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(Desarrollo personal) Sylvie Tenenbaum - Cómo mejorar tu vida de pareja _ afectividad psicología comunicación-Mensajero (1996)

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SVLVIE TENENBRUM 
MENSAJERO 
Sylvie Tenenbaum 
COMO MEJORAR 
TU VIDA DE PAREJA 
Afectividad 
Psicología 
Comunicación 
® 
EDICIONES MENSAJERO 
Quedan prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del 
Coyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduc-
ción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimien-
to informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante al-
quiler o préstamo públicos, así como la exportación e importación 
de esos ejemplares para su distribución en venta fuera del ámbito de 
la Unión Europea. 
Título original: Bien gérer sa vie de couple 
Traducción del francés: Jesús Mendibelzua 
Portada y diseño: Alvaro Sánchez 
© Département Retz de la Librairie F. Nathan. 1 rué du Départ, 75014 París 
© 1996 Ediciones Mensajero, S.A. - c/. Sancho de Azpeitía, 2 - 48014 Bilbao 
ISBN: 84-271-2019-2 
Depósito Legal: BU-388.- 1996. 
Impreso en: Aldecoa, S.L. - Pol. Ind. Villalonquéjar. 
c/. Condado de Treviño, s/n - Naves C.A.M., n.° 21 - 09001 Burgos 
Introducción 
"Erase una vez... y vivieron felices y tuvieron muchos hi-
jos": así comienzan y acaban los cuentos que colmaron nues-
tra infancia... de quimeras. Los puntos suspensivos corres-
ponden a las hadas benévolas y perversas, a los Pies de Asno 
y las Blancanieves, Cenicientas, Bellas Durmientes del Bos-
que y demás Caperucitas Rojas y Príncipes Encantados que 
transforman nuestra vida real en una obstinación crónica por 
intentar descubrir en nuestra pareja el Príncipe maravilloso o 
la Mujer soñada, queriendo vivir una relación de amor aleja-
da de la realidad; realidad acerca de lo que somos, de lo que 
es el otro y de nuestro entorno. 
Nada acontece como en los libros puesto que somos unos 
seres de todo punto diferentes y únicos. 
Nada acontece como en los libros puesto que ansiamos en 
exceso asemejarnos a esos míticos personajes. 
Nada acontece como en los libros puesto que nos encon-
tramos limitados por nuestra lectura. 
Nada acontece como en los libros puesto que dichos libros 
no nos refieren el "cómo" de sus historias. 
Nada acontece como en los libros puesto que Piel de Asno 
resulta repelente hasta el final de sus días; Blancanieves, en-
7 
venenada por completo, renace una y otra vez; Cenicienta tie-
ne unos pies enormes y las manos enrojecidas como conse-
cuencia de las tareas domésticas; la Bella Durmiente del Bos-
que se muere de vieja, absolutamente decrépita; su Príncipe 
Azul se desmaya de miedo, perdido en la maleza... 
Es urgente que escribas tú mismo tu propia historia de 
amor. 
PRIMERA PARTE 
LA PAREJA: 
CHOQUE DE DOS VISIONES 
DEL MUNDO 
-1 
Cada ser humano supone 
un sistema programado 
Antes de que se establezca cualquier relación, una pareja 
consta de dos seres humanos, únicos y diferentes. Para com-
prender lo que sucede con ocasión de un encuentro, de una 
elección de compañero, cuando se instaura una vida entre 
dos, resulta esencial saber que es lo que encierra en sí cada in-
dividuo. 
En efecto, no existen en el mundo dos personas que sean 
rigurosamente idénticas: entran en juego demasiados factores 
en la constitución de nuestra personalidad. Bien se trate de 
los procesos neurológicos, de la propia manera de pensar o 
sentir, de las aficiones y cualidades, somos todos seres diferentes 
unos de otros. 
NUESTROS PROGRAMAS 
patrimonio 
genético 
situación 
familiar 
. X 
programa 
sociocultural 
YO 
y ^ 
experiencia 
personal 
Somos todos individuos únicos y, por lo mismo, diferentes. 
11 
Construcción del edificio 
Nuestra personalidad reúne una serie de elementos que 
podemos denominar programas. Y, aunque el término "pro-
gramado" pueda hacer que rechinen los dientes de no pocos 
de nosotros, la programación de cada individuo constituye 
una realidad tan simple que es mejor asumirla como un he-
cho adquirido, de igual suerte que aceptamos sin la menor 
duda que hay que comer para vivir. Por otro lado, nada 
existe que nos impida modificar o acomodar nuestros pro-
gramas en cuanto algunos de ellos puedan antojársenos 
inapropiados o limitadores. La posibilidad de intervenir so-
bre parte de lo adquirido constituye una de nuestras liber-
tades básicas, de la misma manera que podemos modificar 
sin límites nuestros menús y elegir la comida que deseamos 
tomar. 
Aceptemos, pues, el principio de que todo ser vivo es por-
tador de unos "soportes lógicos", de unos programas bien 
definidos. En el caso del ser humano, los hay de cuatro clases: 
programas genéticos, familiares, socioculturales y, por fin, los 
que se derivan de nuestra experiencia personal. Por lo que to-
ca a estos últimos, en la mayoría de las ocasiones nos progra-
mamos a nosotros mismos de una manera inconsciente. Por 
ejemplo, un niño sufre un día el arañazo de un gato y dedu-
ce de ello que todos los gatos son malos y peligrosos. Se ha 
forjado por sí solo semejante opinión acerca de los gatos y esa 
decisión formará parte de su auto-programación. Por supuesto 
que si, en un momento u otro, se percata de que tal conclu-
sión es debida a una generalización efectuada a partir de una 
sola experiencia (cosa que suele ser frecuente), siempre estará 
en su mano, si lo desea, reconsiderar la idea en cuestión y 
desprenderse de ella. 
Por consiguiente, cada ser humano supone un sistema 
único compuesto de diversos programas. 
12 
EL PROGRAMA GENÉTICO 
La suerte está echada 
El ser humano, desde su concepción hasta el final de la vi-
da, se ve influenciado por la propia constitución neurobioló-
gica: es su parte innata, el resultado del azar genético de nues-
tro nacimiento. Ese es nuestro programa básico, el más 
arcaico, aquel sobre el que menos podemos actuar. La perso-
nalidad biológica hace que todos seamos únicos como conse-
cuencia de nuestro patrimonio genético. 
Desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, gran-
des pensadores, "clasificadores de personalidades" -sin du-
da conmovidos ante semejante diversidad en lo íntimo de la 
especie humana y con objeto de reconocerse un poco mejor 
entre todos sus hermanos humanos-, han intentado clasifi-
carlas, etiquetarlas y colocarlas dentro de unas tipologías tan 
variadas como las modas y las ideas de la época, intentando 
en ocasiones a la fuerza y a cualquier precio hacer que todos 
los hombres entraran en las categorías que habían elaborado; 
una vez conseguido semejante emplazamiento, multiplica-
ron las descripciones, acompañándolas de interpretaciones 
psicológicas de las características físicas. 
Son múltiples los criterios que han dado lugar a estas clasi-
ficaciones: desde el tamaño del lóbulo de la oreja hasta la se-
paración de las cejas pasando por la forma de las uñas, no ha 
sido dejado al azar ni un solo centímetro cuadrado del envol-
torio humano. No hay que omitir tampoco las seculares teo-
rías vinculadas al sexo: las interpretaciones de las diferencias 
biológicas entre el hombre y la mujer (constitución, ritmos, 
etc.) han dado pie a las mayores aberraciones, lo mismo que 
los estudios pseudocientíficos que describen las consecuen-
cias del color de los cabellos o los ojos sobre la personalidad 
psicológica e intelectual... 
No se detiene ahí la diversidad entre los seres humanos: 
nuestra fisiobiología interna condiciona de manera directa el 
influjo que los climas y el medio ambiente ejercen sobre el in-
13 
dividuo, su resistencia a las enfermedades, su capacidad de 
adaptación o sus ritmos biológicos. Desde este punto de vis-
ta, si bien quedan aún muchas cosas por descubrir, el estado 
actual de los conocimientos corrobora con nitidez a la par 
esas diferencias y la unicidad de cada ser, puesto que, si bien 
resulta de todo punto evidente que los sistemas culturales po-
seen una considerable fuerza sobre nuestra conducta, estos mis-
mos dependen en no pequeña medida de lo biológico y lo fi-
siológico. 
Un gato no es un gato 
Aun cuando cada individuo posee los mismos receptores 
sensoriales del medio ambiente (las orejas, los ojos, la piel,las 
papilas gustativas y la nariz), el funcionamiento de tales instru-
mentos difiere en una proporción nada desdeñable entre 
una persona y otra. Con independencia de eso, ya sabemos 
que la elaboración de la realidad que captamos se deriva de 
unos procesos neuro-fisio-biológicos extremadamente com-
plejos. 
A ello se debe que, por ejemplo, los testimonios oculares 
de un mismo acontecimiento proporcionen en ocasiones 
unas versiones muy alejadas unas de otras. Si pides a diez 
personas que describan el mismo cuadro, acaso te quedes 
sorprendido ante la variedad de las descripciones y, en no 
pocos casos, ni siquiera reconozcas la obra original, ¡tal como 
tú la ves! 
La construcción de la realidad es el resultado de numero-
sas selecciones entre las sensaciones, selecciones que suponen 
otros tantos fenómenos humanos universales. La persona 
aprende a valerse de sus receptores de una manera selectiva 
(construyendo, en consecuencia, su propia realidad) intro-
duciendo una serie de filtros que hacen que sólo determina-
dos elementos del entorno sean retenidos en tanto que otros 
quedan rechazados. La construcción de nuestro universo es 
el producto de lo que captamos, habida cuenta de que elimi-
namos multitud de informaciones. Los niños van aprendien-
14 
do de un modo no consciente tales modos selectivos de per-
cepción (adoctrinados, de manera también inconsciente por 
sus padres) y por eso las informaciones que retienen son 
muy variables. 
La construcción de la realidad supone, en definitiva, algo de 
todo punto personal e involuntario en la mayoría de las oca-
siones (¿quien podría ser capaz de decidir no ver o no oír la 
mayor parte de las cosas?). Por ejemplo, cuando acudimos 
por primera vez a casa de alguien, no elegimos dar impor-
tancia al color de las paredes, a la cantidad de libros o a la ca-
pa de polvo que hay sobre las baldas, etc; reparamos en de-
terminadas cosas, percibimos distintos elementos (visuales, 
auditivos, olfativos o del ámbito de las sensaciones, como 
"¡Aquí hace calor!"), en tanto que otro individuo captará otra 
serie de características. Por lo tanto, la percepción es conse-
cuencia de la selección que efectuamos entre nuestras sensa-
ciones. Viene a ser como una especie de criba llevada a cabo 
entre los múltiples e incesantes estímulos externos que nos 
asaltan segundo a segundo; dicha criba es, por lo demás, un 
proceso de todo punto necesario puesto que, al no saber que-
hacer con todas esas informaciones, nos sentiríamos muy 
pronto saturados. 
