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Mientras lees, comparte con otros en redes usando #MadresConUnaMisión Madres con una misión El ministerio diario de las madres en el gran plan de Dios Gloria Furman © 2021 por Poiema Publicaciones Traducido del libro Missional Motherhood: The Everyday Ministry of Motherhood in the Grand Plan of God © 2016 por Gloria Furman. Publicado por Crossway, un ministerio editorial de Good News Publishers; Wheaton, Illinois 60187, U.S.A. A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional © 1986, 1999, 2015, por Biblica, Inc. Usada con permiso. Las citas bíblicas marcadas con la sigla RVC han sido tomadas de La Santa Biblia, Versión Reina-Valera Contemporánea © 2009, 2011, por Sociedades Bíblicas Unidas; las marcadas con la sigla NBLA, de La Nueva Biblia de las Américas © 2005, por The Lockman Foundation; las marcadas con la sigla LBLA, de La Biblia de las Américas © 1986, 1995, 1997, por The Lockman Foundation. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, u otros, sin el previo permiso por escrito de la casa editorial. Poiema Publicaciones info@poiema.co | www.poiema.co SDG Dedicado con mucho afecto a Tiffany James y Tiffany Sumlin, quienes fueron madres con una misión para muchas chicas universitarias, realizando su labor en oración, enseñándoles el evangelio, y compartiendo sus propias vidas. Contenido Resumen Reconocimientos Introducción: ¿De qué trata este libro? Parte 1: La maternidad en el gran plan de Dios 1. "Madre" también es un verbo 2. Esperando a nuestro Salvador 3. El nacimiento de la maternidad 4. El Dios que salva 5. Finalmente, asentándose 6. Reincio de la misión Parte 2: El ministerio diario de la maternidad 7. Cristo, el Creador de la maternidad 8. Cristo, el Redentor de la maternidad 9. Cristo, el Profeta de toda madre 10. Cristo, el Sacerdote de toda madre 11. Cristo, el Rey de toda madre 12. Cristo, la vida de resurrección de toda madre Conclusión: La maternidad misional es acerca de un Hombre Notas de texto Jesús invita a todas las mujeres a ser madres con una misión: a seguir Su ejemplo, a confiar en Sus promesas, y a cuidar de otros por medio del poder que tenemos en Cristo. Reconocimientos Los libros son un proyecto comunitario, y hay muchos a quienes quiero agradecer por su ayuda. A mi esposo, David, gracias por todo —por tu tiempo y energía, por tus oraciones y tu amor. Y gracias a Aliza, Norah Claire, Judson y Troy por inspirarme con su fe y su amor por los “vecinos que todavía no conocen las buenas noticias”. Estoy agradecida por la influencia de mi madre, Catherine, cuya paciencia llena de esperanza es de gran aliento para mí. Varias mujeres han compartido conmigo su sabiduría, sus habilidades, y su tiempo ayudándome a darle forma al contenido de este libro a través de conversaciones personales o de la revisión del manuscrito. Este libro resultó mucho mejor gracias a Theresa Barkley, Kris Lawrence, Angelia Stewart, Jenny Davis y Bev Berrus. Un agradecimiento especial a Karalee Reinke, cuya capacidad de enfocarse en el evangelio le dio más agudeza y color a cada página. Me gustaría agradecer a todo el equipo de Crossway por su valioso apoyo, especialmente a Justin Taylor, Amy Kruis, Angie Cheatham y Lidia Brownback. No creo que muchos hombres piensen que sus nombres puedan aparecer en un libro que habla acerca de la maternidad, pero le debo un agradecimiento especial a estos estudiosos en particular. Ellos han moldeado mi perspectiva a través de sus diversos escritos, y me han mostrado cómo la teología bíblica tiene mucho que ver con el significado y la misión de la maternidad. Estoy agradecida por los ministerios de G. K. Beale, Kevin Vanhoozer, Tom Schreiner, D. A. Carson, John Piper, T. Desmond Alexander, Graeme Goldsworthy y Geerhardus Vos. No podría haber comenzado ni terminado de escribir este libro de no haber sido por la ayuda generosa de Katlyn Griffin, y el estímulo de Andrew Wolgemuth. ¡Gracias! Introducción ¿De qué trata este libro? No eres “simplemente” una mamá. Mi misión al escribir este libro es demostrar cómo la maternidad es parte de la misión de Dios, y así destruir de una vez por todas la noción insípida de que la maternidad es insignificante. No hay tal cosa como “simplemente una mamá”, porque no hay nada “simple” en el llamado a la maternidad. Eso es una mentira malévola que sale del mismo infierno. Nunca has conocido a alguien que sea “simplemente” una mamá o “simplemente” una mujer. También quiero insistir en que todas debemos ser madres . Toda mujer ha sido creada para cuidar la vida que Dios mismo crea. Y es por eso que Satanás odia a las mujeres que cuidan de los demás. Soy consciente de que hablar de destrucción, del infierno, y de Satanás puede sonar un poco melodramático en una introducción, pero espero que antes de terminar de leer el primer capítulo puedas darte cuenta de cómo la maternidad es despreciada y trivializada hoy en día. Desde que la serpiente susurró la primera mentira en los oídos de la primera mujer, hemos estado en guerra, luchando contra los poderes y principados del mal que antes nos tenían cautivos por nuestro pecado. Hay fuerzas operando en este mundo que están empeñadas en desterrar la vida, especialmente la vida que ha sido creada a la imagen de Dios. Pero ahora la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres (Tit 2:11). Satanás intenta destruir la vida, pero Dios nos llama a cuidar la vida. Este libro demuestra que la maternidad es una misión a la luz de la obra de Jesús en la creación, en la redención, y de Su triunfo sobre Sus enemigos. Quiero que sepas que no estoy en contra del aspecto romántico de la maternidad—para nada. Me he quedado asombrada al contemplar las pestañas de mis bebés y desearía tener la capacidad de guardar por siempre en mi memoria los sonidos, olores, y sensaciones de ciertos momentos de mi maternidad. Conozco la emoción y la esperanza que uno experimenta cuando se le enciende una bombilla a un niño o a una mujer que uno está discipulando. Hay noches en las que no puedo dormir de la emoción que siento al pensar en cosas de las cuales podría hablar con mi vecina, que ahora está interesada en el cristianismo. El otro día mi hijo menor hizo su primer chiste, y el escándalo que hicimos en el carro fue tan grande que hubieras pensado que mínimo los Medias Rojas de Boston ganaron la Serie Mundial. Mi hija diseñó y construyó un hábitat para una oruga y unas mariquitas que encontró cuando estuvimos de vacaciones, y yo tomé fotos desde todos los ángulos posibles. Tengo una amiga que me escribió para contarme de la fidelidad de Dios durante su primera semana siendo madre. Disfruto increíblemente de todas las emociones que acompañan la maternidad y el discipulado. También aprecio la capacidad que tiene una madre de darle estabilidad a su familia en este mundo tan enfermo y lleno de pecado. Estoy convencida de que esos momentos tan preciosos y el amor tan profundo de una madre por sus hijos o de una mujer por sus discípulos, alcanzan nuevas dimensiones cuando el fundamento teológico que los sostiene es sólido. El amor de una madre es un don poderoso. Todas las tarjetas para el Día de las Madres están de acuerdo conmigo, pero ¿de dónde viene este don? ¿Qué tipo de don es? ¿Por qué lo experimentamos? ¿Hacia dónde apunta? En este libro quiero demostrar que el ministerio diario de la maternidad es parte de la misión de Dios. La naturaleza de nuestro cuidado es misional. La maternidad es un don porque es un recordatorio de que la vida es un don. Dios no creó la maternidad “simplemente” como una lista de tareas pendientes. Dios no creó la maternidad“simplemente” para que te regalen una tarjeta de felicitación. Dios no creó la maternidad “simplemente” como algo trivial e insignificante. “Dios es un espíritu infinito, eterno e inmutable en Su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad, y verdad”.1 Nada de lo que Él hace o desea puede ser intrascendente o pequeño. Ninguna mujer hecha a la imagen de Dios, hecha para la misión de Dios, podría ser “simplemente” una madre. La maternidad misional es un ministerio estratégico diseñado por Dios para llamar a la gente a adorar a Aquel que está sentado en el trono sobre el cielo. Me emociona explicar mejor esta idea porque mi corazón se estremece cada vez que la recuerdo. Pensar que Dios me ha llamado para ser una madre con una misión—y que es por Su gracia—me deja sin palabras. Este libro tiene un punto principal, expuesto en dos partes las cuales se encuentran entre una introducción y una conclusión, que serían como dos sujetalibros. Aquí está el resumen del libro en una frase: Jesús invita a todas las mujeres a ser madres con una misión: a seguir Su ejemplo, a confiar en Sus promesas, y a cuidar de otros por medio del poder que tenemos en Cristo. Cuando desempacas una maleta después de un viaje, sueles sacar primero aquello que necesitas con más urgencia. Tal vez sacas primero tu cepillo de dientes o algún medicamento, y dejas la ropa sucia para después. Primero sacas lo que más necesitas. Así que, en primer lugar, explicaré por qué toda mujer debe ser una madre misional (no solo las madres biológicas o adoptivas). En el resto de la primera parte veremos el fundamento de la maternidad misional, que en realidad no es más que un resumen de la más grande historia, enfocándonos en la forma en que Dios ha revelado Su patrón misional para la maternidad, y cómo Él da promesas de acuerdo a este plan. Después de esto, en la segunda parte, estudiaremos las implicaciones de esta grande historia en nuestra maternidad misional. En esos capítulos veremos algunas de las muchas maneras en que las madres cristianas de todo el mundo muestran el patrón