Logo Studenta

La búsqueda del éxtasis en el campo de batalla_ peligro y placer en el pensamiento sexual feminista noreamericano del siglo XIX

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

CAROLE S. VANCE (compiladora) 
Pl1cer y peU1r1 
IXPLOAANDO LA SEXUALIDAD 
RMININA 
(SELECCION DE TEXTOS) 
HADLAN a 
LAS MUJIAIS 
La búsqueda del éxtasis en el campo 
de batalla: peligro y placer en el 
pensamiento sexual feminista 
norteamericano del siglo XIX 
Ellen Carol DuBois y Linda Gordon * 
A menudo se argumenta que la sexualidad femenina es algo 
más complejo que la sexualidad masculina y, si esto es así, una 
razón importante es que para las mujeres el sexo significa, ade-
más de placer, un peligro en potencia. Una política sexual fe-
minista, para ser creíble además de esperanzadora, debe inten-
* Como este trabajo surgió de un material sobre el que hemos estado tra-
bajando durante años, nuestras deudas intelectuales son innumerables. Quere-
rnos agradecer a las siguientes personas por su comentarios críticos sobre este 
ensayo: Ann Ferguson, Vivian Gornick, Amber Hollibaugh, Jill Lewis, Cora 
Kaplan, Esther Newton, Ann Snitow, Carole S. Vanee, Judith R. Walkowitz y 
Marilyn B. Young. Debemos añadir que, con respecto a este ensayo, somos las 
únicas responsables de sus conclusiones. 
Fue publicado por primera vez en Feminist Studies 9, n." 1, primavera de 
1983. 
51 
tar, tanto proteger a las mujeres del peligro sexual, como fo-
mentar su búsqueda del placer sexual. 
Esta forma compleja de entender la sexualidad femenina no 
siempre ha caracterizado al movimiento feminista. En general 
las feministas, en su aproximación al sexo, heredan dos tradi-
ciones en conflicto. La tradición más fuerte, que permaneció 
prácticamente indiscutida en la corriente principal del movi-
miento feminista del siglo XIX, se dirigía principalmente a los 
peligros del sexo y muy poco a sus posibilidades. Otra perspec-
tiva, mucho menos desarrollada a pesar de haber tenido algu-
nas portavoces elocuentes a principios del siglo XX, animaba 
a las mujeres a lanzarse, alegres y confiadas, a la relación sexual, 
pero le faltaba ofrecer una crítica de la construcción masculina 
de la experiencia sexual al alcance de la mayoría de las muje-
res. No sirve de nada llamar feminista a una de las opciones y 
antifeminista a la otra, y comenzar luego a insultarnos. No es 
posible avanzar a menos que comprendamos que las dos tradi-
ciones son parte de nuestro feminismo. 
Ninguna de las dos tradiciones del feminismo se adecúa a 
nuestras necesidades actuales. Las dos eran profundamente he-
terosexistas en sus postulados sobre el sexo. Incluso las muje-
res del siglo XIX que vivieron intensas relaciones emocionales 
y físicas con otras mujeres no las incorporaron a su definición 
del sexo. No cabe duda de que mantenían relaciones con otras 
mujeres, relaciones que incluían fuertes componentes sexuales, 
pero las mujeres en las que se centra este trabajo no teoriza-
ban como sexuales esas relaciones 1 • Más aún, las dos líneas del 
' Estas relaciones «homosociales» están documentadas en Lillian S. Fader-
man, Swpassing the Lave of Men: Romantic Friendship and Lave between Wo-
men from the Renaissance to the Present, New York, William Morrow, 1981; 
Carroll Smith Rosenberg, "The Female World of Love and Ritual: Relations 
Between Women in Nineteenth-Century America", Signs, vol. 1, no. I, Autumn 
1975, pp. 1-35; Blanche Wiesen Cook, "Female Support Networks and Politi-
cal Activism: Lillian Wald, Crystal Eastman, Emma Goldman", Chrysalis, vol. 
3, 1977, págs. 43-61. 
52 
pensamiento feminista (la que destacaba el peligro y la que des-
tacaba el placer) eran, a menudo, moralistas. Condenaban a 
quienes en su comportamiento sexual se apartaban de sus mo-
delos, no sólo a los hombres que practicaban la explotación 
sexual, sino también a las mujeres que no se adecuaban a di-
chos modelos. 
Sin embargo, sin hacer una apreciación de estos legados y 
de los procesos de pensamiento y experiencia que los produje-
ron, no podemos tener gran visión histórica de nuestros pro-
pios intereses. Sin historia, los movimientos políticos como el 
nuestro se mueven sin cesar como un pédulo, reaccionando 
contra los errores anteriores de una forma exagerada en un in-
tento de compensarlos, e incapaces de asimilar las percepcio-
nes previas o de trascender las limitaciones de nuestras ante-
cesoras. Hoy día se observa algo de este movimiento pendular. 
Como reacción a la profunda desilusión causada por lo que 
pasó por ser la "liberación sexual", algunas feministas están re-
produciendo una tradición anterior, concentrándose exclusiva-
mente en el peligro y defendiendo lo que a nosotras nos pare-
ce una política sexual conservadora. 
Recurrimos a un término como "conservador" con cautela. 
Estos términos, al igual que "derecha" e "izquierda", nos lle-
Distinguimos aquí entre el comportamiento que los actuantes reconocen 
como sexual y el que no se reconoce, sabiendo que algunos historiadores no 
estarán de acuerdo. Además, también destacamos la importancia de una polí-
tica sexual consciente y de la teorización y politización para que el esfuerzo fe-
minista transforme la experiencia sexual de las mujeres. Lo hacemos a sabien-
das de que en la última década, durante un estimulante resurgimiento de la in-
vestigación histórica feminista, los historiadores de la mujer han preferido más 
centrarse en el comportamiento y en la cultura que en la ideología política. En 
la historia del feminismo en los EE UU, por razones que sin duda es necesario 
explorar, el centro inicial de la política explícitamente sexual fue las relaciones 
entre hombres y mujeres. La historia y cronología de la conceptualización fe-
minista de lo que hoy llamamos lesbianismo es distinta y no la analizamos aquí, 
pero Carroll Smith Rosenberg y Esther Newton lo hacen en su ensayo no pu-
blicado, "The Mythic Lesbian and the New Woman: Power, Sexuality, and Le-
gitimacy", presentado en la Quinta Conferencia de Berkshire sobre la Historia 
de las Mujeres, en junio de 1981, en Poughkeepsie, Nueva York. 
53 
gan de la política de clases. Cuando se aplican al sexo y al gé-
nero no encajan tan bien. Las opresiones de las mujeres, las re-
presiones del sexo, debido a su localización en Jos rincones más 
íntimos de la vida, coexistiendo incluso con el amor, son tantas 
y tan complejas que no siempre está claro hacia dónde queda 
un mundo mejor. Utilizamos el término "conservadurismo" 
para describir las estrategias que aceptan las relaciones de po-
der existentes. Estamos apuntando a Ja idea de que los progra-
mas feministas de reformas pueden ser conservadores en algu-
nos aspectos, si aceptan Ja dominación masculina a Ja vez que 
intentan mejorar Ja situación de las mujeres dentro de ella. En 
este caso creemos que la corriente principal del feminismo del 
siglo XIX aceptaba Ja indefensión de las mujeres frente a los 
hombres como algo inevitable, incluso cuando intentaba prote-
ger a las mujeres de sus peores consecuencias. Su estimación 
de la victimización sexual de las mujeres no estaba equilibrada 
por el reconocimiento del potencial de las mujeres para la ac-
tividad y el disfrute sexual. Creemos que nuestra opinión que-
dará justificada por la descripción histórica que sigue. A través 
de esta descripción esperamos mostrar, igualmente, que a pe-
sar de la obstinada continuidad de Ja opresión sexual de las mu-
jeres, también se han producido cambios trascendentales en los 
últimos ciento cincuenta años, cambios que hoy exigen estrate-
gias distintas. 
El movimiento feminista ha tenido un papel importante en 
Ja organización e incluso en Ja creación del sentimiento de pe-
ligro sexual de las mujeres en Jos últimos ciento cincuenta años. 
