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FURMAN, Gloria Madres con una Mision PDF

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#MadresConUnaMisión
Madres con una misión 
El ministerio diario de las madres en el gran plan de Dios 
Gloria Furman
© 2021 por Poiema Publicaciones
Traducido del libro Missional Motherhood: The Everyday Ministry of Motherhood
in the Grand Plan of God © 2016 por Gloria Furman. Publicado por Crossway, un
ministerio editorial de Good News Publishers; Wheaton, Illinois 60187, U.S.A.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La
Santa Biblia, Nueva Versión Internacional © 1986, 1999, 2015, por Biblica, Inc.
Usada con permiso. Las citas bíblicas marcadas con la sigla RVC han sido
tomadas de La Santa Biblia, Versión Reina-Valera Contemporánea © 2009,
2011, por Sociedades Bíblicas Unidas; las marcadas con la sigla NBLA, de La
Nueva Biblia de las Américas © 2005, por The Lockman Foundation; las
marcadas con la sigla LBLA, de La Biblia de las Américas © 1986, 1995, 1997,
por The Lockman Foundation.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser
reproducida, almacenada en un sistema de recuperación, o transmitida de
ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia,
grabación, u otros, sin el previo permiso por escrito de la casa editorial.
Poiema Publicaciones
info@poiema.co | www.poiema.co
SDG
Dedicado con mucho afecto a 
Tiffany James y Tiffany Sumlin, 
quienes fueron madres con una misión 
para muchas chicas universitarias, 
realizando su labor en oración, 
enseñándoles el evangelio, 
y compartiendo sus propias vidas.
Contenido
Resumen
Reconocimientos
Introducción: ¿De qué trata este libro?
Parte 1: La maternidad en el gran plan de Dios
1. "Madre" también es un verbo
2. Esperando a nuestro Salvador
3. El nacimiento de la maternidad
4. El Dios que salva
5. Finalmente, asentándose
6. Reincio de la misión
Parte 2: El ministerio diario de la maternidad
7. Cristo, el Creador de la maternidad
8. Cristo, el Redentor de la maternidad
9. Cristo, el Profeta de toda madre
10. Cristo, el Sacerdote de toda madre
11. Cristo, el Rey de toda madre
12. Cristo, la vida de resurrección de toda madre
Conclusión: La maternidad misional es acerca de un
Hombre
Notas de texto
Jesús invita a todas las mujeres a ser madres con una misión: 
a seguir Su ejemplo, a confiar en Sus promesas, y a cuidar 
de otros por medio del poder que tenemos en Cristo.
Reconocimientos
Los libros son un proyecto comunitario, y hay muchos a
quienes quiero agradecer por su ayuda.
A mi esposo, David, gracias por todo —por tu tiempo y
energía, por tus oraciones y tu amor. Y gracias a Aliza,
Norah Claire, Judson y Troy por inspirarme con su fe y su
amor por los “vecinos que todavía no conocen las buenas
noticias”.
Estoy agradecida por la influencia de mi madre,
Catherine, cuya paciencia llena de esperanza es de gran
aliento para mí.
Varias mujeres han compartido conmigo su sabiduría,
sus habilidades, y su tiempo ayudándome a darle forma al
contenido de este libro a través de conversaciones
personales o de la revisión del manuscrito. Este libro resultó
mucho mejor gracias a Theresa Barkley, Kris Lawrence,
Angelia Stewart, Jenny Davis y Bev Berrus. Un
agradecimiento especial a Karalee Reinke, cuya capacidad
de enfocarse en el evangelio le dio más agudeza y color a
cada página.
Me gustaría agradecer a todo el equipo de Crossway por
su valioso apoyo, especialmente a Justin Taylor, Amy Kruis,
Angie Cheatham y Lidia Brownback.
No creo que muchos hombres piensen que sus nombres
puedan aparecer en un libro que habla acerca de la
maternidad, pero le debo un agradecimiento especial a
estos estudiosos en particular. Ellos han moldeado mi
perspectiva a través de sus diversos escritos, y me han
mostrado cómo la teología bíblica tiene mucho que ver con
el significado y la misión de la maternidad. Estoy agradecida
por los ministerios de G. K. Beale, Kevin Vanhoozer, Tom
Schreiner, D. A. Carson, John Piper, T. Desmond Alexander,
Graeme Goldsworthy y Geerhardus Vos.
No podría haber comenzado ni terminado de escribir
este libro de no haber sido por la ayuda generosa de Katlyn
Griffin, y el estímulo de Andrew Wolgemuth. ¡Gracias!
Introducción
¿De qué trata este libro?
No eres “simplemente” una mamá.
Mi misión al escribir este libro es demostrar cómo la
maternidad es parte de la misión de Dios, y así destruir de
una vez por todas la noción insípida de que la maternidad
es insignificante. No hay tal cosa como “simplemente una
mamá”, porque no hay nada “simple” en el llamado a la
maternidad. Eso es una mentira malévola que sale del
mismo infierno. Nunca has conocido a alguien que sea
“simplemente” una mamá o “simplemente” una mujer.
También quiero insistir en que todas debemos ser madres .
Toda mujer ha sido creada para cuidar la vida que Dios
mismo crea. Y es por eso que Satanás odia a las mujeres
que cuidan de los demás.
Soy consciente de que hablar de destrucción, del
infierno, y de Satanás puede sonar un poco melodramático
en una introducción, pero espero que antes de terminar de
leer el primer capítulo puedas darte cuenta de cómo la
maternidad es despreciada y trivializada hoy en día. Desde
que la serpiente susurró la primera mentira en los oídos de
la primera mujer, hemos estado en guerra, luchando contra
los poderes y principados del mal que antes nos tenían
cautivos por nuestro pecado. Hay fuerzas operando en este
mundo que están empeñadas en desterrar la vida,
especialmente la vida que ha sido creada a la imagen de
Dios. Pero ahora la gracia de Dios se ha manifestado,
trayendo salvación a todos los hombres (Tit 2:11). Satanás
intenta destruir la vida, pero Dios nos llama a cuidar la vida.
Este libro demuestra que la maternidad es una misión a la
luz de la obra de Jesús en la creación, en la redención, y de
Su triunfo sobre Sus enemigos.
Quiero que sepas que no estoy en contra del aspecto
romántico de la maternidad—para nada. Me he quedado
asombrada al contemplar las pestañas de mis bebés y
desearía tener la capacidad de guardar por siempre en mi
memoria los sonidos, olores, y sensaciones de ciertos
momentos de mi maternidad. Conozco la emoción y la
esperanza que uno experimenta cuando se le enciende una
bombilla a un niño o a una mujer que uno está discipulando.
Hay noches en las que no puedo dormir de la emoción que
siento al pensar en cosas de las cuales podría hablar con mi
vecina, que ahora está interesada en el cristianismo. El otro
día mi hijo menor hizo su primer chiste, y el escándalo que
hicimos en el carro fue tan grande que hubieras pensado
que mínimo los Medias Rojas de Boston ganaron la Serie
Mundial. Mi hija diseñó y construyó un hábitat para una
oruga y unas mariquitas que encontró cuando estuvimos de
vacaciones, y yo tomé fotos desde todos los ángulos
posibles. Tengo una amiga que me escribió para contarme
de la fidelidad de Dios durante su primera semana siendo
madre. Disfruto increíblemente de todas las emociones que
acompañan la maternidad y el discipulado. También aprecio
la capacidad que tiene una madre de darle estabilidad a su
familia en este mundo tan enfermo y lleno de pecado. Estoy
convencida de que esos momentos tan preciosos y el amor
tan profundo de una madre por sus hijos o de una mujer por
sus discípulos, alcanzan nuevas dimensiones cuando el
fundamento teológico que los sostiene es sólido.
El amor de una madre es un don poderoso. Todas las
tarjetas para el Día de las Madres están de acuerdo
conmigo, pero ¿de dónde viene este don? ¿Qué tipo de don
es? ¿Por qué lo experimentamos? ¿Hacia dónde apunta? En
este libro quiero demostrar que el ministerio diario de la
maternidad es parte de la misión de Dios. La naturaleza de
nuestro cuidado es misional. La maternidad es un don
porque es un recordatorio de que la vida es un don.
Dios no creó la maternidad “simplemente” como una
lista de tareas pendientes. Dios no creó la maternidad“simplemente” para que te regalen una tarjeta de
felicitación. Dios no creó la maternidad “simplemente”
como algo trivial e insignificante. “Dios es un espíritu
infinito, eterno e inmutable en Su ser, sabiduría, poder,
santidad, justicia, bondad, y verdad”.1 Nada de lo que Él
hace o desea puede ser intrascendente o pequeño. Ninguna
mujer hecha a la imagen de Dios, hecha para la misión de
Dios, podría ser “simplemente” una madre. La maternidad
misional es un ministerio estratégico diseñado por Dios para
llamar a la gente a adorar a Aquel que está sentado en el
trono sobre el cielo.
Me emociona explicar mejor esta idea porque mi
corazón se estremece cada vez que la recuerdo. Pensar que
Dios me ha llamado para ser una madre con una misión—y
que es por Su gracia—me deja sin palabras. Este libro tiene
un punto principal, expuesto en dos partes las cuales se
encuentran entre una introducción y una conclusión, que
serían como dos sujetalibros. Aquí está el resumen del libro
en una frase:
Jesús invita a todas las mujeres a ser madres con
una misión: a seguir Su ejemplo, a confiar en Sus
promesas, y a cuidar de otros por medio del poder
que tenemos en Cristo.
Cuando desempacas una maleta después de un viaje,
sueles sacar primero aquello que necesitas con más
urgencia. Tal vez sacas primero tu cepillo de dientes o algún
medicamento, y dejas la ropa sucia para después. Primero
sacas lo que más necesitas. Así que, en primer lugar,
explicaré por qué toda mujer debe ser una madre misional
(no solo las madres biológicas o adoptivas). En el resto de la
primera parte veremos el fundamento de la maternidad
misional, que en realidad no es más que un resumen de la
más grande historia, enfocándonos en la forma en que Dios
ha revelado Su patrón misional para la maternidad, y cómo
Él da promesas de acuerdo a este plan.
Después de esto, en la segunda parte, estudiaremos las
implicaciones de esta grande historia en nuestra
maternidad misional. En esos capítulos veremos algunas de
las muchas maneras en que las madres cristianas de todo el
mundo muestran el patrón y las promesas de Dios a medida
que hacen discípulos de Cristo. Por último, por supuesto,
tengo una conclusión que es el segundo sujetalibros. En “El
fin de la maternidad” veremos que “La maternidad misional
trata acerca de un hombre”.
