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T ESTADO- Sin cátedra- Socialismo- 2022

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Resumen Socialismo Teoría del Estado Derecho UBA
Orígenes del socialismo
I. DEL SOCIALISMO UTÓPICO AL SOCIALISMO CIENTÍFICO
Europa después de 1815. El Congreso de Viena y la Santa Alianza
Tras la derrota final de Napoleón Bonaparte, las potencias vencedoras, es decir,
Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia se reunieron en el Congreso de Viena para
reorganizar Europa. Francia, donde se había vuelto a instalar la monarquía con Luis
XVIII, fue reducida a sus límites originales previos a la Revolución. El resto de las
fronteras resultó arreglado de acuerdo a la conveniencia y las ambiciones imperialistas
de los vencedores.
Estos arreglos entre las grandes potencias (Inglaterra consolidó su dominio en el mar y
adquirió gran parte de las colonias holandesas, francesas y españolas de África y Asia,
Rusia obtuvo Polonia y Finlandia, etc.), sometió a unos pueblos a otros con los que nada
tenían que ver (ej, italianos bajo control austríaco) o mezclaban naciones culturalmente
distintas (belgas y holandeses). Esta situación no tardaría en conducir a nuevos
levantamientos revolucionarios en las naciones sometidas.
A continuación, se organizó la Santa Alianza, una liga de monarcas cristianos -según la
idea de su inspirador, el Zar Alejandro I de Rusia, un místico que cada cinco años
cambiaba de opinión- cuyo real objetivo pronto quedó claro: Reprimir cualquier nueva
insurrección contra el orden establecido por el Congreso de Viena. Se buscaba
“…asegurar el absolutismo, la tradición, el orden y la religión contra un posible retorno
de la ‘hiedra revolucionaria’…”.
El Canciller austríaco, Príncipe Clemente de Metternich, un conservador declarado,
impulsó el principio de intervención militar, para lo cual, las potencias aliadas
acordaron celebrar conferencias periódicas. De joven había visto con desagrado la
Revolución Francesa, aunque al convertirse en Canciller en era de Napoleón tuvo que
contemporizar con Francia, manteniendo buenas relaciones a causa de las reiteradas
derrotas militares austríacas. Apenas se vio que Napoleón perdía capacidad militar,
Metternich cambió inmediatamente de bando, sumando su país a los enemigos del
Imperio Francés.
En el Congreso de Laibach (1821), se respondió al pedido de auxilio del Rey de
Nápoles, cuyo poder había sido limitado por una revolución que impuso una
constitución. Las tropas austríacas invadieron Nápoles y restablecieron el absolutismo,
permaneciendo en la región como ocupantes hasta 1827. Otro Congreso celebrado en
Verona (1822) trató la cuestión de un levantamiento español contra Fernando VII, quien
también había sido obligado a aceptar una Constitución. Esta vez le correspondió a la
Francia de Luis XVIII restablecer el orden del Congreso de Viena: Cien mil soldados al
mando del Duque de Angulema atravesaron los Pirineos y repusieron la autoridad plena
de Fernando VII.
La Revolución de 1848
“La Santa Alianza trabajó bajo la ilusión de que, derrotado Napoleón habían derrotado a
la Revolución, atrasado el reloj del destino y restablecido la monarquía absoluta, esta
vez, sobre una base santificada y para siempre”-H.G. Wells
Como respuesta a la Santa Alianza proliferaron en Europa las sociedades secretas de
revolucionarios: Demócratas, nacionalistas, socialistas; es decir, todos aquellos que
estaban en contra de las monarquías absolutistas, intentaron sublevaciones con diverso
éxito (1830, 1832, etc.).
Fue 1848 la fecha decisiva: en Enero se rebelaron los sicilianos, cuyo triunfo estimuló a
Nápoles a imitarlos, obligando al rey a aceptar una constitución. En Febrero estalló una
insurrección en Francia que derribó al Rey Luis Felipe y estableció la Segunda
República. Siguieron levantamientos en el norte de Italia, que nunca se había resignado
al yugo austríaco impuesto por el Congreso de Viena: Comenzó en Milán y le siguieron
Venecia, Lombardía, Parma y Módena. En los Estados Pontificios, un alzamiento obligó
a huir al Papa y se proclamó la República Romana, con Garibaldi al frente de las fuerzas
revolucionarias. Austria envió tropas a Italia, pero en mayo los estudiantes y obreros de
la misma Viena se rebelaron. Metternich tuvo que renunciar y huir y poco después el
mismo Emperador de Austria abandonaba la ciudad. Metternich era el símbolo viviente
del régimen de la Santa Alianza y las ideas conservadoras que predominaron en las
Cortes europeas a partir de 1815.
