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Haley, J Trastornos de la emancipacion juvenil y terapia familiar

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Obras de Jay Haley en esta biblioteca
Terapia para resolver problemas
Terapia no convencional. Las técnicas psiquiátricas de 
Milton H. Erickson
Terapia de ordalía. Caminos inusuales para modificar la 
conducta
Técnicas de terapia familiar 
Jay Haley y Lynn Hoffman
Trastornos de la emancipación 
juvenil y terapia familiar
Jay Haley
Amorrortu editores 
Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis, Jorge 
Colapinto y David Maldavsky
Leaving Home. The Therapy of Disturbed Young People, Jay 
Haley
<¡lD Jay Haley, 1980
Primera edición en castellano, 1985; primera reimpresión, 
1989; segunda reimpresión, 1995 
Traducción, Leandro Wolfson
Unica edición en castellano autorizada por el autor y debida­
mente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito 
que previene la ley n- 11.723. © Todos los derechos de la edi­
ción castellana reservados por Amorrortu editores, S. A., Para­
guay 1225, 1- piso, Buenos Aires.
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica 
o modificada por cualquier medio mecánico o electrónico, inclu­
yendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de almacena­
miento y recuperación de información, no autorizada por los 
editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe 
ser previamente solicitada.
Industria argentina. Made in Argentina.
ISBN 950-518-472-7
ISBN 0-07-025570-9 McGraw-Hill Book Company, Nueva 
York, edición original
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avella­
neda, provincia de Buenos Aires, en mayo de 1995.
Tirada de esta edición: 1.000 ejemplares.
Dedico este libro a Ingrid y a Magali
Indice general
11 Introducción
20 1. Ideas que han perjudicado a los terapeutas
39 2. Una orientación familiar
61 3. Control social y terapia
78 4. El sistema de apoyo del terapeuta
95 5. La primera etapa
129 6. Un buen comienzo en la primera sesión
150 7. La segunda etapa: apatía
181 8. La segunda etapa: conducta alborotadora
210 9. El proceso de la terapia: un problema de heroína
236 10. Un caso crónico
259 11. Cuestiones especiales resueltas e irresueltas
Introducción
En este libro se expone una manera de hacer terapia con las 
familias que se encuentran en la etapa en que los hijos sueltan 
amarras y se emancipan del hogar. Versa sobre una época particular 
de la vida de una familia, pero no ofrece datos relativos a esa etapa 
que deriven de investigaciones. Más adelante, en esta introducción, 
analizaremos algunos resultados obtenidos con nuestro enfoque 
terapéutico, pero no contamos aún con un estudio científico de tales 
resultados para confirmar la eficacia de dicho enfoque. Tampoco 
ofrece esta obra un método para que las familias hagan frente por sí 
mismas al tipo de crisis que aquí se examinan. Nuestro propósito es 
definir una esfera problemática, describir las fuerzas sociales que 
están en juego y presentar un enfoque terapéutico que da lugar a 
cambios positivos sin correr excesivos riesgos de causar algún daño a 
las personas. El objetivo del libro es dotar a los terapeutas de mayor 
habilidad para su tarea y de una mejor estrategia.
La clasificación que aquí hacemos de los jóvenes con problemas 
no es la corriente: los incluimos a todos en la misma categoría, a 
despecho de la gran variedad de conductas que puedan presentar. 
Una de las principales preocupaciones de la psiquiatría y la psicolo­
gía ha sido establecer las diferencias que hay entre distintos tipos de 
individuos. El hecho de que una persona deba ser considerada 
esquizofrénica, delincuente, deprimida o víctima de una afección 
psicosomática ha dado origen a exámenes, investigaciones y discusio­
nes de casos clínicos que insumieron un tiempo enorme. Si la meta 
que uno persigue es lograr un diagnóstico correcto o reunir datos 
confirmatorios mediante una investigación, esas diferencias tienen 
importancia; pero para el clínico ellas son en gran medida inútiles, 
salvo que el diagnóstico determine una especial manera de hacer 
terapia (y por cierto, en el pasado no ha ocurrido así).
Opinarán algunos clínicos que clasificar en un mismo grupo a 
jóvenes diagnosticados como esquizofrénicos, adictos a la heroína, 
vagabundos que deambulan sin rumbo, anoréxicos, delincuentes, 
retardados mentales o perpetradores de recurrentes actos de violen­
cia, puede crear confusiones. No obstante, lo que importa es si se 
aplicará a todos ellos la misma estrategia terapéutica. Sostenemos 
que, cuando el objetivo es terapéutico, más que la categoría 
sintomática del joven interesa la particular etapa de la vida en que se 
encuentra su familia. Aunque proponemos una estrategia general, 
obviamente la táctica específica variará, no sólo con cada caso
11
individual, sino con la clase de conducta que presente. Por más que 
el terapeuta adopte un modo de acción particular para desenganchar 
al joven de sus progenitores, no abordará de la misma manera a la 
Familia de un retardado mental, de un muchacho que se niega a 
alimentarse o de otro que incurre en repetidos actos de violencia.
Resultados
Los resultados que se alcanzan con esta terapia aún no han sido 
adecuadamente investigados. Ella se basa en veinte años de experien­
cia en la práctica y la enseñanza de la terapia, durante los cuales se 
asistió a éxitos y fracasos. Sólo comentaremos aquí algunos datos 
sugestivos que parecerían venir en apoyo de nuestro enfoque. Un 
plan tendiente a aplicarlo a una muestra de considerable tamaño y a 
controlar los datos recogidos mediante un grupo testigo equiparado 
no pudo concretarse, por la imposibilidad de obtener los fondos 
necesarios para llevar ese plan a la práctica. En consecuencia, los 
resultados provienen de datos reunidos en forma incidental, y no 
como parte de una investigación concienzuda.
Hace unos años comencé a supervisar a terapeutas en formación 
que se ofrecieron voluntariamente para atender, junto con sus 
familias, a jóvenes diagnosticados como esquizofrénicos. Este “Pro­
yecto Esquizofrenia”, según se lo tituló, no formó parte de un 
programa regular de formación, sino que fue una tarea colateral. En 
él se tomaron como base los siguientes criterios: un joven con 
problemas internado en una institución era incluido en la muestra 
únicamente si esa era su primera internación, si alguien ajeno al 
proyecto había hecho el diagnóstico oficial de esquizofrenia y si se 
podía tomar contacto con sus dos progenitores. Doce terapeutas 
trataron, por un período de cuatro años, a un total de catorce 
familias a las que pertenecían estos jóvenes. Entre los terapeutas 
había nueve psiquiatras residentes, dos psicólogos que estaban 
haciendo su internado y un asistente social (Charles Billings, Charles 
Fishman, Paul Gross, David Heard, David D. Hunt, Gary Lande, 
Lawrence Miller, David Mowatt, Lee Petty, Alberto Rjsh y Fran 
Ziegler). En el cuadro 1 y en lo que sigue resumimos los datos 
procedentes de un seguimiento que abarcó entre dos y cuatro años, 
según la fecha de terminación de la terapia.
Los objetivos primordiales de la terapia eran que los jóvenes no 
fueran internados nuevamente, y que no se constituyeran en un 
fracaso. A veces es difícil evaluar un fracaso terapéutico, pero la 
internación es un acto inequívoco (aunque los motivos que llevan a 
ella pueden ser complejos, como en el caso de los jóvenes que 
quieren ser internados para recibir el subsidio por invalidez). Dicho 
de otro modo: definir el éxito no es fácil, mientras que el fracaso
12
Cuadro 1. RESULTADOS
Problema N° de 
Familia inter­
presentado vencio­
nes
Interna­
ciones
ante­
riores
Interna­
ciones 
durante 
la tera­
pia
Inter­
nacio­
nes des­
pués de 
la tera­
pia
Tiempo
de
segui­
miento
Proyecto 1 Diag. de esquiz. 16 1 0 0 2 años
Esquizofrenia 2 Diag. de esquiz. 2 1 0 0 2 años
3 Diag. de esquiz. 4 1 0 0 2 años
4 Diag. de esquiz. 20 1 1 0 2 años
5 Diag. de esquiz. 12 1 1 0 2 años
6 Diag. de esquiz. 20 1 0 0 3 años
7 Diag. de esquiz. 30 1 0 0 3 años
8 Diag. de esquiz. 21 1 0 1 3 años
9
10
Diag. de esquiz.Diag. de esquiz.
6
6
1
1
0
0
1
Suicidio
3 años 
3 años
11 Diag. de esquiz. 7 1 0 0 4 años
12 Diag. de esquiz. 1 1 0 0 4 años
13 Diag. de esquiz. 27 1 0 0 4 años
14 Diag. de esquiz. 20 1 0 2 4 años
Promedio 14 4
Departamento 1 Violento 10 1 0 0 3-6 meses
de Psiquiatría 2 Depr., suicida 7 1 0 0 3-6 meses
3 Drog.huyo d/hogar2 1 0 0 3-6 meses
4 Alcoholico 13 1 0 3 1 1/2 años
5 Psicosis p/drog. 12 1 0 0 11/2 años
6 Psicòtico 4 1 0 0 11/2 años
7 Psicót. alcohólico 15 4 0 1 1 1/2 años
8 Psicót. violento 15 3 0 0 11/2 años
9 Suicidio, alcohol. 9 8 1 _0 1 1/2 años
Promedio 10 2
Instituto 1 Psicòtico 3 5 0 0 6 meses
de Terapia 2 Suicida 20 1 0 0 6 meses
Familiar 3 Suicida 1 1 0 0 6 meses
4 Psicotico 16 1 0 0 6 meses
5 Psicotico 15 1 0 1 6 meses
6 Anoréxico 15 0* 0 0 1 año
7 Anoréxico 12 0* 0 0 1 año
8 Anoréxico 0* 0 0 1 año
9 Psicót., violento 7 1 10 1 1 1/2 años
10 Psicosomàtico 7 3 0 0 11/2 años
11 Suicida 9 1 0 0 1 1/2 años
12 Psicotico 12 2 0 1 1 1/2 años
13 Psicòtico 7 1 0 0 11/2 años
14 Suicida, psicót. 5 3 0 0 2 1/2 años
15 Fòbico, obses. 11 3 0 0 2 1/2 años
16 Violento 4 1 0 0 2 1/2 años
17 Drogadicto 7 1 0 1 2 1/2 años
18 Depres., suicida 7 2 0 0 2 1/2 años
19 Exhibicionista 16 1 0 _0 2 1/2 años
Promedio 10 4
Promedio total 11
* Los anoréxicos, todos ellos de 18 años o más, habían recibido tratamiento 
médico pero no habían sido internados en un hospital psiquiátrico. Ninguno 
estuvo en ningún tipo de hospital después de la terapia.
