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Seguí, L Los semblantes burocráticos del mal absoluto

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ti' 
10. LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 
«Todos sabían, todos podían saber, todos deberían haber 
sabido». 
Günter GRASS 
1 
En determinadas circunstancias y para ciertos sujetos, el Mal se 
localiza extramuros de la subjetividad de quienes son los agentes 
ejecutores, directos e indirectos. Sea que se actúe inducido por el 
fanatismo ideológico, o porque se es parte de una estructura buro-
crática -es decir, jerarquizada- en cuyo seno la obediencia es la 
regla y el espíritu gregario se impone, o por una mezcla de ambos 
elementos, la aceptación de un mandato legitimador de la acción 
puede forcluir el factor subjetivo y, por lo tanto, el interrogante 
sobre la responsabilidad. A Giorgio Agamben se debe la recupera-
ción del vocablo sacer, que significa a la vez «sagrado, consagrado, 
sacro» y también «maldito, execrable, abominable, detestable». 
Relacionándolo con la nuda vida, Agamben rescata el concepto de 
hamo sacer, <<Una oscura figura del derecho romano arcaico, en que 
la vida humana se incluye en el orden jurídico únicamente bajo la 
forma de su exclusión (es decir de la posibilidad absoluta de que 
cualquiera le mate)». 1 La cuestión de fondo, para Agamben, es la 
relación de la nuda vida -la pura vida- con la existencia política, 
en un juego de inclusión-exclusión en el que la soberanía, la 
tensión entre la regla y la excepción, el sacrificio, lo sagrado y 
lo profano, adquieren un papel determinante. Citando al jurista 
Trebacio, recuerda Agamben que «profano [ . .. ] se dice en sentido 
1 AGAMBEN, Giorgio (2006): Horno sacer. El poder soberano y la nuda vida. 
Valencia: Pre-Textos, p. 18. 
177 
1 ~1 1 
1 
1 
1 
178 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 
propio de aquello que, habiendo sido sagrado o religioso, es restituido 
al uso o a la propiedad de los hombres»,2 y agrega que «lo sagrado y 
lo profano representan así, en la máquina del sacrificio, un sistema 
de dos polos, entre los que transita un significante flotante sin dejar 
de referirse al mismo objeto». Ese «objeto» es el sujeto, un individuo 
que ha sido excluido de la comunidad y que, por lo tanto, puede ser 
matado pero no ser sacrificado a los dioses porque, paradójicamente, 
él está de vuelta del ritual que en su día le consagró. 
Así fue como el Tercer Reich desplegó la mayor organización 
burocrático-criminal de la historia moderna, conducente al exter-
minio de la totalidad de la población judía europea, junto con 
otras minorías étnicas, además de los grupos sociales incluidos en 
la categoría de deshechos o de subhombres: despojar a la vida de 
todo carácter sagrado, para, mediante la profanación, eliminar 
físicamente al horno sacer. El nacionalsocialismo fue el practicante 
in extremis de la biopolítica, el control y dominio de los cuerpos 
-y de las almas, porque su política se dirigía, antes de asesinarlas, 
a la muerte social de sus víctimas- explotando su fuerza de trabajo 
en el vasto sistema de campos de concentración sembrados por 
media Europa. En un libro que se ha convertido en un clásico 
acerca del comportamiento del pueblo alemán durante el nacio-
nalsocialismo, 3 Daniel Jonah Goldhagen ha teorizado sobre lo que 
define como el «paradigma cognitivo cultural» imperante en 
Alemania desde mucho antes del advenimiento al poder de los 
nazis, y que junto a otros factores contingentes hicieron posible la 
Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Para Goldhagen, los 
modelos cognitivos compartidos culturalmente, comprensivos de 
las creencias, puntos de vista y valores socialmente aceptados que 
subyacían en el pueblo alemán al tiempo de la llegada de los nazis 
al poder, estaban firmemente anclados en su historia al menos 
desde finales del siglo xvm, de tal modo que tanto en el nacio-
nalismo como en el romanticismo antiilustrado, e incluso en el 
2 AGAMBEN, Giorgio (2005a): Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 
p. 103. 
3 GOLDHAGEN, Daniel Jonah (1997) : Los verdugos voluntarios de Hitler. Los 
alemanes corrientes y el Holocausto. Madrid: Taurus. 
LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 179 
racionalismo germano, el antisemitismo era un sentimiento pro-
fundamente arraigado. 
¿Por qué el antisemitismo - que también estaba presente en 
Francia y en Inglaterra, por no citar otros países donde los po-
gromos eran un ejercicio frecuente, como Polonia o Rusia- se 
convirtió en Alemania en un programa de exterminio llevado a 
cabo por mandato de las más altas instancias oficiales, un progra-
ma en el que se vieron comprometidos no solo los clásicos 
instrumentos represivos institucionales, como la policía y el ejér-
cito, sino millones de ciudadanos, hasta alcanzar el nivel del 
genocidio? Para Goldhagen, fue debido a que ese paradigma cog-
nitivo cultural -que desde una óptica psicoanalítica sería equiva-
lente a un discurso a través del que se anuda el lazo social- fue 
potenciado y convertido en un programa criminal masivo gracias 
a la coincidencia de tres circunstancias contingentes inexistentes 
en otros países. En primer lugar, el hecho de que un partido po-
lítico integrado por los más feroces antisemitas violentos se 
hiciera con el poder del Estado, instaurando una dictadura que 
eliminó toda oposición. En segundo lugar, que ese antisemitismo 
visceral de los nazis encontró, en la sociedad alemana de su tiem-
po, un campo abonado para su proyecto merced a los sentimien-
tos y prejuicios antijudíos preexistentes, y que constituían una 
parte esencial de la creencia popular. Y finalmente, porque el 
poderío militar del Tercer Reich le permitió dominar práctica-
mente la totalidad del continente europeo, de tal modo que no 
había ninguna otra potencia que pudiera oponerse activamente e 
impedir el genocidio. 
