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Abraxas_Un_Dios_para_la_nueva_conciencia_Estudio_sobre_la_dualidad

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“AbrAxAs
un dios pArA lA nuevA concienciA 
estudio sobre lA duAlidAd”
Orlando Rodrigo Álvarez © 2014
www.escuelademeditación.es
Primera edición, septiembre de 2014
Segunda edición, marzo de 2015
Editorial Zoila Ascasibar
Colección: Adual
Maquetación: Elva Franco
babelmania.com
Madrid 2015
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ABRAXAS
un dios pArA lA nuevA concienciA
estudio sobre lA duAlidAd
 Orlando Rodrigo Álvarez
 
 
Editorial Zoila Ascasibar
Madrid
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Mi agradecimiento a la Escuela de 
Psicología Transpersonal y a 
Gema Rubio Egido
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ÍNDICE 
 
 prólogo............................................9 
 Porqué AbrAxAs..............................13 
 AbrAxAs...........................................19 
 UnA vueltA por el mercAdo.............37 
 UnA experienciA personAl................59 
 AbrAxAs revelA su sAbiduríA...........69
 bibliogrAfíA.....................................81 
 
 
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prólogo 
 
 
 Desde hace un tiempo llevo observando las formas 
mediante las cuales el mundo de la espiritualidad 
viene intentando superar la oposición entre los 
términos tradicionalmente antagónicos. Lo hasta ahora 
descubierto me indica que dentro del mundo de las 
prácticas espirituales y de la meditación, la fórmula 
empleada es alcanzar un estado de unidad en el cual 
los contrarios se funden y confunden en una realidad 
mayor. La conciencia que alcanza este estado de unidad 
entra en un nivel en el cual la vacuidad se apodera de 
todo y hasta de la misma conciencia individual que, 
junto al yo, es absorbida en la conciencia universal. 
Esto lo expresa muy bien el ejemplo de la ola cuando 
se reintegra en el océano, o la gota de agua que entra 
en el mar. Ello es verdaderamente un maravilloso 
modo de lograr la unidad y entender que, a pesar de las 
diferencias, todo es uno. 
Pero este supremo conocimiento ¿nos ayuda a bregar 
realmente con la dualidad en la que nuestra mente y 
el mundo se mueven? ¿Resulta verdaderamente útil 
para movernos en medio de un mundo absolutamente 
dual e incluso maniqueísta? ¿Cómo nos posicionamos 
ante conflictos, visiones y actitudes irreconciliables? 
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Y la pregunta más importante: ¿Existe realmente la 
dualidad? 
Es en verdad muy difícil participar en una meditación 
y después de alcanzar un alto estado de fusión con el 
todo enfrentar luego los problemas de trabajo o de una 
comunidad en medio de una reunión donde cada uno 
defiende su postura a cara de perro. ¿Cómo explicarles 
a los beligerantes que no deben discutir porque todos 
somos uno? 
Recuerdo mis primeros pasos en la shanga zen, y aquel 
día en el que puse a una monja, Elena, en un dilema 
cuando le pregunté sobre la dualidad y la conciencia 
no dual. Le hablé de una postura en la cual se podía 
ver al ser humano encarnando todas las posiciones y 
formas de la realidad sin existir ni implicar ninguna 
oposición entre ellas. La monja me miró extrañada, 
como si creer que pudiera existir tal forma de ver la 
realidad fuera un disparate. Me dijo que las diferencias 
son necesarias para mantener y entender el mundo en 
un orden que, además, es fundamentalmente práctico. 
Ella me puso un ejemplo en la doctora americana: 
Hill Balte Taylor, y me hizo recordar un vídeo de 
sus conferencias, en las cuales explica cómo había 
sufrido un grave derrame cerebral que le llevó, no 
solamente a una progresiva parálisis de su cuerpo, sino 
también a una visión de la realidad en la que todas 
las cosas estaban unidas o conectadas sin poder saber 
dónde comenzaba o terminaba cada objeto; era como 
si todo se hubiera sumido en la unidad fundamental y 
primaria. La doctora Hill vivió, según nos cuenta, una 
maravillosa experiencia de unidad y conexión con el 
mundo que en ese momento le rodeaba. Según ella, 
ambos hemisferios cerebrales se habían comunicado 
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fundiendo sus respectivas formas de percibir la 
realidad, ya, intuitiva, ya racional. Con ello Elena me 
quería hacer entender que ese tipo de experiencias 
podían ser consideradas místicas, bellas y armoniosas, 
pero que si viéramos el mundo desde esa perspectiva y 
la realidad fuera del modo que la doctora describe en 
su visión, la vida practica resultaría imposible y como 
consecuencia no podríamos resolver la cuestión de la 
supervivencia. Por lo tanto, según me dijo, la dualidad 
es absolutamente necesaria. 
-” No podemos vivir en medio de un todo indiferenciado 
en el cual las partes se confunden.” Me dijo. 
Y añadió:
-“Sería imposible vivir en un mundo en el que no 
pudiéramos distinguir y separar cada cosa ¿cómo 
podríamos organizar nuestra vida de un modo práctico?” 
Las diferencias son necesarias para, simplemente, 
mantener la supervivencia. 
Yo le di la razón; empero le hice entender que la 
verdadera conciencia no dual debe serlo a pesar de las 
diferencias y en medio de ellas. 
-¡¡“Pero eso es muy difícil”!! Me contestó. 
Enseguida comprendí que, a través de su práctica en 
meditación zen, aquellos monjes podrían saber de la no 
dualidad e incluso haberla experimentado; pero que, a 
pesar de ello, no la habían llevado a su vida práctica 
y que su modelo mental seguía siendo el que, de 
modo natural, utilizamos todos los seres raciocinantes 
para construir nuestras vidas: el que divide, parcela y 
discrimina el mundo sembrando la dualidad. 
El objetivo de este trabajo será indagar y, si es posible, 
definir si existe un modelo de pensamiento no dual o 
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adual y si tal forma de mirar el mundo y la vida es 
factible con la vida práctica en medio de las diferencias. 
 
 
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por qué AbrAxAs. 
 
 Leyendo a Hermann Hesse y, en concreto, su obra 
Damián, topé con la cautivadora imagen de un dios 
que tiene su rostro dividido en dos mitades; una de 
ellas muestra un demonio y la otra un dios al modo 
tradicional. El impacto sería inmediato en un espíritu 
moralizado y bien parapetado en el lado del bien. En 
un malvado redomado el efecto sería otro, tal vez, 
quizás una parte de su conciencia podría rechazar la 
imagen de este dios que le indica que en algún lugar 
recóndito de su ser alberga una semilla de bondad. 
En un principio negaría la existencia del bien en el 
universo, ya que ello justifica sus depravados actos; sin 
embargo, llegado el momento, la imagen de Abraxas 
solo puede despertar en este hombre una sensación de 
alivio. 
Al igual que el personaje Sinclair, amigo de Damián 
en la novela, vamos a hacer una aproximación a 
nuestro dios como él lo hizo llevado, en principio, 
por la mano del protagonista. Y al igual que él, 
iremos progresivamente acercándonos al extraño y 
exótico animal que queremos capturar. Para comenzar 
transcribo un pasaje de la novela: 
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Habla Damián: 
 “¡El caso es no ser consecuente! Pero te voy a decir 
una cosa: este es uno de los puntos en los que aparecen 
con toda claridad los fallos de nuestra religión. El 
Dios del Antiguo Testamento y Nuevo Testamento es, 
en efecto, una figura extraordinaria; pero no es lo que 
debe representar. Él es lobueno, lo noble, lo paternal, 
lo hermoso, elevado y sentimental. ¡De acuerdo! Sin 
embargo, el mundo se compone de otras cosas; y éstas 
se adjudican simplemente al diablo, escamoteando 
y silenciando toda una mitad del mundo. Se venera 
a Dios como padre de la vida, negando al mismo 
tiempo la vida sexual sobre la que se asienta la vida 
misma, declarándola diabólica y pecaminosa. No 
tengo nada en contra de que se venere al Dios de 
Jehová. ¡En absoluto! Pero opino que deberíamos 
venerar y santificar al mundo en su totalidad, no solo 
a esa mitad oficial, separada artificialmente. Por lo 
tanto, deberíamos tener un culto al demonio junto al 
culto divino. Sería justo. O si no, habría que crear un 
dios que integrara en sí al diablo y ante el cual no 
tuviéramos que cerrar los ojos cuando suceden las 
cosas más naturales de la vida.” 
Siguiendo el hilo de la novela aparecen otros pasajes no 
menos interesantes que nos ayudan a definir el animal 
que afanosamente buscamos. Sinclair hace amistad 
con Damián y ambos entablan una conversación con 
el fin de conocerse mejor. Sinclair le habla a su amigo 
del lugar donde vive y Damián le recuerda un viejo 
y casi destruido escudo que hay sobre el dintel de la 
puerta de su casa. 
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Sinclair: 
“No se lo qué es, dije tímidamente, me parece que hay 
un pájaro o algo parecido.” 
 Damián: 
“Puede ser, obsérvalo bien; esas cosas son muy 
interesantes. Creo que el pájaro es un gavilán.” 
Con el tiempo Sinclair llega a descubrir la forma 
completa de la figura que se encierra en el escudo 
de su casa y encuentra que se trata de una especie de 
pájaro que sale de algo parecido a un huevo y que sin 
embargo es la bola del mundo. Sinclair no encuentra 
el significado de esta imagen, lo cual no implica que 
se aparte de su mente, hasta el punto de convertirse en 
obsesión, soñar con él y llegar incluso a realizar un 
boceto. Un buen día, alguien deja en su pupitre de 
clase, un papel doblado al que Sinclair no da a priori 
ninguna importancia y lo desdeña; pero el papel está 
ahí como tentándolo; dejemos al propio Sinclair con 
su relato: 
 