13
suele ser evidente. En las catorce familias de que nos ocupamos aquí, 
hubo cuatro notorios fracasos (un 29%). Uno de ellos fue un trágico 
suicidio cuando la terapia se acercaba a su fin; los otros tres fueron 
jóvenes que debieron ser reinternados, y que con posterioridad no 
lograron valerse por sus propios medios, o sólo lo lograron en forma 
intermitente. En dos casos, si bien hubo reinternación en el trascurso 
de la terapia, los jóvenes se desempeñaron con éxito más adelante. 
En los ocho casos restantes no hubo reinternaciones durante el 
período de seguimiento de dos a cuatro años.
Si uno pretende juzgar la validez de estos resultados en términos 
de una metodología rigurosa, surgen muchos problemas. Se careció 
de un grupo testigo de personas no tratadas; el seguimiento no fue 
realizado por un investigador ajeno, sino por los propios terapeutas; 
y la confiabilidad de los datos, así como el período trascurrido desde 
el fin de la terapia, hacen que los resultados sólo puedan considerarse 
indicativos. En el éxito o fracaso que se logre con estos problemas 
influyen tantos factores, internos o externos a la terapia, que se 
precisa una muestra muy numerosa para poder afirmar qué cambios 
sobrevinieron a causa de la terapia y cuáles obedecieron a otros 
motivos. En muchas circunstancias, el éxito del terapeuta depende 
de la cooperación de la policía y de la comunidad médica, o de la 
situación económica de la familia. Algunas de las familias de este 
grupo eran de gente de color, de bajos ingresos; encontrar trabajo 
para uno de sus jóvenes integrantes, con lo cual se alcanzaría uno de 
los objetivos perseguidos (el autovalimiento), puede constituir un 
problema.
Se han obtenido, con otras dos muestras, resultados que confir­
man la eficacia de este enfoque terapéutico, pero tampoco esos 
estudios siguieron una metodología científica, y por ende esos datos 
sólo poseen, asimismo, valor indicativo. En dos programas de 
capacitación, los que se realizan en el Departamento de Psiquiatría 
de la Universidad de Maryland, y en el Instituto de Terapia Familiar 
de la ciudad de Washington, se solicita a los terapeutas que informen 
acerca de los resultados. Entre los casos allí atendidos, que son muy 
variados, hay algunos pacientes internados. Al final del tratamiento, 
el terapeuta debe llenar un formulario consignando su éxito o 
fracaso. Este procedimiento no forma parte de una investigación, 
sino que tiene propósitos didácticos, ya que de este modo se orienta 
a los terapeutas para que atiendan a los resultados de su labor y a la 
vez los supervisores pueden llevar un registro de sus éxitos o fallas en 
el abordaje de determinados problemas. De ordinario no se hace un 
seguimiento de estos casos a largo plazo, pero a los terapeutas que 
pudo localizárselos se les pidió que presentaran un resumen.
Como muestra el cuadro 1, de los nueve casos atendidos en el 
Departamento de Psiquiatría debieron ser reinternados dos luego de 
la terapia (un índice de fracasos del 22%), en tanto que de los 
diecinueve tratados en el Instituto, debió reintemarse a cuatro
14
(19%). En conjunto, el índice de fracasos en los 42 casos que 
componen las tres muestras fue del 24 %. La cantidad promedio de 
entrevistas fue de once. En la última columna del cuadro se aprecia 
el tiempo trascurrido desde el fui de la terapia, que varía entre un 
período de tres a seis meses (o sea, cuando las indagaciones se efec­
tuaron dentro del mismo año en que se realizó la terapia didáctica) 
y un período de dos años (en aquellos casos en que sólo se ubicó a 
las familias y a los terapeutas con bastante posterioridad).
Las muestras del Departamento de Psiquiatría y del Instituto de 
Terapia Familiar eran más diversificadas que la del Proyecto Esquizo­
frenia, e incluían varias clases de diagnóstico y no sólo el de 
esquizofrenia (los que aparecen como “psicóticos” en el cuadro eran, 
en general, “esquizofrénicos”). Salvo los anoréxicos, como se apunta 
en la nota al pie, todos los demás jóvenes habían sido internados una 
vez como mínimo, y algunos de ellos eran crónicos con varias 
internaciones. En ciertas familias sólo pudo concurrir a la terapia 
uno de los progenitores o algún otro familiar. El grupo etario fue 
idéntico en todas estas muestras, abarcando una gama que va desde 
la adolescencia tardía hasta cerca de los treinta años -la edad de la 
“emancipación”—.
Los terapeutas que trabajaron con la muestra del Departamento 
de Psiquiatría fueron Barbara Cephas, Kay Dónahoe, Gerald Hunt, 
James Hill, Sheldon Starr y Stanley Weinstein; en la muestra del 
Instituto participaron George Brown, Lila Caffery, Jean Driggers, 
Phillip Hill, Joan Hoffman, Judy Lansing, Betsy Lawrence, Marcha 
Ortiz, Kathy Reuter, Ralph Scoville, Jane Terry, Stuart Tiegel, Jerry 
Waletzky, Gene Waterman y Melvin Williams.
Terapeutas con distinta formación profesional y diverso grado de , 
experiencia aplicaron este enfoque con éxito. Hubo, asimismo, dos 
supervisores diferentes en el Departamento de Psiquiatría y en el 
Instituto; la tercera supervisora fue mi esposa, Cloé Madanes. Con 
ella hemos trabajado juntos en la supervisión de casos tanto en la 
Universidad de Maryland y el Instituto de Terapia Familiar como en 
el Departamento de Psiquiatría de la Universidad Howard, donde 
atendimos a familias de bajos ingresos con un miembro hospitaliza­
do, casos estos particularmente difíciles.
Cloé Madanes ha aportado muchas ideas a esta obra y, en general, 
a este enfoque terapéutico a lo largo de los años en que trabajamos 
en colaboración.1 Posee una rara habilidad para enseñar a los 
profesionales cómo hacer terapia con familias en las que hay un 
joven “loco”.2
Nuestro enfoque se ha visto confirmado por otros dos proyectos
1 C. Madanes y J. Haley, “Dimensíons of Family Therapy”, J. Nerv. Ment. 
Dis., 165: 88-98, 1977.
2 C. Madanes, “The Prevention of Rehospitalization of Adolescents and 
Young Adults”, en prensa.
15
en los que el procedimiento terapéutico fue, en. muchos aspectos, 
similar. Uno de ellos fue un proyecto de investigación sobre el 
resultado de la terapia familiar con adictos a la heroína, de difícil 
curación. Este estudio, cuidadosamente controlado, abarcó a 24 
familias y tuvo un amplio período de seguimiento. Se obtuvo un 
índice de éxitos del 80%, definiendo como éxito la abstención 
definitiva del uso de la heroína.3 Yo participé en la planificación de 
la estrategia terapéutica y en la supervisión; el enfoque fue en esencia 
análogo al presentado aquí. Algunosterapeutas participaron en 
ambos proyectos; en el capítulo 9 se examina uno de los casos de 
heroinomanía.
Otro proyecto de investigación que aplicó un enfoque terapéutico 
semejante y tuvo un índice de éxitos del 86% fue iniciado por 
Salvador Minuchin.'’ .Tomó también como foco la organización de la 
familia, como lo hicimos nosotros, aunque la población con la que 
trabajó difería de la nuestra tanto por su problemática como por la 
etapa de la vida familiar en que se hallaba. La similitud estaba dada 
por el énfasis en la jerarquía y en que los padres se hicieran cargo del 
hijo problemático y asumieran la responsabilidad de hacerlo cambiar. 
En ciertos casos de anorexia nerviosa hubo además una intensa 
focalización en el problema presentado, dado que por las caracterís­
ticas de la situación la vida del sujeto corría peligro. En el enfoque 
de Minuchin, igual que en el nuestro, el terapeuta traza entre padres 
e hijos una línea demarcatoria de las generaciones y hace que los 
primeros cooperen para resolver el problema de su hijo.
No es de sorprender que existan similitudes entre la manera de 
operar del doctor Minuchin y la nuestra, ya que durante diez años 
trabajamos juntos en el mismo sitio, empeñados, con Braulio 
Montalvo, en aclarar los problemas que plantea la terapia y en 
encontrar una mejor manera de capacitar a los terapeutas.5 El 
trabajo común de Minuchin y Montalv.o con familias “caóticas” de 
escasos ingresos los llevó a desarrollar un enfoque estructural,6 
enfoque que Minuchin y sus colegas aplicaron luego a la terapia 
familiar de afecciones psicosomátioas y otros tipos de problemas. Mi 
propia modalidad derivó del proyecto de investigación dirigido por 
Gregory Batesón, en el cual, a través del tratamiento de familias
3 Proyecto de investigación financiado por el Instituto Nacional de Abuso 
de Drogas, que dirigen M. D. Stanton y T. C. Todd, en calidad de consultor y 
supervisor clínico, respectivamente. Ellos son autores de un informe sobre el 
programa, titulado “Structural Family Therapy with Drug Addicts”, en E. 
Kaufman y P. Kaufmann, eds., The Family Therapy of Drug and Alcohol 
Abusers, Nueva York, Halsted, 1979.
4 S. Minuchin, B. L. Rosman y L. Baker, Psychosomatic Families: Añore- 
xia Nervosa in Context, Cambridge: Harvard University Press, 1978.
5 B. Montalvo, “Aspects of Life Supervisión”, Family Process, 12: 343- 
359, 1973.
6 S. Minuchin, B. Montalvo, B. Guemey, B.L. Rosman y F. Schumer, Fa­
milies of the Slums, Nueva York: Basic Books, 1967.
16
caóticas de esquizofrénicos, desarrollamos (particularmente Don D. 