Otras naciones que integraban el Imperio austríaco como Bohemia y Hungría
aprovecharon también para sublevarse, lo mismo que los polacos de Cracovia. En el
norte europeo, Schleswig y Holstein, dos regiones
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pobladas por alemanes, fueron sometidas a Dinamarca y también se levantaron; como
los irlandeses bajo dominio británico. Por último, en Marzo la revolución también había
llegado a las calles de Berlín, donde se levantaron barricadas exigiendo libertad de
asociación y de prensa.
En Alemania la represión había sido específicamente fuerte, generando grupos
emigrados o expulsados que marchaban a Francia o a Suiza. Estos grupos fundaron
sociedades secretas, como la llamada Liga de los Justos. La Liga de los Justos
proyectaba unificar Alemania como una república, eliminando los privilegios de los
príncipes y la nobleza, pero se caracterizaba por poner especial consideración hacia los
sectores más empobrecidos, a quienes la futura República Alemana garantizaría medios
de subsistencia, instrucción pública gratuita, posibilidad de acceder al parlamento, etc.
Eran miembros de esta Liga dos jóvenes alemanes: Carlos Marx y Federico Engels, que
escribieron el Manifiesto Comunista, ya que la Liga había cambiado su nombre por
Liga de los Comunistas y aspiraban a una sociedad futura ideal de completa igualdad.
Terminología: Socialismo y comunismo. -Antes de Marx y Engels ya había
“socialismo” y “comunismo”. Para la época, se consideraba que los socialistas eran
partidarios de diferentes sistemas utópicos, o diversos curanderos sociales que aspiraban
a suprimir, con variadas panaceas y emplastos de toda suerte, las lacras sociales sin
dañar en lo más mínimos al capital ni la ganancia. Del texto de Engels se deduce que
socialistas y comunistas eran quienes rechazaban la propiedad privada como derecho
absoluto. Para los “socialistas” se trataba de moderar las injusticias por mecanismos
pacíficos e incluso sin desdeñar “convencer” a las clases altas. Los “comunistas”, en
cambio, eran partidarios de alcanzar la igualdad socializando los medios de producción.
Y esto, en general, no creían posible por la vía de la simple propaganda, sino mediante
un mecanismo revolucionario.
Diferencias entre los revolucionarios de 1848
En las revoluciones de 1848 se mezclaban sectores con el mismo enemigo, pero
objetivos finales distintos. Para la burguesía sólo se trataba de limitar el poder del
absolutismo mediante constituciones y poder continuar así sus negocios sin trabas.
Incluso estaban dispuestos a una transacción, aceptando que se mantuviera la monarquía
y la nobleza, en tanto éstos consintieran en un régimen parlamentario y garantizar
ciertas libertades básicas.
Pero junto a la burguesía, estaba ahora la clase obrera, desarrollada en consecuencia de
la Revolución Industrial. Este sector se hallaba en una situación mucho más
desfavorable, padeciendo las subas de productos alimenticios fundamentales -
consecuencia de crisis económicas- y la reducción de sus magros salarios. Cuando los
burgueses hablaban de libertad e igualdad, la clase obrera interpretaba algo más que
meras garantías formales de una constitución; interpretaban fin de la pobreza, trabajo en
condiciones dignas, etc. Y pronto la clase obrera advirtió que el proyecto político de sus
aliados burgueses no era el mismo al que ellos aspiraban: No se trataba de igualdad
“…ante Dios o ante la Ley, sino sobre la igualdad económica”.
El afianzamiento de los principios liberales, sí; por un lado, significó el fin del régimen
de la Santa Alianza; por otro lado, abrió la llamada cuestión social; es decir, el conflicto
capitalistas-trabajadores.