Aludir a la existencia de ese sedimento de antijudaísmo presente 
en la cultura alemana, en la que el judío era el Otro, el extraño, el 
que jamás podría ser un auténtico alemán, al que se satanizaba 
-para poder profanarlo- asignándole los atributos más desprecia-
bles, poso que en un momento histórico determinado sirvió como 
base de sustentación de un régimen criminal, ¿convirtió en crimi-
nales, aunque sea por la vía secundaria del consentimiento pasivo, 
del asentimiento silencioso e incluso de la indiferencia, a todos y 
cada uno de los alemanes contemporáneos del régimen nacional-
socialista? Está claro que no se trata de quienes decidieron, progra-
180 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 
maron y ordenaron el genocidio; tampoco de los ejecutores direc-
tos y de sus cómplices necesarios: acerca de estos no cabe la menor 
duda de su responsabilidad criminal. Se trata, ni más ni menos, 
que de la siempre polémica cuestión de lo que se ha dado en lla-
mar la culpa colectiva. 
A este respecto, Goldhagen se pronuncia de tal forma que, en 
principio, no da lugar a equívocos: «Rechazo la noción de culpa 
colectiva de una manera tajante», escribe,4 y afirma que no se 
puede sostener una acusación contra una persona por el mero 
hecho de ser parte de una colectividad, si esa acusación no se basa 
en las acciones individuales que ese sujeto haya cometido, lo que, 
por otra parte, constituye un principio fundamental del derecho 
penal. Sin embargo, la insistencia del autor en que la complici-
dad individual de los alemanes «estaba más extendida de lo que 
muchos han supuesto»,5 y en señalar que los alemanes individuales 
«no fueron piezas de un mecanismo, autómatas, sino participantes 
responsables, capaces de elegir y, en última instancia, autores de 
sus propias acciones»,6 hace que sea más complicado de lo que 
parece determinar el límite entre la presunta culpa colectiva del 
pueblo alemán y la responsabilidad individual de cada uno de los 
sujetos. Especialmente porque el mismo Goldhagen sostiene que 
«a pesar de los intentos más bien indiferentes del régimen para 
ocultar el genocidio a la mayoría de los alemanes, millones de ellos 
conocían las matanzas»;7 que la «gran población antisemita de 
Alemania» aceptó con una «facilidad notable incorporaral este-
reotipo racial antijudío el antisemitismo cristiano»;8 y en relación 
a la Kristallnacht, cuando en noviembre de 1938 los nazis asesina-
ron a alrededor de cien judíos, incendiaron centenares de sinagogas 
y rompieron los escaparates de 7.500 comercios judíos, que des-
pertó la indignación moral del mundo occidental, «el pueblo 
alemán no tuvo una reacción equivalente ni se mostró en de-
4 Ibíd., p. 17. 
s Ibíd., p. 17. 
6 Ibíd., p. 18. 
7 Ibíd., p. 27. 
8 Jbíd., p. 99. 
LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 181 
sacuerdo con el modelo antisemita que subyacía en la depredación 
de aquella noche, a pesar de que lo ocurrido se había hecho en su 
nombre, en su medio, a personas indefensas y que además eran 
sus compatriotas».9 En esta cuestión, aunque lo intenta, Daniel 
Goldhagen no consigue del todo separarse de la opinión de Eli 
Wiesel, para quien la responsabilidad moral y política alcanza a los 
ciudadanos que, ante la evidencia del desastre, nada hacen para 
impedirlo. 1º Sin embargo, culpa y responsabilidad no significan lo 
mismo. La culpa es un fenómeno eminentemente subjetivo y no 
necesita estar precedida por ningún acto concreto del sujeto para 
que este la experimente. La responsabilidad, en cambio, si se quie-
re fundar en ella el castigo, exige -y es imprescindible que sea así-
que se determine con la mayor precisión que sea posible la relación 
entre un acto y sus consecuencias. 
Es evidente que, ante situaciones que repugnan a cualquier 
conciencia civilizada, se impone la tendencia a la generalización. 
Jorge Semprún relata que un prisionero -un comunista alemán-
dijo a sus compañeros de cautiverio en Buchenwald, poco antes 
de ser liberado y cuando ya se conocía lo ocurrido en Auschwitz 
y en otros campos de exterminio: «No lo olvidéis jamás ... 
Alemania es culpable, mi patria es culpable». Sin embargo, y a 
pesar de la magnitud de los crímenes -entre los cuales, los come-
tidos por el Tercer Reich no tienen parangón-, hay que desechar 
la noción de culpa colectiva. No puede existir una culpabilidad 
colectiva en la medida en que no se puede concebir una subjeti-
vidad colectiva. 
