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Aslanidis, P (2018) - La psicología social del populismo

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La Psicología Social del Populismo Paris Aslandis - Universidad de Yale 
Borrador de documento, preparado para el Taller de Populismo de ASU, 15-17 de febrero de 2018 
Traducido el 21-09-2019 Pág.1 de 12 
La psicología social del populismo. 
Paris Aslanidis, Universidad de Yale 
Borrador de documento, preparado para el Taller de Populismo de ASU, 15-17 de 
febrero de 2018 
Introducción 
El aspecto esencial del populismo es la invitación a evaluar y politizar los reclamos 
sociales como debidos a una competencia entre dos grupos distintos por la legitimidad 
del poder: "el pueblo" versus "la élite". Dado el valor de la soberanía popular como 
principio constituyente, debiera esperarse que la voluntad del pueblo goce de una 
primacía absoluta en el proceso de toma de decisiones políticas contra otros 
intereses. En la realidad, sin embargo, esta asimetría positiva está amenazada o ya ha 
sido invertida por las élites que le han apostado "al sistema" para servir a sus propios 
fines. En consecuencia, los populistas instan al pueblo a movilizarse y recuperar su 
condición de soberanos. 
La demanda de la rehabilitación de la soberanía popular se basa en un terreno 
normativo firme, si bien, como con la mayoría de las afirmaciones políticas, 
generalmente es difícil producir métricas que garanticen un veredicto sólido sobre el 
grado en que las élites están de hecho manipulando el sistema. Sin embargo, si una 
parte considerable del electorado se encuentra de acuerdo con esta idea, quienes 
emprenden iniciativas populistas pueden beneficiarse de un fuerte impulso para la 
movilización. Pero, junto a la redención moral contra los malvados poseedores del 
poder, la fórmula populista ofrece una promesa utilitaria algo vaga, aunque bien 
discernible: se espera que la abolición exitosa de la dominación de la élite sobre la 
vida de la gente común aumente rápida y significativamente el bienestar general de la 
sociedad. 
Por otro lado, como es bien sabido, los diversos proyectos populistas que han surgido 
históricamente en todo el mundo han sugerido políticas particularmente inconsistentes 
para cumplir esta promesa. Para desesperación de los politólogos capacitados, las 
recomendaciones de políticas populistas no se pueden mapear fluidamente en base a 
las clasificaciones políticas establecidas (Aslanidis 2017). Por el contrario, existe una 
amplia evidencia de que el marco populista es lo suficientemente flexible como para 
acomodar ideas diversas e incluso contradictorias a lo largo de los tradicionales ejes 
izquierda-derecha y libertario-autoritario. Los populistas fiscalmente conservadores 
que acusan a las élites de Washington o Bruselas por regular en exceso la economía 
son demasiado numerosos para justificar su mención, y también lo son los populistas 
en el extremo opuesto del espectro que acusan a los mismos centros de exacerbar 
deliberadamente la desigualdad social a través de la desregulación económica. Los 
políticos autoritarios pueden adornar su actitud populista con la agenda centrada en el 
orden público que promueva soluciones xenófobas, en tanto los populistas 
antirracistas que defienden los valores posmaterialistas y el multiculturalismo son 
igualmente abundantes. Por lo tanto, a pesar de su estricta adhesión a la soberanía 
popular y su vehemente actitud antisistema, los populistas, en general, no dan 
prioridad a las injusticias socioeconómicas específicas y sugieren soluciones 
consistentes para ellas. En consecuencia, no existe un conjunto coherente de 
principios que puedan establecer el populismo como una ideología con implicaciones 
socioeconómicas sistemáticas (Aslanidis 2016a). Los estudios comparativos de la 
opinión pública confirman que el votante populista "promedio" no se encuentra en 
ninguna parte, y que la búsqueda de tal construcción es manifiestamente inútil 
(Rooduijn 2017). 
Al atravesar el plano cartesiano de valores políticos al tiempo que ofrece 
prescripciones políticas muy erráticas, el populismo está destinado a seguir siendo 
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difícil de alcanzar para la mayoría de las teorías convencionales de representación de 
votantes, y especialmente para aquellas basadas en la epistemología de los cálculos 
individuales de costo-beneficio. Dadas estas limitaciones, necesitamos un paradigma 
analítico alternativo para inspirar más investigación sobre el fenómeno. La psicología 
social quizás pueda contribuir a este objetivo. 
