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Obras de Jay Haley en esta biblioteca Terapia para resolver problemas Terapia no convencional. Las técnicas psiquiátricas de Milton H. Erickson Terapia de ordalía. Caminos inusuales para modificar la conducta Técnicas de terapia familiar Jay Haley y Lynn Hoffman Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar Jay Haley Amorrortu editores Buenos Aires Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis, Jorge Colapinto y David Maldavsky Leaving Home. The Therapy of Disturbed Young People, Jay Haley <¡lD Jay Haley, 1980 Primera edición en castellano, 1985; primera reimpresión, 1989; segunda reimpresión, 1995 Traducción, Leandro Wolfson Unica edición en castellano autorizada por el autor y debida mente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n- 11.723. © Todos los derechos de la edi ción castellana reservados por Amorrortu editores, S. A., Para guay 1225, 1- piso, Buenos Aires. La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecánico o electrónico, inclu yendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de almacena miento y recuperación de información, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. Industria argentina. Made in Argentina. ISBN 950-518-472-7 ISBN 0-07-025570-9 McGraw-Hill Book Company, Nueva York, edición original Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avella neda, provincia de Buenos Aires, en mayo de 1995. Tirada de esta edición: 1.000 ejemplares. Dedico este libro a Ingrid y a Magali Indice general 11 Introducción 20 1. Ideas que han perjudicado a los terapeutas 39 2. Una orientación familiar 61 3. Control social y terapia 78 4. El sistema de apoyo del terapeuta 95 5. La primera etapa 129 6. Un buen comienzo en la primera sesión 150 7. La segunda etapa: apatía 181 8. La segunda etapa: conducta alborotadora 210 9. El proceso de la terapia: un problema de heroína 236 10. Un caso crónico 259 11. Cuestiones especiales resueltas e irresueltas Introducción En este libro se expone una manera de hacer terapia con las familias que se encuentran en la etapa en que los hijos sueltan amarras y se emancipan del hogar. Versa sobre una época particular de la vida de una familia, pero no ofrece datos relativos a esa etapa que deriven de investigaciones. Más adelante, en esta introducción, analizaremos algunos resultados obtenidos con nuestro enfoque terapéutico, pero no contamos aún con un estudio científico de tales resultados para confirmar la eficacia de dicho enfoque. Tampoco ofrece esta obra un método para que las familias hagan frente por sí mismas al tipo de crisis que aquí se examinan. Nuestro propósito es definir una esfera problemática, describir las fuerzas sociales que están en juego y presentar un enfoque terapéutico que da lugar a cambios positivos sin correr excesivos riesgos de causar algún daño a las personas. El objetivo del libro es dotar a los terapeutas de mayor habilidad para su tarea y de una mejor estrategia. La clasificación que aquí hacemos de los jóvenes con problemas no es la corriente: los incluimos a todos en la misma categoría, a despecho de la gran variedad de conductas que puedan presentar. Una de las principales preocupaciones de la psiquiatría y la psicolo gía ha sido establecer las diferencias que hay entre distintos tipos de individuos. El hecho de que una persona deba ser considerada esquizofrénica, delincuente, deprimida o víctima de una afección psicosomática ha dado origen a exámenes, investigaciones y discusio nes de casos clínicos que insumieron un tiempo enorme. Si la meta que uno persigue es lograr un diagnóstico correcto o reunir datos confirmatorios mediante una investigación, esas diferencias tienen importancia; pero para el clínico ellas son en gran medida inútiles, salvo que el diagnóstico determine una especial manera de hacer terapia (y por cierto, en el pasado no ha ocurrido así). Opinarán algunos clínicos que clasificar en un mismo grupo a jóvenes diagnosticados como esquizofrénicos, adictos a la heroína, vagabundos que deambulan sin rumbo, anoréxicos, delincuentes, retardados mentales o perpetradores de recurrentes actos de violen cia, puede crear confusiones. No obstante, lo que importa es si se aplicará a todos ellos la misma estrategia terapéutica. Sostenemos que, cuando el objetivo es terapéutico, más que la categoría sintomática del joven interesa la particular etapa de la vida en que se encuentra su familia. Aunque proponemos una estrategia general, obviamente la táctica específica variará, no sólo con cada caso 11 individual, sino con la clase de conducta que presente. Por más que el terapeuta adopte un modo de acción particular para desenganchar al joven de sus progenitores, no abordará de la misma manera a la Familia de un retardado mental, de un muchacho que se niega a alimentarse o de otro que incurre en repetidos actos de violencia. Resultados Los resultados que se alcanzan con esta terapia aún no han sido adecuadamente investigados. Ella se basa en veinte años de experien cia en la práctica y la enseñanza de la terapia, durante los cuales se asistió a éxitos y fracasos. Sólo comentaremos aquí algunos datos sugestivos que parecerían venir en apoyo de nuestro enfoque. Un plan tendiente a aplicarlo a una muestra de considerable tamaño y a controlar los datos recogidos mediante un grupo testigo equiparado no pudo concretarse, por la imposibilidad de obtener los fondos necesarios para llevar ese plan a la práctica. En consecuencia, los resultados provienen de datos reunidos en forma incidental, y no como parte de una investigación concienzuda. Hace unos años comencé a supervisar a terapeutas en formación que se ofrecieron voluntariamente para atender, junto con sus familias, a jóvenes diagnosticados como esquizofrénicos. Este “Pro yecto Esquizofrenia”, según se lo tituló, no formó parte de un programa regular de formación, sino que fue una tarea colateral. En él se tomaron como base los siguientes criterios: un joven con problemas internado en una institución era incluido en la muestra únicamente si esa era su primera internación, si alguien ajeno al proyecto había hecho el diagnóstico oficial de esquizofrenia y si se podía tomar contacto con sus dos progenitores. Doce terapeutas trataron, por un período de cuatro años, a un total de catorce familias a las que pertenecían estos jóvenes. Entre los terapeutas había nueve psiquiatras residentes, dos psicólogos que estaban haciendo su internado y un asistente social (Charles Billings, Charles Fishman, Paul Gross, David Heard, David D. Hunt, Gary Lande, Lawrence Miller, David Mowatt, Lee Petty, Alberto Rjsh y Fran Ziegler). En el cuadro 1 y en lo que sigue resumimos los datos procedentes de un seguimiento que abarcó entre dos y cuatro años, según la fecha de terminación de la terapia. Los objetivos primordiales de la terapia eran que los jóvenes no fueran internados nuevamente, y que no se constituyeran en un fracaso. A veces es difícil evaluar un fracaso terapéutico, pero la internación es un acto inequívoco (aunque los motivos que llevan a ella pueden ser complejos, como en el caso de los jóvenes que quieren ser internados para recibir el subsidio por invalidez). Dicho de otro modo: definir el éxito no es fácil, mientras que el fracaso 12 Cuadro 1. RESULTADOS Problema N° de Familia inter presentado vencio nes Interna ciones ante riores Interna ciones durante la tera pia Inter nacio nes des pués de la tera pia Tiempo de segui miento Proyecto 1 Diag. de esquiz. 16 1 0 0 2 años Esquizofrenia 2 Diag. de esquiz. 2 1 0 0 2 años 3 Diag. de esquiz. 4 1 0 0 2 años 4 Diag. de esquiz. 20 1 1 0 2 años 5 Diag. de esquiz. 12 1 1 0 2 años 6 Diag. de esquiz. 20 1 0 0 3 años 7 Diag. de esquiz. 30 1 0 0 3 años 8 Diag. de esquiz. 21 1 0 1 3 años 9 10 Diag. de esquiz.Diag. de esquiz. 6 6 1 1 0 0 1 Suicidio 3 años 3 años 11 Diag. de esquiz. 7 1 0 0 4 años 12 Diag. de esquiz. 1 1 0 0 4 años 13 Diag. de esquiz. 27 1 0 0 4 años 14 Diag. de esquiz. 20 1 0 2 4 años Promedio 14 4 Departamento 1 Violento 10 1 0 0 3-6 meses de Psiquiatría 2 Depr., suicida 7 1 0 0 3-6 meses 3 Drog.huyo d/hogar2 1 0 0 3-6 meses 4 Alcoholico 13 1 0 3 1 1/2 años 5 Psicosis p/drog. 12 1 0 0 11/2 años 6 Psicòtico 4 1 0 0 11/2 años 7 Psicót. alcohólico 15 4 0 1 1 1/2 años 8 Psicót. violento 15 3 0 0 11/2 años 9 Suicidio, alcohol. 9 8 1 _0 1 1/2 años Promedio 10 2 Instituto 1 Psicòtico 3 5 0 0 6 meses de Terapia 2 Suicida 20 1 0 0 6 meses Familiar 3 Suicida 1 1 0 0 6 meses 4 Psicotico 16 1 0 0 6 meses 5 Psicotico 15 1 0 1 6 meses 6 Anoréxico 15 0* 0 0 1 año 7 Anoréxico 12 0* 0 0 1 año 8 Anoréxico 0* 0 0 1 año 9 Psicót., violento 7 1 10 1 1 1/2 años 10 Psicosomàtico 7 3 0 0 11/2 años 11 Suicida 9 1 0 0 1 1/2 años 12 Psicotico 12 2 0 1 1 1/2 años 13 Psicòtico 7 1 0 0 11/2 años 14 Suicida, psicót. 5 3 0 0 2 1/2 años 15 Fòbico, obses. 11 3 0 0 2 1/2 años 16 Violento 4 1 0 0 2 1/2 años 17 Drogadicto 7 1 0 1 2 1/2 años 18 Depres., suicida 7 2 0 0 2 1/2 años 19 Exhibicionista 16 1 0 _0 2 1/2 años Promedio 10 4 Promedio total 11 * Los anoréxicos, todos ellos de 18 años o más, habían recibido tratamiento médico pero no habían sido internados en un hospital psiquiátrico. Ninguno estuvo en ningún tipo de hospital después de la terapia. 