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Ulnik, J C Duelo en psicosomática

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Ficha de cátedra 
Duelo en psicosomática. Unlik 
 
¿Qué elementos podemos rescatar de un duelo normal? 
 
1) El duelo es un trabajo. Esto quiere decir que el duelo requiere un proceso 
a lo largo del tiempo, y es un proceso que requiere esfuerzo y elaboración. El 
duelo no es agradable, sino un proceso sufrido. Se podrá comparar con una 
mudanza: toma mucho trabajo y esfuerzo, y por mas que uno se deshaga de 
cosas que ya no necesita, y aunque se trate de una mudanza a un lugar mejor, 
requiere un proceso que no se atraviesa sin sufrimiento. 
 
2) Para que el duelo se produzca tiene que funcionar tiene que funcionar el 
examen de realidad. Es por el examen de realidad que el sujeto siente la 
demanda a quitar todos los enlaces que la libido tiene con el objeto. Dicha 
demanda se ve perturbada si funcionan defensas que alteran el examen de 
realidad. Como ejemplo podríamos referirnos a las defensas psicológicas, 
pero también a la desmentida. 
 
3) El duelo se ejecuta pieza por pieza. Va a resultar mucho más difícil si la 
relación con el objeto era una realidad aglutinada o indiscriminada, lo que lleva 
a tener que ejecutar el duelo todo de golpe. 
 
4) El objeto perdido esta clausurado, pero simultáneamente está sobre 
investido. 
¿Cómo resuelve esta contradicción? 
Podríamos ejemplificarlo con la función que cumple la alarma de un auto es 
un gasto de dinero y de energía, pero se produce para evitar un gasto mayor: 
tener que quedarse para cuidarlo, pagar a una persona para que lo cuide, tener 
que cubrir los gastos de que lo roben. La alarma rodea, enmarca (como 
enmarcamos un retrato en un cuadro) “sobreinviste” al auto, para que yo pueda 
desentender de él. 
Para que un objeto sea presente, es necesario que sea simbolizado. Y esto 
quiere decir , que su presencia, que es su percepción signifique para mi un 
reencuentro. Un reencuentro con la imagen que de él yo ya tengo en el 
inconsciente, o por lo menos en mi aparato psíquico. Para que un objeto esté 
presente para mí, debo haberlo dado por perdido alguna vez. Sino, su 
presencia será – como en el caso de la madre para el bebé recién nacido – la 
presencia de algo no demasiado separado de mí mismo. Una existencia 
que depende exclusivamente de una sensopercepción hiperpresente. 
 
 
Para Nasio el dolor del duelo no es el dolor de perder, sino el dolor de 
reencontrar lo que se perdió sabiéndolo uno irremediablemente perdido. 
Lo que duele es amar de nuevo, si, pero sin que esté la persona imaginaria 
que sostiene ese amor. 
Pero entonces, ¿qué perdemos cuando alguien muere? 
Cuando alguien muere, perdemos fundamentalmente la armazón imaginaria 
que nos permita amarlo mientras vivía. 
¿Y qué es lo que nos permitía amarlo mientras vivía? 
Que el otro actuara como nuestro sostén imaginario, devolviéndonos nuestra 
propia imagen. 
 
En el duelo hay una sobreinvestidura de las represiones del objeto amado, sin 
el sostén de aquella imagen de mí mismo que el otro era capaz de devolverme. 
Entre ellas, la más importante, es que hayamos ocupado para la otra persona 
perdida el lugar de objeto de su deseo. 
 
Para que un duelo normal se pueda producir, hace falta que el sujeto tenga 
instalada : 
- La dialéctica presencia-ausencia. 
- La separación entre la representación del objeto amado y su sostén 
imaginario. 
- La separación entre la imagen que tengo de mi mismo y la que me devuelve 
el otro. (Esto recuerda la frase de Serrat cuando murieron sus dos padres: 
“Ahora que ya no tengo madre y padre, no queda nadie en el mundo que me 
pueda ver como un niño.”) 
 
Llamamos duelo de psicosomática al proceso de enfermar que se produce 
luego de la muerte de un ser querido, hecho tantas veces demostrado en 
trabajos sobre life events, y tantas veces reencontrado en las historias 
nuestras, de nuestros pacientes y de nuestros parientes. 
 