9 Ibíd., p. 141. 
10 Karl Jaspers, por ejemplo, identifica cuatro modalidades de la culpa en 
relación con la experiencia del Tercer Reich: criminal, política, moral y metafísica. 
Con respecto a la última, en su opinión todo hombre es responsable de aquellos 
crímenes ocurridos en su presencia o con su conocimiento, si no ha hecho todo 
lo posible para impedirlo. Desde este punto de vista, prácticamente todos los 
alemanes serían culpables de los crímenes nazis. 
182 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 
2 
«La justicia es uno de los campos desde el que se puede 
observar el modo en que un país gestiona la memoria de 
su pasado». 
Tvetan TODOROV 
Las secuelas de una guerra se dejan ver tanto en el ámbito de la polí-
tica como en el de la moral, y en los vencidos tanto como entre los 
vencedores. Tvetan Todorov 11 muestra hasta qué punto la justicia es 
tributaria de la política cuando está en juego la razón de Estado, y 
cómo el tan llevado y traído concepto de la memoria histórica es, 
en gran medida, una construcción ideológica en la que los hechos 
-aun aquellos sobradamente probados- son en ocasiones suscepti-
bles de manipulación, interpretados de tal modo que sirvan, bien 
para edificar y sostener una historia oficial, o bien para combatirla. 
Todorov examina dos procesos celebrados en Francia por crí-
menes contra la humanidad, en los años ochenta y noventa del 
siglo XX, contra el alemán Klaus Barbie -apodado «el Carnicero de 
Lyon»- y el francés Paul Touvier, respectivamente. Barbie había 
sido el jefe de la Gestapo de Lyon durante la Ocupación, donde se 
hizo famoso por su eficacia represiva contra los miembros de la 
Resistencia. Las confesiones bajo tortura, las labores de infiltración 
y el encadenamiento de las delaciones le permitieron detener a 
Jean Moulin, máximo líder de la Resistencia en el territorio francés, 
muerto él también, como muchos de sus camaradas, tras mucho 
sufrimiento. Acabada la guerra, Klaus Barbie se escondió bajo un 
nombre falso, colaborando entre 1947 y 1951 con los servicios 
secretos estadounidenses en «tareas anticomunistas». Buscado por 
las autoridades francesas , sus protectores norteamericanos le fa-
cilitaron la fuga a Sudamérica con su familia, siendo localizado en 
Bolivia, donde se había radicado y vivía con una nueva identidad. 
11 
TüDOROV, Tvetan (1998): El hombre desp lazado. Madrid: Taurus. 
LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 183 
Una vez localizado, Francia pidió su extradición, que le fue dene-
gada, hasta que en 1983 el Gobierno boliviano lo deportó. Fue juz-
gado y condenado a cadena perpetua por crímenes contra la 
humanidad, y murió en la cárcel de Lyon en 1991. Klaus Barbie 
siempre negó su responsabilidad en los crímenes de los que se le 
acusaba. 
Paul Touvier se incorporó en 1943 a la Milicia, la organización 
paramilitar fascista integrada por franceses colaboracionistas que 
operaba en la zona controlada por el Gobierno de Vichy, bajo la 
supervisión directa de la Gestapo. Como jefe del servicio de infor-
mación de la Milicia de Lyon, fue responsable de las ejecuciones, 
torturas y deportaciones de numerosos judíos y miembros de la 
Resistencia. Condenado a muerte, consiguió escapar y permaneció 
escondido bajo la protección de la Iglesia católica, que le ocultó en 
diversos monasterios; así hasta 1964, fecha en la que prescribieron 
sus crímenes. En 1971 fue indultado, aunque dos años después 
se reabrió la causa contra él, cuya tramitación se demoró varios 
años más gracias a ciertas complicidades oficiales, hasta que en el 
juicio celebrado en 1994 fue condenado a cadena perpetua por 
crímenes contra la humanidad. Touvier basó su defensa en el con-
sabido argumento de haber actuado obedeciendo órdenes de los 
alemanes, e incluso alegó que, gracias a su intervención, había 
conseguido salvar la vida de muchos rehenes. Murió en prisión en 
1996. 
Para los jueces franceses que juzgaron a Klaus Barbie, no cabía 
duda alguna de que el acusado era culpable de crímenes contra 
la humanidad, imprescriptibles por naturaleza, e incorporados 
al ordenamiento jurídico galo a partir de 1985. 12 La Corte de 
12 Aunque existía corno concepto desde principios del siglo xx, los «crímenes 
contra la humanidad» obtuvieron su estatuto jurídico a partir del Acuerdo de 
Londres de 1945, cuando los aliados decidieron la creación del Tribunal Militar 
Internacional que habría de sesionar en Núrernberg. Se definió a estos crímenes 
como «asesinato, exterminio, esclavización, deportación y otros actos inhumanos 
cometidos contra cualquier población civil antes o durante la guerra, o per-
secuciones basadas en motivos políticos, raciales o religiosos en relación de o en 
conexión con cualquier crimen dentro de la jurisdicción del Tribunal Militar 
Internacional, violen o no la ley del país donde se perpetraron». 