Nos embarcaremos en una emocionante aventura a
través de las páginas de la Biblia para ver la obra de Dios en
la creación y el sustento de la maternidad con el fin de
cumplir Su misión de glorificarse a Sí mismo en toda la
tierra. Recientemente vi un video en YouTube de un águila
que fue liberada desde la azotea del Burj Khalifa, el edificio
más alto del mundo, con una cámara GoPro atada a su
cuerpo. Las imágenes capturadas por la cámara son
abrumadoras. El ave planeaba por el firmamento, muy por
encima del horizonte, donde el cielo y el mar se encuentran,
inclinando sus alas para conducirnos hacia una vista
panorámica del desierto arábigo, para finalmente
sumergirse en un descenso dramático hacia la metrópoli—lo
vimos todo. Espero que al leer este libro experimentes algo
parecido a lo que sientes cuando ves uno de esos vídeos
que cambian o amplían tu perspectiva.
Dios nos colocó a cada una de nosotras en familias,
iglesias, denominaciones, ciudades, países, culturas, y
épocas diferentes. Cada una tiene fortalezas y debilidades,
responsabilidades y privilegios. Soy una madre de cuatro
niños, y las buenas obras que Dios ha preparado para mí las
llevo a cabo en y alrededor de un apartamento que está en
un octavo piso, en un barrio que se encuentra en el casco
antiguo de Dubai, una ciudad muy diversa en el Oriente
Medio. Una de mis amigas, que también es miembro de
nuestra iglesia, es una mujer soltera que ya es mayor,
trabaja en una oficina corporativa, viaja mucho e invita a
sus compañeros de trabajo a que participen de estudios
bíblicos. Nuestra maternidad misional se ve diferente por
nuestros contextos, pero la fuente y el objetivo de nuestro
ministerio son los mismos. Ambas podemos estar
conscientes de algunas de las cosas que Dios está haciendo
en nuestros ministerios en un momento dado, pero solo Él
conoce la amplitud y profundidad de Su actividad en y a
través de nosotras.2
En la introducción explicaré mejor por qué este libro es
para todas las mujeres en sus respectivos ministerios
cotidianos, y espero que haya grupos de mujeres que lo
vayan a leer juntas. Estoy orando para que tengas la
oportunidad de sentarte con una taza de café y una amada
hermana en Cristo. Y si tienes que escoger entre las dos
cosas, busca el café. (¡Es broma! Busca a tu hermana.)
Estoy orando para que haya amigas que hablen acerca de
esto mientras van en el carro o sentadas en el tren de
camino al estudio bíblico. Estoy orando por madres que se
sienten con las piernas cruzadas en la alfombra, una
cargando el bebé de la otra, listas para estudiar este libro
juntas, en comunidad. Estoy orando por aquellas madres
que ahora están con el nido vacío y que decidieron leer este
libro con una amiga. Y estoy orando por las nuevas madres,
que podrían hacer como hice yo cuando no podía volverme
a dormir después de darle el pecho a mis hijos: leer a la luz
brillante de la lamparita que tienes enganchada en la
cabeza (¡el mejor regalo del baby shower!), e intercambiar
correos electrónicos con amigas que estén despiertas al otro
lado del mundo.
Seguramente muchas de las que estén leyendo este
libro sean de contextos muy diferentes al mío y al de otras
mujeres. Como en todas las conversaciones, siempre es
tentador llevarlo todo a nuestro pequeño mundo. (¡Ay, cómo
detesto esta mala costumbre mía!). Aunque en este libro
esté hablando de mi propio contexto particular, mi
compromiso es asegurarme de que cualquier exhortación
que les haga brote de la palabra de Dios. Lo último que
ustedes necesitan es un libro lleno de recomendaciones
extrañas y a medias que casi nunca funcionan. Este libro no
es un catálogo de mis ideas creativas para que puedas vivir
de forma misional—creo que esas ideas creativas van a
surgir en tu propio corazón a medida que el Espíritu
fortalezca tu fe y guíe a tu familia.
El objetivo de Madres con una misión es mostrarte con
claridad lo que la palabra de Dios dice acerca de Su misión,
cómo la maternidad encaja en la misma, y lo que Cristo ha
hecho para estimularnos y ayudarnos a cumplir nuestro
ministerio diario como madres. En cuanto a la aplicación
personal, estoy orando para que el Señor haga Su obra y te
muestre cómo puedes aplicar estas verdades en tu vida.
Podrás encontrar una aplicación personal en cada página, a
medida que te preguntes a ti misma: “¿Cómo se ve la
misión de Dios en mi propia vida? ¿Qué significa esto para
nuestra vida, como miembros las unas de las otras en el
cuerpo de Cristo? En este libro en particular, creo que va a
ser útil pensar en las aplicaciones específicas para las
madres misionales, en términos de “mente, corazón, mano,
y boca”:
¿De qué manera esta verdad renueva mi mente?
¿Necesito cambiar lo que pienso acerca de Dios, Su
misión, el evangelio , la maternidad, mi misión o
alguna otra cosa?
¿De qué manera esta verdad anima mi corazón a amar
a Jesús? ¿Hay afectos en mi corazón que necesito que
Él cambie?
¿De qué manera esta verdad fortalece mis manos para
el servicio sacrificial de cuidar a otros? ¿Cómo quiere el
Señor que yo le sirva?
¿De qué manera esta verdad abre mi boca para que yo
pueda compartir las buenas noticias? ¿Qué quiere Dios
que le diga a los discípulos y a los no creyentes a mi
alrededor?
Pidámosle ayuda al Señor a medida que vayamos
descubriendo la asombrosa virtud de Jesucristo, y la misión
que Él ha diseñado para nuestra maternidad.
Parte 1
LA MATERNIDAD EN EL
GRAN PLAN DE DIOS
Cuidando vidas ante la muerte
1
“Madre” también es un verbo
Me despidieron de mi primer trabajo a la semana de
haberme contratado. No me acuerdo muy biende los
detalles, así que tengo que confiar en lo que dicen mis
padres acerca de lo ocurrido. Después de todo, todavía
estaba cursando la primaria. La lectura es mi pasatiempo
favorito, y mi obsesión por la palabra escrita empezó a
desarrollarse desde muy temprana edad. Una de mis
maestras en la primaria se dio cuenta de esto. Mi maestra
pensó que mi pasión y mis habilidades serían un estímulo
para algunos de los niños en mi clase que estaban
atrasados en lectura, así que me pidió que ayudara a
algunos de mis compañeros.
El acuerdo no duró mucho tiempo. Mi maestra
decepcionada le explicó a mis padres que aunque a su hija
le gustaba leer, la pequeña Gloria carecía de la paciencia
necesaria para ayudar a otros niños. Pero no recuerdo
haberme sentido mal porque me hayan “despedido”. No
tener que invertir mi valioso tiempo de lectura enseñándole
a otros niños no me parecía una gran pérdida.
Mi maestra tenía razón. No tenía paciencia para cuidar
de otros, porque yo creía que servir a los demás y sacrificar
mi tiempo de lectura era una pérdida para mí. Es probable
que no lo haya expresado tan claramente, pero puedo
imaginarme a mis ocho años de edad, suspirando y
gimiendo: “Ahhh. ¿Tengo que hacer esto?”. Hay un viejo
dicho: “El mundo no gira alrededor de ti”. Pero desde el día
en que nacemos hasta el día de nuestra muerte, esa es la
historia que todas preferimos vivir, ¿no es cierto?
La verdadera historia
Si uno de mis hijos estuviera a punto de ser atacado por un
oso, me enfrentaría al oso sin pensarlo dos veces. Es con
esa ferocidad que esta mamá osa ama a sus cachorros. Así
que, ¿por qué tengo que luchar contra mis sentimientos de
egoísmo cuando descubro que uno de mis hijos se comió el
último pedazo de mi pastel de cumpleaños? Es increíble que
hasta el día de hoy sigo luchando con el mismo
egocentrismo que me caracterizaba a los ocho años de
edad. En realidad, ser consciente de esa verdad es un
regalo. Dios ha sido tan bondadoso y paciente conmigo
durante todos estos años.
Entonces, ¿cómo es que amamos apasionadamente a
las personas en nuestras vidas y a la vez nos cuesta tanto
servirles? Hay una guerra que se está librando en nuestro
interior. El cuento de hadas resultó ser una farsa. Ya hemos
vivido suficiente como para saber que el mundo no gira
alrededor nuestro, pero sin duda preferimos el guión que
dice que somos las protagonistas. Si vamos a entender la
misión de nuestra maternidad, necesitamos conocer la
verdadera historia.
La verdadera historia de mi vida es que antes estaba
perdida y alguien me halló. Dios me transformó de una
manera muy poderosa durante mi primer año en la
universidad. Él me rescató de entre los muertos y le dio vida
a mi alma, quitó mi corazón de piedra y me dio un nuevo
corazón de carne que deseaba amarle. Ahora, debo usar
palabras precisas para explicarles lo que realmente sucedió,
porque Dios me convirtió a Cristo, no a una idea de la
“feminidad bíblica”. Mi salvación no fue determinada por mi
fidelidad al vivir el diseño divino de la feminidad, sino más
bien por la fidelidad de Dios al salvarme a través de la obra
de Cristo en la cruz. Como veremos más adelante en las
Escrituras, Jesús diseñó la feminidad para Sí, creando
mujeres portadoras de Su imagen para que le siguieran
fielmente. Con agrado afirmo y celebro el diseño de Dios
para las mujeres, tal y como Él lo ha revelado en Su Palabra.
Mi iglesia es muy diversa étnicamente hablando, y disfruto
ver a mujeres de más de setenta nacionalidades viviendo su
diseño y su misión dada por Dios de cuidar a otros. Con sus
diversos y hermosos acentos, cada una de esas amigas en
la Iglesia del Redentor en Dubái diría que no existe una sola
cultura o una sola súper mujer que encarne el arquetipo
más piadoso de la perfección femenina. ¡Solo Jesucristo es
el foco, la esperanza, y la ayuda de todas las mujeres en
todo el mundo!