Los psicólogos sociales han criticado las concepciones individualistas de los procesos 
personales y grupales sobre la base de que los individuos no operan en un vacío 
social. Argumentan que la toma de decisiones de utilidad interpersonal tal vez sea bien 
captada por los instrumentos analíticos teóricos del juego, pero la política real implica 
procesos sociales complejos irreductibles a las fuerzas de la psicología individual 
(Brown 2000; Hogg y Reid 2006). Dada la abrumadora evidencia de que la 
identificación colectiva es un predictor significativo de la movilización colectiva 
(Reicher & Hopkins 1996; Simon et al. 1998; Sturmer & Simon 2004; Turner & 
Reynolds 2001; Huddy 2013; van Zomeren et al. 2008), los psicólogos sociales 
recomiendan una corrección de la representación demasiado individualista de la 
actividad social a través del estudio de la interacción entre la persona y la 
sociedad. En los últimos años, la relevancia de las teorías psicológicas sociales para la 
ciencia política ha sido reconocida repetidamente, lo que lleva a hallazgos valiosos 
para una variedad de preguntas de investigación (por ejemplo, Miller et al. 1981; 
Conover 1984; Kinder & Kam 2010; Reicher & Hopkins 2001; Jenkins 2008). 
A pesar de las afinidades entre el populismo y los procesos de identificación colectiva, 
hasta ahora los académicos no han logrado unir los dos campos. El presente capítulo 
debiera verse como un intento de delinear los contornos de una agenda de 
investigación para llenar potencialmente este vacío, centrándose en particular en la 
función psicológica social de construir la dicotomía entre el pueblo y las élites que 
sustenta el populismo. Comprender cómo los populistas hacen que estas dos 
categorías destaquen psicológicamente para cosechar beneficios políticos puede 
proporcionarnos una perspectiva alternativa en comparación con la agenda de 
investigación excesivamente reduccionista basada en cálculos de costo-beneficio de la 
utilidad personal. 
El capítulo comienza con una breve descripción de los conceptos psicológicos sociales 
clave relevantes para la disputa política y, después de examinar su adecuación a la 
subestructura psicológica de la movilización populista, procede a identificar la 
naturaleza antagónica del discurso populista como la fuerza impulsora del éxito del 
populismo. El argumento central del análisis es que quienes emprenden iniciativas 
populistas logran separar a los votantes de sus lealtades políticas existentes, al 
politizar su identidad social como "el pueblo" y beneficiarse de los efectos normativos 
de la autocategorización: favoritismo hacia el endogrupo, aliento a votar por el partido / 
líder populista, y degradación del exogrupo, que solidifican la identidad del campo 
populista a través de una hostilidad sostenida contra las fuerzas políticas consideradas 
como representantes de las élites. 
Teoría de la identidad social y movilización política. 
Entre otras cuestiones, la psicología social se ocupa de la mecánica compleja del 
comportamiento intergrupal (Browny Gaertner 2001; Hornsey 2008). La premisa 
principal, extraída de hallazgos empíricos repetidos consistentemente, es que la 
conducta personal en la identificación con un grupo lleva a fusionar en lo sensible 
[cursivas del traductor, no encuentro un modo mejor de expresarlo] lo que la persona 
tiene de similar con quienes son pares de su endogrupo y lo que tiene de diferente con 
quienes no son pares, lo que lleva a la adopción de normas de comportamiento 
estereotípicas que pueden potencialmente instigar conflictos intergrupales. A través 
del trabajo pionero de Muzafer Sherif (Sherif et al. 1961 [1954]) en los experimentos de 
Robbers Cave, se estableció por primera vez que el comportamiento intergrupal no se 
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limitaba a identidades atribuidas, como la raza o el sexo, como se sostenía 
comúnmente. Dividir a individuos de antecedentes similares en dos grupos arbitrarios 
y exponerlos a competiciones de torneos por recursos escasos condujo a la 
construcción de una identidad de grupo y una hostilidad contra el grupo externo. 
