Logo Studenta

Carmen Guaita - Contigo aprendí (Psicología y educación) (Spanish Edition)-Editorial San Pablo España (2016)

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Contigo aprendí
Conversaciones sobre educación y valores con personalidades de nuestro tiempo
Carmen Guaita
2
Versión electrónica
SAN PABLO 2012
(Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723
E-mail: ebooksanpabloes@gmail.com
comunicacion@sanpablo.com
ISBN: 9788428542661
Realizado por
Editorial San Pablo España
Departamento Página Web
3
Para todos los que quieren pensar la educación, con afecto.
«Los sistemas de valores son todo lo que tenemos en el mundo, la única
densidad, espesor y riqueza de nuestra experiencia, el único ser» (GIANNI
VATTIMO).
«De cuanto se origina en nosotros por naturaleza, primero recibimos las
facultades y después ejercitamos sus actividades. Las virtudes, en cambio, las
recibimos después de haberlas ejercitado primero. Nos hacemos justos
realizando acciones justas. Y de no ser así, ninguna necesidad habría de que
alguien nos enseñara» (ARISTÓTELES).
4
Prólogo
Con fidelidad a la etimología del término, este prólogo pretende ser sólo eso, una palabra
previa, motivadora para el lector a adentrarse en la hondura de las otras palabras, las
importantes y protagonistas, del libro que inaugura con todos los honores una nueva
colección de la editorial San Pablo, Psicología y Educación.
Es un libro «de y con psicología», porque sus narradores son personas que transmiten
vida y, con ella, pensamientos, sentimientos, interrogantes y sugerencias. Es un libro de
educación, la más apasionante y difícil de las tareas, porque ese es el tema central de las
conversaciones que la autora ha mantenido con sus entrevistados y que ahora nos ofrece.
Se trata también de un libro con el aprendizaje de fondo. Los profesionales de la
psicología coincidimos en que el mejor aprendizaje es el que se obtiene a partir de otros,
que nos sirven de modelo y de referencia. Es más, decimos que cualquier aprendizaje
gana en calidad cuando anda por medio la relación de un yo con un tú. De ahí el título
que Carmen Guaita ha escogido para su libro. Nos confiesa que en estos encuentros
interpersonales ella ha aprendido y nos invita a los lectores a que también aprendamos al
encontrarnos con esta magnífica galería de personas, que nos dicen mucho, porque
tienen mucho que decir.
El género entrevista, que la autora domina a la perfección, porque posee una alta
inteligencia emocional y social, se presta como pocos a que unas personas, al hablar de sí
mismas, de lo que piensan o sienten, al abrirse, nos abran otros mundos y perspectivas.
Así se hace posible el aprendizaje, que siempre lleva incluida la preposición «con».
El conjunto de personas entrevistadas es variado, con profesiones distintas y
trayectorias vitales llenas de densidad humana. Por ello, a través de sus palabras, afloran
los valores, sin los cuales no puede concebirse la educación, ni una vida con sentido. Es
de justicia darles las gracias porque nos han enseñado cosas importantes, nos hacen
pensar y, con ellos, hemos aprendido.
Mi palabra final es también de satisfacción porque Contigo aprendí, de Carmen
Guaita, dé comienzo a la aventura de una nueva colección, en la que la editorial San
Pablo y quienes con ella colaboramos renovamos ilusiones y apuestas por la educación.
La amistad sincera y entrañable con quien ha escrito este libro y ahora nos lo ofrece a
todos añade, desde mi perspectiva personal, un motivo más para el agradecimiento y la
alegría. De los amigos, con los amigos, siempre podemos aprender.
Luis Fernando Vílchez Martín
5
Educar en valores es educar
Tener hijos es una de las experiencias más transformadoras y bellas de la vida, pero
también es un compromiso con la vida misma. «En lo bueno y lo malo, en la riqueza y la
pobreza, en la salud y la enfermedad» somos el padre o la madre de otro ser, estamos
para siempre vinculados a él. En cierto sentido, nos hacemos eternos a través de los
hijos.
Esta vinculación nos exige todos los esfuerzos necesarios para asegurarles la salud, la
protección, el bienestar y el alimento, pero también nos obliga a educar, una tarea
eminentemente humana.
Educar es transmitir el modo de empleo de la vida, dar a conocer las posibilidades de
la inteligencia humana pero también del alma –los sentimientos– y del espíritu –la
capacidad de juzgar, ejercer la fuerza de voluntad y decidir libremente–.
La clave de la educación está en ayudar a nuestros hijos a ser felices y capaces de
hacer felices a los demás. El proceso equivale a mostrarles un camino, proveerles de
buenas botas, cogerles de la mano los primeros tramos y apartarse después para que
puedan «hacer camino al andar». Las herramientas con las que se educa son el amor y el
sentido común, y los ingredientes que forman parte del modo de empleo de la vida son,
sin duda alguna, los valores.
Sin embargo, es difícil explicar exactamente qué entendemos por valores. En términos
económicos, el valor está ligado al precio y así podemos establecer que lo más valioso es
lo más caro. Pero esto no es suficiente. ¿Cuánto pagaríamos por una familia unida o por
un amigo leal? Es evidente que los asuntos propiamente humanos se desarrollan en otro
terreno.
Los valores existen. Son cualidades positivas, reales y no relativas, y tienen por ello
una dimensión objetiva. Pero es muy importante tener en cuenta que son relacionales,
es decir, nosotros los captamos o no –los valoramos– en una dimensión subjetiva que es
esencial también. Son como las cualidades de un gran vino, que permanecen ocultas
mientras no lo pruebe quien las sabe apreciar. O como el arpa de la rima de Bécquer,
cuyas notas «esperan la mano que sabe arrancarlas».
Desde que los antiguos griegos propusieron el concepto Êthos para definir el carácter,
el sentido ético se considera parte esencial del hombre. La ética constituye y fundamenta
nuestra personalidad, nuestros hábitos, nuestra predisposición para elegir en un sentido o
en otro.
En el transcurso de la vida vamos formando nuestro carácter –es decir, somos cada
6
vez más éticos–, y debemos construir, a partir de la educación recibida y con el esfuerzo
propio, una manera de ser que nos permita avanzar con la moral alta y no
desmoralizados. Altos de moral, es decir, controlando las circunstancias, dueños de
nuestra vida, con los pies firmes y la frente alta. Con «la moral del Alcoyano», si es que
alguien recuerda esa vieja expresión. Forjar un buen carácter a partir de la herencia
genética, la educación y la capacidad para superar ambas es, de hecho, la tarea de cada
vida.
En esta dimensión resultan imprescindibles los valores positivos, las virtudes, aquello
que los antiguos griegos llamaban la areté: una manera buena de ser. Poner en práctica
las virtudes ayuda a realizarse como ser humano y ajusta la convivencia con los demás.
Quien se mueve en una escala de valores positiva está apropiado de sí, es dueño de su
vida, libre.
Y esto es así porque las virtudes –que recibimos después de haberlas ejercitado, como
nos recuerda Aristóteles– nos permiten empoderarnos, una bella y antigua palabra
castellana que significa «dar poder a las propias capacidades», el objetivo de una buena
educación. Por eso educar en valores es educar, sencillamente. Debemos mostrar a
nuestros hijos cuáles son los valores buenos porque para captarlos es necesario
estimarlos, comprender su jerarquía y distinguirlos de los deseos y las preferencias.
Debemos enseñarles a valorar lo que verdaderamente les servirá para vivir.
Sin embargo, tenemos que educar en una sociedad que busca la felicidad en el
bienestar y no comprende que el sentido de las cosas importa aún más que la felicidad.
Decía Heidegger: «Ninguna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el
hombre como la nuestra. Ninguna época logró que este saber fuera tan rápida y
cómodamente accesible. Y no obstante, ninguna época supo menos qué es el hombre».
Es inevitable que nos preguntemos: ¿Quién educa en realidad a nuestros hijos? ¿Cómo
debemos educar hoy?
La primera respuesta es sencilla. Todos los que estamos en contacto con un niño le
educamosde alguna manera, pero no con la misma responsabilidad. El papel protagonista
del proceso educativo es de los padres. Nuestros hijos nos miran constantemente, nos
aprehenden. Para crecer necesitan imitar e identificarse con unos modelos y eso es
precisamente lo que somos para ellos. No nos debe extrañar que nos juzguen en cuanto
tengan la capacidad de hacerlo.
Los valores que les vamos a transmitir son, inevitablemente, los que conforman
nuestro modo de empleo de la vida. Los hijos ponen a prueba la educación de los padres,
pero también la capacidad de reflexión y la madurez, porque mientras ellos crecen se va
llevando a cabo simultáneamente nuestra tarea ética. En cierto sentido, debemos ejercer
sobre ellos un liderazgo, y el liderazgo no es sino la voluntad constante de mejora...
propia.
Además hay otros ámbitos educativos importantes. La adquisición de conocimientos,
destrezas y valores de la convivencia social se lleva a cabo en la escuela. Para que este
7
escenario importantísimo funcione bien, debemos procurar coherencia entre cole y casa,
sabiendo que la educación escolar complementa a la de la familia, no la suple. Por
supuesto, también los medios de comunicación son emisores de mensajes educativos y a
través de ellos entran en casa la mayoría de los valores que imperan hoy, pero ni siquiera
su influencia, aunque tiene la fuerza de un titán, sustituye a la de la familia.
La segunda cuestión –¿Cómo educar hoy?– es más compleja. Todas las sociedades
humanas se definen por su escala de valores y los que priman hoy en la nuestra no son
empoderantes. Descritos brevemente, con ayuda de la profesora Adela Cortina, algunos
de los valores más valorados en el momento actual son:
El «cortoplacismo», la ausencia de un proyecto de futuro. Su paradigma es la
tarjeta de crédito. «Disfrute ahora y pague más tarde» es uno de los mensajes que
más escuchan los jóvenes. Nuestro dueño es el absoluto presente –carpe diem–.
Decía Nietzsche: «El hombre ya no es capaz de hacer promesas». Claro que no,
puesto que las promesas necesitan tiempo para ser cumplidas. Y sin embargo,
hacer una promesa y cumplirla es la única manera que tenemos de controlar la
incertidumbre del futuro.