La Biblia está llena de verdades que fueron reveladas
incluso en la sala de personas ordinarias. Así que, en ese
mismo sentir quiero compartirles un poco más acerca de
dónde vengo (además de la historia de cuando me
“despidieron” en tercer grado). Mi esposo, David, es un
hombre que ama al Señor y que se ha comprometido a vivir
la misión que Jesús le ha dado. Cuando nos casamos,
éramos jóvenes y fuertes; nada podía detenernos. En
muchos sentidos, no necesitaba ejercitar la paciencia con
mi marido ni cuidar de él de manera sacrificial. Éramos
bastante capaces de cuidar de nosotros mismos, ¡y en
ocasiones hasta me costaba seguirle el ritmo! Cuando
ambos estábamos en el seminario, recuerdo que me daba
pánico la idea de ser madre. Cuando la gente nos
preguntaba acerca de tener hijos, nosotros siempre
decíamos: “Vamos a esperar cinco años”.
Pero esos cinco años pasaron volando. A medida que
transcurría el tiempo, entre las demandas del seminario y
una docena de viajes misioneros cortos, me empecé a
acostumbrar a la idea de ser madre. Poco después, aprendí
de una de mis mentoras que mi ansiedad en esta área no
estaba excluida de la “Regla de 1 Pedro 5:7”.3 Duramos casi
dos años “intentando”, antes de que llegara nuestra
primera hija, y durante cada uno de esos meses de espera
yo pasaba por un ciclo de emociones encontradas: de
esperanza, a decepción, a alivio. En aquellos días, Dios me
enseñó mucho acerca de Su soberanía y Su bondad. Más
adelante, aquella tarde en que nació nuestra hija, la
incertidumbre me golpeó como un tsunami. Al terminar de
alimentarla por primera vez, la enfermera me recordó lo
siguiente de manera muy espontánea: “Muy bien, querida;
Ahora pon tu alarma para que te despiertes en dos horas y
le des el pecho otra vez”. ¿Otra vez? Agotada como nunca
antes en mi vida, no tenía las fuerzas ni la claridad para orar
con elocuencia. Simplemente necesitaba el pan para ese
día: “Padre, no tengo ni idea de lo que estoy haciendo.
Dame lo que sea que necesite para hacer lo que me has
llamado a hacer”.
Ahora, años más tarde, mi falta de paciencia sigue
manifestándose en la forma en que amo a mi marido, quien
ha desarrollado una enfermedad nerviosa acompañada con
ciertos impedimentos físicos. Mi egoísmo se manifiesta en la
forma en que cuido de mis cuatro hijos pequeños. Mi
egocentrismo se manifiesta en la forma en que me relaciono
con mis amigos en la iglesia, y en mi compromiso de
amarles como hermanos y hermanas en Cristo. Se
manifiesta en la forma en que oro por mis vecinos y les
testifico.
Pero. ¡Alabado sea el Señor! No tengo que esconderme
detrás de la excusa: “Estoy demasiado ocupada pensando
en mí misma para servir a los demás; tendrás que encontrar
a alguien más”. El evangelio le dice a una pecadora
quebrantada como yo, que en realidad soy parte de una
historia diferente. Jesús invita a todas las mujeres a ser
madres con una misión: a seguir Su ejemplo, a confiar en
Sus promesas, y a cuidar de otros por medio del poder que
tenemos en Cristo. Jesucristo está trabajando en una misión
que va a cumplir con toda seguridad, y nos invita a
participar de ella para la alabanza de Su gloriosa gracia.
Vocabulario vital
¿Alguna vez le has pedido a un niño pequeño, en medio de
una rabieta, que “use sus palabras”? Yo también. Cuando
hablamos acerca de teología y de maternidad, no solo
necesitamos usar nuestras palabras; tenemos que utilizar
las palabras adecuadas. Tenemos que ser intencionales en
el uso de nuestras palabras, especialmente palabras acerca
de quién es Jesús y lo que Él está haciendo. Pero también
tenemos que ser intencionales cuando usamos palabras
para la maternidad. Cuando digo “madre”, quiero que
consideres el sustantivo como un verbo. Cuando leas la
palabra “cuidar”, quiero que recuerdes todo lo que implica:
discipular, servir, atender, criar, enseñar, mostrar
hospitalidad, y más.
Las mujeres que tienen hijos biológicos o adoptivos no
son las únicas llamadas a ser madres. La maternidad es un
llamado para todas las mujeres. Toda mujercristiana está
llamada a ser una madre espiritual, haciendo discípulos en
todas las naciones. Nuestro cuidado maternal es, por
naturaleza, misional. En este libro veremos por qué nuestro
instinto maternal tiene que tomar la forma de la cruz, y
cómo el mismo Jesús es Aquel quien hace esta obra en
nuestros corazones, desde adentro hacia afuera.
Tal vez esas palabras hacen que el manto de tus
muchas responsabilidades se sienta un poco más pesado:
cuidar de un padre enfermo, aconsejar a una nueva amiga
en la iglesia, preocuparte por un hijo rebelde, animar a tu
marido cansado, servir a un prójimo que sufre, u orar por un
misionero que esté pasando por tiempos difíciles.
Cuando pienso en mi responsabilidad de cuidar de
aquellos que me rodean (y de aquellos que están al otro
lado del mundo), puedo sentir cómo mi orgullo es aplastado.
Sí, Señor, quebranta nuestro orgullo y cultiva en nosotros un
corazón humilde a medida que hacemos más y más
sacrificios para cuidar de nuestros hijos, ministrar a
nuestros amigos, y alcanzar a los perdidos.
Nuestra fe necesita ser fortalecida con una esperanza
verdadera –no con esperanzas falsas. Si eres como yo, ya
has probado suficiente de lo falso como para saber que no
tienes tiempo para esperanzas falsas. Ninguna de las
inspiraciones débiles y de las esperanzas falsas que el
mundo ofrece pueden soportar el peso del estrés, de la
fatiga, del pecado, del dolor del parto, o de la tristeza. Las
esperanzas falsas no pueden calmar tus miedos cuando
estás sentada en la sala de espera mientras un ser querido
está en el quirófano; no pueden recoger tu corazón roto del
suelo después de haber visto un vídeo sobre el aborto; no
pueden enfrentarse a las implicaciones de la muerte; no
pueden mirar al pasado ni al futuro para alabar a Jesús. Las
esperanzas falsas solo pueden hacerte mirar hacia atrás y
decir cosas como: “¿Cómo pude haber sido tan tonta?”. A
medida que vayamos viendo esta gran historia de lo que
Dios está haciendo en el mundo, se hará evidente que
nuestras esperanzas falsas nos engañan. Mantente atenta a
medida que lees, y pídele al Señor que examine tu corazón.
Muchas veces me sorprendo al ver las esperanzas falsas a
las que me aferro en busca de mi comodidad. Es mi oración
que el Señor avive nuestros corazones cuando recordemos
una y otra vez que necesitamos la verdadera esperanza del
evangelio, ¡la que nunca nos decepcionará!
A medida que degustemos más y más esa verdadera
esperanza del evangelio, nuestro apetito por las falsas
esperanzas empezará a desaparecer. Necesitamos recordar
que el dolor del crecimiento, aunque sea difícil de soportar,
en última instancia es parte de nuestro gozo. Dios crea cada
uno de nuestros días con oportunidades para ser mujeres
gozosas, dadoras de vida, y portadoras de Su gloria. Solo
Cristo es lo suficientemente poderoso como para llevar a
cabo esta obra en y a través de nosotras. Ser madres con
una misión no se trata de hacer cosas para Dios en tus
propias fuerzas. La maternidad misional es un camino de fe
en el que las débiles (es decir, todas nosotras) siempre
deben tener sus ojos puestos en la cruz.
Así que empecemos a caminar juntas. Encontraremos el
patrón que Dios nos ha encomendado para la maternidad
misional. Y luego, escucharemos las buenas noticias acerca
del Cristo que cumple todas las promesas de Dios. ¿Has
oído el dicho: “Tienes que aprender a caminar antes de
querer volar”? Bueno, vamos a volar antes de que
caminemos. En la primera parte de este libro vamos a volar
alto y rápido sobre la antigua historia. Dios revelará Su
patrón y nos dará Sus promesas. Hay muchísimos hilos en el
tapiz que Dios teje con la historia de la redención, y la
maternidad misional es solo uno de ellos. Veremos cómo la
sombra de la cruz está presente a lo largo del Antiguo
Testamento. Y después, en la segunda parte, vamos a
caminar a paso lento, deteniéndonos para considerar
algunos detalles más de cerca.
2
Esperando a nuestro Salvador
Un breve resumen del Antiguo Testamento
Podrías preguntarte por qué hay un resumen del Antiguo
Testamento en un libro escrito para madres. O podrías
preguntar por qué este capítulo no es un resumen de ambos
Testamentos, ¡del Antiguo y del Nuevo! Ambas preguntas
son buenas. Puesto que fue Dios quien creó la maternidad,
es necesario que examinemos Su Palabra. Por amor a la
brevedad, decidí limitarme a la narrativa del Antiguo
Testamento en la parte 1 del libro, y en la parte 2 veremos
la persona y la obra de Jesucristo de forma “sistemática”.
Cuando entendemos la gran historia de Dios, vemos que
la maternidad misional no es un estilo de vida definido por
los productos o cosas particulares que consumes o dejas de
consumir, o por las actividades que haces o dejas de hacer.
Un estilo de vida es algo que uno puede escoger hacer
según su cultura, preferencias y recursos. La historia de la
redención nos enseña que la verdadera maternidad
cristiana es por gracia mediante la fe. Esto no se trata
meramente de un estilo de vida; es lo que debe caracterizar
la vida de alguien que ha nacido de nuevo. Cuidamos de
otros de una manera que sea consistente con el hecho de
que Cristo realmente resucitó de entre los muertos. Así que
nuestra maternidad misional no se trata de lo que hacemos,
de lo que comemos o de cómo decoramos nuestras casas,
sino de vivir creyendo toda palabra que sale de la boca de
Dios y de dar frutos espirituales que den testimonio de la
realidad del evangelio.
Si queremos aprender acerca de la maternidad misional,
primero tenemos que ir a la Biblia—al principio—porque
sabemos que la Biblia es la historia de Dios. Él escribió un
libro para nosotros.
Nuestra mayor necesidad
No conozco todas las circunstancias a las que te tendrás
que enfrentar en el día de hoy. Sería un poco tonto de mi
parte tratar de hablar acerca de todos los problemas a los
que se enfrentan las mujeres en todo el mundo. Pero hay un
libro que nos habla acerca de nuestro mayor obstáculo, del
estorbo que más nos desalienta, y nuestra situación más
desesperada. La Biblia nos dice quién es Dios y cómo
podemos conocerlo.
