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La transición 
adolescente 
Peter Blos 
ASAPPIA 
Amorrortu editores 
11. Factores preedípicos 
en la etiología de la delincuencia 
femenina* 
En el estudio de la delincuencia, cabe distinguir dos frentes 
de indagación; los denomino los "determinantes sociológicos", 
por una parte, y el "proceso psicológico individual", por la 
otra. Estos dos frentes son en esencia distintos, pero por el 
hecho mismo de estudiar idénticos fenómenos fácilmente se los 
confunde, en detrimento de la claridad y del avanc~ de la in-
vestigación. Ambos aspectos están intrínseca y fundamental-
mente entrelazados en cada caso individual; no obstante, 
nuestra comprensión de este será incompleta si no logramos di-
ferenciar los "tempranos factores predisponentes inconcientes 
(llamados factores «endopsíquicos» )" de los "factores constitu-
cionales y precipitantes" (Glover, 1956). Esta diferenciación 
nos ha llevado a hablar de una delincuencia latente y de otra 
manifiesta. En este capítulo me limitaré a examinar algunos 
factores psicodinámicos predisponentes. tal como puede re-
construírselos a partir de la conducta delictiva manifiesta y 
sustentarlos con los datos de la anamnesis. 
Por definición, la delincuencia está referida a un trastorno 
de la personalidad que se exterioriza en un conflicto franco con 
la sociedad. Este hecho, por sí solo, ha empujado al primer pla-
no el aspecto social del problema y ha estimulado investiga-
ciones sociológicas que, a su vez, echaron luz sobre las condi-
ciones ambientales que guardan una relación significativa con 
el comportamiento delictivo. Aquí mi foco lo constituye el pro-
ceso individual; espero que no se interprete esto como expre-
sión de mi descuido del aporte que han hecho en este campo las 
investigaciones sociológicas. El estudio de la delincuencia ha 
sido siempre por fuerza multidisciplinario, y ninguna discipli-
na puede reclamarlo como su dominio exclusivo. 
Las estadísticas sobre delincuencia nos dicen que el compor-
tamiento antisocial ha ido en aumento en los últimos tiempos; 
esto va aparejado con un aumento general de colapsos en la 
conducta adaptativa de la población en su conjunto. Así pues, 
el aumento de la delincuencia no puede considerarse un fenó-
meno aislado, sino que debe concebírselo como parte de una 
tendencia general. Punto de vista este que se vuelve aún más 
• Publicado originalmente en The Psychoanalytic Study oj the Child, vol. 12, 
págs. 229-49, Nueva York: International Universities Press, 1957. 
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convincente si aceptamos la opinión sustentada por Healy, 
Aichhorn, Alexander, Friedlander y otros, de que "las diferen-
cias en la conformación psicológica del delincuente y del no de-
lincuente son de índole cuantitativa más que cualitativa" 
(Friedlander, 194 7). 
En los últimos tiempos hemos asistido también a un cambio 
en el cuadro sintomatológico de las neurosis; la clásica histeria 
de conversión predomina menos en la actualidad, cediendo su 
lugar a otras formas de trastornos de la personalidad, que 
pueden sintetizarse como patologías del yo. La ansiosa "pronti-
tud para la gratificación" de sus hijos que muestran los padres, 
y aun su gratificación anticipada de las necesidades instintivas 
de estos cuando ya han dejado atrás la etapa infantil, parece 
ser el motivo de muchos casos de escasa tolerancia a la frustra-
ción y alto grado de dependencia presentes en muchos niños. 
Contribuye a esta confusión el hecho de que los progenitores 
renuncien a su propio saber práctico intuitivo entregándose a 
los consejos publicitarios y pronunciamientos de los especialis-
tas. En tales circunstancias, el yo del niño queda expuesto a 
una estimulación insuficiente e incongruente (positiva y nega-
tiva), con el resultado de que sobrevienen defectos yoicos más o 
menos permanentes; estos se tornan más evidentes en la mal-
formación de las funciones de postergación y de inhibición. El 
fuerte impulso a la descarga inmediata de la tensión es típico 
del delincuente, y la edad en que se incrementa la tensión ins-
tintiva es la pubertad. En esta época el individuo por lo general 
vuelve a representar su drama personal en el escenario más 
amplio de la sociedad, y es desde luego en esta coyuntura del 
stress madurativo que se torna notoria la insuficiencia yoica. 
Si comparo los casos de delincuencia que acuden hoy a 
nuestras clínicas con los que recuerdo de mi labor conjunta con 
Aichhorn en Viena en la década del veinte, me sorprende la di-
ferencia que existe -el predominio actual de fallas en la in-
tegración yoica y de trastornos de los impulsos-. El consejo 
clásico de Aichhorn (1925) de que se convirtiera primero al de-
lincuente en un neurótico para hacerlo pccesible al tratamiento 
parece aplicarse en nuestros días sólo a un pequeño sector de la 
población delincuente. . 
El estudio de la psicodinámica de la delincuencia ha tenido 
siempre propensión a quedar envuelto en una maraña de for-
mulaciones generales y totalizadoras. Las ideas prevalecientes 
en el ámbito de la conducta y la motivación humanas tienden a 
proporcionar el "plan magistral" para su solución. De hecho, 
los determinantes etiológicos cambian según cuál sea la inda-
gación psicoanalítica que predomine: la teoría de la gratifica-
ción de los instintos, así como la del superyó faltante, han 
quedado atrás, pasando a primer plano las consideraciones re-
184 
lativas a la patología del yo. No pongo en tela de juicio que 1a 
opinión de Kaufnian y Makkay (1956), para quienes un "tipo 
infantil de depresión" que obedece a una "defección efectiva o 
emocional" es un "elemento predisponente y necesario de la 
delincuencia", es correcta, pero igualmente correcto es afirmar 
que en todos los tipos de trastornos emocionales infantiles-hay 
elementos depresivos. Lo que más nos intriga en el delincuente 
es su incapacidad para interiorizar el conflicto, o más bien su 
ingeniosa evitación de la formación de síntomas mediante la 
vivencia de la tensión endopsÚ¡uica como un conflicto con el 
mundo exterior. El uso exclusivo de soluciones antisociales 
aloplásticas es una característica de la delincuencia que la 
aparta de otras formas de fracasos adaptativos. Contrasta cla-
ramente con las soluciones psiconeurótica o psicótica, la prime-
ra de las cuales representa una adaptación autoplástica, .y la se-
gunoa, una adaptación autista. 
.Hasta cierto punto, todos los casos de delincuencia exhiben si-
militudes psicodinámicas, pero me parece más redituable estu-
diar sus diferencias, único método para penetrar en los aspec-
tos más oscuros del problema. Al formular esta advertencia, 
Glover (1956) se refiere a "clisés etiológicos" tales como el "ho-
gar quebrado" o la "angustia de separación", y continúa di-
ciendo: "No exige gran esfuerzo mental suponer que la separa-
ción en los primeros años de la infancia debe ejercer un efecto 
traumático, ps;lrO convertir este factor ambiental en un deter-
minante directo de la delincuencia es soslayar la propuesta 
central del psicoanálisis, según la cual estos elementos predis-
ponentes adquieren fuerza y forma patológicas de acuerdo 
con el efecto que tiene su tránsito por las diversas fases de la.si-
tuación edípica jnconciente" (págs. 315-16). Mis puntualiza-
dones clínicas y teóricas parten de este punto, sobre todo en la 
medida en que las fijaciones preedípicas impiden que se conso-
lide la etapa edípica y, por lo tanto, impiden la maduración 
emocional. 
Algunas ~onsideraciones teóricas 
relativas a la delincuencia femenina 
Siempre he opinado que la delincuencia masculina y la fe-
. menina siguen caminos diferentes, y en verdad son en esencia 
distintas. Conocemos bien las variadas manifestaciones de am-
bas, pero quisiéramos estar mejor informados acerca del origen 
de tales divergencias. Nuestro pensamiento se vuelve de inme-
diato a las diferencias en el desarrollo psicosexual del varón y la 
niña en la niñez temprana. Por añadidura, parecepertinente 
destacar en este contexto que la estructura del yo depende en 
1R5 
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grado significativo de la organización pulsional vigente, que 
sufre distintas vicisitudes en el varón Y. en la mujer. El estudio 
de las identificaciones y de las representaciones del self a que 
conducen en uno y otro caso permite explicar algunas disimili-
tudes del desarrollo yoico en los dos sexos. 
Si repasamos los casos de delincuencia masctllina y femenina 
que hemos llegado a conocer íntimamente, obtenemos la 
impresión de que la delincuencia femenina se halla muy próxi-
ma a las perversiones, mientras que no puede aseverarse lo mis-
mo respecto del varón. El repertorio delictivo de la chica es 
mucho más limitado, en su variedad y alcances, que el del va-
rón; además, faltan en él, significativamente, los actos agresi-
vos y destructivos contra las personas y la propiedad, y el rico 
campo de las aventuras impostoras es patrimonio del varón. El 
comportamiento deséarriado de la muchacha se restringe a los 
robos de tipo cleptomaniaco, a la vagancia, a los actos impúdi-
cos y provocativos en público y a los francos extravíos sexuales. 
Por supuesto, estas trasgresiones son atribuibles también al 
muchacho que participa en ellas, pero sólo constituyen una 
fracción de todas las que comete. En la mujer, la delincuencia 
parecería ser un franco acto sexual, o, para decirlo más correc-
tamente, un acting out sexual.! 