El individualismo. Pone en primer lugar la libertad negativa, es decir, entendida
como independencia absoluta: «En mi perímetro hago lo que quiero y nadie
interfiere». Es una actitud que daña gravemente la convivencia familiar. Nos gusta
disfrutar de las ventajas de formar parte de una familia pero no asumimos las
responsabilidades que conlleva. La imagen más elocuente es la casa en la que hay
un televisor y un ordenador en cada dormitorio y ya no hay turnos que esperar, ni
nada que ceder, ni un espacio común para con-vivir. Nuestra cultura, llena de
recursos comunicativos, en triste paradoja, nos aísla y nos hace romper vínculos
con los más cercanos a nosotros.
La ética «indolora»: se reclaman los derechos pero no se reconocen las
obligaciones. Y tampoco parece caber el respeto, la philia politike de los clásicos,
una consideración hacia la persona que está frente a mí, sea quien sea, y que es
independiente de las cualidades o los logros que admire en ella. Uno de los
indicadores de la despersonalización de nuestro tiempo es precisamente que sólo
cabe el respeto para lo que admiramos o estimamos.
La exterioridad, la incapacidad de reflexionar. Es una pérdida dolorosa. El auge de
las religiones orientales, con sus técnicas de meditación, atestigua cuánto echamos
de menos, sin saberlo siquiera, la dimensión interior. Para ser dueño de la propia
vida hay que conocerse: ¿Quién soy yo? ¿Por qué hago lo que hago? Como diría
el profesor Savater: «las preguntas de la vida».
La competitividad, la autoestima fuerte, ciega, entendida como hacer más cosas y
aguantar más tiempo, que se confunde con la libertad, la juventud o la
modernidad. Y junto a ella, la experimentación de lo nuevo por lo nuevo, sin
8
calcular las consecuencias, en la convicción de que la diversión y la felicidad están
asociadas al consumo. Una estrategia de mercado bien disfrazada nos hace creer
que el alcohol, las drogas, la sexualidad indiscriminada y la adquisición de la
última moda son experiencias obligatorias. Esta valoración produce estragos en la
salud física y mental de mucha gente joven y les hace olvidar que las personas
felices tienen responsabilidades y compromisos.
El gregarismo, que no es sociabilidad, sino inercia de seguir lo que todo el mundo
haga o diga. Cada vez resulta más difícil distinguirse de la masa, de manera que las
opiniones personales, si discrepan de lo políticamente correcto –¿establecido por
quién?– se mantienen ocultas, se sofocan. Aunque nunca del todo, claro está. En
este sentido, las tecnologías de la comunicación están abriendo nuevas corrientes
de opinión y participación en las que seguramente está el germen del futuro.
La falta de compasión, la dureza en los sentimientos. No nos damos cuenta de que
compasión no es condescendencia de los que están bien con los que se encuentran
mal, sino acompañamiento del otro en el sufrimiento y en la alegría. Además,
como la compasión está unida a la justicia, estamos olvidando también que esta es,
en su origen, dar a cada uno lo suyo, no a todos lo mismo.
Para educar bien, es imprescindible mostrar a los niños y adolescentes aquellos
valores que pueden fortalecer su personalidad. Las personas que he entrevistado en este
libro van a profundizar en ellos. Nos encontraremos:
Frente al «cortoplacismo», el proyecto personal, la apuesta por la propia vida, que
exige compromiso y esfuerzo. Como decía Aristóteles: «Las personas disfrutamos
poniendo en juego la mayor cantidad de facultades posible. La felicidad es una
actividad». Las claves están en la disciplina, que funciona como alimento de
cualquier proyecto, y la fuerza de voluntad, el músculo necesario para afrontar los
retos que la vida nos presenta. ¿Cómo se educa en estos valores? Aumentando el
nivel de exigencia, poniendo cada día frente a nuestros hijos algunos pequeños
retos personales, escalones adecuados a su estatura, cuyo premio sea la
satisfacción de haberlos subido.
Frente al individualismo, el personalismo. Martin Buber lo explica muy bien: «No
existe otra manera de construir una comunidad en la que se equilibren justicia y
libertad más que basándola en la relación de encuentro entre personas». Es el
diálogo cara a cara, que justifica la posición erguida del hombre frente a las otras
especies. La tolerancia y el respeto fundamentan este encuentro entre personas
que debemos poner en práctica cada día.
• Frente al gregarismo, la participación social. El hombre no sólo tiene voz para
expresar el placer o el dolor; también tiene palabra, capacidad de buscar acuerdos.
Ser gregario es lo contrario de ser social. Sentirse ciudadano quiere decir estar
9
comprometido con buscar lo mejor para todos. El ejemplo de unos padres que se
implican en su comunidad, el trabajo en grupo, ser responsable de pequeñas
tareas, la solidaridad, la participación en actividades sociales, ayudan a educar en
este valor. La generosidad, que ensancha la vida, y el esfuerzo por la paz serán
nuestras claves también.
Frente al consumo desenfrenado, la austeridad. También en la manera de consumir
mostramos nuestro compromiso vital. Ser austero en este tiempo es una elección
porque estamos rodeados de estímulos que deciden por nosotros. No somos más
libres ni más felices por malbaratar las cosas. La vida diaria de cada familia puede
y debe educar en este valor, indudablemente con el ejemplo.
Frente a la ética indolora, la exigencia de los derechos y también de las
responsabilidades. Los padres tenemos que establecer normas claras que
enmarquen la convivencia familiar desde el principio, como las tiene la sociedad en
la que nuestros hijos van a vivir y como las tiene la inevitable relación con los
demás. Ser responsable quiere decir escuchar los retos y las exigencias de la vida y
poder responder a ellos. Pero sólo puede responder de sí mismo quien segobierna.
La autoestima razonable, que reconoce los propios límites y es capaz por ello de
potenciar lo mejor y aceptar lo menos bueno, de hacer más fuertes las propias
capacidades y superar el desánimo que producen los fracasos. Para ella, el deporte
es el educador por antonomasia pero también importa entender el verdadero
significado de la belleza.
El fortalecimiento de los vínculos con la familia y con el entorno. Es imprescindible
recuperar las obligaciones, la ob-ligatio que establece una vinculación con los
demás y que nos liga a nuestra propia realidad personal. Para nuestros hijos, una
de estas obligaciones fundamentales es el esfuerzo ante el estudio, que deben
entender como un compromiso ante su propia vida y ante la sociedad.
La recuperación de la interioridad, del «examen de conciencia», que hace preguntas
sobre uno mismo. «No corras, ve despacio, que adonde debes ir es a ti solo»,
escribía Juan Ramón Jiménez. Lectura y reflexión, pero también algún momento
de silencio, de televisión apagada, de diálogo tranquilo a la hora de comer...
Escuchar a nuestros hijos les enseñará el valor de escucharse para encontrar su
propia identidad. Y de la reflexión que busca el sentido de la vida nacerán la fe y la
esperanza.
Los valores empoderantes se alimentan unos a otros y nos permiten caminar cerca de
la esencia del ser humano. En ella se encuentran la consciencia de ser una persona única
–«yo»– y poseer una vida singular, la libertad, y el sentido de la trascendencia para
reconocer el misterio tremendo y fascinante que nos envuelve y que es mayor que
nuestras fuerzas.
Dicen que Francisco de Goya quería escribir en su epitafio: «Aún aprendo».
10
Seguramente, la inagotable posibilidad de aprender es el gran privilegio de cada ser
humano. Educar bien a los hijos es nuestro reto y nuestra responsabilidad. Podemos
aprender a hacerlo y podemos construir para nosotros mismos una actitud empoderante.
Reflexionar sobre la educación y los valores es el objetivo de este libro. Los
compañeros de viaje son personas egregias –están fuera de la grey– pero a la vez son
sencillas, realistas, inolvidables. Todos hablan desde la perspectiva de su experiencia
vital, sobre la cual aportan algunas claves. Y curiosamente, todos llegan a conclusiones
muy parecidas. Sus testimonios mantienen una coherencia interna –como los valores–
porque presentan los postulados esenciales de esa filosofía de vida que constituye hoy y
siempre la mejor educación.
Con Antonio López aprenderemos qué es y para qué sirve la austeridad; hablaremos
sobre la belleza con Pastora Vega; Fernando Savater nos explicará qué quiere decir
ciudadanía; Juan Manuel de Prada esbozará un panorama de la cultura, eterna
compañera de la educación; Jorge Valdano nos hablará sobre los valores asociados al
deporte; Carmelo Gómez nos revelará el secreto de la disciplina; Nicolás Fernández
Guisado nos explicará la importancia del esfuerzo en el ámbito escolar; Blanca López
Ibor nos describirá mejor que nadie la esperanza; Javier Urra aportará algunas claves
sobre cómo funciona la familia hoy; María Ángeles Fernández, que ha adoptado un hijo,
nos abrirá una ventana al valor de la generosidad; Ana Isabel Saz explicará el papel de la
identidad en la adolescencia; Juan Carlos López, filósofo y jurista, nos dejará claro qué
decimos con la palabra libertad; Federico Mayor Zaragoza, que ha dedicado su vida a la
cultura de paz, nos transmitirá su experiencia; con monseñor Amigo, el cardenal
arzobispo de Sevilla, nos asomaremos un poco al sentimiento religioso; Alejandra Vallejo-
Nágera hablará de la responsabilidad y el director general de la FAD, Ignacio Calderón,
de la solidaridad; desde la voz de Eugenia Adam nos llegará el valor de la tolerancia;
Jesús Poveda va a afirmarnos en la defensa de la vida; Víctor Ullate nos hablará sobre la
fuerza de voluntad, antigua y constante compañera de su vida; y con tres jóvenes
realizaremos una reflexión final sobre la educación en valores.
He procurado transcribir sus testimonios con la mayor fidelidad y respeto. A cada uno
de ellos tengo que decirle: Contigo aprendí. Gracias.
11
B de belleza
Pastora Vega
habla sobre la belleza
«La belleza tiene que ver sobre todo con la unicidad, con que cada uno de nosotros es único 
e irrepetible y eso es lo que nos hace atractivos».
