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KRAUSS, N Hambre y Amor Introducción

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Nahuel Krauss
Hambre y amor 
El objeto de la necesidad
Ensayo psicoanalítico
Índice
Prólogo, por luCiano lutereau . . . . . . . . . . . . 9
Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11
La necesidad en Freud . . . . . . . . . . . . . . . .19
La necesidad en Lacan . . . . . . . . . . . . . . . .31
Desbordes de lo viviente . . . . . . . . . . . . . . .47
Figuras de lo materno . . . . . . . . . . . . . . . .61
El partenaire necesario . . . . . . . . . . . . . . .79
ePílogo, por aliCia Donghi . . . . . . . . . . . . . .93
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Introducción
El hambriento busca el alimento para satisfacerse. Pero el 
hambre, desde que hablamos, no se satisface sólo con comida. 
Se comprueba entonces que la necesidad humana no puede ser 
pensada a partir de ninguno de los observables que la conduc-
ta animal nos ofrece.
En una de las imágenes de La mesa de los pecados capitales, 
El Bosco pinta un magistral retrato de aquello que la gula nos 
muestra. Cuatro personajes desconectados uno del otro. Un 
gordo sentado a la mesa con el hueso de un pollo pelado hasta 
su último centímetro. Un niño defecado a su costado pide más. 
Otro personaje bebe desaforadamente de un jarrón mientras el 
líquido desborda su boca, y una mujer trae más pollo. 
La comida no puede tener un estatuto unívoco desde que, 
en detrimento de nuestra animalidad, nos sentamos a la mesa y 
abandonamos el impulso devorador, la “mala educación”, al ser-
vicio de los modales de mesa. El lazo social produce una trans-
formación del objeto y debemos suponer que la degradación del 
lazo habrá de sustraerle al objeto la modificación que introdu-
ce. En efecto, no puede afirmarse que la comida que El Bosco 
muestra en su escena pintada tenga el mismo valor que la que 
compartimos en una mesa familiar o amistosa. Asimismo, no 
solo el objeto es modificado en el lazo con el otro, sino también 
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la actividad. Esta última se impregna del erotismo que el lazo 
social supone, y la transformación del objeto tendrá un valor 
secundario respecto de aquella. Por el contrario, cuando el lazo 
se deshaga, la actividad se verá forzadamente anulada en su va-
lor erótico, y no quedará más que lanzarse sobre ese objeto que 
Lacan llama “objeto de necesidad”, y que Freud en sus Tres en-
sayos hará corresponder a un primitivo canibalismo. 
Se esclarece entonces que la cuestión del “hambre” se pre-
senta de un modo particular en el hombre, y habremos de deli-
mitar en el presente texto las modalidades en que la necesidad 
se introduce en un cuerpo de lenguaje.
Séneca afirmaba que todo lo vence el hombre, menos el ham-
bre. Si el filósofo estaba en lo cierto, deberíamos preguntarnos 
las formas, incluso las más disimuladas, que éste tiene de ven-
cer. Por el momento anticipemos que será el orden del “amor” 
el condimento esencial que eleva al hambre el placer del apeti-
to, limitando la voracidad que el aquel conlleva. La relación en-
tre hambre y amor, necesidad y erotismo, será el núcleo del mo-
vimiento orbital que emprenderemos.
* * *
La biología nada podría aportarnos al asunto, y estéril pa-
recería ser cualquier tipo de intercambio entre la razón biolo-
gicista y la psicoanalítica en relación al estatuto de la necesidad 
en psicoanálisis. Ahora bien, en los Tres ensayos freudianos, o en 
Más allá del principio de placer, entre otros trabajos, ¿no se en-
trevé un claro esmero del maestro vienés en sustentar sus avan-
ces en nociones más afines en la ciencia de su época? 
Por supuesto que hablar en términos de “biología freudia-
na” no parecería ayudarnos lo suficiente, ya que una contradic-
ción en sus términos anula de inmediato cualquier posibilidad 
de justificar la expresión. No obstante, lo mismo sucede con la 
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
noción de sexualidad. Es decir, la misma distancia que separa 
a la sexualidad médica de la sexualidad en psicoanálisis puede 
ubicarse entre la que separa la biología científica de una supues-
ta biología freudiana. 
Si siguiendo a Kojève afirmamos que “el hombre es la enfer-
medad mortal del animal”, o que la palabra mata la cosa, no gene-
raríamos ningún tipo de desacuerdo. Ahora, ¿qué sucede cuando 
la cosa retorna? Cuando la irrupción (real) de la necesidad rompe 
el orden (simbólico), y no hay lazo en que este real se metaboli-
ce (amor), el aforismo de Kojève puede invertirse, deviniendo de 
este modo el animal la enfermedad mortal del hombre.