Surgimiento dela clase obrera. La situación en la primera mitad del XIX
La clase obrera como tal es producto de la Revolución Industrial y del ascenso de la
burguesía. Se trata de un fenómeno histórico relativamente nuevo, que data de los
últimos dos o tres siglos. Ni en la Antigüedad, ni en la Edad Media existió clase obrera
con las características actuales, por la misma razón que tampoco existía el capitalismo.
La Antigüedad se basaba en el trabajo de los esclavos y la Edad Media en las labores
agrícolas de los campesinos y artesanos de las ciudades. Es cierto que hubo trabajadores
libres en Grecia y en Roma, los mecanismos productivos eran completamente distintos
de la forma de producción capitalista. En primer lugar, porque el obrero actual carece de
medios de producción. Es el capitalista quien tiene la propiedad de la maquinaria o de la
fábrica. Por el contrario, el trabajador libre de la Antigüedad o el campesino medieval
eran dueños de sus herramientas e incluso poseían alguna huerta para su subsistencia.
Lo característico de la producción capitalista es la producción en serie y la división del
trabajo dentro de la fábrica. Mientras el artesano medieval elaboraba por sí mismo el
producto íntegramente -lo cual demandaba más tiempo y un mayor esfuerzo-, en el
sistema fabril capitalista cada obrero efectúa una tarea específica y limitada, como, por
ejemplo, ajustar una pieza o ensamblar una parte sobre otra. De aquí empieza una crítica
al régimen capitalista: El obrero queda limitado a una operación rutinaria y simple y
como debe ganarse la subsistencia, es decir, invertir varias horas de su vida en ello,
todas sus capacidades potenciales se atrofian y desaparecen, en contraste con el artesano
medieval que adquiría una especialidad completa del oficio.
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La transición del sistema económico medieval al régimen capitalista arranca con el
crecimiento comercial de la burguesía y se potencia con los descubrimientos
geográficos en América, Asia y África. Se abren así nuevos mercados -y es por eso que
no podía haber existido el capitalismo antes- y surge la necesidad de producción más
veloz y de aplicación de las máquinas. Si la burguesía mercantil va a generar a la clase
capitalista gracias a la acumulación de riqueza en sus manos; por otro lado, los
campesinos y los artesanos van a convertirse en la clase obrera.
A principios del siglo XIX la burguesía había desarrollado la ideología liberal con
Locke y Adam Smith como sus voceros más importantes. En lo político, el liberalismo
combatía al absolutismo monárquico, representaba el conflicto entre la burguesía y la
vieja nobleza. En lo económico permitía el afianzamiento de la burguesía frente a la
clase obrera. Según los principios burgueses de “libertad de contratación” y “libertad de
mercado”, los capitalistas resistían cualquier intervención del Estado para regular las
condiciones laborales, entendiendo que eso “no distorsionaba la economía”. Por eso, no
había nada que obligara al empresario a mantener su establecimiento en condiciones
higiénicas elementales, si el obrero se enfermaba allí, no era responsabilidad del
empleador.
En El Capital de Marx hay un largo capítulo titulado La Jornada de Trabajo que
describe las duras condiciones laborales en Reino Unido. Marx se basó en fuentes
inobjetables, como los informes oficiales de inspectores o médicos. Hay que señalar que
Gran Bretaña es considerado el país más avanzado de Europa, y se trataba de la primera
potencia mundial. La situación era peor en las naciones relativamente más retrasadas -
como Bélgica, Alemania y Rusia-, y muchísimo peor en países fuera de Europa como
China, India y Latinoam
Como el fin del capitalista es obtener ganancia, se procuraba hacer trabajar a los
operarios la mayor cantidad de horas. Hombres mujeres y niños eran sometidos a
brutales jornadas de 14, 16 o 18 hs continuas y a veces, mucho más. Esto se vinculaba a
las maquinarias y a la técnica de la división del trabajo. La labor del operario exigía
cada vez menos esfuerzo y menos capacitación. Por lo tanto, las mujeres y los niños
eran contratados, aunque pagándoles jornales menores. Era imposible la instrucción
escolar básica y la vida se acortaba. En las condiciones dictadas por la “libertad de
mercado”, quienes más sufrían eran los más débiles: las mujeres y los niños. Marx cita
el caso de una costurera muerta por “sobretrabajo”. Las mujeres trabajaban las mismas
horas que los hombres y sus salarios solían ser inferiores. La “libertad de contratación”
regía para todo. Los más terribles ejemplos de la “avidez del capital para incrementar
las ganancias”, como dice Marx, son los casos de niños de 8 a 13 años puestos a trabajar
a la par de los adultos.
