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_Me dejas quererte (1)

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¿Me	dejas	quererte?
	
	
	
Toñi	Membrives
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	
Título:	¿Me	dejas	quererte?
©	Toñi	Membrives	Colorado
	
Primera	edición:	Diciembre,	2016
Corrección,	maquetación	y	diseño	de	portada:
María	Elena	Tijeras
De	Élite
	
	
	
	
	
	
	
Reservados	 todos	 los	 derechos.	No	 se	 permite	 la	 reproducción	 total	 o	 parcial	 de	 esta
obra,	ni	su	incorporación	a	un	sistema	informático,	ni	su	transmisión	en	cualquier	forma	o
por	cualquier	medio	(electrónico,	mecánico,	fotocopia,	grabación	u	otros)	sin	autorización
previa	y	por	escrito	de	los	titulares	del	copyright.	La	infracción	de	dichos	derechos	puede
constituir	un	delito	contra	la	propiedad	intelectual.
	
	
	
	
	
	
	
	
	
Para	mi	mana,	mi	marido	y	mi	cuñado,	que	siempre	me	están	criticando	por	no	dedicarles	una	de	mis	historias.	Pues
esta	es	para	ellos,	que	se	la	merecen	por	soportarme.	Que	ya	es	mucho.
	
	
	
	
	
	
«No	hay	deber	que	descuidemos	tanto	como	el	deber	de	ser	felices».
Robert	Louis	Stevenson.
	
	
	
	
Prólogo
	
	
—Susana,	¿ya	lo	tienes	todo?
—Sí,	lo	tengo	todo	listo.
—Bien,	pues	entonces,	cuando	puedas,	pásale	las	cajas	a	los	chicos	de	la	mudanza	para
que	las	metan	en	la	furgoneta.
—¿Ya	han	acabado	de	desmontar	todos	los	archivos?
—Están	terminando	de	bajar	el	último.	Apenas	queda	ya	nada	aquí.
Esa	última	frase	me	entristece.	He	pasado	en	estas	cuatro	paredes	cerca	de	diez	años	y,
ahora,	 las	 abandono.	 Bueno,	 es	 mi	 jefe	 quien	 ha	 decidido	 poner	 punto	 y	 final	 a	 esta
relación.	Y	lo	entiendo.
El	hombre	con	el	que	acabo	de	hablar	es	Josemi,	el	que	me	paga	a	fin	de	mes	y	me	mete
bronca	cada	vez	que	no	 le	hago	caso,	que	suele	ser	más	a	menudo	de	 lo	habitual,	pues,
muchas	veces,	no	tiene	razón.	Pero,	en	el	fondo,	me	quiere.	Lo	sé.
Llevamos	juntos	muchos	años,	casi	desde	que	acabé	la	carrera	de	pedagogía	y,	créeme,
ha	llovido	mucho	desde	entonces.	Soy	asesora	pedagógica	en	una	empresa	de	formación	y
me	encanta	mi	trabajo.	A	veces	puede	parecer	monótono,	ya	que	cada	nuevo	curso	que	se
inicia,	 se	 siguen	 los	mismos	 pasos,	 pero	 creo	 que	 no	 sabría	 hacer	 otra	 cosa.	 Y	 Josemi
siempre	me	dice	que	soy	muy	buena	desempeñando	mi	trabajo,	que	soy	la	mejor.	Así	que,
¿por	qué	no	creerlo?	De	vez	en	cuando	gusta	que	te	digan	esas	cosas.
Cierro	la	última	caja	que	me	queda	por	apilar	junto	al	resto	y	dirijo	mi	mirada	por	las
paredes	 blancas	 de	 mi	 despacho.	 De	 ellas,	 ya	 no	 cuelga	 ningún	 cuadro,	 todos	 están
empaquetados,	al	 igual	que	 todo	 lo	que	había	deambulando	por	aquí.	Lo	miro,	apenada,
pensando	 en	 que	 voy	 a	 echar	 mucho	 de	 menos	 este	 sitio.	 He	 pasado	 muy	 buenos
momentos	en	él,	otros	no	lo	han	sido	tanto,	pero	todos	forman	parte	de	mi	vida.
—¿Ya	te	has	despedido?	—me	dice	Josemi	al	volver	a	mi	despacho.
—Voy	a	contarte	una	tontería,	y	es	que	me	da	un	poquito	de	pena	dejar	este	sitio.
—A	mí	también,	no	lo	creas,	pero	sé	que	en	las	nuevas	oficinas	vamos	a	estar	igual	o
mejor	que	aquí.	—Le	sonrío	con	una	pequeña	mueca—.	Piensa	que	vas	a	estar	en	una	sala
más	grande	que	esta	y	podrás	poner	más	archivadores.
—Y	eso,	¿qué	significa?	—le	digo,	alzando	las	cejas.
—Que	te	voy	a	dar	más	trabajo	—me	dice,	con	una	sonrisa,	y	me	pasa	el	brazo	por	los
hombros.
—Ja,	qué	gracioso	eres.
—Te	 ayudo	 a	 bajar	 las	 cajas.	—Josemi	 se	 agacha	 y	 coge	 una	 de	 ellas.	 Me	 mira—.
Mañana	será	un	día	intenso.
—Sí,	empezaremos	una	nueva	etapa.
Nunca	me	pude	llegar	a	imaginar	que	esa	frase	que	dije,	llegaría	a	cobrar	tanta	vida	en
un	futuro.	
	