Nuestra necesidad más importante es estar en una
relación correcta con Dios. Cualquier otra necesidad que
tengas es insignificante en comparación, tanto como una
hormiga en el sótano de un rascacielos en Shanghái. Todas
tus demás necesidades apuntan a esa gran necesidad de
conocer y ser conocida por Dios. ¿Tienes hambre? Es un
puntero que te ayuda a entender que fuiste diseñada para
vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios. ¿Tienes
sed? Es un puntero que te ayuda a entender que tu sed
espiritual solo puede ser saciada por el agua viva que Jesús
da. ¿Tienes frío? ¿Estás asustada? ¿Ansiosa? ¿Triste? ¿Sola?
¿Perdida? Estas necesidades apuntan al único Dios que te
creó, que te ama y que entregó a Su Hijo para que muriera
en tu lugar, y así tú pudieras amarlo a Él en espíritu y en
verdad, para siempre. ¿Sientes como la eternidad late en tu
corazón?
Estas imágenes y punteros sirven para recordarnos
verdades eternas. ¡Y necesitamos todos los recordatorios
que nos puedan dar! Es asombroso considerar todos los
mensajes contrarios (es decir, mentiras) con que nos
bombardean cada día. Este mundo (Ef  2:2) es un sistema
perverso dirigido por Satanás. Las fuerzas espirituales y
poderes malignos están aliados con el diablo, a quien Pablo
llama el dios de este siglo (2Co  4:4, RVC). Estos poderes
malignos han diseñado, organizado y puesto en marcha la
corriente de este mundo, de tal manera que nuestra caída e
inclinación al pecado se hace cada vez más evidente, y la
meta es hacernos creer que “las cosas son así y punto”. Al
enfrentarnos con la muerte, simplemente decimos: “Así es
la vida”. Vivimos en un mundo regido por obscenidades que
se hacen pasar por la realidad, tales como: “Esto es todo lo
que hay”, “Haz lo que te diga tu corazón”, y “Tu mejor vida
es ahora”. Según elmundo, la vida en general no tiene
sentido, y la humanidad es solamente un grupo de cúmulos
de células optimistas. Así que un estómago gruñendo solo
existe para recordarte que te saltaste el almuerzo, y nada
más.
La Biblia renueva nuestra mente para que podamos
identificar las mentiras de este mundo. Esta claridad es
fundamental para la maternidad misional. ¿A qué mujer no
le han mentido acerca de quién es Dios, de por qué se hizo
el mundo, y de lo que significa la maternidad? La corriente
de este mundo quiere que vivamos como zombis—
indiferentes hacia Dios y hacia nuestra necesidad
desesperada de Él.
Alabado sea Dios que no nos abandonó y no dejó que
siguiéramos el curso de este mundo, como zombis que van
por la vida sin dirección alguna. Él intervino. Él se ha
revelado en Su Palabra y envió a Su Hijo, la Palabra hecha
carne. En la Palabra de Dios, la Biblia, leemos acerca de la
verdadera historia.
Necesitamos olvidarnos de la historia equivocada
Dios es el autor de la más grande historia que se come a
todas las pequeñas historias de almuerzo. Para vivir el
diseño de Dios para nuestras vidas y seguir Su plan para
nuestra maternidad misional, necesitamos conocer Su
historia.
Las mujeres necesitan conocer Su historia por varias
razones. En primer lugar, somos tan propensas a
preocuparnos excesivamente sobre los detalles de nuestras
historias de hormigas diminutas que no vemos el
rascacielos. En segundo lugar, es necesario conocer Su
historia porque las historias moldean nuestras mentes. Su
Palabra nos muestra una imagen verdaderamente cristiana
de la misión de Dios para las madres, y cómo y por qué
debemos cumplirla. En tercer lugar, cuando conocemos y
amamos Su historia, nos ayuda a evitar que vivamos la
historia equivocada. No queremos vivir esa historia
equivocada caracterizada por el miedo ansioso, las
comparaciones eternas, un cuidado indiferente, y una
búsqueda de paz con el mundo bajo los términos del
mundo. Y, en cuarto lugar, es necesario conocer esta
historia para que podamos traspasarla a otros.
Y luego está la razón que abarca todas las demás
razones: necesitamos conocer a Jesús. ¿Quién es Él? ¿Cuál
es Su patrón? ¿De qué maneras cumple Él las promesas de
Dios? ¿Qué tienen que ver Su patrón y el cumplimiento de
esas promesas con mi misión de ser madre?
En el resto de este capítulo, vamos a dar un paseo
supersónico sobre el Antiguo Testamento. Fíjate en la forma
en que la sombra de la cruz se vislumbra en el horizonte.
Deja que el Espíritu empape tu imaginación y piensa en
todas las formas en que Jesús transforma tu maternidad en
Su misión de cuidar vidas. Las implicaciones y las
aplicaciones las veremos en la parte 2 del libro, pero ahora
también es un buen momento para que vayas pensando en
algunas maneras en que esta buena noticia puede cambiar
la forma en que cuidas y discipulas. Luego, en el resto de
esta sección (la parte 1), hablaremos un poco más en
detalle, época por época. Verás que hay algunas preguntas
en los capítulos en las cuales tal vez quieras profundizar
aún más usando tus herramientas de estudio bíblico.
Así que ve y busca una taza de café recién hecho y
amárrate el cinturón de seguridad.4 Es un breve resumen,
pero oro que el Señor lo use para ayudarte a ver a Cristo
más claramente en la Escritura, y que esto llene tu corazón
de gratitud y gozo en Él.
Jesús nos hizo parte de Su historia
Su historia comienza desde antes que existiera el tiempo. El
Dios trino—Padre, Hijo y Espíritu Santo—existía en perfecta
comunión en la eternidad pasada. Dios creó todo lo que se
puede ver (y lo que no se puede ver) para Su propia gloria.
Todo era bueno en el reino universal de Dios.
Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen, sopló
aliento de vida en Adán y lo puso en un jardín, le dio
propósito al hombre y a la mujer, equipó a Adán y a Eva
para que sometieran la tierra más allá del jardín y ampliaran
Su jardín-templo sobre toda la tierra. Siendo un Padre bueno
y amoroso, Dios estuvo con y para Sus hijos.
Pero Adán dejó que una serpiente astuta tergiversara
las palabras de Dios. Nuestros primeros padres rechazaron a
Dios, y en lugar de creer las palabras de Dios, escucharon
las palabras de la serpiente, comieron del fruto prohibido
del conocimiento del bien y del mal, y cayeron. Ellos
pecaminosamente optaron por intentar lo imposible: la
independencia de Dios. Intentaron llegar a ser sabios, pero
demostraron que eran unos necios. En un solo bocado, la
muerte entró en el mundo. Todo en la tierra entró
rapidamente en un proceso de destrucción. Sus corazones
se volvieron contra ellos mismos. Al igual que la serpiente,
se convirtieron en mentirosos y acusadores. En lugar de
cuidar del otro, cada uno buscaba su propio beneficio. En
lugar de dar testimonio de la pureza de Dios en el jardín que
Él hizo, la presencia de ellos lo contaminó. Dios pronunció
una maldición como resultado de su pecado. Hubo juicios:
espinas, malas hierbas, dolores de parto y conflictos.
Pero Dios no abandonó a los portadores de Su imagen
para que sufrieran bajo Su ira sin darles una vía de escape.
Él prometió que la descendencia de la mujer vencería sobre
la serpiente y su descendencia. Este fue el inicio del
conflicto cósmico.
Adán creyó la promesa de Dios por la fe. El hombre y la
mujer seguirían siendo coherederos, embajadores y
portadores de la imagen de Dios. Él le dio a su esposa un
nombre que estaba lleno de esperanza, un nombre lleno de
fe en la gracia futura de Dios:
El hombre llamó el nombre de su mujer Eva, por
cuanto ella era madre de todos los vivientes
(Gn 3:20).
¿Viste eso? La muerte entró en la creación a causa de su
pecado, pero la nueva vida entró en la creación a causa de
la gracia. Eva sufrió dolores de parto y con la ayuda del
Señor dio a luz a su hijo Caín. Este niño creció y se puso del
lado de la serpiente, asesinando a su hermano, Abel, el cual
era justo. Creemos que arreglar la cama solo para volver a
acostarnos sobre ella es un ejercicio inútil. Pero me
pregunto, ¿qué habrá pensado Eva de la inutilidad en este
momento? ¿Qué había pasado con todo aquello acerca de la
procreación y la simiente prometida de la mujer? Pero la
historia continúa, y la esperanza nunca se pierde mientras
Dios siga siendo fiel a Sus promesas. Eva dio a luz a otro
hijo, Set.
Todos necesitamos las intervenciones de Dios
A pesar de los muchos dolores de parto, la descendencia de
Adán y Eva se multiplicó sobre la faz de la tierra. Y el
pecado se multiplicó junto con ellos. Los corazones de los
hombres llegaron a estar tan saturados de maldad que Dios
envió un diluvio para juzgar a la humanidad y limpiar la
tierra, pero Él decidió salvar a una familia junto con algunos
animales. Dios hizo un pacto con Noé y a los portadores de
Su imagen les reiteró Sus instrucciones de multiplicarse y
gobernar la tierra.
Pero el diluvio no podía limpiar el corazón del hombre.
Los descendientes de Noé se multiplicaron y así mismo se
multiplicó su rebelión. Entonces Dios en Su misericordia
confundió su idioma en Babel, y el pueblo se extendió sobre
la faz de la tierra.
Todo trabajo que involucre cuidar a alguien es una
especie de intervención—entre un niño y sus hábitos
destructivos, entre un amigo y su desánimo, entre un
refugiado y su falta de vivienda, entre una persona
desvalida y el descuido. Esta ha sido nuestra historia desde
la caída. Ni una sola de nosotras tiene esperanza alguna a
no ser por la intervención de la gracia de Dios. En Génesis
12, nos presentan a un hombre que Dios había escogido de
entre todas las personas en la tierra, un pagano que
adoraba la luna y su anciana esposa estéril: Abraham y
Sara.
Dios hizo un pacto con Abraham y le prometió una tierra
espaciosa, una descendencia abundante, y una bendición
mundial. Pero, ¿cómo se iba a multiplicar esta pareja de
ancianos?