Un avance aún más importante tuvo lugar varios años después, cuando Henri Tajfel y 
sus asociados (Tajfel, Billig, Bundy y Flament, 1971; Billig y Tajfel 1973) ejecutaron 
sus experimentos de "grupo mínimo", demostrando que la competencia por los 
recursos era en gran medida irrelevante para la formación de identidad grupal y el 
conflicto intergrupal. En cambio, estos investigadores descubrieron que en entornos 
experimentales donde el diseño no fomentaba las preocupaciones instrumentales, el 
simple acto de clasificar a las personas –sin interacción cara a cara- en grupos 
arbitrarios introdujo un efecto psicológico lo suficientemente fuerte como para 
desencadenar un sesgo hacia el endogrupo, en ausencia de beneficios materiales 
claros para el endogrupo, e incluso a un costo agregado para sus miembros. Tan 
pronto como se introdujo la noción de "grupo" a los participantes, surgió el favoritismo 
hacia el endogrupo en ausencia de una presión social explícita o beneficios realistas 
para actuar de esa manera. Sobre la base del resultado de estos experimentos, Tajfel 
formuló una teoría general de las relaciones intergrupales, conocida como Teoría de la 
Identidad Social (Tajfel 1974; Tajfel 1978; Tajfel y Turner 1979). La Teoría de la 
Identidad Social (SIT), junto con la Teoría de la Autocategorización (SCT), 
desarrollada más tarde por el estudiante de Taijfel John Turner y sus asociados 
(Turner et al. 1987), son ahora las teorías más influyentes de los procesos grupales y 
las relaciones intergrupales en todo el mundo (Hornsley 2008) y constituirán los 
principales paradigmas teóricos empleados en el análisis psicológico social del 
populismo emprendido en este capítulo.[1] 
El concepto de identidad social, definido como "esa parte del autoconcepto de un 
individuo que deriva del conocimiento de su membresía [en] un grupo social (o grupos) 
junto con el significado emocional asociado a esa membresía" (Tajfel 1974: 69), es 
fundamental para el comportamiento intragrupo e intergrupo. Una persona comenzará 
a actuar como parte de un grupo cuando la identidad social asociada con este último 
adquiera suficiente notoriedad para producir despersonalización, una condición en la 
que "los individuos tienden a definirse y verse menos como personas individuales 
diferentes y más como los representantes intercambiables de cierta categoría social de 
membresía compartida” (Turner et al. 1994). Mientras que las identidades personales 
influyen en nuestra autointerpretación como individuos únicos, las identidades sociales 
operan a un nivel más alto de abstracción (Sturmer y Simon 2004). En otras palabras, 
la autocategorización, a través de la despersonalización, cambia nuestra evaluación 
de la realidad desde un punto de vista de identidad personal a uno de identidad social, 
de pensar en términos de "yo" a pensar en términos de "nosotros". Si bien se han 
sugerido diferentes explicaciones, Tajfel y Turner vieron la categorización como la 
manifestación de una necesidad humana intrínseca de mantener identidades de grupo 
positivas en nuestro esfuerzo por mantener un nivel saludable de autoestima individual 
y valor personal (Hornsley 2008; Thoits & Virshup 1997). [2] 
¿Cómo podemos determinar si un individuo realmente experimentará la 
despersonalización frente a una identidad grupal específica? La respuesta de SCT es 
que la persona debe percibir esta identidad como reflejo de sus expectativas, valores, 
motivos y necesidades, según lo condicionado por el contexto social existente. Más 
específicamente, la identificación grupal tiene un componente cognitivo y otro 
evaluativo, representados respectivamente por los conceptos de ajuste comparativo y 
normativo (Turner et al. 1994). El ajuste comparativo se rige por el principio 
del metacontraste , que establece que podemos considerar incluirnos en un grupo si 
percibimos nuestras diferencias intraclase como significativamente más pequeñas en 
comparación con las diferencias entre clases dentro de un marco de referencia 
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dado (Turner et.al. 1987). El endogrupo debe ser visto como internamente coherente y 
adecuadamente distinto de los grupos competitivos. Sin embargo, la mera variación es 
insuficiente por sí sola; los contenidos de la categoría también importan. El ajuste 
normativo se refiere al requisito de que la diferencia emergente entre la categoría focal 
y sus antecedentes exhibe consistencia con nuestras "creencias y teorías normativas 
sobre el significado social sustantivo de la categoría social" (Turner et al. 1994: 
455). Para pintar estos requisitos con trazo grueso, el posible endogrupo debe exhibir 
singularidad y mérito moral. 
El paso sociocognitivo del comportamiento "yo" al comportamiento "nosotros" es 
fundamental para la movilización política. Los estudios empíricos han confirmado en 
repetidas ocasiones que la lealtad a las identidades partidistas explica el 
comportamiento electoral mejor que las teorías alternativas (Campbell et al. 1960; 
Conover 1984; Dalton & Weldon 2007; Huddy et al. 2015). Ahora es una obviedad 
indicar que las actitudes y el comportamiento grupal surgen "de procesos básicos de 
categorización cognitiva que dividen el mundo social en endogrupos y exogrupos” 
(Brewer 2007: 695). Además, la agencia estratégica en la disputa política implica que 
los procesos normales de categorización social se exacerban "a través de la 
manipulación deliberada por parte de los líderes del grupo en aras de movilizar la 
acción colectiva para asegurar o mantener el poder político" (Brewer 2007: 703). Los 
políticos pueden hacer esto porque las apelaciones a lo que es relevante para el grupo 
tienen mayor legitimidad que los reclamos formulados en términos de utilidad personal 
(Brewer 2001). Este elemento inherentemente moral en la movilización de las 
identidades políticas (Reicher & Drury 2011; Gamson 1992) siempre tenderá a 
priorizar las causas colectivas sobre la búsqueda de resultados personalmente 
beneficiosos.[3] 
Procesos psicológicos sociales en la movilización populista. 