1
	
	
Y	 llegó	 el	mañana.	Y	 creo	 que	 las	 siete	 de	 la	mañana	 llega	mucho	 antes	 de	 lo	 normal.
Ayer,	cuando	salimos	de	nuestra	antigua	oficina,	tuvimos	que	pasarnos	por	la	que,	desde
hoy,	será	nuestro	nuevo	lugar	de	trabajo,	y	no	salimos	de	allí	hasta	las	nueve	de	la	noche.
Intentamos	dejar	 lo	más	 importante	colocado	en	su	sitio,	pero	 todavía	nos	queda	mucha
cosa	por	hacer.	Cuando	llegué	a	casa	y	puse	el	culo	en	el	sofá,	mi	cabeza	descansó	sobre
los	 cojines	 y	me	 dormí	 enseguida.	A	 la	 una	 de	 la	madrugada	me	 desperté.	Me	 fui	 a	 la
ducha,	me	puse	mi	pijama	y	de	nuevo	estaba	acurrucada	en	mi	cama.	La	ducha	me	relajó
mucho	más.
Qué	sueño	más	facilón	tengo	últimamente.							
Y	 si	 anoche	 tenía	 sueño,	 ahora	 tengo	 mucho	 más.	 Me	 levanto	 por	 inercia,	 ya	 que
todavía	tengo	los	ojos	cerrados	y	lo	veo	todo	oscuro,	pero	me	despierto	enseguida	cuando
me	meto	un	porrazo	en	la	frente	con	la	puerta	de	mi	dormitorio.
—¡Coño!	—grito,	al	sentir	el	golpe—.	¿Por	qué	narices	está	la	puerta	cerrada?
Voy	por	el	pasillo	hasta	el	cuarto	de	baño	 tocándome	 la	 frente.	Vaya	golpe	más	 tonto
que	acabo	de	darme.	Me	siento	en	el	inodoro	para	hacer	pis	y	en	un	momento	dado,	en	el
que	inclino	la	cabeza,	me	doy	cuenta	de	que	acaba	de	bajarme	la	regla.
—¡Joder,	qué	mañana	más	estupenda!
Después	de	asearme,	voy	a	mi	cuarto	a	vestirme.	Me	pongo	un	vestido	azul	marino	y
mis	botas	marrones.	Me	preparo	en	la	cocina	mi	buen	tazón	de	bebida	de	soja	con	café,
bien	cargadito,	y	espero	a	sacarlo	del	microondas	para	migarle	unas	galletas.	Igual	que	las
abuelas.	Un	café	extracalentito,	en	una	mañana	fría	de	invierno,	sienta	de	perlas.
Antes	de	salir	de	casa,	y	como	siempre	hago,	me	doy	un	último	vistazo	en	el	espejo	del
recibidor.	Observo	que	tengo	el	golpe	marcado	en	la	frente	y	al	pasarme	los	dedos,	noto
una	pequeña	colina	que	espero	que	no	se	transforme	en	una	gran	montaña.	O	lo	que	es	lo
mismo,	en	un	chichón	de	toda	la	vida.
Qué	bonita	que	voy	a	aparecer	en	las	nuevas	oficinas.
—Buenos	días,	Susana	—me	saluda,	mi	vecina	de	al	lado,	una	vez	salgo	de	casa.
—Hola,	Cris.
—¡Hola,	tita	Sue!	—grita,	la	pequeña	Valen,	que	viene	hacia	mí	a	darme	un	beso.
—Hola,	princesa	—le	digo,	y	le	doy	un	beso	en	la	mejilla.	Me	fijo	en	que	la	niña	me
mira	extrañada.
—¿Qué	te	ha	pasado	ahí?	—Y	señala	con	su	minúsculo	dedo	mi	frente.
—Me	he	dado	con	la	puerta	de	la	habitación.	Estaba	medio	dormida	y	he	chocado	con
ella.
—Pero	¡qué	torpe	eres!	—me	dice,	riéndose	de	mí.
Miro	a	la	madre	de	la	criatura,	que	se	encoge	de	hombros	a	la	vez	que	intenta	ocultar	la
sonrisa	que	asoma	por	sus	labios.	Si	va	a	tener	razón	la	renacuaja,	soy	un	desastre.
—¿Te	estás	riendo	de	mí?	Ahora	verás.
Y	me	abalanzo	sobre	ella	antes	de	que	pueda	ocultarse	detrás	de	su	madre	y	la	maltrato
con	cosquillas.	La	niña,	muerta	de	la	risa,	se	tira	en	el	suelo	del	rellano	sin	parar	de	reír.
Me	encanta	su	risa.
—¡Vale,	vale,	chicas	ya	está	bien!	—dice	Cris,	y	levanta	a	su	hija	del	suelo.	Dirige	su
mirada	hacia	mí—.	Desde	luego,	eres	peor	que	la	cría.
—¡Pero	si	ha	empezado	ella!	—me	defiendo.
—Ay,	tita	Sue,	me	has	dejado	sin	fuerzas	—añade	la	niña,	toda	floja.
—Eso	te	pasa	por	meterte	conmigo.
—Pero	no	he	dicho	ninguna	mentira.
—No,	Valen,	has	dicho	la	verdad.
—No	 la	 llames	 así	 —me	 regaña	 Cris,	 negando	 con	 la	 cabeza—.	 Vamos,	 hija,	 que
llegaremos	tarde	a	casa	de	la	madrina.	Adiós,	Susana.
—Adiós,	 Cris.	 Adiós,	 Valen.	—Las	 despido	 mientras	 agito	 mi	 mano	 y	 bajo	 por	 las
escaleras	para	dejarles	a	ellas	el	ascensor.
—¡Me	llamo	Valentina!
Me	encanta	enfadarla,	y	coge	un	cabreo	monumental	cada	vez	que	la	llamo	Valen.	Es	un
encanto	de	niña;	rubia,	con	ojos	azules	y	con	siete	añitos	muy	bien	puestos.	Es	toda	una
señorita.	La	lástima	es	que	no	tiene	una	figura	paterna	a	su	lado.	No	sabe	quién	es	su	padre
y,	a	veces,	pienso	que	no	le	hace	falta,	que	Cris	se	las	apaña	a	las	mil	maravillas,	aunque
no	 siempre	 ha	 sido	 así.	 Suerte	 que	 nos	 tiene	 a	 nosotras	 para	 ayudarla	 en	 todo	 lo	 que
necesite.
Cris	 se	 quedó	 embarazada	 cuando	 trabajaba	 en	 el	 salón	 de	 belleza	 de	 un	 hotel	 de	 la
Costa	Dorada.	Ella	se	encargaba	de	la	peluquería	cuando	un	alemán	apareció	por	allí.	Por
supuesto,	 él	 era	 un	 huésped	 y,	 como	 el	 roce	 hace	 el	 cariño,	 se	 enrollaron	 ese	 verano.
Luego,	cuando	el	chico	terminó	sus	vacaciones,	volvió	a	su	país	y	Cris	siguió	con	su	vida.
Al	poco	tiempo	supo	de	su	estado	de	buena	esperanzay,	aunque	nunca	más	volvió	a	saber
de	ese	chico,	puesto	que	en	ningún	caso	 intercambiaron	mucho	más	que	fluidos,	ella	no
dudó	en	tener	a	su	pequeña.	El	problema	vino	cuando	tuvo	que	decírselo	a	sus	padres,	que
no	se	tomaron	muy	bien	la	noticia	y	la	echaron	de	casa.	Desde	aquel	momento,	la	relación
padres	e	hija	se	convirtió	en	nula	y	no	han	vuelto	a	tener	contacto	en	todos	estos	años.	No
conocen	a	su	nieta.
Recuerdo	el	momento	en	el	que	Cris	vino	a	casa	a	pedirnos	ayuda.	Nos	conocemos	de
toda	la	vida;	mi	hermano	y	ella	fueron	juntos	al	colegio	y	al	instituto.	Siempre	he	pensado
que	 acabarían	 teniendo	 algo	más	 que	 una	 amistad,	 pero,	 al	 parecer,	me	 equivocaba.	 La
vida	 los	 ha	 llevado	 por	 caminos	 muy	 distintos.	 Por	 aquel	 entonces,	 mi	 hermano	 y	 yo
vivíamos	juntos,	en	el	apartamento	en	el	que	vivo	ahora,	y	pudimos	acogerla	en	casa	hasta
que	tuvo	a	la	niña	y	pudo	valerse	por	sí	misma.	Fue	ella,	la	propia	Cris,	la	que	decidió	irse
de	casa	para	vivir	en	el	piso	de	al	lado.
Cris	sigue	trabajando	en	lo	que	le	gusta,	pero	esta	vez	en	un	centro	de	belleza	que	hay
en	unos	grandes	almacenes.	Hace	un	poco	de	todo	la	pobre;	te	peina,	te	hace	la	manicura	y
la	pedicura,	te	depila	con	cera…	Eso	sí,	dejar	que	ella	misma	te	haga	la	cera	y	según	en
qué	partes	de	tu	cuerpo,	es	un	suicidio.	Mira	que	llega	a	ser	bestia.	Pero	como	te	digo	una
cosa,	te	digo	la	otra;	te	peina	y	te	deja	las	manos	que	es	una	maravilla.
Si	es	que	tiene	un	arte.
Pienso	en	 lo	 injusta	que	a	veces	puede	resultar	 la	vida.	Pero	esas	 injusticias,	 te	hacen
fuerte.	Lo	malo,	por	decirlo	de	alguna	manera,	que	tiene	Cris,	es	que	se	ha	dedicado	tanto
a	su	hija,	que	ha	dejado	su	vida	aparcada.
