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Fonología y ortografía de las lenguas indígenas de América del Sur a la luz de los primeros misioneros gramáticos Julio Calvo Pérez Universitat de València Antecedentes Es bien sabido que no existía ninguna forma de escribir las lenguas indígenas de América del Sur a la llegada de los españoles o portugueses. Las lenguas, orales y ágrafas, tenían su soporte en la tradición, minimizada a veces en pequeñas comunidades de hablantes, hecho que produjo, en la mayoría de los casos, una fuerte fragmentación. Es por esto por lo que los primeros misioneros no sólo se vieron en la necesidad de escribir artes y vocabularios (Suárez Roca 1992) para dar prestancia a las lenguas principales (lenguas vehiculares para la predicación), sino que, de antemano, se vieron obligados a pensar en cómo fijar la ortografía par poder escribirlos. Además, las oraciones del cristiano y los confesionarios, debían ser escritos también, una vez determinado el mejor dialecto, con el fin de proporcionar herramientas a los frailes con los que leerlos y, eventualmente, escribir otros nuevos. Los modelos gráficos existentes eran los del alfabeto hebreo y árabe, griego y latino, pero el primero se restringía a los textos más antiguos de la Biblia y al judaísmo y el segundo al mahometismo; además, el tercero se proyectaba hacia los ortodoxos griegos, rusos, etc., por lo que todos los occidentales adoptaron, sin excepción, el alfabeto latino. En alfabeto latino estaban escritas también las lenguas maternas de los frailes: el español, el portugués y el italiano. El objetivo de este artículo es examinar de la manera más sistemática posible, pero sin rechazar el detalle, los métodos usados por los misioneros para producir la máxima eficacia en los objetivos señalados. Ellos se basan, como era de esperar, en la doctrina ortográfica heredada de los antiguos, la primera de las “cuatro consideraciones” de la gramática, la cual era ya tenida por “ciencia” por Quintiliano (1942: 54). Para Nebrija (1492) la consideración es la misma: “[orthographía] que nos otros podemos nombrar en lengua romana, sciencia del bien y derecha mente escrevir. A ésta esso mesmo pertenece conocer el número y fuerça de las letras, y por qué figuras se an de representar las palabras y partes de la oración” (1492: lib. 1º, cap. 1º, edición de Quilis). En esa misma línea, heredada como sabemos de las Introductiones latinae ([1481] 1981 y ca. 1486), hay que inscribir la prosodia o “arte para alçar y abaxar cada una de las sílabas de las dicciones”, la cual abarca también la métrica. Nebrija, si bien no tiene una idea exacta de lo que es un fonema (concepto desarrollado en el siglo XIX), tampoco confunde letra con sonido, como se ha dicho, por más que la palabra “letra” pueda nombrar ambas realidades. Como señaló Quilis (1980: 42), “Nebrija ofrece la idea de la indivisibilidad y de la finitud de los elementos fónicos”; es decir que roza el concepto de unidad fónica “al procurar que cada letra represente el sonido y lo refleje fielmente. Aquí está en nuestra lengua el origen de una larga tradición que dotó al español de un sistema gráfico eminentemente fonológico: “que la diversidad de las letras no está en la diversidad de la figura, sino en la diversidad de la pronunciación” (fol. 8v.)” (p. 43). Esta idea toma cuerpo en el hecho de que hay escribir como se habla y hablar como se escribe tomado de Quintiliano, que asume Nebrija (“que assí tenemos de escrivir como pronunciamos y pronunciar como escrivimos” (fol. 8v. y 16r.) y se concreta especialmente en Juan de Valdés y en su célebre lema “escrivo como hablo” (1984: 171, 179, 187, 233...). Calvo (1991: 128-129) señala al respecto que: “en esta época hubo una gran capacidad para distinguir grafías (grafemas) de sonidos (fonemas) y para establecer oposiciones, incluso de carácter binario, en el conjunto de los sonidos [...] de la lengua correspondiente”. Como aconsejaba Escalígero (De causis linguae latinae, 18), en relación con la reforma de la ortografía del toscano: Ab sonu est iudicandum, non ab littera “se juzgará por el sonido, no por la letra”. No obstante, como precisa Quilis (pp.: 43-56), Nebrija da a entender que la fuerza de la pronunciación reside en la letra, aunque no confunda ésta como unidad escrita con la voz que la pronuncia, puesto que: “quando por vna figura se representan dos bozes o más, ya aquella no es vna letra, sino dos o tres, pues que le damos más officios del vno que auia de tener”. (1517: fol 3v.) De la misma fecha que la primera gramática del quechua (Santo Tomás 1560) son las gramáticas castellanas de los anónimos de Lovaina (1555 y 1559) y la de Villalón (1558), cuya pobreza descriptiva contrata con el esfuerzo de precisión de los gramáticos misioneros de América. La preocupación de la Orthographia de Nebrija (1517) ya no se recuperará hasta Korreas (1630), donde se vuelve de nuevo al riguroso ideal nebrisense de “ke se a de eskrevir como se pronunzia y pronunziar komo se escrive” (prólogo). Por su parte, Valdés se decanta ante todo por el contraste entre el castellano y el toscano y enfoca con ese criterio sus comentarios; no obstante, su manera de aproximarse al fenómeno pasó desapercibida hasta el siglo XVIII (1737) en que se editó el manuscrito inédito del conquense. Los primeros gramáticos misioneros. Aportes sobre el quechua. Con estas limitaciones, Domingo de Santo Tomás (DST) comienza su gramática señalando la carencia de escritura en quechua y decidiendo que “en todo y por todo se ha de escrevir con nuestras letras y caracteres, y en toda ella se ha de usar de ellos” (f. 1). Y añade, respecto de las partes de la oración, que: “es en los terminos, nombres y verbos, y demas partes de la oración (que como dicho es) se escriue con las mismas letras. Y assi mismo con ellas se pronuncia y profiere como la nuestra” (ibíd.; el subrayado es nuestro), con lo cual pareciera que estamos leyendo a Nebrija. Más adelante, señala la variabilidad de la pronunciación en los distintos dialectos quechuas (en unos sitios dicen xámuy y en otro hamuy “venir”, etc.), para añadir con idéntica ambigüedad en el uso de la palabra “letra”: “Y lo mismo se dize de otros muchos terminos, que siendo los mismos, los pronuncian y profieren con diversas letras y en diversa manera; no porque sean distinctos ni de distincta significación sino por la distincta manera de pronunciarlos” (ff.: 1-2). Se trata de dos tópicos redundantes en sus sucesores: el del ajuste ortográfico y el de la diversidad dialectal. A partir de aquí, el autor elude la ortografía y la pronunciación hasta el capítulo 25 en que trata de la prosodia o acento (lo que el autor llama sonido; de ahí que no aplique esta palabra a la fonética segmental). Acto seguido, se refiere a la dificultad de la silabización y aconseja, como hacen todos los autores, el “exercicio y uso” (ff. 78-79) de la lengua. Pese a esta afirmación, hay dos aspectos que comentar: uno, que considera que hay sílabas largas y breves en quechua (como en a.ma.o.ta ”sabio”, donde la primera es breve y la segunda larga) y otra que hay dos acentos grave y agudo (el circunflejo “no se siente”), aunque trata solamente del segundo. Después abunda en la idea de la diferencia entre acento en la penúltima y la antepenúltima sílaba y lo hace, sospechosamente, al modo latino. Ni se ha descubierto longitud silábica, ni acento fuera del llano,1 ni tampoco diptongos en quechua, a pesar de que DST nombra algunos: ai, ua, ei, oi, ui. El autor sevillano no describe el alfabeto, pero al final de su gramática ofrece el primer texto escrito en lengua quechua: el célebre Llapa runaconapac conasca “para todos los indios consejo” a través de cuya revisión deducimos que: -Escribe con cinco vocales como en español (y latín). -Las consonantes son c, ç, ch, d, g[u]-, h- (con sonido real aspirado, salvo en el préstamo christiano), ll, m,n, ñ, p, qu-, r, s, t, y, x, z. La b y la l la observamos sólo en préstamos, como en diablos y ángeles. Por otra parte, las sonoras sólo aparecen tras nasal: indi por inti “sol”, songo por sunqu “corazón”, tambu por tanpu “posada”, etc. -Z está usada como si de una segunda opción de la s se tratara: simiyco “nuestra lengua” / aznacpi “en hedor”, lo que nos lleva indirectamente a inferir que se trata de dos sibilantes pronunciadas de diferente modo: s (ss) y z (ç), apical y laminar, equivalentes respectivamente a /s/ /ŝ/.2 -Para la escritura de u-v se siguen las reglas existentes, ya se trate de vocal (xutiocmi “con nombre”), ya de semiconsonante (vauquijcona “hermanos míos”, pero guañucchu “no muere”), ya de letra muda (quillácta “a la luna”). Para la escritura de /y/ y /j/ hay también vacilación, al cambiar su valor fónico conforme a la posición en la sílaba: cuyllor “estrella”, pero churijcona “hijos míos” en posición implosiva y yuyayninchic “nuestro espíritu” en explosiva. -A veces, ignoramos la razón, reduplica las consonantes (llappa “todo”, pero llapayquichicta “a todos vosotros”; mochacussacchu “no adoraré”, donde –ss- sugiere una pronunciación –dudosa según los investigadores- diferente de s; pero donde –cc- es, realmente c#c en estructura disilábica).3 1 Pese a ello, diferencias de pronunciación como la de guañúni “muero”, frente a, mícussunc “comeremos” o guáñuchinacuni “mátome con otro”, que priorizan formas de acentuación en la primera sílaba, como si el acento marcara la frontera del comienzo de palabra, no pueden deberse, creemos, a un error, sino a un fenómeno que sólo se diera en el dialecto vehicular que describe: el quechua costeño. Además, aunque no incidamos en esta cuestión, otros autores como Roxo (1648) difieren en la interpretación del acento en el mismo dialecto quechua de sus antecesores. 