Tal vez pueda antojarse extraño que semejante selección 
pueda, en parte, proceder del contexto en el que crecemos. 
Eso no obstante, nuestros programas neurológicos se hallan 
condicionados en no pequeña medida por nuestras estructu-
ras socio-genéticas. Si nos hemos educado en el campo o al 
borde del mar, filtraremos las informaciones sensoriales de 
una manera muy distinta a como lo haríamos si hubiéramos 
sido unos niños de ciudad. Lo que un ciudadano conoce co-
mo "viento", será especificado con otros términos por un 
agricultor o un marinero. Lo que el ciudadano califica como 
"hierba", gozará de numerosas y distintas denominaciones 
en boca de un jardinero. De igual manera, un músico o afi-
cionado a la música emplearán vocablos muy diferentes pa-
ra describir una obra musical: no la escuchan con el mismo oí-
do, puesto que no somos capaces de percibir más que aquello 
que acertamos a nombrar: la memoria dirige nuestras sensaciones. 
15 
Realidad innegable y acaso hasta irritante: estamos progra-
mados incluso en nuestras mas recónditas profundidades neu-
rológicas. Una vez dicho esto, nos estará permitido hasta cierto 
punto ampliar el marco de nuestras percepciones: abrir los ojos, 
prestar oídos, recordar que existen olores sutiles e incrementar 
las propias posibilidades perceptivas es algo que está al alcance 
de quien lo desee. 
EL PROGRAMA FAMILIAR 
El capullo delicado 
"La sombra de la familia oscurece la visión del individuo"1. 
La familia constituye un lugar de aprendizaje que tendrá el 
máximo influjo, sin duda, a lo largo de la vida del individuo; 
por medio de ella es como más marcado quedará desde la 
más tierna infancia hasta el remate de la adolescencia, y, en 
consecuencia, en un época (cosa sobre todo válida para los 
primeros años) en la que uno es joven y especialmente maleable 
e influenciable, en tanto que apenas si goza de energía y poder 
sobre los demás y sobre el propio entorno. 
Su inmaduro sistema nervioso soporta mal el agota-
miento, carece de recursos para cuestionar y controlar y, 
por lo mismo, es susceptible de recibir cantidad de infor-
maciones erróneas por carencia de posibilidades de verifica-
ción. En tales circunstancias, no dispone de alternativas y su 
marco queda limitado a aquello que le viene dado. 
La conducta del niño va viéndose modificada poco a poco 
gracias al contacto con el medio ambiente familiar y esas pre-
siones resultan tanto más fuertes cuanto que su intensa urgen-
cia de seguridad le dicta, de ordinario, una actitud de aceptación 
proporcional a su miedo a verse rechazado, a no sentirse 
amado. Para un niño, el conformarse a las órdenes, modelos, 
1 R.D. Laing, La politique de lafamille, Stock, 1979, p. 27. 
16 
exhortaciones y reglas de sus padres pasa a convertirse en 
una cuestión de supervivencia. Si bien la transgresión suele ser 
anhelada no pocas veces en la intimidad recóndita de sus 
sueños de rebelión, dicha transgresión aparece como algo temi-
ble y amenazador a lo largo de muchos años, años intermina-
bles en cuyo decurso se van instalando aprendizajes y progra-
mas, hasta llegar a convertirse en automatismos, inconscientes 
en su mayoría. 
El influjo de la familia es casi permanente durante toda la 
vida, en grados diversos, pero conviene caer en la cuenta 
del detalle de que realizamos una serie de aprendizajes 
desde el día de nuestro nacimiento hasta el de la muerte: 
aprendemos todos los días, y luego nos olvidamos de que 
hemos aprendido ya que sabemos cómo hacer las cosas. 
Precisamente a eso se debe el que gocemos de la posibili-
dad de modificar algunas de esas cosas aprendidas y, sobre 
todo, de que seamos capaces de poner en práctica nuevos 
aprendizajes que nos satisfagan más, que se nos antojen 
más ventajosos. Tan sólo como consecuencia de que, en un 
momento determinado y en un contexto muy peculiar, op-
tamos por lo que nos parecía que era el mejor modo de pro-
ceder en función de aquello que podíamos realizar en dicho 
momento, es por lo que es definitivamente imposible pro-
ceder de otra forma y por lo que tenemos que conducirnos 
siempre igual. Son muchos los caminos que conducen a un 
resultado positivo, ¡estudiemos el mapa de cerca antes de 
comprometernos y recordemos que existen varios más e in-
cluso mejores! 
Por ejemplo, imaginemos un muchacho que acaba de ob-
tener un resultado pésimo en clase; siente auténtico pánico 
ante la reacción de su padre y falsifica las calificaciones en el 
boletín de notas (cosa que incrementa todavía más su mie-
do ya que corre el riesgo de ser descubierto). Ese mismo día 
ha comprendido que mentir puede sustraerle de la cólera 
paterna y acaso, aunque de forma inconsciente, tome la de-
cisión de mentir siempre que se vea sorprendido en falta 
por los representantes de la autoridad (patrón, etc.), limi-
17 
tándose con ello en sus opciones de conducta y perpetuan-
do una modalidad de comportamiento que ya no resulta 
apropiada para las situaciones que se le presenten en la vi-
da como adulto. Eso no obstante, más adelante podrá refle-
xionar sobre la razón que provocó semejante conducta. Un 
niño que ha tenido miedo a su padre puede llegar a con-
vertirse en una persona mayor que se permita el error y 
que, por lo tanto, no sienta miedo cuando se equivoca; se 
ofrece a sí mismo en tal caso la posibilidad de actuar de 
otra manera como, por ejemplo, la de decir simplemente la 
verdad. 
El niño, mientras vive con sus padres, al observar a éstos va 
almacenandomultitud de informaciones sobre sí mismo, sobre 
los demás y sobre el mundo. Aprende a percibir a las personas 
de su entorno, a conferir sentido a cuanto capta (si papá sonríe, 
es que está contento); a comunicarse merced al modelo pater-
no. Graba una serie de normas (muy explícitas o implícitas),, ri-
tuales y creencias (sobre sí y sobre el mundo); aprende a de-
fenderse, a hacer frente a las amenazas, a desempeñar el papel 
de hombrecito o mujercita. Va engranando asimismo una can-
tidad enorme de datos objetivos, de métodos y habilidades 
que le darán pie a ampliar su marco de autonomía material. De 
ese modo, año tras año va formándose su personalidad. 
De ahí que el medio en el que uno crece influya a la vez so-
bre las propias sensaciones, percepciones y pensamientos. Ya 
hemos visto cómo colocamos ciertos filtros sobre los recepto-
res sensoriales, filtros que suponen una selección en nuestras 
percepciones. Ni que decir tiene que no somos capaces de 
captar todo lo que es perceptible (no disponemos de los per-
trechos necesarios). Hay animales, por lo demás, que gozan 
de una agudeza sensorial muy superior a la nuestra en deter-
minados ámbitos: las aves (sobre todo las de rapiña) tienen 
una vista extraordinaria; los murciélagos, delfines y ballenas 
(por no citar más) poseen una agudeza auditiva sorprendente 
por completo. 
Nos hallamos, pues, ante unos filtros biológicos con respec-
to a los cuales nuestros recursos son limitados. Eso no obs-
18 
tante, tenemos la facultad de mejorar el campo de las sensa-
ciones mediante ejercicios apropiados, sin dejar de tener pre-
sente que existen ciertos límites infranqueables para el ser 
humano. 
¡Cuidado con los bebés! 
Supuesto todo lo anterior, vamos a estudiar nuestros filtros 
biológicos programados, ya que es esencial conocer su exis-
tencia y saber, como consecuencia, que cada individuo dispo-
ne de una visión personal y única de cuanto le rodea, de la rea-
lidad, de su realidad. Por ejemplo, de conformidad con los 
hábitos alimenticios de tu medio ambiente familiar, una taza 
de café que contenga cinco terrones de azúcar te puede resul-
tar amarga o, por el contrario, ¡pensarás que estás bebiendo 
un jarabe! Tus papilas gustativas portan la huella de la familia. 
Este sencillo ejemplo muestra cómo nuestro contexto de aprendi-
zaje es susceptible de influir sobre la interpretación que hacemos de 
las sensaciones y, comoquiera que se trata de un aprendizaje, 
cabe modificarlo, ya que el aprender está al alcance de cual-
quiera. 
De todo esto cabe deducir que no existe ninguna percep-
ción que sea equivocada a priori y que el error más frecuente 
sobre el que suele descansar lo esencial de nuestros conflictos 
y dificultades (que nos enfrentan a unos con otros a lo largo 
de la vida) consiste en la idea ingenua por demás de que 
nuestra visión personal de la realidad es evidentemente la 
única posible y la más atinada; en cuanto al otro, ¡por necesi-
dad tiene que ser tonto, malo, loco o perverso para pensar, 
actuar y reaccionar de otra manera! 
Ese otro, sea quien fuere, no capta el mundo exactamen-
te como tú, puesto que las "relaciones que el hombre man-
tiene para con su entorno dependen a la par de su aparato 
sensorial y de la manera en que está condicionado para ac-
tuar" 2. Las consecuencias del torpe empeño por convencer 
al otro de que está equivocado -cuando lo que ocurre es 
2 T. Hall, La dimensión cachee, Le Seuil, 1971, p. 86. 
19 
simplemente que su realidad es distinta de la tuya- suelen 
resultar las más de las veces inútiles y originadoras de 
amargura. 
Dentro de nuestra familia es donde aprendemos a filtrar e 
interpretar las percepciones. En efecto, el contexto familiar es 
el que, por ejemplo, provoca el rechazo (o la atracción) res-
pecto a determinado tipo de hombre o mujer. Para conferir 
cierto sentido a nuestra percepciones, nos apoyamos en las creen-
cias o en los mitos familiares, y la mayoría de tales mitos se re-
montan a tiempos muy antiguos y van siendo transmitidos y 
acondicionados de generación en generación. 
