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Duroselle, Jean Baptiste, cap 9 La agudización de los peligros y la Segunda Guerra Mundial, en Europa de 1815 a nuestros días

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DUROSELLE, JEAN BAPTISTE, cap. 9: “La agudización de los peligros y la Segunda Guerra Mundial”, en Europa de 1815 a nuestros días, vida política y relaciones internacionales", Ed. Labor A/A Barcelona, 1974
Capítulo IX
La agudización de los peligros y la Segunda Guerra Mundial
Desde 1919 a 1933 no se creyó en absoluto en la eventualidad de una nueva guerra. Alemania estaba desarmada. Se esperaba con tranquilidad que, una vez asegurada la paz, se pasaría del desarme de Alemania al desarme general. Se había conseguido limitar los armamentos navales mediante las conferencias de Washington en 1921-22 y de Londres en 1930. Se esperaba poder llegar igualmente a una fórmula de desarme terrestre, y una conferencia mundial del desarme se reunió en 1932. Todo el sistema estaba "coronado" por la Sociedad de Naciones, en la que creía con fervor la izquierda europea. En 1926 se había admitido a Alemania, y no quedaban más que dos grandes potencias, los Estados Unidos y la U.R.S.S., fuera de esta organización que en principio garantizaba la "seguridad colectiva". Pero, por una idea piadosa se siguió también a ciertos ideólogos americanos que, como Levinson y Borah, pretendían que se podría abolir la guerra prohibiéndola mediante leyes internas en cada Estado y, para empezar, casi todos los países del mundo comprendidos los Estados Unidos y la U.R.S.S., se adhirieron al "Pacto Briand-Kellogg" de 1928 que ponía a la guerra "fuera de la ley", salvo en el caso de sanciones previstas por la S.D.N.
Lo que es más, estas garantías o pseudo-garantías, seguridad colectiva o "guerra fuera de la ley", habían surgido de realizaciones concretas. Una política de apaciguamiento sucedió a la política de "ejecución" del tratado de Versalles que prevaleció hasta 1924. Poicanré había ocupado el Rhur en 1923 para obligar a Alemania a pagar las reparaciones. Su sucesor Herriot lo evacuó y adoptó el plan Dawes de 1924 que suavizaba los pagos alemanes -facilitados, por otra parte, por préstamos privados americanos- . Briand, ministro de Asuntos Extranjeros desde abril de 1925 a enero de 1932, símbolo de este período y calificado de "apóstol de la paz", firmó el pacto de Locarno que garantizaba las fronteras franco-alemana y belga-alemana.
Para Alemania eso significaba que no habría una nueva invasión del Rhur. Stresemann, que dirigía la Wilhemstrasse, obtuvo la suavización de los controles, y en 1929, poco antes de su muerte, una nueva atenuación de las reparaciones, gracias al plan Young, que fijaba los pagos a efectuar hasta 1988; también obtuvo la evacuación anticipada de Renania.
La crisis económica que conmovió al mundo, a partir del "jueves negro", 24 de octubre de 1929, en Wall Street, acrecentó los sufrimientos de los pueblos y, como consecuencia, las tensiones. No tuvo efecto inmediato sobre las ilusiones pacifistas. Simplemente, dio una sombría coloración a la vida internacional y abrió la puerta a las inquietudes. Fue, en gran parte, responsable, tal como hemos visto, del advenimiento de Hitler, el 30 de enero de 1933. El drama se perfiló en esta fecha.
1. La era de los golpes de fuerza (1933-1939)
En el capítulo precedente hemos estudiado las ideas de Hitler y su personalidad. Su doctrina racista tenía evidentes implicaciones internacionales y su personalidad explica la aparición de métodos completamente nuevos.
Hitler ejecutó su programa punto por punto. Confiando en el espíritu timorato de las democracias debilitadas por la "plutocracia judío-masónica", Hitler dividió su inmensa apuesta en sucesivas parcelas y se dedicó a conquistar cada una de éstas disimulando cuidadosamente las etapas posteriores. Para conquistarlas, se evitarían las negociaciones previas; se actuaría según planes minuciosamente elaborados, ejecutados con una brutalidad total, explotando al máximo el efecto de sorpresa. De este modo se ejercería una influencia terrorífica sobre los países "decadentes" y se les acostumbraría a ceder. La política de appeasement, cuyas figuras más conocidas son Neville Chamberlain y Georges Bonnet, consistía en prevenir la agresión cediendo por adelantado al agresor. Para Georges Bonnet era quizás un medio de ganar tiempo en espera de que Francia estuviese preparada militarmente. Para Chamberlain era una verdadera doctrina: reparar las injusticias del tratado de Versalles aceptando las iniciativas alemanas y ahorrarse así la guerra. Queda claro que semejante punto de vista sólo era racional si se creía que los objetivos de Hitler eran limitados.
