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Jost - IDEOLOGÍA POLÍTICA SU ESTRUCTURA, FUNCIONES Y AFINIDADES ELECTIVAS

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IDEOLOGÍA POLÍTICA: 
SU ESTRUCTURA, 
FUNCIONES Y 
AFINIDADES 
ELECTIVAS 
John T.Jost (NYU), Christopher M.Federico 
(Minnesota) y Jaime L.Napier (NYU) 
PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II 
TITULAR: JORGE A. BIGLIERI 
Traducción de Catedra 
PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI 
Traducción de Catedra Texto de Teóricos 
 
1 
 
Ideología política: su estructura, funciones y afinidades electivas 
John T.Jost (NYU), Christopher M.Federico (Minnesota) y Jaime L.Napier (NYU) 
 
Palabras clave: orientación política, cognición social motivada, justificación del sistema, 
autoritarismo 
 
Resumen 
La ideología reemergió como un tópico importante de indagación entre psicólogos 
sociales, políticos y de la personalidad. En esta reseña, examinamos teorías e 
investigación recientes acerca de la estructura, los contenidos y las funciones de los 
sistemas de creencia ideológicos. Comenzamos por definir el constructo y ubicarlo en su 
contexto histórico y filosófico. A continuación, examinamos distintas perspectivas acerca 
de cómo cuántas (y qué tipos de) dimensiones usan los individuos para organizar sus 
opiniones políticas. Investigamos: a) cómo y hasta qué punto los individuos adquieren 
los contenidos discursivos asociados con distintas ideologías; y b) las funciones 
psicosociales que estas ideologías cumplen en quienes las adoptan. Nuestra reseña 
destaca “afinidades electivas” entre necesidades situacionales y disposicionales de los 
individuos y grupos, y las estructuras y contenidos de ideologías específicas. Por último, 
consideramos las consecuencias de las ideologías, en especial con respecto a las 
actitudes, evaluaciones y procesos de justificación del sistema. 
 
Introducción 
La novela de Goethe (1809/1966) “Las afinidades electivas”, del período de la 
Iluminación, invita al lector a considerar paralelismos entre las leyes químicas por las 
cuales los elementos se combinan y separan, y las fuerzas de atracción y repulsión en las 
relaciones sociales humanas. En un pasaje del principio, presagiando asuntos 
clandestinos, uno de los personajes principales, que estuvo repasando libros de química, 
explica la fascinación con las reacciones químicas (p.39-44): “Parece realmente como si 
una relación hubiera sido deliberadamente elegida por sobre otra”, a tal punto que 
“creemos a esos esos elementos capaces de ejercer una suerte de fuerza de voluntad y 
selección, ¡y nos sentimos perfectamente justificados a usar el término ‘afinidades 
electivas’!” El sociólogo Max Weber tomó más tarde de Goethe el concepto de afinidad 
electiva (wahlverwandtschaft) para caracterizar el vínculo entre las ideas (o sistemas de 
creencia) y los intereses (o necesidades), esto es, el “proceso selectivo” por el cual “las 
ideas y sus públicos… encuentran sus afinidades” (Gerth y Mills 1948/1970, p.63; ver 
también Lewins 1989). Desde esta perspectiva, puede decirse que la gente elige ideas, 
pero hay también un sentido importante y recíproco, en el cual las ideas eligen a la gente. 
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Creemos que la metáfora de las afinidades electivas sigue siendo prometedora para 
concebir las fuerzas de mutua atracción existentes entre la estructura y los contenidos de 
los sistemas de creencias y las necesidades y motivaciones subyacentes de los individuos 
y grupos que adhieren a aquellos. Estas fuerzas de atracción –o, en el lenguaje de Tomkin 
(1963), “resonancias ideoafectivas”- son el foco de nuestra reseña. Al brindar un análisis 
psicosocial de este tema, identificamos un conjunto de motivos relacionales, epistémicos 
y existenciales que nos ayudan a explicar por qué cierta gente –una vez que fue expuesta 
a ciertas ideas políticas- se queda con esas ideas (y las ideas se quedan con ella). Al 
hacerlo, asumimos que los resultados ideológicos provienen de una combinación de 
procesos de socialización de arriba hacia abajo (top-down), y predisposiciones 
psicológicas de abajo hacia arriba (bottom-up). 
 
¿QUÉ ES UNA IDEOLOGÍA? 
La ideología ha sido apodada “el concepto más elusivo en toda la ciencia social” (Mc 
Lellan 1986, p.1). Los profesionales que se ocupan de ella fueron acusados, con cierta 
justicia, de “promiscuidad semántica” (Gerring, 1997, p. 957; ver también Converse 1964, 
p.207). Muchos académicos encaran el desafío de la definición listando la plétora de 
definiciones que existen en la literatura, en la esperanza de que el objetivo pueda ser 
diferenciado del patrón de fuego (e.g.Gerring 1997, pp.958-959; Jost 2006, p.653; Lane 
1962, pp.13-14). Dado que el espacio es precioso, evitaremos esta estrategia tan 
tentadora. 
 
Definiciones Básicas 
Nos inclinamos, en cambio, por comenzar con una definición de ideología política de 
libro de texto, simple, general y con deseos de no ser controvertida, como la ofrecida por 
Erikson y Tedin (2003), que la llaman un “conjunto de creencias acerca del orden 
adecuado de la sociedad, y acerca de cómo puede lograrse” (p.64; ver también Adorno 
et.al. 1950; Campbell et.al. 1960/1965; Kerlinger 1984). Denzau y North (1994/2000) 
sugieren algo similar, salvo que también destacan el rol de los grupos sociales o 
colectividades ver Parsons 1951): “las ideologías son el marco compartido de modelos 
mentales que los grupos o individuos poseen, y que proveen una interpretación del 
entorno y una receta sobre cómo este entorno debiera reestructurarse” (p.24). Si uno 
acepta que la ideología es compartida, que ayuda a interpretar el mundo social, y que 
especifica normativamente (o requiere) los caminos buenos y adecuados para dirigirse a 
los problemas de la vida, entonces es fácil ver cómo la ideología refleja y refuerza aquello 
que a lo que los psicólogos se refieren como necesidades o motivos relacionales, 
epistémicos y existenciales (Jost et.al. 2008a). Se trata de las principales fuentes de 
afinidades electivas sobre las que nos focalizamos en esta reseña. 
Las ideologías específicas cristalizan y comunican los ampliamente (aunque no 
unánimemente) creencias, opiniones y valores de un grupo, clase, electorado o sociedad 
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identificable (Freeden 2011, Knight 2006). Las ideologías intentan asimismo describir o 
interpretar el mundo tal como es –realizando afirmaciones o conjeturas acerca de la 
naturaleza humana, los hechos históricos, las realidades del presente y las posibilidades 
futuras – e imaginar el mundo tal como debería ser, especificando los medios aceptables 
para alcanzar ideales sociales, económicos y políticos. En la medida en que distintas 
ideologías representan filosofías sobre la vida, y sobre cómo debería ser vivida (y cómo 
la sociedad debería ser gobernada), filosofías compartidas pero en conflicto, tiene 
sentido que distintas ideologías deban al mismo tiempo obtener y expresar, al menos de 
alguna manera, distintos estilos o tendencias sociales, cognitivos y motivacionales por 
parte de sus adherentes (ver también Jost 2006). 
 
Superación de la tensión histórica entre los abordajes críticos y de valor neutro 
Los filósofos y los cientistas sociales han diferido largamente acerca de adherir a un tono 
crítico, incluso sentencioso, al describir y analizar ideologías, o, alternativamente, 
adoptar una postura más bien de valor neutro (Jost et.al. 2008b; Knight 2006). La primera 
tradición, más crítica, desciende de los escritos de Marx y Engels (1846/1970), quienes 
vieron la ideología (en contraste con la ciencia) como una forma, potencialmente 
peligrosa, de ilusión y mistificación, que sirve típicamente para ocultar y mantener 
relaciones sociales de explotación. En esas líneas, Mannheim (1936) representó ciertas 
ideologías como “más o menos conscientes disfraces de la naturaleza realde la 
situación” (p.55). También Habermas (1989) trata a la ideología como una forma de 
“comunicación sistemáticamente distorsionada”, y esa caracterización permanece 
habitual en ciertos círculos de teóricos sociales. El molde peyorativo de la ideología 
sobrevive en cierta medida en teorías psicosociales sobre dominancia social y sobre 
justificación del sistema (Jost et.al.2004a; Sidanius y Pratto 1999). 
 
Sin embargo, la mayor parte de las investigaciones empíricas en sociología, psicología y 
ciencias políticas refleja ostensiblemente una concepción de valor neutro, de acuerdo con 
la cual la “ideología” se refiere indiscriminadamente a cualquier sistema de creencias, es 
decir, a cualquier “configuración de ideas y actitudes en la cual los elementos están 
unidos por alguna forma de limitación o de interdependencia funcional (Converse 1964, 
p.206). En la tradición de la academia, la ideología es tratada como un “dispositivo 
organizacional relativamente benigno” (Knight 2006, p.622), y se enfatiza su función 
cognitiva para estructurar el conocimiento político y el conocimiento experto. Los 
investigadores tienden a concluir que los miembros del público son ideológicos sólo en 
el sentido en que mantienen actitudes estables, lógicas, coherentes, consistentes y 
relativamente sofisticadas de conocimiento (e.g. Converse 2000; Feldman 1988, 2003; 
Kinder 1998; pero ver Gerring 1997 y Jost 2006, p.657, para explicaciones que dejan un 
mayor espacio conceptual entre constructos ideológicos y sofisticación). 
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Los modos de comprensión que emergen de las indagaciones críticas y de valor neutro 
frecuentemente se contraponen, y se asume que son incompatibles entre sí, y los 
académicos de las dos tradiciones raramente se comunican entre ellos (si es que alguna 
vez lo hacen). Sin embargo, postulamos que estos dos abordajes no son mutuamente 
excluyentes, en la medida en que los sistemas de creencias pueden servir, a la vez, a 
funciones múltiples (i.e. epistémicas, existenciales y relacionales) simultáneamente. Es 
decir, proponemos que una ideología dada puede reflejar intentos genuinos (e incluso 
altamente precisos) para comprender, interpretar y organizar la información sobre el 
mundo político, así como tendencias conscientes o inconscientes de racionalizar el modo 
en que las cosas son, o, alternativamente, el deseo de que sean diferentes (e.g. Jost et.al., 
2003b, c). En esta reseña, resumimos la teoría y la investigación sostenidas por una 
multitud de variables psicosociales, algunas de las cuales es espera que aumenten (o que 
disminuyan) la coherencia ideológica, la estabilidad y la sofisticación, en tanto que otras 
se espera que aumenten (o disminuyan) la distorsión ideológica, la racionalización y la 
confusión. 
 
