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El mundo invisible - Michael Heiser

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EL MUNDO INVISIBLE
Recuperando la cosmovisión sobrenatural de la Biblia
Michael S. Heiser
Editado por
 
El Mundo Invisible
Copyright © 2015, Michael S. Heiser
Editorial Tesoro Bíblico, 1313 Commercial St., Bellingham, WA 98225
Reservados todos los derechos. Se permite el uso de citas breves de este
recurso en presentaciones, artículos y libros. Por lo demás, ninguna parte de
esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de
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2008, 2012 World Bible Translation Center. Usada con permiso.
En las citas bíblicas, el uso de negritas ha sido añadido por el autor y no forma
parte de la traducción original.
La transliteración de las palabras hebreas y griegas, así como de otras lenguas
antiguas, se ha simplificado pensando en aquellos lectores que solamente leen
en español. Allí donde era necesario se ha empleado una transliteración más
precisa.
A menos que se indique lo contrario, todos los mapas, ilustraciones y
fotografías han sido proporcionados por Lexham Press.
ISBN 978-1-57-799556-2
Editor: David Lambert
Diseño de portada: Andy Meyer
Primera edición
A Roger
Algún día, cuando el Señor me siente para hablar sobre esto,
le voy a recordar que tú lo empezaste.
 
 
 
Índice
 
EL MUNDO INVISIBLE
CAPÍTULO 1: Leyendo la Biblia de nuevo por primera vez
CAPÍTULO 2: Normas de enfrentamiento
CAPÍTULO 3: El séquito de Dios
CAPÍTULO 4: Dios solo
CAPÍTULO 5: Como en el cielo, así también en la tierra
CAPÍTULO 6: Jardines y montañas
CAPÍTULO 7: El Edén—Como ningún otro lugar en la tierra
CAPÍTULO 8: Solo Dios es perfecto
CAPÍTULO 9: Peligro y providencia
CAPÍTULO 10: Problemas en el paraíso
CAPÍTULO 11: ¿Como el Altísimo?
CAPÍTULO 12: Transgresión divina
CAPÍTULO 13: La simiente malvada
CAPÍTULO 14: Asignación divina
CAPÍTULO 15: Geografía cósmica
CAPÍTULO 16: La palabra de Abraham
CAPÍTULO 17: Yahvé visible e invisible
CAPÍTULO 18: ¿Qué importancia tiene el nombre?
CAPÍTULO 19: ¿Quién como Yahvé?
CAPÍTULO 20: Remodelando la plantilla
CAPÍTULO 21: La ley de Dios, el consejo de Dios
CAPÍTULO 22: Distinción entre los mundos
CAPÍTULO 23: Problemas gigantescos
CAPÍTULO 24: El lugar de la serpiente
CAPÍTULO 25: Guerra santa
Í
CAPÍTULO 26: Montes y valles
CAPÍTULO 27: En presencia del consejo
CAPÍTULO 28: Extravíos divinos
CAPÍTULO 29: El que cabalga sobre las nubes
CAPÍTULO 30: Preparaos para morir
CAPÍTULO 31: ¿Quién irá por nosotros?
CAPÍTULO 32: El dominio preeminente
CAPÍTULO 33: Una muerte beneficiosa
CAPÍTULO 34: Infiltración
CAPÍTULO 35: Hijos de Dios, simiente de Abraham
CAPÍTULO 36: Menor que los
CAPÍTULO 37: Esto es la guerra
CAPÍTULO 38: Escogiendo bando
CAPÍTULO 39: Veredicto final
CAPÍTULO 40: El enemigo del norte
CAPÍTULO 41: El monte de reunión
CAPÍTULO 42: Describiendo lo indescriptible
EPÍLOGO
RECONOCIMIENTOS
 
 
PARTE 1: LO PRIMERO
CAPÍTULO 1: Leyendo la Biblia de nuevo por primera vez
Todos tenemos puntos de inflexión en la vida, momentos cruciales
en los que, desde ese instante en adelante, nada vuelve a ser lo
mismo.
Uno de esos momentos en mi vida—el catalizador de este libro—
se produjo un domingo por la mañana en la iglesia, mientras
estudiaba en la escuela de posgrado. Estaba conversando con un
amigo que, al igual que yo, estaba haciendo su doctorado en
estudios hebreos, aprovechando los minutos previos a que
comenzara el culto. No recuerdo mucho de la conversación, aunque
estoy seguro de que tenía que ver con la teología del Antiguo
Testamento. Ahora bien, nunca me olvidaré de cómo terminó. Mi
amigo me pasó su Biblia hebrea, abierta por el Salmo 82, y
simplemente me dijo: “Toma, lee esto … y presta mucha atención”.
El primer versículo me golpeó como si me hubiera alcanzado un
rayo:
Dios [elohim] está en la reunión de los dioses; en medio de los
dioses [elohim] juzga.
He señalado la redacción hebrea que me llamó la atención y que
me puso el corazón en un puño. La palabra elohim aparece en dos
ocasiones en este breve versículo. Dejando aparte el nombre del
pacto, Yahvé, es el término más habitual en el Antiguo Testamento
para referirse a Dios. El primer uso de la palabra en este versículo es
el habitual, pero dado que conocía la gramática hebrea, de inmediato
me percaté de que en la segunda ocasión había que traducirlo como
plural. Ahí estaba, claro como el día: El Dios del Antiguo Testamento
formaba parte de una asamblea —un panteón—de otros dioses.
Huelga decir que no escuché una sola palabra del sermón. Mi
mente daba vueltas.
¿Cómo era posible que nunca antes hubiese visto esto? Había
leído la Biblia siete u ocho veces. Había ido al seminario. Había
estudiado hebreo. Había enseñado en un instituto bíblico durante
cinco años.
¿Cómo afectó esto a mi teología? Siempre había pensado, y así
se lo había enseñado a mis estudiantes, que cualesquiera otros
“dioses” mencionados en la Biblia no era más que ídolos. Por sencilla
y cómoda que fuera esa explicación, aquí no tenía sentido. El Dios
de Israel no forma parte de un grupo de ídolos. Pero tampoco me lo
podía imaginar yendo por ahí con otros dioses de verdad. Esto era la
Biblia, no la mitología griega. Sin embargo, ahí estaba, negro sobre
blanco. El texto me había agarrado por la garganta y yo no podía
liberarme.
Inmediatamente me dispuse a tratar de encontrar respuestas.
Pronto descubrí que el terreno que estaba explorando era un lugar
que los evangélicos temían pisar. Las explicaciones que encontré de
especialistas evangélicos eran preocupantemente poco
convincentes. La mayoría de ellos sostenía que los dioses (elohim)
mencionados en el versículo eran simples hombres —ancianos
judíos—o que el versículo trataba sobre la Trinidad. Yo sabía que
ninguna de esas explicaciones podía ser cierta. El Salmo 82 dice que
los dioses estaban siendo condenados por corrupción a la hora de
administrar las naciones de la tierra. En ninguna parte se enseña en
la Biblia que Dios nombrara una asamblea de ancianos judíos para
que gobernaran sobre las naciones extranjeras, y desde luego Dios
no estaría despotricando contra el resto de la Trinidad, Jesús y el
Espíritu, por ser corruptos. Francamente, las respuestas
simplemente no eran honestas con las palabras tan claras del texto
del Salmo 82.
Cuando mire más allá del mundo de la erudición evangélica,
descubrí que otros expertos habían publicado docenas de artículos y
libros sobre el Salmo 82 y la religión israelita. No había dejado piedra
sobre piedra a la hora de buscar paralelismos entre los salmos y sus
ideas y la literatura de otras civilizaciones del mundo bíblico (en
algunos casos hallando coincidencias literales con frases de los
salmos). Su investigación había sacado a la luz otros pasajes
bíblicos que se hacían eco del contenido del Salmo 82. Llegué a
darme cuenta de quela mayor parte de lo que me habían enseñado
sobre el mundo invisible en el instituto bíblico y el seminario había
sido filtrado a través de traducciones inglesas o derivadas de fuentes
como El paraíso perdido de Milton.
Ese domingo por la mañana y sus efectos colaterales me
obligaron a tomar una decisión. Mi conciencia no me dejaba ignorar a
la propia Biblia con tal de conservar la teología con la que me sentía
cómodo. ¿A quién le debía lealtad, al texto o a la tradición cristiana?
¿De verdad tenía que escoger entre los dos? No estaba seguro, pero
sí sabía que lo que estaba leyendo en el Salmo 82, tomado al pie de
la letra, sencillamente no encajaba en los patrones teológicos que
siempre me habían enseñado. Y sin embargo, tenía que haber
respuestas. Después de todo, los pasajes en los que acababa de
reparar también habían sido leídos por Pablo, e incluso por el propio
Jesús. Si no conseguía encontrar ayuda para encontrar esas
respuestas, entonces tendría que juntar las piezas por mí mismo.
Ese viaje me ha llevado quince años, y ha desembocado en este
libro. El camino no ha sido fácil. Entrañaba riesgos e incomodidad.
En ocasiones, amigos, pastores y colegas malinterpretaban mis
preguntas y mis refutaciones a las respuestas que proponían. Las
conversaciones no siempre acabaron bien. Este tipo de cosas ocurre
cuando exiges que los credos y las tradiciones se pongan por detrás
del texto bíblico.
En última instancia prevaleció la claridad. El Salmo 82 se convirtió
en el punto focal de mi tesis doctoral, que también analizaba la
naturaleza del monoteísmo israelita y cómo pensaban realmente los
autores bíblicos sobre el mundo espiritual invisible. Me encantaría
poder decir que fui lo suficientemente inteligente como para resolver
las cosas yo solo. Lo cierto es que, si bien creo que fui
providencialmente preparado para la tarea académica a la que tuve
que enfrentarme, hubo ocasiones a lo largo del proceso en las que la
mejor descripción que puedo hacer es que me vi conducido a las
respuestas.
Sigo creyendo en la unicidad o singularidad del Dios de la Biblia.
Sigo defendiendo la deidad de Cristo. Pero si hemos de ser honestes
cuando afirmamos la inspiración, entonces el modo de hablar acerca
de esas y otras doctrinas debe tomar en consideración el texto
bíblico.