El programa se desarrolló con una extraña simplicidad y -detalle característico del pensamiento hitleriano- con una rapidez fulminante, ya que Hitler, calculador frío en cuanto a la realización, era en la concepción una especie de místico inspirado. Su frenesí le convenció de que una oscura providencia de la raza le había encargado, a él -Adolfo Hitler- y a nadie más, la transformación de Alemania "para el próximo milenio". ¡Qué desastre sería su desaparición! Por consiguiente, había que apresurarse.
En octubre de 1933, Alemania abandonó bruscamente la S.D.N. y la Conferencia del Desarme. Como que estaba llevando a cabo negociaciones bilaterales con Francia sobre el desarme, Hitler irritó a este país hasta tal punto que la ruptura, el 17 de abril de 1934, se produjo por iniciativa francesa. Desde entonces se rearmó casi abiertamente. Pero esperaba, por así decir, el momento oportuno. En el instante en que se estableció en Francia el servicio militar de dos años -a causa de las "clases vacías"-, el Führer descubrió bruscamente el 17 de marzo de 1935, su juego y anunció que rechazaba las restricciones del Tratado de Versalles, restableció el servicio militar obligatorio y reconstituyó una poderosa aviación. Las potencias no se atrevieron a reaccionar.
Entre tanto, Hitler había cometido un error. Intentó realizar el Anschluss con Austria haciendo asesinar al canciller Dollfuss por nazis austríacos (25 julio 1934). La rápida reacción de Mussolini, que envió tropas al Brennero, lo obligó a retroceder sin dilación. De paso, había notado la actitud timorata de Francia e Inglaterra en este asunto. No obstante Francia, Inglaterra e Italia trataron de ponerse de acuerdo en la Conferencia de Stresa en abril de 1935. En mayo, Francia firmó un pacto de asistencia mutua con la U.R.S.S, pacto preparado por un viejo realista, Louis Barthou.
Pero Barthou fue asesinado en octubre de 1935, y su sucesor Pierre Laval, quitó al pacto todo su mordiente. No obstante, parecía que se estaba organizando una barrera contra Hitler. Frágil barrera. El pacto de Stresa se desvaneció cuando Mussolini, persiguiendo sus propias ambiciones, emprendió el 3 de octubre de 1935 la conquista de Etiopía. Y el gobierno británico creyó pertinente, en junio de 1935, autorizar a Alemania a reconstruir una flota de guerra, sin haber siquiera consultado a Francia.
Consciente de las debilidades de sus oponentes, Hitler, con el pretexto de que el pacto franco-soviético violaba el pacto de Locarno -lo cual era falso-, volvió a ocupar la zona desmilitarizada de Renania, el 7 de marzo de 1936. Francia contaba todavía con superioridad militar. Hubiera podido reaccionar, pero sus generales declararon que en ese caso había que proceder a la movilización general. Esta perspectiva, a dos meses vista de las elecciones de la primavera de 1936, pareció tan absurda al gobierno Albert Sarraut que éste prefirió no hacer nada. Ahora bien, la reocupación de Renania por la Wehrmacht significaba la ruina de las alianzas francesas con los países del Este, ya que Hitler hizo construir febrilmente, sobre territorio renano, la "muralla del Oeste" que el ejército francés, poco preparado para la ofensiva, en la práctica no podría franquear.
Por otra parte, la subida al poder del "frente popular" en Francia distrajo la atención de los problemas exteriores. La legítima embriaguez de un pueblo que se emancipaba le hizo olvidar que ninguna conquista social iba a sobrevivir si el país era invadido por el enemigo. La política exterior del primergobierno Blum no pudo ser más tímida. Por ejemplo, su ministro de Asuntos extranjeros, Yvon Delbos, hizo que se adoptase la "no intervención" en la guerra civil que los "nacionalistas" del general Franco desencadenaron en España en julio de 1936. Pero la no-intervención no era ni más ni menos que el abandono del gobierno legítimo, que era además gobierno de "frente popular" como el de Francia.