Veamos en qué forma se produce esta disparidad. En la de-
lincuencia femenina, la organización pulsional infantil, que 
nunca fue abandonada, irrumpe con la pubertad y encuentra 
salida corporal en la actividad genital. Las metas pulsionales 
pregenitales que predominan en la conducta delictiva de la 
mujer vinculan esa conducta con las perversiones. Un varón 
adolescente atrapado, digamos así, en un conflicto de ambiva-
lencia con su padre puede defenderse tanto de su temor a la 
castración como de su deseo de castración emborrachándose, 
destruyendo la propiedad ajena o l'Obando un coche y desman-
telándolo; aun cuando resulten abortados, sus actos son empe-
ro un intento de mantener el desarrollo progresivo (Neavles y 
Winokur, 1957). El típico proceder delictivo del varón con-
tiene elementos de un agudo interés por la realidad; además, 
reconocemos en ese proceder su fascinación por la lucha que se 
libra entre él y }a gente, las instituciones sociales y el mundo de 
la naturaleza. Por el contrario, una chica adolescente con igual 
propensión al acting out se vengará, por ejemplo, de su madre, 
por quien se siente rechazada, procurándose relaciones se-
.xuales. Las chicas de este tipo me han relatado las persistentes 
fantasías que tienen durante el juego sexual o el coito; ver-
1 Los cambios habidos, luego de este estudio, en el comportamiento sexual 
adolesce'llte han puesto en tela de juicio la validez general de esta formulación. 
Para una reevaluación, véase mi "Posfacio" de 1976 (infra, págs. 203-08). 
186 
bigracia: "Si mamá lo supiera, se moriría", o bien: "Ya ves, 
[mamá], yo también tengo a alguien". En un trabajo sobre las 
delincuentes sexuales, Aichhorn (1949) estima que la condición 
predisponente pesa más que cualquier factor ambiental. Ha-
ciendo referencia a la desenfrenada prostitución juvenil en 
Viena luego de la Segunda Guerra Mundial, sostiene que sus 
observaciones lo llevaron a pensar que "una constelación ins-
tintiva específica debe ser uno de los factores determinantes 
pero el ambiente y la constitución sólo pueden ser factores con: 
comitantes" (pág. 440). Tal vez los casos de muchachas delin-
cuentes que han sido chisificadas como psicópatas deberían 
considerarse casos de perversi~n. 
En época más reciente, Schmideberg (1956) ha seguido una 
tendencia de pensamiento similar. Esta autora contrasta la re-
ac~ión o síntoma neuróticos con la perversa, destacando que la 
pnmera representa una adaptación autoplástica y la segunda 
una adaptación aloplástica. Continúa diciendo: "En cierto 
sentido, el síntoma neurótico es de índole más social en tanto 
que el síntoma perverso es más antisocial. Hay así un~ estrecha 
conexión entre las perversiones sexuales y el comportamiento 
delictivo, que es por definición antisocial" (pág. 423). La im-
pulsividad, igualmente intensa en la conducta de acting out y 
en !as perversiones, es un rasgo bien conocido. Vacilo en gene-' 
rahzar tanto como lo hace Schmideberg, pero quisiera subra-
yar que la iden~idad de delincuencia y perversión se correspon-
de notablemente con el cuadro clínico de la delincuencia feme-
nina, al par que constituye sólo una variante especial en la di-
versa, mucho más heterogénea, etiología de la delincuencia 
masculina. 
Es jus~ificable que se nos pida aquí que explicitemos por qué 
razón afumamos que la delincuencia masculina y la femenina 
están diversamente estructuradas. A tal fin, debemos volcar 
nuestra atención a lo que distingue el desarrollo psicosexual del 
niño varón y de la niña. No pretendo repetir aquí una serie de 
hechos muy conocidos, sino que pondré de relieve algunos pun-
tos significativos de diferencias entre los sexos centrándome en 
las estaciones selectivas que se suceden en el desarrollo de la ni-
ñez temprana. En lo que sigue, los focos evolutivos represen-
tan, asimismo, puntos potenciales de fijación que llevan al va-
rón y la niña adolescentes a situaciones de crisis en esencia dis-
tintas. 
l. Todos los bebés perciben a la madre como la "madre acti-
va". La antítesis característica de este período de la vida es la 
de "actividad versus pasividad" (Brunswick, 1940). La madre 
arcaica es siempre activa; con respecto a ella el niño es pasivo y 
receptivo. Normalmente, la identificación con la madre activa 
187 
pone fin a la temprana fase de la pasividad primordial. Apun- · 
ternos que ya en esta coyuntura se prefigura una bifurcación en 
el desarrollo psicosexual del varón y la niña. Esta se vuelca po~ 
co a poco hacia la pasividad, en tanto que el vuelco primero 
del varón hacia la actividad es absorbido más tarde por la iden-
tificación que habitualmente establece con su padre. De ello 
no debe inferirse que feminidad y pasividad, o masculinidad y 
actividad, son términos sinónimos. Lo que se destaca es una 
tendencia -que por lo tanto no es de orden dualista absoluto 
sino de orden potencial y cualitativo- intrínseca a ambos se-
xos y característica de ellos. 
La temprana identificación con la madre activa llena a la ni-
ña, por vía de la fase fálica, a una posición edípica inicial acti-
va (negativa) como paso típico de su evolución. Cuando luego 
vuelca sus necesidades de amor hacia el padre, existe siempre el 
peligro de que sus impulsos pasivos hacia él vuelvan a activar la 
primitiva dependencia oral; el retorno a esta pasividad pri-
mordial impedirá el avance exitoso hacia la feminidad. Toda 
vez que un apego excesivo al padre signe la situación edípica de 
la niña, podemos sospechar que por detrás de eso hay un exce-
sivo apego, profundo y duradero, a la madre preedipica. Sólo 
si la niña logra abandonar el lazo pasivo con la madre y avanza 
hasta una posición edípica pasiva (positiva) podrá ahorrársele 
la regresión adolescente a la madre preedípica. 
2. El primer objeto de amor de todo niño es su madre. En de-
terminado momento, la niña abandona a este objeto de amor, 
y busca su completamiento y consumación en su feminidad 
volcándose al padre; este vuelco sucede siempre a una decep-
ción respecto de la madre. Como para el varón el sexo de su ob-
jeto de amor no cambia nunca, su desarrollo es más directo y 
menos complicado que el de la niña. 
La situación edípica de esta, a diferencia de la del varón, no 
alcanza nunca una declinación abrupta. Son pertinentes aquí 
las siguientes palabras de Freud (1933): "Las niñas permane-
cen en ella [la situación edípica] por un lapso indeterminado; 
la disuelven en forma tardía, y aun así, de manera incompleta" 
(pág. 129). La constelación edípica de la niña continúa for-
mando parte de su vida emocionala lo largo del período de la-
tencia. Sea como fuere, en la adolescencia femenina observa-
mos un impulso regresivo que apunta en la dirección de un re-
torno hacia la madre preedípica. Frente a este impulso regresi-
vo, cuya fuerza está determinada por la fijación existente, a 
menudo se reacciona mediante el ejercicio de una independen-
cia excesiva, hiperactividad y un vigoroso acercamiento al otro 
sexo. Este impase se despliega dramáticamente en la adolescen-
cia con el frenético apego de la niña a los varones en su tentati-
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va de resistir la regresión. Tanto en el varón como en la niña, la 
regresión adolescente se pres~nta como una dependencia pasi-
va, sumada a una sobrevaloración irracional de la madre, o 
bien, manifiestamente, de un sustituto de esta. 
3. Se ha preguntado con frecuencia por qué la preadolescen-
cla del varón y la de la mujer son tan marcadamente distintas.~ 
Cuando la pubertad introduce al niño en la heterosexualidad, 
se aproxima a ella a través de una prolongada perseveración en 
la preadolescencia, con un público y desinhibido despliegue 
(o, a menudo, una reelaborada recapitulación) de sus modali-
des pulsionales pregenitales, evidentes en rasgos tales como su 
obscenidad, su descuido del aseo corporal, su glotonería y su 
excitabilidad motora. Nada comparable en sus alcances se ob-
serva en la niña preadolescente, o, para expresarnos con más 
precisión, ella mantiene su reavivamiento pregenital más ocul-
to de la mirada de su entorno. 
Si la niña se acerca más directa y prontamente que el varón a 
la heterosexualidad, ello está determinado en medida significa-
tiva por su temor a la regresión. La fase preadolescente se dis-
tingue por las distintas ,metas libidinales del varón y la niña, y 
da origen a una marcada tensión en los chicos de esta edad. 
Esa diferencia en la conducta preadolescente está prefigura-
da por la masiva represión de la pregenitalidad establecida por 
la niña antes de avanzar hasta la fase edípica; ya he dicho que 
esta represión ·es requisito previo al desarrollo normal de la fe-
minidad. La niña se aparta de la madre, o, dicho en términos 
más exactos, le sustrae la libido narcisista que había servido de 
base para su reconfortante sobrevaloración, y trasfiere esta 
sobrevaloración al padre. Todo esto es bien conocido. Me apre-
suro, pues, a destacar que, al apartarse de la madre, la niña 
reprime las mociones pulsionales íntimamente ligadas a los 
auxilios y cuidados corporales que esta le brindaba, o sea, todo 
el ámbito de la pregenitalidad. La correlación entre delincuen-
cia femenina y perversión se basa en el retorno a estas modali-
dades de gratificación en el período de la pubertad; la regre-
sión y la fijación se presentan como condiciones necesarias y 
complementarias. 