2 El tema sigue siendo todavía controvertido: z, ante n podría entenderse incluso como una sibilante sonora. Pra una dicusión, cf. Landerman (1983). 3 Tampoco está claro por qué recurre al sonido paragógico /k/, cuando escribe c tras n: hananc pachacta “al cielo”,en donde se debe leer, a nuestro juicio, [há-nan pa-chák-ta]. Es como si en el dialecto descrito se diera, por única vez, un refuerzo silábico que hiciera existir dos consonantes seguidas en la misma sílaba, algo que fonotácticamente todas las lenguas quechuas han rechazado siempre. Para Cerrón Palomino (1994) se trata de esto precisamente, de un refuerzo; sin quitarle la razón, habría que señalar La adaptación ortográfica al quechua de la costa en esta primera gramática resulta globalmente apropiada, pese a que DST no emplea fonemas diferentes del español: “Y en la pronunciacion y manera de escriuir es muy conforme a la nuestra castellana, que se profiere, pronuncia y escriue como ella, y assi se aprendera muy facilmente” (Prólogo al Vocabulario). Podría decirse que el quechua recorre ajustadamente, en apenas veinte o treinta años, milenios de intentos para obtener una escritura alfabética. Pero al mismo tiempo, el desajuste ortográfico del español estaba definitivamente sembrado (al menos hasta hoy) en la tradición quechua. Las obras siguientes, producto de los esfuerzos por normalizar la escritura de la gramática y el léxico quechuas con el objetivo de la más ajustada predicación, ya no son obra de los dominicos sino de los jesuitas. En concreto, su actividad comienza con la que hemos denominado Escuela de Lima. En el Anónimo de 1586, llamado de Antonio Ricardo por el editor (y que fue luego impreso nuevamente por Francisco del Canto en 1614), se comienza por referir directamente a las cuestiones de ortografía. Con palabras muy próximas a las de DST se dice que por carecer de ellas “ussamos de nuestras letras y caracteres”. Y, sentando escuela, se hace una colección de “letras” ausentes en quechua: B, D, F, G, R, X, Z4, las cuales son usadas solamente por los indios ladinos que las pronuncian como consecuencia de su contacto con los españoles (Dios en vez de Tius). Los autores que consensuaron esta gramática añaden, además, que la R “no la pronuncian ásperamente”, sino sólo con vibración simple. Hay una importante precisión que hacer. En el Doctrina Christiana, extraordinario trabajo colectivo redactado en 1584 por el conjunto de jesuitas a quienes se debe también el Anónimo de 1586, hay ya unas “Anotaciones o Scolios” (ff.: 74-79) de carácter normativo sobre la ortografía del quechua y el aimara; en sus comentarios sobre esta última, los escoliastas indican, por primera vez en la historia lingüística andina que “Las letras que faltan en esta lengua son B, D, F, G, X, R duplex, pronunciadas empero en los vocablos castellanos”. (79v.)5 Por otro lado, como el quechua cuzqueño al que se refiere el Anónimo no sonoriza tras vocal o lo hace de modo débil, los autores se percataron de que se trataba más bien de morfos que no debían incorporarse a la escritura: B, D, G. Al tiempo, los correlatos fricativos F, Z (es decir /θ/) y X (es decir /χ/), también estaban ausentes, con lo que el trío obstruyente sordo P, T, K era el único representante del quechua. Así, las cosas quedaban sencillamente en su sitio, percibiéndose diferencias claras respecto de DST, puesto que este autor emplea todas las consonantes salvo F, J, L.6 que en muchos dialectos quechuas la –n final de palabra se articula de modo velar, sin apoyo de la lengua en el paladar, como una /ŋ/. Eso es lo que probablemente está marcando DST. 4 Con el fin de adaptar las grafías a la fonología del momento, hay que interpretar que X del Anónimo no se refiere al bi-fonema /ks/, sino a la fricativa palatal /χ/, mientras que en DST parece referirse a /sh/: xutiocta “llamado”, o sea al fonema /š/, previo evolutivamente a /χ/ (Cerrón-Palomino 1994: XXI). 5 En el tratado normativo que comentamos se alude, además, a la diversidad dialectal, a la alternancia o vacilación entre vocales anteriores y posteriores, a la fijación del acento en la penúltima sílaba, a la enumeración de los distintos diptongos y al ajuste de “sinalephas y sincopas” de cariz morfonológico. Todo un conjunto amplio de ideas que serán los pilares sobre los que se construya la tradición gramatical quechua. 6 Hay que decir que /l/ era por el momento bastante infrecuente, pero no inexistente, en algunos dialectos. Por ejemplo: lampa “azada de indios” (Chin)[chaysuyu] aparece en el Vocabulario y phrasis anónimo que estamos comentando). Para nada se trata en la obra de que en quechua pueda haber sonidos diferentes de los de la lengua castellana: la existencia de glotales en cuzqueño como P’, T’ y K’ no eran tenidas en cuenta (eran realmente no comunes de Europa), ni tampoco las aspiradas correspondientes, PH, TH, KH, las cuales se encuentran en las lenguas semíticas y en la griega, conocidas por los misioneros. Si a ello se suma que hay otro punto de articulación más retrasado, Q (y sus simétricas Q’ y QH), que también parece quedar desatendido, no tendremos más remedio que reconocer que el miedo a lo desconocido pudo más que la precisión descriptiva y que la horma del modelo, en otros aspectos más flexible, fue aquí excepcionalmente estricta. ¿Causas? Una de ellas fue la rigidez de la propia imprenta y el consiguiente rechazo por crear nuevos signos gráficos. En efecto, en el Catecismo o Doctrina Christiana de 1584 se dice: “Algunos quisieron se vsase [en quechua] de esta diferencia ca, cca, Ka, csa, ta, tta, tha, cha, chha, ça, zha y otras a este modo: mas no concuerdan con las significaciones ni conuienen los interpretes entre si. Y assi parecio mejor escriuir estas sillabas [del quechua] a nuestro modo, porque no se puede dar regla general que comprehenda tanta diuersidad para que conforme a los caracteresse pronuncie”. (fol. 75r) “Y para tanta diuersidad no se pueden dar reglas o caracteres que basten a enseñar a pronunciar [el aimara]; y aun que ouiera caracteres con todo no respondieran al diuerso vso de las provincias”. (fol. 79r.; el subrayado es nuestro) Y ello, tanto más en estos casos en que se dan tripletas de discriminación semántica por difererente pronunciación, modelo conmutativo que adoptan en primer lugar los gramáticos misioneros: “Como este vocablo [quechua] Coya que significa reyna, mina y cierto genero de heno, amanera de esparto. Caca significa tio, peña, cierto genero de vaso y cierto tributo antiguo. Chaca significa puente, cadera, pechuguera.” (fol. 75) Bellísimos ejemplos que entresacamos con la transcripción fonológica corespondiente y las oposiciones más correctas, según la pronunciación actual: quya: /quya/ “reina” /q’úya/ “esparto, atocha” /qhúya/ “mina” caca: /kaka/ “tío” /qaqa/ “peña” /q’aka/ “limeta, vaso” chaca: /cháka/ “puente” /cháka/ “anca, cadera” /ch’áka/ “pechuguera” ACTUAL /q[u]/ = = /q’úya/ - /qhúya/ “mina” /q[a]/ (*) = = /k/ = /k’áka/- /q’aqa/ “grieta” /khaka/ “denso, espeso” /č/ /cháka/ “puente; cadera” (*) = El Catecismo logra afianzarse en la idea de que hay un alto grado de variación en la formación de las vocales: “Quanto a la pronunciacion se aduierta primeramente, que estas vocales e, i y estas o,u simbolizan, y assi los Indios las pronuncian indifferentemente, etiam dentro del Cuzco tomandola vna por la otra”. (fol. 74v.)7 7 Esta idea será repetida sin variación por los autores posteriores. TR, por ejemplo, toma casi al pie de la letra la cita anterior, corriendo de paso algún gazapo: “En quanto á la pronunciacion se note que estas vocales E. Y y estas otras O. V. symbolisan mucho entre sí, y los indios las pronuncian indiferentemente aun en el mismo Cuzco, tomando una por la otra, como Turay por Toray (que es Ello es un índice de algo que no logra sintetizarse, el hecho de que en quechua solo hay tres vocales: /a/, /i/, /u/, las cuales se neutralizan en determinados entornos, lo que depende de condiciones acentuales, de su posición a final de palabra o en sílabas átonas, ante una pronunciación forzada, etc. sin que nunca entren en discriminación léxica, que es lo que justificaría las cinco vocales antedichas. Por otra parte, en ciertos entornos se abren sistemáticamente, pero tampoco producen diferencias discriminativas que afecten al significado como en contacto con oclusivas postverlares: así, /k/ palatal arrastra a /i/ o /u/, mientras que /q/ velar arrastra a /e/ y /o/. Por haberse escrito el latín y el español con cinco vocales, con cinco vocales se siguen escribiendo en ocasiones las lenguas andinas, con gran polémica interna por medio. Con ello, la Escuela de Lima reitera tempranamente la idea entre las lenguas andinas, posteriormente remarcada (1612: 55), de que las vocales son en verdad tres (/a/, /i/, /u/). Finalmente, destaca que los diptongos son ay, ao, au, ei, ia, iu, ua, uau, uay (estos dos son triptongos: /waw/, /way/), uy, uu, “que hazen una sillaba”. Estos compuestos silábicos son diferentes de los de DST. Pese a todo, los logros descritos, unidos a algunos otros en ámbitos diferentes de la gramática, nos indican que se ha producido un importante cambio de ciclo en la historia de la lingüística.8 Por lo demás, la ortografía viene haciéndose casi exactamente igual que en español, salvo que h se utiliza para la aspiración (hampi /háNpi/ “medicina”); c (ante a, o u: callu /qáλu/ “lengua”) y c (ante e, i: cenca /sínqa/ [sέŋ-qa] “nariz”) con pronunciación diferente /k/ y /θ/ (o mejor: /s/, ya que el seseo es de uso generalizado y muy prematuro en América); qu- (ante e, i: quello /q’iλu/ [q’έ-λu] “amarillo”; quichca //kí∫ka/ “espina”); u, que se grafica inicialmente como v-; y, por fin, y ante vocal que se escribe y- igual que ante consonante, aunque la pronunciación difiera (yaya /yáya/ “padre”, pero yllapa /iλápa/ “rayo).9 El culmen de la lingüística andina se da con dos autores: Bertonio y González Holguín, especialistas en lengua aimara y quechua respectivamente. Siguiendo en primer lugar las pesquisas sobre el quechua, GH señala algunas características de paso, pues dando por buenas las normas del Anónimo no dedica explícitamente en su gramática ningún apartado a la fonología ni a la ortografía. No obstante, a la pregunta hermano de la hermana)...” (ff. 3-4). Alonso de Huerta (1614), otro gramático del quechua, también se hace cargo del intercambio fónico de anteriores y de posteriores, al igual que del de líquidas: /r/ por /l/ (f. 2r.); y establece ciertas marcas diacríticas para diferenciar la pronunciación: “la C y G gutural se señalan con una vírgula encima” (f. 2r.). La misma opinión recabamos en Bertonio (1603: 55-56) para el aimara: “es de sauer que la e, yla i muchas vezes son tan semejantes en la pronunciacion, que apenas se distinguen. Y lo mesmo acontesce en la o y u, las quales muchas vezes se pueden poner la vna en lugar dela otra: aunque otras vezes cada vna se distingue muy bien dela otra”. 