LA ESTRUCTURA DIMENSIONAL DE LAS ACTITUDES POLÍTICAS 
Una de las continuas preguntas de los psicólogos políticos y sociales tiene que ver con la 
estructura de la ideología, es decir, la manera y el alcance en los cuales las actitudes 
políticas son organizadas cognitivamente conforme con una o más dimensiones o 
preferencias de juicio (e.g. Converse 2006; Duckitt 2001; Eagly y Chaiken 1998; Eysenck 
1954/1999; Feldman 2003; Kerlinger 1984). La mayor parte de los investigadores asume 
que la ideología está representada en la memoria como cierto tipo de esquema –i.e., una 
estructura de conocimiento aprendida, consistente en una red de creencias, opiniones y 
valores interrelacionados (Fiske et.al. 1990; Hamill et.al. 1985; Judd y Krosnick 1989; Lau 
y Redlawsk 2001; ver también Erikson y Tedin 2003; Kinder 1998). Sin embargo, persiste 
el desacuerdo con respecto al número de dimensiones que son empleadas (o requeridas) 
para organizar los contenidos de un esquema ideológico en el ciudadano ordinario. En 
esta sección de la reseña resumimos los puntos destacados de este debate. 
 
La noción tradicional de una única dimensión izquierda-derecha 
Desde los tiempos de la Revolución Francesa, las opiniones ideológicas se han clasificado 
habitualmente en términos de una única dimensión izquierda-derecha. Este uso deriva 
de que, a fines del siglo XVIII, los partidarios del statu quo se sentaban en el sector 
derecho de la Asamblea Francesa, y sus oponentes se sentaban del lado izquierdo. En los 
Estados Unidos y en otros lugares, se volvió cada vez más común reemplazar “liberal” 
y “conservador” por “izquierda” y “derecha”, respectivamente, y esta ecuación expresa 
bien la duradera división ideológica con respecto a las preferencias por el cambio frente 
a la estabilidad, que se remonta al menos hasta 1789. Gran parte del conflicto ideológico 
entre el cambio frente al statu quo, por lo tanto, pertenece a las viejas disputas con 
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respecto al rol apropiado de las jerarquías, la autoridad y la desigualdad (Bobbio 1996; 
Burke 1790/1987). 
Esta formulación de la distinción entre izquierda-derecha, así como muchas otras, 
contienen dos aspectos interrelacionados, a saber: a) propugnar versus resistir el cambio 
social (como opuesto a la tradición), y b) rechazar versus aceptar la desigualdad (Jost 
et.al. 2003 b, c). Esta definición bipartita debiera ser relativamente poco controversial 
(pero ver Greenberg y Jonas 2003), y está de acuerdo con numerosas caracterizaciones 
de la izquierda y la derecha ofrecidas por cientistas políticos (eg.Erikson y Tedin 2003, 
p.65; Lipser y Raab 1978, p.19; McClosky y Zaller 1984, p.189; Rathbun 2007, p.382-383). 
La izquierda y la derecha responden de modo similar en los Estados Unidos, Alemania, 
y Holanda, asociada la derecha con términos tales como “conservador”, “mantenimiento 
del sistema”, “orden”, “individualismo”, “capitalismo”, “nacionalismo” y “fascismo”, y 
asociada la derecha con “progresismo”, “cambio del sistema”, “igualdad”, 
“solidaridad”, “protesta”, “oposición”, “radical”, “socialismo” y “comunismo” (Fuchs y 
Klingemann 1990, p.213-214). Los dos aspectos centrales de la dimensión izquierda- 
derecha (actitudes con respecto al cambio versus la estabilidad y la igualdad versus la 
desigualdad) se correlacionan, por razones históricas, debido al hecho de que en las 
décadas pasadas las sociedades occidentales se han vuelto más igualitarias en términos 
de derechos humanos y libertades, distribución económica, y la distribución del poder 
político. En algunos casos, la igualdad social y económica creció gradualmente, y en 
otros casos tuvo lugar por hechos revolucionarios, habitualmente resistidos u opuestos 
por conservadores y por aquellos identificados con la derecha (e.g.Burke 1790/1987; 
Hirschman 1991; Lipset y Raab 1978; ver también Nosek et.al.2009). 
Los académicos acuerdan típicamente sobre el significado histórico y filosófico de la 
distinción izquierda-derecha, y está claro que las “élites políticas” en el gobierno, las 
organizaciones activistas y partidarias, los medios y la academia hacen un uso frecuente 
y relativamente fácil de esta dimensión en el discurso político y en la toma de decisiones 
(e.g. Jennings 1992; McCarthy et.al. 2006; McClosky y Zaller 1984; Poole y Rosenthal 
1997). Sin embargo, el trabajo de Converse (1964) generó un considerable escepticismo 
acerca de si los ciudadanos ordinarios usan realmente los contenidos ideológicos 
específicos asociados con izquierda y derecha para organizar sus actitudes políticas (e.g. 
Bishop 2005; Converse 2000; Feldman 1988, 2003; Fiorina 2005; Kinder 1998). Un asunto 
relacionado es si un ítem único de una encuesta que pida a los participantes que se sitúen 
en un continuum izquierda-derecha es teóricamente y metodológicamente útil (Knight 
1999). Para apuntar a estar eternas y complicadas preguntas, Jost (2006) reconsideró el 
vigorosoreclamo de que los ciudadanos ordinarios son verdaderamente “inocentes de 
ideología” y encontró, entre otras cosas, que la auto-ubicación ideológica era un 
predictor muy fuerte de las intenciones de voto en los Estudios de Elecciones Nacionales 
de los Estados Unidos entre 1972 y 2004. Esto se llevó bien con otra evidencia de que la 
ideología afecta a las actitudes políticas incluso de los ciudadanos poco informados 
(Abramowitz y Saunders 2008; Barker y Tinnik 2006; Erikson y Tedin 2003; Feldman 
2003; Jacoby 1991; Knutsen 1993; Layman y Carsey 2002). Aunque esté claro que la gente 
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está lejos de la perfección en su uso de conceptos ideológicos abstractos, la mayor parte 
de los ciudadanos pueden usar, y usan, un subconjunto de principios de valor nuclear 
que, para todos los efectos y propósitos, puede ser considerado ideológico, en el sentido 
de ser posturas amplias que explican y justifican distintos estados de asuntos sociales y 
políticos (e.g. Feldman 1988; Feldman y Steenbergen 2001; Goren 2004; Jost et.al. 2003b,c; 
Lavine et.al. 1997; McCann 2008; Peffley y Hurwitz 1985; Rathbun 2007). 
Jost et.al. (2003b, c) postulan que estos dos aspectos nucleares de la dimensión ideológica 
de izquierda-derecha están enraizados en un conjunto de necesidades y motivaciones 
epistémicas, existenciales y relacionales. Esto es, que la estructura dimensional y los 
contenidos actitudinales del liberalismo y el conservadurismo debieran teorizarse como 
originados, al menos parcialmente, en orientaciones psicosociales básicas derivadas de 
las preocupaciones por la incertidumbre y la amenaza (ver también Jost 2006; Jost et.al. 
2007). Este argumento se deriva de los trabajos de Adorno et.al. (1950), Allport (1954), 
Rokeach (1960), Tomkins (1963), Wilson (1973) y otros. En consistencia con un marco 
teórico integrado, el meta-análisis en la revisión de 88 estudios (Jost et.al. 2003b, c) 
conducido en 12 países entre 1958 y 2002, confirmó que las variables situacionales y 
disposicionales asociadas con el manejo de la amenaza y de la incertidumbre se 
relacionan con la orientación política. Específicamente, la ansiedad ante la muerte, la 
inestabilidad del sistema, el miedo a la amenaza y a la pérdida, el dogmatismo, la 
intolerancia frente a la ambigüedad, y las necesidades personales de orden, estructura y 
definición, fueron todos asociados positivamente con el conservadurismo. A la inversa, 
la apertura a nuevas experiencias, la complejidad cognitiva, la tolerancia ante la 
incertidumbre, y (hasta cierto punto) la autoestima, fuero todas asociadas positivamente 
con el liberalismo. Estudios subsecuentes mostraron que –en niveles implícitos y 
explícitos de análisis- los liberales exhiben preferencias más fuertes por el cambio social 
y la igualdad (así como por el progreso y por la flexibilidad por sobre la tradición y la 
estabilidad, respectivamente), cuando se los compara con los conservadores (e.g. 
Anderson y Singer 2008; Jost et.al. 2004a, 2008b; Nosek et.al. 2009). Estos y otros 
resultados se interpretan mejor a la luz de las afinidades electivas: “La idea es que hay 
un ajuste especialmente bueno entre las necesidades de reducir la incertidumbre y la 
amenaza, por una parte, y las resistencias al cambio y la aceptación de la desigualdad, 
por otra parte, en tanto que preservar el status quo [de desigualdad] permite a uno 
mantener aquello que es familiar y conocido, rechazando el riesgo; la incertidumbre 
posibilita el cambio social” (Jost et.al. 2007,p.990; ver también Jost et.al. 2004b,pp.271-
272) actos de autoidentificación con la izquierda o la derecha. La ideología 
“operacional”, en contraste, se refiere a opiniones más específicas, concretas y basadas 
en problemas, que pueden también ser clasificadas por los observadores como de 
izquierda o de derecha. Aunque esta distinción parece ser puramente académica, la 
evidencia sugiere que las formas simbólica y operacional de la ideología no coinciden 
para muchos ciudadanos de las democracias de masas. Por ejemplo, Free & Cantrill 
(1967) observaron que muchos norte-americanos eran simultáneamente “filosóficamente 
conservadores” y “operacionalmente liberales”, opuestos a “el gran gobierno” en lo 
abstracto, pero apoyando os programas individuales comprendidos en el bienestar del 
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New Deal y en las regulaciones estatales. Estudios más recientes obtuvieron resultados 
impresionantemente similares; Stimson (2004) encontró que más de dos tercios de los 
encuestados norteamericanos que se identificaban como conservadores simbólicos eran 
operacionalmente liberales con respecto a los problemas concretos (ver también Page & 
Schapiro 1992; Zaller 1992). Sin embargo, en lugar de demostrar que los sistemas de 
creencia ideológicos son multidimensionales en e sentido de ser irreducibles a un simple 
continuum izquierda-derecha, estos resultados indican que, al menos en los Estados 
Unidos, las ideas izquierdista/liberales son más populares cuando están manifestadas en 
soluciones políticas específicas y concretas que cuando son ofrecidas como abstracciones 
ideológicas. La noción de que al mayor parte de la gente gusta de pensarse a sí misma 
como conservadora sin importar el hecho de que mantengan una cantidad de opiniones 
liberales en asuntos específicos es ampliamente consistente con la teoría de justificación 
del sistema, que sugiere que la mayor parte de la gente está motivada para ver 
favorablemente el status quo en general, y para rechazar los mayores desafíos contra él 
(Jost et.al.2004). 
 