Con	los	pensamientos	puestos	en	mi	amiga	y	su	pequeña,	llego	a	la	parada	del	autobús.
La	nueva	oficina	está	en	el	centro,	así	que	es	imposible	que	pueda	ir	con	el	coche	y	dejarlo
aparcado	sin	que	la	grúa	se	lo	lleve	al	depósito.
El	 transporte	 público	 aparece	 a	 los	 cinco	 minutos	 y	 todas	 las	 personas	 que	 estamos
esperando	nos	subimos	en	él,	billete	en	mano.	Cuando	entro,	no	hay	ningún	asiento	libre,
así	que	me	quedo	de	pie	y	me	agarro	a	una	barra	que	hay	 justo	 al	 lado	de	 la	puerta	de
salida.	Cuando	 el	 vehículo	 se	 pone	 en	marcha,	 observo	 a	 la	 gente	 que	 hay	 dentro.	Hay
personas	de	todas	las	edades	y,	cada	cual,	va	a	lo	suyo.	Una	mujer	mayor	tiene	la	mirada
perdida	 en	 el	 paisaje	 que	 se	 ve	 desde	 la	 ventanilla.	Una	 chica	 joven	 va	 estudiando	 sus
apuntes	 de	 la	 universidad.	 Otros	 leen,	 o	 bien	 en	 libro	 electrónico	 o	 en	 papel.	 Algunas
chicas	jóvenes	parlotean	de	lo	que	les	ha	ocurrido	el	fin	de	semana,	y	otros,	de	los	que	más
hay,	 aprovechan	 el	 trayecto	 para	 continuar	 con	 el	 sueño	 que	 ha	 interrumpido	 el
despertador.
Al	llegar	al	edificio	que	alberga	mi	oficina,	paso	mi	tarjeta	de	acceso	por	el	torno	y	subo
por	las	escaleras	al	primer	piso.	Solo	encuentro	a	Josemi	en	su	despacho.	Lo	saludo	desde
lejos	y	me	pongo	con	el	trabajo.
—¿Te	apetece	un	café?	—me	pregunta	Eva,	al	cabo	de	unas	horas.	Es	mi	compañera	y
mujer	de	Josemi.
—Quiero	terminar	de	contestar	a	varios	correos,	pero	baja	tú,	si	quieres.
—De	acuerdo.	¿Te	traigo	algo?
—Nada,	gracias.	—Le	sonrío.
Eva	 recoge	 su	 bolso	 y	 la	 veo	que	 sale	 con	 su	marido	 a	 desayunar.	No	 es	 que	 no	me
apetezca	un	café,	 lo	necesito,	pero	casi	siempre	bajo	con	ellos	y	algunas	veces	creo	que
incomodo.	Y	no	es	que	ellos	me	lo	hayan	dicho,	sino	que	me	siento	así.
A	las	once	de	la	mañana,	mi	estómago	me	recuerda	que	está	vacío	y	le	hago	caso.	Ayer,
cuando	 dejamos	 todas	 nuestras	 pertenencias	 en	 su	 sitio,	 hicimos	 una	 ruta	 turística	 por
todas	 las	dependencias	del	edificio	y	me	fijé	que	en	 la	planta	baja	hay	un	comedor.	Así
que	bajo	a	esa	planta	a	por	mi	desayuno.	Me	planto	delante	de	las	máquinas	que	hay	de
comida	y	bebida.	Saco	un	sándwich	de	jamón	dulce	y	queso	y	voy	a	por	un	cortado	a	la
máquina	contigua.	Meto	cincuenta	céntimos	en	la	máquina	del	café	(sí,	eso	es	lo	que	vale.
Asombroso.	 Habrá	 que	 ver	 lo	 bueno	 que	 está	 por	 ese	 precio),	 y	 pulso	 el	 botón	 de	 mi
bebida.	 Pero	 la	 máquina	 no	 hace	 caso.	 Vuelvo	 a	 pulsar	 el	 mismo	 botón,	 pero	 nada.
Acciono	otro,	por	si	este	no	va,	pero	tampoco	funciona.	Ahora	le	doy	a	la	devolución	de	la
moneda…	¡y	tampoco!
—Venga,	vamos,	maquinita,	dame	mi	café	—le	digo,	amablemente.
Empiezo	a	darle	a	todos	los	botones,	pero	ninguno	funciona.	Miro	a	mi	alrededor,	por	si
encuentro	a	alguien	que	pueda	ayudarme,	pero	no	hay	ni	dios	en	el	comedor.
—Joder,	no	me	hagas	esto	—le	susurro,	bajito.
No	se	me	ocurre	otra	cosa	que	darle	golpecitos	a	la	dichosa	maquinita.	Por	un	lateral,
por	el	otro,	una	patadita	de	frente…
—¡Ay!
Y	la	sangre	empieza	a	hervirme.	Golpeo	todos	los	malditos	botones	con	rabia,	enfadada
porque	sé	que	me	he	quedado	sin	café	y	sin	mis	cincuenta	céntimos.
—¡Mierda	 de	 máquina!	 —La	 increpo	 sin	 que	 ella	 pueda	 contestarme—.	 ¡¿Quieres
jorobarme	la	mañana?!	¡Pues	te	advierto	que	ya	he	venido	jodida	de	casa!	—Y	vuelvo	a
zurrarle	golpetazos	para	que	haga	algo,	pero	todo	es	inútil	y	yo	me	mosqueo	más	con	ella.
—¿Problemas?
—Sí,	esta	desgraciada,	que	ha	decidido	por	mí	que	esta	mañana	no	debo	tomar	café.
—Creo	que	la	máquina	tiene	razón.	Estás	un	poquito	alterada.
Cuando	oigo	esa	frase,	me	percato	de	que	he	tenido	un	breve	diálogo	con	alguien,	con
una	persona	y	no	un	monólogo	con	 la	máquina.	 ¡Y	encima	me	dice	que	estoy	alterada!
¡Será	idiota!	Noto	la	presencia	de	ese	alguien	a	mi	lado	y	poco	a	poco,	giro	la	cabeza	para
ver	la	cara	de	ese	estúpido.	Cuando	mis	ojos	se	topan	con	los	suyos,	me	asusto	y	doy	un
paso	hacia	atrás,	haciendo	que	mi	sándwich	caiga	de	mis	manos	al	suelo.
—Tranquila,	 no	 voy	 a	 hacerte	 daño	 —me	 dice	 el	 chico,	 que	 se	 ha	 agachado	 para
recoger	mi	bocadillo—.	Ten,	esto	es	tuyo.
—Gracias	—le	respondo,	casi	en	silencio,	y	recojo	mi	bocadillo	de	sus	manos.
—Esa	 máquina,	 a	 la	 que	 estabas	 aporreando,	 no	 funciona	—añade,	 al	 señalarla.	 Se
acerca	a	ella	y	saca	un	papel	que	se	ha	quedado	debajo—.	¿Lo	ves?
Leo	el	papel	que	extiende	con	sus	manos,	y	dice	«no	funciona»	muy	clarito,	y	lo	pega
de	nuevo	en	la	máquina.	Debió	de	haberse	caído,	y	yo	ni	lo	he	visto.
Ahora	sí	que	soy	yo	la	estúpida.
Me	quedo	mirando	el	papel	y	siento	como	el	bochorno	me	recorre	las	mejillas.	No	soy
capaz	de	mirar	al	chico	a	la	cara,	me	muero	de	la	vergüenza.	Me	he	comportado	como	una
terrorista	con	la	máquina.	Y	todo	por	cincuenta	céntimos.	Por	un	café.
Desde	luego	que	estoy	perdiendo	el	norte.
—Espero	que	el	chichón	que	tienes	en	la	frente	no	sea	porque	te	has	liado	a	cabezazos
con	la	pobre	máquina.
Me	 llevo	 la	mano	 al	 chichón	 y	mis	 dedos	me	 confirman	 que	 ha	 crecido	 un	 poquito.
Salgo	corriendo	del	comedor.	A	mi	paso,	dejo	al	chico	con	el	bocata	en	el	suelo	y	con	cara
de	no	entender	nada.
Cuando	 llego	 al	 baño,	 me	 miro	 en	 el	 espejo	 y	 veo	 el	 señor	 chichote.	 ¡Parezco	 un
dromedario!	Me	echo	agua	en	la	frente,	como	si	con	eso	consiguiera	bajar	su	tamaño.
¿Qué	me	pasa	esta	mañana?
Me	meto	 un	 porrazo	 con	 la	 puerta	 de	 mi	 habitación,	 me	 lío	 a	 hostia	 limpia	 con	 un
cacharro	que	no	puede	defenderse	y	me	topo	con	un	pedazo	de	tío	que	me	deja	bloqueada.
Porque	sí,	el	chico	de	antes	era	un	adonis,	un	dios	griego,	romano	y	egipcio,	todo	en	uno.
Un	morenazo	con	los	ojos	marrones,	barbita	de	varios	días	y	unos	brazos	musculados	que
se	dejaban	entrever	bajo	sus	mangas	de	camisa	arremangada.	Sí,	ya	sé	que	no	tiene	nada
destacable,	nada	del	otro	mundo,	un	morenazo	del	montón,	pero	a	mí	me	ha	parecido	un
chico	tremendamente	atractivo.	Y	lo	mejor	de	todo,	es	que	me	ha	visto	en	la	mejor	versión
de	mí	misma.	Pensará	que	soy	la	copia	española	de	la	novia	de	Chucky.	Así	no	encuentro
novio	en	la	vida.	¿De	dónde	habrá	salido?
	