8 Sin entrar en más precisiones, el cambio se descubre también en el tratamiento del acento, que para los jesuitas es llano siempre y en la ubicación de los temas de prosodia, que no deben ir al final sino al principio de los tratados, para que los aprendices de la lengua se familiaricen en seguida con los asuntos del sonido. Además, parecen reconocer tácitamente la diferencia entre vocales “breues “y “luengas”, aunque no aludan jamás a diferencias de cantidad en ninguna otra parte de la obra. En todo caso, preside en estos comentarios una fina ironía con la que desautorizan a DST. 9 Curiosamente n y ñ se computan como una sola letra, con un diacrítico encima, y se insertan juntas en el vocabulario; IRMO en 1648 dirá siguiendo la tradición: “La N con tilde o cencilla, según el vocablo. Nanan. duele. ñaña. la Hermana de Hermana” (f. 83v.). del discípulo de “Porque se pone ccari con dos cc, y Khapac con Kh?”, el lingüista responde: “Maes. Adrede se pone luego exemplo, para que las dos pronunciaciones ásperas que ay se sepan pronunciar, que ay gran descuydo en saber y en vsar destas pronunciaciones ásperas. Ccari, se pronuncia no tan ásperamente como Khapac, hiriendo el ayre desde el medio de la boca hazia afuera. Y Khapac desde el gaznate hacia a fuera” (1607: lib. I, § 2). Es evidente que el autor cacereño es consciente de la existencia, a efectos fonológicos, de las variaciones existentes. No obstante, su ejemplo no parece bueno: al menos que hubiera pasado de pronunciarse [k’á-ri] a pronunciarse [qhá-ri] en el momento actual, no tiene ningún sentido, ya que en los dos casos se trata de la posvelar aspirada /qh/: qhari “varón” – qhapaq “rico”. De hecho, las dos ortografías restantes, qari y q’ari responden, discriminadamente hoy, a otros conceptos como “cuy silvestre, de color tordo” y “tallo y hojas secas del plátano” respectivamente. En el mejor de los casos, diferenciada correctamente la pronunciación, es ortográficamente inconsistente usar en unos casos la cc redoblada y en otros kh (luego en el diccionario sólo k-), habiendo sido aconsejable el par k / kh o bien kk / kh. Observadas las obras de la época, encontramos la siguiente ortografía para qhari y qhapaq: DST cari / capac sin diferencias generales Anón. cari / capac sin diferencias generales GH ccari-kari / kapac con diferencias y vacilaciones TR ccari / ccapac sin diferencias entre sí La discriminación de GH obliga a investigar mejor cuáles eran sus preocupaciones ortográficas, las llevara el autor a término de una manera coherente o no. Y eso sucede, precisamente, en el Vocabulario (1608), en donde anuncia unaserie de “cosas qve salen a luz de nuevo en este vocabvlario”, la segunda de las cuales reza así: “La pronunciación natural que la enseña la buena Ortographia”. Poco después, tras la summa de privilegios y las necesarias dedicatorias aparece un aviso al lector de dos largas páginas “para entender las letras nuevas y añadidas al vocabulario, y por ellas sacar la pronunciación diferente”. Es un aporte que se resume en las siguientes tomas de decisión: a) Aviso de la novedad: “La ortographia, o sciencia de escrebir bien, es tan necessaria en esta lengua, que hasta agora a ninguno de los que deprenden por Arte le tienen por buen lengua, porque no han tenido Arte ni Vocabulario que enseñe distintamente la pronunciación”.10 b) Ejemplo de oposiciones: caca pronunciado sin aspiración [/káka/] significa “tío”, pero con ella kacca significa “peñas” [/qáka/ o /qháka/] y con dos aspiraciones kaka significa la “limeta o vaso boqui angosto” [/q’aqa/]. c) Diseño ortográfico: 10 Las novedades no son tantas: se limitan al algunas correcciones o precisiones. Obsérvese que algunos ejemplos coinciden con los del Catecismo, como el de caca / kacca / kaka. La ortografía sigue siendo incoherente: en el cuerpo del diccionario GH utiliza kaka “peña”, lo que es más acorde con la realidad fónica, ya que el quechua no presenta (a diferencia del aimara) aspiraciones posteriores en una misma palabra. -El quechua carece de las letras B, D, F, G, X y V (consonante, que se sustituye por H) y de la L sencilla (“de la L senzilla no ay vso, sino doblada” y de la R doble (“al reues de la R no ay vso de dos RR sino de vna R”).11 -El quechua tiene, en cambio, “otras muchas que en romance no vsamos”: CC, K, CHH, PP, QQ, TT, las cuales “se pronuncian con más fuerça que no senzillas”. Ello quiere decir que no se trata de meras aspiraciones, “porque th no añade fuerça a vna t. y se ha se de añadir”. El modo de pronunciar CC, por ejemplo, es que “(cca) se pronuncia asperamente con fuerça desde el paladar [...] de manera que se hiera el ayre a fuera mas rezio que con vna c”. K “de suyo tiene aspiracion”: mas no se pronuncia como cc hazia afuera ni en el paladar, sino en el gallillo o gaznate, que esta es solo gutural y en esto difieren estas dos letras, en el lugar de la pronunciacion, y en la fuerça a fuera o a dentro”. La tercera CHH se pronuncia como dos cc, con h hazia a fuera con fuerça”. La cuarta letra es PP “que hiere con fuerça la vocal desde los labios hazia a fuera”. QQ imita más a K y “haze la fuerça en el gaznate hazia a fuera”. TT “haze la fuerça desde los dientes cerrados hazia a fuera”.12 Hay que reconocer que se produce, por segunda vez, una reforma ortográfica importante, lo que implica romper con la norma anterior del equipo de jesuitas que vino a formalizar la lengua para escribir el célebre Catecismo de 1584, todo ello en el afán de una mayor “propriedad” ortográfica y “distinción” fónica.13 A tenor de los fonemas añadidos, el esquema de la obstruyentes es el siguiente (entre […] la ortografía propuesta por GH): labial dental palatal velar postvelar simple /p/ [p] /t/ [t] /č/ [ch] /k/ [c] /q/ [k-kh] glotal /p’/ [pp] /t’/ [tt] /č’/ [chh] /k’/ [cc-k] /q’/ [qq] aspirada == == == == == Una evaluación de los resultados nos lleva a descubrir ciertas inconsistencias. Al dudar GH sobre cch y sustituirlo por chh y entre k y kh para la postvelar fricativa, se ve impedido de codificar los sonidos aspirados: grave error, cuando era algo del dominio público entre los estudiosos de las lenguas clásicas. Al tiempo, se habría visto en la tesitura de variar la ortografía de algunos grafemas más, lo que hubiera implicado una revolución ortográfica sin precedentes.14 Al no hacerlo así, su decisión le lleva a dejar los cinco huecos que se aprecian más arriba, los que rellenados y en ortografía coherente de la época darían el esquema oclusivo siguiente: 11 Respecto de la sarta del Anónimo B, D, F, G, R, X, Z, hay que decir que la diferencia en la consideración de Z viene por el hecho de que GH utilizará Ç: zaza “difícil” en el Anónimo es igual a çaça en GH. 12 Y añade para nuestra sorpresa: “Y no pongo mas pronunciaciones por no equiuocar y escurecer estas, y porque de otras ay poco vso o poca diferencia destas”. 13 Se dice, pero no se ha comprobado, que Diego de Torres Rubio (TR) describió antes que nuestro autor una fonología similar en otra gramática, que no hemos consultado y tal vez ni siquiera exista (Grammatica et Vocabularium linguarum Aymarae, et Quichuae, quarum est usus in Peruvio, Roma, 1603 o bien Gramática y vocabulario en la lengua general del Perú. Sevilla, Impresso con licencia, en casa de Clemente Hidalgo, 1603). 