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LENGUAJE 
Una aproximación interconductual 
 
 
Ricardo Pérez-Almonacid 
Universidad Veracruzana - México 
 
Luis Alberto Quiroga Baquero. 
Corporación Universitaria Iberoamericana - Colombia 
 
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TABLA DE CONTENIDO 
Agradecimientos 
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PARTE I: DIMENSIÓN PSICOLÓGICA DEL LENGUAJE 
1. ¿Qué es el lenguaje? 
2. Lo que le interesa al psicólogo del lenguaje. 
2.1. La estrategia mediacional. 
2.2. La estrategia no mediacional. 
3. El análisis del comportamiento verbal desde la teoría del condicionamiento. 
3.1. El reflejo como ejemplar. 
3.2. La primacía de las propiedades fisicoquímicas. 
4. Esbozo de una alternativa. 
PARTE II: ANÁLISIS INTERCONDUCTUAL DEL COMPORTAMIENTO LINGÜÍSTICO 
1. Fundamentos. 
2. El lenguaje como práctica social. 
3. El lenguaje como repertorio para interacciones. 
3.1. Sobre el concepto de sistema reactivo. 
3.2. Relación entre los sistemas reactivos físico-químico, ecológico y 
convencional. 
3.3. Sistema reactivo convencional. 
3.3.1. Desarrollo del sistema reactivo convencional: establecimiento de la 
dominancia reactiva. 
3.3.1.1. Esbozo del desarrollo reactivo lingüístico. 
3.3.1.2. Dominancia reactiva convencional como “ver como”. 
3.3.1.3. Dominancia reactiva convencional como soporte 
conductual. 
3.3.2. Modos lingüísticos. 
3.3.2.1. Modos gesticular-observar. 
3.3.2.2. Modos hablar-escuchar. 
3.3.2.3. Modos leer-escribir. 
4. Un programa de investigación. 
4.1. Ajuste funcional. 
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4.2. Ajuste categorial. 
4.3. Sistema reactivo convencional, modos lingüísticos y competencias. 
5. SÍNTESIS Y CONCLUSIONES 
6. Referencias. 
 
 
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AGRADECIMIENTOS 
A la Corporación Universitaria Iberoamericana, a su rector el Dr. Edgar Peña Rodríguez, 
al señor decano de la Facultad de Psicología Dr. Carlos Elías Cifuentes y al Coordinador de 
Investigaciones Dr. Andrés Mauricio Santacoloma, quienes hicieron posible la publicación del 
presente libro, otorgaron los recursos para llevar a cabo la investigación registrada y para la 
impresión de esta obra. 
A los miembros del grupo de Análisis de la Conducta de la Corporación Universitaria 
Iberoamericana, quienes aportaron invaluables sugerencias y promovieron la reflexión que 
alimentó el presente texto. 
Al Dr. Telmo Eduardo Peña Correal, director del departamento de Psicología de la 
Universidad Nacional de Colombia, por haber inspirado esta obra con sus invaluables aportes, 
su constante apoyo y su permanente interés por el desarrollo de la psicología científica 
contemporánea. 
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INTRODUCCIÓN 
La psicología es una disciplina incipiente cuyo corpus teórico no ha madurado en función 
de una misma serie de problemas reconocidos colectivamente. Los problemas teóricos son 
generalmente reconocidos como legítimos por comunidades académicas pequeñas, 
relativamente locales, difusas y evanescentes. Las motivaciones de encuentro colectivo son 
principalmente de socialización de modas terminológicas más no conceptuales o de mapeo de 
quiénes trabajan en tales temas pero no de construcción de un proyecto conjunto. La psicología, 
entonces, es un cuerpo relativamente definido institucionalmente pero no conceptualmente; es 
lo que las universidades han dicho que es. 
Es en estas universidades en las que por tradición se encuentran cursos de psicología y 
lenguaje, como parte necesaria del currículo. Los textos que se abordan en lo fundamental 
contienen por lo menos tres grandes apartados: adquisición, comprensión y producción 
lingüísticas, cada uno actualizado periódicamente por una serie de hallazgos experimentales 
que crecen ingentemente y que difícilmente podrían sintetizarse en una sola publicación. Se da 
por supuesto que un psicólogo debe “saber algo” de eso y las categorías de base para 
aprenderlo son las de esos tres grandes apartados, cada uno con otras categorías como las de 
habla, gramática, significado, léxico, etc., más o menos incorporadas a las nuevas que van 
surgiendo según las modas teóricas: procesadores, representaciones, equivalencia, emergencia, 
entre otros. 
 Así, en medio de esa inercia institucional que reproduce acríticamente las categorías 
fundamentales del pensamiento psicológico, ésta obra pretende ofrecer una reflexión crítica de 
tales categorías, enfocándose especialmente en el estudio de lo que se ha conocido como la 
relación entre psicología y lenguaje. La estructura conceptual que sustenta la alternativa 
esbozada no es novedosa ni es propia de los autores sino una elaboración de la propuesta 
teórica de Ribes y López (1985), que a su vez se sustenta en aspectos de la obra de J.R. Kantor, 
conocida como psicología interconductual. Eso sí, en algunos apartados los autores han 
considerado necesario hacer una precisión o aporte conceptual para otorgarle mayor 
coherencia al discurso desarrollado, que vistos en detalle pueden controvertir algunos de los 
conceptos de aquellos autores o bien, proponer formas diferentes de interpretarlos. Excesos, 
omisiones o equivocaciones en esa tarea es responsabilidad única de los autores. 
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Plantear una lectura de un viejo tema reconocido institucionalmente en psicología se 
justifica si no se ve como nuevos términos para estudiar el mismo viejo tema sino como 
alternativa para estudiar nuevos problemas disciplinariamente reconocibles que coincidirán más 
o menos con fenómenos abarcados por aquel tema: la relación entre la psicología y el lenguaje. 
Así, entonces, el tono que pretendemos y con el que invitamos al lector para que oriente su 
lectura es el de “¿qué tal si por un momento, ponemos en duda que las categorías con las que 
hemos estudiado tal relación sean las mejores, y en su lugar pensamos el fenómeno con estas 
otras?”. Obviamente si proponemos esto es porque consideramos que sí pueden ser mejores, y 
esto quiere decir que están definidas deliberadamente para tal fin y no que son resultado de un 
proceso cultural complejo que no estuvo destinado a comprender tal relación; que son 
coherentes con un corpus teórico más amplio cuyas referencias se darán; que son congruentes 
con lo que ocurre en la vida práctica de las personas o individuos en general; y que son 
productivas en términos del horizonte de reflexión conceptual y de indagación experimental al 
que dan lugar. 
De esta manera, la obra que se presenta no es una síntesis exhaustiva del conocimiento 
producido desde diferentes disciplinas acerca de la relación entre psicología y lenguaje ni un 
tratado pormenorizado de la alternativa presentada. En su lugar, se centró en establecer ese 
puente entre el contenido que es común encontrar en los textos de psicología y lenguaje con las 
categorías alternativas, pero una comprensión a cabalidad de éstas implicaría una lectura 
adicional de los textos citados a lo largo de la obra. 
Anticipamos dos tipos de lectores: por un lado, un estudiante de licenciatura o pregrado 
en áreas como psicología, ciencias de la comunicación, del lenguaje o afines; y por otro, un 
estudioso familiarizado con los términos, conceptos y categorías tanto tradicionales como 
alternativas. El primero, se beneficiará de la lectura del texto en la medida en que se acercará 
con otra perspectiva a lo que tradicionalmente se enseña en las universidades; le permitirá 
comparar, ser crítico e identificar problemas y vías de solución conceptual. A su vez, el segundo 
tipo de lector se beneficiará en la medida en que la obra constituye una puesta al día sintética 
de los desarrollos conceptuales que ha tenido la propuesta interconductual de corte ribesiano 
en la última década. Esa doble consideración de audiencia hizo que no resultara fácil mantener 
un lenguaje introductorio siempre pero tampoco un tratamiento de las minucias conceptuales 
implicadas. En esa medida el texto se aprovechamejor con una dedicación explícita, reiterada y 
juiciosa. 
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El libro está organizado de la siguiente forma: inicialmente se evidencia la polisemia del 
término lenguaje y se discute su pertinencia para una ciencia psicológica. Posteriormente se 
esbozan dos tipos principales de estrategias dentro de esta ciencia para abordar los asuntos del 
lenguaje, mostrando en la medida de lo posible, algunas fortalezas pero también algunas 
debilidades. Posteriormente, se presenta un bosquejo de integración de las categorías teóricas 
propuestas por la psicología interconductual, encaminado a esclarecer las dimensiones 
psicológicas de interés como son la concepción del lenguaje como sistema de relaciones 
prácticas entre personas y como sistema reactivo. Desde este punto de vista, se acentúa en el 
desarrollo ontogenético del sistema reactivo lingüístico como y a través de las prácticas 
sociales, sus implicaciones conceptuales y los hallazgos experimentales más relevantes, 
intentando mostrar la forma cómo las categorías expuestas y las evidencias empíricas 
encontradas representan una alternativa posible para orientar los problemas que competen a la 
psicología del lenguaje. 