Modelos multidimensionales de ideología 
El modelo izquierda-derecha de la estructura ideológica es frugal, y se ha llevado 
sorprendentemente bien en términos de utilidad teórica y validez empírica (Benoir y 
Laver 2006; Bobbio 1996; Campbell et.al. 1960/1965; Carney et.al. 2008; Fuchs y 
Klingemann 1990; Jacoby 1991; Jost 2006; Knight 1999; Kuntsen 1995; Tomkins 1963). Sin 
embargo, una cantidad de autores argumentaron que es necesaria una dimensión que 
ilumine la estructura de la mayor parte de las actitudes políticas de los ciudadanos (e.g. 
Conover y Feldman 1981; Kerlinger 1984; Kinder 1998; Peffley y Hurwitz 1985; ver 
también la sección “Aspectos operacionales de la ideología política”). Reseñamos aquí 
algunos de los modelos multidimensionales más influyentes. 
Son el liberalismo y el conservadurismo dimensiones ortogonales? Un desafío 
prominente al abordaje unidimensional proviene de aquellos que argumentan que la 
izquierda y la derecha representan dos dimensiones independientes y unipolares, más 
que extremos opuestos de una dimensión unipolar única (e.g. Conover y Feldman 1981; 
Kerlinger 1984). Análisis factoriales exploratorios y confirmatorios sugieren que las 
evaluaciones de las actitudes “liberal” y “conservadora” se cargan frecuentemente sobre 
distintas variables latentes, y que estas variables son, al menos de algún modo, 
independientes entre sí. Sin embargo, debiera notarse que es raro que las medidas de 
liberalismo y conservadurismo no se encuentren correlacionadas (si es que alguna vez 
no lo están). Por ejemplo, tras muchos años de intentar el desarrollo de escalas para 
medir el liberalismo y el conservadurismo como dimensiones ortogonales, Kerlinger 
(1984,pp.224-226) encontró que los puntajes de los encuestados en su escala de 
liberalismo (que combina un conjunto variado de ítems relativos a derechos civiles, 
igualdad social, medicina socializada, sindicatos, igualdad de la mujer, control de la 
natalidad, amor y calor humano) permanecieron tercamente en valores de -0,20 en su 
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escala de conservadurismo (que combina ítems variados en torno a religión, iglesia, 
negocios, beneficios, autoridad, ley y orden, estándares morales y modales). Aún más 
decisivamente, estudios subsiguientes de análisis factorial revelaron que las variables 
latentes correspondientes a las evaluaciones de liberales y conservadores exhiben, de 
hecho, una fuerte correlación negativa tras tomar en cuenta el margen de error no 
aleatorio atribuible al formato de la respuesta (Federico 2007; Green 1988; Sidanius y 
Duffy 1988). 
 
Dimensiones sociales y económicas de la ideología política 
Un número de estudios sugieren que las actitudes con respecto a temas sociales o 
culturales son factorialmente distintas de las actitudes respecto de temas económicos 
(Duckitt et.al. 2002; Evans et.al. 1996; Layman y Carsey 2002; Lipset 1960; Saucier 2000; 
Shafer y Claggert 1995; Stenner 2005). Algunos investigadores fueron más allá, y 
sugirieron que estas dimensiones “social” y “económica” son, básicamente, ortogonales. 
Por ejemplo, la gente puede ser socialmente liberal y económicamente conservadora (i.e., 
“libertaria”), o ser socialmente conservadora y económicamente liberal (i.e., 
“populista”), aunque ninguno de estos dos grupos es extenso (e.g. Zaller 1992,p.27). El 
trabajo reciente de Napier y Jost (2008b), sobre “autoritarismo en la clase trabajadora”, 
sugiere que la gente de un status socioeconómico bajo se inclina más a la ideología de 
derecha por muchas cuestiones sociales o culturales, en tanto que la gente de status 
socioeconómico alto se inclina más a la ideología de derecha por razones económicas 
(ver también Lipset 1960). No obstante, las formas social y económica del 
conservadurismo estaban asociadas positivamente con la orientación hacia la derecha en 
el siglo XIX en los países investigados. También Benoit y Laver (2006, p.134-135) 
encontraron que las dimensiones social y económica de la ideología estaban 
correlacionadas positivamente en 41 de las 44 naciones que examinaron. Así, aunque las 
dimensiones social y económica de la ideología política puedan ser distintas en el 
análisis conceptual que en el factorial, es raro que sean completamente ortogonales. 
Trabajando en parte de la distinción entre las dimensiones social y económica de la 
ideología, Duckitt et.al. (2002) articularon un modelo de proceso dual de la ideología, 
que plantea dos bases motivacionales diferentes. Específicamente argumentan que la 
orientación a la dominancia social de un individuo (SDO; Sidanius y Pratto,1999) está 
conectada con una visión del mundo como una jungla competitiva sin piedad, en la cual 
las luchas por el poder son endémicas, en tanto que el grado de autoritarismo de 
derechas de un individuo (RWA; Altemeyer,1998) refleja la visión de un mundo tan 
peligroso y amenazante que se requiere, por ello, una sensación de seguridad y de orden 
social en la sociedad (ver también Schwarz y Boehnke 2004). De modo consistente con 
las formulaciones, de Duckitt, la investigación indica que los puntajes de SDO tienden a 
predecir el conservadurismo económico, en tanto que los puntajes de RWA tienden a 
predecir el conservadurismo social mejor que el económico (Duckitt 2006; Duriez et.al. 
2005; Sibley et.al. 2007). No obstante, es importante tener en mente que los puntajes de 
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SDO y RWA están correlacionados positivamente, aún cuando no lo estén tanto como 
para constituir variables redundantes (Altemeyer 1998; Jost et.al. 2003b; Sidanius y 
Pratto 1999; Weber y Federico 2007; Withley 1999). 
 
Reconciliación de los abordajes unidimensionales y mutidimensionales 
Es este punto de nuestra reseña, haríamos bien en preguntarnos por qué las evaluaciones 
de liberalismo y conservadurismo están de hecho negativamente correlacionadas, y por 
qué las formas sociales y económicas de la ideología política está positivamente 
correlacionadas (ver también la sección “¿Es la ‘mentalidad dura’ ortogonal a la 
orientación política?). Las respuestas conciernen, claramente, a la estructura de la 
ideología de izquierda, esto es, a su rol en la organización de un amplio rango de 
actitudes y opiniones individuales (Converse 1964, 2000, 2006; Federico y Schneider 
2007). Pero, ¿de dónde viene la estructura ideológica (cuando viene)? Las disciplinas 
difieren, al menos en términos de énfasis, en cómo abordan el asunto. 
 
Los cientistas políticos se focalizan en general en procesos top-down, tales como el 
liderazgo político y los partidos políticos (Fiorina 2005; Poole y Rosenthal 1997; 
Sniderman y Bullock 2004; Zaller 1992), es decir, las formas en las cuales las actitudes 
“son organizadas en estructuras coherentes por las élites políticas, para el consumo del 
público” (Feldman 1998:,p.417). Los psicólogos, en contraste, son más proclives a 
considerar procesos cognitivos y motivacionales bottom-up, que llevan a los ciudadanos 
a desarrollar sistemas de creencia ideológicos que tienen a menos un cierto grado de 
estructura dimensional (Adorno et.al. 1950; Jost 2006; Judd y Krosnick 1989; Lavine et.al. 
1997; Tomkins 1963). Proponemos que, a través de la integración de modos de 
comprensión complementarios acerca de estos procesos top- down y bottom-up, es 
posible reconciliar posiciones aparentemente contradictorias y hallazgos en torno a la 
dimensionalidad de la ideología política. 
 