184 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 
Casación incluyó, en el concepto de víctimas de este delito, a todos 
los adversarios del régimen imputado, lo que permitió incorporar a 
los miembros de la Resistencia; y por otro lado, estableció que el 
sujeto activo de tales crímenes tan solo podía ser un Estado totalita-
rio, 13 a cuyo servicio estaban los agentes ejecutores. El caso de Barbie 
encajaba perfectamente en esta definición; él representaba al ré-
gimen nacionalsocialista, a un Estado totalitario cuyos designios 
ideológico-políticos incluían la persecución, detención, tortura, 
deportación y ejecución de civiles, aunque tales crímenes se consu-
maran en un país diferente al de la nacionalidad del autor, e incluso 
si aquellos no constituyeran un delito tipificado en las leyes internas. 
Paul Touvier, que había cometido crímenes similares a los de 
Barbie, se benefició no obstante, en la primera instancia de su pro-
cesamiento, de una auténtica pirueta jurídica que le absolvió de la 
acusaciónde crimen contra la humanidad; los jueces interpretaron 
que el régimen colaboracionista de Vichy no era, en realidad, un 
Estado totalitario, sino un «régimen conservador y dictatorial, 
donde solo algunos de sus elementos tenían su origen en el ideario 
fascista de más puro corte [ ... ] Según esa interpretación, en efec-
to, solo un alemán podía cometer un crimen contra la humanidad. 
Los franceses quedaban exonerados a priori, porque la Francia de 
la época no era un Estado totalitario» .14 
El «caso Touvier» volvió a despertar en la sociedad francesa 
-cincuenta aíios después del comienzo de la Ocupación- los fantas-
mas nunca completamente apaciguados de la mala conciencia 
nacional; en primer lugar, en relación con la capitulación del Estado 
francés ante Hitler en 1940, pero también con las guerras colonia-
listas que, casi sin solución de continuidad, siguieron a la Segunda 
Guerra Mundial en Indochina y Argelia, donde los soldados france-
ses cometieron crímenes de guerra nunca juzgados. La versión canó-
nica impulsada por el gaullismo pretendía que, aunque los resistentes 
activos fueran tan solo algunos miles de hombres y mujeres, la 
inmensa mayoría del pueblo francés estaba con la «Francia libre» y 
que los colaboracionistas eran una exigua minoría. 
1
3 ToooRov, op. cit., p. 128. 
14 Jbíd., p. 129. 
LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 185 
Si bien es cierto que tanto la Resistencia como los colaboracio-
nistas eran fuerzas minoritarias, es igualmente cierto que la mayo-
ría de los franceses se mantuvieron en una actitud pasiva y resig-
nada durante los aíios de la Ocupación. Y aunque muchos judíos 
salvaron su vida gracias a la heroica solidaridad de sus vecinos, 
amigos, comunidades religiosas cristianas, que les ayudaron a 
ocultarse, no hubo ninguna reacción colectiva cuando miles de 
judíos parisinos fueron arrancados de sus casas y concentrados 
en el Velódromo de Invierno antes de ser trasladados a los campos 
de exterminio. 
El ajuste de cuentas de la Francia vencedora con el régimen de 
Vichy en particular, y con los colaboracionistas en general, 
comenzó incluso antes de la derrota definitiva de los ocupantes y 
de sus aliados nativos, dando por hecho que todos aquellos que 
habían actuado al servicio del Gobierno vichysta o directamente 
a las órdenes de los alemanes, eran objetivamente responsables 
-como ejecutores o cómplices- de las detenciones, torturas y 
muertes de patriotas franceses. Numerosos colaboracionistas 
fueron sumariamente ejecutados nada más ser capturados; en 
otros casos, los acusados fueron sometidos a consejos de guerra 
organizados por la Resistencia; finalmente, tales procedimientos 
irregulares se interrumpieron a medida que se restableció el 
funcionamiento de la Administración de Justicia. La rigurosa y 
excelentemente documentada investigación de Herbert Lottman 
-La depuración, editada en Espaíia por Tusquets- concluye que 
las ejecuciones de acusados de colaboracionismo rondaron las 
10.000 en toda Francia, y que muchos miles más fueron conde-
nados a diversas penas de prisión, expulsados de sus trabajos, 
degradados, confiscada todos o parte de sus bienes, entre otros 
castigos. La herida narcisista del orgullo nacional y los senti-
mientos de culpabilidad eran, sin embargo, demasiado profun-
dos como para que pudiesen ser suturados mediante expedientes 
judiciales. 
186 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 
3 
«El arrepentimiento es cosa de niños». 