Cuéntame una historia 
Manteniendo la cabeza bien fresca y el ánimo tranquilo, 
resulta interesante cuestionarse uno a sí mismo acerca de los 
mitos que circulan dentro de la propia familia, no ignorando 
que gran parte de ellos son producto de generalizaciones aca-
so perdidas en la noche de los tiempos y que, de ordinario, no 
descansan sobre ninguna base lógica. Dichos mitos, compar-
tidos por lo general por los miembros de una familia (hasta 
su puesta en tela de juicio por parte de algunos disidentes re-
fractarios y rebeldes para con la cultura familiar o con deter-
minados aspectos de la misma), ofrecen, sin embargo, la ven-
taja de evitar los conflictos abiertos pues suponen ciertos 
puntos de convergencia (con frecuencia implícitos), lo cual re-
sulta muy tranquilizador: las cuestiones susceptibles de ser 
embarazosas quedarán en la sombra, olvidadas, borradas 
merced al automático acuerdo que evita en no pocas ocasio-
nes tener que pensar... 
Existe, empero, toda una serie casi ilimitada de ejemplos 
contrarios respecto al consuelo que se supone que propor-
cionan semejantes mitos familiares: ¡pregúntales a Romeo y 
Julieta si el mito de la discordia obligatoria entre sus dos fa-
milias era tan tranquilizador! Cuántas almas errantes siguen 
todavía acudiendo, por la noche, a postrarse a los pies del 
patriarca quien; hierático, violento y amenazador, les espeta: 
20 
¡Jamás una Dupont se casará con un Durand! 
¡En nuestra casa, somos siempre tenderos de padres a hijos! 
Para que un niño ande derecho, ¡sólo valen los golpes! 
¡El amor, está bien en los libros! 
¡Si se quiere triunfar, es menester sufrir! 
¡La felicidad no existe!... ¡O hay que pagarla muy cara! 
etc. 
¿Qué tal si, al filo de tus recuerdos, dentro de tu propia lis-
ta, te planteas este par de interrogantes: qué es lo auténtica-
mente verdadero... útil...? ¿Que podría suceder si dejara de 
creer en eso? 
¿Te das cuenta de la cantidad de ideas y juicios que reci-
bimos en el seno de nuestra familia y que constituyen nuestra 
personalidad sin que reparemos en ello? Desde la infancia, 
vamos viéndonos influenciados en nuestros pensamientos 
sobre temas tan importantes como la vida y la muerte, el 
hombre y la mujer (y sus respectivos papeles), el bien y el 
mal, las ideologías, los valores (para aceptarlos o rechazar-
los, sin matices), todos los códigos de moral (los vicios y la 
virtud), los apriorismos y los principios, los prejuicios (de to-
dos los órdenes y necesariamente discriminatorios), los de-
rechos y deberes (cuándo, dónde, respecto a quién...), las 
costumbres (las hay buenas y malas, pero ¡cuidado que no se 
tornen en coacciones!)... Todas esas ideas se nos han ido 
transmitiendo por parte de la familia con absoluta buena fe y 
no somos capaces de enseñar y compartir sino aquello que 
sabemos y creemos. 
¡Sí, creo! 
¡Y es que no es cuestión de lanzarle al bebé al agua del ba-
ño! Por el contrario, acaso no quedaría fuera de lugar el que 
nos planteáramos una serie de cuestiones acerca de todas las 
creencias, que las examináramos con nuestros propios filtros, 
los nuestros, a fin de conservar sólo aquellas que deseamos 
que perduren. La posibilidad de seleccionar las" propias ideas 
y pensamientos se asemeja mucho a la libertad. Con objeto 
21 
de ayudarte en semejante tarea, puedes también entrete-
nerte buscando ejemplos en contra de cada uno de los mitos 
que encuentres: ¡tal vez experimentes un no pequeño alivio 
y rechinen menos tus dientes cuando te digan que constitu-
yes un sistema programado, ya que entonces lo estarás en 
menor grado! Cabe asimismo que repliques que sí, que po-
sees una serie de programas y que eso es algo necesario y 
provechoso, cosa en la que tendrás toda la razón del mundo, 
una vez que hayas comprobado la utilidad de cada uno de 
dichos programas. 
Con independencia de los mitos y creencias, la familia 
trasmite además una cantidad imponderable de reglas,por lo 
general formuladas en frases análogas a éstas: "es preciso...; 
no hay que...; se debe...; no se debe...", con todas las variantes 
posibles y acompañadas, por lo regular, de un "si no..." ame-
nazador. 
Esto supuesto, lo mismo que has hecho con los mitos pue-
des realizar con las reglas que han ido jalonando tu infancia y 
adolescencia, concernientes, por ejemplo, a: 
- La alimentación: "¡hay que tomar ensalada en cada co-
mida, sino...!" 
- La ropa: "¡hay que llevar siempre camisa, si no...!" 
- Uno mismo: "¡no hay que mostrarse demasiado original 
en el vestir, si no...!" 
- Los horarios: "¡es preciso levantarse temprano / comer a 
una hora fija / ir al baño a una hora fija, si no...!" 
- Las palabras: "¡no hay que hablar del propio cuerpo, si 
no...!" 
- La higiene: "¡lavarse demasiado el ombligo resulta peli-
groso!" 
Es preferible detener la enumeración; mejor será que cada 
uno localicemos tales reglas y las sometamos a nuestro pro-
pio interrogatorio, a nuestro juicio como persona adulta, aun 
a riesgo de que inventemos otras, útiles y provechosas, que 
posibiliten nuestra expansión, el ensanchamiento de nuestra vi-
22 
sión del mundo. No existe regla alguna que sea buena o mala: 
sí hay algunas que cierran una cantidad enorme de puertas, 
en tanto que otras las abren con generosidad. Problema nues-
tro será el elegir. 
Mitos y normas suponen también un asunto personal: 
puede que encuentres que una creencia te resulta más o me-
nos útil o coactiva, eso es asunto tuyo, y no implica ningún 
juicio sobre la persona que la posee, ya que forma parte de su 
programa, del mismo modo que tu creencia. Más vale no con-
fundir a la persona con aquello que dicha persona cree o hace. 
Mediante las modalidades de conducta, mitos y reglas, la 
familia nos ofrece un terreno de aprendizaje privilegiado en 
todos los ámbitos, y entre ellos no es el de menor importancia 
el de la comunicación, ya que el lenguaje no nos sirve sólo pa-
ra suministrar informaciones, sino que refleja, palabra por 
palabra, nuestra visión de la realidad, quedando ésta confi-
gurada (ya volveremos sobre ello más adelante) por el con-
junto de nuestros programas. 
¡Abracadabra! 
Donde el niño aprende a hablar es en el seno de su propia 
familia: de qué, a quién, en qué contextos, qué es lo que tie-
ne derecho a creer y a decir, lo que nunca debe expresar, so-
bre todo dentro del campo de los sentimientos e ideas... Y la 
comunicación no se limita a las palabras, al lenguaje verbal: 
en su sentido mas amplio, es sinónimo de comportamiento. 
No cabe duda de que existen las palabras, pero también to-
do cuanto las acompaña (o que se expresa sin palabras): lo 
no verbal (gestos, actitudes, mímica, silencio, maneras de 
proceder, etc.), y que supone una forma de expresión muy 
significativa. 
Además, el niño comprende muy pronto el impacto de los 
mensajes que envía: las reacciones verbales y no verbales de 
sus interlocutores le van indicando con claridad el alcance de 
lo que acaba de hablar y la manera en que es comprendido e 
interpretado. 
23 
Así van originándose para él las primeras reglas de la co-
municación, reiterativas como toda regla, y van imprimién-
dose en él hasta formar su lenguaje. 
Más adelante veremos cómo los modelos de comunicación 
adquiridos en los primeros años de la vida inñuyen sobre las 
interacciones y los contactos y sobre toda la vida relacional de 
una persona, puesto que, desde que un ser humano accede a 
esta tierra, la comunicación se convierte para él en el factor 
más importante: "Determina el estilo de relación que estable-
ce para con los demás y con todo cuanto le acontece en el uni-
verso que le rodea"3. 
De ahí que, cuando alguien expresa una idea por medio 
de una palabra (como, por ejemplo, "felicidad"), sea im-
portante preguntarle lo que dicho vocablo significa para él, 
lo que entiende bajo ese término, ya que no es evidente que 
tú conozcas su propia concepción de la felicidad, que no 
tiene por qué ser por fuerza como la tuya. El lenguaje es un 
elemento fundamental en la elaboración del pensamiento. 
El espíritu humano va almacenando y organizando de for-
ma estructurada cuanto le rodea, en rigurosa adecuación 
con sus programas 
Esto explica que la evolución de nuestro pensamiento -y la 
misma evolución en su sentido general- quede condicionada 
por el lenguaje que utilizamos. 
Todo lo que nos enseña nuestra familia hace referencia por 
necesidad a la lengua que en ella se emplea, factor esencial en 
la constitución de nuestros programas. Ni que decir tiene que 
una estructuración así atañe a las diferentes maneras de ex-
presar los sentimientos propios. Dentro de semejante ámbito 
de expresión es como vamos aprendiendo a valemos de to-
dos los medios que la comunicación de la familia pone a 
nuestra disposición: tanto las palabras como lo no verbal que 
el niño capta muy pronto: distancia entre las personas, con-
tactos físicos regidos por unas reglas muy precisas, ademanes 
3 V. Satir, Pour retrouver l'harmonie familiale, Éd. Universitaires, J.-P. De-
terge, 1980, p.45. 
24 
y mímica, ruidos y silencios, posición en el espacio, ritmos y 
presentación de sí mismo (ropa, etc.). Extrema sutileza de to-
dos esos elementos entrecruzados, las más de las veces de 
manera inconsciente 
Ejercicios de puntuación 
La comunicación está también compuesta por los ritos fa-
miliares: costumbres tales como el ritual de levantarse y acos-
tarse, los ritmos o la organización del ocio, la frecuencia de 
contactos con los restantes miembros de la familia (desde las 
grandes fiestas tradicionales a las comidas del sábado con el 
tío Filiberto...), con los amigos, etc. Este cúmulo de ritos que 
realza los días del año es reiterativo y está cuidadosamente 
organizado; forma parte del ambiente del niño que lo integra 
y que, a su vez, instaurará más tarde (a veces con ciertas mo-
dificaciones) en su propia familia. 
Este rápido bosquejo de los modelos que constituyen un 
programa familiar puede antojarse muy oneroso y apremian-
te, pero es necesario. No es posible imaginar que unos padres 
transmitan algo distinto a aquello que ellos conocen, pero ca-
da generación es portadora de variantes y de evolución. Y es 
que, ¡tranquilicémonos!, es verdad que todos esos elementos 
(mitos, reglas y comunicación) son susceptibles de ser modi-
ficados y mejorados si así lo decidimos. 