14 Las cosas no eran tan fáciles: incluso Tchudi en el siglo XIX incurre todavía en errores y vacilaciones importantes. OCLUSIVAS: labial dental palatal velar postvelar simple /p/ [p] /t/ [t] /č/ [ch] /k/ [c – q[u]] /q/ [k] glotal /p’/ [pp] /t’/ [tt] /č’/ *[c(h)ch] /k’/ [cc – qq[u]] /q’/ [kk] aspirada /ph/ *[ph] /th/ *[th] /čh/ *[chh] /kh/ *[cch – qqh[u]] /qh/ *[kh] Aquí, en el orden de las velares, la ortografía prescribiría c/ cc / cch + a,u y q[u] / qq[u] / qqh[u] + i, por un lado y k / kk / kh + a,e,o, por otro. Tampoco resuelven sus sucesores los problemas: Huerta (1616) pasa como de puntillas sobre los problemas ortográficos del quechua, aunque sus comentarios sobre el habla diferencial del dialecto Chinchaysuyo tienen un gran interés dialectal. Reconoce la exclusión de las seis consabidas consonantes B, D, F, G, X y Z, pero acepta que “los que no son muy ladinos en algunos nombres Castellanos” (fol. 1v.) usan de ellas con mayor o menor fortuna”. Aparte del comentario que hemos vertido en nota 7, AH nos instruye de las diversas pronunciaciones de <c>,: “con cedilla, sin cedilla y gutural, como çapay único, caca tío, caca peñasco” (fol. 2r.), en que <ç> viene a ser, en la evolución fónica del quechua, la sibilante dorsal o coronal /s/, desafricada de /ŝ/. De hecho, AH señala que <s> tiene dos pronunciaciones “suaue y aspera”, la primera en palabras como sipay “la tarde” y la segunda en aquéllas a las que antecede G como en tacsa “pequeño”, en que debemos apoyar la punta de la lengua en los dientes inferiores. TR, que sigue la misma línea de GH15 y con quien trabajó codo con codo en lo que se ha venido en llamar la Escuela de Juli (Calvo 1997), asegura, de manara similar a AH, que la pronunciación Caxamarca, Xauxa, Lanasca o Cochabamba, etc. es corrupta respecto a Cassamarca, Saussa, Nanasca y Cochapampa, ya que los españoles habían corrompido la pronunciación. TR que era valenciano y, que por lo tanto, conocía más a fondo las sibilantes de su tierra y su relación contrastiva con el castellano, había sido capaz de comprender mejor que los misioneros procedentes de regiones monolingües, la distinción articulatoria entre la moderna /χ/ castellana y /š/ del valenciano (y del castellano medieval). Aquí se percibe que la ortografía –ss- responde a ese último sonido. La prueba viene dada, además, por la discriminación entre J y X en la enumeración de las consonantes. Comete, sin embargo, la imprecisión siguiente: “En lugar de la G. se vsa de la H, con alguna mas fuerza en la haspiracion, como Huasi (casa), Huarmi (mujer)”; en efecto, Huasi, es decir [wási] y huarmi, es decir [wármi], no tienen una H., sino el sonido palatal /w/ de carácter semiconsonántico. De lo contrario, habríamos de pronunciar o bien */hási/ y */hármi/ o bien */gwási/ y */gwármi/. En cambio, acierta de pleno cuando hace observar la “diferente guturación” de los vocablos: “como este nombre ttanta, que si se pronuncia hiriendo con fuerza la lengua en los dientes, significa pan; si se pronuncia con alguna aspiracion después de la primera T, tocando blandamente los dientes thanta, significa andrajo,ó andrajoso; pronunciada sensillamente, como en Castellano tanta, significa junta, ó congregacion” (fol. 2r). 15 Propone la misma exención de consonantes y la misma adición de “guturaciones” (es decir, glotalizaciones). En su edición del Arte y vocabulario de la lengua quichua de 1619, en sus “Advertencias previas”, afirma: que “la lengua general de los indios de estos reynos solo tiene vso dies y ocho letras: de suerte que de las veinte y quatro del alfabeto latino, y castellano, le faltan seis, que son B, D, F, G, J, X”, las mismas que cita GH, excepto J. Señala también que R es siempre simple y L siempre doblada: /λ/, excepto en p.palta “chato, llano”; de hecho, palabras como lampa son corruptas (del quechua del Collao) o bien pertenecen directamente a otra lengua. Tanto la ortografía propuesta en este ejemplo, como las distinciones realizadas, son impecables: éste es exactamente el modo en que se podría explicar hoy.16 Lo difícil, sin embargo, es llevar el sistema a la zona postvelar, en que la “sensorialidad” perceptiva se hace mucho más borrosa: el par ppacha “ropa ó vestido”, frente a pacha “lugar” es correcto, el par kara (/qara/) “cuero ó piel”, frente a Ccara (/q’ara/, /q’ala/) “pelada, calva” es también correcto, pero se contrapone a lo “guturado en lo hondo del paladar con mucha fuerza: Kcara” /k’ara/, que significa “escozor”.17 Pese a la pertenencia a la misma escuela y orden, TR logra introducir novedades de interés sobre GH:18 -Las sílabas con más frecuente guturación son las de ca..., cha..., ta..., pa... La novedad estriba en la descripción de la palatal /č/, cuyas diversificaciones realiza mediante guiones (cl-hasca /ch’áska/ “desgreñado”). GH usaba del trígrafo chh (chhasca). -Las sílabas más frecuentemente guturadas son cinco: /p/ y /p’/, /t/ y /t’/, /č/ y /čh/, /q/ ante a y /q’/ con guión ante o, pero sin él ante e. Realiza, la corrección de Cc en Ccapac /q’apaq/ “poderoso” (actualmente /qhapaq/) y de C-c en C-comer /q’umir/ “verde” yendo del “interior” de la garganta al “exterior” de la misma como en Cqemini /q’imini/ “arrimar” y Cquepi /q’ipi/ “carga”, cuya variación se debe únicamente al grado de anterioridad o posterioridad de la vocal implicada. -Como buen pedagogo que es, logra explicar con sencillez aspectos ya señalados anteriormente y corregir imprecisiones o excesos, como respecto al número de diptongos que cifra en ao, av, ay, ya, vay de los que dice que “aunque comunmente se pronuncian divididas las vocales, como en el Latin audio, hei, pero se cuentan por vna sola silaba para el metro” (fol. 4r.)). La escuela de Juli dista epistemológicamente menos de la de Lima que ésta de la Escuela Dominica de DST: es lógico que así suceda como consecuencia de los avances lingüísticos transmitidos de generación en generación. El ciclo quechua, en sus años áureos, los cierra la gramática del sacerdote cuzqueño Iván Roxo Mexia y Ocon (IRMO). Este autor añade a las ausencias habituales de las consonantes del quechua, el conjunto triple J, X, Z, lo que prueba indirectamente que la evolución fonética del castellano ya se había consumado en su totalidad. La experiencia anterior y las nuevas percepciones permiten a IRMO mejorar algo la fonología del quechua. Por ejemplo, la distinción de las sibilantes: “Todos los vocablos, que al sonido escribieramos con dos SS, o Z, se han de escrebir con ç y virulilla [sic]. V.g. çiça. La flor, çaccmani. 16 Con esta operación, la lingüística se afianza en observaciones nítidas sobre la operatividad del fonema y los procedimientos contrastivos (conmutación) por identificarlos. Por ejemplo, Roxo (1648) asegura: “La H a quien precede la C. se pronuncia, o con afectacion o sin ella. Con afectacion, hiriendo en el paladar, junto a los dientes, con la lengua. como Chhantani. Componer, Chhahuani. Ordeñar. Sin afectacion. como Chayani. Llegar. Chasquini. Recebir (f. 81r) / La P se pronuncia o segun suena. como Puncu. La Puerta, Pacha La Tierra. O hiriendo fuertemente vn labio con otro, como Ppacha. La Ropa. Ppochccon. La leuadura (f. 81 r)”. 17 TR, que es uno de los lingüistas más finos y pedagógicos de toda la lingüística misionera, se ha equivocado en este caso, puesto que produce una asimetría descriptiva propia de la dificultad de determinar el punto de articulación y una triangulación grafémica k- / cc- / kc- que impide de hecho una posterior rectificación: sólo acierta al añadido de –c- par indicar la glotalidad. 18 Citamos por la edición de 1700, con las correcciones de Juan de Figueredo. Amoxiconear, çiqquini Arrancar” (f. 82r), haciéndose cargo, creemos que en buena opción, de la oposición quechua entre sibilantes.19 Respecto a las oclusivas describe los siguientes sonidos, a los que hacemos anteceder las letras que los representan ortográficamente: Normales: C /k/ caru “lejos” P /p/ puncu “puerta” Q(ui) /k/ quiru “diente” T /t/ tuta “noche” Modificados: CC /q/ ccasa “hielo” KC /k’/ kcaçuscca “corrupta” CHH /ch’/ chhahuani “ordeñar” PP /p’/ ppacha “ropa” QQ(ue) /q’/ qquencorini “rodear” QQ(ui) /k’/ qquiçuni “raer” TT /t’/ ttanta “pan” TH /th/ thuta “carcoma” A efectos del latín y de la ortografía castellana que hereda los modos de escritura latinos, distingue a la manera de TR los sonidos de c(a,o,u) de los de qu(e,i), tratándose como sabemos del mismo fonema, un fonema más o menos adelantado en virtud de la formación vocálica siguiente (ya media o posterior, ya anterior). En quechua, la ortografía le lleva a hacer, como GH, semejante distinción respectiva: Kc(a,u) y Qq[u](i). Ahora bien, puesto que el quechua moldea las vocales por la abertura en función de la articulación consonántica (a la postvelar, pronunciada con el “gaznate” sólo siguen [o], [e] y a la palatal pronunciada en el centro del “paladar” sólo siguen [u], [i]), se produce una interferencia tal, que la ortografía Qq[u](e) transfiere la pronunciación a otro lugar del paladar y constituye nuevo fonema (/q’/), para cuyo correspondiente simple el autor había utilizado, inconsecuentemente, Cc. De las aspiradas sólo describe Th, ya que Chh le obliga a “herir el paladar” con fuerza (/ch’/). Por otro lado, en sus finos comentarios, llega como algunos de sus antecesores a determinar un rasgo, es decir un unidad menor que el fonema que, sin embargo, opera en el reconocimiento semántico. Así, con esta cuarta reforma ortográfica, acaba la historia de la pronunciación quechua entre los primitivos gramáticos y así desembocamos en una ortografía errática, con hipodiferenciación de aspiradas que durará siglos. Hay que decir, en descargo de los autores clásicos y modernos que el quechua presenta vacilaciones importantes en la articulación de sonidos como /qh/ o como /kh/, lo que dificulta incluso su interpretación fónica: el uso de aparatos, los análisis de palatogramas, etc. deberán precisar acústica y articulatoriamente estas vacilaciones.20 19 Las dificultades exigirían un tratamiento monográfico de este asunto. Del mismo modo que el autor utiliza en la escritura quechua tanto j como y (ca-pti-j, taripay) en su uso de yod, así los pares ss / z y extensivamente ss-z / ç promueven interpretaciones encontradas: como la s existe, no parece propio hablar en este caso de sustitución de /s/ por /ŝ/, sino de oposición sorda vs. sonora (inapropiado en esta lengua) o bien de /š/ contra /ŝ/; no obstante, la escritura del quechua admite habitualmente el uso de ch. En resumen: que parece preferible unificar y simplificar la ortografía en el par s / ç, correspondientes, como es sabido, a la pronunciación apical o dorsal de las sibilantes. 20 Hay que considerar, además, la relativa infrecuencia de alguno de ellos, lo que les impediría encontrar tripletes mínimos explicativos (chaka “pierna”, ch’aka “ronco”, y no *chhaka;aunque chaku “desigual”, ch’aku “perro peludo” y chhaku ”manotón”) y la posibilidad de que fueran erráticos en la sincronía que describen nuestros autores. 