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1 Guía para Ingeniería y Sociedad Año 2010 Prof. Juan Gabriel González PROGRAMA Y BIBLIOGRAFÍA Tema 1. La situación mundial. Mundialización, globalización, Posmodernidad. El neoliberalismo. Los desafíos de nuestro tiempo: la acentuación de las desigualdades y la destrucción del equilibrio ecológico. Pérez Lindo, Augusto, Nuevos Paradigmas y Cambios en la Conciencia Histórica, volumen 4, capítulo 1. Páginas 17 a 63. Mutaciones, páginas 11 a 54. Bunge, Mario, Elogio de la Curiosidad, artículo Subjetivismo y Relativismo, páginas 193 a 200. Tema 2. El pensamiento científico. Características de la ciencia. Ciencia básica, ciencia aplicada y tecnología. Ciencia e ideología. Pseudociencia. Bunge, Mario, Ciencia, Técnica y Desarrollo, capítulo Ciencia básica, aplicada y técnica, páginas 31 a 45. Elogio de la Curiosidad. Páginas 146 a 157 y 177 a 181. Tema 3. Ciencia, Tecnología y Desarrollo. Distintas concepciones del desarrollo. Políticas científicas y tecnológicas para el desarrollo en la Argentina y en América Latina. Bunge, Mario, Ciencia, Técnica y Desarrollo, páginas 17 a 29 y 47 a 120. Revista Redes Nº 10, La Política CyT en América Latina frente al Desafío del Pensamiento Único. Tema 4. Situación de la Universidad Argentina. Importancia de las Ciencias Sociales en la formación del ingeniero. Ética y Tecnología. Bunge, Mario, Ciencia, Técnica y Desarrollo, capítulo Ciencia y Universidad, páginas 121 a 131. Revista Redes, Nº3, ¿Vale la pena resucitar la ciencia en Argentina?, páginas 121 a 150. Tema 5. La Ética. Ética y Ciencia. Las responsabilidades morales de científicos y tecnólogos. Tolerancia y Responsabilidad Intelectual. La Humanidad del Genoma. Entrevista al filósofo Javier Sadaba. Popper, Karl, El Mito del Marco Común, capítulo La Responsabilidad Moral del Científico, páginas 123 a 130. Pérez Lindo, Mutaciones, Dominaciones y Dignidad Humana. Páginas 241 a 253. Popper, Karl, En Busca de un Mundo Mejor. Capítulo Tolerancia y Responsabilidad Intelectual. Páginas 241 a 258. 2 TEMA 1: MUNDIALIZACIÓN Este concepto es usado a veces como sinónimo de “globalización”. Pérez Lindo lo utiliza para referirse a una etapa anterior a la globalización, con ciertas características distintivas. Ambos términos aluden esencialmente a un proceso de homogeneización de las diferentes formas culturales. Para comprender mejor el concepto de “mundialización”, nos remontaremos a los comienzos de la historia humana. Cuando aparecen las primeras sociedades agrícolas, hace unos 8.000 años, comienza un rápido proceso de enriquecimiento cultural, en el que pueblos como los egipcios y babilonios desarrollan rápidamente formas de gobierno, leyes, arquitectura, escritura, ciencia, así como formas más complejas y sofisticadas de religión. La dificultad de las comunicaciones y la escasa población mundial, entre otros factores, hacen que los contactos entre las diversas culturas sean escasos, de modo que las primeras civilizaciones presentan una gran variedad y diversidad. Algunas formas culturales se mantienen aisladas hasta tiempos tan recientes como el siglo XIX. Es el caso del Japón o de África Central. Sin embargo, ya desde la Antigüedad se dio el movimiento contrario, esto es, el intento de unificar sociedades y disolver las diferencias culturales en un molde común, generalmente a través de la conquista violenta. En el siglo III a.C. Alejandro lleva la cultura griega hasta el corazón del Asia, aunque el imperio creado pronto se desintegra. Posteriormente, los romanos unifican a casi todo el mundo conocido en aquellos tiempos. Lengua, organización política, moda, costumbres, todo lo romano penetra de tal manera a los pueblos conquistados que los transforma en una unidad cultural que perdura a través de los siglos. En el período moderno Portugal, España, Inglaterra, Holanda y otros países europeos se lanzan a la conquista del planeta. Impulsados por una ideología (1) que exalta su presunta superioridad sobre otras culturas, los europeos imponen sus costumbres y su religión, considerados valores absolutos, a otros pueblos. En las sociedades colonialistas, en donde el racismo constituía la condición sine qua non (2) de existencia de la misma sociedad, las clases dominantes eran absolutamente impermeables a la constatación científica de que no existen diferencias étnicas morales o intelectuales. No obstante esto, considerar “inferior” al nativo era una condición básica para el mantenimiento de una sociedad colonial. El gran poeta Rudyard Kipling (premio Nobel de literatura 1907) escribe estos versos, que sólo pueden comprenderse en un contexto dominado por la ideología del colonialismo: “Asumid la carga del hombre blanco. Enviad los mejores de vuestros hijos. Condenad vuestros hijos al exilio. Para que sirvan a vuestros cautivos. para que vigilen, enjaezados, a pueblos agitadores y salvajes pueblos casi indómitos, impacientes, mitad demonios, mitad niños”. La “responsabilidad” del hombre blanco era guiar a pueblos “inferiores”, que no podían manejarse solos, por su carácter “perverso e infantil”. Si bien el despliegue del imperialismo europeo comienza en el siglo XV, con los portugueses, Pérez Lindo señala que el proceso de mundialización se da plenamente a partir del siglo XVIII, con la Revolución Industrial. En efecto, el dominio europeo del 3 orbe se hace más imperioso a causa del desarrollo de una poderosa industria, que necesita colocar sus productos en mercados extranjeros, al mismo tiempo que obtener materias primas a bajo precio o por nada. Sin embargo, la conquista se hace en nombre de la “civilización” y el “progreso”, que se supone son características exclusivas de la cultura europea. El liberalismo económico, es decir, el capitalismo, unifica al mundo gracias a los cañones de los conquistadores. Una gran parte de los antiguos habitantes de América son masacrados, porque representan el “atraso” y la “barbarie”. Sin embargo, algunos autores, como el argentino Sebreli, han puesto de relieve los aportes positivos del colonialismo europeo. Señala Sebreli que no puede ponerse en duda la superioridad de las leyes, de la ciencia y de la organización social y política de los europeos. Para tomar un ejemplo, los ingleses terminaron con algunas prácticas ciertamente bárbaras, como la costumbre hindú de incinerar a la viuda junto con el cadáver de su marido. Quienes sostienen a ultranza el derecho de cada cultura a perpetuar sus costumbres difícilmente puedan justificar muchas prácticas que se llevan a cabo en países islámicos, el África Subsahariana y algunos países del Asia. La igualdad de los géneros es hoy un valor tan firmemente arraigado que resulta muy artificioso defender la discriminación que la mujer sufre en muchos países, bajo la excusa del respeto a las diferencias culturales. Los teóricos del capitalismo Adam Smith y David Ricardo, concibieron al mundo del siglo XVIII sobre todo como un gran mercado que podía ser unificado por el capital internacional. En el siglo siguiente Karl Marx (3), quien sostenía una filosofía política opuesta al capitalismo, pensaba, sin embargo, que la mundialización que se llevaba a cabo bajo el capitalismo era positiva, pues estaba creando, al lado del capitalismo internacional, una clase obrera mundial, que iba a llevar a cabo la revolución comunista, para terminar con la explotación de los trabajadores. Es en este contexto de mundialización que puede entenderse cabalmente el llamado con el que se cierra el Manifiesto Comunista, de 1848: “Proletarios del mundo, uníos”. La Globalización Se denomina globalización al proceso que completa la mundialización iniciada hace tres siglos. Este período abarca aproximadamente los últimos 50 años, y presenta ciertas características especiales: 1) coincide con el auge del movimiento denominado “posmodernismo”;2) la civilización “posindustrial” o civilización de la información; 3) la revolución de las comunicaciones; 4) el derrumbe del proyecto comunista (por ello la caída del muro de Berlín marca el triunfo definitivo de la globalización); 5) el consecuente triunfal resurgimiento del capitalismo, ahora denominado “neoliberalismo”; 6) el paso de un mundo estado-céntrico a otro en donde el poder ha pasado a los grandes organismos financieros, las ONG, las mafias, las iglesias, el narcotráfico. Gracias a la conexión mundial por la televisión e Internet el planeta se ha transformado en la “aldea global”, según la expresión de Mc Luhan. Los proyectos políticos tienden a parecerse cada vez más, en un mundo donde todos parecen forzados a seguir la misma vía, marcada por el “pensamiento único”, esto es, la filosofía neoliberal. En este último punto se han dado algunos cambios en los últimos años, a los que nos referiremos cuando hablemos del neoliberalismo. Los Superestados La Unión Europea Como una consecuencia más de la globalización se está imponiendo en el mundo la tendencia a la constitución de grandes bloques de naciones, proceso en el cual 4 cada país resigna una parte de su soberanía en beneficio del comercio, la paz y el progreso común. Esta tendencia es de signo opuesto al nacionalismo que imperó en el siglo XIX y gran parte del siglo XX. En realidad, en aquellos momentos el nacionalismo tuvo un papel muy importante, como, por ejemplo, a comienzos del siglo XIX , al facilitar la independencia americana; a mediados de ese siglo, permitiendo consolidarse naciones como Italia y Alemania; y, a mediados del siglo XX, en las luchas que llevaron a la independencia a muchos países africanos y asiáticos. Pero, por otro lado, el nacionalismo tiene su lado negativo, pues fomenta la guerra, con su exaltación de las virtudes heroicas y el amor por la patria. De hecho, la recién constituida Alemania utilizó su fervor nacionalista en tres guerras devastadoras en menos de un siglo. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Francia y Alemania, las grandes rivales del pasado, lideraron un proceso que debía llevar a la constitución del Mercado Común Europeo. Formada en un principio por seis países, hoy la Unión Europea comprende 25 países, con 460 millones de habitantes, y es el primer bloque económico del planeta. Una moneda única, el euro, y un Parlamento Europeo, son los primeros pasos para formar efectivamente un superestado, una futura única nación que deje atrás las infinitas disputas nacionalistas del pasado. El Mercosur El Mercosur es un bloque comercial cuyos propósitos son promover el libre intercambio y movimiento de bienes, personas y capital entre sus países miembros y asociados, así como avanzar hacia una mayor integración política y cultural entre sus partes. Los estados miembros son Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Venezuela, que firmó un acta de adhesión en junio de 2006, aún está esperando que el senado brasileño apruebe dicha solicitud. Como estados asociados están Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú. El proceso de creación del Mercosur se puso en marcha el 30 de noviembre de 1985, fecha de la Declaración de Foz de Iguazú. Su existencia como persona jurídica de Derecho Internacional data de diciembre de 1994, con la firma del protocolo de Ouro Preto, que establece un arancel externo común. Desde 1999 el Mercosur es una zona libre de aranceles internos, con la excepción del azúcar y del sector automotriz. La Unión Aduanera todavía se encuentra en construcción. El Mercosur es el mayor productor de alimentos del mundo. Quizás su mayor inconveniente radica en la tremenda disparidad entre los socios. El 75 % del producto bruto interno del Mercosur corresponde a Brasil. Argentina reúne el 21 %, y entre Uruguay y Paraguay apenas alcanzan al 4 %. Por ello, en diversas ocasiones estos dos últimos países han reclamado un trato igualitario, ya que, según alegan, muchas decisiones son acordadas sólo entre Brasil y Argentina. La Comunidad Sudamericana El objetivo final del movimiento puesto en marcha en Foz de Iguazú en el año 1985, es la integración de los países actualmente asociados al Mercosur como miembros plenos de esta organización, lo que la transformaría en una verdadera Comunidad Sudamericana. El viejo sueño de Bolívar y San Martín, la patria grande sudamericana, también está en vías de constitución. Este es un proceso que tuvo múltiples reveses en el pasado. El saludable patriotismo que nos dio la libertad, pronto se transformó en un nacionalismo enfermizo, que nos hizo ver a nuestros vecinos como enemigos, fomentó la carrera armamentista y contribuyó al atraso general de la región. La Comunidad Sudamericana es hoy una posibilidad firme, motorizada por los tres países líderes de la región. Cada uno de ellos es particularmente sólido en un área 5 económica: la Argentina, en alimentos, Brasil en la industria, y Venezuela, en la energía. Los líderes de la región presentan, además, coincidencias ideológicas muy fuertes: tienen una actitud crítica hacia el “pensamiento único” (liberalismo) y hacia las pretensiones hegemónicas de Estados Unidos, potencia que pretendía encolumnar a todo el continente bajo el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) , alianza que habría devastado la industria de la región y profundizado las desigualdades sociales. Por supuesto, el proceso de unificación regional no dejará de tener grandes dificultades. La posición de Venezuela, de un fuerte enfrentamiento con los Estados Unidos, ha causado cierta tensión en el área, donde hay algunos países muy próximos a esa potencia, como Colombia y Perú, y otros que, como Brasil, tienen una actitud más pragmática que principista, y temen que las actitudes radicales de Hugo Chávez perjudiquen al comercio exterior de la región. Esta es una de las causas por las cuales el Senado brasileño aún no aprobó la incorporación de Venezuela al Mercosur. Otro dato positivo para la unión de Sudamérica es la creación del Banco del Sur, a fines de 2007. Este banco está respaldado por Venezuela, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Ecuador. Su capital inicial es de 7.000 millones de dólares, y tiene por finalidad liberar al área de los préstamos de entidades como el FMI. Obsérvese que los países que están todavía fuera de este emprendimiento son los más próximos políticamente a los Estados Unidos: Perú, Colombia y Chile. Enumeraremos los aspectos positivos y negativos más notorios que presenta la conformación de una zona de integración sudamericana. Aspectos positivos 1) La Comunidad Sudamericana será el segundo bloque en extensión del mundo, con más de 17 millones de kilómetros cuadrados de superficie. 2) Su población es de unos 370 millones de habitantes. 3) Tiene ocho millones de kilómetros cuadrados de bosques. 4) Será el tercer bloque económico mundial, después de la Unión Europea y el Nafta (tratado de libre comercio de Estados Unidos, Canadá y México). 5) Será el primer exportador y productor de alimentos y poseerá el 27 % del agua dulce del mundo. Aspectos Negativos 1) Hay 160 millones de pobres y 95 millones de indigentes (éstos últimos viven con un dólar por día). Tenemos, entonces, dos tercios de la población fuera de la sociedad de consumo. 2) Sólo un tercio de la población pertenece a la clase media y alta, y por lo tanto tiene capacidad consumidora. 3) El comercio bilateral entre el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones (CAN), que, junto con Chile, integrarán la CS, es todavía bajo. La Reunión de Cancún A fines de febrero de 2010 se llevó a cabo la Reunión de Cancún, destinada a sentar las bases para la constitución de una entidad que nuclee a todo Latinoamérica y el Caribe, dejando fuera a Estados Unidos y Canadá. A mediados de 2011 se llevará a cabo una reunión en Caracas, en la que serán definidos los estatutos de la entidad, que estará conformadapor los 33 países de la región, y que podría llamarse Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Algunos son partidarios de sustituir a la OEA por esta nueva asociación, mientras otros propician mantener 6 ambas entidades. Cuba, que sostiene la primera posición, señaló que la OEA fue siempre un instrumento de los intereses norteamericanos. En la reunión de Cancún se prestó un decidido respaldo a los reclamos argentinos sobre las islas Malvinas. Consecuencias no deseadas de la Globalización El fenómeno más destacado del proceso de globalización es el siguiente: la economía, fenómeno básico que condiciona la vida de todos los pueblos, está dirigida por unas pocas entidades financieras mundiales, ubicadas casi todas en Estados Unidos. El FMI y el Banco Mundial prestan dinero a países y empresas, y también dirigen su política, con los “consejos” que dan sus expertos, y que son seguidos con más diligencia que las órdenes de los virreyes de los antiguos imperios. Algunos resisten tenazmente a esta globalización, refugiándose en fundamentalismos religiosos o políticos, como Afganistán o Irán. Otros antiguos resistentes van adaptando sus ideologías a los nuevos tiempos, como China. Algunas culturas, como la de la India, comienzan a sufrir los peores efectos de la globalización, vehículo de la rapacidad de las grandes empresas. El siguiente es un testimonio de una economista de la India, y destacada defensora de los derechos de la mujer: Globalización y Pobreza por Vandana Shiva En los últimos tiempos se ha producido una verdadera epidemia de suicidios entre los campesinos del Punjab. Esta región agrícola fue alguna vez la más próspera de la India. Hoy, los campesinos están desesperados y endeudados. Los árboles han dejado de dar frutos debido a que el fuerte uso de pesticidas ha matado a los polinizadores, las abejas y las mariposas. El Punjab no está solo en esta experiencia de desastre ecológico y social. En Andhra Pradesh también los campesinos se están suicidando. Agricultores que tradicionalmente cultivaban legumbres, mijo y arroz, han sido inducidos por las compañías semilleras a comprar semillas híbridas de algodón, llamadas por los vendedores “oro blanco”, que supuestamente los harían millonarios. Al contrario, los campesinos se transformaron en mendigos. Sus semillas nativas habían sido desplazadas por nuevos híbridos que no podían ser almacenados y debían ser comprados cada año a un alto costo. Los híbridos eran también muy vulnerables a los ataques de las plagas. Los gastos en pesticidas en la región se incrementaron en un 2000 % de 1980 a 1997. Ahora los campesinos están usando esos pesticidas para suicidarse, pues no pueden pagar sus deudas. Las corporaciones están introduciendo semillas con ingeniería genética que aumentarán aún más los costos y riesgos ecológicos. De hecho, las nuevas plantaciones consumen mucha más agua que los cultivos tradicionales, que desvían de regiones áridas, ocasionando la ruina de los pequeños sembradíos locales. Estas experiencias nos enseñan los peligros de la economía global. Lo que se hace a los pobres en nombre de la globalización es brutal e imperdonable. Esto es especialmente notable en la India, donde presenciamos los desastres ocasionados por la globalización en la alimentación y en la agricultura. ¿Quiénes alimentan al mundo?. No las grandes empresas multinacionales, sino las mujeres y los pequeños campesinos que trabajan con la biodiversidad. La rica diversidad y los sistemas sustentables de producción alimenticia están siendo destruidos en nombre de la producción de alimentos en gran escala. Sin 7 embargo, con la destrucción de la diversidad desaparecen ricas fuentes de nutrición. Cuando se mide en términos de nutrientes por acre, y desde la perspectiva de la biodiversidad, la tan cacareada “alta productividad” de la agricultura industrial no implica mayor producción de alimentos. La productividad usualmente se refiere a la producción