El dolor del duelo en estos casos es el dolor por la ausencia de algo o de 
alguien que nunca se había dado por perdido antes. 
Quiere decir que falta algo que el sujeto se había acostumbrado a percibir pero 
cuya ausencia no había sido nunca simbolizada, como para que su percepción 
fuera un reencuentro. 
De modo tal que esa ausencia se constituye una y otra vez, repetitivamente, 
en el dolor y no en el duelo. 
Esto quiere decir que el sujeto tiene siempre presente y actual la pérdida, 
porque en tanto el objeto nunca se constituyó como perdido irremediablemente, 
cada vez que falta, provoca en el sujeto la noticia simultánea de su presencia 
y de su ausencia. 
Ausencia porque ya no está más, y presencia porque como su huella mnémica 
no ha sido categorizada como tal (para ellos haría falta la aceptación y 
simbolización de una ausencia primaria), su recuerdo insiste como si fuera una 
percepción. Ya no la percepción del objeto, porque si no el sujeto estaría 
alucinando, sino la percepción de un dolor que lo eterniza. Ese dolor es el dolor 
del cuerpo, de la enfermedad. Una enfermedad que es el producto de un 
desplazamiento del dolor, y que ocurre como consecuencia de una retracción 
narcisista y un intento rudimentario de simbolización. 
En la novela “La piel” de c. Malaparte, los soldados italianos derrotados visten 
en Nápoles los uniformes de soldados ingleses muertos en el alamein. Esos 
uniformes conservan los agujeros de las balas, la sangre derramada, el olor 
de los muertos. Esos soldados llevan la muerte del otro siempre encima, 
siempre presente. Siempre percibida. 
En Funes el memorioso Borges transmite el mismo fenómeno: para Funes, 
cada pájaro, cada piedra, cada cosa individual tenía un nombre propio. Esto 
significaba que en cada cosa, y cada palabra no eran asimilables al genero de 
cosas o palabras a la que normalmente pertenecerían. La palabra pasaba a 
ser del orden del signo. 
De ese modo, un trauma innombrable se haría nombrable pero como nombre 
propio o cosa singularísima, pegada a una sensación corporal también 
singularísima, que no se relaciona con nada, o que si lo hace es sin ninguna 
posibilidad de modificación. 
Cuando aquel que va a padecer una enfermedad se encuentra frente a un 
trauma innombrable, o a un llamado incontestable del Otro, Es en tanto que el 
trauma es innombrable, que queda nombrado por una cosa, por una palabra, 
por una percepción que la singulariza sin posibilidad de incorporarse a un 
género de cosas, a una red de significantes, a una cadena de pensamientos 
generales o abstractos. 
La cosa, igual que la ley, cuando no se amortigua por su conexión con las 
demás, se vuelve insensata y cruel descamada. 
En Funes, el menos importante de los recuerdos era mas minucioso y mas 
vivo que nuestra percepción de un goce físico o un tormento físico. 
Funes era incapaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, es 
abastraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi 
inmediatos. 
(…) El presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las 
memorias mas antiguas y mas triviales. 
Babilonia, Nueva York y Londres han abrumado con feroz esplendor la 
imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas 
urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como 
la que día y noche convergía sobre el infeliz Irinco. 
 
En la novela la piel dice Malaparte: 
(no es textual) “Sobre unas carretillas se amontonaban, mezclados, los 
muertos y heridos.” 
(Ahora sí es textual) “Entre aquellos desgraciados estaba también el infeliz 
Cannavale y me dolía dejarlo entre aquel montón de muertos y heridos. Era 
un buen hombre, que había sentido siempre mucha simpatía por mí y era de 
los pocos que acudieron a mi encuentro a estrecharme la mano públicamente 
cuando regresé de la isla Límpari. Pero ahora estaba muerto y, ¿es acaso 
posible saber lo que piensa un muerto? Acaso me hubiese guardado rencor 
durante toda la eternidad si lo hubiese dejado solo, si no lo hubiese 
acompañado hasta el hospital ahora que estaba muerto. Todo el mundo sabe 
lo egoísta que esla raza de los muertos. No hay mas que ellos en el mundo, 
los demás no cuentan: Son celosos, están llenos de envidia y lo perdonan a 
todo menos que uno esté vivo. Querrían que todos fuésemos como ellos, 
llenos de gusanos y con los ojos vacíos. Son ciegos y no nos ven; si no fuesen 
ciegos verían que también nosotros estamos llenos de gusanos. ¡Ah, malditos! 
Nos tratan como a esclavos, querrían que estuviésemos allí, a sus órdenes, 
siempre dispuestos a satisfacer sus caprichos, a inclinarnos, a quitarnos el 
sombrero, decirles. “su humilde servidor...”. Intentad decirle que no a un 
muerto, que no tenéis tiempo que perder con él, que tenéis otras cosas que 
hacer, que los vivos tienen sus quehaceres que solventar, que tienen sus 
deberes que cumplir acerca de los vivos también y no solamente acerca de los 
muertos; intentad decirles que el muerto al hoyo y el vivo al bollo; intentad 
decirle esto a un muerto y veréis que ocurre. Se volverá contra vosotros como 
un perro rabioso y tratará de morderos, de destrozaros la cara con las uñas: 
La policía tendría que esposar a los muertos y no a los vivos. Debería 
encerrarlos bien esposados en los ataúdes y hacer seguir el entierro(…), 
Porque los muertos tienen una fuerza terrible; serían capaces de romper las 
esposas, destrozar el ataúd, salir de él y empezar a morder y arañar la cara 
de todos...”

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