3. Aportes sobre el aimara. Las aportaciones de Torres Rubio (1616) para el aimara siguen la línea que el autor había trazado para el quechua, con lo que rigen y regirán durante mucho tiempo (hasta hace unos años apenas) las normas ortográficas de Bertonio (1603 y 1612), las cuales se adscriben, como las del autor anterior, a la Escuela de Juli. PRIMERA ETAPA. Señala Bertonio inicialmente, respecto a la “pronunciacion y orthographia” (cf. nota 6) que las vocales son cinco como en la lengua castellana. Pero sucede que en aimara hay únicamente tres vocales, como en quechua. Respecto a las consonantes señala que “son menos en esta lengua que en la castellana”, ya que faltan B, D, F, G e incorpora a su descripción, aunque ignoremos por qué conserva X, una consonante que el quechua no tiene, la J (/χ/). Añade, sin embargo, que los “los Indios pronuncian la C, y CH, y la P, y la T, no solamente como nosotros las pronunciamos, sino tambien de otras maneras” (p. 20), lo que viene a corroborar que el aimara tiene consonantes de las que nosotros carecemos. Evidentemente, lo dicho no supone un tratamiento reductor del aimara, sino la concesión de que las glotales y aspiradas correspondientes a las simples (por ejemplo /p/ y /p’/ - /ph/) son de la misma cualidad. Esta idea puede considerarse bastante moderna, ya que las modificaciones sobre los puntos de articulación (por alargamiento, por nasalización, por tono, por aspiración o glotalización) crean supraestructuras fónicas cuyo tratamiento se hace a un nivel diferente de los sonidos ya distribuidos en el tracto bucal. Pese a lo dicho, Bertonio no adopta ninguna medida, sino que aconseja que cuando aparezcan los sonidos antedichos procuren preguntar a los que saben o poner mucha atención para evitar la oscuridad. Y añade: “que esto se remediara mucho con inuentar algunos caracteres nueuos para las suso dichas pronunciaciones; pero porque esto no esta introduzido, no he querido ser yo el primero a introduzirlo, contentandome con solamente auerlo apuntado” (ibíd.) “aunque no fuera malo para la memoria escreuir de diferente manera la aspera que la suaue, y asi las demas syllabas que piden otra pronunciacion que la ordinaria” (p. 342). Y advierte que a veces usará del dígrafo kh porque la necesidad puede más que la intención. Éste parece ser uno de los eslóganes de la ortografía de las lenguas indígenas: escríbase con la ley del mínimo esfuerzo; por ejemplo, si caristha se pronuncia de modo áspero (/k’arístha/) en su primera sílaba, significa “mentir”; si no, (/karístha/) “cortar”, pero eso no implica necesariamente que la diferencia se vaya a reflejar en la ortografía. En cierto modo, es un principio asumible: puesto que la diversidad del habla sólo puede ser captada en el uso (el otro gran eslógan misionero), evítense las complicaciones que harían rechazar a los aprendices del arte la ortografía de las lenguas indígenas y aproxímese ésta todo lo posible a la de las lenguas maternas de los misioneros y al latín, porque entonces gran parte del camino estará ya andada. ¿Es eso desconocer la diversidad fonológica? Sí, por cierto, ya que ésta se capta, aunque con imprecisiones, desde el primer momento, lo cual no podía ser de otra manera ante la pluralidad de lenguas y el contraste natural que escucharlas y hablarlas genera entre quienes las practican. De modo que la realidad es que hay hipodistinción tanto fónica como ortográfica, aunque por distintas razones, unas teóricas y otras prácticas. Si muchas obras comienzan con buen criterio con la pronunciación, la mayoría de ellas acaban en la prosodia, siguiendo el orden preestablecido por los teóricos de la gramática (como Alvares 1572) y sus cuatro consabidas particiones, pero desoyendo a Nebrija en su gramática española, que antepuso todo lo referente al sonido. Así sucede con Bertonio, quien en la parte III, cap. 6 explicita las reglas del acento en aimara, las normas de pronunciación y la partición en sílabas con los que acaba el tratado. Destaca el hecho de que en aimara (dialecto lupaca que es el que describe) el acento suele ser paroxítono salvo algunas excepciones, como el dativo que se acentúa en la última sílaba (auquitakí “para el padre”). La norma es fija en los dialectos aimaras y quechuas en un aspecto: los vocativos y los finales en partículas de ornato (evidenciales, responsivos, etc. que tan delicadamente estudia Bertonio) son agudos. Destaca Bertonio un aspecto importantísimo que tiene mucho que ver con el erasmismo y con la naturalidad expresiva, coincidiendo en esto con el Dialogo de la Lengua de Valdés (1536): “No es cosa de poca importancia el saber pronunciar la lengua conforme la pronuncian los Indios; porque muchos por no sauer [sic.] esto hablan de suerte que no se entiende lo que dicen. Aunque soy tambien del parecer que no es bien procurar alcançar la pronunciacion con demasiada delicadeza, y affectacion” (p. 339). SEGUNDA ETAPA. En 1612, unos diez años después de concluida la gramática, Bertonio edita su diccionario y entonces el panorama cambia sustancialmente: dedica el autor dos folios y medio a explicar las normas ortográficas del diccionario y a señalar la importancia de una ortografía que oriente adecuadamente sobre la pronunciación aimara: “de donde se echa deuer quan necessario sea que los vocablos vayan bien escritos segun la variedad de su pronunciacion. Si esta lengua, como en muchas partes se conforma en pronunciacion con la española, se conformara en todo, no huuiera necessidad de inuentar otras letras, o modos de escreuir que los que vsamos escriuiendo en romance” (anotación I) La hipodiferenciación, ante la falta de coincidencia fónica de las dos lenguas en contraste, ya no es un ideal previo, sino que hay que “buscar algun modo de ortographia que enseñe a pronunciar bien lo que se escriuiere en su lengua”. La idea, sin embargo, de que la lengua escrita haya de predominar sobre la oral, es errónea o al menos se contradice con el uso tantas veces invocado. La solución, en todo caso, es correcta: antes de inventar nuevos signos que solo entienda aquél que los usa, es preferible duplicar las letras o acompañarlas de otras que las modifiquen en su pronunciación. Es la decisión que toma desde un principio la Escuela de Juli. Bertonio, como italiano que era (nació en 1557 en Rocca Contrada, provincia de Ancona), no sólo diferenciaba /l/ de /λ/, sino su diferente escritura tanto en español (amarillo) como en italiano (amasiglio). Entrado en esta dinámica y siguiendo las precisiones de la Escuela de Juli, Bertonio ofrece una serie de sílabas y de palabras que hay que pronunciar como por ejemplo: “cca, cco, ccu. Luz. Ccana”, etc. Las sílabas son: cca, ccha, chha, ghi, gra, ka, kha, pha, ppa, qhue, qque, tha, tta. Luego, remite al uso y al aprendizaje oral, siendo algo renuente en decir cómo se pone la lengua, labios o dientes o si se ha de pronunciar hacia fuera o hacia dentro; no obstante, los folios que siguen son un recital de pronunciación de los sonidos glotales y aspirados del aimara. Por si fuera poco, en el cuerpo del Vocabulario hace explícitas otras formas ortográficas como Qhui (/kh/). Con el fin de servir de guía sobre sus propuestas, adjuntamos las diferentes grafías encontradas y ponemos en correlación su descripción con el fonema correspondiente:21 -Ca, co, cu /k/, /q/ -Ka [...], apretando mucho la garganta /k’/, /q’/ -Qque, qqui, con más fuerza que una sola q (no al principio de palabra) /k’/, /q’/ -Cca, qhue se pronuncian con el principio de la garganta, al final del paladar, apretando el espíritu o resuello. /kh/, /qh/ -Cha, che, chi, cho, chu. /č/ -Chha [...], echando el espíritu afuera más de lo ordinario. /čh/ -Ccha [...] apretando la lengua y retirándola alpronunciar /č’/ -Gra [...] y ghi, como si la g fuera “ijota”. /χ/ -Kha [...], igual, sin apretar el resuello (no al principio de palabra) /χ/, /qh/ -Pa, pe, pi, po, pu /p/ -Pha [...] es media entre f y p. /ph/ -Ppa [...], apretando los labios mucho. /p’/ -Ta, te, ti, to, tu /t/ -Tha [...], echando el espíritu afuera. /th/ -Tta [...], apretando mucho la lengua entre los dientes. /t’/ Se observará que la duplicación coincide con la glotalidad y la h añadida con la aspiración. Se observará también que los sonidos sencillos y coincidentes con el español a veces se eluden en la glosa, aunque se aborden en el cuerpo del Vocabulario /č/, /p/, /k/ y /t/,22. No distingue el orden velar del postvelar en la descripción, salvo ocasionalmente, lo que le obliga, de hecho, a constituir tripletas de orden interno de pronunciación diferenciada en el Vocabulario: ca, cca, ka, etc. Respecto a la división silábica a veces usa de un punto separador de sílabas como en hac.khatha “sanar” (diferente de hacatha “viuir”) para indicar que hay que “detenerse un poco alli” para una pronunciación correcta. La descripción ha sido, si no perfecta, muy superior a lo que habitualmente se considera para ser principio del siglo XVII y especialmente en relación con las lenguas indígenas. No en vano se trata del mejor teórico (si no también el mejor gramático) de las lenguas indígenas de América del Sur. Luego obliga a tomar muy en serio la ortografía a los que aprenden la lengua, ya que 1) no serían entendidos si hablan mal, 2) producirán grandes errores (no es lo mismo kacha hocha “pecado ligero” que ccacchaq hocha “pecado de incesto”), 3) se pueden decir torpezas (hallu “aguazero”, que sin aspiración es el pene “pudenda uirorum”), 4) que, aunque se entienda, una mala pronunciación puede producir la hilaridad (cuando los indios dicen ?cometa por comida). El final es bastante crítico, al asegurar que los españoles también escriben de modo inconsecuente y muy variable de unos a otros, aunque se trate de hombres doctos, pues 21 Aceptamos en buena medida la solución por Albó y Layme (1984: LXVI) en la edición facsimilar del Vocabulario. Todo sonido seguido de e / u nos aproxima al orden postvelar de /q/; los de i / u al de /k/; todo sonido seguido de a puede adscribirse a cualquiera de los dos. 22 ”Tres maneras tienen los indios de pronunciar esta letra [ch], la vna, ordinaria como nosotros, como este vocablo, chacha, varon” (p. 67). en la lengua española, la ortografía “tampoco tiene la firmeza que conuiene” (unos escriben charidad y otros caridad, unos hazeys y otros hazeis, etc.). Si, además, según los dialectos se habla de modo diferente, la dificultad aumenta y eso sucede, como no podía ser de otra manera, entre las naciones aimaras. 