y las promesas de Dios a medida que hacen discípulos de Cristo. Por último, por supuesto, tengo una conclusión que es el segundo sujetalibros. En “El fin de la maternidad” veremos que “La maternidad misional trata acerca de un hombre”. Nos embarcaremos en una emocionante aventura a través de las páginas de la Biblia para ver la obra de Dios en la creación y el sustento de la maternidad con el fin de cumplir Su misión de glorificarse a Sí mismo en toda la tierra. Recientemente vi un video en YouTube de un águila que fue liberada desde la azotea del Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo, con una cámara GoPro atada a su cuerpo. Las imágenes capturadas por la cámara son abrumadoras. El ave planeaba por el firmamento, muy por encima del horizonte, donde el cielo y el mar se encuentran, inclinando sus alas para conducirnos hacia una vista panorámica del desierto arábigo, para finalmente sumergirse en un descenso dramático hacia la metrópoli—lo vimos todo. Espero que al leer este libro experimentes algo parecido a lo que sientes cuando ves uno de esos vídeos que cambian o amplían tu perspectiva. Dios nos colocó a cada una de nosotras en familias, iglesias, denominaciones, ciudades, países, culturas, y épocas diferentes. Cada una tiene fortalezas y debilidades, responsabilidades y privilegios. Soy una madre de cuatro niños, y las buenas obras que Dios ha preparado para mí las llevo a cabo en y alrededor de un apartamento que está en un octavo piso, en un barrio que se encuentra en el casco antiguo de Dubai, una ciudad muy diversa en el Oriente Medio. Una de mis amigas, que también es miembro de nuestra iglesia, es una mujer soltera que ya es mayor, trabaja en una oficina corporativa, viaja mucho e invita a sus compañeros de trabajo a que participen de estudios bíblicos. Nuestra maternidad misional se ve diferente por nuestros contextos, pero la fuente y el objetivo de nuestro ministerio son los mismos. Ambas podemos estar conscientes de algunas de las cosas que Dios está haciendo en nuestros ministerios en un momento dado, pero solo Él conoce la amplitud y profundidad de Su actividad en y a través de nosotras.2 En la introducción explicaré mejor por qué este libro es para todas las mujeres en sus respectivos ministerios cotidianos, y espero que haya grupos de mujeres que lo vayan a leer juntas. Estoy orando para que tengas la oportunidad de sentarte con una taza de café y una amada hermana en Cristo. Y si tienes que escoger entre las dos cosas, busca el café. (¡Es broma! Busca a tu hermana.) Estoy orando para que haya amigas que hablen acerca de esto mientras van en el carro o sentadas en el tren de camino al estudio bíblico. Estoy orando por madres que se sienten con las piernas cruzadas en la alfombra, una cargando el bebé de la otra, listas para estudiar este libro juntas, en comunidad. Estoy orando por aquellas madres que ahora están con el nido vacío y que decidieron leer este libro con una amiga. Y estoy orando por las nuevas madres, que podrían hacer como hice yo cuando no podía volverme a dormir después de darle el pecho a mis hijos: leer a la luz brillante de la lamparita que tienes enganchada en la cabeza (¡el mejor regalo del baby shower!), e intercambiar correos electrónicos con amigas que estén despiertas al otro lado del mundo. Seguramente muchas de las que estén leyendo este libro sean de contextos muy diferentes al mío y al de otras mujeres. Como en todas las conversaciones, siempre es tentador llevarlo todo a nuestro pequeño mundo. (¡Ay, cómo detesto esta mala costumbre mía!). Aunque en este libro esté hablando de mi propio contexto particular, mi compromiso es asegurarme de que cualquier exhortación que les haga brote de la palabra de Dios. Lo último que ustedes necesitan es un libro lleno de recomendaciones extrañas y a medias que casi nunca funcionan. Este libro no es un catálogo de mis ideas creativas para que puedas vivir de forma misional—creo que esas ideas creativas van a surgir en tu propio corazón a medida que el Espíritu fortalezca tu fe y guíe a tu familia. El objetivo de Madres con una misión es mostrarte con claridad lo que la palabra de Dios dice acerca de Su misión, cómo la maternidad encaja en la misma, y lo que Cristo ha hecho para estimularnos y ayudarnos a cumplir nuestro ministerio diario como madres. En cuanto a la aplicación personal, estoy orando para que el Señor haga Su obra y te muestre cómo puedes aplicar estas verdades en tu vida. Podrás encontrar una aplicación personal en cada página, a medida que te preguntes a ti misma: “¿Cómo se ve la misión de Dios en mi propia vida? ¿Qué significa esto para nuestra vida, como miembros las unas de las otras en el cuerpo de Cristo? En este libro en particular, creo que va a ser útil pensar en las aplicaciones específicas para las madres misionales, en términos de “mente, corazón, mano, y boca”: ¿De qué manera esta verdad renueva mi mente? ¿Necesito cambiar lo que pienso acerca de Dios, Su misión, el evangelio , la maternidad, mi misión o alguna otra cosa? ¿De qué manera esta verdad anima mi corazón a amar a Jesús? ¿Hay afectos en mi corazón que necesito que Él cambie? ¿De qué manera esta verdad fortalece mis manos para el servicio sacrificial de cuidar a otros? ¿Cómo quiere el Señor que yo le sirva? ¿De qué manera esta verdad abre mi boca para que yo pueda compartir las buenas noticias? ¿Qué quiere Dios que le diga a los discípulos y a los no creyentes a mi alrededor? Pidámosle ayuda al Señor a medida que vayamos descubriendo la asombrosa virtud de Jesucristo, y la misión que Él ha diseñado para nuestra maternidad. Parte 1 LA MATERNIDAD EN EL GRAN PLAN DE DIOS Cuidando vidas ante la muerte 1 “Madre” también es un verbo Me despidieron de mi primer trabajo a la semana de haberme contratado. No me acuerdo muy biende los detalles, así que tengo que confiar en lo que dicen mis padres acerca de lo ocurrido. Después de todo, todavía estaba cursando la primaria. La lectura es mi pasatiempo favorito, y mi obsesión por la palabra escrita empezó a desarrollarse desde muy temprana edad. Una de mis maestras en la primaria se dio cuenta de esto. Mi maestra pensó que mi pasión y mis habilidades serían un estímulo para algunos de los niños en mi clase que estaban atrasados en lectura, así que me pidió que ayudara a algunos de mis compañeros. El acuerdo no duró mucho tiempo. Mi maestra decepcionada le explicó a mis padres que aunque a su hija le gustaba leer, la pequeña Gloria carecía de la paciencia necesaria para ayudar a otros niños. Pero no recuerdo haberme sentido mal porque me hayan “despedido”. No tener que invertir mi valioso tiempo de lectura enseñándole a otros niños no me parecía una gran pérdida. Mi maestra tenía razón. No tenía paciencia para cuidar de otros, porque yo creía que servir a los demás y sacrificar mi tiempo de lectura era una pérdida para mí. Es probable que no lo haya expresado tan claramente, pero puedo imaginarme a mis ocho años de edad, suspirando y gimiendo: “Ahhh. ¿Tengo que hacer esto?”. Hay un viejo dicho: “El mundo no gira alrededor de ti”. Pero desde el día en que nacemos hasta el día de nuestra muerte, esa es la historia que todas preferimos vivir, ¿no es cierto? La verdadera historia Si uno de mis hijos estuviera a punto de ser atacado por un oso, me enfrentaría al oso sin pensarlo dos veces. Es con esa ferocidad que esta mamá osa ama a sus cachorros. Así que, ¿por qué tengo que luchar contra mis sentimientos de egoísmo cuando descubro que uno de mis hijos se comió el último pedazo de mi pastel de cumpleaños? Es increíble que hasta el día de hoy sigo luchando con el mismo egocentrismo que me caracterizaba a los ocho años de edad. En realidad, ser consciente de esa verdad es un regalo. Dios ha sido tan bondadoso y paciente conmigo durante todos estos años. Entonces, ¿cómo es que amamos apasionadamente a las personas en nuestras vidas y a la vez nos cuesta tanto servirles? Hay una guerra que se está librando en nuestro interior. El cuento de hadas resultó ser una farsa. Ya hemos vivido suficiente como para saber que el mundo no gira alrededor nuestro, pero sin duda preferimos el guión que dice que somos las protagonistas. Si vamos a entender la misión de nuestra maternidad, necesitamos conocer la verdadera historia. La verdadera historia de mi vida es que antes estaba perdida y alguien me halló. Dios me transformó de una manera muy poderosa durante mi primer año en la universidad. Él me rescató de entre los muertos y le dio vida a mi alma, quitó mi corazón de piedra y me dio un nuevo corazón de carne que deseaba amarle. Ahora, debo usar palabras precisas para explicarles lo que realmente sucedió, porque Dios me convirtió a Cristo, no a una idea de la “feminidad bíblica”. Mi salvación no fue determinada por mi fidelidad al vivir el diseño divino de la feminidad, sino más bien por la fidelidad de Dios al salvarme a través de la obra de Cristo en la cruz. Como veremos más adelante en las Escrituras, Jesús diseñó la feminidad para Sí, creando mujeres portadoras de Su imagen para que le siguieran fielmente. Con agrado afirmo y celebro el diseño de Dios para las mujeres, tal y como Él lo ha revelado en Su Palabra. Mi iglesia es muy diversa étnicamente hablando, y disfruto ver a mujeres de más de setenta nacionalidades viviendo su diseño y su misión dada por Dios de cuidar a otros. Con sus diversos y hermosos acentos, cada una de esas amigas en la Iglesia del Redentor en Dubái diría que no existe una sola cultura o una sola súper mujer que encarne el arquetipo más piadoso de la perfección femenina. ¡Solo Jesucristo es el foco, la esperanza, y la ayuda de todas las mujeres en todo el mundo! La Biblia está llena de verdades que fueron reveladas