de un único cultivo. Sin embargo, la multiplicidad de cultivos implica una mayor cantidad de alimentos. Los campesinos mayas de Chiapas, en México, son caracterizados como no productivos porque rinden sólo dos toneladas de maíz por acre. Sin embargo, la producción de alimentos completa es de 20 toneladas por acre cuando se consideran también sus frijoles, calabacitas y árboles frutales. En Java pequeños agricultores cultivan 607 especies en los jardines de sus casas. En el África subsahariana las mujeres cultivan 120 diferentes plantas. En Tailandia cada pequeña plantación hogareña consta de unas 230 especies. Un estudio en Nigeria reveló que las huertas hogareñas ocupan sólo el 2 % de la tierra cultivable, pero equivalen a la mitad de la producción agrícola total. En Indonesia el 20 % del ingreso de la familia y el 40 % de la provisión de alimentos domésticos proviene de huertos hogareños administrados por las mujeres. Investigaciones hechas por la FAO demuestran que las pequeñas haciendas dedicadas a la biodiversidad pueden producir muchas veces más alimentos que los grandes cultivos industriales, y que la diversidad, además de producir más alimentos, es la mejor estrategia para prevenir la sequía y la desertificación. Lo que necesita el mundo para alimentar a una población creciente de modo sustentable es intensificar la biodiversidad, no el uso de productos químicos o de la ingeniería genética. Sin embargo, las grandes empresas pregonan que sin la ingeniería genética y la globalización de la agricultura el mundo perecerá de hambre. El modo más eficiente de conducir a la destrucción de la naturaleza, de las economías locales y de los pequeños productores autónomos, es negar su existencia. Las mujeres que producen para sus familias y comunidades son consideradas en las estadísticas como “no productivas” o “económicamente no activas”. La devaluación del trabajo de las mujeres y del realizado en general en las economías sustentables es el resultado natural de un sistema construido por el patriarcado capitalista. Así la globalización destruye a las economías locales y esa destrucción es llamada “crecimiento”. Ya que muchas mujeres trabajan en comunidades rurales e indígenas en forma ecológica, su trabajo es a menudo contradictorio con las orientaciones del “desarrollo del mercado” y con las políticas comerciales. Ello implica una actitud de desprecio por la vida y por los sistemas que sustentan la vida. Por ello decimos que la ingeniería genética de los alimentos y la globalización del comercio en la agricultura son recetas para romper el equilibrio de la naturaleza y traer el hambre, no para alimentar a las masas. La prueba de estas afirmaciones las tenemos en la India, donde los campesinos se endeudan y son impulsados al suicidio. Esto ocurre porque las grandes corporaciones han llegado a regiones donde los campesinos siempre habían sido autosuficientes en su agricultura, de carácter biodiverso y sustentable. A los campesinos de todas partes se les ha estado pagando por la misma mercancía una fracción de lo que recibían hace una década. El Sindicato Nacional de Agricultores del Canadá lo señala de la siguiente manera: “Mientras los agricultores que siembran granos obtienen retornos negativos y son empujados al borde de la bancarrota, las compañías que elaboran cereales para el desayuno obtienen grandes ganancias. En los últimos años, compañías cerealeras como Kellog’s, Quaker y General Mills gozaron retornos equivalentes a tasas del 56 %, 165 % y 222 % respectivamente. El maíz por el que pagaban un dólar al productor, lo vendían a 30 8 hecho cornflakes. Quizás los agricultores recibían poco porque otros ganaban demasiado, mientras los consumidores pagaban altos precios. En la India, por ejemplo, mientras los campesinos no ganan para vivir, los precios de los alimentos se han duplicado de un año para el otro. En el capitalismo globalizado,quienes no trabajan son los que más ganan. Para lograr una economía sustentable en el nuevo milenio es necesario que se salga de los monocultivos y los monopolios, de la apropiación y la desposesión, y se vire hacia la diversidad y la descentralización, el respeto a los hombres y a la naturaleza. La globalización económica ha llegado a ser una guerra contra la naturaleza y contra los pobres. Debemos salirnos del totalitarismo del mercado y construir una democracia de la tierra. Podremos sobrevivir como especie sólo si vivimos bajo las normas de la biosfera. La biosfera puede nutrir a todos, si la economía global respeta los límites de la sustentabilidad y de la justicia. Dijo Gandhi:” la tierra tiene bastante para las necesidades de todos, pero no para la avaricia de algunos”.- Algunas Claves de la Situación Actual Para comprender la situación actual necesitamos hacer una breve revisión de los hechos ocio-económicos más salientes del siglo XX. A comienzos del siglo pasado Europa Occidental y los Estados Unidos dominaban económica y militarmente casi todo el planeta. Japón seguía su camino solitario de modernización en un continente colonizado, y el liberalismo (4) asumía la forma de capitalismo salvaje. Los trabajadores carecían de derechos. Las organizaciones gremiales estaban prohibidas, y las huelgas y otros movimientos de resistencia eran reprimidos violentamente por la policía y el ejército. Pero la reacción de los oprimidos había ido gestándose lentamente a través de las Internacionales, congresos que los partidos obreros clandestinos llevaron a cabo en 1865, en Londres, bajo la dirección de Karl Marx, y en 1889, en París. Aunque estas reuniones se caracterizaron por la desunión típica de los activistas de izquierda –en la Primera Internacional desertaron los anarquistas, y en la segunda los socialistas reformistas- de todas maneras se fue creando la conciencia de que los derechos del trabajador debían ser reconocidos como parte de los derechos humanos en general, y poco a poco el capitalismo fue perdiendo su carácter “salvaje”, a medida que el Estado comenzó a intervenir para impedir que siguiera abriéndose el abismo entre los poseedores de la riqueza y los trabajadores. Este proceso se aceleró a partir de 1917, con el triunfo de la Revolución comunista en Rusia. Medio siglo antes Marx había proclamado que un “fantasma” recorría Europa, un fantasma que hacía erizar los cabellos de los ricos. Ese espectro ahora se había convertido en un peligro real: la abolición de la propiedad privada. Las potencias capitalistas invadieron Rusia, en auxilio de los anticomunistas, y una feroz carnicería tuvo lugar entre los ejércitos “rojos” y los ejércitos “blancos” entre 1918 y 1921. Terminada la guerra con el triunfo de los rojos (bolcheviques, o comunistas), Lenin apenas pudo ejecutar parcialmente su programa de socialización de la economía, en un país que había quedado devastado. Por aquella época nació la URSS (Unión de las Repúblicas Soviéticas Socialistas), que agrupaba a la República Rusa, con 17 millones de kilómetros cuadrados, y a otras 14 repúblicas, que agregaron cinco millones de kilómetros más, para conformar el país más grande del planeta. Cada una de estas repúblicas tenía un presidente y –teóricamente al menos– la facultad de separarse de la federación si así lo deseaba. En la práctica, el conjunto era dominado férreamente 9 por el presidente de la URSS, que era, a la vez, presidente del todopoderoso Partido Comunista. A la muerte de Lenin, en 1924, el sucesor lógico parecía ser León Trotzky, por su altura intelectual y su papel durante la revolución y la guerra civil, pero fue desplazado por un oscuro luchador, José Stalin. Bajo su régimen, que duró tres décadas, la URSS se convirtió en una potencia industrial , económica y militar. El triunfo de la URSS sobre Alemania en la Segunda Guerra Mundial, afianzó el papel de líder absoluto por parte de Stalin. Según los trotzkistas, Stalin traicionó a la revolución comunista. En primer lugar, en la URSS no se instauró un régimen verdaderamente comunista, sino una dictadura unipersonal. Por otro lado, Stalin se dedicó a fortalecer a la “Madre Rusia”, en lugar de propagar la revolución por el mundo entero, de acuerdo al programa original del marxismo. Apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, comenzaron los enfrentamientos entre el bloque capitalista y el comunista, que se había fortalecido con la incorporación de los países de Europa Oriental liberados de la ocupación nazi por el ejército rojo. La guerra fría tuvo en vilo a la humanidad durante décadas, ante la certeza de que una nueva conflagración podría ser la última, a causa del terrible potencial de destrucción del arsenal nuclear almacenado por ambos bandos. Paralelamente a este enfrentamiento, las clases trabajadoras vivían un período de excepcional bonanza. Partidos populistas y socialistas llegaron al poder en Latinoamérica y en Europa. Incluso en Estados Unidos los moderados demócratas iniciaron una política de reformas que frenaron la voracidad capitalista. Las clases medias se expandieron por todas partes y se reconocieron los derechos del trabajador. La irrupción del peronismo a mediados de siglo no fue un hecho aislado. También en Inglaterra un gobierno laborista llegaba para defender a los eternos postergados: mineros, obreros fabriles, pequeños empleados. Es probable que el fantasma tan temido haya sugerido a los poderosos que era preferible ceder un poco antes que perderlo todo. Los partidos comunistas del mundo repetían obedientemente las consignas de Stalin, que pintaban a la URSS como un “paraíso de los trabajadores”, mientras la propaganda norteamericana la describía como el “infierno rojo”, que trataba de devorar al “mundo libre”. En medio de ese panorama esquizofrénico algunos líderes, como Nasser, en Egipto, Nehru en la India y Perón, en Argentina, ensayaban la “Tercera Vía”, que intentaba realizar una síntesis