Agréguese la situación miserable de los barrios obreros. La aristocracia vivía en
palacios, la burguesía engrandes casa de las ciudades. Los obreros ocupaban viviendas
pequeñas en las zonas más sucias de la ciudad, donde se hacinaba una familia entera o a
veces varias en el mismo cuarto. La población campesina emigraba a las ciudades,
porque la vida se había vuelto más dura en el interior. El pequeño agricultor tendía a
desaparecer ante el avance de la burguesía. El campesino propietario se veía obligado a
buscar nuevas fuentes de ingresos al no poder competir. Las deudas terminaban con la
ejecución de la pequeña propiedad, entonces la familia iba a la ciudad donde les
esperaba un destino igual o peor.
A todos los males, se sumaban las ya dichas condiciones de trabajo en la fábrica.
La actividad sindical era perseguida u hostigada. En Francia hasta el siglo XIX se
prohibió por ley cualquier organización de trabajadores tendiente a “distorsionar” la
libertad de mercado. Las primeras organizaciones obreras fueron a menudo una labor
riesgosa y a menudo, clandestina en la mayor parte de Europa durante la primera mitad
del s. XIX. La burguesía las aceptó sólo en la medida que enfrentaban al régimen de la
Santa Alianza y por eso hubo contactos entre sociedades secretas republicanas y
círculos de obreros, en tanto existió el enemigo común.
Por otra parte, el principio de “libertad de asociación” -que el capitalismo requería para
desarrollar sociedades anónimas u otros mecanismos similares- fue utilizado por los
obreros para crear organizaciones aparentemente inofensivas, como mutuales,
corporativas, etc., cuya actividad era, de hecho, un sindicato. Hay que destacar que los
trabajadores no participaban en la formación del gobierno porque no había voto
universal, sólo podían elegir diputados los burgueses o los nobles.
Surgimiento del Socialismo. Los Socialistas Utópicos
La situación de la clase obrera generó la reacción de un grupo de intelectuales a quienes
se conoce como socialistas utópicos. La distinción entre “socialismo utópico” y
“socialismo científico” proviene de Marx y Engels. Denominaron “utópicos” a sus
predecesores, por cuanto éstos pensaban corregir los males de la
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sociedad industrial mediante apelaciones a la razón y utilizando mecanismos pacíficos
de convencimiento. Tradicionalmente, siguiendo la explicación de Engels, se
mencionan como socialistas utópicos a Saint Simón, Owen y Fourier. En el Manifiesto
también se menciona a Babeuf y Cabet. Saint Simón había nacido conde de Saint Simon
y fue a combatir por EEUU en la Guerra de la Independencia, cuando volvió a Francia
apoyó la Revolución de 1789, renunció a su título nobiliario y criticó a las clases
“ociosas” -los “privilegiados” (Nobleza y Clero) del Antiguo Régimen-. Owen fue uno
de los fundadores del primer sindicato británico en 1833 e inspirador del movimiento
cooperativo internacional. Conoció el trabajo infantil. Aprovechando su posición de
socio y gerente de una fábrica -gracias a su matrimonio con la hija de un textil-, pudo
poner en práctica sus ideas reformistas. Owen también creó una colonia en EE.UU.
llamada “New Harmony”, uno de los primeros experimentos comunistas en el sentido
moderno. Fourier fue un filósofo que propuso una nueva sociedad basada en el principio
de la “armonía”. Al igualque Owen, trató de llevar sus principios a la práctica. En las
ideas de Fourier está la doctrina marxista sobre la extinción del Estado, en consecuencia
de la evolución a una sociedad ideal comunista.