La guerra de España fue beneficiosa para Hitler en todos los aspectos. Le demostró una vez más la falta de energía de las democracias. Le permitió probar con toda comodidad el material de su nuevo ejército. Cuando acabó en 1939 con la victoria de Franco, Hitler tuvo, en las frontera meridionales de Francia, un régimen amigo. La guerra de España fundamentó, mucho más que la guerra de Etiopía, la solidaridad entre la Alemania nazi y la Italia fascista. Esta, al alejarse de los acuerdos de Stresa, se inclinaba hacia el otro campo. En octubre de 1936 se firmó un vago acuerdo que Mussolini denominó enfáticamente el "Eje Roma-Berlín".Habrá que esperar al 22 de mayo de 1939 para que el Eje se convierta en una alianza, por medio del "Pacto de Acero". Sin embargo, Hitler contaba desde entonces con el apoyo diplomático del Duce. Pero lo más curioso estriba en que Mussolini envió a sus mejores tropas a España para ayudar a Franco y, puesto que muchos otros soldados italianos estaban en Etiopía, a partir de este momento fue incapaz de impedir el Anschluss. Así lo presintió, y disimuló su fracaso afirmando que en lo sucesivo Italia se sentía mucho más interesada por el Mediterráneo, Mare Nostrum, que por la Europa danubiana.
De este modo, en 1937, mientras la Wehrmacht seguía armándose febrilmente -su ejército ya era entonces superior al francés-, no sucedió nada espectacular. ¿Acaso Hitler se había vuelto más prudente? Los occidentales se tranquilizaban con esta ilusión. El despertar iba a ser brutal.
Desde el instante en que Hitler se sintió seguro de su preponderancia militar pudo pasar de la destrucción de las cláusulas de Versalles a la etapa ulterior: la creación del Gran Reich. El peligro era mayor, y la guerra podía estallar, puesto que la modificación del mapa europeo transformó también el tradicional equilibrio de las potencias. Hitler no buscaba la guerra. Pero como explicó el 5 de noviembre de 1937 a sus generales ("protocolo Hossbach"), "sólo la violencia puede aportar una solución al problema alemán, y la violencia no se da sin riesgos". Sin embargo, Francia e Inglaterra no se decidieron a intervenir hasta el cuarto golpe de fuerza.
El primero, el Anschluss, se realizó sin ninguna dificultad el 12 de marzo de 1938. Hitler había exigido la sustitución del canciller Schischnigg por el nazi Seyss-Inquart. Este llamó a las tropas alemanas. La unión quedó ratificada mediante un plebiscito. Los occidentales presenciaron estos acontecimientos con estupor y se contentaron con protestar.
Al mismo tiempo, la prensa alemana empezó a hablar de la persecución que sufrían por parte de los checos, tres millones de sudetes de lengua alemana que habitaban la zona montañosa -industrial y fortificada- del cuadrilátero de Bohemia. El jefe del Sudeten Deutschepartei, Konrad Henlein, reclamó la autonomía de los sudetes dentro del marco de Checoslovaquia. No era más que un subterfugio. Sabemos que el 30 de mayo Hitler ordenó al ejército que se preparase para la ocupación del país de los sudetes el siguiente lº de octubre. Francia era aliada de Checoslovaquia, lo mismo que la U.R.S.S., pero ésta a condición de que Francia interviniese. Por otra parte, la U.R.S.S. no tenía frontera común ni con Checoslovaquia ni con Alemania. El presidente del Consejo francés anunció que Francia intervendría. Chamberlain le comunicó que no debía contar con el apoyo británico.
Chamberlain se entrevistó con Hitler el 15 de setiembre en Berchtesgaden. Hitler le hizo saber que su paciencia había llegado al límite y que pretendía anexionarse el país de los Sudetes. A su regreso, Chamberlain, dispuesto a aceptar, convenció a Daladier. Francia e Inglaterra ejercieron una fuerte presión sobre Checoslovaquia, que se resignó, no sin indignación por el abandono francés. Chamberlain volvió a Godesberg, donde comunicó a Hitler lo que él consideraba la solución del problema. Las exigencias suplementarias de éste, y su prisa, consternaron a Chamberlain, que partió sin haber llegado a ninguna conclusión. Se creyó que la guerra era inminente. Empezó la movilización. De hecho, la guerra no podía desencadenarse puesto que se había cedido en lo esencial. Instigado por Chamberlain, Mussolini sugirió a Hitler una conferencia cuatripartita para resolverlo todo, la famosa conferencia de Munich, que se celebró los días 29 y 30 de setiembre de 1938. A cambio de estas concesiones formales, Hitler obtuvo el país de los Sudetes. El segundo golpe de fuerza había triunfado sin que Hitler tuviese que ir más allá de la amenaza. 