superadora de la oposición capitalismo- comunismo. El derrumbe del mundo socialista Probablemente los orígenes del desastre que habrían de sepultar al régimen comunista están en el XXº Congreso del Partido Comunista, celebrado en Moscú en 1956. Allí el nuevo hombre fuerte de la URSS, Nikita Jruschov, denunció a Stalin como a un genocida. Ya no era más el salvador de la patria, sino un verdugo y un incompetente, tanto en materia militar como económica. A él se debían todos los males del país. En aquel tiempo ser comunista era como profesar una religión, en la que, coherentemente, nada se ponía en duda. Una revisión tan profunda del dogma no podía hacerse sin poner en peligro la unidad del campo comunista. La “desestalinización” enemistó a los dos gigantes rojos, China y la URSS, y provocó un movimiento de cambio que ocasionó múltiples crisis en los países comunistas y el alejamiento de la órbita soviética por parte de muchos partidos comunistas. Nació el “eurocomunismo”. Importantes partidos comunistas europeos, como el italiano y el francés, abandonaron principios fundamentales del marxismo, como la revolución y la dictadura del 10 proletariado. Conatos de liberación sacudieron a Hungría, Alemania Oriental y Checoslovaquia. La revolución cubana reverdeció los laureles de la lucha comunista durante los años 60. La figura del argentino Che Guevara inspiró a revolucionarios de todas las latitudes, y una oleada de movimientos libertarios sacudió el mundo. Los países africanos conquistaban su independencia, mientras los estudiantes de todos los continentes manifestaban sus sueños de un mundo mejor. Este movimiento alcanzó su clímax en París, en mayo de 1968. A partir de allí, en algún momento, imperceptiblemente, el péndulo de la historia comenzó a moverse hacia la derecha. La propaganda ya no podía ocultar los fracasos de la economía en el bloque comunista. La revolución, que debía acabar con las clases sociales,había producido una nueva clase privilegiada, integrada por burócratas, tecnócratas, intelectuales y artistas oficialistas que gozaban de grandes ventajas en materia de salarios, viviendas, viajes al extranjero, etc. El descontento creció entre los trabajadores, cuya productividad se fue haciendo cada vez más baja. La URSS debía importar alimentos y soportar la pesada carga de una ruinosa competencia militar con los EUA, además de sostener económicamente a numerosos países aliados, como Cuba. En los años 80 comienzan a imponerse los partidos de derecha en el mundo capitalista. Los casos más conocidos por nosotros: el republicano Ronald Reagan en Estados Unidos, y la conservadora Margareth Thatcher en Gran Bretaña. En Latinoamérica, las dictaduras militares van dejando paso a los regímenes civiles, pero ya la tarea está cumplida. Las organizaciones revolucionarias han sido destruidas y el aparato económico está controlado férreamente por los centros de decisión del capitalismo mundial. En 1985, el proceso de liquidación de las utopías llega a la URSS de la mano de Mijail Gorbachov. Poco a poco, el régimen va permitiendo el disenso interno, hasta aceptar, en 1990, la existencia de otros partidos. La renuncia del Partido Comunista al monopolio del poder es el más duro golpe que puede aplicarse, ya no al estalinismo, sino al mismo marxismo. Aprovechando la apertura política, los países de la órbita soviética comienzan a independizarse y algunos, como Hungría, toman rápidamente la vía del capitalismo. Llegamos a la histórica fecha del 19 de agosto de 1991. Ese día se produce un golpe de Estado, impulsado por el Partido Comunista y las fuerzas armadas. Se intenta restaurar la dictadura del partido e impedir el regreso del capitalismo. Gorbachov se resiste a participar y es tomado prisionero. Boris Yeltsin, quien había sido elegido presidente de Rusia en los primeros comicios democráticos realizados desde 1917, encabeza la resistencia al golpe, y asume la contraofensiva, que llevará a la ruina del Partido Comunista, cuyas propiedades son confiscadas. Gorbachov, que ha perdido poder como presidente de la URSS, ante la actitud independentista de Rusia, y cuyo cargo como jefe del Partido Comunista se ha convertido ahora en un baldón, debe renunciar. Su actitud precipita la disolución de la URSS. Pronto todos los países del bloque emprenden la vía capitalista. Su incorporación al FMI es la confirmación oficial del abandono definitivo de los principios de la revolución de 1917. En el campo político tenemos hoy una gran uniformidad, nunca vista antes en el pasado. Los países centrales (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón) acumulan casi toda la riqueza del planeta. La vía capitalista, que implica el acatamiento a las directivas del FMI, es seguida por todas partes, salvo en pequeños enclaves aislados, como Cuba. Sólo muy recientemente ha comenzado a gestarse un movimiento de resistencia semejante al de los años 50, liderado por países como Argentina, Brasil y Venezuela. 11 Los medios de comunicación han experimentado en los últimos años una expansión sin precedentes. La popularización de la computadora personal, y posteriormente de Internet, han transformado al mundo en una verdadera aldea, en la que todos están en contacto, todos parecen pensar lo mismo y querer una sola cosa: consumir. El neoliberalismo se ha impuesto como el Pensamiento Unico. Implica un capitalismo en vías de retornar a su pasado “salvaje”. Las clases trabajadoras pierden cada vez más terreno. Los derechos obtenidos duramente en un siglo de luchas se van esfumando, uno tras otro. Los mercados financieros dictan sus leyes a los países. La globalización implica un nuevo orden mundial, establecido por la política neoliberal de privatizaciones que han hecho retroceder a las fuerzas sociales y están a punto de hacer desaparecer al Estado Benefactor, al servicio de los ciudadanos, en especial de los más desprotegidos. Hoy el Estado está al servicio de la Empresa y del interés privado. Políticos de las más diversas procedencias muestran una sorprendente coincidencia en materia económica. Su mensaje es más o menos el siguiente: hay que conformarse con lo que tenemos; podríamos estar peor; el bienestar de la empresa es el bienestar del empleado; si el patrón puede pagar menos y echar sin indemnización a sus trabajadores va a estar más dispuesto a contratar personal, etc., etc. ¿Dónde está el “fantasma”, ahora que se lo necesita? Perdido todo temor, el capitalismo pierde también la vergüenza y el sentido de los límites. Se compran o alquilan bosques, se corta la luz a los hospitales públicos, se alquilan países “en desarrollo” para enterrar basura radioactiva de los países “desarrollados”. En su libro “Patas Arriba”, dice Eduardo Galeano: “El Fondo Monetario se llama Internacional, como el Banco se llama Mundial, pero estos hermanos gemelos viven, cobran y deciden en Washington; y la numerosa tecnocracia jamás escupe el plato donde come. Aunque Estados Unidos es, por lejos, el país con más deudas en el mundo, nadie le dicta desde afuera la orden de poner bandera de remate a la Casa Blanca (...) En cambio, los países del sur del mundo, que entregan 250.000 dólares por minuto en servidumbre de deuda, son países cautivos, y los acreedores les descuartizan la soberanía, como descuartizaban a sus deudores plebeyos, en la plaza pública, los patricios romanos de otros tiempos imperiales. Por mucho que esos países paguen, no hay manera de calmar la sed de la gran vasija agujereada que es la deuda externa. Cuanto más pagan, más deben; y cuanto más deben, más obligados están a obedecer la orden de desmantelar el estado, hipotecar la independencia política y enajenar la economía nacional”. Hace ya una década, el presidente del FMI, Michel Camdessus, declaró: “El Estado no debe dar órdenes a los bancos”. Traducido, eso significa: “Son los bancos quienes deben dar órdenes al Estado”. Poco tiempo después, el banquero alemán Hans Tietmeyer, presidente del Bundesbank, señaló: “Los mercados financieros desempeñarán, cada vez más, el papel de gendarmes. Los políticos deben comprender que, desde ahora, están bajo el control de los mercados financieros”. La Ascensión de China Como ocurriera con Japón y con los países del nordeste asiático recientemente industrializados, China vivió en el lapso de los últimos veinticinco años una dinámica de crecimiento que la convirtió en uno de los actores centrales de la economía mundial. Actualmente, el país se está volviendo el polo estructurador de una red de intercambios regionales. 