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ti' 10. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO «Todos sabían, todos podían saber, todos deberían haber sabido». Günter GRASS 1 En determinadas circunstancias y para ciertos sujetos, el Mal se localiza extramuros de la subjetividad de quienes son los agentes ejecutores, directos e indirectos. Sea que se actúe inducido por el fanatismo ideológico, o porque se es parte de una estructura buro- crática -es decir, jerarquizada- en cuyo seno la obediencia es la regla y el espíritu gregario se impone, o por una mezcla de ambos elementos, la aceptación de un mandato legitimador de la acción puede forcluir el factor subjetivo y, por lo tanto, el interrogante sobre la responsabilidad. A Giorgio Agamben se debe la recupera- ción del vocablo sacer, que significa a la vez «sagrado, consagrado, sacro» y también «maldito, execrable, abominable, detestable». Relacionándolo con la nuda vida, Agamben rescata el concepto de hamo sacer, <<Una oscura figura del derecho romano arcaico, en que la vida humana se incluye en el orden jurídico únicamente bajo la forma de su exclusión (es decir de la posibilidad absoluta de que cualquiera le mate)». 1 La cuestión de fondo, para Agamben, es la relación de la nuda vida -la pura vida- con la existencia política, en un juego de inclusión-exclusión en el que la soberanía, la tensión entre la regla y la excepción, el sacrificio, lo sagrado y lo profano, adquieren un papel determinante. Citando al jurista Trebacio, recuerda Agamben que «profano [ . .. ] se dice en sentido 1 AGAMBEN, Giorgio (2006): Horno sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos, p. 18. 177 1 ~1 1 1 1 1 178 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL propio de aquello que, habiendo sido sagrado o religioso, es restituido al uso o a la propiedad de los hombres»,2 y agrega que «lo sagrado y lo profano representan así, en la máquina del sacrificio, un sistema de dos polos, entre los que transita un significante flotante sin dejar de referirse al mismo objeto». Ese «objeto» es el sujeto, un individuo que ha sido excluido de la comunidad y que, por lo tanto, puede ser matado pero no ser sacrificado a los dioses porque, paradójicamente, él está de vuelta del ritual que en su día le consagró. Así fue como el Tercer Reich desplegó la mayor organización burocrático-criminal de la historia moderna, conducente al exter- minio de la totalidad de la población judía europea, junto con otras minorías étnicas, además de los grupos sociales incluidos en la categoría de deshechos o de subhombres: despojar a la vida de todo carácter sagrado, para, mediante la profanación, eliminar físicamente al horno sacer. El nacionalsocialismo fue el practicante in extremis de la biopolítica, el control y dominio de los cuerpos -y de las almas, porque su política se dirigía, antes de asesinarlas, a la muerte social de sus víctimas- explotando su fuerza de trabajo en el vasto sistema de campos de concentración sembrados por media Europa. En un libro que se ha convertido en un clásico acerca del comportamiento del pueblo alemán durante el nacio- nalsocialismo, 3 Daniel Jonah Goldhagen ha teorizado sobre lo que define como el «paradigma cognitivo cultural» imperante en Alemania desde mucho antes del advenimiento al poder de los nazis, y que junto a otros factores contingentes hicieron posible la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Para Goldhagen, los modelos cognitivos compartidos culturalmente, comprensivos de las creencias, puntos de vista y valores socialmente aceptados que subyacían en el pueblo alemán al tiempo de la llegada de los nazis al poder, estaban firmemente anclados en su historia al menos desde finales del siglo xvm, de tal modo que tanto en el nacio- nalismo como en el romanticismo antiilustrado, e incluso en el 2 AGAMBEN, Giorgio (2005a): Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, p. 103. 3 GOLDHAGEN, Daniel Jonah (1997) : Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto. Madrid: Taurus. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 179 racionalismo germano, el antisemitismo era un sentimiento pro- fundamente arraigado. ¿Por qué el antisemitismo - que también estaba presente en Francia y en Inglaterra, por no citar otros países donde los po- gromos eran un ejercicio frecuente, como Polonia o Rusia- se convirtió en Alemania en un programa de exterminio llevado a cabo por mandato de las más altas instancias oficiales, un progra- ma en el que se vieron comprometidos no solo los clásicos instrumentos represivos institucionales, como la policía y el ejér- cito, sino millones de ciudadanos, hasta alcanzar el nivel del genocidio? Para Goldhagen, fue debido a que ese paradigma cog- nitivo cultural -que desde una óptica psicoanalítica sería equiva- lente a un discurso a través del que se anuda el lazo social- fue potenciado y convertido en un programa criminal masivo gracias a la coincidencia de