incluso en la sala de personas ordinarias. Así que, en ese mismo sentir quiero compartirles un poco más acerca de dónde vengo (además de la historia de cuando me “despidieron” en tercer grado). Mi esposo, David, es un hombre que ama al Señor y que se ha comprometido a vivir la misión que Jesús le ha dado. Cuando nos casamos, éramos jóvenes y fuertes; nada podía detenernos. En muchos sentidos, no necesitaba ejercitar la paciencia con mi marido ni cuidar de él de manera sacrificial. Éramos bastante capaces de cuidar de nosotros mismos, ¡y en ocasiones hasta me costaba seguirle el ritmo! Cuando ambos estábamos en el seminario, recuerdo que me daba pánico la idea de ser madre. Cuando la gente nos preguntaba acerca de tener hijos, nosotros siempre decíamos: “Vamos a esperar cinco años”. Pero esos cinco años pasaron volando. A medida que transcurría el tiempo, entre las demandas del seminario y una docena de viajes misioneros cortos, me empecé a acostumbrar a la idea de ser madre. Poco después, aprendí de una de mis mentoras que mi ansiedad en esta área no estaba excluida de la “Regla de 1 Pedro 5:7”.3 Duramos casi dos años “intentando”, antes de que llegara nuestra primera hija, y durante cada uno de esos meses de espera yo pasaba por un ciclo de emociones encontradas: de esperanza, a decepción, a alivio. En aquellos días, Dios me enseñó mucho acerca de Su soberanía y Su bondad. Más adelante, aquella tarde en que nació nuestra hija, la incertidumbre me golpeó como un tsunami. Al terminar de alimentarla por primera vez, la enfermera me recordó lo siguiente de manera muy espontánea: “Muy bien, querida; Ahora pon tu alarma para que te despiertes en dos horas y le des el pecho otra vez”. ¿Otra vez? Agotada como nunca antes en mi vida, no tenía las fuerzas ni la claridad para orar con elocuencia. Simplemente necesitaba el pan para ese día: “Padre, no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Dame lo que sea que necesite para hacer lo que me has llamado a hacer”. Ahora, años más tarde, mi falta de paciencia sigue manifestándose en la forma en que amo a mi marido, quien ha desarrollado una enfermedad nerviosa acompañada con ciertos impedimentos físicos. Mi egoísmo se manifiesta en la forma en que cuido de mis cuatro hijos pequeños. Mi egocentrismo se manifiesta en la forma en que me relaciono con mis amigos en la iglesia, y en mi compromiso de amarles como hermanos y hermanas en Cristo. Se manifiesta en la forma en que oro por mis vecinos y les testifico. Pero. ¡Alabado sea el Señor! No tengo que esconderme detrás de la excusa: “Estoy demasiado ocupada pensando en mí misma para servir a los demás; tendrás que encontrar a alguien más”. El evangelio le dice a una pecadora quebrantada como yo, que en realidad soy parte de una historia diferente. Jesús invita a todas las mujeres a ser madres con una misión: a seguir Su ejemplo, a confiar en Sus promesas, y a cuidar de otros por medio del poder que tenemos en Cristo. Jesucristo está trabajando en una misión que va a cumplir con toda seguridad, y nos invita a participar de ella para la alabanza de Su gloriosa gracia. Vocabulario vital ¿Alguna vez le has pedido a un niño pequeño, en medio de una rabieta, que “use sus palabras”? Yo también. Cuando hablamos acerca de teología y de maternidad, no solo necesitamos usar nuestras palabras; tenemos que utilizar las palabras adecuadas. Tenemos que ser intencionales en el uso de nuestras palabras, especialmente palabras acerca de quién es Jesús y lo que Él está haciendo. Pero también tenemos que ser intencionales cuando usamos palabras para la maternidad. Cuando digo “madre”, quiero que consideres el sustantivo como un verbo. Cuando leas la palabra “cuidar”, quiero que recuerdes todo lo que implica: discipular, servir, atender, criar, enseñar, mostrar hospitalidad, y más. Las mujeres que tienen hijos biológicos o adoptivos no son las únicas llamadas a ser madres. La maternidad es un llamado para todas las mujeres. Toda mujercristiana está llamada a ser una madre espiritual, haciendo discípulos en todas las naciones. Nuestro cuidado maternal es, por naturaleza, misional. En este libro veremos por qué nuestro instinto maternal tiene que tomar la forma de la cruz, y cómo el mismo Jesús es Aquel quien hace esta obra en nuestros corazones, desde adentro hacia afuera. Tal vez esas palabras hacen que el manto de tus muchas responsabilidades se sienta un poco más pesado: cuidar de un padre enfermo, aconsejar a una nueva amiga en la iglesia, preocuparte por un hijo rebelde, animar a tu marido cansado, servir a un prójimo que sufre, u orar por un misionero que esté pasando por tiempos difíciles. Cuando pienso en mi responsabilidad de cuidar de aquellos que me rodean (y de aquellos que están al otro lado del mundo), puedo sentir cómo mi orgullo es aplastado. Sí, Señor, quebranta nuestro orgullo y cultiva en nosotros un corazón humilde a medida que hacemos más y más sacrificios para cuidar de nuestros hijos, ministrar a nuestros amigos, y alcanzar a los perdidos. Nuestra fe necesita ser fortalecida con una esperanza verdadera –no con esperanzas falsas. Si eres como yo, ya has probado suficiente de lo falso como para saber que no tienes tiempo para esperanzas falsas. Ninguna de las inspiraciones débiles y de las esperanzas falsas que el mundo ofrece pueden soportar el peso del estrés, de la fatiga, del pecado, del dolor del parto, o de la tristeza. Las esperanzas falsas no pueden calmar tus miedos cuando estás sentada en la sala de espera mientras un ser querido está en el quirófano; no pueden recoger tu corazón roto del suelo después de haber visto un vídeo sobre el aborto; no pueden enfrentarse a las implicaciones de la muerte; no pueden mirar al pasado ni al futuro para alabar a Jesús. Las esperanzas falsas solo pueden hacerte mirar hacia atrás y decir cosas como: “¿Cómo pude haber sido tan tonta?”. A medida que vayamos viendo esta gran historia de lo que Dios está haciendo en el mundo, se hará evidente que nuestras esperanzas falsas nos engañan. Mantente atenta a medida que lees, y pídele al Señor que examine tu corazón. Muchas veces me sorprendo al ver las esperanzas falsas a las que me aferro en busca de mi comodidad. Es mi oración que el Señor avive nuestros corazones cuando recordemos una y otra vez que necesitamos la verdadera esperanza del evangelio, ¡la que nunca nos decepcionará! A medida que degustemos más y más esa verdadera esperanza del evangelio, nuestro apetito por las falsas esperanzas empezará a desaparecer. Necesitamos recordar que el dolor del crecimiento, aunque sea difícil de soportar, en última instancia es parte de nuestro gozo. Dios crea cada uno de nuestros días con oportunidades para ser mujeres gozosas, dadoras de vida, y portadoras de Su gloria. Solo Cristo es lo suficientemente poderoso como para llevar a cabo esta obra en y a través de nosotras. Ser madres con una misión no se trata de hacer cosas para Dios en tus propias fuerzas. La maternidad misional es un camino de fe en el que las débiles (es decir, todas nosotras) siempre deben tener sus ojos puestos en la cruz. Así que empecemos a caminar juntas. Encontraremos el patrón que Dios nos ha encomendado para la maternidad misional. Y luego, escucharemos las buenas noticias acerca del Cristo que cumple todas las promesas de Dios. ¿Has oído el dicho: “Tienes que aprender a caminar antes de querer volar”? Bueno, vamos a volar antes de que caminemos. En la primera parte de este libro vamos a volar alto y rápido sobre la antigua historia. Dios revelará Su patrón y nos dará Sus promesas. Hay muchísimos hilos en el tapiz que Dios teje con la historia de la redención, y la maternidad misional es solo uno de ellos. Veremos cómo la sombra de la cruz está presente a lo largo del Antiguo Testamento. Y después, en la segunda parte, vamos a caminar a paso lento, deteniéndonos para considerar algunos detalles más de cerca. 2 Esperando a nuestro Salvador Un breve resumen del Antiguo Testamento Podrías preguntarte por qué hay un resumen del Antiguo Testamento en un libro escrito para madres. O podrías preguntar por qué este capítulo no es un resumen de ambos Testamentos, ¡del Antiguo y del Nuevo! Ambas preguntas son buenas. Puesto que fue Dios quien creó la maternidad, es necesario que examinemos Su Palabra. Por amor a la brevedad, decidí limitarme a la narrativa del Antiguo Testamento en la parte 1 del libro, y en la parte 2 veremos la persona y la obra de Jesucristo de forma “sistemática”. Cuando entendemos la gran historia de Dios, vemos que la maternidad misional no es un estilo de vida definido por los productos o cosas particulares que consumes o dejas de consumir, o por las actividades que haces o dejas de hacer. Un estilo de vida es algo que uno puede escoger hacer según su cultura, preferencias y recursos. La historia de la redención nos enseña que la verdadera maternidad cristiana es por gracia mediante la fe. Esto no se trata meramente de un estilo de vida; es lo que debe caracterizar la vida de alguien que ha nacido de nuevo. Cuidamos de otros de una manera que sea consistente con el hecho de que Cristo realmente resucitó de entre los muertos. Así que nuestra maternidad misional no se trata de lo que hacemos, de lo que comemos o de cómo decoramos nuestras casas, sino de vivir creyendo toda palabra que sale de la boca de Dios y de dar frutos espirituales que den testimonio de la realidad del evangelio. Si queremos aprender acerca de la maternidad misional, primero tenemos que ir a la Biblia—al principio—porque sabemos que la Biblia es la historia de Dios. Él escribió un libro para nosotros. Nuestra mayor necesidad No conozco todas las circunstancias a las que te tendrás que enfrentar en el día de