* * *
El cruce entre el cuerpo y el lenguaje es una constante en 
todo el transcurso de la enseñanza de Freud y la transmisión 
de Lacan. Dichas articulaciones no son solo inherentes al dis-
curso del psicoanálisis, en tanto la filosofía y la antropología se 
han ocupado de este cruce en diversas oportunidades a lo lar-
go de su historia. Así como Lévi-Strauss dedico su obra a la dis-
cordancia entre el orden de la naturaleza y el orden de la cultu-
ra, Freud ubicó el complejo de Edipo como el punto de viraje 
obligado en el acceso a la Ley y el orden simbólico, por lo que 
Lévi-Strauss afirma en El oso y el barbero (1970) que el Edipo 
“corresponde a la fase de instauración de un sistema de inter-
cambios generalizados”.
Por otro lado, para Freud la discordancia en cuestión se trata 
de la existente entre el orden biológico y el orden erógeno. Re-
ducir éste a aquél será reducir el cuerpo a la necesidad, el sexo 
a la reproducción, el body al corpse.1 Lo biológico, la necesidad, 
1. El inglés diferencia entre el “corpse”, que refiere al cuerpo en su estatuto 
anatómico-cadavérico, a diferencia del término “body”, al cual puede 
referirse una frase como “I like your body” (me gusta tu cuerpo).
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Nahuel Krauss
lo natural, en oposición al intercambio, lo cultural, lo erógeno, 
y el deseo. El hambre (como necesidad fisiológica) y el apeti-
to (Lust), como aquello que entraña el gusto, entramado so-
cial en el que la pulsión, en este caso oral, se ordena. Entonc-
es, podemos concluir en las complicaciones surgidas al intentar 
definir unívocamente del cuerpo, viéndonos exigidos a ubicar 
al menos dos formas radicalmente opuestas: un cuerpo-necesi-
dad, y un cuerpo-eros.
* * *
Vemos cómo el orden social anula o hace funcionar el cuer-
po a su modo. Lévi-Strauss ha demostrado en La eficacia simbóli-
ca los efectos en el organismo que la segregación de los lazos so-
ciales produce al afirmar que “la integridad física no resiste a la 
disolución de la personalidad social” (Lévi-Strauss, 1987: 195). A 
los miembros de una tribu que era necesario sancionar, más allá 
de cualquier castigo físico que pueda ejercérsele, se los aislaba de 
la tribu misma. La segregación, el destierro, sumergía al individ-
uo en una profunda depresión que culminaba con su muerte de 
modo súbito, generalmente a causa de su inanición. Esto que Lévi-
Strauss llama “muerte por conjuración o sortilegio”, ¿no hace res-
onar las muertes que René Spitz observa en sus estudios sobre el 
marasmo infantil? Más allá de que las necesidades básicas de un 
individuo se satisfagan, la palabra parece ser el alimento primor-
dial de cualquier ser humano, y el punto donde el cuerpo y la sub-
jetividad logran su definida intrincación. 
Por otro lado, la filosofía también argumenta la tensión ex-
istente entre lo natural y lo cultural. Retomemos al Hegel de 
Kojève. La realidad humana se constituye en el interior de una 
vida animal. Hay un deseo, y una acción que tiende a satisfa-
cerlo, dándosele a esta acción destructora el nombre de “neg-
ación”. No obstante, “la acción negativa no es puramente de-
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
structiva. Porque si la acción que nace del deseo destruye una 
realidad objetiva para satisfacerlo, crea en su lugar, en y por esta 
destrucción misma, una realidad subjetiva”. Es decir, la interior-
ización, la función negatriz, modifica la subjetividad del yo de-
seante por la asimilacióndel no-yo deseado en el momento de 
su destrucción-incorporación. En otros términos, un yo nuevo 
emerge por la satisfacción del deseo: 
“El yo creado por la satisfacción activa del deseo tendrá la mis-
ma naturaleza que las cosas sobre las cuales lleva ese deseo: 
será un Yo cosificado, un Yo solamente viviente, un Yo animal.”
El deseo animal no tiene en su mira deseos, sino cosas. No 
se trata del deseo dirigido al deseo, ausencias que se dirigen a 
ausencias. No solamente las cosas son negadas transformándo-
las, apropiándoselas, sino que yo –aclara Kojève– me convier-
to en esa cosa. En fin, el deseo animal no es solamente deseo de 
cosas, sino que es un deseo que cosifica.