Jackson y yo) un enfoque estructural. En la década en que Mon- 
talvo, Minuchin y yo trabajamos juntos, compartimos muchos 
problemas y propusimos numerosas innovaciones. Pese a las diferen­
cias del caso, hay una evidente similitud entre pedir a los padres de 
un chico que se niega a comer que lo obliguen a hacerlo, y pedir a los 
padres de un joven perturbado que lo hagan abandonar sus ideas 
delirantes y le exijan que consiga algún trabajo.
Y ya que estoy pasando revista a las influencias de nuestra labor, 
quisiera mencionar a John N. Rosen.7 En 1954 el proyecto Bateson 
estudió el tipo de trabajo que realizaba Rosen, y este pasó a formar 
parte de nuestras ideas acerca de la naturaleza de la terapia. Por esa 
época, él y una docena de otros terapeutas se habían especializado 
en el tratamiento de esquizofrénicos; todos ellos gravitaron en 
quienes nos ocupábamos de los “locos”. Cabe mencionar a Murray 
Bowen, Don D. Jackson, Thomas Malone, Ed Taylor, John War- 
kentin y Cari Whitaker. Uno de los servicios que prestaba Rosen 
consistía en recorrer los hospitales públicos de los estados y 
entrevistar a los pacientes en presencia del personal del estableci­
miento; allí los persuadía de que los llamados esquizofrénicos eran 
seres humanos sensibles y accesibles al diálogo. A la sazón, esa era 
una idea revolucionaria. Creo que la posibilidad, si no la necesidad 
imperiosa, de tratar a los esquizofrénicos fuera del marco hospitala­
rio fue establecida por Rosen.
Otra persona que tuvo gran gravitación en nuestro enfoque tera­
péutico fue Milton H. Erickson. 8 Dotado de una especial habili­
dad para tratar con jóvenes y de una orientación familiar de la que 
carecían entonces la mayoría de los terapeutas, Erickson trabajó 
con muchachas y muchachos sobre los cuales sus padres habían 
perdido el gobierno, y lo hizo tomando en cuenta la jerarquía 
familiar. Ya en 1958 me hizo ver una distinción que en ese momento 
era difícil advertir. El proyecto Bateson había mostrado que de nada 
servía tratar de apartar al esquizofrénico de su familia, y promovió 
en esencia un procedimiento opuesto, procurando la reunión de la 
familia, interpretando y aclarando sus comunicaciones y explorando 
sus orígenes en el pasado. Erickson me enseñó que en este estadio de 
la vida familiar, la tarea de desarrollo no consistía en lograr la 
reunión de la familia, sino, por el contrario, en conseguir que los 
miembros se desengancharan uno del otro. Al principio nos costó 
aceptar esta idea, pero con el tiempo nuestro objetivo terapéutico 
fue reunir al joven con sus padres para ayudarlos a separarse.
7 J. N. Rosen, Direct Analysis, Nueva York: Gruñe & Stratton, 1951.
8 Cf. J. Haley, ed.: Advanced Techniques of Hypnosis and Therapy: Selec- 
ted Papen of Milton H. Erickson, M.D. Nueva York: Gruñe & Stratton, 1967, 
y J. Haley, Uncommon Therapy: The Psychiatric Techniques of Milton H. 
Erickson, Nueva York: Norton, 1973. (Terapia no convencional. Las técnicas 
psiquiátricas de Milton H. Erickson, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1980.)
Harry Stack Sullivan fue otro de los que influyeron enormemente 
sobre mí y sobre todos los adeptos del enfoque familiar.9 En mi 
caso, la influencia vino a través de Don D. Jackson, el primer 
supervisor que tuve en mi labor con esquizofrénicos, quien a su vez 
había sido supervisado personalmente por Sullivan. En la década de 
1950 los integrantes del proyecto Bateson trabajamos en forma 
individual con esquizofrénicos, supervisados por Jackson, hasta que 
empezamos a atender familias. Entre todos los que tratábamos a 
estas familias con jóvenes “locos”, Jackson era el más innovador, y 
pese a su formación médica convencional, de algún modo había 
tomado conciencia de que, fuera de su situación social, nada hay 
intrínsecamente malo en un esquizofrénico.
A lo largo de veinte años de indagación de los misterios de la 
terapia de la locura, trabajé junto a muchas otras personas, con las 
que estoy en deuda. Durante el decenio que duró el proyecto 
Bateson,10 John Weakland fue no sólo mi colega sino mi amigo en 
esta empresa. El escribió, en colaboración con Jackson, uno de los 
primerísimos informes sobre los resultados obtenidos con familias de 
esquizofrénicos.11 A Braulio Montalvo, con quien pasamos inconta­
bles horas discutiendo los problemas de la terapia, le debo muchas de 
las ideas incorporadas a mi enfoque. Le estoy particularmente 
agradecido, además, por haber dedicado un tiempo a la lectura de 
este manuscrito y haberme proporcionado numerosas sugerencias 
útiles para su revisión.
Otros muchos colegas y estudiosos contribuyeron con sus ideas; 
de ellos, sólo unos pocos se mencionan en el texto, al citar las 
entrevistas que llevaron a cabo. Y no debo olvidar a las familias que 
mejoraron nuestro entendimiento de lo que debe hacerse en estos 
casos, tanto cuando tuvimos éxito como cuando fracasamos. A fin 
de proteger su identificación, aquí permanecen anónimas; los nom­
bres y circunstancias mencionados son ficticios.
Las entrevistas familiares se exponen en estas páginas en trascrip­
ciones literales, con excepción de unas pocas correcciones tendientes 
a eliminar las redundancias.
^ En algún momento consideré la posibilidad de incorporar como apéndice 
de este libro una declaración de admiración hacia Sullivan que había escrito 
como comentario de una reseña bibliográfica en 1967. Fue publicada con el 
titulo“The Doctor as Part of the Schizophrenic Interchange”, Internat. J. 
Psychiat., 4:531-542, 1967.
10 Para una historia de las ideas relacionadas cor el proyecto Bateson, 
véase J. Haley, “Development of a Theory: A History of a Research Project”, 
en C. E. Sluzki y D. C. Ransom, eds., Double Bind, Nueva York: Grune & 
Stratton, 1976. (Dofrle vínculo. Fundamentos interaccionales de la terapia fa­
miliar, Buenos Aires: Amorrortu editores, en preparación.)
11 D. D. Jackson y J. Weakland, “Conjoint Family Therapy: Some Consi­
derations on Theory, Technique and Results”, Psychiatry, 24:30-45, 1961.
18
Nota importante
Hay un punto que, para evitar equívocos, debe quedar bien 
en claro. En ciertos enfoques terapéuticos se presume que la filosofía 
del terapeuta y su manera de proceder en relación con el cliente 
tienen directa relevancia para la vida normal de este. No ocurre lo 
mismo aquí. Para nosotros, no hay una relación directa entre lo que 
se hace en ía terapia y la vida corriente. La terapia que aquí 
exponemos está destinada a aumentar el poder y la autoridad de los 
padres con respecto al joven problemático; esto no significa suponer 
que las familias “normales” deben ser autoritarias o que los padres 
deben estar investidos de un poder y autoridad extremos para criar a 
sus hijos. Como he dicho en otro lugar, que se le ponga un yeso a un 
chico que se ha fracturado una pierna no quiere decir que todos los 
chicos deben ser criados con yesos en sus piernas. Este libro no se 
ocupa de la manera correcta de criar y educar a los hijos, sino de lo 
que puede hacerse por ellos cuando se han vuelto “locos”.
19
1. Ideas que han perjudicado 
a los terapeutas*
Las técnicas terapéuticas para atender a jóvenes con problemas 
han ido perfeccionándose con los años. Se descartaron muchas de 
ellas que originaban permanentes fracasos, y se crearon nuevas 
estrategias más fructíferas. Ahora bien: descartar ideas y teorías que 
uno ha asimilado en su formación con respetados maestros no es 
sencillo. Parecería que un terapeuta, hombre o mujer,1 sólo puede 
modificar su ideología y su proceder cuando cambia el medio social 
que lo rodea. Es arduo renunciar a la ilusión de que el individuo 
escoge libremente esas ideas y teorías, sea cual fuere la red social en 
que está inmerso.
Haremos en este capítulo una reseña de las ideas que han 
perjudicado a los terapeutas de jóvenes (particularmente los defini­
dos como esquizofrénicos) y que han sido abandonadas en los 
últimos veinte años —o que lo han sido, al menos, por aquellos 
terapeutas que extraen enseñanzas de la experiencia—.
A fin de determinar si una idea es útil para una teoría de la 
terapia hay que basarse en ciertos criterios, los más evidentes de los 
cuales son los siguientes:
1. Las ideas deben ser pertinentes para una teoría que conduzca a 
resultados satisfactorios. Esa teoría no sólo debe dar mejor resulta­
do que otras, y mejor resultado que la ausencia de terapia, sino que 
no debe llevar al terapeuta a proceder de un modo que dañe a las 
personas.
2. La teoría debe ser lo bastante simple como para que pueda ser 
comprendida por el terapeuta corriente. Si los problemas importan­
tes se entienden con claridad, el terapeuta no se dejará distraer por 
clientes que son expertos en complicarlo y ofuscarlo todo.
3. La teoría debe tener un grado razonable de amplitud. No es 
forzoso que explique todas las eventualidades posibles, pero sí que 
prepare al terapeuta para hacer frente a la mayoría de ellas.
* Este capitulo, en una versión algo distinta, fue leído originalmente en la 
conferencia realizada en 1977 bajo el título “Más allá del doble vínculo”, y 
publicado como parte de las actas de dicha reunión en M. M. Berger, ed., 
Beyond the Double Bind, Nueva York: Brunner/Mazel, 1978.
1 Salvo indicación en contrario, en todas las referencias que aquí haga­
mos a un terapeuta o a un cliente debe entenderse que puede pertenecer a 
cualquiera de los dos sexos. El autor considera injusto el empleo tradicional 
del género masculino para estas designaciones, adoptado por motivos de sim­
plicidad.
20
4. La teoría debe orientar al terapeuta con respecto a la acción 
más que a la reflexión: debe sugerirle cómo proceder.
5. La teoría debe generar esperanza en el terapeuta, el cliente y la 
familia, de modo tal que todos depositen su expectativa en la 
recuperación del individuo con problemas y su retorno a la normali­
dad.
6. La teoría debe definir el fracaso terapéutico y explicar por qué 
se ha producido.