EL PROGRAMA CULTURAL 
El modelado, un juego de sociedad 
Dentro de una sociedad, los grandes valores, que evolucio-
nan, se nos transmiten mediante eso que se conoce bajo la 
denominación de la cultura; tales valores y principios constitu-
yen una guía de saber actuar, decir, pensar y comunicar (a 
través de las palabras y el comportamiento). 
25 
Las culturas son tan numerosas como los países (por no 
aludir a las culturas regionales, las subculturas que, en no 
pocos casos, suelen ser muy específicas); se apoyan sobre 
tradiciones intensamente estructuradas, que dirigen y codi-
fican todos los tipos de conducta y el conjunto entero de la 
comunicación. 
Un programa cultural viene a ser como un programa fa-
miliar a escala más amplia: se trata de una constante presión del 
medio ambiente cuyo objetivo se centra en colocarle al indivi-
duo dentro de un molde. Dicha elaboración social se vale de los 
padres para salir adelante, toda vez que ellos mismos la han 
sufrido. 
Nos encontramos, en efecto, sumidos dentro del progra-
ma que nuestra cultura nos impone. Portamos una especie 
de filtros culturales que nos mantienen en nuestros princi-
pios y apriorismos, impidiéndonos incluso dirigir una mi-
rada objetiva sobre nuestra propia cultura. Ya en el mismo 
instante en que nacemos, la cultura tiene un enorme influ-
jo sobre nuestras percepciones y modelos de selección de 
todos los pensamientos. Al margen de eso, nos resulta por 
demás difícil cobrar distancia en relación con dicho progra-
ma: es él el que ha modelado la capacidad de nuestros re-
ceptores sensoriales, el que elabora nuestra conducta.¿Có-
mo ver aquello que no hemos aprendido a mirar? ¿Cómo 
oír aquello que no hemos aprendido a escuchar? ¿Y cómo 
dar un sentido distinto a las percepciones si no sabemos 
que es posible otra interpretación, si el medio ambiente fa-
miliar no nos ayuda a ello? Con todo, disponemos de la po-
sibilidad de adoptar una postura "meta" frente a nuestra 
cultura a fin de adoptar cierta distancia. Una buena manera 
de lograrlo consiste en estudiar a los demás y sobre todo, 
en comportarse como ellos, sin pretender emitir ningún jui-
cio; en efecto, si decidimos observar una cultura diferente 
de nuestras propias estructuras de pensamiento, no sere-
mos libres respecto a la comprensión de nuestras observa-
ciones y calificaremos determinadas conductas como ab-
surdas, raras, etc. 
26 
Están por todas partes 
Nuestro programa cultural se entrecruza con la vida ente-
ra puesto que se insinúa en todos sus ámbitos: 
- Las relaciones (o interacciones) entre los individuos: co-
municación verbal y no verbal. 
- La propia estructura de nuestra sociedad para con las 
nociones de clases, partidos y modalidades de gobierno. 
- Las necesidades físicas (como la alimentación). 
- La vida profesional mediante un código de trabajo y es-
tructuras precisas. 
- Los comportamientos específicos vinculados con los se-
xos y las funciones dentro de la sociedad. 
- El territorio mediante el aprendizaje de las relaciones es-
paciales: necesidades: individuales, vivienda, frontera. 
- Los ritmos vitales (la temporalidad), mediante la medida 
y el sentido del tiempo. 
- Los conocimientos, mediante el aprendizaje del saber, 
primero informal (en la primera infancia) y luego profesional, 
su valor y su empleo dentro de la educación. 
- Las diversiones y los juegos, mediante lo que está prohi-
bido, sugerido, autorizado... o muy aconsejado. 
- La defensa del individuo, mediante unos esquemas de 
creencias representados por las instituciones, los ritos y la 
medique suponen actitudes individuales peculiares. 
- La utilización de la materia, mediante la noción de co-
modidad, la explotación de recursos o la tecnología4. 
Todos esos aspectos integran nuestra escenificación, nuestro 
programa cultural que nos influye hasta en la más estricta in-
timidad. Esto es lo que explica los problemas que encuentran 
las personas que se instalan en un país de cultura diferente: to-
do allí les resulta desconocido, nuevo, distinto..,.los códigos de 
4 Según E.T. Hall, Le langage silencieux, Le Seuil, 1984. 
27 
comunicación no verbal son diferentes y, al no permitirles sus 
propios programas interpretar tales mensajes, su adaptación no 
resulta sencilla, exactamente igual que los programas propios 
del país de acogida no les comprenden a ellos. Aun cuando 
dichos emigrantes posean la lengua del país de adopción, ese 
conocimiento no basta, ya que cada individuo se expresa su-
poniendo que su interlocutor funciona de acuerdo con un có-
digo similar al suyo. Además, si el lenguaje verbal es diferen-
te, no cabe duda de que el del cuerpo lo es mucho más: de 
igual suerte que las palabras, lo no verbal supone un discur-
so codificado que encierra sus propias convenciones. Un ges-
to codificado significa lo mismo tanto para el actor como pa-
ra el espectador, y de ahí que aquél lo utilice. 
Por supuesto que cada uno de estos aspectos se halla en 
evolución constante desde los comienzos de la humanidad, 
enriqueciéndose dicha evolución con las múltiples confronta-
ciones entre los diversos modelos culturales. 
No es nuestro intento analizar aquí todos los elementos de 
nuestro programa cultural; nos limitaremos a una ojeada su-
perficial de dos temas que nos interesan de un modo más 
particular: los programas vinculados al sexo y nuestra "cul-
tura amorosa". 
¡Y cuando le veas a la reina! 
Si existe un terreno en el que el ser humano se encuentre 
rodeado por unas reglas estrictas y, por lo tanto, no sea libre 
(ni en sus pensamientos ni en sus actos), ése es el de las fun-
ciones vinculadas al sexo. Si bien es cierto que determinadas 
modalidades de conducta van evolucionando, los programas 
culturales están muy lejos de ser modificados toda vez que 
sus raíces se hallan hundidas en una historia inmemorial. A 
pesar de algunas investigaciones consideradas como científi-
cas y profundas que intentan poner de manifiesto ciertas 
pruebas fisiológicas de la inferioridad constitucional de la 
mujer, los sabios más eminentes no han sido capaces de pro-
bar dicha inferioridad: ni mediante el estudio comparativo 
28 
del volumen de la cavidad craneal del hombre y la mujer; ni 
por el estudio del cerebro como tal. "Se descubren nuevas 
'deficiencias' neuroanatómicas en la hembra en la región del 
cuerpo calloso, en la complejidad de las circumvoluciones y 
escisuras cerebrales, en la conformación de estas últimas y, en 
fin, en la rapidez del desarrollo del córtex en el feto (Wooley, 
1910)5". Ahora bien, nadie ha podido probar nada que esté 
fundado científicamente. 
¡No es preciso ser especialmente sabio para asegurar que 
se dan ciertas diferencias! La interpretación del estudio de ta-
les diferencias queda en manos de los apriorismos ideológi-
cos de aquéllos que se encargan de llevar adelante las inves-
tigaciones en cuestión. Una vez más, no deja de tener su 
interés el encontrar la prueba que uno no busca en lugar de la 
que está buscando: la ciencia (si es lícito valerse de este tér-
mino en el caso presente) se pone así al servicio de una ideo-
logía, no consagrándose sino a aquello que la corrobora, re-
fuerza y consolida, amordazando de este modo cualquier 
interrogante e impidiendo la menor sorpresa. 
El programa cultural está totalmente impregnado de pre-
juicios que fortalecen y justifican un modo de proceder res-
trictivo. No es posible que se perpetúen tales creencias y con-
dicionamientos sexuales sino en el supuesto de que se den en 
ambos sexos, cuando ambos se oponen recíprocamente; la di-
ferencia entre los sexos constituye la trama y los fundamentos 
de la relaciones humanas: ya se trate de una chica o de un chi-
co, todos los niños están modelados y vaciados de acuerdo 
con unas ideas bien definidas. 
El poder de semejantes creencias se explica por el hecho 
de que son transmitidas a unos jóvenes que no disponen de 
los datos necesarios para analizarlas y ponerlas en tela de jui-
cio. Como ocurre con otros muchos elementos de los progra-
mas recibidos, suponen otras tantas verdades que controlan 
casi la totalidad de la vida diaria, tanto de las mujeres como 
de los hombres, padeciéndolas estos últimos por igual; en 
5 M.-C. Hurting y M.-F. Pichevin, Les différences des sexes, Tiercé-Scien-
ces, 1986, p.35. 
29 
efecto: "¡no hay más remedio que ser hombre!... Porque, 
cuando uno es hombre, ha de ser sin tregua, pues el menor 
desfallecimiento lo comprometería todo. Ocupado en todo 
momento en reducir al silencio... los propios temores y lágri-
mas, las cobardías y anhelos...6". 
Desde su más tierna infancia, se le inculca al pequeño un 
código de conducta atiborrado de nociones que consolidan el 
concepto de virilidad: nociones tales como el valor, el sentido 
del honor, del deber, de las responsabilidades, la robustez 
psíquica... útiles todas ellas, sin duda (¡también para las mu-
jeres!), pero que reducen su vida, comprimiéndola dentro de 
una coraza de la que quedan excluidos los sentimientos. 
Yo Tarzán, tú Jane 
Los estereotipos sexuales se van perpetuando a través de 
una imaginería tan variada como ancestral, tanto en la litera-
tura como en los textos religiosos, corriendo parejas con las 
canciones, las películas o la publicidad. Los papeles sexuales 
del hombre y de la mujer condicionan no sólo su vida social y 
profesional, sino también la vida privada e íntima: el derecho 
al orgasmo en la mujer ha preocupado durante mucho tiem-
po a los teólogos cristianos (a la inversa, por ejemplo, de lo 
que acontecía con los mesopotamios, cuyas tablillas muestran 
con nitidez que, a pesar de que setrataba de una sociedad 
machista, las mujeres y los hombres poseían idénticos dere-
chos en la búsqueda del placer; dentro de este campo, la mu-
jer, no considerada como objeto ni como instrumento, era res-
petada como una compañera igualmente activa). Por lo que 
hace referencia a la Iglesia, durante mucho tiempo ha asocia-
do el acto carnal (fuera del matrimonio) con un pecado grave 
y ha rechazado, aun en el hombre, el placer sexual ("Es vergon-
zoso amar demasiado a la propia esposa; ...aquél que ama a 
su mujer con demasiado ardor es un hombre adúltero" -afir-
maba San Jerónimo), no autorizando la sexualidad sino en or-
den a la procreación y poniendo en guardia al género mascu-
6 A. Leclerc, Paroles defemme, Grasset, 1974, p. 90. 
30 
lino contra "la mujer que inició el pecado" y que es la causa 
de nuestra decadencia y muerte (Eclesiastés, 25-24). 