La propuesta que presentamos refiere a un programa de investigación en pleno 
desarrollo, especialmente en países iberoamericanos, el cual sintetizamos al final. El cambio en 
las formas de pensamiento solamente es posible por la generación de conocimiento y por eso, 
invitamos a los lectores a que si las ideas contenidos en el documento le parecen sugerentes, se 
involucre investigando de acuerdo con ellas, debatiendo y controvirtiendo supuestos y 
hallazgos derivados. Consideramos que no hay otra forma de cambio científico si no es por 
medio de la construcción de una comunidad académica, y ésta no es sólo un grupo de 
simpatizantes sino fundamentalmente un grupo de personas que se plantean proyectos 
comunes, que son agudos en la crítica y que procuran auténticamente saber más y mejor sobre 
unos fenómenos. La posible indefinición de algunos conceptos presentados sólo se corrige por 
medio de la maduración del trabajo conjunto, especialmente experimental. Esperamos que la 
publicación sea por lo menos, un primer paso que genere inquietudes. 
 
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PARTE I: 
DIMENSIÓN PSICOLÓGICA DEL LENGUAJE 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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1. ¿Qué es el lenguaje? 
 
El término “lenguaje” hace referencia a cosas distintas. Por eso afirmamos que es un término 
polisémico, es decir, que tiene muchos significados. Por ejemplo, no es lo mismo hablar de un 
lenguaje de programación que hablar del lenguaje de la violencia, o del lenguaje como el habla que 
desarrolla un niño. Son asuntos diferentes que sin embargo, parecen compartir la referencia a algún 
aspecto de un sistema de gestos, acciones y símbolos hablados o escritos que presenta alguna 
organización. Si se tratara de símbolos aislados, no podríamos hablar de lenguaje, ni incluso de 
símbolos, pues éstos lo son en función de un sistema al que pertenecen; y éste sin organización, no 
sería un sistema. 
Hay dos formas generales, aunque relacionadas, en las que podemos concebir tal sistema 
lingüístico: como producto y como práctica. En tanto producto, consiste en el análisis del sistema 
como resultado relativamente estable de la evolución de una comunidad que lo usa. Es como tener 
un registro de los símbolos que lo componen, sus relaciones o sintaxis, a qué se refiere cada 
relación, etc.; pero se estudia a modo de producto, de objeto. A algunos les puede interesar la 
evolución de esos sistemas simbólicos en diferentes culturas, por ejemplo al filólogo o al 
antropólogo. A otros, como los lingüistas, les interesa su análisis en la forma de lengua o idioma, el 
cual presenta una gramática, es decir, aspectos sintácticos, semánticos y pragmáticos que lo 
identifican y diferencian de otros. 
Por otro lado, puede estudiarse como práctica o actividad. Correspondería en alguna medida 
con el aspecto pragmático y se centra en el análisis de los usos lingüísticos: qué se “dice”, en qué 
condiciones, con qué resultados, de qué manera, etc. Algunos filósofos se han interesado por esta 
dimensión, al considerar que es una herramienta para resolver viejos problemas de ontología y 
epistemología tradicionales en la historia filosófica, y correspondería con un análisis de usos 
circunstanciados del lenguaje. Pero por otro lado, otros especialistas como los fonoaudiólogos o 
terapeutas del lenguaje, se preocupan también por lenguaje como actividad pero no para develar 
significados sino para evaluar su grado de desarrollo, su relación con la morfofisiología implicada y 
la forma como permite comunicar eficientemente. 
Intentar una definición de lenguaje que sea pertinente para la psicología implica adoptar uno 
de los dos aspectos como el preponderante, pues tiene implicaciones directas para su estudio. La 
tradición que fundamentalmente asume al lenguaje como producto, considerando que es la 
concepción más adecuada para el estudio psicológico, es la psicolingüística, área que integra los 
campos de la psicología y la lingüística (cf. Greene, 1980; Carroll, 2006) y es la forma más común en 
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la que se encuentran los tratados de psicología del lenguaje. El hecho de que se dé esa integración, 
implica que la psicología “recibe” lo que la lingüística tiene que decir sobre el lenguaje y sobre eso 
desarrolla sus conceptos, problemas y métodos. La lingüística ofrece por ejemplo, los conceptos de 
semántica y sintaxis, y la psicología ofrece otros como percepción, memoria y conocimiento. La 
conjunción de los conceptos de ambas disciplinas lleva a que los capítulos de la psicolingüística se 
organicen según unidades gramaticales: percepción, comprensión y producción de unidades 
subléxicas, léxicas, oraciones, discursos, etc. En lo respectivo, se habla de conocimiento semántico, o 
sintáctico; memoria de oraciones, memoria de discurso; factores semánticos en la percepción del 
habla, etc. Esto lleva a preguntas como aquella por la “realidad psicológica” de la gramática (v.gr. 
Berwick y Weinberg, 1983) o a proponer algún tipo de posesión de reglas gramaticales como 
condición para usar el lenguaje (cf. Chomsky, 1957; 1965). 
Por otro lado, si se concibe que la noción de lenguaje más pertinente para la psicología es 
como práctica, los problemas que surgen son de otro tipo. Quizás disciplinas como la pragmática o 
algunas ciencias sociales, aporten conceptualmente. Asuntos como la sintaxis y la semántica 
adoptan otros criterios o quizás resulte que no sean los más pertinentes para la investigación 
psicológica, pues ésta, en lugar de centrarse en reglas gramaticales de un sistema simbólico 
abstraído, se centraría en el estudio de cómo la actividad de las personas corresponde con la 
organización de la práctica lingüística. Los problemas dejan de ser la realidad psicológica de la 
gramática y similares y se vuelcan hacia el estudio de la inserción individual efectiva en tal práctica. 
A continuación caracterizaremos lo que le interesa estudiar a la psicología del lenguaje según 
esas dos perspectivas señaladas. Al final, desarrollaremos el enfoque que sostendrá el resto del 
libro. 
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2. Lo que le interesa al psicólogo del lenguaje 
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Tradicionalmente a la psicología le ha interesado el estudio de lo que los individuos hacen, 
independientemente de cómo se explique. A los psicólogos del lenguaje, entonces, les interesa 
estudiar lo que los individuos hacen con relación al lenguaje. Pero como hemos señalado, la 
concepción que se tenga de lenguaje define un tipo particular de categorías teóricas y de preguntas 
posibles, lo cual nos permite hablar de diversos tipos de psicología del lenguaje. 
Existen dos grandes formas de enfocar los intereses de la psicología, con amplias variaciones 
en su interior, que dan lugar a estrategias teóricasy metodológicas diferentes. Una podría 
caracterizarse como mediacional y la otra como no mediacional. 
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� La estrategia mediacional 
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 La característica fundamental de esta estrategia es el planteamiento de procesos 
psicológicos que median la actividad de los individuos. Así, para explicar por qué un niño aprendió a 
hablar o cómo comprende lo que escucha, los teóricos mediacionales proponen modelos 
conceptuales hipotéticos que postulan procesos que tienen lugar en el individuo y que explican el 
resultado visible para otros: palabras, gestos, oraciones, etc. Esto no quiere decir que sean modelos 
arbitrarios sino modelos plausibles de un nivel de análisis que los teóricos mediacionales 
consideran imprescindible, y es aquél que da cuenta de la forma como se “representa” un estado de 
cosas (Pylyshn, 2003). Según esta estrategia los organismos se representan los eventos del mundo y 
de eso depende la forma como se comportan. La tarea entonces consiste en entender la naturaleza 
de tal representación y por eso se plantean modelos tentativos de ésta. 
Es muy común la asociación entre esta estrategia y la concepción del lenguaje como 
producto simbólico y por tanto, ha sido empleada por la mayor parte de la psicolingüística. La 
psicología del lenguaje tradicional se divide en tres grandes áreas: adquisición, comprensión y 
producción del lenguaje. De cada área se pretende construir un modelo teórico explicativo y los 
insumos de la psicolingüística son aquellos de la gramática lingüística (pragmática, fonología, 
morfosintaxis y semántica) y aquellos de la psicología, comúnmente entendidos como procesos de 
percepción, aprendizaje, memoria, entre otros. La Figura 1 ilustra esto. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Figura 1. Esquema de trabajo de la psicolingüística. 
 
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Varias cosas se resaltan de esto: en primer lugar, los supuestos que hay detrás de considerar 
que los grandes capítulos de la psicología del lenguaje sean los de la adquisición, la comprensión y la 
producción. Esta división intuitiva se corresponde con preguntas genuinas que surgen de la 
observación de una persona hablando, escuchando, leyendo, etc. ¿Cómo adquiere el lenguaje? 
¿Cómo entiende lo que hablan o lo que lee? ¿Cómo puede proferir algo? De este modo, las preguntas 
surgen de la observación común y cotidiana de otros y nosotros mismos utilizando el lenguaje, pero 
no surgen de una lógica teórica. 
Comparémoslo con un área de la física como la mecánica clásica, encargada del estudio del 
movimiento de los cuerpos. Las preguntas genuinas de un lego podrían ser: ¿cuál es el origen del 
movimiento? ¿Cuál es la relación entre el movimiento, la dirección y la fuerza? ¿Cómo cesa el 
movimiento?, etc. Probablemente por esas preguntas comenzó a desarrollarse la mecánica pero con 
el tiempo, la física tuvo que apartarse de los criterios observacionales (definir la pregunta a partir 
de lo que veo) para acercarse a criterios teóricos (definir la pregunta a partir de categorías 
abstractas). Pero además, la física no tomó prestadas categorías teóricas de otras disciplinas para 
hacer esto, sino que su evolución es el resultado de la observación de regularidades empíricas y la 
sistematización conceptual gradual, que a su vez ha permitido encontrar nuevas regularidades. Así, 
hoy en día, los grandes capítulos de la mecánica clásica se definen por principios encontrados (v.gr. 
principio de Hamilton, de d’Alembert, de Lagrange, etc.). No quiere decir esto que la física sea la 
mejor referencia para la psicología pero sí por lo menos, llama la atención sobre la forma como 
procede la psicología. 