¿ES LA “MENTALIDAD DURA” ORTOGONAL A LA ORIENTACIÓN POLÍTICA? 
Basados en observaciones históricas de que los extremistas de izquierda y de derecha 
han adoptado a veces métodos y orientaciones equivalentemente intolerantes en el 
intento de llevar a cabo sus objetivos políticos, algunos académicos han propuesto que, 
en adición a la dimensión izquierda-derecha de contenido ideológico, existe una 
segunda dimensión, independiente del contenido, de estilo psicológico (e.g.Greenberg 
& Jonas 2003; Shils 1954). Por ejemplo, Eysenck (1954/1999) abogó por una dimensión 
cerrada-abierta, que sería independiente de la dimensión izquierda-derecha. Rokeach 
(1960, 1973) sugirió, similarmente, que el dogmatismo, que vinculó a la devaluación de 
la libertad, era en principio distinguible de la dimensión izquierda-derecha, que estaba 
unida al valor de la igualdad. Sin embargo, ambos esfuerzos fallaron en cuanto a 
PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI 
Traducción de Catedra Texto de Teóricos 
 
10 
producir evidencia convincente de que las dos dimensiones propuestas fuesen 
ortogonales. Es decir, las escalas de mentalidad-dura y dogmatismo pueden ser 
distinguibles de las medidas de izquierda-derecha en análisis factoriales, pero los 
puntajes de las variables psicológicas están sin embargo correlacionados con las 
actitudes políticas, de modo tal que los de derecha son, de hecho, más de “mentalidad 
dura” y “dogmáticos” que los de derecha, al menos en las naciones de Occidente (Jost 
et.al.2003b, c; Stone & Smith 1993). Por ejemplo, Jost (2006, p.664) reportó una correlación 
de 0,27 entre liberalismo político y puntajes en la faceta de “mentalidad blanda” de la 
subescala de simpatía del instrumento de personalidad de las Grandes Cinco. De modo 
similar, un meta-análisis de Jost et.al.(2003b,c) reveló que la correlación entre 
liberalismo-conservadurismo y las medidas de dogmatismo e intolerancia o 
ambigüedad era sustancial (peso de la medida r = 0,34). 
 
Dada la interacción asumida entre procesos top-down y bottom-up, parece razonable 
sugerir que ciertos elementos (o dimensiones) específicos de la ideología política son más 
propensos a plegarse en una única dimensión izquierda-derecha para aquellos más 
altamente involucrados en actividades políticas, es decir, aquellos que tienen alta 
disponibilidad y motivación. Esto es consistente con las teorías formales de competencia 
electoral ytoma de decisiones, que suponen que un espacio dado sin restricciones –uno 
en el cual las posiciones sobre distintos temas y la valoración de las prioridades no estén 
organizadas o atadas entre sí- impone excesivas demandas de información a los votantes 
(Federico 2007; Hinich y Munger 1994; Lau y Redlawsk 2001). Es decir que confiar en 
pistas ideológicas de izquierda-derecha habían más fácil a los actores políticos 
suficientemente motivados y congnitivamente sofisticados deducir las posiciones de los 
candidatos en varios temas, para simplificar el proceso de hacer coincidir sus propias 
preferencias con los candidatos óptimos (reduciendo el número de dimensiones en las 
cuales la coincidencia debe tener lugar), e incrementar la confianza sobre cómo se 
comportarán los candidatos una vez que sean electos (e.g. ver Lavine y Schwend 2006). 
En forma consistente con este argumento, la investigación muestra que las formas 
simbólicas y operacionales de la ideología son más proclives a ser congruentes para 
aquellos altamente informados o involucrados en la política (Bennet 2006; Converse 
1964; McClosky y Zaller 1984; Sniderman et.al. 1991; Zaller 1992). De modo similar, las 
evaluaciones de actitudes liberales y conservadoras reflejan mayor unidimensionalidad 
para aquellos que tienen un alto nivel de educación y experiencia política (Sidanius y 
Duffy 1988), y motivación para evaluar cuestiones políticas (Federico y Schneider 2997). 
Más aún, las actitudes en asuntos sociales y económicos son más estables, 
correlacionadas entre sí y estructuradas dimensionalmente para candidatos electos en 
comparación con ciudadanos ordinarios (Jennings 1992; Poole y Rosenthal 1997), y para 
aquellos miembros del público que tienen altos niveles de conocimiento e 
involucramiento político (Converse 2000, 2006; Erikson y Tedin 2003; Federico y 
Schneider 2007; Layman y Carsey 2002). 
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Traducción de Catedra Texto de Teóricos 
 
11 
Es también evidente que una competencia política intensificada aumenta la presión para 
estructurar las actitudes políticas de acuerdo con una dimensión izquierda-derecha 
simple. Por ejemplo, comparaciones a nivel nacional revelan que las dimensiones 
motivacionales básicas vinculadas por Duckitt y sus colegas (2002) con SDO y RWA 
correlacionan más fuertemente en países con sistemas de competición entre partidos de 
izquierda y de derecha establecidos (Duriez et.al. 2005). De modo similar, períodos de 
conflicto electoral elevado parecen producir agendas de temas más fuertemente 
restringidas (Bennet 2006; Fiorina 2005; Hetherington 2001; McCarthy et.al. 2006) y, 
andando el tiempo, las agendas ideológicas cruzadas se asimilan a la dimensión simple 
de izquierda-derecha (Layman y Carsey 2002; Stimson 2004). Así, en tanto es posible 
distinguir dimensiones ideológicas múltiples, hay necesidades sociales, cognitivas y 
motivacionales para la coordinación efectiva de las actividades partidarias, la reducción 
de demandas informacionales por parte de los ciudadanos, y el acceso a diferencias 
básicas en orientaciones de valor; se espera que todos estos valores lleven a una 
estructura dimensional más simple y frugal, en especial para aquellos que son 
conocedores y participantes en asuntos políticos. En otras palabras, al incorporar 
procesos top-down y bottom-up, es posible comprender por qué las actitudes 
ideológicas están estructuradas, al menos algunas veces, conforme a una dimensión 
izquierda-derecha, así como cuándo (y por qué) no lo están. 
 
CONTENIDOS DE LAS IDEOLOGÍAS Y SUS FUNCIONES PSICOSOCIALES 
Tratar a la ideología como un conjunto interrelacionado de actitudes, valores y creencias 
con propiedades cognitivas, afectivas y motivacionales, implica que las ideologías 
pueden (y deberían) ser analizadas en términos de sus contenidos y de sus funciones 
(Abelson 1988; Adorno et.al. 1950; Ball y Dagger 1991; Campbell et.al. 1960/1965; Jost 
2006; Jost et.al. 2003b, c; Lewins 1989). Es decir, la ideología puede pensarse que la 
ideología tiene una superestructura discursiva (socialmente construida) y una 
subestructura funcional (o motivacional). La superestructura discursiva se refiere a la 
rede de actitudes, valores y creencias socialmente construidos, atados a una posición 
ideológica y a un tiempo y espacio particulares (Jost et.al. 2006c). Así definida, la 
superestructura discursiva puede pensarse como una “representación social” (Moscovici 
1988) que guía al juicio político en un esquema de tipo top-down y se transmite 
típicamente de las élites políticas al público (Zaller 1992). La subestructura funcional se 
refiere al ensamble de necesidades sociales y psicológicas, objetivos y motivaciones que 
dirigen los intereses políticos de ciudadanos ordinarios de un modo bottom-up y se 
sirven de los contenidos discursivos de la ideología (Jost 2006; Jost et.al. 2003b). 
Proponemos que la naturaleza de la relación entre los procesos top-down y bottom-up 
está caracterizada por afinidades electivas: “Las ideas, seleccionadas y reinterpretadas 
de la doctrina original, obtienen una afinidad con los intereses de ciertos miembros de 
estratos especiales; si no ganan esta afinidad, son abandonadas” (Gerth y Mills 
1948/1970, p.63). 
PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI 
Traducción de Catedra Texto de Teóricos 
 
12 
 
Desde el top-down: construcción de la élite y diseminación de la superestructura 
discursiva 
Así como las élites políticas, tales como funcionarios electos, líderes partidarios y 
representantes de los medios pueden ayudar a imponer una estructura a través de la 
simplificación del entorno político, pueden también influir fuertemente en los 
contenidos específicos de una ideología, esto es, en su superestructura discursiva (e.g. 
Converse 2000; Layman y Carsey 2002; McClosky y Zaller 1984; Sniderman et.al. 1991). 
Los ejemplos prominentes incluyen el rol del liderazgo en Lyndon Johnson y sucesores 
en la apelación a quienes apoyaban al Partido Demócrata para que aceptaran la 
legislación de derechos civiles que asistirían a las minorías raciales y étnicas (e.g. Sears 
et.al. 2000), así como las influencias relativamente fuertes que políticos, periodistas y 
otros intelectuales tienen sobre el grado de aceptación en el público del involucramiento 
de sus naciones en una guerra (Berinsky 2007; Zaller 1992). En estos y otros casos, Zaller 
(1992) concluye que “la exposición al discurso de la élite parece promover el apoyo a las 
ideas que porta” (p.11). 
 