Lo que va usted a leer en este libro no va a desbaratar lo esencial
de la doctrina cristiana, pero sí tendrá que hacer frente al
lanzamiento de bastantes granadas mentales. No tema, será un
ejercicio fascinante que va a fortalecer su fe. Lo que aprenderá es
que una teología del mundo invisible derivada exclusivamente del
prisma de la cosmovisión antigua y premoderna de los autores
conforma todas las doctrinas bíblicas de manera significativa. Si cree
que estoy haciendo promesas imposibles de cumplir, espere a emitir
un juicio hasta que haya leído el resto del libro.
Lo que leerá en este libro le cambiará. Nunca podrá volver a ver
su Biblia de la misma manera. Cientos de personas que leyeron los
borradores iniciales de este libro a lo largo de la última década así
me lo han expresado, y han valorado la experiencia enormemente.
Sé que tienen razón porque yo también estoy viviendo esa
experiencia.
Mi objetivo es muy sencillo. Quiero que al abrir su Biblia sea capaz
de verla como lo hacían los antiguos israelitas o los judíos del siglo I,
que la perciba y la considere como lo harían ellos. Quiero que su
cosmovisión sobrenatural esté en su cabeza.
Puede que en algunos momentos esa experiencia resulte un tanto
incómoda, pero sería deshonesto por nuestra parte afirmar que los
autores bíblicos leyeron y entendieron el texto de la misma forma en
que lo hacemos nosotros hoy día, o que pretendieron dar a entender
cosas que se ajustan a sistemas teológicos creados siglos después
de que se escribiera el texto. Nuestro contexto no es el suyo.
Ver la Biblia a través de la mirada de un lector antiguo implica
quitarnos los filtros de nuestras tradiciones y presuposiciones. Ellos
procesaban la vida en términos sobrenaturales. El cristiano de hoy la
procesa mediante una mezcla de declaraciones del credo y de
racionalismo moderno. Yo quiero ayudarle a recuperar la
cosmovisión sobrenatural de los autores bíblicos, las personas que
produjeron la Biblia. Llegar a tener y conservar esa mentalidad
antigua exige que cumplamos algunas normas básicas, que
analizaremos en el próximo capítulo.
CAPÍTULO 2: Normas de enfrentamiento
Siempre he estado interesado en cualquier cosa antigua y extraña.
eso también me vino bien en la escuela. Cuando me convertí al
Señor en el instituto, sentí que había nacido para el estudio de la
Biblia. Ya sé que ese grado de interés en la Biblia no era normal para
un adolescente. Era un poco una obsesión. Pasaba horas estudiando
la Biblia y libros de teología. Me llevaba comentarios a la sala de
estudio.
Ya que no había ningún programa de 12 pasos para mi adicción,
asistí a una escuela bíblica para alimentarla. Después de eso me fui
al seminario. Quería convertirme en profesor de estudios bíblicos, así
que el siguiente paso fue la escuela de posgrado, donde finalmente
me centré en la Biblia hebrea y multitud de lenguas muertas
antiguas. Había encontrado el paraíso de los nerds o empollones de
la Biblia, al menos hasta ese domingo por la mañana, cuando
descubrí el Salmo 82 sin el camuflaje de la traducción inglesa.
Echando la vista atrás, puedo explicar todo mi estudio, educación
y aprendizaje antes y después de ese momento del Salmo 82
usando dos metáforas: un filtro y un mosaico.
FILTRANDO EL TEXTO
Los filtros se utilizan para eliminar cosas con vistas a obtener el
resultado deseado. Cuando los usamos al cocinar, los elementos que
no queremos los colamos y descartamos. Cuando los usamos en
nuestros coches, impiden que determinadas partículas interfieran en
el rendimiento del vehículo. Cuando los usamos en nuestro correo
electrónico, sirven para que no aparezca aquello o aquellos que no
queremos leer. Lo que queda es lo que usamos, lo que contribuye a
nuestra comida, nuestro motor o nuestra salud mental.
La mayor parte de mi educación transcurrió de esta manera,
usando filtros. No es que fuera un complot siniestro. Era lo que
había. El contenido que aprendí se filtraba a través de ciertas
presuposiciones y tradiciones que ordenaban el material para mí,
que lo situaban dentro de un sistema que tenía sentido para mi
mente moderna. Los versículos que no encajaban bien con mi
tradición eran “pasajes problemáticos” que se filtraban o relegaban a
la periferia de las cosas sin importancia.
Entiendo que muchos estudiantes de la Biblia, pastores y
profesores bienintencionados no vean el modo en que se aproximan
a la Biblia de esta manera. A mí me ocurría lo mismo, pero es lo que
sucede. Vemos la Biblia a través de las lentes que conocemos y lo
que nos resulta familiar. El Salmo 82 rompió mi filtro. Más aún, me
hizo ver que estaba usando un filtro. Nuestras tradiciones, por
honorables que sean, no son algo intrínsecamente bíblico. Son
sistemas que nos inventamos para organizar la Biblia. Son
artificiales. Son filtros.
Una vez que fui consciente de ello, me pareció desleal utilizar un
filtro. Pero deshacerme de mis filtros significó abandonar los
sistemas con los que había ordenado la Escritura y la doctrina en mi
mente. Me quedé con un montón de fragmentos. En su momento no
lo parecía, pero eso fue lo mejor que podía haberme pasado.
EL MOSAICO
Los hechos que encontramos en la Biblia no son más que piezas,
pedazos de datos esparcidos por doquier. Nuestra tendencia es la de
tratar de imponer un orden, y para ello aplicamos un filtro. Pero
podemos lograr tener una perspectiva más amplia y profunda si tan
solo nos permitimos contemplar las piezas en su contexto más
general. Necesitamos ver el mosaico que crean las piezas.
La Biblia es, en realidad, un mosaico teológico y literario. A
menudo, el patrón de un mosaico no se aprecia bien desde cerca.
Puede parecer un ensamblaje aleatorio de piezas. Solo cuando
damos unos pasos haciaatrás podemos observar el maravilloso
cuadro al completo. Es cierto que cada una de las piezas individuales
es fundamental, ya que sin ellas no habría mosaico, pero el
significado de todas las piezas se halla en el mosaico completo. Y un
mosaico no se impone sobre las piezas, sino que deriva de ellas.
Ahora veo el Salmo 82 no como un pasaje que rompió mi filtro,
sino más bien como una pieza importante de un mosaico más grande
y fascinante. El Salmo 82 contiene en su núcleo el mundo invisible y
su interacción con el mundo de los seres humanos. Ese salmo no es
la única pieza de ese tipo; hay muchas como ella. De hecho, la
intersección entre nuestro mundo y el mundo invisible, que incluye al
Dios trino pero también a muchos más seres, es el centro de la
teología bíblica.
Mi pasión es persuadirle de que elimine su filtro y empiece a
observar las piezas de la Escritura como partes de un mosaico, de
manera que el centro de atención recaiga en el “panorama
completo”. Si lo hace así descubrirá, tal como me ocurrió a mí, que
este enfoque le lleva a encontrar las respuestas a preguntas tales
como “¿Por qué está eso en la Biblia?” y “¿Cómo puedo encontrarle
un sentido a todo esto?” Si ha pasado tiempo leyendo en serio las
Escrituras, sabrá que hay muchos pasajes extraños, frases curiosas,
paradojas inquietantes, ecos de un acontecimiento en otro,
conexiones dentro y entre cada uno de los testamentos que no
pueden ser meras coincidencias.
OBSTÁCULOS Y PROTOCOLOS
Cuando pasamos de ver la Biblia a través de filtros a permitir que
todas sus piezas formen un mosaico, nos encontramos con serios
obstáculos. Yo mismo los he experimentado todos.
1. Se nos ha formado para que creamos que la historia del
cristianismo es el verdadero contexto de la Biblia
Se habla mucho de interpretar la Biblia en su contexto, pero la
historia del cristianismo no es el contexto de los autores bíblicos. El
contexto adecuado para interpretar la Biblia no es Agustín o
cualquier otro de los padres de la Iglesia. No es la iglesia católica ni
los movimientos rabínicos de la Antigüedad tardía y la Edad Media.
No es la Reforma ni son los puritanos, y tampoco el movimiento
evangélico en ninguna de sus manifestaciones. No es el mundo
moderno en absoluto, o cualquier período de su historia.
El contexto adecuado para interpretar la Biblia es el de los autores
bíblicos—el contexto que produjo la Biblia. Cualquier otro contexto es
ajeno a los hagiógrafos y, por consiguiente, a la Biblia. Sin embargo,
existe la tendencia generalizada en la Iglesia creyente a filtrar la
Biblia a través de credos, confesiones y preferencias
denominacionales.
No estoy diciendo que habría que ignorar a nuestros antepasados
cristianos. Lo único que digo es que deberíamos considerar sus
palabras y pensamientos desde una perspectiva justa y darles la
prioridad que merecen. Los credos tienen un propósito y son útiles.
Destilan ideas teológicas importantes, si bien es cierto que
cuidadosamente seleccionadas, pero no son inspirados. No pueden
ser un sustituto para el texto bíblico.
El texto de la Biblia fue redactado por hombres que vivieron en el
Antiguo Oriente y en el Mediterráneo entre el segundo milenio a. C. y
el siglo I d. C. Para entender cómo pensaban los autores bíblicos,
debemos acceder a la producción intelectual de ese mundo.
Tenemos a nuestra disposición una ingente cantidad de material
gracias a la tecnología moderna. A medida que nuestra comprensión
de la cosmovisión de esos autores aumente, también lo hará nuestro
entendimiento de lo que pretendieron decir, y así, el mosaico de su
pensamiento cobrará forma en nuestras mentes.
2. Se nos ha desensibilizado ante la vitalidad e importancia
teológica del mundo invisible
El cristianismo actual adolece de dos serios defectos en relación con
el mundo sobrenatural.
En primer lugar, muchos cristianos afirman creer en lo
sobrenatural pero piensan (y viven) como escépticos. Hablar sobre el
mundo sobrenatural nos hace sentir incómodos. Esto es algo típico
de las denominaciones y congregaciones evangélicas fuera del
movimiento carismático. En otras palabras, aquellos cuyo trasfondo
es como aquel en el que yo crecí.