En segundo lugar, en la psicología del lenguaje confluyen las categorías teóricas de dos 
disciplinas: la lingüística y la psicología. Es decir, el encargo de responder a preguntas que surgen de 
la observación ordinaria, se lleva a cabo introduciendo categorías de dos disciplinas. Hacerlo de este 
modo, da por supuesto que la psicología necesita las categorías teóricas de otra disciplina para 
responder sus propias preguntas. La consecuencia de esto es que el estudio de la actividad 
individual queda enmarcado por categorías de disciplinas que estudian fenómenos que no tienen 
que ver con tal actividad. Veamos algunos ejemplos: 
Si pretendemos estudiar la orientación de los organismos en un momento y lugar, la 
psicología acude a la física como disciplina que ofrece categorías como las de tiempo, espacio, 
movimiento, distancia, etc. Sin embargo, éstas son abstracciones de la física que resultan de otros 
intereses diferentes a los de la actividad de organismos individuales. Aún así, se imponen en el 
estudio del comportamiento, de modo que los capítulos de la psicología de la percepción son la 
“percepción del tiempo”, “percepción del espacio”, etc. Gibson (1979) llamó la atención sobre la 
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inadecuación de esta integración, pues se requieren categorías propias que respondan al nivel de 
análisis del ajuste del individuo a los eventos que suceden en su ambiente, y éstos no son el tiempo 
ni el espacio en abstracto. 
Otro caso es el estudio de la forma como los individuos razonan. La psicología toma prestadas 
categorías de la lógica, asumiendo que ésta es el paradigma bajo el cual se definen los principios 
más importantes del razonamiento humano. Así, los capítulos de éste son los del razonamiento 
inferencial, inductivo, deductivo, analógico, condicional, etc. (Chávez, 2000). Aunque es 
perfectamente plausible estudiar la correspondencia entre lo que las personas hacen y las 
categorías de la lógica, éstas no necesariamente son las mejores para describir toda la actividad 
racional humana. Evans (2002) llama la atención sobre esto, proponiendo que los hallazgos sobre 
razonamiento humano pueden describirse mejor como el uso de heurísticos útiles para la solución 
de problemas cotidianos, que no necesariamente satisfacen los criterios de la lógica. Los lógicos 
describen reglas y procedimientos posibles y coherentes en sistemas simbólicos, considerados éstos 
como objetos de estudio en sí mismos; las categorías resultantes son adecuadas para describir tales 
reglas y procedimientos. Pero no se crean (y no tiene por qué hacerlo) para describir lo que las 
personas hacen. Por decirlo de algún modo, son sistemas ideales que proponen lo que las personas 
deberían hacer si se ajustaran a criterios formales de adecuación. 
En el caso de la lingüística pasa algo semejante. Lo que hace el lingüista es estudiar las 
gramáticas de lenguajes naturales ya producidos, lo cual implica identificar y clasificar sus 
regularidades. Y aunque en el habla individual pueden reconocerse algunas de esas reglas, no 
implica que las categorías que fueron útiles para describir un sistema lingüístico sean las mejores 
para describir la actividad lingüística individual. Así como es artificioso hablar de la percepción del 
tiempo porque no hay algo como el “tiempo” que pueda ser percibido, aunque el concepto sea útil 
para la física, así mismo las “reglas transformacionales” de la gramática chomskiana son útiles para 
operar sobre oraciones o partes de éstas y describir sus conversiones, pero no es forzoso que las 
personas empleen tales reglas cuando hablan. Incluso, algunos psicolingüistas, enterados de este 
problema, lo que han hecho es construir gramáticas ad hoc para explicar por ejemplo, el desarrollo 
del lenguaje (cf. Reese y Lipsitt, 1970/1980). Todo esto se trata de plantear constructos teóricos 
derivados de fenómenos naturales o simbólicos, e incluirlos como eventos o entidades reales que 
participan en la organización del comportamiento individual. Otros ejemplos se encuentran cuando 
se describe el comportamiento de las hormigassegún categorías abstraídas de la economía, o 
cuando se describe el recuerdo con categorías propias de la computación. 
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Un problema adicional con la introducción de las categorías de estas otras disciplinas, es que 
se considera que hasta que no estén resueltos sus problemas, no podrá lograrse una comprensión 
psicológica de los fenómenos de interés. Si los conceptos de la lingüística general cambian, 
¿entonces los hallazgos psicológicos inspirados en la anterior, dejan de ser válidos? Su validez y 
relevancia no puede depender de otra disciplina ni de criterios ajenos a la propia psicología. Como 
señala Richelle (1981): 
Esta visión desconoce el partido que puede sacarse de un análisis genético en todos los 
campos de la psicología. En el campo de la cognición – que tiene cierta analogía con el del 
lenguaje – los trabajos de Piaget y su escuela han demostrado inequívocamente que la historia 
de las operaciones lógicas podía seguirse a través del desarrollo del individuo, mientras que la 
lógica no había agotado las tentativas de formalización. La subordinación del estudio de la 
adquisición a la comprensión previa de lo que debe adquirirse es un punto de vista 
típicamente formalista. La génesis de una conducta, o de un conjunto de conductas, ya se trate 
de operaciones intelectuales o de actividades motoras, puede describirse paso a paso en 
términos de comportamiento, independientemente del análisis formal de su estadio final 
(p.17). 
En tercer y último lugar, llama la atención la propia división categorial de la psicología. Lo 
común es que sus capítulos sean los de los llamados “procesos psicológicos”: percepción, 
pensamiento, lenguaje, aprendizaje, memoria, etc. Esta división es resultado de disquisiciones 
filosóficas que se fueron estableciendo en la historia de occidente a partir de la interpretación de los 
textos aristotélicos (cf. Kantor, 1990) y por tanto, no es una clasificación teórica. Es una clasificación 
intuitiva con la que las personas del común pueden referirse a lo que hacen pero no está construida 
ad hoc como herramienta heurística para describir hechos científicos. 
En suma, la psicología del lenguaje (¡y la psicología en general!), responde preguntas 
planteadas desde el lenguaje ordinario, con categorías mixtas de disciplinas ajenas y propias que 
son resultado de problemas diferentes a los que se pretende resolver. Esto inevitablemente da lugar 
a pseudo-problemas irresolubles que sin embargo alimentan el quehacer científico cotidiano en 
psicología. Abordaremos algunos ejemplos puntuales de esto en cada uno de los capítulos de la 
psicolingüística. 
Un ejemplo en el área de la adquisición del lenguaje se encuentra en la propia teoría 
chomskiana. Para Chomksy (1957) la lingüística se encarga de construir gramáticas de lenguajes 
naturales. Las gramáticas son generalizaciones o reglas que predicen las expresiones de hablantes 
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particulares, las cuales son infinitas. Para el autor, el lenguaje es el conjunto de tales oraciones 
infinitas, aunque su gramática contenga reglas finitas. 
Las reglas gramaticales son generativas o proyectivas, es decir, pueden producir unidades 
lingüísticas a partir de otras y abarcar incluso expresiones no oídas aún. Tales reglas deben poder 
generar todas las oraciones gramaticales (adecuación observacional); señalar sus descripciones 
estructurales adecuadas (adecuación descriptiva); y analizar el lenguaje en general y no sólo uno 
(adecuación explicativa). Esta última condición la cumple sólo un tipo de gramática, la gramática 
universal. Y tal análisis tendría que hacerlo cualquier hablante (un hablante ideal) si va a aprender 
una lengua particular, por lo que debe tener conocimiento de tal gramática para poder adquirir un 
lenguaje. 
Según lo anterior, entonces, la gramática universal es una facultad innata, caracterizada como 
un módulo cerebral (Chomsky, 1980) que tiene submódulos que se encargan de diferentes aspectos 
del lenguaje y que funcionalmente se concibe como una competencia o sistema de conocimiento. Las 
versiones posteriores no cambian en los fundamental esta idea (cf. Chomksy, 1995). 
De esta manera, la lingüística aporta conceptos como el de gramática universal, la cual es una 
abstracción de las regularidades de todos los lenguajes, y se articula con conceptos psicológicos 
como el de competencia y conocimiento. La abstracción del lingüista adquiere estatus de 
conocimiento real poseído por cualquier hablante de una lengua y además, explicativo del curso y 
del modo que asume su desarrollo lingüístico. El proceso es el siguiente: 
a. Existen varias lenguas 
b. El lingüista identifica reglas gramaticales 
c. Se postula una gramática universal 
d. Se plantea que esa gramática es un sistema de conocimiento real que posee un hablante 
particular al nacer y que le permite aprender una lengua, lo cual le confiere un estatus 
explicativo. ¿Por qué esa persona aprendió a hablar esa lengua? Entre otras cosas, porque 
posee un sistema de conocimiento que consiste en una abstracción del lingüista. 
Es análogo a que un físico abstraiga la ley de la gravedad y luego considere que esa ley es 
algo que conocen los cuerpos individuales que caen. 
Plantear que la gramática universal es un sistema de conocimiento a priori no se puede 
probar experimentalmente pero aún así es un concepto explicativo, lo que se conoce como un 
constructo hipotético (cf. Maccorquodale y Meehl, 1948). Ningún resultado experimental sugeriría 
su existencia ni la veracidad de sus mecanismos, y por eso es un pseudo-problema. Algunos de los 
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argumentos que los innatistas han esbozado como apoyo de su tesis son (revisar Stromswold, 
2003): 
• El curso de la adquisición del lenguaje es uniforme aunque cambien sus tasas (Brown, 
1973). 
• Los niños producen cierto tipo de errores y no otros. Por ejemplo, sobrerregularizan 
(aplican una regla en más casos de los que cubre), lo cual indicaría que producen con 
base en reglas (Pinker, 1984). 
