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(Biblioteca de psicología y psicoanálisis) Heinz Hartmann - Ensayos sobre la psicología del yo-Fondo de Cultura Económica (1987)

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Heinz Hartmann* M
§ Ensayos sobre 
la psicología del yo
$
Heinz Hartmann1 v
Ensayos sobre 
la psicología del yo
Saludado por la crítica especializada como “probablemen­
te el libro más importante de psicoanálisis publicado en los 
últimos años”, Ensayos sobre la psicología del yo es una 
tentativa más por acercarse a una psicología general del 
comportamiento humano, meta entrevista por Freud justa­
mente cuando profundizaba en sus estudios sobre el yo y 
sus funciones.
En el presente volumen, Hartmann reúne ensayos que 
abordan diversos aspectos de la teoría psicoanalítica y su 
vinculación con otras ramas del saber: el concepto de salud 
3 en psicoanálisis, la aplicación de los conceptos analíticos a 
2 la ciencia social, efestatuto científico deda teoría psicoana- 
g lítica, las diferencias entre la comprensión y la explicación 
^ o los estudios psiquiátricos sobre los gemelos, son algunos 
" de ellos. Pero, sin duda alguna, el tema central del presen- 
2 te libro es las funciones y el desarrollo del yo; un tema que 
2 Freud consideró, desde sus primeros acercamientos a él, co- 
^ mo extraordinariamente fecundo y vía para alcanzar una 
c nueva dimensión de la teoría psicoanalítica, y que, sin em- 
J bargo, no llegó a desarrollar.
^ El método utilizado por Hartmann para abordar los as- 
8 pectos evolutivos, adaptativos, integrativos y económicos del
*7.. yo, facilita el intercambio entre el conocimiento alcanzado 
'g por el análisis y el obtenido por otros métodos psicoanalíti-
V)
Q eos. De ahí su importancia fundamental.
r
$1i 000
Fondo de Cultura Económica
L
Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis 
Dirigida por Ramón de la Fuente
ENSAYOS SOBRE LA PSICOLOGÍA DEL YO
Traducción de 
Manuel de la Escalera
HEINZ HARTMANN
ENSAYOS
sobre
la psicología del yo
a?
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
MÉXICO
Primera edición en inglés, 1964 
Primera edición en español, 1969 
Primera reimpresión, 1978
Seguida reimpresión, 1987
Titulo original:
Essays oh Ego Prychology
C 1964, International Uníversilies Press, Nueva York
D. R. O 1969, Formo na Cultura Económica
D. R. © 1987, Fondo oe Cultura Económica, S. A. dc C. V.
Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F.
ISBN 968-16-0109-2
Impreso en México
PREFACIO
La primera parte de este volumen está compuesta por una se­
lección de ensayos sobre la teoría psicoanalítica, que fueron 
escritos y publicados entre 1939 y 1959. La segunda comprende 
algunas publicaciones de época anterior cuya preocupación pri­
mordial no era el desarrollo de las teorías analíticas, pero que, 
sin embargo, de un modo o de otro, me parece que contribuyen 
a ello. Los escritos contenidos en la Primera Parte se reprodu­
cen en orden cronológico y casi sin sufrir variación alguna, por 
lo que han resultado inevitables algunas repeticiones. Como 
estos ensayos —aun aquellos que forman la Primera Parte del 
libro— muestran el desarrollo de mi pensamiento durante un 
periodo de tiempo relativamente largo, la exposición de los mis­
mos temas difieren en ciertos casos de los escritos más antiguos 
a los más recientes. Por último, quiero advertir que sólo en 
muy contadas ocasiones se han añadido algunas referencias a 
trabajos efectuados después de la primera aparición de estos 
artículos por separado.
Agradezco ai Dr. Stefan Betlheim su consentimiento para la 
publicación en este libro del trabajo que escribió en colabora­
ción conmigo (capítulo 17).
También deseo dar las gracias a los traductores que acome­
tieron la ardua tarea de hacer la versión inglesa de aquellos 
escritos redactados y publicados originariamente en alemán. El 
difunto Dr. David Rapaport tradujo el capítulo 17; el profesor 
Jacob Needleman, del Departamento de Filosofía del San Fran­
cisco State College, tuvo a su cargo la traducción del capítulo 18; 
y el Dr. Lewis W. Brandt, del Departamento de Psicología de la 
Farleigh Dickinson University, tradujo los capítulos 19 y 20.
Estoy agradecido en particular a Mrs. Lottie Maury Newman, 
tanto por sus muchas y valiosas sugerencias editoriales, como 
por la revisión de las traducciones. Y estimo, sobre todo, el am­
plio conocimiento de la materia que aportó en su tarea, asfe 
como la ayuda constante y la clara visión de su juicio.
7
INTRODUCCION
Los trabajos que se incluyen en este libro tratan de varios aspec­
tos de la teoría psicoanalítica y, exceptuando unos cuantos, más 
específicamente del tema indicado por el título principal de la 
obra. No es éste el lugar adecuado para determinar en detalle 
su posición con respecto a las diversas tendencias del desarrollo 
de la psicología psicoanalítica, pero en algunos de dichos tra­
bajos se hace referencia a este punto con más extensión. La 
historia del pensamiento de Freud en sus últimos años, y en 
particular sobre la psicología del yo, ha sido trazada reiterada­
mente por mí mismo, por E. Kris y por Rapaport. Estos estu­
dios históricos describen en parte el trabajo del propio Freud 
y en parte el de contribuyentes posteriores. Aquí bastará con 
hacer constar que, a consecuencia del trabajo de Freud sobre 
el yo en los años veintes y treintas, atribuimos ahora al yo una 
mayor importancia dentro de la totalidad de la personalidad 
humana y hemos venido gradualmente subrayando tanto su in­
dependencia parcial como sus aspectos estructurales, dinámicos 
y económicos.
El punto de vista estructural de Freud y, sobre todo, sus últi­
mas hipótesis sobre las funciones y el desarrollo del yo, añadie­
ron una nueva dimensión a la psicología psicoanalítica. Ellas 
señalaron que ésta podría expandirse mucho más, y pronto fue 
comprendida su verdadera fecundidad. Aun cuando en sus pos­
treros escritos ofreció un esbozo muy amplio de esta cuestión, 
ya no pudo conferirle el mismo género de elaboración sistemá­
tica que antes logró en otros capítulos del psicoanálisis. No 
obstante, Anna Freud dio, en vida del profesor, un paso impor­
tante en este sentido, con su sutil clasificación de los mecanis­
mos usados por el yo en su defensa contra los impulsos ins­
tintivos * y contra la realidad exterior. El efecto estimulador de 
estos trabajos, para el desarrollo clínico, teórico y técnico del 
psicoanálisis, ha sido amplio y penetrante.
Mi primer acercamiento a algunas de las preguntas que se han 
hecho o que pueden hacerse en este nuevo terreno de investiga­
ción, quedó bien sentado en Ego Psychology and the Problem of 
Adaptation (1939).** En ciertos casos los trabajos recogidos en 
este libro representan un desarrollo de los puntos de vista y de 
las hipótesis que presenté en ese ensayo.
El estudio consecuente del yo y de sus funciones prometió 
acercar más el análisis a la meta establecida por él, por Freud
* Instinctual drive en el original. Con esta expresión trata Hartmann 
de captar en inelés el sentido de la voz alemana Trieb diferente a Instinkt, 
a la cual sí traduciría la palabra instinct (o la española instinto). Cap. 4 IR.J. 
** Hay versión castellana. Pax, México, 1961 [R.3.
8
9INTRODUCCIÓN
desde bacía tiempo; convertirlo en una psicología general, en el 
sentido más amplio de la palabra. La concienzuda investigación 
de los impulsos y de su desarrollo fue durante mucho tiempo 
el núcleo de la psicología psicoanalítica, a lo que se añadió pos­
teriormente un atento escrutinio de las actividades defensivas 
del yo. El siguiente paso consistió en ampliar el enfoque analí­
tico a las múltiples actividades del yo, que pueden quedar resu­
midas bajo el concepto de' "esfera libre de conflictos”. No obs­
tante, las funciones del yo así descritas pueden, en determinadas 
circunstancias, resultar secundariamente implicadas en conflic­
tos de diversos géneros. Y, por otra parte, ejercen muchas veces 
una influencia en las condiciones y resultados de los conflictos. 
Esto quiere decir que nuestros intentos de explicar situaciones 
concretas de conflicto habrán de considerar también a menudo 
elementos no conflictivos. Las observaciones y consideraciones 
anteriores pueden llevamos a unmejor entendimiento de la sa­
lud y sus logros, además de la comprensión del deterioro y 
distorsión de la función; área ésta que, hablando en sentido 
estricto, no había sido nunca tema privativo del psicoanálisis, a 
pesar de que éste haya hecho al mismo contribuciones esencia­
les. La ampliación del enfoque psicoanalítico de que hablo aquí, 
ha sido hasta ahora más fructífera probablemente en la obser­
vación directa por parte de los analistas del desarrollo del niño. 
Esto, evidentemente, presupone una teoría de la adaptación (y 
de la integración), que a su vez supone también una teoría de 
las relaciones objetuales y de las sociales en general. Semejante 
teoría de la adaptación será más útil para nuestros propósitos 
cuanto más claramente muestre la acción recíproca entre las 
funciones adaptativas y las funciones sintéticas (u organizado­
ras) y de qué modo las primeras facilitan o interfieren las se­
gundas y viceversa.
En uno de sus últimos escritos (1937), Freud sugirió que no 
sólo los impulsos instintivos, sino también el yo pueden poseer 
un núcleo hereditario. Pienso que tenemos razones para supo­
ner que hay, en el hombre, aparatos innatos, que he denomi­
nado de autonomía primaria, y que tales aparatos autónomos 
primarios del yo y su respectiva maduración constituyen un fun­
damento para las relaciones con la realidad exterior. Entre di­
chos factores originados en el núcleo hereditario del yo, están 
también aquellos que sirven para postergar la descarga, es decir, 
que son de naturaleza inhibitoria, y pueden muy bien servir 
como modelos para defensas posteriores.