13 suele ser evidente. En las catorce familias de que nos ocupamos aquí, hubo cuatro notorios fracasos (un 29%). Uno de ellos fue un trágico suicidio cuando la terapia se acercaba a su fin; los otros tres fueron jóvenes que debieron ser reinternados, y que con posterioridad no lograron valerse por sus propios medios, o sólo lo lograron en forma intermitente. En dos casos, si bien hubo reinternación en el trascurso de la terapia, los jóvenes se desempeñaron con éxito más adelante. En los ocho casos restantes no hubo reinternaciones durante el período de seguimiento de dos a cuatro años. Si uno pretende juzgar la validez de estos resultados en términos de una metodología rigurosa, surgen muchos problemas. Se careció de un grupo testigo de personas no tratadas; el seguimiento no fue realizado por un investigador ajeno, sino por los propios terapeutas; y la confiabilidad de los datos, así como el período trascurrido desde el fin de la terapia, hacen que los resultados sólo puedan considerarse indicativos. En el éxito o fracaso que se logre con estos problemas influyen tantos factores, internos o externos a la terapia, que se precisa una muestra muy numerosa para poder afirmar qué cambios sobrevinieron a causa de la terapia y cuáles obedecieron a otros motivos. En muchas circunstancias, el éxito del terapeuta depende de la cooperación de la policía y de la comunidad médica, o de la situación económica de la familia. Algunas de las familias de este grupo eran de gente de color, de bajos ingresos; encontrar trabajo para uno de sus jóvenes integrantes, con lo cual se alcanzaría uno de los objetivos perseguidos (el autovalimiento), puede constituir un problema. Se han obtenido, con otras dos muestras, resultados que confir man la eficacia de este enfoque terapéutico, pero tampoco esos estudios siguieron una metodología científica, y por ende esos datos sólo poseen, asimismo, valor indicativo. En dos programas de capacitación, los que se realizan en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Maryland, y en el Instituto de Terapia Familiar de la ciudad de Washington, se solicita a los terapeutas que informen acerca de los resultados. Entre los casos allí atendidos, que son muy variados, hay algunos pacientes internados. Al final del tratamiento, el terapeuta debe llenar un formulario consignando su éxito o fracaso. Este procedimiento no forma parte de una investigación, sino que tiene propósitos didácticos, ya que de este modo se orienta a los terapeutas para que atiendan a los resultados de su labor y a la vez los supervisores pueden llevar un registro de sus éxitos o fallas en el abordaje de determinados problemas. De ordinario no se hace un seguimiento de estos casos a largo plazo, pero a los terapeutas que pudo localizárselos se les pidió que presentaran un resumen. Como muestra el cuadro 1, de los nueve casos atendidos en el Departamento de Psiquiatría debieron ser reinternados dos luego de la terapia (un índice de fracasos del 22%), en tanto que de los diecinueve tratados en el Instituto, debió reintemarse a cuatro 14 (19%). En conjunto, el índice de fracasos en los 42 casos que componen las tres muestras fue del 24 %. La cantidad promedio de entrevistas fue de once. En la última columna del cuadro se aprecia el tiempo trascurrido desde el fui de la terapia, que varía entre un período de tres a seis meses (o sea, cuando las indagaciones se efec tuaron dentro del mismo año en que se realizó la terapia didáctica) y un período de dos años (en aquellos casos en que sólo se ubicó a las familias y a los terapeutas con bastante posterioridad). Las muestras del Departamento de Psiquiatría y del Instituto de Terapia Familiar eran más diversificadas que la del Proyecto Esquizo frenia, e incluían varias clases de diagnóstico y no sólo el de esquizofrenia (los que aparecen como “psicóticos” en el cuadro eran, en general, “esquizofrénicos”). Salvo los anoréxicos, como se apunta en la nota al pie, todos los demás jóvenes habían sido internados una vez como mínimo, y algunos de ellos eran crónicos con varias internaciones. En ciertas familias sólo pudo concurrir a la terapia uno de los progenitores o algún otro familiar. El grupo etario fue idéntico en todas estas muestras, abarcando una gama que va desde la adolescencia tardía hasta cerca de los treinta años -la edad de la “emancipación”—. Los terapeutas que trabajaron con la muestra del Departamento de Psiquiatría fueron Barbara Cephas, Kay Dónahoe, Gerald Hunt, James Hill, Sheldon Starr y Stanley Weinstein; en la muestra del Instituto participaron George Brown, Lila Caffery, Jean Driggers, Phillip Hill, Joan Hoffman, Judy Lansing, Betsy Lawrence, Marcha Ortiz, Kathy Reuter, Ralph Scoville, Jane Terry, Stuart Tiegel, Jerry Waletzky, Gene Waterman y Melvin Williams. Terapeutas con distinta formación profesional y diverso grado de , experiencia aplicaron este enfoque con éxito. Hubo, asimismo, dos supervisores diferentes en el Departamento de Psiquiatría y en el Instituto; la tercera supervisora fue mi esposa, Cloé Madanes. Con ella hemos trabajado juntos en la supervisión de casos tanto en la Universidad de Maryland y el Instituto de Terapia Familiar como en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad Howard, donde atendimos a familias de bajos ingresos con un miembro hospitaliza do, casos estos particularmente difíciles. Cloé Madanes ha aportado muchas ideas a esta obra y, en general, a este enfoque terapéutico a lo largo de los años en que trabajamos en colaboración.1 Posee una rara habilidad para enseñar a los profesionales cómo hacer terapia con familias en las que hay un joven “loco”.2 Nuestro enfoque se ha visto confirmado por otros dos proyectos 1 C. Madanes y J. Haley, “Dimensíons of Family Therapy”, J. Nerv. Ment. Dis., 165: 88-98, 1977. 2 C. Madanes, “The Prevention of Rehospitalization of Adolescents and Young Adults”, en prensa. 15 en los que el procedimiento terapéutico fue, en. muchos aspectos, similar. Uno de ellos fue un proyecto de investigación sobre el resultado de la terapia familiar con adictos a la heroína, de difícil curación. Este estudio, cuidadosamente controlado, abarcó a 24 familias y tuvo un amplio período de seguimiento. Se obtuvo un índice de éxitos del 80%, definiendo como éxito la abstención definitiva del uso de la heroína.3 Yo participé en la planificación de la estrategia terapéutica y en la supervisión; el enfoque fue en esencia análogo al presentado aquí. Algunosterapeutas participaron en ambos proyectos; en el capítulo 9 se examina uno de los casos de heroinomanía. Otro proyecto de investigación que aplicó un enfoque terapéutico semejante y tuvo un índice de éxitos del 86% fue iniciado por Salvador Minuchin.'’ .Tomó también como foco la organización de la familia, como lo hicimos nosotros, aunque la población con la que trabajó difería de la nuestra tanto por su problemática como por la etapa de la vida familiar en que se hallaba. La similitud estaba dada por el énfasis en la jerarquía y en que los padres se hicieran cargo del hijo problemático y asumieran la responsabilidad de hacerlo cambiar. En ciertos casos de anorexia nerviosa hubo además una intensa focalización en el problema presentado, dado que por las caracterís ticas de la situación la vida del sujeto corría peligro. En el enfoque de Minuchin, igual que en el nuestro, el terapeuta traza entre padres e hijos una línea demarcatoria de las generaciones y hace que los primeros cooperen para resolver el problema de su hijo. No es de sorprender que existan similitudes entre la manera de operar del doctor Minuchin y la nuestra, ya que durante diez años trabajamos juntos en el mismo sitio, empeñados, con Braulio Montalvo, en aclarar los problemas que plantea la terapia y en encontrar una mejor manera de capacitar a los terapeutas.5 El trabajo común de Minuchin y Montalv.o con familias “caóticas” de escasos ingresos los llevó a desarrollar un enfoque estructural,6 enfoque que Minuchin y sus colegas aplicaron luego a la terapia familiar de afecciones psicosomátioas y otros tipos de problemas. Mi propia modalidad derivó del proyecto de investigación dirigido por Gregory Batesón, en el cual, a través del tratamiento de familias 3 Proyecto de investigación financiado por el Instituto Nacional de Abuso de Drogas, que dirigen M. D. Stanton y T. C. Todd, en calidad de consultor y supervisor clínico, respectivamente. Ellos son autores de un informe sobre el programa, titulado “Structural Family Therapy with Drug Addicts”, en E. Kaufman y P. Kaufmann, eds., The Family Therapy of Drug and Alcohol Abusers, Nueva York, Halsted, 1979. 4 S. Minuchin, B. L. Rosman y L. Baker, Psychosomatic Families: Añore- xia Nervosa in Context, Cambridge: Harvard University Press, 1978. 5 B. Montalvo, “Aspects of Life Supervisión”, Family Process, 12: 343- 359, 1973. 6 S. Minuchin, B. Montalvo, B. Guemey, B.L. Rosman y F. Schumer, Fa milies of the Slums, Nueva York: Basic Books, 1967. 16 caóticas de esquizofrénicos, desarrollamos (particularmente Don D. Jackson y yo) un enfoque estructural. En la década en que Mon- talvo, Minuchin y yo trabajamos juntos, compartimos muchos problemas y propusimos numerosas innovaciones. Pese a las diferen cias del caso, hay una evidente similitud entre pedir a los padres de un chico que se niega a comer que lo obliguen a hacerlo, y pedir a los padres de un joven perturbado que lo hagan abandonar sus ideas delirantes y le exijan que consiga algún trabajo. Y ya que estoy pasando revista a las influencias de nuestra labor, quisiera mencionar a John N. Rosen.7 En 1954 el proyecto Bateson estudió el tipo de trabajo que realizaba Rosen, y este pasó a formar parte de nuestras ideas acerca de la naturaleza de la terapia. Por esa época, él y una docena de otros terapeutas se habían especializado en el tratamiento de esquizofrénicos; todos ellos gravitaron en quienes nos ocupábamos de los “locos”. Cabe mencionar a Murray Bowen, Don D. Jackson, Thomas Malone, Ed Taylor, John War- kentin y Cari Whitaker. Uno de los servicios que prestaba Rosen consistía en recorrer los hospitales públicos de los estados y entrevistar a los pacientes en presencia del personal del estableci miento; allí los persuadía de que los llamados esquizofrénicos eran seres humanos sensibles y accesibles al diálogo. A la sazón, esa era una idea revolucionaria. Creo que la posibilidad, si no la necesidad imperiosa, de tratar a los esquizofrénicos fuera del marco hospitala rio fue establecida por Rosen. Otra persona que tuvo gran gravitación en nuestro enfoque tera péutico fue Milton H. Erickson. 