En este movimiento ha habido sobre todo dos temas que han 
englobado y simbolizado los miedos de las mujeres: Ja prosti-
tución y Ja violación. Existe un cierto paralelismo entre el acen-
to que se ponía en Ja prostitución durante el siglo XIX y el 
acento actual sobre la violación como Ja quintaesencia del 
terror sexual. Es notable, de hecho, el poco énfasis que las fe-
ministas del XIX ponían sobre Ja violación ensí. iParece como 
si Ja normas de las relaciones sexuales legales fueran en sí mis-
mas tan indeseables que Ja violación no les parecía mucho peor! 
54 
En lugar de esto, las feministas utilizaban la prostitución como 
símbolo principal de la coacción sexual masculina. Mientras 
que la violación es un episodio, la prostitución apunta a una 
condición que se apodera de una mujer durante largo tiempo 
-posiblemente de por vida-y de la que es difícil escapar. El 
énfasis simbólico en la prostitución recae sobre la posesión, la 
compra, el hombre como dueño, mientras que en la violación 
recae sobre la pura violencia. La violación puede ocurrirte a 
cualquier mujer, mientras que la prostitución implica separar 
a las mujeres en buenas y malas, una división con implicacio-
nes de clase, como veremos, incluso cuando se culpa a los hom-
bres de ella. 
Por miedo a que parezca que trivializamos los sufrimientos 
reales de las mujeres como prostitutas o víctimas de una viola-
ción, al utilizar las experiencias como símbolos o metáforas, vol-
vamos a subrayar cuál es nuestro objetivo: estamos examinan-
do cómo conceptualizaban las feministas los distintos peligros 
sexuales como medio de organizar la resistencia a la opresión 
sexual. Queremos ver cómo cambiaron estas estrategias f emi-
nistas para poder examinar históricamente cómo llevamos hoy 
la campaña feminista sobre cuestiones sexuales. 
En distintos momentos, las feministas han destacado dife-
rentes aspectos de la prostitución. En las décadas de 1860 y 
1870, por ejemplo, se centraron en las presiones económicas 
que forzaban a las mujeres a dedicarse al comercio sexual, 
mientras que en la "Era Progresiva" su tema principal era la 
"esclavitud blanca", la coacción física que obligaba a las muje-
res a entrar en el negocio. Sin embargo, a pesar de estos cam-
bios, hay aspectos de su aproximación a la prostitución que per-
manecieron constantes. En primer lugar, exageraban la magni-
tud del problema2• Lo hacían porque su definición de prostitu-
' Por ejemplo, en 1913, un periódico sufragista estimaba que había en la 
ciudad de Nueva York de 15.000 a 20.000 prostitutas que atendían a 
150.000-225.000 clientes al día; ello equivaldría aproximadamente a una de 
cada cien mujeres de los cinco distritos y uno de cada diez hombres (Women's 
55 
ta incluía prácticamente a todas las mujeres que se dedicaban 
al sexo ocasional, fueran o no pagadas. En segundo lugar, las 
feministas exageraban continuamente la coacción de la prosti-
tución. En su deseo de identificar las fuerzas estructurales de 
la sociedad que impulsaban la prostitución, negaban a las pros-
titutas cualquier papel que no fuera el de víctimas pasivas. In-
sistían en que las mujeres implicadas eran inocentes sexualmen-
te, jóvenes indefensas que "caían" en el sexo ilegal. Daban por 
hecho que la prostitución era algo tan degradante que ninguna 
mujer podía elegirla libremente, ni siquiera con el grado de li-
bertad relativa que le permitía elegir casarse o ganar un suel-
do. De esta manera, la "mujer caída" se veía siempre como víc-
tima directa, no sólo de la dominación masculina en general, 
sino en particular de secuestros, del encarcelamiento sexual, del 
hambre y/o de la sedución3• Esta actitud hacia la prostitución 
no era exclusiva de las feministas, sino que formaba parte tam-
bién del punto de vista de muchos reformistas masculinos, in-
cluso de algunos antifeministas. Lo que queremos destacar 
aquí, sin embargo, es que las feministas no sólo no fueron ca-
paces de cuestionar esta visión simplista y condescendiente de 
la prostitución, sino que la hicieron un fundamento de su for-
ma de entender la opresión de las mujeres. 
La atención exclusiva de las feministas a la opresión de las 
prostitutas impidió en último término que se trascendiese la 
Political World, 2 de junio, 1913, pág. 7). Usando una definición más precisa 
de la prostitución, como «mujeres que se mantenían exclusivamente de ellas», 
un miembro de la Comisión Antivicio de la Ciudad de Nueva York calculó en 
menos de la mitad este número. (Frederick Whitten to Mary Sumner Boyd, 
March 17, 1916, National American Women's Suffrage Association Collection, 
New York Public Library). 
1 La bibliografía histórica sobre los puntos de vista de los reformadores 
acerca de la prostitución en el siglo XIX y principios del XX es muy amplia. 
El mejor estudio reciente es el de Judith R. Walkovitz, Prostitution and Victo-
rian Society: Women, Class, and the State, Cambridge, Cambridge University 
Press, 1980; aunque es mucho menos consciente de los problemas relaciona-
dos con el género, ver también Mark Connelly, Response to Prostitution in the 
Progresive Era, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1980. 
56 
moralidad sexual que dividía a las mujeres en buenas y malas4• 
Querían salvar a las mujeres de la prostitución, e incluir a las 
víctimas de la prostitución dentro de la salvación de las muje-
res buenas; pero se obstinaban en la idea de que algunos tipos 
de actividad sexual eran intrínsecamente criminales, y se veían 
confundidas por la existencia de putas impenitentes. Mas aún, 
la identificación de la prostitución con cualquier tipo de prác-
tica sexual ilegal indica que un elemento fundamental de su 
miedo era la pérdida de la respetabilidad. El poder de la pros-
titución se basaba en el hecho de que una vez que una mujer 
tenía relaciones sexuales fuera del matrimonio estaba "perdi-
da" y se convertía, más tarde o más temprano, en prostituta. 
Esta posible pérdida de la respetabilidad no era imaginaria, 
sino un proceso material y real con sanciones que variaban se-
gún la cultura y la clase. Para las mujeres de clase media y para 
muchas mujeres blancas trabajadoras, la pérdida de la pureza 
-lo que nosotras llamaríamos hacerse una mala reputación-
perjudicaba sus perspectivas de matrimonio. Llevaba a una pér-
dida total del control de la propia sexualidad ya que, una vez 
que la había usado un hombre, la mujer se convertía en coto 
de caza para la totalidad del sexo masculino. 
Mantener la respetabilidad era un problema especialmente 
grave para las mujeres negras que luchaban para liberar a toda 
su raza de una herencia de esclavitud que tendía a ponerlas a 
disposición sexual del hombre blanco. De este modo, el movi-
miento de las mujeres negras llevó adelante una campaña es-
pecialmente militante en favor de la respetabilidad y, a menu-
do, convirtió a las feministas negras en portavoces de la gaz-
moñería dentro de sus comunidades'. Las feministas blancas 
' Marian S. Goldman, Gold Diggers and Si/ver Miners: Prostitution and So-
cial Life on the Comstock Lode, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1981, 
chap. 7. Ver también Elizabeth Jameson, "lmperfect Unions: Class and Gen-
dcr in Cripple Creek, 1894-1904", in Milton Cantor and Bruce Laurie (eds), 
C/ass, Sex and the Woman Worker, Westport, Greenwood, 1977. 