Por otra parte, aunque no todas, muchas actividades del yo 
pueden ser seguidas genéticamente hasta sus determinantes en 
el ello o hasta los conflictos entre el yo y el ello. Sin embargo, 
en el curso del desarrollo, adquieren normalmente una cierta 
proporción de autonomía respecto a estos factores genéticos. 
Los logros del yo, bajo ciertas circunstancias, pueden ser rever-
INTRODUCCION10
sibles, pero es importante saber que, en condiciones normales, 
muchos de ellos no lo son. El grado en que sus actividades han 
llegado a ser funcionalmente independientes de sus orígenes es 
esencial para el funcionamiento imperturbado del yo, y es el 
mismo grado en que estarán protegidas contra la regresión y 
la instintualización. Hablamos de los grados de esta indepen­
dencia del yo como de grados de autonomía secundaria.
Este criterio —y me refiero a él aquí, porque en ocasiones no 
ha sido del todo comprendido— no implica ciertamente des­
deñar el punto de vista genético, tan fundamental en psicoaná­
lisis. Pero supone una diferenciación en nuestro enfoque de los 
procesos del desarrollo mental que supone también una diferen­
ciación más clara entre los conceptos de función y de génesis, la 
cual es particularmente necesaria en la psicología del yo. Hasta 
en las mismas funciones del yo, individualmente diferentes, 
puede haber diversos grados de autonomía secundaria. Ésta es 
una de las varias razones por las que no son sólo importantes 
las diferencias entre el yo y el ello, y entre el yo y el superyó, 
sino también las diferencias en el propio yo y la cooperación y 
antagonismos entre sus varias funciones (el concepto de conflic­
tos intrasistemáticos pertenece a este contexto). Tanto en un 
sentido general como cuando se estudian situaciones concretas 
de la vida mental, podemos hablar de una jerarquía de funcio­
nes y de estratos de motivación. La psicología del yo es impor­
tante para una psicología general no sólo porque añade ciertos 
estratos de motivaciones a otros conocidos desde hace tiempo 
en psicoanálisis, sino también porque sólo en este nivel llega el 
análisis a una comprensión más plena de los modos en que los 
diferentes estratos se relacionan. La última teoría de Freud 
sobre la angustia puede ser el mejor ejemplo de esto. Considera­
ciones estructurales y multidimensionales comparables, y en es­
pecial contrarias al conocimiento del yo humano, llevan también 
a una definición más pulcra no del campo psicoanalítico, pero 
sí del enfoque psicoanalítico como opuesto al "biológico”, y per­
miten comprender una distinción significativa entre el hombre 
y los animales inferiores: esa tajante diferenciación entre las 
funciones del yo y del ello en los seres humanos que excluye la 
ecuación funcional de los "instintos animales” con lo que en 
análisis se denomina "impulsos instintivos”.
El estudio diferencial del yo sugiere también un ensancha­
miento del concepto de estructura, que se ha vuelto significativo 
al hablar de "estructuras en el yo” y de "estructuras en el 
superyó”. Esto se refiere, en contraste con "flexibilidad”, a una 
"estabilidad relativa" de las funciones, tal como se observa cla­
ramente, por ejemplo, en los automatismos.
Todos estos problemas deben ser considerados también desde 
el punto de vista económico. Muchas de las actividades del yo 
están dirigidas al objeto. Una distinción aún más esclarecedora
11INTRODUCCIÓN
es la existente entre las catexias de las funciones y las catexias 
de los contenidos. Y el concepto de catexia del yo (en oposición 
a la catexia del ello o del superyó) no coincide con la catexia 
del "sí mismo" (como opuesta a la catexia del objeto). He pro­
puesto, por lo tanto, que diferenciemos la catexia libidinal del 
"sí mismo", o de la "imagen de sí mismo" (la "autorrepresenta- 
ción"), de la catexia de las funciones del yo, y reservemos el 
término narcisismo para la primera.
Freud había afirmado reiteradamente que el yo trabaja con 
energía desexualizada. A mí me parece razonable, como también 
a otros analistas, ampliar esta afirmación para incluir igual­
mente las energías derivadas de la agresión que, con la media­
ción del yo, pueden ser modificadas en forma análoga a la 
descxualización. El término neutralización se refiere, pues, al pro­
ceso mediante el cual tanto las energías Iibidinales como las 
agresivas se transforman desde lo instintivo en una modalidad 
no instintiva, o a los resultados de este cambio. (Deseo hacer 
mención, por razones de claridad, que el término energía neutra­
lizada, tal y como aquí se emplea, no es enteramente sinónimo 
del término "indiferente Energie 
Edition como "energía neutral”— que Freud utiliza en un pa­
saje de El yo y el ello). Con la ayuda de esta conceptuación 
podemos describir sin ambigüedades la distinción, clínicamente 
importante, de la sexualización (o instintivación en general) y 
de la neutralización. La autonomía secundaria y la neutralización 
están estrechamente relacionadas entre sí y con el principio de 
la realidad. Su desarrollo permite al yo efectuar tareas sintóni­
cas con la realidad, más allá de las presiones de la satisfacción 
de las necesidades. Son funciones biológicamente esenciales, si 
aceptamos la tesis de Freud de que en el hombre es primordial­
mente el yo el encargado de la autoconservación. Además, la 
neutralización de la agresión tiene una importancia particular 
desde que proporciona al hombre una salida al espantoso dilema 
de destruir los objetos o destruirse a sí mismo.
Está justificado y es útil proponer diferentes etapas o grados 
de neutralización, es decir, estados transitorios entre lo instin­
tivo y la energía totalmente neutralizada. También podemos pre­
sumir que el funcionamiento óptimo de diferentes actividades 
del yo (por ejemplo, de las defensas de una parte y los procesos 
mentales de la otra) depende de los diversos matices de la 
neutralización. Estos grados parecen ser correlativos con estados 
transitorios en la reposición de los procesos primarios por los se­
cundarios; mas este punto evidentemente necesita una investi­
gación ulterior.
Como acabo de decir, o dar a entender, sería equivocado espe­
rar que todas las actividades exitosas del yo trabajaran por
* En alemán en el original. [R.]
*» * —traducido en la Standard
12 INTRODUCCIÓN
fuerza mejor con el máximo de neutralización. También es esto 
evidente, por ejemplo, en el caso delproceso de adaptación, 
pues hablando en un sentido funcional, el uso de las actividades 
del yo más altamente diferenciadas no garantizan por sí solas 
una adaptación óptima: pueden necesitarse funciones más primi­
tivas para complementarlas. Y hasta ocurre que el propio yo, 
para cumplir con sus metas, prescinda temporalmente de algunas 
de sus funciones más altamente diferenciadas. Esto lleva de 
nuevo al problema de la organización jerárquica de las funcio­
nes del yo. • •
Una vez que el yo se ha desarrollado hasta ser un sistema 
separado de la personalidad, también ha acumulado una reserva 
de energía neutralizada, lo que quiere decir que las energías re­
queridas para sus funciones no necesitan depender enteramente 
de la neutralización ad hoc. Esto forma parte de su independen­
cia relativa de las presiones inmediatas internas o externas, y 
esta relativa independencia forma parte a su vez de una tendencia 
general en la evolución humana. Es posible que parte de la 
energía que utiliza el yo no se derive (mediante la neutraliza­
ción) de los impulsos, sino que pertenezca desde el mismo co­
mienzo al yo o a los precursores innatos de lo que posteriormente 
serán las funciones específicas del yo. Podemos hablar de esto 
como de la energía primaria del yo.
Estas breves notas, que tienen el carácter de un sumario, de­
ben, por supuesto, renunciar a toda pretensión de ser completas. 
Pero también quiero decir que todos los problemas discutidos y 
todos los pensamientos adelantados en estos escritos no llegan 
a constituir una presentación sistemática de la psicología del yo 
y, mucho menos, una presentación sistemática de las teorías del 
psicoanálisis en general. El libro de texto sobre la psicología 
del yo sigue aguardando ser escrito.
Pero una tendencia hacia una integración al menos parcial o 
"ajuste arquitectónico" de las teorías de que trato salta a la 
vista en un número considerable de capítulos de este libro. Exis­
te una coherencia interna entre ellos, una relación temática y 
una continuidad de enfoque suficientes para hacerme sentir que 
su publicación como una unidad se halla justificada y que, como 
lo deseo, será provechosa.
En este punto puedo afirmar explícitamente que la preocupa­
ción predominante por la teoría no significa que se menosprecien 
los fundamentos clínicos del psicoanálisis, ni que la importancia 
que se da a la psicología del yo suponga una subestimación de 
otros aspectos de la teoría analítica. El desarrollo y esclareci­
miento de la teoría han demostrado'ser esenciales para el pro­
greso del análisis clínico; no obstante, un cierto grado de espe- 
cialización en materias de investigación ha ejercido un efecto 
saludable en el psicoanálisis, así como en otros campos. Por 
supuesto las "teorías por reducción”, frecuentes en varios escri-
13INTRODUCCIÓN
tos de la actualidad, que basan sus intentos explicativos en sólo 
unos pocos entre los muchos factores que considero esencia­
les, difícilmente podrán evitar el peligro de la esterilidad. He 
aspirado, consecuentemente, a solucionar los problemas de la 
psicología del yo estudiándolos dentro del marco de los prin­
cipios básicos de la teoría psicoanalítica y confío haber acertado 
en esto. Algunos autores han apuntado el desarrollo de una 
teoría del yo, que desatiende las intuiciones básicas que debe­
mos a Freud sobre la psicología de los impulsos instintivos y 
sobre sus interacciones con las funciones del yo. Consideraría 
un intento de este género como manifiestamente carente de 
promesas.