tres circunstancias contingentes inexistentes en otros países. En primer lugar, el hecho de que un partido po- lítico integrado por los más feroces antisemitas violentos se hiciera con el poder del Estado, instaurando una dictadura que eliminó toda oposición. En segundo lugar, que ese antisemitismo visceral de los nazis encontró, en la sociedad alemana de su tiem- po, un campo abonado para su proyecto merced a los sentimien- tos y prejuicios antijudíos preexistentes, y que constituían una parte esencial de la creencia popular. Y finalmente, porque el poderío militar del Tercer Reich le permitió dominar práctica- mente la totalidad del continente europeo, de tal modo que no había ninguna otra potencia que pudiera oponerse activamente e impedir el genocidio. Aludir a la existencia de ese sedimento de antijudaísmo presente en la cultura alemana, en la que el judío era el Otro, el extraño, el que jamás podría ser un auténtico alemán, al que se satanizaba -para poder profanarlo- asignándole los atributos más desprecia- bles, poso que en un momento histórico determinado sirvió como base de sustentación de un régimen criminal, ¿convirtió en crimi- nales, aunque sea por la vía secundaria del consentimiento pasivo, del asentimiento silencioso e incluso de la indiferencia, a todos y cada uno de los alemanes contemporáneos del régimen nacional- socialista? Está claro que no se trata de quienes decidieron, progra- 180 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL maron y ordenaron el genocidio; tampoco de los ejecutores direc- tos y de sus cómplices necesarios: acerca de estos no cabe la menor duda de su responsabilidad criminal. Se trata, ni más ni menos, que de la siempre polémica cuestión de lo que se ha dado en lla- mar la culpa colectiva. A este respecto, Goldhagen se pronuncia de tal forma que, en principio, no da lugar a equívocos: «Rechazo la noción de culpa colectiva de una manera tajante», escribe,4 y afirma que no se puede sostener una acusación contra una persona por el mero hecho de ser parte de una colectividad, si esa acusación no se basa en las acciones individuales que ese sujeto haya cometido, lo que, por otra parte, constituye un principio fundamental del derecho penal. Sin embargo, la insistencia del autor en que la complici- dad individual de los alemanes «estaba más extendida de lo que muchos han supuesto»,5 y en señalar que los alemanes individuales «no fueron piezas de un mecanismo, autómatas, sino participantes responsables, capaces de elegir y, en última instancia, autores de sus propias acciones»,6 hace que sea más complicado de lo que parece determinar el límite entre la presunta culpa colectiva del pueblo alemán y la responsabilidad individual de cada uno de los sujetos. Especialmente porque el mismo Goldhagen sostiene que «a pesar de los intentos más bien indiferentes del régimen para ocultar el genocidio a la mayoría de los alemanes, millones de ellos conocían las matanzas»;7 que la «gran población antisemita de Alemania» aceptó con una «facilidad notable incorporaral este- reotipo racial antijudío el antisemitismo cristiano»;8 y en relación a la Kristallnacht, cuando en noviembre de 1938 los nazis asesina- ron a alrededor de cien judíos, incendiaron centenares de sinagogas y rompieron los escaparates de 7.500 comercios judíos, que des- pertó la indignación moral del mundo occidental, «el pueblo alemán no tuvo una reacción equivalente ni se mostró en de- 4 Ibíd., p. 17. s Ibíd., p. 17. 6 Ibíd., p. 18. 7 Ibíd., p. 27. 8 Jbíd., p. 99. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 181 sacuerdo con el modelo antisemita que subyacía en la depredación de aquella noche, a pesar de que lo ocurrido se había hecho en su nombre, en su medio, a personas indefensas y que además eran sus compatriotas».9 En esta cuestión, aunque lo intenta, Daniel Goldhagen no consigue del todo separarse de la opinión de Eli Wiesel, para quien la responsabilidad moral y política alcanza a los ciudadanos que, ante la evidencia del desastre, nada hacen para impedirlo. 1º Sin embargo, culpa y responsabilidad no significan lo mismo. La culpa es un fenómeno eminentemente subjetivo y no necesita estar precedida por ningún acto concreto del sujeto para que este la experimente. La responsabilidad, en cambio, si se quie- re fundar en ella el castigo, exige -y es imprescindible que sea así- que se determine con la mayor precisión que sea posible la relación entre un acto y sus consecuencias. Es evidente que, ante situaciones que repugnan a cualquier conciencia civilizada, se impone la tendencia a la generalización. Jorge Semprún relata que un prisionero -un comunista alemán- dijo a sus compañeros de cautiverio en Buchenwald, poco antes de ser liberado y cuando ya se conocía lo ocurrido en Auschwitz y en otros campos de exterminio: «No lo olvidéis jamás ... Alemania es culpable, mi patria es culpable». Sin embargo, y a pesar de la magnitud de los crímenes -entre los cuales, los come- tidos por el Tercer Reich no tienen parangón-, hay que desechar la noción de culpa colectiva. No puede existir una culpabilidad colectiva en la medida en que no se puede concebir una subjeti- vidad colectiva. 