Existen dos razones básicas por las que los no carismáticos
tienden a cerrarle la puerta al mundo sobrenatural. Una es la
sospecha de que las prácticas carismáticas están alejadas de la
sana exégesis de la Escritura. Como biblista me resulta fácil coincidir
con esa sospecha, pero con el paso del tiempo ha degenerado en
general en una reacción exagerada y cerril que, a su vez, se ha
apartado de la cosmovisión de los autores bíblicos.
La otra razón es menos autocomplaciente. La Iglesia creyente
está cediendo ante el peso de su propio racionalismo, una
cosmovisión moderna que sería del todo ajena a los hagiógrafos.
Durante siglos, la enseñanza cristiana tradicional ha mantenido el
mundo invisible a cierta distancia. Creemos en una Deidad plural
porque el cristianismo sin ella no tiene sentido. El resto del mundo
invisible es tratado con un suspiro o una risita.
El segundo gran defecto se puede observar dentro del propio
movimiento carismático: elevar la experiencia por encima de la
Escritura. Si bien ese movimiento está predispuesto a aceptar la idea
de un mundo espiritual animado, su concepción de ese mundo está
marcada básicamente por la experiencia y por una lectura
idiosincrásica del libro de Hechos.
Estos dos defectos, aunque aparentemente bastante diferentes
entre sí, de hecho son fruto del mismo problema fundamental
subyacente: el punto de vista sobre el mundo invisible del
cristianismo moderno no sigue la línea de la antigua cosmovisión de
los autores bíblicos. Hay un sector que erróneamente relega el
mundo invisible a la periferia del debate teológico. El otro sector está
tan ocupado buscando interactuar con él de alguna manera que se
ha despreocupado de su anclaje bíblico, lo que da como resultado
una caricatura.
Me preocupan ambos defectos, pero dado que este libro es
producto de mi propia historia, el problema del cristiano escéptico me
afecta más directamente y es mi mayor preocupación.
Si su trasfondo, como el mío, es el de alguna rama evangélica del
protestantismo no carismático, tal vez se considere a sí mismo una
excepción de los patrones que he señalado, o piense que he
exagerado la situación. Pero ¿que pensaría si un amigo cristiano le
dijera en confianza que creía que le había ayudado un ángel de la
guarda o que había escuchado de manera audible una voz
avisándole de algún? Y ¿que diría si su amigo afirmara haber
presenciado una posesión demoníaca o estar convencido de que
Dios había guiado su vida a través de un sueño que incluía una
aparición de Jesús?
La mayoría de los que no somos carismáticos tendríamos que
admitir que nuestra reacción inicial sería la de dudar, aunque en
realidad tenemos unos reflejos menos primarios. Asentiríamos con la
cabeza y escucharíamos educadamente la ferviente historia de
nuestro amigo, pero todo ese tiempo estaríamos buscando otras
posibles explicaciones. Eso es debido a nuestra inclinación moderna
a insistir en las pruebas. Puesto que vivimos en una era científica,
tendemos a pensar que este tipo de experiencias en realidad son
malinterpretaciones emocionales de los hechos (o peor aún, algo que
se puede tratar con la medicación adecuada). Y en algún caso
concreto puede que ese sea el caso, pero lo cierto es que nuestra
subcultura evangélica moderna nos ha enseñado a pensar que
nuestra teología impide cualquier experiencia del mundo invisible. En
consecuencia, no es una parte importante de nuestra teología.
Mi aseveración es que, si nuestra teología realmente proviene del
texto bíblico, debemos reconsiderar nuestra sobrenaturalismo
selectivo y recuperar una teología bíblica del mundo invisible. Con
esto no estoy sugiriendo que la mejor interpretación de un pasaje
siempre sea la más sobrenatural. Ahora bien, los autores bíblicos y
aquellos a quienes escribieron estaban predispuestos al
sobrenaturalismo. Ignorar esa perspectiva o marginarladará como
resultado una interpretación bíblica que reflejará nuestra mentalidad
mucho más que la de los hagiógrafos.
3. Damos por supuesto que muchas cosas de la Biblia son
demasiado extrañas o periféricas como para tener importancia
Algún tiempo después de mudarnos a Wisconsin para hacer mi
doctorado, mi esposa y yo encontramos una iglesia que parecía iba a
ser nuestra nueva congregación local. El pastor era graduado de un
seminario muy conocido. Su primer sermón basado en 1 Pedro
estuvo repleto de una exposición sólida. Me ilusionaban las
expectativas de futuro. A la tercera visita ya había llegado a 1 Pedro
3:14–22 en la serie de sermones, un pasaje extraño que también es
uno de mis favoritos. Lo que pasó a continuación lo tengo grabado
en mi memoria. El pastor subió al púlpito y anunció con total
sinceridad: “Vamos a saltar esta sección de 1 Pedro porque es
demasiado extraña”. No volvimos a asistir a esa iglesia.
He sido testigo de este tipo de escapismo en más de una ocasión.
Por lo general no es tan espectacular. Los pastores no suelen decirle
a la gente que se salte porciones de la Biblia. La estrategia más
habitual para “manejar” pasajes extraños es más sutil, y consiste en
eliminar de ese texto cualquier cosa que lo convierte en extraño. El
objetivo es ofrecer la interpretación más corriente y cómoda posible.
Esta estrategia resulta, cuando menos, irónica. ¿Por qué razón los
cristianos que defienden enérgicamente la creencia en Dios o en el
nacimiento virginal frente a las acusaciones de que son
anticientíficas o irracionales, no dudan ni por un instante en llamar a
los grupos de intervención académica para que justifiquen los
pasajes bíblicos “extraños”? Las doctrinas esenciales de la fe son en
sí mismas extraordinarias y no encajan fácilmente dentro del
racionalismo empírico.
Hay muchas posibilidades de que nunca haya escuchado que el
Salmo 82 juega un papel fundamental dentro de la teología bíblica
(incluida la teología del Nuevo Testamento). He sido cristiano durante
más de treinta años y nunca he escuchado un sermón sobre este
texto. Existen muchos otros pasajes cuyo contenido resulta curioso o
“carente de sentido” y que por ese motivo son abandonados o
cuando se leen se pasa por encima. Esta es una muestra de ellos:
•      Gn 1:26
•      Gn 3:5, 22
•      Gn 6:1–4
•      Gn 10–11
•      Gn 15:1
•      Gn 48:15–16
•      Ex 3:1–14
•      Ex 23:20–23
•      Nm 13:32–33
•      Dt 32:8–9
•      Dt 32:17
•      Jue 6
•      1 Sm 3
•      1 Sm 23:1–14
•      1 Re 22:1–23
•      2 Re 5:17–19
•      Job 1–2
•      Sal 82; 68; 89
•      Is 14:12–15
•      Ez 28:11–19
•      Dn 7
•      Mt 16:13–23
•      Jn 1:1–14
•      Jn 10:34–35
•      Rom 8:18–24
•      Rom 15:24, 28
•      1 Cor 2:6–13
•      1 Cor 5:4–5
•      1 Cor 6:3
•      1 Cor 10:18–22
•      Gal 3:19
•      Ef 6:10–12
•      Heb 1–2
•      1 Pe 3:18–22
•      2 Pe 1:3–4
•      2 Pe 2:4–5
•      Judas 5–7
•      Ap 2:26–28
•      Ap 3:21
No los tome como un simple catálogo. La lista es deliberada y está
compuesta por pasajes que analizaremos en este libro. Son textos
conceptualmente interconectados entre sí, que arrojan luz sobre los
pasajes que se estudian más habitualmente (aquellos que sí “tienen
sentido”. Consúltelos para entrever de qué estaremos hablando.
¿Cómo se supone que debemos entender la identidad de los
“hijos de Dios” en Génesis 6:1–4? ¿Por qué Jesús reprendió
airadamente a Pedro diciendo: “Apártate de mí, Satanás”? ¿Por qué
le dice Pablo a la iglesia de Corinto que deje de discutir porque algún
día “hemos de juzgar a los ángeles”? Son muchas las explicaciones
ofrecidas por pastores y maestros bíblicos para estos y otros pasajes
extraños, pero la mayor parte de ellas se presentan sin considerar
cómo encajan esas explicaciones con el resto de la Biblia, con
pasajes extraños y no tan extraños.
En este libro ofreceré mi opinión sobre muchos “pasajes extraños”.
Otros eruditos han hecho lo mismo, pero si mi enfoque es distinto es
porque se desprende de la perspectiva del mosaico. No existe
independientemente de otros pasajes. Son explicaciones que se
aplican a más de un solo lugar.
Lo que pretendo decir no es que podamos tener una seguridad
absoluta en la interpretación de todos los pasajes de la Biblia. Nadie,
incluido el presente autor, está siempre en lo cierto acerca del
significado de cada pasaje. Soy muy consciente de mi propia falta de
omnisciencia (y mi mujer también, por cierto). Al contrario, lo que
afirmo en este libro es que si es extraño, es importante. Cada pasaje
juega un papel coherente dentro del conjunto del mosaico.
He dicho que el mosaico de la teología bíblica le da coherencia a las
piezas de la Biblia. Pero la Biblia es una obra extensa y detallada.
Una de las partes más difíciles de escribir este libro fue decidir qué
reservar para otro libro—cómo ser completo sin llegar a ser
exhaustivo. Al final decidí hacer trampas.
Este libro es la culminación de años pasados leyendo y
estudiando el texto bíblico y examinando los puntos de vista de otros
especialistas. He llegado a acumular miles de libros y artículos
académicos que tienen que ver, de una forma u otra, con la antigua
cosmovisión bíblica que elabora el mosaico. Los he leído casi todos
parcial o totalmente. Mi bibliografía es casi tan larga como este libro,
y esto lo menciono para dejar claro que las ideas sobre las que podrá
leer aquí no son forzadas. Todas ellas han sobrevivido a lo que los
eruditos denominan evaluación por los iguales (esto es, por parte de
otros colegas). Mi contribución principal es la síntesis de las ideas y
la elaboración de una teología bíblica no derivada de la tradición sino
estructurada exclusivamente a partir del contexto de la antigua
cosmovisión de la propia Biblia.
La presente obra mantiene un tono académico, pero no es
necesariamente un libro para expertos. Usted no necesita haber
estudiado en un seminario o conseguido un grado avanzado para
seguir los argumentos. He tratado de reservar el debate técnico para
la página web complementaria que acompaña a este libro, donde se
ofrecen explicaciones más completas sobre ciertos temas,
bibliografía adicional y datos “básicos” de los idiomas originales para
aquellos que deseen ese tipo de información.