“Durante la clase, por casualidad volvió a caer en mis 
manos. Jugué un rato con él, lo desdoblé distraídamente 
y encontré unas pocas palabras escritas. Eché un 
vistazo y tropecé con una de ellas; me asusté y seguí 
leyendo, mientras mi corazón se contraía ante el 
destino como invadido por un repentino frío.
 ‘El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. 
Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo. El 
pájaro vuela hacia Dios. El dios se llama Abraxas”. 
Después de haber leído varias veces estas líneas quedé 
sumido en hondos pensamientos. No cabía duda, era la 
respuesta de Damián. Nadie podía saber nada del
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pájaro, excepto él y yo. ¡Había recibido mi dibujo!
Más adelante indagaremos en el significado de 
esta figura, la cual tiene que ver con la sombra y la 
realización del ser. Ahora prosigamos con la lectura de 
Damián, lo que nos interesa para sacar de su escondite 
a nuestro trofeo de caza; en concreto allí donde Sinclair 
se siente sorprendido por unas palabras de su profesor 
de lenguas clásicas; transcribo: 
“Muy lejos me hallaba yo de Herodoto y del colegio 
cuando de pronto la voz del doctor Follen me traspasó 
la conciencia como un rayo y me despertó sobresaltado. 
Oí su voz: se encontraba muy cerca de mí y casi creí 
que había pronunciado mi nombre. Pero no se fijaba 
en mí. Respiré aliviado. Entonces volví a oír su voz, 
que pronunciaba claramente la palabra ‘Abraxas’. 
El profesor prosiguió su explicación, cuyo comienzo 
se me había escapado: ‘No debemos imaginar que las 
doctrinas de aquellas sectas y comunidades místicas 
de la Antigüedad eran tan ingenuas como parece desde 
el punto de vista de la interpretación racionalista. La 
‘EL pájaro tompe el cascarón.
El huevo es el mundo.
Quien quiera nacer, tiene que 
romper un mundo’.
 Abraxas
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antigüedad no conocía el concepto de ciencia en el 
sentido actual. En cambio, había una actividad muy 
desarrollada en el campo de las verdades filosófico- 
místicas. En parte, esto degeneraba en magia y 
superficialidad. Pero También la magia tenía un origen 
noble y pensamientos profundos como la doctrina de 
Abraxas, que puse antes como ejemplo. Se cita este 
nombre en relación con fórmulas mágicas y se le 
considera a menudo el nombre de un hechicero; pero 
parece que Abraxas significa mucho más. Podemos 
pensar que es el nombre de un dios que tiene la función 
simbólica de unir lo divino y lo demoníaco’”. 
Considero que la imagen que nos muestra esta 
deidad bicéfala o bifronte abre una sabiduría bajo la 
cual es posible liberarnos de la moral maniqueísta y 
condenatoria que divide en partes irreconciliables dos 
naturalezas que, aún siendo diferentes, caminan juntas 
de un modo armonioso y complementario. Con Abraxas 
es posible liberar tanto al santo como al criminal de 
sus respectivas pureza o impureza y devolver a cada 
uno la parte de sus rostros que la moral les niega. Y no 
olvidemos que igual que existe una moral que pone su 
acento en el bien, hay otra que lo pone absolutamente 
en el mal. Ambas son fuerzas morales que separan, 
dividen y oponen. 
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AbrAxAs 
 
 Poco se sabe del nacimiento y culto de este dios 
cuyo origen se remonta a la antigua Grecia. La 
pista parece llegar a Egipto donde también tenía esa 
categoría. Se consideraba una deidad que unía el bien 
y el mal, -Mejor no pudo escoger Hermann Hesse para 
su novela-. La secta de los llamados ‘cainitas’ también 
lo adoptó convirtiéndolo en un dios maniqueísta que 
castigaba despiadadamente a las personas que él 
consideraba malas, y amable y piadoso con aquellas 
que consideraba buenas; bastante arbitrario como se 
ve. La imaginería mediática actual lo hace aparecer 
en distintos lugares, tales como portadas de discos o 
amuletos, convirtiéndolo en una especie de demonio 
exótico, vease: 
 
 
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La imagen que lo representa como un ser con cabeza 
de gallo y piernas de serpiente puede ser interpretado 
como un ser que media entre lo celestial y lo terrenal. 
La cabeza de ave siempre es una referencia a lo aéreo y 
la serpiente no puede por menos que ser tenida como lo 
pegado al suelo; un símbolo de lo terrenal. La serpiente 
también evoca la energía Kundalini la cual, no lo 
olvidemos, se despliega en un movimiento ascendente 
que va desde el centro más básico y material hasta el más 
elevado donde se realiza el despertar a lo espiritual. La 
serpiente es un símbolo cargado de fuerza, una llamada 
a la energía vital y a las fuerzas subconscientes. 
 
El cuerpo del guerrero hace referencia a la fuerza y al 
poder bélico, sin embargo este guerrero no maneja ni 
blande una espada, sino un látigo, lo que significa que 
infringe un castigo que no es mortal. 
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El gallo es figura heráldica, tal y como aparece en 
algunos escudos nacionales y deportivos. Sin embargo 
nos preguntamos: ¿porqué no un águila? Esta siempre 
representa mayor poder y es más bella. Su mirada es 
extraordinariamente aguda y sus garras se aferran con 
mayor fuerza que las del gallo. 
Pero el gallo, este animal gregario y de granja, posee 
el don de ayudarnos a despertar. Su canto anuncia 
la aurora y siempre es el primero en ver el día. De 
lo terrenal e inconsciente al despertar luminoso y 
consciente, pasando por un cuerpo que maneja un 
escudo de protección y un látigo para castigar. El 
escudo y el látigo parecen proteger a quienes realizan 
ese camino o bien azuzar a los rezagados. A su vez, 
el ave que nace destruyendo “un mundo,”que se 
nos presenta en la novela de Hermann Hesse, parece 
tener bastante similitud con este gallo con piernas de 
serpiente, pues la serpiente recuerda al mundo terrenal; 
ese que, parece ser, hay que destruir. 
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No podemos soslayar el cuerpo humano que media 
entre la cabeza aviar y las sierpes que substituyen a lo 
que podrían ser piernas, pues ese torso masculino nos 
invita a reconocer el papel mediador del ser humano 
entre dos fuerzas secularmente antagónicas; lo terrenal 
y lo celestial. Así que, podemos decir, que el hombre 
sirve de medio de conexión y reconciliación entre 
ambos poderes. 
Ya tenemos cazado a nuestro animal, ya sabemos que 
forma tiene: por un lado, la de este ser mitológico 
que acabamos de describir y por otro la de un rostro 
doble, mitad Dios mitad demonio. En ambos casos 
hay una mediación entre dos principios hasta ahora 
considerados antagónicos: lo terrenal versus lo celestial 
y Dios versus Satanás. 
También se puede establecer un esquema formado por 
una cruz, en el cual el binomio tierra- cielo representa la 
línea vertical y el de Dios-demonio la línea horizontal.
Espíritu 
Despertar 
Consciente
 Dios Demonio 
 
Tierra 
 Inconsciente 
Vida 
 
 
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Esta representación ¿no recuerda esa otra expresada 
por Welbood? Veamos: 
Espíritu 
Trascendencia 
 Relaciones 
 yo los otros
 
 Tierra
Se puede apreciar cierta similitud entre ambas 
esquematizaciones. Lo espiritual, trascendente e 
iluminado aparece amparado o auspiciado por un 
Abraxas que media entre ambas dimensiones, cielo 
y tierra, a la vez que azuza con su látigo y protege 
con su escudo a quienes se embarcan en esta aventura 
desde la fuerza emergente, poderosa e ineluctable, que 
tiene su origen en la fuerza subconsciente y primordial 
de la vida. El mismo látigo no deja dudas de que no 
vale estancarse y esclerotizarse. 
Las relaciones personales, en cambio, están 
influenciadas y gobernadas por el poder moral que 
establece las categorías y las diferencias entre el bien 
y el mal, Dios y su antagónico. Aquí la mediación de 
Abraxas con doble cara parece estar más relacionada 
por el perfecto balance y equilibrio entre ambas fuerzas.
En la línea vertical imperan más los principios de 
 
 
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energía, fuerza, voluntad, deseo, sublimación e 
iluminación. En la línea horizontal los de equilibrio, 
sabiduría y ciencia. El vertical es, evidentemente, 
masculino, Yan; el horizontal, femenino, Yin. 
Ahora, haciendo un recorrido por nuestra cultura, 
reparamos en que el judeocristianismo nos propone el 
binomio antagónico siguiente:
Dios-Cielo 
Demonio- Tierra
Dos fuerzas que tiran del pobre humano en dos 
direcciones hasta desgarrar su naturaleza esencial 
que, en si misma, es doble. Según este esquema, la 
aproximación a uno de los polos produce el inmediato 
alejamiento del otro. Hay, pues, que elegir y el justo 
término medio es acusado de tibieza; es así, de ‘tibios’ 
como son etiquetados en el catolicismo a los que se 
mueven en esa tierra intermedia, en esa duda que nace 
del miedo a dar un salto desgarrador hacia el espíritu 
que nos ha de desposeer de una parte irrenunciable y 
legítima de nuestra naturaleza; la del cuerpo unido a la 
materia. 
 
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Pero Abraxas, el Abraxas de piernas de serpiente 
y cabeza de gallo, nos descubre su sabiduría 
anunciándonos otro camino, otra vía. Nuestro dios mira 
hacia la altura con su cabeza de gallo anunciándonos 
el alba de la conciencia, y a la vez se mueve reptando 
sobre el suelo con sus piernas en forma de serpiente. No 
renuncia a una de sus partes en favor de otra, sino que, 
más bien, nos dice que para llegar al alumbramiento 
del espíritu, al alba del despertar, es preciso partir de la 
gleba. Que la tierra es lo que nos permite alcanzar el 
cielo. Que el poder básico e inconsciente de la vida es 
la fuerza que nos alza y nos eleva hacia las cumbres de 
la consciencia. 
Y a menudo sentimos que es así, pues para caminar 
por la senda que lleva al goce espiritual hace falta 
un gran coraje y una voluntad férrea, no tanto para 
desarrollar una práctica que pueda resultar dura y en 
ocasiones hasta un poco cruel, como para enfrentarse 
a los propios fantasmas y al reconocimiento de nuestra 
sombra. 
Este Abraxas de látigo en mano nos advierte que el 
camino del espíritu no es un paseo por los jardines 
del palacio de Versalles, ni un dulce viaje rodeado 
de ángeles y Maestros Ascendidos. Nos dice que se 
necesita disciplina, coraje y fe en la victoria, que son 
las mismas cualidades que debe tener un buen guerrero. 
Parece decirnos también, que solamente quienes 
tienen la fuerza de la vida y la bravura de un guerrero 
pueden mantenerse con pie firme en las cumbres de la 
consciencia, donde el viento del espíritu los arrebataría 
como a hojas caídas. “Son sus sólidas raíces lo que 
mantienen al árbol sujeto al suelo cuando desata su 
furia el huracán”. 
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Pero nuestro dios nos dice también que el camino que 
va de la tierra al cielo no es solamente un camino de 
ida, sino también de vuelta. 
 -“Antes de la iluminación ¿tenías tristeza, rabia y 
dolor maestro? 
- Si, claro, por supuesto. 
-Y después de la iluminación ¿sigues teniendo tristeza 
dolor y rabia?
-¡Naturalmente querido!
-¿Cúal es la diferencia? 
-Que ya no me importa.”
 