9 Ibíd., p. 141. 10 Karl Jaspers, por ejemplo, identifica cuatro modalidades de la culpa en relación con la experiencia del Tercer Reich: criminal, política, moral y metafísica. Con respecto a la última, en su opinión todo hombre es responsable de aquellos crímenes ocurridos en su presencia o con su conocimiento, si no ha hecho todo lo posible para impedirlo. Desde este punto de vista, prácticamente todos los alemanes serían culpables de los crímenes nazis. 182 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 2 «La justicia es uno de los campos desde el que se puede observar el modo en que un país gestiona la memoria de su pasado». Tvetan TODOROV Las secuelas de una guerra se dejan ver tanto en el ámbito de la polí- tica como en el de la moral, y en los vencidos tanto como entre los vencedores. Tvetan Todorov 11 muestra hasta qué punto la justicia es tributaria de la política cuando está en juego la razón de Estado, y cómo el tan llevado y traído concepto de la memoria histórica es, en gran medida, una construcción ideológica en la que los hechos -aun aquellos sobradamente probados- son en ocasiones suscepti- bles de manipulación, interpretados de tal modo que sirvan, bien para edificar y sostener una historia oficial, o bien para combatirla. Todorov examina dos procesos celebrados en Francia por crí- menes contra la humanidad, en los años ochenta y noventa del siglo XX, contra el alemán Klaus Barbie -apodado «el Carnicero de Lyon»- y el francés Paul Touvier, respectivamente. Barbie había sido el jefe de la Gestapo de Lyon durante la Ocupación, donde se hizo famoso por su eficacia represiva contra los miembros de la Resistencia. Las confesiones bajo tortura, las labores de infiltración y el encadenamiento de las delaciones le permitieron detener a Jean Moulin, máximo líder de la Resistencia en el territorio francés, muerto él también, como muchos de sus camaradas, tras mucho sufrimiento. Acabada la guerra, Klaus Barbie se escondió bajo un nombre falso, colaborando entre 1947 y 1951 con los servicios secretos estadounidenses en «tareas anticomunistas». Buscado por las autoridades francesas , sus protectores norteamericanos le fa- cilitaron la fuga a Sudamérica con su familia, siendo localizado en Bolivia, donde se había radicado y vivía con una nueva identidad. 11 TüDOROV, Tvetan (1998): El hombre desp lazado. Madrid: Taurus. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 183 Una vez localizado, Francia pidió su extradición, que le fue dene- gada, hasta que en 1983 el Gobierno boliviano lo deportó. Fue juz- gado y condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad, y murió en la cárcel de Lyon en 1991. Klaus Barbie siempre negó su responsabilidad en los crímenes de los que se le acusaba. Paul Touvier se incorporó en 1943 a la Milicia, la organización paramilitar fascista integrada por franceses colaboracionistas que operaba en la zona controlada por el Gobierno de Vichy, bajo la supervisión directa de la Gestapo. Como jefe del servicio de infor- mación de la Milicia de Lyon, fue responsable de las ejecuciones, torturas y deportaciones de numerosos judíos y miembros de la Resistencia. Condenado a muerte, consiguió escapar y permaneció escondido bajo la protección de la Iglesia católica, que le ocultó en diversos monasterios; así hasta 1964, fecha en la que prescribieron sus crímenes. En 1971 fue indultado, aunque dos años después se reabrió la causa contra él, cuya tramitación se demoró varios años más gracias a ciertas complicidades oficiales, hasta que en el juicio celebrado en 1994 fue condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad. Touvier basó su defensa en el con- sabido argumento de haber actuado obedeciendo órdenes de los alemanes, e incluso alegó que, gracias a su intervención, había conseguido salvar la vida de muchos rehenes. Murió en prisión en 1996. Para los jueces franceses que juzgaron a Klaus Barbie, no cabía duda alguna de que el acusado era culpable de crímenes contra la humanidad, imprescriptibles por naturaleza, e incorporados al ordenamiento jurídico galo a partir de 1985. 12 La Corte de 12 Aunque existía corno concepto desde principios del siglo xx, los «crímenes contra la humanidad» obtuvieron su estatuto jurídico a partir del Acuerdo de Londres de 1945, cuando los aliados decidieron la creación del Tribunal Militar Internacional que habría de sesionar en Núrernberg. Se definió a estos crímenes como «asesinato, exterminio, esclavización, deportación y otros actos inhumanos cometidos contra cualquier población civil antes o durante la guerra, o per- secuciones basadas en motivos políticos, raciales o religiosos en relación de o en conexión con cualquier crimen dentro de la jurisdicción del Tribunal Militar Internacional, violen o no la ley del país donde se perpetraron». 