Podría suponerse, pues, que la niña que en su adolescencia 
no consigue m11ntener la represión de su pregenitalidad en-
contrará dificultades en su desarrollo progresivo. La fijación a 
la madre preedípica y el retorno a las gratificaciones de este pe-
ríodo·suelen dar por resultado una conducta de acting out que 
. 2 ~o haY duda ah.(tma de que el medio social actúa sobre el desarrollo adoles-
c('lile acekrándolo o retardándolo. Por lo tanto, sólo es posible establecer una 
contparadt\n '>ignifieatiYa de pautas evolutivas entre varones y mujeres de un 
medio >imilar. 
189 
tiene co.rno terna central "el bebé y la madre", la recreación de 
una unión en ·que ambos estaban confundidos. Las actitudes 
que exhiben hacia sus hijos las adolescentes que, siendo solte-
r~, devienen madres ofrecen amplia oportunidad para estu-
dtar este problema. tina chica de diecisiete años me dijo, des-
pués de haber tenido un aborto, que hacía cosas extrañas en la 
casa cuando se encontraba sola; caminaba por todas partes di-
ciendo "Marnita" con angustiada voz de bebé apenas audible. 
Y añadió: "Debo de estar loca". Huelga decir que en su vida 
emocional predominaba un agitado conflicto con la madre. 
~n contraste con la condición prevaleciente en la mujer, 
qmero apuntar brevemente cuál es la muy otra situación del 
varón. Puesto que este preserva a lo largo de toda su niñez el 
mismo objeto de amor, no se ve enfrentado a una necesidad de 
reprimir la pregenitalidad que iguale en aproximación sumaria 
a la de la niña. Ruth Mack Brunswick (1940), en su trabajo clá-
sico sobre "La fase preedípica del desarrollo de la libido", dice: 
"Una de las mayores diferencias entre los sexos es el enorme 
grado en que se reprime en la niña la sexualidad infantil. Salvo 
en estados neuróticos profundos, ningún hombre recurre a una 
represión similar de su sexualidad infantil" (pág. 246). 
El varón adolescente que regresa, episódicamente, a gratifi-
caciones pulsionales pregenitales aún se halla en relativa armo-
nía con el desarrollo progresivo propio de su sexo, y en todo ca-
so no está en una oposición fatal a este. por cierto. Los trastor-
nos de conducta provenientes de estos movimientos regresivos 
no son por fuerza tan dañinos para su desa,rrollo emocional co-
rno lo son, a mi juicio, en el caso de las niñas. "Paradójicamen-
te, la relación de la niña con su madre es más persistente, y a 
menudo más intensa y peligrosa, que la del varón. La inhibi-
ción que ella enfrenta al volcarse hacia la realidad la retrae a 
su madre durante un lapso signado por mayores y más infanti-
les demandas de amor" (Deutsch, 1944). 
· 4. De lo anterior se desprende que hay básicamente dos tipos 
de delincuentes femeninas: las que han regresado a la madre 
preedípica y las que tratan en forma desesperada de aferrarse a 
la etapa edípica. En ambos casós, el principal problema vincu-
lar es la madre. Estos dos tipos de muchachas delincuentes co-
meterán trasgresiones que parecen idénticas, y de hecho lo son 
ante la ley, pero que son esencialmente diferentes en cuanto a 
su dinámica y estructura. En un caso tene'rnos una solución 
regresiva, en tanto que en el otro prevalece.una lucha edípica 
que, por cierto, no alcanzó jamás ningún grado de interioriza-
ción o resolución. 
Consideraciones teóricas tienden a abonar la tesis de que la 
delincuencia femenina es precipitada a menudo por el fuerte 
190 
impulso regresivo hacia la madre preedípica y el pánico que tal 
sometimiento infunde. Es fácil ver que para la chica que 
enfrenta uh fracaso o desilusión edípicos que ella es incapaz de 
superar, hay dos soluciones posibles: o regresar en su relación 
objeta! a la madre, o mantener una situación edípica ilusoria 
con el solo propósito de resistir la regresión. Esta lucha defensi-
va se manifiesta en la necesidad compulsiva de crear en la re-
alidad un vínculo en que ella sea necesitada y querida por su 
pareja sexual. Estas constelaciones constituyen las condiciones 
previas paradigmáticas de la delincuencia femenina. 
5. Digamos ante todo unas pocas palabras más sobre el últi-
mo de los tipos mencionados. Mi impresión es que esta clase de 
chica delincuente no sólo ha vivenciado una derrota edípica a 
manos de un padre -literal o metafóricamente- distante, 
cruel o ausente, sino que ha visto con qué insatisfacción llena 
de menosprecio trataba la madre a su propio esposo: rnadre.e 
hija compartían, así, su decepción. Un fuerte y muy ambiva-
lente vínculo continuaba existiendo entre ambas. En tales cir-
cunstancias, la hija no podía lograr una identificación satisfac-
toria con la madre; en lugar de ello, su identificación hostil o 
negativa forjaba entre ambas una relación destructiva e in-
destructible. Las preadolescentes de este tipo fantasean con 
plena conciencia que, si tan sólo pudieran ocupar el lugar de su 
madre, el pa~re revelaría su auténtica personalidad, vale de-
cir, gracias al amor de ellas se trasfiguraría en el hombre de su 
idealización edípica. En la vida real, estas chicas delincuentes 
eligen de manera promiscua parejas sexuales que poseen 
flagrantes defectos de personalidad, que ellas niegan o sopor-
tan con sumisión masoquista. 
En términos más generales, podríamosdecir que el compor-
tamiento delictivo es motivado por la necesidad de la niña de 
poseer permanentemente una pareja que le permita superar en 
la fantasía un irnpase edípico y, lo que es más importante, ven-
garse de la madre que odiaba, rechazaba o ridiculizaba al padre. 
Por añadidura, observarnos su deseo de ser requerida busca-
da y utilizada sexualrnente. Son frecuentes las fant~ías de 
desdén y revancha hacia la madre; el propio acto sexual está 
dominado por tales fantasías, con el resultado de que jamás se al-
canza el placer sexual. Buscamos en vano en estas chicas el de-
seo de tener un bebé; si quedan embarazadas, ello es por un ac-
to de venganza o rivalidad, que se refleja en la actitud que 
adoptan hacia su hijo: "Me da lo mismo tenerlo que no 
tenerlo". 
6. En el caso de la delincuencia femenina basada en la regre-
sión hacia la madre preedípica, asistimos a un cuadro dinámi-
191 
co por entero distinto. Helene Deutsch (1944) ha llamado 
nuestra atención sobre el hecho de que la condición previa pa-
ra el desarrollo normal de la feminidad es la disolución del vín-
culo pasivo que la chica tiene con su madre. Estas "acciones de 
rompimiento" son típicas de la adolescencia temprana. Conti-
núa diciendo Deutsch: "Un intento fracasado o demasiado dé-
bil por liberarse de la madre en la prepubertad puede inhibir el 
futuro crecimiento psicológico y deja un sello definidamente 
infantil en toda la personalidad de la mujer" (pág. 21). 
La delincuente que ha fracasado en este intento de libera-
ción se protege de la regresión mediante un desenfrenado 
despliegue de seudoheterosexualidad. No mantiene ningún 
vínculo personal con su pareja sexual ni le interesa esta; su hos-
tilidad hacia el hombre es a menudo intensa (véase más ade-
lante, en pág. 195, el sueño de los 365 bebés de N ancy). El 
hombre le sirve para gratificar su insaciable voracidad oral. 
Puede estar concientemente obsesionada por el· deseo de tener 
un bebé, deseo que, en su ficticio infantilismo, recuerda el de-
seo de la niña pequeña de tener una muñeca para jugar. 
De este modo, una conducta que a primera vista parecía 
representar el recrudecimiento de deseos edípicos demuestra, 
luego de un examen más atento, estar vinculada a puntos de fi-
jación anteriores, que pertenecen a las fases pregenitales de de-
sarrollo de la libido. En esa época se experimentó una grave 
privación, una estimulación excesiva, o ambas cosas. 
La seudoheterosexualidad de estas muchachas les sirve como 
defensa contra el impulso regresivo hacia la madre preedípica, 
y, por ende, hacia la homosexualidad. Como apuntamos en el 
capítulo 6 (pág. 95), al preguntársele a una chica de ca-
torce años por qué necesitaba tener diez novios al mismo tiem-
po, respondió con pundonorosa indignación: "tengo que obrar 
así; si no tuviera tantos novios, ellos dirían que soy una les-
biana". A esta misma chica la preocupaba la idea de casarse .. 
Relató sus fantasías al respecto a su terapeuta, a fin de conse-
guir su cuidado protector. Cuando la terapeuta mostró indife-
rencia ante sus planes matrimoniales, echó a llorar, acusándola 
de esta manera: "¡Es usted la que me empuja! Yo no quiero ca-
sarme". Aquí podemos ver claramente cómo la urgencia o el 
"empuje" decisivo para el acting out proviene de la necesidad 
frustrada de ser amada por la madre. La preocupación de esta 
muchacha por el matrimonio enmascaraba su anhelo de la 
madre preedípica y encontró una gratificación sustitutiva bajo 
la forma de un seudoamor heterosexual. 