¿Qué ha cambiado? El maestro, si es un buen maestro, 
hace entender a su discípulo que no se ha separado ni 
una micra de milímetro del suelo a pesar de haber visto 
la luz de la iluminación. Éste ha hecho el recorrido 
de ida y ahora hace el camino de vuelta para iluminar 
su parte humana y terrenal. La línea Dios-Demonio, el 
lugar donde se ubica lo personal y nuestra particular 
zona oscura, es la que espera que, en el camino de 
retorno, el yo descienda enriquecido con su savia 
elaborada y la nutra de luz y consciencia. 
 
¿Es así como lo espiritual acude en ayuda de la práctica 
netamente psicológica? Creemos que si, pues de este 
modo es como el ser humano recupera e integra su 
alma en la terapia psicológica. Desde las alturas de la 
experiencia cumbre y de la conciencia testigo, a las 
cuales hemos ascendido ayudados por el poder de las 
energías vitales y basales, observamos para iluminarlo 
el panorama del valle donde “ciegos reyes luchan por 
un palmo más de tierra”, esto es, donde se desarrolla 
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la vida del ser humano cuya psique está poblada de 
egos y subpersonalidades que disputan entre si, y de 
una mente desconectada y desarraigada de la totalidad 
humana. 
Parece, además, suceder que desde la energía espiritual 
y desde la consciencia, el dolor producido por nuestro 
encuentro con la sombra queda asumido en una bella 
sensación de claridad, revelación y comprensión 
profunda. 
En conclusión: La imagen que hasta aquí hemos 
estudiado de Abraxas nos habla de un doble camino, 
ascendente y descendente, impelido en principio por 
las fuerzas vitales y elementales en su proceso de 
sublimación desde lo terrenal hacia la consciencia, y 
posteriormente por un regreso integrador al origen en 
forma de toma de consciencia de lo terrenal desde la 
plena Consciencia o la Consciencia Testigo. 
En el proceso se atraviesa una zona ocupada por el 
individuo y sus relaciones, tanto con sus propios egos 
como con los de los demás y dominada por la habitual 
lucha entre contrarios. La línea horizontal cercena y 
separa, y por lo tanto muestra como un espejismo o como 
una distorsión de la realidad, lo que tal vez realmente 
esté unido. Es en esta frontera horizontal donde se sitúa 
la separación entre bien y mal, puro e impuro, arriba y 
abajo. Tal vez, siesta línea desapareciera se vería la 
unidad entre los polos superior e inferior, una unidad 
en la que lo terrenal y vital está rodeado y envuelto en 
conciencia, a la vez que la conciencia es abordada por 
lo terrenal y fenoménico sin desdeñar ningún aspecto. 
Hora es ya, sin embargo, de ocuparnos de la línea 
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horizontal, esa en cuyos extremos se sitúan Dios y el 
diablo. Y con ello el rostro de nuestro dios, donde se 
dan cita y aparecen íntimamente ligados y ayuntados 
ambas fuerzas o ambos poderes. La imagen de la 
portada muestra una figura humana, mujer según la 
elección estética del artista, la cual nos parece que está 
henchida de significado. Este cuerpo muestra un lado 
blanco, alcorzado y luminoso que es fácil relacionar 
con la pureza del personaje; el otro, muy al contrario, 
ensombrecido, evoca lo oculto, oscuro y tal vez lo 
impuro. El artista ha añadido un detalle a expensas 
de su propio criterio: el brazo correspondiente al lado 
oscuro intenta tapar esa parte del rostro que se muestra 
avergonzada o, más bien, celosa de su secreto, porque 
el lado oscuro representa lo tabú, lo innombrable, lo 
no reconocido. Vivir en asimetría con un solo lado del 
rostro significa vivir en asimetría con nuestra condición 
humana, en asimetría con nuestra alma y con nuestro 
ser, con todas las consecuencias que se derivan. 
 