El proceso comunicacional. 
El contenido socialmente compartido de una superestructura discursiva, es decir, el 
atado específico de actitudes, valores y creencias, resulta, presumiblemente, de las 
formas de interacción -tanto comunicacionales como estratégicas- entre élites electorales 
y sus seguidores (Graber 2004; Habermas 1989; Hinich y Munger 1994; Zaller 1992). Este 
es el sentido en el cual, como indican Sniderman y Bullock (2004), “las instituciones 
políticas realizan su ejercicio pesado” (p.351). Con la mayor probabilidad, esto permite 
que un grupo relativamente pequeño y poco representativo de políticos opere para 
ejercer un grado desproporcionado de influencia, tal como los comentaristas dentro y 
fuera de la tradición marxista han notado largamente (e.g. Eagleton 1991; Habermas 
1989; Mannheim 1936; McLellan 1986; Weber 1922/1946; Zaller 1992; Zelditch 2001). En 
otras palabras, persiste la preocupación de que “las ideas de la clase dirigente son en 
toda época las ideas dirigentes” (Marx y Engels 1846/1970). Como veremos más abajo, 
un abordajes contemporáneos de los psicólogos sociales ha actualizado y expandido este 
foco en la naturaleza justificatoria del sistema del contenido ideológico, teniendo en 
cuenta tanto los procesos bottom-up como los top-down (e.g. Jost y Hunyady 2002; 
Sidaniusy Pratto 1999). 
Sin embargo, en la mayor parte de las sociedades contemporáneas hay élites políticas de 
izquierda así como las hay de derecha, y aquellas son, también capaces de dar forma a 
la superestructura discursiva (e.g. Hinich y Munger 1994). Es decir, los atados o paquetes 
ideológicos que son socialmente construidos por élites políticas pueden ser vistas como 
“anclando” ambos extremos del espectro izquierda-derecha, ordenando así las opciones 
en un “menú” ideológico, del cual los miembros del público masivo seleccionen su voto 
PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI 
Traducción de Catedra Texto de Teóricos 
 
13 
y otras preferencias (Sniderman y Bullock 2004). Más específicamente, el contenido 
asociado con diferentes posiciones ideológicas es absorbido por miembros del público 
masivo, que toman la posta de aquellas élites que comparten su electorado básico o sus 
orientaciones ideológicas (Converse 1964, 2000; Sniderman et.al. 1991; Sniderman y 
Bullock 2004; Zaller 1992). De aquí surge la pregunta acerca de cómo las élites tienen 
éxito en difundir sus mensajes ideológicos al público independiente. 
 
El rol moderador de las habilidades cognitivas y la motivación del ciudadano. 
Siguiendo a Campbell et.al. (1960/1965) y Converse (1964), la evidencia sugiere que 
algunos ciudadanos son más capaces y/o están más deseosos que otros por aprender los 
contenidos de la superestructura discursiva, tal como es definida por las élites políticas 
(e.g. Bennet 2006; Delli Carpini y Ketter 1996; Federico y Scheider 2007; Federico y 
Sidanius 2002; Judd y Krosnick 1989; Sniderman et.al.1991; Zaller 1992). Décadas de 
investigación sugieren que la mayor parte de la población exhibe un nivel relativamente 
bajo de conocimiento acerca de los contenidos específicos del discurso de las ideologías 
conservadora y liberal, una relativa incapacidad y/o falta de deseo por comprender el 
conflicto en términos estrictamente de liberal- conservador, y un nivel relativamente bajo 
de consistencia (o limitación) en sus actitudes hacia muchos temas diferentes (e.g. 
Converse 2000; Dalton 2003; Stimson 2004). Aún en el nivel de posturas morales amplias, 
el conflicto de valores parece ser más común que un nivel alto de consistencia entre 
valores potencialmente en competencia (Feldman 2003; Jacoby 2006; Kuklinski et.al. 
2001; Tetlock 1986). 
Estos hallazgos sugieren que la mayor parte de los ciudadanos no aprenden los 
contenidos de las diversas ideologías en todos sus gloriosos detalles, si bien los hallazgos 
no se deberían tomar como signo de que la gente en general se encuentra totalmente 
desprovista de compromiso o entendimiento ideológico (e.g. Billing 2003; Gamson 1992; 
Lane 1962. Tal como Lane (1962) escribió, “el hombre común tiene un conjunto de 
creencias políticas emocionalmente cargadas” que “adhieren a valores e instituciones 
centrales” y que son la “racionalización de intereses (a veces no de los propios)” que 
“sirven como justificaciones morales para actos y creencias diarias” (pp.15-16). En este 
sentido, la mayor parte de la gente posee ideologías “latentes”, cuando no forenses (ver 
también Jost 2006). Más específicamente, incluso aquellos que están relativamente 
desinteresados o desinformados sobre la política exhiben al menos algún entendimiento 
de los aspectos centrales de las diferencias entre el liberalismo y el conservadurismo 
(Federico y Schneider 2007; Feldman 1988, 2003; Goren 2001; Knutsen 1995; Peffley y 
Hurwitz 1985). La evidencia de razonamiento ideológico –o tal vez una palabra mejor es 
compromiso- queda sustancialmente más clara en lo que hace a las actitudes centrales 
con respecto al cambio social y al igualitarismo, comparadas con actitudes más 
periféricas (Anderson y Singer 2008; Carmines y Layman 1997; Conover y Feldman 1981; 
Eagly et.al. 2004; Goren 2004; Jost 2006; Jost et.al. 2008b; McClosky y Zaller 1984; Rathbun 
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Traducción de Catedra Texto de Teóricos 
 
14 
2007)1. Más aún, la familiaridad con la superestructura discursiva es más fácil de detectar 
en el público general una vez que el error de medición en las encuestas es tomado en 
cuenta (e.g. Archen 1975; Zaller 1992; pero ver Converse 2000; 2006). 
El factor principal que domina la adquisición masiva de contenido ideológico parece ser 
la atención y comprensión de la información que fluye desde las élites políticas (Bennett 
2006; Converse 2000, 2006; Kuklinski et.al.2001; Lau & Redlawsk 2001; Lupia et.al.2000). 
Expertos políticos altamente involucrados –aquellos que poseen esquemas políticos 
relativamente bien desarrollados que pueden ser usados para asimilar nueva 
información- son más proclives a recibir, procesar y usar tal información (e.g.Erikson & 
Tedin 2003; Fiske et.al. 1990; Hamill et.al. 1985; Lavine et.al. 1997; Luskin 1990; Zaller 
1992). Hay evidencia de que la motivación importa, además de las habilidades 
cognitivas. Los estudios muestran que los individuos con una alta necesidad de evaluar, 
esto es, con una tendencia crónica a formarse opiniones y juzgar las cosas como buenas 
o malas (Bizer et.al. 2004), son también más proclives a adquirir y usar contenidos 
ideológicos discursivos (Federico 2004, 2007; Federico y Scheider 2007). Esta última línea 
de trabajo sugiere que los investigadores harían bien en considerar un rango más amplio 
de motivos que afectan la receptividad de los ciudadanos a los mensajes ideológicos. 
 
Desde el bottom-up: Orígenes psicológicos de la subestructura motivacional 
Los cientistas políticos tienden a reconocer que las características disposicionales de los 
ciudadanos ordinarios debieran afectar a sus habilidades y motivaciones para absorber 
mensajes ideológicos expresados por las élites políticas, pero el foco, como se discutió 
más arriba, está generalmente en variables tales como el involucramiento político, la 
sofisticación y el expertise (e.g. Zaller 1992). Los psicólogos han propuesto una variedad 
más amplia de variables con respecto a la personalidad y a las diferencias individuales, 
que deberían afectar no sólo el grado de la exposición de uno a los medios masivos, sino 
también las ideologías a las que uno es proclive (ver Jost et.al. 2003b). Así, Adorno et.al. 
(1950) indicaron que el sistema de creencia de un individuo “refleja su personalidad y 
no es meramente un agregado de opiniones tomadas atolondradamente del entorno 
ideológico” (p.176; ver también McClosky 1958; Tomkins 1963; Wilson 1973). Aunque la 
investigación sobre personalidad y orientación política cayó en desgracia por muchos 
años, hay indicios claros de que ha revivido el interés en la contribución de los procesos 
psicológicos bottom-up a los resultados ideológicos (e.g. Barker & Tinnick 2006; Block & 
Block 2006; Caprara 2007; Carney et.al. 2008; Jost et.al. 2008b; Kemmelmeier 2007; Leone 
& Chirumbolo 2008; Ozer & Benet-Martinez 2006; Sidanius & Pratto 1999; Stenner 2005; 
Thornhill & Fincher 2007; Van Hiel & Mervielde 2004; Weber & Federico 2007). En última 
instancia, se necesita una perspectiva psicológica para encarar la molesta pregunta 
elevada por Sniderman y Bullock (2004, p.353), a saber: “¿por qué algunos está 
 
1 Rathbun (2007, p.397), por ejemplo, reportó una correlación extraordinariamente alta entre el 
apoyo a la jerarquía y la orientación hacia la derecha (0.70), y entre el apoyo a la comunidad y la 
orientación hacia la izquierda (0.61). 
PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI 
Traducción de Catedra Texto de Teóricos 
 
15 
dispuestos a una actitud liberal, o en líneas generales de izquierda, mientras que otros 
están dispuestos a una orientación conservadora o en líneas generales de derecha?”. 
Un creciente cuerpo de evidencias sugiere que las posturas ideológicasde izquierda-
derecha reflejan, entre otras cosas, as influencias de la herencia, el temperamento o la 
personalidad desde la infancia, y la variabilidad situacional y disposicional en las 
necesidades sociales, cognitivas y motivacionales de reducir la incertidumbre. Por 
ejemplo, Alford y sus colegas (2005) compararon muestras de hermanos gemelos en los 
Estados Unidos y Australia, y estimaron que tanto como un 40% al 50% de la 
variabilidad estadística en opiniones ideológicas (pero no en participación política) era 
atribuible a factores genéticos (ver también Bouchard et.al.2003; Carmen 2007). Jost 
(2006) propuso que la heredabilidad de un conjunto de orientaciones cognitivas, 
motivacionales y de personalidad podría dar cuenta de la heredabilidad de actitudes 
políticas (ver Olson et.al. 2001 por evidencia de este tipo). Alford & Hibbing (2007) 
minimizaron esta posibilidad sobre la base de un estudio que mostró correlaciones 
relativamente débiles entre las Cinco Grandes medidas de la personalidad y las actitudes 
políticas (ver también Carney et.al. 2008). 
Un estudio longitudinal de Block y Block (2006) es digno de ser tenido en cuenta, porque 
sugiere que las características de la personalidad en la infancia predicen actitudes 
políticas 20 años después. Específicamente, los investigadores encontraron que los niños 
en edad preescolar a quienes los maestros evaluaron independientemente como más 
autoconfiados, energéticos, resistentes, relativamente controlables pero dominantes, y 
más proclives a desarrollar relaciones cercanas, eran más liberales que sus pares a la 
edad de 23 años. En contraste, los niños en edad preescolar que fueron caracterizados 
como sintiéndose fácilmente victimizados y ofendidos, indecisos, temerosos, rígidos, 
inhibidos, vulnerables y reactivamente sobre- controlados eran más conservadores a los 
23 años. Aunque no es posible establecer un regla general sobre ciertos factores de 
interferencia asociados con el lugar del estudio (Berkeley, California), estos resultados 
no deberían desestimarse, en parte porque son muy consistentes con los resultados de 
una revisión meta-analítica que sintetiza datos de 12 países en un período de 44 años 
(Jost et.al.2003b,c). Los hallazgos de esta revisión, y de investigaciones posteriores, 
sugieren que al menos tres clases principales de variables psicológicas constituyen la 
subestructura motivacional de la ideología política: motivos espistémicos, existenciales 
y relacionales (Figura 1, p.319). 
 