4. Aportes sobre el mapuche. El jesuita Luis de Valdivia escribió su gramática mapuche en 1606 y no sería hasta mucho tiempo después cuando se volvería a escribir otra gramática de esta lengua, la del también jesuita Febrés en 1765. De este modo, las referencias ortográficas y fonológicas que se leen en el tratado son las únicas válidas para el estudio de la lengua chilena durante muchos decenios. En el prólogo al lector, Valdivia advierte: “toda la difficultad de esta lengua no consiste en mas que en sauer pronunciar una vocal imperfecta, y una consonante que frequentan mucho estos Indios; a las quales en breues dias se haze el oydo y se aprenden, y con solas las reglas que se ponen en el capitulo primero desta Arte donde se trata de la pronunciacion y orthographia, se acertaran a pronunciar aun sin auerlas oydo”. (fol 6) Con esa confianza metodológica aborda el autor el capítulo primero para advertir de una sexta vocal entre e y u (/ï/) que se suma a las consabidas cinco vocales de las lenguas española y latina. La pronunciación se rige por la regla siguiente: “y es que teniendo los labios abiertos y sin menearlos cosa alguna [sin labializar] y juntos los dientes de arriba con los de abaxo, el que quiere pronunciar este sonido, pretenda pronunciar de propósito (u) y el sonido que saliere tal qual fuere esse es el que pronuncian estos Indios” [...] “el sonido perfecto de la (u) desde suso dicho en que la (u) quinta vocal pide necesariamente para la pronunciación fruncir algo los labios. Pero esta sexta vocal de esta lengua pide lo contrario, que no aya mouimiento alguno en ellos” (f. 7r). “Y por tener esta sexta vocal la semejanza dicha con la (u) la escrebimos con la figura de (ú) poniendole aquella virguleta encima”. (f. 7v.) Para hacer más evidente la diferencia recurre a escribir la citada letra con bastardilla: relúe “siete”. Existe también una consonante diversa: es una especie de /g/ + {a, o, u}, pero no pronunciada en medio de la boca, sino de modo gutural, es decir, postvelar. Y señala que “La regla para pronunciarla sea procurar pronunciar estas silabas ga, go, &c. al modo que la pronuncian los gangosos, porque este sonido es el que mas se le parece”. (ibíd.). Luego aconseja, en buena lógica ortográfica escribir esta (g) con una virgulita encima (ģ), “lo qual ha sido dificil para la Imprenta por no auer moldes destas figuras, y auer sido menester hazerlos nueuos, por ser esta letra la mas frequentada en esta lengua en todas las terceras personas duales y plurales...”. (f. 7-8) La precisión y claridad expositiva de Valdivia es tal, que estamos por asegurar que se trata de uno de los gramáticos que mejor ha explicado estas cuestiones en el siglo XVII y quien más consecuentemente ha decidido practicar una ortografía coherente de las lenguas indígenas. En efecto, más adelante explica que /l/, /n/ y /t/ tienen un doble en esta lengua tal que la, le, li y na, ne, ni no se pronuncian a veces con la punta de la lengua en el paladar alto, sino aproximando la punta de la lengua a los dientes; y viceversa: las variantes de ta, te, ti se pronuncian aplicando la punta de la lengua en el paladar alto, alejada de los dientes. La escritura de ellas, como podrá deducirse, será (ĺ), (ń) y (ť) para indicar su diferente formación: se trata de las consabidas consonantes interdentales del mapuche. Luego, como sobre (ñ) hay una tilde, para evitar “equiuocacion” en el Arte y Catecismo se quita la señal sobre la (n), lo que implica que el error se transfiere a los hallazgos tan bien explicados; consciente de esto, Valdivia exige, con su buen criterio, poner la n con un punto encima (ń) en el Vocabulario y evitar así coincidencia con la “raya ordinaria” (ñ). Acaba Valdivia sus instrucciones fonológicas señalando el poco uso de sílabas como ga, ça, fa, ja, sa, xa e incluso ra, que es sencilla y no doble como en muchos casos del español (fol 8v). Finalmente (fol. 54v.) el autor granadino explica de manera ordenada las reglas prosódicas del acento: acento general en la penúltima sílaba con algunas excepciones, como los sustantivos acabados en hue, que son oxítonos, así como los verbos en las primeras personas del singular de indicativo. Por lo que se colige, el método usado ha sido el de la descripción fonológica rigurosa, el de la adecuada ortografía de los sonidos descritos y el del contraste con el español, lengua desde la que se miden las diferencias, siguiendo siempre la ortografía de Nebrija.23 Las descripciones de Febrés (1764) se basan totalmente en las descritas, aunque al autor gane algo en capacidad de contraste, como veremos: En el Prólogo se preocupa en especial de la ortografía mapuche, aconsejando siempre el uso de diacríticos y “no confundiendo la v consonante con la u vocal” (s/núm), en que se supera el hábito de la vieja ortografía. Trata de la pronunciación y ortografía en § 1, así como el acento. Respecto de la vocal alta cerrada posterior no redondeada /ï/ señala que Su pronunciación se hace teniendo los labios algo abiertos, y sin moverlos, procurando pronunciar de proposito nuestra vocal u[...] Casi del mismo modo pronuncian los Catalanes la t de estas palabras Amant, Dient, que los indios la ù de antù. (folo. 2r-2v) sin variar un ápice la descripción de Valdivia y sin explicar de hecho que el resultado tímbrico es más bien el de /i/ que el de /u/. Añade, por el contrario, cotejos con su lengua materna, el catalán, lo que no deja de ser sorprendente en este caso, en que el catalán desconoce la citada vocal y en que la pronunciación de la consonante relajada t# difiere tanto de ella. Respecto del resto de los fonemas prefiere recurrir <th> (en vez de <tʹ> de su antecesor), confundiendo tal vez el ilustre lexicólogo mapudungun las aspiradas con estas otras consonantes del mapuche, en concreto esta que es una africada alveocacuminal (retrofleja) sorda, como él mismo describe adecuadamente, señalando que “es facil de pronunciar, y se hace tocando la punta de la lengua à lo alto del paladar”. Salvando otros comentarios de menor entidad, prefiere el uso del dígrafo <gh> para la pronunciación de este sonido que es como “el ga, go, gu, Castellano, y como el ghe, ghi Italiano” (folo. 3r.), dejando en cambio, antipedagógicamente, <g> para la gutural postvelar <ģ> “semejante à esta latina Sanctus, en la n, como también à esta otra catalana, tinch, sanch, en el sonido de la n” (ibíd.), que una vez más describe siguiendo a Valdivia, ya que se pronuncia “al modo de la de los Gangosos”, pero que describe erráticamente en sus consabidos cotejos interlingüísticos. Hay que alabar, empero, el esfuerzo contrastivo que acarrea su trabajo que en ocasiones es valioso, como cuando 23 Hay que destacar una curiosidad: el Catecismo está antecedido de una cartilla, la que a su vez encabeza el alfabeto siguiente: A, a, b, c, D, e, f, g, ģ, h, i, k, l, ĺ, m, n, ñ, ń, o, p, q, r, s, t, ť, v, u, ú x y z. La coherencia se manifiesta también en este detalle. compara con razón la pronunciación de <v> de modo parecido “mas à la F, al modo que la pronuncian los Alemanes en estas voces latinas, parvulus, vita” (fol. 5r.). 5. Aportes sobre el mochica. La contribución principal sobre el mochica llega a través del Arte de Fernando de la Carrera ([1644] 1939), seguido de un vocabulario de Martínez Compañón ciento cincuenta años posterior, del cual apenas se puede extraer algún aspecto ortográfico de interés que lo complemente. A partir de éste se pasa ya a gramáticos del siglo XIX que no tienen nada que ver con el mundo misional. Siguiendo básicamente al primer autor se observa que en su ortografía fue incapaz de representar bien la cantidad vocálica, lo que le hubiera llevado a diferenciar /nam/ “caer” de /na:m/ “nacer” (Salas 2002: XV), pero introdujo un diacrítico, la virgulilla (^), para indicar longitud vocálica mayor y describió una célebre enigmática sexta vocal que representó como /æ/: ssonæang “esposa”, en una lengua cuya “pronunciacion” es “tan dificultosa que faltan en nuestro abecedario letras con que pronunciarla, y con que escribirla” (prólogo). Obsérvese que, desde el primer momento, el autor confunde, como los demás autores de la época, letra con sonido, ya que las letras representan, aunque imperfectamente, el sonido, pero no al revés como parece pretender de la Carrera. Pero no se trata, pese a todo, de un mal gramático misionero como se ha afirmado algunas veces, ya que su estudio ofrece aspectos novedosos fundamentales: coincidencia en la descripción de las seis vocales aludidas y leve huella de la longitud vocálica, cuya superestructura fónica no representa con sistematicidad. Respecto a /æ/ señala: “tiene principio de e y fin de u, de manera que son dos vocales en una”, “Para pronunciar mæich [“nuestro”], se juntan los labios al principio, y al acabar la diccion se abriran pegando la lengua al paladar”, lo que, como señala Cerrón-Palomino (1995), a quien seguimos, da sólo indicación de sonido bilabial inicial, para ofrecer luego la posibilidad de bimatización de un