El método para abordar los aspectos evolutivos, integrativos, 
adaptativos y económicos del yo, que propongo en estos trabajos, 
puede muy bien facilitar el intercambio entre el conocimiento 
alcanzado en el análisis y el obtenido por los otros métodos 
psicológicos. Algunos de los conceptos que empleo fueron intro­
ducidos también con el propósito in mente de permitir una 
correlación más fácil de los datos analíticos con los obtenidos 
mediante la observación directa de los niños. Podría anticiparse 
asimismo que la tendencia analítica de que estoy tratando contie­
ne posibilidades para desarrollar proposiciones que pueden con­
vertirse en puntos de partida para la experimentación psicológica. 
Investigaciones recientes parecen confirmar estas esperanzas.
PRIMERA PARTE
1. EL PSICOANALISIS Y EL CONCEPTO DE SALUD
(1939)
No faltaríamos a la verdad si afirmáramos que en los círculos 
psicoanalíticos se atribuye menos importancia a la distinción 
entre la conducta sana y la conducta patológica que fuera de 
esos círculos. No obstante los conceptos de "salud" y de "enfer­
medad" ejercen siempre una influencia "latente", por decirlo 
así, sobre nuestro pensamiento analítico habitual, y no deja de 
ser útil el intento de esclarecer las implicaciones de estos térmi­
nos. Además sería un error suponer que este tema posee sólo un 
interés teórico y que carece de toda significación práctica. Pues 
en muchas ocasiones, cuando ya se ha dicho y hecho todo, de­
penderá del concepto psicoanalítico de la salud el que recomen­
demos un periodo de tratamiento analítico o determinemos los 
cambios que nos gustaría ver producirse en un paciente, o que 
consideremos si puede darse por terminado un análisis — así 
que el asunto resulta importante como factor para nuestros jui­
cios sobre las indicaciones del presente. Diferencias de pers­
pectiva en este terreno conducirán finalmente a diferencias en 
nuestra técnica terapéutica, como la previó con toda claridad 
Emest Jones (1913) hace muchos años.
Cuando el psicoanálisis estaba aún en la infancia, parecía 
cuestión relativamente sencilla definir la salud y la enfermedad 
mental. En esa época nos dimos cuenta, por primera vez, de los 
conflictos que dan origen a la neurosis y creimos que, de ese 
modo, habíamos conquistado el derecho a diferenciar la salud 
de la enfermedad. Pero posteriormente se descubrió que podía 
demostrarse que conflictos que habíamos llegado a mirar como 
patógenos existían también en las personas sanas; así quedó de 
manifiesto que la alternativa entre la salud y la enfermedad es­
taba determinada más bien por factores temporales y cuantita­
tivos. En una amplitud aún mayor que la de cualquiera otra 
consideración teórica, nuestra experiencia terapéutica nos obligó 
a admitir esta verdad, poniendo al descubierto que nuestros es­
fuerzos habían tenido un éxito muy variable y que no siempre 
fiemos podido aceptar las explicaciones corrientes - sobre la res­
ponsabilidad de este estado de cosas. Por último nos vimos 
forzados a llegar a la conclusión de que el factor cuantitativo 
de la fuerza de los impulsos instintivos y un factor cuantitati­
vo que reside en las funciones del yo habían adquirido aquí, al 
lado de otros factores por supuesto, una importancia que les 
era propia. Era evidente, además, que los mecanismos no eran 
patógenos como tales, sino sólo en virtud de su valor topográ­
fico en el espacio y de su valor dinámico en la acción, si puedo
17
EL PSICOANALISIS Y18
decirlo así. El proceso de modificación del concepto analítico 
original de la salud ha avanzado hasta una nueva fase gracias a 
la contribución de la psicología del yo, la cual ha ocupado, du­
rante casi veinte años, el primer término en el interés psicoanalí- 
tico. Pero cuanto más vayamos comprendiendo al yo y a sus 
maniobras y logros en sus tratos con el mundo exterior, tanto 
más tenderemos a convertir esas funciones de adaptación, reali­
zación, etc., en la piedra de toque del concepto de la salud.
Sin embargo, una definición psicoanalítica de la salud ofrece 
ciertas dificultades que vamos ahora a examinar. Como es bien 
sabido, en ningún momento ha sido cosa fácil expresar lo que 
entendemos realmente por "salud" y por "enfermedad’’ y quizás 
ia dificultad en diferenciarlas sea aún mayor cuando se trata 
de las llamadas "enfermedades mentales” que cuando se trata de 
las físicas. Ciertamente la salud no es sólo un promedio esta­
dístico. De serlo tendríamosque tomar como patológicos los 
logros excepcionales de individuos aislados, lo cual sería contra­
rio a las formas de expresión corriente, aparte de que la ma­
yoría de las personas muestran características consideradas ge­
neralmente como patológicas (el ejemplo que se pone con más 
frecuencia es el de las caries dentales). Así pues, "anormal” en 
el sentido de desviación del promedio, no es sinónimo de "pa­
tológico".
En los conceptos de salud que predominan más ampliamente, 
desempeñan un papel considerable las valoraciones subjetivas, 
sea explícita o implícitamente, y ésta es la razón principal de 
que tales conceptos, en especial cuando se refieren a la salud 
y a la enfermedad mentales, pueden variar considerablemente en 
periodos de tiempo diferentes y entre personas diferentes. Aquí 
el criterio se halla bajo la influencia de un factor subjetivo, que 
depende de las condiciones culturales y sociales y hasta de los 
valores personales. Dentro de. una sociedad uniforme estos cri­
terios mostrarían semejanzas muy acentuadas, pero esto no los 
privaría en lo más mínimo de su carácter subjetivo. "Salud” 
expresa generalmente la idea de perfección vital, lo cual ya im­
plica de por sí subjetividad en los juicios sobre ella. Un análi­
sis lógico del concepto de salud tendría que dedicar una atención 
especial a las valoraciones encamadas en las diferentes concep­
ciones de la salud.1
Pero no son éstas las únicas dificultades inherentes a una de* 
finición psicoanalítica de la salud. En tanto que consideremos 
que la ausencia de síntomas, por ejemplo, sirva de criterio para 
la salud mental, será comparativamente fácil en la práctica lle­
gar a una decisión. Pero hasta para establecer una norma así 
carecemos de bases objetivas absolutas en qué fundar nuestro
i Para una exposición más detallada del problema, véase Hartmann 
{1960 a, 1960 b).
EL CONCEPTO DE SALUD 19
juicio; pues no resulta fácil responder con sencillez a la pre­
gunta de si una manifestación mental dada es un síntoma de 
enfermedad o, por el contrario, ha de mirarse como un "logro". 
También es a menudo difícil decidir si la petulancia o la ambi­
ción de un individuo o la naturaleza de su elección de objeto son 
síntomas, en sentido neurótico, o bien rasgos de carácter que 
poseen un valor positivo para la salud. No obstante, esta norma 
nos proporciona, si no una base para un juicio objetivo, en 
todo caso el consenso de la opinión, lo que de ordinario basta 
para toda finalidad práctica. Pero la salud, tal y como se en­
tiende en psicoanálisis, es algo que significa mucho más que esto. 
A nuestro parecer, hallarse libre de síntomas de enfermedad 
no es suficiente para estar sano; y ciframos grandes esperan­
zas en los efectos terapéuticos del psicoanálisis. Pero a más de 
esto, el psicoanálisis ha sido testigo de la evolución de una serie 
de concepciones teóricas sobre la salud que muchas veces esta­
blecen normas muy severas. En consecuencia, hemos de interro­
gamos sobre lo que significa la salud en un sentido psicoanalítico.
A modo de preámbulo deseamos observar que la misma rela­
ción del hombre con la salud y la enfermedad presenta a me­
nudo características de orden claramente neurótico. Cuando 
estos problemas se hallan en primerísimo término, uno se siente 
verdaderamente tentado de hablar de una "neurosis de salud". 
Esta idea ha servido de base a un estudio publicado reciente­
mente por Melitta Schmideberg (1938).3 Una característica so­
bresaliente en ciertos casos típicos bien señalados es su convio- 
ción de que disfrutan de una salud excelente, acompañada de 
una necesidad compulsiva de descubrir alejamientos en otros, 
sobre todo de tipo neurótico o psicótico, de su ideal de salud. 
Tales personas, en determinadas circunstancias, son capaces de 
llenar una útil función social, precisamente por la forma pecu­
liar de su neurosis, que los ha elegido para el papel de enferme­
ros sempiternos del prójimo. En su forma más simple, esta con­
ducta es de ordinario un mecanismo de proyección: viendo 
constantemente a los otros como enfermos necesitados de nuestra 
ayuda, se elude el reconocimiento de nuestra propia neurosis. 
Del mismo modo Freud expresó una vez la opinión de que muchos 
analistas aprendían posiblemente a absolverse a sí mismos del 
acatamiento personal de las obligaciones del análisis, exigiéndo­
selo a los otros. Sabemos también que una tendencia análoga a 
sobrestimar las reacciones neuróticas y psicóticas de nuestros 
semejantes forma parte de las crecientes penalidades de muchos 
psicoanalistas. Un rasgo común de las "neurosis de salud" con­
siste en que quienes las padecen no se permiten a sí mismos sufrir 
o sentirse enfermos o deprimidos (Schmideberg, 1938). Mas una
* Véase también la observación efectuada por Glover en la discusión 
subsiguiente, citada en las páginas 128-130.
EL PSICOANALISIS Y20
persona sana debe ser capaz de sufrir y de sentirse deprimida. 
Nuestra experiencia clínica nos ha enseñado las consecuencias de 
negar la enfermedad y el sufrimiento, de no ser capaz de admitir 
que uno también puede enfermarse y sufrir. Hasta es posible que 
una dosis limitada de sufrimientos y enfermedades sea parte in­
tegrante delesquema de la salud, digámoslo así, o, más bien, que 
la salud es~Nalcanzable sólo por caminos indirectos. Sabemos 
cómo la adaptación afortunada puede llevar a la inadaptación; 
podría citarse el desarrollo del superyó, como un excelente ejem­
plo, e igualmente otros muchos. Pero, inversamente, la inadapta­
ción puede llegar a ser una adaptación exitosa. Los conflictos 
típicos forman parte intrínseca del desarrollo "normal” y las 
perturbaciones en la adaptación están previstas en él. Hemos ha­
llado un estado de cosas semejante con relación al proceso tera­
péutico del análisis. Aquí la salud incluye claramente reacciones 
patológicas como medio para alcanzarla.