M Í programa sexual 
- ¿Quiénes eran las personas importantes para mí en mi in-
fancia? 
- ¿Qué decía cada una de ellas sobre: 
• la vida de la pareja 
• el amor 
• la sexualidad 
• los hombres 
• las mujeres 
• la confianza 
• el cuerpo 
• la homosexualidad 
• la proximidad con los otros 
• el placer 
- ¿Qué imagen de pareja te proporcionaron tus padres? 
- ¿Qué decían acerca de los medios para ser felices como 
pareja? 
- ¿Qué piensas hoy en día sobre este tema? 
En cuanto a la sociedad laica, ha exaltado atrevidamente 
-no obstante la austera apariencia de los buenos modales- la 
"fornicación" adúltera y los éxitos sexuales masculinos, dando 
pábulo a las hazañas necesarias para demostrar la propia virili-
dad, y colocando a la sexualidad, pese a ser algo tan natural, en 
el centro de las preocupaciones viriles, como si se tratara de al-
go excepcional. Y este mito sigue propagándose alegremente. 
De igual suerte, durante mucho tiempo se consideraba de 
buen tono en las mujeres el rechazar a su marido después de 
haber tenido sus hijos (o, incluso, el "soportar" el sacrosanto 
"deber conyugal"). Las esposas debían seguir siendo castas y 
los maridos buscaban así su placer junto a mujeres "de mala 
vida", las únicas autorizadas para procurárselo. 
Un amplio movimiento de hombres y mujeres viene lle-
vando adelante una cruzada incesante en contra de los mitos 
31 
vinculados al sexo. Ahora bien, no basta una generación para 
modificar unos programas impresos en nuestras memorias 
desde hace muchos milenios. Las modificaciones que se han 
ido introduciendo en tales condicionamientos se deben más a 
concienciaciones individuales que colectivas y, desde un pun-
to de vista sociológico, no se traducen en cambios culturales 
radicales. La evolución avanza, jalonada acá y allá por el éxi-
to, pero refrenada ante la fuerza y pujanza de unas creencias 
que, aunque se vean legalmente contestadas o puestas en 
cuestión, siguen todavía gravitando con todo su peso sobre 
las actitudes y conductas. 
Eros que hace daño 
Prueba de ello la tenemos en el mito "amoroso", gigantes-
co embuste que se va transmitiendo de generación en gene-
ración, embuste del amor romántico que -como dice Stend-
hal- consiste en esa "maravillosa capacidad para descubrir 
en el objeto amado una serie de virtudes que no posee" (De 
l'amour). Ese amor romántico ante el cual todos o casi todos 
-pocas son las excepciones- las hemos pasado muy mal al-
gún día (¡al menos uno!) y ante el que nos hemos hecho los 
tontos aguardando su dentellada a la par dulce y atroz, dolo-
rosa y adorable. ¡El que nunca haya pecado que nos arroje la 
primera piedra! Y todos los artistas ponderando sin cesar los 
deliciosos ardores que las flechas de Eros nos proporcionan 
cuando sucumbimos al amor. ¿Y en qué consiste el verdadero 
amor sino en el hecho de decirle al ser amado: "Cada vez que 
te veo, aun cuando no sea más que por un instante, mi voz se 
paraliza y la lengua se me pega al paladar. Un fuego sutil re-
corre mi carne entera, mis ojos quedan ciegos, los oídos me 
zumban y el sudor baña mi cuerpo. Tiemblo con todo mi ser 
y me siento a punto de morir"? (Safo). ¡Horror!, si no fuese 
porque estamos hablando del amor, no vendrían mal unos 
cuantos comprimidos de quinina. 
Tópicos del amor-fusión para toda la vida: "Nada ni nadie 
podrá separarnos; yo soy tú y tú eres yo; te quiero hasta la 
32 
muerte; no te sobreviviré ni un segundo; moriremos juntos". 
Él: "Yo te defenderé", y ella: "Te adoraré". 
Mujeres convertidas en "semiángeles, semicretinas 7" y 
hombres obligados a transformarse en padres-guerreros-
héroes-dioses si quieren mantenerse sobre ese incómodo pe-
destal en que el individuo no cuenta para nada: su único co-
metido consiste en responder a un sueño. 
Tópico de un amor que no puede darse en lo conyugal, de-
masiado oneroso: amor glorificado en el adulterio, en la 
muerte, la locura, el exilio, el dolor y la destrucción. 
Tópico de un amor de cuento de hadas que no repara más 
que en el contacto y los primeros momentos, quedando el res-
to como un "feliz conjunto", sin que se sepa demasiado en 
qué consiste. 
Tópico de un amor del que uno sabe de sobra que no es 
posible que dure por mucho tiempo bajo esa forma y que la 
evolución de cada una de las circunstancias de la vida contri-
buye a modificar y transformar sin que ello tenga nada de 
triste o negativo: simplemente es otra cosa. 
Tópico, en consecuencia, de un amor contradictorio, des-
truido por la vida común, que anima al matrimonio... ¿Qué 
pensar? ¿Qué hacer? ¿En qué consiste el amor?... En lo que tú 
quieras que sea, de acuerdo con tus propios criterios, en el su-
puesto de que te convenga. Ni el deseo de conformidad y 
aprobación, ni el temor ante un castigo o la exclusión deben 
prevalecer sobre tu propia opción vital. 
LA EXPERIENCIA PERSONAL 
Yo autorrealizado 
Las diferencias interindividuales más importantes proce-
den de nuestra experiencia personal. 
7 R. Brain, Amis et amants, Stock, Le Monde ouvert, 1980, p. 293. 
33 
Muchos individuos se extrañan a veces de que hermanos 
y hermanas educados de la misma manera tengan personali-
dades muy distintas. Por supuesto que han recibido los mis-
mos modelos y programas (cultural y familiar), pero eso no 
quita para que adopten caminos divergentes en cuanto a de 
sus propias vivencias y a la interpretación de las experien-
cias personales. 
La forma en que cada individuo vive una experiencia vie-
ne determinada no sólo por su programa familiar, sino tam-
bién por el influjo de gran número de personas que han ido 
mareando su vida: profesores, compañeros, escritores, etc. Al 
margen de eso, cada experiencia fracasada o feliz, habrá con-
tribuido asimismo a construir con su matiz individual y úni-
co, hasta tal extremo que incluso las palabras que utilizamos 
tienen como referencia ciertas experiencias, ciertas vivencias 
particularísimas de cada individuo: es el lenguaje de la expe-
riencia. Por ejemplo, varios padres de alumnos que discutan 
entre sí acerca de la severidad de determinado profesor no 
cuentan forzosamente con los mismos criterios de definición 
de la severidad. Cada uno de ellos aportará su propia expe-
riencia en este campo, refiriéndose a distintas personas seve-
ras a su juicio, bien sea de su infancia o de su adolescencia. 
¿Dónde comienza la severidad? ¿Dónde acaba? Hay casi tan-
tas respuestas como interlocutores. 
Esta disparidad de vivencias de las experiencias persona-
les es ilimitada; constituye el programa individual de todo 
ser humano e influye sobre todos sus pensamientos y formas 
de comportarse. 
I
Lo que yo veo 
Con objeto de hacer más concreta la idea de la diferencia en 
la percepción de la realidad, no vendría mal que acudieses 
a la siguiente experiencia con tu pareja. 
Piensa en un trayecto que os resulte familiar a ambos. 
Pídele a la otra parte que haga un mapa topográfico de di-
cho trayecto, un esquema, anotando en él el mayor numero 
posible de detalles. 
34 
Por tu parte, pon por escrito ese mismo trayecto, procuran-
do, por supuesto, incluir la mayor cantidad de precisiones 
posibles.También cabe que inviertas los papeles: tu compañero es-
cribe y tú dibujas. 
Procede con independencia el uno del otro, sin intercam-
biar informaciones. Asignaos treinta minutos y luego com-
parad vuestras descripciones. Es muy posible que guarden 
ciertos puntos comunes (Si ambos sois golosos, ¡los dos ha-
bréis tomado buena cuenta de la pastelería!), pero tal vez 
adviertas que tus puntos de referencia no son exactamente 
los mismos. Tu percepción de la realidad no es la de la otra 
parte. Tu visión del mundo es única. 
A lo largo de toda nuestra vida, disponemos de tres me-
dios para autoprogramarnos: la generalización, la selección 
y la distorsión. 
Generalización 
La generalización da pie a sacar una conclusión general a 
partir de una experiencia; una vez que somos capaces de po-
nernos unos calcetines (o, incluso, uno de ellos) sabemos ha-
cerlo ya para toda la vida: la generalización supone, en efec-
to, la base de todos nuestros aprendizajes. Es, asimismo, el 
fundamento de nuestros apriorismos y juicios: cuando Fran-
cisca, a los siete años, comprendió que Papá Noel era un in-
vento, concluyó de ahí que no era posible confiar en los adul-
tos, que éstos eran unos mentirosos, y mantuvo una solida 
desconfianza respecto al género humano adulto. 
Miguel y Alicia 
Miguel, divorciado desde hace quince años, vive ya hace 
seis meses con Alicia. Esta no conocía la menor nube hasta 
que un día, en el transcurso de una disputa, se entera de 
que, en su primer matrimonio (que duró ocho años), Mi-
guel mantuvo relación amorosa continua con otra mujer. A 
partir de ese instante, Alicia vive sumida en el temor de es-
tar siendo engañada puesto que piensa: Si le engañó a su 
35 
primera mujer, quiere decirse que no es fiel y, en conse-
cuencia, por fuerza me tiene que estar engañando. 
A partir de una experiencia, Alicia ha construido una gene-
ralización y formula un juicio general acerca de Miguel. 