• Los niños no se exponen a la totalidad de correlaciones entre unidades verbales porque 
son infinitas y sin embargo, responden a ellas pertinentemente (Pinker, 1984). 
• Los padres corrigen errores semánticos pero no gramaticales (Brown y Hanlon, 1970). 
• Es semejante el curso de adquisición de niños oyentes y sordos (Morford, 1996). 
• Existen periodos críticos para el desarrollo del lenguaje (Lennenberg, 1967). 
• Existen desórdenes de lenguaje con tendencia a prevalecer en familias, y en especial, en 
gemelos monocigóticos (Stromswold, 2003). 
Tales hallazgos permiten afirmar que el curso de desarrollo lingüístico es semejante entre los 
individuos. Pero, ¿por qué no tendría que ser así? Si disponemos de una estructura biológica casi 
idéntica así como de regularidades ambientales (geológicas, fisicoquímicas, ecológicas y 
antropológicas), es altamente esperable que el curso del desarrollo conductual en general, sea 
semejante. Esto no requiere apelar a un sistema de conocimiento innato a priori; no se necesita. La 
interacción entre las peculiaridades de la maduración biológica y las constancias ambientales 
permite delinear invarianzas en el proceso a la manera de etapas o periodos que serán aún más 
semejantes en familias o en individuos con identidad genética. Que los niños sordos y oyentes 
tengan un curso de adquisición parecido, no significa más que tal curso en lo fundamental, no 
depende de una modalidad lingüística. 
El argumento que se ha considerado más fuerte se conoce como la teoría de la pobreza del 
estímulo (Chomsky, 1980), la cual cuestiona el hecho de que el niño produce y comprende más 
lenguaje del que se le ha enseñado, y por tanto, apela a algún tipo de conocimiento innato que 
soporte tal hecho. La lógica es que si el niño entiende o dice algo nuevo, y eso nunca antes se le 
había enseñado en esa forma, entonces tendría que ser competente o “saber” de algunamanera la 
regla que le permite generarlo. Esta crítica tiene mucho sentido si se considerara que el niño 
aprende segmentos lingüísticos específicos (fonemas, sílabas, palabras, oraciones, etc.) y tuviera que 
reproducirlos uno a uno. Pero prácticamente ninguna teoría del aprendizaje afirma eso. 
Inicialmente, con la crítica de Chomksy (1959) a la obra de B.F. Skinner, Conducta verbal, se 
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popularizó la idea de que en efecto, ésta correspondía a tal modelo. Una lectura cuidadosa de la obra 
skinneriana, junto con algunas de las revisiones críticas de la discusión, permitirán poner en 
perspectiva el argumento (ver también: MacCorquodale, 1970; Palmer, 2006). Como se tratará más 
adelante, la evidencia empírica permite plantear la transferencia o transformación de funciones 
como el medio por el cual a partir de pocas funciones lingüísticas adquiridas, se da una expansión 
exponencial de lo que el individuo puede comprender y producir. De este modo, entonces, el reto es 
entender cuáles son las formas de entrenamiento y aprendizaje lingüístico, los cuales se apartan de 
la enseñanza formal y sistemática de otro tipo de habilidades y conocimiento. 
Por otra parte, Fodor (1995) nos ofrece un ejemplo de los modelos psicolingüísticos de la 
comprensión. La autora afirma: 
Combinamos los significados de las palabras de acuerdo a una fórmula precisa que suministra 
la sintaxis del lenguaje… Lo que es interesante es que esta estructura sintáctica que dirige la 
comprensión de oraciones, no se manifiesta en el estímulo. Está allí pero no se despliega 
abiertamente… Así, si quien percibe usa la estructura sintáctica en la comprensión de 
oraciones, parece que debe primero deducirla. Para lograrlo, debe aplicar su conocimiento de 
los principios estructurales del lenguaje…Los lingüistas estudian los lenguajes para descubrir 
cuáles son los patrones. Pero los hablantes y perceptores de un lenguaje, evidentemente tienen 
esta información en sus cabezas. No podemos acceder a ella por introspección…pero 
adquirimos este conocimiento en la infancia cuando aprendemos el lenguaje y acudimos a él 
de forma inconsciente y automática para calcular la estructura de la oración cada vez que 
hablamos o entendemos (p. 210). (Subrayado añadido). 
La cita suministra un paradigma de las hipótesis teóricas sobre la comprensión lingüística. Tal 
paradigma en esencia se resalta en cursivas: las personas tienen un conocimiento al cual no pueden 
acceder y la función del lingüista es descubrirlo. Tal conocimiento es el que guía la comprensión de 
oraciones por medio de cálculos y combinaciones inconscientes. La forma particular como se 
conciben esos procesos, sus secuencias, restricciones, etc., definen las teorías psicolingüísticas de la 
comprensión (v.gr. Frazier, 1995; McClelland y Elman, 1986). Algunas preguntas que surgen 
inevitablemente de esto son: ¿en qué consiste ese conocimiento?, ¿cómo puede serlo si no está 
organizado en la forma de algún lenguaje? y si así fuera, ¿cómo se explica la adquisición de este 
último?, ¿cómo se accede a ese conocimiento?, ¿cómo se hacen los cálculos y combinaciones si no se 
tiene un lenguaje? y si se tiene, ¿cómo se adquirió y se comprendió previamente a comprender otro? 
Este paradigma inevitablemente lleva a una regresión al infinito irresoluble y/o a la postulación de 
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agentes con inteligencia propia que hacen cosas adicionales a las que hace el individuo y cuya 
conducta se da por supuesta, o bien, se explica con otros agentes ad infinitum. 
En suma, la estrategia mediacional, dominante en la psicología del lenguaje, se plantea 
preguntas que responde con una mezcla de criterios disciplinarios. Tales criterios asumen que el 
conocimiento del lingüista es una instancia biológica o psicológica que explica lo que las personas 
hacen con relación al lenguaje. La naturaleza de tal instancia sin embargo, no está clara y lleva a 
preguntas irresolubles por una regresión al infinito. El trabajo del psicolingüista es proponer en qué 
consistiría aquella instancia de forma hipotética y hacer experimentos para probar su ajuste a los 
modelos propuestos. La alternativa, es decir la estrategia no mediacional, apunta hacia otro 
objetivo: encontrar relaciones funcionales entre la actividad lingüística del individuo y factores 
adicionales. La desarrollaremos a continuación. 
 
���� La estrategia no mediacional 
Lo que caracteriza a esta estrategia es el rechazo a la postulación de procesos mediadores que 
expliquen la actividad individual, y en su lugar, la afirmación de que el objeto de interés es la 
relación misma que mantiene el individuo con los objetos y eventos de su ambiente. El desafío que 
tiene es mostrar cómo centrarse en tal relación es suficiente para dar cuenta de todos los 
fenómenos que le interesan a la psicología del lenguaje, lo cual ha sido la principal crítica a la que se 
ha enfrentado por parte de los teóricos mediacionales. 
Como el interés es lo que hace el individuo en circunstancia, la concepción de lenguaje como 
estructura abstracta no es muy útil, aunque sea de aquella actividad que finalmente se abstrae ésta 
con fines de análisis estructural. Incluso, la noción de lenguaje que interesa no es idéntica a la de la 
pragmática, si con esto se entendiera que la praxis se restringe a actos comunicativos o a un recurso 
extralingüístico añadido para la comprensión semántica. Bajo esta perspectiva, entonces, el lenguaje 
puede ser visto de dos formas: a) por un lado, como el sistema de relaciones actuativas entre lo que 
las personas dicen, escriben, gesticulan, escuchan, leen y/o observan; y b) como el hecho mismo de 
que cada persona haga eso (comportamiento lingüístico). 
La primera noción no es igual al del lenguaje como producto pues identifica a la organización 
“viva” de prácticas humanas y de ahí que se enfatice en su carácter actuativo. Es pertinente, dado 
que en últimas, constituye las circunstancias en las que los individuos hacen las cosas; de hecho, el 
hacer individual es componente de tal sistema de relaciones. Éste es muy cercano al concepto de 
juego de lenguaje de Wittgenstein (1953) y será retomado más adelante. A diferencia del lenguaje 
como estructura, el lenguaje como sistema de relaciones actuativo no se abstrae como entidad 
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estructural sino que se interpreta como organización; no tiene reglas universales sino criterios 
tácitos o explícitos; no se estudia con las divisiones gramaticales tradicionales, aunque 
eventualmente pueda recurrir a ellas; se acerca más a lo que estudia el antropólogo que a lo que 
estudia el lingüista; entre otras. Por otro lado, el lenguaje como comportamiento lingüístico es lo 
que interesa a la psicología basada en una estrategia no mediacional: cómo las personas hablan, 
leen, etc., de la forma cómo lo hacen y de qué depende que lo hagan así. 