·' Gerda Lerner (ed.), Black Women in White America: A Documentary His-
tory, New York, Pantheon, 1972, págs. 150-72; Cynthia Neverdon-Morton, "The 
57 
asimilaron el horror a la esclavitud negra con su miedo a la 
prostitución. Entendían la tiranía sexual de la esclavitud como 
algo fundamental y como una forma de prostitución: entre sus 
escritos más poderosos en contra de la esclavitud encontramos 
imágenes de la profanación de la hermosa y pura feminidad ne-
gra; y las feministas blancas abolicionistas encontraban difícil 
aceptar la posibilidad de una relación sexual voluntaria entre 
mujeres negras y hombres blancos6• 
El miedo a la prostitución también reflejaba un miedo a la 
violencia física directa, pero de forma desplazada. En el siglo 
XIX, al igual que ahora, las mujeres se enfrentaban con la vio-
lencia (sexual o no) sobre todo en el hogar. La violación den-
tro del matrimonio no era un crimen; por lo general, ni siquie-
ra estaba mal vista; los malos tratos a la esposa sólo eran rela-
Black Woman's Struggle for Equality in the South, 1895-1925", in SharonHar-
ley and Rosalyn Terborg-Penn (eds), The Afro-American Woman: Struggle and 
lmages, Port Washington, Kennikat, 1978, págs. 55-6. 
Después de asistir al congreso de 1914 de la National Association of Co-
lored Women (Asociación Nacional de Mujeres de Color), la feminista blanca 
Zona Gale escribió sobre los esfuerzos de las mujeres negras «contra la trata 
de mujeres (que espero nunca volver a llamar "trata de blancas"). ("National 
Association of Colored Women's Biennial'', Life and Labor, 4 de septiembre 
de 1914, pág. 264). 
' Hay ejemplos de la atención de las abolicionistas feministas hacia el abu-
so sexual en sus ataques contra la esclavitud en: Lydia María Child, "Appeal 
in Favor of that Class of Americans Called Africans", in Mary R. Beard (ed.), 
American Through Women's Eyes, New York, MacMillan, 1933, pág. 164; and 
Elizabeth Cady Stanton, "Speech to the [1860] Anniversary of the American 
Anti-Slavery Society", in Ellen C. DuBois (ed.), Elizabeth Cady Stanton-Susan 
B. Anthony: Correspondence, Writings, Speeches, New Yor, Schocken, 1981, pág. 
84. 
La resistencia de las abolicionistas feministas blancas a aceptar la posibili-
dad de afecto y/o de sexo voluntario entre mujeres negras y hombres blancos 
puede verse en la primera reacción de Angelina y Sarah Grimké ante el des-
cubrimiento de que su hermano había sido padre del hijo de una esclava. Su-
pusieron que Thomas Grimké había violado a esta mujer, pero su sobrino Ar-
chibald, que fue criado como esclavo, objetó que esto era falso y que arrojaba 
una apariencia sórdida sobre sus padres y sobre las circunstancias de su 
nacimiento. 
58 
tivamente criminales. El incesto era lo suficientemente frecuen-
te como para que la idea de que era tabú despierte escepticis-
mo. Aunque las feministas se organizaron en ocasiones contra 
la violencia doméstica, no la convirtieron en objeto de una cam-
paña a largo plazo, sobre todo porque no podían desafiar po-
líticamente a la familia7• La atención a la prostitución era una 
forma de concentrarse en la violencia extrafamiliar. Las femi-
nistas del siglo XIX se acercaron más a los temas intrafamilia-
res en la campaña contra la bebida. Sus críticas del alcohol es-
taban llenas de imágenes del carácter bestial y violento de la 
sexualidad masculina, pero el hecho de culpar al alcohol tam-
bién permitía desviar el enfoque, evitar la crítica directa a los 
hombres y al matrimonio8• 
Había que enfrentarse con ciertos peligros dentro del ma-
trimonio. Uno era el de las enfermedades venéreas y esto tam-
bién se asimiló a la imagen central de la prostitución, ya que 
los hombres que acudían a las prostitutas podían después con-
tagiar enfermedades a sus esposas. De acuerdo con la división 
de las mujeres en buenas y malas, las feministas consideraban 
implícitamente que la prostitución era la fuente de las enfer-
medades venéreas. La facilidad de contagio y la imposibilidad 
de curarlas les demostraba que la monogamia estricta era la 
única fuente de seguridad de las mujeres frente a los peligros 
sexuales9• (Esto recuerda la reacción conservadora de hoy en 
' Linda Gordon, Woman 's Body, Woman 's Right: A Social History of Birth 
Control in American, New York, Viking/Penguin, 1976, cap. 5 y 6; William L. 
O'Neill, Everyone Was Brave: A History of Feminism in America, Chicago, Qua-
drangle, 1971. 
' Barbara Leslie Epstein, The Politics of Domesticity: Women, Evangelism, 
and Temperance in Nineteenth-Century America, Middletown, Wesleyan Uni-
versity Press, 1981, pp. 100-14; Ruth Bordin, Woman and Temperance: The 
Quest far Power and Liberty, 1873-1900, Philadelphia, Temple University Press, 
1981, págs. 7, 26. 
' Walkowitz, Prostitution and Victorian Society, op. cit., cap. 3; Gordon, Wo-
man's Body, Woman's Right, op. cit., pág. 106; E.M. Sigsworth and T. J. Wyke, 
"A Study in Victorian Prostitution and Venereal Disease", in Martha Vicinus 
(ed.), Suffer and Be Still: Women in the Victorian Age, Bloomington, Indiana 
59 
día frente al herpes). Las feministas también estaban en contra 
de las exigencias sexuales egoístas de los maridos hacia sus es-
posas, exigencias que debían ser satisfechas según la ley y las 
costumbres. Pero en lugar de atacar la «violación matrimonial» 
como lo hacemos nosotras, criticaban lo que llamaban la «pros-
titución legalizada» dentro del matrimonio1º. 
Dentro del matrimonio, el sexo planteaba otro peligro: los 
embarazos no deseados. Debido a la equiparación del sexo con 
el coito y a la no disponibilidad de medios anticonceptivos se-
guros, el deseo de controlar la concepción era a menudo el cau-
sante de las actitudes antisexuales de las mujeres 11 • A pesar de 
la gran veneración hacia la maternidad, un embarazo inespe-
rado era a menudo una amenaza. Para las mujeres pobres, para 
la práctica totalidad de las mujeres negras, tener criaturas sig-
nificaba traerlos al mundo en circunstancias sociales y econó-
micas en las que no se podía garantizar su seguridad ni su bie-
nestar. Incluso entre las mujeres acomodadas, la dependencia 
económica de las madres respecto de los hombres era muy fuer-
te. Ser madre soltera era una situación muy difícil en vista de 
la falta de prestaciones sociales para el cuidado y el bienestar 
de las criaturas. Las madres se veían obligadas a quedarse jun-
to a hombres que las maltrataban por miedo a perder a sus hi-
jos. iDe hecho, a veces se consideraba que la prostitución era 
una opción razonable para las madres solteras, porque al me-
nos lo podían hacer mientras estaban en casa con los niños! 12 
University Press, 1972; Connelly, Response to Prostitution, op. cit., cap. 4. 
'º Véase, por ejemplo, Elizabeth Cady Stanton, «Speech to the McFarland-
Richardson Protest Meeting», 1869, in DuBois, Elizabeth Cady Stanton-Susan 
B. Anthony, op. cit., p. 129; Clara Cleghorme Hoffman, "Social Purity" and Lu-
cinda B. Chandler, "Marriage Reform", in Report of the lntemational Council 
of Women, Washington, OC, R. H. Darby, 1888, págs. 283, 285. 
" Gordon, Woman's Body, Woman's Right, op. cit., cap. 5, "Voluntary 
Motherhood". 
'' Hay abundantes pruebas de estos problemas en los historiales de las 
agencias de servicio social, que Linda Gordon ha utilizado en su investigación 
sobre la violencia familiar y en su ensayo no publicado, "Child-saving andthe 
60 
El lugar de la maternidad en el sistema sexual del feminismo 
del siglo XIX está rodeado de una amarga ironía: claramente, 
era la mayor alegría y fuente de dignidad de las mujeres; para 
muchas, era lo que hacía tolerable el coito. Pero al mismo tiem-
po, la maternidad era la gota que colmaba el vaso de la subor-
dinación de las mujeres, el factor que en último término les im-
pedía buscar la independencia. Lo que se concebía como la ma-
yor virtud de las mujeres, su entrega apasionada y sacrificada 
a sus hijos, su misma capacidad de amar, fue un factor princi-
pal que contribuyó a convertirlas en víctimas. 