sonido similar a /ø/ o /ö/, pero de duración vocálica larga. Para la representación de las consonantes, dada la existencia de fonemas complejos en mochica, de la Carrera recurre a la sucesión de letras como en la africada prepalatal tzh (tzhang “tú”) que “se ha de comenzar con la lengua en el paladar junto a los dientes, y acabar con los labios abiertos” o la enigmática (cµ) que no parece una palatal aspirada, ya que es ch con h invertida y no recta (chh), que hubiera sido más fácil de representar así, sino una africada alveopalatal sorda /ty/ (para Salas tj/). Para la pronunciación de /š/ el autor se vale de la grafía x como era habitual todavía a principios del siglo XVII y del recurso al cotejo con otras lenguas, que “no se pronuncia jamás como en la lengua castellana, hiriendo en ella, sino mansamente, como la pronuncian los portugueses”. Por otro lado, se vale de los correlatos s y ss, ç y z para la escritura de las sibilantes; pero al describir el primero con el consejo de que cuando hay dos ss “se han de pronunciar entrambas, hiriendo en la última”, Cerrón-Palomino deduce que la primera es /ŝ/ y la segunda /s/24. Además, la existencia de la grafía ng, 24 Por la fecha en que se escribió esta gramática y a tenor de lo que afirmaba IRMO para el quechua, podría pensarse que la oposición ortográfica (no fonética) s / ss sería autosuficiente y en los mismo términos que en aquélla, pero el mochica es un idioma muy diferente y hay que estudiar muy que nos recuerda la nc de Santo Tomás para el quechua, equivale a la nasal velarizada /ŋ/. Finalmente, la presencia ortográfica de xll como sonido en que “la x, antes de consonante se ha de pronunciar hiriendo en entrambas mansamente, pegada la lengua al paladar, de manera que por un lado y el otro de la boca salga el sonido de la primera letra vocal”, nos lleva a una lateral palatal de carácter fricativo o quizá retroflejo. Como señala Cerrón-Palomino, estamos probablemente, ante el correlato asimétrico, también mojado de /ty/, el cual se podría representar como una palatal lateralizada /šλ/ (para Salas /ł/ como lateral fricativa palatal sorda). Ni siquiera hoy resulta fácil solventar la papeleta “dificultosissima” de la fonología mochica, para la que el cura de San Martín de Reque proporcionó una “cartilla” con las sílabas diferenciales con las que practicar las “reglas de saber pronunciar la lengua” que había ideado. En fin, por los estudios posteriores realizados y comparando la gramática de este autor con la de Middendorf, se aprecia que la descripción hecha por el primero, con todas sus limitaciones, cumplió casi adecuadamente con la ortografía y fonología del mochica, pese a las enormes dificultades para representar la escritura de esta lengua. Piénsese que Middendorf, bastante efectivo en el estudio de otras lenguas, tampoco logra describirnos con absoluta claridad unos fonemas que hoy, extinto el mochica, se nos presentan tan enigmáticos. 6. Aportes sobre el chibcha. Bernardo de Lugo (1619) fue un misionario gramático cuyas normas ortográficas, además de escuetas, nos parecen también inasequibles, al enfrentarnos a una lengua extinguida hace tiempo. Así, su descripción del sonido γ o “ypsilon inuersa” nos hace imaginar una vocal central alta, mitad e y mitad i (/ï/) y, más improbablemente de /u/, correlato natural de /ü/, puesto que se pronuncia con “los dientes abiertos sin cerrar los labios y que la lengua no tope en el paladar” (fol. 1v.). Es lo que piensa también Uricoechea (1871, basado en un manuscrito anónimo del siglo XVII), a quienes se opone Alvar (1977) que cree que se trata de /ü/. Más difícil de precisar es el valor fónico que cabe asignar a ciertas consonantes enigmáticamente representadas como son зh y cħ. Probablemente, la primera sea la prepalatal sorda /ts/ (“pronunciada mui fuertemente expeliendo el aire, al tiempo de la pronunciación,entre el paladar y la punta de la lengua que toca la raíz de los dientes superiores”, LII, nota 4ª) y la segunda una palatal semejante a la ch francesa o sh inglesa como opina Uricoechea; si eso es así, hay que descartar al menos que se trate de la retrofleja /tr/. El estudio y reconstrucción del protochibcha no ofrece resultados satisfactorios al respecto (salvo la existencia de /u/), ni tampoco los esfuerzos de Alvar por reconstruir la fonología de esta lengua, la cual pareciera tener para él, a excepción del saltillo (bien documentado en el manuscrito citado como hy “diccion que se pronuncia con soplo algo gutural”, fol 1r), únicamente ciertos sonidos consonánticos del español en proceso de reducción en esos momentos. cuidadosamente las explicaciones sucesivas al menos hasta Middendorf (1892), cuya lengua materna alemana ayuda mucho a entender aspectos fónicos del mochica (Salas 2002). De las explicaciones del cuidadosísimo estudio de Salas, que asumimos por lo general, se desprenden las siguientes equivalencias: ĥ sería la fricativa prepalatal sorda /ŝ/, ss sería la sibilante retrofleja /ş/ y ç y z se corresponderían con /s/, suponemos que dorsal. A estas breves notas el dominico añade la carencia en mosca de D, L y la distinta pronunciación de Z que “no se ha de pronunciar aguda, como se pronuncia en nuestra lengua, sino pronunciarse ha como la S”, pero que “por ser necessaria para la escriptura no se excluye” (ibíd.); es decir, que hay dos sibilantes similares, puede que dorsal y apical respectivamente, que es seguro que conmutan fonológicamente; de ahí su necesidad.25 No parece aceptable que Z sea la africada sonora /dz/ cuyas diferencias con /s/ nos parecen tan grandes, ni tampoco la sorda /ts/, sino más bien una sibilante laminar muy adelantada, próxima a la interdentalización. 7. Aportes sobre el tupí-guaraní. Como la gramática latina de Alvares (1572), que tanto ha influido en los gramáticos misioneros portugueses, es parva en cuanto a lo fonológico y lo ortográfico,26 hay que seguir suponiendo que el modelo para la ortografía del tupi-guaraní sea también, en buena parte, el de Nebrija (1517): el latín no era lengua viva como para que su fonología (aunque sí su ortografía) fuera seguida de cerca. Pero esta fuente es remota, en cuanto a que las primeras gramáticas del portugués, las de Fernão de Oliveira de 1536 y de João de Barros de 1540, debieron ser las referencias próximas en el espacio y en el tiempo, a raíz además de su preocupación por la escritura fonológica. Dice el segundo: “A primeira e principal regra da nossa ortografia é escrever tôdalas dições com tantas lêteras com quantas as pronunciamos, sem poer consoantes ociosas”. Esta última gramática, parece que es, por razones obvias, la que más naturalmente pudo seguirse en la del tupí de Anchieta (1595), publicada en portugués en Coimbra, en cuyo inicio, como es habitual, se recurre a la fonética contrastiva: “Nesta lingoa do Brasil não ha f, l, s, z, rr dobrado nem muta com liquida, vt cra, pra, &c. Em lugar do s, in principio ou medio dictionis, serue ç, com zeura”. Después de este lugar común Anchieta sigue caminos no trillados en cuanto a que analiza la colocaciones de unas letras junto a otras, los casos es que alguna consonante final no se pronuncia (apâb se pronuncia apâ entre los tupís de sam Vicente), etc. con criterios comparativos dialectales (Cap. I) y recurso constante a los principios morfonológicos de encriptación morfológica y a los alógonos nasales compuestos del tipo mb-. El capítulo II se extiende del fol. 2 al 7 en todo un recital de excepciones en la escritura de las que tomamos unos ejemplos: “q̃ as dições in principio tomadas absolute se pronuncião com m. vel mb vt Mó vel mMbó, manus” 25 Bernardo de Lugo describe cuidadosamente, por otra parte, los aspectos gramaticales de esta lengua como era propio de los dominicos. A este fin sigue la estrategia de DST a quien imita ya desde el principio, diciendo con palabras de este que los naturales “no tenían vso de la escriptura, ni jamás entre ellos vuo tál memoria della” (fol. 1). 26 Alvares, en su libro III (fol. 196-197) se limita a enumerar las vocales latinas (a,e,i,o,u,y), los diptongos (æ,au,ei,eu,œ, yi) y las consonantes mutae (b,c,d,g,k,p,q,t) y semiuocales (f,l,m,n,r,s,x,z), de las cuales cuatro son liquidae (l,m.n,r). Luego distingue los casos extremos de vocales o consonantes en que las nasales “liquescunt” como en cygnus, las que son dobles como x y z, las que no son consonantes como j (yod) griega, las que funcionan como vocales o consonantes, i y v según el contexto, las que son dobles como i entre vocales (maior), las que son aspiradas como la h, las que son mudas por posición como f antepuesta a líquidas o las que desempeñan el doble papel de s (líquida o doble). Todo esto sin mayores comentarios. “Desta mesma maneira o P. in medio dictionis, fica em mb: posto absolute in principio vt Abá, acabome, Mbába, acabamiento, pro Paba, &c.” El tratamiento es más propio del campo de la morfología o la morfonología, con lo que el único ejemplo cotejable al respecto es el de Bertonio cuando estudia los procesos de elisión en aimara unos años después. Siguiendo esta línea, que aquí no abordamos sino de paso, aplica los comentarios, pues no genera estrictamente reglas, a los pretéritos y a otras formas verbales. Globalmente distingue la pronunciación de c (la de carne en portugués) en oca, de ça con cedilla y c ante e, i (la de cera en portugués) como en açaçâb. Ga, go, gu se distingue de ge, gi, a los que compara para su correcta pronunciación con la lengua lusa. No encontramos mucho más salvo la extensión que da al tratamiento fónico de i y de ypsilon y. Pese a los distintos signos sobre las vocales, la virgulilla (^) y la nasalización (~), nada explica de ellas, puesto que salta inmediatamente a los procesos acentuales, para tratar