184 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL Casación incluyó, en el concepto de víctimas de este delito, a todos los adversarios del régimen imputado, lo que permitió incorporar a los miembros de la Resistencia; y por otro lado, estableció que el sujeto activo de tales crímenes tan solo podía ser un Estado totalita- rio, 13 a cuyo servicio estaban los agentes ejecutores. El caso de Barbie encajaba perfectamente en esta definición; él representaba al ré- gimen nacionalsocialista, a un Estado totalitario cuyos designios ideológico-políticos incluían la persecución, detención, tortura, deportación y ejecución de civiles, aunque tales crímenes se consu- maran en un país diferente al de la nacionalidad del autor, e incluso si aquellos no constituyeran un delito tipificado en las leyes internas. Paul Touvier, que había cometido crímenes similares a los de Barbie, se benefició no obstante, en la primera instancia de su pro- cesamiento, de una auténtica pirueta jurídica que le absolvió de la acusaciónde crimen contra la humanidad; los jueces interpretaron que el régimen colaboracionista de Vichy no era, en realidad, un Estado totalitario, sino un «régimen conservador y dictatorial, donde solo algunos de sus elementos tenían su origen en el ideario fascista de más puro corte [ ... ] Según esa interpretación, en efec- to, solo un alemán podía cometer un crimen contra la humanidad. Los franceses quedaban exonerados a priori, porque la Francia de la época no era un Estado totalitario» .14 El «caso Touvier» volvió a despertar en la sociedad francesa -cincuenta aíios después del comienzo de la Ocupación- los fantas- mas nunca completamente apaciguados de la mala conciencia nacional; en primer lugar, en relación con la capitulación del Estado francés ante Hitler en 1940, pero también con las guerras colonia- listas que, casi sin solución de continuidad, siguieron a la Segunda Guerra Mundial en Indochina y Argelia, donde los soldados france- ses cometieron crímenes de guerra nunca juzgados. La versión canó- nica impulsada por el gaullismo pretendía que, aunque los resistentes activos fueran tan solo algunos miles de hombres y mujeres, la inmensa mayoría del pueblo francés estaba con la «Francia libre» y que los colaboracionistas eran una exigua minoría. 1 3 ToooRov, op. cit., p. 128. 14 Jbíd., p. 129. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 185 Si bien es cierto que tanto la Resistencia como los colaboracio- nistas eran fuerzas minoritarias, es igualmente cierto que la mayo- ría de los franceses se mantuvieron en una actitud pasiva y resig- nada durante los aíios de la Ocupación. Y aunque muchos judíos salvaron su vida gracias a la heroica solidaridad de sus vecinos, amigos, comunidades religiosas cristianas, que les ayudaron a ocultarse, no hubo ninguna reacción colectiva cuando miles de judíos parisinos fueron arrancados de sus casas y concentrados en el Velódromo de Invierno antes de ser trasladados a los campos de exterminio. El ajuste de cuentas de la Francia vencedora con el régimen de Vichy en particular, y con los colaboracionistas en general, comenzó incluso antes de la derrota definitiva de los ocupantes y de sus aliados nativos, dando por hecho que todos aquellos que habían actuado al servicio del Gobierno vichysta o directamente a las órdenes de los alemanes, eran objetivamente responsables -como ejecutores o cómplices- de las detenciones, torturas y muertes de patriotas franceses. Numerosos colaboracionistas fueron sumariamente ejecutados nada más ser capturados; en otros casos, los acusados fueron sometidos a consejos de guerra organizados por la Resistencia; finalmente, tales procedimientos irregulares se interrumpieron a medida que se restableció el funcionamiento de la Administración de Justicia. La rigurosa y excelentemente documentada investigación de Herbert Lottman -La depuración, editada en Espaíia por Tusquets- concluye que las ejecuciones de acusados de colaboracionismo rondaron las 10.000 en toda Francia, y que muchos miles más fueron conde- nados a diversas penas de prisión, expulsados de sus trabajos, degradados, confiscada todos o parte de sus bienes, entre otros castigos. La herida narcisista del orgullo nacional y los senti- mientos de culpabilidad eran, sin embargo, demasiado profun- dos como para que pudiesen ser suturados mediante expedientes judiciales. 