Preguntaron a un filósofo qué cualidad humana era la menos frecuente en el mundo
actual. Él contestó: la belleza.
Me pareció una respuesta curiosa, porque aparentemente hoy estamos siempre
rodeados por los modelos del canon estético. La belleza es uno de los valores que nos
parecen más importantes, hablamos de ella constantemente y, en ocasiones, hasta nos
sacrificamos por ella.
Sin embargo, es cierto que su verdadero sentido se nos está escapando. Los turistas
que acribillan con el flash a la Venus de Milo y se van corriendo a hacer lo mismo frente
a una puesta de sol son un buen ejemplo. Estamos perdiendo la consciencia de que,
aunque se perciba con los sentidos, lo bello detiene el tiempo y apela a nuestro interior.
Apreciar el arte y la naturaleza nos «embellece»; coleccionar imágenes nos convierte en
un catálogo.
Algo parecido está sucediendo con la belleza del cuerpo humano. Ahora nos la
encontramos siempre fragmentada: «pestañas extralargas», «cabello brillante», «vientre
plano...». Parece como si ya no pudiéramos pensar en una persona de cuerpo entero. O
la asociamos con la perfección. Nos dicen que visitando la clínica X conseguiremos «una
sonrisa perfecta», y aplican ese adjetivo exclusivamente a los labios o los dientes. Así
olvidamos que «sincera», «cálida» o «contagiosa» son valores que también definen a
una sonrisa.
Tenemos que reflexionar sobre la belleza porque el objetivo de la educación es formar
a una persona completa y esto implica abordar la relación de un niño o un adolescente
con su propio cuerpo. La belleza, moral y física, implica aceptar y potenciar nuestra
personalidad y configura la vida porque nos presenta ante los demás. Es preciso que la
educación recobre el sentido primigenio y global de la expresión «una bellísima persona».
12
Cuando conocí a Pastora Vega, me di cuenta enseguida de que ella podía abordar este
valor. Al despuntar como actriz, Pastora era una belleza indiscutible; ha pasado el tiempo
y lo sigue siendo. Una mujer realmente bella, no una muñeca. Algo que sucede cuando
se trasciende la máscara, cuando hay una vibración interna, esa energía que asoma al
exterior con las sonrisas, las miradas, las lágrimas, los modos de expresión del alma
humana. Dice mi amiga Pilar, la peluquera, que ser bella es no tener miedo. Pastora le da
la razón.
Para realizar esta entrevista, pasamos juntas una tarde de café. Nos reímos mucho y,
charlando, pudimos encontrar entre nosotras la conexión casi telúrica que hay,
seguramente, entre las vidas de todas las mujeres. Mientras hablaba con ella, tuve
presente el pensamiento de Goethe: «Lo que hay dentro, eso hay fuera».
 
Pastora, ¿qué es la belleza? ¿Cómo te parece a ti que hay que vivirla, hoy que
importa tanto?
La belleza... Para mí ahora, a mi edad, la belleza es algo menos obvio, más relacionado
con las emociones que cuando era jovencita. Pero no quisiera que hablando de la belleza
salieran muchos tópicos, aunque parecen inevitables.
 Tendremos que ir caminando sobre los tópicos.
Hay unos cánones de lo que es la belleza en todos los órdenes de la vida, no sólo en el
aspecto físico, sino en el arte, en la pintura, en la escultura. Y son cánones que varían.
Los de la cultura del antiguo Egipto, de Grecia, de Roma, o del Renacimiento no tienen
nada que ver con el canon de belleza actual. En el tiempo que nos ha tocado vivir a
nosotras, la belleza es, por un lado, algo muy superfluo, muy basado en el aspecto
externo, en una serie de medidas y proporciones que hay que corregir inmediatamente en
cuanto empiezan a desajustarse, como si fuera un delito tener la nariz un poco más abajo
o más arriba, o la piel menos tersa de lo ideal. Esta actitud es preocupanteporque nos
iguala, y la belleza tiene que ver, sobre todo, con la unicidad, con que cada uno de
nosotros es único e irrepetible, y eso es lo que nos hace atractivos.
Hay otro componente de la belleza, más subjetivo: es lo que nos atrae a cada uno.
¿Por qué, de repente, te llama el escorzo de ese hombre desconocido que está en una
esquina fumando y no aquel otro que, objetivamente y según todos los cánones, es bello?
Y es que resulta más fácil ponerse de acuerdo sobre lo que es horrendo que sobre lo que
es bello, y aun así hay quien se siente atraído por lo horrendo.
Por eso la belleza tiene también un componente de conocimiento de uno mismo: ¿Qué
es lo que me atrae a mí? Pues a lo mejor me enamora el sentido del humor, la
inteligencia o la manera de mirar de un hombre objetivamente feo, que es bello en su
13
forma de ser. Esto se aprecia mejor cuando vas madurando. La belleza es, por tanto,
algo muy subjetivo, más difícil de definir que la fealdad, que te puede producir ternura a
lo mejor. Partiendo de la base de que hay límites muy claros entre lo bonito y lo
horroroso, es, en realidad, un tema muy personal. Se ve muy bien con los nombres de
las personas. «¿Cómo se va a llamar tu hijo?». Y resulta que te apasiona el nombre de
Miguel, y tu interlocutor se echa las manos a la cabeza: «¡Cómo que Miguel!». ¿Por qué
tanto desacuerdo si no son más que unas sílabas, unos fonemas?
Has hecho una definición muy buena de belleza, que me recuerda a la de Alain, un
filósofo contemporáneo: «La belleza no gusta ni disgusta; la belleza detiene».
Es lo que te atrae, lo que te hace parar. Y mantenerte parado, claro. Porque cuando de
pronto ves una cabeza y dices ¡Glup!, y el dueño se te acerca y te habla y se rompe toda
la magia, te das cuenta de que eso que te detiene es en realidad un conjunto de factores
muy complejo.
Pero a mí personalmente lo que no me atrae es la perfección exagerada. La
reconozco, la admiro, pero creo que la belleza de un ser humano está en realidad en la
perfecta imperfección de cada uno.
Pero no podemos conformarnos con decir que la belleza está en el interior, aunque
sea verdad, porque en un mundo tan duro, en el que la apariencia importa tanto,
tenemos que educar a los hijos hablando también de lo externo.
Es que la belleza importa. A mí me importa, como a todas, me imagino, estar bien para
mi edad, controlar el peso, cuidarme la piel y el pelo, sin obsesionarme. Estar lo mejor
posible tanto por dentro como por fuera. Yo quiero llegar a ser una señora de setenta
años a gusto con su edad, no una caricatura de mí misma, como les sucede a otras
actrices que, con todos mis respetos, asustan porque no parecen personas reales. Una
mujer de edad para ser guapa tiene que saber quién es, tiene que reconocerse y
aceptarse. Entiendo que cuando parte de tu autoestima ha estado atornillada con tu
aspecto físico, con tu cuerpo, con tu piel, con tus ojos, con tu sonrisa, como nos sucede
a las actrices, o cuando has oído desde niña lo guapa que eres –y que lo mejor de ti es
que seas tan guapa–, aceptar que eso se acaba debe ser como morirse. Yo intento
atornillar mi autoestima en algo más profundo y más serio que el aspecto externo.
Nuestros hijos tienen que estar cómodos con su cuerpo, sentirse seguros y valorar
lo que sea bello en ellos, dentro de la «perfecta imperfección» de cada uno.
¿Podemos ayudarles a sobrellevar esta tiranía de la belleza?
Vamos a ver, yo tengo la experiencia, incluso un poco exagerada, de haber sido un patito
feo. De hecho, nunca me he considerado una mujer guapa, sino atractiva. Para unos soy
muy guapa, para otros menos, pero no dejo indiferente, y eso a la hora de la verdad es lo
14
mejor. Yo era una niña normalita, no he sido un bebé bellísimo ni una niña guapísima; he
sido una preadolescente tirando a horrorosa, muy morena y peluda, con unas cejas que
mi padre decía que eran como cepillos para limpiar capotes. Yo me las arrancaba a
puñados porque por culpa de ellas se reían de mí en el colegio. Bueno, por las cejas y
por llamarme Pastora. Afortunadamente, hoy puede llamarse uno casi como quiera, pero
entonces era una cosa rara: «¿Es un nombre o un apellido? ¿Dónde has dejado a las
ovejas?». ¡Uf! A partir de los doce años, cuando empezó a salirme una pelusilla encima
del labio, yo ya no quería ser yo, ni llamarme Pastora ni tener mi cara. Quería ser como
la rubia de ojos verdes que hacía siempre de Virgen María en el colegio, porque a mí
siempre me tocaba ser el rey Baltasar. He vivido ese dolor, que no es el de la fealdad en
el sentido más profundo, sino el del patito feo que debe ir encontrando poco a poco la
belleza que hay en su físico, como la que hay en su manera de ser o en su nombre. He
tenido que ir descubriendo las cualidades de mí misma que debía potenciar: por dentro y
por fuera.
Has tenido que empoderarte, darle fuerza a tus posibilidades.
Y he tenido la suerte de pertenecer a una generación en la que conocer, madurar, ser
adulto, tener responsabilidades en la vida, nos gustaba. Los jóvenes de hoy lo tienen más
difícil porque se les vende algo así como una eterna infancia: tatuarse, clavarse un
piercing, ponerse ciego de pastillas, ser famoso, atontarte con la música. Lo entiendo
como sensación, vale, pero es muy peligroso. A mí me ha gustado mucho aprender, no
sólo informarme, sino aprender de verdad, reflexionar, compartir.
Además, la formación da una visión más auténtica de la belleza y reconcilia con uno
mismo y con sus complejos. Desde ahí he podido también relajarme, depilarme las cejas
y encajarme en mí misma.
¿Cómo se evita algo tan peligroso como la «competición en belleza», que afecta a
veces incluso a madres e hijas?
