del sentido es el mensaje. 
En el mensaje, el sentido nace. La verdad que se ha de anunciar, si hay 
alguna verdad, está ahí. La mayor parte de las veces no se anuncia ninguna 
verdad, por la·sencilla razón de que, las más de las veces, el discurso no 
pasa en absoluto a través de la cadena significante, es el puro y simple 
19 
l.AS ESTRUCTURAS FREUDIANAS DEL ESPÍRITU 
ronroneo de la repetición, el molinillo de palabras, que pasa en cortocircuito 
entre� y W. El discurso no dice absolutamente nada, salvo indicarles que 
soy un animal parlante. Es el discurso común, hecho de palabras para no 
decir nada, gracias al cual nos aseguramos de no hallarnos frente a lo que 
el hombre es por naturaleza, a saber, una bestia feroz. 
Los dos puntos - el mínimo de nudos del cortocircuito del discurso -
son fácilmente reconocibles. Son, por una parte, en W, el objeto, en el sentido 
del objeto metonímico del que les hablé el año pasado. Por otra parte, en �. el 
Yo (Je), en tanto que indica en el propio discurso el lugar de quien habla .. 
Pueden apreciar en este esquema, de forma sensible, lo que vincula y lo 
que distingue enunciado y enunciación. Es una verdad perfecta e inmedia­
tamente accesible a la experiencia lingüística, pero que la experiencia freu­
diana del análisis confirma al menos con la distinción principal que existe 
entre el Yo (Je), que no es sino el lugar del que habla en la cadena del dis­
curso, el cual además no tiene necesidad siquiera de ser designado con un 
Yo (Je), y, por otra parte, el mensaje, que requiere totalmente, como míni­
mo, el aparato de este esquema para existir. Es completamente imposible 
hacer surgir, de forma irradiante y concéntrica, de la existencia de un suje­
to cualquiera, un mensaje o una palabra cualquiera si no se da toda esta 
complejidad-y ello por la sencilla razón de que la palabra supone preci­
samente la existencia de una cadena significante. 
Su génesis está lejos de ser algo simple de obtener - nos ha costado un 
año conseguirlo. Supone la existencia de una red de los empleos, dicho de 
otra manera, del uso de una lengua. Supone además todo este mecanismo 
por el cual - digas lo que digas, pensando en ello o sin pensarlo, formules 
lo que formules -tan pronto entras en la rueda del molinillo de palabras, 
tu discurso siempre dice más de lo que tú dices. 
Además, por el solo hecho de ser palabra, el discurso se basa en la exis­
tencia en alguna parte de aquel término de referencia que es el plano de la 
verdad - de la verdad en cuanto distinta de la realidad, lo cual hace entrar 
en juego el surgimiento posible de sentidos nuevos introducidos en el mun­
do o la realidad. No son sentidos que ya estén sino sentidos que ella hace 
surgir, que literalmente introduce. 
Aquí tienen ustedes, irradiando por una parte del mensaje y por otra 
parte del Yo (Je), estos pequeños alerones que indican dos sentidos diver­
gentes. Desde el Yo (Je), uno va hacia el objeto metonímico y el segundo 
hacia el Otro. Simétricamente, por la vía de retorno del discurso, el mensa­
je va hacia el objeto metonímico y hacia el Otro. Todo esto es provisional, 
les ruego que lo tengan en cuenta, pero van a ver cómo estas dos líneas que 
20EL FAMIUONAR/0 
pueden parecerles obvias, la que va del Yo (Je) al Otro y la que va del Yo 
(Je) al objeto metonímico, nos serán de gran utilidad. 
Verán también a qué corresponden las otras dos líneas, formidablemente 
apasionantes, que van del mensaje al código y del código al mensaje. En 
efecto, existe una línea de retorno, y si no existiera no habría la menor es­
peranza de creación de sentido, como se lo indica a ustedes �l esquema. Es 
precisamente en el juego entre el mensaje y el código, y también, en con­
secuencia, en el retorno desde el código al mensaje, donde actúa la dimen­
sión esencial en la que nos introduce, a este mismo nivel, la agudeza. 