Para quienes tal vez encuentren este libro demasiado denso, he
escrito una versión menos detallada que se titula Sobrenatural.
Abarca los conceptos fundamentales de este libro y está orientado a
la aplicación práctica de la cosmovisión sobrenatural de los autores
bíblicos, es decir, a cómo debería cambiar nuestra vida espiritual y
nuestra perspectiva el mosaico bíblico aquí presentado.
El subtítulo de este libro (“Recuperando la cosmovisión
sobrenatural de la Biblia”) capta la lucha de una persona moderna
con un corazón creyente que intenta pensar como un autor bíblico
premoderno. Si llega a poder sentir al menos un poco de ese
conflicto interno, entonces se encuentra donde yo me he visto
durante mucho tiempo. Y sigo en ese viaje. En algún lugar del
trayecto llegué a creer que no necesitaba que nadie me protegiera de
mi Biblia. Si usted también lo cree, está preparado para continuar.
PARTE 2: LAS CASAS DE DIOS
CAPÍTULO 3: El séquito de Dios
Los niños suelen preguntar: “¿Qué había antes de que Dios hiciera
el mundo?” La respuesta que da la mayoría de los adultos es que
Dios ya estaba ahí. Eso es verdad, pero una verdad incompleta. Dios
tenía compañía. Y no me refiero a los demás miembros de la
Trinidad.
LA FAMILIA DE DIOS
La respuesta bíblica es que las huestes celestiales estaban con Dios
antes de la creación. De hecho, fueron testigos de ella. Lo que Dios
le dice a Job en Job 38:4–7 sobre este punto es claro:
4 “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
Házmelo saber, si tienes inteligencia.
5 ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes?
¿O quién extendió sobre ella cordel?
6 ¿Sobre qué están fundadas sus bases?
¿O quién puso su piedra angular,
7 Cuando alababan todas las estrellas del alba,
Y se regocijaban todos los hijos de Dios?
CuandoDios puso los cimientos de la tierra, los “hijos de Dios”
estaban allí, gritando de gozo. Pero ¿quiénes son los hijos de Dios?
Evidentemente no se trata de seres humanos. Esta escena tiene
lugar antes de la creación del mundo. Podríamos pensar que son
ángeles, pero eso tampoco sería del todo correcto.
El mundo invisible tiene una jerarquía, algo que se refleja en
términos como arcángel frente a ángel. En ocasiones a nosotros nos
resulta difícil discernir esa jerarquía en el Antiguo Testamento, ya que
no estamos acostumbrados a concebir el mundo invisible como una
casa dinástica (más sobre eso a continuación), tal como un israelita
habría procesado ciertos términos utilizados para describir la
jerarquía. En el mundo semítico antiguo, hijos de Dios (en hebreo:
beney elohim) es una frase usada para identificar seres divinos con
un grado de responsabilidad o jurisdicción más elevados. El término
ángel (en hebreo: malʾak) describe una tarea importante, aunque de
menor entidad: la de entregar mensajes.
En Job 38, se habla de los hijos de Dios como “estrellas del alba”.
Esa misma descripción se encuentra en textos antiguos extrabíblicos
de la época. La gente de la Antigüedad pensaba que las estrellas
eran entes vivos. Su razonamiento era sencillo: Muchas estrellas se
movían. Para la mentalidad antigua eso era una señal de vida. Las
estrellas eran la gloria brillante de seres vivos.
Las estrellas también habitaban el mundo divino—Así,
literalmente, en el sentido de que existían fuera de la tierra. Los
antiguos creían que los seres divinos vivían alejados de los
humanos, en lugares remotos donde a los seres humanos no les era
posible vivir. El lugar más remoto de todos era el firmamento, los
cielos.
Las estrellas del alba son las estrellas que se observan sobre el
horizonte justo antes de que el sol aparezca por la mañana. Son
señales de una nueva vida, de un nuevo día. La etiqueta funciona.
Transmite la idea correcta. Las estrellas del alba originales, los hijos
de Dios, contemplaron el origen de la vida tal como la conocemos: la
creación de la tierra.
Así pues, desde el principio Dios tiene compañía: otros seres
divinos, los hijos de Dios. La mayoría de las explicaciones de lo que
había antes de la creación omiten la presencia de los miembros de
las huestes celestiales. Esto resulta desafortunado, ya que Dios y los
hijos de Dios, la familia divina, son las primeras piezas del mosaico.
Hasta ahora apenas hemos llegado al momento de la creación, y
ya hemos descubierto algunas verdades importantes de la Escritura
que tienen el potencial de afectar nuestra teología de manera sencilla
pero, a la vez, profunda. Su importancia, aunque no esté clara
todavía, se verá claramente muy pronto.
Lo primero que hemos aprendido es que los hijos de Dios son
divinos, no humanos. Los hijos de Dios fueron testigos de la creación
mucho tiempo antes de que hubiera personas. Son seres inteligentes
no humanos. La referencia a los hijos de Dios como estrellas también
deja claro que son divinos. Si bien el lenguaje es metafórico, también
es más que metafórico. En el siguiente capítulo veremos otros
pasajes que nos dicen que los hijos de Dios son entidades divinas
reales creadas por Yahvé, el Dios de Israel.
En segundo lugar, la etiqueta “hijos” merece que le prestemos
atención. Es un término familiar, y eso no es una coincidencia ni algo
intrascendente. Dios tiene una familia invisible. De hecho, se trata de
su familia original. La lógica es la misma que encontramos detrás de
las palabras de Pablo en el libro de Hechos, en la colina de Marte (el
Areópago), de que en realidad todos los seres humanos somos
descendencia de Dios (Hch 17:28). Dios ha creado toda una hueste
de seres divinos no humanos que (a ojos de los hombres)
pertenecen a un mundo invisible. Y porque los ha creado, afirma que
son sus hijos, del mismo modo que usted afirma que sus hijos e hijas
son suyos porque usted ha tenido que ver con su creación.
Aunque está claro que los hijos de Dios estaban con él antes de la
creación, hay muchas cosas sobre ellos que no están claras. Son
divinos, pero ¿qué significa eso exactamente? ¿Cómo deberíamos
concebirlos en relación con Dios?
LA CASA DE DIOS
A los gobernantes del antiguo Egipto se les llamaba faraones. En
realidad, en el idioma del antiguo Egipto, el título constaba de dos
palabras, per a-a, que quiere decir “gran casa (familia)”. El concepto
que se tenía de la casa de las familias gobernantes del antiguo
Egipto era el de una burocracia dinástica. Por lo general, los
faraones tenían familias extendidas. A menudo nombraban a
miembros de la familia para que ocuparan puestos clave de
autoridad en su administración. Era habitual que las personas que
detentaban los lugares de élite dentro del personal de la burocracia
gobernante del rey procedieran de la casa de Faraón. Eran
administradores, no humildes mensajeros.
Este concepto y estructura eran bien conocidos por todo el mundo
antiguo. Indicaba una autoridad estratificada: un rey excelso, unos
administradores en posiciones clave que con frecuencia eran
parientes del rey y personal de bajo nivel que servía a los altos
cargos. Todos los que formaban parte del sistema eran miembros del
gobierno, pero había grados tanto en la autoridad como en el estatus
de cada uno de ellos.
Varios pasajes veterotestamentarios señalan que esta estructura
administrativa también existe en el mundo celestial. El caso del
Salmo 82 tal vez sea el más claro, y quizás el más llamativo. Tal
como relaté en el primer capítulo, es el pasaje que me abrió los ojos.
El salmo se refiere a la administración de Yahvé como un consejo o
concilio. El primer versículo dice así:
Dios (elohim) está en la reunión de los dioses;
En medio de los dioses (elohim) juzga.
Sin duda observó que, tal como indiqué en el capítulo uno, la
palabra elohim aparece dos veces en este versículo. También es
probable que se diera cuenta de que elohim es uno de los nombres
de Dios, a pesar del hecho de que la forma de la palabra es plural.
En español construimos los plurales añadiendo una -s o -es (ratas,
caballos, papeles). En hebreo, la forma plural del masculino termina
en -im.
Si bien el término elohim es plural en cuanto a forma, su
significado puede ser plural o singular. Lo más habitual en la Biblia
hebrea (más de 2,000 veces) es que sea singular y haga referencia
al Dios de Israel.
En español también tenemos palabras así. Por ejemplo, el término
paraguas puede ser singular o plural. Cuando vemos paraguas por sí
solo, no sabemos si debemos pensar en uno o en varios. Si
colocamos la palabra paraguas dentro de una frase (“El paraguas se
rompió”), sabemos que se trata de uno solo, ya que se rompió
requiere la presencia de un sujeto en singular. Del mismo modo, “Se
rompieron todos los paraguas” nos indica que se habla del estado en
que quedaron más de un paraguas. La gramática nos orienta, y lo
mismo sucede en hebreo.
El Salmo 82:1 resulta especialmente interesante, ya que elohim
aparece en dos ocasiones dentro del mismo versículo. En el Salmo
82:1, el primer elohim debe ser singular, ya que la gramática hebrea
sitúa el término como sujeto de un verbo en singular (“está”). El
segundo elohim, por el contrario, debe ser plural, puesto que la
preposición que lo precede (“en medio de”) requiere que se trate de
más de uno. No se puede estar “en medio de” uno. La preposición
demanda la existencia de un grupo—igual que el sustantivo anterior,
reunión o asamblea. El significado del versículo no puede ser otro: El
único elohim de Israel preside la asamblea de los elohim.
Una lectura rápida del Salmo 82 nos informa de que Dios ha
convocado esta reunión para juzgar a los elohim por gobernar de
forma corrupta a las naciones. El versículo 6 del salmo declara que
estos elohim son hijos de Dios. Dios les dice:
Yo dije: Vosotros sois dioses [elohim],
Y todos vosotros hijos del Altísimo [beney elyon].
Para un autor bíblico, el Altísimo (elyon) era el Dios de Israel. El
Antiguo Testamento se refiere a él como Altísimoen varios lugares
(p. ej., Gn 14:18–22; Nm 24:16; Sal 7:17; 18:13; 47:2). Aquí se llama
claramente a los hijos de Dios/del Altísimo elohim, ya que el
pronombre “vosotros” en el versículo 6 está en plural en hebreo.
