Logo Studenta

Freud, S Inhibición, síntoma y angustia cap XI (p C)

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

Inhibición, síntoma y angustia 
(1926 [1925]) 
C. Angustia, dolor y duelo 
Es tan poco lo que hay sobre la psicología de los procesos 
de sentimiento que las siguientes, tímidas, puntualizacione:; 
tienen derecho a reclamar la mayor indulgencia. El problema 
se nos plantea en este punto: deberíamos decir que la angus-
tia nace como reacción frente al peligro de la pérdida del 
objeto. Ahora bien, ya tenemos noticia de una reacción así 
frente a la pérdida del objeto; es el duelo. Entonces, ¿cuándo 
sobreviene uno y cuándo la otra? En el duelo, del cual ya 
nos hemos ocupado antes, ha quedado un rasgo completa-
mente sin entender: su carácter particularmente doliente.'^^ 
[Cf. pág. 124.] Y a pesar de todo, nos parece evidente que 
la separación del objeto deba ser dolorosa. Pero entonces 
el problema se nos complica más: ¿Cuándo la separación 
del objeto provoca angustia, cuándo duelo y cuándo quizá 
sólo dolor? 
Digamos enseguida que no hay perspectiva alguna de res-
ponder estas preguntas. Nos conformaremos con hallar algu-
nos deslindes y algunas indicaciones. 
Tomemos de nuevo como punto de partida una situación 
que creemos comprender: la del lactante que, en lugar de 
avistar a su madre, avista a una persona extraña. Muestra 
entonces angustia, que hemos referido al peligro de la pér-
dida del objeto. Pero ella es sin duda más compleja y merece 
un examen más a fondo. La angustia del lactante no ofrece 
por cierto duda alguna, pero la expresión del rostro y la 
reacción de llanto hacen suponer que, además, siente dolor. 
Parece que en él marchara conjugado algo que luego se 
dividirá. Aún no puede diferenciar la ausencia temporaria 
de la pérdida duradera; cuando no ha visto a la madre una 
vez, se comporta como si nunca más hubiera de verla, y 
hacen falta repetidas experiencias consoladoras hasta que 
aprenda que a una desaparición de la madre suele seguirle 
su reaparición. La madre hace madurar ese discernimiento 
{Erkenntnis), tan importante para él, ejecutando el familiar 
juego de ocultar su rostro ante el niño y volverlo a descu-
brir, para su alegría.^® De este modo puede sentir, por así 
decir, una añoranza no acompañada de desesperación. 
La situación en que echa de menos a la madre es para él, 
a consecuencia de su malentendido, no una situación de pe-
ligro, sino traumática o, mejor dicho, es una situación trau-
" Cf. «Duelo y melancolía» (1917e) [AE, 14, págs. 242-3]. 
'" [Véase el juego infantil del «fort-da», descrito en Más allá del 
principio de placer (1920g), AE, 18, págs, 14-6.] 
158 
mática cuando registra en ese momento una necesidad que 
la madre debe satisfacer; se muda en situación de peligro 
cuando esa necesidad no es actual. La primera condición 
de angustia que el yo mismo introduce es, por lo tanto, la de 
la pérdida de percepción, que se equipara a la de la pérdida 
del objeto. Todavía no cuenta una pérdida de amor. Más 
tarde la experiencia enseña que el objeto permanece presente, 
pero puede ponerse malo para el niño, y entonces la pér-
dida de amor por parte del objeto se convierte en un nuevo 
peligro y nueva condición de angustia más permanentes. 
La situación traumática de la ausencia de la madre diverge 
en un punto decisivo de la situación traumática del naci-
miento. En ese momento no existía objeto alguno que pu-
diera echarse de menos. La angustia era la única reacción que 
podía producirse. Desde entonces, repetidas situaciones de 
satisfacción han creado el objeto de la madre, que ahora, en 
caso de despertarse la necesidad, experimenta una investidura 
intensiva, que ha de llamarse «añorante». A esta novedad 
es preciso referir la reacción del dolor. El dolor es, por 
tanto, la genuina reacción frente a la pérdida del objeto; la 
angustia lo es frente al peligro que esa pérdida conlleva, y 
en ulterior desplazamiento, al peligro de la pérdida misma 
del objeto. 
También acerca del dolor es muy poco lo que sabemos. He 
aquí el único contenido seguro: el hecho de que el dolor 
—en primer término y por regla general— nace cuando un 
estímulo que ataca en la periferia perfora los dispositivos 
de la protección antiestímulo y entonces actúa como un 
estímulo pulsional continuado, frente al cual permanecen 
