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EL MUNDO INVISIBLE Recuperando la cosmovisión sobrenatural de la Biblia Michael S. Heiser Editado por El Mundo Invisible Copyright © 2015, Michael S. Heiser Editorial Tesoro Bíblico, 1313 Commercial St., Bellingham, WA 98225 Reservados todos los derechos. Se permite el uso de citas breves de este recurso en presentaciones, artículos y libros. Por lo demás, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, electrónico, mecánico, fotocopiado, escaneado o cualquier otro, sin obtener previamente el correspondiente permiso por escrito de Lexham Press. Para ello, escríbanos a la dirección permissions@lexhampress.com. A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia, Reina-Valera, Revisión de 1960 (RV60). Copyright © 1960 mailto:permissions@lexhampress.com Sociedades Bíblicas Unidas. Usada con permiso. Reservados todos los derechos. Las citas marcadas LBLA son tomadas de La Biblia de las Américas. Copyright © 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation. Usada con permiso. Las citas marcadas NVI son tomadas de la Nueva Versión Internacional. Copyright © 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation. Usada con permiso. Las citas marcadas NTV son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usada con permiso. Todos los derechos reservados. Las citas marcadas BLP son tomadas de La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España. Usada con permiso. Las citas marcadas PDT son tomadas de La Biblia. La Palabra de Dios para todos © 2005, 2008, 2012 Centro Mundial de Traducción de la Biblia © 2005, 2008, 2012 World Bible Translation Center. Usada con permiso. En las citas bíblicas, el uso de negritas ha sido añadido por el autor y no forma parte de la traducción original. La transliteración de las palabras hebreas y griegas, así como de otras lenguas antiguas, se ha simplificado pensando en aquellos lectores que solamente leen en español. Allí donde era necesario se ha empleado una transliteración más precisa. A menos que se indique lo contrario, todos los mapas, ilustraciones y fotografías han sido proporcionados por Lexham Press. ISBN 978-1-57-799556-2 Editor: David Lambert Diseño de portada: Andy Meyer Primera edición A Roger Algún día, cuando el Señor me siente para hablar sobre esto, le voy a recordar que tú lo empezaste. Índice EL MUNDO INVISIBLE CAPÍTULO 1: Leyendo la Biblia de nuevo por primera vez CAPÍTULO 2: Normas de enfrentamiento CAPÍTULO 3: El séquito de Dios CAPÍTULO 4: Dios solo CAPÍTULO 5: Como en el cielo, así también en la tierra CAPÍTULO 6: Jardines y montañas CAPÍTULO 7: El Edén—Como ningún otro lugar en la tierra CAPÍTULO 8: Solo Dios es perfecto CAPÍTULO 9: Peligro y providencia CAPÍTULO 10: Problemas en el paraíso CAPÍTULO 11: ¿Como el Altísimo? CAPÍTULO 12: Transgresión divina CAPÍTULO 13: La simiente malvada CAPÍTULO 14: Asignación divina CAPÍTULO 15: Geografía cósmica CAPÍTULO 16: La palabra de Abraham CAPÍTULO 17: Yahvé visible e invisible CAPÍTULO 18: ¿Qué importancia tiene el nombre? CAPÍTULO 19: ¿Quién como Yahvé? CAPÍTULO 20: Remodelando la plantilla CAPÍTULO 21: La ley de Dios, el consejo de Dios CAPÍTULO 22: Distinción entre los mundos CAPÍTULO 23: Problemas gigantescos CAPÍTULO 24: El lugar de la serpiente CAPÍTULO 25: Guerra santa Í CAPÍTULO 26: Montes y valles CAPÍTULO 27: En presencia del consejo CAPÍTULO 28: Extravíos divinos CAPÍTULO 29: El que cabalga sobre las nubes CAPÍTULO 30: Preparaos para morir CAPÍTULO 31: ¿Quién irá por nosotros? CAPÍTULO 32: El dominio preeminente CAPÍTULO 33: Una muerte beneficiosa CAPÍTULO 34: Infiltración CAPÍTULO 35: Hijos de Dios, simiente de Abraham CAPÍTULO 36: Menor que los CAPÍTULO 37: Esto es la guerra CAPÍTULO 38: Escogiendo bando CAPÍTULO 39: Veredicto final CAPÍTULO 40: El enemigo del norte CAPÍTULO 41: El monte de reunión CAPÍTULO 42: Describiendo lo indescriptible EPÍLOGO RECONOCIMIENTOS PARTE 1: LO PRIMERO CAPÍTULO 1: Leyendo la Biblia de nuevo por primera vez Todos tenemos puntos de inflexión en la vida, momentos cruciales en los que, desde ese instante en adelante, nada vuelve a ser lo mismo. Uno de esos momentos en mi vida—el catalizador de este libro— se produjo un domingo por la mañana en la iglesia, mientras estudiaba en la escuela de posgrado. Estaba conversando con un amigo que, al igual que yo, estaba haciendo su doctorado en estudios hebreos, aprovechando los minutos previos a que comenzara el culto. No recuerdo mucho de la conversación, aunque estoy seguro de que tenía que ver con la teología del Antiguo Testamento. Ahora bien, nunca me olvidaré de cómo terminó. Mi amigo me pasó su Biblia hebrea, abierta por el Salmo 82, y simplemente me dijo: “Toma, lee esto … y presta mucha atención”. El primer versículo me golpeó como si me hubiera alcanzado un rayo: Dios [elohim] está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses [elohim] juzga. He señalado la redacción hebrea que me llamó la atención y que me puso el corazón en un puño. La palabra elohim aparece en dos ocasiones en este breve versículo. Dejando aparte el nombre del pacto, Yahvé, es el término más habitual en el Antiguo Testamento para referirse a Dios. El primer uso de la palabra en este versículo es el habitual, pero dado que conocía la gramática hebrea, de inmediato me percaté de que en la segunda ocasión había que traducirlo como plural. Ahí estaba, claro como el día: El Dios del Antiguo Testamento formaba parte de una asamblea —un panteón—de otros dioses. Huelga decir que no escuché una sola palabra del sermón. Mi mente daba vueltas. ¿Cómo era posible que nunca antes hubiese visto esto? Había leído la Biblia siete u ocho veces. Había ido al seminario. Había estudiado hebreo. Había enseñado en un instituto bíblico durante cinco años. ¿Cómo afectó esto a mi teología? Siempre había pensado, y así se lo había enseñado a mis estudiantes, que cualesquiera otros “dioses” mencionados en la Biblia no era más que ídolos. Por sencilla y cómoda que fuera esa explicación, aquí no tenía sentido. El Dios de Israel no forma parte de un grupo de ídolos. Pero tampoco me lo podía imaginar yendo por ahí con otros dioses de verdad. Esto era la Biblia, no la mitología griega. Sin embargo, ahí estaba, negro sobre blanco. El texto me había agarrado por la garganta y yo no podía liberarme. Inmediatamente me dispuse a tratar de encontrar respuestas. Pronto descubrí que el terreno que estaba explorando era un lugar que los evangélicos temían pisar. Las explicaciones que encontré de especialistas evangélicos eran preocupantemente poco convincentes. La mayoría de ellos sostenía que los dioses (elohim) mencionados en el versículo eran simples hombres —ancianos judíos—o que el versículo trataba sobre la Trinidad. Yo sabía que ninguna de esas explicaciones podía ser cierta. El Salmo 82 dice que los dioses estaban siendo condenados por corrupción a la hora de administrar las naciones de la tierra. En ninguna parte se enseña en la Biblia que Dios nombrara una asamblea de ancianos judíos para que gobernaran sobre las naciones extranjeras, y desde luego Dios no estaría despotricando contra el resto de la Trinidad, Jesús y el Espíritu, por ser corruptos. Francamente, las respuestas simplemente no eran honestas con las palabras tan claras del texto del Salmo 82. Cuando mire más allá del mundo de la erudición evangélica, descubrí que otros expertos habían publicado docenas de artículos y libros sobre el Salmo 82 y la religión israelita. No había dejado piedra sobre piedra a la hora de buscar paralelismos entre los salmos y sus ideas y la literatura de otras civilizaciones del mundo bíblico (en algunos casos hallando coincidencias literales con frases de los salmos). Su investigación había sacado a la luz otros pasajes bíblicos que se hacían eco del contenido del Salmo 82. Llegué a darme cuenta de quela mayor parte de lo que me habían enseñado sobre el mundo invisible en el instituto bíblico y el seminario había sido filtrado a través de traducciones inglesas o derivadas de fuentes como El paraíso perdido de Milton. Ese domingo por la mañana y sus efectos colaterales me obligaron a tomar una decisión. Mi conciencia no me dejaba ignorar a la propia Biblia con tal de conservar la teología con la que me sentía cómodo. ¿A quién le debía lealtad, al texto o a la tradición cristiana? ¿De verdad tenía que escoger entre los dos? No estaba seguro, pero sí sabía que lo que estaba leyendo en el Salmo 82, tomado al pie de la letra, sencillamente no encajaba en los patrones teológicos que siempre me habían enseñado. Y sin embargo, tenía que haber respuestas. Después de todo, los pasajes en los que acababa de reparar también habían sido leídos por Pablo, e incluso por el propio Jesús. Si no conseguía encontrar ayuda para encontrar esas respuestas, entonces tendría que juntar las piezas por mí mismo. Ese viaje me ha llevado quince años, y ha desembocado en este libro. El camino no ha sido fácil. Entrañaba riesgos e incomodidad. En ocasiones, amigos, pastores y colegas malinterpretaban mis preguntas y mis refutaciones a las respuestas que proponían. Las conversaciones no siempre acabaron bien. Este tipo de cosas ocurre cuando exiges que los credos y las tradiciones se pongan por detrás del texto bíblico. En última instancia prevaleció la claridad. El Salmo 82 se convirtió en el punto focal de mi tesis doctoral, que también analizaba la naturaleza del monoteísmo israelita y cómo pensaban realmente los autores bíblicos sobre el mundo espiritual invisible. Me encantaría poder decir que fui lo suficientemente inteligente como para resolver las cosas yo solo. Lo cierto es que, si bien creo que fui providencialmente preparado para la tarea académica a la que tuve que enfrentarme, hubo ocasiones a lo largo del proceso en las que la mejor descripción que puedo hacer es que me vi conducido a las respuestas. Sigo creyendo en la unicidad o singularidad del