II. EL MARXISMO. LAS PRIMERAS INTERNACIONALES.
El Socialismo Científico. Marx y Engels
A diferencia de los socialistas utópicos, Marx y Engels, fundadores del “socialismo
científico”, se propusieron estudiar científicamente al capitalismo, es decir, buscar las
leyes internas que lo regían. Llegaron a la conclusión de que el régimen capitalista
engendraba las mismas fuerzas que terminarían destruyéndolo: como el capitalista sólo
persigue el propósito de obtener una mayor ganancia, se desentiende de cualquier otro
efecto o finalidad que no sea el acrecentamiento del capital invertido. Los capitalistas
arruinados por la competencia quiebran y despiden a sus obreros, mientras que los
vencedores se convierten en monopolistas. En otras ocasiones, la perspectiva de una
ganancia lleva a los capitalistas a invertir masiva en un tipo de producción, lo que causa
una saturación del mercado, la sobreabundancia de oferta provoca el derrumbe. En
todos los casos se advierte que el “libre mercado” desemboca en colapsos.
Otro efecto del capitalismo es la polarización social. Los pobres son más pobres y
crecen continuamente, y los ricos se vuelven más ricos y son cada vez menos. Es
inevitable que el capitalismo desemboque en una revolución. Diferencia entre el
socialismo utópico y el científico: Las revoluciones no son consecuencia de simples
actos voluntarios de un grupo minúsculo de dirigentes, sino, para los marxistas, derivan
de un proceso histórico, son generadas por las condiciones sociales.
La revolución será conducida por los perjudicados por el régimen capitalista, el
proletariado, que al mismo tiempo es la mayoría de la población.
Su primera medida será expropiar los medios de producción en manos de los capitalistas
para ponerlos al servicio de la sociedad. Algo sencillo y consecuencia del proceso
histórico previo.
Con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, se instalará el
régimen socialista. Pero este régimen deberá afrontar la oposición y resistencia de los
capitalistas. En consecuencia, el gobierno revolucionario deberá afianzarse a la fuerza,
pasando por una etapa denominada dictadura del proletariado.
Una vez que el socialismo está asegurado, vendrá la etapa final, el comunismo. En la
sociedad comunista ya no será necesaria la dictadura del proletariado, tampoco el
Estado mismo, como consecuencia de la desaparición de clases. Las personas serán
iguales y vivirán en libertad.
Otros principios del marxismo. –Del folleto titulado Tres Fuentes y Tres Partes
Integrantes del Marxismo, escrito en el aniversario 30 de la muerte de Marx por Lenin.
I. Materialismo: “La filosofía del marxismo es el materialismo”. Debe entendérsela idea
de que el origen y la esencia del mundo es la materia. El marxismo se opone a la
religión. Al declararse materialistas se oponen a cualquier creencia de una divinidad
creadora del Universo.
II. La Dialéctica: “La principal adquisición de Marx desde la filosofía clásica alemana
es la dialéctica”. El materialismo del punto 1 no es simplle materialismo mecanicista,
sino un materialismo dialéctico. La materia no es estática, cambia y se transforma con
complejos procesos generados
internamente.
III. La plusvalía
IV. Materialismo histórico. Lucha de clases: Son las relaciones de producción las que
determinan la visión del mundo de cada persona.
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Los Internacionales Socialistas. La Primera Internacional.
El Manifiesto Comunista concluía con la frase “El proletariado sólo tiene cadenas para
perder y un mundo que ganar ¡Proletarios todos los países, uníos!”. Esta última
exclamación se convirtió en un slogan en banderas o carteles convirtiéndose en síntesis
y consigna de la teoría del internacionalismo proletario. Esta concepción dice que frente
al carácter internacional del capitalismo, es decir, frente al hecho de que el capital no
tiene nacionalidad, sino persigue la explotación por igual en cualquier parte del mundo;
el proletariado debe unirse por sobre las barreras artificiales de las fronteras. Cuando se
advierte, esta concepción distingue claramente a los marxistas de los nacionalistas.
A pesar de que la idea de formar la alianza internacional de la clase obrera ya estaba
presente en las ideas de Marx y Engels desde la publicación del Manifiesto, hubo que
esperar hasta 1864 para que comenzaran a darse pasos efectivos en tal sentido. Fue
recién en este año -1864- cuando se organizó la Asociación Internacional de los
Trabajadores, conocida en la historia como “Primera Internacional Socialista”.
La I Internacional funcionó entre 1864 y 1873, conducida por un Consejo General,
donde Marx estuvo electo casi continuamente. Junto al Consejo General, existía
también un Congreso o Conferencia de representantes de todas las seccionales de la
Internacional. El Congreso o Conferencia se reunía una vez por año, hacia Septiembre y
se rotaba el lugar de las sesiones, a diferencia del Consejo General que residía en
Londres.