Llego	a	casa	a	las	siete	de	la	tarde,	destrozada	del	día	tan	tonto	que	he	tenido	y	de	pasarme
la	media	hora	de	viaje	en	el	autobús	de	pie	y	aguantando	a	unas	quinceañeras	babearcon
unas	fotos	de	Justin	Bieber	que	tenían	en	el	móvil.	Tiro	el	bolso	en	el	sofá	y	me	siento.
Reclino	 la	 cabeza	 hacia	 atrás	 y	 cierro	 los	 ojos	 para	 hacer	 desaparecer	 todo	 lo	 que	 me
rodea.	Y	sí,	todo	desaparece,	pero	mi	mente	recrea	el	pequeño	altercado	que	he	tenido	con
la	 máquina.	 Y	 la	 aparición	 mística	 del	 guaperas,	 la	 vergüenza	 posterior,	 mi	 huida
despavorida…
Desde	luego,	qué	mal	me	sientan	los	lunes.
Me	levanto	del	sofá	para	prepararme	un	baño,	pero	el	timbre	de	la	puerta	me	interrumpe
a	medio	camino.
—Hola,	Cris	—saludo	a	mi	amiga	que	aparece	detrás	de	la	puerta.
—Necesito	sexo	—me	dice	a	bocajarro	al	entrar	en	mi	casa.
—Pues	 siento	 decirte	 que	 te	 has	 equivocado	 de	 puerta.	 Las	 lesbianas	 son	 las	 del
segundo	cuarta.
—A	mí	las	únicas	tetas	que	me	gustan	son	las	mías,	así	que	no	flipes.
Suelto	una	carcajada	y	 cierro	 la	puerta	pensando	en	que	a	mí	 también	me	gustan	 sus
tetas.	Y	no	 es	 nada	morboso,	 solo	 envidia	 cochina.	A	pesar	 de	haber	 tenido	una	niña	y
amamantarla,	tiene	unos	pechos	preciosos,	bien	moldeados,	firmes	y	no	se	le	caen	hasta	el
ombligo.	Como	entenderás,	esa	soy	yo.
Me	acerco	hasta	ella,	que	se	ha	sentado	en	el	sofá	y	tomo	asiento	a	su	lado.	La	miro	con
expresión	 interrogativa,	 esperando	 a	 que	me	 explique	 qué	 le	 pasa.	 No	 es	muy	 habitual
encontrarte	con	Cris	hablando	de	sus	necesidades	carnales.	Con	lo	modosita	que	es.	Es	la
más	comedida	de	las	cuatro,	y	la	que	piensa	con	la	cabeza…	aunque	a	veces	demasiado.
—¿Dónde	está	Valen?
—Te	tengo	dicho	que	no	la	llames	así.	Está	en	el	cumpleaños	de	una	amiga	de	clase.	—
Resopla—.	Necesito	sexo	—me	vuelve	a	repetir.
—¿Estás	bien?	¿Tienes	fiebre?	Deja	que	lo	compruebe.	—Y	le	pongo	una	mano	en	la
frente.
—¡Quita!	—me	grita,	dándome	un	manotazo—.	¿Estás	tonta?
—Anda	ven	aquí.	—Me	golpeo	el	hombro	derecho—.	Cuéntame	qué	te	pasa.
Conozco	demasiado	bien	a	Cris	como	para	saber	que	detrás	de	esa	afirmación	hay	algo
más.	Además,	su	cara	la	delata.	Acomoda	la	cabeza	en	mi	hombro	y	empieza	a	hablar.
—No	tengo	vida,	Susana,	y	la	que	tengo	es	un	asco.	Me	he	dedicado	todos	estos	años	a
cuidar	 a	 Valentina,	 que	me	 he	 descuidado	 a	mí	misma.	 No	 tengo	 vida	 social,	 solo	me
relaciono	con	las	mamás	del	cole	y	con	vosotras…	que	no	digo	que	esté	mal	—añade	al
verme	arquear	las	cejas—,	pero	entiéndeme,	hace	siglos	que	no	salgo,	por	no	decirte	que
desde	 la	edad	media	no	cato	a	macho	alguno.	Y	necesito	 sexo,	estar	con	un	 tío	que	me
desee,	 aunque	 sea	 por	 un	 ratito,	 sentir	 que	 tengo	 un	 orgasmo	 pegada	 a	 otra	 piel	 y	 no
sentirme	vacía	cuando	lo	hago	con	la	mierda	de	vibrador	ese	que	me	regalasteis,	que	por
cierto,	necesito	otro	nuevo.	—Me	advierte.	Suspira—.	¡Ale!	Ya	te	lo	he	dicho.
¡Joder	con	Cris!	Me	quedo	mirándola	asombrada,	sin	dar	crédito	a	lo	que	acabo	de	oír.
Me	 aguanto	 la	 risa.	 Recuerdo	 el	 día	 que	 le	 regalamos	 el	 vibrador.	 En	 la	 vida	 se	 me
olvidará	la	cara	de	susto	que	puso.	Nos	llamó	viciosas,	degeneradas,	y	estuvo	a	punto	de
lanzarlo	por	la	ventana.	Menos	mal	que	la	frenamos	si	no	ya	me	veo	a	algún	niño	con	eso
en	 la	mano	 pensando	 que	 es	 una	 nueva	 nave	 de	 la	 siguiente	 película	 de	Stars	Wars.	 Y
mírala	ahora,	no	puede	vivir	sin	él…	¡y	encima	quiere	otro!
—Ni	se	te	ocurra	reírte	de	lo	que	te	he	dicho	—me	dice	apuntándome,	muy	seria,	con	su
dedo	índice.	Y	no	puedo	soportarlo	más.	Estallo	en	una	carcajada—.	¡Lo	ves!	No	tenía	que
habértelo	contado.	Pensé	que	tú	me	entenderías.
—Perdona,	pero	es	que	no	sabes	lo	divertido	que	es	verte	hablando	de	sexo.	—Me	echo
hacia	atrás	en	el	sofá	y	yo	sigo	a	lo	mío,	con	mis	risas.	Me	duele	el	estómago	de	tanto	reír.
—Soy	una	mujer	y	tengo	mis	necesidades.	—Y	me	pega	con	un	cojín	en	la	cara.
—¡Ay,	 que	 eso	 duele!	 —le	 digo	 sonriendo	 y	 me	 incorporo	 abrazando	 el	 cojín—.
Entonces,	si	lo	he	entendido	bien,	necesitas	echar	un	polvo.
—Jodía,	qué	lista	eres.
—Vamos,	déjame	pensar…	¿qué	te	parece	si	salimos	el	sábado	por	la	noche	y	buscamos
a	alguien	que	te	sacie?
—Mejor	el	viernes.	Valentina	tiene	una	fiesta	de	pijamas.	Y	quiero	que	me	presentes	a
alguno	de	tus	amigos	—me	dice,	a	la	par	que	se	retira	un	mechón	de	pelo	de	los	ojos.
—¿A	mis	amigos?	¿Quieres	 liarte	con	uno	de	mis	amigos?	¿Por	qué	no	se	 lo	pides	a
Leo,	que	es	la	que	tiene	la	pene-agenda?
Leo	es	mi	prima	y	es	lesbiana,	aunque	eso	no	quita	que	tenga	unos	amigos	de	lo	más
apetecibles.	Recuerdo	que	me	enrollé	 con	uno	de	 ellos.	Espera,	 déjame	pensar	 cómo	 se
llamaba…	¿Manuel?	No,	no	era	así.	¿Marcos?	No,	tampoco.	¡Ains!,	no	me	acuerdo	pero
sé	 que	 empezaba	 por	m…	 ¡Ah,	Marcelino!	 ¡Virgen	 Santísima,	 cómo	 estaba	Marcelino!
Ese	sí	que	me	dio	pan	y	vino…
—Porque	 los	 tíos	 que	 pueda	 presentarme	 esa	 loca	 me	 dan	 miedo,	 deben	 de	 estar
curtiditos	en	el	sexo	y	yo	no	estoy	preparada	para	que	me	empotren	en	una	pared.	Necesito
algo	más	light.	—Levanta	las	manos—.	De	momento.
—¿Y	qué	te	hace	pensar	que	mis	amigos	son	light?	—Resalto	esta	última	palabra.
—Deduzco	 que	 tus	 amigos	 son	más	 normalitos,	 así	 que	 si	 consigo	 engañar	 a	 uno	 de
ellos	y	llevármelo	a	la	cama,	intuyo	que	no	me	romperá	las	bragas.
Si	tú	supieras…
—De	 acuerdo,	 está	 bien,	 echaré	 mano	 de	 teléfono	 para	 ver	 si	 encuentro	 a	 alguien
disponible	para	el	viernes.
—¡Estupendo!	—exclama,	y	se	levanta	del	sofá,	toda	feliz—.	¡Nos	vamos	de	fiesta!
Me	da	un	beso	en	 la	mejilla	y	 se	va	contenta	hacia	 la	puerta.	Pero	cuando	alcanza	el
pomo	se	para,	deja	de	sonreír	y	se	gira	con	cara	de	espanto.
—No	tengo	nada	que	ponerme.
	