 
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Llevemos nuestra mirada al fondo de la imagen y 
descubramos que está acuartelado en dos parcelas 
igualmente asimétricas; una blanca y otra negra. El 
artista lleva así al observador a una reflexión: la de que 
la mitad blanca del cuerpo puede ser vista merced a su 
fondo oscuro y la mitad negra merced a su fondo claro. 
Esta es una sabiduría que se conoce desde Platón y 
posiblemente aún antes, a saber; que las cualidades son 
reconocidas gracias a la existencia de su antagónica 
¿cómo reconocer el bien si no es conociendo antes 
el mal? ¿Cómo reconocer la belleza si no existiera la 
fealdad para hacer su natural contraste? ¿Cómo nos 
descubriríamos pobres o ricos sino comparándonos con 
la riqueza o la pobreza de nuestros vecinos? Y yendo 
un punto más lejos, descubrimos que aprendemos 
a ganar aprendiendo a perder, a vivir aprendiendo y 
reconociendo que morimos a cada instante, a crear 
aprendiendo a destruir y a ser iconoclastas de nuestra 
propia obra, a reír porque en la misma medida somos 
capaces de llorar, a valorar la vida porque sabemos 
cuan fácil es sembrar la muerte, a dar la muerte porque 
sabemos que de ella se alimenta la vida, a sembrar el 
caos porque comprendemos que de él ha de surgir el 
nuevo orden, a ser libres porque odiamos las cadenas y 
a amar las cadenas porque sabemos que en su medida 
sirven de cauce a la vida. 
Para rematar, un pensamiento de Nisargadatta: “El Ser 
se realiza en el devenir y el devenir se realiza en el 
Ser”. No hay, pues, lucha ni oposición entre el devenir 
y el Ser sino un movimiento cíclico y una alternancia 
justa. Esto lo ve así la sabiduría adual, si es que existe 
una sabiduría que pase por verdadera y se mueva dentro 
de la visión dual del universo. La mente, en cambio, 
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no, la mente dual no reconoce la íntima conexión entre 
la vida y la muerte, el bien y el mal, la víctima y su 
victimario. La mente dual vive de los irreconciliables 
extremos, de la dialéctica como forma de relación 
entre los reconocidos opuestos, de la lucha de clases, 
de la guerra entre partidos, de la lógica darwinista, del 
maniqueísmo y la moral. 
La sombra que proyecta el lado oscuro de la imagen 
esconde todo lo que en nosotros hay de valiente, 
corajudo, audaz, iconoclasta, rebelde, egoísta, 
violento, competidor libidinoso, primario y salvaje.
Está relacionado con el cerebro límbico y el hipocampo 
–ese corazón rodeado de cerebro- y por ello con las 
sensaciones más básicas y primarias; placer, dolor, 
miedo, ira, etc. 
Pero ¿qué ha pasado con todo ello? Se lo ha dividido en 
positivo y negativo a criterio de una moral buenista y de 
un modelo racionalista y rígido que tradicionalmente 
ha condenado las emociones y temido los sentimientos. 
Abocadas así al rechazo y calificadas de mal gusto, 
estas fuerzas o cualidades de la naturaleza humana 
quedan desamparadas de toda inteligencia y luz que 
pudiera iluminar, guiar o atemperar su expresión. 
Dicho con otras palabras: les ha faltado la luz de la 
consciencia. Una consciencia que modera, atempera, 
da sentido, dirección y criterio; en resumen: que crea 
un cauce para ese río de fuerzas, pulsiones y emociones 
que son el trasfondo irracional de la vida, y que de otro 
modo degeneran en odio y en todas las formas de la 
destrucción propia o ajena. 
Así que estas potencias, a falta de la luz de una 
consciencia que les de reconocimiento y su lugar en 
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el mundo, se han dedicado a hacer ‘trastadas’; a salir 
de su cauce e inundar la siembra de lo socialmente 
correcto. Su falta de límites o su mala gestión es causa 
de destrucción y caos y esto las ha hecho moralmente 
execrables para el individuo y la sociedad. 
Del lado divino vemos un panorama no menos 
desastroso en el que las virtudes avaladas por la 
moral, tal que humildad, compasión, moderación, 
bondad, altruismo, pacifismo, obediencia, fidelidad, 
disciplina, etc, se han comportado con la misma falta 
de consciencia y por lo tanto se han hipertrofiado 
convirtiéndose en eso que denominamos ‘buenismo’, 
hasta convertirse en destructivas y morbosas, cuando 
no generadores de hipocresia y hasta letales. 
Todo ello ha sido justificado en nombre de los grandes 
valores totémicos de la sociedad: Dios, la familia, la 
patria, el alma, la paz, el bienestar, el progreso, el orden 
público, la libertad y la democracia. En cualquier caso 
modelos y paradigmas, es decir, constructos mentales. 
El buenismo es, digámoslo sin embajes, el hijo tonto de 
la bondad, quiero decir de la bondad sin conocimiento 
y sin sabiduría, esto es: sin consciencia. El buenismo 
es lo que el noble Alonso Quijano ejerce cuando libera 
a los galeotes de sus cadenas movido por su deseo de 
ejercer el bien, que es el imperativo del excelso oficio 
de la caballería andante, sin comprender ni querer ver 
la realidad. 
¿Y qué reciben en sus consultas los médicos de 
todas las disciplinas, psicólogos, psiquiatras y demás 
terapeutas sino la consecuencia en la psique y en el 
cuerpo de este desequilibrio y separación? Porque el 
ser humano, no lo olvidemos, es el campo de batalla en 
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el cual se dan cita estas fuerzas antagónicas de la luz y 
la sombra. 
Hablemos ahora de la heráldica figura del halcón 
saliendo del huevo que, sin embargo, es un mundo. En 
el libro de Hermann Hesse, se nos presenta la imagen de 
un ave rompiendo el huevo que lo mantiene constreñido, 
naciendo con las alas extendidas y dispuesto a volar. El 
huevo es un mundo, el mundo. Aquí podemos elegir 
entre una de las dos opciones, bien el mundo particular 
de la persona o el mundo en general. En tanto que el 
ser humano es una representación del todo elegimos la 
primera opción. El mundo que se destruye y que se ha 
de romper no es otro que el de las viejas creencias y 
patrones de conducta. 
“La verdad nada tiene que ver con la autoridad, la 
tradición y la costumbre.”
He elegido este aforismo porque nos hace reflexionar 
sobre esos maestros en los cuales nos hemos apoyado 
para construir nuestro mundo exterior e interior, 
llámense costumbre, tradición o autoridad, y que bien 
se pueden traducir por: familia y sociedad. El miedo 
está siempre latente en esta aventura y siempre será 
nuestro mayor escollo, pues quien se atreve a romper 
ese mundo se expone a la soledad.
-“Maestro, ¿qué harás cuando llegues al final de la 
montaña?
- Seguir subiendo.” 
¿Por qué seguir acogiendo en nosotros un mundo 
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manido y agónico que no puede ya satisfacernos? 
¿Por qué permanecemos aferrados a lo viejo, caduco, 
exprimido y consumido hasta la hez? ¿Qué nos 
hace permanecer en él? Es sencillo responder a esta 
pregunta, para ello basta con echar un vistazo a nuestro 
alrededor o a nosotros mismos y descubrir el don que 
encontramos en ello: el de la seguridad y el de la 
identificación. 
Es precisamente aquí donde más necesitamos las 
cualidades del lado demoníaco de Abraxas y de 
aquellas subpersonalidades nuestras donde se ubican, 
especialmente en el aventurero, el nómada, el 
romántico y, como no, el guerrero. Veamos que nos 
aporta cada uno. 
El romántico aporta libertad, amor-idealización y 
pasión en nuestra empresa. 
El aventurero da amor al riesgo, inconformismo, 
no reconocer límites, deseo de ir siempre más allá 
experimentando lo desconocido. El aventurero pone 
a prueba los límites del orden establecido y de sus 
guardianes, sean estos los padres, los maestros o las 
fuerzas del orden. El niño malo y avieso que quiere 
experimentar su propia resistencia y la del mundo. 
El nómada nos llena de amor al cambio y nos invita a 
no permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio; no 
echar raíces. 
El guerrero representa el lado duro y aporta la capacidad 
para vencer los obstáculos, desarrollar estrategias y 
soportar sin desánimo los golpes y fracasos. Nos invita 
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a no rendirnos. Lo peor del guerrero es que no tolera 
la derrota y por ello puede continuar la guerra más allá 
de los objetivos originales y empecinarse en mantener 
una lucha sin sentido. 
He aquí tres demonios o tres fuerzas capaces de 
romper, cada una por si misma, el duro cascarón de 
nuestro mundo. No dejemos de observar que el halcón 
nace impelido por la ciega fuerza vital que busca su 
trascendencia en la forma y que los tres demonios 
nombrados son sus guías. Tres demonios que, por 
supuesto, se enfrentan a sus naturales y opuestas 
subpersonalidades: El crítico interior, el padre y el 
controlador. 
Pero sucede que cuando el poder organizador y 
defensor de las formas, que son representados por el 
círitico interior, el padre y el controlador, se oponen y 
frenan el empuje de aquellos demonios, éstos se tornan 
violentos, incontrolados y destructivos, y es así como 
adquieren su rostro fatal y satánico. A este aspecto me 
gustaría llamarlo el aspecto Kármico del demonio, es 
decir, su mala reputación o su mala imagen compuesta 
de elementos como son el odio, la destrucción y la 
mala intención. 
Como fuerzas dionisíacas y puras que son, los 
demonios no saben reconocer sus límites y pueden 
llegar al paroxismo de su propia destrucción; son 
fuerzas que necesitan de los arquetipos superiores para 
convertirse en positivas y es aquí donde los arquetipos 
de el controlador, el crítico interior y el padre vigilante 
deben dotarlos de sentido y organización, ayudándolos 
a trascenderse a sí mismos en lo formal y apolíneo. 
Ahora podemos distinguir las máscaras con las que 
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el demonio y Dios se nos presentan tradicionalmente. 
En el demonio la máscara está constituida por su lado 
Kármico y es el producto de su falta de mesura y 
destrucción, cuando no de maldad y odio. 
En Dios, la máscara es el buenismo, que puede ser 
definido como el bien a ultranza y sin conocimiento ni 
consciencia; se añade a ello la complacencia extrema y 
el modelo “salvador” de conducta. 
Sin máscaras, el demonio es una energía llena 
de vitalidad que busca sublimarse y alcanzar el 
conocimiento a través de las emociones y poniendo a 
prueba su fuerza frente a los límites. No existe maldad 
en él sino solo inconsciencia, pureza, pasión y energía. 
Dios sin máscara representa los valores universales; 
bondad, compasión, amor, belleza, sabiduría y 
consciencia. 
Mi pregunta ahora es quién pone las máscaras y las 
crea en este ‘gran teatro del mundo’, y ya me parece 
ver a la mente dual trabajando tras los bastidores, pues 
la mente dual actúa creando definiciones extremas y 
términos puros. 
“Un mundo se rompe…” el mundo de lo acabado 
y cerrado con intenciones de perpetuarse; empero 
también el propio mundo de subpersonalidades 
controladoras y patriarcales, de disfraces y modos 
intelectuales carentes de emoción. Uno debe ser 
iconoclasta de si mismo y del mundo heredado de sus 
padres y maestros si quiere eclosionar su propia ave 
mágica que le lleve a las alturas de las experiencias 
transpersonales. Así pues, lo transpersonal requiere 
coraje y espíritu aventurero y guerrero. 
“Somos igual que huchas; si no nos rompemos jamás 
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podremos descubrir las monedas de oro que llevamos 
dentro”.
Hora es ya, después de haber descrito al fabuloso animal 
que nos ocupa y de descubrir su rostro, de darnos un 
paseo por el mercado al encuentro de los variados 
ropajes y vestes con los que se disfraza actualmente la 
moral y su más dilecta criatura; el “buenismo.” 
 
 
 
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un pAseo por el mercAdo 
 
 
 Cuando salimos a dar una vuelta por la plaza 
del mercado lo primero que apreciamos es que 
cada cual porta dos cestos en los cuales va echando 
y distribuyendo las variadas especies de sucesos, 
fenómenos y objetos que aparecen ante su vista. Un 
cesto lleva el título de “Luz” y el otro el de” Sombra.” 
Y es de ver con qué ligereza y prestanza cada uno va 
llenando ambos cestos. Nada deja indiferente a quien 
se acerca a este gran mercado y todo viene a engrosar 
uno u otro recipiente. No hay opción: o lo blanco o lo 
negro, el amor o el odio, la vida o la muerte, Dios o 
Satanás. 
La inquisición hace ya tiempo que desapareció como 
institución; sin embargo ¿Quién de nosotros no lleva 
dentro un funcionario del Santo Oficio? ¿Quién no 
colgaría o quemaría a alguien, próximo o lejano, si 
tuviera la posibilidad de hacerlo?¿Qué clase de paz es la 
que crearíamos si tuviéramos el poder de establecerla? 
y ¿a quién invitaríamos a vivir en nuestro paraíso? 
La tendencia natural del ser humano inconsciente es 
la de huir de aquello que le incomoda y aproximarse 
a lo que le causa placer. Es lo que todos hacemos o 
hemos hecho alguna vez. Pero no creamos que la 
cosa termina aquí; ejerciendo nuestra mayor o menor 
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parcela de poder tendemos no solamente a alejarnos 
de lo que nos disgusta, nos parece feo o incomoda, 
también tendemos a despejar el camino de ello y, en 
consecuencia, a exterminarlo. Por supuesto que todo 
aquello que nos beneficia y causa bienestar y placer 
será objeto de nuestro control y así, frente al terror a 
perderlo, lo atesoraremos y esconderemos. 
Entonces me explico el Gurka, el pañuelo en la cabeza 
para las mujeres y los casos patológicos descubiertos 
en los que un padre encierra a su hija durante años en 
una vivienda subterránea y allí tiene uno o varios hijos 
con ella. “Monstruos” creo que los llaman.
Creemos haber alcanzado las cimas de la convivencia 
pacífica con el establecimiento del régimen 
democrático, pero su motor es la dialéctica entre 
términos antagónicos que deben negociar o pactar en 
el fragor de una batalla verbal cargada de inquina. 
Y es cierto que la iglesia cede su poder poco a poco 
frente a las fuerzas sociales; sin embargo el moralismo 
sigue tan vigente y fuerte como lo fuera en cualquier 
teocracia. Nos gustaría conocer las nuevas formas en 
las que la moral maniquea y dual se encripta en nuestra 
pretendida sociedad liberada. 
Como ya dijimos y volvemos a repetir, la mente 
dual se alimenta de la creación de términos puros y, 
por lo tanto, opuestos. Cuanto más bellos dibujemos 
a nuestros paradigmas y arquetipos más atractivos 
serán y más fuerza otorgaremos a nuestra voluntad, 
más justa será nuestra causa. Por el contrario, cuanto 
más horrísonamente pintemos lo que nos desagrada 
y amenaza, más legitimidad imprimiremos a nuestra 
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destrucción. Y aquí se puede ver un hecho que hace 
patente el principio que dice así: 
pensamiento = emoción y de qué manera la mente 
dual puede producir grandes monstruos con la fobia 
concomitante. Este fenómeno ha sido descubierto entre 
los piratas somalíes. Pues bien, se ha comprobado- saltó 
la noticia en la prensa- que el mejor repelente frente a 
ellos es la música pop en los altavoces de los barcos. 
Es tal la fobia y el repudio que los piratas sienten ante 
la cultura occidental que les resulta insoportable todo 
lo que provenga de ella ¿Cómo se explicaría esto si no 
es entendiendo que la mente desarrolla pensamientos 
condenatorios extremos extendiendo sus ondas al 
campo emocional y contaminándolo?. 
Otro ejemplo es le de la fobia de los racistas hacia 
sus repudiados grupos étnicos; en todos los casos 
descubriremos un ego identificado con el lado de la 
pureza y la excelencia, y una mente que extrema su 
imagen nefanda del otro mientras hipertrofia los 
valores universales en la propia. 
Los medios de comunicación no quedan al margen 
de esta dinámica y, sabedores de su poder para crear 
opinión, explotan la naturaleza dual de nuestras mentes. 
Hay un crimen; entonces es de ver con qué profusión 
de detalles nos conducen por el drama y qué énfasis 
se pone en cada detalle de la tragedia. ¿Aún no ha 
llorado usted lo suficiente? No se preocupe, nosotros, 
los medios de masas, le conduciremos por todo el 
parque temático del drama hasta estremecerle. Pero 
al lado de ello y amparado en nuestra compasión por 
las víctimas, crece un clamor reclamando que el justo 
y feroz castigo caiga sobre el monstruo perpetrador; 
justa venganza de las víctimas. 
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La sociedad norteamericana es un claro ejemplo de 
dualidad y de venganza justiciera; no hay más que ver 
de qué modo se comportan sus héroes y cómo es su 
modo de ejercerla. En cada comic y en cada película 
siempre están enfrentados el bien y el mal y sus héroes 
y antihéroes presentan rasgos extremos mostrando 
perfiles caricaturescos; los buenos son muy buenos y 
los malos muy malos. Esto es lo que son los héroes y 
antihéroes de la literatura visual americana: caricaturas, 
y así es como se ven a sí mismos y nos ven al resto del 
mundo. 
La mente dual posee otra característica unida a su 
necesidad de exagerar las formas y contornos de los 
objetos, se trata de crear distancia. De hecho la primera 
necesidad responde a la necesidad de la segunda, 
es decir que para forjar la distancia antes se deben 
hipertrofiar las características de las cosas y esto no 
responde a otra cosa que a la búsqueda de la perfección 
y la pureza. 
 De este modo hemos descubierto tres características 
del comportamiento de la mente dual: 
 