Pero debemos volver al concepto de salud y preguntamos una 
vez más qué criterios poseemos en psicoanálisis para evaluar la 
salud y la enfermedad mentales. Ya hemos dicho que no identi­
ficamos la salud con la carencia de síntomas de enfermedad. Y 
todavía nos encontramos, no desde un punto de vista empírico, 
desde luego, pero sí desde un punto de vista pronóstico, en un 
terreno que es relativamente accesible si tomamos en cuenta 
en qué medida esa inmunidad a los síntomas es duradera y ca­
paz de resistir los choques. Pero las más amplias implicaciones 
que el término salud supone para nosotros y aquello a que aspira 
el análisis en este sentido, no es posible reducirlo fácilmente a 
una fórmula científica. Al mismo tiempo, encontramos buen nú­
mero de formulaciones teóricas y útiles que conciernen a los 
atributos del estado de salud al que deseamos llevar a nuestros 
pacientes con la ayuda de los métodos de que disponemos para 
el análisis. De estas formulaciones, la más general es la de Freud: 
"Donde estuvo el ello, estará el yo” (1923a) o la de Nunberg: 
"Las energías del ello se hacen más móviles, el superyó se vuelve 
más tolerante, y el yo se libera de la angustia, quedando resta­
blecida su función sintética" (1932, p. 360). Pero la distancia que 
media entre estas formulaciones, forzosamente esquemáticas, y 
la medición de los estados reales de salud mental, o del grado 
real de salud mental de que disfruta un individuo dado, es mucho 
mayor de lo que uno querría. No es nada fácil ajustar estas con­
cepciones teóricas de la salud a lo que nosotros de hecho deno­
minamos "estar sano”. Además se tiene la impresión de que las 
concepciones individuales de la salud difieren ampliamente entre 
los mismos psicoanalistas, de acuerdo con las metas que cada 
cual se ha fijado en base a sus propios puntos de vista sobre el 
desarrollo humano, y, como es natural, de acuerdo también con 
su filosofía, sus simpatías políticas, etc. Acaso en el futuro sea 
aconsejable proceder con cautela antes de pretender llegar a una
21EL CONCEPTO DE SALUD
formulación teórica precisa del concepto de salud;de lo contra­
rio, correremos el riego de permitir que nuestras normas acerca 
de la salud dependan de nuestras preocupaciones morales y de 
otras aspiraciones subjetivas. Evidentemente, es esencial que se 
proceda siguiendo directrices puramente empíricas, es decir, exa­
minando desde el punto de vista de su estructura y desarrollo 
las personalidades de aquellos a quienes se considere en realidad 
sanos, en lugar de permitir que nuestras especulaciones teóricas 
nos dicten lo que "debemos" mirar como sano. Ésta es precisa­
mente la actitud adoptada por el psicoanálisis frente a las disci­
plinas normativas. No se pregunta si esas normas están justifica­
das, sino que concentra su atención en un problema totalmente 
diferente, a saber, en el problema de la génesis y la estructura 
de la conducta a la que de hecho, por la razón que fuere, se le ha 
asignado un lugar en una escala de valores positivos y negativos. 
Encima, los patrones teóricos de la salud son por lo general dema­
siado estrechos, en la medida en que subestiman la gran di­
versidad de tipos que en la práctica pasan por sanos. No es 
necesario decir que el análisis mismo posee también criterios 
destinados a servir como guías puramente prácticas, tales como 
los tests que se aplican con tanta frecuencia para medir la ca­
pacidad de realización y de goce.
Pero aquí me he propuesto examinar con mayor detalle esos es­
quemas teóricos para la clasificación de la salud mental y de la 
enfermedad mental, que encontramos presentes, ya sea expresa­
mente o por implicación, en la literatura psicoanalítica; y con 
tal finalidad debemos preguntamos a nosotros mismos qué con­
ceptos de la salud han sido de hecho propuestos y no si ciertos 
conceptos "deben” ser propuestos. Estas descripciones de una 
persona sana o "adaptada biológicamente", si nos limitamos en­
teramente a los perfiles más amplios y generales, revelan un 
desarrollo pronunciado en dos direcciones. Apenas es preciso decir 
que, en ninguna de ellas, se trata meramente de un factor sub­
jetivo, de alguna predilección personal que logra expresarse; son 
siempre el resultado de una rica cosecha de experiencias clínicas 
y de experiencias, muy valiosas también, en el proceso analítico 
de la curación. Estas dos direcciones destacan, como meta del 
desarrollo y de la salud, por un lado la conducta racional y por 
el otro la vida instintiva. Esta doble orientación atrae ya nuestro 
interés, puesto que refleja el doble origen del psicoanálisis en la 
historia del pensamiento: el racionalismo de la era de la Ilustra­
ción y el irracionalismo de los románticos. La circunstancia de 
que esos dos aspectos sean exaltados en la obra de Freud refleja 
sin la menor duda una auténtica intuición del dualismo que, en 
efecto, anima el problema. Ahora bien, las concepciones analíticas 
de la salud, que se han desarrollado sobre la base de las sugeren­
cias freudianas, proceden con frecuencia a asignar una promi­
nencia indebida a uno de estos puntos a expensas del otro.
EL PSICOANALISIS Y22
Cuando en el análisis se comete la equivocación de contraponer 
el ello, como la parte biológica de la personalidad, al yo, como su 
componente no biológico, se fomenta naturalmente la inclina­
ción a convertir la "vida” y la "mente” en valores absolutos. Si, 
además, reconocemos todos los valores biológicos como supre­
mos, nos habremos acercado de un modo peligroso a la enferme­
dad de nuestro tiempo, cuya naturaleza consiste en venerar el 
instinto y menospreciar la razón. No cabe duda de que estas ten­
dencias, que llevan a la glorificación del hombre instintivo y que 
en esta época asumen un cariz altamente agresivo y político, 
desempeñan un papel menos destacado en la literatura propia 
del psicoanálisis, o sometida a su influencia, que fuera de ella.
Al otro extremo de la escala encontramos el ideal de una acti­
tud racionalista y entonces se nos ofrece el hombre "perfecta­
mente racional” como modelo de la salud y como una figura 
generalmente ideal. Este concepto de la salud mental merece ser 
. examinado más de cerca. Parece suficientemente claro que existen 
ciertas conexiones entre la razón y la adaptación afortunada; pero 
esta conexión no es tan sencilla como pretenden muchos trabajos 
psicoanalíticos. No deberíamos dar por supuesto que el reco­
nocimiento de la realidad equivale a adaptarse a la realidad. La 
actitud más racional no constituye necesariamente una condición 
óptima para los fines de la adaptación. Cuando decimos que una 
idea o'un sistema de ideas está "de acuerdo con la realidad”, esto 
puede significar que el contenido teórico del sistema es verdade­
ro; pero también que el traslado de esas ideas a la acción da como 
resultado conducirse de un modo apropiado a la ocasión. Una vi­
sión correcta de la realidad no es el único criterio para determi­
nar si la acción particular está de acuerdo con la realidad. Debe­
mos también considerar que un yo sano ha de ser capaz de servirse 
del sistema de control racional y al mismo tiempo de tener en 
cuenta el hecho de la naturaleza irracional de otras actividades 
mentales. (Esto forma parte de su función coordinadora u or­
ganizadora; véase el capítulo 3.) Lo racional debe incorporar lo 
irracional como un elemento para sus designios. Además, tenemos 
que admitir que el avance de la "actitud racional” no es unifor­
me, por decirlo así, a lo largo de un solo frente. Se tiene muchas 
veces la impresión de que un progreso parcial a este respecto 
trae consigo un retroceso parcial en otras direcciones. Ocurre 
evidentemente lo mismo con el proceso de la civilización como 
un todo. El progreso técnico puede muy bien ir acompañado de 
la regresión mental o puede realmente producirla por medio 
de los métodos masivos (Mannheim, 1935). Aquí sólo me es posi­
ble ofrecer estas ideas en sus líneas generales; pero en otro lugar 
las he desarrollado con más amplitud (1939a). Ellas nos muestran 
la necesidad de revisar aquellas concepciones analíticas que sos­
tienen que el individuo más racional (en el sentido corriente de 
la palabra) es también psicológicamente el más sano.
23EL CONCEPTO DE SALUD
Existe otro criterio fundamental sobre la salud de la mente, 
válido para la psicología, pero de un carácter menos general, que 
posee un arraigo más firme en los conceptos estructurales del aná­
lisis ; me refiero al criterio de la libertad. Por libertad no se alude 
al problema filosófico del libre albedrío, sino más bien al estar 
libre de angustia y de emociones, o a la libertad para realizar una 
tarea. Corresponde a Waelder (1936b) el mérito de haber introdu­
cido este criterio en el psicoanálisis. Creo que en la raíz de esta 
concepción yace una idea bien fundamentada; sin embargo, hu­
biera preferido evitar el uso del término libertad, por ser tan equí­
voco en su significado y por haber sido tan excesivamente usado 
por los sucesivos filósofos. En el contexto presente, libertad signi­
fica sólo el control que se ejerce por medio del yo consciente y pre­
consciente y puede muy bien ser remplazado por esa definición. 