Es un hecho bien conocido que una aguda desilusión con res-
pecto a la madre es con frecuencia el factor decisivo que preci-
pita un matrimonio ilegítimo. Vicariamente se restablece la 
unidad madre-niño, pero con los peores augurios para el niño 
192 
.~ ''. 
vicario. A esas mujeres, el hecho de ser madres sólo les puede 
brindar satisfacción en la medida en que el bebé dependa de 
ellas; se vuelven contra el niño tan pronto como este empieza a 
afirmar su afán de independencia. El manido resultado es una 
infantilización de la criatura. 
7. A la niña fijada a la madre preedípica se le abre una posi-
bilidad más: la identificación con el padre. Esta resolución del 
conflicto edípico se debe a menudo a un rechazo del padre que 
se siente como penoso. La chica que asume así el rol masculino 
vigila celosamente a la madre y desafía a todo hombre que pro-
cura poseerla. Solemos referirnos a esta constelación como en-
vidia del pene; este factor no merece que se le conceda, en la 
etiología de la delincuencia femenina, la abrumadora ímpor-
tancia que antaño se le daba. Su papel en la cleptomanía es, 
desde luego, innegable, y la preponderancia de este síntoma en 
las mujeres atestigua su-significación etiológica. No obstante, 
el factor dinámico de la envidia del pene no puede aislarse de 
la acusación que está en la base de él: lo que impidió al niño su-
perar su voracidad oral fue que la madre, en forma aparente-
mente voluntaria, le denegara la gratificación prevista. 
Ejemplo clínico 
Las consideraciones teóricas que han ocupado nuestra aten-
ción hasta el momento deben ser ahora reintegradas al caso in-
dividual en que se las estudió originalmente. El resumen que 
sigue corresponde al historial de Nancy, una chica en los co-
mienzos de su adolesbencia.3 No registraremos aquí los aspectos 
terapéuticos, sino que prestaremos oídos al lenguaje de la con-
ducta. 
Cuando Nancy tenía trece años de edad, su familia y las 
autoridades de la escuela a la que asistía se vieron ante un 
problema de delincuencia sexual que fue llevado a los tribuna-
les; los hurtos de la niña sólo eran conocidos por su madre. En 
el hogar, Nancy era una chica incontrolable y suelta de lengua: 
empleaba un lenguaje obsceno, maldecía a sus padres y hacía 
lo que le venía en gana sin tomar en cuenta para nada cual-
quier interferencia de un adulto. "¡Los insultos que Nancy me 
dirige son tan sexuales ... !", se lamentaba repetidamente la 
madre. Pese a su aparente independencia, Nancy no dejaba 
nunca de contarle a esta sus proezas sexuales, o al menos se las 
dejaba entrever lo suficiente como para despertar su curiosi-
dad, ira, culpa y solicitud maternal. Le mostraba con regocijo 
. 3 Tuve a mi cargo la supen·isión de la terapeuta de Nancy. 
193 
historias que hábía escrito y que consistían en su mayoría en 
frases obscenas. Nancy era ávida lectora de "sucios libros se-
xuales", para comprar los cuales le robaba dinero a la madre. 
Esta se hallaba dispuesta a dárselo, pero, como Nancy le expli-
có a su terapeuta, "Yo quería tomar ese dinero y no que me 
fuera dado". 
Nancy culpaba agriamente a su madre por no haber sido fir-
me con ella cuando era pequeña: "Mamá debió saber que yo 
actuaba con el fin de llamar su atención y para que los adultos 
se ocupasen de mí". Jamás se casaría -afirmaba Nancy- con 
un hombre que sólo supiera decir "querida, querida"; prefería 
a alguien que la abofeteara cuando cometiese algún error. Co-
mo es obvio, la crítica implícita en esta observación iba dirigi-
da al padre, un hombre débil a quien ella no reprochaba care-
cer de instrucción ni ganar un sueldo modesto, sino su indife-
rencia y el ineficaz papel que cumplía en la familia. 
Nancy creció en un pequeño departamento situado en un po-
puloso barrio urbano. Su familia quería que ella tuviese "las 
mejores cosas en la vida", y encontró la manera y los medios 
para pagárselas; así, Nancy recibió lecciones de acrobacia, 
ballet y declamación. Al llegar a la pubertad, todos estos refi-
namientos terminaron. 
A Nancy le interesaba el sexo hasta el punto de excluir cual-
quier otra inquietud. Ese interés alcanzó proporciones anor-
males poco después de su menarca, a los once años. Se jactaba 
de salir con muchos muchachos y mantener relaciones sexuales. 
Pidió a sus compañeras de colegio que se sumaran a su "club se-
xual". Sólo le gustaban los "muchachos malos", aquellos que 
robaban, mentían, tenían antecedentes criminales y "sabían 
cómo conseguirseuna chica". También ella quería fumar y ro-
bar, pero no acompañaba a sus amigos en sus incursiones delic-
tivas porque "podía ser atrapada". Una cosa que la intrigaba 
era que siempre podía conquistar a un muchacho si otra chica 
andaba tras él, pero no en caso contrario. Se había hecho res-
petar entre las demás chicas porque enseguida las desafiaba a 
una pelea a golpes de puño: "Tengo que mostrarles que no les 
temo", decía. 
Nancy admitió ante la terapeuta que deseaba mantener rela-
ciones sexuales, pero negó haber·cedido jamás a su deseo; dijo 
que únicamente usaba su cuerpo para atraer a los muchachos. 
Sin embargo, en una oportunidad la encontraron "atontada, 
desgreñada y mojada" tras haber estado en intimidad con va-
rios muchachos sobre el techo de una casa. Fue entonces que el 
caso se llevó a los tribunales; se le concedió la libertad bajo 
fianza a condición de que se pusiera bajo tratamiento. Ante la 
evidencia, ya no pudo negar a la terapeuta que había tenido 
relaciones sexuales. En ellas no experimentó ninguna sensación 
194 
genital ni placer sexual. Expresó su esperanza de tener un bebé 
y manifestó que lo que pretendía con esas relaciones era ven-
garse de su madre. Sostuvo que si naciera una criatura, se 
quedaría con ella y se casaría con el muchacho. Estaba conven-
cida de que su madre no había querido que ella, N ancy, na-
ciera, y que en verdad nunca había querido tenerla junto a sí. 
Por esta época tuvo un sueño en el que mantenía relaciones con 
adolescentes y nacían 365 bebés, uno por cada día del año, hi-
jos de un muchacho a quien ella abandonaba luego de conse-
guir esto. 
Nancy pasaba mucho tiempo en ensoñaciones; sus fantasías 
se vinculaban con el matrimonio, y la consumía el deseo de te-
ner un bebé. Temía no resultar atractiva a los muchachos y no 
poder casarse. Nancy tenía un buen desarrollo físico para su 
edad, pero estaba insatisfecha con su cuerpo, en especial con su 
piel, cabello, estatura, ojos (usaba anteojos) y orejas (tenía los 
lóbulos pegados al rostro). En·su hogar era extremadamente 
púdica; nunca permitía que su madre la viese desnuda. Según 
ella, sólo existía una razó~ para todas sus tribulaciones, decep-
ciones y angustias: su madre; ella era la "culpable de todo 
cuanto la hacía infeliz". La acusaba de quitarle sus amigos 
(muchachos y chicas), de retacearle la alegría que ella sentía al 
encontrarse con sus amistades, de ponerle una traba al teléfono 
para aislarla del mundo. Nancy decía que necesitaba amigas 
íntimas que fueran sus hermanas de sangre; ella y otra chica 
llamada Sally s'e grabaron mutuamente sus iniciales en el brazo 
con una navaja· como prueba de amistad eterna. Cuando 
Nancy mostró las cicatrices a la madre, esta la regañó, lo cual 
para aquella fue otra prueba de que la madre no quería que tu-
viese amigas íntimas. Desilusionada, intentó huir de la casa 
pero, como siempre, el lazo con la madre probó ser demasiad~ 
fuerte, y al poco tiempo retornó. 
Pese a su vehemente rechazo de la madre, Ñancy necesitaba 
su presencia a cada instante. Insistió, por ejemplo, en que la 
acompañara a sus sesiones terapéuticas. Como le resultó muy 
difícil encontrar un trabajo para la temporada de verano, .pen-
só que la madre podría emplearse como asesora de un campa-
mento y ella trabajaría en calidad de asistente suya. Nancy no 
se daba cuenta en absoluto de que su madre no era idónea para 
esa tarea, ni tampoco podía evaluar razonablemente su propia 
capacidad. 
Continuando con sus acusaciones, aseguraba que si la madre 
hubiera tenido, no un solo hijo (¡y para colmo mujer!), sino va-
rios, la vida de ella (de Nancy) habría tomado un curso dife-
rente. En la primera entrevista con la terapeuta, al inquirirle 
esta en tono amistoso qué propósito perseguía al venir a verla, 
Nancy mantuvo al principio un largo y hosco silencio, y de 
19S 
li' 11 1 
pronto empezó a llorar. Sus primeras palabras fueron para ma-
nifestar su abrumadora necesidad de ser amada: "Como hija 
única, siempre estuve tan sola ... ". Siempre había querido tener 
un hermanito o hermanita, y se lo había pedido a la mamá. En 
uno de sus sueños, estaba cuidando bebés, que eran en realidad 
los hijos de su amiga (véase más adelante), y su madre decía: 
"Es una vergüenza que chicos tan monos no tengan una madre 
como la gente que los cuide. ¿Por qué no los adoptamos?". 