8 Dotado de una especial habili dad para tratar con jóvenes y de una orientación familiar de la que carecían entonces la mayoría de los terapeutas, Erickson trabajó con muchachas y muchachos sobre los cuales sus padres habían perdido el gobierno, y lo hizo tomando en cuenta la jerarquía familiar. Ya en 1958 me hizo ver una distinción que en ese momento era difícil advertir. El proyecto Bateson había mostrado que de nada servía tratar de apartar al esquizofrénico de su familia, y promovió en esencia un procedimiento opuesto, procurando la reunión de la familia, interpretando y aclarando sus comunicaciones y explorando sus orígenes en el pasado. Erickson me enseñó que en este estadio de la vida familiar, la tarea de desarrollo no consistía en lograr la reunión de la familia, sino, por el contrario, en conseguir que los miembros se desengancharan uno del otro. Al principio nos costó aceptar esta idea, pero con el tiempo nuestro objetivo terapéutico fue reunir al joven con sus padres para ayudarlos a separarse. 7 J. N. Rosen, Direct Analysis, Nueva York: Gruñe & Stratton, 1951. 8 Cf. J. Haley, ed.: Advanced Techniques of Hypnosis and Therapy: Selec- ted Papen of Milton H. Erickson, M.D. Nueva York: Gruñe & Stratton, 1967, y J. Haley, Uncommon Therapy: The Psychiatric Techniques of Milton H. Erickson, Nueva York: Norton, 1973. (Terapia no convencional. Las técnicas psiquiátricas de Milton H. Erickson, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1980.) Harry Stack Sullivan fue otro de los que influyeron enormemente sobre mí y sobre todos los adeptos del enfoque familiar.9 En mi caso, la influencia vino a través de Don D. Jackson, el primer supervisor que tuve en mi labor con esquizofrénicos, quien a su vez había sido supervisado personalmente por Sullivan. En la década de 1950 los integrantes del proyecto Bateson trabajamos en forma individual con esquizofrénicos, supervisados por Jackson, hasta que empezamos a atender familias. Entre todos los que tratábamos a estas familias con jóvenes “locos”, Jackson era el más innovador, y pese a su formación médica convencional, de algún modo había tomado conciencia de que, fuera de su situación social, nada hay intrínsecamente malo en un esquizofrénico. A lo largo de veinte años de indagación de los misterios de la terapia de la locura, trabajé junto a muchas otras personas, con las que estoy en deuda. Durante el decenio que duró el proyecto Bateson,10 John Weakland fue no sólo mi colega sino mi amigo en esta empresa. El escribió, en colaboración con Jackson, uno de los primerísimos informes sobre los resultados obtenidos con familias de esquizofrénicos.11 A Braulio Montalvo, con quien pasamos inconta bles horas discutiendo los problemas de la terapia, le debo muchas de las ideas incorporadas a mi enfoque. Le estoy particularmente agradecido, además, por haber dedicado un tiempo a la lectura de este manuscrito y haberme proporcionado numerosas sugerencias útiles para su revisión. Otros muchos colegas y estudiosos contribuyeron con sus ideas; de ellos, sólo unos pocos se mencionan en el texto, al citar las entrevistas que llevaron a cabo. Y no debo olvidar a las familias que mejoraron nuestro entendimiento de lo que debe hacerse en estos casos, tanto cuando tuvimos éxito como cuando fracasamos. A fin de proteger su identificación, aquí permanecen anónimas; los nom bres y circunstancias mencionados son ficticios. Las entrevistas familiares se exponen en estas páginas en trascrip ciones literales, con excepción de unas pocas correcciones tendientes a eliminar las redundancias. ^ En algún momento consideré la posibilidad de incorporar como apéndice de este libro una declaración de admiración hacia Sullivan que había escrito como comentario de una reseña bibliográfica en 1967. Fue publicada con el titulo“The Doctor as Part of the Schizophrenic Interchange”, Internat. J. Psychiat., 4:531-542, 1967. 10 Para una historia de las ideas relacionadas cor el proyecto Bateson, véase J. Haley, “Development of a Theory: A History of a Research Project”, en C. E. Sluzki y D. C. Ransom, eds., Double Bind, Nueva York: Grune & Stratton, 1976. (Dofrle vínculo. Fundamentos interaccionales de la terapia fa miliar, Buenos Aires: Amorrortu editores, en preparación.) 11 D. D. Jackson y J. Weakland, “Conjoint Family Therapy: Some Consi derations on Theory, Technique and Results”, Psychiatry, 24:30-45, 1961. 18 Nota importante Hay un punto que, para evitar equívocos, debe quedar bien en claro. En ciertos enfoques terapéuticos se presume que la filosofía del terapeuta y su manera de proceder en relación con el cliente tienen directa relevancia para la vida normal de este. No ocurre lo mismo aquí. Para nosotros, no hay una relación directa entre lo que se hace en ía terapia y la vida corriente. La terapia que aquí exponemos está destinada a aumentar el poder y la autoridad de los padres con respecto al joven problemático; esto no significa suponer que las familias “normales” deben ser autoritarias o que los padres deben estar investidos de un poder y autoridad extremos para criar a sus hijos. Como he dicho en otro lugar, que se le ponga un yeso a un chico que se ha fracturado una pierna no quiere decir que todos los chicos deben ser criados con yesos en sus piernas. Este libro no se ocupa de la manera correcta de criar y educar a los hijos, sino de lo que puede hacerse por ellos cuando se han vuelto “locos”. 19 1. Ideas que han perjudicado a los terapeutas* Las técnicas terapéuticas para atender a jóvenes con problemas han ido perfeccionándose con los años. Se descartaron muchas de ellas que originaban permanentes fracasos, y se crearon nuevas estrategias más fructíferas. Ahora bien: descartar ideas y teorías que uno ha asimilado en su formación con respetados maestros no es sencillo. Parecería que un terapeuta, hombre o mujer,1 sólo puede modificar su ideología y su proceder cuando cambia el medio social que lo rodea. Es arduo renunciar a la ilusión de que el individuo escoge libremente esas ideas y teorías, sea cual fuere la red social en que está inmerso. Haremos en este capítulo una reseña de las ideas que han perjudicado a los terapeutas de jóvenes (particularmente los defini dos como esquizofrénicos) y que han sido abandonadas en los últimos veinte años —o que lo han sido, al menos, por aquellos terapeutas que extraen enseñanzas de la experiencia—. A fin de determinar si una idea es útil para una teoría de la terapia hay que basarse en ciertos criterios, los más evidentes de los cuales son los siguientes: 1. Las ideas deben ser pertinentes para una teoría que conduzca a resultados satisfactorios. Esa teoría no sólo debe dar mejor resulta do que otras, y mejor resultado que la ausencia de terapia, sino que no debe llevar al terapeuta a proceder de un modo que dañe a las personas. 2. La teoría debe ser lo bastante simple como para que pueda ser comprendida por el terapeuta corriente. Si los problemas importan tes se entienden con claridad, el terapeuta no se dejará distraer por clientes que son expertos en complicarlo y ofuscarlo todo. 3. La teoría debe tener un grado razonable de amplitud. No es forzoso que explique todas las eventualidades posibles, pero sí que prepare al terapeuta para hacer frente a la mayoría de ellas. * Este capitulo, en una versión algo distinta, fue leído originalmente en la conferencia realizada en 1977 bajo el título “Más allá del doble vínculo”, y publicado como parte de las actas de dicha reunión en M. M. Berger, ed., Beyond the Double Bind, Nueva York: Brunner/Mazel, 1978. 1 Salvo indicación en contrario, en todas las referencias que aquí haga mos a un terapeuta o a un cliente debe entenderse que puede pertenecer a cualquiera de los dos sexos. El autor considera injusto el empleo tradicional del género masculino para estas designaciones, adoptado por motivos de sim plicidad. 20 4. La teoría debe orientar al terapeuta con respecto a la acción más que a la reflexión: debe sugerirle cómo proceder. 5. La teoría debe generar esperanza en el terapeuta, el cliente y la familia, de modo tal que todos depositen su expectativa en la recuperación del individuo con problemas y su retorno a la normali dad. 6. La teoría debe definir el fracaso terapéutico y explicar por qué se ha producido. Si estos son los criterios más evidentes en que debe fundarse una teoría de la terapia, el terapeuta sensato tendrá que evitar las teorías que se opongan a ellos. Debe serle inaceptable una teoría que origine magros resultados, que provoque daño a las personas o que impida la definición de un objetivo para la terapia. Evitará las teorías harto complejas que inhabilitan para actuar, así como las que procuran ■ explicarlo todo, o llevan a la especulación filosófica y no a la acción, o no generan esperanza, o hacen que cunda la duda sobre si se tuvo éxito o se fracasó. Ideas infortunadas Resumamos las ideas que más han perjudicado a los terapeutas que trabajan con jóvenes problemáticos. Teoría organicista Una tradición que nos viene de la psiquiatría europea del siglo XIX sostiene que los jóvenes “desviados” de lo normal, en particular los que han sido diagnosticados como esquizofrénicos, tienen alguna deficiencia orgánica o genética. Cierto es que aun dentro de la psiquiatría, y especialmente éntrelos terapeutas clínicos, hay quienes no toman en serio esta idea, pero ella sigue siendo uno de los presupuestos principales con que se opera en este campo. En la bibliografía y en los cursos para residentes en psiquiatría se trasmite la impresión de un sólido cúmulo de pruebas en favor de una causa genética o fisiológica de la psicosis. Esto es simplemente falso. De hecho, la literatura contiene enunciaciones de que existen “indi cios”, “ideas orientadoras”, “tendencias previsibles”, “posibles cami nos para la investigación” y “promisorias posibilidades” en esa dirección; pero ninguna prueba física u orgánica ha logrado demos trar que una persona diagnosticada como esquizofrénica es diferente de una persona normal, ni existen tampoco hallazgos genéticos bien fündados al respecto. Si un clínico tiene dudas acerca de esto, debería solicitar un examen físico de su paciente para determinar si 21 es o no esquizofrénico: obtendrá como respuesta un análisis de vagas expectativas futuras. Millones de dólares se canalizaron hacia los laboratorios de in vestigación con el objeto de hallar pruebas de organicidad. No hay duda de que esas investigaciones fueron necesarias e importantes; pero, por desgracia, la tarea de relaciones públicas que implicó la recolección de esos fondos persuadió a numerosos profesionales y al público lego en general de que los diagnosticados como psicóticos debían poseer alguna deficiencia orgánica. Es probable que jamás una categoría de personas haya sido estigmatizada hasta tal punto sobre la base de pruebas tan escasas. Todos los meses se anuncia que está por producirse el tan prometido avance para el próximo siglo; los debates biológicos y bioquímicos se han vuelto más complicados y mistificadores, y los resultados siguen siendo insignificantes. (Hay más datos que abonan la presunción de que ser psiquiatra —y, mucho más aún, médico— está determinado genéticamente, de los que abonan la presunción del origen genético de la esquizofrenia.) La polémica entre las concepciones orgánica y social ha cobrado magnitud en nuestros días. Las consecuencias de suscribir la idea de que la locura tiene una causa fisiológica han sido significativas: 1. La hipótesis de una causa física de la psicosis ha hecho que se internara a muchos jóvenes con problemas en instituciones de custodia. Se los tituló “enfermos” y se los confinó en hospitales bajo el cuidado de médicos y enfermeras,pese a que no se pudo descubrir en ellos ninguna falla orgánica. 2. La presunción de un problema orgánico llevó a aplicar a esos individuos enormes dosis de medicamentos, de un modo que los ■ defensores de los derechos civiles no habrían permitido con ningún otro sector “desviado” de la población, como los delincuentes. Esta medicación demostró ser no sólo inhabilitante en muchos aspectos, a causa de sus efectos colaterales, sino en verdad peligrosa. El uso responsable o irresponsable de tales drogas ocasionó en miles de personas daños neurológicos irreversibles, como la diskinesia tardía. Muchos profesionales de la medicina siguen drogando a la gente aunque ello contraríe sus deseos, simplemente porque su formación puso el énfasis en la administración de drogas y fuera de eso no saben qué otra cosa hacer. Los legos no pueden impedir el uso de esas drogas debido al poder de que gozan en este campo los profesionales de la medicina, y debido a sus propias dudas sobre si la teoría organicista es o no es un mito. 3. La teoría organicista le exige a un terapeuta de orientación familiar suponer que un esquizofrénico se conduce de modo extraño a causa de una misteriosa enfermedad, y también como reacción frente a su familia. Vale decir, la teoría de la enfermedad sostenía que el paciente reaccionaba en forma impropia e inadaptada porque padecía una deficiencia en el interior de su organismo; la concepción 22 de la terapia de familia, por el contrario, pensaba que el extraño proceder del individuo era apropiado y adaptado a su situación social. El intento de combinar estos dos puntos de vista dio origen a una terapia mistificadora y confusa no sólo para el terapeuta sino para su clientela. Se le decía al terapeuta que los psicóticos tenían una incurable deficiencia biológica subyacente, pero a la vez se le decía que debía tratarlos terapéuticamente para curarlos. Esto lo situaba frente al cliente como alguien que procuraba curarlo median te una teoría según la cual era incurable —un ejemplo bastante clásico de “doble vínculo”, que generó extravagantes procedimien tos-. 4. El terapeuta adepto a la teoría organicista concebía al joven esquizofrénico como una persona con una deficiencia, limitada en su inteligencia o en su capacidad. Como lo corriente es que esos jóvenes fracasen en su vida, dicha teoría tenía visos de verosimilitud para los profesionales noveles, quienes llegaban a pensar que algo ’ malo debía tener un joven que no se afanaba por lograr el éxito. Pero si uno admite que la función social de los jóvenes psicóticos es fracasar, pese a no tener en sí mismos nada malo que les dé la excusa para ello, sus capacidades se hacen acreedoras a un mayor respeto. Puede presumirse que esos jóvenes son más habilidosos en el plano interpersonal que el terapeuta promedio: este, por más que se esfuerza, no consigue que tengan éxito, mientras que ellos consiguen con todo éxito fracasar. La teoría de la deficiencia orgánica llevaba al terapeuta a subestimar su habilidad interpersonal, y por ende a sa lir perdidoso en la batalla entablada con ellos. Suponer que un joven loco es defectuoso y luego tratar de vencerlo en la contienda, es como iniciar un campeonato de ajedrez con la idea de que todos los demás contrincantes son retardados mentales. Estas objeciones nuestras a hallazgos médicos que siguen siendo míticos no implican en modo alguno que no deba practicársele a un joven loco un cuidadoso examen orgánico y, en los casos en que esté indicado, someterlo a las más escrupulosas y avanzadas exploracio nes neurológicas. Una de las críticas que se les hacen a los departa mentos actuales de psiquiatría es que se muestran tan prontos a presuponer un desequilibrio químico como factor causal, que no practican los más rutinarios exámenes de este tipo. Como broche final de nuestra argumentación, digamos que las teorías médicas y la consecuente administración de drogas no han resuelto el problema, y es así que centenares de miles de jóvenes siguen fracasando en la vida y conduciéndose de manera extravagan te. En consecuencia, la estrategia más sensata para un terapeuta es presumir que la conducta de los locos no tiene base orgánica, y proceder como si el problema fuese social. Afirmamos que de este modo su éxito aumentará. Ateniéndonos a los criterios expuestos para una teoría de la 23 terapia, la teoría organicista es una verdadera calamidad, que ha impuesto una gravosa carga a la psiquiatría. Al confundir terapia con control social, no permitió alcanzar éxito alguno y aun impidió la remisión espontánea en clientes que podrían haber cambiado si se los hubiera apartado a tiempo de la atención profesional. El tratamiento en instituciones de custodia, la administración de drogas y el pesimismo por una presunta deficiencia orgánica, reforzaban la necesidad de instituciones de custodia, la administración de drogas y el pesimismo. Las teorías biológicas no eran nada sencillas; ni siquiera los investigadores médicos parecían comprenderlas. La teoría no alentaba esperanzas en el cliente o su familia, ni definía qué debía entenderse por éxito. Si un sujeto tildado de esquizofréni co se volvía normal, se aducía que, o bien estaba en un período de remisión temporario, o había sido mal diagnosticado. Teoría psicodinàmica Otra teoría que probó ser infortunada fue una ideología basada, como la teoría organicista, en la noción de que el individuo lleva en sí mismo algo malo que es independiente de su situación social. Me refiero a la teoría psicodinàmica de la represión y a la consecuente terapia. Es difícil describir dicha teoría en términos simples sin que parezca que uno está parodiándola, pero trataremos de mencionar aquí los puntos más significativos para la terapia de jóvenes. Según esa teoría, las personas se conducen como lo hacen a causa principal mente de representaciones y experiencias del pasado que han repri mido o desalojado de la conciencia. Se admitía que, secundaria mente, la situación social actual influye en la persona, pero po niendo énfasis en la forma en que esta concibe tal situación en virtud de las representaciones que se erigieron en su interior en el pasado. Esta teoría tuvo el mérito de ofrecer a los investigadores intere santes hipótesis sobre una gran variedad de conductas extrañas; pero aplicada a la situación terapéutica, constituyó un estorbo. La doctrina de la represión tomaba difícil al terapeuta ver la interrela- ción de los miembros de la familia a medida que cada uno respondía ante la conducta de los otros. La unidad era el individuo singular, no la diada o la tríada. Se consideraba a cada persona como un sujeto reprimido que respondía a proyecciones y falsas percepciones. Sus síntomas no se juzgaban apropiados al medio social y una respuesta frente a este, sino que se los estimaba inadaptados, irracionales, y producidos en respuesta a experiencias del pasado más que a las circunstancias presentes. De este modo, el presente, que es todo cuanto podemos modificar, no era enfocado como el ámbito que se debía modificar. Esta concepción llegaba a veces a formas extremas, como lo ilustran ciertos terapeutas a quienes he visto trabajar en 24 hospitales, tan ocupados en el pasado de sus pacientes que ni siquiera sabían si estos eran casados o solteros. La teoría psicodinàmica vuelve difícil adoptar un enfoque tera péutico positivo, pues se orienta hacia los aspectos negativos de las personas: lo reprimido por ellas es su lado oscuro, sus temores, su agresividad, sus odios, sus pasiones incestuosas. Si la técnica primor dial de la terapia consiste en formular interpretaciones para traer a la conciencia todo ese material reprimido, es forzoso centrarse en los aspectos hostiles y desagradables de la gente. (Recuerdo a un equipo de terapia familiar que, al exponer el caso de un joven esquizofré nico, informó con orgullo que luego de tres años de terapia la madre de este jovenhabía admitido, finalmente, que odiaba a su propia madre. A mí me pareció que esto poco