De los muchos factores que determinaban el miedo de las 
feministas a la prostitución, quizá no haya ninguno más difícil 
de entender para las feministas contemporáneas que el de la re-
ligión. Pero se nos escaparía el dilema con el que se encontra-
ban estas mujeres si no comprendiéramos a fondo su cultura re-
ligiosa. Las que se rebelaban de forma activa contra la religión 
establecida se veían tan influenciadas por ella como las que acu-
dían devotamente a la iglesia o como las militantes reformistas 
cristianas. Todas habían sido educadas en el concepto de pe-
cado, especialmente de pecado sexual. Todas compartían la 
idea de que había placeres elevados y groseros, y la culpabili-
dad que sentían al entregarse a los últimos no era sólo falta de 
autoconfianza psicológica. Era un sentimiento de autoviola-
ción, de violación de la fuente de su dignidad' 3• 
Lo que queremos decir aquí es que la manera que tenían 
las feministas de entender el peligro sexual, expresada de for-
ma tan conmovedora en su miedo a la prostitución, debe verse 
como parte de un sistemasexual en el que ellas mismas parti-
Single Mother: A View from the Perspective of the Massachusetts Society for 
the Prevention of Cruelty to Children, 1880-1820". 
'' Hay una descripción excepcionalmente buena de la cultura religiosa de 
las mujeres del siglo XIX y los conflictos que les suponía en: Kathryn Kish 
Sklar, Catherine Beecher: A Study in American Domesticity, New Haven, Yale 
U niversity Press, 1973; la principal oponente feminista de las tradiciones reli-
giosas de las mujeres en el siglo XIX fue Elizabeth Cady Stanton; véase Du-
Bois, Elizabeth Cady Stanton-Susan B. Anthony, op. cit., parte 3. 
61 
cipaban, a veces voluntaria y a veces involuntariamente, a ve-
ces de forma consciente y a veces no' 4• Su misma resistencia a 
menudo les llevaba a avenirse en algunas cosas con este siste-
ma opresor. Lo sorprendente es el grado de resistencia que 
existía en realidad. Algunas de las mujeres a las que se consi-
deraba "fáciles", que podían o no ser prostitutas, rechazaban 
la idea de que su comportamiento sexual escandaloso les hu-
biera sido impuesto, y no se avergozaban de él 15• Había jóve-
nes "delincuentes sexuales" que se alegraban y se enorgullecían 
de su rebeldía16• Hubo mujeres que se hicieron pasar por hom-
bres, a fin de hacerse con las prerrogativas sexuales (y de otro 
tipo) de los hombres, y de casarse con otras mujeres 1 7• Incluso 
las mujeres casadas y respetables de clase media tenían más or-
gasmos de lo que se supone. Un estudio arrojaba un 40% de 
mujeres que decían tener orgasmos ocasionalmente; un 20%, 
a menudo, y un 40%, nunca, porcentajes que pueden no ser 
" Al tomar este punto de vista, nos referimos a dos escuelas recientes de 
interpretación histórica: las historiadoras feministas como Nancy Cott, Gerda 
Lerner y Ann Douglas, que subrayan el papel de las mujeres como agentes ac-
tivos del cambio cultural, pero que se han centrado más en la vida doméstica 
que en la sexualidad; y los teóricos de la sexualidad, en especial Michel Fou-
cault, que consideran la sexualidad como un sistema cultural históricamente es-
pecífico y construído socialmente, pero que no tienen en cuenta a las mujeres 
en sus escritos. 
" Ruth Rosen and Sue Davison (eds.), The Maimie Papers, Old Westbury, 
Feminist Press, 1977. 
" Estelle B. Freedman, Their Sister' Keepers: Women 's Prison Reform in 
America, 1830-1930, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1981; Rosalind 
Rosenberg, Beyond Separate Spheres: lntellectual Roots of Modem Feminism, 
New Haven, Yale University Press, 1982, chap. 5 and p. 228; Sheldon Glueck 
and Eleanor T. Glueck, Five Hundred Delinquent Women, New York, Alfred 
A. Knopf, 1934, cap. 5; Mabel Ruth Femald et el., A Study of Women Delin-
quents in New York State, New York, Century, 1920, cap. 12. 
17 Jonathan Katz, Gay American History: Lesbians and Gay Men in Ameri-
can History, New York, Crowell, 1976, part 3; Ema O. Hellerstein et. al. (eds.), 
Victorian Women: A Documentary Account of Women 's Uves in Nineteenth-Cen-
tury England, France, and the United States, Stanford University Press, 1981, 
págs. 185-9. 
62 
tan diferentes de los de hoy18• En cuanto al presente, es un mo-
tivo de indignación que tan pocas mujeres tengan orgasmos; en 
cuanto al pasado, es impresionante (y de importancia para el 
análisis) que tantas mujeres los tuvieran. En otras palabras, 
nuestro legado del siglo XIX es de resistencia a la represión 
sexual, aparte de ser un legado de opresión. 
A pesar de esta resistencia, el interés fundamental de las fe-
ministas del siglo XIX era el de proteger a las mujeres del pe-
ligro. Este enfoque, que se conoce generalmente como de "pu-
reza social", refleja una realidad vivida y era completamente 
proteccionista en su orientación. 
El objetivo de ataque fundamental de las feministas de este 
movimiento era la doble moral. La atacaban, a su vez, por dos 
flancos: para obtener mayor seguridad para las mujeres y ma-
yores castigos para los hombres. Su objetivo era conseguir una 
serie de controles sobre la sexualidad, estructurados a través de 
la familia e impuestos a través de la ley y/o de la moralidad so-
cial, que convirtieran el sexo, si no en algo seguro, al menos en 
un riesgo decente y calculable para las mujeres. Las feministas 
partidarias de la pureza social atacaban los privilegios sexuales 
masculinos, la vileza de la bebida y de la lujuria masculina, e 
intentaban por todos los medios a su alcance aumentar el pre-
cio que se pagara por estos vicios 19• 
'' Carl Degler, At Odds: Women and the Family in America from the Revo-
lution to the Present, New York, Oxford, 1980, pp. 262-3; Beatrice Campbell, 
"Feminist Sexual Politics: Now You See lt, Now You Don't", Feminist Review, 
no. 5. 1981, págs. 1-18. Para una estadística contemporánea de los orgasmos 
de las mujeres, véase Shere Hite, The Hite Report: A Nationwide Study on Fe-
ma/e Sexuality, Nueva York, Macmillan, 1976. (N.T. Hay traducción castella-
na: El informe Hite, Plaza y Janés, Barcelona, 1977.) A pesar de problemas con-
ceptuales, el informe Hite apunta a los continuos problemas de las mujeres 
para tener orgasmos, al menos en el sexo en pareja. 
" David J. Pivar, Purity Crusade: Sexual Morality and Social Control, 
1868-1900, Westport, Greenwood, 1973; Degler,At Odds, op. cit., cap. 12; Wal-
kowitz, Prostitution and Victorian Society, op. cit., cap. 12; Gordon, Woman's 
Body, Woman 's Right, op. cit., chap. 6; "Social Purity Session'', Report of the Jn-
temational Council of Women, op. cit., págs. 251-84. 