hoy. Sería un poco tonto de mi parte tratar de hablar acerca de todos los problemas a los que se enfrentan las mujeres en todo el mundo. Pero hay un libro que nos habla acerca de nuestro mayor obstáculo, del estorbo que más nos desalienta, y nuestra situación más desesperada. La Biblia nos dice quién es Dios y cómo podemos conocerlo. Nuestra necesidad más importante es estar en una relación correcta con Dios. Cualquier otra necesidad que tengas es insignificante en comparación, tanto como una hormiga en el sótano de un rascacielos en Shanghái. Todas tus demás necesidades apuntan a esa gran necesidad de conocer y ser conocida por Dios. ¿Tienes hambre? Es un puntero que te ayuda a entender que fuiste diseñada para vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios. ¿Tienes sed? Es un puntero que te ayuda a entender que tu sed espiritual solo puede ser saciada por el agua viva que Jesús da. ¿Tienes frío? ¿Estás asustada? ¿Ansiosa? ¿Triste? ¿Sola? ¿Perdida? Estas necesidades apuntan al único Dios que te creó, que te ama y que entregó a Su Hijo para que muriera en tu lugar, y así tú pudieras amarlo a Él en espíritu y en verdad, para siempre. ¿Sientes como la eternidad late en tu corazón? Estas imágenes y punteros sirven para recordarnos verdades eternas. ¡Y necesitamos todos los recordatorios que nos puedan dar! Es asombroso considerar todos los mensajes contrarios (es decir, mentiras) con que nos bombardean cada día. Este mundo (Ef 2:2) es un sistema perverso dirigido por Satanás. Las fuerzas espirituales y poderes malignos están aliados con el diablo, a quien Pablo llama el dios de este siglo (2Co 4:4, RVC). Estos poderes malignos han diseñado, organizado y puesto en marcha la corriente de este mundo, de tal manera que nuestra caída e inclinación al pecado se hace cada vez más evidente, y la meta es hacernos creer que “las cosas son así y punto”. Al enfrentarnos con la muerte, simplemente decimos: “Así es la vida”. Vivimos en un mundo regido por obscenidades que se hacen pasar por la realidad, tales como: “Esto es todo lo que hay”, “Haz lo que te diga tu corazón”, y “Tu mejor vida es ahora”. Según elmundo, la vida en general no tiene sentido, y la humanidad es solamente un grupo de cúmulos de células optimistas. Así que un estómago gruñendo solo existe para recordarte que te saltaste el almuerzo, y nada más. La Biblia renueva nuestra mente para que podamos identificar las mentiras de este mundo. Esta claridad es fundamental para la maternidad misional. ¿A qué mujer no le han mentido acerca de quién es Dios, de por qué se hizo el mundo, y de lo que significa la maternidad? La corriente de este mundo quiere que vivamos como zombis— indiferentes hacia Dios y hacia nuestra necesidad desesperada de Él. Alabado sea Dios que no nos abandonó y no dejó que siguiéramos el curso de este mundo, como zombis que van por la vida sin dirección alguna. Él intervino. Él se ha revelado en Su Palabra y envió a Su Hijo, la Palabra hecha carne. En la Palabra de Dios, la Biblia, leemos acerca de la verdadera historia. Necesitamos olvidarnos de la historia equivocada Dios es el autor de la más grande historia que se come a todas las pequeñas historias de almuerzo. Para vivir el diseño de Dios para nuestras vidas y seguir Su plan para nuestra maternidad misional, necesitamos conocer Su historia. Las mujeres necesitan conocer Su historia por varias razones. En primer lugar, somos tan propensas a preocuparnos excesivamente sobre los detalles de nuestras historias de hormigas diminutas que no vemos el rascacielos. En segundo lugar, es necesario conocer Su historia porque las historias moldean nuestras mentes. Su Palabra nos muestra una imagen verdaderamente cristiana de la misión de Dios para las madres, y cómo y por qué debemos cumplirla. En tercer lugar, cuando conocemos y amamos Su historia, nos ayuda a evitar que vivamos la historia equivocada. No queremos vivir esa historia equivocada caracterizada por el miedo ansioso, las comparaciones eternas, un cuidado indiferente, y una búsqueda de paz con el mundo bajo los términos del mundo. Y, en cuarto lugar, es necesario conocer esta historia para que podamos traspasarla a otros. Y luego está la razón que abarca todas las demás razones: necesitamos conocer a Jesús. ¿Quién es Él? ¿Cuál es Su patrón? ¿De qué maneras cumple Él las promesas de Dios? ¿Qué tienen que ver Su patrón y el cumplimiento de esas promesas con mi misión de ser madre? En el resto de este capítulo, vamos a dar un paseo supersónico sobre el Antiguo Testamento. Fíjate en la forma en que la sombra de la cruz se vislumbra en el horizonte. Deja que el Espíritu empape tu imaginación y piensa en todas las formas en que Jesús transforma tu maternidad en Su misión de cuidar vidas. Las implicaciones y las aplicaciones las veremos en la parte 2 del libro, pero ahora también es un buen momento para que vayas pensando en algunas maneras en que esta buena noticia puede cambiar la forma en que cuidas y discipulas. Luego, en el resto de esta sección (la parte 1), hablaremos un poco más en detalle, época por época. Verás que hay algunas preguntas en los capítulos en las cuales tal vez quieras profundizar aún más usando tus herramientas de estudio bíblico. Así que ve y busca una taza de café recién hecho y amárrate el cinturón de seguridad.4 Es un breve resumen, pero oro que el Señor lo use para ayudarte a ver a Cristo más claramente en la Escritura, y que esto llene tu corazón de gratitud y gozo en Él. Jesús nos hizo parte de Su historia Su historia comienza desde antes que existiera el tiempo. El Dios trino—Padre, Hijo y Espíritu Santo—existía en perfecta comunión en la eternidad pasada. Dios creó todo lo que se puede ver (y lo que no se puede ver) para Su propia gloria. Todo era bueno en el reino universal de Dios. Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen, sopló aliento de vida en Adán y lo puso en un jardín, le dio propósito al hombre y a la mujer, equipó a Adán y a Eva para que sometieran la tierra más allá del jardín y ampliaran Su jardín-templo sobre toda la tierra. Siendo un Padre bueno y amoroso, Dios estuvo con y para Sus hijos. Pero Adán dejó que una serpiente astuta tergiversara las palabras de Dios. Nuestros primeros padres rechazaron a Dios, y en lugar de creer las palabras de Dios, escucharon las palabras de la serpiente, comieron del fruto prohibido del conocimiento del bien y del mal, y cayeron. Ellos pecaminosamente optaron por intentar lo imposible: la independencia de Dios. Intentaron llegar a ser sabios, pero demostraron que eran unos necios. En un solo bocado, la muerte entró en el mundo. Todo en la tierra entró rapidamente en un proceso de destrucción. Sus corazones se volvieron contra ellos mismos. Al igual que la serpiente, se convirtieron en mentirosos y acusadores. En lugar de cuidar del otro, cada uno buscaba su propio beneficio. En lugar de dar testimonio de la pureza de Dios en el jardín que Él hizo, la presencia de ellos lo contaminó. Dios pronunció una maldición como resultado de su pecado. Hubo juicios: espinas, malas hierbas, dolores de parto y conflictos. Pero Dios no abandonó a los portadores de Su imagen para que sufrieran bajo Su ira sin darles una vía de escape. Él prometió que la descendencia de la mujer vencería sobre la serpiente y su descendencia. Este fue el inicio del conflicto cósmico. Adán creyó la promesa de Dios por la fe. El hombre y la mujer seguirían siendo coherederos, embajadores y portadores de la imagen de Dios. Él le dio a su esposa un nombre que estaba lleno de esperanza, un nombre lleno de fe en la gracia futura de Dios: El hombre llamó el nombre de su mujer Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes (Gn 3:20). ¿Viste eso? La muerte entró en la creación a causa de su pecado, pero la nueva vida entró en la creación a causa de la gracia. Eva sufrió dolores de parto y con la ayuda del Señor dio a luz a su hijo Caín. Este niño creció y se puso del lado de la serpiente, asesinando a su hermano, Abel, el cual era justo. Creemos que arreglar la cama solo para volver a acostarnos sobre ella es un ejercicio inútil. Pero me pregunto, ¿qué habrá pensado Eva de la inutilidad en este momento? ¿Qué había pasado con todo aquello acerca de la procreación y la simiente prometida de la mujer? Pero la historia continúa, y la esperanza nunca se pierde mientras Dios siga siendo fiel a Sus promesas. Eva dio a luz a otro hijo, Set. Todos necesitamos las intervenciones de Dios A pesar de los muchos dolores de parto, la descendencia de Adán y Eva se multiplicó sobre la faz de la tierra. Y el pecado se multiplicó junto con ellos. Los corazones de los hombres llegaron a estar tan saturados de maldad que Dios envió un diluvio para juzgar a la humanidad y limpiar la tierra, pero Él decidió salvar a una familia junto con algunos animales. Dios hizo un pacto con Noé y a los portadores de Su imagen les reiteró Sus instrucciones de multiplicarse y gobernar la tierra. Pero el diluvio no podía limpiar el corazón del hombre. Los descendientes de Noé se multiplicaron y así mismo se multiplicó su rebelión. Entonces Dios en Su misericordia confundió su idioma en Babel, y el pueblo se extendió sobre la faz de la tierra. Todo trabajo que involucre cuidar a alguien es una especie de intervención—entre un niño y sus hábitos destructivos, entre un amigo y su desánimo, entre un refugiado y su falta de vivienda, entre una persona desvalida y el descuido. Esta ha sido nuestra historia desde la caída. Ni una sola de nosotras tiene esperanza alguna a no ser por la intervención de la gracia de Dios. En Génesis 12, nos presentan a un hombre que Dios había escogido de entre todas las personas en la tierra, un pagano que adoraba la luna