- Exageración de los rasgos. 
- Creación de distancia. 
- Búsqueda de la pureza. 
Todo ello, está claro, tiene un resultado en nuestro campo 
emocional y este es el de la seguridad. La definición 
exacta de quienes somos y quien es nuestro enemigo, 
junto a la pureza de nuestra condición y la distancia, 
son fuente de seguridad y ello porque sabemos quienes 
somos y quienes son nuestros contrarios, con lo cual 
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podemos conocer las fronteras que nos dividen y así 
mantenernos prudentemente alejados. 
 
La pureza me da el reconocimiento de mi mismo y de 
los que son como yo, a la vez que me da dignidad y 
fuerza moral 
La distancia, me ayuda a reconocer los límites y 
defenderlos; Reconocer a la fuerza contraria y sus 
manifestaciones, mantenerme lejos y prístino. 
Un rasgo más de la mente dual, unido al de la distancia, 
es el de crear categorías y así poder discriminar y 
clasificar cada fenómeno y cada objeto. Muy científica 
esta forma de mirar el mundo. 
Todo esto nos pone en la pista del ego, ya que este 
es quien más necesita reconocerse en las formas y 
saber quien es. Pero la mente dual tiene otros señores 
a quien servir, en esta caso a algunas de nuestras 
subpersonalidades como son el controlador y el crítico 
interior.
El controlador necesita crear reglas y cauces estrechos 
para la vida, nos hace pasar por el ojo de una aguja 
y nos viste con ropas estrechas cuando elabora 
principios y leyes. Otra manera de sentirse seguro, 
como ejemplo el Confucionismo. Pero la norma y 
la ley deben protegernos, o protegerse a sí misma, 
de alguna clase de amenaza la cual debe estar bien 
definida; tal vez la vida, la libertad, la espontaneidad, 
o la felicidad, es decir, de todo aquello que no necesita 
ningún orden y que incluso lo trasciende; así nace 
el mal. Y no solo eso, sino que debemos saber cómo 
conducirnos correctamente para no caer en las fuerzas 
que amenazan cualquier orden; aquí nacen el bien y la 
moral. 
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La mente dual ofrece esta visión de una pretendida 
realidad que el controlador necesita para hacer sentirse 
seguro al ego. 
El crítico interior vigila o fiscaliza al ego para que se 
mantenga en los estrechos márgenes de la perfección y 
de la pureza. Inquiere y juzga, pero para ello necesita 
tener claro qué conductas debe ponderar y cuales 
condenar y esto solamente puede obtenerlo de la mente 
dual y del padre controlador, verdaderos legisladores. 
Y no resulta extraño, en verdad, encontrarse con estos 
tipos mentales, vamos a denominarlos el Legislador. 
Otra subespecie de ego bastante extendida. Es fácilmente 
reconocible allí donde hay colas de personas esperando 
o donde falla el orden o alguien se equivoca; entonces, 
y en un poderoso acto demiúrgico, inventa pequeñas 
o grandes leyes bajo las cuales poder, tanto juzgar a 
quien se equivoca o pretende salirse de un supuesto 
orden, como organizar el lío. Es rápida y no precisa de 
parlamento. Siempre refuerza sus decisiones y órdenes 
bajo el peso de alguna ley que él misma busca o inventa 
para la ocasión. Por poner un ejemplo: en el mostrador 
de un albergue para peregrinos se forma un pequeño 
caos porque hay demasiadas personas esperando para 
entrar y además están cansadas. La espera se prolonga 
más de lo acostumbrado, se oyen murmullos y el 
ambiente se calienta, así que estalla la tormenta. Las 
mentes legisladoras comienzan a hablar y en lugar 
de tratar de hacer una labor de mediación o buscar 
estrategias aportando ideas, salen con algún principio 
que no ha sido observado y de ahí se comprende el caos. 
Su forma de hablar es la siguiente: “Deberían abrir 
antes el albergue”, “Tendría que haber más personal”, 
“El peregrino es lo primero”. Su forma de hablar está 
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llena de: “Tendría que...”, “Esto se debe hacer así...”, 
“Lo justo es...”, “No se debería permitir...”. Pero sobre 
todo: “Esto se hace o se debe hacer..”. Un apunte: el 
Legislador, acude siempre en apoyo de el controlador 
y del crítico interior. 
Prosigamos nuestro paseo; existe una expresión harto 
extendida que dice así: “Fulano.. qué buena persona 
es”. Hace pensar que la bondad y la maldad existen 
por naturaleza, que hay individuos cuya naturaleza 
primordial los inclina hacia el bien y a otros hacia 
el mal. Aquí nos parece más correcto hablar solo de 
personas, y las personas, o bien poseen emociones, 
o bien son poseídas por ellas. Otra cosa es cómo las 
gestione y cómo se relacione con ellas y con el entorno. 
Ser persona es, y aquí nos permitimos convertirnos 
en filósofos, Ser- en- el- mundo. Esto quiere decir en 
medio de fuerzas, tanto externas como internas, con un 
pasado y un presente, y con un psicocuerpo que reúne 
determinadas características concretas. 
¿Qué es la persona al fin y al cabo? Un universo cuyos 
elementos pueden estar integrados, desintegrados o 
semiintegrados, es decir, en guerra. Al mismo tiempo 
que el hombre puede estar integrado, desintegrado o 
medianamente integrado con su entorno. ¿Es el hombre 
bueno o malo por naturaleza? Antigua pregunta esta 
que los filósofos ilustrados trataron de resolver. El 
problema esque la pregunta estaba lastrada por la visión 
dual de sus mentes, y por ende su respuesta. Pero ya es 
hora de abandonar el viejo lenguaje de la mente dual y 
desprendernos de una vez de los términos bien y mal, 
bueno o malo. Sería mejor substituirlos por lo adecuado 
o inadecuado, o bien, lo útil o inútil. La diferencia 
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es que estos términos pueden cambiar o evolucionar 
conforme cambian o evolucionan las circunstancias y 
los seres, por lo tanto, no se quedan en su naturaleza. 
Veamos; mientras el bien y el mal constituyen términos 
absolutos y abstractos, lo adecuado o inadecuado es 
circunstancial y está sometido a tiempo y espacio, 
por lo tanto son relativos y concretos. Qué sea útil o 
inútil está determinado por circunstancias espaciales y 
temporales y así, lo que hoy resulta adecuado y útil, 
mañana podrá ser inadecuado e inútil y viceversa. 
Aplicado esto a las personas podremos decir que 
fulano “no es mejor ni peor persona” sino que “fulano 
tiene tal o cual conducta, adecuada o inadecuada, en 
este momento.” 
Al fin y al cabo ¿qué es el bien y qué es el mal?, nos 
pregunta Abraxas, ¿puedes tú saberlo? ¿puedo saberlo 
yo?. Tal vez lo que para ti es un beneficio para mi sea 
un perjuicio, y al revés. Bien y mal caminan de la 
mano, por lo tanto las cosas no son totalmente buenas 
o malas. 
En la historia de la humanidad han sucedido guerras y 
desastres que han dejado una profunda conmoción, pero 
que al cabo han supuesto una gran toma de conciencia 
para el género humano. Me pregunto muchas veces 
si la forja de Europa como nación y los años de paz 
de que gozamos en nuestro continente –ya casi una 
generación- no se deben al impacto de la segunda 
guerra mundial y al genocidio judío. Como también 
existe el hecho de que tras sufrir la catástrofe de las 
bombas atómicas, Japón haya despertado del espíritu 
del samurai y de la ambición imperialista pidiendo 
perdón al mundo. 
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Caminemos un poco más por este mercado ¿Con qué 
topa nuestra mirada ahora?. Estamos ante una de las 
especies más suculentas: la religión. Si alguien se 
alimenta mejor de la dualidad, junto a la clase política, 
es ella. Nadie como esta especie de la religión para 
crear cielos y paraísos, premios y castigos, ángeles y 
demonios. Un hermoso paisaje dual comparable al de 
los cuentos moralistas de los hermanos Grimm. Brujas, 
ogros, magos, príncipes, animales sanguinarios, niños 
tiernos y vulnerables, etc. 
Religiones y cuentos tienen el mismo poder: el de 
excitar nuestra imaginación y ésta, a su vez y de modo 
concomitante, el drama. La mente adual carece del 
sabor del drama; es así y ello no la hace precisamente 
atractiva. Si no hay dualidad no hay drama. La mente 
dual alimenta el drama tanto como éste alimenta a la 
mente dual; se reconocen. Los héroes y antihéroes son 
necesarios en toda historia dramática o trágica. En la 
religión siempre hay amigos y enemigos del hombre 
virtuoso ¿de qué otro modo podría Dios ejercer su 
justicia? Así pues, el fenómeno religioso, tal y como lo 
conocemos, es un producto de la mente dual. 
La terminología religiosa habla de hombres puros 
(santos) u hombres impuros (herejes, apóstatas y toda 
laya de seres malditos). Invitamos, pues, a la religión a 
crear un demonial paralelo a su santoral tradicional, a 
colocar en sus almanaques anuales los nombres de los 
repudiados y martirizados por la religión, el demonio 
del día, junto al nombre del santo del día a su vez 
martirizado también por Dios y la religión, en este caso 
por defender su fe en ella. Se trata de un simple ejercicio 
de reconocimiento que va más allá de la petición de 
perdón por las víctimas, incluso puede llegar a ser un 
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acto de redención. Si, el hombre malo que ha sufrido 
el repudio necesita, como nuestra sombra interior, 
ser “mirado adecuadamente,” en palabras de Jung, 
es decir, ser reconocido, y esto recibe el nombre de 
redención. El demonio puede recibir redención porque 
el demonio es el Ser demonizado, lo cual significa que 
también es el Ser al fin y al cabo; pero una parte del 
ser no reconocida y condenada a la que no le falta su 
parte de luz, y si no repárese en algunos nombres del 
demonio: Lucifer o Luzbel. 
 