63 
Los logros más positivos del feminismo de pureza social se 
dieron en los hogares y comunidades de las mujeres de clase 
media que eran sus defensores principales. Aquí, los esfuerzos 
para hacer más igualitarias las leyes matrimoniales, para mejo-
rar los derechos de propiedad de las mujeres y para aumentar 
sus oportunidades educativas y profesionales sí que alteraron 
el equilibrio de poder entre mujer y marido. El pensamiento 
de pureza social resaltaba la importancia del consentimiento de 
la mujer en el sexo, e insistía en que ni las mujeres casadas de-
berían ser forzadas a realizar actividades sexuales que no eli-
gieran libremente; en tanto que creían que el impulso y la ini-
ciativa sexuales eran predominantemente masculinos, veían 
esto como el derecho de la mujer a negarse. A través de orga-
nizaciones como la Unión de Moderación Cristiana de las Mu-
jeres, las feministas hacían propaganda a favor de estos mode-
los, atacando la amenaza que representaba la inmoralidad para 
la civilización y poniendo en marcha enérgicos programas de 
educación sexual y morai2º. Y tuvieron éxito en cambiar la cul-
tura y la conciencia. Sin que se sepa exactamente hasta qué 
punto se adaptó la vida de la gente a este nuevo modelo, po-
demos decir que el ideal de la reciprocidad dentro del matri-
monio y el derecho de las mujeres a negarse habían sido asi-
milados por la cultura de clase media a comienzos de este si-
glo. Hay cada vez más indicios de que, por razones que toda-
vía no están claras, las mujeres pobres y las inmigrantes no es-
tablecieron los mismos modelos de reciprocidad conyugal, sino 
que lucharon de distinto modo por el poder dentro de sus fa-
milias, aceptando ciertas prerrogativas patriarcales, mientras 
afirmaban su poder como madres y amas de casa21 • 
,, Epstein, Politics of Domesticity, op. cit., págs. 125-37; Bordin, Woman and 
Temperance, op. cit., cap. 6. 
" Buen resumen sobre la vida de las familias negras e inmigrantes, en con-
traste con las de clase media, en: Degler, At Odds, op. cit., capítulo 4 y passim. 
Para pruebas concretas de la posición más débil de las mujeres pobres frente 
a las exigencias sexuales de sus maridos, véase: Eli S. Zaretsky, "Female Sexua-
lity and the Catholic Confessional", Signs, vol. 6, n." !, otoño 1980, págs. 176-84, 
64 
Las consecuencias negativas de que este movimiento de pu-
reza social se centrase en el peligro sexual se ven claramente 
al examinar su activa campaña contrala prostitución. Con el 
paso del tiempo, las tendencias represivas de esta campaña pu-
dieron más que sus aspectos liberadores y llenaron de desalien-
to la aproximación feminista a la sexualidad. El comienzo de 
los trabajos de las mujeres reformistas hacia el tema de la pros-
titución a principios del siglo XIX fue un gran paso adelante 
en el desarrollo del feminismo. El hecho de que las mujeres 
"respetables", pasando por encima de un verdadero abismo de 
pecado sexual, se arriesgaran a tender la mano a las mujeres 
marcadas como putas era la declaración de una colectividad fe-
menina que iba más allá de las barreras moralistas y de clase. 
Las reformistas visitaron a las prostitutas y hablaron con ellas, 
llevaron el debate público sobre el tema y fundaron hogares a 
donde podían "escapar" las prostitutas. Al hacerlo abrían una 
grieta en el muro de la «inocencia» sexual, que se ensancharía 
con el tiempo hasta convertirse también en una ruta de escape 
para las mujeres de su clase. Las actitudes que hoy percibimos 
como un deseo condescendiente de "ayudar" fueron en su ori-
gen un desafío a la moralidad punitiva y misógina que conver-
tía la "caída" sexual en una condición permanente e irremisi-
ble para las mujeres22 • 
y Ruth Hal (ed.), Dear Dr Stopes: Sex in the 1920s, Nueva York, Penguin, 1978, 
caps. l ("The Lower Classes") y 2 ("The Upper Classes"). Obsérvese que he-
mos intentado deliberadamente evitar expresar esta diferencia como un con-
traste entre familias de trabajadores y familias de clase media. Sospechamos 
que el aumento de la dominación sexual masculina se relaciona más bien con 
la tradición autoritaria en el campesinado y con la dependencia económica 
completa de las mujeres. 
" Carroll Smith Rosenberg, "Beauty, the Beast, and the Militan! Woman: 
A Case Study in Sex Roles and Social Stress in Jacksonian America", Ameri-
can Quartely, vol. 23, 1971, págs. 562-84; Mary P. Ryan, "Power of Women's 
Networks: A Case Study of Female Moral Reform in Antebellum America", 
Feminist Studies, vol. 5, Spring 1979, págs. 66-89; Barbara Berg, The Remem-
bered Gate: Origns of American Feminism, New York, Oxford, 1978. 
65 
En las décadas de 1860 y 1870, las feministas dedicaron su 
actividad a una campaña militante y exitosa contra la regula-
ción estatal de la prostitución. El sistema de regulación, que ya 
existía en Francia y en parte de Inglaterra, obligaba a las mu-
jeres a las que se consideraba prostitutas a someterse a reco-
nocimientos vaginales y a obtener permisos; su propósito era 
permitir que los hombres tuvieran relaciones con prostitutas sin 
riesgo de enfermedades venéreas. La oposición feminista no 
sólo sacaba fuerzas de su indignación contra los hombres que 
compraban carne femenina, sino que también reafirmaba su 
identificación con la opresión de las prostitutas. Las feministas 
afirmaban que todas las mujeres, incluso las prostitutas, tienen 
derecho a la integridad de sus propios cuerpos2J. 
Pero después de una victoria relativamente fácil sobre el in-
tento de regulación, las feministas del movimiento de pureza 
social empezaron a presionar por la abolición de la prostitu-
ción en sí. Apoyaban las leyes que elevaban las penas crimina-
les para los clientes, mientras seguían expresando su solidari-
dad con las mujeres "oprimidas". El problema era que las pros-
titutas tenían que estar de acuerdo en que eran víctimas. La in-
terpretación de la prostitución como "trata de blancas" (es de-
cir, que las prostitutas se habían visto forzadas a participar) per-
mitía a las feministas verse a sí mismas como liberadoras de es-
clavas24. Pero si las prostitutas no estaban arrepentidas, o si ne-
gaban la inmoralidad de sus actos, perdían su derecho a la ayu-
" Walkowitz, Prostitution and Victorian Society, op. cit., part 2; Pivar, Pu-
rity Crusade, op. cit., cap. 2; Degler, At Odds, op. cit., págs. 284-9; John Burn-
ham, "Medica) Inspection of Prostitutes in America in the Nineteenth Cen-
tury: St. Louis Experiment and in Sequel", Bulletin of the History of Medicine, 
vol. 45, May-June 1971, págs. 203-18. 
" Connelly, Response to Prostitution, op. cit., cap. 6; Pivar, Purity Crusade, 
op. cit., págs. 135-9, Walkowitz, Prostitution and Victorian Society, op. cit., epi-
logue; Deborah Gorham, "The Maiden Tribute of Modern Babylon' Re-exa-
mined: Child Prostitution and the Idea of Childhood in Late Victorian En-
gland", Victorian Studies, vol. 21, Spring 1978, pp. 353-79; Mari Jo Buhle, Wo-
men and American Socialism, 1870-1920, Urbana, University of Illinois Press, 
1981, págs. 253-6. 
66 
da y a la compasión de las reformistas. "Las hermanas mayo-
res del mundo (queremos la] oportunidad de proteger a las her-
manas pequeñas y más débiles, rodeándolas de las leyes ade-
cuadas para que las obedezcan para su propio bien", explicaba 
una feminista, captando involuntariamente el carácter represi-
vo de esta "hermandad"25 • La estructura de clases de la socie-
dad americana impulsaba a estas feministas de clase media a 
llevar su desafío a la doble moral a través de las vidas de otras 
mujeres y a dirigir su indignación hacia hombres que no fue-
ran sus propios padres y maridos. 
Otro ataque a la prostitución, que a veces se convirtió en ata-
que a las mujeres, fue la campaña para elevar la mayoría de 
edad legal para las relaciones sexuales26• En muchos estados du-
rante el siglo XIX había sido establecida sólo a partir de los 
nueve o diez años para las niñas. Los objetivos feministas eran: 
privar a los tratantes de blancas de sus víctimas más jóvenes, 
ampliar la protección sexual de las niñas y dar castigo a los asal-
tantes. Como la mayoría de estas causas, ésta tuvo un momen-
to radical: representó una crítica exacta de los límites del "con-
sentimiento" en una sociedad dominada por los hombres. Sin 
embargo, hacia finales de siglo, cuando la vida urbana y la pre-
sencia de millones de jóvenes trabajadoras cambiaron la con-
formación de las relaciones familiares y generacionales, la le-
gislación sobre la mayoría de edad negaba explícitamente a las 
mujeres el derecho a la actividad heterosexual hasta que fue-
ran adultas, o (y obsérvese que esta matización era aplicable a 
cualquier edad) hasta que estuvieran casadas. Al fomentar esta 
hostilidad hacia la actividad sexual de las jóvenes, las f eminis-
tas colaboraron en la demarcación de una nueva clase de trans-
gresoras: las delincuentes sexuales juveniles. La delincuencia 
" J eanette Young Norton, "Women Builders of Civilization '', Women 's Po-
litical World, September 1, 1913, pág. 5. 