tenía que ver con la vuelta a la normalidad del hijo y de la familia, pero para ellos, que se basaban en la teoría de la represión, constituía un resonante triunfo.) La teoría psicodinàmica tiende a alentar al terapeuta para que se convierta en un inquisidor que ofrece su asesoramiento a la familia, en vez de alguien que le imparte directivas y procura que las cosas cambien. La inclinación del terapeuta a explorar el pasado lleva a culpar a los progenitores, dado que en el pasado fueron ellos los responsables. Cuando la cuestión se centra en las acciones del pasado, implícitamente se acusa a los padres de haber causado el problema del hijo. Con su teoría de las causas históricas, el terapeuta suele verse a sí mismo como alguien que viene a salvar al paciente de la nociva influencia de los padres, y así sus interpretaciones indagato rias suelen enajemarle la buena voluntad de los progenitores e impedir que logre su colaboración. Y al observar su falta de coope ración, se robustece en el terapeuta la idea de que la conducta pre térita de estos padres hoscos fue la causante del problema, y de que él debe rescatar al joven de entre sus padres. Otro procedimiento terapéutico que derivó naturalmente de la doctrina de la represión consistió en estimular a la gente para que expresara sus emociones. La idea era que si las personas manifesta ban sus malos sentimientos recíprocos y sacaban fuera toda su rabia, gritando y vociferando si ello era necesario, todos se aliviarían de sus sentimientos reprimidos y el esquizofrénico saldría del consultorio silbando contento por la calle. La libre expresión de los sentimientos puede ser válida en algunas situaciones, por ejemplo en las reuniones religiosas de los evangelis tas, pero en la terapia familiar fue una desgracia que impidió lograr cambios en la organización de la familia. Los terapeutas experiencia- listas, entrenados para provocar emociones en grupos ad hoc, carecían de una teoría de la organización y no sabían, por ende, de qué modo debía reorganizarse una familia. Si uno de los miembros de la familia eludía la discusión de un problema o interrumpía la sesión en un momento cualquiera para descargar sus emociones, contaba para ello con el beneplácito del terapeuta. Todos podían 25 nraiir l 11 catarsis y no se veían obligados a seguir ningún pian tmpélltlco ni a alcanzar ninguna meta. El joven, cuya tarea consistía MI Impedir que se desarrollara un conflicto entre los padres, podía dar rienda suelta a sus sentimientos y trastornarse toda vez que le pareciera indispensable, evitando así la resolución de cualquier conflicto entre aquellos. Las sesiones basadas en la toma de concien cia sobre la propia conducta y en la exteriorización de las emociones tendían a centrarse en la defensa y en la prueba de inocencia, y se volvían incoherentes, desordenadas, desgastadoras e interminables. Por la peculiar comunicación que se generaba en esas sesiones, estimularon, además, un “enfoque comunicacional” de las familias de esquizofrénicos. La teoría de la represión no producía buenos resultados, no era sencilla, no conducía al terapeuta a la acción (sino más bien a la reflexión) y no permitía abrigar esperanzas, ya que las presuntas causas de la conducta actual enraizaban en vivencias infantiles inmodificables. Tampoco definía el fracaso ni lo explicaba cuando él se producía. Teoría de los sistemas Las teorías organi cista y psicodinàmica se venían aplicando des de hace tiempo; las teorías sociales surgieron a mediados de siglo. La noción de sistema familiar se fundó en la cibernética, desarrollada a fines de la década de 1940.2.Esta teoría hizo posible, por primera vez, concebir a los seres humanos, no como entidades separadas, sino como un grupo en curso dentro del cual los integrantes reaccionaban uno al otro en formas homeostáticas -y por lo tanto, la conducta tenía causas presentes—. Sostenía que el sistema familiar era estabili zado mediante procesos de regulación autocorrectivos, activados como respuesta a un intento de cambio. La idea de que la familia, o cualquier otro grupo en curso, era un sistema mantenido por procesos de re alimentación incorporó toda una nueva dimensión a las explicaciones sobre el comportamiento de los seres humanos. Se hizo el apabullante descubrimiento de que, al parecer, la gente hacía lo que hacía a causa de lo que otra gente hacía; la cuestión del libre albedrío se replanteó con nueva forma. Pudo apreciarse que los miembros de la familia estaban atrapados, impotentes, en secuencias que se reiteraban y reiteraban a despecho de sus deseos y de sus tentativas de conducirse de otro modo. También los terapeutas estaban atrapados en estas reiteradas secuencias, por un lado en sus 2 f Vease Norbert Wiener, Cybemetics, Nueva York: Wiley, 1948. La idea de los sistemas tuvo su origen en una variedad de círculos; una de las fuen tes más importantes fueron las conferencias auspiciadas por la Fundación Josiah Macy (h.) a fines de la década del cuarenta y comienzos de la década del cincuenta. 26 interminables tratamientos, y por el otro, en Jos inagotables conflic tos y polémicas que mantenían con los demás miembros del personal de las instituciones y hospitales en los que trabajaban. La principal virtud de una teoría sistemática es que toma predecibles ciertos acontecimientos; 'su principal defecto, para los fines terapéuticos, que no es una teoría del cambio sino de la estabilidad. La terapia familiar, que es la tentativa de cambiar a las familias, surgió en el seno de una teoría que explica cómo actúa la familia para seguir siendo siempre igual. Por interesante que fuera para elucidar el comportamiento animal y humano, la teoría de los sistemas no constituía una guía sencilla acerca de la manera de proceder en la terapia, y hasta estorbaba al terapeuta haciéndole creer que todo intento de intervenir en la familia activaría sus resistencias, a causa de los procesos reguladores que tendían a mantenerla inmodificada. Esto condujo a un pesimismo idéntico a aquel en que desembocaron las teorías sobre la resistencia de la concepción psicodinàmica. Como la teoría de los sistemas sugería, además, que si se provocaba un cambio en un sector de la familia, se produciría una respuesta en algún otro, en ciertos terapeutas esto reactivó el antiguo mito sobre la sustitución de síntomas e hizo que vacilaran antes de emprender cualquier acción que indujera un cambio. Tal como se la aplicó a las familias, la teoría de los sistemas solía describir a los partícipes como situados en un pie de igualdad, lo cual tomaba difícil su uso cuando se trataba de planificar la reestructura ción y reorganización de la jerarquía familiar. Para una teoría que tendía a equiparar a todos como unidades con igual capacidad de respuesta, era difícil tomar en cuenta el poder de una abuela o apoyar la autoridad de los padres por oposición a la de los hijos. El problema primordial que esta teoría plantea al terapeuta es que despoja a los participantes del sistema de su responsabilidad indivi dual. Afirma que cada persona es movida a hacer lo que hace por lo que hace alguna otra persona. Para un filósofo que especula sobre el libre albedrío, esto puede ser sumamente interesante, pero en la práctica terapéutica parece indispensable destacar la capacidad de iniciativa de cada cual. Así pues, a esta teoría, según la cual la gente no puede dejar de comportarse como lo hace, adhirieron terapeutas que sostenían que los integrantes de una familia actúan de otro modo. La teoría del sistema familiar no parece haber dado buenos resul tados. No es una teoría sencilla, como se comprueba asistiendo a los debates teóricos sobre ella: con frecuencia, uno no entiende lo que el expositor está diciendo, aunque suena muy profundo. Al poner el a- cento en altos niveles de abstracción, inclusollegó a utilizársela para relegar a un segundo plano la comprobación de si alguien había cam biado realmente con la terapia. 27 El “doble vínculo’' o “doble ligadura” Finalmente, en 1956 se dio a publicidad la teoría del “doble vínculo” o “doble ligadura” [double bind], que no era estrictamente una teoría sobre la terapia familiar pero pasó a formar parte de estas indagaciones. Incorporaba la idea de que la comunicación podía ■describirse en términos de niveles, y de que estos niveles podían provocar un conflicto y generar una paradoja o “ligadura” frente a la cual no existía ninguna respuesta aceptable. Con esta teoría se procuró describir determinados procesos de la situación de aprendi zaje del esquizofrénico. Al principio se concibió esa situación como una “ligadura” impuesta por los padres al hijo, y más tarde como una ligadura recíproca que unas personas imponían a otras. Se sugería, asimismo, que era posible ligar a una persona en un “vínculo terapéutico” de modo tal que se viera obligada a comportarse nor malmente ? El concepto de niveles resultó útil para la descripción de la conducta, y la teoría del doble vínculo era interesante, pero a mi juicio no fue de gran provecho para los terapeutas que trataban a familias de esquizofrénicos. Era una hipótesis acerca de lo que ya había sucedido, más que la exposición de un procedimiento para modificar lo que estaba sucediendo en el presente;además, fomentó que se describiera a la familia en términos de “víctimas” y “victima rios”, y que los serviciales terapeutas se aliaran con la víctima en contra de sus progenitores. Dado que la terapia es el arte de formar coaliciones, si la teoría que uno sustenta lo lleva a tratar de salvar a un integrante de la familia, se le hace difícil planear con cuidado su propia participación en las luchas de facciones familiares. La noción de la “víctima” de la doble ligadura fue tan infortunada para la terapia como la del “chivo expiatorio”. Por lo que hoy sabemos acerca de la naturaleza e importancia de la jerarquía familiar, el hecho de que un especialista se coligue con una “víctima” que ocupa 3 G. Bateson, D. D. Jackson, J. Haley y J. H. Weakland, “Toward a Theory of Schizophrenia”, Behav. Set, 1:251-264, 1956. Para una historia de ese pro yecto, véase J. Haley, “Development of á Theory: A History of a Research Pioject”, en C. E. Sluzki y D. C. Ransom, eds. Double Bind, Nueva York: Gruñe & Stratton, 1976. (Doble vínculo. Fundamentos interaccionales de la terapia familiar, Buenos Aires: Amorrortu editores, en preparación.) El lector interesado en los conceptos del proyecto Bateson sobre la comunicación debe remitirse a los escritos de sus participantes, quienes fueron: Gregory Bate- son, Jay Haley, John Weakland, y como consultores con dedicación parcial, Don D. Jackson y William F. Fry. Desde 1956, en que se publicó el artículo citado al comienzo de esta nota, hasta que concluyó el proyecto, en 1962, todos ellos dieron a conocer muchísimos trabajos; una bibliografía en el ar tículo “A Note on the Double Bind, 1962” (Fam. Proc. 2:154-161, 1963) enumera en total setenta artículos y libros. Las ideas básicas de Bateson se encontrarán en Steps to an Ecology of the Mind, Nueva York: Ballantine, 1972, y en Mind and Nature, Nueva York: Dutton, 1979. (Espíritu y naturale za, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1982.) 