12 Esta transformación es un desmentido al etnocentrismo occidental, según el cual determinismos culturales impedirían para siempre que Oriente accediera a una modernidad que desde la Revolución Industrial se ha concebido como una singularidad occidental. Por otra parte, desde hace años, la magnitud de los cambios allí experimentados despierta en Occidente interrogantes e inquietudes que giran sobre el eventual desplazamiento del centro de la economía mundial a Asia, y una posterior reconfiguración de los grandes equilibrios internacionales. Así, New York Times Magazine se preguntaba ya a fines del siglo XX si el siglo XXI sería un “siglo chino”. De hecho, la transición china, desde la periferia de la economía mundial al centro, ya está en marcha. Suponiendo que la dinámica de crecimiento se mantenga sin mayores rupturas sociales o políticas, China se convertirá en el curso del siglo en el actor preponderante del sistema económico y financiero internacional. Probablemente este cambio de liderazgo en la economía mundial se produzca antes de lo que se esperaba. La crisis económica actual, según Le Monde Diplomatique, pareciera augurar el principio del fin de la hegemonía económica y financiera de Occidente. Según Ignacio Ramonet, la crisis económica financiera internacional, desencadenada por la caída del mercadoinmobiliario en Estados Unidos, es de tal gravedad que respetados especialistas nada sospechosos de anticapitalismo, como Jacques Attali, predicen que conduce a un crack, a una crisis igual o peor que la de 1929. Otros, más numerosos, son más cautos, pero todos coinciden en que la actual crisis se hará sentir muy duramente, transfiriéndose del sector financiero a la economía real. Dice Ramonet: “Esta crisis marca el fin de un modelo: el de los sesenta años de supremacía del dólar y de una economía basada en el consumo estadounidense. Su salida reside en la capacidad de las economías asiáticas para relevar el motor estadounidense. Se trataría entonces de una nueva manifestación de la decadencia de Occidente, que presagia quizás el próximo desplazamiento del centro de la economía mundial, desde Estados Unidos a China. La creciente importancia mundial de la economía china halla sus lejanos orígenes en la posición que Asia ocupaba en el sistema mundial antes de la fractura “Norte-Sur” y de la aparición de los “terceros mundos”; fractura inducida por la Revolución Industrial y la colonización. En una perspectiva de largo plazo, China, como toda Asia, estaría reencontrándose con su historia precolonial y volviendo a ocupar el lugar que tenía antes de 1800, cuando era uno el centro de la economía mundial y la primera potencia manufacturera del planeta. Entonces constituía el nucleo de una densa red de intercambios regionales, establecida varios siglos antes, cuando Asia era la principal zona de producción y ganancias en todo el mundo. Ya en 1776, Adam Smith escribía que “China es un país mucho más rico que todos los de Europa”, realidad que los jesuitas conocían desde mucho antes. Por su parte, el padre Jean Baptiste du Halde notaba en 1735 que el floreciente Imperio Chino registraba un comercio interno incomparablemente superior al de Europa. Cien años más tarde, instalada en su nueva posición dominante, Europa creyó descubrir Asia como un continente inmóvil, encerrado para siempre en la premodernizad. Los filósofos alemanes, entre ellos Hegel, imaginaban a China como un mundo cerrado y cíclico. Para Renan, la “raza china” era una “raza de obreros de una destreza manual maravillosa, prácticamente sin sentimiento del honor”. Sugería gobernarla “con justicia, para obtener de ella una buena dote en beneficio de la raza conquistadora” (Ernest Renan, La Réforme Intellectuelle et Morale, París, 1871). Antes de 1800 los intercambios comerciales entre chinos, indios, japoneses, siameses, javaneses y árabes superaban en mucho a los intercambios intraeuropeos, y el nivel de conocimientos científicos y técnicos de estos pueblos era elevado. En términos 13 tecnológicos China se encontraba muy por encima de Europa. Ese avance se confirmaba en sectores como la producción de hierro y acero, los relojes mecánicos, los puentes colgantes, las armas de fuego y los sistemas para perforaciones profundas. Por lo tanto, no es de extrañar que Asia haya ocupado un lugar preponderante en la economía manufacturera mundial de entonces. Según las estimaciones del historiador Paul Bairoch, en 1750 la parte relativa de la producción manufacturera de China (país que contaba con 207 millones de habitantes) era del 32,8 %, mientras que la de Europa (130 millones de habitantes) alcanzaba al 23,2 %. La producción de China sumada a la de la India representaban el 57,3 % del total mundial de entonces. Y si a eso se agregan las partes correspondientes a los países del sudeste asiático, de Persia y del Imperio Otomano, la producción de Asia representaba cerca del 70 % del total mundial. Ese continente ejercía un particular dominio en la producción de textiles finos (telas de algodón y sedas, indias y chinas), sector que posteriormente se convertiría en la industria más importante –globalizada- de la Revolución Industrial europea. En 1759 el Producto Nacional Bruto por habitante en China llegaba a 228 dólares, contra 150 dólares en Europa. En 1750 Asia, que poseía el 66 % de la población mundial, producía alrededor del 80 % de las riquezas del mundo. En síntesis, China e India eran las dos regiones centrales de la economía mundial. La posición competitiva de India obedecía a su productividad relativa y absoluta en el sector de textiles y a su dominio del mercado mundial de las telas de algodón, mientras que la de China se desprendía de su productividad, mayor aún, en el terreno industrial, agrícola, de transporte fluvial y en el ámbito del comercio. La Colonización. Todos estos elementos ponen en tela de juicio la idea de que la era occidental habría comenzado en 1500, con el “descubrimiento” y la colonización de América. En realidad, la división fundamental del mundo se produciría más tarde, en el siglo XIX, con la aceleración de la Revolución Industrial y la expansión colonial, cuando la dominación global europea generó la “desindustrialización” de Asia, es decir, la desaparición –casi total en el caso de la India y parcial en el de la China- de sus manufacturas artesanales durante el siglo XIX. Esta desindustrialización resultaba de un doble mecanismo. En primer lugar, del avance que Europa había logrado en el nivel técnico. La mecanización permitía importantes aumentos de la productividad, y por lo tanto un crecimiento explosivo de las manufacturas, cuyo costo de producción disminuía permanentemente. Por otra parte, la desindustrialización asiática se debió a la desigualdad en los términos de intercambio impuestos de forma coercitiva por las metrópolis coloniales: la competencia de los productos europeos en los mercados de India y China se realizaban en el marco de un “libre cambio” que no era para nada libre, ya que las colonias estaban obligadas a abrir unilateralmente sus fronteras a los productos europeos, sin contrapartida. Eso explica que India, primera productora de telas de algodón hasta 1800, viera destruida su industria textil en muy poco tiempo. A fines del siglo XIX el país se convirtió en exportador neto de algodón en bruto y en importador de casi todas sus necesidades de productos textiles. Entre las trágicas consecuencias humanas de la transformación del país en exportador de bienes primarios, cabe recordar las devastadoras hambrunas originadas en la sustitución de los cultivos alimenticios por plantaciones de algodón, sin olvidar la baja en el nivel de vida de la población. En cuanto a China, a la que Gran Bretaña y Francia impusieron –por medio de las dos guerras del opio (1839-1842 y 1856-1858)- el consumo del opio producido en la India, tuvo que aceptar tratados asimétricos y sufrió la desindustrialización parcial de su industria siderúrgica. 14 De allí se deriva la creación de los “terceros mundos”, la divergencia siempre creciente a lo largo del siglo entre países colonizados y colonizadores. En 1800 China e India sumadas producían el 53 % de las manufacturas mundiales; en 1900, el 7,9 %. Los dos únicos países que escaparon a la colonización fueron Japón y el reino de Siam. Gracias a la Restauración Meiji en 1868 y a la creación de un Estado dirigista fuerte, Japón sería el único país no occidental en alcanzar su meta de industrialización y de modernización en el siglo XIX. Allí están los orígenes del éxito japonés en la segunda mitad del siglo XX, a pesar de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Si bien la discontinuidad histórica es más prolongada en el caso de China, su trayectoria ascendente desde hace dos décadas está igualmente enraizada en la larga historia del país. Occidente, que durante mucho tiempo se acostumbró a ser el sujeto pensante de la historia ajena, deberá ahora repensar su propia historia, no ya como una excepción, sino como un momento circunscripto de la historia universal. El Posmodernismo Período premoderno Período moderno Período posmoderno Mundo teocéntrico Mundo antropocéntrico Mundo antropocéntrico Pensamiento mítico, Pensamientocientífico Regreso al pensamiento mágico y religioso. irracional No existe noción Creencia en el progreso No se cree en el progreso del progreso Objetivismo Relativismo Se llama “posmodernismo” al movimiento intelectual que se opone al “modernismo”. La Modernidad El “modernismo” es el tipo de pensamiento que rige en el período moderno, que comienza aproximadamente a mediados del siglo XV y se prolonga hasta nuestros días. El paso del mundo premoderno al moderno La edad que precede al período moderno está caracterizada por un rígido e inquebrantable sistema de clases sociales. El señor era el amo absoluto; el siervo era poco más que una simple parte de la propiedad de la tierra. El siervo disfrutaba sólo la “tenencia” de la tierra; la cultivaba a cambio de servicios que prestaba al señor, además le entregaba una parte de los productos obtenidos. En retribución, el señor protegía al siervo contra la depredación de otros señores. La Iglesia garantizaba con el dogma la inmovilidad de las creencias y de las relaciones socio-económicas. Este sistema llega a su ocaso por una confluencia de factores, entre los que se cuentan los siguientes: 1) El Renacimiento de las letras, las artes y las ciencias. Como su nombre lo indica, este período fue un luminoso resurgimiento de la cultura clásica greco-latina, con nuevas formas y matices propios. 2) Los grandes descubrimientos geográficos, que ensancharon el ámbito natural del progreso, abriendo nuevas rutas de comercio y de expansión política. 15 3) La reforma protestante, que quebrantó la autoridad central de la Iglesia romana, e indujo al hombre a buscar las grandes verdades por sí mismo, en lugar de acatar ciegamente los dictámenes de la autoridad papal. 