Chamberlain firmó con él un pacto de no agresión y regresó triunfalmente a Londres. "Es la paz para nuestra época", declaró proféticamente
Hitler se aprovechó de los meses que siguieron para ocuparse de la disgregación interna de Checoslovaquia. El 15 de marzo de 1939, después de haber amenazado al presidente Hacha con el bombardeo de Praga, consiguió que éste llamase a las tropas alemanas. Por primera vez Hitler se anexionaba un territorio donde se hablaba una lengua eslava y lo convertía en un protectorado. Pasaba de la fase del "espacio alemán" a la del "espacio vital". Era el tercer golpe de fuerza.
Esta vez había ido demasiado lejos, incluso para Chamberlain, siempre seguido por Francia, cuya iniciativa en materia diplomática parecía truncada. Chamberlain y el gobierno británico advirtieron que al próximo golpe de fuerza alemán -Mussolini, celoso, perpetró el suyo el 7 de abril apoderándose de Albania- Inglaterra iría a la guerra. Anunció que el gobierno británico "garantizaba" a un cierto número de países, entre ellos Polonia y Rumania. Francia e Inglaterra iniciaron entonces negociaciones para obtener la alianza de la U.R.S.S. Stalin, ultrajado por la Conferencia de Munich, se preparaba para un amplio viraje cuyo indicio, entonces oscuro, fue la sustitución del ministro de Asuntos extranjeros, Litvinov, considerado como pro-occidental, por un personaje más importante, miembro del Politburó, Molotov. El viraje consistió en la iniciativa de unas negociaciones secretas con Alemania, mientras que las negociaciones con los occidentales se perdían en los detalles. El 23 de agosto el mundo, despavorido, se enteró de que von Ribbentropp acababa de firmar en Moscú un tratado de no-agresión con la U.R.S.S.Se sabe por los documentos alemanes que se añadió a este tratado un protocolo secreto de reparto de zonas de influencia.
Desde el mes de marzo se sentía pesar la amenaza sobre Polonia. El coronel Beck, que estaba al frente del gobierno, había "flirteado" imprudentemente con la Alemania nazi. De repente, Hitler le reclamó Dantzig, ciudad internacionalizada pero poblada por alemanes, y una vía extraterritorial a través del "corredor". También allí enmascaraba su juego. Hoy sabemos que desde el 3 de abril había dado la orden de invadir Polonia el 1º de setiembre. Respaldado por el acuerdo germano-soviético, Hitler mantuvo la fecha y empezó el ataque. El 3 de setiembre, Inglaterra, y después Francia, declararon la guerra a Alemania.
2. La guerra europea
Como podía preverse, la "muralla occidental" impidió a Francia socorrer a su aliado. Polonia fue aplastada en un mes, teniendo en cuenta, además, que los soviéticos intervinieron el 17 de setiembre. Entonces, durante siete meses, la guerra continuó en el Oeste sin que se luchara. Esta extraña guerra desconcertaba a los occidentales, al tiempo que la U.R.S.S. penetraba en su "zona de influencia" y llevaba a cabo la dura "guerra de invierno" contra Finlandia y Hitler invadía Dinamarca y Noruega.
Después bruscamente, el 10 de mayo de 1940, lanzó su ataque por el Oeste, invadiendo, como en 1914, Bélgicay además los Países Bajos. Pero mientras que en 1914 el grueso de las tropas se encontraba sobre el flanco derecho, los nuevos planes consistieron en reunir 2.500 tanques en los desfiladeros de las Ardenas y en realizar el ataque principal por el centro. El 15 de mayo, el frente estaba roto. Los alemanes se dirigieron hacia Abbeville y dividieron a los Aliados en dos partes.
La que quedó al Norte pudo reembarcar en parte en Dunkerque sin su material. La del Sur fue apresuradamente alineada, por Weygand, desde el Somme a la línea Maginot. Hundida en seguida por fuerzas dobles, se batió en retirada. Debido al desorden, las comunicaciones con el mando general fueron progresivamente interrumpidas; el heroísmo de los grupos aislados no impidió el desastre. Mussolini voló el 10 de junio en socorro de la victoria.