Sí, eso puede llegar a ser muy peligroso. Los adultos tenemos que enseñar a los niños
que el aspecto físico no es lo más importante, pero no podemos vivir de espaldas a la
importancia que en realidad tiene y a lo que puede sufrir un niño gordo, por ejemplo, por
esa especie de cruel sinceridad de la infancia. Tenemos que prepararles para muchas
cosas duras y dolorosas.
Muchas veces el sufrimiento es el resultado de una educación mal enfocada, que
no te pone límites o no te prepara para tolerar una frustración. Hay ocasiones en
que la obesidad de un niño viene de los malos hábitos de vida, de muchas tardes
en que a la madre le resulta más fácil comprar un bollo que discutir para que se
meriende fruta.
15
Querer a un niño es también cuidar su cuerpo, claro que sí. Igual que te debe preocupar
que tenga unos valores, un comportamiento y unas normas que le organicen, te debes
ocupar de sus hábitos de alimentación, de la salud de sus dientes, de que haga deporte...
En una sociedad como la nuestra, en la que hay exceso de todo, educar a un hijo es
una tarea que hay que hacer con muchísimo cuidado. E igual que les dices cuánto les
quieres, debes hablarles de los límites.
¿Y qué pasa cuando un chico o una chica tienen serios complejos por su aspecto
físico?
No es fácil responder. Mis hijos son muy guapos, al menos para mí. Pero, en cualquier
caso, se debe tener en cuenta que para poder transformar algo, primero hay que
aceptarlo. No se puede transformar la realidad si no la conoces y no la aceptas tal cual
es, aunque no te haga ninguna gracia. Si un niño tiene complejos, hay que ayudarle a
esperar para que el tiempo le madure, pase la época de la pubertad y se vea el proyecto
del hombre o mujer que están ahí escondidos. Y una vez que se conforme la situación,
ayudándole a quererse tal como es, hay que brindarle soluciones porque hoy ya no hay
por qué vivir con un narizón que te acompleje, o con una mandíbula excesivamente
grande, o una boca mal colocada. Siempre que la proporción entre lo que puedes ganar
sea superior a lo que puedes perder, siempre que el motivo sea real y no solamente las
ganas de parecerte a Brad Pitt, se deben aprovechar las ventajas de la medicina de hoy.
Cuando nosotras éramos niñas, el modelo a copiar era la niña más mona de la
clase, aquella rubia de ojos verdes de la que tú hablabas antes.Ahora el modelo es
artificial, alguien retocado en las fotos a quien nunca vamos a ver en persona. Es
más complicado porque no es real.
Y hay otros modelos, otros ídolos que desde mi punto de vista deforman, por su manera
de ser, de vestir o de comportarse. A mí me preocupa que no son modelos reales, sino
estímulos de una carrera hacia ningún sitio: ahora esto es lo nuevo, ahora esto otro, dos
minutos más tarde cambia la tendencia... Así una persona joven no sabe quién es ni lo
que quiere, está obligada a poner todo su interés en lo de afuera. Algo pasa en el adentro
que hoy no va a ninguna parte. Nuestra generación tuvo más suerte. Queríamos
parecernos a Marisol, pero antes o después aceptábamos nuestro propio modelo. Hoy el
modelo, ¿cuál es? Dar vueltas sobre un mismo eje para no encontrarte a ti mismo. Claro
que antes o después debe llegar el momento inevitable en que uno se pregunte quién
quiere ser en realidad.
A mí también me preocupa ese afán por lo nuevo simplemente porque es nuevo,
sin más reflexión. Falta el proyecto: ¿Quién voy a ser yo? Porque no soy Britney
Spears.
16
Estamos viviendo un momento muy especial, creo que más preocupante que interesante.
A mí me está decepcionando en todos los niveles. Yo creía hace diez años que el cambio
de milenio, los avances en las tecnologías, nos iban a traer un montón de cosas positivas,
pero está sucediendo exactamente lo contrario. Se nota en la esfera laboral, en la
educativa, en la familia, en la política, en los éxodos de la inmigración... Realmente el
panorama que vamos a dejar a nuestros hijos y a nuestros nietos no me gusta. Y todas
las dificultades para educar son reflejo de esta sociedad en la que vivimos.
Tú tienes dos hijos, Pastora. ¿Qué le dirías a una madre desorientada ante estas
dificultades?
Yo creo que el mensaje debe ir destinado a las mujeres que quieren ser madres y a las
que están empezando esa aventura, que todavía pueden hacer muchas cosas. Y lo que
hay que decir es la gran responsabilidad que supone. Tener hijos es muy serio, un trabajo
que empieza desde el principio. No se puede tener un hijo para jugar a las casitas y
arriesgarte a que luego te parezca que invade el terreno de tu trabajo, de tu pareja, de tus
viajes. Yo misma estoy reduciendo muchas oportunidades profesionales por mi familia,
porque sé que todo a la vez no se puede conseguir. Una vez que te comprometes a tener
un hijo, tienes que asumir que es una prioridad. Nadie puede ser a la vez una madre
estupenda, una profesional que trabaje de sol a sol, una esposa maravillosa, dedicada en
cuerpo y alma a su marido, una amiga de sus amigos, una hija entregada a sus padres
mayores, una mujer solidaria y comprometida con lo que pasa... Todo a la vez es
completamente imposible. Por los hijos hay que elegir y hay que sacrificarse. El sacrificio
no es un concepto religioso y antiguo, no. Sacrificio significa soportar un momento que
no te gusta y que a veces puede ser hasta doloroso. Debemos saber que tener un hijo
cambia todo el orden de prioridades de la vida, y si una no está dispuesta a eso, no debe
dar el paso. Te dedicas a tus otras historias y allá tú con tu vida. Hoy hay muchas
mujeres que no saben lo que significa ser madres. Hay una especie de insensatez en no
reconocer que una madre debe estar cerca de los hijos, pero nos guste o no, esto es así.
Es curioso, porque en esto coincides con muchos expertos en educación.
Pues claro. Y eso no nos hace desiguales a los hombres en derechos. Sólo que tenemos
en nosotras un tesoro que es la maternidad, que el padre, por supuesto, comparte, pero
nunca puede sustituir. Estamos cayendo en una locura. Yo opto por una maternidad y
una paternidad más responsables cuanto más difícil es el mundo en que vivimos, que
verdaderamente nos lo está poniendo muy difícil. Viviendo con el conocimiento de esa
responsabilidad, cualquier problema de tus hijos cuenta con tu compromiso para
ayudarles.
Compromiso, vínculo... todo lo que nos hace más humanos.
17
Y viviendo en esta sociedad, que banaliza los valores, en la que lo importante no es ser
una buena persona, o un buen arquitecto, sino gustar. ¡Gustar y ser conocido! Escuché
una vez a alguien que analizaba la letra de la canción Antes muerta que sencilla, que
canta una niña, María Isabel. Todo lo que dice esa canción es absolutamente anti-
educativo. ¡Y los niños de ocho años la cantan como un himno! Pues esa banalidad no
podemos asumirla todos. Por eso es importantísimo que desde el primer lloro, en la cuna,
estemos al tanto de nuestros hijos, les miremos, les escuchemos, les preguntemos con
quiénes van... Así no te llevas esas grandes sorpresas de algunos padres que descubren la
realidad de sus hijos cuando estos ya tienen diecisiete años. Habla con tus hijos, y si no
es fácil, busca otros caminos para llegar a ellos, conoce a sus amigos. Ese día a día de la
educación es un trabajo duro, pero hay que hacerlo. Somos responsables de ellos.
Tomarse en serio las cosas serias.
No quiero ser alarmista, porque el alarmismo bloquea. Pero sí estar alerta. Ya hay
muchos síntomas de que nuestra sociedad se está deteriorando peligrosamente, y los
futuros adultos, nuestros hijos, van a terminar preguntándonos qué hemos hecho con
este mundo: con el cambio climático, con la economía, con el racismo, con el reparto de
la riqueza, con esos avances que nos permiten ser longevos pero luego no sabemos hacer
otra cosa con los mayores más que tirarlos en una esquina. Tenemos que usar la
imaginación y la energía para resolver los problemas. Cuando mi hijo mayor tenga mi
edad, deberá hacer uso de valores buenos para su vida y para la sociedad. Y que tenga
esos valores es mi responsabilidad.
Educar en valores es educar. Esa es mi teoría también, Pastora.
Educar en la belleza, la justicia, la honestidad. A mí me obsesiona, por ejemplo, que mi
hijo pequeño, que ha nacido ya en una época en la que su padre y yo no tenemos
dificultades de ninguna clase, se dé cuenta del privilegio que le rodea y vea más allá de lo
que tiene alrededor. Pero podría no estar obsesionada, podría no darme cuenta y, ¿sería
una mala madre? No. Sería una madre menos consciente y, seguramente, un día me
sorprendería de encontrarme a mi lado a un pequeño egoísta. Sin embargo, para mí es
importante que mi hijo se interese por lo que tiene alrededor porque a mí también me
interesa, claro.
¿Te educaron así a ti?
Mis padres me inculcaron los valores que te llevan a ser buena persona, compartir,
pensar en los demás, y también la disciplina. Pero la curiosidad por el mundo que me
rodea me la ha inculcado el entorno y en parte ha salido de mí misma. Por eso, porque
sé la importancia del entorno, me preocupa tanto el que rodea hoy a los niños y a los
jóvenes.
18
Me parece que acabas de darme una clave de ti misma. Eres una belleza porque
miras a los demás.
Desde luego, mirarse sólo a uno mismo te hace muy chato. Para mí, que mi hijo
pequeño sepa que hay muchos que no tienen nada, que regale juguetes en Navidad,
juguetes nuevos, no los rotos, claro, para compartir con otros niños ya que a él le van a
llegar más, es algo que me gusta hacer. Y en cuanto sea mayor tengo que completar la
tarea llevándole a ver la realidad, a ver lo que de verdad pasa en el mundo.
Eso es educar.
Eso es educar. Yo, a mi nivel, cada uno al suyo. Todo lo que sea abrir el mundo para
nuestros hijos es educar. Pero si me dejo llevar y les hago el menor caso posible, les
tengo sentados y callados o en mil actividades para no verlos, estoy haciendo otra cosa.
Ahora bien, a pesar de todas las dificultades, yo creo que la familia no está en crisis.