Como indica Klandermans (1984; también Simon 2004), el reclutamiento exitosopara 
cualquier tipo de causa política colectiva se basa en una larga secuencia de etapas de 
movilización: comunicar la existencia del endogrupo al individuo objetivo, transmitir su 
elegibilidad para la inclusión, establecer el significado social del endogrupo para las 
cuestiones políticas del momento, extensión de una invitación y persuasión al individuo 
del valor normativo de alistarse simbólicamente en el endogrupo y, finalmente, 
impulsar al nuevo miembro a adoptar y promulgar las normas del grupo en términos de 
comportamiento político manifiesto en el cuarto oscuro u otro lugar. Se deben activar 
varios mecanismos psicológicos antes de que se pueda alcanzar la última etapa. 
Dado que quienes emprenden iniciativas políticas movilizarán las identidades sociales 
que exhiben cierta influencia política, es crucial aclarar la distinción entre membresía y 
grupos de referencia (Turner et al. 1987; Turner y Reynolds 2001). Las sociedades son 
estructuras multigrupo que involucran una constelación de categorías sociales en 
competencia constante por la prominencia (Tajfel 1974). El reconocimiento superficial 
de la membresía "objetiva" en un grupo sociológico según lo definido por personas 
ajenas (por ejemplo, mujer, hablante de mandarín, etc.) no necesariamente indica un 
apego positivo o normativo que conduzca a la acción política. En cambio, la afiliación a 
una categoría de referencia libera el potencial para la actividad política, ya que el 
endogrupo puede actuar como un punto nodal de referencia psicológica con todas las 
implicaciones afectivas, evaluativas y normativas que esto conlleva (Brewer 2007; 
Hogg y Reid 2006; Turner y Reynolds 2001). 
La agencia emerge aquí como el factor crucial: para convertirse en categorías focales 
para la disputa política, las identidades sociales requieren la politización por parte de 
impulsores de iniciativas políticas estratégicamente orientados (Simon & Klandermans 
2001). La disolución de la personalización dentro de la conciencia politizada de grupo 
inculca el "darse cuenta de que la incapacidad de obtener [por uno mismo] recursos 
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valiosos en una sociedad no es consecuencia de fallas personales, sino que resulta de 
desigualdades en el proceso de toma de decisiones y distribución de recompensas" 
(Miller et al. 1981: 508) . El individuo pasa de la mera identificación con un grupo de 
membresía al apego consciente con un grupo de referencia, calificando al primero con 
una conciencia política de la posición relativa del grupo en la sociedad mientras 
inculca un compromiso de movilizar y ganar satisfacción por las demandas sociales 
agregadas del grupo (Miller et al. al.1981). 
Al mismo tiempo, cualquier marcador social puede convertirse en una identidad social 
políticamente relevante, desde vestimenta (por ejemplo, la gorra frigia en la Revolución 
Francesa) hasta preferencias musicales (por ejemplo, música rock en la década de 
1960) e incluso peinados (por ejemplo, skinheads de extrema derecha) . Sin embargo, 
algunas identidades tienen una ventaja. La religión, el pigmento de la piel, el idioma, el 
origen étnico, el sexo, son marcadores más o menos atribuidos, fácilmente 
identificables por observadores externos, lo que hace que su politización sea 
relativamente sencilla. El estado ocupacional (por ejemplo, agricultor, trabajador de 
fábrica) y otros "estados logrados" (Ashmore et al. 2004) también se han interpretado 
con éxito como identidades políticas y se han movilizado en numerosas ocasiones. 