Una vez más, vemos la intervención de la gracia de Dios
cuando Sara, una mujermayor, concibió y perseveró en el
parto hasta dar a luz a un hijo. Sara no sería la única mujer
que tendría que luchar con los dolores del juicio
relacionados a la concepción y la labor de parto. Todas
somos afectadas de alguna manera u otra por estas cosas—
infertilidad, aborto involuntario y labor de parto—, ya sea
que este sufrimiento sea el de nuestro propio cuerpo o del
cuerpo de la mujer que nos dio a luz, o de la mujer que está
sentada a nuestro lado. Toda mujer debe mirar a la simiente
prometida de la mujer para encontrar esperanza y ayuda.
Dios venció la esterilidad de muchas otras mujeres
después de Sara, mostrando la fortaleza de Su poder para
proveer el Libertador que Él había prometido. Pero
Abraham, Isaac y Jacob vivieron en tiendas de campaña y
no ocuparon la tierra que Dios les había prometido, ni
vivieron para ver cómo ellos serían de bendición para el
mundo entero. Vivieron y murieron por la fe.
El final de Génesis es sombrío. El pueblo de Dios está
viviendo en Egipto, y el número de la descendencia de
Abraham eran unas setenta personas. Con esa cantidad de
granos de arena solo puedes hacerle una playa a una
hormiga. El pueblo de Dios se había multiplicado, pero
estaban pereciendo como esclavos de un rey que estaba
empeñado en un genocidio. En Su misericordia, Dios levantó
a parteras que le temían a Él en lugar de temerle al faraón,
y rescató a Moisés, quien a su vez rescataría al pueblo de
Dios cuando Él juzgara a Egipto. Los hijos de Israel
caminaron hacia su libertad cruzando por puertas cubiertas
con la sangre de corderos, y luego entre paredes de agua de
mar.
La misión de Dios sigue en marcha
Del otro lado del agua, en un monte, Dios le dio Su ley a Sus
hijos. Ahora el propósito global de Dios para este pueblo
comienza a tomar forma. Al igual que el primer hombre y la
primera mujer, los hijos de Israel fueron llamados a cuidar
de todo el mundo, siendo un reino de sacerdotes a través de
los cuales Dios enviaría Su bendición. El pueblo fue llamado
a ser fiel al pacto, a obedecer al Señor, a depender de Él
para recibir el pan de cada día, y amarle. Es evidente que el
pueblo no podría cumplir con esta misión si Dios no estaba
con ellos.
Dios habitó entre Su pueblo en el tabernáculo. Además
de las instrucciones detalladas sobre cómo construir el
tabernáculo, Dios le dio instrucciones específicas a Su
pueblo en cuanto a la forma en que debían ofrecer
sacrificios agradables a Él. Aún así, Dios es completamente
santo y está apartado de los hombres pecaminosos, y la
sangre de toros y machos cabríos no puede quitar el pecado
de manera permanente. Así que Dios en Su gracia
estableció un medio a través del cual estos sacrificios
estarían vinculados a un sacrificio futuro por el pecado. El
pueblo tenía que vivir por fe mediante la gracia, y debía
multiplicar el número de los seguidores del único Dios
verdadero. Su deber era conocer, obedecer y utilizar la
Palabra de Dios para difundir el conocimiento del Señor
sobre toda la tierra. Esa comisión nos suena muy familiar,
pero la verdad es que todos somos fácilmente engañados
por nuestra idolatría.
Si Dios no interviene en nuestras vidas, seríamos tan
infieles como Israel. El pueblo no había sido liberado de la
esclavitud, no realmente. Debido a su esclavitud al pecado,
Israel se negó a entrar en la Tierra Prometida porque ellos
habían oído que había gigantes en la tierra. Luego, cuando
finalmente siguieron a Dios hasta la tierra, rechazaron los
jueces que Él había enviado para salvarlos. Los ídolos de las
naciones eran más atractivos. Fueron días horrorosos en los
que “cada uno hacía lo que le parecía mejor” (Jue 17:6).
Entonces Israel pidió un rey como los que tenían las
naciones paganas. Abraham dijo que de Judá vendría un
cetro—un rey. La simiente de la mujer—el linaje real—
continuó cuando en la pequeña ciudad de Belén, un
descendiente de Judá llamado Booz actuó como pariente
redentor y se casó con una viuda gentil.
El bisnieto de Booz y Rut, David, fue ungido para ser
rey, y él puso su confianza en el Señor. Dios estableció Su
pacto con David, pero David pecó. Empezando por su
adulterio y hasta el asesinato que cometió, era evidente que
este rey no era justo. ¿Y su hijo Salomón? Durante el
gobierno de Salomón, la paz y la prosperidad se
multiplicaron, pero así también se multiplicaron sus esposas
e ídolos. La historia de Salomón me hace preguntarme si, en
medio de la fatiga de cuidar de los demás y de nuestro
cansancio por luchar contra nuestro pecado, nos
conformamos felizmente con un reino salomónico en
nuestros hogares. Solo queremos que al menos haya una
paz relativa alrededor de las fronteras de nuestra familia,
pero nuestros corazones están lejos del Señor. Sé que esta
es mi tendencia. ¡Pero gloria a Dios que no nos permite
disfrutar de la paz en este tipo de escenario! Y que tampoco
permitió que Israel se quedara contento allí.
Los reyes de Israel se rebelaron infinitamente contra
Dios. Los profetas se lamentaban y se quejaban contra Dios
por no cumplir Su pacto, según ellos. Sin embargo, las
personas siguieron un patrón predecible: convicción de
pecado, arrepentimiento, reincidencia, rebelión, repetición.
Luego el patrón se rompió cuando los sacaron de sus casas
y los enviaron al exilio. ¿Y qué de las promesas de Dios
durante ese tiempo?
Las promesas no habían sido anuladas; aún estaban
vigentes. El pueblo de Dios cantó canciones acerca de Él, de
Su fidelidad y de su anhelo por Él. En el camino, ellos
hablaron sobre lo que significaba vivir una vida de sabiduría
en “el temor del Señor” (Pro 1:7). Cantaron una canción que
tararea la melodía de una pasión sin obstáculos que se
consumará el día en que el Novio divino se una con Su
novia.
Los profetas hablaron la palabra del Señor, diciendo: “Él
volverá a ser misericordioso con nosotros. Seremos
liberados por un nuevo éxodo. Se acerca un nuevo pacto
que no será escrito en piedras, sino en los corazones. Un
nuevo día de reposo. Un nuevo rey davídico. Un nuevo
templo. Dios habitará en medio de Su pueblo una vez más,
y será para siempre. Él nos llevará a una nueva creación en
la que el pecado y la muerte ya no impedirán que nos
deleitemos en Dios. Dios juzgará a Sus enemigos, y la
cabeza de la serpiente será aplastada por siempre bajo los
pies del Justo”.
Dios cumplió con llevar un remanente de exiliados de
vuelta a la tierra. El regreso, sin embargo, no fue tan triunfal
como ellos esperaban. ¿Dónde estaba aquel nuevo templo
tan grandioso? ¿Y el Rey justo? ¿Qué hay de la presencia de
Dios? Las personas aún estaban sumergidas en pecado.
Esta creación no parecía muy nueva. ¿Y dónde estaba su
descanso? Ellos fueron gobernados por un rey gentil quien
estuvo a cargo de ayudar a propagar el reino romano, no el
reino de Dios, sobre la faz de la tierra.
Eso me recuerda al típico momento en que una
enfermera le dice a una madre que acaba de iniciar la labor
de parto que probablemente le falta un buen rato, y que
sencillamente tendrá que seguir esperando y tener
paciencia, y no, ella no tiene forma de saber cuánto falta
realmente. “Pero no te puedes rendir ahora, porque es
demasiado tarde para que vuelvas a casa. Así que solo trata
de relajarte”. ¡¿Qué?!
La oscuridad no puede vencer la luz
En medio de esta oscura situación, resplandeció una luz:
“En Él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad”
(Juan 1:4).
Jesús era Aquél a quien ellos esperaban: la simiente de
la mujer, enviado no para ser servido, sino para servir y
para dar Su vida en rescate por muchos; el Hijo del Hombre,
el Hijo de Dios.
Pero el enemigo de Dios no se rindió, diciendo: “Me
imaginé que venías. Muy bien, aquí están los cautivos.
Aplasta mi cabeza ya, por favor”. No. Desde el momento en
que nació, Jesús entró en conflicto con el enemigo de Dios.
La encarnación de la segunda persona de la Trinidad fue la
entrada de la nueva creación a los tiempos que prontopasarían. La Palabra de Dios, quien creó todas las cosas con
una palabra y con el fin de llevar a cabo la redención, se
ocupó de hacer la obra que vino a realizar: deshacer las
obras del pecado, de Satanás, y de la corriente de este
mundo. A lo largo de Su vida, sufrió rechazo y murió en la
cruz en manos de aquellos que no deseaban ver que Su
reino llegara ni que Su voluntad se hiciera en la tierra como
en el cielo.
Los acontecimientos de ese fin de semana, ya unos dos
mil años atrás, marcaron el giro de la historia cósmica. La
reivindicación del sacrificio del Hijo—la resurrección del
Cristo—es algo que nunca debemos olvidar. Repito: tu y yo
siempre debemos procurar que nunca, nunca se nos olvide
la Pascua. Si crees que la preocupación, la frustración, la
fatiga, la ingratitud o la inutilidad de tu trabajo maternal es
lo más grande que te está pasando en estos momentos,
recuerda esto: ¡Jesús está vivo!
Los efectos de la resurrección de Jesús no son tan
evidentes a simple vista. Nuestros ojos están cegados. Es
por eso que el evangelio tiene que ser proclamado—no es
algo que simplemente se nos ocurre por nuestra cuenta. Los
muertos no despiertan y se dicen a sí mismos:
Creo que necesito una justicia ajena. ¡Sí! Necesito
una santidad que venga de fuera, no de mí mismo.
Apuesto a que hay una deidad trina que creó todas
las cosas, y que la segunda persona de esta Trinidad
se encarnó. Apuesto a que el Hijo de Dios y el Hijo
del Hombre vivió la vida que nunca podría vivir, y
que murió en mi lugar con el fin de expiar la ira que
Dios tiene contra mí. Y… apuesto a que si me aferro
a este Dios-hombre por gracia mediante la fe,
entonces seré salvo.
No, no se nos ocurre pensar algo así. Todos necesitamos que
nos prediquen el evangelio. Dios es el que nos da vida, nos
abre los ojos, y nos invita a obedecer Su gran comisión,
para hacer discípulos de todas las naciones por medio de Su
poder y siguiendo Su patrón, confiando en Sus promesas.