El 28 de marzo, Francia suscribió con Inglaterra un acuerdo por el que ambos países se comprometían a no firmar ni la paz ni armisticio por separado. El presidente del Consejo Paul Reynaud quería mantenerse firme en esta actitud, trasladar el gobierno y lo que pudiera salvarse de las tropas de Africa del Norte proseguir la guerra con las colonias y la flota intacta. Una creciente oposición, dirigida en el seno del gobierno por el mariscal Pétain, ministro de Estado, condenaba esta solución que hubiera obligado al ejército a capitular. Pétain, inspirándose en el "nacionalismo integral" de Charles Maurras, quería firmar el armisticio pese al acuerdo del 28 de marzo -pues, decía, la ayuda británica ha sido tan escasa que nos desliga de nuestra promesa-. Francia dejaría de combatir, se daría a sí mismo un gobierno fuerte, y una "revolución nacional" restablecería el orden moral.
A pesar de las censuras de Churchill, que incluso llegó a proponer un plan de "Unión franco-británica", Paul Reynaud presentó su dimisión el 16 de junio. Le sucedió Pétain, quién pidió inmediatamente el armisticio, que entró en vigor el 25 de junio. Una parte de Francia estaba ocupada. La flota debía regresar a sus puertos metropolitanos. Ahí estribaba la cláusula inaceptable para los británicos. Su supervivencia dependía de su superioridad naval. Si los alemanes añadían a su marina y a la marina italiana los buques franceses, se convertirían en los dueños del Océano. Al mismo tiempo, los ingleses se esforzaron, incluso por la violencia (ataques de Mazalquivir y de Dakar), en neutralizar la flota francesa. Las relaciones entre Londres y el "gobierno de Vichy" fueron muy tensas desde el principio. El 18 de junio los británicos pusieron su radio y su dinero a disposición de lucha debía continuar, Charles de Gaulle.
En la segunda parte de este libro estudiaremos las diferentes interpretaciones sobre la derrota francesa. Ahora, la Europa continental está ocupada. Inglaterra se ha quedado sola contra el Eje, con un pequeño ejército, una aviación que existe pero que es dramáticamente insuficiente, y protegida tan sólo por su flota de un desembarco que se cree inminente, apoyado por la Luftwaffw.
Hitler firmó el 27 de setiembre de 1940 el "Pacto tripartito" con Italia y el Japón. La adhesión de los pequeños países de la Europa oriental a dicho pacto fue el símbolo de su adhesión a la "Nueva Europa", cuyo mapa fue modificado por Hitler a placer, mientras Stalin se anexionaba los países bálticos y la Besarabia rumana. Para muchos observadores la victoria nazi era inminente, aunque Churchill, primer ministro desde el 10 de mayo, hubiera anunciado que no se rendiría jamás.
En el transcurso del otoño de 1940, Hitler tuvo que resolver la mayor alternativa de su carrera: continuar la lucha principal contra Inglaterra o atacar Rusia. Debe quedar claro que el acuerdo con la U.R.S.S., concluido con una finalidad perfectamente cínica, no significó jamás una renuncia al espacio vital en Rusia. ¿Había llegado el momento de iniciar la conquista? Varias circunstancias indujeron a Hitler a elegir la segunda solución, la más arriesgada. En primer lugar, Franco, en la entrevista de Hendaya (23 de octubre 1940), se negó con suma corrección a entrar en guerra. Ahora bien, puesto que Inglaterra no podía ser reducida directamente, sólo era planteable asfixiarla tomando Suez, lo que suponía pasar por España y Africa del Norte. A continuación Molotov se trasladó a Berlín los días 12 y 13 de noviembre y aceptó la "zona de influencia" que le proponía Hitler hacia el Golfo Pérsico y el Irán. Pero reclamó que, además, se extendiera a Bulgaria y a los Estrechos. Hitler, indignado, dio entonces orden de que la expedición "Barbarroja" se preparase para el 1º de mayo de 1941.
El inmenso ejército alemán no cruzó las fronteras soviéticas hasta el 22 de junio; este retraso se explica por la necesidad de conquistar Grecia, contra la cual Mussolini había desencadenado una guerra imprudente en la que sufría derrota tras derrota, y también por la brusca negativa de los yugoslavos a adherirse al "Pacto tripartito", el 27 de marzo de 1941. Había que castigarles. Grecia y Yugoslavia fueron conquistadas entre el 6 y el 30 de abril. Toda Europa estaba en poder del Eje. Una vez vencida la U.R.S.S., sus inmensos recursos en víveres, petróleo y minerales estarían al servicio de la dictadura nazi. Hitler, ayudado por su satélite italiano y por su lejano aliado japonés, dominaría el mundo.