Nancy estaba llena de júbilo en el sueño, y corría a lo de su te-
rapeuta para contarle que estaban por adoptar unos bebés. Co-
mo la terapeuta le replicase que eso les iba a costar mucho di-
nero, Nancy le espetó: "¿Pero usted no sabe que estamos podri-
dos en plata?". Al despertar, Nancy pi dio a su madre que adop-
tase un chico. "Tendrá, que ser un varón", le dijo, "porque sólo 
sé poner pañales a los varones". Se imaginó a sí misma cuidan-
do chicos de una familia campesina durante el verano. Poco 
más tarde, cuando tuvo catorce años, realmente trabajó un ve-
rano como ayudante en el fardín de infantes de una comuni-
dad. Fue allí una niña más entre los niños, una hermana mayor 
que enseñaba a jugar a los más pequeños. Siempre le gustó 
cuidar criaturas, en especial si eran muy pequeñas; le encanta-
ba sostenerlas en brazos. En cierta ocasión en que su prima 
quedó embarazada, comenzó a hacer planes para atender al 
bebé, pero añadiendo: "Lo cuidaré gratis durante tres meses; 
eso es macanudo, pero después tendrán que pagarme". 
En estos años de preocupaciones sexuales, Nancy se vinculó 
con una mujer de veinte años que se había casado a los dieci-
séis, había tenido tres hijos, y, en ausencia del marido, vivía de 
manera vagabunda y promiscua. Cuando Nancy la conoció, 
ella estaba embarazada. Nancy compartió vicariamente la vi-
da sexual y la maternidad de esta mujer, haciéndose cargo de 
los niños cuando ella .estaba fuera de casa. En casos en que no 
regresaba durante uno o dos día5, ello le exigía quedarse a dor-
mir en casa de ella, con lo cual Nancy comenzó a faltar a la es-
cuela. En una de las escapadas de su amiga, que duró tres días, 
Nancy llevó consigo a los tres Qiños a su propio hogar. En las ri-
ñas entre su amiga y el marido -de quien, según ella decía, 
había estado una vez enamorada-, tomaba partido ardorosa-
mente por su amiga. También rechazaba con violencia las acu-
saciones que le hacía la madre respecto de la amiga, comentan-
do a la terapeuta: "Mi madre tiene la mente como una cloaca". 
Nancy se sabía comprensiva con su amiga; sabía que esta era 
desdichada porque su padre había muerto cuando ella era chi-
ca, y jamás había amado a su madre. "Discutir con mamá no 
lleva a nada", decía Nancy, y sintetizaba la situación diciendo~ 
"Mi madre y yo simplemente no nos entendemos". Después de 
esas disputas, de pronto N ancy sentía miedo de haber agravado 
196 
la enfermedad de su madre (quien sufría de alta presión arte-
rial) y de causarle tal vez la muerte. 
En el hogar de su amiga casada, Nancy había encontrado un 
refugio temporario, aunque peligroso. Se sentía segura en la 
intimidad de esta madre embarazada que conocía el modo de 
atraer a los hombres y tener muchos bebés. También le causa-
ba placer provocar la celosa ira de su madre, que desaprobaba 
dicha relación. "Ahora -pensaba Nancy-, tengo una amiga-
madre con quien puedo compartirlo todo". En esta época co-
menzó a apartarse de las chicas de su edad, sintiendo que ya no 
tenía más nada en común con ellas. Embarazoso testimonio del 
hecho de que hubiera dejado atrás a sus compañeras fue la res-
puesta que dio a un grupo de ellas que estaban conversando 
sobre ropa; cuando alguien le preguntó: "¿Cuál es la ropa que 
más te gusta?", Nancy le espetó: "La de las mujeres embaraza-
das". Incidentes como estos la unían más profundamente aún a 
la vida familiar ficticia que había construido con su amiga, a 
quien amaba y de quien en una oportunidad dijo a la tera-
peuta: "No puedo sacármela de la cabeza". 
En su relación con la terapeuta, Nancy fluctuaba entre la 
proximidad y la distancia; esta inestabilidadestá bien expresa-
da en estas palabras suyaS: "Cuando pienso que debo venir al 
consultorio, no quiero hacerlo; pero cuando estoy aquí me 
siento contenta y tengo ganas de hablar". Admitió finalmente 
que le agrad~ría ser confidente con ella, pero la puso sobre 
alerta confesándole que era en realidad "una mentirosa com-
pulsiva". Le sugirió que se revelasen mutuamente sus secretos, 
así podrían aprender una de otra. La necesidad de intimidad, 
que era el impulso emocional que la-llevaba a la terapeuta, 
resultaba, por oposición, la responsable de sus repetidas hui-
das de esta. 
A la postre llegó a repudiar a los "burdos, groseros adoles-
centes" y su fantasía se encaminó hacia la actuación teatral, 
apoyándose en intereses y actividades lúdic.as <!e sus años de la-
tencia. Al principio tenía infantiles y extravagantes ensueños: 
se encontraba con actores de cine, se desmayaba y descubrían 
en ella a una nueva estrella; más tarde, esto cedió lugar a la 
idea más sensata de estudiar teatro. Pensaba que el teatro la 
"convertiría en una dama", con lo cual quería significar que 
tendría buenos modales y su conversación y conducta serían 
delicados; estaba segura de que entonces la gente la querría. 
Cuando había comenzado a menstruar su madre le explicó: 
"Ahora serás una dama". 
Nancy se aferró al teatro durante toda su adolescencia,· y a 
los dieciséis años obtuvo en realidad ún modesto reconocimien-
to al participar en una obra en la temporada veraniega. La es-
cena ~e volvió el legítimo territorio en que se permitió a su im-
197 
,, 
1 
pulsividad expresarse en todas direcciones y donde sus impulsos 
exhibicionistas fueron poco a poco domeñados por el propio có-
digo de la actuación. A la sazón, Nancy se había vuelto algo 
mojigata, era sociable con sus pares, pero al solo fin de promo-
ver su propio interés en las producciones teatrales. Tan buena 
manipuladora como su madre, se vinculó ahora de manera 
narcisista con su ambiente y aprendió a sacar provecho de los 
demás. El interés por el teatro pasó a ser el foco de su identi-
dad, en torno del cual cobró forma la integración de su perso-
nalidad .. El núcleo de esa identidad tenía su origen en "las me-
jores cosas de la vida" que la madre siempre había querido pa-
ra ella. En la adolescencia Nancy retornó a estas aspiraciones, 
que le habían sido instiladas por las lecciones de declamación y 
expresión corporal que recibiera durante sus años de latencia. 
Este empeño artístico fue precisamente el que en la adolescen-
cia le sirvió como camino para sublimar la irresuelta fijación a 
la madre. La identidad vocacional la rescató de la regresión y 
de la delincuencia, pero también le impidió avanzar hacia re-
laciones objetales maduras; después de todo, seguía siendo el 
deseo de la madre el que ella continuaba satisfaciendo median-
te su actividad artística. Cuando en una oportunidad, contan-
do ella dieciséis años, se le recordó su anhelo de tener bebés, 
respondió bruscamente, disgustada: "Los bebés son cosa de 
chicos". 
Es apenas necesario destacar aquellos aspectos del caso que 
ilustran la importancia etiológica de la fijación a la madre pre-
edípica en el comportamiento delictivo de Nancy. Su seudohe-
terosexualidad aparece claramente como una defensa contra el 
retorno hacia la madre preedípica y contra la homosexualidad. 
La única relación segura que encontró fue una folie a deux con 
una amiga-madre embarazada; este vínculo y esta identifica-
ción transitoria tornaron prescindible por un tiempo el actíng 
out sexual. No obstante, no pudo avanzar en su desarrollo emo-
cional hasta que hubo arraigado firmemente en ella el vuelco 
hacia un empeño sublimado: el de convertirse en actriz. Este 
ideal del yo -adolescente, y probablemente pasajero- dio 
por resultado una representación del self relativamente más es-
table, y abrió el camino para la experimentación adolescente y 
para los procesos integradores del yo. 
La conducta delictiva de Nancy sólo puede entenderse en 
conjunción con el trastorno de personalidad de la madre. Una 
inspección más atenta de la patología familiar nos permite re-
conocer -citando a Johnson y Szurek (1952)- "el involunta-
rio empleo del niño por parte del progenitor para que actúe 
sus propios impulsos prohibidos y deficientemente integrados 
en lugar de él". El diagnóstico y tratamiento de este tipo de 
acting out antisocial se ha vuelto consabido para aquellos clíni-
198 
1 ' ' ., 
1 
cos cuyo entendimiento se ha aguzado gracias a las investiga-
ciones que vienen realizando en los últimos quince años John-
son y Szurek. En el caso de Nancy, el "tratamiento en colabo-
ración" siguió el esquema trazado por ellos. 
Otra serie de hechos despiertan mi curiosidad. Por el análisis 
de padres adultos conocemos sus fantasías delictivas, perversas 
y desviadas inconcientes, y también sabemos con qué frecuen-
cia el progenitor está identificado con el niño y la vida pul-
sional de este a determinada edad. Sin embargo, muchos hijos 
de tales progenitores no muestran tendencia alguna al acting 
out de lo_.s impulsos delictivos, perversos y desviados de sus 
padres; más aún, muchos revelan en este aspecto una resistivi-
dad que en el caso de Nancy faltaba por completo. Normal-
mente los niños buscan en su ambiente experiencias que les 
compensen hasta cierto punto las deficiencias de la vida emo.,. 
cional de su familia; esto es particularmente válido para los ni.,, 
ños que se encuentran en el período de latencia, pero también 
lo es para niños más pequeños, que establecen significativas re-
laciones con sus hermanos mayores, vecinos, parientes, amigos 
de la familia, maestros, etc. En contraste con ello, niños ~omo 
Nancy son por entero incapaces de suplementar sus experien-
cias emocionales en el ambiente que los rodea, y continúan de-
sarrollando una pobre vida social dentro de los estrechos confi-
nes de la familia. 