Esta es la historia que tengo que recordar. Esta es la
historia que tiene que dominar por encima de todas las
situaciones y preguntas en mi vida: ¿Qué comeremos? ¿Qué
beberemos? ¿Qué nos pondremos? El carro está dando
problemas otra vez—¿qué conduciremos? La agenda está
demasiado llena—¿qué dejaremos de hacer? El médico dice
que no hay esperanza de sanación, solo podremos manejar
el dolor—¿qué cambiaremos? Revisas tu cuenta de Twitter y
lees una historia que hace que tu corazón estalle dentro de
ti—Señor, ¿qué haremos?
Necesito entender que mi vida tiene un propósito, que
mi trabajo no es en vano, y que la noche ya casi termina.
Tengo que experimentar algo mucho más grande que yo—
algo grande, firme, divino.
Hay un precursor que ya sacó nuestros cadáveres de la
tumba y los llevó a la plenitud de una vida resucitada. Jesús
ascendió al cielo (¡hay un Hombre en el cielo!), y Él está
siendo adorado como el Cordero inmolado de Dios que ya
venció. El Padre lo sentó a Su diestra, pero Él sigue estando
presente en nuestras vidas. Él habita en los corazones de
Sus seguidores por medio del Espíritu Santo. Por medio de
ese Espíritu, Él da testimonio a nuestros corazones de que
somos hijos de Dios. El exilio no fue el fin, porque Jesús
marcó el comienzo de la era de la resurrección.
Incluso ahora, la nueva creación prometida, la cual es
mejor de lo que el Edén podría haber sido jamás, ya está en
proceso por medio de la obra del Espíritu en la nueva
humanidad de hombres, mujeres y niños redimidos por
Cristo, de todas las tribus que hay en la tierra. Lo viejo ya
pasó. Ha llegado lo nuevo. Y se acerca el día en que el
Cordero volverá a la tierra una vez más como juez.
Cualquier terror o amenaza en el ámbito visible o invisible
no es más que una sombra de la ira del Cordero contra Sus
enemigos. Después que Él haya eliminado para siempre
toda impureza y toda maldad, permanecerán los que han
sido lavados por la sangre expiatoria del Cordero. Y,
finalmente, Su reino vendrá y prosperará en todo su
esplendor y plenitud.
Dios es el que salva. Aquí en la tierra, esperamos con
paciencia el retorno de Jesús. Mientras tanto, tenemos una
misión que cumplir por la gracia de Dios. Será llevada a
cabo tanto en avivamientos extraordinarios, como en
nuestros ministerios cotidianos, pero siempre por el poder
del Espíritu. Parece que nos estamos adelantando un poco,
con toda esta charla acerca del fin de este siglo y el
comienzo de la eternidad. Pero, ¿sabes qué? En realidad,
nosotras debemos fijar nuestra mirada en el horizonte de la
eternidad con Jesús. Debemos fijar nuestra mirada en el
rostro de Dios en Cristo. Tenemos que ver y disfrutar a
Jesús.
3
El nacimiento de la maternidad
Desde la creación hasta el padre Abraham
Después de haber presentado la propuesta para Madres con
una misión, me di cuenta de que lo que estoy intentando
hacer en la parte 1 es una locura. ¿Cómo se puede resumir
algo como el plan épico de Dios para la historia de la
redención y cómo encaja la maternidad en él, en tan solo
unos breves capítulos?
Aunque estoy segura de que este es el camino a seguir
para este libro, todavía me siento intimidada al intentar
resumir una historia tan grandiosa y alucinante. Sin
embargo, me anima el hecho de que este tipo de resumen
valdrá la pena para las mujeres ocupadas que decidan leer
este libro, porque la práctica de resumir (y la intimidación
que la acompaña) es algo que hacemos todo el tiempo.
Todas conocemos esa intimidación que nos da cuando un
niño nos hace una pregunta profunda. Todas hemos sido
desconcertadas al darnos cuenta de que alguien a quien
conocemos pasó por una tragedia inesperada. Todas nos
sentimos frustradas cuando nos damos cuenta de que un
tiempo precioso se nos escapa con demasiada rapidez.
Todas nos hemos quedado inmóviles y sin palabras después
de leer algunos titulares en las noticias. El panorama
general nos ayuda a seguir adelante. Para utilizar términos
teatrales, debido a que todos somos personajes viviendo
una historia, todos estamos improvisando de acuerdo al
guión que hemos resumido de manera inconsciente en
nuestros corazones.
¿Qué se supone que estemos haciendo como madres?
¿Y cuál es el fin de nuestra misión? Necesitamos conocer la
gran historia que comienza con la antigua historia.
La Palabra narradora
Tal y como había dicho, veremos cómo la sombra de la cruz
está presente a lo largo del Antiguo Testamento. La misma
Biblia que Jesús leyó tiene algo que decirnos a las madres
de hoy en día. Esa idea era nueva para mí cuando me
convertí, y cuando entendí que la simiente prometida de la
mujer en Génesis 3:15 era Jesús, no sabía si mi cerebro iba
a derretirse de la confusión o explotar de alegría. Siendo
nueva creyente, recuerdo haber pensado que realmente era
una buena noticia, porque durante toda mi infancia estuve
bajo la impresión de que “el dios del Antiguo Testamento”
era algo diferente a “el dios del Nuevo Testamento”.
Pensaba que el primer dios estaba enojado con todos los
pecadores, y que era algo bueno que ese dios se haya
transformado en Jesús y haya empezado a amar a los
pecadores. No sabes el alivio que sentí al descubrir que
estaba equivocada. ¿Quién podría confiar o amar a un dios
que cambia arbitrariamente? Alabado sea nuestro Dios trino
—Padre, Hijo, y Espíritu Santo—que nunca cambia. Él nos ha
dado Su Palabra, la cual es un mensaje unificado de Su plan
para glorificarse a Sí mismo al salvar a Sus hijos perdidos.
Leer el Antiguo Testamento a la sombra de la cruz hace
que mi corazón arda dentro de mí, al igual que le sucedió a
los discípulos en el camino a Emaús. El Cristo resucitado se
apareció a ellos mientras iban por el camino, y lo que les
dijo les llenó de asombro y emoción:
Entonces, comenzando por Moisés y por todos los
profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas
las Escrituras (Lc 24:27).
¿Se imaginan haber estado allí en el camino con los
discípulos cuando se dieroncuenta de que habían estado
hablando con Jesús, Aquel que venció el pecado y la
muerte? La unidad del mensaje de la Biblia corre a través de
todos los sesenta y seis libros y a través de ambos
Testamentos. Cuando estudiamos esta unidad, lo llamamos
“teología bíblica”.5 Cuando Jesús habla acerca de esta
unidad, Él está demostrando que toda la Biblia trata acerca
de Él.
Por supuesto, debemos ser cuidadosas al estudiar la
Escritura a través de esta lente; ¡no queremos ver cosas
que realmente no estén allí! Dicho más claramente, tu
teología bíblica está bien encaminada cuando logras ver
cómo toda la Escritura apunta al evangelio. La Biblia es
acerca de Jesucristo y de lo que Él hizo por nosotros a fin de
restaurarnos a una relación correcta con Dios. Jesús es el
personaje central de la Palabra de Dios. Juan, el discípulo
amado de Jesús, va al grano en la primera línea del relato
que él escribió como testigo presencial:
En el principio ya existía la Palabra. La Palabra
estaba con Dios, y Dios mismo era la Palabra (Jn 1:1,
RVC).
Jesús es la Palabra. La Biblia es Su historia. Él es la Palabra a
través de la cual fueron creadas todas las cosas.
Porque por medio de Él fueron creadas todas las
cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles,
sean tronos, poderes, principados o autoridades:
todo ha sido creado por medio de Él y para Él
(Col 1:16).
Necesitamos entender cómo Jesús—Su existencia,
encarnación, enseñanzas, milagros, obras, muerte,
resurrección, ascensión, entronización y regreso—es la
realidad que gobierna todo lo que podemos ver y lo que no
podemos ver.
Como dije anteriormente, fue un alivio descubrir que
ese concepto de un Dios cambiante y arbitrario es una
herejía. También es un alivio darme cuenta y recordar que
todo en la vida trata acerca de Cristo y no de mí. Si yo soy
el centro del universo, entonces tengo que luchar por
mantener a Dios, a mis hijos, a mi esposo, a mis amigos, mi
trabajo, y a todos los conductores distraídos en la fila de la
escuela orbitando a mi alrededor. Emitir ese tipo de
atracción gravitatoria es un trabajo excepcionalmente duro,
y eso hace que me frustre (como mínimo). Todos esos
planetas siguen tratando de volar hacia el espacio. Cuando
leo que Jesucristo es el centro de todo, suspiro de alivio, me
arrepiento de mi arrogancia, y lo contemplo felizmente en
adoración. También tengo que recoger mi mandíbula del
suelo cuando caigo en cuenta de que la Palabra decidió
crear, narrando Su creación en Su historia.
Dios hizo todo lo que puedes ver (y lo que no puedes
ver)
Se ha dicho que las mujeres son capaces de hacer muchas
cosas a la vez. Puede que eso sea verdad, pero en mi propia
experiencia, no soy muy buena recordando las tantas
verdades que quisiera tener frescas en mi mente en todo
momento. Es por eso que aprecio recordatorios básicos,
tales como: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra”
(Gn 1:1). Es como un buen vaso lleno de perspectiva para
esos momentos en los que siento que tengo el peso del
mundo sobre mis hombros. Antes de que desestimemos
rápidamente este hecho acerca de la creación de Dios con
un “Sí, sí, ya lo sé”, vamos a pausar y considerar lo que
dice. Además, antes de descartar esta sección con un rápido
“Sí, sí, ya lo vimos en el resumen del Antiguo Testamento”,
pausemos y recordemos que ahora estamos adentrándonos
en las aplicaciones específicas de la historia del Antiguo
Testamento y en la forma en que todo se relaciona con
nuestras vidas.
En primer lugar, somos criaturas. ¿Cómo explicamos
toda la impresionante belleza y el quebrantamiento
desgarrador que vemos en medio nuestro? Los seres
humanos—criaturas— son increíbles y condenables a la vez.