Mi preocupación ahora y durante mucho tiempo ha sido 
saber cómo se forja un antihéroe, esto es, un hombre 
avieso y malo. Para ello cuento con en el siguiente 
principio:
‘En el hombre justo y bueno habita como sombra un 
hombre malo, y en el hombre malo habita como sombra 
un hombre bueno’.
Desde mi punto de vista, que es una aplicación del 
punto de vista de la psicología transpersonal, el 
hombre justo condena y repudia su propia naturaleza 
indómita y libre –sombra- cuando condena, persigue 
y ajusticia al hombre injusto y torcido. A su vez, éste 
ataca en el orden social al hombre ordenado y justo 
que habita en él y que no puede o no quiere reconocer. 
El malvado y el bandido repudian, en muchos casos, a 
la sociedad y al hombre socialmente adaptado porque 
él ha sido, por una u otra causa, expulsado de ella, es 
decir del paraíso. Hay en él un sentimiento de soledad 
y abandono –separación- que le llevan a expresarse 
en la destrucción. Otras veces, sin embargo, puede 
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estar revelándose contra una forma de vida, ordenada, 
observante de las leyes y adaptada, que le da miedo o 
se cree incapaz de aceptar e integrar. 
En el niño existen un poder y una fuerza que debe ser 
canalizada hacia el amor. En una de las lecciones del 
curso de terapeuta transpersonal, en concreto la que 
habla de las “subpersonalidades,” dice lo siguiente: 
“Cuando la necesidad de amor del niño vulnerable no 
se satisface y se niega la energía afectiva que puede 
generar, el camino queda abierto para las energías 
del mundo del poder y las conquistas compulsivas, el 
odio o la destrucción. La energía ha de ir a alguna 
parte y si no es hacia el amor lo hará hacia el poder”. 
He aquí uno de los orígenes de las grandes 
personalidades monstruosas de la historia. En algún 
momento, el niño interior del adulto toma el camino 
hacia lo negativo y lo peor creyendo ser un aliado del 
bien. Un padre vigilante y controlador que devuelve 
al mundo su orden verdadero y justo que es el óptimo 
para que las personas como él puedan vivir. El fenómeno 
de la piratería, en este sentido, –es la segunda vez que 
empleo este término- merece un estudio antropológico, 
psicológico y sociológico profundo y serio. Bien es 
cierto que entre los pueblos de la tierra y desde antiguo, 
existen etnias y grupos sociales especializados en el 
pillaje y que esto ha constituido su forma de vida -sin 
dejar de lado el carácter depredador de toda cultura 
y del hombre que se manifiesta en la historia- bien, 
sin embargo, existe y ha existido un piratería ejercida 
por individuos marginados, expulsados y enajenados 
de su sociedad. Hombres que se sienten justificados y 
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en cuyo interior alienta el espíritu del odio vengativo. 
Recordemos a los piratas somalíes y su fobia a todo 
producto de la cultura occidental.
Cerremos este tema con la proclamación del siguiente 
principio adual: 
‘Un demonio es un ángel caído en la sombra y un 
ángel es un demonio redimido en la luz’. 
Tal vez aquí convenga recordar al maestro zen Daijan 
Huineng (638-713 DC) (su nombre en chino) quien 
en el Sutra del Estrado anticipa la idea que acabo de 
expresar, dice así: 
“Si la mente es corrupta, el Buda es un ser corriente. 
Si la mente está equilibrada el ser corriente es un 
Buda”.
“Engañado, un Buda es un ser corriente. 
Despierto en el ser corriente es un Buda.” 
Adviértase que Huineng no emplea la palabra demonio, 
sino “ser corriente” y el ser corriente, como ya hemos 
explicado, es ser-en-el-mundo, que no implica bondad 
ni maldad per se, sino circunstancia, equilibrio o 
desequilibrio interior y exterior. Se podría hacer la 
siguiente traducción:“La mente dual es corrupta (desequilibrada) y produce 
un ser corriente.” 
“La mente no dual está equilibrada y produce un Buda.”
Continuando nuestro paseo damos de bruces con el amor 
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y el odio, dos sentimientos secularmente antagónicos y 
tan irreconciliables como Dios y Satanás. La primera 
necesidad del ser humano es amar y cuando esta energía 
es frenada y coagulada se transmuta en inquina y odio. 
Ya lo hemos dicho anteriormente. La dualidad debe, 
como es su labor, definir e hipertrofiar las cualidades 
del objeto amado tanto como del objeto odiado, y crear 
la suficiente distancia, pues de otro modo ni uno ni otro 
sentimiento serían generadores de pasión. El odio y el 
amor son energías creativas, fuerzas que nos empujan 
a movernos hacia la destrucción o la creatividad, y sin 
embargo el odio puede ser creativo tanto como el amor 
puede ser destructivo. 
La pureza es aquí más necesaria que nunca, siendo 
vigilada por la subpersonalidad del ego crítico 
interior. La dualidad y su mirada, mantienen vivos el 
sentimiento y la pasión necesarias para la vida. Ahora 
bien, basta con que en nuestra mente dual se filtre, 
siquiera someramente, la idea de que nuestro objeto 
repudiado o nuestro objeto amado poseen un mínimo 
de las cualidades contrarias, para que nuestro amor o 
nuestro odio se tambaleen y vengan al suelo. Nada de 
esto queremos, así que defendemos nuestra posición 
y nuestra imagen puras de nosotros mismos y de los 
demás, amigos o enemigos.
La energía vital, que nada sabe de sentimientos, 
alimenta por igual tanto al que ama con locura como 
al que odia del mismo modo, y la energía ayuda a vivir 
en cualquier caso. Odiar es amar- lo contrario que se 
odia- y amar es odiar - lo contrario que se ama-, En 
este momento hablamos desde la dualidad, claro está, 
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hablamos desde la polaridad amor-odio y esto crea un 
vórtice, movimiento circular, del mismo modo que 
lo hacen los electroimanes en el interior de un motor 
eléctrico, esto es, por la fuerza de dos cargas, positiva 
y negativa, que se repelen. Movimiento que deviene 
en energía cinética, lo que en términos humanos se 
traduce por empuje, fuerza y aliento.
 