Parecería, pues, que debe operar una clase especial de inte-
racción entre el progenitor y el niño a fin de impedir que este 
desarrolle progresivamente una vida más o menos indepen-
diente. Este particular carácter del vínculo progenitor-hijo re-
posa en un esquema sadomasoquista, que no sólo ha impregna-
do la vida pulsional del niño sino que además ha afectado de 
manera adversa su desarrollo yoico. La ambivalencia primor-
dial que deriva de la etapa del mordisco de la fase oral consti-
tuye un núcleo a partir del cual surge una pauta duradera de 
interacción entre la madre y el niño, pauta que recorre como 
leit motiv todos los estadios del desarrollo psicosexual. Las po: 
laridades de amor-odio, dar-tomar, sumisión-dominación per-
duran en una ambivalente dependencia recíproca de madre e 
hijo. Esta modalidad sadomasoquista desborda poco a poco 
hacia todas las interacciones del niño con su ambiente, y a la 
postre influye en el desarrollo yoico por vía de la introyección 
de un objeto ambivalente. Como consecuencia de ello, las fun-
ciones inhibitorias se desarrollan en grado insuficiente y la to-
lerancia a la tensión es baja. El hambre de estímulos de estos 
niños representa la expresión más perdurable de su voracidad 
oral. Acaso la impulsividad que observamos en el acting out de 
Nancy constituya un carácter esencial de una organización 
pulsional sadomasoquista que lo ha impregnado todo. Recor-
199 
' •• ·;,.rl: .í j,_'j.j 
'1 
1 ~ . 
·i 
demos aquí lo señalado por Szurek (1954): "Ambos tactores, las 
fijaciones libidinales y la interiorización de las actitudes de los 
padres, determinan qué impulsos del niño se han vuelto acor-
des con el yo y cuáles han sido reprimidos. En la medida en que 
estos factores interfieren la vivencia de satisfacción del niño en 
cualquiera de las fases del desarrollo, las actitudes interioriza-
das son vengativamente (o sea, sádicamente) caricaturizadas y 
los impulsos libidinosos son masoquísticamente distorsionados; 
vale decir, la energía libidinal tanto del ello como del superyó 
se funde con la cólera y la angustia derivadas de la repetidafrustración" (pág. 377). 
El caso de Nancy resulta de interés a la luz de estas conside-
raciones. Abordaremos ahora, por consiguiente, sus primeros 
años de vida en busca de las experiencias que cumplieron un 
papel primario y predisponente en términos de la fijación sado-
masoquista a la madre preedípica y el eventual fracaso adapta-
tivo en la pubertad. El significado transaccional de la c<?nduc-
ta delictiva no carece de implicaciones para la técnica tera-
péutica, per.o esto constituye un problema que no podemos de-
sarrollar aquí. 
Nancy era hija única y había nacido dos años después de 
contraer matrimonio sus padres. La madre, que deseaba tener 
· muchos hijos, había querido tenerla. El padre pr~tendía es~e­
rar diez años; incapaz de soportar esta postergación, su muJer 
había hecho los trámites para obtener un hijo adoptivo, pero su 
solicitud fue denegada. Al poco tiempo quedó encinta. 
Nancy tomó el pecho durante seis meses; a los cuatro comen-
zó a morder el pezón, causando considerable dolor a su madre. 
Pese a las protestas de esta, el médico insistió en que siguiera 
amamantándola; dos meses más tarde, cuando el amamanta-
miento se había convertido ya en una experiencia penosísima, 
1~ permitieron destetada. Así pues, durante dos meses madre e 
hija estuvieron empeñadas en una batalla de chupar y morder; 
de ofrecer y retirar el pezón. Puede advertirse el perdurable 
efecto de este período en el-persistente rechazo de Nancy a be-
ber leche. A los tres años comenzó a chuparse el pulgar, lo cual 
le fue violentamente sofocado mediante el uso de guantes. Ca-
be presumir que la lactancia temprana brindó a Nancy sufi-
ciente estimulación y gratificación. Comenzó a hablar alrede-
dor del año y caminaba bien a los diociseis meses. . 
Interesan especialmente algunos sucesos de la vida de esta 
niña. Cuando ingresó al jardín de infantes, vomitaba todos los 
días antes de entrar' síntoma que desapareció tras varias sema-
nas de asistencia forzada. La maestra observó entonces que 
Nancy hacía caso omiso de su presencia, de un modo que suge-
ría audición defectuosa; no obstante, las pruebas audio-
métricas demostraron que esta suposición era incorrecta. Al 
200 
•'¡' 
iniciar el primer grado escolar, N ancy tuvo pataletas y trató de 
escapar de la escuela. La madre se quedaba en las proximida-
des· para espiar lo que sucedía y la obligaba a volver al aula; 
después de unas semanas sus escapadas cesaron para siempre. 
A partir de ese momento su comportamiento en la escuela fue 
causa de continuas quejas. Durante todo su período de latencia 
Nancy fue una chica "terca, irritable, gruñona y quejosa". 
Durmió en la habitación de sus padres hasta los ocho años 
momento en que le dieron un cuarto propio. Comenzó entonces ~ 
tener pesadillas y a trasladarse al cuarto de aquellos. Ninguna 
medida disciplinaria logró impedir que perturbara el sueño de 
sus pa?res, h~sta 9ue una vez la madre la hizo sentarse y per-
manecer en una stlla toda la noche en el dormitorio de ellos. 
Luego de esta severa prueba la niña se rindió, quedándose en 
su propia habitación, y nunca más volvió a quejarse de tener 
pesadillas. 
Nancy conocía muy p_ocos chicos y rara vez jugaba con ellos; 
prefería estar en companía de su madre. Durante toda su niñez 
~empr~na, r pr?b~blemente durante la latencia, tuvo "campa-
neros tmagmanos ; en su adolescencia temprana todavía solía 
hablarles cuando estaba en la cama, prohibiéndole a su madre 
que la escuchase. La madre tenía tanta curiosidad por conocer 
la vida íntima de Nancy como esta la tenía de conocer la suya. 
Con referencia a su falta de amigos, la madre señaló: "Nancy 
pretende demasiado amor". 
Dos f~~tores complementarios de la temprana interacción 
madre-ht)a parecen haber predispuesto a Nancy y a su madre 
p~ra su durad~r? vínculo ambivalente. La madre quería tener 
ht)OS para gratifiCar sus propias necesidades infantiles, en tanto 
que Nancy -tal vez dotada de una pulsión oral inusualmente 
intensa- le exigía a la madre cosas que ella, a su vez, no era 
c~paz de cumplir. Esta batalla por los intereses respectivos que 
nmguna de ellas toleraba en la otra estaba destinada a conti-
nuar ininterrumpidamente y sin solución hasta la pubertad de 
Nancy. Su sumisión a la cruel disciplina materna su renuncia 
a los imp~lsos ora.les a cambio de gratificaciones ~asoquistas, 
revela la mtegractón progresiva de una relación objetal sado-
masoquista que impidió el despliegue exitoso de la indivi-
duación; por el contrario, desembocó en un estrecho enredo 
simbiótico de la niña con la madre arcaica. 
Las tentativas de separación de Nancy en su niñez temprana 
y p~b~~tad son evi?entes ~n su creación de "compañeros imagi-
narlOs y en su vmculactón con la amiga-madre a los trece 
años. Estos inte_ntos de liberación fueron infructuosos; la 
seudoheterosexualidad era el único camino abierto a esta niña 
impulsiva para satisfacer su voracidad oral, vengarse de la 
madre "egoísta" y protegerse de la homosexualidad. 
20) 
1' 
Habiendo reconducido la conducta delictiva de Nancy a los 
antecedentes predisponentes de la segunda fase or~ (sádtca)~ el 
circulo parece completo. Materia de esta indagactón genética 
fue una configuración típica de personalidad que co~duce a 
una conducta delictiva en la pubertad. El examen teón~o pre-
cedente aludió a otras configuraciones que no fueron. llustra-
das empero con material clínico. El caso de Nancy tlene q~e 
con~iderarse' representativo de un solo tipo de delincuenc1a 
femenina. 
202 
Posfacio (1976) 
Siempre es un sensato ejercicio rever un artículo que uno ha 
escrito una veintena de años atrás y examinarlo a la luz de la 
realidad contemporánea. Esta segunda mirada es particular-
mente útil si el artículo proponía formulaciones teóricas acerca 
de un determinado tipo de conducta asocial femenina, con el 
propósito expreso de dar un abordaje significativo -o sea, clí-
nicamente eficaz- a la terapia de esas adolescentes. Una reva-
loración de las ideas relacioiladas con la delincuencia sexual fe-
menina parece rev~ir especial urgencia en la actualidad, 
cuando la escena social de la adolescencia ha sufrido cambios 
tan radicales en cuanto a costumbres, valores y expresiones en 
la conducta -todo aquello a lo que se suele llamar "modo de 
vida"-. 