Dada esta descripción esquemática de los procesos psicológicos sociales, ¿cómo 
fomentan los populistas la autocategorización en su endogrupo? A partir de una 
conceptualización básica del populismo como un discurso antiestablishment en 
nombre de la soberanía popular (Aslanidis 2016a), podemos inferir con confianza dos 
identidades sociales principales en el trabajo: el endogrupo se define como "el pueblo", 
mientras que "la élite" opera como el exogrupo antagonista. El populismo puede lograr 
plausiblemente un ajuste comparativo y normativo. En primer lugar, la categoría social 
de "la gente" es simbólicamente reconocible y accesible para el ciudadano 
promedio. Mirando hacia atrás en la historia, la vigencia política de las masas 
populares comenzó a adquirir un valor real cuando la novela de ficción de la 
"soberanía del pueblo" comenzó a reemplazar la ficción más antigua del "derecho 
divino de los reyes" en la Inglaterra del siglo XVII (Morgan 1988) .[4] Después de que 
esta monumental transformación reverberara en la mayor parte del mundo occidental, 
la demanda de soberanía popular se convirtió en la semilla desde la cual la identidad 
del "pueblo" podría desarrollarse y volverse políticamente relevante. Las grandes 
revoluciones democráticas en Francia y América, así como las revoluciones de 1848, 
ofrecieron momentos constitutivos en la historia de la humanidad que contenían un 
elemento populista radical pronunciado, que ahora forma parte del imaginario político 
global (Frank, 2010). El principio de autogobierno de la gente descansa de iure dentro 
del núcleo de nuestros credos políticos actuales y su denigración es prácticamente (o 
al menos moralmente) inaceptable, incluso para aquellos escépticos contra la 
democracia mayoritaria. 
Si se cumplen los requisitos básicos planteados por la SCT, la autocategorización en 
el grupo populista puede tener lugar en la mayoría de las sociedades, y ciertamente en 
aquellas en las que el axioma de la soberanía popular goza del reconocimiento de una 
parte de la población, lo que permite a los populistas reclamar el alto terreno moral 
como representantes de esta tradición política. Sin embargo, el hecho de que quienes 
emprenden iniciativas populistas enfrenten entre sí al pueblo y las élites de manera 
discursiva no conduce de manera determinista a la adopción de la identidad del grupo 
por parte de una audiencia determinada. El populismo puede exhibir un cierto nivel de 
ajuste comparativo y normativo "listo para usar" que puede funcionar como un 
trampolín para la movilización, si bien la identidad social del "pueblo" es por lo general 
discutible cuando no hay un dilema social que pueda, "aquí y ahora", enfatizar su 
importancia para la persona promedio. 
Dicho de otra manera, como ciudadanos podemos mostrar pasivamente lealtad a 
nuestra identidad social del "pueblo", pero eso no significa necesariamente que 
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también seamos activamente asertivos al respecto (cf. Welzel & Dalton 2014) [5]. Por 
el contrario, la identidad del "pueblo" posee una fluidez notoria, que puede obstaculizar 
significativamente la movilización debido a su incapacidad para exhibir relevancia 
cotidiana. Quienes emprenden iniciativas de identidad populista deben esforzarse 
mucho a fin de reunir esa masa crítica de adherentes para proporcionar un impulso 
movilizador antes de que los beneficios psicológicos de la categorización social 
puedan fomentar un reclutamiento más amplio. Intentan superar estas dificultades 
mediante dos mecanismos psicológicos: construir el endogrupo lo más amplio posible 
y acentuar sus agudas diferencias con un exogrupo específico. El resultadoes un 
espacio de identidad estrictamente dicotómico donde la inclusión en el grupo populista 
es la única vía moralmente aceptable para la autocategorización políticamente 
apropiada. 
El primer mecanismo aprovecha el amplio alcance de la identidad social populista y la 
permeabilidad interna de los límites del "pueblo". Según los teóricos de la SCT, 
nuestra autocategorización en identidades sociales parcialmente superpuestas sigue 
un sistema jerárquico de clasificación (por ejemplo, fanático del Chelsea FC, 
londinense, británico, europeo, liberal) que opera en diferentes niveles de abstracción 
según el nivel de inclusión de cada identidad (Hornsley 2008; también Simon 
2004). Dada una estructura jerárquica de identidades sociales políticamente 
relevantes, los políticos se benefician más al acentuar las identidades en el extremo 
superior de la escala, ya que, en el margen, los rendimientos electorales potenciales 
son mayores cuanto mayor sea la proporción de la audiencia general involucrada 
(Reicher y Hopkins 1996) . 