Somos finitos, hechos del polvo, con almas inmortales que
nunca morirán, que tristemente son adictas a Candy Crush,
que están adornadas con diferentes tipos de ombligos, y
que se preocupan por la dirección en la que debe rodar el
papel higiénico en el baño. Somos criaturas que bailan
Haka, que comen shawarmas, que hacen el amor, que
corren maratones, que caminan sobre la luna, que
promueven el aborto, que se unen por medio de pactos
matrimoniales, que amamantan bebés, que construyen
bombas nucleares, que rescatan pajaritos huérfanos, que
tienen esclavos, que liberan esclavos, que componen
sinfonías, que entrenan delfines, que diseñan
computadoras, que muestran compasión, que reciben a los
refugiados, que persiguen sueños.
Los seres humanos son responsables del descubrimiento
del tocino curado en miel de abeja, y de bombardear
escuelas en Siria. ¿Quiénes nos creemos que somos? ¿Por
qué hacemos lo que hacemos? Para empezar a entendernos
a nosotros mismos, tenemos que saber que somos
criaturas: criaturas dependientes, frágiles y que algún día
rendirán cuentas. Somos criaturas humildes a las cuales un
Dios santo quiso revelarse. Que el Dios Creador se revele a
nosotros es una gracia profunda que no deberíamos
atrevernos a ignorar o tomar a la ligera.
Este mismo Dios Creador, que es antes de todas las
cosas, hace que todas esas cosas y nosotros formemos un
todo coherente (Col 1:17). Esto es asombroso. El hecho de
que este Dios quiera revelarse a nosotros nos dice mucho
acerca de quién Él es. Dice que Él es el tipo de Dios que
crearía seres vivos con una necesidad de conocerle y que
luego Él se revela a esas criaturas para que puedan
conocerle. No, Dios no está necesitado; nosotros estamos
necesitados. No hay nada deficiente en el Dios trino ni en Su
obra creadora. Su creación es una emisión explosiva de Su
plenitud inherente. Los serafines claman los unos a los otros
ante el trono del Dios vivo:
Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda
la tierra está llena de Su gloria (Is 6:3).
A lo largo del día, mientras estamos conduciendo al trabajo,
elaborando un informe, sintiendo que un bebé nos patea
desde adentro, durmiendo tranquilamente, o barriendo
nuestra terraza, la sala del trono en el cielo resuena con una
alabanza constante. Ya sea que lo veamos o no, nosotros
como criaturas siempre estamos en el extremo receptor de
la bondad que emana de Dios. Como hijos de Dios, se nos
ha dado el privilegio de la gracia que nadie podría merecer.
El Catecismo Menor de Westminster responde a la pregunta
“¿Qué es la obra de la creación?” de esta manera:
La obra de la creación consiste en que Dios ha
hecho todas las cosas de la nada, por el poder de Su
Palabra, en el espacio de seis días y todas muy
buenas.6
De la nada, la Palabra poderosa de Dios hizo que existieran
los koalas y los cuásares.
Humillémonos en sumisión reverente, expectante y
gozosa ante este Dios santo. Dios creó todas las cosas como
un desbordamiento de Su plenitud. Incluso los cielos
cuentan la gloria de Dios (Sal  19). Y Él te ha creado para
que lo conozcas—¡solo piénsalo! Pregunta: ¿Cómo Dios creó
al hombre? El mismo catecismo lo resume de esta manera:
Dios creó al hombre, varón y hembra, según Su
propia imagen, en conocimiento, justicia y santidad,
con dominio sobre las criaturas.7
Tómate un momento y mira los remolinos impresos en tu
dedo pulgar, que son únicos en toda el mundo. Aguanta tu
respiración por un segundo y piensa en el hecho de que Él
hizo y te da el oxígeno que llena tus pulmones. ¿Por qué te
creó?
La gloria del polvo que obedece la Palabra
Dios habló al caos acuático, diciendo: “¡Que exista la luz!”
(Gn  1:3). Y la luz apareció. Entonces Dios habló a la
atmósfera, y apareció aún más creación: los cuerpos de
agua, la tierra sólida, plantas con semillas en su interior,
estrellas, enjambres de criaturas marinas, y todos los
animales en la tierra que se arrastran, que galopan, que
trepan, o que vuelan. Y vio Dios que era bueno.
A continuación, en el sexto día de la creación, “Dios creó
al ser humano a Su imagen; lo creó a imagen de Dios.
Hombre y mujer los creó” (Gn 1:27).
Génesis 2 nos da una descripción más detallada de la
creación de Adán. “Y Diosel  Señor formó al hombre del
polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el
hombre se convirtió en un ser viviente” (Gn 2:7). El Creador
se inclinó para recoger un poco de tierra, para Él mismo
elaborar Su propia eikon (“imagen” en griego), y darle vida
al portador de Su imagen con Su propio aliento. Los otros
seres vivos fueron formados de la tierra (Gn 2:19), pero se
nos dice que el hombre fue aquel en quien Dios sopló
aliento de vida.
Ahora, esto sería curioso si pensamos que el aliento de
Dios es simplemente oxígeno. Nosotros respiramos oxígeno.
Pero también lo hacen los leopardos, las ballenas azules, las
babosas y los periquitos. ¿Los animales recibieron el aliento
de Dios por igual? No, lo único que tienen es aliento a
zoológico. La palabra en hebreo aquí es ruah, que puede
referirse a “espíritu”, “viento” y “aliento” (dependiendo del
contexto). Para resumir la mayoría de las explicaciones
dadas por los estudiosos de la Biblia, este ruah que Dios
sopló en el primer hombre es el mismo ruah que resucitó los
cuerpos sin vida en el valle de los huesos secos (Ez  37:9-
10), y el mismo ruah que Jesús sopló sobre Sus discípulos
cuando dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20:22). El aliento
de Dios fue lo que hizo de Adán “un alma viviente”
(1Co 15:45, NBLA).
No estamos completamente vivos a menos que el
Espíritu more en nosotros. La historia de la creación
muestra que Dios es el que da vida a nuestras almas. ¡Pero
eso no es todo! También nos dio palabras para nuestras
vidas. Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén, y
le dio palabras. Y entonces Dios mandó al hombre, diciendo:
“Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del
árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer.
El día que de él comas, ciertamente morirás” (Gn 2:16-17).
Más tarde, después de que Dios creó a la mujer, Dios
bendijo a Adán y a Eva, y les repitió su propósito: “Sean
fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla;
dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos
los reptiles que se arrastran por el suelo” (Gn  1:28). Eran
dos portadores complementarios de Su imagen (masculino y
femenino), encargados de una misión especial, sometidos a
la Palabra de Dios, y dependientes del Espíritu de Dios.
Mira otro pasaje familiar en una de las cartas de Pablo a
Timoteo y nota lo que dice acerca de la Palabra de Dios.
¿Ves la conexión?
Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para
enseñar, para reprender, para corregir y para
instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios
esté enteramente capacitado para toda buena obra
(2Ti 3:16-17).
A menudo nos sentimos tentadas a relegar la Escritura y
verla como un bonito accesorio en nuestras vidas, pero ¿hay
alguna parte de la vida que no esté incluida en este pasaje?
El aliento de Dios convierte al hombre en un alma viviente.
Y el aliento de Dios convierte la Palabra de Dios en una obra
viviente—la Escritura—que es enteramente suficiente para
enseñar, reprender, corregir, instruir y capacitar al hombre
de Dios para toda buena obra. ¡Toda buena obra! (Sí, eso
significa que Dios quiere que estés equipada con Su Palabra
para hacer la buena obra de la maternidad.) Dios le asignó
buenas obras a Adán y a Eva para lograr la expansión de
jardín-templo de Dios sobre la faz de la tierra y la
multiplicación de los portadores de Su imagen dependientes
de Su Palabra. Y fue la misma Palabra de Dios que los
equipó para que pudieran hacerlo. Lo mismo es cierto para
nosotras hoy en día. Como dijo Nehemías, “hombres y
mujeres… todos los que podían comprender” necesitan la
Palabra de Dios (Neh 8:2).
Pero tendemos a olvidar esto. A menudo vivimos como
si esta no fuera la realidad. Cuando me despierto por la
mañana (o alguien me despierta), me vienen muchos
pensamientos a la mente antes de pensar en la Palabra de
Dios. Puedo repasar todo lo que tenemos para ese día,
hacer una o dos listas de tareas pendientes, y mirar fotos de
las tazas de café de mis amigas en mi teléfono. Y todo esto
sin haber salido de mi cama, y antes de pensar en la
Palabra de Dios. ¿Recuerdas que Jesús reprendió a Satanás
cuando le tentó en el desierto? Jesús citó Deuteronomio 8:3,
diciendo: “Escrito está: ‘No solo de pan vive el hombre, sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios’” (Mt 4:4). Dios
nos creó para que fuéramos completamente dependientes
de Su Palabra. Pero, ¿cómo podemos hacer esto cuando hay
palabras volando hacia nosotros desde todas las
direcciones, desde vallas publicitarias en la carretera, y
desde los teléfonos en nuestras mesitas de noche?
Recibimos tantos mensajes contradictorios acerca de
nuestra creación, nuestra misión y nuestra historia. ¿Cuáles
de todas esas palabras creemos?
La serpiente astuta
Vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios fue la
tarea privilegiada y la ontología, o la realidad, de Adán y
Eva. Dios habla, y la humanidad vive de lo que sea que Dios
haya dicho.
Esa es la realidad. Pero no tienes que leer mucho en
Génesis para encontrarte con el Distorsionador de mensajes
—el Enemigo de Dios. Satanás quería que la historia fuera
acerca de él:
Decías en tu corazón:
“Subiré hasta los cielos.
¡Levantaré mi trono
por encima de las estrellas de Dios!
Gobernaré desde el extremo norte,
en el monte de los dioses.
Subiré a la cresta de las más altas nubes,
seré semejante al Altísimo” (Is 14:13-14).
La arrogancia absoluta de esas declaraciones me hace
temblar. Dios creó al hombre y a la mujer para que fuesen
los portadores de Su imagen y sus gerentes sobre la
creación, por lo que les dio Sus palabras para que vivieran
de ellas. Ellos necesitaban que las palabras de Dios, y la
historia de Dios, guiaran sus vidas. Pero el Enemigo intentó
hacer que la historia fuera acerca de él. Satanás engañó al
hombre y a la mujer para que llevaran su imagen decrépita,
extendieran su reino infernal, y vivieran de sus palabras
venenosas.
Satanás entró en la serpiente, y Adán le permitió entrar
al jardín puro de Dios, donde no había nada profano. Adán
permitió que la serpiente hablara con Eva, su gloriosa,
coheredera y vicegobernadora sobre toda la creación, y
Satanás siseó atisbos de duda al oído de la mujer:
¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de
ningún árbol del jardín? (Gn 3:1).