A pesar de esta distinción en la noción de lenguaje que puede ser pertinente para una 
estrategia no mediacional en psicología, se ha reconocido la primera (como sistema de relaciones 
prácticas entre personas) tácitamente en la forma de “ambiente social” (Skinner, 1953) pero no se 
han revisado con detalle lo que implica un ambiente social como diferente de uno no social. En 
general, la noción de lenguaje prevaleciente para la psicología que sigue esta tradición es como 
comportamiento lingüístico o más exactamente como comportamiento verbal. Richelle (1975/1981) 
introduce así la distinción de nociones que estamos comentando: 
Skinner (lo confiesa sin ambigüedad) no tiene el más mínimo propósito de recusar la 
lingüística ni de sustituirla por su propio modo de análisis. Por el contrario, para destacar bien 
la diferencia entre objeto e intención, ha escogido el término verbal behavior – 
comportamiento verbal- en vez de hablar de lenguaje o comportamiento lingüístico. No se 
interesa por las reglas que rigen el sistema de la lengua (que es tareade la lingüística), sino 
por la persona individual que habla. Trata de explicar cómo se instaura, se mantiene, se 
modifica y se manifiesta un determinado repertorio verbal en un sujeto dado (p.32) 
De hecho, la tradición conductual es la representante por excelencia de esta estrategia, y 
sobresale el trabajo de Watson (1924a; 1924b), de Skinner (1957) y de Kantor (1977) como autores 
clásicos. Las categorías conceptuales que se utilizan son las que resultan del análisis de las 
relaciones individuales con los objetos y eventos del ambiente; las de las demás disciplinas son 
referentes con los que se pueden buscar articulaciones posteriores pero no son las que enmarcan el 
análisis. Así mismo, la explicación que se busca prescinde de los constructos hipotéticos que 
resultan de la integración interdisciplinaria, y en su lugar, consiste en la formulación de 
regularidades entre lo que los individuos hacen y los demás eventos. 
El campo de indagación del análisis del comportamiento verbal no se divide en adquisición, 
comprensión y producción, aunque necesariamente toca lo que se reconoce bajo esos términos. En 
realidad, dependiendo de la forma específica como se concibe al lenguaje, el campo se divide de una 
u otra forma. En la cita de Richelle (1975/1981) se resume claramente cuáles han sido los 
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problemas sobre los que se ha trabajado conceptual y experimentalmente en la tradición que ha 
estudiado el comportamiento verbal: origen, mantenimiento y modificación. 
Además del trabajo de la tradición conductual, en la que se incluye la interconductual sobre la 
cual abundaremos en el resto del libro, sobresale como ejemplo el de Richelle (1975/1981) y el de 
Moerk (2000), aunque ciertamente, no son las posturas dominantes en el área. A continuación 
presentaremos con detalle cuáles son las principales premisas, desarrollos y problemas de la 
tradición conductual clásica que ha estudiado el comportamiento verbal. Posteriormente, en la 
segunda parte, desarrollaremos una alternativa que intenta superar los problemas tanto de la 
estrategia mediacional como los de la no mediacional clásica. La razón por la cual detallamos la 
tradición conductual clásica, es porque consideramos que comenzó por el camino correcto para una 
adecuada comprensión del comportamiento verbal pero al mismo tiempo, llegó a un callejón sin 
salida que amerita un análisis cuidadoso y el ofrecimiento de una alternativa que rescate sus 
fortalezas pero también que proponga salir del callejón. Consideramos que la teoría interconductual 
es un camino promisorio para hacerlo, entre otras cosas porque no sólo se interesa en el 
comportamiento verbal sino además, reconoce como crítica esa otra noción de lenguaje como 
sistema de relaciones prácticas entre personas. Esto abre un horizonte rico de indagación que está 
en sus comienzos. 
 
3. El análisis del comportamiento verbal desde la 
teoría del condicionamiento 
A partir del desarrollo científico de la psicología a finales del siglo XIX y principios del siglo 
XX, la inserción del paradigma evolutivo en la explicación de los fenómenos psicológicos conllevó a 
que diversas disciplinas concibieran al ser humano en el marco de una continuidad en relación con 
los demás organismos vivientes. Sin embargo, específicamente en el caso de la psicología, el análisis 
de los fenómenos relacionados con el lenguaje permitió el surgimiento de propuestas conceptuales 
que intentaron establecer una distinción entre los fenómenos psicológicos humanos y subhumanos 
(Kantor, 1990). 
La escuela conductista, sin embargo, se caracterizó por defender que tal distinción no 
implicaba que los procesos conductuales fueran diferentes entre humanos y no humanos (cf. 
Skinner, 1953). Así, su trabajo ha procurado mostrar cómo con un mismo conjunto de principios 
básicos, puede dar cuenta de todos los fenómenos psicológicos tradicionales. Esta premisa implicó 
que con la misma lógica que se abordaba un proceso de aprendizaje animal se abordaría un proceso 
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de aprendizaje humano. El investigador encontraba pacientemente ciertas regularidades en el 
laboratorio de condicionamiento y luego, las extrapolaba para interpretar la conducta humana. La 
asimetría entre la investigación experimental animal y la humana es grande, pero sin embargo, esta 
última se ha interpretado básicamente en términos de aquélla. 
¿En qué consiste el enfoque conductual clásico? Vamos a presentarlo a partir de tres tesis 
fundamentales: 
a) La psicología es una ciencia natural 
b) En tanto tal, estudia la conducta de los organismos vivos 
c) Se propone controlar y predecir la conducta 
Que la psicología sea considerada una ciencia natural quiere decir que se interesa por 
fenómenos semejantes a los de las demás ciencias naturales como la física, la química o la biología. 
En su momento, esto no resultaba tan claro pues históricamente había pertenecido a las ciencias del 
espíritu o humanas, y sus métodos de estudio se acercaban más a los reportes introspectivos o a la 
reflexión filosófica. No obstante, a finales del siglo XIX, como resultado de los avances en la teoría de 
la evolución, la genética, la fisiología sensorial y la introducción de los métodos positivistas en el 
panorama científico de occidente, se fue abriendo espacio a la idea de que la psicología también 
podría hacer observaciones en tercera persona, llevar sus fenómenos al laboratorio y encontrar 
regularidades. 
Para ser consistente con esa idea, la psicología tendría que ofrecer un objeto de estudio que se 
prestara para la observación y medición confiable, y éste sólo podría ser lo que los organismos 
hacen: su conducta. Los investigadores podrían segmentar respuestas, medir su frecuencia, 
intensidad, latencia, etc., tal y como lo hacían los fisiólogos. Pero además, podrían encontrar 
relaciones funcionales entre tales respuestas y eventos ambientales discretos igualmente 
manipulables y medibles. De esta forma, podrían replicarse hallazgos y llegar a formular 
regularidades semejantes a leyes. Éstas, a su vez, permitirían predecir que dadas ciertas condiciones 
ambientales, se presentaría con relativa probabilidad determinada respuesta. 
El reto que enfrentó desde sus inicios la escuela conductual, fue mostrar cómo tal esquema 
poderoso experimentalmente era suficiente para cubrir todos los fenómenos que habían sido 
materia tradicional de la psicología. Frente a esto surgieron dos enfoques: uno, que consideraba que 
la conducta era el único objeto posible de estudio experimental, más allá de que existieran o no 
procesos inobservables de tipo consciente o inconsciente. Este enfoque, que se ha llamado 
conductismo metodológico, afirma sólo un imperativo operacional más no uno ontológico o 
epistemológico; es decir, no se ocupa de la existencia de procesos en otro nivel inaccesibles 
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directamente sino del estudio de lo único que es accesible, la conducta, informe o no de aquello otro. 
Como es evidente, este enfoque estaría a un paso de la estrategia mediacional, si además de la 
conducta, se interesara en un supuesto proceso que la cause aunque no pueda acceder a él. La única 
forma de conocerlo, es infiriendo a partir de la conducta. 
Por otro lado, otros investigadores afirmaron que la conducta en sí misma era todo lo que 
tendría que estudiarse. A este enfoque se le conoce como conductismo estricto o radical, pues de 
plano rechaza la existencia de un nivel de análisis de relevancia psicológica, diferente a la actividad 
de los organismos. Este enfoque es el que ha tenido más retos para mostrar su suficiencia y 
adecuación, pues pareciera contraintuitivo que lo que los organismos hacen es el fenómeno 
psicólogo históricamente reconocido. Nosotros consideramos que sí lo es. Si en lugar de buscar 
procesos dentro del organismo trasladamos la mirada hacia la relación que éste sostiene con los 
objetos y eventos de su ambiente, en toda lacomplejidad de sus circunstancias, encontraremos todo 
lo que se ha considerado como fenómeno psicológico. 
Existen, sin embargo, dos aspectos que limitan ampliamente a este enfoque: el ejemplar sobre 
el cual se construyó (Ribes, Moreno y Padilla, 1996) que es el del reflejo, acotó el fenómeno a uno 
basado en la contigüidad espacio-temporal de eventos discretos. Y por otro lado, trató a todo el 
espectro de conductas como correspondientes a un mismo nivel de desarrollo, y es aquel que se 
logra con base en las propiedades físico químicas de los objetos. De este modo, a pesar de que este 
enfoque es fundamentalmente correcto en lo que podríamos llamar su radicalidad en la afirmación 
sobre las coordenadas que definen el objeto de estudio, consideramos que no lo es respecto a las 
implicaciones de construirse sobre el paradigma del reflejo y de asumir las propiedades 
fisicoquímicas como las que son funcionales y definitorias en todos los tipos de conducta. Esto, 
claramente ha afectado el éxito en el abordaje del comportamiento humano, y en particular, el 
comportamiento verbal. A continuación desarrollaremos estas ideas. 