Aquí es donde los populistas, con su desdén por los intereses sectoriales y su énfasis 
en la hiperinclusividad de la categoría valorada del "pueblo", tienen una ventaja frente 
a la mayoría de sus competidores. Acentuar la identidad en un nivel empuja las 
identidades competidoras a un segundo plano, atenuando la aplicación más amplia del 
principio de metacontraste (Turner et al. 2006). Abiertos a captar cualquier tipo de 
reclamos sociales, siempre que puedan enmarcarse como parte de la lucha más 
amplia entre pueblo y élites, a la vez que a reducir la relevancia de identidades 
anidadas menos inclusivas (por ejemplo, trabajadores, católicos, estudiantes, etc.), los 
populistas censuran efectivamente los cálculos de metacontraste competitivos y 
delimitan las operaciones de autocategorización exclusivamente al nivel superior de la 
jerarquía, ocupada por el grupo populista. Por lo tanto, abarcan de manera discursiva 
todo el espectro de identidades políticas con valores positivos, con el objetivo de 
obtener el máximo apoyo del grupo general de votantes que se sienten parte del 
"pueblo", independientemente de las posibles incompatibilidades en la identificación 
social en los niveles más bajos de inclusión. 
Un hallazgo empírico clave en los estudios de movilización colectiva es que los 
miembros neófitos del endogrupo pueden evitar la faccionalización al enfocar la 
atención en lograr un fin común (Brewer 2007). Por lo tanto, los populistas degradarán 
implícita o explícitamente las identidades subordinadas del "nosotros" como 
irrelevantes frente al objetivo político último, la restauración de la soberanía 
popular. Por ejemplo, durante los años de agitación social producida por la Gran 
Recesión, se descubrió que quienes emprendían iniciativas populistas eran 
extremadamente vigilantes con el monopolio de la identidad populista 
"nosotros". Conscientes de los peligros de permitir que las identidades subordinadas 
produzcan anomalías centrífugas en la frágil coalición social en construcción, alinearon 
su estructura populista de manera que minimizaran el papel de la nación, la religión, la 
clase y cualquier otra categoría social que pudiera dividir el movimiento en facciones 
rivales (Aslanidis 2016b, 2018; Gerbaudo 2017). 
El grupo populista no solo es lo suficientemente amplio como para abarcarlo todo; sus 
límites se representan además como puntos de entrada altamente permeables. Debido 
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a su posición normativa y apartidaria, la identidad social del "pueblo" crea barreras 
mínimas de entrada, lo que permite que el individuo incurra en costos limitados para 
adquirirla, en comparación con la mayoría de las otras identidades políticas. Por 
ejemplo, la tensión psicológica involucrada en arrojar una identidad política 
conservadora previamente apreciada para unirse a un grupo progresista (y viceversa) 
puede ser enorme. Por el contrario, los miembros de cualquier grupo pueden activar 
más fácilmente el valor de referencia universalmente respetado de la soberanía 
popular y unirse a la causa populista. Esto permite a los populistas abrir una brecha en 
la estructura existente de identidades políticas e invadir las circunscripciones 
adyacentes, como lo atestiguan numerosos ejemplos en todo el mundo. 
El segundo mecanismo psicológico central en la movilización populista implica el uso 
de la derogación del grupo externo como un medio de mejorar repetidamente la 
cohesión del grupo. Dado que la autocategorización es inherentemente comparativa, 
la importancia de la membresía compartida en una categoría social específica implica 
una "acentuación perceptiva de similitudes intragrupales y diferencias intergrupales en 
dimensiones correlacionadas relevantes" (Turner 1999: 11; también Turner et al. 
1994). Según Wilder y Shapiro (1984), la indicación de los exogrupos disponibles 
contra los cuales se puede realizar la comparación influye en la importancia de la 
identidad social. Por lo tanto, el comportamiento grupal conduce a una "dicotomización 
cognitiva y afectiva del mundo social en categorías claramente distintas y no 
superpuestas" (Tajfel 1974: 88). Sin embargo, el conflicto intergrupal no es un 
resultado determinado. La competencia social solo se realiza cuando no existe una 
alternativa para establecer una identidad distintivamente positiva, con conflictos 
intergrupales que operan a expensas de un exogrupo discernible (Mummendey y 
Schreiber 1983; Brewer 2001). 
Los populistas enmarcan su grupo dentro de un grupo lo suficientemente amplio como 
para subsumir y vigilar cualquier otra identidad social positiva, y luego fijan la hostilidad 
intergrupal hacia aquellos a quienes por decreto populista se les niega la inclusión en 
el cuerpo del pueblo. Si bien estos objetivos pueden ser individuos específicos o 
grupos de interés colectivo, es esencial que se los considere como un grupo 
coherente. El menoscabo persistente en nombre del endogrupo provoca un "efecto de 
homogeneidad fuera del grupo", una "tendencia a la acentuación de la similitud del 
endogrupo que se aplica más a los miembros del exogrupo que a los del endogrupo” 
(Oakes 2001; también Jenkins 2008). Para aquellos del grupo populista, los miembros 
del exogrupo comienzan a "parecerse todos". Mientras el endogrupo alberga todos los 
objetivos socialmente beneficiosos, las élites no representan perspectivas políticas 
igualmente legítimas y, por lo tanto, no tienen una influencia social legítima; son 
simplemente egoístas. Lo que los mantiene unidos es su deseo de conservar sus 
privilegios adquiridos como miembros de "una casta", "una oligarquía", un puñado de 
opresores de la gran mayoría del 99%. 