Si estos son los criterios más evidentes en que debe fundarse una 
teoría de la terapia, el terapeuta sensato tendrá que evitar las teorías 
que se opongan a ellos. Debe serle inaceptable una teoría que origine 
magros resultados, que provoque daño a las personas o que impida la 
definición de un objetivo para la terapia. Evitará las teorías harto 
complejas que inhabilitan para actuar, así como las que procuran ■ 
explicarlo todo, o llevan a la especulación filosófica y no a la acción, 
o no generan esperanza, o hacen que cunda la duda sobre si se tuvo 
éxito o se fracasó.
Ideas infortunadas
Resumamos las ideas que más han perjudicado a los terapeutas 
que trabajan con jóvenes problemáticos.
Teoría organicista
Una tradición que nos viene de la psiquiatría europea del siglo 
XIX sostiene que los jóvenes “desviados” de lo normal, en particular 
los que han sido diagnosticados como esquizofrénicos, tienen alguna 
deficiencia orgánica o genética. Cierto es que aun dentro de la 
psiquiatría, y especialmente éntrelos terapeutas clínicos, hay quienes 
no toman en serio esta idea, pero ella sigue siendo uno de los 
presupuestos principales con que se opera en este campo. En la 
bibliografía y en los cursos para residentes en psiquiatría se trasmite 
la impresión de un sólido cúmulo de pruebas en favor de una causa 
genética o fisiológica de la psicosis. Esto es simplemente falso. De 
hecho, la literatura contiene enunciaciones de que existen “indi­
cios”, “ideas orientadoras”, “tendencias previsibles”, “posibles cami­
nos para la investigación” y “promisorias posibilidades” en esa 
dirección; pero ninguna prueba física u orgánica ha logrado demos­
trar que una persona diagnosticada como esquizofrénica es diferente 
de una persona normal, ni existen tampoco hallazgos genéticos bien 
fündados al respecto. Si un clínico tiene dudas acerca de esto, 
debería solicitar un examen físico de su paciente para determinar si
21
es o no esquizofrénico: obtendrá como respuesta un análisis de vagas 
expectativas futuras.
Millones de dólares se canalizaron hacia los laboratorios de in­
vestigación con el objeto de hallar pruebas de organicidad. No hay 
duda de que esas investigaciones fueron necesarias e importantes; 
pero, por desgracia, la tarea de relaciones públicas que implicó la 
recolección de esos fondos persuadió a numerosos profesionales y al 
público lego en general de que los diagnosticados como psicóticos 
debían poseer alguna deficiencia orgánica. Es probable que jamás 
una categoría de personas haya sido estigmatizada hasta tal punto 
sobre la base de pruebas tan escasas. Todos los meses se anuncia que 
está por producirse el tan prometido avance para el próximo siglo; 
los debates biológicos y bioquímicos se han vuelto más complicados 
y mistificadores, y los resultados siguen siendo insignificantes. (Hay 
más datos que abonan la presunción de que ser psiquiatra —y, mucho 
más aún, médico— está determinado genéticamente, de los que 
abonan la presunción del origen genético de la esquizofrenia.)
La polémica entre las concepciones orgánica y social ha cobrado 
magnitud en nuestros días. Las consecuencias de suscribir la idea de 
que la locura tiene una causa fisiológica han sido significativas:
1. La hipótesis de una causa física de la psicosis ha hecho que se 
internara a muchos jóvenes con problemas en instituciones de 
custodia. Se los tituló “enfermos” y se los confinó en hospitales bajo 
el cuidado de médicos y enfermeras,pese a que no se pudo descubrir 
en ellos ninguna falla orgánica.
2. La presunción de un problema orgánico llevó a aplicar a esos 
individuos enormes dosis de medicamentos, de un modo que los ■ 
defensores de los derechos civiles no habrían permitido con ningún 
otro sector “desviado” de la población, como los delincuentes. Esta 
medicación demostró ser no sólo inhabilitante en muchos aspectos, a 
causa de sus efectos colaterales, sino en verdad peligrosa. El uso 
responsable o irresponsable de tales drogas ocasionó en miles de 
personas daños neurológicos irreversibles, como la diskinesia tardía. 
Muchos profesionales de la medicina siguen drogando a la gente 
aunque ello contraríe sus deseos, simplemente porque su formación 
puso el énfasis en la administración de drogas y fuera de eso no 
saben qué otra cosa hacer. Los legos no pueden impedir el uso de 
esas drogas debido al poder de que gozan en este campo los 
profesionales de la medicina, y debido a sus propias dudas sobre si la 
teoría organicista es o no es un mito.
3. La teoría organicista le exige a un terapeuta de orientación 
familiar suponer que un esquizofrénico se conduce de modo extraño 
a causa de una misteriosa enfermedad, y también como reacción 
frente a su familia. Vale decir, la teoría de la enfermedad sostenía 
que el paciente reaccionaba en forma impropia e inadaptada porque 
padecía una deficiencia en el interior de su organismo; la concepción
22
de la terapia de familia, por el contrario, pensaba que el extraño 
proceder del individuo era apropiado y adaptado a su situación 
social. El intento de combinar estos dos puntos de vista dio origen a 
una terapia mistificadora y confusa no sólo para el terapeuta sino 
para su clientela. Se le decía al terapeuta que los psicóticos tenían 
una incurable deficiencia biológica subyacente, pero a la vez se le 
decía que debía tratarlos terapéuticamente para curarlos. Esto lo 
situaba frente al cliente como alguien que procuraba curarlo median­
te una teoría según la cual era incurable —un ejemplo bastante 
clásico de “doble vínculo”, que generó extravagantes procedimien­
tos-.
4. El terapeuta adepto a la teoría organicista concebía al joven 
esquizofrénico como una persona con una deficiencia, limitada en su 
inteligencia o en su capacidad. Como lo corriente es que esos jóvenes 
fracasen en su vida, dicha teoría tenía visos de verosimilitud 
para los profesionales noveles, quienes llegaban a pensar que algo 
’ malo debía tener un joven que no se afanaba por lograr el éxito. Pero 
si uno admite que la función social de los jóvenes psicóticos es 
fracasar, pese a no tener en sí mismos nada malo que les dé la excusa 
para ello, sus capacidades se hacen acreedoras a un mayor respeto. 
Puede presumirse que esos jóvenes son más habilidosos en el plano 
interpersonal que el terapeuta promedio: este, por más que se 
esfuerza, no consigue que tengan éxito, mientras que ellos consiguen 
con todo éxito fracasar. La teoría de la deficiencia orgánica llevaba 
al terapeuta a subestimar su habilidad interpersonal, y por ende a sa­
lir perdidoso en la batalla entablada con ellos. Suponer que un joven 
loco es defectuoso y luego tratar de vencerlo en la contienda, es 
como iniciar un campeonato de ajedrez con la idea de que todos los 
demás contrincantes son retardados mentales.
Estas objeciones nuestras a hallazgos médicos que siguen siendo 
míticos no implican en modo alguno que no deba practicársele a un 
joven loco un cuidadoso examen orgánico y, en los casos en que esté 
indicado, someterlo a las más escrupulosas y avanzadas exploracio­
nes neurológicas. Una de las críticas que se les hacen a los departa­
mentos actuales de psiquiatría es que se muestran tan prontos a 
presuponer un desequilibrio químico como factor causal, que no 
practican los más rutinarios exámenes de este tipo.
Como broche final de nuestra argumentación, digamos que las 
teorías médicas y la consecuente administración de drogas no han 
resuelto el problema, y es así que centenares de miles de jóvenes 
siguen fracasando en la vida y conduciéndose de manera extravagan­
te. En consecuencia, la estrategia más sensata para un terapeuta es 
presumir que la conducta de los locos no tiene base orgánica, y 
proceder como si el problema fuese social. Afirmamos que de este 
modo su éxito aumentará.
Ateniéndonos a los criterios expuestos para una teoría de la
23
terapia, la teoría organicista es una verdadera calamidad, que ha 
impuesto una gravosa carga a la psiquiatría. Al confundir terapia 
con control social, no permitió alcanzar éxito alguno y aun impidió 
la remisión espontánea en clientes que podrían haber cambiado si se 
los hubiera apartado a tiempo de la atención profesional. El 
tratamiento en instituciones de custodia, la administración de drogas 
y el pesimismo por una presunta deficiencia orgánica, reforzaban la 
necesidad de instituciones de custodia, la administración de drogas y 
el pesimismo. Las teorías biológicas no eran nada sencillas; ni 
siquiera los investigadores médicos parecían comprenderlas. La 
teoría no alentaba esperanzas en el cliente o su familia, ni definía 
qué debía entenderse por éxito. Si un sujeto tildado de esquizofréni­
co se volvía normal, se aducía que, o bien estaba en un período de 
remisión temporario, o había sido mal diagnosticado.
Teoría psicodinàmica
Otra teoría que probó ser infortunada fue una ideología basada, 
como la teoría organicista, en la noción de que el individuo lleva en 
sí mismo algo malo que es independiente de su situación social. Me 
refiero a la teoría psicodinàmica de la represión y a la consecuente 
terapia. Es difícil describir dicha teoría en términos simples sin que 
parezca que uno está parodiándola, pero trataremos de mencionar 
aquí los puntos más significativos para la terapia de jóvenes. Según 
esa teoría, las personas se conducen como lo hacen a causa principal­
mente de representaciones y experiencias del pasado que han repri­
mido o desalojado de la conciencia. Se admitía que, secundaria­
mente, la situación social actual influye en la persona, pero po­
niendo énfasis en la forma en que esta concibe tal situación en 
virtud de las representaciones que se erigieron en su interior en el 
pasado.
Esta teoría tuvo el mérito de ofrecer a los investigadores intere­
santes hipótesis sobre una gran variedad de conductas extrañas; pero 
aplicada a la situación terapéutica, constituyó un estorbo. La 
doctrina de la represión tomaba difícil al terapeuta ver la interrela- 
ción de los miembros de la familia a medida que cada uno respondía 
ante la conducta de los otros. La unidad era el individuo singular, no 
la diada o la tríada. Se consideraba a cada persona como un sujeto 
reprimido que respondía a proyecciones y falsas percepciones. Sus 
síntomas no se juzgaban apropiados al medio social y una respuesta 
frente a este, sino que se los estimaba inadaptados, irracionales, y 
producidos en respuesta a experiencias del pasado más que a las 
circunstancias presentes. De este modo, el presente, que es todo 
cuanto podemos modificar, no era enfocado como el ámbito que se 
debía modificar. Esta concepción llegaba a veces a formas extremas, 
como lo ilustran ciertos terapeutas a quienes he visto trabajar en
24
hospitales, tan ocupados en el pasado de sus pacientes que ni siquiera 
sabían si estos eran casados o solteros.