Adolf E1Cf-IMANN 
El proceso, la condena y ejecución del exteniente coronel de las SS, 
Adolf Eichmann, secuestrado por agentes israelíes en Argentina en 
1960, trasladado clandestinamente a Israel y juzgado en Jerusalén, 
constituye un paradigma de interpretación y aplicación de las 
leyes, tanto nacionales como internacionales, al servicio de una 
política de Estado. Aunque estaba sobradamente probado que 
Eichmann tuvo una participación determinante en las redadas 
contra los judíos, y actuó como un eficaz organizador del sistema 
de transportes que llevaba a los detenidos hacia los campos de 
concentración y exterminio, existían muchas dudas sobre los fun-
damentos jurídicos utilizados para someterlo a la jurisdicción 
israelí. Eichmann fue acusado de quince delitos, incluidos en tres 
apartados: crímenes contra el pueblo judío, crímenes contra la 
humanidad y crímenes de guerra, cometidos «junto a otras personas», 
y después de cuatro meses de deliberación, en diciembre de 1961, 
el tribunal lo sentenció a morir en la horca. Eichmann fue ejecutado 
el 31 de mayo de 1962, después de que fuera desestimada la apela-
ción por el Tribunal Supremo, y denegada por el presidente de 
Israel la petición de clemencia firmada por el condenado y apoya-
da por numerosas personalidades de todo el mundo, muchas de 
ellas judías.
15 
Hannah Arendt, que presenció el juicio y estudió 
toda la documentación disponible -las actas oficiales no fueron 
publicadas-, incluida la transcripción de los interrogatorios efec-
tuados a Eichmann por la policía israelí, así como un texto origi-
nal de setenta páginas redactado por el propio Eichmann cuando 
15 
Las peticiones de clemencia no obedecían todas a razones humanitarias o 
contrarias por principio a la pena de muerte. Martin Buber, por ejemplo, se opo-
nía a la ejecución porque esta supondría, según él, un pretexto para que los ale-
manes expiaran su culpa. 
LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 187 
aún vivía en Argentina, publicó al año siguiente su testimonio. 16 
El libro y su autora fueron blancos de una campaña denigratoria 
organizada, y objeto de exacerbadas críticas por parte de personali-
dades y organizaciones judías de todo el mundo, dado que Arendt 
no solo puso en evidencia las irregularidades jurídicas de fondo y 
de forma que caracterizaron a todo el proceso, sino que se atrevió 
a cuestionar el comportamiento adoptado por la mayoría de los 
dirigentes de las asociaciones judías de Alemania y de los países 
invadidos por el Tercer Reich, en sus relaciones con los verdugos. 
Analizar las actitudes de esos dirigentes, algunas rayanas en la 
complicidad, otras abiertamente oportunistas -como se reveló en 
innumerables testimonios durante las más de cien sesiones del 
juicio-, significaba meter el bisturí muy profundamente en la sen-
sibilidad judía al poner, en el primer plano, cuestiones atinentes a 
la moral y a la ética que muy pocos miembros de la comunidad 
judía estaban dispuestos a afrontar. El texto de Hannah Arendt, sin 
embargo, y al margen de la polémica bastante artificialmente gene-
rada a su alrededor, supuso una contribución extremadamente 
importante no solo para conocer el modo en que los nazis eje-
cutaron el Holocausto, sino también para analizar la mentalidad 
de quienes lo llevaron a cabo, de la que Adolf Eichmann es un 
paradigma. 
Sorprendentemente, al ser preguntado por el presidente del 
tribunal cómo se declaraba en relación con los cargos, Adolf 
Eichmann respondió: «Inocente, en el sentido en que se formula la 
acusación». Y Hannah Arendt se hace la siguiente pregunta: «¿En 
qué sentido se creía culpable, pues?» 17 Durante las siguientes sesio-
nes del juicio, Eichmann se preocupó de dejar claro que la acusa-
ción de asesinato era injusta ya que, como insistió reiteradamente, 
«ninguna relación tuve con la matanza de judíos. Jamás di muerte 
a un judío ni a persona alguna, judía o no. Jamás he matado a un 
ser humano. Jamás di órdenes de matar a un judío o a una persona 
16 ARENDT, Hannah (2008): Eichmann en Jerusalén. Barcelona: Lumen-
DeBolsillo. 
17 Ibíd., p. 39. 
188 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 
no judía. Lo niego rotundamente». Afirmaciones que matizaría 
agregando: «Sencillamente, no tuve que hacerlo». 18 
En 1955, cuando llevaba casi diez años viviendo en Argentina 
con el nombre de Ricardo Klement, Eichmann concedió una insó-
lita entrevista a un periodista holandés -él también un nazi fugiti-
vo-, a quien dijo que tan solo se le podía acusar de «ayudar» a la 
aniquilaciónde los judíos, «a tolerarla», y que aquel había sido 
«uno de los mayores crímenes cometidos en la historia de la huma-
nidad».19 Este comentario de Eichmann, lejos de representar una 
manifestación de remordimiento, no tenía en realidad para él otro 
significado que la constatación de un hecho por parte de alguien 
que se sitúa fuera, en calidad de observador o de notario, que 
fue el papel que él mismo representó en enero de 1942 en la 
Conferencia de Wannsee -en la que se planificó la puesta en prác-
tica de la «solución final del problema judío»-, en la que actuó 
como secretario. 
No, Eichmann no se mostró en ningún momento arrepentido. 