Aunque la I Internacional creció rápidamente, incorporando muchos adherentes a lo
largo de Europa, pronto tuvo conflictos internos que terminaron por arruinarla. El
problema consistió en el enfrentamiento entre marxistas, proudhonistas y bakuninistas.
Las primeras discusiones giraban en torno al rol del Estado y a la estrategia
revolucionaria. Aunque todos coincidían en el objetivo final de una sociedad
completamente comunista, sin clases sociales ni Estado; para los marxistas el objetivo
se lograba pasando una etapa de transición, la dictadura del proletariado; donde se
afianzaba el poder revolucionario y se establecían las bases para el nuevo orden
comunista. En cambio, tanto los proudhnositas como los bakuninistas, creían que
disolver al Estado era el primer paso de la Revolución. Existían diferencias de estrategia
política, los marxistas no desdeñaban el uso de mecanismos legales burgueses, siempre
que no se convirtieran en los fines últimos, es decir; teniendo presente que sólo la
revolución implicaría modificar el sistema capitalista. Por el contrario, los partidos de
Proudhon y Bakunin creían que el poder de autoridad del Estado era un mal en sí mismo
y toda participación en él terminaría corrompiendo al revolucionario.
La disputa culminó cuando el Congreso General de La Haya expulsó a Bakunin y sus
partidarios, acusándolos de actividades divisionistas y de desarrollar prácticas opuestas
a los Estatutos de la Internacional. Los bakuninistas respondieron cuestionando la
legitimidad de las resoluciones del Congreso, arguyendo que se lo había convocado de
tal modo que se aseguraba una mayoría marxista. Un nuevo Congreso convocado por
los anarquistas en Ginebra, que desconoció las resoluciones de La Haya, confirmó la
división de hecho de la Internacional.
La Segunda Internacional
Tras la disolución de la Primera Internacional, siguió un período donde se organizaron y
consolidaron los partidos socialistas nacionales. Hacia 1889 los más importantes en
Europa eran el Partido Socialdemócrata Alemán y el Partido Socialdemócrata Francés.
Alemania se había unificado en 1871. No fue desde abajo como querían los
revolucionarios de 1848, pero fue. En 1890 dejaron de renovarse las “leyes
antisocialistas” el Partido Socialdemócrata Alemán obtuvo 35 diputados en el Reichstag
(Parlamento). La historia de persecuciones llevó a la socialdemócrata alemana a
sobrevalorar la actividad parlamentaria y temer el restablecimiento de las leyes
“antisocialistas”. Esto incidirá en el destino de la Segunda Internacional.
En Francia, la Segunda República había dado paso al Segundo Imperio. Durante el
Segundo Imperio hubo persecuciones, pero lo más terrible para los socialistas franceses
fue recuperarse tras la derrota de la Comuna de París, primer gobierno marxista que se
mantuvo unos pocos meses. Esta derrota llevó al exilio de muchos dirigentessocialistas
sobrevivientes. Cuando la Tercera República se consolidó, se dictó una amnistía, que
permitió reconstruir al partido.
El renacimiento de la Internacional se vinculó a la lucha por la reducción de la jornada
de 8 horas. Esta se había puesto en algunas regiones, como en Melbourne debido a la
relativa escasez de trabajadores.
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Aprovechando las circunstancias favorables, los socialistas franceses proyectaron
coordinar la acción con el resto de los socialistas, lo que significó el nacimiento de una
nueva Internacional. Se despacharon invitaciones y nació la Segunda Internacional
Socialista, integrada por franceses, alemanes, austríacos, belgas, ingleses, italianos,
entre otros, donde el socialismo, la socialdemocracia o el marxismo se habían difundido.
La vida de la Segunda Internacional estuvo marcada por dos grandes cuestiones: el
surgimiento del revisionismo y la actitud frente a la guerra.
A fines del siglo XIX se produjo una etapa de prosperidad y gran desarrollo económico.