Mientras que en las vastas llanuras de Rusia y de Ucrania se jugaba la suerte de la humanidad, el Japón preparaba a su vez la conquista de su "espacio vital. Este era, ante todo, China. Tras haber usurpado varias zonas de dicho país desde 1931, el Japón había lanzado contra él una vasta ofensiva en julio de 1937. Pero, después de haber ocupado el valle medio del Yang-Tse-Kiang, se desalentaba. Chang Kai-Chek se había refugiado en el Se-Chuen, en Chungking, protegido por los rápidos del curso alto del río, y grupos de guerrilleros hostigaban a los japoneses en los campos. Para derrotar a China era necesario asfixiarla cortando sus vías de avituallamiento.
La derrota de Francia permitió la ocupación del Tonkín, cerrando así la vía férrea del Yunnan. Un tratado de no-agresión con los soviéticos (abril 1941) produjo una disminución de sus aprovisionamientos a los chinos. Quedaba la carretera de Birmania. Los dirigentes japoneses, en lugar de atacar a la U.R.S.S. tal como preconizaba Matsuoka, ministro de Asuntos extranjeros, decidieron un plan de conquista de todo el Sudeste asiático, incluidos los vastos archipiélagos de Insulindia y las Filipinas. Con ello, China quedaría cercada y se dispondría de inmensas reservas de materias primas en la "esfera de co-prosperidad de la gran Asia oriental". La ocupación de la Cochinchina (julio 1941), fue un indicio de tales intenciones ofensivas. La subida al poder del jefe de los expansionistas, el general Tojo (octubre 1941), demostró que la operación estaba próxima.
Pero quedaban los Estados Unidos, quienes pese a la fuerza de las corrientes aislacionistas, respondieron a la invasión de Indochina mediante represalias económicas. El presidente Roosevelt, hostil de todo corazón a los nazis y a los militares japoneses, era consciente de la amenaza. Era indudable que una nueva agresión arratraría a América a la guerra.
El gobierno japonés decidió entonces correr un gran riesgo. Ya que los Estados Unidos iban a entrar de todos modos en la guerra, ¿por qué no cogerles por sorpresa y destruir su superioridad naval? En este caso podrían conquistar sin dificultad el sudeste de Asia, y los americanos, al ver lo sumamente difícil que sería una reconquista, acabarían por aceptar el hecho consumado. El peligro estaba en que los americanos no se desanimasen. Entonces, su enorme capacidad de producción acabaría por darles la ventaja. Sin embargo, Tojo decidió afrontar el peligro. Después de enmascarar los preparativos en unas últimas negociaciones, el 7 de diciembre de 1941, una fuerza aeronaval japonesa destruyó la mitad de la flota americana del Pacífico en Pearl Harbour, mientras que flotas de invasión desembarcaban tropas en todo el Sudeste asiático. Tojo,al igual que Hitler, había preferido la audacia o más bien la locura.
A partir del 7 de diciembre de 1941, se desarrollaron tres guerras paralelas, casi independiente la una de la otra. La primera, la más dura y la más sangrienta, enfrentó a la Wehrmacht con el ejército rojo en las llanuras de Rusia. La segunda, anfibia, dispersa, enfrentó a los americanos y japoneses en el Pacífico. La tercera enfrentó a los británicos y los americanos con Alemania e Italia. En efecto, Hitler y Mussolini declararon la guerra a los Estados Unidos casi inmediatamente después de Pearl Harbour, intentando, en vano, arrastrar al Japón en la lucha contra la U.R.S.S.