Es más, rechazó con arrogancia la posibilidad de exhibirse como 
un hombre siquiera mínimamente abrumado por la culpa, dicien-
do que «el arrepentimiento es cosa de niños».2º Pero ¿cómo inter-
pretar el hecho de que aceptara ser entrevistado en 1955, cuando 
llevaba diez años oculto bajo otra identidad, arriesgándose a que 
fuera detectada su presencia en Argentina?; ¿y por qué no intentó 
huir cuando le advirtieron -y él mismo pudo comprobarlo- que 
estaba siendo vigilado?; ¿y qué hay de la sorprendente pasividad 
con la que se dejó secuestrar? Una probable respuesta a estos inte-
rrogantes sería que Eichmann, en verdad, nunca se sintió cons-
cientemente culpable y, por lo tanto, no tenía de qué arrepentirse. 
Sin embargo, sus actos, incluyendo en ellos las omisiones, produ-
cen la impresión de un sujeto que se ofrece para un sacrificio 
expiatorio, ya que no es dable imaginarlo como homenaje a alguna 
deidad. Adolf Eichmann era, en muchos sentidos, el prototipo del 
ciudadano austrogermano medio de entreguerras; mal estudiante 
1s Ibíd., p. 41. 
19 Ibíd., p. 41. 
20 Ibíd., p. 44. 
LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 189 
que nunca consiguió acabar sus estudios, intelectualmente pobre y 
socialmente fracasado, un gris vendedor comercial despedido de su 
trabajo que, en 1932, se afilió al Partido Nacional-socialista e ingre-
só en las SS a instancias de Ernst Kaltenbrunner, un joven abogado 
que siempre miró a Eichmann como alguien socialmente inferior y 
que llegaría a ser el jefe del aparato de seguridad del Tercer Reich. 
Según sus propias declaraciones, Eichmann no tenía prác-
ticamente convicciones políticas; hasta tal punto era grande su 
despiste ideológico que, poco antes de ingresar en el Partido Na-
cionalsocialista, había pensado en incorporarse a una logia masónica, 
muy probablemente como un medio para medrar socialmente; no 
conocía el programa del partido, ni había leído Mein Kampf, 
e incluso él mismo reconoció que «fue como si el partido me hubiera 
absorbido en su seno, sin que yo lo pretendiera, sin que tomara la 
oportuna decisión [ ... ] Kaltenbrunner le había dicho: ¿por qué no 
ingresas en las SS? Y Eichmann contestó: ¿por qué no?»21 He aquí un 
excelente ejemplo de la superficialidad con la que se toma una deci-
sión que ha de conducir a un sujeto mediocre, sin otra expectativa 
que rodar por la existencia como un perdedor, a ser un ejemplo de 
lo que Hannah Arendt llamó «la terrible banalidad del mal, ante la 
que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes».22 
Por oscuras razones, Eichmann comenzó a interesarse por los 
judíos y, en particular, por el movimiento sionista, del que siempre 
se declaró un admirador «por su idealismo», tal y como repitió en 
sus declaraciones.23 Esa curiosidad le llevó a leer el famoso texto de 
Theodor Herzl El Estado judío, así como Historia del sionismo, 
de Adolf Bóhm, e incluso a aprender algo de hebreo, lo que le con-
virtió en poco tiempo en el «especialista en asuntos judíos» dentro 
del departamento de seguridad, en una época en la que los nazis 
aún no habían elucubrado la expresión «solución final» e incluso 
algunos jerarcas se permitían sugerir una «solución jurídica» del 
problema judío.24 Antes de la guerra parece que existió un plan que 
21 Ibíd., p. 56. 
22 Ibíd., p. 368. 
23 Ibíd., pp. 67-68. 
24 Ibíd., p. 64. 
190 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 
se mantuvo en secreto -cuyo carácter delirante hace sospechar 
que no se trató más que de una cortina de humo para velar las 
verdaderas intenciones de los nazis-, consistente en enviar, a la 
práctica totalidad de la población judía europea, a la isla francesa 
de Madagascar. El curso de los acontecimientos determinó que se 
optara por una política de acoso, primero jurídica a partir de las 
Leyes de Núremberg, por medio de la cual se trataba de forzar la 
emigración, y después cada vez más violenta, hasta que a partir 
de la «Noche de los cristales rotos», en noviembre de 1938, se de-
sembocó en el agrupamiento en guetos y en los campos de con-
centración. 
«Inocente, en el sentido en que se formula la acusación», expresó 
Eichmann en su primera comparecencia ante el tribunal. Durante 
una entrevista que concedió su abogado, este dijo que «Eichmann se 
cree culpable ante Dios, no ante la ley»; unas palabras que el intere-
sado ni ratificó ni tampoco desautorizó, pero que verosímilmente 
pudo haber pronunciado a lo largo de los interrogatorios policiales 
y cuyo contenido -aunque no literal- coincide con otras manifesta-
ciones suyas efectuadas a lo largo del juicio. Asumiendo una actitud 
que revela una auténtica Spaltung, Eichmann sostuvo reiteradamen-
te que la aniquilación de los judíos «fue uno de los mayores críme-
nes cometidos en la historia de la humanidad», y que si pudiera se 
«ahorcaría con sus propias manos, en público, para dar un ejemplo 
a todos los antisemitas del mundo», al mismo tiempo que se defen-
día alegando que había actuado en el cumplimiento de órdenes lega-
les ajustadas al derecho entonces vigente en el Tercer Reich, ya que, 
como manifestó en 1943 el ministro de Educación y Cultura de 
Baviera -a la sazón un distinguido jurista-, escritas o verbales, «las 
órdenes del Führer [ ... ] son el centro indiscutible del presente sis-
tema jurídico».25 
El razonamiento disociado de Eichmann era coherente con sus 
convicciones. «Uno de los mayores crímenes cometidos en la 
historia de la humanidad» excede, por definición, por su magnitud 
y desmesura, a la comprensión y aplicación de la justicia humana. 