Dios de la Biblia. Sigo defendiendo la deidad de Cristo. Pero si hemos de ser honestes cuando afirmamos la inspiración, entonces el modo de hablar acerca de esas y otras doctrinas debe tomar en consideración el texto bíblico. Lo que va usted a leer en este libro no va a desbaratar lo esencial de la doctrina cristiana, pero sí tendrá que hacer frente al lanzamiento de bastantes granadas mentales. No tema, será un ejercicio fascinante que va a fortalecer su fe. Lo que aprenderá es que una teología del mundo invisible derivada exclusivamente del prisma de la cosmovisión antigua y premoderna de los autores conforma todas las doctrinas bíblicas de manera significativa. Si cree que estoy haciendo promesas imposibles de cumplir, espere a emitir un juicio hasta que haya leído el resto del libro. Lo que leerá en este libro le cambiará. Nunca podrá volver a ver su Biblia de la misma manera. Cientos de personas que leyeron los borradores iniciales de este libro a lo largo de la última década así me lo han expresado, y han valorado la experiencia enormemente. Sé que tienen razón porque yo también estoy viviendo esa experiencia. Mi objetivo es muy sencillo. Quiero que al abrir su Biblia sea capaz de verla como lo hacían los antiguos israelitas o los judíos del siglo I, que la perciba y la considere como lo harían ellos. Quiero que su cosmovisión sobrenatural esté en su cabeza. Puede que en algunos momentos esa experiencia resulte un tanto incómoda, pero sería deshonesto por nuestra parte afirmar que los autores bíblicos leyeron y entendieron el texto de la misma forma en que lo hacemos nosotros hoy día, o que pretendieron dar a entender cosas que se ajustan a sistemas teológicos creados siglos después de que se escribiera el texto. Nuestro contexto no es el suyo. Ver la Biblia a través de la mirada de un lector antiguo implica quitarnos los filtros de nuestras tradiciones y presuposiciones. Ellos procesaban la vida en términos sobrenaturales. El cristiano de hoy la procesa mediante una mezcla de declaraciones del credo y de racionalismo moderno. Yo quiero ayudarle a recuperar la cosmovisión sobrenatural de los autores bíblicos, las personas que produjeron la Biblia. Llegar a tener y conservar esa mentalidad antigua exige que cumplamos algunas normas básicas, que analizaremos en el próximo capítulo. CAPÍTULO 2: Normas de enfrentamiento Siempre he estado interesado en cualquier cosa antigua y extraña. eso también me vino bien en la escuela. Cuando me convertí al Señor en el instituto, sentí que había nacido para el estudio de la Biblia. Ya sé que ese grado de interés en la Biblia no era normal para un adolescente. Era un poco una obsesión. Pasaba horas estudiando la Biblia y libros de teología. Me llevaba comentarios a la sala de estudio. Ya que no había ningún programa de 12 pasos para mi adicción, asistí a una escuela bíblica para alimentarla. Después de eso me fui al seminario. Quería convertirme en profesor de estudios bíblicos, así que el siguiente paso fue la escuela de posgrado, donde finalmente me centré en la Biblia hebrea y multitud de lenguas muertas antiguas. Había encontrado el paraíso de los nerds o empollones de la Biblia, al menos hasta ese domingo por la mañana, cuando descubrí el Salmo 82 sin el camuflaje de la traducción inglesa. Echando la vista atrás, puedo explicar todo mi estudio, educación y aprendizaje antes y después de ese momento del Salmo 82 usando dos metáforas: un filtro y un mosaico. FILTRANDO EL TEXTO Los filtros se utilizan para eliminar cosas con vistas a obtener el resultado deseado. Cuando los usamos al cocinar, los elementos que no queremos los colamos y descartamos. Cuando los usamos en nuestros coches, impiden que determinadas partículas interfieran en el rendimiento del vehículo. Cuando los usamos en nuestro correo electrónico, sirven para que no aparezca aquello o aquellos que no queremos leer. Lo que queda es lo que usamos, lo que contribuye a nuestra comida, nuestro motor o nuestra salud mental. La mayor parte de mi educación transcurrió de esta manera, usando filtros. No es que fuera un complot siniestro. Era lo que había. El contenido que aprendí se filtraba a través de ciertas presuposiciones y tradiciones que ordenaban el material para mí, que lo situaban dentro de un sistema que tenía sentido para mi mente moderna. Los versículos que no encajaban bien con mi tradición eran “pasajes problemáticos” que se filtraban o relegaban a la periferia de las cosas sin importancia. Entiendo que muchos estudiantes de la Biblia, pastores y profesores bienintencionados no vean el modo en que se aproximan a la Biblia de esta manera. A mí me ocurría lo mismo, pero es lo que sucede. Vemos la Biblia a través de las lentes que conocemos y lo que nos resulta familiar. El Salmo 82 rompió mi filtro. Más aún, me hizo ver que estaba usando un filtro. Nuestras tradiciones, por honorables que sean, no son algo intrínsecamente bíblico. Son sistemas que nos inventamos para organizar la Biblia. Son artificiales. Son filtros. Una vez que fui consciente de ello, me pareció desleal utilizar un filtro. Pero deshacerme de mis filtros significó abandonar los sistemas con los que había ordenado la Escritura y la doctrina en mi mente. Me quedé con un montón de fragmentos. En su momento no lo parecía, pero eso fue lo mejor que podía haberme pasado. EL MOSAICO Los hechos que encontramos en la Biblia no son más que piezas, pedazos de datos esparcidos por doquier. Nuestra tendencia es la de tratar de imponer un orden, y para ello aplicamos un filtro. Pero podemos lograr tener una perspectiva más amplia y profunda si tan solo nos permitimos contemplar las piezas en su contexto más general. Necesitamos ver el mosaico que crean las piezas. La Biblia es, en realidad, un mosaico teológico y literario. A menudo, el patrón de un mosaico no se aprecia bien desde cerca. Puede parecer un ensamblaje aleatorio de piezas. Solo cuando damos unos pasos haciaatrás podemos observar el maravilloso cuadro al completo. Es cierto que cada una de las piezas individuales es fundamental, ya que sin ellas no habría mosaico, pero el significado de todas las piezas se halla en el mosaico completo. Y un mosaico no se impone sobre las piezas, sino que deriva de ellas. Ahora veo el Salmo 82 no como un pasaje que rompió mi filtro, sino más bien como una pieza importante de un mosaico más grande y fascinante. El Salmo 82 contiene en su núcleo el mundo invisible y su interacción con el mundo de los seres humanos. Ese salmo no es la única pieza de ese tipo; hay muchas como ella. De hecho, la intersección entre nuestro mundo y el mundo invisible, que incluye al Dios trino pero también a muchos más seres, es el centro de la teología bíblica. Mi pasión es persuadirle de que elimine su filtro y empiece a observar las piezas de la Escritura como partes de un mosaico, de manera que el centro de atención recaiga en el “panorama completo”. Si lo hace así descubrirá, tal como me ocurrió a mí, que este enfoque le lleva a encontrar las respuestas a preguntas tales como “¿Por qué está eso en la Biblia?” y “¿Cómo puedo encontrarle un sentido a todo esto?” Si ha pasado tiempo leyendo en serio las Escrituras, sabrá que hay muchos pasajes extraños, frases curiosas, paradojas inquietantes, ecos de un acontecimiento en otro, conexiones dentro y entre cada uno de los testamentos que no pueden ser meras coincidencias. OBSTÁCULOS Y PROTOCOLOS Cuando pasamos de ver la Biblia a través de filtros a permitir que todas sus piezas formen un mosaico, nos encontramos con serios obstáculos. Yo mismo los he experimentado todos. 1. Se nos ha formado para que creamos que la historia del cristianismo es el verdadero contexto de la Biblia Se habla mucho de interpretar la Biblia en su contexto, pero la historia del cristianismo no es el contexto de los autores bíblicos. El contexto adecuado para interpretar la Biblia no es Agustín o cualquier otro de los padres de la Iglesia. No es la iglesia católica ni los movimientos rabínicos de la Antigüedad tardía y la Edad Media. No es la Reforma ni son los puritanos, y tampoco el movimiento evangélico en ninguna de sus manifestaciones. No es el mundo moderno en absoluto, o cualquier período de su historia. El contexto adecuado para interpretar la Biblia es el de los autores bíblicos—el contexto que produjo la Biblia. Cualquier otro contexto es ajeno a los hagiógrafos y, por consiguiente, a la Biblia. Sin embargo, existe la tendencia generalizada en la Iglesia creyente a filtrar la Biblia a través de credos, confesiones y preferencias denominacionales. No estoy diciendo que habría que ignorar a nuestros antepasados cristianos. Lo único que digo es que deberíamos considerar sus palabras y pensamientos desde una perspectiva justa y darles la prioridad que merecen. Los credos tienen un propósito y son útiles. Destilan ideas teológicas importantes, si bien es cierto que cuidadosamente seleccionadas, pero no son inspirados. No pueden ser un sustituto para el texto bíblico. El texto de la Biblia fue redactado por hombres que vivieron en el Antiguo Oriente y en el Mediterráneo entre el segundo milenio a. C. y el siglo I d. C. Para entender cómo pensaban los autores bíblicos, debemos acceder a la producción intelectual de ese mundo. Tenemos a nuestra disposición una ingente cantidad de material gracias a la tecnología moderna. A medida que nuestra comprensión de la cosmovisión de esos autores aumente, también lo hará nuestro entendimiento de lo que pretendieron decir, y así, el mosaico de su pensamiento cobrará forma en nuestras mentes. 