La movilidad o la plasticidad del yo es sin duda uno de los requi­
sitos previos de la salud mental, puesto que un yo rígido podría 
ser un obstáculo para el proceso de adaptación. Pero es conve­
niente añadir que un yo sano no ha de ser sólo plástico ni serlo 
en toda ocasión. Por importante que sea esta cualidad, parece 
hallarse subordinada a otra de las funciones del yo. Un ejemplo 
clínico esclarecerá este punto. Todos estamos familiarizados con 
el temor obsesivo del neurótico a perder su autocontrol, un 
factor que hace muy difícil para él el asociarse libremente. El fe­
nómeno de que nos ocupamos está todavía más claramente seña­
lado en las personas que, por temor de perder su yo, son incapa­
ces de llegar al orgasmo. Estas manifestaciones patológicas nos 
enseñan que un yo sano debe estar evidentemente en posición 
de permitirse algunas de sus funciones más esenciales, incluyendo 
entre ellas su "libertad’' paraser puesto fuera de acción en oca­
siones, de modo que pueda abandonarse a la "compulsión" (con­
trol central). Esto nos lleva al problema, hasta ahora casi entera­
mente descuidado, de una jerarquía biológica de las funciones 
del yo y a la noción de la integración de los opuestos, que ya 
encontramos al tratar del problema de la conducta racional. 
Creo que dichas consideraciones relativas a la movilidad del yo 
y a la desconexión automática de sus funciones vitales, nos han 
permitido efectuar progresos muy considerables hacia el descu­
brimiento de una condición importante de la salud mental. Los 
hilos que nos guían desde este punto hacia el concepto de fuerza 
del yo son claramente visibles. Pero no quiero ahora ocuparme 
de tema tan gastado.8
Debo ahora desarrollar esta exposición crítica de las concep­
ciones psicoanalíticas de la salud en una dirección que nos faculte 
para penetrar más profundamente en el terreno de la teoría 
del yo. Por razones obvias, el psicoanálisis se ha ocupado hasta
3 Para este v otros temas que se exponen en los párrafos siguientes, 
véase también Hartmann (1939a).
EL PSICOANALISIS Y24
hoy principalmente de las situaciones en que el yo se encuentra 
en conflicto con el ello y el superyó y, más recientemente, con el 
mundo exterior. Ahora bien, en ocasiones nos topamos con la idea 
de que el contraste entre un desarrollo presidido por un conflicto 
y un desarrollo pacífico puede relacionarse automáticamente con 
el contraste que ofrecen la salud y la enfermedad mentales. He 
aquí una opinión enteramente equivocada: los conflictos forman 
parte integrante del desarrollo humano dado que proporcionan 
los estímulos necesarios. Tampoco la distinción existente entre las 
reacciones sanas y las patológicas corresponde a la que hay entre 
la conducta que se origina en las defensas y la que no. No obs­
tante, no es raro ni mucho menos encontrar en la literatura psico- 
analítica pasajes donde se sostiene que debe tomarse como 
patológico todo cuanto sea suscitado por las necesidades de la 
defensa, o resulte de una defensa desafortunada. Está perfec­
tamente claro, sin embargo, que una medida afortunada en re­
lación con las necesidades de la defensa puede ser un fracaso 
desde el punto de vista de los logros positivos, y viceversa. En 
realidad, nos estamos refiriendo aquí a dos enfoques distintos 
para clasificar los mismos hechos y no a dos series diferentes 
de hechos. Esta consideración no invalida nuestra experiencia de 
que es la función patológica la que ofrece el enfoque más pro­
vechoso de los problemas del conflicto mental. De modo seme­
jante, primero hubimos de familiarizamos con los mecanismos 
de defensa en su aspecto patógeno y sólo ahora hemos llegado 
gradualmente a entender el papel que desempeñan en el desarro­
llo normal. Se diría que no podemos apreciar adecuadamente 
el valor positivo o negativo que tales procesos tienen para la 
salud mental, mientras pensemos solamente en los problemas 
del conflicto mental y dejemos de considerar estos procesos tam­
bién desde el punto de vista de la adaptación.
Si examinamos tales cuestiones más atentamente, en muchos 
casos haremos el interesante descubrimiento de que el camino 
más corto hacia la realidad no es siempre el más prometedor 
desde el punto de vista de la adaptación. Con frecuencia apren­
demos a encontrar nuestra orientación con respecto a la realidad 
por caminos descarriados, y que esto haya de ser así resulta 
algo inevitable y no un mero "accidente". Sin duda aquí se da 
una típica secuencia: el apartarse de la realidad lleva a un cre­
ciente dominio de ella. (En sus características esenciales este 
modelo se cumple ya en el proceso del pensamiento; la misma 
observación puede aplicarse a la actividad imaginativa, a la evita­
ción de situaciones insatisfactorias, etc.) La teoría de las neurosis 
ha presentado siempre el mecanismo del alejamiento de la rea­
lidad sólo en términos de procesos patológicos; pero el examen 
de este problema desde el punto de vista de la adaptación, nos 
enseñará que semejante mecanismo tiene un valor positivo para 
la salud (véase también A. Freud, 1936).
25EL CONCEPTO DE SALUD
En relación con esto, un nuevo problema reclama nuestro in­
terés; me refiero a la forma en que empleamos los términos 
"regresión" y "regresivo" dentro del sistema analítico de cri­
terios para estimar la salud mental. Nos hemos habituado a 
pensar en la conducta regresiva como la antítesis de la conducta 
adaptada a la realidad. Todos estamos familiarizados con el pa­
pel que desempeña la regresión en la patogénesis y por esa mis­
ma razón no necesitaré ocuparme de ese aspecto del problema. 
Pero en la realidad de los hechos, hemos de distinguir entre las 
formas progresivas de la adaptación y las regresivas. No encon­
traremos dificultad para definir la adaptación progresiva; sig­
nifica una adaptación en la dirección del desarrollo. Pero asi­
mismo hay ejemplos de adaptaciones afortunadas que se han 
conseguido por medio de la regresión. Entre ellos tenemos 
muchos en la actividad de la imaginación; otro ejemplo más es 
el proporcionado por la actividad artística, así como por esos 
dispositivos simbólicos para facilitar el pensamiento que encon­
tramos hasta en la ciencia, en donde éste es de lo más estricta­
mente racional.
No estamos preparados para percibir al primer golpe de vista 
por qué se da con tan relativa frecuencia el caso de que la adap­
tación se logre sólo mediante estos rodeos regresivos. Probable­
mente la posición verdadera sea que con su yo, especialmente 
tal y como se expresa en el pensamiento y la acción racionales, 
y en su función sintética y diferenciadora (Fuchs, 1936), el hom­
bre se halle provisto de un órgano de adaptación altamente 
diferenciado, pero que este órgano altamente diferenciado re­
sulta a las claras incapaz por sí mismo de garantizar un máxi­
mo de adaptación. Un sistema de regulación que opera al más 
alto nivel del desarrollo no es suficiente para mantener un equi­
librio estable; se requiere un sistema más primitivo para com­
pletarlo.
Las objeciones que me siento obligado a elevar contra las defi­
niciones de la salud y de la enfermedad mentales, últimamente 
mencionadas (en conexión con los problemas de la defensa, de 
la regresión, etc.), pueden resumirse así: esas concepciones de la 
salud abordan el problema con excesivo apego a la perspectiva 
de las neurosis, o, más bien, están formuladas en términos de 
contraposición con las neurosis. Los mecanismos, etapas de des­
arrollo, modos de reacción, con los que nos hemos familiarizado • 
por el papel que desempeñan en el desarrollo de las neurosis, 
son relegados automáticamente al terreno de lo patológico; y la 
salud es caracterizada como un estado en el que esos elementos 
se hallan ausentes. Pero la contraposición así establecida con las 
neurosis no puede tener significado alguno mientras no consi­
gamos valorar el grado en que estos mecanismos, etapas de 
desarrollo y modos de reacción, se hallan activos en individuos 
sanos o en el desarrollo de aquellos que posteriormente lo serán;
EL PSICOANALISIS Y26
es decir, mientras una "psicología normal" analítica brille aún 
por su ausencia. Es ésta una de las razones por las cuales el 
análisis de la conducta adaptada a la realidad es hoy considera­
do precisamente de tanta importancia.
Debo añadir que la naturaleza arbitraria de tales definiciones 
de la salud y de la enfermedad mentales son con mucho menos 
evidentes en la literatura psicoanalítica, propiamente dicha, que 
en muchas de sus aplicaciones a las circunstancias sociales, a la 
actividad artística, a la producción científica, etc. Ahí donde 
entran en juego, con toda claridad, las valoraciones éticas, esté­
ticas y políticas, y se procede a hacer uso del concepto de salud 
con fines especiales, tiene que haber una amplitud mucho mayor 
para tales enjuiciamientos arbitrarios. Escamoteando diestra­
mente estos tipos de normas, resulta bastante fácil demostrarque aquellos que no comparten nuestra visión política o general 
de la vida son neuróticos o psicóticos, o que las condiciones 
sociales, a las cuales por alguna razón nos oponemos, han de ser 
consideradas como patológicas. Creo que todos vemos con clari­
dad que tales juicios —los compartamos personalmente o no— 
carecen de todo derecho a ser formulados en nombre de la cien­
cia psicoanalítica.
Ahora ha quedado completamente claro para nosotros en qué 
sentido muchos de los conceptos de salud y de enfermedad, de 
que nos ocupamos en este escrito, se hallan más necesitados 
de ampliación; a saber, en la dirección de las relaciones del 
sujeto con la realidad y de su adaptación a ella. No pretendo 
sugerir que en esos intentos de formular una definición, de llegar 
a un concepto teórico de la salud, haya sido olvidado el factor 
adaptativo, ya que está muy lejos de ser ése el caso. Pero la 
forma en que se expresa el concepto mismo de adaptación, mues­
tra que se halla en muchos aspectos deficientemente definido; 
y, como ya lo he hecho notar, "la conducta adaptada a la rea­
lidad” ha ofrecido hasta ahora escasas oportunidades para ser 
abordada psicoanalíticamente.