Ahí es donde nos mantendremos durante cierto número de lecciones 
para ver todo lo que de extraordinariamente sugerente e indicativo puede 
ocurrir. 
Esto nos proporcionará también una ocasión más para aprehender la re­
lación de dependencia en que s.e encuentra el objeto metonímico, ese famo­
so objeto del cual empezamos a ocuparnos el año pasado, ese objeto que nun­
ca está ahí, que siempre está situado en otra parte, que siempre es otra cosa. 
Ahora abordemos el Witz. 
3 
El Witz es lo que se ha traducido como trait d'esprit. También se ha di­
cho mot d'esprit, dejo de lado las razones por las que prefiero la primera 
traducción. Pero el Witz quiere decir también el espíritu. Este término se 
nos presenta pues, enseguida, con una ambigüedad extrema.2 
Una ocurrencia es a veces objeto de cierta depreciación -es ligereza, fal­
ta de seriedad, fantasía, capricho. ¿ Y el espíritu? En este caso, por el contra­
rio, uno se detiene, va con cuidado antes de hablar de la misma forma. 
Conviene dejarle al espíritu todas sus ambigüedades, incluyendo el es­
píritu en su sentido amplio, ese espíritu que evidentemente sirve demasia-
2. La palabra francesa esprit cubre un campo inmenso, que corresponde a multitud de
términos en español, según los contextos: espíritu, alma, mente, conciencia, ingenio, inteli­
gencia, gracia, agudeza, ánimo, malicia, picardía, carácter, mentalidad, intención, etc., apar­
te de algún uso en plural, con significados semejantes a la expresión "las gentes", etc. Tra­
taremos de usar el más adecuado a cada contexto particular, intentando transmitir el juego 
con los diversos sentidos y recurriendo a veces a la traducción literal. [N. del T.] 
21 
LAS ESTRUCTURAS FREUD/ANAS DEL ESPÍRITU 
do a menudo de pabellón para mercancías dudosas, el espíritu del espiri­
tualismo. Pero no por ello carece la noción de espíritu de un centro de gra­
vedad, que reside para nosotros en el ingenio en el sentido en que se habla 
de un espíritu agudo,3 aunque no tenga una reputación excesivamente bue­
na. El espíritu, nosotros lo centraremos en la agudeza, es decir, lo que pa­
rece más contingente, más caduco, más asequible a la crítica. Ciertamente, 
es propio del genio del psicoanálisis hacer cosas así, y por eso no nos ha de 
sorprender que el único punto, en suma, de la obra de Freud, donde se 
mencione lo que otros decoran con una mayúscula, a saber, el espíritu, sea 
su obra sobre el Witz. No por ello carecen de parentesco los dos polos del 
término, que desde siempre ha dado pie a disputas. 
Sería divertido recordarles la tradición inglesa. El Wit es todavía más 
netamente ambiguo que el Witz, e incluso que el esprit en francés. 
Han abundado las discusiones sobre el verdadero, el auténtico espíritu, 
el buen espíritu, por decirlo todo, y por otra parte, sobre el mal espíritu, es 
decir, ese espíritu con el cual los que se dedican a hacer piruetas entretie­
nen a la gente. ¿Cómo distinguirlos? Sería preciso referirse a las dificulta­
des que abordaron los críticos. Tras el siglo XVIII, con Addison, Pope, et­
cétera, la cuestión continúa a principios del siglo XIX con la escuela ro­
mántica inglesa, que por fuerza tenía que poner de actualidad la cuestión 
del Wit. Los escritos de Hazlitt son a este respecto muy significativos. Al­
guien de quien tendremos ocasión de hablar, Coleridge, fue quien llegó más 
lejos en esta vía. 
Podría hablarles igualmente de la tradición alemana. En particular, la 
promoción del espíritu al primer plano del cristianismo literario siguió en 
Alemania una evolución estrictamente paralela. La cuestión del Witz se 
encuentra en el corazón de toda la especulación romántica, que requerirá 
nuestra atención tanto desde el punto de vista histórico como desde el pun­
to de vista de la situación del análisis. 