y su anciana esposa estéril: Abraham y Sara. Dios hizo un pacto con Abraham y le prometió una tierra espaciosa, una descendencia abundante, y una bendición mundial. Pero, ¿cómo se iba a multiplicar esta pareja de ancianos? Una vez más, vemos la intervención de la gracia de Dios cuando Sara, una mujermayor, concibió y perseveró en el parto hasta dar a luz a un hijo. Sara no sería la única mujer que tendría que luchar con los dolores del juicio relacionados a la concepción y la labor de parto. Todas somos afectadas de alguna manera u otra por estas cosas— infertilidad, aborto involuntario y labor de parto—, ya sea que este sufrimiento sea el de nuestro propio cuerpo o del cuerpo de la mujer que nos dio a luz, o de la mujer que está sentada a nuestro lado. Toda mujer debe mirar a la simiente prometida de la mujer para encontrar esperanza y ayuda. Dios venció la esterilidad de muchas otras mujeres después de Sara, mostrando la fortaleza de Su poder para proveer el Libertador que Él había prometido. Pero Abraham, Isaac y Jacob vivieron en tiendas de campaña y no ocuparon la tierra que Dios les había prometido, ni vivieron para ver cómo ellos serían de bendición para el mundo entero. Vivieron y murieron por la fe. El final de Génesis es sombrío. El pueblo de Dios está viviendo en Egipto, y el número de la descendencia de Abraham eran unas setenta personas. Con esa cantidad de granos de arena solo puedes hacerle una playa a una hormiga. El pueblo de Dios se había multiplicado, pero estaban pereciendo como esclavos de un rey que estaba empeñado en un genocidio. En Su misericordia, Dios levantó a parteras que le temían a Él en lugar de temerle al faraón, y rescató a Moisés, quien a su vez rescataría al pueblo de Dios cuando Él juzgara a Egipto. Los hijos de Israel caminaron hacia su libertad cruzando por puertas cubiertas con la sangre de corderos, y luego entre paredes de agua de mar. La misión de Dios sigue en marcha Del otro lado del agua, en un monte, Dios le dio Su ley a Sus hijos. Ahora el propósito global de Dios para este pueblo comienza a tomar forma. Al igual que el primer hombre y la primera mujer, los hijos de Israel fueron llamados a cuidar de todo el mundo, siendo un reino de sacerdotes a través de los cuales Dios enviaría Su bendición. El pueblo fue llamado a ser fiel al pacto, a obedecer al Señor, a depender de Él para recibir el pan de cada día, y amarle. Es evidente que el pueblo no podría cumplir con esta misión si Dios no estaba con ellos. Dios habitó entre Su pueblo en el tabernáculo. Además de las instrucciones detalladas sobre cómo construir el tabernáculo, Dios le dio instrucciones específicas a Su pueblo en cuanto a la forma en que debían ofrecer sacrificios agradables a Él. Aún así, Dios es completamente santo y está apartado de los hombres pecaminosos, y la sangre de toros y machos cabríos no puede quitar el pecado de manera permanente. Así que Dios en Su gracia estableció un medio a través del cual estos sacrificios estarían vinculados a un sacrificio futuro por el pecado. El pueblo tenía que vivir por fe mediante la gracia, y debía multiplicar el número de los seguidores del único Dios verdadero. Su deber era conocer, obedecer y utilizar la Palabra de Dios para difundir el conocimiento del Señor sobre toda la tierra. Esa comisión nos suena muy familiar, pero la verdad es que todos somos fácilmente engañados por nuestra idolatría. Si Dios no interviene en nuestras vidas, seríamos tan infieles como Israel. El pueblo no había sido liberado de la esclavitud, no realmente. Debido a su esclavitud al pecado, Israel se negó a entrar en la Tierra Prometida porque ellos habían oído que había gigantes en la tierra. Luego, cuando finalmente siguieron a Dios hasta la tierra, rechazaron los jueces que Él había enviado para salvarlos. Los ídolos de las naciones eran más atractivos. Fueron días horrorosos en los que “cada uno hacía lo que le parecía mejor” (Jue 17:6). Entonces Israel pidió un rey como los que tenían las naciones paganas. Abraham dijo que de Judá vendría un cetro—un rey. La simiente de la mujer—el linaje real— continuó cuando en la pequeña ciudad de Belén, un descendiente de Judá llamado Booz actuó como pariente redentor y se casó con una viuda gentil. El bisnieto de Booz y Rut, David, fue ungido para ser rey, y él puso su confianza en el Señor. Dios estableció Su pacto con David, pero David pecó. Empezando por su adulterio y hasta el asesinato que cometió, era evidente que este rey no era justo. ¿Y su hijo Salomón? Durante el gobierno de Salomón, la paz y la prosperidad se multiplicaron, pero así también se multiplicaron sus esposas e ídolos. La historia de Salomón me hace preguntarme si, en medio de la fatiga de cuidar de los demás y de nuestro cansancio por luchar contra nuestro pecado, nos conformamos felizmente con un reino salomónico en nuestros hogares. Solo queremos que al menos haya una paz relativa alrededor de las fronteras de nuestra familia, pero nuestros corazones están lejos del Señor. Sé que esta es mi tendencia. ¡Pero gloria a Dios que no nos permite disfrutar de la paz en este tipo de escenario! Y que tampoco permitió que Israel se quedara contento allí. Los reyes de Israel se rebelaron infinitamente contra Dios. Los profetas se lamentaban y se quejaban contra Dios por no cumplir Su pacto, según ellos. Sin embargo, las personas siguieron un patrón predecible: convicción de pecado, arrepentimiento, reincidencia, rebelión, repetición. Luego el patrón se rompió cuando los sacaron de sus casas y los enviaron al exilio. ¿Y qué de las promesas de Dios durante ese tiempo? Las promesas no habían sido anuladas; aún estaban vigentes. El pueblo de Dios cantó canciones acerca de Él, de Su fidelidad y de su anhelo por Él. En el camino, ellos hablaron sobre lo que significaba vivir una vida de sabiduría en “el temor del Señor” (Pro 1:7). Cantaron una canción que tararea la melodía de una pasión sin obstáculos que se consumará el día en que el Novio divino se una con Su novia. Los profetas hablaron la palabra del Señor, diciendo: “Él volverá a ser misericordioso con nosotros. Seremos liberados por un nuevo éxodo. Se acerca un nuevo pacto que no será escrito en piedras, sino en los corazones. Un nuevo día de reposo. Un nuevo rey davídico. Un nuevo templo. Dios habitará en medio de Su pueblo una vez más, y será para siempre. Él nos llevará a una nueva creación en la que el pecado y la muerte ya no impedirán que nos deleitemos en Dios. Dios juzgará a Sus enemigos, y la cabeza de la serpiente será aplastada por siempre bajo los pies del Justo”. Dios cumplió con llevar un remanente de exiliados de vuelta a la tierra. El regreso, sin embargo, no fue tan triunfal como ellos esperaban. ¿Dónde estaba aquel nuevo templo tan grandioso? ¿Y el Rey justo? ¿Qué hay de la presencia de Dios? Las personas aún estaban sumergidas en pecado. Esta creación no parecía muy nueva. ¿Y dónde estaba su descanso? Ellos fueron gobernados por un rey gentil quien estuvo a cargo de ayudar a propagar el reino romano, no el reino de Dios, sobre la faz de la tierra. Eso me recuerda al típico momento en que una enfermera le dice a una madre que acaba de iniciar la labor de parto que probablemente le falta un buen rato, y que sencillamente tendrá que seguir esperando y tener paciencia, y no, ella no tiene forma de saber cuánto falta realmente. “Pero no te puedes rendir ahora, porque es demasiado tarde para que vuelvas a casa. Así que solo trata de relajarte”. ¡¿Qué?! La oscuridad no puede vencer la luz En medio de esta oscura situación, resplandeció una luz: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad” (Juan 1:4). Jesús era Aquél a quien ellos esperaban: la simiente de la mujer, enviado no para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos; el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios. Pero el enemigo de Dios no se rindió, diciendo: “Me imaginé que venías. Muy bien, aquí están los cautivos. Aplasta mi cabeza ya, por favor”. No. Desde el momento en que nació, Jesús entró en conflicto con el enemigo de Dios. La encarnación de la segunda persona de la Trinidad fue la entrada de la nueva creación a los tiempos que prontopasarían. La Palabra de Dios, quien creó todas las cosas con una palabra y con el fin de llevar a cabo la redención, se ocupó de hacer la obra que vino a realizar: deshacer las obras del pecado, de Satanás, y de la corriente de este mundo. A lo largo de Su vida, sufrió rechazo y murió en la cruz en manos de aquellos que no deseaban ver que Su reino llegara ni que Su voluntad se hiciera en la tierra como en el cielo. Los acontecimientos de ese fin de semana, ya unos dos mil años atrás, marcaron el giro de la historia cósmica. La reivindicación del sacrificio del Hijo—la resurrección del Cristo—es algo que nunca debemos olvidar. Repito: tu y yo siempre debemos procurar que nunca, nunca se nos olvide la Pascua. Si crees que la preocupación, la frustración, la fatiga, la ingratitud o la inutilidad de tu trabajo maternal es lo más grande que te está pasando en estos momentos, recuerda esto: ¡Jesús está vivo! Los efectos de la resurrección de Jesús no son tan evidentes a simple vista. Nuestros ojos están cegados. Es por eso que el evangelio tiene que ser proclamado—no es algo que simplemente se nos ocurre por nuestra cuenta. Los muertos no despiertan y se dicen a sí mismos: Creo que necesito una justicia ajena. ¡Sí! Necesito una santidad que venga de fuera, no de mí mismo. Apuesto a que hay una deidad trina que creó todas las cosas, y que la segunda persona de esta Trinidad se encarnó. Apuesto a que el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre vivió la vida que nunca podría vivir, y que murió en mi lugar con