También es obvio que eso que designamos como salud o enfer­
medad está íntimamente ligado con la adaptación del individuo 
a la realidad (o, empleando una formulación muchas veces repe­
tida, con su sentido de autoconservación). Recientemente hice un 
intento de explorar con más profundidad los problemas con que 
se enfrenta el psicoanálisis en esta circunstancia (1939a). Aquí 
me limitaré a unas cuantas sugerencias que pueden parecer dig­
nas de consideración para estructurar una definición de la 
salud. El ajuste del individuo a la realidad puede hallarse en opo­
sición al de la raza. Ahora bien, es verdad que estamos habitua­
dos, desde el punto de vista de nuestras metas terapéuticas, a 
conceder un margen importante de prioridad a las exigencias 
de la adaptación del individuo sobre las de la raza. Pero si de­
bemos de insistir en la existencia de cierta conexión entre la
27EL CONCEPTO DE SALUD
salud mental y la adaptación, nos veremos obligados a admitir, 
a la luz de nuestras anteriores observaciones, que el concepto 
de salud puede tener significados contradictorios según se pien­
se en él relacionándolo con el individuo o con la comunidad. 
Por otra parte, es conveniente distinguir entre la condición de 
estar adaptado y el proceso por el cual se logra la adaptación. 
Por último, debo señalar que dicha adaptación sólo es suscepti­
ble de ser definida en relación con alguna otra cosa, en referencia 
al medio circundante específico. El estado real de equilibrio 
alcanzado en un individuo dado no nos dice nada acerca de 
su capacidad de adaptación, en tanto no hayamos investigado 
sus relaciones con el mundo externo. Así, una “capacidad de 
realización y de goce" sin obstáculos, considerada sólo aislada­
mente, no nos dirá nada decisivo con respecto a la capacidad 
para adaptarse a la realidad. Por otro lado, las perturbaciones 
en nuestra capacidad de realización y de disfrute (por razones de 
simplicidad me atengo a estos criterios habituales) no deben ser 
valoradas únicamente como un indicio de fracaso en la adapta­
ción. En realidad, esto no era preciso decirlo y si lo menciono es 
porque en ocasiones se pasa por alto cuando se intenta formular 
una definición. Como un factor indispensable para evaluar las 
fuerzas de adaptación del individuo, debemos destacar las rela­
ciones de éste con un “ambiente promedio típico”. Y si vamos 
a establecer criterios de salud basados en la adaptación o en la 
capacidad para adaptarse, habrá que tener en cuenta todos estos 
aspectos del concepto de adaptación. Debemos insistir en que los 
procesos de adaptación son adecuados sólo dentro de un radio 
limitado de condiciones ambientales; y que los esfuerzos afortu­
nados para adaptarse a situaciones externas específicas pueden, 
por caminos indirectos, llevar al mismo tiempo a inhibiciones 
en la adaptación que afecten al organismo.
Freud (1937a) caracterizaba hace poco este estado de cosas con 
una cita de Goethe: “La razón se vuelve sinrazón; lo benéfico, un 
tormento.” A la inversa, cuando la miramos desde este ángulo, 
la proposición de que la naturaleza del medio ambiente puede 
ser tal que un desarrollo patológico de la psique ofrezca una solu­
ción más satisfactoria que un desarrollo normal, pierde su ca­
rácter paradójico.
Esta exposición, forzosamente condensada, tiene que hacer sin 
duda que las consideraciones aquí bosquejadas aparezcan un 
tanto áridas; pero estoy convencido de que ningún analista 
hallaría dificultad alguna en esclarecerlas con ejemplos tomados 
de su experiencia clínica. A propósito de esto querría insistir 
una vez más en que estaremos obviamente en mejor posición 
para relacionar todas estas definiciones con circunstancias con­
cretas y clínicamente manifiestas, aplicando así el concepto de 
salud de un modo inequívoco y digno de confianza, cuando, sea­
mos capaces de avanzar un poco más en el terreno de la "ps:-
28 EL PSICOANALISIS Y
cología normal” analítica, en el análisis de la conducta adaptada. 
Creo que un examen más atento de los fenómenos de adaptación 
puede también ayudamos a evitar la oposición entre la concep­
ción "biológica” y la "sociológica” del desarrollo mental, que 
desempeña cierto papel en el análisis, pero que es fundamental­
mente estéril. Sólo cuando consideremos los fenómenos sociales 
de adaptación en su aspecto biológico, podremos realmente em­
pezar a "lograr una psicología correctamente situada en la jerar­
quía de la ciencia, es decir, como una ciencia biológica” (Jones, 
1936).
Es importante que nos percatemos con claridad tanto de que 
existe una estrecha relación entre adaptación y síntesis como 
de la amplitud de dicha relación. Un requisito previo de la adap­
tación afortunada es una "organización del organismo”, la repre­
sentación específica de lo que en la esfera mental ponemos en 
relación con la función sintética (y también con la función dife- 
renciadora, la cual, sin embargo, ha sido explorada menos com­
pletamente); por otra parte su eficacia dependerá sin duda de 
la medida en que la adaptación se logre. Es un proceso que 
visto "desde dentro” puede muchas veces aparecer como una 
perturbación de la armonía mental, pero que si se lo ve "desde 
fuera” hay que caracterizarlo como un trastorno de la adapta­
ción. Así también los conflictos instintivos están vinculados muy 
frecuentemente con una relación perturbada con el medio am­
biente. A este respecto es también significativo que el mismo 
proceso de defensa sirva comúnmente a la doble finalidad de 
adquirir dominio sobre los instintos y de alcanzar una acomoda­
ción con el mundo exterior.
Al tratar así de hacer de la adaptación, y en especial de la 
síntesis, la base de nuestro concepto de la salud, creemos haber 
llegado a un concepto de la salud "evolutivo". Y de hecho esto 
representa una contribución psicoanalítica al concepto de la salud 
menta] que no debe ser subestimada. Pero por otra parte, un 
concepto que relaciona el grado de salud mental con el grado 
de desarrollo alcanzado realmente (equiparando el factor del 
control racional y, en el plano instintivo, el logro de la etapa 
genital como un requisito previo de la salud) sufre de ciertas 
limitaciones, cuando menos por lo que respecta al yo, limita­
ciones a las que he aludido brevemente.
Resumiendo: Me he esforzado por exponer y dilucidar cierto 
número de puntos de vista que ha adoptado de hecho el psico­
análisis para llegar al concepto de salud, ya sea expresamente 
o por implicación. De una manera unilateral procedí a destacar, a 
fin de fijar en ellas casi exclusivamente la atención, esas condi­
ciones de la salud mental que se consideran relacionadas con 
el yo. Intencionalmcnte me he limitado de este modo. Me parece 
que han existido buenas razones para que la psicología del ello 
no haya logrado proporcionamos una clave delos problemas de
29EL CONCEPTO DE SALUD
la salud mental. Además al efectuar mi estudio desde el punto 
de vista del yo, me encuentro en posición de discutir ciertos 
problemas de la teoría del yo que no tienen definitivamente 
menos importancia que la cuestión de nuestros criterios sobre 
la salud. La contribución que personalmente haya sido capaz de 
hacer para el desarrollo y la crítica posteriores de estas opinio­
nes, no nos capacita ciertamente para formular un concepto de 
la salud mental en términos simples, inequívocos y terminantes. 
Pero confío en que nos ayudará a discernir con toda claridad 
en qué dirección deben desarrollarse esos prolegómenos para 
una futura teoría analítica de la salud.
2. PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
(1944)
Es evidente hoy en día que muchos problemas pertenecientes 
a las ciencias sociales no sólo pueden, sino deben ser considera­
dos desde el punto de vista psicológico. Los resultados del psico­
análisis y de la psicología y psiquiatría no analíticas están siendo 
consultados en grado creciente por los sociólogos. Del mismo 
modo los psicólogos y psiquiatras, en particular los psicoanalis­
tas, han invadido el campo de la sociología. Se reclaman los 
servicios del psicólogo también cuando se discuten problemas 
prácticos, tales como cuestiones de educación, de criminología, 
de mora!, propaganda o temas análogos.
Sería de esperar que cualquier psicólogo que no se limite a 
expresiones aisladas de la personalidad humana, o a sus capas 
superficiales, como ocurría en algunas de las escuelas psico­
lógicas más antiguas, tendrán finalmente que enfrentarse con la 
tarea de explicar la relación del individuo con su medio social; 
por otra parte, todo abordamiento sociológico ha de basarse en 
ciertos supuestos concernientes a la estructura y la conducta de 
la personalidad humana. La sociología en realidad es un estudio 
de la conducta humana, aun cuando se limite sólo a uno de sus 
aspectos. Por lo tanto, es completamente plausible que la socio­
logía halle su base en las leyes de la psicología. Los primeros 
conceptos sobre la sociedad usados por los psicólogos, y los 
de la personalidad humana empleados por los sociólogos, eran 
altamente esquemáticos y, debido a eso, no particularmente fruc­
tíferos. Esos conceptos pocas veces iban más allá del punto a 
donde podía llegarse por medio del sentido común, dentro de 
las condiciones de una educación media. Varios sociólogos, des­
ilusionados con los métodos de la psicología científica en boga 
de ese tiempo, crearon una psicología propia que se adaptaba 
mejor a sus necesidades. Al hacerlo, siguieron el camino tomado 
por los pedagogos, criminólogos y esteticistas, quienes igual­
mente se encontraban en situación desventajosa por la ausencia 
de un conjunto de conocimientos empírico y sistemático de esas 
funciones de la personalidad que eran de interés destacado 
para ellos.
No toda psicología, ni aun aquella que puede ofrecer resulta­
dos correctos y verificables, está cualificada para responder a las 
preguntas de la ciencia social. Muchas escuelas psicológicas han 
desdeñado por completo las relaciones sociales del individuo. 