No puede estarlo porque el amor no está en crisis y nunca lo va a estar. Es el amor lo
que te hace buena persona, lo que potencia lo mejor de ti, es universal y atemporal. La
soledad no la quiere nadie, sin embargo va con cada uno de nosotros y eso es también un
aprendizaje. Con amor y respeto vale todo, incluso los cambios de la sociedad. Con amor
se educa bien, seguro.
 
Desde luego que sí. El amores capaz de adivinar dónde está la belleza y hacerla brotar.
Los hijos deben ver en la mirada de sus padres cuáles son sus cualidades, dónde está su
belleza propia, única.
Y también estamos obligados a mostrarles la belleza de la naturaleza, del ser humano,
del arte, de la ciencia, de las buenas acciones, del alma.
Decía el poeta Schiller que reconocer y apreciar la belleza completaba la educación
porque disponía para decidir libremente no sólo con el pensamiento, sino con los
sentidos. A lo largo del camino que vamos a recorrer en este libro comprobaremos cómo
los valores están íntimamente relacionados unos con otros y cómo se refuerzan
mutuamente. Se completan, como dice Schiller.
Nuestros hijos están obligados a situar su yo personal frente a la tiranía estética de
este tiempo que les ha tocado vivir. Deberán conocer dónde está su fuerza, física y
moral, qué valores les hacen dueños de sí. Y deberán sentirse en todo momento personas
íntegras, es decir, completas.
Apuntes
Pastora Vega nació en 1960. Es actriz y licenciada en Derecho. Proviene de una familia de grandes artistas
y toreros. Es nieta de la legendaria bailaora Pastora Imperio.
19
Su primer éxito profesional vino de la mano de Ignacio Salas y Guillermo Summers, con la presentación
del programa de televisión Y sin embargo, te quiero.
Debutó en el cine en 1985 con la película Los pazos de Ulloa, de Gonzalo Suárez y desde entonces ha
trabajado en dieciséis películas, algunas tan conocidas como El Lute, Demasiado corazón o Todos los
hombres sois iguales.
En televisión ha participado en diez series, entre otras la premiada Cuéntame cómo pasó; ha presentado
un programa sobre cine en Telemadrid y es colaboradora habitual de varios programas.
20
C de ciudadanía
Fernando Savater
habla sobre la ciudadanía
«Nadie aprende a nadar porque le digas: “Hay que tirarse al agua y hacer así con los brazos”, 
y nadie va a aprender a convivir porque le digas: “Te encontrarás unas personas a las que no
conoces de nada y deberás respetarlas”. No; eso hay que ir allí y hacerlo».
En su libro Invitación a la Ética, el profesor Savater afirma, mencionando a Aristóteles,
que la política es una prolongación de la ética. Ya que me he atrevido a entrevistarle, me
voy a atrever también a parafrasearle: creo que la ciudadanía es una prolongación de la
educación.
La vieja e imperfecta democracia es, posiblemente, el más ético de todos los
regímenes políticos porque permite el desarrollo de las capacidades, las ideas, las
creencias y los proyectos individuales, a la vez que proporciona cauces de participación
en la marcha de la sociedad. A pesar de sus limitaciones, la democracia nos permite ser
«uno y muchos». Como decía Pericles sobre Atenas: «Está por encima de nosotros pero
la hacemos nosotros».
Es evidente que hay una manera de educar para ser ciudadano, es decir, autor y actor
de la democracia. Pero esta «educación para la ciudadanía» no es distinta de la
educación para ser una persona buena sino que constituye una parte y, de alguna manera,
un resultado. La ciudadanía es una de las facetas de nuestra vida; en ella, como en la
familia o en la propia interioridad, tenemos que poner en juego un «modo de empleo»
determinado: el que cada ámbito requiere. Pero lo que denomino «yo» son todas las
facetas juntas. Así que posiblemente uno será mejor ciudadano cuanto mejor persona.
Sin embargo, aunque los valores no estén en compartimentos estancos, el proceso de
formación de un niño se desarrolla en muchos ámbitos, que tienen responsabilidades
diversas y cuentan con sus requisitos, sus reglas y sus valores aplicables. ¿Dónde se
aprende, por ejemplo, a respetar a quien no se quiere?
Seguramente, no hay nadie mejor que Fernando Savater para reflexionar sobre la
ciudadanía y su circunstancia. Yo le admiro profundamente. Sus libros me animaron a
21
estudiar Filosofía y me acompañan desde hace muchos años. Su testimonio de vida,
siempre en el ágora, preguntando y actuando, justifica el papel de los filósofos en nuestro
tiempo.
Savater me recibió en su casa y me prometió que, si yo era puntual y breve, él
hablaría mucho y deprisa. Ambos cumplimos. Al despedirnos me regaló un libro, así que
esta conversación fue para mí una fiesta y un festín.
 
Profesor, ¿qué es la ciudadanía? ¿Se puede educar a un hijo para ser buen
ciudadano?
Ser ciudadano significa simplemente formar parte activa de una democracia. La
democracia es el único régimen realmente político porque los demás son regímenes de
poder en los cuales mandan unos y otros obedecen, con los papeles ya distribuidos. El
único régimen en el cual todos los ciudadanos son políticos es la democracia. En ella la
gente es protagonista y no comparsa de la sociedad en la que vive. Entonces, ser
ciudadano es ejercer los derechos y deberes que uno tiene por vivir en democracia.
Fundamentalmente se trata de eso. Digo derechos y deberes porque para ser ciudadano
no cuenta el sexo, no cuenta la genealogía, no cuenta la cultura a la que se pertenece; lo
que cuentan fundamentalmente son los derechos y los deberes y, por supuesto, la
capacidad de cada uno para, a partir de los derechos y los deberes, expresar proyectos y
planear acciones colectivas.
Lo que cuenta para la ciudadanía es lo que nos une y no lo que nos separa.
¡Claro! Es que el concepto sociedad viene del hecho de que somos socios. Se olvida el
significado real de esa palabra. No somos un aluvión, como las piedras que caen en la
orilla de un río, estamos vinculados y debemos ser conscientes de esa vinculación. De
hecho, las sociedades están constantemente recibiendo por parte de los mismos
ciudadanos una aprobación permanente. Por eso nos gustan las fiestas colectivas, la
Navidad... Es como si ese día volviésemos a dar todos nuestro consentimiento al hecho
de estar juntos, y periódicamente vamos dando nuestro consentimiento: en las fiestas
populares, en las deportivas, porque nos gusta saber que estamos unidos, nos gusta decir:
«Yo pertenezco a esto, este es mi mundo».
Ese no es un mecanismo puramente espontáneo porque no es una estructura familiar,
biológica, sino una estructura política e institucional y, por lo tanto, como tantas otras
cosas, se aprende. Se aprende a ser ciudadano. Los persas contemporáneos de los
antiguos griegos no eran ciudadanos, y en cambio los griegos sí. Lo aprendieron y lo
transmitieron. Lo que los griegos denominaban la paideia se convirtió en ideología, en
teoría, en valores, a partir de lo que era en origen un hecho político. Por supuesto, hay
22
que educar en los usos y modos de la sociedad, y no sólo de la familia. La familia puede
educar en valores familiares, pero la sociedad debe educar en valores sociales, claro.
Es importante separar esos ámbitos. ¿La familia no educa «para la ciudadanía»?
No. El mecanismo de la educación familiar funciona por identificación afectiva. El
ejemplo de los padres, el amor, llega a nuestras vidas antes que la ley. Quien ha tenido la
suerte de tener una familia en la cual hay cariño, respeto a los mayores y a los niños,
disciplina, veracidad, obediencia y todos esos valores que se transmiten en el ámbito
familiar de manera sencilla, sin explicaciones alambicadas, con el simple «eso no se
hace», cuenta con un sustrato de modos de comportamiento que ha adoptado por
identificación con las personas a las que ama. Sin duda es algo fundamental, cimienta la
personalidad, y quien lo haya conocido, de alguna manera, tiene una fuerza: la fuerza
positiva que da saberse amado –más importante que la fuerza de saberse fuerte– y que le
va a durar toda la vida.
Pero luego está la formación en valores ciudadanos, que se aprende fuera. En primer
lugar, el respeto hacia las personas por las cuales no sientes afecto. Eso no se puede
aprender en la familia. Los padres que quieren educar a sus hijos sin sacarlos de casa
cometen un disparate. El ámbito de la escuela es ya de por sí más educativo que mucho
de lo que se enseña en casa. El hecho de que un niño pierda de vista a su familia y se
pongaa llorar –como nos pasó a todos el primer día que nos dejaron solos y rodeados de
señores y señoras a los que no conocíamos de nada– es fundamental porque la vida va a
transcurrir siempre así. Vamos a pasar mucho más tiempo de nuestra vida en el ámbito
del respeto, de la igualdad y de la colaboración que en el ámbito del cariño. Y eso hay
que aprenderlo viviendo.
Igual que nadie aprende a nadar porque le digas: «Hay que tirarse al agua y hacer así
con los brazos», nadie va a aprender a convivir porque le digas: «Te encontrarás unas
personas a las que no conoces de nada y deberás respetarlas». No; eso hay que ir allí y
hacerlo.
El profesor es la persona que de alguna manera representa el elemento social en la
vida de un niño y va a convertirlo en algo comprensible. La labor del profesor es hacer
inteligibles, expresables, las formas de vida, y explicar por qué algunas son mejores que
otras.
Por supuesto, sabiendo que todos los ciudadanos somos gobernantes. Por eso, educar
en democracia es siempre educar a gobernantes, educar a príncipes. Toda educación en
democracia pasa por la premisa de conocer la importancia de este «ser todos
gobernantes». Y todos vamos a ser educadores.
Aristóteles, en la Política, dice «antes de llegar a gobernar tendrás que haber sido
gobernado». Y habla de la educación. Porque la educación cívica escolar es la primera
forma de gobierno que se nos impone por parte de los demás y nos posibilita el que
nosotros a la vez aprendamos a ejercerlo.
23
Yo sostengo que la familia es el primer educador en valores.