Motivos epistémicos: la ideología ofrece certidumbre. 
Se ha sugerido que la ideología “sirve como guía y brújula a través del matorral de la 
vida política”, esto es, que se dirige a un número de necesidades epistémicas, tales como 
la explicación, la evaluación y la orientación (Ball & Dagger 1991, pp.1-2). No 
deberíamos, entonces, sorprendernos al enterarnos de que las variables psicológicas que 
hacen al manejo de la incertidumbre preciden la confianza en la ideología en general, y 
la adhesión a posiciones políticas específicas, tales como el apoyo a la guerra de Irak 
PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI 
Traducción de Catedra Texto de Teóricos 
 
16 
(e.g.Federico et.al.2005; Golee & Federico 2004; Jost et.al.2003b,c,2007). Por ejemplo, 
estudios llevados a cabo en diferentes países demostraron consistentemente que los 
individuos que puntúan alto en la escala de Necesidad de Cierre Cognitivo, que mide la 
motivación para “agarrarse y colgarse” de creencias que ofrecen simplicidad, 
certidumbre y claridad, son más proclives a tener actitudes conservadoras o de derecha 
(Jost et.al.2003b, pp.358-359; ver también Chirumbuolo et.al.2004; Leone y Chirumbuolo 
2008; Van Hiel et.al.2004). Más aún, alguna evidencia sugiere que la gente que puntúa 
alto en la necesidad de evaluación (i.e. que brinda juicios de bien/mal) es más proclive a 
gravitar hacia la ideología conservadora (Bizer et.al.2004), en tanto que aquellos que 
puntúan algo en la escala de Necesidades de Cognición, que mide el disfrute del 
pensamiento, es más proclive a gravitar hacia la ideología liberal (Sargent 2004). Estos 
hallazgos y otros apoyan la noción de que existe una afinidad electiva entre motivos 
epistémicos para reducir la incertidumbre y conservadurismo político (Jost et.al.2007). 
 
Consistente con la idea de que algunas personas son más conscientes de menú, 
discursivamente construido, de opciones políticas que otras, y de que tal conciencia 
permite a la gente seleccionar la ideología que es correcta para ella, la relación entre 
motivos epistémicos (e.g., necesidad de cierre cognitivo) y autoposicionamiento 
ideológico es más fuerte entre expertos políticos y en aquellos que están más interesados 
en la política (e.g.Federico & Goren 2009; Kemmelmeier 2007). El hecho de que las 
ideologías exhiban, al menos para algunos ciudadanos, propiedades de esquema 
cognitivo –tales como organización jerárquica y activación extendida de la accesibilidad 
al constructo- proporciona otro tipo de evidencia de que sirven a funciones epistémicas 
asociadas con comprensión, explicación y predicción (Fiske et.al.1990; Hamill et.al.1985). 
Dado que casi todos quieren lograr al menos cierto grado de certeza, ¿es posible que el 
conservadurismo posea una ventaja psicológica natural por sobre el liberalismo? 
Aunque la respuesta a esta pregunta está cargada de desafíos, algunas líneas de 
investigación sugieren que este podría ser el caso. En primer lugar, una serie de 
experimentos de Skitka et.al.(2002) demostraron que “la posición atribucional por 
defecto es una respuesta conservadora”, en tanto que liberales y conservadores son 
rápidos para delinear conclusiones individualistas (más que a nivel del sistema) acerca 
de las causas de la pobreza, el desempleo, la enfermedad y otros resultados negativos, 
pero sólo los liberales corrigen su respuesta inicial, tomando en cuenta circunstancias 
atenuantes. Cuando se introduce una distracción (o carga cognitiva), haciendo difícil 
para los liberales entablar procesos de corrección, éstos tienden a culpar a los individuos 
por su destino en el mismo grado en que lo hacen los conservadores. Stitka et.al.(2002) 
concluyen por lo tanto: “Es mucho más fácil llevar a un liberal a comportarse como un 
conservador de lo que es llevar a un conservador a comportarse como un liberal” (p.484; 
ver también Kluegel & Smith 1986; Stitka 1999). La investigación de Crandall y Eidelman 
(2007) lleva esta línea general de razonamiento aún más allá, mostrando que una 
multitud de variables cotidianas, asociadas con el incremento de la carga cognitiva y/o 
la necesidad aumentada de cierre cognitivo, tales como el consumo de alcohol, lleva a la 
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Traducción de Catedra Texto de Teóricos 
 
17 
gente a volverse políticamente más conservadora. Ambas líneas de investigación son 
consistentes con la noción de que los estilos y las opiniones conservadoras son 
generalmente más simples, más internamente consistentes, y menos sujetas a 
ambigüedad, en comparación con los estilos y las opiniones liberales (e.g.Jost et.al.2003b, 
c; Rokeach 1960; Tetlock 1983,2007). Una tercera razón que sugiere que el 
conservadurismo goza de una ventaja psicológica por sobre el liberalismo proviene de 
la investigación sobre la justificación del sistema, que sugiere que la mayor parte de la 
gente (incluidos los liberales) están motivados para adaptar e incluso racionalizar 
aspectos del status quo, es decir, a desarrollar y mantener opiniones relativamente 
favorables acerca de instituciones y autoridades existentes y a desestimar o rechazar a 
posibilidad de cambio, especialmente en sus formas más radicales (Jost et.al.2004a). Los 
estudios muestran que la justificación del status quo sirve a la función paliativa de 
incrementar el afecto positivo, decrementare afecto negativo, y hacer a la gente feliz en 
general, pero también que socava el apoyo para el cambio social y la redistribución de 
recursos (Jost & Hunyady 2002; Napier & Jost 2008a; Wakslak et.al.2007). 
 
Aún así, algunas personas están motivadas por la búsqueda de sensaciones, la 
innovación, la curiosidad, y la apertura a nuevas experiencias, y son significativamente 
más proclives que otras a acoger opiniones y causas políticamente liberales y de 
izquierda (para una revisión, ver Jost et.al.2003b, pp.356-357; ver también Jost et.al.2007). 
De las Cinco Grandes dimensiones de la personalidad, la apertura es más fuertemente 
predictiva de la orientación política, donde los liberales puntúan consistentemente más 
alto que los conservadores (Carney et.al.2008; Jost 2006; Stenner 2005). La única otra 
dimensión de las Cinco Grandes que correlaciona consistentemente con la orientación 
política (en los Estados Unidos y en otras muestras) parece ser la responsabilidad. Los 
conservadores puntúan en general más alto que otros en motivos y temas relacionados 
con la responsabilidad, especialmente en necesidades de orden, estructura y disciplina. 
Estas diferencias de personalidad emergen incluso en contextos no políticos. Por 
ejemplo, las habitaciones y oficinas de los conservadores contienen más ítems 
relacionados con la responsabilidad, tales como estampillas de correo y suministros de 
limpieza, mientras que las habitaciones de los liberales contienen más ítems relacionados 
con la apertura, tales como libros de viajes, música y suministros de arte (Carney 
et.al.2008). 
El trabajo sintetizado por Caprara & Zimbardo (2004) se focaliza en la importancia de 
las similitudes percibidas entre las características personales de los votantes y los 
candidatos a ser líderes políticos (ver también McCaul et.al. 1995). Por ejemplo, 
encuentran que los ciudadanos italianos son más proclives a apoyar a políticos y a 
partidos cuyas imágenes son consistentes con las propias autoimágenes de los 
ciudadanos, de modo tal que los votantes de centroderecha prefieren candidatos que son 
vistos como responsables y dinámicos, en tanto en que los de centroizquierda prefieren 
candidatos que parezcan abiertos y amigables (Caprara & Zimbardo 2004, p.586). 
Aunque se necesita más investigación para buscar interacciones entre las características 
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18 
psicológicas y de otro tipo de los líderes y sus seguidores, las percepciones derivadas del 
“modelo de congruencia” sugieren nuevas vías para identificar los casos de afinidades 
electivas en el área de la psicología política. 
 