Hablan de las leyes que rigen los procesos de pensamiento sin 
tomar en consideración el mundo a que el pensamiento se refie­
re; hablan de las leyes de la afectividad, descuidando los objetos
30
31PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
de las emociones y las situaciones que las provocan. £n otras 
palabras, no toman en cuenta los objetos concretos en relación 
a los cuales se produce la conducta, o a las raíces de la conducta 
en situaciones vitales concretas. Esto se debe a que estudian al 
individuo como si estuviera completamente aislado del mundo 
de los fenómenos sociales. Los fenómenos psicológicos de grupo 
son, por lo tanto, completamente inaccesibles a este tipo de enfo­
que psicológico, pues semejante separación del individuo del 
mundo en que vive es enteramente artificial. Esta tendencia ha 
sido un serio obstáculo en el desarrollo de la psicología, no sólo 
en las aplicaciones sociales, sino en muchos otros contextos 
también.
Frcud y el psicoanálisis dieron a la ciencia un cambio definitivo 
de dirección. Sin duda, a fines del siglo pasado, pocos estudiosos 
habrían podido anticipar que la base para una psicología de las 
relaciones entre los seres humanos fuera a provenir del estudio 
de las neurosis. Y como ocurrió en realidad, a través del nuevo 
enfoque del problema de la neurosis -—un enfoque completa­
mente ajeno a la atmósfera del laboratorio psicológico—, la com­
plejidad plena de las relaciones de un individuo con sus prójimos, 
como objetos de amor, de odio, de temor y de rivalidad, se 
convirtió de pronto en el foco principal de interés psicológico, 
probablemente sin que Freud haya previsto la dirección que su 
trabajo tomaría. Como lo acabamos de indicar, el abordamiento 
de este campo se efectuó mediante la patología y, más allá de 
ésta por el estudio de los impulsos instintivos humanos, de su 
desarrollo, transformaciones e inhibiciones. Desde entonces, el 
análisis se ha desarrollado convirtiéndose en una psicología gene­
ral, que incluye también el análisis de la conducta normal y 
de otras estructuras psíquicas. El hecho, sin embargo, de que el 
psicoanálisis tenga este origen, de que haya empezado como 
una psicología de los fenómenos mentales "irracionales" y de lo 
inconsciente, o más bien del ello, fue, en conjunto, decisivo para 
su desarrollo, así como para el de la psicología social. Es evi­
dente que una psicología que analiza sólo el interés consciente 
del individuo por el poder, la posición social, el deseo de lu­
cro, etc., ignorando las raíces de esos intereses en el ello, tiene 
que resultar demasiado estrecha para hacer justicia a la extra­
ordinaria variedad de los fenómenos sociales que requieren elu­
cidación. Aun muchas formas de conducta que parecen "racio­
nales" adoptan un aspecto diferente si no se ven como fenóme­
nos aislados, sino a la luz de la conducta total del individuo. En 
términos psicoanalíticos diríamos que aparecen a una luz dife­
rente cuando los observamos no sólo bajo el aspecto del yo, sino 
también bajo los aspectos del ello y del superyó.
Podemos preguntar: ¿en qué forma la relación de un indivi­
duo con sus prójimos y con la "sociedad” entra en la esfera del 
psicoanálisis? En primer lugar, las relaciones amorosas del hom-
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA32
bre, en el sentido más amplio de la palabra, es decir, desde las 
manifestaciones sensuales hasta las sublimadas (la amistad, por 
ejemplo), y la protesta de la sociedad contra muchas formas de 
expresión sexual, captó el interés de quienes trabajan en ese 
campo. Posteriormente, el psicoanálisis trabó contacto también 
con otros tipos de relaciones, tales como las tendencias agresi­
vas y las identificaciones, que se volvieron igualmente impor­
tantes en la psicología de grupo. El enfoque esencial para la com­
prensión de estos fenómenos, aquí como en cualquiera otra 
parte del psicoanálisis, fue el genético. El estudio del desarrollo 
de las relaciones objetuales humanas ha sido una de las partes 
más importantes del análisis desde sus comienzos. La forma en 
que el niño aprende a elegir y reconocer los objetos y la forma 
en que estas relaciones objetuales infantiles, mediante repeticio­
nes, desplazamientos, inversiones y demás, influyen decisivamen­
te en las relaciones amorosas del adulto tanto como en sus 
relaciones sociales, dentro de la vida profesional y política, cons­
tituye uno de los temas principales de la experiencia analítica, 
que hasta la fecha aún no ha sido plenamente agotado. Aquí 
escojo sólo un grupo de problemas que parecen ofrecer una 
base adecuada para ciertas reflexiones.
El bebé, desde el momento de su nacimiento (en realidad 
hasta antes), está en contacto constante con su contorno social, 
y durante un largo periodo de tiempo su vida depende de esos 
primeros contactos. Pero al principio la criatura no conoce ob­
jeto algunoen un sentido psicológico. El proceso de la verdadera 
cristalización de los objetos sigue a un periodo en el que hubo 
una notable falta de diferenciación en todas las reacciones, y 
se produce en estrecha conexión con las necesidades de los im­
pulsos instintuales, de una parte, y con el desarrollo del yo, de 
la otra. El reconocimiento del mundo de los objetos se basa 
parcialmente en el remplazamiento (o modificación) del princi­
pio del placer por el principio de realidad y dependencia de la cre­
ciente madurez y fortaleza del yo. Freud descubrió que el des­
amparo y la dependencia prolongados del niño del mundo adulto 
tiene dos consecuencias principales, que son importantes desde 
el punto de vista de su desarrollo. Esta temprana dependencia 
suscita una diferenciación de gran alcance entre el ello y el yo 
y fomenta las posibilidades de maduración del yo, así como el 
proceso de aprender. Pero dicha dependencia también acrecienta 
la importancia del peligro exterior, tanto como la de aquellos 
objetos que ofrecen protección, hasta un grado desconocido entre 
los animales inferiores. Considerando esta dependencia completa 
del cuidado y la protección de otros, es natural que la necesidad 
de amor del hombre y su temor de perder el amor del objeto 
estén fuertemente desarrollados.
Es evidente que los hallazgos analíticos de este género son de 
gran importancia para la sociología. Al mismo tiempo, cuando
33PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
se miran desde el ángulo de la adaptación, la maduración y el 
aprendizaje, ofrecen un campo que es esencial en la biología 
humana. La relación del bebé con su madre, la institución 
del principio de realidad, los cambios en los tipos de gratifica­
ción instintiva, pueden ser todos descritos "biológicamente" así 
como "sociológicamente”. Hay, por supuesto, elementos a los 
cuales esto no puede aplicarse, tales como la dotación instintiva, 
la constitución del yo, la maduración, etc. Lo cierto es que el 
psicoanálisis está particularmente interesado en el estudio psico­
lógico de tales factores "sociales”, que a la vez son de impor­
tancia "biológica”. Me doy cuenta perfectamente del carácter 
vago de estos términos, y podría ser de lo más fácil afirmar 
que estos campos diferentes pueden hallar su lugar en el marco 
de la sociología, al igual que en el de la biología. Si me concentro 
aquí en el enfoque sociológico, es porque el tema que trato así 
lo requiere. Pero no subestimo las implicaciones biológicas de di­
chos temas.
La dependencia y desamparo, que tienen tan larga duración 
en el niño, son fenómenos que vemos en todos los seres huma­
nos, sin atender a su cultura y civilización, aun cuando si se com­
paran rigurosamente pueden no ser idénticos. La forma en la 
cual el mundo del adulto enfrenta estos problemas difiere, sin 
embargo, en las diversas civilizaciones. Además, en una civiliza­
ción dada, el problema no es tratado de la misma manera por 
todas las familias y aun en la misma familia habrá una variación 
de un hijo al siguiente. Entre estos factores, pues, hay algunos 
que son constantes y otros que son variables. No coinciden en 
absoluto con los factores biológicos y sociológicos. Se puede 
llegar a los valores promedios, característicos de cualquiera 
civilización específica con respecto a las fronteras entre ambos, 
o a la manera, el grado y el tiempo en que los impulsos del niño 
muy pequeño son controlados por las influencias culturales, o 
las satisfacciones y frustraciones que el niño experimenta duran­
te el proceso y el desarrollo peculiar de su yo, el cual reconcilia 
con mayor o menor éxito las demandas del mundo exterior con 
sus necesidades infantiles. (Esto es verdad aun cuando en cada 
caso desempeñan su papel otros factores, tales como el consti­
tucional y el del desarrollo.) Así como Freud hizo que fueran 
útiles para la antropología los resultados del psicoanálisis (de 
esto nos ocuparemos posteriormente), en este contexto se puede 
emplear la antropología con et fin de resolver problemas ana­
líticos. Bajo la influencia del psicoanálisis, los antropólogos 
comenzaron a tomar en consideración los factores arriba expues­
tos y otros pertenecientes a la misma esfera. Sucede que, como 
en otras ciencias sociales, conceptos basados en la experiencia 
analítica sacan a la luz nuevos hechos y nuevas relaciones, y 
que la nueva manera de plantear las preguntas evoca nuevas res­
puestas, las que a su vez han resultado de importancia en la
PSICOANÁLISIS Y SOCIOLOGIA
armazón psicoanalítica. La plasticidad de la condición del niño 
pequeño y sus límites, el grado en que puede o no ser influido 
por los factores culturales, se hallan mejor delimitados por los 
estudios antropológicos que por individualidades analizadoras 
de la misma cultura. En dichos problemas la antropología tiene 
cierta validez experimental y puede, en ciertos casos, contribuir 
con material que confirmará o negará los supuestos psico- 
analfticos.
El aspecto histórico del pensamiento psicoanalítico impide que 
el análisis sea nada más una doctrina de "la naturaleza del hom­
bre" en el sentido en que, por ejemplo, los filósofos del siglo xvm 
consideraban este problema. El psicoanálisis se preocupa por 
las modificaciones que las condiciones cambiantes ejercen so­
bre las situaciones y tributos generalmente humanos. Entre esas 
condiciones y los factores sociales desempeñan un papel único. 