4) La invención de la imprenta, que echó por tierra el virtual monopolio que los monasterios ejercían sobre el pensamiento y lo puso al alcance de la demanda popular. Más tarde, en el siglo XVIII, Diderot, Montesquieu, d’Alembert y otros pensadores incitan, en su Enciclopedia, a producir los cambios políticos necesarios para lograr una sociedad más libre, en donde el progreso del conocimiento no encuentre los obstáculos puestos hasta ese momento por los déspotas y fanáticos. La tierra cede a la fábrica y al comercio el primer puesto como fuente de riqueza. Así, la tierra es sustituida por el capital, la aristocracia por la burguesía. El burgués (originalmente, el habitante de la ciudad) es el típico hombre moderno. Las dos columnas de su fe son la ciencia y la libertad de comercio. Ambas son fuente del progreso de la humanidad, que aparece como un camino siempre ascendente, sin obstáculo alguno. En este sentido, los pensadores socialistas se parecen a sus rivales. Aunque por distintas vías, confían en que la humanidad se encamina hacia un futuro de continuo progreso. El paso del pensamiento moderno al posmoderno En el siglo XIX este sentimiento de optimismo y confianza en el futuro de la humanidad llega a su punto máximo. El siglo XX significará un tremendo desmentido del poder de la razón y la capacidad de progreso del género humano, con sus dos guerras mundiales, los genocidios, los regímenes totalitarios, y, en general, el resurgimiento de las prácticas más bárbaras e irracionales. Como consecuencia de este desengaño, a mediados del siglo se gesta una nueva corriente de pensamiento, el posmodernismo. Este movimiento es un signo más de la decadencia de una sociedad que ya no cree en su propio futuro. Jean-Francois Lyotard, en La Condición Posmoderna señala: “El término posmoderno designa un estado de la cultura. Son modernas las sociedades cuyos discursos sobre la verdad y la justicia se basan en grandes relatos históricos y científicos. La justicia y el bien están siempre en la gran odisea progresista. En la posmodernidad está ausente la legitimación de lo verdadero y de lo justo. Hay una crisis de los discursos del progreso”. Nótese que Lyotard emplea un lenguaje “posmoderno” para hablar del “posmodernismo”. Así, emplea los términos “discurso” o “relato”, allí donde un autor “moderno” habría empleado los vocablos “conocimiento” o “ciencia”. El posmodernismo es ante todo un relativismo. Niega la posibilidad de certeza, de seguridad apodíctica. Más aún, rechaza la objetividad. La verdad objetiva es sustituida por la hermenéutica, el arte de la interpretación. Para el posmoderno todo es “discurso”, y todo “discurso” tiene su valor y sus distintos “niveles de interpretación”. La línea epistemológica que va de Descartes a Kant plantea el problema del conocimiento, no en términos de igualitarismo hermenéutico, sino en términos de un “selectivismo” cognitivo. Todas las mentes son iguales, y pueden alcanzar la verdad objetiva y única, a condición de que empleen el método correcto y rechacen el condicionamiento cultural (creencias, prejuicios, tabúes, etc.). Los condicionamientos culturales, lo que Descartes llama “costumbres” era, para él, fuente del error. Esto es una abominación para el pensamiento posmoderno, y una especie de “colonialismo mental” por parte del europeo. Para el antropólogo posmoderno, entre el 16 mito que relata un polinesio y el discurso de un científico nuclear no hay diferencia en lo que hace a la “verdad objetiva”. No son más que “relatos” el uno y el otro. Descartes decía que hay muchas opiniones, pero no todas pueden ser verdaderas. Por ello es necesario establecer un criterio de la verdad, que para él radicaba en la evidencia. Verdadero es lo claro y distinto, que debe imponerse a cualquier mente atenta, sin importar las diferencias culturales. La teoría clásica dice que hay una forma correcta de conocer y una forma incorrecta. El posmodernismo se niega a aceptar esta distinción tajante. Vemos cómo este relativismo ha invadido la cultura popular, y se manifiesta en el lenguaje de los 90, como el existencialismo lo hacía en los 60. Sólo que ahora nos invade una sensación de superficialidad y banalidad insoportables. Ante determinada controversia se le pide a cada una de las partes que diga “su” verdad. Pareciera que ya no existe una verdad, sino múltiples, que el “hombre light” de esta sociedad puede acomodar a su conveniencia. Ya no se trata con la “realidad”, sino con “relatos”, y si cada relato tiene múltiples “lecturas”, muchas interpretaciones posibles, nadie tiene derecho a decir que una interpretación es la correcta. La diferencia entre la vieja epistemología, que busca una verdad única, y el posmodernismo, ha sido ilustrada por Rabinow (Retóricas de la Antropología) con una imagen. La primera es como un profesor severo, que en el examen final suspende a muchos y aprueba a unos pocos. El segundo, es un profesor con una conversación brillante, tolerante con el alumnado, que encuentra sentido a todas las opiniones, y finalmente aprueba a todos. Las principales características del posmodernismo son una gran oscuridad y subjetivismo, como resultado de una duda paralizante. Si todo el mundo está fragmentado y es multiforme, nada se parece a nada y nadie puede conocer a otro (o a sí mismo) ni comunicarse, ¿qué otra cosa puede hacer, sino expresar, en una prosa impenetrable, la ansiedad producida por esta situación?. Esto nos hace recordar un caso relatado por Gellner, el de una joven que hablaba interminablemente sobre lo difícil que le resultaba comunicarse En conclusión: el relativismo posmodernista es insostenible. Si todos los criterios son intrínseca e ineludiblemente expresiones de la cultura (del condicionamiento cultural) entonces ningún criterio puede aspirar a una validez universal. Nuestra situación es similar a la del período de decadencia griega. Un mundo de certezas y esperanzas se ha derrumbado. Seguramente, en algún momento renacerán los intentos de dar respuesta a las necesidades más profundas del hombre, surgirán nuevos valores y se forjarán otras ideologías. Historia delNeoliberalismo (1944-2010) Génesis del Neoliberalismo El liberalismo, como sabemos, propugnaba la libertad del individuo, pero especialmente la libertad de empresa, como la primera de todas las libertades. El Estado debía abstenerse de cualquier intento regulatorio de la economía. Sólo podía actuar como gendarme, reprimiendo a los huelguistas o a todo aquel que atentara, con sus ideas o con sus actos, contra lo que se consideraba como el pilar de la sociedad: la propiedad privada. El trabajador no tenía derecho ni protección de clase alguna. El Estado estaba al servicio del Capital. El siglo XIX vio crecer de manera espectacular las fortunas de empresarios y especuladores, mientras la gran mayoría vivía una existencia miserable, en el marco de regímenes falsamente democráticos. 17 El capitalismo, como señaló Adam Smith, tiene por motor al egoísmo y la codicia, principios que no conocen freno alguno. A largo plazo, el capitalismo es inviable sin contención estatal. En su voracidad, no conoce límites, y la propia especulación desenfrenada y la acumulación de bienes lo llevan a crisis cada vez más profundas. Así, la grave crisis de 1929 obligó a los gobiernos de los países avanzados a replantear la relación del Estado con el Capital. Franklin Delano Roosevelt, elegido presidente por el partido demócrata en 1932, estructuró una nueva política, el New Deal, consistente en un amplio programa de obras públicas, de estímulo a los agricultores y de recuperación industrial. Al amparo de una legislación protectora, los obreros se sindicalizaron y mejoraron sustancialmente sus condiciones de vida. Pronto la mayor parte de la población norteamericana estuvo ubicada dentro de la nueva “clase media”, fenómeno que se extendió a Europa y a los países avanzados de Latinoamérica, encabezados en aquella época por Argentina (8ª potencia mundial). Las nuevas y benignas condiciones socioeconómicas posibilitaron la creación del llamado “Estado de Bienestar”, que tuvo su primera concreción en Inglaterra, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, y luego se expandió al resto de Europa Occidental, en especial al norte del continente (países escandinavos, Alemania, Austria, Holanda, Bélgica y Suiza). Un aspecto importante del Estado de Bienestar era la política de “redistribucionismo”, es decir, el gravar con impuestos a las grandes fortunas, para volcar ese dinero a los servicios públicos. De esa manera, se logró salvar las desigualdades creadas por el capitalismo, sin recurrir a las expropiaciones de las fuentes de riqueza, como se hizo en los países comunistas. La corriente de pensamiento que postula el Estado de Bienestar ha sido denominada genéricamente “keynesianismo”, por uno de sus más grandes teóricos, el economista inglés John Maynard Keynes (1883-1946). Keynes sostenía que la política económica debía favorecer el crecimiento mediante la inversión pública, que acrecentaría la demanda. Sus teorías constituyen un análisis del estancamiento y crisis del capitalismo, y una serie de propuestas para superarlos en el marco del mismo sistema, en especial mediante el pleno empleo y el aumento de la inversión estatal en la economía. Keynes, contrariamente a lo que pensaban los liberales del siglo XIX, sostenía que no existen mecanismos de ajuste automático que permitan a la economía recuperarse de las recesiones. Dado que durante las recesiones hay una retracción de la inversión privada, sostenía que ésta debía ser compensada por el gasto público. Este Estado protector también tuvo sus expresiones en Latinoamérica, mezclado con algunos rasgos paternalistas y autoritarios, como en Perú con el A.P.R.A. de Haya de la Torre y en Argentina con el peronismo (esto es, el peronismo de la primera época, sobre todo entre 1946 y 1952). En las antípodas del primer gobierno peronista, Carlos Menem aplicó un plan económico neoliberal, apenas modificado por el efímero gobierno de la Alianza radical-frepasista, mientras que en los gobiernos de Duhalde, Kirchner y Cristina Fernández la