La delincuencia siempre tiene un marco de referencia soc~al 
y, por ende, tiene que ver con la desviación respecto de las nor-
mas sociales o las expectativas predominantes en materia ·de 
comportamiento. El sistema individual de motivaciones (o la 
configuración dinámica) de la delincuencia siempre es influido 
por la tradición y el cambio social. Al decir esto no hacemos si-
no repetir las prímeras oraciones de mi artículo original, donde 
afirmábamos que al ocuparnos de la conducta delictiva tene-
mos que tomar en cuenta los factores predisponen tes y psicodi-
namicos en correspondencia con las normas sociales del medio 
en cuestión. · 
Es obvio que lo que denominamos "acting out sexual" en la 
década del cincuenta no es igualmente aplicable al comporta-
miento sexual del adolescente en 1976. En la década actual, la 
actividad sexual (genital) se ha vuelto la forma legítima de con-
ducta de los jóvenes desde la preadolescencia hasta la adoles-
cencia tardía. Hemos asistido en el curso de estos años a la de-
saparición casi total de la privacidad o intimidad en materia 
sexual. Al observador de los adolescentes, la franqueza de sus 
relaciones heterosexuales le suena a una declarada insistencia 
en que la generación de los progenitores participe, de manera 
positiva o negativa, de la conducta sexual de los jóvenes. 
Observamos, además, .que la tradicional ritualización de la 
conducta según el sexo se ha extinguido en gran medida, o ha 
sido decididamente arrasada, con planeado celo, por la joven-
cita. Como residtado de ello, la franca y resuelta iniciativa de. 
las chicas en materia de seducción -sobre todo de las que se 
hallan en los comienzos de la adolescencia- suele superar hoya la proverbial iniciativa sexual que antaño le correspondía al 
varón. El rótulo "acting out sexual" ha perdido gran parte de 
su significado debido a que en buena medida esta conducta de-
jó de estar "en abierto conflicto con la sociedad". Toda vez que 
203 
:1 
1 
1 
' 1 ., 
una variedad de comportamiento considerada anómala o des-
viada gana aceptación dentro de un sector importante de la 
población, el estigma de la anomalía se esfuma, y la exteriori-
zación en la conducta -en nuestro caso, la actividad genital 
de la joven- se vuelve un indicador cadá vez más falible de 
desarrollo anormal. 
Se ha inqu,irido con frecuencia de qué manera y hasta. qué 
punto el comportamiento sexual de la adolescente ha sido 
influido por la píldora anticonceptiva y el Movimiento de Li-
beración Femenina. En mi opinión, estas dos innovaciones 
-tecnológica la una, ideológica la otra- tienen muchas más 
consecuencias entre las adolescentes mayores, en especial entre 
la población universitaria, pero su gravitación en las preado-
lescentes, o, en térmjnos generales, entre las alumnas del cole-
gio secundario, es insignificante. Ser sexualmente activa y ha-
cérselo saber a los pares y a los adultos se ha convertido en un 
símbolo de status a lo largo de la escala de maduración. En el 
caso extremo -y este extremo ha cobrado los rasgos de un mo-
vimiento social- la sexualidad ha sido equiparada a la mera 
acción o experiencia, dejando de vinculársela con una relación 
personal significativa en el plano emocional (o sea, con una re-
lación íntima) que trasciende el acto sexual y la dependencia 
gratificatoria. La soltura y libertad, en apariencia carente de 
conflictos, con qu~ la adolescente consuma el acto sexual está 
diciendo a viva voz que para ella el juicio reprobador de los 
padres -con más frecuencia de la madre- no hace sino 
mostrar su anticuada y total ignorancia respecto de la impor-
tancia de la experiencia sexual. 
Las madres cultas de clase media, sintiéndose impotentes 
frente a la revolución sexual, vuelcan sus cuidados en la pre-
vención del embarazo y le sugieren a sus hijas que tomen la píl-
dora o practiquen algún otro procedimiento anticonceptivo. 
De este modo, la píldora ha sustituido a la anticuada "moral"; 
una buena y segura preparación anticonceptiva ha tornado 
prescindibles "el buen juicio y la inhibición" en lo tocante a las 
relaciones sexuales. Desde tiempos inmemoriales, los adóles-
centes se han dejado arrastrar por los experimentos sexuales ca-
rentes de toda participación persónal o romántica; lo que hoy 
contemplamos es la práctica de tales experimentos como un fin 
en sí mismos, y la extensión de esta etapa de la conducta sexual 
hasta la adolescencia tardía bajo la protección de la píldora. 
¿No deberíamos extrapolar, en este punto, teniendo en cuenta 
los estudios sobre el desarrollo en general, y recordar que la 
perseveración en una etapa cualquiera del desarrollo más allá 
de las edades en que es normativa incita potencialmente a un 
progreso evolutivo anómalo o unilateral? Volveremos más ade-
lante a esta cuestión. 
204 
Hay.un rasgo peculiar ~e la píldora que pertenece por entero 
a la psicología: ella permite una temporaria disociación entre 
el acto d~ tragar!~ y el acto sexual mismo. Todos los otros mé-
todos anticonceptivos exigen la manipulación de los genitales 
en_ tanto que la píldora es tan inocua como una cápsula de vita: 
mmas. ~1 hecho de que sea administrada por vía oral ha gravi-
t~?o sutll~e~te en la actitud, no sólo de los padres, sino tam-
bien del pubhco en general, hacia la conducta sexual de la ado-
lescente. 
. Con !a píldora a su alcance, muchachos y chicas están en un 
pie de Igualdad en el libre y desembarazado camino hacia el 
logro de la experiencia sexual y el particular placer a ella vin-
culado. Lo que en un pasado no rriuy distante se decía acerca 
de la ~asturbación del'adolescente, a saber, que representa (en 
especial para el varón) un método voluntario no específico de 
regul~ción de la tensfón en general, puede hoy aplicarse 
ampliamente a l~ función que cumple el coito en esa edad. El 
tema del sexo, difundido por los carteles publicitarios, el cine-
matógrafo y las obras impresas, se ha convertido en una suer-
te de. panacea, y su ejercicio equivale per-se a la madurez 
emocwnal. 
El grupo de pares llama "maduros" a los muchachos y chi-
cas qu,e ~on sexu~l~ente activos; en otras palabras: con su ca-
ra~tensbco auspiciO del conformismo, equipara el comporta-
~Ient~ heterose_xual adolescente con la independencia, el indi-
VIdualismo y la .adulte~. ~~te precepto ha remplazado casi por 
co~pleto a los ntos de IniCiación de antaño, y en la actualidad 
es Impuesto por los propios adolescentes o por la llamada "cul-
tura de los pares" sin la participación de los adultos ni los ri-
tuales tradicionales. Como en toda conducta estandarizada no 
es sólo el deseo ~ersonal ~1 que mueve a la elección y decid~ la 
forma de expresión emocional o sexual, sino que la persuasión 
del ¡u_edio social significativo es un determinante igualmente 
notono. 
So~et~das a los apremios de la pubertad, los medios de co-
mumcaCión de masas y las presiones del código de los pares 
muchas adolescentes "dan los pasos" conducentes a "hacer ei 
amo~·~ en conso.nancia con las expectativas sociales, pero sin 
~a~bcipar emociOnalmente. En su búsqueda desesperada de fe-
hCidad a través de la promiscuidad, el acto sexual, como medio 
de alcanzar un sentimiento de realización y de pertenencia al 
grupo, lleva a muchas de ellas á la frustración y la decepción. 
Podemos llamar a esto la dicotomización psicosocial del acto 
sexual. Esta postura es bastante normal como transición tem-
P?ra.:ia y experimental, pero si se la practica como "modo de 
vida ?urante toda la ·adolescencia, arroja sombras sobre la fu-
tura VIda sexual del adulto. Esto se torna evidente en la persis-
20S 
tente dificultad o imposibilidad para integrar el acto sexual fí-
sico con respuestas emocionales maduras. Pretender abreviar el 
desarrollo emocional adolescente apoyándose en la actividad 
genital o dependiendo de ella, o, dicho de Dtro modo, preten-
der eludir la reestructuración psíquica recurriendo habitual-
mente a la satisfacción sexual como svstituto de la resolución 
de los conflictos internos, deja su huella en el desarrollo psico-
sexual. La frigidez y el infantilismo emocional, esbozados am-
bos en un momento anterior de la vida, suelen alcanzar su ina-
movilidad definitiva con la dicotomización psicosodal adoles-
cente. El carácter incompleto de la experiencia sexual es, tal 
vez, lo ·que ha otorgado a las "técnicas sexuales" un lugar tan 
influyente y destacado en la conducta sexual contemporánea 
de adolescentes y adultos. . 
De ·todo esto se desprende que las actuales tendencias del 
comportamiento sexual adolescente han hecho que carezca de 
sentido hablar de "delincuencia sexual". Se ha vuelto en extre-
mo difícil para el clínico evaluar la "normalidad" de la con- · 
ducta heterosexual de la joven cuando el coito es de rigueur en 
un sector cada vez mayor de la población adolescente femeni-
na, desde la adolescencia temprana hasta la tardía. En tales 
circunstancias, tenemos que reorientarnos dentro de un nuevo 
contexto, en cambio permanente, de tecnología biológica (mé-
todos anticonceptivos), costumbres adolescentes, elecCiones 
personales, etapas del desarrollo y elementos madurativos in-
natos. 