Aun cuando podamos anticipar la presencia de impulsos instin­
tivos agresivos en todas las personas, no podemos llegar a la 
conclusión de que una expresión completamente delineada de 
estos impulsos, el bélico por ejemplo, haya de ser inevitable en la 
historia de la humanidad. La expresión de las tendencias agre­
sivas básicas está determinada por factores que pueden cambiar 
en el transcurso de las generaciones. Por otra parte, la nega­
ción de todos los elementos constantes entre aquellos que puede 
demostrarse que tienen una influencia en el proceso de llegar 
a ser hombre está, naturalmente, en contradicción con la expe­
riencia. El psicoanálisis puede ir más allá y demostrar que el 
ello, el yo y el superyó presentan resistencias de diversos grados 
a las influencias del mundo externo y particularmente a las que 
provienen de factores culturales. También nos da el psicoanálisis 
una idea del modo en que el yo y el superyó pueden modificarse, 
y del mismo modo nos ofrece una firme indicación de la tenaci­
dad con que el ello se opone a las influencias del mundo exterior. 
(No deseo ocuparme en este momento de las transformaciones 
típicas del ello durante el desarrollo del individuo y de la posi­
bilidad de influir en el ello mediante el proceso terapéutico del 
análisis.) En cualquier caso, deseo destacar no sólo que Freud 
reconoció plenamente la importancia de los factores sociales en 
el desarrollo del carácter y de la neurosis, sino que fue el pri­
mero que les proporcionó un sitio científicamente comprensible 
en las diversas regiones de la psicología y la psicopatología.
Acaso fuera provechoso agrupar la gran diversidad de modos 
por los cuales la conducta del individuo puede ser afectada por 
factores culturales —cuando menos desde dos puntos de vista 
diferentes— comenzando con los estratos de la personalidad en 
que esos factores ejercen una influencia. Ellos pueden, junta­
mente con otras influencias, codeterminar la estructura central 
de la personalidad, provocando, por ejemplo, el establecimiento 
temprano de formaciones de reacción específicas, o pueden co-
34
35PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
determinar el grado de severidad del superyó o el grado de. 
movilidad del yo. Por otra parte, su efecto puede ejercerse un 
poco más allá del núcleo de la personalidad. Individuos de la mis­
ma (o más correctamente, de análoga) constitución e historia 
infantil serán, sin embargo, impulsados por canales de desarro­
llo diferentes, según que pertenezcan a una sociedad de una 
estructura social o de otra y, en esa sociedad, a uno o a otro 
nivel social, porcuanto que las frustraciones y posibilidades de 
sublimación, etc., son una característica de la sociedad y del nivel 
social. (Se da por sabido que no tomo en consideración factores • 
que no son psicológicos.) Así pues, hay factores culturales que no 
influyen a la estructura mental de una persona o el modo me­
diante el cual resuelve sus conflictos, sino sólo a las capas 
superficiales de la personalidad, por ejemplo, la elección de 
racionalizaciones, el lenguaje conceptual, ciertos contenidos men­
tales, etc. Esta distinción sirve meramente para concretar nues­
tro problema y militar contra la tendencia que considera los 
factores sociales equivalentes frente a connotaciones psicológicas 
completamente diferentes. Hay por supuesto transiciones entre 
los tres grupos de factores que he mencionado. Otra contribu­
ción igualmente indispensable para la organización de los hechos 
sociales, de acuerdo con su significación psicológica, consiste 
en observar sus efectos específicos sobre el ello, el yo y el superyó.
Si, por ejemplo, nos enfrentamos con esta pregunta: ¿cuáles 
son los factores culturales que ejercen una influencia en la fre­
cuencia y en el tipo de la neurosis?, se debe tomar en considera­
ción muchos de los grupos de factores mencionados antes, con­
forme a su importancia individual. El hecho de que la neurosis 
es el resultado específico de un conflicto entre los impulsos 
instintivos y el yo y el superyó, sigue siendo la característica 
psicológica básica de la neurosis cuando se la considera etio- 
lógicamente. Sin embargo, hay transformaciones del tipo de 
los fenómenos neuróticos. Los cambios en las formas de las 
neurosis en la civilización occidental durante la última genera­
ción, por ejemplo, sugieren que la estructura profunda de la 
personalidad ha sido modificada por condiciones culturales. 
Además diversos factores sociales desempeñan su papel. Esto 
se demuestra por el hecho de que el mismo tipo de neurosis 
tendrá implicaciones diferentes para personas que vivan en 
situaciones sociales y económicas diferentes. Por último, existe 
una diferencia en la sintomatología de las neurosis en las distin­
tas civilizaciones, lo que tiene que ver exclusivamente con el 
contenido (la elección del objeto de la angustia en las fobias, 
por ejemplo). La relativa importancia de los elementos socia­
les, cuando se comparan con los otros factores que ejercen 
una influencia en la génesis y forma de la neurosis, es un pro­
blema que no deseo abordar en este momento. He puesto 
este ejemplo sólo para mostrar en qué forma debemos dispo-
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
ner de conceptos tales como "cultura", "civilización” y "for­
mas de sociedad”, que se definen primariamente no por el sis­
tema conceptual de la psicología, sino por el de otras ciencias 
al estudiar las relaciones mutuas entre el hombre y la sociedad.
No deseo continuar en la senda de volverme cada vez más espe­
cífico a este respecto, pero me gustaría enfocar una caracterís­
tica general de estas relaciones mutuas. Presentemos el pro­
blema mediante una comparación con ciertas observaciones 
instructivas que tienen que ver con la teoría de la neurosis. Sabe­
mos que en la histeria la elección del órgano afectado es en 
parte determinada por las características físicas particulares del 
órgano. Freud- definió esto como condescendencia somática. 
Existe una relación análoga entre la estructura mental del indi­
viduo y el medio social que lo rodea. Esto nos da el derecho de ha­
blar de condescendencia social, por la que entendemos el hecho 
de que los factores sociales deben describirse también psicoló­
gicamente de tal modo que se demuestren sus efectos selectivos, 
los cuales operan en la dirección de la selección y la realización 
de ciertas tendencias y su expresión, y de ciertos principios de 
desarrollo entre ellos los que, en cualquier momento dado, son 
potencialmente demostrables en la estructura del individuo. Es­
tos procesos selectivos se hallan presentes en todas las etapas 
del desarrollo humano.
Por lo tanto, estamos primordialmente interesados en esta 
pregunta: ¿de qué manera y en qué grado una estructura social 
dada trae a la superficie, provoca o refuerza ciertas tendencias 
instintivas o ciertas sublimaciones, por ejemplo? Por otra parte, 
la forma en que las diferentes estructuras sociales facilitan la 
solución de ciertos conflictos psíquicos por una participación 
—mediante la acción o la fantasía— de realidades sociales da­
das, merece también una investigación especial. Tomemos un 
ejemplo que se adentra ya en la patología. Freud (1924b) des­
cribió un tipo de persona (masoquistas morales), en el cual la 
moralidad se sexualiza y los conflictos habituales entre el yo y 
el superyó se expresan regresivamente en las relaciones sociales 
y contra las instituciones del mundo exterior. Tales personas 
esperan e incitan a que las hagan sufrir y las castiguen quienes 
representan a los padres, a las autoridades personales e imper­
sonales y al destino. Viviendo en un sistema autoritario absoluto 
—que sería intolerable para otros tipos de personalidad— se 
torna posible para una persona así hallar una solución a sus 
conflictos utilizando la realidad.
Hay, entonces, un gran número de personas cuya conducta so­
cial activa representa no una acción racional, sino una "exhi­
bición” (acting out), que es más o menos neurótica en relación 
con la realidad social. En tal "actuación” repiten situaciones de 
la infancia y tratan de utilizar su conducta social para resolver 
conflictos intrapsíquicos. Se utiliza también una firme confianza
36
37PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
en la realidad para dominar el miedo. Esto puede tener, aun­
que no necesariamente, el carácter de un síntoma. También de­
pende de las peculiaridades del medio social el que los conflic­
tos y las tensiones angustiosas sean superados por la conducta 
social. Por otra parte, en ocasiones una modificación de la es­
tructura social que limita esta actividad o que, por ejemplo, 
hace más difíciles ciertas actividades sublimadas, lleva a una 
reaparición de aquellos conflictos que fueron temporalmente do­
minados y sirve para precipitar una neurosis. (Naturalmente, 
esto es verdad sólo donde hubo situaciones en la infancia que 
predispusieron a la persona a desarrollar una neurosis así.)
Las posibilidades de adaptación de la misma estructura psíqui­
ca (o aproximadamente la misma) pueden ser diferentes en tipos 
de sociedad diferentes y entre clases sociales diferentes. Deter­
minado grado del carácter compulsivo, por ejemplo, que en cier­
to grupo o en presencia de determinadas instituciones se mani­
fiesta como una perturbación adaptativa, produciendo lo que 
podríamos llamar una falla social, puede, en otras condiciones 
sociales, no sólo no interferir con el cumplimiento de deberes so­
ciales esenciales, sino ser realmente responsable de ellos. Si 
miramos el problema siguiendo las líneas directrices de que nos 
hemos ocupado hasta ahora, podremos considerar las distintas 
posibilidades para resolver el conflicto y los diversos grados de 
estabilidad psíquica que la estructura social ofrece al individuo. 
Por otra parte, es posible pasar por alto enteramente la cuestión 
de cuál sea la contribución del medio social a la elaboración del 
modelo de conducta específico, a la resolución de los conflictos 
y al grado de equilibrio alcanzado, y formular otra cuestión: 
¿cuáles son las funciones sociales que son accesibles, ya sea fácil­
mente o con dificultad, o que no son accesibles en absoluto, en 
cualquier encuadre social dado para toda estructura de la per­
sonalidad dada, independientemente de la manera en que esta 
estructura se haya desarrollado? (Me reduzco aquí al lado psico­
lógico del problema.) Apenas hace falta indicar que esta pre­
gunta puede ser contestada solamente ceteris paribus, pues un 
gran número de factores no psicológicos, económicos y de otro 
género, participan en el proceso. Así podemos decir: la relación 
entre

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