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� El reflejo como ejemplar 
El concepto dominante de conducta en la tradición del condicionamiento, es asumido como 
actividad del organismo. Esta noción de conducta se vincula con un criterio de observabilidad del 
fenómeno natural a estudiar que revela influencias claras de modelos científicos de principios del 
siglo XX, en concreto, la filosofía positiva, la mecánica cartesiana y los modelos fisiológicos de la 
conducta refleja. La consecuencia de esto fue la introducción del paradigma del reflejo en la 
explicación y el abordaje experimental de los fenómenos psicológicos, y en particular, en el caso del 
análisis del lenguaje como conducta. La conceptualización del reflejo derivada de la explicación 
cartesiana del movimiento del cuerpo vivo y asumido con base en la mecánica newtoniana, 
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estableció la necesidad epistemológica de explicar los fenómenos naturales en términos de 
relaciones causales entre eventos causantes y eventos causados, entre sustancias que mueven y 
sustancias que son movidas (Ribes-Iñesta, 1999; Ribes-Iñesta, 1996). Así, la psicología conductista 
de principios del siglo XX asumió la explicación del comportamiento, en tanto acciones y 
movimientos como efectos de agentes causales de orden ambiental o fisiológico, y por ende, 
estableciendo como propósito científico el descubrimiento de relaciones causales entre eventos 
discretos. 
Esta influencia se hace evidente en las primeras aproximaciones de I. Pavlov (1927/1960) al 
lenguaje y pensamiento humanos (aunque este autor no hizo parte de la escuela conductista, ha sido 
vinculado con ella históricamente por su clara influencia). Pavlov asumió los problemas derivados 
de la adquisición y el mantenimiento del lenguaje a partir de la conceptualización de las 
propiedades de un segundo sistema de señales, fundamentado en sus trabajos pioneros sobre 
condicionamiento. De esta manera se concibió a los vocablos, en tanto ocurrencias circunstanciales, 
como señales que podrían presentar propiedades funcionales similares a las de los estímulos 
clásicos de los procedimientos de condicionamiento. 
Metodológicamente se derivaron dos aproximaciones investigativas para abordar dichas 
propiedades funcionales: la primera asumiendo los vocablos como estímulos incondicionales, 
método que se denominó “verbo-motor”, en donde la estimulación verbal desempeñaba la función 
de refuerzo en relación con conductas condicionales motoras (Bronkhart, 1980). En la segunda, la 
estimulación verbal se presentaba como estímulo condicional, acentuando el análisis en los 
fenómenos de generalización de las respuestas condicionales como indicadores de procesos de 
conceptualización. Esta aproximación al análisis del lenguaje asumió que dichos procesos de 
generalización y conceptualización eran exclusivamente humanos, en tanto que se presentaba un 
sistema de señales con respecto de señales, cualitativamente diferente del eventual sistema 
establecido entre respuestas condicionales y estímulos condicionales característico del primer 
sistema. Como el mismo Pavlov lo menciona explícitamente: 
Hasta la aparición de la familia homo sapiens, los animales sólo se relacionaban con el mundo 
circundante por impresiones directas... únicas señales de los objetos externos. En el futuro 
hombre aparecieron, se desarrollaron y perfeccionaron en forma extraordinaria las señales 
de segundo grado, las señales de aquellas señales primarias, en forma de palabras... Las 
palabras eran y siguen siendo únicamente segundas señales de la realidad. (Pavlov, 
1927/1960, p. 338). 
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En tanto que el lenguaje correspondía a señales que permitían al individuo el 
establecimiento de relaciones simbólicas, era posible admitir relaciones condicionales que 
trascendían las restricciones espacio-temporales de la estimulación directa. Esta concepción 
suponía un fenómeno de sustitución de estímulos en donde las palabras entraban a sustituir a los 
objetos y eventos del mundo y en donde las sustituciones podían ser ilimitadas debido a una 
capacidad de autocondicionamiento de los seres humanos que posibilitaba cadenas de reflejos 
condicionales que contendrían palabras. Esta explicación de las dimensiones psicológicas del 
lenguaje, supone una relación causada por estimulación externa en tanto eventos determinados 
físico-químicamente y definidos espacio-temporalmente sobre un evento conductual lingüístico con 
las mismas características, correspondiente a un movimiento muscular vocal o gestual discreto de 
un individuo. 
Independientemente de las explicaciones neurofisiológicas del establecimiento de las 
relaciones condicionales propuesta por Pavlov, es posible afirmar que dicha conceptualización se 
construye a partir de dos supuestos epistemológicos íntimamente relacionados: una relación de 
causalidad por contacto entre eventos ambientales y eventos conductuales (mediadas por el 
funcionamiento de estructuras cerebrales) y un análisis atomista de estos eventos en la forma de 
unidades discretas conceptualizadas diacrónicamente sobre una recta temporal. 
La respuesta condicional verbal fue de índole eminentemente vocal aunque Pavlov también 
hacía mención a respuestas gestuales pero en menor medida. Propuesto así, la conducta lingüística 
correspondía con acciones de los individuos ante estimulaciones físicas que afectaban los 
receptores sensoriales de tal manera, que el escuchar, el observar o el leer eran efectos discretos de 
unidades receptoras del organismo, ante las cuales las unidades generadoras de señales respondían. 
Estos supuestos mecanicistas permearon igualmente el desarrollo teórico de J. B. Watson, 
quien se centró en el análisis de la ocurrencia observable de la emisión de vocablos o gestos en 
relación con eventos ambientales. Según Watson (1924a; 1924b), el comportamiento verbal es un 
tipo de acción, ostensible o no, que al comienzo del desarrollo consiste en movimientos musculares 
del aparato fonador-vocal o gestual (vocalizaciones monosilábicas); posteriormente, gracias a la 
estimulación ambiental, llegan a conformar palabras y oraciones cada vez más complejas que 
sustituyen objetos y eventos del mundo en la forma de hábitos comunicativos. 
Watson (1920; 1924a; 1924b) plantea que cuando un individuo responde frente a un objeto 
o una situación, es su cuerpo entero el que reacciona, sugiriendo una vinculación funcional entre 
tres tipos de hábitos: los motores, los viscerales y los verbales. En este sentido, la interdependencia 
de estos tipos de hábitos permitiría que las manifestaciones gestuales de los individuos pudieran 
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sustituir a las palabras ya condicionadas, evidenciando el principio de economía orgánica adaptativa 
del lenguaje. 
En suma, las primeras aproximaciones conductuales concibieron el comportamientoverbal 
como un evento discreto de la actividad de un individuo en tanto respuestas explícitas (como 
hablar) o implícitas (como pensar) condicionales a relaciones entre eventos ambientales 
antecedentes. El análisis del lenguaje en términos de reflejos condicionales en las aproximaciones 
hechas por Pavlov y en términos de hábitos comunicativos como lo asumió Watson se vieron 
dirigidas al análisis de la conducta verbal vocal o gestual, mas sin embargo, no se abordaron 
conceptual ni experimentalmente otras formas de interacción que presentan los individuos con y a 
través del lenguaje como es el caso del escuchar, el observar y el leer. 
Este sesgo fundamentalmente se presentó por dos razones: la primera, por el imperativo de 
la observación operacional de los fenómenos científicos que identificaba a cualquier ciencia natural, 
que llevó a considerar que la conducta eran respuestas manifiestas; y la segunda, derivada de la 
anterior, por las posibilidades metodológicas de medición y manipulación que permiten las 
respuestas discretas. Así, Watson (1924a) específica que los parámetros espacio-temporales y las 
características fisco-químicas de los estímulos y las respuestas (los fenómenos de recencia, 
frecuencia, novedad, contigüidad espacio-temporal, entre otras) determinan diferencias 
cuantitativas en el establecimiento de relaciones condicionales entre eventos ambientales y 
respuestas condicionales, y eso, también tendría que aplicarse a la conducta verbal. 
Propuesto así, los modos lingüísticos o formas en las que se presenta el comportamiento 
verbal (gesticular, hablar, escribir, observar, escuchar y leer) serían concebidos como acciones de 
los individuos ante estimulaciones ambientales específicas. Pero claramente el habla y los gestos se 
prestaban mejor para la concepción discreta y observable, razón por la cual, se privilegió el estudio 
de la adquisición de hábitos vocales o gestuales, mientras que las conductas de escuchar u observar 
no constituían acciones observables del individuo y por ende no era susceptible de mención bajo los 
mismos criterios del hablar, escribir o gesticular. 
Este mismo sesgo se evidencia en el tratamiento que presenta Skinner (1957) acerca de la 
conducta verbal aunque con algunas diferencias. El autor consideró que la conducta verbal es 
aquella reforzada a través de la mediación de otras personas. Por ejemplo, decir “está haciendo 
calor hoy”, ha sido establecido por la mediación de una persona que hace parte de la comunidad 
verbal a la que pertenece el hablante. O cuando pido en el autobús a alguien que timbre por mí y 
éste lo hace, la consecuencia reforzante que logro fue mediada por la persona que timbró, por lo que 
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es probable que lo siga haciendo en subsiguientes ocasiones. Como es evidente, la conducta verbal 
se ajusta al mismo paradigma de cualquier otra conducta operante. 
Por otro lado, Skinner (1957) clasificó las posibles operantes verbales según la 
correspondencia morfológica y/o funcional que se estableciera entre ellas y diferentes eventos 
ambientales, de tipo verbal o no verbal. Por ejemplo, una ecoica, sería una operante verbal vocal que 
corresponde morfológicamente (es semejante perceptualmente) con otro segmento verbal auditivo; 
la textual, sería otra operante verbal vocal que corresponde con un segmento verbal visual; la 
transcripción, sería aquella que corresponde morfológicamente entre un estímulo verbal visual y 
una respuesta escrita. Si la correspondencia es arbitraria y usualmente en forma de 
encadenamientos, entre un estímulo verbal y otra respuesta verbal en cualquier modalidad, se trata 
de una intraverbal; si la correspondencia es así mismo arbitraria pero entre un objeto o evento 
presente o una propiedad suya, y una respuesta verbal en cualquier modalidad, entonces se trata de 
un tacto; si al margen del estímulo antecedente, lo que define la relación es una consecuencia 
característica que especifica la respuesta verbal ante la cual se está en condiciones de privación o 
estimulación aversiva, hablamos de un mando; y si finalmente, la respuesta verbal que se emite 
depende de otra respuesta verbal y modifica sus efectos, entonces se trata de una autoclítica (como 
las palabras que modifican el efecto sobre un oyente y los ordenamientos gramaticales). 