El texto no aclara si están siendo juzgados todos los elohim o
solamente algunos. La idea de elohim que gobiernan las naciones
bajo la autoridad de Dios es un concepto bíblico que se describe en
otros pasajes que analizaremos más adelante. Por ahora, es
suficiente ver con claridad que los hijos de Dios son seres divinos
que se encuentran bajo la autoridad del Dios de Israel.
Así entenderá por qué el salmo me marcó tanto. En el primer
versículo Dios aparece presidiendo una asamblea de dioses. ¿Acaso
no suena todo esto como un panteón, algo que asociamos con el
politeísmo y la mitología? Precisamente por esta razón, muchas
traducciones castellanas oscurecen el hebreo en este versículo. Por
ejemplo, LBLA lo traduce como: “Dios ocupa su lugar en su
congregación; El juzga en medio de los jueces.”
No hay ninguna necesidad de camuflar lo que dice el texto hebreo.
No habría que proteger a las personas de la Biblia. Los hagiógrafos
no eran politeístas. Pero dado que el Salmo 82 genera preguntas y
controversia, debemos dedicarle algún tiempo a lo que enseña y lo
que no enseña, así como a otros pasajes que nos dan a conocer la
existencia de un consejo divino. Esto es lo que haremos
precisamente en el siguiente capítulo.
CAPÍTULO 4: Dios solo
No cabe ninguna duda de que el Salmo 82 puede sacudir nuestra
cosmovisión bíblica. Una vez me di cuenta de lo que decía
realmente, me convencí de que necesitaba ver la Biblia a través de
los ojos de los antiguos, no de mis tradiciones. Tenía que abrirme
paso entre las preguntas que probablemente estén rondando su
propia cabeza y corazón ahora que ha leído (y quiero decir leído
realmente) ese pasaje.
En primer lugar, y por encima de todo, debería ser consciente de
algunas de las formas en que los intérpretes han distorsionado el
claro significado del Salmo 82, y por qué aquí no se está enseñando
el politeísmo.
LOS SERES DIVINOS NO SON HUMANOS
Muchos cristianos que manifiestan objeciones contra el sentido llano
del texto hebreo del Salmo 82 afirman que en realidad en este salmo
se está describiendo a Dios el Padre hablando con los demás
miembros de la Trinidad. Este punto de vista desemboca en una
herejía. Confío en que pueda darse cuenta de por qué esto es así—
el salmo presenta a Dios juzgando a los otros elohim por corrupción
(vv. 2–4). Los elohim corruptos son sentenciados a morir como los
seres humanos (v. 7). Tan solo con estas observaciones debería
bastar para que cualquier cristiano que se preocupa por la doctrina
de Dios abandonara semejante idea. Existen, además, otros errores.
El final del salmo deja claro que a los elohim que están siendo
castigados se les había dado algún tipo de autoridad sobre las
naciones del mundo, una tarea en la que habían fracasado. Esto no
encaja con la Trinidad.
Otros creyentes que encuentran problemas con esta primera idea
tratan de argumentar que los hijos de Dios son seres humanos
(judíos, para ser más precisos). Algunos lectores judíos (que
obviamente no serían trinitarios) también se decantan por esta
postura.
Este “punto de vista humano” contiene tantos errores como el
punto de vista trinitario. Las Escrituras no enseñan en ningún
momento a lo largo de todo el Antiguo Testamento que a los judíos o
a los dirigentes judíos se les pusiera como autoridades sobre el resto
de las naciones. Más bien al contrario; debían mantenerse
separados de las demás naciones. El pacto con Abraham presuponía
tal separación: si Israel era completamente leal a Yahvé, las otras
naciones serían bendecidas (Gn 12:1–3). Además, los seres
humanos, por naturaleza, no son seres desencarnados, sin cuerpo.
La palabra elohim es un término que denota el “lugar de residencia”.
Nuestro hogar es el mundo de la personificación; los elohim, por su
propia esencia, habitan el mundo espiritual.
Ahora bien, el verdadero problema con el punto de vista humano
es que no se puede reconciliar con otros pasajes del Antiguo
Testamento hebreo que hacen referencia a un consejo divino de
elohim.
El Salmo 89:5–7 (hebreo: vv. 6–8) contradice explícitamente la
idea de un consejo divino en el que los elohim son humanos.
5 Celebrarán los cielos tus maravillas, oh Jehová,
Tu verdad también en la congregación de los santos.
6 Porque ¿quién en los cielos se igualará a Jehová?
¿Quién será semejante a Jehová entre los hijos de los potentados
(hijos de Dios)?
7 Dios temible en la gran congregación de los santos,
Y formidable sobre todos cuantos están alrededor de él.
El consejo divino de Dios es una asamblea en los cielos, no en la
tierra. El lenguaje es inequívoco. Esto es exactamente lo que cabría
esperar si concebimos a los elohim como seres divinos. Es un
absoluto contrasentido si pensamos en ellos como humanos. No hay
ninguna referencia en la Escritura a un consejo de seres humanos
que sirven a Yahvé en los cielos (sean judíos o no).
Lo que describen el Salmo 82 y el 89 coincide plenamente con lo
que vimos anteriormente en Job 38:7: un grupo de hijos de Dios
celestiales. También concuerda perfectamente con otras referencias
a los hijos de Dios como elohim en plural:
Los hijos de Dios vinieron a presentarse delante de Jehová. (Job
1:6; 2:1)
1 Tributad a Jehová, oh hijos de los poderosos (hijos de Dios),
Dad a Jehová la gloria y el poder.
2 Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; (Sal 29:1–2).
¿Acaso estas referencias bíblicas describen a un grupo de
dirigentes judíos, entre los cuales (en el pasaje de Job) aparece el
gran adversario de Yahvé, que causan el sufrimiento de Job? La
conclusión es obvia.
El PLURAL DE ELOHIM NO SIGNIFICA POLITEÍSMO
Muchos eruditos creen que el Salmo 82 y otros pasajes demuestran
que la religión del antiguo Israel comenzó como un sistema politeísta
que posteriormente fue evolucionando hacia el monoteísmo.
Personalmente rechazo esta idea, así como cualquier otra
explicación que pretenda ocultar el sentido llano del texto. En todos
esos casos, el pensamiento está mal encaminado. La raíz del
problema está en una noción equivocada de lo que significa
exactamente el término elohim.
Dado que elohim se traduce tan frecuentemente como Dios,
vemos la palabra hebrea de la misma manera que lo hacemos con el
término D-i-o-s, en mayúsculas. Al ver el término Dios,
instintivamente pensamos en un ser divino con una serie de atributos
únicos: omnipresencia, omnipotencia, soberanía, etcétera. Pero este
no es el modo en que un autor bíblico pensaba sobre el término. Los
hagiógrafos no le asignaban una serie de atributos concretos a la
palabra elohim. Esto queda meridianamente claro cuando
observamos cómo empleaban este vocablo.
Los autores bíblicos usan el término elohim para referirse a media
docena de entes distintos. Sea cual sea la explicación religiosa, los
atributos de esos entes no son iguales.
•      Yahvé, el Dios de Israel (miles de veces—p. ej., Gn 2:4–5; Dt
4:35)
•      Los miembros del consejo de Yahvé (Sal 82:1, 6)
•      Dioses y diosas de otras naciones (Jue 11:24; 1 Re 11:33)
•      Demonios (en hebreo: shedim—Dt 32:17)
•      El difunto Samuel (1 Sm 28:13)
•      Ángeles o el Ángel de Yahvé (Gn 35:7)
La importancia de esta lista se puede resumir en una sola
pregunta: ¿creería de verdad cualquier israelita, especialmente un
autor bíblico, que los difuntos y los demonios están al mismo nivel
que Yahvé? No. El uso del término elohim por parte de los
hagiógrafos nos indica muy claramente que la palabra no tenía que
ver con una serie de atributos. Aunque cuando nosotros vemos
escrito “D-i-o-s” pensamos en una serie de atributos únicos, cuando
un autor bíblico escribía elohim, no estaba pensando de esa manera.
Si lo hubiera hecho, nunca habría utilizado el término elohim para
describir cualquier cosa que no fuera Yahvé.
Por consiguiente, no existe ninguna justificación para concluir que
la forma plural elohim produceun panteón de deidades
intercambiables. No hay base alguna para concluir que los autores
bíblicos consideraran a Yahvé como alguien no mejor que cualquier
otro elohim. Un hagiógrafo no hubiera dado por supuesto que Yahvé
podía ser derrotado por otro elohim en cualquier momento, o que
otro elohim (¿por qué no cualquiera de ellos?) tenía el mismo
conjunto de atributos. Esa es la manera de pensar del politeísmo, no
la imagen que presenta la Biblia.
Podemos estar seguros de esta conclusión observando una vez
más lo que los autores bíblicos dicen acerca de Yahvé (y que nunca
dicen sobre otro elohim). Los hagiógrafos hablan de Yahvé en formas
que delatan su creencia en su singularidad y carácter incomparable:
“¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses [elim]?” (Ex
15:11)
“porque ¿qué dios [el] hay en el cielo ni en la tierra que haga
obras y proezas como las tuyas?” (Dt 3:24)
“Jehová Dios de Israel, no hay dios [elohim] como tú, ni arriba
en los cielos ni abajo en la tierra” (1 Re 8:23).
Porque tú, Jehová, eres excelso sobre toda la tierra; Eres muy
exaltado sobre todos los dioses [elohim] (Salmo 97:9).
Los autores bíblicos también le asignan cualidades únicas a
Yahvé. Yahvé es todopoderoso (Jr 32:17, 27; Sal 72:18; 115:3), el rey
soberano sobre los demás elohim (Sal 95:3; Dn 4:35; 1 Re 22:19), el
creador del resto de los miembros de sus huestes-consejo (Sal
148:1–5; Neh 9:6; cf. Job 38:7; Dt 4:19–20; 17:3; 29:25–26; 32:17;
Sant 1:17) y el único elohim que merece la adoración de los otros
elohim (Sal 29:1). De hecho, Nehemías 9:6 declara explícitamente
que Yahvé es único—solo hay un Yahvé (“Tú solo eres Jehová”).