Motivos existenciales: la ideología ofrece seguridad. 
De acuerdo con la teoría de manejo a través del terror (TMT), las ideologías –o “visiones 
del mundo culturales”, en el argot del TMT- sirven a la función existencial de permitir a 
la gente trascender, simbióticamente, la amenaza inducida por la conciencia, 
exclusivamente humana, de la propia mortalidad (Greenberg et.al. 1997, Pyszczynski 
et.al.1999, Solomon et.al.2004). Es decir, los sistemas políticos y otros sistemas de 
creencias son vistos como asistiendo a la gente en la creencia motivada de que son 
personas de valor en un universo lleno de sentido que trasciende su yo finito, 
proporcionando así un sentido de seguridad existencial. Consistente con esta afirmación, 
una vasta literatura experimental demuestra que hacer a los participantes de la 
investigación conscientes de su propia mortalidad los leva a atenerse más estrictamente 
a los sistemas de creencia e identidades establecidos. Por ejemplo, la importancia de la 
mortalidad parece producir mayores patriotismo y hostilidad hacia los críticos de la 
propia nación, una mayor adhesión a la validez única de la propia religión, un apoyo 
más fuerte a las normas tradicionales de género, una mayor atención a las normas 
establecidas de procedimiento correcto, niveles incrementados de estereotipo, y una 
preferencia en general mayo por respuestas agresivas a individuos y grupos percibidos 
como una amenaza a la visión cultural del mundo (para una revisión, ver Pyszczynski 
et.al.1999; ver también Arndt et.al. 2002; Schimel et.al.1999; van den Bos et.al.2005). 
Jost et.al.(2004b) propuso que existe una afinidad electiva entre necesidades psicológicas 
para minimizar la amenaza –incluyendo la amenaza que surge de la ansiedad ante la 
muerte- e ideología conservadora. De acuerdo con ello, encontró que imprimir 
pensamientos sobre la muerte en liberales, moderados y conservadores producía un 
incremento en temas basados en conservadurismo a través de todo el espectro. Este 
resultado es consistente con el meta-análisis de Jost et.al. (2003b), que mostró que el 
miedo a la muerte, la amenaza del sistema y las percepciones de un mundo peligroso 
estaban todas asociadas positivamente con el mantenimiento de actitudes conservadoras 
(ver también Weber & Federico 2007; pero ver Greenberg & Jonas 2003 para una posición 
diferente). Jost et.al.(2007) replicaron el hallazgo temprano de que los conservadores 
puntuaban más alto que los liberales en una medida disposicional de ansiedad ante la 
muerte; en tres estudios, descartaron también la posibilidad de que las necesidades de 
manejar la incertidumbre y la amenaza esté asociadas con extremos ideológicos, en lugar 
de con el conservadurismo político en particular. 
De hecho, una lluvia de nuevos estudios sugieren que los motivos existenciales de 
afrontar la ansiedad y la amenaza llevan desproporcionadamente a resultados 
conservadores. Estudios experimentales conducidos poco tiempo antes de la elección 
presidencial de 2004 [en los EEUU] revelaron que, aunque los estudiantes universitarios 
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19 
favorecían al candidato [demócrata] John Kerry en la condición de control, mostraron 
una preferencia inversa tras la exposición de la importancia suprema de la mortalidad, 
apoyando en su lugar al candidato republicano George W.Bush (Cohen et.al.2005; 
Landau et.al.2004). Ullrich & Cohrs (2007) muestran en varios experimentos que el 
incrementar la importancia del terrorismo lleva a los participantes a puntuar más alto en 
una medida de justificación del sistema, fortaleciendo más aún la posición de que el 
conservadurismo sirve a fines de justificación del sistema (ver también Jost et.al.2008b). 
Finalmente, un estudio de sobrevivientes que habían estado muy expuestos en los 
ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 encontró que los demócratas, así 
también como los republicanos, reportaban “cambios conservadores” en los 18 meses 
siguientes a los ataques (Bonanno & Jost, 2006). 
Consistente con estos hallazgos, la literatura de investigación en torno al autoritarismo 
de derecha muestra que las situaciones altamente amenazantes están, frecuentemente 
(pero no siempre), asociadas con cambios ideológicos hacia la derecha. Por ejemplo, 
investigaciones de archivo sugieren que el atractivo de los líderes y las políticas de 
gestión conservadoras y de derecha mejora en períodos de alta amenaza social, 
económica o política (Davis & Silver 2004; Doty et.al.1991; McCann 2008; Willer 2004). 
Presumiblemente, esto es porque la amenaza impulsa a la gente a tomar actitudes 
sociales y políticas que ofrecen “soluciones relativamente simples y cognitivamente 
rígidas” a cuestiones de seguridad (Bonanno & Jost 2006,p.311), y esos tipos de 
soluciones son más proclives a resonar con los estilos cognitivos y retóricos de los que 
están en la derecha política más que en los de la izquierda (Jost et. al.2003b,c; Tetlock 
2007; ver también la sección “Importancia de la mortalidad, autoritarismo y exposición 
selectiva a la información política”). En estas mismas líneas, una disertación doctoralde 
Thorisdottir (2007) mostró en varios experimentos que estímulos de la amenaza (tales 
como vídeos atemorizantes) obtienen un incremento temporario en mente-cerrada 
(medida como una faceta de la escala de Necesidad de Cierre Cognitivo) y este 
incremento en mente-cerrada fue asociado con una afinidad por políticas y opiniones 
conservadoras (y orientadas a la certidumbre). 
 
PROMINENCIA DE LA MORTALIDAD, AUTORITARISMO Y EXPOSICIÓN 
SELECTIVA A LA INFORMACIÓN POLÍTICA 
Un experimento de Lavine et.al.(2005) reveló que una manipulación de la prominencia 
de la mortalidad llevó a los altamente autoritarios (pero no a los que lo eran en baja 
medida) a exponerse selectivamente a información de una manera consistente con sus 
posiciones sobre la pena capital. Este hallazgo sugiere que no todos responden a los 
estímulos de amenaza de la misma manera (ver también Davis & Silver 2004; Steiner 
2005). Es importante señalar que, sin embargo, los bajamente autoritarios no mostraron 
una mentalidad muy abierta (o una disminución en la exposición selectiva) a 
continuación de un detonante de prominencia de la mortalidad (Lavine et.al.2005, 
p.232). Lavine et.al. (2005) concluyen su artículo enfatizando las afinidades electivas, es 
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20 
decir, “las interacciones entre las necesidades motivacionales y disposicionales y los 
estilos cognitivos, por una parte, y las exigencias del entorno social y político por otra” 
(p.240). Específicamente, sugieren que aquellos que sintonizan “el formato, hoy habitual, 
de un programa de radio que muestra una sola cara, generalmente, de derecha (e.g.Rush 
Limbaugh, Sean Hannity, Michael Savage, Bill O’Reilly)”, están motivados no sólo por 
la angustia crónica y el resentimiento, sino también porque “las preferencias de los 
‘espectadores’ por los formatos de mirada única versus los formatos ‘justos y 
balanceados’ son, al menos parcialmente, una función de la amenaza percibida en el 
entorno” (p.240). 
 
Otra variable psicológica que sugiere que las preocupaciones existenciales acerca de 
seguridad, certidumbre y manejo de la amenaza forman la base de las diferencias 
ideológicas izquierda- derecha es la del disgusto emocional. Estudios recientes muestran 
que, por ejemplo, los conservadores puntúan más alto que los liberales en medidas 
disposicionales de disgusto sensible y que el disgusto sensible predice opiniones 
políticas específicas en asuntos tales como el aborto, así como las actitudes de prejuicio 
intergrupal (Hodson & Costello 2007; Inbar et.al.2008). Dado el evidente vínculo entre 
disgusto y juicio moral (Haidt 2001), estas diferencias podrían ayudar a explicar por qué 
los conservadores tienden a valorar la pureza y a ser más moralistas que los liberales en 
lo sexual y en otros dominios culturales (Haidt & Graham 2007; Jarudi et.al.2008; Skitka 
et.al.2002). Si el razonamiento es correcto, los mensajes políticos y de otro tipo que hacen 
emerger reacciones de disgusto deberían beneficiar desproporcionadamente a los 
conservadores, así como los mensajes relacionados con la amenaza parecen ayudar a los 
conservadores y dañar a los liberales. 
 