La teoría psicodinàmica vuelve difícil adoptar un enfoque tera­
péutico positivo, pues se orienta hacia los aspectos negativos de las 
personas: lo reprimido por ellas es su lado oscuro, sus temores, su 
agresividad, sus odios, sus pasiones incestuosas. Si la técnica primor­
dial de la terapia consiste en formular interpretaciones para traer a la 
conciencia todo ese material reprimido, es forzoso centrarse en los 
aspectos hostiles y desagradables de la gente. (Recuerdo a un equipo 
de terapia familiar que, al exponer el caso de un joven esquizofré­
nico, informó con orgullo que luego de tres años de terapia la madre 
de este jovenhabía admitido, finalmente, que odiaba a su propia 
madre. A mí me pareció que esto poco tenía que ver con la vuelta a 
la normalidad del hijo y de la familia, pero para ellos, que se basaban 
en la teoría de la represión, constituía un resonante triunfo.)
La teoría psicodinàmica tiende a alentar al terapeuta para que se 
convierta en un inquisidor que ofrece su asesoramiento a la familia, 
en vez de alguien que le imparte directivas y procura que las cosas 
cambien. La inclinación del terapeuta a explorar el pasado lleva a 
culpar a los progenitores, dado que en el pasado fueron ellos los 
responsables. Cuando la cuestión se centra en las acciones del 
pasado, implícitamente se acusa a los padres de haber causado el 
problema del hijo. Con su teoría de las causas históricas, el terapeuta 
suele verse a sí mismo como alguien que viene a salvar al paciente de 
la nociva influencia de los padres, y así sus interpretaciones indagato­
rias suelen enajemarle la buena voluntad de los progenitores e 
impedir que logre su colaboración. Y al observar su falta de coope­
ración, se robustece en el terapeuta la idea de que la conducta pre­
térita de estos padres hoscos fue la causante del problema, y de 
que él debe rescatar al joven de entre sus padres.
Otro procedimiento terapéutico que derivó naturalmente de la 
doctrina de la represión consistió en estimular a la gente para que 
expresara sus emociones. La idea era que si las personas manifesta­
ban sus malos sentimientos recíprocos y sacaban fuera toda su rabia, 
gritando y vociferando si ello era necesario, todos se aliviarían de sus 
sentimientos reprimidos y el esquizofrénico saldría del consultorio 
silbando contento por la calle.
La libre expresión de los sentimientos puede ser válida en algunas 
situaciones, por ejemplo en las reuniones religiosas de los evangelis­
tas, pero en la terapia familiar fue una desgracia que impidió lograr 
cambios en la organización de la familia. Los terapeutas experiencia- 
listas, entrenados para provocar emociones en grupos ad hoc, 
carecían de una teoría de la organización y no sabían, por ende, de 
qué modo debía reorganizarse una familia. Si uno de los miembros 
de la familia eludía la discusión de un problema o interrumpía la 
sesión en un momento cualquiera para descargar sus emociones, 
contaba para ello con el beneplácito del terapeuta. Todos podían
25
nraiir l 11 catarsis y no se veían obligados a seguir ningún pian 
tmpélltlco ni a alcanzar ninguna meta. El joven, cuya tarea consistía 
MI Impedir que se desarrollara un conflicto entre los padres, podía 
dar rienda suelta a sus sentimientos y trastornarse toda vez que le 
pareciera indispensable, evitando así la resolución de cualquier 
conflicto entre aquellos. Las sesiones basadas en la toma de concien­
cia sobre la propia conducta y en la exteriorización de las emociones 
tendían a centrarse en la defensa y en la prueba de inocencia, y se 
volvían incoherentes, desordenadas, desgastadoras e interminables.
Por la peculiar comunicación que se generaba en esas sesiones, 
estimularon, además, un “enfoque comunicacional” de las familias 
de esquizofrénicos.
La teoría de la represión no producía buenos resultados, no era 
sencilla, no conducía al terapeuta a la acción (sino más bien a la 
reflexión) y no permitía abrigar esperanzas, ya que las presuntas 
causas de la conducta actual enraizaban en vivencias infantiles 
inmodificables. Tampoco definía el fracaso ni lo explicaba cuando él 
se producía.
Teoría de los sistemas
Las teorías organi cista y psicodinàmica se venían aplicando des­
de hace tiempo; las teorías sociales surgieron a mediados de siglo. 
La noción de sistema familiar se fundó en la cibernética, desarrollada 
a fines de la década de 1940.2.Esta teoría hizo posible, por primera 
vez, concebir a los seres humanos, no como entidades separadas, sino 
como un grupo en curso dentro del cual los integrantes reaccionaban 
uno al otro en formas homeostáticas -y por lo tanto, la conducta 
tenía causas presentes—. Sostenía que el sistema familiar era estabili­
zado mediante procesos de regulación autocorrectivos, activados 
como respuesta a un intento de cambio. La idea de que la familia, o 
cualquier otro grupo en curso, era un sistema mantenido por 
procesos de re alimentación incorporó toda una nueva dimensión a 
las explicaciones sobre el comportamiento de los seres humanos. Se 
hizo el apabullante descubrimiento de que, al parecer, la gente hacía 
lo que hacía a causa de lo que otra gente hacía; la cuestión del libre 
albedrío se replanteó con nueva forma. Pudo apreciarse que los 
miembros de la familia estaban atrapados, impotentes, en secuencias 
que se reiteraban y reiteraban a despecho de sus deseos y de sus 
tentativas de conducirse de otro modo. También los terapeutas 
estaban atrapados en estas reiteradas secuencias, por un lado en sus
2 f Vease Norbert Wiener, Cybemetics, Nueva York: Wiley, 1948. La idea 
de los sistemas tuvo su origen en una variedad de círculos; una de las fuen­
tes más importantes fueron las conferencias auspiciadas por la Fundación 
Josiah Macy (h.) a fines de la década del cuarenta y comienzos de la década 
del cincuenta.
26
interminables tratamientos, y por el otro, en Jos inagotables conflic­
tos y polémicas que mantenían con los demás miembros del personal 
de las instituciones y hospitales en los que trabajaban.
La principal virtud de una teoría sistemática es que toma 
predecibles ciertos acontecimientos; 'su principal defecto, para los 
fines terapéuticos, que no es una teoría del cambio sino de la 
estabilidad. La terapia familiar, que es la tentativa de cambiar a las 
familias, surgió en el seno de una teoría que explica cómo actúa la 
familia para seguir siendo siempre igual. Por interesante que fuera 
para elucidar el comportamiento animal y humano, la teoría de los 
sistemas no constituía una guía sencilla acerca de la manera de 
proceder en la terapia, y hasta estorbaba al terapeuta haciéndole 
creer que todo intento de intervenir en la familia activaría sus 
resistencias, a causa de los procesos reguladores que tendían a 
mantenerla inmodificada. Esto condujo a un pesimismo idéntico a 
aquel en que desembocaron las teorías sobre la resistencia de la 
concepción psicodinàmica. Como la teoría de los sistemas sugería, 
además, que si se provocaba un cambio en un sector de la familia, se 
produciría una respuesta en algún otro, en ciertos terapeutas esto 
reactivó el antiguo mito sobre la sustitución de síntomas e hizo que 
vacilaran antes de emprender cualquier acción que indujera un 
cambio.
Tal como se la aplicó a las familias, la teoría de los sistemas solía 
describir a los partícipes como situados en un pie de igualdad, lo cual 
tomaba difícil su uso cuando se trataba de planificar la reestructura­
ción y reorganización de la jerarquía familiar. Para una teoría que 
tendía a equiparar a todos como unidades con igual capacidad de 
respuesta, era difícil tomar en cuenta el poder de una abuela o 
apoyar la autoridad de los padres por oposición a la de los hijos.
El problema primordial que esta teoría plantea al terapeuta es que 
despoja a los participantes del sistema de su responsabilidad indivi­
dual. Afirma que cada persona es movida a hacer lo que hace por lo 
que hace alguna otra persona. Para un filósofo que especula sobre el 
libre albedrío, esto puede ser sumamente interesante, pero en la 
práctica terapéutica parece indispensable destacar la capacidad de 
iniciativa de cada cual. Así pues, a esta teoría, según la cual la gente 
no puede dejar de comportarse como lo hace, adhirieron terapeutas 
que sostenían que los integrantes de una familia actúan de otro 
modo.
La teoría del sistema familiar no parece haber dado buenos resul­
tados. No es una teoría sencilla, como se comprueba asistiendo a los 
debates teóricos sobre ella: con frecuencia, uno no entiende lo que el 
expositor está diciendo, aunque suena muy profundo. Al poner el a- 
cento en altos niveles de abstracción, inclusollegó a utilizársela para 
relegar a un segundo plano la comprobación de si alguien había cam­
biado realmente con la terapia.
27
El “doble vínculo’' o “doble ligadura”
Finalmente, en 1956 se dio a publicidad la teoría del “doble 
vínculo” o “doble ligadura” [double bind], que no era estrictamente 
una teoría sobre la terapia familiar pero pasó a formar parte de estas 
indagaciones. Incorporaba la idea de que la comunicación podía 
■describirse en términos de niveles, y de que estos niveles podían 
provocar un conflicto y generar una paradoja o “ligadura” frente a la 
cual no existía ninguna respuesta aceptable. Con esta teoría se 
procuró describir determinados procesos de la situación de aprendi­
zaje del esquizofrénico. Al principio se concibió esa situación como 
una “ligadura” impuesta por los padres al hijo, y más tarde como 
una ligadura recíproca que unas personas imponían a otras. Se 
sugería, asimismo, que era posible ligar a una persona en un “vínculo 
terapéutico” de modo tal que se viera obligada a comportarse nor­
malmente ?