	
2
	
No	 consigo	 conciliar	 el	 sueño.	 Estoy	 tumbada	 en	 la	 cama,	mirando	 el	 techo,	 e	 intento
relajarme	 para	 quedarme	 dormida.	 Estoy	 cansada,	 pero	 no	 entiendo	 por	 qué	 no	 puedo
dormir.	 Y	 después	 de	 quince	minutos	 dando	 vueltas	 de	 un	 lado	 para	 otro	 del	 colchón,
decido	levantarme.
Voy	a	la	cocina	y	me	preparo	un	vaso	de	leche.	Con	este	en	la	mano,	me	dirijo	hacia	el
comedor	y	me	acerco	al	balcón.	Por	un	momento,	pierdo	la	vista	en	el	cielo,	en	la	luna	que
brilla	allí	arriba,	y	que	se	muestra	tan	espléndida	como	siempre.	Más	hermosa	que	nunca.
La	de	cosas	que	habrá	visto	y	la	de	secretos	que	debe	guardar.
De	repente,	escucho	unas	risas	que	provienen	de	la	calle.	¿Quién	pasea	a	las	cuatro	de	la
mañana	 de	 un	 día	 laborable	 y	 en	 pleno	 invierno?	 Pues	 unos	 jóvenes	 dándose	 el	 lote,
apoyados	en	un	coche.	 ¡Y	vaya	 lote!	 ¡Se	están	poniendo	morados!	 ¿No	pueden	 subir	 al
vehículo	 y	 esperar	 a	 llegar	 a	 un	 polígono?	 Al	 parecer,	 no.	 Y	 al	 parecer,	 tampoco	 les
importa	 que	 estemos	 a	 una	 temperatura	 que	 ronda	 los	 cero	 grados.	 La	 chica	 tiene	 la
espalda	pegada	a	la	puerta	del	copiloto	y	sus	manos	pasean	por	la	amplitud	de	la	espalda
de	él.	Y	lo	que	no	es	la	espalda.	Y	él	mete	las	manos	por	todos	los	rincones	habidos	y	por
haber	 del	 cuerpo	 femenino	 que	 lo	 rodea.	 Veo	 que	 una	 de	 esas	 manos	 se	 sumerge	 por
debajo	de	la	falda	de	la	chica,	tocándole	un	punto	exacto	que	hace	que	ella	dé	un	respingo
y	abra	un	poco	 los	 labios.	 Intuyo	que	ha	dejado	escapar	un	gemido.	Recuesta	su	cabeza
sobre	 el	 hombro	 de	 su	 compañero.	 Tiene	 los	 ojos	 cerrados,	 pero	 su	 expresión	 es	 de
auténtico	júbilo.	El	chico	sigue	a	lo	suyo,	hasta	que	ella	le	tira	del	pelo	y	se	relaja	entre	sus
brazos.	Él	saca	la	mano	y	se	lame	los	dedos.	Vuelven	a	besarse	con	desesperación	y	suben
al	coche.	Se	alejan.
Me	quedo	unos	segundos	con	los	ojos	clavados	en	el	sitio	donde	han	estado.	Me	parece
increíble	 lo	que	acabo	de	ver.	Una	pareja	de	 jóvenes	 teniendo	sexo	en	plena	calle.	Sexo
manual,	pero	al	fin	de	cuentas,	sexo.	Y	más	bien	lo	ha	tenido	ella	porque	él	se	ha	quedado
a	verlas	venir	y	seguro	que	 tendrá	 toda	 la	sangre	concentrada	en	el	mismo	sitio.	Espero
que	no	tengan	un	accidente.
Al	recordar	la	escena	siento	un	cosquilleo	en	mi	bajo	vientre;	el	gesto	satisfactorio	de
ella,	sus	jadeos	apresurados,	el	chico	empleándose	a	fondo…	me	ha	puesto	tontorrona.
Regresoa	la	cama	y	abro	el	cajón	de	mi	mesita	de	noche.	Allí	está	él.
—Hace	 mucho	 tiempo	 que	 tú	 y	 yo	 estamos	 solos	 —le	 digo	 a	 mi	 vibrador.	 No	 me
contesta,	pero	se	dedica	a	hacer	su	trabajo.
	