2. Se nos ha desensibilizado ante la vitalidad e importancia teológica del mundo invisible El cristianismo actual adolece de dos serios defectos en relación con el mundo sobrenatural. En primer lugar, muchos cristianos afirman creer en lo sobrenatural pero piensan (y viven) como escépticos. Hablar sobre el mundo sobrenatural nos hace sentir incómodos. Esto es algo típico de las denominaciones y congregaciones evangélicas fuera del movimiento carismático. En otras palabras, aquellos cuyo trasfondo es como aquel en el que yo crecí. Existen dos razones básicas por las que los no carismáticos tienden a cerrarle la puerta al mundo sobrenatural. Una es la sospecha de que las prácticas carismáticas están alejadas de la sana exégesis de la Escritura. Como biblista me resulta fácil coincidir con esa sospecha, pero con el paso del tiempo ha degenerado en general en una reacción exagerada y cerril que, a su vez, se ha apartado de la cosmovisión de los autores bíblicos. La otra razón es menos autocomplaciente. La Iglesia creyente está cediendo ante el peso de su propio racionalismo, una cosmovisión moderna que sería del todo ajena a los hagiógrafos. Durante siglos, la enseñanza cristiana tradicional ha mantenido el mundo invisible a cierta distancia. Creemos en una Deidad plural porque el cristianismo sin ella no tiene sentido. El resto del mundo invisible es tratado con un suspiro o una risita. El segundo gran defecto se puede observar dentro del propio movimiento carismático: elevar la experiencia por encima de la Escritura. Si bien ese movimiento está predispuesto a aceptar la idea de un mundo espiritual animado, su concepción de ese mundo está marcada básicamente por la experiencia y por una lectura idiosincrásica del libro de Hechos. Estos dos defectos, aunque aparentemente bastante diferentes entre sí, de hecho son fruto del mismo problema fundamental subyacente: el punto de vista sobre el mundo invisible del cristianismo moderno no sigue la línea de la antigua cosmovisión de los autores bíblicos. Hay un sector que erróneamente relega el mundo invisible a la periferia del debate teológico. El otro sector está tan ocupado buscando interactuar con él de alguna manera que se ha despreocupado de su anclaje bíblico, lo que da como resultado una caricatura. Me preocupan ambos defectos, pero dado que este libro es producto de mi propia historia, el problema del cristiano escéptico me afecta más directamente y es mi mayor preocupación. Si su trasfondo, como el mío, es el de alguna rama evangélica del protestantismo no carismático, tal vez se considere a sí mismo una excepción de los patrones que he señalado, o piense que he exagerado la situación. Pero ¿que pensaría si un amigo cristiano le dijera en confianza que creía que le había ayudado un ángel de la guarda o que había escuchado de manera audible una voz avisándole de algún? Y ¿que diría si su amigo afirmara haber presenciado una posesión demoníaca o estar convencido de que Dios había guiado su vida a través de un sueño que incluía una aparición de Jesús? La mayoría de los que no somos carismáticos tendríamos que admitir que nuestra reacción inicial sería la de dudar, aunque en realidad tenemos unos reflejos menos primarios. Asentiríamos con la cabeza y escucharíamos educadamente la ferviente historia de nuestro amigo, pero todo ese tiempo estaríamos buscando otras posibles explicaciones. Eso es debido a nuestra inclinación moderna a insistir en las pruebas. Puesto que vivimos en una era científica, tendemos a pensar que este tipo de experiencias en realidad son malinterpretaciones emocionales de los hechos (o peor aún, algo que se puede tratar con la medicación adecuada). Y en algún caso concreto puede que ese sea el caso, pero lo cierto es que nuestra subcultura evangélica moderna nos ha enseñado a pensar que nuestra teología impide cualquier experiencia del mundo invisible. En consecuencia, no es una parte importante de nuestra teología. Mi aseveración es que, si nuestra teología realmente proviene del texto bíblico, debemos reconsiderar nuestra sobrenaturalismo selectivo y recuperar una teología bíblica del mundo invisible. Con esto no estoy sugiriendo que la mejor interpretación de un pasaje siempre sea la más sobrenatural. Ahora bien, los autores bíblicos y aquellos a quienes escribieron estaban predispuestos al sobrenaturalismo. Ignorar esa perspectiva o marginarladará como resultado una interpretación bíblica que reflejará nuestra mentalidad mucho más que la de los hagiógrafos. 3. Damos por supuesto que muchas cosas de la Biblia son demasiado extrañas o periféricas como para tener importancia Algún tiempo después de mudarnos a Wisconsin para hacer mi doctorado, mi esposa y yo encontramos una iglesia que parecía iba a ser nuestra nueva congregación local. El pastor era graduado de un seminario muy conocido. Su primer sermón basado en 1 Pedro estuvo repleto de una exposición sólida. Me ilusionaban las expectativas de futuro. A la tercera visita ya había llegado a 1 Pedro 3:14–22 en la serie de sermones, un pasaje extraño que también es uno de mis favoritos. Lo que pasó a continuación lo tengo grabado en mi memoria. El pastor subió al púlpito y anunció con total sinceridad: “Vamos a saltar esta sección de 1 Pedro porque es demasiado extraña”. No volvimos a asistir a esa iglesia. He sido testigo de este tipo de escapismo en más de una ocasión. Por lo general no es tan espectacular. Los pastores no suelen decirle a la gente que se salte porciones de la Biblia. La estrategia más habitual para “manejar” pasajes extraños es más sutil, y consiste en eliminar de ese texto cualquier cosa que lo convierte en extraño. El objetivo es ofrecer la interpretación más corriente y cómoda posible. Esta estrategia resulta, cuando menos, irónica. ¿Por qué razón los cristianos que defienden enérgicamente la creencia en Dios o en el nacimiento virginal frente a las acusaciones de que son anticientíficas o irracionales, no dudan ni por un instante en llamar a los grupos de intervención académica para que justifiquen los pasajes bíblicos “extraños”? Las doctrinas esenciales de la fe son en sí mismas extraordinarias y no encajan fácilmente dentro del racionalismo empírico. Hay muchas posibilidades de que nunca haya escuchado que el Salmo 82 juega un papel fundamental dentro de la teología bíblica (incluida la teología del Nuevo Testamento). He sido cristiano durante más de treinta años y nunca he escuchado un sermón sobre este texto. Existen muchos otros pasajes cuyo contenido resulta curioso o “carente de sentido” y que por ese motivo son abandonados o cuando se leen se pasa por encima. Esta es una muestra de ellos: • Gn 1:26 • Gn 3:5, 22 • Gn 6:1–4 • Gn 10–11 • Gn 15:1 • Gn 48:15–16 • Ex 3:1–14 • Ex 23:20–23 • Nm 13:32–33 • Dt 32:8–9 • Dt 32:17 • Jue 6 • 1 Sm 3 • 1 Sm 23:1–14 • 1 Re 22:1–23 • 2 Re 5:17–19 • Job 1–2 • Sal 82; 68; 89 • Is 14:12–15 • Ez 28:11–19 • Dn 7 • Mt 16:13–23 • Jn 1:1–14 • Jn 10:34–35 • Rom 8:18–24 • Rom 15:24, 28 • 1 Cor 2:6–13 • 1 Cor 5:4–5 • 1 Cor 6:3 • 1 Cor 10:18–22 • Gal 3:19 • Ef 6:10–12 • Heb 1–2 • 1 Pe 3:18–22 • 2 Pe 1:3–4 • 2 Pe 2:4–5 • Judas 5–7 • Ap 2:26–28 • Ap 3:21 No los tome como un simple catálogo. La lista es deliberada y está compuesta por pasajes que analizaremos en este libro. Son textos conceptualmente interconectados entre sí, que arrojan luz sobre los pasajes que se estudian más habitualmente (aquellos que sí “tienen sentido”. Consúltelos para entrever de qué estaremos hablando. ¿Cómo se supone que debemos entender la identidad de los “hijos de Dios” en Génesis 6:1–4? ¿Por qué Jesús reprendió airadamente a Pedro diciendo: “Apártate de mí, Satanás”? ¿Por qué le dice Pablo a la iglesia de Corinto que deje de discutir porque algún día “hemos de juzgar a los ángeles”? Son muchas las explicaciones ofrecidas por pastores y maestros bíblicos para estos y otros pasajes extraños, pero la mayor parte de ellas se presentan sin considerar cómo encajan esas explicaciones con el resto de la Biblia, con pasajes extraños y no tan extraños. En este libro ofreceré mi opinión sobre muchos “pasajes extraños”. Otros eruditos han hecho lo mismo, pero si mi enfoque es distinto es porque se desprende de la perspectiva del mosaico. No existe independientemente de otros pasajes. Son explicaciones que se aplican a más de un solo lugar. Lo que pretendo decir no es que podamos tener una seguridad absoluta en la interpretación de todos los pasajes de la Biblia. Nadie, incluido el presente autor, está siempre en lo cierto acerca del significado de cada pasaje. Soy muy consciente de mi propia falta de omnisciencia (y mi mujer también, por cierto). Al contrario, lo que afirmo en este libro es que si es extraño, es importante. Cada pasaje juega un papel coherente dentro del conjunto del mosaico. He dicho que el mosaico de la teología bíblica le da coherencia a las piezas de la Biblia. Pero la Biblia es una obra extensa y detallada. Una de las partes más difíciles de escribir este libro fue decidir qué reservar para otro libro—cómo ser completo sin llegar a ser exhaustivo. Al final decidí hacer trampas. Este libro es la culminación de años pasados leyendo y estudiando el texto bíblico y examinando los puntos de vista de otros especialistas. He llegado a acumular miles de libros y artículos académicos que tienen que ver, de una forma u otra, con la antigua cosmovisión bíblica que elabora el mosaico. Los he leído casi todos parcial o totalmente. Mi bibliografía es casi tan larga como este libro, y esto lo menciono para dejar claro que las ideas sobre las que podrá leer aquí no son forzadas. Todas ellas han sobrevivido a lo que los eruditos denominan evaluación por los iguales (esto es, por parte de otros colegas). Mi contribución principal es la síntesis de las ideas y la elaboración de una teología bíblica no derivada de la tradición sino estructurada exclusivamente a partir del contexto de la antigua cosmovisión de la propia Biblia. La presente obra mantiene un tono académico, pero no es necesariamente un libro para expertos. Usted no necesita haber estudiado en un seminario o conseguido un grado avanzado para seguir los argumentos. He tratado de reservar el debate técnico para la página web complementaria que acompaña a este libro, donde se ofrecen explicaciones