Motivos relacionales: la ideología ofrece solidaridad. 
Una vasta literatura de investigación sobre socialización política, revisada por Sear & 
Levy (2003), indica la probabilidad de que las creencias ideológicas sean transmitidas de 
padres a hijos, especialmente si ambos padres tienen creencias similares y discuten 
frecuentemente de política (Jennnings & Niemi 1981) y si los lazos de familia son 
estrechos (Davies 1965). En forma similar, grupos de pares y de referencia también 
ejercen una influencia razonablemente fuerte en el autoposicionamiento izquierda-
derecha (Alwin et.al.1991; ver Jost et.al.2008a para una breve revisión). Estas influencias 
relacionales sobre los resultados ideológicos son más fuertes en la adolescencia tardía y 
en la temprana adultez, esto es, mientras la identidad personal está aún en el proceso de 
desarrollo (Alwin 1993; Sears & Levy 2003). Más aún, de modo consistente con otro 
trabajo en influencia social, las identificaciones resultantes tienden a persistir en tanto el 
contexto relacional de uno no cambie en forma marcada (e.g.Alwin et.al.1991). 
Es bastante posible que algunas formas pasivas de aprendizaje e influencia social esté 
involucradas en la transmisión de actitudes sociales y políticas de los padres a su prole 
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21 
y entre pares, pero también surge la posibilidad de que ocurran formas más activas de 
influencia, y estas tienden a incluir motivos relacionales para la identificación social, la 
afiliación, y/o la realización de una realidad compartida (e.g.Baumeister & Leary 1995; 
Fiske 2004; Hardin & Higgins 1996; Tajfel & Turner 1986). Por ejemplo, Jost et.al.(2008a), 
encontraron que los estudiantes cuyos padres eran ideológicamente divergentes 
puntuaban más alto en una medida de justificación del sistema después de escribir 
acerca de una interacción positiva o negativa con su padre más conservador, sugiriendo 
que un deseo implícitamente activado de unión con las personas más cercanas puede 
tener consecuencias ideológicas. Así, la lealtad, la amistad, la comparación social y el 
apoyo socia percibido son centrales para el desarrollo y sostenimiento de la convicción 
política (Abelson 1988, p.269). Más aún, Gerber et.al. (2008) encontraron que el ejercicio 
de presión social (informando a los votantes registrados que sus vecinos sabrían si ellos 
votaron o no) incrementó sustancialmente el número de votantes. 
El estudio de motivos relacionales tiene la capacidad de arrojar luz sobre los factores que 
afectan al hecho de si la superestructura discursiva desarrollada por élites partidarias se 
vuelve una representación social compartida (o estereotipo) que afecta la conciencia del 
público, o si no (e.g.Billings 2003; Denzau & North 1994/2000; Hardin & Higgins 1996; 
Marx & Engels 1846/1970; Moscovici 1988; Parsons 1951). Al día de hoy, existe muy poca 
investigación sólida en el área. Sin embargo, sabemos que grupos importantes de 
referencia –incluidos los basados en raza, etnia, género, clase social, partido político y 
afiliación religiosa- son usados como pies para el juicio político y el comportamiento de 
los ciudadanos en casi cualquier nivel de sofisticación política (e.g.Bartels 2000; 
Campbell et.al.1960/1965; Conover & Feldman 1981; Eagly et.al. 2004; Hamill et.al.1985; 
Lau & Redlawsk 2001; Rahn 1993; Sniderman et.al.1991). Un número de estudios sugiere 
que los líderes partidarios son capaces de instigar la polarización política y de provocar 
“extensión del conflicto” en el electorado (Hetherington 2001; Layman & Carsey 2002). 
Cohen (2003) demostró que la gente es más proclive a respaldar una posición dada en 
política de gestión cuando cree que fue propuesta por su propio partido político que 
cuando la ve como parte de la agenda del partido opositor. 
Hay también evidencia de que las afinidades ideológicas fluyen entre el grupo de 
identificación y el grupo de intereses real (Bobbio 1999; Campbell et.al. 1960/1965; 
Sniderman et.al.2004). En general, la percepción de autointerés colectivo influye en las 
preferencias ideológicas cuando la identificación con el grupo es relativamente 
importante, con los miembros de grupos de bajo status y poder clavados levemente a la 
izquierda, en especial en asuntos económicos (Bobo 1999; Kluegel & Smith 1986; Lipset 
1960; Napier & Jost 2008b). Sin embargo, este no es un efecto simple o reflejo: no toda 
persona adopta posiciones ideológicas basadas en su grupo de interés (o justificadas en 
razón del grupo). De hecho, en algunos miembros de los grupos menos aventajados la 
necesidad relacionalde expresar solidaridad con su propia clase puede ser 
contraargumentada (o superada) por tendencias de justificación del sistema, que sirven 
a necesidades epistémicas o existenciales –o quizás necesidades relacionales atadas a 
otras relaciones sociales (e.g. ver Henry & Saul 2006; Jost et.al.2003d; Lane 1962). Así, el 
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22 
efecto del grupo de interés, cuando está presente, raramente es total (ver también Sears 
& Funk 1991). 
Aunque es abundantemente claro que los procesos asociados con identificación social, 
partidismo y grupo de interés puede ejercer influencia política en dirección hacia el 
liberalismo o hacia el conservadurismo (e.g. Bartels 2000; Cohen 2003; Green et.al.2002), 
Jost et.al.(2008a) especularon que –tal como los motivos epistémicos y existenciales- 
algunos motivos relacionales podrían favorecer resultados conservadores en general. 
Esto es ampliamente consistente con la noción comúnmente mantenida de que los 
conservadores tienden especialmente a valorar la tradición, el conformismo, el orden 
social, y la adhesión social a las reglas, normas y convenciones (e.g. Altemeyer 1998; 
Conover & Feldman 1981; Feldman 2003; Haidt & Graham 2007; Jost 2006). Es también 
consistente con el supuesto de que es generalmente más fácil establecer una base común 
con respecto al status quo que con respecto a sus muchas posibles alternativas, y que es 
más fácil comunicarse efectivamente transmitiendo mensajes que son relativamente 
simples y no ambiguos en lugar de reflejar la clase de estilos cognitivos y retóricos 
complejos, matizados y tal vez ambiguos que parecen ser más comunes en la izquierda 
política que en la derecha (ver Jost et.al. 2008a). Por otro lado, Caprara y Zimbardo (2004) 
observaron que los izquierdistas estaban más preocupados en la simpatía y el agrado de 
lo que lo estaban los derechistas en Italia, y Carney et.al.(2008) encontraron en un estudio 
de estilos de interacción no verbal que los liberales eran más expresivos y sonreían más 
frecuentemente de lo que lo hacían los conservadores, sugiriendo que bajo esas 
circunstancias los liberales poseían un mayor grado de motivación relacional. 
 
CONSECUENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES DE LA IDEOLOGÍA 
Hasta aquí, nuestra revisión se focalizó en la dimensión estructural y en los contenidos 
discursivos de la ideología de izquierda-derecha, así como en sus antecedentes 
motivacionales de subestructura funciona. Sin embargo, abundante evidencia sugiere 
que la adquisición de la superestructura discursiva –la cual requiere exposición al menú 
ideológico comunicado por las élites institucionales, así como habilidad y motivación 
para absorber los mensajes- tiene más adelante consecuencias sociales y políticas 
importantes (ver Figura 1). Revisamos algunas de ellas más abajo. 
Efectos sobre las evaluaciones de problemas, partidos, candidatos y otros objetos de la 
actitud 
Tal vez la consecuencia más obvia de la orientación ideológica sea su influencia sobre 
actitudes políticas y comportamientos tales como el voto. Muchos estudios han 
mostrados que aquellos que se identifican con la tendencia liberal adoptan posiciones 
concretas convencionalmente reconocidas como “a la izquierda del centro”, evalúan a 
las figuras políticas liberales más favorablemente, y votan por candidatos de la 
izquierda, en tanto que los que se identifican con la tendencia conservadora tienden a 
adoptar posiciones que están “a la derecha del centro”, a evaluar figuras políticas 
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conservadoras más favorablemente, y votan por candidatos de la derecha (e.g.Conover 
& Feldman 1981; Evans et.al.1996; Federico & Schneider 2007; Jacoby 1991; Kerlinger 
1984; Knutsen 1995; Lavine & Gschwend 2006; Zaller 1992). De hecho, la ideología y el 
partidismo (el cual tiene típicamente un impulso ideológico) están entre los predictores 
más fuertes y más consistentes de las preferencias políticas (e.g. ver Erikson & Tedin 
2003; Jacoby 1991; Jost 2006). 
Más aún, las diferencias izquierda-derecha en las preferencias evaluativas emergen en 
muchas áreas fuera del reino de la política formal. Por ejemplo, Jost et.al. (2006). 
Encontraron que quienes se autoidentifican como liberales eran significativamente más 
favorables en lo relativo a películas extranjeras, grandes ciudades, poesía, tatuajes y 
viajes al extranjero, en tanto que los conservadores eran más favorables en lo relativo a 
fraternidades masculinas y femeninas, vehículos utilitarios deportivos, beber alcohol ver 
televisión (ver también Carney et.al. 2008; Jost 2006). Hallazgos como estos fortalecen el 
supuesto de que las divisorias ideológicas son, entre otras cosas, divisorias de la 
personalidad, pero la dirección de la causalidad es aún desconocida. Sospechamos que 
las identificaciones ideológicas reflejan y refuerzan preferencias sociales y personales, 
estilos y actividades, pero esto es especulativo y requiere confrontación empírica 
utilizando diseños de investigación experimentales y longitudinales. 
En un nivel mayor de abstracción, la ideología predice también las orientaciones de valor 
general de los ciudadanos, en las que los izquierdistas exhiben mayor igualitarismo y 
apertura al cambio que los derechistas (Evans et.al. 1996; Federico & Sidanius 2002; 
Feldman 1988; 2003; Jost 2006; Kerlinger 1984; Peffley & Hurwitz 1985; Rokeach 1973; 
Sidanius & Pratto 1999). De modo interesante, muchos de estos patrones son observables 
también en el nivel de las actitudes automáticas o implícitas. Por ejemplo, en estudios 
que emplean el Test de Asociación Implícita, los liberales mostraron en promedio 
preferencias implícitas (así como explícitas) por palabras tales como “flexible”, 
“progreso” y “feminismo”, en tanto que los conservadores prefirieron sus opuestas, a 
saber “estable”, “tradición” y “valores tradicionales” (Jost et.al. 2008b). El 
autoposicionamiento ideológico también tuvo efectos importantes en opiniones sobre la 
justicia y explicaciones para la estratificación social, con los conservadores enfatizando 
principios de igualdad, habilidad, esfuerzo y meritocracia, así como adoptando una 
postura más punitiva y siendo más proclives a atribuir a cuestiones internas los 
resultados de los otros en la vida, en comparación con los liberales (e.g. Altemeyer 1998; 
Kluegel & Smith 1986; Skitka 1999; Skitka et.al. 2002; Sniderman et.al. 1991). Haidt & 
Graham (2007) han sugerido que los valores de los liberales y los conservadores están 
enraizados en distintos basamentos morales, de modo tal que los conservadores son más 
proclives a incorporar endogrupo, autoridad y castigo como cuestiones importantes al 
traducir juicios morales (o quizás moralistas). 
Así, programas de investigación heterogéneos produjeron la conclusión común de que 
los compromisos ideológicos son robustos predictores de un amplio rango de actitudes, 
preferencias, opiniones y comportamientos. Aún así, debería tomarse nota de que –con 
respecto a la estructura y contenidos de las creencias ideológicas- las consecuencias 
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posteriores de la ideología no son inmediatamente observables a todos los niveles de 
complejidad política (e.g. Converse 2000,2006). Una vez más, los factores relativos a la 
habilidad y la motivación para usar los contenidos discursivos de la ideología suavizan 
sus efectos en otros resultados sociales y políticos (Erikson & Tedin 2003; Kemmelmeier 
2007; Kinder 1998; Zaller 1992). Al mismo tiempo, un principio de la perspectiva 
psicológica sobre la ideología que tomamos en esta revisión es que la gente puede 
comportarse en formas ideológicamente significativas

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