Los lazos entre estas guerras, fueron muy relajados. Aparte el paso -puramente simbólico- de unos pocos submarinos japoneses, Alemania y el Japón estuvieron absolutamente separados el uno del otro. Entre anglosajones y rusos los lazos fueron más estrechos en el sentido de que se extendió a la U.R.S.S. el "préstamo y arriendo" americano. Cargamentos considerables de armamento y de material, transportados por convoyes que conseguían llegar en medio de grandes dificultades, se depositaron en los puertos del mar Báltico o en los del Irán. Pero la coordinación de las ofensivas fue casi nula. Los anglosajones dudaron mucho tiempo antes de abrir el "segundo frente", que Stalin reclamaba con aspereza. Más estrechos fueron, en cambio, los lazos entre la lucha que los americanos sostenían en el Pacífico y la que prepararon en Europa. La decisión esencial, tomada desde antes de Pearl Harbour, fue la de dedicar el esfuerzo principal a la derrota de Alemania -decisión lógica, por cuanto antes que nada había que aplastar al miembro más fuerte de la coalición-. Para luchar en las islas, bastarían unas quince divisiones, mientras que en Europa iban a necesitar más de cien. Pero el grueso de la flota americana permanecería en el Pacífico, ya que en el Atlántico sólo se necesitaban unidades ligeras para escoltar a los convoyes.
La guerra de Rusia, la "gran guerra patriótica", para emplear la terminología soviética, es la que tuvo un esquema más simple. La enorme ofensiva alemana de junio de 1941, destruyó varios ejércitos rusos y permitió a Hitler conquistar toda la Rusia occidental. Pero tropezó con los obstáculos de Moscú y Leningrado. Detrás del frente se formaron grupos de guerrillas. Llegó el invierno y los soldados alemanes sufrieron terriblemente sus consecuencias. Una contraofensiva rusa obtuvo varios éxitos tácticos y, sobre todo, morales: demostró con evidencia que la U.R.SS. no estaba vencida.
En 1942, Hitler desencadenó en Ucrania una ofensiva también formidable. Llegó al Cáucaso y se aproximó a los petróleos de Bakú. Pero cuando en setiembre intentó atravesar el Volga por Stalingrado, los soviéticos resistieron con extraordinario encarnizamiento. Llegó el invierno. Hitler, contra toda lógica, se negó a que el general von Paulus evacuara la zona de Stalingrado. Entonces se produjo el desastre. En enero de 1943 un poderoso ejército alemán fue cercado y aniquilado. Fue una grandiosa victoria que los rusos consideraron legítimamente como el cambio de rumbo de la guerra.
En efecto, en 1943, la ofensiva alemana, rota inmediatamente, se vio seguida por una ofensiva rusa. Ucrania fue progresivamente reconquistada. Se aflojó el cerco de Moscú y de Leningrado.
En 1944, los rusos avanzaron en todos los frentes. De setiembre a octubre, obligaron a Finlandia, Rumania y Bulgaria al armisticio. Prusia Oriental, territorio alemán, fue invadida. Budapest, sitiada. En enero de 1945, Hungría capituló a su vez. En abril de 1945 el ejército rojo estaba en Berlín. Era el derrumbamiento.
En el Pacífico, los japoneses, aprovechando su momentánea superioridad naval, ocuparon en cuatro meses una vasta zona que iba desde Birmania a las Filipinas e Indonesia. Fueron detenidos en dos puntos: Nueva Guinea y Guadalcanal, al sur de las islas Salomón, posiciones claves para la defensa de Australia.
Mientras se desarrollaba una amplia guerra aeronaval, los americanos obtuvieron de su industria los medios para vencer. En verano de 1943 entraron en combate portaaviones gigantes que acababan de fabricarse. Desde entonces la flota japonesa iba a quedar diezmada. El almirante Nimitz en el Pacífico central y el general Mac Arthur, en el Sur del Pacífico, en lugar de reconquistar todos los archipiélagos fueron saltando de una isla a otra, utilizando a fondo la sorpresa, ya que el enemigo no sabía nunca qué isla elegirían. Esta táctica fue posible gracias a una notable organización de la "logística", ciencia que consiste en llevar al punto determinado y en el momento determinado los hombres y los equipos necesarios. Los japoneses resistieron hasta la muerte, pero, de isla en isla, los americanos se acercaron al Japón, que sufrió graves bombardeos y reconquistaron las Filipinas, donde quedó prácticamente destruído lo que quedaba de la flota japonesa.
En principio, los ejércitos de Chang Kai-Chek en China tendrían que servir de apoyo. Pero éste prefirió reservarlos para luchar contra los comunistas después de la guerra y, pese a los reproches del general americano Stilwell que quería modernizarlos y enfrentarlos contra los japoneses, esperó sin moverse en absoluto a que los americanos lograsen por él la victoria.