impotentes las acciones musculares, en otro caso eficaces, 
que sustraerían del estímulo el lugar estimulado. •'̂® En nada 
varía la situación cuando el estímulo no parte de un lugar 
de la piel, sino de un órgano interno; no ocurre otra cosa 
que el remplazo de la periferia externa por una parte de la 
interna. Es evidente que el niño tiene ocasión de hacer esas 
vivencias de dolor, que son independientes de sus vivencias 
de necesidad. Ahora bien, esta condición genética del dolor 
parece tener muy poca semejanza con una pérdida del objeto; 
es indudable que en la situación de añoranza del niño falta 
por completo el factor, esencial para el dolor, de la estimu-
lación periférica. Empero, no dejará de tener su sentido que 
el lenguaje haya creado el concepto del dolor interior, aní-
mico, equiparando enteramente las sensaciones de la pérdida 
del objeto al dolor corporal. 
1" [Cf. Más allá del principio de placer (1920^), AE, 18, pág. 30', 
y el «Proyecto de psicología» (1950£j), AE, 1, págs. 351-2.] 
159 
A raí'; del dolor corporal se genera una investidura elevada, 
que ha de llamarse narcisista, del lugar doliente del cuerpo;" 
esa investidura aumenta cada vez más y ejerce sobre el yo 
un efecto de vaciamiento, por así decir.^^ Es sabido que 
con motivo de dolores en órganos internos recibimos repre-
sentaciones espaciales y otras de partes del cuerpo que no 
suelen estar subrogadas en el representar conciente. También 
el notable hecho de que aun los dolores corporales más 
intensos no se producen (no es lícito decir aquí: permanecen 
inconcientes) si un interés de otra índole provoca distracción 
psíquica halla su explicación en el hecho de la concentración 
de la investidura en la agencia representante psíquica del 
lugar doliente del cuerpo. Pues bien; en este punto parece 
residir la analogía que ha permitido aquella trasferencia de 
la sensación dolorosa al ámbito anímico. ¡La intensiva inves-
tidura de añoranza, en continuo crecimiento a consecuencia 
de su carácter irrestañable, del objeto ausente (perdido) crea 
las mismas condiciones económicas que la investidura de 
dolor del lugar lastimado del cuerpo y hace posible pres-
cindir del condicionamiento periférico del dolor corporal! El 
paso del dolor corporal al dolor anímico corresponde n la 
mudanza de investidura narcisista en investidura de objeto. 
La representación-objeto, que recibe de la necesidad una ele-
vada investidura, desempeña el papel del lugar del cuerpo 
investido por el incremento de estímulo. La continuidad del 
proceso de investidura y su carácter no inhibible producen 
idéntico estado de desvalimiento psíquico. Si la sensación 
de displacer que entonces nace lleva el carácter específico del 
dolor (no susceptible de otra descripción), en lugar de exte-
riorizarse en la forma de reacción de la angustia, cabe respon-
sabilizar de ello a un factor que ha sido poco tenido en 
cuenta hasta ahora en la explicación: el elevado nivel de las 
proporciones de investidura y ligazón con que se consuman 
estos procesos que llevan a la sensación de displacer.^" 
Tenemos noticia, además, de otra reacción de sentimiento 
frente a la pérdida del objeto: el duelo. Pero su explicación 
ya no depara más dificultades. El duelo se genera bajo el 
influjo del examen de realidad, que exige categóricamente 
separarse del objeto porque él ya no existe más.^" Debe 
!•' [Cf. «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, pág. 79.] 
i>* [Cf. Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 29-
30, y el Manuscrito G en la correspondencia con Fliess (Freud, 
1950a), AE, 1, pág. 245, el cual probablemente data de principios 
de enero de 1895.] 
1* [Cf. Más allá del principio de placer, loe. cit., y el «Proyecto» 
(1950fl), AE, 1, pág. 365.] 
2« [Cf. «Duelo y melancolía»(1917e), AE, 14, págs. 242-3.] 
160 
entonces realizar el trabajo de llevar a cabo ese retiro del 
objeto en todas las situaciones en que el objeto [Objekt] 
fue asunto {Gegenstand] de una investidura elevada. El ca-
rácter doliente de esta separación armoniza con la explica-
ción que acabamos de dar, a saber, la elevada e incumplible 
investidura de añoranza del objeto en el curso de la repro-
ducción de las situaciones en que debe ser desasida la liga-
zón con el objeto. 
161

Continuar navegando

Otros materiales