2s Jbíd., p. 44. 
LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 191 
Es, en este sentido, que Eichmann se somete al juicio divino; tan 
solo Dios puede juzgar sus acciones, y en sus manos está cualquier 
posible expiación. Su rechazo a reconocer la legitimidad del tribu-
nal de Jerusalén era también coherente -y desde el punto de vista 
jurídico, la objeción tenía su fundamento-, en tanto no existía en 
el momento del juicio la llamada jurisdicción universal, los delitos 
no habían sido cometidos en Israel, y el acusado conservaba la 
nacionalidad alemana, a la que por cierto apeló a última hora su 
abogado instando a la República Federal de Alemania a que solici-
tara la extradición del ya condenado, para evitar la ejecución. Para 
Eichmann, las leyes que legitimaban sus actos eran las vigentes en 
el Tercer Reich, y desde luego él no concebía siquiera la posibilidad 
de desobedecer las órdenes que recibía, fundadas en aquellas leyes 
que, en cualquier caso, expresaban la voluntad de Hitler, de quien 
Eichmann dijo que aunque estuviera equivocado no se le podía 
negar que fue un hombre capaz de elevarse desde cabo del ejército 
alemán a Führer de un pueblo de ochenta millones de personas: 
«Para mí-manifestó-, el éxito alcanzado por Hitler era razón sufi-
ciente para obedecerle».26 Hannah Arendt relata que, durante los 
interrogatorios a los que fue sometido, Eichmann se presentó 
como un devoto kantiano «que siempre había vivido en consonan-
cia con los preceptos morales de Kant, en especial con la definición 
kantiana del deber»,27 una declaración que, a los ojos de Arendt, 
resultaba indignante e incomprensible, propia de un estado de con-
fusión mental, ya que semejante interpretación contradice lo esen-
cial de la filosofía moral kantiana, que rescata la facultad humana 
de juzgar,en oposición a la obediencia ciega. Sin embargo, y en 
consonancia con el razonamiento disociativo que guía su discurso, 
Eichmann aclara que «con mis palabras acerca de Kant quise decir 
que el principio de mi voluntad debe ser tal que pueda devenir el 
principio de las leyes generales», y que era consciente de que al 
participar en la «solución final» se había apartado de los principios 
kantianos, «pero que se había consolado pensando que había deja-
26 Ibíd., p. 218. 
27 Ibíd., p. 199. 
192 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 
do de ser dueño de sus propios actos y que él no podía cambiar 
nada».28 
La pretendida resignación de Eichmann ante unos sucesos 
acerca de los que él mismo se sitúa como un simple testigo, en 
lugar de asumir su papel de ejecutor perfectamente consciente del 
plan criminal del que era parte -y muy importante, en la medida en 
que de él dependía el sistema de transportes de prisioneros-, es irre-
levante. La apelación a los principios kantianos a los que decía adhe-
rir, y que tanto escandalizara a quienes lo escuchaban, confrontada 
con los actos en los que participó, solo puede ser comprendida como 
un paradigma de aquello que Lacan explicó en Kant con Sade. Este 
texto, editado contemporáneamente al juicio celebrado en Jerusalén 
-y muy probablemente desconocido para Hannah Arendt-, le hubiera 
sido a esta de gran utilidad para extraer de la tesis lacaniana algunas 
claves fundamentales para matizar sus críticas acerca de las aparen-
tes incoherencias de Eichmann. Desde luego, el acusado no era en 
absoluto consciente de la lógica oculta encerrada en sus afirmacio-
nes, esto es, que el superyó manda gozar y que ese mandato feroz e 
insaciable se solapa con el imperativo moral, y que en ambos casos 
es desde el Otro desde donde su mandato nos requiere, como diría 
Lacan. Para Eichmann, ese Otro estaba simbolizado en su Führer y 
en la voluntad de este convertida en ley, hasta el punto de que a la 
máxima kantiana de que «todo lo que a través de un pueblo pueda 
ser sancionado como ley, reside en la cuestión de si ese pueblo 
podría imponerse a sí mismo una ley asÍ», la única respuesta para un 
nazi sería: sí, el pueblo alemán se identificó de tal modo con Hitler, 
que asumió las consecuencias de aplicarse a sí mismo el rigor de esa 
ley insensata. 
Al igual que Lacan, tampoco Kant hubiera comprendido en su 
tiempo que «ninguna ocasión precipita a algunos con mayor segu-
28 Jbíd., p. 200. En su Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant 
ofrece cinco definiciones del imperativo categórico que se entrelazan, de modo 
que en su conjunto constituyen un sistema moral consistente. La obra de Freud 
muestra que, en realidad, son axiomas de imposibilidad, y para Lacan se trata de 
una versión filosófica de lo que el psicoanálisis denomina superyó, una instancia 
que empuja sin cesar al goce. 