Es muy llamativo que entre nosotros no haya nada que corresponda a 
este interés de la crítica por la cuestión del Wit o del Witz. Las únicas per­
sonas que se han ocupado seriamente de ello han sido los pqetas. En el 
período del siglo XIX, entre los poetas, la cuestión no sólo está viva sino 
que se encuentra en el corazón de la obra de Baudelaire y de Mallarmé. Por 
otra parte, siempre se la ha presentado, incluso en ensayos, desde el punto 
3. Homme d'esprit. En esta expresión se mezcla el ingenio con la malicia, incluso la
picardía. [N. del T.] 
22 
EL FAMILLONAR/0 
de vista crítico, quiero decir desde el punto de vista de una formulación in­
telectual del problema. 
Dejo de lado la tradición principal, la española, porque es demasiado 
importante como para que no hayamos de remitimos a ella abundantemen­
te más tarde. 
El punto decisivo es el siguiente - lean lo que lean ustedes sobre el pro­
blema del Witz o del Wit, el hecho es que siempre llegan a claros callejones 
sin salida, que sólo el tiempo me impide desarrollarles hoy - ya lo 
retomaré. Dejo esta parte de mi discurso, pero ulteriormente les demostra­
ré qué salto, qué franca ruptura, qué diferencia de calidad y de resultados 
caracterizan a la obra de Freud. 
Freud no había llevado a cabo la investigación a la que acabo de refe­
rirme sobre la tradición europea del Witz. Nos dice cuáles son sus fuentes, 
están claras - son tres libros muy sensatos, muy legibles, de esos buenos 
profesores alemanes de pequeñas universidades, que tenían tiempo para 
reflexionar apaciblemente y hacían cosas nada pedantes. Son Kuno Fischer, 
Theodor Vischer y Theodor Lipps, un profesor de Múnich que, de los tres, 
escribió las mejores cosas, y llega muy lejos, incluso le tiende las manos a 
la investigación freudiana. Simplemente, si el Sr. Lipps no hubiera estado 
tan preocupado por la respetabilidad de su Witz, si no hubiera querido que 
hubiese uno verdadero y otro falso, habría llegado sin duda mucho más le­
jos. Por el contrario, eso no retuvo a Freud para nada. Ya estaba acostum­
brado a exponerse, y por este motivo vio mucho más claro. También por­
que vio las relaciones estructurales que hay entre el Witz y el inconsciente. 
¿En qué plano las vio? Únicamente en un plano que podemos llamar for­
mal. Entiendo formal, no en el sentido de bellas formas, redondeces, todo 
aquello con lo que tratan de sumergirlos otra vez en el más negro oscuran­
tismo, sino en el sentido en que se habla de la forma en la teoría literaria, 
por ejemplo. En efecto, hay otra tradición de la que no les he hablado, pero 
es también porque habré de referirme a ella a menudo, una tradición naci­
da recientemente, la tradición checa. Su ignorancia les hace creer que la 
referencia al formalismo tiene un sentido vago. De ninguna manera. El 
formalismo tiene un sentido extremadamente preciso - es una escuela crí­
tica literaria, perseguida desde ya hace algún tiempo por la organización 
estatal que está de parte del sputnik. De cualquier forma, donde Freud se 
sitúa es en el nivel de este formalismo, es decir, de una teoría estructural 
del significante propiamente dicho, y el resultado no deja lugar a dudas, 
más aún, es del todo convincente. Ésta es una clave que me permite ir mu­
cho más lejos. 
23 
/.AS ESTRUCTURAS FREUDIANAS DEL ESPÍRITU 
Después de haberles pedido que lean de vez en cuando mis artículos, 
de todas formas no tengo necesidad de pedirles que lean el libro de Freud, 
Der Witz und seine Beziehung zum Unbewussten. Dado que este año leshablo del Witz, me parece lo mínimo. Verán que la economía de este libro 
se basa en que Freud parte de la técnica del chiste y vuelve a ella constan­
temente. ¿Qué significa esto para él? Se trata de técnica verbal, como se 
suele decir. Yo les digo, más precisamente, técnica del significante. 