Al dejar de lado las perimidas expresiones "delincuencia se-
xual f~menina" y "acting out sexual", propondré a conti-
nuación una serie de distinciones que permitan evaluar si la 
conducta sexual de la adolescente actual es adecuada a la fase. 
Describiré tres categorías o tipos, que en realidad se mezclan 
en variadas proporciones, pero que permiten contar con un 
marco de referencia a los fines de la evaluación. 
l. El acto sexual de la adolescente es, predominahtemente, 
expresión de su "conflicto de rompimiento" respecto de los la-
zos de dependencia infantiles.Cabe percibir que ella tiene con-
ciencia (vaga o aguda) de que su conducta sexual es ajena a su 
yo, en cuyo caso la· expresión de sus impulsos a través del coito 
suele declinar o es espontáneamente abandonada. Merced al 
proceso· de interiorización, que constituye un aspecto intrínse-
co del segundo proceso de individuación de la adolescencia, 
logra dar poco a poco una resolución psíquica a ese conflicto de 
rompimiento. A fin de que estos cambios internos sigan su cur-
so, la muchacha debe tener cierta capacidad para tolerar la 
frustración o la tensión. En la jerga psicoanalítica, a estos me-
eanismos psíquicos se los denomina represión, desplazamiento 
206 
y sublimación. Las muchachas que procuran esta clase de reso-
lución del problema tienen que conseguir un equilibrio entre la 
autonomía personal y la intensa presión social proveniente de 
la persuasión y el dogmatismo de sus pares. Atrapadas en esta 
disyuntiva, muchas resuelven representar un papel y simulan 
públicamente tener una activa vida sexual, hasta cobrar la su-
ficiente fqerza interior como para declarar su preferencia per-
sonal en cuestiones íntimas y su estilo peculiar de conducta se-
xual, independientemente de la censura de los pares. 
2. El coito es practicado en conformidad con la influencia 
social del grupo de pares y de los medios de comunicación de 
masas. En su condición de ritual colectivo de rompimiento, es-
taría destinado a estabiecer los límites entre las generaciones y 
tendría que llevar al abandono del conformismo sexual de los 
adolescentes; no obstante, en el caso típico, esta forma (a me-
nudo promiscua) de conducta sexual pierde su justificación 
evolutiva y adquiere la permanencia de un modo de vida. Co-
mo tal se extiende, en esencia inmodificada, a lo largo de toda 
la adolescencia hasta los comienzos de la adultez. 
3. La muc;hacha practica el coito (con frecuencia desde la 
temprana pubertad): a) como defensa contra la regresión hacia 
la m~dre preedípica; b) para satisfacer su hambre infantil de 
contacto ("mimoseo") con anestesia genital; e) como una ma-
nera de cuidar activamente a su pareja cediendo a sus necesi-
dades físicas, ~n identificación con la madre idealizada del pa-
sado preedípico. La participación emocional de la muchacha 
es equivalente al ju.ego de las niñas pequeñas con las muñecas 
-que por lo general o no lo tuvo, o lo tuvo sólo escasamente en 
sus primeros años-. 
Las adolescentes representativas de estas tres categorías 
muestran la misma conducta sexual; incumbe al clínico discer-
nir los factores etiológicos y dinámicos de esta. Evaluar esa 
conducta se ha vuelto complicado a causa de que la sociedad 
acepta cada vez más y considera normal que se tengan rela-
ciones sexuales desde los comienzos de la pubertad. No obstan-
te, importa establecer diferenciaciones en ella, si tenemos en 
cuenta las consecuencias que el desarrollo psicosexual adoles-
cente tiene para la vida sexual de la mujer adulta y su ido-
neidad futura como madre. 
Creo que la muchacha cuya conducta sexual está determina-
da principalmente por las influencias descritas en las dos pri-
meras categorías no ha abandonado su evolución psicosocial y 
psicosexual progresiva, aunque en muchos casos formas induci-
das o impuestas de conducta sexual pueden poner en peligro el 
logro de la madurez emocional. La tercera categoría represen-
ta, a todas luces, una catastrófica detención del desarrollo 
207 
emocional. En mi labor clínica de los últimos años he en-
contrado la misma constelación esbozada en mi artículo de 
1957. Debido a la tolerancia pública del coito tempra~w, lapa-
tología de la conducta sexual de algunas de estas chicas suele 
permanecer oscura. Hay, empero, en el cuadro clínico general, 
indicios que apuntan a una anormalidad en la actividad sexual 
de la preadolescente; tengo presentes signos de depresión, los 
llamados "rasgos fronterizos", un malhumor extremo Y una 
exuberante vida de fantasía infantil. 
Sólo mediante una evaluación cuidadosa puede separarse a 
estas muchachas de las que corresponden a las otras dos catego-
rías. Su conducta sexual es una tentativa de mantenerse lig~das a 
la madre preedípica, utilizando el ambiente como cont~nente 
de su posición emocional infantil ("holding", en. el sentido de 
Winnicott). Es bien sabido que con la maduración .sexual, la 
expresión genital de las pulsiones libi?inales y a.gresivas cobr.a 
primacía y, durante un lapso, se convierte tam~Ié~ en el ~ami­
no principal para la efectivización de la pregemtali~ad. SI un.a 
detención en el desarrollo, exacerbada por tendencias regresi-
vas se consolida hasta trasformarse en una posición permanen-
te 'nos encontramos con el tipo de chica que se destaca neta-
m~nte respecto de las otras dos categorías, pese a que todas 
comparten una idéntica con~uct.a sexual. Carece I!?r completo 
de sentido llamarlas a todas delincuentes sexuales ; pero tene-
mos que discernir a la muchacha regresiva e inm~dura,. por su 
necesidad de ayuda y protección. Ella corre seno pehgro, a 
despecho del reclamo universal de libertad sexual. como la ruta 
que lleva infaliblemente hacia la madurez emocwna!. 
Debemos advertir que, para la adolescente dete~uda .en su 
desarrollo emocional, el coito no guarda una relación directa 
con el placer genital, estrictamente hablando. El placer q11;e 
ella busca y vivencia es de índole infantil, y ~ertenece al c?nh-
nuo de la saciedad visceral y del confortamiento provem~nte 
del contacto físico; está, por ende, disociado de la reahdad 
biológica de las funciones sexuales, una ?e las c~ales es la 
procreación. En este sentido, la píld?ra anticonceptiva ha mo-
dificado poco o nada su comportamiento sexual o su compren-
sión del acto sexual. Si anhela tener un bebé, este deseo en apa-
riencia maternal es expresión del deseo infantil de reinstaurar 
la unidad madre-hija (fusión); o bien simplemente busca s~la­
zarse con el contacto corporal sin ninguna sensación. o exci.ta-
ción genital. Dentro del marco de t:;stas as~ciaciones mfanhles 
0 de estas necesidades físicas y el!locwnales mmaduras, no .es de 
sorprender que los métodos anticonceptivos sean un. conJunto 
de informaciones irrelevantes e inútiles, que nada tienen que 
ver con ella. 
208 
12. El concepto de actuación 
(acting out) en relación con · 
el proceso adolescente* 
En los informes clínicos sobre adolescentes, el término "ac-
tuación" (acting out) suele ocupar un lugar prominente. De 
hecho, basándose en la experiencia uno ha llegado a pensar que 
la actuación es tan específica de la fase adolescente como el 
juego lo es de la niñez, o como la comunicación directa a través 
del lenguaje lo es de la etapa adulta. Hemos llegado a ver en la 
actuación un típico fenómeno adolescente, al punto que "ado-
lescencia" y "actuación" se han vuelto casi sinónimos. 
No obstante, un examen más atento revela que el amplio u'so 
que se hace de este término en relación con la adolescencia obe-
dece a imprecisas generalizaciones y a un uso descuidado del 
concepto. No hay duda alguna de que, en nuestra cultura, los 
adolescentes normales muestran una proclividad a menudo tan. 
intensa y compulsiva a la acción, que uno está tentado de 
hablar de su "adicción a la acción". En tJste capítulo nos ocu-
par~mos de averiguar si las especiales condiciones de la adoles-
cencia favorecen el acting out, o si simplemente dan rienda· 
suelta a una disposición preexistente para esa actuación. 
No nos detendremos, en este punto, en la distinción teórica 
entre "acción" y "actuación"; las diferencias esenciales entre 
una y otra se irán haciendo más claras a medida que deline-
emos la actuación dentro de la fenomenología total de la ac-
ción e indaguemos qué función particular cumple aquella du~ 
rante el período adolescente. Admitamos que en la labor clíni-
ca estas delineaciones no siempre son tan sencillas como uno lo 
desea. Suele suceder que nuestros infructuosos empeños por 
manejar una escenificación [play acting] o una descarga en ac-ción desinhibida nos enseñan que estamos ante un fenómeno de 
acting out; la situación inversa es igualmente instructiva. Exa-
minaremos en este capítulo aquello que diferencia entre sí a 
manifestaciones conductales de similar apariencia pero de dis-
tinta estructura. Esto nos llevará a indagar las razones por las 
cuales el proceso adolescente tiende a promover y favorecer el 
mecanismo de la actuación como recurso homeostático. Conse-
cuencia de tales exploraciones será que nos preguntaremos, fi-
nalmente, si la formulación tradicional del concepto de ac-
• Publicado originalmente en ]ournal of the American Academy of Child 
Psychíatry, vol. 2, págs. 118-36, 1963. 
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