El concepto de niveles resultó útil para la descripción de la 
conducta, y la teoría del doble vínculo era interesante, pero a mi 
juicio no fue de gran provecho para los terapeutas que trataban a 
familias de esquizofrénicos. Era una hipótesis acerca de lo que ya 
había sucedido, más que la exposición de un procedimiento para 
modificar lo que estaba sucediendo en el presente;además, fomentó 
que se describiera a la familia en términos de “víctimas” y “victima­
rios”, y que los serviciales terapeutas se aliaran con la víctima en 
contra de sus progenitores. Dado que la terapia es el arte de formar 
coaliciones, si la teoría que uno sustenta lo lleva a tratar de salvar a 
un integrante de la familia, se le hace difícil planear con cuidado su 
propia participación en las luchas de facciones familiares. La noción 
de la “víctima” de la doble ligadura fue tan infortunada para la 
terapia como la del “chivo expiatorio”. Por lo que hoy sabemos 
acerca de la naturaleza e importancia de la jerarquía familiar, el 
hecho de que un especialista se coligue con una “víctima” que ocupa
3 G. Bateson, D. D. Jackson, J. Haley y J. H. Weakland, “Toward a Theory 
of Schizophrenia”, Behav. Set, 1:251-264, 1956. Para una historia de ese pro­
yecto, véase J. Haley, “Development of á Theory: A History of a Research 
Pioject”, en C. E. Sluzki y D. C. Ransom, eds. Double Bind, Nueva York: 
Gruñe & Stratton, 1976. (Doble vínculo. Fundamentos interaccionales de la 
terapia familiar, Buenos Aires: Amorrortu editores, en preparación.) El lector 
interesado en los conceptos del proyecto Bateson sobre la comunicación debe 
remitirse a los escritos de sus participantes, quienes fueron: Gregory Bate- 
son, Jay Haley, John Weakland, y como consultores con dedicación parcial, 
Don D. Jackson y William F. Fry. Desde 1956, en que se publicó el artículo 
citado al comienzo de esta nota, hasta que concluyó el proyecto, en 1962, 
todos ellos dieron a conocer muchísimos trabajos; una bibliografía en el ar­
tículo “A Note on the Double Bind, 1962” (Fam. Proc. 2:154-161, 1963) 
enumera en total setenta artículos y libros. Las ideas básicas de Bateson se 
encontrarán en Steps to an Ecology of the Mind, Nueva York: Ballantine, 
1972, y en Mind and Nature, Nueva York: Dutton, 1979. (Espíritu y naturale­
za, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1982.)
28
r
una baja posición en esa jerarquía, en contra de otra persona que 
ocupa una posición superior, puede aumentar los padecimientos de 
la familia en lugar de aliviarla.4 •
Esta teoría de las víctimas y victimarios adhería implícitamente a 
un punto de vista negativo, según el cual la gente se perjudica 
mutuamente; con esta orientación, el terapeuta tenía dificultades 
para organizar sus ideas en forma positiva y ganarse la cooperación 
de la familia a fin de lograr un cambio.
Los problemas inherentes a la utilización del enfoque del “doble 
vínculo” para la descripción de la familia se complicaron al combi­
narlos con la idea de que el cambio se produce mediante interpreta­
ciones que ayudan a la gente a entender lo que le pasa. Los 
miembros de la familia se vieron forzados a escuchar, de boca de 
bienintencionados terapeutas, qué terribles dobles vínculos se impo­
nían uno al otro, y sintiéndose incomprendidos, reaccionaron en 
forma airada y se pusieron a la defensiva. Los terapeutas interpretaron 
esto como resistencia, condenando así la conducta que ellos mismos 
habían provocado —lo cual se parece bastante a un “doble 
vínculo”-.
Desde el punto de vista de la investigación, la teoría del doble 
vínculo y el concepto de niveles volvieron mucho más interesantes 
los procesos comunicacionales en el seno de la familia. Salieron a 
relucir los sorprendentes vericuetos de los movimientos corporales, la 
entonación de la voz y los múltiples significados de una misma 
palabra. Había metáforas sobre metáforas sobre metáforas. Pero al 
indagar estos significados en las entrevistas, el terapeuta dqaba 
involuntariamente en el trasfondo otras cuestiones más fundamenta­
les. Tal vez se embarcara en una fascinante e interminable polémica 
con una madre acerca de su deseo de obligar a un hijo a hacer 
espontáneamente lo que ella quería, o le señalara a un padre que 
estaba condenando a su hijo por pensar igual que él. La familia, 
aparentemente, prefería estas polémicas a cualquier acción dirigida a 
promover un cambio.
Investigadores y clínicos
Luego de resumir algunas de las ideas que presidieron en el pasado 
la teoría y la investigación, quisiera añadir otra hipótesis que hoy nos 
resulta extraña. Se dio por sentado que un terapeuta y un investiga­
dor pertenecen a la misma especie (aunque el primero ocupaba una 
posición de segunda clase); hasta llegó a pensarse que la capacitación 
para hacer investigaciones era un buen procedimiento para formar
4 Para una descripción de la jerarquía en estos términos, véase J. Haley, 
Problem Solving Therapy, San Francisco: Jossey-Bass, 1976. [Terapia para re­
solver problemas, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1980.)
29
terapeutas, y muchos jóvenes debieron hacer investigaciones durante 
años, en sus cursos superiores, a fin de obtener el título habilitante 
para practicar la terapia. Hoy es más notorio que la postura del 
investigador y la del terapeuta son exactamente opuestas. El primero 
debe mantener distancia respecto de los datos, ser objetivo y no 
entrometerse en lo que estudia ni influir en ello. Y puesto que su 
objetivo es la búsqueda de la verdad, está obligado a indagar y 
explicar todas las complejas variables que constituyen un determina­
do fenómeno. El terapeuta, por el contrario, no debe permanecer 
distante ni ser objetivo, sino que debe comprometerse personal y 
humanamente, entremezclándose en forma activa con los datos para 
así influir en las personas con vistas a que cambien. Además, debe 
recurrir a ideas simples, que le permitan alcanzar sus objetivos espe­
cíficos, y no distraerse en indagaciones acerca de interesantes aspec­
tos de la vida y de la mente humana.
Parece obvio que la formación de un investigador y la formación 
de un terapeuta son empresas bien distintas, y sin embargo en el 
pasado se las confundió hasta tal punto que al observar una sesión 
era imposible saber si se estaba investigando a la familia o procuran­
do cambiarla.
Efectos de estas ideologías en la terapia familiar
¿Qué terapia se derivó de estas teorías para aplicar a la familia de 
un esquizofrénico? Lo típico, cuando el terapeuta reunía a la 
familia, era que los padres pensasen que iban a ser acusados de 
enloquecer a su hijo; de lo contrario, ¿por qué no hacer la terapia 
con el hijo solo? Este contexto acusatorio promovía en ellos una 
actitud distante y defensiva. A veces preguntaban: “¿Cree usted que 
es culpa nuestra que nuestro hijo esté loco? ”, y el terapeuta 
respondería tal vez que la causa era compleja. Si en cambic 
afirmaban: “No es culpa nuestra que nuestro hijo esté loco”, elterapeuta diría: “ ¿Les parece? ”, con una inflexión de voz suficiente 
para darles a entender que la culpa era de ellos. La escena se 
asemejaba a un proceso kafkiano en el cual los padres comenzaban 
por defenderse contra cargos que jamás se les habían hecho. Como el 
enfoque del terapeuta era psicodinámico y no directivo, no se hacía 
cargo de lo que sucedía ni organizaba lo que habría de suceder más 
adelante: no hacía nada, simplemente esperaba que la familia tomase 
la iniciativa. La familia no sabía qué se suponía que debía hacer, y 
por consiguiente esperaba a que el especialista hiciese algo. Había así 
largos y significativos silencios. A veces el terapeuta los interrumpía 
diciendo: “¿No les parece interesante lo silenciosa que es esta 
familia? ”, o bien: “¿Qué se siente al guardar tanto silencio? Para 
llenar esos vacíos sin revelar señales de culpabilidad, el padre quizá
tratara de hablar de otras cosas, por ejemplo del frío que hace en la 
Antártida. El terapeuta le señalaría entonces que se estaba desviando 
del tema y eludiendo las verdaderas cuestiones. Si el padre pregunta­
ba cuáles eran las verdaderas cuestiones, le replicaba: “¿Cuáles piensa 
usted que son? Si la familia empezaba a incomodarse o enfadarse, 
el terapeuta les inquiría: “¿Se dieron cuenta de que están incómodos 
y enfadados? ”, lo cual enfadaba aún más a la familia. Esto era del 
agrado del terapeuta, ya que en su opinión la expresión de sus 
emociones ayudaría a los pacientes a dejar de reprimirlas. Si los 
padres se incomodaban demasiado, el hijo esquizofrénico cumpliría 
con su misión manifestando alguna idea delirante o actuando en 
forma violenta, para dejar bien en claro que el problema no eran los 
padres sino él. Aliviados, los padres charlarían entonces con el 
terapeuta acerca de las ideas irracionales de su hijo. En ocasiones, al 
terapeuta no se le ocurriría nada para hacer y entonces interpretaría 
a los familiares sus movimientos y ademanes, señalándoles su 
verdadera significación. Muy pronto ellos no sabrían siquiera de qué 
manera sentarse para evitar los comentarios del terapeuta sobre sus 
impulsos negativos subyacentes.
La tarea del terapeuta consistía en conseguir que la familia siguie­
se asistiendo a las entrevistas y lograr que hablase, en la esperanza de 
que algo pudiera cambiar de ese modo. La tarea de la familia consis­
tía en descubrir qué se presumía que debían hacer y decir en las en­
trevistas, y el motivo por el cual estaban allí. El terapeuta estaba im­
posibilitado de decir a los parientes que hicieran esto o estotro, por­
que hace treinta años eso se hubiera considerado una manipulación 
contraria a las reglas de la terapia. Tampoco podía pedir a los padres 
que se hicieran cargo de su hijo y lo obligaran a conducirse como 
corresponde, estructurando así una jerarquía, ya que la teoría en la 
que se fundaba sostenía que los padres eran una influencia nociva, 
que habían dañado al hijo en el pasado y no debían hacerse cargo de 
.él en el presente. Otra razón por la cual el terapeuta no podía instar 
a nadie a que se hiciera cargo de nadie, es que él tampoco podía: su 
misión se reducía a responder a la familia como mero asesor, en la 
convicción de que ellos encontrarían la manera de valerse por sí mis­
mos; tenía que hacerles tomar conciencia, esperar lo mejor, y nada 
más. Su única técnica terapéutica era la interpretación, o sea, el co­
mentario sobre el significado de una palabra o un hecho, por triviales 
que fueran. Si la familia renunciaba a descubrir qué debía hacer y 
permanecía muda en sus asientos, el terapeuta los ayudaba a com­
prender cuánta resistencia oponían a enfrentar su resistencia para 
abordar el sistema familiar.