Esta definición de conducta verbal, además de los múltiples problemas lógicos que presenta 
(cf. Ribes-Iñesta, 1990, Ribes-Iñesta, 1999, Ribes y Harzem, 1990), es tan amplia que su 
aplicabilidad cubre la interacción entre un animal experimental y un investigador que suministra 
reforzadores. Esto, él mismo lo reconoció como un “incidente” de la definición (p.108). La forma de 
aparentemente resolver el asunto fue hacer una doble aclaración: la primera (cf. p.225), fue 
restringir la mediación del escucha a casos en donde su respuesta haya sido condicionada para 
reforzar la conducta el hablante, lo cual lleva a la circularidad de afirmar que la conducta verbal es 
aquella reforzada por una persona cuya respuesta fue condicionada para reforzar la conducta 
verbal. La segunda, tardía (cf. Skinner, 1986, p.121), precisa que la conducta verbal es la que 
refuerza otra persona cuando ésta se comporta en una forma moldeada y mantenida por un 
ambiente verbal o lenguaje. Es decir, que la diferencia estaría dada por la cualidad del ambiente, 
pero no especificó qué implicaba esa cualidad, o que diferencias (porque tendría que haberlas para 
haberlo introducido como precisión) representaba en términos del tipo de conducta resultante por 
su acción. 
Tanto Chomsky (1959) como Ribes-Iñesta (1999) criticaron que tal concepción de la 
conducta verbal flexibilizaba los conceptos de reforzamiento que se habían originado en el 
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laboratorio y que se acercó más a una clasificación estructural que a una auténtica funcional. Ambos 
autores, representando tradiciones teóricas opuestas; sin embargo atinaron a hacer esta misma 
crítica. Otras formuladas por Chomsky (1959) reflejan una interpretación inadecuada del marco de 
referencia y el propósito de la explicación skinneriana. 
La influencia del paradigma del reflejo es evidente al tratar la conducta verbal como variable 
dependiente. Esta acepción sugiere que la conducta verbal se asuma como una ocurrencia discreta 
inmersa en una línea temporal dentro de dos eventos estimulativos ambientales, uno el evento 
discriminativo y el otro el evento reforzador. De esta manera, el análisis de los modos de ocurrencia 
del lenguaje basado en un criterio de observabilidad de los eventos en relación, conlleva a que se 
tengan en cuenta las dimensiones ostensibles de las respuestas operantes en general, como son el 
nivel de energía de la respuesta, la probabilidad de ocurrencia, la velocidad, la latencia, la repetición, 
entre otras. Esta implicación determina que solamente pueden ser tenidas en cuenta como 
conductas operantes aquellas que generan productos lingüísticos, es decir aquellas de carácter 
manifiesto que afectan directamente el ambiente. 
Es evidente la omisión de un tratamiento diferencial de los modos lingüísticos. Debido a que 
las operantes descritas se clasifican con base en las correspondencias entre clases de estimulaciones 
y clases de respuestas, en el caso de los tactos, los mandos y las intraverbales, si son hablados o 
escritos no es relevante debido a que pueden pertenecer a una misma clase en función de las 
variables antecedentes que las controlan. En el caso de los comportamientos ecoicos, textuales, de 
transcripción y de traducción se presenta una correspondencia morfológica entre el estímulo 
discriminativo antecedente y la respuesta verbal operante, de tal manera que en las ecoicas y en las 
textuales la conducta verbal sería oral, mientras que en las de transcripción y traducción la operante 
correspondería a la escritura. En este sentido las conductas de hablar, escribir, leer, y gesticular 
seríanoperantes, las cuales serían abordadas por las mismas categorías conceptuales a través de las 
cuales se analizan las demás. 
La diferenciación de las operantes verbales prescritas en la taxonomía planteada por 
Skinner, conlleva una correspondencia implícita (aunque en algunos apartes es explícita) entre la 
morfología del estímulo discriminativo y la morfología de la respuesta operante, lo cual soportó que 
se presentara un análisis con respecto de la respuesta verbal manifiesta, en particular las 
relacionadas con expresiones vocales, escritas y gestuales. En este sentido, al definir la conducta 
verbal como una “operante” en tanto que cause un efecto sobre el ambiente, el cual a su vez afecta 
funcionalmente al organismo, asume que las conductas de hablar, escribir y gesticular son aquellas 
objeto de estudio psicológico en tanto que producen efectos, así sea indirectos, sobre el ambiente, 
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de lo cual se desprende que las conductas de observar y escuchar no correspondan con la definición 
de operante, en tanto no ejercen ninguna acción efectiva sobre el ambiente. 
En síntesis, es posible observar que la inserción del paradigma del reflejo en las 
explicaciones psicológicas del lenguaje desde el análisis del comportamiento, determinó que el 
comportamiento verbal abordado desde la teoría del condicionamiento, sugiriera un efecto 
mecánico directo o indirecto de la conducta como acción sobre el medio, lo cual excluyó el análisis 
de las interacciones lingüísticas en donde no es posible determinar con base en un análisis de 
contingencias lineal, efectos no mecánicos en la forma de acciones verbales de otros o del mismo 
sujeto. 
El delimitar el comportamiento lingüístico como de carácter respondiente u operante, 
excluyó del análisis psicológico las interacciones lingüísticas que no se identificaran con base en un 
criterio de observabilidad tales como escuchar, observar, leer comprensivamente, entre otros. Así 
mismo, se ha señalado la inconsistencia de definir la conducta lingüística como operante, en donde 
el análisis de las dimensiones psicológicas de dicha conducta se limitaría a su frecuencia, fuerza, 
latencia, etc., y en donde la explicación de la adquisición y mantenimiento de dicho comportamiento 
se fundamenta en covariaciones con segmentos estimulativos antecedentes y consecuentes. 
 
���� La primacía de las propiedades fisicoquímicas 
Esta crítica requiere un poco de contexto. Suponga que está conversando con otra persona. 
Para sostener la conversación, usted necesita fijar su mirada dentro de los contornos de la figura de 
la otra persona, guardar cierta cercanía para poder recibir las ondas sonoras que emite su voz, ser 
sensible a sus movimientos, su olor, etc. Estas propiedades como la figura, las ondas sonoras, las 
partículas odoríferas, sus movimientos, etc., son propiedades fisicoquímicas, en la medida en que 
son propias de cualquier objeto material. El escritorio, el libro, el teléfono, etc., poseen también tales 
propiedades y lo que hacemos con relación a ellos se ajusta a tales propiedades. 
Por otro lado, algunos comportamientos de la otra persona regulan lo que usted hace. Por 
ejemplo, la fuerza con la que se acerca hacia usted regula si se defiende o no; si es hombre o mujer, 
dispone de ciertas pautas de comportamiento diferencial; la corpulencia del otro define posturas 
suyas, etc. Esas ya no son simplemente propiedades fisicoquímicas sino organísmicas o ecológicas, 
pues corresponden a características adquiridas como especie y que nos vinculan con el 
comportamiento del resto de animales. 
Finalmente, usted no sólo responde a los movimientos del otro, ni a sus características 
organísmicas sino además a atributos y/o atribuciones que han resultado de diferentes prácticas 
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sociales en las que participa. Por ejemplo, si esa persona es su jefe, su comportamiento es diferente 
a si es un vendedor o un posible cliente. O si esa persona es conocida por ser mentirosa, lo que usted 
dice, cómo se lo dice, también es diferente a si la fama de esa persona es de ser muy confiable. Estas 
propiedades no son propias de objetos materiales por el hecho de ser objetos, ni son características 
de lo que los animales hacen por el hecho de pertenecer a una especie, sino que son atribuciones 
resultantes de la pertenencia a prácticas sociales. En esa medida, estas propiedades son 
convencionales y son necesariamente establecidas vía comportamiento verbal. Cuando el 
comportamiento se establece en función de tales propiedades, decimos que tiene lugar un contacto 
convencional. 
Según lo anterior, esta crítica consiste en que la tradición conductual ha tratado el lenguaje 
básicamente como contacto con propiedades fisicoquímicas, como la mayoría de la conducta animal 
en el laboratorio, pero no como contacto con propiedades convencionales, lo cual pareciera ser una 
característica humana vinculada con el hecho mismo de vivir en un ambiente social. Es el 
reconocimiento de éste, como una de las nociones de lenguaje que señalábamos anteriormente, lo 
que permitiría concebir tal contacto. Pero la tradición conductual no lo reconoce, por lo que sitúa al 
comportamiento verbal en el mismo nivel que cualquier comportamiento establecido sólo en 
función de propiedades fisicoquímicas. 
¿Cómo se sustenta que la tradición conductual no ha tenido en cuenta las propiedades 
convencionales para su formulación del lenguaje? Veámoslo. 
La primera formulación watsoniana consistió en definir lo verbal en función de una 
localización orgánica, y las particularidades del pensamiento (vinculado con lo verbal), con lo 
inaparente (cf. Watson, 1913a, p.174). Posteriormente (Watson, 1913b), enfatizó que la principal 
función del desarrollo de los hábitos verbales es la abreviación conductual, utilizando la noción de 
“sustitución”, con el cual se refería a que las palabras llegan a cumplir funciones que inicialmente 
correspondían a acciones, llegando al punto de una dominancia lingüística conductual. 