Selección 
La selección nos hace posible el concentrar la atención so-
bre determinadas cosas, mientras ignoramos otras. Como 
consecuencia cuando conducimos un coche, no captamos 
esencialmente más que las informaciones útiles para nuestro 
cometido; si empezamos a interesarnos por el paisaje y dete-
nemos la mirada sobre una maravillosa puesta de sol, allá le-
jos, a la izquierda, olvidando la observación de la carretera, 
corremos enormes peligros: estamos obligados a proceder a 
una selección. Eso no obstante, dicha selección nos impele en 
ocasiones a desdeñar determinados aspectos positivos o muy 
importantes dentro de nuestra experiencia. Recuerdo al pe-
queño Pablo que sufría terriblemente del vientre desde hacía 
una serie de días; su padre le aseguró que no era mas que un 
"pedo atravesado" y no llamó al médico a pesar de que Pablo 
se retorcía de dolor. El padre se desesperaba tratándole al ni-
ño de blandengue a lo largo de todo el santo día. Poco más 
tarde, Pablo era operado con urgencia de peritonitis. 
Jacqueline, por su parte, se queja sin cesar de su trabajo y 
de sus compañeros; curiosamente no cae en la cuenta de que 
acaba de conseguir ese puesto que venía ansiando desde ha-
cía tres años y de que ¡precisamente su mejor amiga está en 
su misma oficina! 
I Alexis Alexis se encuentra un poco triste: se ha ido persuadiendo poco a poco de que Clara le ama menos puesto que ya no le escribe tanto como en los primeros tiempos de su amistad y no tiene para con él las mismas atenciones (prefiere el res-taurante a las pequeñas cenas íntimas y, el último mes, pasó 
un fin de semana entero con su familia en el pueblo, cosa 
36 
que antes nunca había hecho). Eso no obstante, si Alexis no 
hubiese efectuado semejante selección, se daría cuenta de 
que Clara le llama todos los días y de que con gran frecuen-
cia suele confesarle su gozo por estar junto a él, el amor que 
le profesa y su deseo de tener un hijo suyo. Alexis no perci-
be más que aquello que no responde a sus esperanzas, dan-
do de lado a la mayoría de las muestras de amor de Clara. 
Distorsión 
La distorsión nos permite "introducir ciertos cambios en 
nuestra experiencia sensorial8"; de este modo disponemos to-
dos de la facultad de imaginar lo que no existe o, por lo me-
nos, no existe todavía de ser creativos. Un buen día, Carolina 
me dejó estupefacto: su máquina de escribir se había estrope-
ado y producía un ruido anormal y continuo...; ella, entusias-
mada, ¡escuchaba el canto de unas cigarras! Un proceso aná-
logo puede muy bien inducirnos a imaginar lo peor: Fulano 
no toma en un par de ocasiones un postre preparado amoro-
samente por su mujer y ésta, sin más, ¡concluye de eso sim-
plemente que la detesta! 
Franck 
Franck se plantea una serie de interrogantes de lo más de-
sagradables acerca del amor que le profesa su mujer. No 
sólo opina que no le ama, o lo hace poco, sino que le pro-
voca y se burla de él. ¿En qué se fundamenta para distor-
sionar de ese modo la realidad? Hace algún tiempo, él le re-
galó un pañuelo de seda. ¿Y qué es lo que ha hecho con él?: 
se lo pone en la cabeza para protegerse cuando cocina (so-
bre todo cuando prepara pescado, a fin de que su cabellera 
no sufra la "marea"). Por lo tanto, es el pañuelo que sopor-
ta los tufos de la cocina lo que Franck considera como una 
afrenta que viene a corroborar su desamor hacia él. Tiene 
otra "prueba": dado que considera que ella tiene los cabe-
llos muy deteriorados como consecuencia de los cepillados, 
8 Grinder y Badler, The Structure ofMagic, vol. 1, citado por J. de Saint-
Paul y A. Cayrol, Derriére la magie, Inter-éditions, 1984. 
37 
le ha aconsejado con insistencia a Verónica que se los deje 
secar por sí solos, lo cual ella no hace jamás, simplemente 
porque, de proceder de semejante modo, ya no podría pei-
narse. Para Franck, existe una gran cantidad de "pruebas" 
de ese tipo, toda vez que distorsiona de manera regular la 
realidad en beneficio de sus propias creencias. 
Fielmente tuyo 
Estas tres clases de construcción de nuestro modelo de ex-
perimentación de la realidad nos dan también pie a hacer que 
esa visión nuestra de lo real sea a la par estable y tranquiliza-
dora , consolidándola y perpetuándola. ¡Las experiencias vi-
vidas en esa línea la confirman y constituyen otras tantas 
"pruebas" en su favor! Volvamos sobre el ejemplo de Francoi-
se: a los siete años, una experiencia que vivió de forma harto 
negativa le indujo a concluir que no es posible tener confianza 
en los adultos (generalización), ya que el mejor ejemplo de 
que puede disponer es, por supuesto, el de sus padres; en con-
secuencia, despreciará los signos evidentes de confianza que 
reciba de los amigos y de las personas con que empalme (se-
lección) y, en caso de que los perciba, estimará que son intere-
sados (distorsión). De este modo, cualquier individuo puede 
conservar una visión del mundo dentro de unos límites elabo-
rados por el mismo. Ésta es también la razón por la que, me-
diante la transformación del significado de la experiencia, so-
mos capaces de modificar nuestra visión de la realidad. 
En la actualidad, Francoise piensa que sus padres no hi-
cieron más que seguir una tradición que juzgaban encanta-
dora para los niños; ¡después de todo, Papá Noel trae sus re-
galos! Y, al mismo tiempo, supone un enorme sacrificio por 
parte de los padres que ni siquiera se ven reconocidos por los 
presentes que les hacen a sus hijos, conformándose estos con 
la generosidad de ese Papá Noel a quien se dirigen todos los 
agradecimientos. ¡Qué enorme abnegación de parte de los 
padres! Semejante reconsideración de la experiencia le hace 
posible una vida de relaciones más gratificante y feliz. 
38 
LA VISION DEL MUNDO 
Mirada de lince 
Las diferencias que median entre dos personas pueden ex-
plicarse mediante el siguiente proceso: aun cuando tú perci-
bas exactamente lo mismo que tu marido (cosa que puede su-
ceder...), a través del significado que le otorgas a dicha 
percepción eres una persona única ya que creas una relación 
personalpor entero entre aquello que percibes y lo que pien-
sas de la información captada, lo cual incidirá de manera di-
recta sobre tu conducta. Por ejemplo, un tiempo muy cálido 
les incitará a determinadas personas a salir para aprovecharse 
del sol, en tanto que otros se enclaustrarán en sus hogares, con 
los postigos bien cerrados, a fin de lograr un poco de frescura. 
Acudamos a otro ejemplo: con ocasión de una velada, un 
hombre observa a una mujer con una atención sostenida. La 
mira (percepción visual) y al punto le asigna un sentido a di-
cha percepción; puede pensar: "Esa mujer es muy distinguida, 
pues su aspecto físico corresponde a sus criterios de distin-
ción: alta, hermosa, delgada, lejana, casi distante, elegante..." 
Al proceder así, interpreta cuanto percibe de ella, poniendo de 
ese modo en práctica sus programas, conocimientos y expe-
riencia. Semejante interpretación dará lugar a una serie de re-
acciones a nivel de su cuerpo: experimentará ciertas sensacio-
nes (deseo, atracción etc.) ante las que reaccionará, siempre en 
función de las propias creencias al respecto. Una vez alcanza-
da esta fase, se preguntara que actitud deberá adoptar ante di-
cha mujer, de acuerdo con su interpretación y con lo que expe-
rimenta. Semejante evaluación, consciente o no, determinará 
su modo de proceder. Otro hombre, ante la misma mujer, po-
drá pensar con igual derecho (según su visión del mundo): 
"Tiene cierto aire "snob"'. Su interpretación será diferente y su 
comportamiento lo será también, lo mismo que sus sensacio-
nes. Cabe igualmente que piense: "Debe de ser un auténtico 
témpano", o bien: "Parece cualquier cosa", etc. Sensaciones y 
conducta variarán de acuerdo con lo individuos y con el mo-
delo de mundo de tales individuos. 
39 
Las cinco etapas de la comunicación 
TENGO UNA SENSACIÓN 
(veo - oigo) 
ATRIBUYO UN SIGNIFICADO A LA SENSACIÓN 
(¿Qué quiere decir eso que percibo? 
Nuestra experiencia y nuestros conocimientos nos informan) 
SIENTO 
(Conforme he experimentado, siento una emoción o un 
sentimiento) 
ADOPTO UNA ACTITUD INTERNA 
(En función de mi interpretación y de lo que siento, 
decido qué pensar y qué hacer) 
OPTO POR UNA CONDUCTA 
(Según V. Satir) 
Ese proceso se reproduce de forma automática ante cada 
situación que viva el ser humano, lo cual explica la infinita va-
riedad de actitudes ante unos mismos acontecimientos. Eso es lo 
que sucede antes de pasar a la acción (percepciones-interpre-
taciones-sensaciones y sentimientos-conducta) y la razón por 
la que los otros no siempre actúan como nosotros sin que, a 
pesar de ello, sean unos monstruos o unos locos. 
El país de ninguna parte 
En consecuencia, la visión del mundo de un individuo es-
tá compuesta por la suma de sus programas y por su expe-
riencia personal, cosa que la convierte en personal y única por 
completo. A eso se debe, sin duda, el que con frecuencia re-
sulte tan difícil aceptar y reconocer que nuestra propia reali-
40 
dad, nuestra visión del mundo no es universal: es peculiar en ca-
da uno y en eso reside precisamente nuestra riqueza. "Nues-
tra visión del mundo no es el mundo 9" . Nos hallamos ante 
una noción fundamental y que afecta a todos los aspectos de 
la vida. 
Esto supuesto, no existen en el mundo dos personas que 
posean exactamente las mismas ideas en todos los terrenos, 
que sientan de una forma idéntica ante una determinada si-
tuación, que tengan deseos idénticos en el mismo momento, 
etc., toda vez que cada ser humano es único. 
"Debemos considerar una imagen del mundo como la sín-
tesis más amplia y más compleja que es capaz de realizar el 
individuo a partir de miradas de experiencias, convicciones, 
influjos e interpretaciones, con sus consecuencias sobre el va-
lor y el significado que atribuye a los objetos percibidos (...) 
Es el producto de la comunicación9". 