Hablamos del amor condicionado, que es el amor en 
dualidad. Desde la no dualidad las cosas se aman 
sabiendo que, en realidad, los términos puros no 
existen y que no hay más que una incursión de los 
valores rechazados en los aceptados y un acento 
mayor o menor en una u otra cualidad sin saber que 
la cualidad contraria se desliza en su interior. Este es 
el amor consciente, el amor que no pone condiciones 
y que además de un sentimiento es una forma de 
conocer: una sabiduría. Este amor sabio y consciente 
supone la capacidad de ver que todo está en todo y que 
la imperfección es el resultado de la desarmonía entre 
las partes que forman el todo, tanto en el exterior como 
en el interior de las personas. 
Todo esto parece indicar que la no dualidad ha de 
conducir, por fuerza, a una desvitalización, a un 
decaimiento de la voluntad y del pulso de la vida. No 
hay tal, sino más bien una correcta canalización de 
la energía tomada por un amor lúcido y una voluntad 
serena. La pasión llega, pero como un epifenómeno, 
como una fosforescencia o una aurora brotada en el 
clímax de la lucidez y del amor, y no ya como una fuerza 
torrencial que nos arrebata y arrastra compulsivamente 
a crear o destruir. 
Y andando andando nos encontramos con la perfección. 
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“Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre en 
el Cielo”. Estamos ante uno de los términos más 
delicados y que más cuidado requieren. En la dualidad 
la perfección viene de la pureza. Esto, trasladado a 
la moral exige que seamos perfectamente malos o 
perfectamente buenos: “Sed perfectos como lo es 
vuestro Padre” y esto es que lo que nuestro Padre 
quiere: que los santos sean muy santos y los demonios 
muy demonios. ¡Perfectos en bondad!, Ya lo oigo decir, 
lector; pero al lado de una perfecta bondad siempre 
hay, ineludiblemente, una perfecta maldad. No queda 
otra, es así porque la imagen de Dios está penetrada de 
dualidad. 
Abraxas nos ofrece una posibilidad distinta de 
perfección; la que nace de una visión no dual de las 
cosas y que mirando en lo profundo descubre la 
alternancia y relatividad de lo positivo y lo negativo y 
de que todo deviene en mejor o peor al cabo del tiempo 
y su devenir. 
Así lo expresó el maestro zen Kodo Sawaki: 
“Más allá de nuestro dolor y nuestra incertidumbre 
vivimos alentados porque sabemos que el mal guarda 
dentro la semilla del bien.”
El odio y la destrucción vienen a agotarse y morir 
como las poderosas olas mueren en la playa. Borracho 
de destrucción y ebrio, el odio se agota como cualquier 
otra emoción y deviene, al cabo, en creatividad y 
fomento, cuando no en amor. La historia tiene buenos 
ejemplos de ello que no vamos a examinar aquí. Pero 
a su vez, la actitud morigerada y complaciente se torna 
en coraje exacerbado y destructor cuando reconoce el 
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abuso y se satura de él. 
Existen, si, actitudes morbosas en las cuales un 
ego excesivamente permisivo que repudia la lucha 
y reprime la rabia, se abre a un abuso mayor y lo 
convierte en una estrategia de supervivencia. Hablo 
del masoquismo como forma de supervivencia del ego. 
Pero ¿cómo pueden unirse en la misma persona el amor 
y el odio a alguien o a uno mismo? ¿Cómo se puede 
llegar a odiar y amar algo a la vez? Porque detrás del 
que se autodestruye existe un gran amor a la vida y 
a si mismo; como en los maltratadores y abusadores, 
a su vez, una terrible necesidad de poseer y atesorar 
el objeto de su amor hasta asfixiarlo o destruirlo. Por 
no hablar de las relaciones amor- odio que se dan tan 
frecuentemente. Mujer maltratada y a punto de perder 
la vida a manos de su marido lo perdona reiteradamente 
repitiendo el ciclo reconciliación-violencia. No queda 
otra sino pensar que víctima y victimario son uno. 
Como también que ambos roles conviven en el interior 
de cada uno de ellos. 
En el ciclo cada uno asume el papel victima y 
maltratador alternativamente.
La lógica aristotélica se hace pedazos cuando se trata 
de entender al ser humano. Esta dice así: cuando A ha 
sido definido como A no puede ser B y cuando B ha 
sido definido como B no puede ser A. Por lo tanto no 
puede existir el binomio A+B=C. Dios y el demonio 
no podrían cohabitar en base a esta lógica y por ello 
se les mantiene absolutamente alejados y enajenados. 
Pero lo humano solamente puede ser entendido si 
consideramos otro tipo de lógica, en este caso la lógica 
paradójica. El fenómeno humano muestra dentro 
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de si mismo y en sus comportamientos la completa 
adaptación y el perfecto matrimonio de las polaridades 
y de los términos antagónicos. Por ejemplo; solamente 
el hombre puede causar conscientemente el mal en 
nombre del bien u odiar al mismo tiempo que ama. 
Así es como se explica que se puedan destruir vidas en 
nombre de Dios cuando su primer mandamiento es no 
matarás, o que amemos y odiemos simultáneamente a 
nuestro padre o a nuestra madre y que, en fin, seamos 
capaces de mantener una opinión de nuestra conducta 
y de nosotros mismos y actuar de modo absolutamente 
contrario. 
Así que el ideal de perfección y pureza parece ser 
más bien una exigencia de la mente para facilitar el 
pensamiento lógico y que la hipocresía y el cinismo son 
un producto legítimamente humano. Creemos que, más 
bien, solamente la lógica paradójica puede hacer frente 
al reto de comprender lo humano como fenómeno y 
que la lógica aristotélica se queda para la ciencia. En 
el hombre B puede ser B y simultáneamente A, que 
es como decir que busco el bien causando consciente 
el mal, o que te amo a la vez que siento mi odio hacia 
ti, o que necesito verme morir buscando situaciones 
cercanas a la muerte para sentir que estoy vivo. 
El hombre constituyeun espacio para el todo y el todo 
se manifiesta a través de él. Lo cual equivale a decir 
que en virtud de que en su naturaleza posee todas las 
cualidades y formas posibles puede actuar y pensar de 
todas las formas posibles, y lo hace paradójicamente.
La pretendida pureza que buscamos para nosotros 
mismos con ayuda de ese “programa” llamado Crítico 
Interior, no puede frenar la irrupción de elementos 
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espurios a los que es mejor ignorar en aras de una 
imagen prístina de nuestro ser. 
Todo está dentro del hombre, el universo completo, la 
luz y la sombra, el miedo y el valor, la paz y la guerra, 
la vida y la muerte, Dios y Satán. Pero no entendamos 
que todo ello forma una masa indiferenciada y que los 
diversos elementos conviven fusionados. No, más bien 
sucede que cada cosa mantiene su propia identidad 
y su propio dharma, entendiendo por ello su propia 
causalidad sin compartirla con los demás elementos. 
Hay una enseñanza dentro de la tradición zen que 
contempla las cosas de este modo, dice así:
 
“Aunque la madera se convierta en ceniza, el dharma 
de la madera no es el dharma de la ceniza. La ceniza 
no puede volver a ser madera; la madera es madera y 
la ceniza es ceniza.” 
Aunque una siga a la otra no significa que compartan 
la misma naturaleza y la misma causalidad. Tampoco 
podemos decir que el verano y la primavera tengan 
idéntico dharma por ello, a pesar de que una estación 
siga a la otra, no significa que el verano sea consecuencia 
de la primavera. Y lo mismo vale para la vida y la 
muerte, lo bueno o lo malo, Dios y el demonio, la paz 
y la guerra. 
Así pues no existe una relación causal entre las cosas 
sino un orden de cosas. No hay mezcolanza ni todo 
indiferenciado, por lo menos en la naturaleza humana 
y también dudo de hallarlo en la naturaleza divina. Las 
cosas tienen su propia causalidad y la relación entre 
ellas se debe a un orden, el cual no sabemos dónde 
ni de qué modo se origina pero que denominamos 
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orden natural. Un orden que reconocemos a fuerza de 
costumbre, como Laibniz ya nos reveló en su filosofía.
Pero solamente el hombre, en virtud de sus intereses, 
puede deshacer el orden natural de las cosas y crear 
relaciones aberrantes y monstruosidades como las que 
hemos descrito en párrafos anteriores. Solamente el ser 
humano puede alterar el orden natural y lo hace siempre 
que puede dando lugar al fenómeno de lo siniestro. 
Siniestro es matar en nombre de Dios o hacer la guerra 
para conseguir la paz; siniestro es desear a quien te 
maltrata, y hablar de libertad quienes aprisionan y 
amordazan a sus ciudadanos. 
Eugenio Trías define muy bien este término en su 
libro “Lo Bello y lo Siniestro”, donde analiza de qué 
manera la oscuridad y la sombra, es decir todo lo no 
reconocido por el hombre, se desliza a través del arte. 
El punto de partida, para este autor, es la definición 
que Kant y Freud ofrecen de lo siniestro: cuando los 
fenómenos cotidianos y domésticos adoptan aspectos 
o comportamientos deshabitúales y extraños a su 
naturaleza, es decir, cuando incorporan elementos 
espurios. Siniestro sería despedazar el cuerpo de una 
muñeca y reunir luego todos sus miembros en un orden 
disparatado, por citar un ejemplo, o crear, en el cine o 
en la literatura, una criatura que considerándola muerta 
posea rasgos y señales de estar viva. Abraxas mismo es 
una figura siniestra. 
Siguiendo esta definición, encontramos personajes 
como Smigol en El Señor de los Anillos; criatura que 
oscila entre el bien, obedecer a su amo Frodo, o el mal, 
matar a Frodo y robar el anillo. Lo más atractivo de 
este personaje es cómo hace oscilar a su vez nuestros 
sentimientos hacia él y si unas veces nos produce 
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ternura, otras aversión y repugnancia. 
Smigol (Gollum) es, en mi opinión, el personaje más 
siniestro de toda la obra de Tolkien; más que todos lo 
orcos, trolles y balrok de las profundidades, ya que 
estos son personajes abiertamente malévolos que no 
pueden hacernos dudar de su condición. 
Así que la perfección atañe a una mente dual que 
maneja la lógica aristotélica en un alarde por mantener 
los objetos en su pureza y distancia, - cuando B es B no 
puede ser A y cuando A es A no puede ser B- lo cual 
se torna imposible cuando la vida irrumpe y la psique 
humana combina deseos, emociones, ideas y conductas 
de un modo que está fuera del orden creado por la mente. 
Aquí surge lo siniestro, cuando aquello que escapa al 
orden natural y lógico irrumpe subrepticiamente o se 
desliza tanto a nivel de los sueños como a nivel del 
deseo, y se manifiesta en conductas y acciones que 
ponen en juego el orden lógico, la estabilidad de las 
creencias y el orden de lo cotidiano. 
De qué modo el ser humano realiza este juego mágico 
y esta subversión, es lo que hemos tratado de resolver 
desde la idea de que todo vive dentro de la psique humana 
y que ésta, como un demiurgo, crea combinaciones y 
relaciones “imposibles” al servicio de sus intereses o 
de la búsqueda de la salvación del ego. Si ya todas las 
cosas, ideas, deseos, sentimientos y emociones viven 
conservando su propia causalidad individual –dharma- 
dentro de nuestra psique, podemos relacionarlas fuera 
de la lógica y del orden racional y ello en virtud de 
que ese orden no está dado ni determinado en nuestra 
naturaleza psíquica, como sucede en la naturaleza 
y en nuestra mente racional y lógica, así como en 
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nuestro cerebro, que trabaja con dos hemisferios bien 
separados. Estamos hablando de una parte nuestra que 
carece absolutamente de pensamiento y que por ello es 
puramente emocional esto es: El niño interior. 
Antes de continuar debo hacer una breve introducción 
sobre el modo en que esta constituida nuestra 
personalidad egoica, y es que no hay un ego uniforme 
y único sino una sucesión de ellos, los cuales están 
interrelacionados. Acabo de identificar al Niño Interior, 
pero a su lado, a modo de protectores, están los de 
Padre y Madre, y estas se incluyen en la personalidad 
egoica de El Adulto. Estos egos pueden ser vigilantes 
o controladores. En rigor, la mente dual comienza a 
ejercer su labor en la subpersonalidad de El Adulto. 
sobre todo en su dimensión controladora, 
El niño, aunque discrimina perfectamente lo que 
necesita de lo que no sirve para sus intereses y huye 
de aquello que le amenaza tanto como atesora lo que 
le causa placer, no es dual, pues todo gira en torno a 
su ego y como partes no diferenciadas de él. Esto lo 
tiene muy claro, más incluso que el adulto que muchas 
veces no define con lucidez qué le causa bien o qué le 
causa mal. 
 