La polarización facilita aún más la sensación de urgencia de derrocar "el sistema" que 
ha hecho trampa en la baraja contra "nosotros". Como Turner et al. (1987) indican, 
cuanto más relevante se vuelve la categorización endogrupo-exogrupo, “la atracción 
hacia los miembros del endogrupo reflejará menos el status personal relativo dentro 
del grupo y reflejará más el status del endogrupo comparado con el exogrupo”. 
Dependiendo de la relevancia de la identidad populista adquirida, el individuo puede 
cambiar por completo de expresar sus reclamos como una problemática personal a 
precibir sus intereses en términos de "las necesidades, objetivos y motivos asociados 
con la pertenencia al endogrupo" (Turner et al. 1987). Por lo tanto, los populistas 
evitarán constantemente otorgar total prioridad a los reclamos particulares y, en 
cambio, se esforzarán por desviar la atenciónde las discrepancias internas de su 
sector al enfatizar sus diferencias, en general, con el grupo de élite. 
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Dado que a las identidades residuales (no populistas) se les niega la legitimidad moral 
y no puede existir una identidad positiva alternativa en el mismo nivel de inclusión que 
el "pueblo", el campo de identidad está efectivamente dicotomizado. Al público se le 
presenta un marcado contraste: o adquieres la identidad social positiva del "pueblo" y 
te unes al grupo en su lucha por la soberanía popular, o retienes tu antigua lealtad 
política y te arriesgas a “otrizarte” como discípulo del moralmente desacreditado 
exogrupo de la élite. En este sentido, los dos pilares del populismo, el "centrismo 
popular" y el "antielitismo", pueden verse como una amalgama de una "identidad 
identidad" de "nosotros, el pueblo" y una "identidad anti-identidad" de "nosotros, la 
anti-elite". Al evaluar la construcción de la identidad como una empresa estratégica, 
podemos suponer que los populistas se centrarán indistintamente en solidificar su 
grupo ex positivo, enfatizando la primacía moral de la soberanía popular, o tomar 
el camino ex negativo , invirtiendo en el cultivo del aspecto anti-identidad. Sin 
embargo, antes de que surjan las percepciones del populismo distintivas del grupo y 
prescriban el comportamiento político, quienes emprenden la iniciativa de promoverlo 
eventualmente deben entrelazar a los dos en un todo coherente, ya que, 
conceptualmente, el populismo implica su combinación. 
Conclusión: las ventajas psicológicas sociales comparativas del 
emprendimiento populista 
A pesar del papel fundamental de los procesos psicológicos sociales en la disputa 
política, la movilización populista nunca se ha analizado adecuadamente desde una 
perspectiva sociopsicológica. Para investigar posibles vías para una mayor 
colaboración académica, he explorado cómo los principios básicos del enfoque de 
identidad social se aplican a nuestro conocimiento empírico del populismo. Mi estudio 
se ha dirigido a sugerir varios procesos psicológicos que operan en la construcción 
discursiva del endogrupo del "pueblo" y el exogrupo de "la élite" como identidades 
sociales axiomáticamente antagónicas. Consecuentemente, he señalado la conclusión 
de que los políticos que emprenden iniciativas de movilización pueden hacer que su 
proyecto sea viable al activar las ventajas psicológicas sociales latentes del discurso 
populista. 
Las ventajas comparativas del formato psicológico social particular del populismo se 
pueden resumir esquemáticamente de la siguiente manera: (a) disponibilidad 
indiscutible de ajuste comparativo y normativo en la mayoría de las sociedades debido 
al valor históricamente constitutivo de la soberanía popular, lo que permite a los 
miembros del grupo reclamar una alta base moral; (b) bajas barreras de auto-
categorización política debido a la hiperpermeabilidad de los límites del grupo, lo que 
facilita la compatibilidad con una amplia gama de reclamos sociales y fomenta el 
reclutamiento ideológico cruzado; (c) posicionamiento extraordinario en la jerarquía de 
las identidades sociales debido al alcance hiper-abarcante de la categoría del 
"pueblo", lo que autoriza la censura de los cálculos de metacontraste y la represión de 
las identidades intragrupales en competencia; (d) fuerte cohesión del grupo y 
compromiso de identidad debido a la dicotomización del espacio social por medio del 
efecto de homogeneidad del grupo y la atenuación concomitante de la 
fraccionalización intragrupal. 