28 r una baja posición en esa jerarquía, en contra de otra persona que ocupa una posición superior, puede aumentar los padecimientos de la familia en lugar de aliviarla.4 • Esta teoría de las víctimas y victimarios adhería implícitamente a un punto de vista negativo, según el cual la gente se perjudica mutuamente; con esta orientación, el terapeuta tenía dificultades para organizar sus ideas en forma positiva y ganarse la cooperación de la familia a fin de lograr un cambio. Los problemas inherentes a la utilización del enfoque del “doble vínculo” para la descripción de la familia se complicaron al combi narlos con la idea de que el cambio se produce mediante interpreta ciones que ayudan a la gente a entender lo que le pasa. Los miembros de la familia se vieron forzados a escuchar, de boca de bienintencionados terapeutas, qué terribles dobles vínculos se impo nían uno al otro, y sintiéndose incomprendidos, reaccionaron en forma airada y se pusieron a la defensiva. Los terapeutas interpretaron esto como resistencia, condenando así la conducta que ellos mismos habían provocado —lo cual se parece bastante a un “doble vínculo”-. Desde el punto de vista de la investigación, la teoría del doble vínculo y el concepto de niveles volvieron mucho más interesantes los procesos comunicacionales en el seno de la familia. Salieron a relucir los sorprendentes vericuetos de los movimientos corporales, la entonación de la voz y los múltiples significados de una misma palabra. Había metáforas sobre metáforas sobre metáforas. Pero al indagar estos significados en las entrevistas, el terapeuta dqaba involuntariamente en el trasfondo otras cuestiones más fundamenta les. Tal vez se embarcara en una fascinante e interminable polémica con una madre acerca de su deseo de obligar a un hijo a hacer espontáneamente lo que ella quería, o le señalara a un padre que estaba condenando a su hijo por pensar igual que él. La familia, aparentemente, prefería estas polémicas a cualquier acción dirigida a promover un cambio. Investigadores y clínicos Luego de resumir algunas de las ideas que presidieron en el pasado la teoría y la investigación, quisiera añadir otra hipótesis que hoy nos resulta extraña. Se dio por sentado que un terapeuta y un investiga dor pertenecen a la misma especie (aunque el primero ocupaba una posición de segunda clase); hasta llegó a pensarse que la capacitación para hacer investigaciones era un buen procedimiento para formar 4 Para una descripción de la jerarquía en estos términos, véase J. Haley, Problem Solving Therapy, San Francisco: Jossey-Bass, 1976. [Terapia para re solver problemas, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1980.) 29 terapeutas, y muchos jóvenes debieron hacer investigaciones durante años, en sus cursos superiores, a fin de obtener el título habilitante para practicar la terapia. Hoy es más notorio que la postura del investigador y la del terapeuta son exactamente opuestas. El primero debe mantener distancia respecto de los datos, ser objetivo y no entrometerse en lo que estudia ni influir en ello. Y puesto que su objetivo es la búsqueda de la verdad, está obligado a indagar y explicar todas las complejas variables que constituyen un determina do fenómeno. El terapeuta, por el contrario, no debe permanecer distante ni ser objetivo, sino que debe comprometerse personal y humanamente, entremezclándose en forma activa con los datos para así influir en las personas con vistas a que cambien. Además, debe recurrir a ideas simples, que le permitan alcanzar sus objetivos espe cíficos, y no distraerse en indagaciones acerca de interesantes aspec tos de la vida y de la mente humana. Parece obvio que la formación de un investigador y la formación de un terapeuta son empresas bien distintas, y sin embargo en el pasado se las confundió hasta tal punto que al observar una sesión era imposible saber si se estaba investigando a la familia o procuran do cambiarla. Efectos de estas ideologías en la terapia familiar ¿Qué terapia se derivó de estas teorías para aplicar a la familia de un esquizofrénico? Lo típico, cuando el terapeuta reunía a la familia, era que los padres pensasen que iban a ser acusados de enloquecer a su hijo; de lo contrario, ¿por qué no hacer la terapia con el hijo solo? Este contexto acusatorio promovía en ellos una actitud distante y defensiva. A veces preguntaban: “¿Cree usted que es culpa nuestra que nuestro hijo esté loco? ”, y el terapeuta respondería tal vez que la causa era compleja. Si en cambic afirmaban: “No es culpa nuestra que nuestro hijo esté loco”, elterapeuta diría: “ ¿Les parece? ”, con una inflexión de voz suficiente para darles a entender que la culpa era de ellos. La escena se asemejaba a un proceso kafkiano en el cual los padres comenzaban por defenderse contra cargos que jamás se les habían hecho. Como el enfoque del terapeuta era psicodinámico y no directivo, no se hacía cargo de lo que sucedía ni organizaba lo que habría de suceder más adelante: no hacía nada, simplemente esperaba que la familia tomase la iniciativa. La familia no sabía qué se suponía que debía hacer, y por consiguiente esperaba a que el especialista hiciese algo. Había así largos y significativos silencios. A veces el terapeuta los interrumpía diciendo: “¿No les parece interesante lo silenciosa que es esta familia? ”, o bien: “¿Qué se siente al guardar tanto silencio? Para llenar esos vacíos sin revelar señales de culpabilidad, el padre quizá tratara de hablar de otras cosas, por ejemplo del frío que hace en la Antártida. El terapeuta le señalaría entonces que se estaba desviando del tema y eludiendo las verdaderas cuestiones. Si el padre pregunta ba cuáles eran las verdaderas cuestiones, le replicaba: “¿Cuáles piensa usted que son? Si la familia empezaba a incomodarse o enfadarse, el terapeuta les inquiría: “¿Se dieron cuenta de que están incómodos y enfadados? ”, lo cual enfadaba aún más a la familia. Esto era del agrado del terapeuta, ya que en su opinión la expresión de sus emociones ayudaría a los pacientes a dejar de reprimirlas. Si los padres se incomodaban demasiado, el hijo esquizofrénico cumpliría con su misión manifestando alguna idea delirante o actuando en forma violenta, para dejar bien en claro que el problema no eran los padres sino él. Aliviados, los padres charlarían entonces con el terapeuta acerca de las ideas irracionales de su hijo. En ocasiones, al terapeuta no se le ocurriría nada para hacer y entonces interpretaría a los familiares sus movimientos y ademanes, señalándoles su verdadera significación. Muy pronto ellos no sabrían siquiera de qué manera sentarse para evitar los comentarios del terapeuta sobre sus impulsos negativos subyacentes. La tarea del terapeuta consistía en conseguir que la familia siguie se asistiendo a las entrevistas y lograr que hablase, en la esperanza de que algo pudiera cambiar de ese modo. La tarea de la familia consis tía en descubrir qué se presumía que debían hacer y decir en las en trevistas, y el motivo por el cual estaban allí. El terapeuta estaba im posibilitado de decir a los parientes que hicieran esto o estotro, por que hace treinta años eso se hubiera considerado una manipulación contraria a las reglas de la terapia. Tampoco podía pedir a los padres que se hicieran cargo de su hijo y lo obligaran a conducirse como corresponde, estructurando así una jerarquía, ya que la teoría en la que se fundaba sostenía que los padres eran una influencia nociva, que habían dañado al hijo en el pasado y no debían hacerse cargo de .él en el presente. Otra razón por la cual el terapeuta no podía instar a nadie a que se hiciera cargo de nadie, es que él tampoco podía: su misión se reducía a responder a la familia como mero asesor, en la convicción de que ellos encontrarían la manera de valerse por sí mis mos; tenía que hacerles tomar conciencia, esperar lo mejor, y nada más. Su única técnica terapéutica era la interpretación, o sea, el co mentario sobre el significado de una palabra o un hecho, por triviales que fueran. Si la familia renunciaba a descubrir qué debía hacer y permanecía muda en sus asientos, el terapeuta los ayudaba a com prender cuánta resistencia oponían a enfrentar su resistencia para abordar el sistema familiar. Lo habitual era que el terapeuta trasmitiese una subterránea apa tía, a despecho de su forzada jovialidad, porque según su teoría el paciente tenía en realidad un problema biológico o genético, o había quedado incapacitado por traumas infantiles provocados por sus padres y de los que jamás se recobraría. 