	
	
****
	
	
—¿Has	visto	la	mercancía	que	hay	en	la	oficina	de	al	lado?
Estoy	con	todos	mis	sentidos	clavados	en	la	pantalla	del	ordenador	y	mis	dedos	vuelan
sobre	el	teclado.	Estoy	introduciendo	los	datos	de	los	alumnos	de	uno	de	los	cursos	en	el
nuevo	programa	que	Josemi	nos	ha	instalado.	Dice	que	así	es	más	efectivo,	más	fácil	de
llevar	 el	 control.	 ¡Y	 un	 huevo!	 Es	 más	 lento	 que	 una	 carrera	 de	 caracoles	 y	 a	 mí	 me
supone	doble	trabajo,	pero	claro,	como	él	no	lo	hace	servir.
—¿Me	estás	oyendo?
—¡¿Qué?!	¡¿Qué	dices?!	—respondo	como	si	hubiera	salido	de	un	trance.	Miro	a	Eva.
—Te	estaba	diciendo	que	si	has	visto	a	los	vecinos	que	tenemos.
—¿A	quién?
—Con	 tanto	 trabajo	 estás	 perdiendo	 facultades	—me	dice,	 negando	 con	 la	 cabeza—.
Que	si	te	has	fijados	en	los	chicos	de	la	oficina	contigua.
—Ah,	pues	no	—digo	con	una	mueca	de	desinterés—.	¿Los	conoces?
—¡Ya	me	gustaría!	—exclama,	con	demasiado	ímpetu—.	Hay	dos	morenos,	uno	con	los
ojos	castaños	y	otro	con	los	ojos	azules,	que	están	de	un	buen	ver…
—¡Muy	bonito!
De	 pronto,	 Eva	 se	 calla	 y	 se	 le	 desdibuja	 el	 rostro.	 Abre	 los	 ojos	 como	 platos	 al
reconocer	 esa	 voz	 que	 ha	 aparecido	 a	 su	 espalda.	 Sabe	 de	 quien	 es,	 lleva	muchos	 años
conviviendo	con	ella.	Y	a	mí	no	me	ha	dado	tiempo	de	avisarla.	¿De	dónde	ha	salido	con
tanto	sigilo?
—Para	mi	próximo	cumpleaños	puedes	regalarme	una	fregona,	así	recojo	tus	babas.
—No	te	pongas	celosote	—le	dice	su	mujer,	toda	melosa	ella.	Se	levanta	de	su	silla	y	lo
abraza	por	el	cuello—,	que	lo	decía	por	Susana,	que	la	pobre	lleva	tiempo	sin	pareja	y,	a
este	paso,	va	a	perder	la	práctica.
—Sí,	claro,	tú	siempre	mirando	por	el	prójimo.	¿Por	eso	tenías	que	añadir	tu	coletilla,
«están	de	un	buen	ver»?	—Josemi	se	separa	de	ella	y	viene	hacia	mí	con	la	misma	cara	de
enojo.	 Nada,	 que	 me	 va	 a	 tocar	 recibir—.	 Por	 cierto,	 hablando	 de	 parejas,	 Rafa	 se
incorpora	de	nuevo	con	nosotros	para	dar	el	curso	de	crónicos.	Julio	no	puede	hacerlo,	está
de	baja,	así	que	será	uno	de	los	tutores.	Solo	lo	digo	para	que	lo	sepas.
Y	se	marcha	después	de	haber	soltado	esa	perla.	Y	Eva	va	detrás	de	él,	cierra	la	puerta
de	su	despacho	y	no	quiero	imaginarme	qué	puede	pasar	ahí	dentro.
Rafa.	 Mi	 Rafa.	 Mi	 ex-Rafa.	 Mi	 exnovio.	 ¡La	 madre	 que	 te	 parió,	 Josemi!	 ¿Cuándo
pensabas	decírmelo?	¿Y	cuándo	pensaba	decírmelo	él?
Él,	como	te	puedes	imaginar,	es	Rafa.	Y	hace	algo	más	de	un	año	que	no	nos	vemos,
aunque	 sí	 que	 hemos	 sabido	 del	 otro.	 Y	 es	 que,	 aunque	 seamos	 expareja,	 seguimos
manteniendo	el	contacto.	Por	eso	no	me	explico	que	no	me	dijera	nada	de	que	volvía	a
trabajar	con	nosotros.	Nos	conocimos	hace	años	en	el	trabajo.	Rafa	es	médico	de	familia	y
Josemi	lo	contrató	para	hacer	de	profesor	de	un	curso	online	sobre	la	diabetes.	El	curso	se
impartía	dos	días	a	la	semana	en	los	que	Rafa	no	pasaba	consulta	por	la	mañana.	Y	así	fue
como	coincidimos.
Enseguida	 congeniamos	 y	 pasamos	 ratos	 muy	 agradables.	 Primero	 quedábamos	 para
tomar	 un	 café	 a	 la	 hora	 del	 desayuno,	 después	 comíamos	 juntos,	 luego	 llegaron	 las
cenas…	y	 lo	 que	 surgía	 después	 de	 esas	 veladas.	Lo	 cierto	 es	 que	 es	 un	 tío	 estupendo,
guapo,	simpático,	siempre	me	ha	hecho	reír,	y	lo	tenía	todo	para	ser	el	definitivo,	pero	no
fue	así.
Fue	un	amor	de	esos	locos,	un	amor	dibujado	por	una	pasión	incontrolable,	un	amor	al
que	 un	 día	 tuvimos	 que	 poner	 fin	 por	 una	 suculenta	 oferta	 laboral	 que	 le	 ofrecieron	 en
Seattle.	 Así	 que	 nuestra	 relación	 solo	 tenía	 un	 destino,	 el	 que	 marca	 la	 distancia:	 el
fracaso.
Nos	 procesamos	 un	 profundo	 y	 sincero	 cariño	 y	 me	 encanta	 que	 lo	 que	 vivimos	 se
quede	en	nuestro	recuerdo	y	que	no	nos	reprochemos	nada.	Pero	lo	pasé	muy	mal	cuando
se	marchó.	Aunque	teníamos	una	relación	bastante	sólida	y	preciosa,	yo	no	era	nadie	para
impedirle	que	se	fuera,	no	tenía	ningún	derecho	a	retenerlo	a	mi	lado	y	que	me	odiara	por
ello.	Tenía	en	 las	manos	una	oportunidad	excepcional,	algo	que	solo	pasa	una	vez	en	 la
vida,	y	tenía	que	aprovecharla.	Y	sí,	me	dolió	que	la	escogiera	a	ella.
He	de	decir	que	estoy	bastante	bien,	que	hago	y	deshago	cómo,	cuándo	y	dónde	quiero,
pero	tengo	mis	momentos	de	bajón	y	me	encantaría	poder	llegar	a	casa	y	tener	unos	brazos
donde	refugiarme.	Creo	que	jamás	encontraré	a	alguien	que	me	haga	vibrar	como	lo	hacía
Rafa.
De	repente,	y	sacándome	de	mis	pensamientos,	escucho	abrirse	la	puerta	del	despacho
de	mi	jefe.	Tras	ella,	sale	Eva,	colocándose	en	orden	el	pelo	y	limpiándose	la	comisura	de
sus	labios.	No	voy	a	preguntar.
—¿Todo	bien?	—me	dice,	al	tiempo	que	se	sienta	frente	a	mí.
—Sí,	¿por	qué	lo	dices?
—Por	Rafa.	¿No	tenías	ni	idea	de	que	volvía?
—No,	no	lo	sabía,	pero	no	va	a	suponer	ningún	problema.	Somos	amigos.
—¿Solo	 amigos?	—pregunta,	 con	 las	 cejas	 arqueadas—.	Mira	 que	 dicen	 que	 donde
hubo	fuego	quedan	brasas.
—El	refranero	no	siempre	se	cumple	—añado,	sin	dejar	de	revisar	unos	papeles.
—Oye,	que	a	mí	no	me	importaría	si	volvierais	a	estar	juntos.	Rafa	es	un	buen	partido,
en	el	sentido	más	amplio	de	la	palabra.	—Me	guiña	un	ojo.
—¿Es	que	tú	no	has	tenido	bastante	con	el	rapapolvo	que	te	ha	echado	tu	marido?
—¡Bah!	 No	 le	 hagas	 caso.	 Mi	 marido	 es	 un	 poquito	 cascarrabias,	 pero	 es	 fácil	 de
contentar.
—Pobre	hombre,	¡qué	paciencia	tiene	que	tener	contigo!
Nos	reímos.	Desde	luego	que	Josemi	es	un	santo	por	aguantarla.	Yo	estoy	con	ella	ocho
horas	al	día	y	a	veces	me	entran	unas	ganas	de	matarla…
Mi	móvil	suena.	Un	Whatsapp.	Enseguida	lo	abro	y	descubro	que	es	de	mi	prima	Leo.
Sonrío.
«¡Hola,	 pri!	 Ya	 hemos	 vuelto	 de	 nuestras	 maravillosas	 vacaciones.	 ¿El	 viernes
cena	 en	 tu	 casa?	 ¡Ya	 ves	 lo	 que	 casca	 Cris!	 Nosotras	 llevamos	 el	 vino.	 Tenemos
muchas	ganas	de	verte.	».
	