Si Freud desentraña verdaderamente el problema, es porque parte de la 
técnica del significante y vuelve a ella sin cesar. Pone de manifiesto distin­
tos planos, y de pronto se ve con la mayor nitidez qué es lo que se debe sa­
ber distinguir para no perderse en perpetuas confusiones del significado, 
en pensamientos que no permiten salir del apuro. Se ve, por ejemplo, que 
hay un problema del ingenio y hay un problema de lo cómico, y que no es 
lo mismo. De la misma forma, por mucho que de vez en cuando el proble­
ma de lo cómico y el problema de la risa vayan juntos, incluso aunque los 
tres se enmarañen, no se trata tampoco del mismo problema. 
En resumen, para esclarecer el problema de la agudeza, Freud parte de 
la técnica significante, y de ahí partiremos nosotros con él. 
Curiosamente, se produce en un nivel del que, está claro, no se indica 
que sea el nivel del inconsciente, pero, por razones profundas, relaciona­
das con la propia naturaleza de lo que está en juego en el Witz, fijándonos 
en eso es como mejor veremos lo que no está del todo ahí, sino al lado, y 
que es el inconsciente. El inconsciente, precisamente, sólo se aclara y se 
nos confía cuando miramos un poco al lado.4 Lo verán ustedes constante­
mente en el Witz, pues ésta es su propia naturaleza - miras ahí y eso te 
permite ver lo que no está ahí. 
Empecemos, pues, con Freud por las claves de la técnica del significante. 
Freud no se mató para encontrar ejemplos - casi todos los que nos da, 
y que pueden parecemos un poco prosaicos y de valor desigual, los toma 
de esos tres profesores, por eso les he dicho en qué estima los tenía. Con 
todo, hay otra fuente en la que Freud verdaderamente se empapa, es 
Heinrich Heine, y de esta fuente toma su primer ejemplo. 
Se trata de una pal'abra espléndida que florece en la boca de Hirsch­
Hyacinth, judío de Hamburgo que colecciona boletos de lotería, menes­
teroso y famélico, con quien Heine se encuentra en los baños de Lucas. Si 
quieren llevar a cabo una lectura completa sobre el Witz, deben leer 
4. A coté. En otros contextos se usa como adjetivo ("errado") o adverbio ("erra­
damente"). Véanse págs. 281 y 330. [N. del T.] 
24 
EL FAMILLONAR/0 
Reisebilder, Estampas de viaje, que es desconcertante que no sea un libro 
clásico. En la parte italiana, se encuentra un pasaje donde figura aquel per­
sonaje inenarrable sobre cuyas propiedades espero tener todavía tiempo de 
decirles algo hoy. 
En el transcurso de su conversación con él, Heine obtiene de Hirsch­
Hyacinth la declaración de que tuvo el honor de curarle los callos al gran 
Rothschild, Nathan el Sabio. Mientras le limaba los callos, se decía a sí 
mismo que él, Hirsch-Hyacinth, era un hombre importante. En efecto, pen­
saba que durante esta operación Nathan el Sabio estaba meditando sobre 
los diversos correos que había de enviar a los reyes, y que si él, Hirsch­
Hyacinth, le roía demasiado un callo, resultaría en las alturas alguna irrita­
ción, y en consecuencia Nathan a su vez la tomaría un poco más con los 
reyes. 
Y así, de una cosa a otra, Hirsch-Hyacinth acaba hablando de otro 
Rothschild que conoció, Salomon Rothschild. Un día que se anunció en 
casa de este último como Hirsch-Hyacinth, obtuvo esta respuesta en len­
guaje campechano - Yo también colecciono lotería, la lotería Rothschild, 
no quiero que mi colega ponga un pie en la cocina. Y , exclama Hirsh­
Hyacinth, me trató de una forma del todo famillonaria. 