Lo habitual era que el terapeuta trasmitiese una subterránea apa­
tía, a despecho de su forzada jovialidad, porque según su teoría el 
paciente tenía en realidad un problema biológico o genético, o había 
quedado incapacitado por traumas infantiles provocados por sus 
padres y de los que jamás se recobraría.
31
Si el paciente comenzaba a conducirse en forma más normal y se 
producía una incipiente reorganización de la familia, con frecuencia 
el terapeuta se enteraba, sorprendido, de que alguno de sus colegas 
estaba cavándole la fosa al paciente con medicación o lo había 
hecho internar por su conducta díscola y perturbadora. Debía enton­
ces empezar de vuelta, esperar a que la familia tomase alguna inicia­
tiva para responderle con una interpretación, y confiar en que todos, 
sea como fuere, habrían de “mejorar” —aunque el significado preciso 
de esta mejoría no lo sabía nadie—.
Nuevos avances
¿Cómo lograron recobrarse los terapeutas, después de haber pade­
cido todas estas teorías? No era posible dejar de lado simplemente 
las teorías del pasado y adoptar una nueva, ya que no había ninguna 
nueva teoría satisfactoria. Cada terapeuta se vio ante la ardua tarea de 
decidir cuáles ideas debían descartarse y cuáles debían conservarse.
La evolución que yo he experimentado en mi propio pensamiento 
guarda semejanza con el cambio evidente en la labor de muchos tera­
peutas. Luego de tratar durante décadas a jóvenes locos, se hizo cada 
vez más notorio para mí que la locura es expresión de una falla en el 
modo de funcionar de una organización. Aprendí que todos los ani­
males dotados de la capacidad de aprender se organizan, y no pueden 
dejar de hacerlo. Esas organizaciones adoptan la forma de una jerar­
quía en la que algunos individuos tienen una posición superior a 
otros y gozan de más autoridad. Este hecho obvio sólo llegó avalo­
rarse lentamente en el campo de la terapia familiar. Las familias eran 
descriptas como grupos de individuos, como un sistema de coalicio­
nes o como un sistema comunicacional, pero poco a poco se fue ad­
mitiendo que eran organizaciones con una jerarquía que merecía que 
se le prestase atención. Era pura ingenuidad por parte del terapeuta 
hacer caso omiso del poder de una abuela o coligarse con un hijo 
contra sus padres. El hecho de que los niveles de poder de una orga­
nización deben ser reconocidos por cualquier extraño que entra a 
ella no estaba contemplado en su teoría. A veces, en los sanatorios y 
hospitales en que trabajaban, los terapeutas se interesaban y preocu­
paban mucho por las cuestiones vinculadas al status y al poder; no 
obstante, soslayaban por entero esas cuestiones cuando abordaban la 
organización familiar. Tal vez alentasen a un niño para que manifes­
tara en la sesión la hostilidad que sentía hacia los padres, desdeñando 
el efecto que puede tener en la organización familiar que el especia­
lista llamado en consulta por los padres de un niño problema aliente 
a este último a agredirlos.
Al pasar los años y observar a un mayor número de familias, se 
fue tornando cada vez más evidente que el joven loco respondía,
tanto en el hospital como en su hogar, a una clase particular de 
organización. No se trataba aquí de la jerarquía usual, en laque los 
padres se hacen cargo de la familia y tienen autoridad ejecutiva sobre 
sus hijos, acudiendo a veces al consejo de los abuelos; sino que se 
producían coaliciones intergeneracionales, coligándose uno de los 
progenitores con un hijo contra el otro progenitor, o una abuela con 
un nieto contra los padres de este; o bien el especialista se sumaba a 
una de las facciones de la familia contra la otra. Había confusión en 
estas familias, y también la había en los hospitales, donde no 
resultaba claro si era el médico, la enfermera o algún auxiliar el que 
gozaba de autoridad sobre toda la sala. Análogamente, no estaba 
bien definido el poder de un asistente social o un psicólogo sobre los 
demás profesionales del hospital o sobre el paciente.
Cuando se puso en claro que la psicopatología era el resultado de 
una organización que funcionaba deficientemente, se hizo palmario 
que la tarea del terapeuta consistía en modificar la organización vi­
gente, y que algunas de las teorías utilizadas en el pasado volvían 
muy difícil, o imposible,esa tarea. Por ejemplo, fomentar la asocia­
ción libre en una sesión con miembros de la familia era una manera 
de introducir un elemento aleatorio en la organización, en vez de 
reestructurarla.
He aquí la evolución de mi propio pensamiento y del de muchos 
otros terapeutas. En la década del cuarenta creíamos que un indivi­
duo loco padecía ideas confusas y que estos procesos mentales eran 
la causa de que se comunicara con los demás de extrañas maneras y 
de que estableciera relaciones personales anómalas. La tarea del tera­
peuta era corregir sus ideas desordenadas y falsas percepciones de la 
realidad, en el supuesto de que así comenzaría a comunicarse de otro 
modo y a organizar diferentes relaciones. En la década siguiente se 
observaron familias con jóvenes locos, y se comprobó que sus parien­
tes íntimos se comunicaban de manera anómala. Empezamos enton­
ces a sospechar que las ideas desordenadas y anómalas del joven se 
debían a que vivía dentro de un sistema de comunicación en el que 
tales ideas eran apropiadas. Si una madre le decía a su hijo que debía 
obedecerla en forma espontánea, esta comunicación paradójica en 
más de un nivel se consideraba causal respecto del trastorno de pen­
samiento del hijo. La terapia debía centrarse en el cambio del siste­
ma de comunicación mediante intervenciones pedagógicas y de otra 
índole, con lo cual cambiarían los pensamientos locos del hijo.
En la década de 1960 caímos, finalmente, en la cuenta de que si la 
gente se comunicaba en forma anómala, ello obedecía a que estaba 
organizada de un modo que exigía esa clase de comunicación. El 
trastorno de pensamiento era, por consiguiente, el producto de un 
trastorno en la comunicación derivado de una organización que fun­
cionaba mal. Por ejemplo, la madre que le requería a su hijo obede­
cerla espontáneamente pertenecía a una organización en la que care­
cía de suficiente autoridad ejecutiva sobre el hijo como para mandar­
33
L
le que la obedeciera. Algún otro adulto ubicado en el mismo nivel 
que la madre, como el padre, se había aliado con el hijo contra ella y 
le había conferido al chico más poder del que ella tenía. O bien la 
alianza con el hijo la había establecido una figura de autoridad de 
otro nivel, como la abuela o el experto profesional. La naturaleza de 
esta organización del poder y las consecuencias que podía traer en 
esa organización el ejercicio de su autoridad hacían que la madre no 
se hiciese cargo de su vástago. Así confundidas las cosas, la misión 
del terapeuta radicaba en reorganizar la estructura familiar para que 
los adultos —particularmente, la madre y el padre conjuntamente— 
recuperaran su autoridad ejecutiva. Una vez reorganizada la familia, 
se modificaría el sistema de comunicación, y por ende los procesos 
de pensamiento del hijo loco.
La difusión de este punto de vista puso en evidencia que otras 
teorías estorbaban la tarea terapéutica y, por cierto, con ellas no se 
lograría cambiar al joven loco. Si el terapeuta entendía que el hijo 
era víctima de sus padres y que estos habían sido en el pasado una 
influencia nociva para él, procuraría salvar a este “chivo emisario”. 
Para ello, debía aliarse con el chico contra los padres, intensificando 
el mal funcionamiento de la organización y confundiendo aún más la 
jerarquía en vez de reestructurarla.
Con esta perspectiva, podemos pasar revista nuevamente a las teo­
rías antiguas para ver de qué manera estorbaban al terapeuta.
Teoría organicista
La dificultad de la teoría biológica o genética de la esquizofrenia 
no es sólo la falta de pruebas que la abonen, sino que ella define el 
problema del joven loco como perteneciente al ámbito del profesio­
nal médico más que al de los progenitores, con lo cual el terapeuta 
carece de gravitación para reestructurar la jerarquía familiar. Todo lo 
que puede hacer es lamentarse junto con los padres por tener un hijo 
incurable. Estas dificultades se agravaron tanto que decidí prescindir 
en la práctica del término “esquizofrenia”. Este rótulo inhabilita al 
terapeuta, sobre todo si es un psiquiatra novel, y le impide aproxi­
marse al problema con una cuota de esperanza. Me costó renunciar a 
él, pero su uso imposibilitaba trasladar el foco desde las cuestiones 
diagnósticas y los interminables debates sobre la medicación que 
debía prescribirse, a la técnica terapéutica. Si la Dirección de 
Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos resolviera prohibir las 
drogas psiquiátricas a causa de sus peligrosos efectos colaterales y los 
daños neurológicos irreversibles que provocan, es probable que esta 
generación de psiquiatras no tenga de qué hablar en la discusión de 
casos clínicos.
Pero la razón fundamental por la cual abandoné el término 
“esquizofrenia” es el estorbo que constituía para tal enseñanza de la
34
terapia. Me resultaba casi imposible persuadir a los residentes en 
psiquiatría —o a los asistentes sociales; que siguen las huellas de los 
psiquiatras— de que podía abrigarse la esperanza de devolver la 
normalidad a un “esquizofrénico”. Habrían vacilado antes de instar a 
un sujeto tal para que se condujera normalmente, y su vacilación 
hacía vacilar también a la familia. Al poco tiempo, todo el mundo, 
pensaba que el “paciente” tenía sin duda algún defecto irremediable, 
y la terapia fracasaba.
Nunca entendí por qué algunos terapeutas podían desprenderse 
de la concepción biologista y otros no. En mi tratamiento de estas 
familias influyó mucho en mí Don D. Jackson, quien pensaba que na­
da tenía de malo diagnosticar a una persona como esquizofrénica. 
Era aleccionador verlo trabajar a Jackson con una familia en la que 
había un hijo loco experto en fracasar. Recuerdo el caso de una mu­
chacha que se negaba a hablar; pasaba todo el tiempo mesándose los 
cabellos como una idiota. Jackson la trataba, no obstante, como si 
fuera perfectamente capaz de un comportamiento normal, siempre y 
cuando se produjera un cambio en la situación familiar y terapéutica. 