YO, TÚ, NOSOTROS 
Por lo tanto, toda pareja supone el contacto de dos sistemas 
programados, de dos visiones del mundo únicas: yo poseo mi 
visión del mundo, tú posees la tuya y tú y yo procedemos 
ambos de un sistema de aprendizaje (familiar, cultural e indi-
vidual) que nos da pie a establecer nuestra propia realidad, 
que nos impele a ver el mundo de conformidad con nuestra 
propia mirada, única y original. Disponemos de nuestro pro-
pio sistema de percepción, sentimos de distinta manera aque-
llo que percibimos, contamos con nuestras soluciones y mo-
dos de proceder, poseemos nuestras ideas acerca de lo que 
creemos verdadero, justo, bueno, falso y malo, acerca de lo 
que hay que pensar, hacer o decir en función de los contextos 
en que nos encontremos. Ni tú te equivocas ni yo tengo razón 
al pensar de este modo: simplemente, ésa es la manera de 
pensar que tenemos unos y otros. Tú me darás a conocer tus 
pensamientos y tu visión del mundo, y yo te daré los míos. 
9 P. Watzlawick, Le langage du changement, Le Seuil, 1980, p. 49. 
41 
Descubriremos en qué nos asemejamos y aprenderemos 
aquello en lo que somos diferentes. Aunaremos nuestras con-
cordancias y nuestras divergencias. 
Estos dos sistemas (todo sistema está integrado por partes 
distintas pero unidas entre sí; mediante un objetivo común), 
estos elementos ("yo" y "tú") estructurarán un nuevo sistema 
compuesto por tres partes, con lo que introducirán un nuevo pro-
grama condicionado por la respectiva aportación de cada parte. 
Este tercer lugar, el "nosotros", supone un terreno para nuevos 
aprendizajes que vendrán a incorporarse a los antiguos. 
Este sistema, "nosotros", no borra nunca a los otros dos, al 
"yo" y al "tú", aun cuando determinadas creencias opinen lo 
contrario. Cuando aparecen los verdaderos problemas dentro 
de la pareja es cuando el "nosotros" suplanta o hace que de-
saparezcan el "yo" y el "tú", si bien semejante eventualidad 
tiene pocas oportunidades de producirse cuando "yo" y "tú" 
son dos personas autónomas, seguras de sí mismas y cons-
cientes de que antes existen el uno sin el otro. Si la relación 
nace de la alegría de estar juntos y no del sueño o la ilusión 
de una necesidad, el placer será su cimiento. 
Como consecuencia precisamente de que la pareja pone en 
juego dos programas, dos modelos del mundo diferentes, ¡la 
relación no resulta tan sencilla como lo hacen creer los cuen-
tos de hadas! Y es que a veces a muchos nos resulta difícil ad-
mitir que existe otro modo de proceder, porque dicho com-
portamiento es la prueba en el día a día de que "tú" no es yo 
y de que "tú" puede tener razón en ocasiones. 
Esa nueva célula específica en absoluto que supone toda 
pareja es el lugar de cohabitación de las dos visiones del 
mundo de cada uno de sus miembros y el del nacimiento de 
un nuevo sistema. 
De ahí que 1 + 1 no sea igual a 2, y menos aún a 1... sino a 3. 
42 
Una pareja 
"En una pareja existen tres partes: tú, yo y nosotros. Se tra-
ta de dos personas, de tres partes, siendo cada una de ellas 
importante y poseyendo una su propio jefe y facilitando ca-
da una la existencia del otro10". 
10 V. Satir, Pour retrouver l'harmonie familiale, Éd. Universitaires, J.-P. 
Delarge, 1980, p. 141. 
43 
La elección del otro 
"Los 'actores dramáticos' particulares con los que cada 
uno de nosotros escenifica su propia vida son tan raramente 
elegidos al azar como la distribución de las papeles en una 
producción de Broadway l". 
¡Y la luz fue hecha! 
Desde la atracción irresistible hasta una elección fríamente 
calculada, pasando por el "azar" y el "destino" a las volunta-
des implacables, las razones que le inducen a uno a elegir es-
to o lo otro en lugar de lo de más allá son tan numerosas co-
mo vagas, por no decir nebulosas o inexplicables ("y, sin 
embargo, me gustaba cómo era él", o, "ella es la que espera-
ba, lo supe al instante") y, en la mayoría de las ocasiones, irra-
cionales. Ahora bien, como suele decirse "el corazón tiene 
unas razones que la mente ignora", y, si es posible enunciar 
una verdad en este campo, es sin duda la que asegura que no 
elegimos una cosa de este calibrea capricho del destino. En 
realidad, el amor no es ciego; sólo nos induce a mirar con unos ojos 
1 G. Bateson y otros, La nouvelle communication, Le Seuil, 1981, p. 226. 
45 
distintos. ¿En qué consiste esa mirada que preside la elección 
del propio compañero o compañera? ¿En qué se fija? 
Desde los albores de la escritura, las literaturas de todos 
los países son ricas en textos -todos ellos de un lirismo de-
senfrenado- acerca de los flechazos que es susceptible de de-
sencadenar una mirada, una simple y, con frecuencia, breve 
mirada. Los ojos son los instrumentos que más utilizamos: en 
cuanto percibimos a otra persona ponemos en funcionamien-
to el proceso ya descrito, proceso de una enorme complejidad 
y de vertiginosa rapidez hasta llegar a convertir se en un au-
tomatismo que entra en funcionamiento una cantidad incalcu-
lable de veces desde la más tierna infancia. En efecto, nuestro 
comportamiento para con los demás funciona de acuerdo con 
la impresión inmediata que tenemos de ellos. 
De manera inconsciente, comenzamos por "apreciar" glo-
balmente las cualidades del otro y, si dicha estimación resulta 
satisfactoria según nuestros criterios, se lo hacemos saber. El 
otro se entera así de que no nos desagrada. 
Al mismo tiempo, mantenemos un discurso interno que se 
apoya las más de las veces sobre sensaciones nuevas o desa-
costumbradas, por lo menos eso es lo que solemos creer. 
Versión a la carta 
Lo que menos conocido nos resulta es cuanto acontece en 
los profundos meandros de nuestra memoria: sin ser cons-
cientes de ello, vamos confiriendo sentido a todo lo que cap-
tamos (conforme hemos visto más arriba). Por lo tanto, inter-
pretamos nuestras percepciones en función de los 
conocimientos que hemos ido almacenando al correr de los 
años y de las experiencias que han jalonado nuestra vida. Es-
te fenómeno se explica por obra de esa atribución de significa-
do inconsciente a todo cuanto percibimos, seguida de sensa-
ciones. Como ya afirmaba Epicteto: "No son las cosas en sí 
mismas las que nos perturban, sino la opinión que nos hace-
46 
mos de ellas". Y acabamos de ver cómo la opinión procede 
directamente de la interpretación de nuestras percepciones y 
de los sentimientos que dicha interpretación provoca. Porque 
nuestro cuerpo reacciona entonces ante esa interpretación: 
experimenta emociones, sentimientos; algunas personas sien-
ten deseo sexual o ganas de estar más cerca, o bien, en otro re-
gistro, de conocer, hablar con o hablar de sí (¿no hay gente 
que "inspira" al punto confianza?). 
Esta interpretación y sentimiento serán el origen de los 
cambios ulteriores, con independencia de sus niveles, puesto 
que es primordial que intentemos verificar si nuestras informa-
ciones sensoriales son justas, si su interpretación es correcta y si 
somos capaces de integrarlas en un todo coherente. 
La atracción física es, sin lugar a dudas, el primer criterio 
que interviene en la elección del otro, ahora que ya sabemos 
lo que hay detrás, lo que acontece en nosotros (aunque no 
nos formulemos de manera expresa que lo que se está incu-
bando sea el germen de una relación amorosa): la atracción 
es un hecho y experimentamos el deseo de saber más acerca 
de esa persona elegida entre tantas otras. Si bien el "azar" 
puede ser la causa de las circunstancias que han influido en 
el contacto, dicho azar no tiene nada que ver en la atracción 
que sienten recíprocamente dos personas cuando se ven por 
primera vez. 
Sabor alternativo 
Nos encontramos, pues, en el punto en que se contemplan 
y cuando la "afinidad electiva" que han sentido les va a hacer 
posible franquear, con mayor o menor nitidez, las etapas si-
guientes. Dentro de un contexto tan definido (ya que resulta-
ría muy diferente si se tratara de contratar a un empleado en 
una empresa o de buscar un socio financiero o para una par-
tida de bolos), es donde van a actuar nuestros protagonistas. 
Conviene insistir sobre esta noción del contexto ya que, se-
47 
gún sea éste, los mensajes sensoriales implicarán unas inter-
pretaciones susceptibles de resultar contradictorias por com-
pleto: el contexto es ¡o que le confiere su significado al mensaje; asi-
mismo, será de conformidad con el contexto como llevaremos 
a cabo ciertas selecciones dentro de nuestras percepciones. Por 
lo tanto, nuestros dos postulantes del amor, ante la seguridad 
de que tienen algo que compartir, tal vez intenten conocerse 
un poco más. En otro capítulo hablaremos de los inevitables 
juegos de la seducción, juegos que se dan en el proceso de to-
do encuentro amoroso; aquí estudiamos los factores que pre-
siden la elección del otro. 
Volvamos a nuestra pareja de amigos: ¿qué es lo que, uno 
y otro, buscan para confirmar su atractivo recíproco? Y el tér-
mino "confirmar" no está colocado al acaso, puesto que 
aquello que el ser humano decide percibir, sea consciente la 
elección o no lo sea, es lo que le confiere sentido de entrada a 
su universo y lo estructura. Podrás escucharles cómo, en las 
terrazas de los cafés, hablan de lo que les gusta, de lo que de-
testan, de sus aficiones y desagrados, de sus alegrías y pe-
nas, de sus pasiones e indiferencias, de sus ideas, de sus ma-
neras de ser, de su familia, de su profesión y ocupaciones, de 
sus esperanzas y desilusiones. Y cada apartado viene subra-
yado con un: "¡Vaya!, ¡exactamente igual que yo!", o: "Sí, yo 
también..." 
O, incluso, y en esto reside la alegría del misterio: "No co-
nozco eso en absoluto; ¡pero tiene que ser apasionante!", o: 
"¡Me hubiera gustado tanto a mí; también llegar tan lejos...! 
Tienes que contarme..." 
Las correspondencias entre lo que uno es, lo que ha sido 
y lo que desearía ser suelen presidir, de ordinario, el en-
cuentro entre dos personas que se atraen físicamente y re-
sulta por demás natural el que deseen encontrarse sobre un 
terreno común, bien sea a nivel de los gustos, las ideas o las 
conductas. El opinar que se trata de dos que van a ver el 
mundo con una misma mirada, que lo valoran al unísono, 
suponen otros tantos aspectos fundamentales para sentirse 
uno reconocido. 
48 
Y el reconocimiento no nace sino de las semejanzas: las diferen-
cias, cuando son percibidas positivamente, abren universos 
de enriquecimiento, de recíprocos hallazgos y de asombros 
que harán de la vida común, cotidiana, un copioso manantial 
de intercambios y participaciones . 