El alma de la mujer cayó en el engaño de ese primer siseo
de duda. Tal vez las palabras de Dios no son confiables. Tal
vez hay una palabra mejor que la de Dios. Tal vez somos
nosotros los que tenemos que juzgar a Dios.
En la respuesta de Eva, vemos la arrogancia de un
legalista. Ella minimizó la libertad que Dios les había dado
de comer libremente, y le respondió a la serpiente:
“Podemos comer del fruto de todos los árboles” (Gn  3:2).
Luego de esto, se inventa su propia regla de no tocar la
fruta, y luego minimizó el juicio de Dios de un “Ciertamente
morirás” a un “De lo contrario, morirás” (Gn 3:3). Satanás
afirmó las dudas de Eva, diciendo: “¡No es cierto, no van a
morir! Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol,
se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios,
conocedores del bien y del mal” (Gn 3:4-5). Mientras tanto,
Adán estaba allí, escuchando cómo las palabras de Dios
eran cuestionadas, juzgadas, tergiversadas y mal aplicadas.
Su deber era someter a la serpiente satánica y pisarle la
cabeza en ese mismo instante. Adán y Eva ya eran como
Dios, y ellos habían confiado en que Dios les había dicho
todo lo que necesitaban saber. ¿Quién se pensaba este
mentiroso que era, rechazando a Dios y haciendo sus
propias promesas? Este es un hilo que corre a lo largo de la
historia humana—las mentiras de la serpiente. En la parte 2
examinaremos ese hilo un poco más de cerca y veremos
cómo afecta la forma en que cuidamos y discipulamos a
otros. Por ahora, vamos a seguir con la gran historia.
Ya sabemos lo que sucede en el resto de la historia.
Adán y Eva rechazaron las palabras de Dios yse rebelaron
contra Su gobierno. ¿Cómo respondió Dios? Dios llamó a sus
hijos expuestos y caídos mientras ellos se escondían de Él
entre los arbustos.
La simiente prometida de la mujer
Dios le dice al hombre: “¿Dónde estás?” (Gn 3:9). ¿Puedes
escuchar los latidos del corazón misericordioso de Dios en
esta pregunta? Es la misma pregunta que todos tuvimos
que enfrentar cuando fuimos salvos. ¿Dónde estás? Si Dios
hace esta pregunta, está implícito que no estamos con Él. Y
la misericordia en la misma implica una segunda pregunta:
¿Sabes que no estás conmigo? Hubo un tiempo en mi vida
en el que no sabía que no estaba con el Señor. Yo creía que
estaba bien por mi familiaridad con la iglesia y el
cristianismo. Después de todo, Dios y yo no estábamos en
desacuerdo entre nosotros, o al menos eso pensaba yo. Sin
embargo, eso era como tratar de taparme con hojas de
higuera. Por la gracia de Dios, cuando en mi corazón
escuché la pregunta “¿Dónde estás?”, no me escondí de
Dios entre los arbustos del orgullo y la vergüenza, sino que
corrí hacia Él para ser vestida de Cristo. Y así Dios llamó a
Adán. En un acto de misericordia, no permitió que Adán y
Eva se escondieran de Él. Dios es quien toma la iniciativa.
Podemos leer el diálogo entre Dios, el hombre y la mujer
en Génesis 3:9-13. Su culpa es más que evidente, pero en
lugar de arrepentirse ante Dios, ellos decidieron que su
rebelión se debía a sus circunstancias. Adán culpó a Eva, y
Eva culpó a la serpiente. Y así comenzó el legado humano
de evitar la confesión de nuestro pecado en un vano intento
de evitar al Dios que está en todas partes y que ve todas las
cosas. En este punto de nuestro relato de la gran historia,
quizás deberíamos hacer una pausa para reconocer nuestra
propia propensión a acumular puntos en el juego de la
culpa, y admitirle a Dios que necesitamos de Su gracia.
Y no nos detendremos ahí. Recordemos lo que sucedió
después. Dios tuvo misericordia de nosotros. Incluso en el
pronunciamiento de Sus justas sentencias, podemos oír los
latidos del corazón misericordioso de Dios. El Señor Dios
maldijo a la serpiente y reveló Su plan maestro para redimir
a Sus hijos caídos. Escucha esta buena noticia:
Pondré enemistad entre tú y la mujer,
y entre tu simiente y la de ella;
su simiente te aplastará la cabeza,
pero tú le morderás el talón (Gn 3:15).
¿Escuchaste la esperanza? Estás leyendo este libro porque
Dios no exterminó al hombre y a la mujer en ese instante
(como pudo haberlo hecho con toda la razón). Sea cual sea
la condición de nuestras vidas en la actualidad, la única
razón por la que hay sangre corriendo por nuestras venas y
aire llenando nuestros pulmones es la misericordia de Dios.
Hay muchas etapas en la vida de una mujer, como veremos
más adelante, pero por ahora, entiende que estás en una
etapa de la vida. Y si estás en Cristo, estás en una etapa
eterna de una vida imperecedera. La misericordia que Dios
le mostró al hombre y a la mujer tenía un propósito: que Él
pudiera llevar a cabo Su plan a través de la simiente de la
mujer.
La madre de todo ser viviente
En este punto del libro, puede que tu mente esté inundada
de preguntas acerca de Eva, acerca del aumento de sus
dolores de parto, sobre su “deseo” para su marido (Gn 3:16,
RVC), y toda pregunta bajo el sol que pueda estar
relacionada. Por amor a la brevedad, no podemos
sumergirnos en esas aguas profundas en este capítulo, pero
luego trataremos con algunos de estos asuntos. Ahora
(como debería ser en todo momento, pero en especial
llegando a esta parte de Su historia) es tiempo de
postrarnos en gratitud y adoración. Recibimos las palabras
de Dios con gratitud porque sabemos que estamos
completamente necesitadas. Nos sometemos a Él con
alegría porque Él no nos ha dado lo que merecemos. Todo
nuestro pasado ha sido por gracia. Todo nuestro futuro será
por gracia. Y cualquiera que sea la circunstancia en la que
te encuentres hoy, todo es por gracia. Los ojos de toda
madre deben estar sobre su Dios, quien le ha dado el regalo
de cuidar vidas ante la muerte.
Adán creyó en la promesa de la gracia futura de Dios, y
en un acto de fe le dio a su esposa un nombre que le
favorecía. Era un nombre que estaba lleno de esperanza:
El hombre llamó Eva a su mujer, porque ella sería la
madre de todo ser viviente (Gn 3:20).
A través de la mujer vendría Aquel que Dios había
prometido que aplastaría la cabeza de la serpiente. “Dios
el Señor hizo ropa de pieles para el hombre y su mujer, y los
vistió” (Gn  3:21). Así que Dios restauró a Adán y Eva a Sí
mismo a través del sacrificio de un inocente y cubrió su
vergüenza. Todo esto lo hizo por Su propia iniciativa. ¿Ves
cómo se estableció el patrón para nuestra salvación?
El diluvio purificador
En Génesis 4:1 leemos que “el hombre se unió a su mujer
Eva, y ella concibió y dio a luz a Caín”. La madre de todo ser
viviente sufrió muchos dolores de parto y dio a luz a un hijo.
Luego dijo: “¡Con la ayuda del  Señor, he tenido un hijo
varón!” ¿Sería este el bebé que crecería y aplastaría la
cabeza de la serpiente? La respuesta, sabemos, tenía que
ser que no, ya que Caín era de la simiente de Adán, y nació
en pecado. Con el tiempo, Caín se unió al destructor de la
vida, y mató a su hermano justo, Abel.
Ante la muerte, sin embargo, la vida continuó. La gente
se multiplicó sobre la faz de la tierra. Y su pecado se
multiplicó junto con ellos. Generación tras generación
perversa, los portadores de la imagen distorsionada
pululaban sobre la tierra, gobernando y sometiendo, pero no
en el nombre del Señor. “El Señor vio que era mucha la
maldad de los hombres en la tierra, y que todos los planes y
pensamientos de su corazón eran siempre los de hacer solo
el mal” (Gn 6:5, RVC). Pero había un hombre que halló favor
ante los ojos del Señor—Noé (Gn 6:8). Por la misericordia de
Dios, y no por nada bueno que hubiera en él, Noé (junto con
su familia) se salvó de la ira de Dios. Dios envió un diluvio
para purificar la tierra del mal y acabar con toda la
humanidad (excepto una familia). El arca de Noé era un
zoológico flotante de esperanza que contenía el futuro de la
humanidad y que permaneció por la promesa de Dios de
enviar al Mesías.
Después del diluvio, mientras sus piernas se
acostumbraban a estar sobre tierra firme otra vez, Dios hizo
un pacto con Noé y repitió la orden que le había dado a
Adán originalmente: “Sean fecundos, multiplíquense y
llenen la tierra” (Gn 9:1). Sin embargo, el agua del diluvio
no purificó los corazones de los hombres y las mujeres que
estaban dentro del arca. Los hijos de Noé y sus esposas
dieron a luz a niños que también estaban caídos, al igual
que ellos. Nuevamente la tierra empezó a llenarse de
portadores rebeldes de la imagen de Dios. ¿Qué esperanza
tenían las dadoras de vida en ese entonces? ¿Dónde estaba
el Mesías prometido que aplastaría a la serpiente? El
testimonio de esta esperanza se perdió, y el pueblo se
dedicó a trabajar en una torre con el único propósito de
exaltarse a sí mismos por encima de los cielos.
“Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el
cielo. De ese modo nos haremos famosos y evitaremos ser
dispersados por toda la tierra” (Gn 11:4). Dios descendió y
en Su misericordia confundió su idioma, de modo que no
podían entenderse entre sí, así que abandonaron su necia
misión (por el momento). Por cierto, ¿dónde estaríamos sin
las intervenciones de Dios en nuestras vidas? Nuestra única
esperanza es que Dios nos salve por Su misericordia. El
dragón ataca a la simiente prometida de la mujer,
intentando destruir a ese hijo tan esperado. Y las naciones
bramarán hasta que la serpiente y su simiente sean
vencidas por siempre.
La esterilidad no es un obstáculo
Hasta este punto de la historia, el fruto del vientre no había
traído una liberación final. ¡Pero el triunfo de la vida
prevaleció a través de los muchos dolores de parto! La vida
continuó a pesar de que ahora había

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