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unA experienciA personAl
 Si he de examinar mi vida para encontrar experiencias 
duales me deberé remontar a mis años de adolescencia. 
Hay en mí una vivencia de transmutación del odio en 
amor, igualmente viscerales, que merece ser tomada 
como ejemplo. 
Según recuerdo, se dieron dos circunstancias que, 
combinadas, generaron en mis emociones el mayor 
enturbiamiento y ponzoña, traduciéndose en una 
aversión exacerbada hacia todo lo que cayera al 
otro lado del estrecho de Gibraltar y más allá de las 
espinosas y ominosas fronteras de las ciudades de 
Ceuta y Melilla. 
Por aquél entonces tenía yo inclinación a todo lo 
relacionado con lo castrense y leía historias de campañas 
militares españolas de las más recientes, y como más 
recientes no tenía más que la guerra civil y un poco 
más atrás la guerra de África. No sé por qué, pero en 
un momento ésta se me hizo más atractiva, sobre todo 
cuando cayeron en mis manos unos cuadernillos que 
se vendían de segunda mano en la famosa Cuesta de 
Moyano, en los que se relataban aquellas luchas entre 
rifeños con chilaba y soldados españoles con uniforme 
de rayadillo y albarcasde esparto. 
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El trauma llegó cuando leyendo llegué a los episodios 
de 1921 y al desastre, por no decir masacre, de Annual 
e Igueriben. Dos posiciones españolas cercadas por las 
fuerzas rifeñas. Entonces se desplegó ante mis ojos, 
reforzada por las fotografías del fantástico y afamado 
fotógrafo Alfonso, todo el panorama del horror. Los 
fortines estaban plagados de cuerpos de soldados cuyos 
restos ya se habían disputado los buitres y los perros, 
por no hablar del relato del repliegue “escalonado” 
en el cual nuestros hombres eran abatidos a placer y 
cazados como conejos por el enemigo. Aquello caló 
hondo en mi, y más cuando no entendía nada del por 
qué de las cosas dada mi carencia de elementos de 
juicio. 
Así estaba yo rumiando mis sentimientos y mi duelo 
por los soldados españoles caídos en las ásperas 
tierras de Marruecos cuando tuvo lugar otro hecho 
no menos trascendente y resonante en mi campo 
emocional, y fue que Marruecos reclamó a España el 
Sahara e inició la marcha Verde. Mi mente no estaba 
en aquel momento para matices ni sutilezas así que 
mis intestinos se comenzaban a remover cuando veía 
algún vehículo marroquí por las carreteras españolas o 
aparecía Hassan II en la televisión o en los periódicos. 
Por fortuna mi odio era “platónico” y muy lejos me 
hallaba de consumarlo con alguna acción violenta. 
Pareciera que mi maestro interior andaba siempre 
al quite. Mi cerebro no conocía de otro modo que 
estratificando el mundo y al ser humano entre seres 
nobles e innobles y debo decir que gustaba de crear 
categorías en todo lo conocido. Siempre debía haber 
un mejor y peor; lo mediocre era tanto o incluso más 
repudiable que lo peor. Era más digno de odio un 
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agnóstico que un ateo, por poner un ejemplo.
Pareciera como que el término intermedio hacía 
tambalear la lógica extrema que parcela y divide y 
como que mantenerse en ese vacío de contenidos, 
propio del escepticismo, me producía una grandísima 
inquietud. Sin duda otra forma de conocer era posible 
y yo me negaba a verla. Era como que todo era más 
simple, sencillo y práctico desde la dualidad; si, creo 
que los talantes prácticos necesitan de la dualidad para 
un mejor manejo del mundo. 
Profundizando en esa inquietud descubro mi pereza a 
pensar y profundizar en las cosas, y un miedo cerval 
a quedar desprotegido de la supuesta verdad en la que 
yo creía. Creer que se podía encontrar un camino que 
armonizase todas las creencias o suponer que lo que 
yo consideraba como verdadero podía no serlo de un 
modo absoluto y total, me hacía perder contacto con el 
suelo y la seguridad que ello da. Dualidad y creencia 
firme eran como mis dos pilares sobre los que asentar 
mi existencia en el mundo. 
Al mismo tiempo me hallaba poseído por una lucha y 
dicotomía entre lo que el mundo era y lo que yo creía o 
pensaba que debía ser. El desgarro era frecuente cuando 
los hechos no concordaban con mi modelo ideal de 
realidad y así siempre me mantenía en la comparación 
y en la crítica. Por supuesto que lo que era susceptible 
de ser encerrado en mi molde mental era loable y lo 
que escapaba a él era deleznable. Como siempre la luz 
y la sombra, lo apolíneo y lo dionisiaco luchando en 
mi interior. 
Con el tiempo mi odio, el odio que tanto había cultivado 
contra el pueblo marroquí, -no hago mención a los 
sucesos bárbaros que yo cultivaba en mi imaginación, 
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ancha en aquel tiempo, en torno a este grupo humano- 
se había ido poco a poco relajando, hasta que sin saber 
porqué me olvide incluso casi de la existencia de 
Marruecos. 
Otras cosas alimentaban ahora mi imaginación, 
tales como el deporte o el contacto con la naturaleza 
junto a unos magníficos amigos que me ayudaban a 
descubrirla. Fue pasando el tiempo y ya con la treintena 
cumplida recibí una propuesta de viajar al Magreb. 
En aquel momento carecía de opinión sobre este país 
aunque reconocía que estaba lleno de belleza y no 
descartaba la posibilidad de ir a conocerlo. No había 
en mi ningún prejuicio ni resquicio de odio cuando 
me dirigí a la agencia de viajes. Aunque ya con los 
billetes en la mano, recobré la memoria y se posaron 
sobre mí todos los matices de mi antiguo odio; no pude 
por menos que sonreír mientras sentía una gran ternura 
hacia aquél adolescente que, si la hubiera habido, se 
habría enrolado en una cruzada. 
Así que llegué a Marruecos ¿qué vieron mis ojos y 
qué descubrí allí para que me enamorara de ese país 
y de su gente con la misma pasión con la que antes lo 
había repudiado, vilipendiado y escarnecido con mis 
críticas?. 
Ahora lo sé y mientras repaso los hechos el bello se 
me eriza en un repeluzno general. Lo que yo descubrí 
y de lo que me enamoré en Marruecos fue de aquellas 
cualidades que representaban todo lo opuesto a mi 
otrora forma de pensar rígida y a mi mente dual. 
Sí, entrar en este país es respirar, como debe suceder en 
todo oriente, una atmósfera serena y despreocupada. 
Nada invitaba a la intelectualización ni a exigirse o 
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exigir, sino más bien a fluir con la vida y con el mundo. 
La tolerancia se hacía visible en la docilidad con las 
que la gente aceptaba las cosas. 
La religión era muy exacta en sus formas y el machismo 
también se hacía ver, ¿cómo criticarlos cuando nosotros 
los occidentales apenas estamos levantando el peso del 
patriarcado sobre la mujer y tolerando la presencia 
de homosexuales?. Pero nunca percibí un estado de 
malestar y crispación u odio hacia el rey, la religión, el 
jefe o el vecino, ni siquiera en las dos ocasiones más en 
las que estuve allí. La discusión apenas era visible entre 
ellos y aunque es cierto que “en todas partes cuecen 
habas”, pude comprobar que cuando un occidental 
enojado pretendía discutir con algún marroquí, éste se 
alejaba haciendo gestos con la mano como diciendo 
que abandonaba la lucha y que se sintiera relajado. 
Otro gesto no menos llamativo era ver a los litigantes 
entrar en el palacio de justicia ¡¡ cogidos de la mano!! 
Es decir, que antes de verse junto al juez ya habían 
dirimido sus cuitas sabia y amigablemente. 
¿Cómo podía yo haber sido tan ciego respecto a este 
país? Quiero dejar claro que no estoy haciendo un 
análisis ni un juicio sobre la cultura Árabe ni sobre el 
carácter de los marroquíes; solamente estoy hablando 
de mi experiencia, la cual tal vez nada tenga que ver 
con la de otros viajeros. 
Sin embargo, lo que si parece cierto es que la cultura 
Árabe, aunque hasta el siglo XX dividida en familias y 
sectas beligerantes, tiende fácilmente a la comunicación 
y a la hospitalidad. 
Dos viajes más realicé a Marruecos al cabo de unos 
años; uno de ellos viajando con mochila y sin rumbo. 
Crucé La cordillera del Atlas y llegué a las cercanías 
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del desierto; pero los atentados de las torres gemelas en 
Nueva York precipitaron mi regreso. Por aquél entonces 
mi visión dual de las cosas comenzaba a tambalearse 
un poco más de lo que ya lo estaba y comenzaba a 
huir de toda discusión en la que hubiera puntos de 
vista irreconciliables. Los extremos comenzaban a 
producirme desdén y me apartaba de la gente que se 
blindaba en sus ideas y creencias.
El tercer viaje a Marruecos fue un acto de 
agradecimiento y amor en toda regla, aunque hubo 
quien me lo reprochó diciendo que estaba perturbando 
su tranquilidad despertándoles cierta necesidad y 
apego a causa de mis “regalos”, y el regalo fue que una 
furgoneta que tengo la llené con juguetes que aquí se 
tiran y abandonan y los llevé hasta cerca de Rabat para 
repartirlos en escuelas y hospitales infantiles.
Me hospedé durante quince días como un miembro 
más de una familia y me impregné de su carácter y sus 
costumbres. 
Por aquel entonces comencé a practicar meditación 
metódicamente y con la misma disciplina con la que 
me entregaba a mis entrenamientos deportivos. Así que 
andando el tiempo, decidí

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