El uso bíblico de elohim no resulta difícil de entender una vez que
sabemos que no tiene que ver con atributos. Lo que tienen en común
todos los personajes de la lista anterior es que habitan el mundo
espiritual. En esa esfera existe una jerarquía. Por ejemplo, Yahvé
posee atributos superiores con respecto a todos los elohim. Pero los
atributos de Dios no son lo que lo convierte en un elohim, ya que hay
seres inferiores que son miembros de ese mismo grupo. Los
escritores del Antiguo Testamento entendían que Yahvé era un
elohim, pero ningún otro elohim era Yahvé. Él era único en su género
entre todos los residentes del mundo espiritual.
Esto no quiere decir que un elohim no pudiera interactuar con el
mundo humano. La Biblia deja claro que los seres divinos pueden (y
de hecho lo hacían) tomar forma humana, e incluso la carne corporal,
para interactuar con las personas, pero que ese no es su estado
normal. Los seres espirituales son “espíritus” (1 Re 22:19–22; Jn
4:24; Heb 1:14; Ap 1:4). Asimismo, los seres humanos pueden ser
transportados al mundo divino (p.ej., Is 6), pero ese no es su plano
normal de existencia. Como expliqué anteriormente en este capítulo,
la palabra elohim es un término que denota el “lugar de residencia”.
No tiene nada que ver con un conjunto concreto de atributos.
Veamos algunas de las otras cuestiones que suscita el Salmo 82.
¿PARA QUÉ NECESITA DIOS UN CONSEJO?
Esta es una pregunta obvia, y su respuesta es igual de obvia: Dios
no necesita un consejo. Pero bíblicamente está claro que tiene uno.
En realidad es una pregunta muy parecida a otra: ¿Para qué
necesita Dios a las personas? La respuesta es idéntica: Dios no
necesita a las personas, pero las utiliza. Dios no depende de los
seres humanos para llevar adelante sus planes. Dios no nos necesita
para evangelizar. Él podría salvar a todas las personas que quisiera
simplemente pensando en ello. Dios podría eliminar el mal en un
abrir y cerrar de ojos y hacer que la historia humana llegara al fin que
él desea en cualquier momento. Pero no lo hace. En vez de eso,
lleva adelante su plan para todas las cosas que hay en la tierra
usando seres humanos. Tampoco es un ser incompleto sin nuestra
adoración, pero la desea.
No estoy diciendo que la pregunta de si Dios necesita o no un
consejo carezca de importancia. Lo que sí digo es que eso no es un
argumento en contra de la existencia de un consejo divino.
¿SON REALES LOS ELOHIM?
Aquellos que desean evitar la nitidez del Salmo 82 argumentan que
los dioses tan solo son ídolos y que, como tales, no son reales. Este
es un argumento que la Escritura contradice de plano. También
resulta ilógico y muestra una comprensión errónea de las razones de
la idolatría.
Por lo que se refiere a la Escritura, no hace falta mirar más allá de
Deuteronomio 32:17.
Sacrificaron [los israelitas] a los demonios [shedim], y no a Dios
[eloah], a dioses [elohim] que no habían conocido.
El versículo llama explícitamente a los elohim que los israelitas
habían adorado en su perversión demonios (shedim). Este término,
que se emplea raramente (Dt 32:17; Sal 106:37) proviene del término
acadio shedu. En el antiguo Oriente Próximo, el vocablo shedu era
neutral; podía referirse a seres espirituales buenos o malvados.
Estas figuras acadias a menudo eran representadas como seres
guardianes o protectores, si bien el término también se empleaba
para describir la fuerza vital de una persona. En el contexto de
Deuteronomio 32:17, los shedim eran elohim—seres espirituales que
guardaban un territorio extranjero—que no debían ser adorados. Se
suponía que Israel debía adorar a su propio Dios (aquí, eloah; cf. Dt
29:25). No se puede negar la realidad de los elohim/shedim en
Deuteronomio 32:17 sin negar la realidad de los demonios.
Los especialistas no se poden de acuerdo sobre qué tipo de seres
eran los shedim. Pero sea cual sea la interpretación correcta de la
identidad de los shedim, no eran piezas de madera o piedra.
Los expertos en la primera carta de Pablo a los Corintios saben
que, en la advertencia del apóstol de que no tengan comunión con
los demonios (1 Cor 10:20), los comentarios de Pablo siguen la
historia de los israelitas que se describe en Deuteronomio 32. Él
advierte a los creyentes que no deben tener comunión con los
demonios y lo hace basándose en el pecado de Israel al adorar a
otros dioses. Pablo emplea el término daimonion, una de las
palabras que se usan frecuentemente en el Nuevo Testamento en
alusión a los seres espirituales malignos, para traducir shedim en
Deuteronomio 32:17. Pablo conocía su Biblia hebrea y no negó la
realidad de los shedim, que son elohim.
¿“NO HAY DIOS FUERA DE MÍ”?
Otra estrategia equivocada es argumentar que las declaraciones
veterotestamentarias en las que Dios dice “no hay nadie fuera de mí”
quieren decir que no existen otros elohim. No es este el caso. Estas
frases no contradicen el Salmo 82 u otros pasajes que afirman, por
ejemplo, que Yahvé está por encima de todos los elohim o que es el
“Dios de dioses [elohim].”
He escrito mucho sobre este asunto (fue el tema central de mi
tesis doctoral). Estas “declaraciones de negación”, tal como las
llaman los eruditos, no afirman la no existencia de otros elohim. De
hecho, algunas de ellas se encuentran en capítulos en los que se
afirma la realidad de otros elohim. Ya hemos visto que Deuteronomio
32:17 se refiere a elohim en cuya existencia Pablo creía.
Deuteronomio 32:8–9 también hace referencia a los hijos de Dios.
Deuteronomio 4:19–20 es un pasaje paralelo, y sin embargo
Deuteronomio 4:35 dice que no hay otro dios fuera de Yahvé.
Entonces, ¿está la Escritura llena de contradicciones?
No. Estas “declaraciones de negación” no niegan la existencia de
otros elohim. Más bien, niegan que exista otro elohim comparable a
Yahvé. Son declaraciones de incomparabilidad. Este punto se puede
ilustrar fácilmente observando otros lugares en la Biblia donde
aparece el mismo lenguaje de negación. Isaías 47:8 y Sofonías 2:15
presentan a Babilonia y Nínive, respectivamente, diciendo “no hay
nadie fuera de mí”. ¿Debemos entonces creer que el propósito de la
frase es declarar que no existen otras ciudades salvo Babilonia o
Nínive? Eso sería absurdo. El propósito de la declaración es que
Babilonia y Nínive se consideraban a sí mismas incomparables,
como si ninguna otra ciudad se pudiera comparar con ellas. Este es,
precisamente,el punto cuando se usan las mismas frases en
relación con otros dioses: ninguno puede compararse con Yahvé. La
Biblia no se contradice a sí misma en este punto. Los que quieren
aducir que los demás elohim no existen se posicionan en contra de la
cosmovisión sobrenatural de los autores bíblicos.
EXAMINEMOS LA LÓGICA
La negación de que otros elohim existan es un insulto a la sinceridad
de los autores bíblicos y a la gloria de Dios. ¿Cómo puede ser
coherente decir que los versículos que ensalzan la superioridad de
Yahvé sobre todos los elohim (Sal 97:9) en realidad están diciendo
que Yahvé es más grande que seres que no existen? ¿Dónde queda
la gloria de Dios en pasajes que instan a otros elim a adorar a Yahvé
(Sal 29:1–2) cuando los hagiógrafos no creen que esos seres sean
reales? ¿Estaban inspirados los autores para mentirnos o timarnos,
para hablarnos de tonterías teológicas?
A mi modo de ver, es una burla a Dios decir: “Eres más grande
que algo que no existe”. Lo mismo podría decirse de mi perro.
Afirmar que “entre los seres que todos sabemos que no existen no
hay nadie como Yahvé” equivale a comparar a Yahvé con Spiderman
o Bob Esponja. Esto es reducir la alabanza a unas risitas. ¿Por qué
iba el Espíritu Santo a inspirar semejante sandez?
COMPRENSIÓN ERRÓNEA DE LA IDOLATRÍA
A los profetas bíblicos les encanta burlarse de la elaboración de
ídolos. Parece estúpido esculpir un ídolo a partir de la madera o la
piedra, o hacer un ídolo de arcilla y luego adorarlo. Pero los pueblos
antiguos no creían que sus dioses fueran en realidad imágenes de
piedra o madera. Si creemos esto, estamos malinterpretando a los
autores bíblicos.
Lo que los antiguos adoradores de ídolos creían era que los
objetos que hacían eran habitados por sus dioses. Este es el motive
por el que realizaban ceremonias para “abrir la boca” de la estatua.
La boca (y las fosas nasales) tenían que ser abiertas ritualmente
para que el espíritu de la deidad se trasladara y ocupara el ídolo, una
idea basada en la noción de que uno necesita respirar para vivir. Lo
primero que había que hacer era animar el ídolo con la presencia
espiritual real de la deidad. Una vez hecho esto, el ente era
confinado a la adoración y la negociación.
Esto se puede probar fácilmente con los textos antiguos. Existen
relatos, por ejemplo, de ídolos que eran destruidos. En esas
narraciones no hay ningún temor a que el dios estuviera muerto.
Antes bien, lo único que hacía falta era construir otro ídolo.
La advertencia de Pablo en 1 Corintios 10:18–22, a la que hemos
aludido anteriormente, refleja esta manera de pensar. Antes, en esa
misma carta, les había dicho a los corintios que un ídolo no tenía
poder y que, por sí mismo, no era nada (1 Cor 8:4). Si bien los
gentiles tenían otros señores y dioses, para los creyentes solamente
había un Dios verdadero. Pero en el capítulo 10, aclara que él
también sabe que los sacrificios a los ídolos en realidad son
sacrificios a los demonios, esto es, miembros malignos del mundo
espiritual.
¿Y QUÉ HAY DE JESÚS?
Los lectores del Salmo 82 a menudo plantean una pregunta concreta
sobre Jesús. Si existen otros hijos de Dios divinos, ¿qué hacemos
con la descripción de Jesús como el “unigénito” hijo de Dios (Jn 1:14,
18; 3:16, 18; 1 Jn 4:9)? ¿Cómo podría ser Jesús el único hijo divino
cuando había otros?