En cuanto a la tercera guerra, la de Europa occidental, el problema que se planteó a los dirigentes americanos e ingleses fue saber dónde golpear y cuándo. Los americanos (Marshall) hubieran querido sacrificar todas las operaciones secundarias a la preparación de un gran desembarco, en 1943, en las costas de Francia, precedido por un desembarco inferior en 1942 para aliviar a los rusos. Los ingleses (Alan Brocke) no aceptaron. A la estrategia de concentración de los americanos, oponían la estratégica periférica o de "desgaste". Según ellos, había que hostigar al enemigo allí donde era más débil, en especial en la "boca del estómago" que constituye el Mediterráneo. Expulsar a Rommel y a los italianos de Libia, ocupar el Africa del Norte francesa, de ahí saltar a Sicilia e Italia y continuar hacia la brecha de Liubliana, tal era su plan.
Las tesis inglesas se impusieron. El 8 de noviembre de 1942 tuvo lugar la operación "Torch" en Africa del Norte. En mayo de 1943 se reconquistó Túnez y el Eje quedó eliminado de Africa. En julio tuvo lugar el desembarco de Sicilia. Mussolini dimitió y fue arrestado (paracaidistas SS. le liberarían y constituiría en Saló una "República social italiana" totalmente dominada por Hitler). Su sucesor Badoglio aceptó la capitulación mientras los Aliados desembarcaban en el continente (setiembre). Todo eso retrasó el gran desembarco.
En 1944 se impusieron las tesis de los americanos, ya que ahora poseían los batallones más numerosos. No sólo se efectuó el desembarco de Normandía (6 junio), sino que los ingleses tuvieron que resignarse después de la reconquista de Roma a no proseguir por el nordeste de Italia y a sacar divisiones para un desembarco de apoyo que tuvo lugar el 15 de agosto en Provenza. Gracias a estas maniobras, Francia y Bélgica fueron liberadas entre agosto y noviembre. Pese a una contraofensiva desesperada en las Ardenas, los alemanes se replegaron hacia el Rin, rechazados con prudencia por Eisenhower, que lanzó a lo largo de todo el frente ataques a la manera de Foch. Una vez franqueado el Rin, se produciría inmediatamente el hundimiento alemán; pero los rusos llegarían los primeros a Berlín, a Praga y a los Balcanes.
La resistencia, comunista o no comunista, se organizó por todas partes. En torno a los núcleos de los "fuera de la ley: (a menudo jóvenes que se negaba a ir a trabajar a Alemania), se agruparon los patriotas. Sus tareas eran múltiples: guerrilla de los "maquis", sabotajes, transmisión de informes a los Aliados, comunicaciones y traslados de personas (en particular de aviadores derribados), trabajo psicológico de la prensa clandestina.
En ningún país la resistencia obtuvo mayores éxitos que en Yugoslavia, favorecida por sus montañasy por el extraordinario talento del jefe de los partisanos, el secretario general del partido comunista, Josip Broz-Tito.
Las relaciones a menudo tensas entre anglosajones y soviéticos mejoraron de octubre de 1942 a febrero de 1945. En efecto, lo importante era asegurar la victoria y preparar la paz. En Teherán (diciembre 1943) y en Yalta (febrero 1945) se reunieron Roosevelt, Stalin y Churchill. Los únicos verdaderos acuerdos a los que se llegó fueron los concernientes a la creación de una "organización de las Naciones Unidas" y la promesa soviética de intervenir contra el Japón tres meses después de la capitulación alemana. En cuanto a lo demás, la oposición entre los occidentales, que querían favorecer en la Europa liberada la creación de regímenes democráticos libremente elegidos por los pueblos, y los soviéticos, que consideraban que en las zonas ocupadas por el ejército rojo el partido comunista debía detectar el poder, era absoluta. En la primavera de 1945, poco antes de la muerte de Roosevelt (12 de abril) y la capitulación alemana, la tensión se hizo muy intensa. Una última conferencia tripartita, que tuvo lugar en Potsdam en el mes de julio, no consiguió más que endurecer las posiciones soviéticas.
El Japón, víctima de las primeras bombas atómicas, atacado por los rusos en Manchuria y en Corea, capituló el 2 de setiembre. La guerra al menos había aniquilado el nazismo, el fascismo y el ultranacionalismo japonés. Pero dejaba frente a frente a occidentales y comunistas, con sus ideologías contradictorias y todos los conflictos que ello implicaba. Progresivamente, los hombres se dieron cuenta una vez más de que la victoria no lo era todo, y que la política internacional no conseguía apartar de su destino l a sombra espantosa de la guerra.
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