La familia está formada por los elementos afectivos, de identificación, que tenemos en la
vida. Es decir, por las personas que se responsabilizan de nosotros a través del afecto, no
como empleados del ayuntamiento. Un hombre, una mujer, blancos o negros, solos o
acompañados, pueden constituir la familia de un ser humano. Que es algo diferente a la
paternidad y a la maternidad. Cualquiera puede criar a un hijo, ser la figura de
identificación afectiva y moral de un niño, esa tía o abuela que todos hemos tenido; pero
no todo el mundo es padre o madre, que es lo que parece que ahora cuesta trabajo
entender. La filiación implica tener un padre y una madre.
La familia constituye el sustrato de subjetividad, de amor, de reconocimiento en el
otro, sobre el cual se pueden establecer el resto de los valores. Podríamos considerar a la
familia como la primera de las philías, por hablar con el término de los antiguos griegos.
Las philías de los clásicos tenían muchos niveles diferentes: el afectivo y amoroso de la
familia, el cívico de los ciudadanos, el humano del reconocimiento de los demás seres
humanos. Es lo que santo Tomás denominaba el ordo amoris, los niveles del amor, que
están todos conectados y son todos importantes. Es verdad que las personas que han
tenido una buena educación familiar cuentan con un punto de partida extraordinario, pero
también es verdad que muchas personas no la tienen porque, claro, la familia es un albur
y en cambio la educación cívica no tiene por qué serlo. La familia no es la escuela. Quien
no recibe una buena educación en casa, porque le abandonan, o porque nace en una
familia desestructurada, o le faltan el padre o la madre, o no se ocupan de él, sólo cuenta
con la sociedad. Por eso las personas que más necesitan de la educación social son
aquellas que no han tenido la suerte de recibir una buena educación familiar.
En este contexto, ¿qué debe exigir un ciudadano a la escuela de sus hijos?
Un ciudadano debe exigir a la escuela de sus hijos que formen una personalidad integral,
capaz de persuadir y de ser persuadida por los otros, que es la parte fundamental de vivir
en una democracia. En un sistema democrático hay que vivir sabiendo expresar de
manera inteligible las demandas propias a otros, y a la vez comprendiendo las demandas
de los otros. La persona impermeable a las palabras o a las argumentaciones de los
demás es inepta para la democracia; la persona que sólo se puede mover por
identificación absoluta con lo negro por lo negro, lo blanco por lo blanco o lo amarillo por
lo amarillo, no puede ser un ciudadano pleno porque la ciudadanía supone identificarse
con valores.
Participar en política, en el sentido de tener ideas y manifestarlas, es una actividad
ineludible para un ciudadano. ¿Podemos considerarla una actitud educativa?
En la Grecia clásica, la ciudadanía implicaba y exigía la actividad política, la colaboración
en la toma de decisiones; la ciudadanía romana, sin embargo, no permitía la participación
24
en las decisiones del gobierno, que estaban restringidas a las clases altas. La mayoría de
los gobiernos de hoy prefieren ciudadanos a la romana, los que anuncian: «Yo no me
meto en política», como si uno pudiera vivir en una sociedad política desentendiéndose
de esa actividad, como si esa no fuera también una actitud política, y de las peores. Hoy
se nos ofrece ser consumidores o feligreses, es decir, miembros de sectas particulares,
renunciando a la universalidad democrática. Seremos inevitablemente consumidores o
feligreses, pero ninguna de estas determinaciones debe agotar la ciudadanía. Y por
supuesto, esa participación es una demostración práctica de educación para la
ciudadanía.
Por eso es imprescindible hacer una reflexión sobre la educación.
Eso es fundamental. Si uno tuviera que contar únicamente unas cuantas cosas a alguien,
¿qué le contaría? Si el mundo se fuese a acabar y uno tuviera que pasarle un mensaje a
alguien, no le diría: «Esto sólo me pasa a mí, fíjate...», ni «la función fanerógama de las
plantas es...», sino que intentaría darle algo que describiera el mundo, porque educar es,
en el fondo, pasarle el mundo a otra persona.
 
Educar bien es transmitir valores empoderantes, vivir es estar entre los hombres y ser un
buen ciudadano es aportar las virtudes de cada uno a una construcción común. Lo que
nosotros hacemos con los hijos es, como dice el profesor Savater, «pasarles el mundo»,
enriquecido con lo que hayamos aportado desde que lo recibimos. Y prepararles para
que, a su vez, ellos puedan aportar algo mejor.
La escuela es el ámbito donde se educa sobre la ciudadanía; esto es, donde se aprende
el origen y la evolución de nuestra construcción social. Es también el ámbito en el que se
educa para la ciudadanía, que supone conocer las reglas de la convivencia, poder
manejarse en el mundo, leer y comprender, debatir y dialogar, desarrollar el sentido
crítico, aumentar la cultura, practicar las normas morales en la relación con los iguales,
tener el primer contacto con la autoridad externa a través del maestro. Y la familia educa
en ciudadanía, siguiendo lo que se denominan «surcos educativos», es decir,
transmitiendo los valores que nos han servido a nosotros y, por supuesto, dando a
nuestros hijos ejemplo de ello.
No todos los valores son «ciudadanos». Está claro. Pero la ética comienza cuando el
yo percibe que hay un tú frente a él. Y los valores son mecanismos de ajuste de la
convivencia. Hemos avanzado en salud, calidad de vida o acceso a los recursos y,
aunque quede mucho por hacer, hemos avanzado también en sentido ético. Familia y
escuela, con sus distintas responsabilidades, deben mantener entre ellas la coherencia que
permite a un niño crecer a la vez como persona individual y como sujeto de derechos y
deberes en una sociedad democrática.
25
Apuntes
Fernando Savater nació en San Sebastián en 1947. Ha sido catedrático de Ética en la Universidad del País
Vasco y en la actualidad es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Ensayista,
periodista, novelista y dramaturgo, ha publicado más de cincuenta libros, traducidos a una docena de
lenguas. Algunos de los más conocidos son La infancia recuperada, Ética para Amador, Diccionario
filosófico, Las preguntas de la vida y El valor de educar.
Habitual colaborador en prensa, codirector de la revista «Claves de la Razón Práctica», su intensa labor
en pro de la paz en el País Vasco ha sido premiada en varias ocasiones.Es también impulsor e ideólogo de
los movimientos ciudadanos más influyentes en España en los últimos años y del partido político Unión,
Progreso y Democracia.
Entre otros muchos galardones ha recibido el Premio Nacional de Ensayo, el Premio Anagrama y el
Premio Cuco Cerecedo, otorgado por la Asociación de Periodistas Europeos. En el año 2008 ha obtenido el
premio Planeta por su novela La hermandad de la buena suerte.
En este mismo año, ha sido elegido como uno de los cien intelectuales más influyentes del mundo –el
único español– por las prestigiosas publicaciones Foreign Policy (FP), de EE.UU., y Prospect, de Gran
Bretaña.
26
C de cultura
Juan Manuel de Prada
habla sobre la cultura
«El gran reto es intentar restaurar los vínculos con el legado cultural que nos precede. Porque eso es
lo que nos da un soporte para abordar con actitud crítica esta realidad cambiante».
Una de las características de nuestro tiempo es la falta de meditación. Cuando repetimos
las verdades sin pensar en lo que decimos, las convertimos en trivialidades, las vaciamos.
Pararse a pensar en lo que se está haciendo es, hoy en día, una actitud casi transgresora.
Y sin embargo, para educar a los hijos es indispensable.
La cultura también vive al borde de lo banal. Estamos tratando como bien de
consumo un legado que muestra siglos de voluntad y talento del ser humano. Hace
sesenta años, la reproducción de La Gioconda en unas latas de carne de membrillo dio
lugar a protestas. Ahora estamos ya más que acostumbrados y hay a quien decepcionan
las grandes obras de arte cuando las ve en directo. Confundimos la información –que
entra a todas horas en casa– con el conocimiento, que es un proceso de digestión de la
información, precisamente.
Y sin embargo, la cultura es el verdadero patrimonio, la patria, de la humanidad. Es el
lugar de donde venimos y la herencia que dejaremos. Tenemos la obligación de acercarla
a nuestros hijos. Las novelas, la poesía, la música, la pintura, la escultura, el cine, la
arquitectura, la danza, el teatro... abren las ventanas del alma. Como dice el filósofo
Gadamer, lo mejor de una obra de arte es que uno conoce y reconoce algo de sí mismo
en ella, algo de sí mismo que antes no conocía.
Pedí al escritor Juan Manuel de Prada que reflexionara sobre el valor de la cultura
para este libro. Me recibió una tarde en su propia casa y allí expuso una visión muy
realista de lo que nos pasa; una visión poco complaciente que nos obliga a pensar en lo
que estamos haciendo. No me defraudó. Dar que pensar era precisamente lo que yo
quería.
 
27
Estoy convencida de que la cultura es el alimento de los valores.
Primero tendríamos que intentar aquilatar el concepto de cultura porque a lo largo de la
historia la transmisión cultural se ha fundado en la tradición, es decir, unas generaciones
decidían salvar un acervo que les precedía, lo cribaban, lo pulían, lo abrillantaban, le
incorporaban nuevos elementos y lo transmitían a la generación siguiente. Es así como se
ha transmitido la cultura. El problema de nuestro tiempo es que esa transmisión se ha
roto por completo, y no sabemos muchas veces cuál es nuestro acervo, nuestro
conocimiento, y por tanto cuáles son los valores que hay que transmitir. Y ese puede ser
el origen del malestar contemporáneo. Vivimos en una sociedad muy fragmentada, en la
que la cultura se ha difuminado mucho, se ha expandido mucho. Consideramos
«cultura» cosas que hasta hace poco tiempo no se consideraban como tal y, al contrario,
conceptos que a lo largo de los siglos se han considerado cultura, han dejado de
valorarse. Hoy todo es más complicado.