186 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 3 «El arrepentimiento es cosa de niños». Adolf E1Cf-IMANN El proceso, la condena y ejecución del exteniente coronel de las SS, Adolf Eichmann, secuestrado por agentes israelíes en Argentina en 1960, trasladado clandestinamente a Israel y juzgado en Jerusalén, constituye un paradigma de interpretación y aplicación de las leyes, tanto nacionales como internacionales, al servicio de una política de Estado. Aunque estaba sobradamente probado que Eichmann tuvo una participación determinante en las redadas contra los judíos, y actuó como un eficaz organizador del sistema de transportes que llevaba a los detenidos hacia los campos de concentración y exterminio, existían muchas dudas sobre los fun- damentos jurídicos utilizados para someterlo a la jurisdicción israelí. Eichmann fue acusado de quince delitos, incluidos en tres apartados: crímenes contra el pueblo judío, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, cometidos «junto a otras personas», y después de cuatro meses de deliberación, en diciembre de 1961, el tribunal lo sentenció a morir en la horca. Eichmann fue ejecutado el 31 de mayo de 1962, después de que fuera desestimada la apela- ción por el Tribunal Supremo, y denegada por el presidente de Israel la petición de clemencia firmada por el condenado y apoya- da por numerosas personalidades de todo el mundo, muchas de ellas judías. 15 Hannah Arendt, que presenció el juicio y estudió toda la documentación disponible -las actas oficiales no fueron publicadas-, incluida la transcripción de los interrogatorios efec- tuados a Eichmann por la policía israelí, así como un texto origi- nal de setenta páginas redactado por el propio Eichmann cuando 15 Las peticiones de clemencia no obedecían todas a razones humanitarias o contrarias por principio a la pena de muerte. Martin Buber, por ejemplo, se opo- nía a la ejecución porque esta supondría, según él, un pretexto para que los ale- manes expiaran su culpa. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 187 aún vivía en Argentina, publicó al año siguiente su testimonio. 16 El libro y su autora fueron blancos de una campaña denigratoria organizada, y objeto de exacerbadas críticas por parte de personali- dades y organizaciones judías de todo el mundo, dado que Arendt no solo puso en evidencia las irregularidades jurídicas de fondo y de forma que caracterizaron a todo el proceso, sino que se atrevió a cuestionar el comportamiento adoptado por la mayoría de los dirigentes de las asociaciones judías de Alemania y de los países invadidos por el Tercer Reich, en sus relaciones con los verdugos. Analizar las actitudes de esos dirigentes, algunas rayanas en la complicidad, otras abiertamente oportunistas -como se reveló en innumerables testimonios durante las más de cien sesiones del juicio-, significaba meter el bisturí muy profundamente en la sen- sibilidad judía al poner, en el primer plano, cuestiones atinentes a la moral y a la ética que muy pocos miembros de la comunidad judía estaban dispuestos a afrontar. El texto de Hannah Arendt, sin embargo, y al margen de la polémica bastante artificialmente gene- rada a su alrededor, supuso una contribución extremadamente importante no solo para conocer el modo en que los nazis eje- cutaron el Holocausto, sino también para analizar la mentalidad de quienes lo llevaron a cabo, de la que Adolf Eichmann es un paradigma. Sorprendentemente, al ser preguntado por el presidente del tribunal cómo se declaraba en relación con los cargos, Adolf Eichmann respondió: «Inocente, en el sentido en que se formula la acusación». Y Hannah Arendt se hace la siguiente pregunta: «¿En qué sentido se creía culpable, pues?» 17 Durante las siguientes sesio- nes del juicio, Eichmann se preocupó de dejar claro que la acusa- ción de asesinato era injusta ya que, como insistió reiteradamente, «ninguna relación tuve con la matanza de judíos. Jamás di muerte a un judío ni a persona alguna, judía o no. Jamás he matado a un ser humano. Jamás di órdenes de matar a un judío o a una persona 16 ARENDT, Hannah (2008): Eichmann en Jerusalén. Barcelona: Lumen- DeBolsillo. 17 Ibíd., p. 39. 188 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL no judía. Lo niego rotundamente». Afirmaciones que matizaría agregando: «Sencillamente, no tuve que hacerlo». 18 En 1955, cuando llevaba casi diez años viviendo en Argentina con el nombre de Ricardo Klement, Eichmann concedió una insó- lita entrevista a un periodista holandés -él también un nazi fugiti- vo-, a quien dijo que tan solo se le podía acusar de «ayudar» a la aniquilaciónde los judíos, «a tolerarla», y que aquel había sido «uno de los mayores crímenes cometidos en la historia de la huma- nidad».19 Este comentario de Eichmann, lejos de representar una manifestación de remordimiento, no tenía en realidad para él otro significado que la constatación de un hecho por parte de alguien que se sitúa fuera, en calidad de observador o de notario, que fue el papel que él mismo representó en enero de 1942 en la Conferencia de Wannsee -en la que se planificó la puesta en prác- tica de la «solución final del problema judío»-, en la que actuó como secretario. No, Eichmann no se mostró en ningún momento arrepentido. Es más, rechazó con arrogancia la posibilidad de exhibirse como un hombre siquiera mínimamente abrumado por la culpa, dicien- do que «el arrepentimiento es cosa de niños».2º Pero ¿cómo inter- pretar el hecho de que aceptara ser entrevistado en 1955, cuando llevaba