más completas sobre ciertos temas, bibliografía adicional y datos “básicos” de los idiomas originales para aquellos que deseen ese tipo de información. Para quienes tal vez encuentren este libro demasiado denso, he escrito una versión menos detallada que se titula Sobrenatural. Abarca los conceptos fundamentales de este libro y está orientado a la aplicación práctica de la cosmovisión sobrenatural de los autores bíblicos, es decir, a cómo debería cambiar nuestra vida espiritual y nuestra perspectiva el mosaico bíblico aquí presentado. El subtítulo de este libro (“Recuperando la cosmovisión sobrenatural de la Biblia”) capta la lucha de una persona moderna con un corazón creyente que intenta pensar como un autor bíblico premoderno. Si llega a poder sentir al menos un poco de ese conflicto interno, entonces se encuentra donde yo me he visto durante mucho tiempo. Y sigo en ese viaje. En algún lugar del trayecto llegué a creer que no necesitaba que nadie me protegiera de mi Biblia. Si usted también lo cree, está preparado para continuar. PARTE 2: LAS CASAS DE DIOS CAPÍTULO 3: El séquito de Dios Los niños suelen preguntar: “¿Qué había antes de que Dios hiciera el mundo?” La respuesta que da la mayoría de los adultos es que Dios ya estaba ahí. Eso es verdad, pero una verdad incompleta. Dios tenía compañía. Y no me refiero a los demás miembros de la Trinidad. LA FAMILIA DE DIOS La respuesta bíblica es que las huestes celestiales estaban con Dios antes de la creación. De hecho, fueron testigos de ella. Lo que Dios le dice a Job en Job 38:4–7 sobre este punto es claro: 4 “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. 5 ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? 6 ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, 7 Cuando alababan todas las estrellas del alba, Y se regocijaban todos los hijos de Dios? CuandoDios puso los cimientos de la tierra, los “hijos de Dios” estaban allí, gritando de gozo. Pero ¿quiénes son los hijos de Dios? Evidentemente no se trata de seres humanos. Esta escena tiene lugar antes de la creación del mundo. Podríamos pensar que son ángeles, pero eso tampoco sería del todo correcto. El mundo invisible tiene una jerarquía, algo que se refleja en términos como arcángel frente a ángel. En ocasiones a nosotros nos resulta difícil discernir esa jerarquía en el Antiguo Testamento, ya que no estamos acostumbrados a concebir el mundo invisible como una casa dinástica (más sobre eso a continuación), tal como un israelita habría procesado ciertos términos utilizados para describir la jerarquía. En el mundo semítico antiguo, hijos de Dios (en hebreo: beney elohim) es una frase usada para identificar seres divinos con un grado de responsabilidad o jurisdicción más elevados. El término ángel (en hebreo: malʾak) describe una tarea importante, aunque de menor entidad: la de entregar mensajes. En Job 38, se habla de los hijos de Dios como “estrellas del alba”. Esa misma descripción se encuentra en textos antiguos extrabíblicos de la época. La gente de la Antigüedad pensaba que las estrellas eran entes vivos. Su razonamiento era sencillo: Muchas estrellas se movían. Para la mentalidad antigua eso era una señal de vida. Las estrellas eran la gloria brillante de seres vivos. Las estrellas también habitaban el mundo divino—Así, literalmente, en el sentido de que existían fuera de la tierra. Los antiguos creían que los seres divinos vivían alejados de los humanos, en lugares remotos donde a los seres humanos no les era posible vivir. El lugar más remoto de todos era el firmamento, los cielos. Las estrellas del alba son las estrellas que se observan sobre el horizonte justo antes de que el sol aparezca por la mañana. Son señales de una nueva vida, de un nuevo día. La etiqueta funciona. Transmite la idea correcta. Las estrellas del alba originales, los hijos de Dios, contemplaron el origen de la vida tal como la conocemos: la creación de la tierra. Así pues, desde el principio Dios tiene compañía: otros seres divinos, los hijos de Dios. La mayoría de las explicaciones de lo que había antes de la creación omiten la presencia de los miembros de las huestes celestiales. Esto resulta desafortunado, ya que Dios y los hijos de Dios, la familia divina, son las primeras piezas del mosaico. Hasta ahora apenas hemos llegado al momento de la creación, y ya hemos descubierto algunas verdades importantes de la Escritura que tienen el potencial de afectar nuestra teología de manera sencilla pero, a la vez, profunda. Su importancia, aunque no esté clara todavía, se verá claramente muy pronto. Lo primero que hemos aprendido es que los hijos de Dios son divinos, no humanos. Los hijos de Dios fueron testigos de la creación mucho tiempo antes de que hubiera personas. Son seres inteligentes no humanos. La referencia a los hijos de Dios como estrellas también deja claro que son divinos. Si bien el lenguaje es metafórico, también es más que metafórico. En el siguiente capítulo veremos otros pasajes que nos dicen que los hijos de Dios son entidades divinas reales creadas por Yahvé, el Dios de Israel. En segundo lugar, la etiqueta “hijos” merece que le prestemos atención. Es un término familiar, y eso no es una coincidencia ni algo intrascendente. Dios tiene una familia invisible. De hecho, se trata de su familia original. La lógica es la misma que encontramos detrás de las palabras de Pablo en el libro de Hechos, en la colina de Marte (el Areópago), de que en realidad todos los seres humanos somos descendencia de Dios (Hch 17:28). Dios ha creado toda una hueste de seres divinos no humanos que (a ojos de los hombres) pertenecen a un mundo invisible. Y porque los ha creado, afirma que son sus hijos, del mismo modo que usted afirma que sus hijos e hijas son suyos porque usted ha tenido que ver con su creación. Aunque está claro que los hijos de Dios estaban con él antes de la creación, hay muchas cosas sobre ellos que no están claras. Son divinos, pero ¿qué significa eso exactamente? ¿Cómo deberíamos concebirlos en relación con Dios? LA CASA DE DIOS A los gobernantes del antiguo Egipto se les llamaba faraones. En realidad, en el idioma del antiguo Egipto, el título constaba de dos palabras, per a-a, que quiere decir “gran casa (familia)”. El concepto que se tenía de la casa de las familias gobernantes del antiguo Egipto era el de una burocracia dinástica. Por lo general, los faraones tenían familias extendidas. A menudo nombraban a miembros de la familia para que ocuparan puestos clave de autoridad en su administración. Era habitual que las personas que detentaban los lugares de élite dentro del personal de la burocracia gobernante del rey procedieran de la casa de Faraón. Eran administradores, no humildes mensajeros. Este concepto y estructura eran bien conocidos por todo el mundo antiguo. Indicaba una autoridad estratificada: un rey excelso, unos administradores en posiciones clave que con frecuencia eran parientes del rey y personal de bajo nivel que servía a los altos cargos. Todos los que formaban parte del sistema eran miembros del gobierno, pero había grados tanto en la autoridad como en el estatus de cada uno de ellos. Varios pasajes veterotestamentarios señalan que esta estructura administrativa también existe en el mundo celestial. El caso del Salmo 82 tal vez sea el más claro, y quizás el más llamativo. Tal como relaté en el primer capítulo, es el pasaje que me abrió los ojos. El salmo se refiere a la administración de Yahvé como un consejo o concilio. El primer versículo dice así: Dios (elohim) está en la reunión de los dioses; En medio de los dioses (elohim) juzga. Sin duda observó que, tal como indiqué en el capítulo uno, la palabra elohim aparece dos veces en este versículo. También es probable que se diera cuenta de que elohim es uno de los nombres de Dios, a pesar del hecho de que la forma de la palabra es plural. En español construimos los plurales añadiendo una -s o -es (ratas, caballos, papeles). En hebreo, la forma plural del masculino termina en -im. Si bien el término elohim es plural en cuanto a forma, su significado puede ser plural o singular. Lo más habitual en la Biblia hebrea (más de 2,000 veces) es que sea singular y haga referencia al Dios de Israel. En español también tenemos palabras así. Por ejemplo, el término paraguas puede ser singular o plural. Cuando vemos paraguas por sí solo, no sabemos si debemos pensar en uno o en varios. Si colocamos la palabra paraguas dentro de una frase (“El paraguas se rompió”), sabemos que se trata de uno solo, ya que se rompió requiere la presencia de un sujeto en singular. Del mismo modo, “Se rompieron todos los paraguas” nos indica que se habla del estado en que quedaron más de un paraguas. La gramática nos orienta, y lo mismo sucede en hebreo. El Salmo 82:1 resulta especialmente interesante, ya que elohim aparece en dos ocasiones dentro del mismo versículo. En el Salmo 82:1, el primer elohim debe ser singular, ya que la gramática hebrea sitúa el término como sujeto de un verbo en singular (“está”). El segundo elohim, por el contrario, debe ser plural, puesto que la preposición que lo precede (“en medio de”) requiere que se trate de más de uno. No se puede estar “en medio de” uno. La preposición demanda la existencia de un grupo—igual que el sustantivo anterior, reunión o asamblea. El significado del versículo no puede ser otro: El único elohim de Israel preside la asamblea de los elohim. Una lectura rápida del Salmo 82 nos informa de que Dios ha convocado esta reunión para juzgar a los elohim por gobernar de forma corrupta a las naciones. El versículo 6 del salmo declara que estos elohim son hijos de Dios. Dios les dice: Yo dije: Vosotros sois dioses [elohim], Y todos vosotros hijos del Altísimo [beney elyon]. Para un autor bíblico, el Altísimo (elyon) era el Dios de Israel. El Antiguo Testamento se refiere a él como Altísimoen varios lugares (p. ej., Gn 14:18–22; Nm 24:16; Sal 