gestión económica intentó retomar los principios de Keynes. En Europa, el Estado de Bienestar afianzó a la democracia, en Latinoamérica coqueteó con la dictadura. En general, el Estado de Bienestar criollo tenía metas semejantes a las del socialismo, pero se insistió en diferenciarlo de cualquier ideología de izquierda, propulsando la “tercera vía”, en teoría equidistante tanto del capitalismo como del comunismo, con fuerte énfasis en el nacionalismo y en los valores latinoamericanos. Aunque el liberalismo había sido salvado de la catástrofe merced a la intervención estatal, sus ideólogos estaban resentidos por las limitaciones impuestas al 18 desarrollo del capitalismo. La reacción vehemente contra el Estado intervencionista o de Bienestar se denomina neoliberalismo. Este movimiento replantea el viejo dogma de que la actividad económica sólo debe estar regida por las leyes del mercado: la competencia y el equilibrio entre la oferta y la demanda. Únicamente estos principios deben fijar los precios y los salarios. Cualquier intervención estatal distorsiona el mercado y frena a la economía. El Estado – sostienen- debe desprenderse de sus empresas y achicar su ineficiente burocracia. Todo aquello que sea rentable debe caer bajo la iniciativa privada. Aquello que no sea rentable... no tiene porqué existir. La Biblia del neoliberalismo es Camino a la Servidumbre, escrita en 1944 por el austríaco Friedrich Hayek, quien obtendría más tarde el premio Nobel de economía. En esta obra ataca duramente al partido Laborista inglés, por su plataforma electoral para las elecciones de 1945, elecciones en las que este partido se impuso. La propuesta laborista consistía en instalar definitivamente el Estado de Bienestar, ya esbozado desde 1941 por algunas iniciativas aisladas, como la de Beveridge respecto a las obras sociales. “A pesar de sus buenas intenciones –decía Hayek, la social democracia inglesa conduce al mismo desastre que el nazismo alemán: a una servidumbre moderna”. Sin embargo, aún con los límites que le marcaba el intervencionismo estatal, el capitalismo experimentó un auge sin precedentes. La economía creció como nunca en las décadas del 50 y del 60. Por ello las voces de alarma acerca de las funestas consecuencias que acarrearían las regulaciones del mercado no tenían una audiencia demasiado atenta. Hayek y sus compañeros neoliberales, no obstante, persistían en afirmar que el igualitarismo impulsado en ese período por el Estado de Bienestar destruía la libertad de los ciudadanos y la vitalidad de la competencia, de la cual dependía la prosperidad de todos. Desafiando al consenso oficial de la época, ellos argumentaban que la desigualdad era un valor positivo, imprescindible para las sociedades occidentales. La llegada de la gran crisis del modelo económico de posguerra, en 1973, cuando todo el mundo capitalista avanzado cayó en una larga y profunda recesión, creó un ambiente favorable para la aplicación de las recetas neoliberales. El origen de la crisis, que algunos atribuían a la suba del precio del petróleo, para Hayek y su grupo radicaba en el poder “excesivo y nefasto de los sindicatos”, que había socavado las bases de la acumulación privada con sus presiones reivindicativas sobre salarios y su presión “parasitaria” para que el Estado aumentase cada vez más los gastos sociales. Estos procesos desencadenaban procesos inflacionarios que deberían terminar - según los neoliberales- en una crisis generalizada de las economías de mercado. El remedio era claro: el Estado debía quebrar el poder de los sindicatos, restringir sus gastos sociales y sus intervenciones en la marcha de la economía. La estabilidad monetaria debía ser la meta suprema de cualquier gobierno. Para cumplir estos objetivos era necesaria una disciplina presupuestaria extrema, que contuviera el gasto social, y la restauración de una tasa “natural” de desempleo,esto es, la creación de una vasta reserva de mano de obra económica para quebrar el poder de los sindicatos. También urgían reformas fiscales para “incentivar a los agentes económicos”, esto es, reducir los impuestos sobre las ganancias más elevadas y sobre las rentas. De esta manera, una nueva y saludable desigualdad volvería a dar dinamismo a las economías avanzadas, estancadas a causa de las políticas inspiradas en Keynes y Beveridge, es decir, la intervención y la redistribución social, que habían deformado desastrosamente el curso normal de la acumulación y el libre mercado. El crecimiento retornaría cuando la estabilidad monetaria y los incentivos fundamentales hubiesen sido restituidos. 19 Los Neoliberales en el Poder Así como el partido laborista inglés había comenzado con el Estado de Bienestar Europeo, el partido conservador se comprometió a liquidarlo. En 1979 Margareth Thatcher es elegida jefa del ejecutivo inglés, y comienza a aplicar su plan neoliberal. En 1980 otro neoliberal, el republicano Ronald Reagan, llega a la presidencia de los Estados Unidos. Dos años más tarde es el turno de Alemania, y luego uno tras otro los países del norte de Europa van cayendo en la órbita neoliberal. Políticamente estos gobiernos se caracterizan por su implacable anticomunismo, de modo que se asiste a un recrudecimiento de la guerra fría, avivada también por la invasión soviética a Afganistán en 1978. Las características económicas más saliente de estos gobiernos neoliberales, en especial Inglaterra, son: a) la reducción drástica de la emisión monetaria, b) la suba de las tasas de interés, c) la baja de los impuestos sobre los ingresos más elevados, d) la abolición de los controles sobre los flujos financieros, e) una nueva legislación anti-sindical y f) el recorte de los gastos sociales. Mención aparte merece la privatización de todas las empresas del Estado. Cuando el capitalismo avanzado entró en una nueva y profunda recesión, en 1991, la deuda pública de casi todos los países occidentales comenzó a asumir dimensiones alarmantes, incluso en Inglaterra y Estados Unidos, en tanto que el endeudamiento privado de las empresas llegaba a niveles similares a los alcanzados en la época de la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, como consecuencia de la recesión de los 90, todos los índices económicos se tornaron mucho más sombríos en los países de Europa Occidental, donde la desocupación alcanza a unas 50 millones de personas, aproximadamente la población de Francia. En medio de esa aguda crisis hubiera sido dable esperar una fuerte reacción contra el liberalismo. Por el contrario, muchos siguieron pensando (sobre todo en su tierra natal, Europa), que ésta era la única vía económica posible. Por otro lado, continuó la tendencia de que los partidos socialistas o socialdemócratas lleguen al poder con una plataforma progresista y popular y luego pongan en práctica el programa de la derecha neoliberal. En la Argentina conocemos bien este fenómeno. Menem, quien llegó a la presidencia en 1989 con un discurso populista, llamó inmediatamente como asesor a Alvaro Alsogaray, el candidato neoliberal, quien había obtenido el tercer lugar en las elecciones. Se aplicó, entonces, el programa económico que había sido repudiado por la mayoría de los votantes. Como se ve, en estas condiciones no puede hablarse de la vigencia de un sistema democrático en la Argentina, ya que éste no consiste exclusivamente en que la gente vote de tanto en tanto, sino, fundamentalmente, en que la voluntad de la mayoría sea acatada. La situación se repitió simétricamente en 2001. Teníamos en el poder a la llamada “Alianza para el Trabajo, la Educación y la Justicia”, una coalición que, por su plataforma política, podría llamarse socialdemócrata. Sin embargo, su actuación parecía encaminada a demoler los supuestos pilares de su ideología. El desempleo crecía, el presupuesto educativo era cercenado, y la justicia aparecía inoperante para castigar a los grandes corruptos del régimen anterior. En una última y desesperada maniobra, el gobierno, debilitado por sus contradicciones, llamó al Alsogaray de fines de siglo, Domingo Cavallo, tercero en las últimas elecciones presidenciales. Así, quien 20 había obtenido el 8 % de los votos, fue convocado como salvador del gobierno elegido por el 50 % de los votantes. Como primera medida, Cavallo solicitó poderes extraordinarios, lo que implicaba la posibilidad de tomar medidas extremadamente impopulares sin tener que someterlas a la revisión del pueblo, a través de sus representantes. Y es que el programa neoliberal difícilmente pueda imponerse en un país atrasado donde impera un régimen aunque sea parcialmente democrático. Por ello, durante su presidencia, Menem emitió más decretos de necesidad y urgencia que todos los gobiernos anteriores juntos. De esa manera privatizó casi todas las empresas del país, a pesar de la resistencia creciente a esas medidas. Con todas sus falencias, el proyecto neoliberal continúa mostrando una impresionante vitalidad, que se traduce en una nueva ola de privatizaciones en países que hasta hace poco se resistían a este proceso, tales como Alemania, Austria e Italia. ¿Cómo explicar el sostenido éxito del neoliberalismo, cuando sus recetas han demostrado ser ineficaces, además de impopulares? En primer lugar, debemos apuntar a la falta de una ideología fuerte alternativa. Hasta fines de los 70 la ideología comunista se mostraba aún seductora para muchos, y obraba como eficaz contrapeso para moderar las políticas procapitalistas. El derrumbe repentino de los regímenes comunistas europeos, y el viraje de la economía china hacia formas de economía mixta, dio un gran respaldo a la política neoliberal dura que habían impuesto por aquellos años Reagan y Thatcher. Con un entusiasmo inigualado en Occidente, y en gran parte en reacción al régimen precedente, los dirigentes de los antiguos países comunistas aplicaron las recetas de Hayek y Friedman, con