Mis	 primas	 ya	 han	 vuelto	 de	 sus	 quince	 días	 de	 idílicas	 vacaciones.	 Se	 han	 ido	 a	 la
República	Dominicana.	 Si	 es	 que	 cada	 vez	 que	 lo	 pienso	me	 dan	 una	 envidia.	 Pero	 lo
importante	es	que	ya	han	regresado	y	me	muero	por	verlas.	Seguro	que	han	venido	con	un
morenazo	espectacular.	Y	cuando	digo	morenazo,	me	 refiero	 al	 color	de	piel,	 aunque	 si
han	traído	con	ellas	a	un	morenazo	de	cuerpo	entero,	no	le	vamos	a	hacer	un	feo,	¿no?
Vuelve	a	sonarme	el	teléfono,	una	llamada,	y	esta	vez	es	mi	madre.	Descuelgo	con	una
amplia	sonrisa.
—¡Hola,	mamá!	—la	saludo,	eufórica.
—¡Hola,	hija!	¿Cómo	estás?	¿Todo	bien	por	ahí?	¿Comes	en	condiciones?
Mi	madre	parece	la	metralleta	de	las	preguntas,	pero	es	así	y	a	estas	alturas	no	vamos	a
cambiarla.	Me	hace	gracia	que	todavía	se	preocupe	por	si	como	bien,	por	muchos	treinta	y
dos	años	que	tenga,	pero	supongo	que	eso	entra	en	el	rol	de	madre.
—Todo	va	genial,	como	siempre.	¿Y	vosotros,	por	dónde	andáis?
—¡Ay,	cariño!	Acabamos	de	 llegar	a	Cannes	 ¡y	esto	es	precioso!	Qué	 lástima	que	no
estemos	en	la	época	del	festival,	que	si	no	te	traía	yo	a	un	famosito	de	esos…
—Mamá,	 no	 empieces.	—La	 interrumpo,	 porque	 como	 le	 dé	pie	 a	 hablar	 de	mi	vida
amorosa,	me	hace	una	revista	del	corazón	en	dos	minutos—.	¿Cómo	están	papá	y	los	tíos?
—Que	tajante	eres	cuando	no	te	interesa	hablar	de	un	tema	—añade	con	frustración—.
Tu	padre	 está	 encantado	 de	 la	 vida.	 ¡Y	 eso	 que	 no	 quería	 venir!	Y	 tus	 tíos,	 pues	 igual.
Estamos	en	nuestra	segunda	luna	de	miel.
—Lo	que	daría	 por	 estar	 ahora	 ahí	 con	vosotros.	Pero	 lo	digo	por	 el	 viaje,	 no	por	 la
compañía.	—Suelto	una	carcajada	que	contagia	a	mi	madre.
—Desde	luego,	qué	poco	nos	quieres.	Por	cierto,	¿qué	sabes	de	tu	hermano?
—Pues	trabajando	mucho	y	con	ganas	de	volver	a	casa.	A	ver	si	pronto	lo	trasladan	y	lo
tenemos	aquí	dando	el	coñazo.
—No	digas	eso,	que	tu	hermano	es	muy	bueno	—me	amonesta	mi	madre,	sonriendo—.
Ojalá	sea	verdad.Le	echo	de	menos.
—Yo	también	le	echo	de	menos,	mamá.	Y	a	vosotros	también	—susurro	pensando	en	lo
cierto	de	mis	palabras—.	Bueno	mamá,	 te	dejo	que	nos	va	a	costar	un	ojo	de	 la	cara	 la
conversación.
—¡Qué	le	den	al	dinero!	Tu	padre	y	yo	hemos	trabajado	toda	la	vida	para	ahora	poder	
disfrutarlo.	¡Y	no	me	voy	a	privar	de	nada!
—Lo	 sé,	 señora	 derrochadora,	 pero	 ten	 en	 cuenta	 que	 tienes	 dos	 hijos	 y	 tienes	 que
dejarles	herencia.
—¡Ja,	 ja!	Qué	graciosa	que	 es	mi	 niña	—opina,	mi	madre,	 con	un	deje	 sarcástico—.
Susana	te	dejo	que	me	está	llamando	tu	padre.	Cuídate	mucho.	Te	quiero.
—Yo	también	te	quiero,	mamá.	Dale	un	beso	a	papá	y	a	los	tíos	de	mi	parte.
Y	cuelgo	mientras	miro	la	pantalla	del	móvil.	De	mayor,	quiero	ser	como	ellos.	¿Y	lo
bien	que	se	lo	montan?	Me	encanta	verlos	disfrutar	de	la	vida.	Se	lo	merecen.
Mis	 padres	 han	 trabajado	 siempre	 de	 carniceros.	 Tenían	 una	 pequeña	 parada	 en	 el
mercado	municipal	del	pueblo,	hasta	que	hace	poco,	con	sesenta	y	tres	años	a	cuestas,	mi
padre	decidió	que	había	llegado	la	hora	de	dejarlo	todo	y	gozar	de	los	placeres	de	la	vida.
Y	de	mi	madre.	Y	todos	nos	alegramos	de	esa	decisión.
Por	 fin,	 llego	 a	 casa,	 pero	 antes	 de	 entrar	 en	 ella,	 decido	 hacerles	 una	 visita	 a	 mis
primas.	Antoinette	es	quien	me	abre	la	puerta	y	se	lanza	a	abrazarme	como	si	hiciera	un
siglo	que	no	me	ve.	Y	encima	 lo	hace	con	su	habitual	descaro,	 sin	pudor	ni	 tapujos;	en
bragas	y	sujetador.	¡Con	el	frío	que	hace!
—¡Hola,	Antoinette!	Yo	también	me	alegro	de	verte,	pero	podrías	taparte	un	poquito.
—Ay,	tú	siempre	tan	recatada	—me	dice	cuando	nos	separamos—.	Puedes	tocarme	el
culo	si	quieres,	que	tu	prima	no	va	a	ponerse	celosa.
Y	va	y	planta	mis	manos	en	sus	nalgas.	Al	final,	no	me	queda	más	remedio	que	reírme.
Menos	mal	que	la	conozco.
—Tienes	un	buen	culo	—.	Y	le	guiño	un	ojo.	Ella	suelta	una	carcajada.
—¿Quién	tiene	un	culo	estupendo?
Al	 fondo,	aparece	mi	prima	Leo,	ataviada	con	el	albornoz	y	el	pelo	enrollado	en	una
toalla,	al	estilo	turbante.	Viene	a	mi	encuentro	con	su	preciosa	sonrisa.
—Cómo	me	alegro	de	verte.	—Me	escudriña	de	arriba	abajo	después	de	espachurrarme
contra	su	cuerpo—.	¿Qué	tal	estás?
—Pues	al	parecer	no	tan	bien	como	vosotras	—contesto,	mirándolas	a	ambas—.	Estas
vacaciones	os	han	sentado	de	muerte.	¡Estáis	guapísimas!
La	parejita	 se	 echa	 una	mirada	 cómplice	 y	 se	 sonríen	 con	 la	misma	 implicación.	Me
gusta	lo	mucho	que	se	dicen	con	solo	mirarse.	Tienen	una	conexión	especial,	esa	atracción
que	solo	eres	capaz	de	sentir	por	una	persona	en	la	vida.	Y	no	me	refiero	a	una	atracción
física,	que,	por	supuesto,	 la	hay,	sino	a	esa	fuerza	que	 te	arrastra	a	querer	a	esa	persona
hasta	límites	que	ni	tan	siquiera	conoces.	Sin	importarte	nada	más	que	ella.	Tiene	que	ser
muy	bonito	que	alguien	te	quiera	de	esa	manera.	
—La	verdad	es	que	nos	han	venido	muy	bien.	Necesitábamos	un	descanso	de	 todo	y
dedicarnos	a	nosotras	—me	explica	mi	prima.
—Pues	me	alegro	de	que	las	hayáis	disfrutado.	Yo	estoy	deseando	que	llegue	el	verano
para	descansar,	aunque	me	temo	que	no	voy	a	poder	irme	a	ningún	sitio.	—Abatida,	me
dejo	caer	en	el	sofá	blanco	de	piel.	Es	tan	cómodo.
—¿Qué	 estás	 diciendo,	 que	 no	 te	 vas	 a	 ir	 de	 vacaciones?	—Antoinette	 viene	 de	 la
cocina	con	una	botella	de	vino	y	tres	copas.	Las	llena	y	me	da	una	a	mí.
—Va	a	ser	que	no.	—Doy	un	sorbo	de	mi	bebida—.	He	tenido	un	montón	de	gastos,	y
entre	 la	 tele,	el	coche	y	el	arreglo	del	baño,	he	gastado	mis	ahorros.	No	me	va	a	quedar
más	remedio	que	ponerme	morena	bajo	el	sol	de	la	ciudad.
—No	te	quejes,	que	el	sol	del	Mediterráneo	es	fantástico	y,	quién	sabe,	igual	encuentras
novio	entre	las	olas.	—Me	anima	Leo,	sentándose	en	un	brazo	del	sofá.
—Por	favor,	no	empieces	tú	también	como	mi	madre	—añado	tapando	mis	ojos	con	el
brazo.
—Oye,	que	igual	encuentras	a	un	sireno	con	taparrabos.
—Sí,	a	un	Álex	González	saliendo	del	agua,	no	te	digo.	—Solo	de	pensarlo,	me	pongo
mala.
—Yo	prefiero	a	la	Halle	Berry,	¡esa	sí	que	es	una	sirena!
Antoinette	deja	caer	su	comentario	como	quién	no	quiere	la	cosa	y	al	que	mi	prima	hace
oídos	sordos.
—Bueno,	yo	he	venido	a	que	me	contéis	vuestras	vacaciones,	así	que	¿quién	empieza?
	