“Unigénito” es una traducción que, desafortunadamente, crea
confusión, especialmente a los oídos modernos. No solo la
traducción “unigénito” parece contradecir las nítidas declaraciones
veterotestamentarias acerca de la existencia de otros hijos de Dios,
sino que implica que hubo un tiempo en que el Hijo no existía, es
decir, que tuvo un principio.
La palabra griega traducida así es monogenes. No significa
“unigénito” en el sentido de haber sido “dado a luz”. La confusión
proviene de una antigua comprensión errónea de la raíz del término
griego. Durante muchos años se pensó que monogenes derivaba de
dos palabras griegas, monos (“único”) y gennao (“engendrar,
concebir”). Los especialistas en griego descubrieron posteriormente
que la segunda parte de monogenes no proviene del verbo griego
gennao, sino del sustantivo genos (“clase, género”). El término
significa literalmente “uno en su género” o “único, singular” sin
ninguna connotación sobre un origen creado. En consecuencia,
puesto que efectivamente se identifica a Jesús con Yahvé y, junto
con él, es único entre los elohim que sirven a Dios, el término
monogenes no contradice el lenguaje del Antiguo Testamento.
La validez de esta interpretación es corroborada por el propio
Nuevo Testamento. En Hebreos 11:17, a Isaac se le llama el
monogenes de Abraham. Si conoce el Antiguo Testamento, sabrá
que Isaac no era el “unigénito” hijo de Abraham. Con anterioridad,
Abraham había tenido a Ismael (cf. Gn 16:15; 21:3). El término debe
significar necesariamente que Isaac fue el hijo singular de Abraham,
ya que fue el hijo de las promesas del pacto. La línea genealógica de
Isaac sería aquella a través de la cual vendría el Mesías. De la
misma manera que Yahvé es un elohim, y ningún otro elohim es
Yahvé, también Jesús es el Hijo único, y ningún otro de los hijos de
Dios es como él.
Ya nos hemos encontrado con mucho material que requiere de
una reflexión cuidadosa, y eso que apenas hemos comenzado esta
historia épica. Los hijos de Dios observaban mientras Dios ponía los
fundamentos de la tierra (Job 38:7). Estamos a punto de ver, como lo
estaban ellos hace tanto tiempo, qué se proponía hacer su Hacedor.
CAPÍTULO 5: Como en el cielo, así también en la tierra
El dicho “como en el cielo, así también en la tierra” resulta familiar
para los cristianos. forma parte del Padrenuestro (Mt 6:9–15). En esa
oración aprendemos lo que significan esas palabras: “venga tu reino,
hágase tu voluntad” (6:10). El reino de Dios es el gobierno de Dios.
Dios desea gobernar sobre todo lo que ha creado: el mundo
espiritual invisible y el mundo terrenal visible. Hará su voluntad en
ambas esferas.
En los próximos tres capítulos explicaré cómo concibieron
originalmente los antiguos autores bíblicos este reinado desde el
principio de la creación. Lo que descubriremos es el foco real de la
Biblia, su centro teológico, si se quiere. Yo lo definiría de este modo:
La historia de la Biblia tiene que ver con el propósito que Dios
tiene y el gobierno que ejerce sobre los mundos que ha creado, el
visible y el invisible, a través de los reflejos de su imagen que ha
creado, humanos y no humanos. Este plan divino se lleva a cabo en
ambos mundos, en tándem.
Es posible que el término reflejos de su imagen no sea muy
conocido. Más adelante, dentro de este mismo capítulo, explicaré
qué significa ser eso.
La parte de la historia que conocemos mejor es aquella en la que
nos encontramos, es decir, el mundo visible, terrestre. Naturalmente,
esa es la que recibe más atención por parte de pastores y teólogos.
El mundo invisible se suele pasar por alto, o se habla de él tan solo
en relación con Dios, Jesús y el Espíritu Santo. Los dos mundos no
son mutuamente excluyentes, sino que, por diseño, están
íntimamente conectados. Esto es algo que se aprecia claramente
desde muy pronto en la historia bíblica.
¿CREADOR O CREADORES?
Esa idea de “como en el cielo, así también en la tierra” es mucho
más antigua que el Padrenuestro. Comienzo en el Génesis. El primer
capítulo de Génesis se puede malinterpretar fácilmente si uno
todavía no está familiarizado con la familia y la casa original de Dios,
el consejo divino. Obsérvese cuidadosamente el énfasis en negrita
que he puesto en Génesis 1:26–28:
26 Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del
mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y
en todo animal que se arrastra sobre la tierra. 27 Y creó Dios al
hombre a su imagen, a imagen de Dios (él) lo creó; varón y
hembra (él) los creó. 28 Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad
y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en lospeces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias
que se mueven sobre la tierra.
Muchos lectores de la Biblia se fijan en los pronombres plurales
(nosotros; nuestra) y sienten curiosidad. Podrían sugerir que los
plurales se refieren a la Trinidad, pero la investigación técnica de la
gramática hebrea y la exegesis ha demostrado que la Trinidad no es
una explicación coherente. La solución es mucho más sencilla, y es
algo que un antiguo israelita habría entendido fácilmente. Lo que
tenemos aquí es una sola persona (Dios) dirigiéndose a un grupo: los
miembros de su consejo divino.
Es como si yo entrara en una habitación donde se encuentran mis
amigos y dijera: “¡Venga, vamos a pedir una pizza!” Yo soy el que
habla y hay un grupo que escucha lo que yo digo. De forma parecida,
Dios viene al consejo divino con un excitante anuncio: “¡Vamos a
crear la humanidad!”
Pero si aquí es Dios quien está hablando con su consejo divino,
¿quiere eso decir que la humanidad fue creada por más de un
elohim? ¿Fue la creación de la humanidad un proyecto grupal? No,
en absoluto. Volviendo a mi ilustración de la pizza: si yo soy el único
que paga la pizza—haciendo así que el plan se cumpla después de
haberlo anunciado—soy yo quien mantiene tanto la inspiración como
la iniciativa de todo el proyecto. Así es cómo funciona Génesis 1:26.
Génesis 1:27 nos indica claramente que fue solamente Dios
mismo el que creó. En hebreo, todos los verbos de creación que
aparecen en el pasaje están en singular: “Y creó Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó”. Los demás miembros del consejo
no participan en la creación del hombre y la mujer. Ellos observan,
igual que cuando vieron a Dios colocar los cimientos de la tierra (Job
38:7).
Llegado este punto uno podría preguntarse por qué se pasa de la
forma plural del versículo 26 (“Hagamos al hombre a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza”) al singular del versículo 27 (“Y creó
Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”). ¿Acaso la
Biblia se contradice a sí misma? No. Sin embargo, para entender el
cambio es necesario comprender qué quiere decir eso de “imagen”.
¿IMAGEN O REFLEJO DE LA IMAGEN?
Identificar la naturaleza de la imagen divina es algo que ha
preocupado a estudiantes y pastores desde tiempo inmemorial. Es
muy probable que usted haya escuchado más de un sermón sobre
este asunto. Me apostaría a que ha escuchado que la imagen de
Dios es algo parecido a alguna de las cosas que se incluyen en esta
lista:
•      Inteligencia
•      Capacidad de razonar
•      Emociones
•      La capacidad de tener comunión con Dios
•      Conciencia de uno mismo (sentiencia)
•      Capacidad para el lenguaje y la comunicación
•      La presencia de un alma o espíritu (o ambos)
•      La conciencia
•      El libre albedrío
Todas estas cosas suenan a posibilidades, pero no lo son. La
imagen de Dios no significa ninguna de estas cosas. Si así fuera,
entonces quienes creen en la Biblia deberían abandonar la idea de la
santidad de la vida humana desde la concepción en el vientre de la
madre. Puede que esta afirmación le sobresalte, pero es bastante
evidente una vez que considera de verdad esa lista a la luz del modo
en que la Escritura habla acerca de la imagen de Dios.
Génesis nos enseña varias cosas sobre la imagen de Dios—lo
que yo denomino “llevar la imagen de Dios”. Todo lo que aprendemos
del texto debe ser tenido en cuenta a la hora de debatir qué significa
la imagen.
1.      Se incluye por igual al hombre y a la mujer.
2.      Llevar la imagen de Dios es lo que hace que la humanidad
sea distinta del resto de la creación terrenal (es decir, de las
plantas y los animales). El texto de Génesis 1:26 no nos dice
que llevar la imagen divina nos diferencie de los seres
celestiales, aquellos hijos de Dios que ya existían en el
momento de la creación. Los plurales de Génesis 1:26
significan que, de alguna manera, compartimos algo con ellos
en cuanto a llevar la imagen de Dios.
3.      Hay algo acerca de la imagen que hace que la humanidad
sea de algún modo “como” Dios.
4.      No hay nada en el texto que dé a entender que la imagen ha
sido o pueda ser conferida de forma gradual o parcial. O bien
somos creados como portadores de la imagen de Dios o no lo
somos. No se puede hablar de llevar la imagen de Dios parcial
o potencialmente.
Entre la lista de respuestas que se han propuesto a lo que
significa llevar la imagen hay toda una serie de capacidades o
propiedades: inteligencia, capacidad para razonar, emociones, tener
comunión con Dios, consciencia de uno mismo, capacidad para el
lenguaje y la comunicación y el libre albedrío. El problema de definir
la imagen mediante cualquiera de estas cualidades es, por una parte,
que seres no humanos (como los animales) poseen algunas de ellas,
aunque no en la misma medida que los humanos. Si un animal, en
algún lugar y en algún momento, aprendiera algo que fuera en contra
de su instinto, o se comunicara de manera inteligente (para nosotros
o dentro de su especie), o manifestara una respuesta emocional
(nuevamente, hacia nosotros o hacia otras criaturas), esos
elementos deberían descartarse como marcas de alguien que es
portador de la imagen. Sabemos que ciertos animales tienen
capacidades gracias a la cuidadosa investigación desarrollada en el
campo de la cognición animal. La inteligencia artificial se encuentra
al borde de conseguir logros similares. Y si algún día se descubriera
vida extraterrestre inteligente, eso también socavaría tales
definiciones.