* * *
Actualmente, se devora más de lo que se come, y se muerde 
más de lo que se besa. Melanie Klein hacía una interesante obser-
vación en relación a la melancolía: si el niño no se podía despren-
der de la mordedura, no podía dar besos. Es decir, la necesariedad 
de la pérdida de el goce canibalístico de la mordedura da lugar a la 
succión, lo que permite besar.2 Esta imposibilidad de pérdida del 
goce todo, canibalístico (la identificación total con el objeto que 
Freud adjudica a la melancolía), impide el beso, aquello que hace 
al lazo social. Es decir, si lo que funciona es el goce canibalístico, 
el otro no se incluye en la trama, el otro no existe. 
2. Y la succión ya supone un vacío, mínimo grado de separación, que permite 
que los labios se besen a sí mismos. 
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Nahuel Krauss
¿Cómo hacer de una mordedura un beso? ¿Cómo hablar a 
otro sin quedar tomado por la hipnótica melodía de ese goce 
glosolálico, musical, y hasta orgásmico, de las palabras? La re-
spuesta se nos impone: perdiendo los respectivos goces. Aho-
ra, ¿cómo puede producirse dicha perdida de goce si no es 
por amor? Es por amor al otro que el sujeto reprime el goce 
musical de la letra, alienándose, y adviniendo de este modo a 
un mundo de significación cuya única puerta de entrada no 
puede abrirse sin la inscripción de una falta.3 Es en este sen-
tido que puede leerse el aforismo lacaniano: “el goce, a través 
del amor, condesciende al deseo”. Hay un goce pulsional pri-
mario, al cual se renuncia por amor, y que da como resultado 
un deseo insatisfecho. 
No obstante, la época atestigua de una degradación del amor 
en su faz simbólica, en su faz de Eros, responsable de la unión 
y el lazo. El cuerpo de la época, que fenómenos como la psico-
somática y la anorexia atestiguan, parece despojarse de toda in-
trincación entre lo animal y lo humano. El desanudamiento de 
ambas vertientes hace a la irrupción de lo animal en lo humano. 
Decimos “irrupción”, en tanto este término aproxima al modo 
en que lo real suele presentarse, a saber, como aparición violen-
ta y repentina de algo. 
La “necesidad” se presenta bajo la forma de un goce del que 
no queda más que defenderse mediante recursos que amenazan 
la vida misma de un cuerpo desbordado por un exceso que no 
admite regulación alguna. Es importante subrayar este punto. 
El psicoanálisis nos tiene acostumbrado a una lógica donde la 
“enfermedad” se presenta como un recurso destinado a restitu-
ir aquello que hace a la defensa de una irrupción cuya aparición 
no se elabora por otros medios. 
3. Por ejemplo, es por amor al otro que no sea vacía un plato de comida para 
dejar comer a otro. El lazo social se constituye en este caso rechazando el 
goce de una devoración que no deje resto.
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Hambre y amor. el objeto de la necesidad
El cuerpo-necesidad queda desanudado de las redes rela-
cionales del cuerpo-eros. Un cuerpo fuera de cuerpo, desatado, 
donde aquello que Freud en sus primeros escritos llamó “ten-
sión sexual somática” no halla el punto de anclaje que suponen 
las redes significantes, el “grupo de representaciones psíquicas” 
al cual refiere en su “Manuscrito G”. Por esta razón, hoy en día 
no parece ser exagerado acentuar lo “actual”, en el sentido de la 
época, de la expresión “neurosis actuales” trabajada por Freud 
en sus comienzos.
Degradación de la función paterna como degradación del 
lazo social, del amor, de la palabra y sus efectos metafóricos. Gri-
to del Supeyó, donde lo permitido se vuelve obligatorio. En una 
realidad carente de compromisos con cualquier tipo de discur-
so, ¿no queda el sujeto en una situación similar a la de aquel-
los miembros de las tribus condenados a la muerte por conju-
ración o sortilegio? ¿De qué modo nuestra integridad física so-
porta la disolución de nuestra personalidad social?
* * *
El cuerpo animal, cuerpo reducido a sus necesidades, ir-
rumpe en el cuerpo erógeno congelando el devenir de la pal-
abra, de un relato, y la emergencia del deseo. No se trata ya de 
un cuerpo sintomatizado, entendido el síntoma como cuerpo 
extraño, enquistado, en el que el sujeto no se reconoce y ante el 
cual se encuentra dividido, sino del cuerpo mismo en su “ex-
tranjeridad”. Es en esta interrupción del pasaje de la necesidad 
al campo de la demanda y el deseo donde ubicaremos una se-
rie de fenómenos que exhiben el empuje a un cuerpo fuera de 
cuerpo, tratando de forjar de este modo una noción de necesi-
dad en psicoanálisis sin apresurarnos a afirmar su anulación 
por el lenguaje.

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