" Sobre los esfuerzos para elevar la mayoría de edad legal, véase: Pivar, Pu-
rity Crusade, op. cit., págs. 139-46; Degler, At Odds, op. cit., págs. 288-9; Gor-
ham, "The Maiden Tribute", op. cit.; Michael Pearson, The Age of Consent: Vic-
torian Prostitution and its Enemies, Newon Abbot, David & Charles, 1972. 
67 
sexual pronto fue la categoría principal de ofensas por las que 
se enviaba a las mujeres jóvenes al reformatorio27• Estas refor-
mistas moralistas, algunas de ellas feministas, permitieron que 
el sistema penal se adueñase de la tarea de disciplinar a las chi-
cas adolescentes para que se ajustaran a la moralidad res-
petable. 
La incapacidad de ver en la prostitución cualquier cosa que 
no fuera tiranía masculina o/y opresión económica afectó no 
sólo a las mujeres "malas", sino también a las "buenas". La ne-
gativa de las feministas a involucrarse en un examen concreto 
de la realidad de la prostitución coincidía con su incapacidad 
de contemplar cualquier forma de inconformismo sexual sin pá-
nico. No estamos sugiriendo que las prostitutas eran necesaria-
mente más libres en lo sexual que otras mujeres. Lo que que-
remos destacar es que las feministas seguían comprometidas 
con la contención de la sexualidad femenina dentro del matri-
monio heterosexual, a pesar de la relativa represión sexual que 
implicaba el matrimonio para las mujeres de esa época2H. "lVan 
a tener nuestras chicas la mismalibertad de gratificarse sin 
amor, cediendo a todos sus instintos ... y pasiones que la que tie-
nen nuestros chicos?" preguntaba Frances Willard, feminista 
del movimiento de pureza social, a su público en 1891; y po-
demos suponer que le respondieron con un sonoro "iNo!"29• 
La política sexual feminista se volvió más conservadora has-
ta la primera guerra mundial, debido a que las aspiraciones y 
posibilidades de las mujeres iban más rápido que la ortodoxia 
feminista. El aumento de la capacidad de organización del fe-
" Steven Schlossman and Stephanie Wallach, "The Crime of Precocious 
Sexuality: Female Juvenile Delinquency in the Progressive Era", HaTVard Edu-
cational Review, vol. 48, no. 1, February 1978, págs. 65-94; Steven Schlossman, 
Love and the American Delinquen!, Chicago, University of Chicago Press, 1977; 
William l. Thomas, The Unadjusted Girl, with Cases and Standpoint for Beha-
voir Analysis, Boston, Little, Brown, 1923. 
"' Leslie Fishbein, "Harlot or Heroine? Changing Views of Prostitution, 
1870-1920", Historian, vol. 43, December 1980, págs. 23-35. 
"' Citado en: Pivar, Purity Crusade, op. cit., pág. 157. 
68 
minismo y su mayor influencia sobre la legislación, junto con 
el elitismo social y racial del mundo en que se movían las fe-
ministas, contribuyeron a reforzar más aún sus tendencias po-
líticas conservadoras. Las feministas del movimiento de pureza 
social no sólo aceptaban una moralidad sexual que constreñía 
a las mujeres, sino que también excluían de su hermandad a las 
que no podían aceptarla o simplemente no lo hacían. A pesar 
de toda la compasión que despertaba, la prostituta seguía sien-
do el símbolo de la mujer excluida, no sólo de los privilegios 
concedidos por los hombres, sino también de la comunidad de 
las mujeres30• 
Sin embargo, de la misma manera que existía una resisten-
cia, basada en el comportamiento, hacia la cultura sexual re-
presiva del siglo XIX, hubo también una resistencia política 
dentro del movimiento feminista. Aunque era un punto de vis-
ta marcadamente minoritario, hubo una corriente -pequeña 
pero constante- de mujeres que insistían en que el aumento 
de la actividad sexual femenina no era incompatible con la dig-
nidad de la mujer y que podría, incluso, ser conveniente para 
sus intereses. Nos referimos a ella como la corriente "pro-sexo" 
dentro de la tradición feminista. Empezó con los movimientos 
utópicos y en favor del amor libre de los años que van desde 
1820 hasta la década de los 40. Estas radicales cuestionaban la 
identificación del deseo como algo masculino y, aunque en su 
mayor parte siguieron defendiendo la más estricta monogamia, 
cuestionaron la obligatoriedad de la familia y del matrimonio 
legal como canales para la sexualidad11 • En la década de 1870, 
" Este es uno de los temas de The Maimie Papers. Maimie Pinzer, prosti-
tuta a veces, escribió: "Me gustaría tener amigas, pero no puedo ... Temía que 
descubrieran, quizá sin querer, algo sobre mí y que me dejaran de lado y no 
podría soportarlo" (pág. 10). 
" Sobre el movimiento del amor libre en general, véase: Taylor Stoehr, 
Free Love in America: A Documentary History, New York, AMS Press, 1979; 
Ha! D. Sears, The Sex Radicals: Free Love in High Victorian America, Lawren-
cc, Regents Press of Kansas, 1977; Gordon, Woman 's Body, Woman 's Right, op. 
cit., cap. 5 and 6; Mary S. Marsh, Anarchist Women, 1870-1920, Philadelphia, 
69 
Victoria Woodhull, defensora del amor libre, surgió como por-
tavoz dentro del movimiento, e idealizó como "amor verdade-
ro" una relación sexual que implicara deseo mutuo y orgasmos 
para ambas partes32• Al mismo tiempo, Elizabeth Cady Stan-
ton, una heroína venerada, aunque independiente, también de-
fendió el deseo sexual de la mujer33• En las décadas de 
1880-1890, algunas feministas partidarias del amor libre y ver-
daderamente visionarias empezaron a elaborar el borrador de 
una sexualidad que no estuviera organizada en torno al orgas-
mo masculino. Alice Stockham, doctora y sufragista, condena-
ba "la forma habitual, apresurada y espasmódica de cohabita-
ción ... en la que la mujer es un elemento pasivo" e imaginó en 
su lugar una unión en la que "los deseos y el placer de la mu-
jer llamen al deseo y al placer del marido"34• 
Sin embargo, por lo general, estas feministas del siglo XIX 
no eran más que relativamente "pro-sexo" y la mayoría com-
partía la opinión de las partidarias de la pureza social de que 
era necesario controlar, contener y dirigir la expresión fisioló-
gica del sexo hacia fines más "elevados". Más aún, incluso esta 
limitada tradición de radicales sexuales era tan marginal den-
tro del feminismo en los Estados Unidos que, cuando en el si-
glo XX, Margaret Sanger quiso buscar una actitud más positi-
va hacia el sexo tuvo que irse a Europa para encontrarla. 
La única cuestión dentro de la corriente principal del femi-
nismo sobre la que las ideas "pro-sexo" tuvieron un impacto 
considerable fue la del divorcio. Siguiendo a Cady Stanton, al-
Temple University Press, 1981, chap. 4; William Leach, True Lave and Perfect 
Union: Feminist Reform of Sex and Society, New York, Basic Books, 1981, págs. 
82-3 ad pássim. Usamos el término «pro-sexo» de manera provisional, a falta 
de otro más exacto, que todavía no se ha formulado. 
" Victoria C. Woodhull, Tried as by Fire: or, The True and the False So-
cial/y: An Oration, New York, Woodhull & Claflin, 1874. 
" DuBois, Elizabeth Cady Stanton-Susan B. Anthony, op. cit., págs. 94-8 y 
185-7. 
" Atice Stockham, Karezza: Ethics of Marriage, Chicago, Atice B. Stock-
ham, 1897, pág. 22. 