Yo te diría que el problema de lo que hoy llamamos cultura es que tiene que ver cada
vez más con una expresión momentánea, con una especie de radiografía de lo que pasa
en nuestro tiempo, y menos que ver con los cimientos y con las bases de ese mismo
tiempo. Y a medida que las bases de la cultura van siendo abandonadas y olvidadas, van
siendo más frágiles los cimientos del edificio de la cultura y el peso de lo momentáneo es
cada vez más gravoso. Estamos llegando a una cultura a punto de derrumbarse. Yo creo
que esta es una de las grandes tragedias de nuestra época, y repito que, en gran medida,
es una de las razones del malestar contemporáneo, de la sensación de contingencia, de la
banalidad y el aturdimiento que padecemos.
La información ha desplazado al conocimiento.
Claro. La información como saber fugitivo, huidizo, que te sirve en términos utilitarios
para desenvolverte en forma más superficial, frente al conocimiento, que es más
profundo, que va a la raíz de las cosas y, por tanto, te sirve para entender el mundo de
una forma mucho más global y, sobre todo, para incardinar el mundo en tu visión de la
realidad. Pero ese es un mal de nuestro tiempo que afecta muy claramente a la
educación, pero afecta también a la mirada de la gente sobre el mundo. Vamos hacia un
tipo de cultura en la que yo creo poco. Me siento hoy bastante escéptico frente a lo que
se denomina a veces oficialmente «cultura», porque en ella la contingencia, la moda, lo
estrictamente contemporáneo y efímero tienen un peso cada vez mayor.
¿Es posible aislar a los hijos de la ola de banalidad? Porque habría que meterlos
en una campana de cristal.
Es que yo no creo que haya que meter a los hijos en una campana de cristal. Yo creo que
cualquier persona debe estar atenta a lo que sucede a su alrededor, y no es bueno tener a
nadie metido bajo una campana de cristal porque pierde conexión con la realidad. El gran
28
reto es intentar restaurar los vínculos con la tradición, con el legado cultural que nos
precede. Porque eso es lo que nos da un soporte para abordar con actitud crítica la
realidad cambiante, esa realidad un poco fragmentaria, caótica, a la que nos enfrentamos.
Yo creo que la única manera de enfrentar la realidad actual es logrando que la tradición
cultural no se rompa. Pero no aislándonos de la realidad, que sería muy peligroso porque
nos dejaría custodiando una tradición muerta. La tradición debe irse mejorando, debe ir
incorporando nuevos elementos a medida que pasa el tiempo. Lo que ocurre es que esto
exige muchísimo trabajo.
Lo que es la educación, en el sentido amplio y a la vez más verdadero de la palabra, la
educación familiar, la de los padres –quizá no en el ámbito de la transmisión de
conocimientos pero sí en la de los pilares básicos sobre los que uno luego puede
desarrollar su curiosidad, sus ansias de aprender o sus capacidades– desempeña un papel
fundamental.
Pero desde el momento en que en el ámbito familiar no se realiza la tarea educativa,
estos pilares se rompen. A partir de ahí todo es más complicado, todo pierde mucho
sentido porque cuando falta la base, lo que te puedan enseñar en la escuela al final sólo
contribuye a un mayor desorden mental.
Si en una habitación no pones primero las estanterías, el hecho de que metas más o
menos libros no va a solucionar nada, y cuantos más libros haya, mayor será el
desorden. El problema está ahí, en esas estanterías, en la disposición mental para
afrontar la realidad que te toca vivir, con unos parámetros que te puedan permitir
entenderla.
Lo que dices me recuerda una anécdota de un muchacho africano inmigrante en
Berlín que decía: la mayor diferencia que noto entre Alemania y mi país es que
nosotros tenemos mucha más cultura.
Seguramente este chico habla del sentido originario de la palabra cultura, porque hoy en
día la visión que se tiene de la cultura no capta su sentido más hondo. La cultura es la
incardinación del hombre en un determinado modo de entender la realidad, y eso se
manifiesta a través de todas las expresiones artísticas, intelectuales, científicas que
forman el acervo cultural, pero se logra también a través de la transmisión de una forma
de ver la realidad.
Entonces, en ese sentido primigenio, no es patrimonio de una elite.
Depende. Si nos referimos a la alta cultura, a los frutos más selectos del pensamiento, del
arte o de la ciencia, naturalmente para llegar ahíse necesita subir una escalera. Pero para
subirla hacen falta esos cimientos de los que hablaba antes. Hoy en día, como esos
cimientos fallan, la escalera de la alta cultura está tendida en el vacío. Y además, conduce
a muchas partes... Por ejemplo, yo acabo de llegar del fallo de un premio literario donde
29
había escritores, editores y demás, y se ponían a hablar de los últimos libros que habían
leído o que iban a publicar. Cuando estaban contando las tramas, yo sentía vergüenza
ajena porque eran unas banalidades... patéticas, unas inconsistencias, unas eyaculaciones
mentales..., ¡es que no había nada! Y la literatura ha tratado siempre de ofrecer una
visión del mundo. La literatura contemporánea, si tiene una nota común y distintiva, es
que no ofrece una visión del mundo. Y lo que se puede decir de ella se aplica también a
cualquier otra expresión artística: la pintura, el cine... Si vamos a las artes plásticas, y por
supuesto no hablo en términos absolutos, es creciente el número de obras que ya no
aspiran a ofrecer una comunión entre ellas y quien disfruta de ellas, sino a provocarle una
reacción de sorpresa, de horror, o de asco.
Este vacío ha llegado también al pensamiento. Hoy en día no existen grandes visiones
panorámicas sobre el mundo desde el punto de vista filosófico, y no digamos ya
metafísico. Todo lo que tiene que ver con la trascendencia, con lo que no es
estrictamente material, ha desaparecido.
Y luego falta un concepto fundamental en cualquier expresión cultural, que es la
jerarquía. La capacidad para establecer lo que es bueno, lo que debe ser imitado o lo que
conviene convertir en modelo para alcanzar nuevos finis terrae creativos o filosóficos.
Desde el momento en que desaparece el concepto de modelo, la cultura avanza sobre la
nada y camina hacia la nada. Esto es, para mí, lo más preocupante.
¿Cómo entraste tú en el universo de la cultura?
Pues de forma natural. Es un fenómeno de tradición. En primer lugar, hay unas personas
que te legan lo que ellas saben, lo que han aprendido y consideran que es provechoso y
valioso, y a partir de ahí, naturalmente, hay un proceso de búsqueda personal.
Es un proceso, en primer lugar, de poner cimientos. Y eso se hace a través de los
vínculos: los valores de tu familia, que asumes como propios para poder someterlos
después a una revisión, a la controversia y la duda; en definitiva, los valores que asimilas
para poder ponerlos en tela de juicio. Pero tiene que existir esa transmisión. Un niño
necesita de alguien que le diga: «Esta es nuestra forma de entender la realidad».
Luego tiene que haber aquello que los antiguos llamaban autoridades, es decir,
personas en quienes esa tradición se encarne, personas que verdaderamente se erijan
para ti en modelos de vida, que susciten en ti tanta curiosidad y tanto afán de imitación
que se conviertan en maestros. Las personas que en momentos cruciales de tu vida te
ayuden a entender la cultura como algo que se transmite.
Y por supuesto, en una tercera fase, hay un interés personal: has recibido un legado,
has recibido el don de conocer a personas que te han empujado, y a partir de ahí surge tu
juicio crítico. Todo eso que has recibido lo tienes que mejorar, a través de tu curiosidad,
a través de tu deseo de conocer nuevas cosas, de profundizar en lo que otros te han
enseñado. Pero cuando suprimes las dos primeras fases y consideras que la transmisión
cultural se realiza en ese espacio de libertad absoluta, de capacidad infinita para
30
elaborarte tú mismo la cultura, pues falla la base y todo va mal.
Tienes que partir de unos valores para que te enmarquen, y así ser una persona
sólida y no un líquido que se derrame. Sólida y a la vez elástica, no rígida.
Los valores han sido siempre algo compartido. Nuestro problema en la sociedad
occidental es que cada vez hay menos valores compartidos. Los valores, para ser reales,
se tienen que alimentar de algo. Podemos pensar, por supuesto, que uno tiene un
conocimiento natural de cuáles son los principios por los que uno debe regir su conducta,
pero eso se tiene que apoyar en formas de vida, en referencias. En una sociedad en la
que pocos valores son homogéneos, las referencias son más difíciles de encontrar.
¿Y cómo se educa en esa sociedad sin referencias?
Es una lucha. Pero la lucha y el ejercicio de responsabilidad han existido siempre a la
hora de educar o de vivir. Uno tiene que saber exactamente lo que quiere, y debe saber
sobre todo el esfuerzo que cuesta lo que quiere. La persona que educa tiene que tener
claro que no puede romper los vínculos con lo que él mismo ha recibido, porque eres
responsable de transmitir algo que debe llegar a quien viene detrás de ti. Para esto hay
que dedicar tiempo, muchas ganas, muchos desvelos. Y hoy chocamos con esta sociedad
del deseo en la que no se valora lo que cuesta esfuerzo, sino lo inmediato. Una persona
que educa tiene que encontrar su capacidad de sacrificarse, y naturalmente que hay que
sacrificarse por los hijos. Supone asumir nuestras...
...obligaciones.
Eso es. Hay cosas evidentes. Hoy los niños pasan muchísimo tiempo frente a las
pantallas del televisor o el ordenador. Y, ¿por qué? Pues a veces sencillamente porque es
una manera cómoda de que estén tranquilos y no molesten. Yo me he pasado toda la
infancia jugando en la calle y esto hoy es impensable. Dejar a los hijos solos durante
horas en Internet o ante la tele es una dimisión de las obligaciones educativas. ¿Es que ya
no somos capaces de invertir nuestro tiempo en algo cuyos resultados se van a ver a
largo plazo? Porque los resultados de la educación no son instantáneos.
¿Está desacreditado el maestro porque está desacreditado el conocimiento?
El descrédito del maestro es muy profundo, y está provocado en primer término por la
dejación educativa de los padres. Cuando al maestro, al profesor, lo conviertes en una
niñera, estás pervirtiendo su misión, que no es enseñar compostura ni urbanidad ni aseo.
Ni es enseñar a ser respetuoso con los ancianos. Si eso no lo hacen los padres, el maestro
se queda en una situación muy difícil.