Definir el hecho de llevar la imagen como cualquier tipo de
capacidad es un enfoque equivocado. Esto me lleva de nuevo a mi
afirmación provida. La posición provida se basa en la proposición de
que la vida humana (y por tanto el hecho de ser una persona)
comienza en el momento de la concepción (el punto en que el óvulo
femenino es fertilizado por el esperma masculino). Ese sencillo
cigoto que se encuentra dentro del útero materno, y que los provida
creen que es una persona, no es consciente de sí mismo; no posee
inteligencia, ni puede desarrollar procesos de pensamiento racional o
emociones; no puede hablar o comunicarse; no es capaz de tener
comunión con Dios u orar; y no puede ejercer su voluntad o
responder a la conciencia. Si usted quiere defender que esas cosas
están ahí potencialmente, entonces eso significa que solamente tiene
una persona en potencia. En realidad, esa es la postura del
movimiento proelección o proaborto. Ser potencialmente una
persona no es serlo de hecho. Esta forma de razonar significaría que
el aborto no es un asesinato hasta que no se alcanza la condición de
persona, algo que casi todas las personas en favor del aborto
considerarían que tiene lugar después del nacimiento.
Incluso la idea del alma no consigue pasar la prueba de la
singularidad y la realidad. La noción deriva de la traducción
tradicional de Génesis 2:7 en versiones como la Reina-Valera (“y fue
el hombre un ser viviente”). La palabra hebrea traducida como “ser”
es nefesh. Según la Biblia, los animales también poseen un nefesh.
Por ejemplo, en Génesis 1:20, donde leemos que Dios hizo ejércitos
de “seres vivientes”, el texto hebreo que subyace a “seres” es
nefesh. Génesis 1:30 nos indica que el “nefesh viviente” está en los
animales.
En estos pasajes, el término nefesh significa vida consciente o
vida animada (a diferencia de algo como la vida de las plantas). Los
seres humanos comparten una consciencia básica con determinados
animales, si bien la naturaleza de esa consciencia varía
enormemente.
Tampoco podemos apelar a que el significado de portar la imagen
sea poseer un espíritu. La palabra nefesh que acabamos de
considerar se usa de manera intercambiable con el término hebreo
para espíritu (rúaj). Entre los ejemplos se encuentran 1 Samuel 1:15
y Job 7:11. Ambos términos hablan de una vida interior en la que
tienen lugar el pensamiento, la razón y las emociones, así como el
uso de estos en actividades como la oración y la toma de decisiones.
La cuestión es queel Antiguo Testamento no distingue entre alma y
espíritu. Todas estas cualidades asociadas con el espíritu requieren
de la función cognitiva, y por tanto no son relevantes hasta la
formación (y uso) del cerebro en el feto.
Así pues, ¿cómo hemos de entender ese hecho de ser portadores
de la imagen divina de forma que no se tope con estos
inconvenientes y, a la vez, concuerde con la descripción que
hallamos en Génesis? La clave está en la gramática hebrea. El punto
de inflexión es el significado de la preposición a con respecto a la
frase “a imagen de Dios” (en inglés, “en”, en lugar de “a”). La
preposición en sirve para denotar muchas ideas distintas. Esto es, en
no siempre significa lo mismo cuando usamos esa palabra. Por
ejemplo, si yo digo: “pon los platos en el fregadero”, estoy usando la
preposición para denotar un lugar. Si digo: “Rompí el espejo en
pedazos”, estoy empleando en para denotar el resultado de cierta
acción. Si digo: “trabajo en la educación”, estoy utilizando la
preposición para denotar que trabajo como profesor o director, o en
algún otro cargo relacionado con la educación.
Este último ejemplo nos lleva a lo que significa la preposición
hebrea traducida como a (recordemos, “en”, en inglés) en Génesis
1:26. La humanidad fue creada como imagen de Dios. Si pensamos
en reflejar la imagen como un verbo o una función, la traducción
tiene perfecto sentido. Somos creados para reflejar a Dios, para ser
su imagen. Es lo que somos por definición. La imagen no es una
capacidad que tengamos, sino un estatus. Somos los representantes
de Dios sobre la tierra. Ser humano es reflejar la imagen de Dios.
Es por esto que Génesis 1:26–27 va seguido de lo que los
teólogos denominan el “mandato de dominio” en el versículo 28. El
versículo nos dice que Dios pretende que nosotros seamos él en
este planeta. Debemos crear más reflejos de su imagen (“fructificad y
multiplicaos … llenad”) con vistas a supervisar la tierra mediante la
administración y aprovechamiento de sus recursos para beneficio de
todos los reflejos de su imagen humanos (“sojuzgadla … señoread”).
LOS DOS CONSEJOS DE DIOS (DOS CASAS O FAMILIAS)
Comprender que somos reflejos de la imagen de Dios en la tierra nos
ayuda a interpretar los plurales que aparecen en Génesis 1:26 y el
cambio al singular en el siguiente versículo. Solo Dios creó a la
humanidad para que ejerciera como administradora suya en la tierra.
Pero él también ha creado a los demás elohim del mundo invisible.
Ellos también son como él. Ellos hacen su voluntad en ese mundo,
actuando como sus representantes. Ellos forman su consejo celestial
en el mundo invisible. Nosotros somos el consejo y la administración
de Dios en este mundo. Por lo tanto, los plurales nos hacen saber
que ambas familias de Dios—la humana y la no humana—comparten
la condición de reflejos de su imagen, aunque los mundos sean
distintos. Como en el cielo, así también en la tierra.
Esta teología bíblica nos prepara para entender otros pasajes y
conceptos en ambos testamentos. La lógica de la idolatría de la que
hablamos antes adopta una nueva ironía. Tras la Caída, los seres
humanos recurrirán a la elaboración de objetos de madera y piedra
que deberán animar ceremonialmente para hacer que la deidad
habite el artefacto en cuestión Pero desde el principio, Dios creó a
sus propios reflejos de su imagen: la humanidad, hombres y mujeres.
Su deseo era vivir entre ellos, y que ellos gobernaran y reinaran con
él.
Tras la Caída, ese plan no se alteró. En última instancia, Dios
decidiría establecer su habitáculo, su tabernáculo, dentro de los
seres humanos, a través de su Espíritu. El lenguaje que describe a
los creyentes como hijos de Dios (Jn 1:12; 1 Jn 3:1–3), o como
“adoptados” en la familia de Dios (Gal 4:5; Ef 1:5) no es casual ni
pragmático. Refleja la visión original del Génesis. Y una vez seamos
glorificados, los dos consejos familiares serán uno, en un nuevo
Edén. Descubriremos más sobre todos esos temas a medida que
vayamos avanzando.
En esto consistía el Edén … como en el cielo, así también en la
tierra. La intención original se aprecia aún más claramente una vez
que entendemos la antigua concepción del Edén.
CAPÍTULO 6: Jardines y montañas
Hemos aprendido que el antiguo testamento describe dos casas-
familias de Dios, una humana y otra no humana. Esas dos familias
fueron creadas como representantes de Dios para que le sirvieran en
esferas o mundos distintos. En este capítulo analizaremos cómo las
descripciones del Edén refuerzan estos conceptos.
Normalmente pensamos en el Edén tal como se le describe en
Génesis 2:8, el lugar al que los primeros humanos llamaban hogar:
“Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al
hombre que había formado”. Pero la descripción del Edén como el
hogar de la humanidad desvía nuestra atención del estatus original
del Edén.
El Edén era la casa de Dios sobre la tierra. Era su residencia. Y
donde vive el Rey, allí está su consejo. Como lectores modernos, no
nos damos cuenta de que el texto bíblico delata esa manera de
pensar. Los lectores antiguos nunca lo hubieran podido pasar por
alto.
EL CONTEXTO ANTIGUO
El Edén solo se puede entender correctamente a la luz de la
cosmovisión que los autores bíblicos compartían con otros pueblos
del antiguo Oriente Próximo. Al igual que Israel, los pueblos del
antiguo Egipto y Mesopotamia creían, por ejemplo, en un mundo
espiritual invisible que era gobernado por un consejo divino. Las
moradas divinas de los dioses, aquellos lugares en los que vivían y
donde se reunían para decidir sobre los asuntos del mundo de los
humanos, se describían de diversas maneras. Dos de las más
habituales eran los jardines y las montañas. El Edén se describe de
ambas formas en el Antiguo Testamento.
Los pueblos antiguos pensaban que sus dioses vivían en jardines
exuberantes o montañas por una razón muy sencilla: tenía sentido
que los dioses disfrutasen del mejor estilo de vida ya que, después
de todo, eran dioses. No era posible que las celebridades cósmicas
vivieran como lo hacemos nosotros.
El antiguo Oriente Próximo era fundamentalmente una cultura
agraria en la que la mayoría de la gente vivía al día, con lo justo. Los
pocos que no vivían de esa manera eran reyes o sacerdotes (y
pensando como lo hacían los antiguos, esos pocos habían sido
escogidos para alcanzar este estatus elevado por los dioses). En
entorno era caluroso y árido. La vida dependía de encontrar agua y
aprovechar su poder. Este es el motivo por el que las primeras
civilizaciones del mundo se fundaron junto a los cauces de los ríos
(p. ej., el Nilo, el Tigris y el Éufrates). Sin duda los dioses vivían en
un lugar en el que el agua era abundante, donde la vegetación y los
frutos eran el soporte vital y crecían en todas partes, donde había
abundancia de animales a los que se alimentaba y engordaba. Los
dioses vivían en lugares donde era inconcebible cualquier tipo de
carencia. El paraíso.
Las cumbres de las montañas eran los dominios de los dioses
porque allí no vivían los humanos. La antigüedad no era como la
época actual. La gente no escalaba montañas por diversión. Aunque
hubiesen querido, no tenían el equipamiento para llegar muy lejos.
Las montañas eran lugares remotos e inhóspitos, el sitio perfecto
para que los dioses se mantuvieran alejados de los molestos
humanos. Las cumbres montañosas tocaban los cielos, que
obviamente eran el ámbito de los dioses.
Esta forma de pensar explica, en parte, que los templos en Egipto
estén tallados y pintados con imágenes de jardines frondosos o que
se construyeran pirámides y zigurats. Estas estructuras eran
montañas construidas con la mano del hombre que servían como
pasajes al mundo spiritual, la esfera de los dioses, en vida o al morir.
Eran metáforas en forma de piedra.
ANTIGUO UGARIT
Sin embargo, para nuestro propósito, resulta especialmente
relevante una antigua civilización menos grandiosa: Ugarit, una
ciudad estado de la antigua Sira, situada justo al norte de Israel.
La ubicación de Ugarit fue

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