7:17; 18:13; 47:2). Aquí se llama claramente a los hijos de Dios/del Altísimo elohim, ya que el pronombre “vosotros” en el versículo 6 está en plural en hebreo. El texto no aclara si están siendo juzgados todos los elohim o solamente algunos. La idea de elohim que gobiernan las naciones bajo la autoridad de Dios es un concepto bíblico que se describe en otros pasajes que analizaremos más adelante. Por ahora, es suficiente ver con claridad que los hijos de Dios son seres divinos que se encuentran bajo la autoridad del Dios de Israel. Así entenderá por qué el salmo me marcó tanto. En el primer versículo Dios aparece presidiendo una asamblea de dioses. ¿Acaso no suena todo esto como un panteón, algo que asociamos con el politeísmo y la mitología? Precisamente por esta razón, muchas traducciones castellanas oscurecen el hebreo en este versículo. Por ejemplo, LBLA lo traduce como: “Dios ocupa su lugar en su congregación; El juzga en medio de los jueces.” No hay ninguna necesidad de camuflar lo que dice el texto hebreo. No habría que proteger a las personas de la Biblia. Los hagiógrafos no eran politeístas. Pero dado que el Salmo 82 genera preguntas y controversia, debemos dedicarle algún tiempo a lo que enseña y lo que no enseña, así como a otros pasajes que nos dan a conocer la existencia de un consejo divino. Esto es lo que haremos precisamente en el siguiente capítulo. CAPÍTULO 4: Dios solo No cabe ninguna duda de que el Salmo 82 puede sacudir nuestra cosmovisión bíblica. Una vez me di cuenta de lo que decía realmente, me convencí de que necesitaba ver la Biblia a través de los ojos de los antiguos, no de mis tradiciones. Tenía que abrirme paso entre las preguntas que probablemente estén rondando su propia cabeza y corazón ahora que ha leído (y quiero decir leído realmente) ese pasaje. En primer lugar, y por encima de todo, debería ser consciente de algunas de las formas en que los intérpretes han distorsionado el claro significado del Salmo 82, y por qué aquí no se está enseñando el politeísmo. LOS SERES DIVINOS NO SON HUMANOS Muchos cristianos que manifiestan objeciones contra el sentido llano del texto hebreo del Salmo 82 afirman que en realidad en este salmo se está describiendo a Dios el Padre hablando con los demás miembros de la Trinidad. Este punto de vista desemboca en una herejía. Confío en que pueda darse cuenta de por qué esto es así— el salmo presenta a Dios juzgando a los otros elohim por corrupción (vv. 2–4). Los elohim corruptos son sentenciados a morir como los seres humanos (v. 7). Tan solo con estas observaciones debería bastar para que cualquier cristiano que se preocupa por la doctrina de Dios abandonara semejante idea. Existen, además, otros errores. El final del salmo deja claro que a los elohim que están siendo castigados se les había dado algún tipo de autoridad sobre las naciones del mundo, una tarea en la que habían fracasado. Esto no encaja con la Trinidad. Otros creyentes que encuentran problemas con esta primera idea tratan de argumentar que los hijos de Dios son seres humanos (judíos, para ser más precisos). Algunos lectores judíos (que obviamente no serían trinitarios) también se decantan por esta postura. Este “punto de vista humano” contiene tantos errores como el punto de vista trinitario. Las Escrituras no enseñan en ningún momento a lo largo de todo el Antiguo Testamento que a los judíos o a los dirigentes judíos se les pusiera como autoridades sobre el resto de las naciones. Más bien al contrario; debían mantenerse separados de las demás naciones. El pacto con Abraham presuponía tal separación: si Israel era completamente leal a Yahvé, las otras naciones serían bendecidas (Gn 12:1–3). Además, los seres humanos, por naturaleza, no son seres desencarnados, sin cuerpo. La palabra elohim es un término que denota el “lugar de residencia”. Nuestro hogar es el mundo de la personificación; los elohim, por su propia esencia, habitan el mundo espiritual. Ahora bien, el verdadero problema con el punto de vista humano es que no se puede reconciliar con otros pasajes del Antiguo Testamento hebreo que hacen referencia a un consejo divino de elohim. El Salmo 89:5–7 (hebreo: vv. 6–8) contradice explícitamente la idea de un consejo divino en el que los elohim son humanos. 5 Celebrarán los cielos tus maravillas, oh Jehová, Tu verdad también en la congregación de los santos. 6 Porque ¿quién en los cielos se igualará a Jehová? ¿Quién será semejante a Jehová entre los hijos de los potentados (hijos de Dios)? 7 Dios temible en la gran congregación de los santos, Y formidable sobre todos cuantos están alrededor de él. El consejo divino de Dios es una asamblea en los cielos, no en la tierra. El lenguaje es inequívoco. Esto es exactamente lo que cabría esperar si concebimos a los elohim como seres divinos. Es un absoluto contrasentido si pensamos en ellos como humanos. No hay ninguna referencia en la Escritura a un consejo de seres humanos que sirven a Yahvé en los cielos (sean judíos o no). Lo que describen el Salmo 82 y el 89 coincide plenamente con lo que vimos anteriormente en Job 38:7: un grupo de hijos de Dios celestiales. También concuerda perfectamente con otras referencias a los hijos de Dios como elohim en plural: Los hijos de Dios vinieron a presentarse delante de Jehová. (Job 1:6; 2:1) 1 Tributad a Jehová, oh hijos de los poderosos (hijos de Dios), Dad a Jehová la gloria y el poder. 2 Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; (Sal 29:1–2). ¿Acaso estas referencias bíblicas describen a un grupo de dirigentes judíos, entre los cuales (en el pasaje de Job) aparece el gran adversario de Yahvé, que causan el sufrimiento de Job? La conclusión es obvia. El PLURAL DE ELOHIM NO SIGNIFICA POLITEÍSMO Muchos eruditos creen que el Salmo 82 y otros pasajes demuestran que la religión del antiguo Israel comenzó como un sistema politeísta que posteriormente fue evolucionando hacia el monoteísmo. Personalmente rechazo esta idea, así como cualquier otra explicación que pretenda ocultar el sentido llano del texto. En todos esos casos, el pensamiento está mal encaminado. La raíz del problema está en una noción equivocada de lo que significa exactamente el término elohim. Dado que elohim se traduce tan frecuentemente como Dios, vemos la palabra hebrea de la misma manera que lo hacemos con el término D-i-o-s, en mayúsculas. Al ver el término Dios, instintivamente pensamos en un ser divino con una serie de atributos únicos: omnipresencia, omnipotencia, soberanía, etcétera. Pero este no es el modo en que un autor bíblico pensaba sobre el término. Los hagiógrafos no le asignaban una serie de atributos concretos a la palabra elohim. Esto queda meridianamente claro cuando observamos cómo empleaban este vocablo. Los autores bíblicos usan el término elohim para referirse a media docena de entes distintos. Sea cual sea la explicación religiosa, los atributos de esos entes no son iguales. • Yahvé, el Dios de Israel (miles de veces—p. ej., Gn 2:4–5; Dt 4:35) • Los miembros del consejo de Yahvé (Sal 82:1, 6) • Dioses y diosas de otras naciones (Jue 11:24; 1 Re 11:33) • Demonios (en hebreo: shedim—Dt 32:17) • El difunto Samuel (1 Sm 28:13) • Ángeles o el Ángel de Yahvé (Gn 35:7) La importancia de esta lista se puede resumir en una sola pregunta: ¿creería de verdad cualquier israelita, especialmente un autor bíblico, que los difuntos y los demonios están al mismo nivel que Yahvé? No. El uso del término elohim por parte de los hagiógrafos nos indica muy claramente que la palabra no tenía que ver con una serie de atributos. Aunque cuando nosotros vemos escrito “D-i-o-s” pensamos en una serie de atributos únicos, cuando un autor bíblico escribía elohim, no estaba pensando de esa manera. Si lo hubiera hecho, nunca habría utilizado el término elohim para describir cualquier cosa que no fuera Yahvé. Por consiguiente, no existe ninguna justificación para concluir que la forma plural elohim produceun panteón de deidades intercambiables. No hay base alguna para concluir que los autores bíblicos consideraran a Yahvé como alguien no mejor que cualquier otro elohim. Un hagiógrafo no hubiera dado por supuesto que Yahvé podía ser derrotado por otro elohim en cualquier momento, o que otro elohim (¿por qué no cualquiera de ellos?) tenía el mismo conjunto de atributos. Esa es la manera de pensar del politeísmo, no la imagen que presenta la Biblia. Podemos estar seguros de esta conclusión observando una vez más lo que los autores bíblicos dicen acerca de Yahvé (y que nunca dicen sobre otro elohim). Los hagiógrafos hablan de Yahvé en formas que delatan su creencia en su singularidad y carácter incomparable: “¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses [elim]?” (Ex 15:11) “porque ¿qué dios [el] hay en el cielo ni en la tierra que haga obras y proezas como las tuyas?” (Dt 3:24) “Jehová Dios de Israel, no hay dios [elohim] como tú, ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra” (1 Re 8:23). Porque tú, Jehová, eres excelso sobre toda la tierra; Eres muy exaltado sobre todos los dioses [elohim] (Salmo 97:9). Los autores bíblicos también le asignan cualidades únicas a Yahvé. Yahvé es todopoderoso (Jr 32:17, 27; Sal 72:18; 115:3), el rey soberano sobre los demás elohim (Sal 95:3; Dn 4:35; 1 Re 22:19), el creador del resto de los miembros de sus huestes-consejo (Sal 148:1–5; Neh 9:6; cf. Job 38:7; Dt 4:19–20; 17:3; 29:25–26; 32:17; Sant 1:17) y el único elohim que merece la adoración de los otros elohim (Sal 29:1). De hecho, Nehemías 9:6 declara explícitamente que Yahvé es único—solo hay un Yahvé (“Tú solo eres Jehová”). El uso bíblico de elohim no resulta difícil de entender una vez que sabemos que no tiene que ver con atributos. Lo que tienen en común todos los personajes de la lista anterior es que habitan el mundo espiritual. En esa esfera existe una jerarquía. Por ejemplo, Yahvé posee atributos superiores con respecto a todos los elohim. Pero