He aquí en qué se detiene Freud. 
¿Qué es eso defamillonaria? ¿Es un neologismo, un lapsus, una ocu­
rrencia? Es una ocurrencia, sin duda, pero el solo hecho de que haya podi­
do plantearme las dos otras preguntas nos introduce ya en una ambigüedad 
del significante en el inconsciente. 
¿Qué nos dice Freud? Que reconocemos aquí el mecanismo de la con­
densación, materializada en el material del significante, se trata de una es­
pecie de encastrado, con ayuda de no sé qué máquina, de dos líneas de la 
cadena significante. Freud completa esta palabra con un precioso esquema 
significante donde se inscribe, primero, familiar, luego, debajo, millona­
ria. Fonéticamente, arlar está en los dos casos, igual que millmill, eso se 
condensa y, en el intervalo entre los dos, aparece famillonaria. 
Famili 
mill 
faMILlon 
ar 
onaria 
ARia 
Tratemos de ver qué ocurre en el esquema de la pizarra. Me veo obliga­
do a ir deprisa, pero tengo algo que señalarles. 
25 
LAS ESTRUCTURAS FREUDIANAS DEL ESPÍRITU 
Evidentemente, puede esquematizarse el discurso diciendo que parte del 
Yo (Je) para dirigirse al Otro. Es más correcto darse cuenta de que, con 
independencia de lo que pensemos, todo discurso parte del Otro, a, se re­
fleja en el Yo (Je) en p, pues éste se ha de ver implicado en el asunto, vuel­
ve al Otro en un segundo tiempo - de ahí la invocación al Otro, Yo tenía 
con Salomon Rothschild un trato del todo familiar - y a continuación se 
va volando hacia el mensaje, y. 
Pero no olviden que el interés de este esquema está en que tiene dos lí­
neas y las cosas circulan al mismo tiempo por la línea de la cadena signifi­
cante. Por la misteriosa propiedad de los fonemas que se encuentran en una 
y otra palabra, correlativamente algo se remueve en el significante, se pro­
duce una sacudida en la propia cadena significante.elemental. En lo que se 
refiere a la cadena, hay igualmente tres tiempos. 
En el primer tiempo, el esbozo del mensaje. 
En el segundo tiempo, la cadena se refleja en W en el objeto meto­
nímico, mi millonario. En efecto, de lo que se trata para Hirsch-Hyacinth 
es del objeto metonímico, esquematizado, de su pertenencia. Es su millo­
nario, pero al mismo tiempo no lo es, porque es más bien el millonario 
quien 'lo posee a él. Resultado - no pasa, 5 y por eso precisamente este mi­
llonario se refleja en el segundo tiempo en W, a la vez que el otro término, 
la forma familiar, llega a a. 
En el tercer tiempo, millonaria y familiar se encuentran y se conjugan 
en el mensaje, en y, para producir famillonaria. 
Encontrar este esquema puede parecerles pueril, aunque esté bien, por­
que soy yo quien lo ha hecho. Pero cuando se les vaya pegando a lo largo 
de todo el año, tal vez se dirán que sirve de algo. En particular, gracias al 
hecho de que nos presenta exigencias topológicas, nos permite medir nues­
tros pasos en lo que se refiere al significante. Tal como está hecho, lo reco­
rran como lo recorran, limita nuestros pasos - quiero decir que cada vez 
que debamos dar un paso, el esquema nos exigirá que no demos más de tres 
elementales. A eso están destinadas las boyas iniciales y las puntas de fle­
cha, así como los alerones relacionados con los segmentos, que siempre han 
5. Ne passe pas. Tanto en este caso como en frases afirmativas que incluyen la forma
passe, traducimos literalmente este término sin añadidos por su connotación topológica 
precisa en el contexto del grafo. Hay que recordar por otra parte que en francés está muy 
presente la idea de "ser admitido", "concedido", "aprobado" e "introducirse en", así como 
lo que coloquialmente se diría "colar". En español está demasiado presente, por el contra­
rio, la idea de caducidad, de alejamiento. 