diez años oculto bajo otra identidad, arriesgándose a que fuera detectada su presencia en Argentina?; ¿y por qué no intentó huir cuando le advirtieron -y él mismo pudo comprobarlo- que estaba siendo vigilado?; ¿y qué hay de la sorprendente pasividad con la que se dejó secuestrar? Una probable respuesta a estos inte- rrogantes sería que Eichmann, en verdad, nunca se sintió cons- cientemente culpable y, por lo tanto, no tenía de qué arrepentirse. Sin embargo, sus actos, incluyendo en ellos las omisiones, produ- cen la impresión de un sujeto que se ofrece para un sacrificio expiatorio, ya que no es dable imaginarlo como homenaje a alguna deidad. Adolf Eichmann era, en muchos sentidos, el prototipo del ciudadano austrogermano medio de entreguerras; mal estudiante 1s Ibíd., p. 41. 19 Ibíd., p. 41. 20 Ibíd., p. 44. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 189 que nunca consiguió acabar sus estudios, intelectualmente pobre y socialmente fracasado, un gris vendedor comercial despedido de su trabajo que, en 1932, se afilió al Partido Nacional-socialista e ingre- só en las SS a instancias de Ernst Kaltenbrunner, un joven abogado que siempre miró a Eichmann como alguien socialmente inferior y que llegaría a ser el jefe del aparato de seguridad del Tercer Reich. Según sus propias declaraciones, Eichmann no tenía prác- ticamente convicciones políticas; hasta tal punto era grande su despiste ideológico que, poco antes de ingresar en el Partido Na- cionalsocialista, había pensado en incorporarse a una logia masónica, muy probablemente como un medio para medrar socialmente; no conocía el programa del partido, ni había leído Mein Kampf, e incluso él mismo reconoció que «fue como si el partido me hubiera absorbido en su seno, sin que yo lo pretendiera, sin que tomara la oportuna decisión [ ... ] Kaltenbrunner le había dicho: ¿por qué no ingresas en las SS? Y Eichmann contestó: ¿por qué no?»21 He aquí un excelente ejemplo de la superficialidad con la que se toma una deci- sión que ha de conducir a un sujeto mediocre, sin otra expectativa que rodar por la existencia como un perdedor, a ser un ejemplo de lo que Hannah Arendt llamó «la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes».22 Por oscuras razones, Eichmann comenzó a interesarse por los judíos y, en particular, por el movimiento sionista, del que siempre se declaró un admirador «por su idealismo», tal y como repitió en sus declaraciones.23 Esa curiosidad le llevó a leer el famoso texto de Theodor Herzl El Estado judío, así como Historia del sionismo, de Adolf Bóhm, e incluso a aprender algo de hebreo, lo que le con- virtió en poco tiempo en el «especialista en asuntos judíos» dentro del departamento de seguridad, en una época en la que los nazis aún no habían elucubrado la expresión «solución final» e incluso algunos jerarcas se permitían sugerir una «solución jurídica» del problema judío.24 Antes de la guerra parece que existió un plan que 21 Ibíd., p. 56. 22 Ibíd., p. 368. 23 Ibíd., pp. 67-68. 24 Ibíd., p. 64. 190 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL se mantuvo en secreto -cuyo carácter delirante hace sospechar que no se trató más que de una cortina de humo para velar las verdaderas intenciones de los nazis-, consistente en enviar, a la práctica totalidad de la población judía europea, a la isla francesa de Madagascar. El curso de los acontecimientos determinó que se optara por una política de acoso, primero jurídica a partir de las Leyes de Núremberg, por medio de la cual se trataba de forzar la emigración, y después cada vez más violenta, hasta que a partir de la «Noche de los cristales rotos», en noviembre de 1938, se de- sembocó en el agrupamiento en guetos y en los campos de con- centración. «Inocente, en el sentido en que se formula la acusación», expresó Eichmann en su primera comparecencia ante el tribunal. Durante una entrevista que concedió su abogado, este dijo que «Eichmann se cree culpable ante Dios, no ante la ley»; unas palabras que el intere- sado ni ratificó ni tampoco desautorizó, pero que verosímilmente pudo haber pronunciado a lo largo de los interrogatorios policiales y cuyo contenido -aunque no literal- coincide con otras manifesta- ciones suyas efectuadas a lo largo del juicio. Asumiendo una actitud que revela una auténtica Spaltung, Eichmann sostuvo reiteradamen- te que la aniquilación de los judíos «fue uno de los mayores críme- nes cometidos en la historia de la humanidad», y que si pudiera se «ahorcaría con sus propias manos, en público, para dar un ejemplo a todos los antisemitas del mundo», al mismo tiempo que se defen- día alegando que había actuado en el cumplimiento de órdenes lega- les ajustadas al derecho entonces vigente en el Tercer Reich, ya que, como manifestó en 1943 el ministro de Educación y Cultura de Baviera -a la sazón un distinguido jurista-, escritas o verbales, «las órdenes del Führer [ ... ] son el centro indiscutible del presente sis- tema jurídico».25 El razonamiento disociado de Eichmann era coherente con sus convicciones. «Uno de los mayores crímenes cometidos en la historia de la humanidad» excede, por definición, por su magnitud y desmesura, a la comprensión y aplicación de la justicia humana. 