los atributos de Dios no son lo que lo convierte en un elohim, ya que hay seres inferiores que son miembros de ese mismo grupo. Los escritores del Antiguo Testamento entendían que Yahvé era un elohim, pero ningún otro elohim era Yahvé. Él era único en su género entre todos los residentes del mundo espiritual. Esto no quiere decir que un elohim no pudiera interactuar con el mundo humano. La Biblia deja claro que los seres divinos pueden (y de hecho lo hacían) tomar forma humana, e incluso la carne corporal, para interactuar con las personas, pero que ese no es su estado normal. Los seres espirituales son “espíritus” (1 Re 22:19–22; Jn 4:24; Heb 1:14; Ap 1:4). Asimismo, los seres humanos pueden ser transportados al mundo divino (p.ej., Is 6), pero ese no es su plano normal de existencia. Como expliqué anteriormente en este capítulo, la palabra elohim es un término que denota el “lugar de residencia”. No tiene nada que ver con un conjunto concreto de atributos. Veamos algunas de las otras cuestiones que suscita el Salmo 82. ¿PARA QUÉ NECESITA DIOS UN CONSEJO? Esta es una pregunta obvia, y su respuesta es igual de obvia: Dios no necesita un consejo. Pero bíblicamente está claro que tiene uno. En realidad es una pregunta muy parecida a otra: ¿Para qué necesita Dios a las personas? La respuesta es idéntica: Dios no necesita a las personas, pero las utiliza. Dios no depende de los seres humanos para llevar adelante sus planes. Dios no nos necesita para evangelizar. Él podría salvar a todas las personas que quisiera simplemente pensando en ello. Dios podría eliminar el mal en un abrir y cerrar de ojos y hacer que la historia humana llegara al fin que él desea en cualquier momento. Pero no lo hace. En vez de eso, lleva adelante su plan para todas las cosas que hay en la tierra usando seres humanos. Tampoco es un ser incompleto sin nuestra adoración, pero la desea. No estoy diciendo que la pregunta de si Dios necesita o no un consejo carezca de importancia. Lo que sí digo es que eso no es un argumento en contra de la existencia de un consejo divino. ¿SON REALES LOS ELOHIM? Aquellos que desean evitar la nitidez del Salmo 82 argumentan que los dioses tan solo son ídolos y que, como tales, no son reales. Este es un argumento que la Escritura contradice de plano. También resulta ilógico y muestra una comprensión errónea de las razones de la idolatría. Por lo que se refiere a la Escritura, no hace falta mirar más allá de Deuteronomio 32:17. Sacrificaron [los israelitas] a los demonios [shedim], y no a Dios [eloah], a dioses [elohim] que no habían conocido. El versículo llama explícitamente a los elohim que los israelitas habían adorado en su perversión demonios (shedim). Este término, que se emplea raramente (Dt 32:17; Sal 106:37) proviene del término acadio shedu. En el antiguo Oriente Próximo, el vocablo shedu era neutral; podía referirse a seres espirituales buenos o malvados. Estas figuras acadias a menudo eran representadas como seres guardianes o protectores, si bien el término también se empleaba para describir la fuerza vital de una persona. En el contexto de Deuteronomio 32:17, los shedim eran elohim—seres espirituales que guardaban un territorio extranjero—que no debían ser adorados. Se suponía que Israel debía adorar a su propio Dios (aquí, eloah; cf. Dt 29:25). No se puede negar la realidad de los elohim/shedim en Deuteronomio 32:17 sin negar la realidad de los demonios. Los especialistas no se poden de acuerdo sobre qué tipo de seres eran los shedim. Pero sea cual sea la interpretación correcta de la identidad de los shedim, no eran piezas de madera o piedra. Los expertos en la primera carta de Pablo a los Corintios saben que, en la advertencia del apóstol de que no tengan comunión con los demonios (1 Cor 10:20), los comentarios de Pablo siguen la historia de los israelitas que se describe en Deuteronomio 32. Él advierte a los creyentes que no deben tener comunión con los demonios y lo hace basándose en el pecado de Israel al adorar a otros dioses. Pablo emplea el término daimonion, una de las palabras que se usan frecuentemente en el Nuevo Testamento en alusión a los seres espirituales malignos, para traducir shedim en Deuteronomio 32:17. Pablo conocía su Biblia hebrea y no negó la realidad de los shedim, que son elohim. ¿“NO HAY DIOS FUERA DE MÍ”? Otra estrategia equivocada es argumentar que las declaraciones veterotestamentarias en las que Dios dice “no hay nadie fuera de mí” quieren decir que no existen otros elohim. No es este el caso. Estas frases no contradicen el Salmo 82 u otros pasajes que afirman, por ejemplo, que Yahvé está por encima de todos los elohim o que es el “Dios de dioses [elohim].” He escrito mucho sobre este asunto (fue el tema central de mi tesis doctoral). Estas “declaraciones de negación”, tal como las llaman los eruditos, no afirman la no existencia de otros elohim. De hecho, algunas de ellas se encuentran en capítulos en los que se afirma la realidad de otros elohim. Ya hemos visto que Deuteronomio 32:17 se refiere a elohim en cuya existencia Pablo creía. Deuteronomio 32:8–9 también hace referencia a los hijos de Dios. Deuteronomio 4:19–20 es un pasaje paralelo, y sin embargo Deuteronomio 4:35 dice que no hay otro dios fuera de Yahvé. Entonces, ¿está la Escritura llena de contradicciones? No. Estas “declaraciones de negación” no niegan la existencia de otros elohim. Más bien, niegan que exista otro elohim comparable a Yahvé. Son declaraciones de incomparabilidad. Este punto se puede ilustrar fácilmente observando otros lugares en la Biblia donde aparece el mismo lenguaje de negación. Isaías 47:8 y Sofonías 2:15 presentan a Babilonia y Nínive, respectivamente, diciendo “no hay nadie fuera de mí”. ¿Debemos entonces creer que el propósito de la frase es declarar que no existen otras ciudades salvo Babilonia o Nínive? Eso sería absurdo. El propósito de la declaración es que Babilonia y Nínive se consideraban a sí mismas incomparables, como si ninguna otra ciudad se pudiera comparar con ellas. Este es, precisamente,el punto cuando se usan las mismas frases en relación con otros dioses: ninguno puede compararse con Yahvé. La Biblia no se contradice a sí misma en este punto. Los que quieren aducir que los demás elohim no existen se posicionan en contra de la cosmovisión sobrenatural de los autores bíblicos. EXAMINEMOS LA LÓGICA La negación de que otros elohim existan es un insulto a la sinceridad de los autores bíblicos y a la gloria de Dios. ¿Cómo puede ser coherente decir que los versículos que ensalzan la superioridad de Yahvé sobre todos los elohim (Sal 97:9) en realidad están diciendo que Yahvé es más grande que seres que no existen? ¿Dónde queda la gloria de Dios en pasajes que instan a otros elim a adorar a Yahvé (Sal 29:1–2) cuando los hagiógrafos no creen que esos seres sean reales? ¿Estaban inspirados los autores para mentirnos o timarnos, para hablarnos de tonterías teológicas? A mi modo de ver, es una burla a Dios decir: “Eres más grande que algo que no existe”. Lo mismo podría decirse de mi perro. Afirmar que “entre los seres que todos sabemos que no existen no hay nadie como Yahvé” equivale a comparar a Yahvé con Spiderman o Bob Esponja. Esto es reducir la alabanza a unas risitas. ¿Por qué iba el Espíritu Santo a inspirar semejante sandez? COMPRENSIÓN ERRÓNEA DE LA IDOLATRÍA A los profetas bíblicos les encanta burlarse de la elaboración de ídolos. Parece estúpido esculpir un ídolo a partir de la madera o la piedra, o hacer un ídolo de arcilla y luego adorarlo. Pero los pueblos antiguos no creían que sus dioses fueran en realidad imágenes de piedra o madera. Si creemos esto, estamos malinterpretando a los autores bíblicos. Lo que los antiguos adoradores de ídolos creían era que los objetos que hacían eran habitados por sus dioses. Este es el motive por el que realizaban ceremonias para “abrir la boca” de la estatua. La boca (y las fosas nasales) tenían que ser abiertas ritualmente para que el espíritu de la deidad se trasladara y ocupara el ídolo, una idea basada en la noción de que uno necesita respirar para vivir. Lo primero que había que hacer era animar el ídolo con la presencia espiritual real de la deidad. Una vez hecho esto, el ente era confinado a la adoración y la negociación. Esto se puede probar fácilmente con los textos antiguos. Existen relatos, por ejemplo, de ídolos que eran destruidos. En esas narraciones no hay ningún temor a que el dios estuviera muerto. Antes bien, lo único que hacía falta era construir otro ídolo. La advertencia de Pablo en 1 Corintios 10:18–22, a la que hemos aludido anteriormente, refleja esta manera de pensar. Antes, en esa misma carta, les había dicho a los corintios que un ídolo no tenía poder y que, por sí mismo, no era nada (1 Cor 8:4). Si bien los gentiles tenían otros señores y dioses, para los creyentes solamente había un Dios verdadero. Pero en el capítulo 10, aclara que él también sabe que los sacrificios a los ídolos en realidad son sacrificios a los demonios, esto es, miembros malignos del mundo espiritual. ¿Y QUÉ HAY DE JESÚS? Los lectores del Salmo 82 a menudo plantean una pregunta concreta sobre Jesús. Si existen otros hijos de Dios divinos, ¿qué hacemos con la descripción de Jesús como el “unigénito” hijo de Dios (Jn 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn 4:9)? ¿Cómo podría ser Jesús el único hijo divino cuando había otros? “Unigénito” es una traducción que, desafortunadamente, crea confusión, especialmente a los oídos modernos. No solo la traducción “unigénito” parece contradecir las nítidas declaraciones veterotestamentarias acerca de la existencia de otros hijos de Dios, sino que implica que hubo un tiempo en que el Hijo no existía, es decir, que tuvo un principio. La palabra griega traducida así es monogenes. No significa “unigénito” en el sentido de haber sido “dado a luz”. La confusión proviene de una antigua comprensión errónea de la