31 Si el paciente comenzaba a conducirse en forma más normal y se producía una incipiente reorganización de la familia, con frecuencia el terapeuta se enteraba, sorprendido, de que alguno de sus colegas estaba cavándole la fosa al paciente con medicación o lo había hecho internar por su conducta díscola y perturbadora. Debía enton ces empezar de vuelta, esperar a que la familia tomase alguna inicia tiva para responderle con una interpretación, y confiar en que todos, sea como fuere, habrían de “mejorar” —aunque el significado preciso de esta mejoría no lo sabía nadie—. Nuevos avances ¿Cómo lograron recobrarse los terapeutas, después de haber pade cido todas estas teorías? No era posible dejar de lado simplemente las teorías del pasado y adoptar una nueva, ya que no había ninguna nueva teoría satisfactoria. Cada terapeuta se vio ante la ardua tarea de decidir cuáles ideas debían descartarse y cuáles debían conservarse. La evolución que yo he experimentado en mi propio pensamiento guarda semejanza con el cambio evidente en la labor de muchos tera peutas. Luego de tratar durante décadas a jóvenes locos, se hizo cada vez más notorio para mí que la locura es expresión de una falla en el modo de funcionar de una organización. Aprendí que todos los ani males dotados de la capacidad de aprender se organizan, y no pueden dejar de hacerlo. Esas organizaciones adoptan la forma de una jerar quía en la que algunos individuos tienen una posición superior a otros y gozan de más autoridad. Este hecho obvio sólo llegó avalo rarse lentamente en el campo de la terapia familiar. Las familias eran descriptas como grupos de individuos, como un sistema de coalicio nes o como un sistema comunicacional, pero poco a poco se fue ad mitiendo que eran organizaciones con una jerarquía que merecía que se le prestase atención. Era pura ingenuidad por parte del terapeuta hacer caso omiso del poder de una abuela o coligarse con un hijo contra sus padres. El hecho de que los niveles de poder de una orga nización deben ser reconocidos por cualquier extraño que entra a ella no estaba contemplado en su teoría. A veces, en los sanatorios y hospitales en que trabajaban, los terapeutas se interesaban y preocu paban mucho por las cuestiones vinculadas al status y al poder; no obstante, soslayaban por entero esas cuestiones cuando abordaban la organización familiar. Tal vez alentasen a un niño para que manifes tara en la sesión la hostilidad que sentía hacia los padres, desdeñando el efecto que puede tener en la organización familiar que el especia lista llamado en consulta por los padres de un niño problema aliente a este último a agredirlos. Al pasar los años y observar a un mayor número de familias, se fue tornando cada vez más evidente que el joven loco respondía, tanto en el hospital como en su hogar, a una clase particular de organización. No se trataba aquí de la jerarquía usual, en laque los padres se hacen cargo de la familia y tienen autoridad ejecutiva sobre sus hijos, acudiendo a veces al consejo de los abuelos; sino que se producían coaliciones intergeneracionales, coligándose uno de los progenitores con un hijo contra el otro progenitor, o una abuela con un nieto contra los padres de este; o bien el especialista se sumaba a una de las facciones de la familia contra la otra. Había confusión en estas familias, y también la había en los hospitales, donde no resultaba claro si era el médico, la enfermera o algún auxiliar el que gozaba de autoridad sobre toda la sala. Análogamente, no estaba bien definido el poder de un asistente social o un psicólogo sobre los demás profesionales del hospital o sobre el paciente. Cuando se puso en claro que la psicopatología era el resultado de una organización que funcionaba deficientemente, se hizo palmario que la tarea del terapeuta consistía en modificar la organización vi gente, y que algunas de las teorías utilizadas en el pasado volvían muy difícil, o imposible,esa tarea. Por ejemplo, fomentar la asocia ción libre en una sesión con miembros de la familia era una manera de introducir un elemento aleatorio en la organización, en vez de reestructurarla. He aquí la evolución de mi propio pensamiento y del de muchos otros terapeutas. En la década del cuarenta creíamos que un indivi duo loco padecía ideas confusas y que estos procesos mentales eran la causa de que se comunicara con los demás de extrañas maneras y de que estableciera relaciones personales anómalas. La tarea del tera peuta era corregir sus ideas desordenadas y falsas percepciones de la realidad, en el supuesto de que así comenzaría a comunicarse de otro modo y a organizar diferentes relaciones. En la década siguiente se observaron familias con jóvenes locos, y se comprobó que sus parien tes íntimos se comunicaban de manera anómala. Empezamos enton ces a sospechar que las ideas desordenadas y anómalas del joven se debían a que vivía dentro de un sistema de comunicación en el que tales ideas eran apropiadas. Si una madre le decía a su hijo que debía obedecerla en forma espontánea, esta comunicación paradójica en más de un nivel se consideraba causal respecto del trastorno de pen samiento del hijo. La terapia debía centrarse en el cambio del siste ma de comunicación mediante intervenciones pedagógicas y de otra índole, con lo cual cambiarían los pensamientos locos del hijo. En la década de 1960 caímos, finalmente, en la cuenta de que si la gente se comunicaba en forma anómala, ello obedecía a que estaba organizada de un modo que exigía esa clase de comunicación. El trastorno de pensamiento era, por consiguiente, el producto de un trastorno en la comunicación derivado de una organización que fun cionaba mal. Por ejemplo, la madre que le requería a su hijo obede cerla espontáneamente pertenecía a una organización en la que care cía de suficiente autoridad ejecutiva sobre el hijo como para mandar 33 L le que la obedeciera. Algún otro adulto ubicado en el mismo nivel que la madre, como el padre, se había aliado con el hijo contra ella y le había conferido al chico más poder del que ella tenía. O bien la alianza con el hijo la había establecido una figura de autoridad de otro nivel, como la abuela o el experto profesional. La naturaleza de esta organización del poder y las consecuencias que podía traer en esa organización el ejercicio de su autoridad hacían que la madre no se hiciese cargo de su vástago. Así confundidas las cosas, la misión del terapeuta radicaba en reorganizar la estructura familiar para que los adultos —particularmente, la madre y el padre conjuntamente— recuperaran su autoridad ejecutiva. Una vez reorganizada la familia, se modificaría el sistema de comunicación, y por ende los procesos de pensamiento del hijo loco. La difusión de este punto de vista puso en evidencia que otras teorías estorbaban la tarea terapéutica y, por cierto, con ellas no se lograría cambiar al joven loco. Si el terapeuta entendía que el hijo era víctima de sus padres y que estos habían sido en el pasado una influencia nociva para él, procuraría salvar a este “chivo emisario”. Para ello, debía aliarse con el chico contra los padres, intensificando el mal funcionamiento de la organización y confundiendo aún más la jerarquía en vez de reestructurarla. Con esta perspectiva, podemos pasar revista nuevamente a las teo rías antiguas para ver de qué manera estorbaban al terapeuta. Teoría organicista La dificultad de la teoría biológica o genética de la esquizofrenia no es sólo la falta de pruebas que la abonen, sino que ella define el problema del joven loco como perteneciente al ámbito del profesio nal médico más que al de los progenitores, con lo cual el terapeuta carece de gravitación para reestructurar la jerarquía familiar. Todo lo que puede hacer es lamentarse junto con los padres por tener un hijo incurable. Estas dificultades se agravaron tanto que decidí prescindir en la práctica del término “esquizofrenia”. Este rótulo inhabilita al terapeuta, sobre todo si es un psiquiatra novel, y le impide aproxi marse al problema con una cuota de esperanza. Me costó renunciar a él, pero su uso imposibilitaba trasladar el foco desde las cuestiones diagnósticas y los interminables debates sobre la medicación que debía prescribirse, a la técnica terapéutica. Si la Dirección de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos resolviera prohibir las drogas psiquiátricas a causa de sus peligrosos efectos colaterales y los daños neurológicos irreversibles que provocan, es probable que esta generación de psiquiatras no tenga de qué hablar en la discusión de casos clínicos. Pero la razón fundamental por la cual abandoné el término “esquizofrenia” es el estorbo que constituía para tal enseñanza de la 34 terapia. Me resultaba casi imposible persuadir a los residentes en psiquiatría —o a los asistentes sociales; que siguen las huellas de los psiquiatras— de que podía abrigarse la esperanza de devolver la normalidad a un “esquizofrénico”. Habrían vacilado antes de instar a un sujeto tal para que se condujera normalmente, y su vacilación hacía vacilar también a la familia. Al poco tiempo, todo el mundo, pensaba que el “paciente” tenía sin duda algún defecto irremediable, y la terapia fracasaba. Nunca entendí por qué algunos terapeutas podían desprenderse de la concepción biologista y otros no. En mi tratamiento de estas familias influyó mucho en mí Don D. Jackson, quien pensaba que na da tenía de malo diagnosticar a una persona como esquizofrénica. Era aleccionador verlo trabajar a Jackson con una familia en la que había un hijo loco experto en fracasar. Recuerdo el caso de una mu chacha que se negaba a hablar; pasaba todo el tiempo mesándose los cabellos como una idiota. Jackson la trataba, no obstante, como si fuera perfectamente capaz de un comportamiento normal, siempre y cuando se produjera un cambio en la situación familiar y terapéutica. Y en parte por la seguridad con que afirmaba esto, la familia se vio obligada a aceptar que la muchacha era una persona normal. En la formación de terapeutas procuré abordar este problema de distintas maneras. En algunos casos me daba resultado asegurar al fu turo terapeuta que, pese a las alucinaciones y delirios del sujeto, el diagnóstico de esquizofrenia había sido erróneo. No siendo un genui no esquizofrénico, él podía tratarlo como un ser humano. Presa de la desesperación, establecí una nueva categoría diagnósti ca: la “seudoesquizofrenia”, vale decir, la condición de todas esas personas que, aunque presentan todos los síntomas de la esquizofre nia, no son realmente esquizofrénicas. Pero tampoco esto dio resulta do, y al fin resolví abandonar, lisa y llanamente, la categoría “esqui zofrenia”. Hice todo lo posible para evitar designar a alguien como esquizofrénico, apelando a otras expresiones: “loco”, “demente”, “chiflado”, “excéntrico”, “persona con problemas”. Hay psiquiatras que eluden esta cuestión permaneciendo dentro del ámbito de la política médica, aí par que recurren en mayor medi da a los progresos de la medicina moderna. La noción de que la es quizofrenia es una condición irreversible, de origen genético o bioló gico, pertenece a la ideología médica del siglo XIX. En nuestro siglo la medicina se ha vuelto más flexible en materia de diagnóstico, más preocupada por las diversas etapas de una enfermedad, más suspicaz en cuanto a la irreversibilidad de una dolencia y más innovadora en el uso temporario de drogas. 