menosprecio total por el keynesianismo y el Estado de Bienestar. Todas las empresas que habían sido del antes todopoderoso Estado fueron privatizadas en un abrir y cerrar de ojos. La población, que sólo había conocido una política de pleno empleo, educación y salud gratuitas, se vio arrojada en su mayoría a la miseria. Rusia, hace algunos años la segunda potencia mundial (primera en algunos rubros, como en la navegación espacial) se vio de pronto incluida en la categoría de nación de tercer orden, con su universidad desmantelada, las antiguas empresas estatales en manos de la mafia y buena parte de la población condenada a la mendicidad. El futuro del neoliberalismo ¿Encontrará el neoliberalismo mayor o menor resistencia a su implantación duradera en América Latina de la que encontró en Europa o en la antigua URSS? La respuesta es muy difícil, pero lo seguro es que no depende sólo de las circunstancias locales, sino de todo el contexto mundial, en el que la nueva ideología dominante sigue avanzando inexorablemente, intentando invadir economías que hasta el momento escapaban a su influencia, como el Japón y la India. Las economías más exitosas de los últimos tiempos son justamente las menos neoliberales: Japón, Corea, Formosa, Singapur, Malasia. ¿Por cuánto tiempo esas economías permanecerán fuera de la órbita del neoliberalismo? Japón, por ejemplo, sufre tremendas presiones por parte de los Estados Unidos para desregular su economía. Paradójicamente, mientras el dominio político del neoliberalismo se extiende, puede decirse que casi por todas partes ha fracasado en su intento de revitalizar la economía, mientras que sí ha tenido éxito en sembrar la miseria y la desigualdad. En gran parte, la hegemonía lograda se debe al derrumbe del modelo igualitario sostenido por el bloque comunista, y a la debilidad de las ideologías que se le oponen. Hayek, Reagan, Thatcher, demonizaron al bloque comunista llamándolo“el imperio del mal”, y sostuvieron como única alternativa social al régimen capitalista. Pero ocurre que, sin exageraciones, puede decirse que se ha instalado un nuevo “imperio del mal”, cuyas manifestaciones más claras son el aumento de la desigualdad, el desempleo, la reaparición de epidemias que se creían erradicadas, y que son consecuencia directa de la 21 pobreza, la mortalidad infantil, el aumento del analfabetismo, la corrupción como una característica casi inseparable de la actividad política y empresarial, etc., etc. Por otro lado, debe quedar claro que este sistema no es compatible con los ideales de la democracia. Es impensable que un pueblo que se gobierna a sí mismo desee que se extiendan la pobreza, la ignorancia y las enfermedades para que aumenten las ganancias de los especuladores y de los corruptos a sueldo de las multinacionales. Justamente, las continuas demostraciones de la ira popular en nuestro país y en general, en Latinoamérica, han tenido su influencia en los nuevos rumbos políticos que está tomando la región. En la Argentina se ha intentado revigorizar la actividad nacional mediante inversiones estatales en la construcción, un pecado grave, desde el punto de vista neoliberal. A la apertura extrema de gestiones como las de Martínez de Hoz y Cavallo, siguió un fuerte proteccionismo para la industria local, como es el caso de la actividad azucarera del norte del país y la automovilística del centro. Lula y Chávez representan otras opciones de un proteccionismo moderado a la producción nacional, así como el intento de control estatal de la economía. En acciones concretas, como en la resistencia al ALCA, se percibe en Latinoamérica una actitud de dignidad patriótica que ya parecía olvidada. Podemos decir que en Latinoamérica, luego de un par de décadas de poder indiscutido, el neoliberalismo está a la defensiva. No cabe esperar un derrumbe del sistema capitalista, pero sí ciertas correcciones a sus excesos, como restricciones a la libre circulación del capital, protección estatal a las economías locales, etc. No hay en el presente una propuesta diametralmente opuesta al capitalismo, como la que rigió en las épocas de prosperidad del movimiento marxista. Sin embargo, de manera pragmática y nada ideológica se llevan a cabo múltiples experiencias no- capitalistas. Existen numerosos clubes de trueque, se multiplican asociaciones para la producción o el consumo en forma comunitaria. Fábricas abandonadas son tomadas por los obreros y puestas de nuevo a producir, no para el beneficio de un patrón, sino de la colectividad. Nuestra propia supervivencia aquí, como miembros de la Universidad estatal, laica, científica, al servicio del pueblo, implica una clara contradicción a la lógica neoliberal. La Acentuación de las Desigualdades La pobreza en el planeta En la actualidad la mitad de la humanidad -3.000 millones de personas- cuenta con dos dólares por día para subsistir. De ellos 1.200 millones sobreviven en condiciones de pobreza extrema con menos de un dólar al día y 800 millones literalmente agonizan a causa del hambre. Frente a ellos, la riqueza de las 1125 personas más adineradas del planeta asciende a 4,4 billones de dólares, cuarenta veces más que la suma de los ingresos de 582 millones de habitantes de los 43 países más pobres (revista Forbes, marzo de 2009). Según Forbes, el hombre más rico del mundo, Bill Gates, posee 40 mil millones de dólares, y la principal proveedora de software del mundo, Microsoft. En segundo lugar está el inversor estadounidense Warren Buffet, con 37 mil millones de dólares. En tercer lugar figura el mexicano Carlos Slim, con 35 mil millones. Es dueño de Telmex, la empresa de telefonía fija más grande de México. En la Argentina tiene CTI, telefonía celular, y muchas otras empresas. Estados Unidos, el país más rico del mundo, que ha dado su colosal fortuna a Gates, tiene un 40 % de su población sin cobertura social (en estos momentos Obama intenta hacer aprobar un plan de salud que 22 reduciría notablemente ese déficit, pero cuenta con una fuerte oposición de los republicanos y de algunos demócratas). Cinco millones de personas son homeless, esto es, duermen en la calle, o bajo los puentes, o en donde pueden guarecerse. En Europa aumenta el desempleo, que llega al 16 % en Francia y al 13 % en Alemania. Los pobres son cada vez más pobres, los ricos cada vez más ricos. Estas cifras confirman una pendiente iniciada años atrás. Al mismo ritmo con que se alcanzan cifras récord de crecimiento económico aumentan las desigualdades y la pobreza en todo el mundo. Los informes sobre los famosos países- milagro del sudeste asiático revelan que el crecimiento va acompañado de condiciones laborales inhumanas: se explota a niños y a mujeres como esclavos en los talleres de las multinacionales, cuando no se les trata como mercancía de un floreciente negocio alimentado por esa misma pobreza: el tráfico sexual. También la prensa nos informa de un descenso de ocho años en las expectativas de vida en Rusia tanto como en África. Aunque en la rica Europa la población parecía protegida gracias a las reservas acumuladas durante décadas del Estado de Bienestar, también allí comienza a constatarse un deterioro en las prestaciones sociales y las condiciones laborales que se traduce en peor calidad de vida para una gran parte de la población. Ignacio Ramonet, director de Le Monde, la única publicación de alcance internacional que lleva mucho tiempo denunciando la situación, hace un diagnóstico similar en una entrevista: “El mundo está autoconvenciéndose de que esta globalización es beneficiosa. Pero las cosas no son como nos cuentan los medios de comunicación. La realidad es bastante más aterradora. Basta echar una ojeada al informe de las Naciones Unidas para el Desarrollo para comprobar que las desigualdades aumentan vertiginosamente, al igual que el número de analfabetos y de todos aquellos que carecen de cuidados y de médicos”. La Situación en África África tiene 18 de los 24 países más pobres del mundo. El producto bruto de los 47 países del África negra (exceptuando Sudáfrica) es menor que el de la Argentina. La renta anual per capita es de 500 dólares. Esto quiere decir que cada africano tiene que sobrevivir con un dólar y 35 centavos por día. En los países desarrollados el ingreso es sesenta veces más alto. La sede del Banco Mundial en Washington consume más electricidad que Chad, un país que tiene el doble de superficie que Francia. Por año 150.000 mujeres africanas mueren en el parto. El 20 % de la población es portador del HIV. El desempleo abarca más del 40 % de la población y la esperanza de vida es de menos de 50 años. La Pobreza en Argentina La Argentina es un país empobrecido. Las políticas perpetradas en las últimas tres décadas destrozaron el welfare state que enorgullecía y protegía a sus habitantes, los distinguía de sus pares de Latinoamérica y hasta emparejaba con algunos países desarrollados. Algunos datos muestran hoy descarnadamente lo que queda de la nación Argentina. Un trabajo realizado por el sociólogo Artemio López expone una especie de radiografía sociodemográfica del país. En la Argentina, de cada 100 personas, 3 son graduados universitarios y dos analfabetos, 27 viven con 4 pesos por día y 10 con dos pesos por día. 18 viven en villas de emergencia, 63 no tienen cloacas, 58 carecen de gas natural y 33 no tienen agua potable. De los 40 económicamente activos, 15 están desocupados o subocupados. 23 Señala Artemio López: “Este trabajo muestra el proceso de fragmentación y desarticulación de un país homogéneo y socialmente integrado como lo fue el nuestro hasta mediados de los 70. Muestra, también, las consecuencias del trabajo que ejecutó la dictadura y las políticas ejecutadas durante la década del 90. La faena perpetrada por los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa fue un
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