31
En una conferencia tuya a la que asistí me llamó la atención la frase: «La libertad
de juicio y la de elección sólo pueden derivarse de los conocimientos y la cultura».
¿Podrías comentarla?
Hoy se ha asentado la idea de que somos libres para adoptar todo tipo de decisiones, y
libres sobre todo para determinar qué es lo bueno, qué es lo malo, qué es lo bello, qué es
lo feo, qué es lo inteligente o qué es lo obtuso. Pero esa libertad es absolutamente falsa si
no te la da el verdadero conocimiento. Solamente cuando uno sabe, puede elegir. Esto es
evidente. Un poeta, por ejemplo, cuando domina el soneto, puede decidir no escribir
sonetos, y escribir en verso libre o en lo que quiera. Pero sólo decide libremente cuando,
libremente, sabiendo lo que hace, rechaza una posibilidad. Pero el poeta que no se ha
preocupado por entender los secretos de la métrica o de la rima, no está decidiendo nada.
Simplemente es un pobre botarate que escribe versos libres porque no sabe escribir otra
cosa. Y que esto pase por bueno en todas las expresiones artísticas es el drama de la
cultura de nuestro tiempo. Hay señores que escriben novelas que son como añicos de un
caleidoscopio, y te dicen que ellos no quieren escribir grandes novelas con personajes o
con historias que abarcan toda la vida, que la literatura de nuestro tiempo tiene que ser la
del instante, la de lo fugitivo, y claro, yo digo: me parece muy bien que quieras hacer
esto, pero, ¿tú sabrías hacer lo otro? No, no lo sabrías hacer porque no lo conoces. Y
exactamente lo mismo pasa en casi todos los ámbitos de la vida, por desgracia. Y tanto es
así que estamos ya en manos de personas que ignoran por completo los cimientos de
nuestra cultura. Hoy los señores que hacen crítica de arte, de cine o de literatura, son
personas que no conocen las obras de los grandes maestros de su especialidad. Y en
otros ámbitos: los que elaboran los planes educativos y carecen de formaciónsólida; los
políticos que rigen nuestros destinos y carecen de instrucción jurídica, que desconocen
los fundamentos del derecho... Estamos en un proceso de entropía, de destrucción
cultural precisamente porque faltan nuestros cimientos.
Yo también me asombro a veces de la incultura de muchas personas situadas en
puestos de influencia, o a los que se les considera representantes de la cultura.
Pero educamos aquí y ahora, ¿podrías mandar un mensaje para educadores
desesperados?
Ante todo tenemos que seguir creyendo en las personas. En medio de ese caos, en medio
de esos chavales arrojados a la vorágine, existe algo muy profundo en todos los seres
humanos que es la curiosidad, el deseo de saber, y ese es el terreno que tenemos que
explorar.
Yo sigo creyendo que hay algo innato en el hombre que le impulsa a ser mejor. Y
desde luego, un padre debe tener la suficiente capacidad persuasiva para que sus hijos
vean también en él lo mejor y se sientan atraídos por lo mejor. En el momento en que
nos rindamos y ya no creamos en eso mejor que hay en todos los seres humanos, en el
32
momento en que consideremos a los chavales como meros hijos de este tiempo de caos,
todo se habrá acabado.
Me parece que los padres hemos perdido consciencia de nuestras obligaciones.
Vivimos en un tiempo que niega todo lo que cuesta, cualquier renuncia o sacrificio. Pero
si verdaderamente queremos ser padres, tenemos que saber que eso consiste
precisamente en muchas renuncias y sacrificios, y todo lo demás, aunque nos lo pinten
idílico –tener hijos es maravilloso, una realización personal– son bellas falsedades.
No, hombre, no...
Sí, sí. Uno se siente realizado, aunque no me gusta esa expresión tan cursi, a través del
esfuerzo y del sacrificio que es tener hijos. Ser padre es una cosa muy tremenda, que te
obliga a redoblar tus esfuerzos en todos los órdenes de la vida, no sólo en trabajar para
darle de comer, sino en dedicarle tiempo.
Negar esto tiene que ver con ese proceso de infantilización de la sociedad. Se nos está
vendiendo que tenemos que hacer de la vida una especie de paraíso de la facilidad, y eso
nos hace incapaces de asumir responsabilidades. Un padre o una madre no pueden seguir
viviendo ya como adolescentes. Es necesario asumir un compromiso. Es curioso cómo
muchas parejas rompen cuando tienen hijos y no se dan cuenta de que tener hijos es
precisamente un motivo para seguir juntos. Los hijos conllevan un compromiso, una
capacidad para ceder, para soportar, para renunciar a los días de vino y rosas, para
abandonar a esos pequeños diosecillos en sus pequeños templos donde nadie les perturba
que nos gusta tanto ser.
La razón de esta marea de derechos que nos envuelve puede ser precisamente
hacernos más débiles, incapaces de soportar las mil y una penalidades de la vida
cotidiana, y hacernos olvidar que la felicidad es precisamente lo que se obtiene cuando se
es capaz de hacer frente a las penalidades.
 
La felicidad como capacidad de superar el dolor y mirar de frente. Ya vamos viendo
cómo se relacionan los valores entre sí. Y seguiremos viéndolo durante todo el camino.
Gracias al testimonio de Juan Manuel de Prada, tenemos imbricada la cultura entre los
valores, como sustrato y como referencia. Y tenemos planteado el problema de las
estanterías, que es una metáfora estupenda. La escuela está esperando a nuestros hijos
para abrir las ventanas al conocimiento, pero en casa debemos amueblar la habitación. Y
no en Ikea. Si podemos, a medida, con artesanía, con amor. Quiero decir con el ejemplo.
Que nuestros hijos nos vean leyendo, disfrutando con la música, venciendo la pereza
para ir a ver una exposición o una obra de teatro. Las grandes películas pueden sustituir
perfectamente a las series de televisión en las veladas familiares; la sabiduría de los
abuelos, el vínculo con nuestras tradiciones, desde el folclore a la gastronomía, es cultura
33
también.
Ojalá descubramos en cada uno de nuestros hijos la manifestación artística que
conecte mejor con sus cualidades personales y sepamos facilitarles su disfrute. Siempre
me han entristecido los niños que no pueden pintar porque ensucian, o no pueden bailar
porque es cansado traerlos y llevarlos. El arte llena de sentido los momentos de ocio y,
como el deporte, es un educador en valores de primer nivel.
Al final ser culto va a ser una cuestión de amor. Y desde luego, de valores.
Apuntes
Juan Manuel de Prada nació en Baracaldo (Vizcaya) en 1970 y vivió en Zamora durante su infancia y
adolescencia. Es licenciado en Derecho. Su aparición en el panorama literario y editorial español se produjo
en el año 1995 con la obra titulada Coños, un homenaje a Ramón Gómez de la Serna.
En 1995, publicó también la colección de cuentos El silencio del patinador. En 1996 publicó su primera
novela, Las máscaras del héroe. En 1997, su novela La tempestad obtuvo el Premio Planeta. Este mismo
año, la revista The New Yorker incluyó a Juan Manuel de Prada entre los seis escritores más prometedores
de Europa.
En el año 2000 publicó Las esquinas del aire. En el año 2001 cierra su «trilogía del fracaso» con
Desgarrados y excéntricos. En 2003 publica La vida invisible, que obtuvo el Premio Primavera de Novela
y el Premio Nacional de Narrativa en el año 2004.
Su última novela publicada es El séptimo velo, que ha obtenido el Premio Biblioteca Breve.
Colabora habitualmente en la prensa escrita, la radio y la televisión. Como recopilaciones de artículos ha
publicado Reserva natural y Animales de compañía. Su labor periodística ha merecido los premios Julio
Camba (1997), César González-Ruano (2000) y Mariano de Cavia (2006). En 2008 ha sido galardonado
con el Premio Joaquín Romero Murube al mejor artículo periodístico.
34
D de deporte
Jorge Valdano
habla sobre los valores del deporte
«Igual que un entrenador no puede copiar el método de otro sin analizar antes a sus jugadores, para
un padre es imprescindible hacerse un especialista en los propios hijos».
Jorge Valdano personifica en todo el mundo la unión entre el deporte y la cultura. Con él
vamos a acercarnos a una de las dimensiones originales del deporte: ser el vivero de la
ética. Algo que descubrieron los clásicos, cuyos centros educativos se llamaban
gymnasium.
Valdano sabe de muchas cosas, ha luchado por sus sueños y puede acompañarnos
mejor que nadie en esta reflexión sobre los valores del deporte porque, desde la gloria de
ganar la final de un Mundial a los sinsabores de entrenar equipos y encarar a la prensa,
ha recorrido todas las facetas del fútbol, que es la pasión de su vida.
En esta conversación desarrolla argumentos muy serios, profundos y valiosos, que
merecen una lectura reposada porque van mucho más allá de lo deportivo, hasta la
esencia de la educación. Mientras le escuchaba una mañana de invierno en su oficina,
generoso con su tiempo y amable, comprendí por qué tiene tan bien estructurado el
discurso sobre los valores educativos del deporte: sencillamente, porque lo ha vivido.
Aunque se habla sobre todo de fútbol, como no puede ser de otra manera, la reflexión
de Valdano puede aplicarse a la práctica de cualquier deporte, puesto que todos son
herramientas pedagógicas y éticas.
 
¿Cómo relacionamos educación y deporte?
En primer lugar, vamos a aproximarnos a la educación y el deporte de un modo crítico.
Durante mucho tiempo, los intelectuales han desprestigiado el deporte por entenderlo
como una expresión menor, alejándose así del ideal griego que armonizaba la mente sana
y el cuerpo sano para asegurar la felicidad. El sistema educativo también despreció la
preparación física al considerarla un mero entretenimiento. Me parece razonable que se
haya abrazado de nuevo el deporte por parte de los intelectuales y los educadores. Este
35
retorno tiene que ver con la cultura de nuestro tiempo, menos trascendente, que ha ido
incorporando las sensaciones y las emociones. El juego es el primer antecedente de la
cultura, a la que aporta las asociaciones y la libertad que son claves del proceso creativo.

Continuar navegando