Ante la necesidad de diferenciar los hábitos vocales de un loro y de un humano, Watson 
(1919) se enfrentó al problema del contacto convencional, pues morfológicamente podrían ser 
idénticos pero funcionalmente no. Según él, la distinción recaía en el tipo de ambiente humano: “El 
hombre es un ser social y casi desde el comienzo, la actividad lingüística llega a ser parte de cada 
ajuste, incluso cuando éste tenga lugar en una situación que no sea social” (p.331). Watson 
distinguió el hábito vocal del hábito lingüístico o verbal: el primero son palabras aisladas 
desconectadas de otras palabras y acciones, y el segundo es el que sí presenta tal conexión. Así, el 
ser humano contaba con unos y otros mientras el loro sólo con el primero. Contar con hábitos 
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lingüísticos implicaba, entonces, la sustitución de una respuesta por otra, lo cual podría entenderse 
en términos contemporáneos como equivalencia funcional de respuestas. Algunas críticas (Bartlett 
y Smith, 1920; Thomson, 1920) apuntaron hacia este concepto de sustitución, pues sería lo 
característico de la función lingüística como diferente de la mera vocal. En síntesis, los autores 
plantean que tendría que tratarse de una sustitución “relevante” o “significativa”. La respuesta de 
Watson (1920) consistió en precisar que el significado es acción, lo cual es consistente con lo que se 
ha mantenido en la tradición conductual o afines (vgr. Ryle, 1949/2005; Wittgenstein, 1953; Austin, 
1979), pero incluso aceptando eso, no se resuelve el asunto de la sustitución “relevante”. 
Lo que Bartlett y Smith (1920) señalaban con la sustitución significativa, es que tendría que 
abordarse cómo puede responderse a “lo que la palabra significa” y en especial a palabras 
abstractas, dado que el tema de discusión era el pensamiento. Al respecto, Watson sólo escribe: 
La palabra mesa (cualquier clase o palabra abstracta como animal, justicia, misericordia,infinito, tiene la misma historia) se vuelve desde entonces un objeto individual, una parte de 
su mundo de objetos, dispuesto a evocar una respuesta definida (apropiada a la situación en 
la que se encuentra) cuando se habla a sí mismo, la piensa o escucha (Watson, 1920, p.179). 
Pero ¿en qué consistía dar una respuesta apropiada a la situación? La adecuación de la 
respuesta es precisamente lo que distingue la conducta del loro y del humano. Es decir, el loro 
puede aprender a responder diferencialmente a la morfología lingüística “misericordia”, y hasta ahí 
podría decirse que su respuesta fue apropiada, pero lo fue ante propiedades perceptuales. Lo 
“relevante” en últimas apunta a la pregunta sobre a qué más responden los humanos cuando ven o 
escuchan esa palabra, más allá de sus propiedades perceptuales. Es ahí donde la tradición 
conductual no ha ofrecido respuestas claras. 
Watson (1924a, p.346) amplió su noción de sustitución para incluir equivalencias funcionales 
entre objetos y palabras, de modo que se entendiera cómo se responde a una palabra como “mesa”: 
la respuesta fue que eso era posible porque la palabra, aducida por el objeto, llegaba a sustituirlo, de 
modo que responder de forma apropiada a la palabra es responder como se haría si el objeto 
estuviera presente. Skinner (1957) critica exactamente esta noción de significado como responder a 
una palabra que guarda equivalencia funcional con un objeto: 
Pero no nos comportamos hacia la palabra “zorro” como nos comportamos hacia los zorros, 
excepto en un caso limitado. Si tememos a los zorros, el estímulo verbal zorro, que hemos 
escuchado en presencia de zorros reales, evocará una reacción emocional…Pero el estímulo 
verbal zorro no lleva, por simple condicionamiento, a una conducta práctica apropiada a los 
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zorros. Sólo cuando los conceptos de estímulo y respuesta se usan de forma muy ligera, el 
principio de condicionamiento sirve como un prototipo biológico de simbolización (p.87). 
Está claro que el patrón sonoro (propiedad fisicoquímica) “zorro” produzca una reacción 
emocional condicional, incluso concediendo que la razón principal de esto es su asociación con el 
animal mismo (aunque hay infinidad de casos en que esto no ocurriría). Pero no queda claro cómo 
en el esquema watsoniano se da cuenta del hecho que una persona muestre una misma reacción 
condicionada ante un sinónimo de una palabra, sin haber tenido previamente una relación de 
contigüidad, tal y como lo reporta Razran (1939). Lovejoy (1922) afirma que responder a una 
palabra en términos de lo que ésta designa, lleva al problema del contenido que no tendría cabida en 
el sistema watsoniano: 
La categoría “tratar sobre”, la concepción de “referencia a”, no tiene un lugar legítimo en el 
sistema conductista. No es una relación definible en términos físicos; y todas las relaciones no 
definibles en términos físicos son (reconocidamente) excluidos del universo del conductista” 
(p.144). 
Con la expresión “términos físicos”, puede entenderse que cuando se trata de respuestas a 
propiedades fisicoquímicas, el sistema conductual tradicional explica relativamente bien su 
adquisición, pero no cuando no se trata de ellas, sino de lo que se ha introducido acá como 
propiedades convencionales. 
El tratamiento de Skinner (1957) tampoco es satisfactorio. Según él, en lugar de que la palabra 
funcione como un estímulo condicional, funciona como un estímulo discriminativo, asunto que 
desarrollaría luego cuando intentó abordar la conducta del escucha en la forma de control 
instruccional. Sin embargo, le añadió la función de “especificar” la contingencia (Skinner 
1969/1979, p.138), lo cual supone atender a su contenido, y su sistema teórico no sustenta eso. 
Pero quizás el ejemplo más claro del problema de tratar al comportamiento verbal como del mismo 
tipo del no verbal, se evidencia cuando Skinner (1957) plantea las respuestas a la conducta cubierta 
como una modalidad de tacto. En extenso: 
En la medida en que la conducta cubierta sigue estimulando al individuo, como debe hacerlo si 
lo refuerza, puede controlar otra conducta. Cuando esta última es verbal y en la forma de 
tactos, decimos que el hablante está “describiendo” su propia conducta cubierta. La 
comunidad verbal establece muchas respuestas semejantes, a menudo, como respuesta a 
preguntas como: “¿En qué estás pensando? 
Pero el autor previamente había caracterizado al tacto como operante verbal bajo el control 
de objetos o eventos particulares o sus propiedades, que conforman “el conjunto del ambiente 
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físico-el mundo de cosas y eventos, que se dice, es “sobre las cuales habla” el hablante” (p.81). Así, el 
individuo no podría decir en qué está pensando, sino sólo tactar las palabras que está diciéndose, en 
tanto eventos del ambiente físico. Las palabras en este abordaje serían del mismo tipo de 
estimulación que una silla, un color, o variedades “extendidas”, pero no aborda a la palabra u 
oraciones como unidades funcionales convencionales, y por tanto, sólo serían definibles a partir de 
sus propiedades fisicoquímicas. 
La tradición conductista ha asumido parsimoniosa pero quizás ineficazmente, que los 
procesos asociativos de instancias son suficientes para que “emerja” el contacto convencional, pues 
son tales procesos los que mejor están documentados como resultado del ejercicio experimental. La 
estrategia científica que se ha privilegiado es la de “estirar” un proceso registrado en el laboratorio 
para usarlo como punto de referencia para estudiar otros fenómenos no estudiados, y eso se ha 
considerado parsimonia. La historia de esta estrategia muestra que la dificultad reside en saber 
hasta dónde se trata de una imposición de un paradigma insuficiente que “no va a dar” para tanto 
estiramiento, o hasta dónde se trata de escasa creatividad y control experimental. Los defensores de 
la estrategia abogan por esto último. Pero quienes no, consideramos que se requiere una revisión 
permanente de la cobertura del paradigma y por tanto, de sus propios fundamentos, de modo que el 
asunto no sólo es de creatividad y control experimental sino de suficiencia categorial para hacer 
preguntas pertinentes. 
Las propuestas postskinnerianas contemporáneas y que han consolidado tradiciones 
investigativas cercanas a este asunto, son las de nominación (Horne y Lowe, 1996, p.208) y la de 
Marcos Relacionales (vgr. Hayes y Hayes, 1989, p.161). Sobresale que comparten dos aspectos que 
se presentan como necesarios para un abordaje exitoso del problema: uno, que no es claro ni en 
Watson ni en Skinner, es la distinción entre objeto de estímulo y función de estímulo, lo cual 
constituye el único requisito conceptual para darle paso al reconocimiento del contacto 
convencional. Además, ambas tradiciones han acentuado el carácter funcional de una 
caracterización de lo convencional (o verbal, como ellos lo plantean), como alternativa a una 
concepción basada sólo en la morfología. Tal carácter, implica reconocer de forma explícita la 
función convencional de respuesta y la función convencional de estímulo, en la forma de episodios 
de hablantes y escuchas como funciones: Afirman Horne y Lowe (1996): 
Es sólo a través de un análisis tanto de la conducta del hablante como del escucha, que 
podemos establecer lo que cuenta como una instancia de un nombre, cómo el último llega a 
tener significado y, en breve, lo que constituye la conducta verbal o lingüística distinguible de 
otras formas de responder condicionado (p.189). 
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Según lo anterior, las relaciones verbales no sólo son distinguibles de otras formas de 
respuesta condicionadas, sino que además incluyen los asuntos vinculados con el “significado”. 
Específicamente, proponen a la nominación como el tipo de relación verbal que supera lo propuesto 
por Skinner y que cubre aspectos de base convencional como lo que se denomina “significado”, 
“referencia”,

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