el fin de expiar la ira que Dios tiene contra mí. Y… apuesto a que si me aferro a este Dios-hombre por gracia mediante la fe, entonces seré salvo. No, no se nos ocurre pensar algo así. Todos necesitamos que nos prediquen el evangelio. Dios es el que nos da vida, nos abre los ojos, y nos invita a obedecer Su gran comisión, para hacer discípulos de todas las naciones por medio de Su poder y siguiendo Su patrón, confiando en Sus promesas. Esta es la historia que tengo que recordar. Esta es la historia que tiene que dominar por encima de todas las situaciones y preguntas en mi vida: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Qué nos pondremos? El carro está dando problemas otra vez—¿qué conduciremos? La agenda está demasiado llena—¿qué dejaremos de hacer? El médico dice que no hay esperanza de sanación, solo podremos manejar el dolor—¿qué cambiaremos? Revisas tu cuenta de Twitter y lees una historia que hace que tu corazón estalle dentro de ti—Señor, ¿qué haremos? Necesito entender que mi vida tiene un propósito, que mi trabajo no es en vano, y que la noche ya casi termina. Tengo que experimentar algo mucho más grande que yo— algo grande, firme, divino. Hay un precursor que ya sacó nuestros cadáveres de la tumba y los llevó a la plenitud de una vida resucitada. Jesús ascendió al cielo (¡hay un Hombre en el cielo!), y Él está siendo adorado como el Cordero inmolado de Dios que ya venció. El Padre lo sentó a Su diestra, pero Él sigue estando presente en nuestras vidas. Él habita en los corazones de Sus seguidores por medio del Espíritu Santo. Por medio de ese Espíritu, Él da testimonio a nuestros corazones de que somos hijos de Dios. El exilio no fue el fin, porque Jesús marcó el comienzo de la era de la resurrección. Incluso ahora, la nueva creación prometida, la cual es mejor de lo que el Edén podría haber sido jamás, ya está en proceso por medio de la obra del Espíritu en la nueva humanidad de hombres, mujeres y niños redimidos por Cristo, de todas las tribus que hay en la tierra. Lo viejo ya pasó. Ha llegado lo nuevo. Y se acerca el día en que el Cordero volverá a la tierra una vez más como juez. Cualquier terror o amenaza en el ámbito visible o invisible no es más que una sombra de la ira del Cordero contra Sus enemigos. Después que Él haya eliminado para siempre toda impureza y toda maldad, permanecerán los que han sido lavados por la sangre expiatoria del Cordero. Y, finalmente, Su reino vendrá y prosperará en todo su esplendor y plenitud. Dios es el que salva. Aquí en la tierra, esperamos con paciencia el retorno de Jesús. Mientras tanto, tenemos una misión que cumplir por la gracia de Dios. Será llevada a cabo tanto en avivamientos extraordinarios, como en nuestros ministerios cotidianos, pero siempre por el poder del Espíritu. Parece que nos estamos adelantando un poco, con toda esta charla acerca del fin de este siglo y el comienzo de la eternidad. Pero, ¿sabes qué? En realidad, nosotras debemos fijar nuestra mirada en el horizonte de la eternidad con Jesús. Debemos fijar nuestra mirada en el rostro de Dios en Cristo. Tenemos que ver y disfrutar a Jesús. 3 El nacimiento de la maternidad Desde la creación hasta el padre Abraham Después de haber presentado la propuesta para Madres con una misión, me di cuenta de que lo que estoy intentando hacer en la parte 1 es una locura. ¿Cómo se puede resumir algo como el plan épico de Dios para la historia de la redención y cómo encaja la maternidad en él, en tan solo unos breves capítulos? Aunque estoy segura de que este es el camino a seguir para este libro, todavía me siento intimidada al intentar resumir una historia tan grandiosa y alucinante. Sin embargo, me anima el hecho de que este tipo de resumen valdrá la pena para las mujeres ocupadas que decidan leer este libro, porque la práctica de resumir (y la intimidación que la acompaña) es algo que hacemos todo el tiempo. Todas conocemos esa intimidación que nos da cuando un niño nos hace una pregunta profunda. Todas hemos sido desconcertadas al darnos cuenta de que alguien a quien conocemos pasó por una tragedia inesperada. Todas nos sentimos frustradas cuando nos damos cuenta de que un tiempo precioso se nos escapa con demasiada rapidez. Todas nos hemos quedado inmóviles y sin palabras después de leer algunos titulares en las noticias. El panorama general nos ayuda a seguir adelante. Para utilizar términos teatrales, debido a que todos somos personajes viviendo una historia, todos estamos improvisando de acuerdo al guión que hemos resumido de manera inconsciente en nuestros corazones. ¿Qué se supone que estemos haciendo como madres? ¿Y cuál es el fin de nuestra misión? Necesitamos conocer la gran historia que comienza con la antigua historia. La Palabra narradora Tal y como había dicho, veremos cómo la sombra de la cruz está presente a lo largo del Antiguo Testamento. La misma Biblia que Jesús leyó tiene algo que decirnos a las madres de hoy en día. Esa idea era nueva para mí cuando me convertí, y cuando entendí que la simiente prometida de la mujer en Génesis 3:15 era Jesús, no sabía si mi cerebro iba a derretirse de la confusión o explotar de alegría. Siendo nueva creyente, recuerdo haber pensado que realmente era una buena noticia, porque durante toda mi infancia estuve bajo la impresión de que “el dios del Antiguo Testamento” era algo diferente a “el dios del Nuevo Testamento”. Pensaba que el primer dios estaba enojado con todos los pecadores, y que era algo bueno que ese dios se haya transformado en Jesús y haya empezado a amar a los pecadores. No sabes el alivio que sentí al descubrir que estaba equivocada. ¿Quién podría confiar o amar a un dios que cambia arbitrariamente? Alabado sea nuestro Dios trino —Padre, Hijo, y Espíritu Santo—que nunca cambia. Él nos ha dado Su Palabra, la cual es un mensaje unificado de Su plan para glorificarse a Sí mismo al salvar a Sus hijos perdidos. Leer el Antiguo Testamento a la sombra de la cruz hace que mi corazón arda dentro de mí, al igual que le sucedió a los discípulos en el camino a Emaús. El Cristo resucitado se apareció a ellos mientras iban por el camino, y lo que les dijo les llenó de asombro y emoción: Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras (Lc 24:27). ¿Se imaginan haber estado allí en el camino con los discípulos cuando se dieroncuenta de que habían estado hablando con Jesús, Aquel que venció el pecado y la muerte? La unidad del mensaje de la Biblia corre a través de todos los sesenta y seis libros y a través de ambos Testamentos. Cuando estudiamos esta unidad, lo llamamos “teología bíblica”.5 Cuando Jesús habla acerca de esta unidad, Él está demostrando que toda la Biblia trata acerca de Él. Por supuesto, debemos ser cuidadosas al estudiar la Escritura a través de esta lente; ¡no queremos ver cosas que realmente no estén allí! Dicho más claramente, tu teología bíblica está bien encaminada cuando logras ver cómo toda la Escritura apunta al evangelio. La Biblia es acerca de Jesucristo y de lo que Él hizo por nosotros a fin de restaurarnos a una relación correcta con Dios. Jesús es el personaje central de la Palabra de Dios. Juan, el discípulo amado de Jesús, va al grano en la primera línea del relato que él escribió como testigo presencial: En el principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba con Dios, y Dios mismo era la Palabra (Jn 1:1, RVC). Jesús es la Palabra. La Biblia es Su historia. Él es la Palabra a través de la cual fueron creadas todas las cosas. Porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de Él y para Él (Col 1:16). Necesitamos entender cómo Jesús—Su existencia, encarnación, enseñanzas, milagros, obras, muerte, resurrección, ascensión, entronización y regreso—es la realidad que gobierna todo lo que podemos ver y lo que no podemos ver. Como dije anteriormente, fue un alivio descubrir que ese concepto de un Dios cambiante y arbitrario es una herejía. También es un alivio darme cuenta y recordar que todo en la vida trata acerca de Cristo y no de mí. Si yo soy el centro del universo, entonces tengo que luchar por mantener a Dios, a mis hijos, a mi esposo, a mis amigos, mi trabajo, y a todos los conductores distraídos en la fila de la escuela orbitando a mi alrededor. Emitir ese tipo de atracción gravitatoria es un trabajo excepcionalmente duro, y eso hace que me frustre (como mínimo). Todos esos planetas siguen tratando de volar hacia el espacio. Cuando leo que Jesucristo es el centro de todo, suspiro de alivio, me arrepiento de mi arrogancia, y lo contemplo felizmente en adoración. También tengo que recoger mi mandíbula del suelo cuando caigo en cuenta de que la Palabra decidió crear, narrando Su creación en Su historia. Dios hizo todo lo que puedes ver (y lo que no puedes ver) Se ha dicho que las mujeres son capaces de hacer muchas cosas a la vez. Puede que eso sea verdad, pero en mi propia experiencia, no soy muy buena recordando las tantas verdades que quisiera tener frescas en mi mente en todo momento. Es por eso que aprecio recordatorios básicos, tales como: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra” (Gn 1:1). Es como un buen vaso lleno de perspectiva para esos momentos en los que siento que tengo el peso del mundo sobre mis hombros. Antes de que desestimemos rápidamente este hecho acerca de la creación de Dios con un “Sí, sí, ya lo sé”, vamos a pausar y considerar lo que dice. Además, antes de descartar esta sección con un rápido “Sí, sí, ya lo vimos en el resumen del Antiguo Testamento”, pausemos y recordemos que ahora estamos adentrándonos en las aplicaciones específicas de la historia del Antiguo Testamento y en la forma en que todo se relaciona con nuestras vidas. En primer lugar, somos criaturas. ¿Cómo explicamos toda la impresionante belleza y el quebrantamiento desgarrador que vemos en medio nuestro? Los seres humanos—criaturas— son increíbles y condenables a la vez. Somos finitos, hechos del polvo, con almas inmortales que nunca morirán, que tristemente son adictas a Candy Crush, que están adornadas con diferentes tipos de ombligos, y que se preocupan por la dirección en la que debe rodar el papel higiénico en el baño. Somos criaturas que bailan Haka, que comen shawarmas, que hacen el amor, que corren maratones, que caminan sobre la luna, que promueven el aborto, que se unen por medio de pactos matrimoniales, que amamantan bebés, que construyen bombas nucleares, que rescatan pajaritos huérfanos, que tienen esclavos, que liberan esclavos, que componen sinfonías, que entrenan delfines, que diseñan computadoras, que muestran compasión, que reciben a los refugiados, que persiguen sueños. Los seres humanos son responsables del descubrimiento del tocino curado en miel de abeja, y de bombardear escuelas en Siria. ¿Quiénes nos creemos que somos? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Para empezar a entendernos a nosotros mismos, tenemos que saber que somos criaturas: criaturas dependientes, frágiles y que algún día rendirán cuentas. Somos criaturas humildes a las cuales un Dios santo quiso revelarse. Que el Dios Creador se revele a nosotros es una gracia profunda que no deberíamos atrevernos a ignorar o tomar a la ligera. Este mismo Dios Creador, que es antes de todas las cosas, hace que todas esas cosas y nosotros formemos un todo coherente (Col 1:17). Esto es asombroso. El hecho de que este Dios quiera revelarse a nosotros nos dice mucho acerca de quién Él es. Dice que Él es el tipo de Dios que crearía seres vivos con una necesidad de conocerle y que luego Él se revela a esas criaturas para que puedan conocerle. No, Dios no está necesitado; nosotros estamos necesitados. No hay nada deficiente en el Dios trino ni en Su obra creadora. Su creación es una emisión explosiva de Su plenitud inherente. Los serafines claman los unos a los otros ante el trono del Dios vivo: Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de Su gloria (Is 6:3). A lo largo del día, mientras estamos conduciendo al trabajo, elaborando un informe, sintiendo que un bebé nos patea desde adentro, durmiendo tranquilamente, o barriendo nuestra terraza, la sala del trono en el cielo resuena con una alabanza constante. Ya sea que lo veamos o no, nosotros como criaturas siempre estamos en el extremo receptor de la bondad que emana de Dios. Como hijos de Dios, se nos ha dado el privilegio de la gracia que nadie podría merecer. El Catecismo Menor de Westminster responde a la pregunta “¿Qué es la obra de la creación?” de esta manera: La obra de la creación consiste en que Dios ha hecho todas las cosas de la nada, por el poder de Su Palabra, en el espacio de seis días y todas muy buenas.6 De la nada, la Palabra poderosa de Dios hizo que existieran los koalas y los cuásares. Humillémonos en sumisión reverente, expectante y gozosa ante este Dios santo. Dios creó todas las cosas como un desbordamiento de Su plenitud. Incluso los cielos cuentan la gloria de Dios (Sal 19). Y Él te ha creado para que lo conozcas—¡solo piénsalo! Pregunta: ¿Cómo Dios creó al hombre? El mismo catecismo lo resume de esta manera: Dios creó al hombre, varón y hembra, según Su propia imagen, en conocimiento, justicia y santidad, con dominio sobre las criaturas.7 Tómate un momento y mira los remolinos impresos en tu dedo pulgar, que son únicos en toda el mundo. Aguanta tu respiración por un segundo y piensa en el hecho de que Él hizo y te da el oxígeno que llena tus pulmones. ¿Por qué te creó? La gloria del polvo que obedece la Palabra Dios habló al caos acuático, diciendo: “¡Que exista la luz!” (Gn 1:3). Y la luz apareció. Entonces Dios habló a la atmósfera, y apareció aún más creación: los cuerpos de agua, la tierra sólida, plantas con semillas en su interior, estrellas, enjambres de criaturas marinas, y todos los animales en la tierra que se arrastran, que galopan, que trepan, o que vuelan. Y vio Dios que era bueno. A continuación, en el sexto día de la creación, “Dios creó al ser humano a Su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó” (Gn 1:27). Génesis 2 nos da una descripción más detallada de la creación de Adán. “Y Diosel Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente” (Gn 2:7). El Creador se inclinó para recoger un poco de tierra, para Él mismo elaborar Su propia eikon (“imagen” en griego), y darle vida al portador de Su imagen con Su propio aliento. Los otros seres vivos fueron formados de la tierra (Gn 2:19), pero se nos dice que el hombre fue aquel en quien Dios sopló aliento de vida. Ahora, esto sería curioso si pensamos que el aliento de Dios es simplemente oxígeno. Nosotros respiramos oxígeno. Pero también lo hacen los leopardos, las ballenas azules, las babosas y los periquitos. ¿Los animales recibieron el aliento de Dios por igual? No, lo único que tienen es aliento a zoológico. La palabra en hebreo aquí es ruah, que puede referirse a “espíritu”, “viento” y “aliento” (dependiendo del contexto). Para resumir la mayoría de las explicaciones dadas por los estudiosos de la Biblia, este ruah que Dios sopló en el primer hombre es el mismo ruah que resucitó los cuerpos sin vida en el valle de los huesos secos (Ez 37:9- 10), y el mismo ruah que Jesús sopló sobre Sus discípulos cuando dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20:22). El aliento de Dios fue lo que hizo de Adán “un alma viviente” (1Co 15:45, NBLA). No estamos completamente vivos a menos que el Espíritu more en nosotros. La historia de la creación muestra que Dios es el que da vida a nuestras almas. ¡Pero eso no es todo! También nos dio palabras para nuestras vidas. Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén, y le dio palabras. Y entonces Dios mandó al hombre, diciendo: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás” (Gn 2:16-17). Más tarde, después de que Dios creó a la mujer, Dios bendijo a Adán y a Eva, y les repitió su propósito: “Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo” (Gn 1:28). Eran dos portadores complementarios de Su imagen (masculino y femenino), encargados de una misión especial, sometidos a la Palabra de Dios, y dependientes del Espíritu de Dios. Mira otro pasaje familiar en una de las cartas de Pablo a Timoteo y nota lo que dice acerca de la Palabra de Dios. ¿Ves la conexión? Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra (2Ti 3:16-17). A menudo nos sentimos tentadas a relegar la Escritura y verla como un bonito accesorio en nuestras vidas, pero ¿hay alguna parte de la vida que no esté incluida en este pasaje? El aliento de Dios convierte al hombre en un alma viviente. Y el aliento de Dios convierte la Palabra de Dios en una obra viviente—la Escritura—que es enteramente suficiente para enseñar, reprender, corregir, instruir y capacitar al hombre de Dios para toda buena obra. ¡Toda buena obra! (Sí, eso significa que Dios quiere que estés equipada con Su Palabra para hacer la buena obra de la maternidad.) Dios le asignó buenas obras a Adán y a Eva para lograr la expansión de jardín-templo de Dios sobre la faz de la tierra y la multiplicación de los portadores de Su imagen dependientes de Su Palabra. Y fue la misma Palabra de Dios que los equipó para que pudieran hacerlo. Lo mismo es cierto para nosotras hoy en día. Como dijo Nehemías, “hombres y mujeres… todos los que podían comprender” necesitan la Palabra de Dios (Neh 8:2). Pero tendemos a olvidar esto. A menudo vivimos como si esta no fuera la realidad. Cuando me despierto por la mañana (o alguien me despierta), me vienen muchos pensamientos a la mente antes de pensar en la Palabra de Dios. Puedo repasar todo lo que tenemos para ese día, hacer una o dos listas de tareas pendientes, y mirar fotos de las tazas de café de mis amigas en mi teléfono. Y todo esto sin haber salido de mi cama, y antes de pensar en la Palabra de Dios. ¿Recuerdas que Jesús reprendió a Satanás cuando le tentó en el desierto? Jesús citó Deuteronomio 8:3, diciendo: “Escrito está: ‘No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’” (Mt 4:4). Dios nos creó para que fuéramos completamente dependientes de Su Palabra. Pero, ¿cómo podemos hacer esto cuando hay palabras volando hacia nosotros desde todas las direcciones, desde vallas publicitarias en la carretera, y desde los teléfonos en nuestras mesitas de noche? Recibimos tantos mensajes contradictorios acerca de nuestra creación, nuestra misión y nuestra historia. ¿Cuáles de todas esas palabras creemos? La serpiente astuta Vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios fue la tarea privilegiada y la ontología, o la realidad, de Adán y Eva. Dios habla, y la humanidad vive de lo que sea que Dios haya dicho. Esa es la realidad. Pero no tienes que leer mucho en Génesis para encontrarte con el Distorsionador de mensajes —el Enemigo de Dios. Satanás quería que la historia fuera acerca de él: Decías en tu corazón: “Subiré hasta los cielos. ¡Levantaré mi trono por encima de las estrellas de Dios! Gobernaré desde el extremo norte, en el monte de los dioses. Subiré a la cresta de las más altas nubes, seré semejante al Altísimo” (Is 14:13-14). La arrogancia absoluta de esas declaraciones me hace temblar. Dios creó al hombre y a la mujer para que fuesen los portadores de Su imagen y sus gerentes sobre la creación, por lo que les dio Sus palabras para que vivieran de ellas. Ellos necesitaban que las palabras de Dios, y la historia de Dios, guiaran sus vidas. Pero el Enemigo intentó hacer que la historia fuera acerca de él. Satanás engañó al hombre y a la mujer para que llevaran su imagen decrépita, extendieran su reino infernal, y vivieran de sus palabras venenosas. Satanás entró en la serpiente, y Adán le permitió entrar al jardín puro de Dios, donde no había nada profano. Adán permitió que la serpiente hablara con Eva, su gloriosa, coheredera y vicegobernadora sobre toda la creación, y Satanás siseó atisbos de duda al oído de la mujer: ¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín? (Gn 3:1). El alma de la mujer cayó en el engaño de ese primer siseo de duda. Tal vez las palabras de Dios no son confiables. Tal vez hay una palabra mejor que la de Dios. Tal vez somos nosotros los que tenemos que juzgar a Dios. En la respuesta de Eva, vemos la arrogancia de un legalista. Ella minimizó la libertad que Dios les había dado de comer libremente, y le respondió a la serpiente: “Podemos comer del fruto de todos los árboles” (Gn 3:2). Luego de esto, se inventa su propia regla de no tocar la fruta, y luego minimizó el juicio de Dios de un “Ciertamente morirás” a un “De lo contrario, morirás” (Gn 3:3). Satanás afirmó las dudas de Eva, diciendo: “¡No es cierto, no van a morir! Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gn 3:4-5). Mientras tanto, Adán estaba allí, escuchando cómo las palabras de Dios eran cuestionadas, juzgadas, tergiversadas y mal aplicadas. Su deber era someter a la serpiente satánica y pisarle la cabeza en ese mismo instante. Adán y Eva ya eran como Dios, y ellos habían confiado en que Dios les había dicho todo lo que necesitaban saber. ¿Quién se pensaba este mentiroso que era, rechazando a Dios y haciendo sus propias promesas? Este es un hilo que corre a lo largo de la historia humana—las mentiras de la serpiente. En la parte 2 examinaremos ese hilo un poco más de cerca y veremos cómo afecta la forma en que cuidamos y discipulamos a otros. Por ahora, vamos a seguir con la gran historia. Ya sabemos lo que sucede en el resto de la historia. Adán y Eva rechazaron las palabras de Dios yse rebelaron contra Su gobierno. ¿Cómo respondió Dios? Dios llamó a sus hijos expuestos y caídos mientras ellos se escondían de Él entre los arbustos. La simiente prometida de la mujer Dios le dice al hombre: “¿Dónde estás?” (Gn 3:9). ¿Puedes escuchar los latidos del corazón misericordioso de Dios en esta pregunta? Es la misma pregunta que todos tuvimos que enfrentar cuando fuimos salvos. ¿Dónde estás? Si Dios hace esta pregunta, está implícito que no estamos con Él. Y la misericordia en la misma implica una segunda pregunta: ¿Sabes que no estás conmigo? Hubo un tiempo en mi vida en el que no sabía que no estaba con el Señor. Yo creía que estaba bien por mi familiaridad con la iglesia y el cristianismo. Después de todo, Dios y yo no estábamos en desacuerdo entre nosotros, o al menos eso pensaba yo. Sin embargo, eso era como tratar de taparme con hojas de higuera. Por la gracia de Dios, cuando en mi corazón escuché la pregunta “¿Dónde estás?”, no me escondí de Dios entre los arbustos del orgullo y la vergüenza, sino que corrí hacia Él para ser vestida de Cristo. Y así Dios llamó a Adán. En un acto de misericordia, no permitió que Adán y Eva se escondieran de Él. Dios es quien toma la iniciativa. Podemos leer el diálogo entre Dios, el hombre y la mujer en Génesis 3:9-13. Su culpa es más que evidente, pero en lugar de arrepentirse ante Dios, ellos decidieron que su rebelión se debía a sus circunstancias. Adán culpó a Eva, y Eva culpó a la serpiente. Y así comenzó el legado humano de evitar la confesión de nuestro pecado en un vano intento de evitar al Dios que está en todas partes y que ve todas las cosas. En este punto de nuestro relato de la gran historia, quizás deberíamos hacer una pausa para reconocer nuestra propia propensión a acumular puntos en el juego de la culpa, y admitirle a Dios que necesitamos de Su gracia. Y no nos detendremos ahí. Recordemos lo que sucedió después. Dios tuvo misericordia de nosotros. Incluso en el pronunciamiento de Sus justas sentencias, podemos oír los latidos del corazón misericordioso de Dios. El Señor Dios maldijo a la serpiente y reveló Su plan maestro para redimir a Sus hijos caídos. Escucha esta buena noticia: Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón (Gn 3:15). ¿Escuchaste la esperanza? Estás leyendo este libro porque Dios no exterminó al hombre y a la mujer en ese instante (como pudo haberlo hecho con toda la razón). Sea cual sea la condición de nuestras vidas en la actualidad, la única razón por la que hay sangre corriendo por nuestras venas y aire llenando nuestros pulmones es la misericordia de Dios. Hay muchas etapas en la vida de una mujer, como veremos más adelante, pero por ahora, entiende que estás en una etapa de la vida. Y si estás en Cristo, estás en una etapa eterna de una vida imperecedera. La misericordia que Dios le mostró al hombre y a la mujer tenía un propósito: que Él pudiera llevar a cabo Su plan a través de la simiente de la mujer. La madre de todo ser viviente En este punto del libro, puede que tu mente esté inundada de preguntas acerca de Eva, acerca del aumento de sus dolores de parto, sobre su “deseo” para su marido (Gn 3:16, RVC), y toda pregunta bajo el sol que pueda estar relacionada. Por amor a la brevedad, no podemos sumergirnos en esas aguas profundas en este capítulo, pero luego trataremos con algunos de estos asuntos. Ahora (como debería ser en todo momento, pero en especial llegando a esta parte de Su historia) es tiempo de postrarnos en gratitud y adoración. Recibimos las palabras de Dios con gratitud porque sabemos que estamos completamente necesitadas. Nos sometemos a Él con alegría porque Él no nos ha dado lo que merecemos. Todo nuestro pasado ha sido por gracia. Todo nuestro futuro será por gracia. Y cualquiera que sea la circunstancia en la que te encuentres hoy, todo es por gracia. Los ojos de toda madre deben estar sobre su Dios, quien le ha dado el regalo de cuidar vidas ante la muerte. Adán creyó en la promesa de la gracia futura de Dios, y en un acto de fe le dio a su esposa un nombre que le favorecía. Era un nombre que estaba lleno de esperanza: El hombre llamó Eva a su mujer, porque ella sería la madre de todo ser viviente (Gn 3:20). A través de la mujer vendría Aquel que Dios había prometido que aplastaría la cabeza de la serpiente. “Dios el Señor hizo ropa de pieles para el hombre y su mujer, y los vistió” (Gn 3:21). Así que Dios restauró a Adán y Eva a Sí mismo a través del sacrificio de un inocente y cubrió su vergüenza. Todo esto lo hizo por Su propia iniciativa. ¿Ves cómo se estableció el patrón para nuestra salvación? El diluvio purificador En Génesis 4:1 leemos que “el hombre se unió a su mujer Eva, y ella concibió y dio a luz a Caín”. La madre de todo ser viviente sufrió muchos dolores de parto y dio a luz a un hijo. Luego dijo: “¡Con la ayuda del Señor, he tenido un hijo varón!” ¿Sería este el bebé que crecería y aplastaría la cabeza de la serpiente? La respuesta, sabemos, tenía que ser que no, ya que Caín era de la simiente de Adán, y nació en pecado. Con el tiempo, Caín se unió al destructor de la vida, y mató a su hermano justo, Abel. Ante la muerte, sin embargo, la vida continuó. La gente se multiplicó sobre la faz de la tierra. Y su pecado se multiplicó junto con ellos. Generación tras generación perversa, los portadores de la imagen distorsionada pululaban sobre la tierra, gobernando y sometiendo, pero no en el nombre del Señor. “El Señor vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que todos los planes y pensamientos de su corazón eran siempre los de hacer solo el mal” (Gn 6:5, RVC). Pero había un hombre que halló favor ante los ojos del Señor—Noé (Gn 6:8). Por la misericordia de Dios, y no por nada bueno que hubiera en él, Noé (junto con su familia) se salvó de la ira de Dios. Dios envió un diluvio para purificar la tierra del mal y acabar con toda la humanidad (excepto una familia). El arca de Noé era un zoológico flotante de esperanza que contenía el futuro de la humanidad y que permaneció por la promesa de Dios de enviar al Mesías. Después del diluvio, mientras sus piernas se acostumbraban a estar sobre tierra firme otra vez, Dios hizo un pacto con Noé y repitió la orden que le había dado a Adán originalmente: “Sean fecundos, multiplíquense y llenen la tierra” (Gn 9:1). Sin embargo, el agua del diluvio no purificó los corazones de los hombres y las mujeres que estaban dentro del arca. Los hijos de Noé y sus esposas dieron a luz a niños que también estaban caídos, al igual que ellos. Nuevamente la tierra empezó a llenarse de portadores rebeldes de la imagen de Dios. ¿Qué esperanza tenían las dadoras de vida en ese entonces? ¿Dónde estaba el Mesías prometido que aplastaría a la serpiente? El testimonio de esta esperanza se perdió, y el pueblo se dedicó a trabajar en una torre con el único propósito de exaltarse a sí mismos por encima de los cielos. “Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra” (Gn 11:4). Dios descendió y en Su misericordia confundió su idioma, de modo que no podían entenderse entre sí, así que abandonaron su necia misión (por el momento). Por cierto, ¿dónde estaríamos sin las intervenciones de Dios en nuestras vidas? Nuestra única esperanza es que Dios nos salve por Su misericordia. El dragón ataca a la simiente prometida de la mujer, intentando destruir a ese hijo tan esperado. Y las naciones bramarán hasta que la serpiente y su simiente sean vencidas por siempre. La esterilidad no es un obstáculo Hasta este punto de la historia, el fruto del vientre no había traído una liberación final. ¡Pero el triunfo de la vida prevaleció a través de los muchos dolores de parto! La vida continuó a pesar de que ahora había
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