Se parecen; pueden aportarse mucho; caminan a gusto 
juntos; resulta tranquilizador sentir lo mismo; aprenderán 
mucho uno del otro; están de acuerdo sobre tantas cosas... po-
seen un poco la misma historia; tienen la impresión de que se 
conocen desde siempre; uno está hecho para el otro; hasta es 
mejor no estar siempre de acuerdo: resulta más vivo; tienen 
los mismos gustos... 
Descubiertos sus universos mediante sucesivas pincela-
das, comienza a emerger un cuadro más preciso en ese puzz-
le en el que cada pieza corresponde a una información suple-
mentaria acerca de la personalidad de los dos postulantes a la 
relación: las expectativas y esperanzas crecen mientras se 
confirma su carácter. Ha nacido un nuevo vínculo, fortalecido 
por obra de las actitudes que cada uno adopta respecto al 
otro: se descubren y se encuentran a la vez. Parece que ambos 
satisfacen sus criterios de selección basados en su propia visión 
del mundo. 
Orden de pedido 
¿Cómo te representas a tu compañero ideal? 
- Físicamente: reconozcamos que todo el mundo tiene 
sus alergias, y, si existe un terreno en el que es preferible no 
forzarse, ¡es, por supuesto, en éste! 
- En su comportamiento: ¿hay actitudes, comporta-
mientos que no soportarías en absoluto (desde la manera 
de sostener el tenedor, pasando por las uñas mordisquea-
das, ciertos ademanes de cara a tus allegados o a los su-
yos, y los viajes de negocios, hasta su modo de vestir, por 
ejemplo)? 
- En su carácter: ¿cuál sería el retrato-robot en lo refe-
rente a los defectos tolerables y en cuanto a las cualidades? 
49 
- En sus ideas: ¿hayopiniones, pensamientos o convic-
ciones que te resultan de todo punto incompatibles con los 
tuyos? ¿Cuáles, en concreto? 
Clasifica tus respuestas en cada categoría de acuerdo con 
su orden de importancia, estableciendo así tus prioridades 
y el catalogo de los matices. 
50 
SEGUNDA PARTE 
PARIDAD, ESTANCAMIENTO 
Y CARENCIA O LAS FUENTES 
DE ERROR 
Los sistemas Be creencia 
El mal de amor, secular y tan investigado, viene provocan-
do desde la noche de los tiempos los mismos síntomas. Y, co-
mo acontece con la diabetes o la gripe, conviene conocer sus 
causas con miras a remediarlo. Si el azúcar es el responsable 
de la diabetes (en un sentido general) y si determinados virus 
suponen el origen de la gripe, lo que provoca la mayor parte 
del mal de amor, lo que mina las parejas y deja con frecuencia 
a las personas lesionadas y hasta deshechas, son precisamente 
los sistemas de creencia acerca del amor y la relación amorosa. 
Siguiendo con la analogía médica, bueno será desconfiar de 
los tratamientos esparadrapo que no hacen otra cosa que disimu-
lar el síntoma: las sucesivas recaídas tan sólo logran debilitar al 
organismo hasta convertir el mal en crónico. Por lo tanto, lo 
que hay que hacer es modificar el terreno -y no los síntomas-; 
y el terreno en cuestión es el sistema de creencias que tiene la 
persona, aquél del que se deriva su visión del mundo, porque 
entre lo que creemos que es la realidad y la propia realidad 
existe una gran cantidad de imágenes e ideas en las que cree-
mos, que estimamos como verdaderas y que nos impiden pen-
sar y reflexionar con lucidez. 
53 
CREENCIAS ACERCA DE UNO MISMO 
¡Mi vida no es una existencia! 
La creencia limitadora más grave de cara a uno mismo 
puede resumirse, sin duda, en esta frase lacónica y banal: 
"Tengo algo que no anda bien". El "algo que no anda bien" 
que todo ser humano posee (nadie es perfecto) condiciona en 
algunos un comportamiento autodesvalorizador que engendrará 
actitudes mas bien sumisas, pasivas, con objeto de excusarse, 
de "lograr que pase" el defecto. Dicha autoevaluación conduce 
siempre (admito que es una generalización) a una desvalori-
zación susceptible de inscribirse en dos columnas: "No soy 
bastante..." y: "Soy demasiado..." En este juego cruel que uno 
lleva a cabo en su intimidad, siempre sale perdiendo. Es po-
sible evaluarse, pero más vale hacerlo en términos de com-
portamientos: por ejemplo, "Si no he conseguido esto o lo 
otro, ¿qué hacer para lograrlo mejor?" Lo que hacemos puede 
verse sujeto a revisiones, mejoras, etc. Un juicio definitivo so-
bre uno mismo puede tener las consecuencias más nefastas 
sobre el sentimiento de la propia valía personal. 
¿Y no tiene también el otro "algo que anda mal"? ¿Le amas 
menos por eso? ¿Es que ese "algo" es realmente dramático? 
Ese "otro" ha hecho la opción de conectar contigo, de sedu-
cirte, ¿es que acaso tiene mal gusto? ¿No será más bien por-
que resultas amable? Esto supuesto, ¿sería difícil dejarte que-
rer y centrarte sobre lo que no anda mal (por supuesto, en ti)? 
Tanto más cuanto que, de ahí a decir que no eres "normal" 
¡apenas si median unos kilómetros! ¿Y qué quiere decir ser 
"normal"? ¿Ser como los demás? Vuelve sobre la primera 
parte de este libro y verás que esto no quiere decir gran co-
sa. Entonces tus tres kilos de exceso en las caderas, tu aver-
sión a la música "pop" y la preferencia por las zapatillas de 
paño sobre el auto-stop con mochila al Nepal no resultan 
válidas para sentirte algo espantoso, que tan sólo a ti te ha 
ocurrido y cuya cruz has de soportar toda la vida: un padre 
alcohólico, una madre que hace "streap-tease", un hermano 
perteneciente a una secta, un tío abuelo en un sanatorio psi-
54 
quiátrico... Todo depende de aquél o aquélla sobre el que ha-
yas puesto tu mirada. Además, "falta confesada, la mitad 
queda perdonada",... en especial cuando tú no eres responsa-
ble de nada de eso. Nada hay que "vaya mal": tú eres diferente; 
eso es todo. Resultaría asimismo inútil por completo, bajo pre-
texto de no sentirse a la altura, desvalorizarle al otro que te 
contempla con ternura pensando que también él tiene "algo 
que no anda bien", ¡puesto que pierde el tiempo interesándo-
se por tu insignificante persona! 
Si te es factible modificar eso que te molesta y la cosa me-
rece la pena, puedes llevar a cabo las transformaciones que 
estimes necesarias; en caso contrario, saborea tu incipiente 
amor. 
De esta creencia básica se desprenden otras, tan poco per-
tinentes, y que con frecuencia suelen condicionarlo todo, co-
mo: "Me siento culpable de ser...(tan pobre, tan poco culto, 
tan superficial, tan original, etc.)", y como consecuencia lógi-
ca: "¿Qué otra cosa querrá de mí?" Es cierto que si estás de 
verdad convencido de tu nulidad, nadie querrá nada de ti y 
el presente libro no va contigo, ya que se trata de una relación 
entre dos. Por contra, si hay alguien que se interesa por ti lo 
suficiente como para intentar recorrer un trozo de camino a 
tu lado, fíate de él siquiera lo mínimo... Entonces, si ese otro 
tiene el mérito de encontrarte un poco a su gusto y si tal gus-
to es recíproco, vive esa común y recíproca estima... 
A no ser que seas un verdugo de niños, un asesino reitera-
tivo, un torturador inveterado u otro monstruo de semejante 
calaña, ¿por qué ibas a tener vergüenza de lo que eres? Tanto 
más cuanto que somos perfectibles... 
¡Mi existencia no es una vida! 
Entre la multitud de tópicos que arruinan nuestros instan-
tes más hermosos, hay uno, muy famoso, que logra casi la 
unanimidad, a saber, el célebre: "Tengo necesidad de él". Fue-
ra de los niños que tienen necesidad de sus padres o de sus-
titutos paternos que se ocupen de ellos, nadie tiene necesidad de 
55 
otra persona para sobrevivir. Tener ganas de vivir con alguien es 
una cosa, un sentimiento de todo punto justo, tener necesi-
dad de él es un mito que uno se forja para sufrir más. El ser hu-
mano tiene necesidad , para nutrirse de energía, de signos de 
reconocimiento, de muestras de atención, pero no le resulta 
vital recibirlos con regularidad de una sola persona, de ese 
otro que no existe sobre la tierra para ser utilizado como una 
pila eléctrica que deba, por fuerza y a petición, insuflarnos el 
aprecio por la vida y la capacidad de hacerlo. Cuentas en ti 
mismo con todas las facultades, con toda la capacidad y con todos 
los recursos precisos para vivir bien y no tienes necesidad de nadie. 
Las verdaderas necesidades de un individuo se resumen 
en el alimento, la defensa respecto a las inclemencias del 
tiempo, la medicina en caso de enfermedad y los contactos 
con otras personas (cuya frecuencia es variable de un indivi-
duo a otro). Todo el resto no pasa de ser deseo, ganas, cosa 
que en modo alguno quiere decir que tales apetencias sean 
desdeñables. Además, seguramente cuentas en tu derredor 
con ejemplos de personas que creían con firmeza que tenían 
necesidad de otro para vivir y que no fallecieron al instante 
con ocasión de una ruptura. Sufrieron, pero no llegaron a 
morir. 
Autorretrato 
Descríbete para ti mismo, aplicando sólo adjetivos califica-
tivos, las cualidades o aptitudes que encuentres en ti. 
Una vez que tengas cumplimentada la relación (reparando 
en los aspectos físico, intelectual, moral, artístico, etc.), co-
lócate delante de un espejo y díte en voz alta todo eso que 
has apreciado. Procede de este modo con regularidad (am-
pliando la lista en cuanto descubras algo grato o apreciable 
en ti) y, sobre todo, en los momentos en que la moral no se 
encuentre en su mejor forma. Saber con qué cuentas en ti 
mismo, en qué recursos puedes apoyarte y qué cualidades 
son susceptibles de servirte como trampolín no supone nin-
guna inmodestia (y, aunque lo fuera, si está justificada ¡no 
tendría nada de censurable!). Es importante que cuentes 
con lo positivo que hay en ti y, a tal efecto, conviene que 
tengas conciencia de ello. 
56 
Como es natural, puedes combinar el "qué querría de mí"

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