26 
EL FAMIUONAR/0 
de estar en una posición segunda intermedia. Las otras son, o bien inicia­
les o bien-terminales. 
Así pues, en tres tiempos, las dos cadenas, la del discurso y la del sig­
nificante, llegan a converger en el mismo punto, el del mensaje. Como 
resultado, el Sr. Hirsch-Hyacinth fue tratado de una forma del todo fa­
millonaria. 
Este mensaje es perfectamente incongruente, porque no se admite, no 
está en el código. En eso reside todo. Por supuesto, el mensaje está hecho, 
en principio, para estar en cierta relaciónde distinción respecto al código, 
pero aquí, es en el propio plano significante donde viola manifiestamente 
el código. 
La definición que les propongo de la agudeza descansa de entrada en 
esto, que el mensaje se produce en cierto nivel de la producción signi­
ficante, se diferencia y se distingue respecto al código, y adquiere, por esta 
distinción y esta diferencia, valor de mensaje. El mensaje reside en su di­
ferencia respecto al código. 
¿Cómo se sanciona esta diferencia? Aquí se trata del segundo plano. 
Esta diferencia es sancionada como agudeza por el Otro. Esto es indispen­
sable, y está en Freud. 
Hay dos cosas en el libro de Freud sobre la agudeza - la promoción 
de la técnica significante y la referencia al Otro como tercero. Esta re­
ferencia, que les martilleo desde hace años, Freud la articula claramen­
te, en especial en la segunda parte de su obra, pero por fuerza desde el 
principio. 
Por ejemplo, Freud nos destaca perpetuamente la diferencia entre la agu­
deza y lo cómico, debida a que lo cómico es dual. Lo cómico es la relación 
dual, y es preciso que esté el Otro tercero para que haya agudeza. La san­
ción del Otro tercero, ya sea que lo sostenga o no un individuo, resulta aquí 
esencial. El Otro devuelve la pelota, dispone el mensaje en el código como 
agudeza, dice, en el código - Esto es una agudeza. Si nadie lo hace, no 
hay agudeza. Si nadie se da cuenta, sifamillonaria es un lapsus, no consti­
tuye una agudeza. Es preciso, pues, que el Otro lo codifique como agude­
za, que se inscriba en el código mediante esta intervención del Otro. 
Tercer elemento de la definición - la agudeza tiene relación con algo 
que está situado profundamente en el nivel del sentido. No digo que sea una 
verdad, pues las sutiles alusiones a no sé qué de la psicología del millona­
rio y el parásito, aunque contribuyan mucho a nuestro placer, ya hablare­
mos de ello, no nos explican la producción de este famillonario. Yo digo 
que es la verdad. 
27 
LAS ESTRUCTURAS FREUDJANAS DEL ESPÍRITU 
Desde hoy les propongo que la esencia de la agudeza - si queremos 
buscarla, y buscarla con Freud, pues él nos llevará tan lejos como sea posi­
ble en esµi dirección, hacia lo más agudo que tiene, porque de agudeza se 
trata y tiene punta -6 reside en su relación con una dimensión radical que 
se refiere esencialmente a la verdad, a saber, a lo que llamé, en mi artículo 
sobre "La instancia de la letra", la dimensión de coartada de la verdad. 
Por muy de cerca que queramos captar la esencia de la agudeza, lo cual 
no deja de producimos no sé qué diplopía mental, de lo que se trata siem­
pre, lo que la agudeza hace expresamente, es esto - designa, siempre al 
lado, lo que sólo se ve mirando en otra dirección. 
Aquí es donde lo retomaremos la próxima vez. Los dejo sin duda con 
algo pendiente, con un enigma. De todas formas, creo haber planteado los 
términos a los que, como luego les demostraré, debemos mantenemos ne­
cesariamente fieles. 
6 DE NOVIEMBRE DE 1957 
6. [ ... ] il nous conduira aussi loin que possible dans ce sens ou est sa pointe, puisque
de pointe il s'agit, et pointe il y a. [N. del T.] 
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