raíz del término griego. Durante muchos años se pensó que monogenes derivaba de dos palabras griegas, monos (“único”) y gennao (“engendrar, concebir”). Los especialistas en griego descubrieron posteriormente que la segunda parte de monogenes no proviene del verbo griego gennao, sino del sustantivo genos (“clase, género”). El término significa literalmente “uno en su género” o “único, singular” sin ninguna connotación sobre un origen creado. En consecuencia, puesto que efectivamente se identifica a Jesús con Yahvé y, junto con él, es único entre los elohim que sirven a Dios, el término monogenes no contradice el lenguaje del Antiguo Testamento. La validez de esta interpretación es corroborada por el propio Nuevo Testamento. En Hebreos 11:17, a Isaac se le llama el monogenes de Abraham. Si conoce el Antiguo Testamento, sabrá que Isaac no era el “unigénito” hijo de Abraham. Con anterioridad, Abraham había tenido a Ismael (cf. Gn 16:15; 21:3). El término debe significar necesariamente que Isaac fue el hijo singular de Abraham, ya que fue el hijo de las promesas del pacto. La línea genealógica de Isaac sería aquella a través de la cual vendría el Mesías. De la misma manera que Yahvé es un elohim, y ningún otro elohim es Yahvé, también Jesús es el Hijo único, y ningún otro de los hijos de Dios es como él. Ya nos hemos encontrado con mucho material que requiere de una reflexión cuidadosa, y eso que apenas hemos comenzado esta historia épica. Los hijos de Dios observaban mientras Dios ponía los fundamentos de la tierra (Job 38:7). Estamos a punto de ver, como lo estaban ellos hace tanto tiempo, qué se proponía hacer su Hacedor. CAPÍTULO 5: Como en el cielo, así también en la tierra El dicho “como en el cielo, así también en la tierra” resulta familiar para los cristianos. forma parte del Padrenuestro (Mt 6:9–15). En esa oración aprendemos lo que significan esas palabras: “venga tu reino, hágase tu voluntad” (6:10). El reino de Dios es el gobierno de Dios. Dios desea gobernar sobre todo lo que ha creado: el mundo espiritual invisible y el mundo terrenal visible. Hará su voluntad en ambas esferas. En los próximos tres capítulos explicaré cómo concibieron originalmente los antiguos autores bíblicos este reinado desde el principio de la creación. Lo que descubriremos es el foco real de la Biblia, su centro teológico, si se quiere. Yo lo definiría de este modo: La historia de la Biblia tiene que ver con el propósito que Dios tiene y el gobierno que ejerce sobre los mundos que ha creado, el visible y el invisible, a través de los reflejos de su imagen que ha creado, humanos y no humanos. Este plan divino se lleva a cabo en ambos mundos, en tándem. Es posible que el término reflejos de su imagen no sea muy conocido. Más adelante, dentro de este mismo capítulo, explicaré qué significa ser eso. La parte de la historia que conocemos mejor es aquella en la que nos encontramos, es decir, el mundo visible, terrestre. Naturalmente, esa es la que recibe más atención por parte de pastores y teólogos. El mundo invisible se suele pasar por alto, o se habla de él tan solo en relación con Dios, Jesús y el Espíritu Santo. Los dos mundos no son mutuamente excluyentes, sino que, por diseño, están íntimamente conectados. Esto es algo que se aprecia claramente desde muy pronto en la historia bíblica. ¿CREADOR O CREADORES? Esa idea de “como en el cielo, así también en la tierra” es mucho más antigua que el Padrenuestro. Comienzo en el Génesis. El primer capítulo de Génesis se puede malinterpretar fácilmente si uno todavía no está familiarizado con la familia y la casa original de Dios, el consejo divino. Obsérvese cuidadosamente el énfasis en negrita que he puesto en Génesis 1:26–28: 26 Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. 27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios (él) lo creó; varón y hembra (él) los creó. 28 Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en lospeces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Muchos lectores de la Biblia se fijan en los pronombres plurales (nosotros; nuestra) y sienten curiosidad. Podrían sugerir que los plurales se refieren a la Trinidad, pero la investigación técnica de la gramática hebrea y la exegesis ha demostrado que la Trinidad no es una explicación coherente. La solución es mucho más sencilla, y es algo que un antiguo israelita habría entendido fácilmente. Lo que tenemos aquí es una sola persona (Dios) dirigiéndose a un grupo: los miembros de su consejo divino. Es como si yo entrara en una habitación donde se encuentran mis amigos y dijera: “¡Venga, vamos a pedir una pizza!” Yo soy el que habla y hay un grupo que escucha lo que yo digo. De forma parecida, Dios viene al consejo divino con un excitante anuncio: “¡Vamos a crear la humanidad!” Pero si aquí es Dios quien está hablando con su consejo divino, ¿quiere eso decir que la humanidad fue creada por más de un elohim? ¿Fue la creación de la humanidad un proyecto grupal? No, en absoluto. Volviendo a mi ilustración de la pizza: si yo soy el único que paga la pizza—haciendo así que el plan se cumpla después de haberlo anunciado—soy yo quien mantiene tanto la inspiración como la iniciativa de todo el proyecto. Así es cómo funciona Génesis 1:26. Génesis 1:27 nos indica claramente que fue solamente Dios mismo el que creó. En hebreo, todos los verbos de creación que aparecen en el pasaje están en singular: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”. Los demás miembros del consejo no participan en la creación del hombre y la mujer. Ellos observan, igual que cuando vieron a Dios colocar los cimientos de la tierra (Job 38:7). Llegado este punto uno podría preguntarse por qué se pasa de la forma plural del versículo 26 (“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”) al singular del versículo 27 (“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”). ¿Acaso la Biblia se contradice a sí misma? No. Sin embargo, para entender el cambio es necesario comprender qué quiere decir eso de “imagen”. ¿IMAGEN O REFLEJO DE LA IMAGEN? Identificar la naturaleza de la imagen divina es algo que ha preocupado a estudiantes y pastores desde tiempo inmemorial. Es muy probable que usted haya escuchado más de un sermón sobre este asunto. Me apostaría a que ha escuchado que la imagen de Dios es algo parecido a alguna de las cosas que se incluyen en esta lista: • Inteligencia • Capacidad de razonar • Emociones • La capacidad de tener comunión con Dios • Conciencia de uno mismo (sentiencia) • Capacidad para el lenguaje y la comunicación • La presencia de un alma o espíritu (o ambos) • La conciencia • El libre albedrío Todas estas cosas suenan a posibilidades, pero no lo son. La imagen de Dios no significa ninguna de estas cosas. Si así fuera, entonces quienes creen en la Biblia deberían abandonar la idea de la santidad de la vida humana desde la concepción en el vientre de la madre. Puede que esta afirmación le sobresalte, pero es bastante evidente una vez que considera de verdad esa lista a la luz del modo en que la Escritura habla acerca de la imagen de Dios. Génesis nos enseña varias cosas sobre la imagen de Dios—lo que yo denomino “llevar la imagen de Dios”. Todo lo que aprendemos del texto debe ser tenido en cuenta a la hora de debatir qué significa la imagen. 1. Se incluye por igual al hombre y a la mujer. 2. Llevar la imagen de Dios es lo que hace que la humanidad sea distinta del resto de la creación terrenal (es decir, de las plantas y los animales). El texto de Génesis 1:26 no nos dice que llevar la imagen divina nos diferencie de los seres celestiales, aquellos hijos de Dios que ya existían en el momento de la creación. Los plurales de Génesis 1:26 significan que, de alguna manera, compartimos algo con ellos en cuanto a llevar la imagen de Dios. 3. Hay algo acerca de la imagen que hace que la humanidad sea de algún modo “como” Dios. 4. No hay nada en el texto que dé a entender que la imagen ha sido o pueda ser conferida de forma gradual o parcial. O bien somos creados como portadores de la imagen de Dios o no lo somos. No se puede hablar de llevar la imagen de Dios parcial o potencialmente. Entre la lista de respuestas que se han propuesto a lo que significa llevar la imagen hay toda una serie de capacidades o propiedades: inteligencia, capacidad para razonar, emociones, tener comunión con Dios, consciencia de uno mismo, capacidad para el lenguaje y la comunicación y el libre albedrío. El problema de definir la imagen mediante cualquiera de estas cualidades es, por una parte, que seres no humanos (como los animales) poseen algunas de ellas, aunque no en la misma medida que los humanos. Si un animal, en algún lugar y en algún momento, aprendiera algo que fuera en contra de su instinto, o se comunicara de manera inteligente (para nosotros o dentro de su especie), o manifestara una respuesta emocional (nuevamente, hacia nosotros o hacia otras criaturas), esos elementos deberían descartarse como marcas de alguien que es portador de la imagen. Sabemos que ciertos animales tienen capacidades gracias a la cuidadosa investigación desarrollada en el campo de la cognición animal. La inteligencia artificial se encuentra al borde de conseguir logros similares. Y si algún día se descubriera vida extraterrestre inteligente, eso también socavaría tales definiciones. Definir el hecho de llevar la imagen como cualquier tipo de capacidad es un enfoque equivocado. Esto me lleva de nuevo a mi afirmación provida. La posición provida se basa en la proposición de que la vida humana (y por tanto el hecho de ser una persona) comienza en el momento de la concepción (el punto en que el óvulo femenino es fertilizado por el esperma masculino). Ese sencillo cigoto que se encuentra dentro del útero materno, y que los provida creen que es una persona, no es consciente de sí mismo; no posee inteligencia, ni puede desarrollar procesos de pensamiento racional o emociones; no