70 
gunas feministas argumentaron que el derecho a divorciarse y 
a volverse a casar después (porque ése era el elemento crucial, 
el derecho a otra relación sexual después de dejar la primera) 
era una libertad tan importante para las mujeres que valía la 
pena correr el riesgo de concedérsela también a los hombres. 
A pesar de ello, la mayoría de las feministas siguieron estricta-
mente en la línea de la pureza social y se opusieron al divorcio 
por miedo a que debilitara el matrimonio y dejara a las muje-
res todavía más expuestas al peligro sexual35 • 
Irónicamente, una de las reformas sexuales más apoyadas 
por las defensoras de la pureza social se convirtió en el vehí-
culo para que una nueva generación de feministas empezara a 
romper con esta tradición. Esta fue el control de la natalidad36• 
Las feministas del siglo XIX la habían defendido como "ma-
ternidad voluntaria'', como el derecho de la mujer a negarse a 
tener relaciones con su marido si no quería concebir. La ma-
ternidad voluntaria fue una táctica brillante, porque infiltraba 
un rechazo a la dominación sexual de los hombres dentro de 
una política de defensa y mejora de la maternidad. De acuerdo 
con su orientación basada en la pureza social, las defensoras 
de la maternidad voluntaria rechazaban la anticoncepción 
como medio de control de la natalidad, por miedo a que per-
mitiera que los hombres forzaran a sus esposas a tener aún más 
relaciones no deseadas y que se dedicaran al sexo extramatri" 
monial con aún mayor impunidad. A principios del siglo XX,. 
en cambio, se produjo un alzamiento feminista en apoyo'a lá 
anticoncepción que insistía en que era innecesario pagar el pre-
cio de la abstinencia sexual por la autodeterminación reproduc-
tiva, y que la gratificación sexual era buena para las mujeres. 
" William L. O'Neill, Divorce in the Progressive Era, New York, Franklin 
Watts, 1973; DuBois, Elizabeth Cady Stanton-Susan B. Anthony, op. cit., pás-
sim; Leach, Trne Love and Perfect Union, op. cit., pássim. 
"' Gordon, Woman's Body, Woman's Right, op. cit., cap. 5; James Reed, 
From Private Vice to Public Virtue: The Birth Control Movement and American 
Society Since 1830, New York, Basic Books, 1978. 
71 
El hecho de que esta nueva generación de feministas pudie-
ra romper con la pureza social fue posible, en parte, porque ya 
no estaban dominadas por el miedo a convertirse enprostitu-
tas o a que se opinara que lo eran. Ya no veían a la prostituta 
sólo como víctima; empezaron a romper la asociación entre de-
seo y prostitución. De hecho, admitieron la osadía sexual de 
todo tipo, cargándola de romanticismo37• Ya no las perseguía 
el fantasma del tratante de blancas y estaban dispuestas a arries-
garse. Se aventuraban a entrar solas en los bares y teatros, vi-
vían sin sus familias en ciudades grandes y se movían por la ciu-
dad para descubrir las vidas de otras mujeres, atravesando 
barreras de clase y de raza que sus madres no hubieran cruza-
do. Reconocereis algunos de sus nombres: Emma Goldman, 
Margaret Sanger, Crystal Eastman, Elizabeth Gurley Flynn, in-
cluso Louisse Bryant, pero hubo muchas más. Por encima de 
todo defendieron el derecho de la mujer a ser sexual. Se acos-
taron con hombres sin casarse. Tuvieron múltiples amantes. Se 
convirtieron en madres solteras. Algunas de ellas mantuvieron 
relaciones abiertamente sexuales con otras mujeres, aunque ha 
habido después una supresión de datos que junto con nuestros 
propios silencios sobre la homosexualidad nos hace difícil des-
velar este aspecto de sus vidas38• 
37 Caroline Ware, Greenwich Village, 1920-1930, Boston, Houghton Mifflin, 
1935; Floyd Dell, Love in Greenwich Village, New York, George H. Doran, 
1926; Rheta Childe Dorr, A Woman of Fifty, New York, Funk & Wagnalls, 
1924; Judith Schwarz, Radical Feminists of Heterodoxy, Greenwich Village, 
1912-1940, Lebanon, New Victoria, 1982; Buhle, Women and American Socia-
lism, op. cit., págs. 189-99. 
"' Sobre el lesbianismo entre las feministas de Greenwich Village, véase: 
Schwarz, Radical Feminists of Heterodoxy, op. cit. págs. 30-1 y 67-72. Ver tam-
bién: Marion K. Sanders, Dorothy Thompson: A Legend in Her Time, Boston, 
Houghton Mifflin, 1973. La relación de Emma Goldman con Almeda Sperry 
se discute en: Katz, Gay American History, op. cit., págs. 523-9. La larga rela-
ción de Elizabeth Gurley Flynn con la pionera lesbiana Marie Equi se describe 
en la «Introducción» de Rosalyn F. Baxandall a Selected Writings of Elizabeth 
Gurley Flynn (no publicado). También hay indicios de que Flynn trató positi-
vamente el tema del lesbianismo en su primera versión de The Alderson Story: 
72 
De muchas maneras, estas mujeres empezaban a explorar el 
mundo sexual que nosotros estamos decididas a ocupar. Pero, 
como pioneras, sólo pudieron explorar parte y no se les ocurrió 
cambiar sus fronteras. Incluso cuando su propia experiencia 
afirmaba lo contrario, seguían aceptando una definición mas-
culina y heterosexual del "acto sexual". Eran, por decirlo de al-
guna forma, aspirantes a cambiar de clase, y querían integrarse 
en el mundo sexual tal como lo definían los hombres. El orgas-
mo del hombre seguía siendo el centro, aunque ahora era pre-
ferible que la mujer tuviese uno al mismo tiempo; cualquier es-
timulación que no fuera el coito se consideraba juego prelimi-
nar; la masturbación no era saludable. Y el sexo, que ahora era 
mucho más valioso, debido a las posibilidades trascendentales 
que se le atribuían, seguía ligado a la estructura del género: 
sólo podía darse entre un hombre y una mujer39• Estas feminis-
tas criticaron la dominación masculina en lo laboral y en la vida 
pública, pero no parecían darse cuenta de la relación que aqué-
lla tenía con lo sexual. Luchaban por la liberación de las mu-
jeres, pero casi nunca criticaban a los hombres. 
Cuando empezó a apagarse el movimiento organizado por 
los derechos de las mujeres, las que apoyaban esta política "pro-
sexo" se vieron más y más alejadas de la mayoría de la comu-
nidad de las mujeres; parecía que sintieran que para entrar en 
el mundo del sexo tenían que viajar solas y dejar atrás a las de-
más mujeres. Este rechazo de las mujeres se dio tanto porque 
la tradición dominante del feminismo era tan antisexual, como 
My Life as a Political Prisoner, Nueva York, International, 1972, pero los ofi-
ciales del Partido Comunista insistieron en que redactara de nuevo el material 
y que hiciera un retrato más juzgado y negativo de ella (Baxandall, comunica-
ción privada a las autoras, 1982). El amplio tema de la supresión de datos so-
hre el lesbianismo está tratado en Blanche Wiesen Cook, «The Historical De-
nial of Lesbianism», Radical History Rel'iew, vol. 5, n." 20, primavera/verano 
1979, págs. 55-60. 
·"' Gordon, Woman's Body, Woman's Right, op. cit., págs. 359-80; ohsérvese 
la nueva insistencia sobre la importancia de la vagina, que sustituye el recono-
cimiento anterior de la importancia del clítoris en la experiencia orgásmica de 
las mujeres. 
73 
porque su propia forma de entender el sexo era tan hetero-
sexual. Eran parte de una generación que tachaba de "adoles-
centes" las amistades intensas entre mujeres40• La tragedia fue 
que, al rechazar una comunidad de mujeres que les parecía !i-
mitadora y represiva, dejaron atrás su herencia feminista. 