prosódicamente la sílaba como colofón del tratado (fol. 103). Para ello, hemos de recurrir a las explicaciones sistemáticas de Ruiz de Montoya para el guaraní (1640), teniendo en cuenta que si Anchieta obvia el asunto es porque encuentra total coincidencia con la lengua portuguesa y su tratado está dirigido principalmente a misioneros portugueses. Ese no es caso del autor limeño, nacido en 1585 e ingresado en la compañía de Jesús en 1606, que escribió su gramática en español.27 Este autor, Montoya, advierte en el “Preludio” (advertencia previa, antes de comenzar el Arte) que “quatro pronunciaciones tiene esta lengua muy necessarias para hablar propiamente”, las cuales son: -La pronunciación “narigal, que se forma en la nariz”, cuya notación es una especie de arco a modo de o partida. Se trata de una pronunciación que se extiende con facilidad a las sílabas próximas. Estos sonidos pueden ser breves o largos. -La pronunciación gutural “que se forma in gutture, contrayendo la lengua ázia dentro”, cuya notación es un arco invertido en forma también de media o, que es siempre largo y recae sobre la vocal y (gutural /y/). -La pronunciación nasal y al tiempo gutural, que recae también sobre la y y lleva siempre acento largo (la conocida como vocal guturonasal /ŷ/). -La pronunciación gutural contracta, con dos yy, al final de dicción. El autor deja para el capítulo XXII y último todo cuanto tienen que ver con la influencia de la nasalidad y los mecanismos variables (“mudança”) de composición del guaraní, comenzando por indicar, como ya era costumbre en las gramáticas, las letras que faltan en ella y que son: F, I, K, L, R doblada; S, V consonante, X, Z. Además de señalar que la lengua evita la secuencia “muta cum liquida”, sostiene que S es sustituida por C lene y V por B lene (fricativas)28. Estos datos,que son enormemente precisos, son avalados por los comentarios sobre las consonantes hechos por Restivo (1724) tras muchos años de recogida de notas y glosas por parte de otros jesuitas como Bandini, 27 Es la constante acomodación de los gramáticos misioneros a las circunstancias que les rodeaban. Pese a tener un método universal, con un patrón único que decía mucho del intercambio constante de ideas entre ellos y de utilizar criterios similares en cuanto a la ortografía, cada uno representa un mundo diferente sin cuyo contexto particular nada nos es posible analizar con orden. 28 Donde dice I, quiere decir lógicamente la consonante J (/χ/); donde dice L, quiere decir L y LL. Donde dice S sustituida por Ce lene, quiere decir Ç: o sea, que existe sibilante del tipo /ŝ/ (aunque también existe /š/ como anotamos más abajo). Acierta también con bastante exactitud en la descripción de la B lene, con el labio inferior pegado a los dientes. Mendoza, Pompeyo, etc. Este autor aclara en parte el modo de articulación de la gutural /ĝ/ (consonante velar sonora nasal) “que se ha de pronunciar en el hueco de la boca, donde se pronuncia jota, contrayendo un poco la lengua ázia dentro, aunque no con la fuerza de la jota, que hiere la letra, sino blandamente”. Pero al carecer la fonología, todavía en el siglo XVIII, de metalenguaje adecuado, las explicaciones son un tanto imprecisas, pese a la corrección general de las apuestas fonológicas. También añade pares mínimos para diferenciar los fonemas: tãtã “recio, fuerte”, pero tata “fuego”, indicando no sólo la nasalidad principal sino la de las sílabas adyacentes que se contaminan directamente de ella. Advierte también de los sonidos prenasalizados como mb, nd, ng, nt. En sus descripciones, sigue de cerca al igual que Montoya las explicaciones de Anchieta (1595) y señala la ausencia en guaraní de las consonantes F (sustituida por los indios por P), L (sustituida por R) y J (sustituida por Ch). Además, se suplen la dos ll mediante la y (cabayu “caballo”) y se desconoce el uso de rr doble: es este uno de los fenómenos fijos, de corte contrastivo, analizados a partir de la lengua de codificación. 8. Balance sobre la ortografía misionera en América del Sur. Completando los análisis ortográficos, hechos por nosotros en otras ocasiones (Calvo 1994 y 2000), de las gramáticas misioneras de las principales lenguas vehiculares o de cultura en el subcontinente suramericano, se observan una serie de pautas fundamentales, que se pueden resumir en el decálogo siguiente: 1. Se sigue el modelo de la ortografía castellana de Nebrija, apoyada a su vez en los trabajos fonológicos sobre la lengua latina. No obstante, el hecho de hacer hincapié en el castellano se debe a su condición de lengua viva, cuya pronunciación está presente en el mismo momento de redactar los Artes y compilar los Vocabularios de las lenguas indígenas. Es de ver que casi todas las gramáticas comienzan por asuntos de escritura y pronunciación y terminan con asuntos prosódicos y fonotácticos: con ello se sigue el modelo clásico de división de las cuatro partes de la gramática y la ordenación modélica a que las sometieron los clásicos. 2. Se extrapolan las vacilaciones y desajustes ortográficos del castellano a las lenguas indígenas, lo que se agrava al no haber coincidencia plena en los sonidos de las lenguas. La rémora, por ejemplo, del cruce ortográfico de c(a,o,u) y de c(e,i), escritos con igual grafema pero pronunciados de modo diferente, se extiende a todas las lenguas. Con ese mismo desajuste, se decide también adoptar muchas veces /k/ velar, siguiendo el ejemplo de Korreas, pero sin la equivalencia articulatoria de éste. 3. Se señalan hábitos ortográficos en lo posible ajustados al modo natural de pronunciar de los nativos, aunque añadiendo a regañadientes signos diacríticos (por dificultades de las imprentas, que carecían de determinados signos) o doblando las letras (por la prolijidad resultante). La adición de h para formar las oclusivas aspiradas llevará a un cuádruple uso de ésta: el citado; el heredadado de formas anquilosadas como christiano y el escrito sin sonido a instancias de la evolución latina de f- con vacilaciones consabidas como las del verbo haber; el usado como sonido inicial aspirado; el presente en ch, para diferenciar la pronunciación, como dígrafo, de c). 4. Se facilitan criterios fónicos para distinguir los unidades mínimas a fin de discriminar significados ya desde 1584. La ortografía no es en ningún caso caprichosa, aunque pueda ser errática: se establece en función de que pronunciando de otro modo se hace significar cosa distinta. El criterio fónico se hallaba en la mente de todos, aunque el predominio de lo escrito sobre lo oral, obligue a confundir letra con sonido; o mejor dicho, inste a considerar que la palabra letra tiene dos significados: el de signo escrito y el de sonido pronunciado, con las dificultades conceptuales que tal homonimia comporta. 5. Se diseñan explicaciones fonéticas y articulatorias más o menos convincentes. La inexistencia de un metalenguaje unívoco y bien definido obliga a los gramáticos de hoy a hacer esfuerzos ímprobos por entender a los autores de aquella época, sobre todo los de las lenguas extintas; para ellos, en cambio, la dificultad se aminoraba con la práctica diaria. 6. Se ofrecen contrastes con otras lenguas o dialectos (“la h [...] se ha de mostrar en la pronunciacion no con la fuerza con que pronuncian los Andaluzes, sino levemente”, señala, por ejemplo, Ruiz de Montoya). Las lenguas más nombradas son el castellano, el italiano y el portugués; en casos generales, se alude a la pronunciación del latín y más esporádicamente a la del griego o el hebreo. Siempre se tiene en cuenta la lengua de escritura. Por eso la gramática de Anchieta, escrita en portugués puede resultar defectiva para un hablante castellano y la de Ruiz de Montoya demasiado explícita para una hablante portugués o francés. 7. Se advierte sobre la fonotáctica. Los gramáticos del aimara, del guaraní, etc., al observar que la juntura entre unidades morfológicas produce elisiones o modificaciones morfonológicas, dan reglas para entender el fenómeno y para señalar por qué se escribe con ciertos tipos de irregularidades (por ejemplo; Ruiz de Montoya en el cap. XXIII, cuando señala que “las finales consonantes se comunican a la diccion à quien se llegan: vt [...] Acê, m. nacê´mý, no salgo”). Otras veces, hay campos comunes para los dos niveles, a partir de los cuales explicar ciertos fonemas (por ejemplo: en guaraní hay sílabas que exigen pausa y otras que no, lo que promueve diferencias de significado: Añêmbo-ê “aprender”, pero Añêmboé “pulirse, engalanarse”29). 8. Se registran fenómenos diferenciales de la pronunciación de los dialectos indígenas. Fue una práctica saludable que inició DST y que aceptó el Anónimo quechua de 1586 para extenderse sucesivamente al resto de las gramáticas de las lenguas. 9. Todos los signos añadidos por los gramáticos se representan de modo cambiante en la ortografía, una ortografía que ya de por sí fluctúa sin diacríticos en el período de estudio -finales del siglo XV al XVIII-, en la lengua española, como consecuencia de la revolución fonológica llevada a cabo en la época del Descubrimiento. Se observa, incluso, que hay diferencias de criterio entre las Gramáticas y los Diccionarios, en ocasiones por el tiempo pasado (Bertonio de 1603 a 1612) y en otras por el mayor cuidado a la hora recopilar el léxico (GH mejora ostensiblemente en 1608 su manera de escribir el quechua respecto a su tratado gramatical del año anterior). 10. Hay escuelas que muestran a las claras el modo tan estrictamente riguroso en que los misioneros gramáticos trabajaron: las escuelas de Lima y Juli son un ejemplo paradigmático en América del Sur. Por otra parte, se observa cómo se va avanzando, aunque lentamente,
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