Y en parte por la seguridad con que afirmaba esto, la familia se vio 
obligada a aceptar que la muchacha era una persona normal.
En la formación de terapeutas procuré abordar este problema de 
distintas maneras. En algunos casos me daba resultado asegurar al fu­
turo terapeuta que, pese a las alucinaciones y delirios del sujeto, el 
diagnóstico de esquizofrenia había sido erróneo. No siendo un genui­
no esquizofrénico, él podía tratarlo como un ser humano.
Presa de la desesperación, establecí una nueva categoría diagnósti­
ca: la “seudoesquizofrenia”, vale decir, la condición de todas esas 
personas que, aunque presentan todos los síntomas de la esquizofre­
nia, no son realmente esquizofrénicas. Pero tampoco esto dio resulta­
do, y al fin resolví abandonar, lisa y llanamente, la categoría “esqui­
zofrenia”. Hice todo lo posible para evitar designar a alguien como 
esquizofrénico, apelando a otras expresiones: “loco”, “demente”, 
“chiflado”, “excéntrico”, “persona con problemas”.
Hay psiquiatras que eluden esta cuestión permaneciendo dentro 
del ámbito de la política médica, aí par que recurren en mayor medi­
da a los progresos de la medicina moderna. La noción de que la es­
quizofrenia es una condición irreversible, de origen genético o bioló­
gico, pertenece a la ideología médica del siglo XIX. En nuestro siglo 
la medicina se ha vuelto más flexible en materia de diagnóstico, más 
preocupada por las diversas etapas de una enfermedad, más suspicaz 
en cuanto a la irreversibilidad de una dolencia y más innovadora en 
el uso temporario de drogas.
35
Teoría psicodinàmica
La teoria psicodinàmica se funda en la idea de que el problema 
radica en la psique del individuo, no en la situación en la cual desa­
rrolla su vida. Es por ende difícil o imposible aplicarla eficazmente 
para cambiar una organización. El terapeuta que adhiere a esta teoría 
se centrará en la errónea percepción que el sujeto tiene de esa organi­
zación; la teoría lo lleva, en esencia, a estimular la expresión emocio­
nal deljoven loco, y sugiere a las personas dotadas de autoridad que 
sean permisivas con él y acepten esas manifestaciones. Con esta pos­
tura, ningún terapeuta está en condiciones de requerir de los padres 
que asuman una autoridad ejecutiva sobre el hijo y se hagan respetar 
por este. Si lo que se pretende es reestructurar una organización, la 
charla debe ser dirigida y organizada por el terapeuta, en lugar de ser 
una libre exteriorización de asociaciones y emociones. La pasividad y 
permisividad del terapeuta es incompatible con la modificación de la 
jerarquía.
Los clínicos de tendencia psicodinàmica suelen criticar las tera­
pias más activas y objetar el uso de cualquier tipo de fuerza. Esta es 
una posición hipócrita, ya que esos críticos con frecuencia eluden el 
tratamiento de los locos, y no acompañan sus críticas de ninguna 
alternativa; más aún, tienden a contratar a otras personas para que 
hagan uso de la fuerza que ellos no desean aplicar. Vienen a mi men­
te permisivos y benévolos profesionales que hacían terapia psicodinà­
mica en hospitales para enfermos mentales, sobre todo privados; sos­
tenían que el terapeuta debe ser amable con el paciente y alentar sus 
exteriorizaciones, e impugnaban que se solicitara a los padres del pa­
ciente restringir los movimientos de este si se ponía violento; pero 
esos mismos terapeutas trabajaban en una institución en que había 
empleados contratados para manejar los casos violentos, mientras 
ellos simulaban no ocuparse de eso. Musculosos auxiliares les enseña­
ban a los pacientes internados en las salas cómo debían comportarse, 
apelando para ello a la fuerza física, mientras el terapeuta psicodiná- 
mico podía conversar tranquilamente con él en su consultorio y lla­
mar a esos auxiliares de producirse algún disturbio. La institución 
contaba también con electrochoques, drogas de todo tipo, baños de 
agua fría, compresas calientes y celdas de confinamiento, de modo 
tal que el terapeuta pudiera recibir en su consultorio a un sujeto dó­
cil, con el cual podría mostrarse amable y permisivo. Su foco en la 
psique y su desentendimiento de la situación social permitía al tera­
peuta despreocuparse del sistema social del cual él era parte.
Otro importante aspecto de la teoría psicodinàmica es su hipóte­
sis de que la gente obra movida por la agresividad, la hostilidad hacia 
los demás y la autodefensa. Esta visión es opuesta a la que ofrecemos 
en el presente libro. Creemos más conveniente que el terapeuta pre­
suma que, por destructiva que sea en apariencia una acción, se la rea­
liza con el fin básico de proteger al otro. Lo que origina problemas es
36
la benevolencia de la gente, no su maldad. Si una esposa tiene un 
repentino ataque de angustia que pone en grandes aprietos a su mari­
do, lo mejor es suponer que con ese problema lo está protegiendo; 
por más que una esposa esté angustiada o furiosa, hay que presumir 
que la mueven sentimientos benévolos hacia su marido. Análogamen­
te, no conviene suponer que con su comportamiento turbulento un 
joven loco se está defendiendo de su familia o exteriorizando su hos­
tilidad hacia ella; la cuestión es esta: ¿qué pasaría con la familia si él 
no se condujera de ese modo? Para los fines terapéuticos, hay que 
partir de la base de que los jóvenes locos se sacrifican con el objeto 
de que su familia se estabilice; vale decir, que la fuerza motivadora 
que impulsa a los familiares es la estabilidad del sistema. Esta visión 
de las cosas permite al terapeuta adoptar un enfoque más positivo 
hacia todos los que padecen infortunios.
Si uno quiere hacer una terapia eficaz con ios locos, lo mejor es 
abandonar sin más la teoría psicodinámica. El terapeuta que preten­
da ser amplio y conjugar la teoría psicodinámica con un enfoque ba­
sado en la reestructuración de la familia, sufrirá los mayores per­
juicios.
Teoría de los sistemas
El caso de la teoría de los sistemas no es tan sencillo, ya que ella 
tiene virtudes y defectos. Me fue indispensable restar importancia a 
las cuestiones de la homeostasis y la estabilidad y centrarme más en 
los aspectos del cambio. Si uno piensa en función del sistema, puede 
planear la terapia provocando una crisis en la familia, de modo tal 
que esta deba reorganizarse para hacerle frente. Alternativamente, 
puede iniciar un cambio de menor magnitud y ampliarlo en forma 
persistente hasta que el sistema, para adaptarse a él, tenga que reor­
ganizarse.5
El mérito principal de la teoría de los sistemas es que habilita al 
terapeuta para discernir secuencias de comportamiento reiteradas y 
para hacer predicciones, pudiendo entonces programar la terapia con 
un conocimiento anticipado de lo que habrá de suceder. Quedan en 
pie dos problemas: cómo simplificar esas secuencias para que se vuel­
van discernibles y útiles, y cómo aplicar en el sistema los conceptos 
de jerarquía y de secuencia. En el pasado privaba la tendencia a con­
siderar que todos los elementos del sistema familiar estaban situados 
en un pie de igualdad en cuanto a su poder, lo cual volvía consecuen­
temente difícil conceptualizar las posiciones y el poder respectivos 
dentro de la jerarquía.
5 M. Maruyama, “The Second Cybernetics: Deviation-Amplifying Mutual 
Causal Processes”, en W. Buckley, ed., Modern Systems Research for the 
Behavioral Scientist, Chicago: Aldine, 1968.
37
El doble vínculo
He abandonado en gran medida la expresión “doble vínculo” o 
“doble ligadura”, volviendo al término originariamente empleado por 
Bateson: “paradoja”. Aquella expresión era utilizada por tantas per­
sonas con tan diverso significado, que me di cuenta de que yo mis­
mo no sabía ya qué quería decir un “doble vínculo”. “Paradoja” es 
un término más claro y preciso para describir niveles antagónicos de 
comunicación. Además, efectuar una “intervención paradójica” tiene 
menos connotaciones negativas que imponer a un cliente una “doble 
ligadura”.
Las ideas sobre la comunicación que surgieron del proyecto Bate- 
son constituyen un valioso medio para describir el trato mutuo de los 
seres humanos. La idea de que un mensaje en un nivel mantiene un 
antagonismo paradójico con un mensaje en otro nivel puede hacerse 
extensiva a la descripción de una organización, ya que esta no es otra 
cosa que un sistema de secuencias reiteradas de comunicación: cuan­
do la gente se comunica entre sí de manera sistemática, esa comuni­
cación deviene la organización. Si una persona le dice a otra qué de­
be hacer y esta lo hace, dicho proceso define una jerarquía. Si una 
persona le dice a otra: “Desobedéceme”, la comunicación es paradó­
jica, y es probable que la organización funcione mal,
Las lides de los terapeutas con los jóvenes problemáticos y sus 
familias han dado origen a una variedad de ideas; la teoría de los 
sistemas y la de la comunicación han suministrado elementos 
valiosos, y a la vez fue cobrando cuerpo una nueva concepción del 
poder organizacional. Tanto los éxitos como los fracasos terapéuti­
cos generaron el punto de vista de que lo más conveniente es 
concebir la locura de un joven como el producto de una etapa de la 
vida familiar en que tiene lugar una reorganización, y pensar que la 
conducta del joven se adapta a su contexto social. Su comportamien­
to normal sólo será apropiado si sobreviene un cambio en dicho 
contexto. La misión de los terapeutas familiares es modificar la 
organización social a la que pertenecen esos jóvenes, y para que su 
terapia sea eficaz, necesitan teorías que los orienten sobre la manera 
de provocar ese cambio.
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2. Una orientación familiar
Hay una cantidad de jóvenes que se conducen en forma desacos­
tumbrada y extravagante, atemorizando a quienes los rodean con su 
conducta asocial e impredecible. Hablan con interlocutores imagina­
rios, o presa de la agitación realizan actos en apariencia ajenos a su 
voluntad, o vagabundean por todas partes o desperdician su vida con­
sumiendo drogas y bebidas alcohólicas, o perpetran delitos absurdos, 
como el hurto de objetos que no

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