Al mismo tiempo, estas mujeres nos dejaron un legado po-
sitivo en su disposición a aceptar el riesgo. Sería más fácil si pu-
diéramos avanzar hacia la liberación sexual sin sufrimiento, si 
pudiéramos resolver la tensión entre buscar el placer y evitar 
el peligro con alguna política sencilla; pero no podemos. Tene-
mos que llevar a cabo nuestra política sexual en el mundo real. 
Para las mujeres esto es como cruzar un campo minado. Si sólo 
miramos al suelo para evitar las minas nos perdemos el hori-
zonte y la percepción de por qué vale la pena cruzarlo; pero si 
sólo miramos hacia las posibilidades futuras, nos puede destro-
zar un estallido. 
Estas imágenes de guerra no son fanfarronería. Los peligros 
son muchos, a las mujeres se las ataca y se las mata. Pero cada 
acto de violencia contra las mujeres multiplicaría su efecto si 
nos impidiera ver en qué hemos obtenido nuestros triunfos, y 
si nos indujera a resignarnos a la restricción de nuestra vida 
sexual y al constreñimiento de nuestras actividades públicas. 
Bajo este prisma, el enfoque actual sobre la violación y otros 
tipos de violencia sexual contra las mujeres significa un avance 
con respecto a la campaña anterior contra la prostitución. A 
través de esta nueva conceptualización del problema del peli-
gro sexual, las feministas han rechazado la culpabilización de 
las víctimas que latía bajo la idea de "mujer caída"; sabemos 
que pueden violarnos a cualquiera de nosotros. Nuestra crítica 
de la violencia sexual ofrece un análisis de la institución de la 
supremacía masculina que intenta mostrarnos lo que hay de co-
'° Faderman, Surpassing the Love o/ Men, op. cit., partes 2 y 3; Christina 
Simmons, "Companionate Marriage and the Lesbian Threat", Frontiers, vol. 4, 
no. 3, Fall 1979, págs. 54-9; Nancy Sahli, "Smashing: Women's Friendships Be-
fore the Fall", Chrysa/is, 8, Summer 1979, págs. 17-27. 
74 
mún entre las mujeres, como agentes en potencia, además de 
como víctimas. Así, la campaña contra la violación viene de 
nuestra fuerza además de venir de nuestra opresión. Haya au-
mentado o disminuido la incidencia real de la violación, la ofen-
siva feminista contra ella representa un aumento de nuestras 
exigencias de libertad. Hemos redefinido la violación de forma 
que incluye muchos encuentros sexuales que las feministas del 
siglo XIX hubieran considerado simple seducción y de los cua-
les habrían culpado a la mujer; hemos incluido en nuestra de-
finición de violación lo que antes podía ser una relación matri-
monial normal. Hemos negado la impunidad a todos los hom-
bres: estamos dispuestas a llevar a juicio a novios, padres y pro-
fesores; estamos dispuestas a llamar acoso sexual a lo que an-
tes eran simples bromas entre hombres que afirmaban su do-
minio. Declaramos nuestro derecho (todavía duramente dispu-
tado) a tener seguridad no sólo en casa, sino en la calle. Todas 
pretendemos ser "mujeres de la calle". 
Para desarrollar estrategias es fundamental saber cuándo es-
tamos ganando y cuándo perdiendo, y en qué. Si no reivindi-
camos nuestrasvictorias y nos enorgullecemos de ellas, llega-
mos a la falsa conclusión de que no ha cambiado nada. Cuan-
do se lucha en la campaña anti-violación como si fuéramos las 
víctimas eternas de la sexualidad masculina corremos el peli-
gro de volver a la visión del mundo de las partidarias del mo-
vimiento de pureza social, que tanto limitó la visión del femi-
nismo del siglo XIX41 • Es importante presentar nuestra amplia 
crítica de la misoginia, la violencia y la dominación masculina, 
sin entregar el campo de la sexualidad en sí a los hombres, 
como hicieron las feministas del siglo XIX. 
Hemos intentado demostrar que la política de pureza social, 
aunque fuera una respuesta comprensible para la experiencia 
" Un estudio feminista moderno fundamental sobre la violación es el de 
Susan Brownmiller,Against Our Will: Men, Women, and Rape, Nueva York, Si-
mon and Schuster, 1975. Es de gran importancia para nuestro movimiento, 
pero sus postulados no históricos lo estropean. (N.T. Hay traducción castella-
na: Contra nuestra voluntad. Edit. Planeta, Barcelona, 1981). 
75 
de las mujeres en el siglo XIX, fue una visión limitada y limi-
tadora. Por ello, la llamamos conservadora. Hoy parece haber 
un resurgimiento de esta política dentro del feminismo y nues-
tra preocupación por esta tendencia nos hace recordar su his-
toria. Igual que en el siglo XIX, hoy hay un ataque feminista 
hacia Ja pornografía y Ja "perversión" de nuestro tiempo, que 
no acierta a diferenciar su política de una versión conservado-
ra y antifeminista de Ja pureza social: el movimiento de Ja "Ma-
yoría Moral" y el de Ja "protección de la familia". La tenden-
cia cada vez mayor a centrarse casi exclusivamente en el sexo 
como ámbito principal de Ja explotación de las mujeres, y a atri-
buir Ja persecución sexual de Ja que son víctimas a alguna esen-
cia violenta -que se denomina "sexualidad masculina" - es 
aún más conservadora hoy en día, porque nuestra situación 
como mujeres ha cambiado tan radicalmente. Las partidarias 
modernas de Ja pureza social destacan una serie de cambios. 
El aumento del consumismo sexual y el poder cada vez mayor 
de Jos medios de comunicación de masas para imponer Ja con-
formidad con las normas sexuales son debilitadores de Ja liber-
tad sexual de las mujeres. Como feministas, estamos aprendien-
do a no fiarnos de una política sexual que se limita a exigir el 
«vive como quieras» y a preguntarnos si Jos deseos de las mu-
jeres están representados en esas visiones de "libertad" sexual. 
No debemos caer en el mismo error de las libertarias sexuales 
de principios de siglo, que creían que el fin de la inhibición 
sexual bastaría por sí mismo para liberar a las mujeres. Al con-
trario, tenemos que seguir analizando cómo funcionan la su-
premacía masculina y otros tipos de dominación a la hora de 
conformar lo que vemos como sexualidad "libre". 
Pero también ha habido avances liberadores que no pode-
mos permitirnos ignorar. Las mujeres tienen hoy posibilidades 
de subjetividad y autocreación sexuales que no existían en el pa-
sado. Tenemos una visión de Ja sexualidad que no es exclusi-
vamente heterosexual, ni está atada a la reproducción. Tene-
mos una comprensión mucho más clara de Ja respuesta sexual 
76 
desde el punto de vista fisiológico y una posibilidad de mater-
nidad-paternidad no ligada al género. Tenemos varias tradicio-
nes intelectuales poderosas para entender la formación social 
y psicológica de la sexualidad. Y quizá lo más importante, te-
nemos, al menos, la oportunidad de tener independencia eco-
nómica, la condición material necesaria para la liberación 
sexual de las mujeres. Por último, tenemos algo de lo que nun-
ca antes disfrutaron las mujeres: un pasado feminista, ciento 
cincuenta años de práctica y teoría feminista en el terreno de 
la sexualidad. Es un recurso demasiado valioso para desperdi-
ciarlo sin aprenderlo en toda su complejidad. 
77 
	vanc - 0001_2R
	vanc - 0025_2R
	vanc - 0026_1L
	vanc - 0026_2R
	vanc - 0027_1L
	vanc - 0027_2R
	vanc - 0028_1L
	vanc - 0028_2R
	vanc - 0029_1L
	vanc - 0029_2R
	vanc - 0030_1L
	vanc - 0030_2R
	vanc - 0031_1L
	vanc - 0031_2R
	vanc - 0032_1L
	vanc - 0032_2R
	vanc - 0033_1L
	vanc - 0033_2R
	vanc - 0034_1L
	vanc - 0034_2R
	vanc - 0035_1L
	vanc - 0035_2R
	vanc - 0036_1L
	vanc - 0036_2R
	vanc - 0037_1L
	vanc - 0037_2R
	vanc - 0038_1L
	vanc - 0038_2R

Continuar navegando