Los sindicatos obreros se iban afianzando y sus luchas estaban conquistando mejores
condiciones laborales -como lo prueba la difusión del nuevo límite de la jornada de 8
hs-. Fue así que en el seno de la Internacional, más específicamente, en el Partido
Socialdemócrata Alemán, apareció un sector que postulaba una revisión de las hipótesis
originales de Marx y Engels: El Socialismo ya no sería consecuencia de una gran crisis
capitalista, ni de una revolución; sino se impondría gradual y pacíficamente.
Frente a los revisionistas, se plantaron los que sostenían que la prosperidad capitalista
era transitoria -la crisis de 1930 les daría la razón-, que las ventajas obtenidas por la
clase obrera no modificaban la esencia de la explotación de la fuerza de trabajo o, en
todo caso, se lograban a costa de las colonias y otros países dependientes; que cualquier
intento serio por modificar verdaderamente al capitalismo, encontraría enseguida la
resistencia de la burguesía, es decir, seguían vigentes las hipótesis de Marx y Engels en
cuanto a la lucha de clases y las crisis económicas. En este sector, que configuraría la
izquierda de la Internacional, se encontraban varios intelectuales alemanes, polacos, y
un miembro del incipiente y clandestino partido obrero socialdemócrata ruso, cuya
captura reclamaba el gobierno zarista, que se llamaba Vladimir Illich Ulianov, quien
empezaba a firmar sus artículos con un seudónimo: Lenin.
La actitud frente a la Guerra. -Hacia principios del siglo XX se vivió una era
denominada “Paz Armada”. La consolidación del Imperio Alemán, la expansión de
Inglaterra y Francia, la situación de minorías oprimidas por Austria y Turquía
conducían a un nuevo enfrentamiento internacional.
Todos los Congresos socialistas celebrados durante la Segunda Internacional se
manifestaron unánimemente contrario a cualquier guerra. Acá coincidían revisionistas y
antirevisionistas. El problema era qué hacer. Se propuso una huelga general en todos los
países pero la iniciativa asustó a la derecha, principalmente a los socialdemócratas
alemanes que temían ser tratados de “traidores” en su país y que volvieran las “leyes
antisocialistas”. Algunos representantes del socialismo francés sugirieron distinguir
“guerra ofensiva” de “guerra defensiva”: frente a la primera, era legítima la oposición
activa, incluyendo la huelga general. En la segunda, cuando el propio país era atacado;
el socialismo debía sumarse a la “defensa nacional”.
Un reducido sector de la izquierda -Liebnecht, Luxemburgo, Lenin- fue mucho más
audaz: Caracterizaron
a la guerra como “imperialista”, es decir, desecharon la distinción entre “agresores” y
“agredidos”, explicando que todas las potencias involucradas sólo buscaban repartirse el
mercado colonial y sugirieron usar la crisis que provocaría la guerra para sublevarse
contra la burguesía, o sea, convertir la guerra mundial en una revolución mundial.
El día 4 de Agosto los 111 parlamentarios del Partido Socialdemócrata Alemán
aprueban los créditos de guerra. Los votos son un símbolo de la quiebra de la Segunda
Internacional. Hubo excepciones: Unos muy pocos representantes de la izquierda de la
Internacional se mantuvieron leales a las resoluciones contra la guerra. La voz solitaria
de Liebnecht se alzó, enfrentando incluso a sus compañeros de partido. Fue privado de
sus fueros parlamentarios y sometido a proceso por “alta traición”, aunque, tras la
derrota alemana en 1918 le fue reconocido su mérito.
H.G. Wells fue un escritor inglés imparcial que consideraba al socialismo como un
producto de las circunstancias históricas, sin por ello dejar de manifestar sus objeciones
a la doctrina socialista; afirmaba en la primera mitad del siglo XX: “Todos somos hoy
socialistas, decía sir William Harcourt hace años; y hay que confesar que esto es cada
día más cierto. Muy pocos serán hoy los que no se den cuenta de la naturaleza
provisional y de la peligrosa inestabilidad de nuestro actual sistema político y
económico, y aún menos serán los que crean, con los individualistas doctrinarios, que la
simple actividad individual, bien encauzada, es capaz de guiar a la humanidad a puerto
seguro”. Muchas de las tesis de Marx forman parte del análisis económico que se
aprende actualmente en cualquier escuela. Por ejemplo, la caracterización de la
Revolución Francesa de 1789 como “revolución burguesa” ya no es discutida.

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