35 Teoría psicodinàmica La teoria psicodinàmica se funda en la idea de que el problema radica en la psique del individuo, no en la situación en la cual desa rrolla su vida. Es por ende difícil o imposible aplicarla eficazmente para cambiar una organización. El terapeuta que adhiere a esta teoría se centrará en la errónea percepción que el sujeto tiene de esa organi zación; la teoría lo lleva, en esencia, a estimular la expresión emocio nal deljoven loco, y sugiere a las personas dotadas de autoridad que sean permisivas con él y acepten esas manifestaciones. Con esta pos tura, ningún terapeuta está en condiciones de requerir de los padres que asuman una autoridad ejecutiva sobre el hijo y se hagan respetar por este. Si lo que se pretende es reestructurar una organización, la charla debe ser dirigida y organizada por el terapeuta, en lugar de ser una libre exteriorización de asociaciones y emociones. La pasividad y permisividad del terapeuta es incompatible con la modificación de la jerarquía. Los clínicos de tendencia psicodinàmica suelen criticar las tera pias más activas y objetar el uso de cualquier tipo de fuerza. Esta es una posición hipócrita, ya que esos críticos con frecuencia eluden el tratamiento de los locos, y no acompañan sus críticas de ninguna alternativa; más aún, tienden a contratar a otras personas para que hagan uso de la fuerza que ellos no desean aplicar. Vienen a mi men te permisivos y benévolos profesionales que hacían terapia psicodinà mica en hospitales para enfermos mentales, sobre todo privados; sos tenían que el terapeuta debe ser amable con el paciente y alentar sus exteriorizaciones, e impugnaban que se solicitara a los padres del pa ciente restringir los movimientos de este si se ponía violento; pero esos mismos terapeutas trabajaban en una institución en que había empleados contratados para manejar los casos violentos, mientras ellos simulaban no ocuparse de eso. Musculosos auxiliares les enseña ban a los pacientes internados en las salas cómo debían comportarse, apelando para ello a la fuerza física, mientras el terapeuta psicodiná- mico podía conversar tranquilamente con él en su consultorio y lla mar a esos auxiliares de producirse algún disturbio. La institución contaba también con electrochoques, drogas de todo tipo, baños de agua fría, compresas calientes y celdas de confinamiento, de modo tal que el terapeuta pudiera recibir en su consultorio a un sujeto dó cil, con el cual podría mostrarse amable y permisivo. Su foco en la psique y su desentendimiento de la situación social permitía al tera peuta despreocuparse del sistema social del cual él era parte. Otro importante aspecto de la teoría psicodinàmica es su hipóte sis de que la gente obra movida por la agresividad, la hostilidad hacia los demás y la autodefensa. Esta visión es opuesta a la que ofrecemos en el presente libro. Creemos más conveniente que el terapeuta pre suma que, por destructiva que sea en apariencia una acción, se la rea liza con el fin básico de proteger al otro. Lo que origina problemas es 36 la benevolencia de la gente, no su maldad. Si una esposa tiene un repentino ataque de angustia que pone en grandes aprietos a su mari do, lo mejor es suponer que con ese problema lo está protegiendo; por más que una esposa esté angustiada o furiosa, hay que presumir que la mueven sentimientos benévolos hacia su marido. Análogamen te, no conviene suponer que con su comportamiento turbulento un joven loco se está defendiendo de su familia o exteriorizando su hos tilidad hacia ella; la cuestión es esta: ¿qué pasaría con la familia si él no se condujera de ese modo? Para los fines terapéuticos, hay que partir de la base de que los jóvenes locos se sacrifican con el objeto de que su familia se estabilice; vale decir, que la fuerza motivadora que impulsa a los familiares es la estabilidad del sistema. Esta visión de las cosas permite al terapeuta adoptar un enfoque más positivo hacia todos los que padecen infortunios. Si uno quiere hacer una terapia eficaz con ios locos, lo mejor es abandonar sin más la teoría psicodinámica. El terapeuta que preten da ser amplio y conjugar la teoría psicodinámica con un enfoque ba sado en la reestructuración de la familia, sufrirá los mayores per juicios. Teoría de los sistemas El caso de la teoría de los sistemas no es tan sencillo, ya que ella tiene virtudes y defectos. Me fue indispensable restar importancia a las cuestiones de la homeostasis y la estabilidad y centrarme más en los aspectos del cambio. Si uno piensa en función del sistema, puede planear la terapia provocando una crisis en la familia, de modo tal que esta deba reorganizarse para hacerle frente. Alternativamente, puede iniciar un cambio de menor magnitud y ampliarlo en forma persistente hasta que el sistema, para adaptarse a él, tenga que reor ganizarse.5 El mérito principal de la teoría de los sistemas es que habilita al terapeuta para discernir secuencias de comportamiento reiteradas y para hacer predicciones, pudiendo entonces programar la terapia con un conocimiento anticipado de lo que habrá de suceder. Quedan en pie dos problemas: cómo simplificar esas secuencias para que se vuel van discernibles y útiles, y cómo aplicar en el sistema los conceptos de jerarquía y de secuencia. En el pasado privaba la tendencia a con siderar que todos los elementos del sistema familiar estaban situados en un pie de igualdad en cuanto a su poder, lo cual volvía consecuen temente difícil conceptualizar las posiciones y el poder respectivos dentro de la jerarquía. 5 M. Maruyama, “The Second Cybernetics: Deviation-Amplifying Mutual Causal Processes”, en W. Buckley, ed., Modern Systems Research for the Behavioral Scientist, Chicago: Aldine, 1968. 37 El doble vínculo He abandonado en gran medida la expresión “doble vínculo” o “doble ligadura”, volviendo al término originariamente empleado por Bateson: “paradoja”. Aquella expresión era utilizada por tantas per sonas con tan diverso significado, que me di cuenta de que yo mis mo no sabía ya qué quería decir un “doble vínculo”. “Paradoja” es un término más claro y preciso para describir niveles antagónicos de comunicación. Además, efectuar una “intervención paradójica” tiene menos connotaciones negativas que imponer a un cliente una “doble ligadura”. Las ideas sobre la comunicación que surgieron del proyecto Bate- son constituyen un valioso medio para describir el trato mutuo de los seres humanos. La idea de que un mensaje en un nivel mantiene un antagonismo paradójico con un mensaje en otro nivel puede hacerse extensiva a la descripción de una organización, ya que esta no es otra cosa que un sistema de secuencias reiteradas de comunicación: cuan do la gente se comunica entre sí de manera sistemática, esa comuni cación deviene la organización. Si una persona le dice a otra qué de be hacer y esta lo hace, dicho proceso define una jerarquía. Si una persona le dice a otra: “Desobedéceme”, la comunicación es paradó jica, y es probable que la organización funcione mal, Las lides de los terapeutas con los jóvenes problemáticos y sus familias han dado origen a una variedad de ideas; la teoría de los sistemas y la de la comunicación han suministrado elementos valiosos, y a la vez fue cobrando cuerpo una nueva concepción del poder organizacional. Tanto los éxitos como los fracasos terapéuti cos generaron el punto de vista de que lo más conveniente es concebir la locura de un joven como el producto de una etapa de la vida familiar en que tiene lugar una reorganización, y pensar que la conducta del joven se adapta a su contexto social. Su comportamien to normal sólo será apropiado si sobreviene un cambio en dicho contexto. La misión de los terapeutas familiares es modificar la organización social a la que pertenecen esos jóvenes, y para que su terapia sea eficaz, necesitan teorías que los orienten sobre la manera de provocar ese cambio. 38 2. Una orientación familiar Hay una cantidad de jóvenes que se conducen en forma desacos tumbrada y extravagante, atemorizando a quienes los rodean con su conducta asocial e impredecible. Hablan con interlocutores imagina rios, o presa de la agitación realizan actos en apariencia ajenos a su voluntad, o vagabundean por todas partes o desperdician su vida con sumiendo drogas y bebidas alcohólicas, o perpetran delitos absurdos, como el hurto de objetos que no
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