2s Jbíd., p. 44. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 191 Es, en este sentido, que Eichmann se somete al juicio divino; tan solo Dios puede juzgar sus acciones, y en sus manos está cualquier posible expiación. Su rechazo a reconocer la legitimidad del tribu- nal de Jerusalén era también coherente -y desde el punto de vista jurídico, la objeción tenía su fundamento-, en tanto no existía en el momento del juicio la llamada jurisdicción universal, los delitos no habían sido cometidos en Israel, y el acusado conservaba la nacionalidad alemana, a la que por cierto apeló a última hora su abogado instando a la República Federal de Alemania a que solici- tara la extradición del ya condenado, para evitar la ejecución. Para Eichmann, las leyes que legitimaban sus actos eran las vigentes en el Tercer Reich, y desde luego él no concebía siquiera la posibilidad de desobedecer las órdenes que recibía, fundadas en aquellas leyes que, en cualquier caso, expresaban la voluntad de Hitler, de quien Eichmann dijo que aunque estuviera equivocado no se le podía negar que fue un hombre capaz de elevarse desde cabo del ejército alemán a Führer de un pueblo de ochenta millones de personas: «Para mí-manifestó-, el éxito alcanzado por Hitler era razón sufi- ciente para obedecerle».26 Hannah Arendt relata que, durante los interrogatorios a los que fue sometido, Eichmann se presentó como un devoto kantiano «que siempre había vivido en consonan- cia con los preceptos morales de Kant, en especial con la definición kantiana del deber»,27 una declaración que, a los ojos de Arendt, resultaba indignante e incomprensible, propia de un estado de con- fusión mental, ya que semejante interpretación contradice lo esen- cial de la filosofía moral kantiana, que rescata la facultad humana de juzgar,en oposición a la obediencia ciega. Sin embargo, y en consonancia con el razonamiento disociativo que guía su discurso, Eichmann aclara que «con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de las leyes generales», y que era consciente de que al participar en la «solución final» se había apartado de los principios kantianos, «pero que se había consolado pensando que había deja- 26 Ibíd., p. 218. 27 Ibíd., p. 199. 192 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL do de ser dueño de sus propios actos y que él no podía cambiar nada».28 La pretendida resignación de Eichmann ante unos sucesos acerca de los que él mismo se sitúa como un simple testigo, en lugar de asumir su papel de ejecutor perfectamente consciente del plan criminal del que era parte -y muy importante, en la medida en que de él dependía el sistema de transportes de prisioneros-, es irre- levante. La apelación a los principios kantianos a los que decía adhe- rir, y que tanto escandalizara a quienes lo escuchaban, confrontada con los actos en los que participó, solo puede ser comprendida como un paradigma de aquello que Lacan explicó en Kant con Sade. Este texto, editado contemporáneamente al juicio celebrado en Jerusalén -y muy probablemente desconocido para Hannah Arendt-, le hubiera sido a esta de gran utilidad para extraer de la tesis lacaniana algunas claves fundamentales para matizar sus críticas acerca de las aparen- tes incoherencias de Eichmann. Desde luego, el acusado no era en absoluto consciente de la lógica oculta encerrada en sus afirmacio- nes, esto es, que el superyó manda gozar y que ese mandato feroz e insaciable se solapa con el imperativo moral, y que en ambos casos es desde el Otro desde donde su mandato nos requiere, como diría Lacan. Para Eichmann, ese Otro estaba simbolizado en su Führer y en la voluntad de este convertida en ley, hasta el punto de que a la máxima kantiana de que «todo lo que a través de un pueblo pueda ser sancionado como ley, reside en la cuestión de si ese pueblo podría imponerse a sí mismo una ley asÍ», la única respuesta para un nazi sería: sí, el pueblo alemán se identificó de tal modo con Hitler, que asumió las consecuencias de aplicarse a sí mismo el rigor de esa ley insensata. Al igual que Lacan, tampoco Kant hubiera comprendido en su tiempo que «ninguna ocasión precipita a algunos con mayor segu- 28 Jbíd., p. 200. En su Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant ofrece cinco definiciones del imperativo categórico que se entrelazan, de modo que en su conjunto constituyen un sistema moral consistente. La obra de Freud muestra que, en realidad, son axiomas de imposibilidad, y para Lacan se trata de una versión filosófica de lo que el psicoanálisis denomina superyó, una instancia que empuja sin cesar al goce. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 193 ridad hacia su meta que el verla ofrecerse a despecho, incluso con desprecio del patíbulo. Pues el patíbulo no es la Ley, ni puede ser aquí acarreado por ella».29 Y cuando Eichmann dice que encon- tró consuelo por su supuesto abandono de los principios kantia- nos «pensando que había dejado de ser dueño de sus propios actos», ¿acaso no se puede percibir en esta reflexión un eco de lo que Lacan describe como el fenómeno de desvanecimiento del sujeto en su relación fantasmática con el goce? ¿Acaso se podría sostener que, estando ya al pie del patíbulo y después de un proce- so judicial durante el cual fue confrontado con las consecuencias de sus actos, el sujeto Eichmann asumió, aunque fuera parcial- mente, su responsabilidad subjetiva? De un lado, no hubo por su parte manifestación alguna de arrepentimiento; de otro, si se ha de dar crédito a la afirmación de su abogado: «Eichmann se siente culpable ante Dios, no ante la ley», semejante -aunque ambigua- declaración dejaría una puerta ligeramente entreabierta a esa res- ponsabilidad. Pero ¿ante qué Dios estaba Eichmann dispuesto a responder? Al pronunciar sus últimas palabras antes de ser ahorca- do, el condenado dijo que él era un Gottglauber, expresión que, como señala Hannah Arendt, era utilizada por los nazis para indi- car que estaba apartado de su formación cristiana, agregando que tampoco creía en una vida sobrenatural después de la muerte. Contradictoriamente con estas palabras, dijo a los testigos: «Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es el destino de todos los hombres». 3º Por otra parte, las declaraciones que hizo a su entrevistador en Argentina unos años antes, sabiendo que podía ser localizado por sus enemigos, así como la renuncia a adoptar precauciones para evitar su secuestro, ¿sugieren que se estaba ofreciendo para -aun inconscientemente- hallar una vía de expiación? De las extensas explicaciones que dio sobre su actuación como teniente coronel de las SS -sus interrogadores coinciden en que Eichmann mostraba una notable locuacidad en su afán de justificarse-, en las que reco- 29 LACAN, Jacques (1989c) : Kant con Sade. México: Siglo xx1, p. 761. 30 ARENDT, op. cit., p. 36. 194 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL noció con detalles su participación en el Holocausto, implicaban una asunción de su responsabilidad objetiva, en tanto que su pensa- miento disociado le impedía asumir su responsabilidad subjetiva.31 La Spaltung le impedía inscribir sus acciones criminales en la trama de su propia historia. • 31 Arendt cita dos casos de jerarcas nazis directamente comprometidos en el Holocausto que se mostraron arrepentidos antes de morir: Reinhardt Heydrich y Hans Franck. El primero, supuestamente durante los nueve días de agonía que sufrió antes de morir, después de ser emboscado por resistentes checos; y el segundo, que había sido gobernador de la Polonia ocupada, en la celda de Núremberg en la que esperaba su ejecución. No se conocen con exactitud los tér- minos en los que expresaron ese arrepentimiento, ni es posible apreciar el grado de sinceridad que contenían. Arendt se limita a preguntarse si, en el caso de Heydrich, el arrepentimiento se debió, más que a Jos asesinatos en masa, a su con- dición de medio judío traidor a su pueblo. 11. LA PULSIÓN DE MUERTE EN ESTADO PURO «La guerra constituye un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad». Car! YON CLAUSEWITZ 1 En la primera mitad del siglo XIX, época del auge del Estado- nación como la forma por excelencia de la organización políti- ca-institucional, Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz publicó su tratado De la guerra, en el que analizaba el origen, desarrollo y finalidad de los conflictos bélicos. La obra se convirtió inmediata - mente en un texto canónico para todos los ejércitos, revolucionó la teoría de la guerra hasta entonces imperante en Occidente y ejer- ció una influencia determinante en la concepción de la doctrina militar por parte de los diversos Estados mayores. 1 Aunque la tendencia a la simplificación, que conduce generalmente a la vul- garización y empobrecimiento de las ideas, ha hecho que el pensa- miento de Clausewitz parezca limitado a una sola frase -aquella que define a la guerra como una continuación de la política, solo que con otros medios-, el conjunto de los escritos del militar pru- siano muestra a un hombre con una sólida formación historiográ- fica y filosófica, capaz de teorizar acerca de la guerra teniendo siempre presente el contexto social y político en el que surgen los conflictos armados, y que en la mayoría de los casos condicionan el éxito o el fracaso de la estrategia militar. Clausewitz, en la este- la de Maquiavelo, pertenece a la tradición realista, para la que la 1 Es muy significativo el hecho de que las obras de Clausewitz y de otros teó- ricos militares se estudien no solo en las academias militares, sino también en las escuelas de negocios, gestión y dirección empresarial. 195
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