puede hablar o comunicarse; no es capaz de tener comunión con Dios u orar; y no puede ejercer su voluntad o responder a la conciencia. Si usted quiere defender que esas cosas están ahí potencialmente, entonces eso significa que solamente tiene una persona en potencia. En realidad, esa es la postura del movimiento proelección o proaborto. Ser potencialmente una persona no es serlo de hecho. Esta forma de razonar significaría que el aborto no es un asesinato hasta que no se alcanza la condición de persona, algo que casi todas las personas en favor del aborto considerarían que tiene lugar después del nacimiento. Incluso la idea del alma no consigue pasar la prueba de la singularidad y la realidad. La noción deriva de la traducción tradicional de Génesis 2:7 en versiones como la Reina-Valera (“y fue el hombre un ser viviente”). La palabra hebrea traducida como “ser” es nefesh. Según la Biblia, los animales también poseen un nefesh. Por ejemplo, en Génesis 1:20, donde leemos que Dios hizo ejércitos de “seres vivientes”, el texto hebreo que subyace a “seres” es nefesh. Génesis 1:30 nos indica que el “nefesh viviente” está en los animales. En estos pasajes, el término nefesh significa vida consciente o vida animada (a diferencia de algo como la vida de las plantas). Los seres humanos comparten una consciencia básica con determinados animales, si bien la naturaleza de esa consciencia varía enormemente. Tampoco podemos apelar a que el significado de portar la imagen sea poseer un espíritu. La palabra nefesh que acabamos de considerar se usa de manera intercambiable con el término hebreo para espíritu (rúaj). Entre los ejemplos se encuentran 1 Samuel 1:15 y Job 7:11. Ambos términos hablan de una vida interior en la que tienen lugar el pensamiento, la razón y las emociones, así como el uso de estos en actividades como la oración y la toma de decisiones. La cuestión es queel Antiguo Testamento no distingue entre alma y espíritu. Todas estas cualidades asociadas con el espíritu requieren de la función cognitiva, y por tanto no son relevantes hasta la formación (y uso) del cerebro en el feto. Así pues, ¿cómo hemos de entender ese hecho de ser portadores de la imagen divina de forma que no se tope con estos inconvenientes y, a la vez, concuerde con la descripción que hallamos en Génesis? La clave está en la gramática hebrea. El punto de inflexión es el significado de la preposición a con respecto a la frase “a imagen de Dios” (en inglés, “en”, en lugar de “a”). La preposición en sirve para denotar muchas ideas distintas. Esto es, en no siempre significa lo mismo cuando usamos esa palabra. Por ejemplo, si yo digo: “pon los platos en el fregadero”, estoy usando la preposición para denotar un lugar. Si digo: “Rompí el espejo en pedazos”, estoy empleando en para denotar el resultado de cierta acción. Si digo: “trabajo en la educación”, estoy utilizando la preposición para denotar que trabajo como profesor o director, o en algún otro cargo relacionado con la educación. Este último ejemplo nos lleva a lo que significa la preposición hebrea traducida como a (recordemos, “en”, en inglés) en Génesis 1:26. La humanidad fue creada como imagen de Dios. Si pensamos en reflejar la imagen como un verbo o una función, la traducción tiene perfecto sentido. Somos creados para reflejar a Dios, para ser su imagen. Es lo que somos por definición. La imagen no es una capacidad que tengamos, sino un estatus. Somos los representantes de Dios sobre la tierra. Ser humano es reflejar la imagen de Dios. Es por esto que Génesis 1:26–27 va seguido de lo que los teólogos denominan el “mandato de dominio” en el versículo 28. El versículo nos dice que Dios pretende que nosotros seamos él en este planeta. Debemos crear más reflejos de su imagen (“fructificad y multiplicaos … llenad”) con vistas a supervisar la tierra mediante la administración y aprovechamiento de sus recursos para beneficio de todos los reflejos de su imagen humanos (“sojuzgadla … señoread”). LOS DOS CONSEJOS DE DIOS (DOS CASAS O FAMILIAS) Comprender que somos reflejos de la imagen de Dios en la tierra nos ayuda a interpretar los plurales que aparecen en Génesis 1:26 y el cambio al singular en el siguiente versículo. Solo Dios creó a la humanidad para que ejerciera como administradora suya en la tierra. Pero él también ha creado a los demás elohim del mundo invisible. Ellos también son como él. Ellos hacen su voluntad en ese mundo, actuando como sus representantes. Ellos forman su consejo celestial en el mundo invisible. Nosotros somos el consejo y la administración de Dios en este mundo. Por lo tanto, los plurales nos hacen saber que ambas familias de Dios—la humana y la no humana—comparten la condición de reflejos de su imagen, aunque los mundos sean distintos. Como en el cielo, así también en la tierra. Esta teología bíblica nos prepara para entender otros pasajes y conceptos en ambos testamentos. La lógica de la idolatría de la que hablamos antes adopta una nueva ironía. Tras la Caída, los seres humanos recurrirán a la elaboración de objetos de madera y piedra que deberán animar ceremonialmente para hacer que la deidad habite el artefacto en cuestión Pero desde el principio, Dios creó a sus propios reflejos de su imagen: la humanidad, hombres y mujeres. Su deseo era vivir entre ellos, y que ellos gobernaran y reinaran con él. Tras la Caída, ese plan no se alteró. En última instancia, Dios decidiría establecer su habitáculo, su tabernáculo, dentro de los seres humanos, a través de su Espíritu. El lenguaje que describe a los creyentes como hijos de Dios (Jn 1:12; 1 Jn 3:1–3), o como “adoptados” en la familia de Dios (Gal 4:5; Ef 1:5) no es casual ni pragmático. Refleja la visión original del Génesis. Y una vez seamos glorificados, los dos consejos familiares serán uno, en un nuevo Edén. Descubriremos más sobre todos esos temas a medida que vayamos avanzando. En esto consistía el Edén … como en el cielo, así también en la tierra. La intención original se aprecia aún más claramente una vez que entendemos la antigua concepción del Edén. CAPÍTULO 6: Jardines y montañas Hemos aprendido que el antiguo testamento describe dos casas- familias de Dios, una humana y otra no humana. Esas dos familias fueron creadas como representantes de Dios para que le sirvieran en esferas o mundos distintos. En este capítulo analizaremos cómo las descripciones del Edén refuerzan estos conceptos. Normalmente pensamos en el Edén tal como se le describe en Génesis 2:8, el lugar al que los primeros humanos llamaban hogar: “Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado”. Pero la descripción del Edén como el hogar de la humanidad desvía nuestra atención del estatus original del Edén. El Edén era la casa de Dios sobre la tierra. Era su residencia. Y donde vive el Rey, allí está su consejo. Como lectores modernos, no nos damos cuenta de que el texto bíblico delata esa manera de pensar. Los lectores antiguos nunca lo hubieran podido pasar por alto. EL CONTEXTO ANTIGUO El Edén solo se puede entender correctamente a la luz de la cosmovisión que los autores bíblicos compartían con otros pueblos del antiguo Oriente Próximo. Al igual que Israel, los pueblos del antiguo Egipto y Mesopotamia creían, por ejemplo, en un mundo espiritual invisible que era gobernado por un consejo divino. Las moradas divinas de los dioses, aquellos lugares en los que vivían y donde se reunían para decidir sobre los asuntos del mundo de los humanos, se describían de diversas maneras. Dos de las más habituales eran los jardines y las montañas. El Edén se describe de ambas formas en el Antiguo Testamento. Los pueblos antiguos pensaban que sus dioses vivían en jardines exuberantes o montañas por una razón muy sencilla: tenía sentido que los dioses disfrutasen del mejor estilo de vida ya que, después de todo, eran dioses. No era posible que las celebridades cósmicas vivieran como lo hacemos nosotros. El antiguo Oriente Próximo era fundamentalmente una cultura agraria en la que la mayoría de la gente vivía al día, con lo justo. Los pocos que no vivían de esa manera eran reyes o sacerdotes (y pensando como lo hacían los antiguos, esos pocos habían sido escogidos para alcanzar este estatus elevado por los dioses). En entorno era caluroso y árido. La vida dependía de encontrar agua y aprovechar su poder. Este es el motivo por el que las primeras civilizaciones del mundo se fundaron junto a los cauces de los ríos (p. ej., el Nilo, el Tigris y el Éufrates). Sin duda los dioses vivían en un lugar en el que el agua era abundante, donde la vegetación y los frutos eran el soporte vital y crecían en todas partes, donde había abundancia de animales a los que se alimentaba y engordaba. Los dioses vivían en lugares donde era inconcebible cualquier tipo de carencia. El paraíso. Las cumbres de las montañas eran los dominios de los dioses porque allí no vivían los humanos. La antigüedad no era como la época actual. La gente no escalaba montañas por diversión. Aunque hubiesen querido, no tenían el equipamiento para llegar muy lejos. Las montañas eran lugares remotos e inhóspitos, el sitio perfecto para que los dioses se mantuvieran alejados de los molestos humanos. Las cumbres montañosas tocaban los cielos, que obviamente eran el ámbito de los dioses. Esta forma de pensar explica, en parte, que los templos en Egipto estén tallados y pintados con imágenes de jardines frondosos o que se construyeran pirámides y zigurats. Estas estructuras eran montañas construidas con la mano del hombre que servían como pasajes al mundo spiritual, la esfera de los dioses, en vida o al morir. Eran metáforas en forma de piedra. ANTIGUO UGARIT Sin embargo, para nuestro propósito, resulta especialmente relevante una antigua civilización menos grandiosa: Ugarit, una ciudad estado de la antigua Sira, situada justo al norte de Israel. La ubicación de Ugarit fue
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