Me gustaría cerrar este estudio con dos notas importantes. Primero, a nivel 
metateórico, mi análisis enfatiza el papel abrumador de la naturaleza construida y 
contextual de la movilización política. Dado que los humanos son buscadores de 
significado activos (Simon 2004), y el lenguaje es el dominio principal donde se 
definen y cuestionan las identidades políticas (Billig 2003; Reicher & Hopkins 1996), no 
debería sorprender que quienes emprenden iniciativas políticas fabriquen endogrupos 
y exogrupos usando vectores lingüísticos que fomentan la autocategorización en 
grupos que apoyan sus objetivos estratégicos (Purdue et al. 1990). Como enfatizan 
Brubaker y Cooper (2000), la retórica política grupal tiene una cualidad performativa y 
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constitutiva precisamente porque la realidad social puede ser negociada y 
disputada; en lugar de criticar este aspecto de la creación de significado político, 
deberíamos entenderlo como algo normal e incluso necesario. En consecuencia, este 
capítulo no tiene como objetivo pintar el populismo en términos normativos o presentar 
a los populistas como aprovechadores de mecanismos de manipulación psicológica. 
Más bien, es un estudio de una aplicación particular de principios psicológicos sociales 
que de otro modo son universales y sus repercusiones específicas para la movilización 
populista. 
En segundo lugar, la construcción de identidad no debe exagerarse como el factor 
exclusivo que condiciona el apoyo a un proyecto político. Esto haría que la teoría fuera 
excesivamente grupal y determinista, balanceando el péndulo al extremo opuesto en 
comparación con los enfoques individualistas reduccionistas. De hecho, las 
identidades colectivas politizadas pueden integrar motores psicológicos sociales 
únicos de participación política (Simon & Grabow 2010), pero nuestras eventuales 
preferencias políticas también se deben a las evaluaciones de costo-beneficio. La 
autocategorización social generalmente operará junto con preocupaciones de interés 
realistas, y el contexto arbitrará si una de las dos vías aditivas recibe prioridad 
(Ellemers y Haslam 2012; Sturmer y Simon 2004; Turner y Reynolds 2001; van 
Zomeren 2008). Además, en un nivel práctico, como lo expresaron Reicher & Hopkins 
(2001: 23), el éxito de la construcción de identidad "depende de ocultar todos los 
rastros de construcción y hacer que la definición de identidad presentada parezca 
evidente". 
Dadas estas calificaciones, concluyo sugiriendo una comprensión del discurso 
populista como una envoltura poderosamente atractiva en torno a un conjunto de 
afirmaciones políticas posiblemente sustantivas. A pesar de una disposición quizás 
volátil, las señales sobre cuestiones políticas concretas serán inevitablemente 
proporcionadas por quienes emprenden iniciativas políticas de identidad populista, con 
el objetivo de hacer avances electorales. La naturaleza nominalmente apartidaria del 
discurso populista y su capacidad para albergar múltiples reclamos sociales, les 
permite a los populistas ganar al menos la atención inicialmente simpatizante de sus 
ideas por parte de un gran número de votantes con sentimientos anti-elitistas o una 
predilección por el axioma de la soberanía popular. 
 
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[1] Si bien existen diferencias importantes entre las dos teorías, la primera se centra más en 
las relaciones intergrupales y la segunda más en la base psicológica del comportamiento 
intragrupal, se consideran ampliamente como complementarias (Thoits y Virshup 1997). Ver 
Hornsey (2008) para una revisión histórica. 
[2] Este punto específico de la teoría todavía está en disputa (ver Brewer 2001; Hornsey 2008). 
[3] Esto explica por qué, por ejemplo, el clientelismo se considera una patología política más 
que una vía legítima de ganar o mantener el poder. 
[4] Se puede argumentar que la soberanía popular ya se había vuelto políticamente relevante 
fuera de la esfera occidental moderna en varios puntos de la historia, volviendo a la antigua 
Grecia y los romanos. 
[5] Sobre la capacidad de la identidad populista de permanecer constantemente en suspenso y 
la idea de que el populismo requiere la politización de la identidad ciudadana, ver Aslanidis 
(2016b). 
 
https://translate.googleusercontent.com/translate_f#_ftnref1
https://translate.googleusercontent.com/translate_f#_ftnref2
https://translate.googleusercontent.com/translate_f#_ftnref3
https://translate.googleusercontent.com/translate_f#_ftnref4
https://translate.googleusercontent.com/translate_f#_ftnref5

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