LOS SEMBLANTES BUROCRÁTICOS DEL MAL ABSOLUTO 193 
ridad hacia su meta que el verla ofrecerse a despecho, incluso con 
desprecio del patíbulo. Pues el patíbulo no es la Ley, ni puede ser 
aquí acarreado por ella».29 Y cuando Eichmann dice que encon-
tró consuelo por su supuesto abandono de los principios kantia-
nos «pensando que había dejado de ser dueño de sus propios 
actos», ¿acaso no se puede percibir en esta reflexión un eco de lo 
que Lacan describe como el fenómeno de desvanecimiento del 
sujeto en su relación fantasmática con el goce? ¿Acaso se podría 
sostener que, estando ya al pie del patíbulo y después de un proce-
so judicial durante el cual fue confrontado con las consecuencias 
de sus actos, el sujeto Eichmann asumió, aunque fuera parcial-
mente, su responsabilidad subjetiva? De un lado, no hubo por su 
parte manifestación alguna de arrepentimiento; de otro, si se ha de 
dar crédito a la afirmación de su abogado: «Eichmann se siente 
culpable ante Dios, no ante la ley», semejante -aunque ambigua-
declaración dejaría una puerta ligeramente entreabierta a esa res-
ponsabilidad. Pero ¿ante qué Dios estaba Eichmann dispuesto a 
responder? Al pronunciar sus últimas palabras antes de ser ahorca-
do, el condenado dijo que él era un Gottglauber, expresión que, 
como señala Hannah Arendt, era utilizada por los nazis para indi-
car que estaba apartado de su formación cristiana, agregando que 
tampoco creía en una vida sobrenatural después de la muerte. 
Contradictoriamente con estas palabras, dijo a los testigos: 
«Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal 
es el destino de todos los hombres». 3º 
Por otra parte, las declaraciones que hizo a su entrevistador en 
Argentina unos años antes, sabiendo que podía ser localizado por 
sus enemigos, así como la renuncia a adoptar precauciones para 
evitar su secuestro, ¿sugieren que se estaba ofreciendo para -aun 
inconscientemente- hallar una vía de expiación? De las extensas 
explicaciones que dio sobre su actuación como teniente coronel de 
las SS -sus interrogadores coinciden en que Eichmann mostraba 
una notable locuacidad en su afán de justificarse-, en las que reco-
29 LACAN, Jacques (1989c) : Kant con Sade. México: Siglo xx1, p. 761. 
30 ARENDT, op. cit., p. 36. 
194 SOBRE LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL 
noció con detalles su participación en el Holocausto, implicaban 
una asunción de su responsabilidad objetiva, en tanto que su pensa-
miento disociado le impedía asumir su responsabilidad subjetiva.31 
La Spaltung le impedía inscribir sus acciones criminales en la 
trama de su propia historia. 
• 
31 Arendt cita dos casos de jerarcas nazis directamente comprometidos en el 
Holocausto que se mostraron arrepentidos antes de morir: Reinhardt Heydrich y 
Hans Franck. El primero, supuestamente durante los nueve días de agonía que 
sufrió antes de morir, después de ser emboscado por resistentes checos; y el 
segundo, que había sido gobernador de la Polonia ocupada, en la celda de 
Núremberg en la que esperaba su ejecución. No se conocen con exactitud los tér-
minos en los que expresaron ese arrepentimiento, ni es posible apreciar el grado 
de sinceridad que contenían. Arendt se limita a preguntarse si, en el caso de 
Heydrich, el arrepentimiento se debió, más que a Jos asesinatos en masa, a su con-
dición de medio judío traidor a su pueblo. 
11. LA PULSIÓN DE MUERTE EN ESTADO PURO 
«La guerra constituye un acto de fuerza que se lleva a cabo 
para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad». 
Car! YON CLAUSEWITZ 
1 
En la primera mitad del siglo XIX, época del auge del Estado-
nación como la forma por excelencia de la organización políti-
ca-institucional, Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz publicó su 
tratado De la guerra, en el que analizaba el origen, desarrollo y 
finalidad de los conflictos bélicos. La obra se convirtió inmediata -
mente en un texto canónico para todos los ejércitos, revolucionó la 
teoría de la guerra hasta entonces imperante en Occidente y ejer-
ció una influencia determinante en la concepción de la doctrina 
militar por parte de los diversos Estados mayores. 1 Aunque la 
tendencia a la simplificación, que conduce generalmente a la vul-
garización y empobrecimiento de las ideas, ha hecho que el pensa-
miento de Clausewitz parezca limitado a una sola frase -aquella 
que define a la guerra como una continuación de la política, solo 
que con otros medios-, el conjunto de los escritos del militar pru-
siano muestra a un hombre con una sólida formación historiográ-
fica y filosófica, capaz de teorizar acerca de la guerra teniendo 
siempre presente el contexto social y político en el que surgen los 
conflictos armados, y que en la mayoría de los casos condicionan 
el éxito o el fracaso de la estrategia militar. Clausewitz, en la este-
la de Maquiavelo, pertenece a la tradición realista, para la que la 
1 Es muy significativo el hecho de que las obras de Clausewitz y de otros teó-
ricos militares se estudien no solo en las academias militares, sino también en las 
escuelas de negocios, gestión y dirección empresarial. 
195

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