	
3
	
	
El	viernes,	cuando	llego	a	la	oficina,	estoy	muerta.	Siempre	me	pasa	lo	mismo,	los	viernes
voy	arrastrándome	a	los	sitios.	La	semana	laboral	se	acaba	y	yo,	casi,	con	ella.	Me	faltan
horas	al	día	para	poder	hacer	todo	lo	que	he	de	hacer.	Y	al	final,	acaba	pasándome	factura.
Por	suerte,	los	viernes	hacemos	jornada	intensiva	y	a	las	dos	de	la	tarde	puedo	marcharme
a	casa	y	pegarme	una	siesta	de	unas	cuantas	horas.	Y	hoy	la	necesito	más	que	nunca,	que,
luego,	por	la	noche,	me	toca	jarana	con	tres	mujeres	increíbles.
Eso	es	lo	bueno	que	tiene	los	viernes,	pero	hoy,	en	particular,	hay	algo	que	me	inquieta
y	 en	 lo	 que	 no	he	 dejado	de	 pensar	 en	 toda	 la	 semana.	Desde	de	 que	 Josemi	 soltara	 el
notición	del	mes,	no	he	podido	olvidarme	de	ello.	No	he	hecho	otra	cosa	que	darle	vueltas
a	la	cabeza.	Me	lo	he	imaginado	cientos	de	veces	y	en	todas	se	me	ha	acelerado	el	pulso.
Me	veo	clavada	en	sus	ojos	verdes,	en	su	sonrisa	de	niño	bueno,	en	su	voz	aguda	y	dulce	a
la	vez.
Sé	que	hemos	pasado	cierto	tiempo	separados,	pero	eso	no	quita	que	todo	mi	cuerpo	se
revolucione	al	saber	que	de	nuevo	vamos	a	vernos.	Desde	que	lo	dejamos,	ninguno	de	los
dos,	en	las	interminables	conversaciones	que	hemos	tenido,	ha	hecho	referencia	a	lo	que
nos	unió	y	nos	separó.	Siempre	hemos	hablado	de	esto	y	de	aquello,	pero	nunca	de	nuestra
corta	vida	en	común.
Me	da	miedo	la	reacción	que	pueda	tener	él,	aunque	por	Skype	siempre	se	ha	mostrado
agradable,	tal	vez,	en	persona,	cuando	me	vea,	se	convierta	en	un	ser	esquivo.	Quizás	por
eso	no	me	ha	dicho	que	volvía	a	trabajar	con	nosotros,	porque	no	quiere	verme.
¿Y	 si	 ni	 siquiera	 me	 mira?	 ¿Y	 si	 no	 me	 dirige	 la	 palabra?	 ¿Es	 posible	 que	 nuestro
encuentro	 se	 convierta	 en	 un	 desagradable	 tira	 y	 afloja	 lleno	 de	 resentimiento?	 ¿Cómo
narices	se	comportan	dos	ex	cuando	sus	vidas	vuelven	a	cruzarse?
—Vas	 a	 acabar	 rompiendo	 la	 mesa	 como	 sigas	 dándole	 esos	 golpes	 con	 el	 boli	 —
comenta	mi	compañera,	al	otro	lado	del	tablero.
—Ay,	Eva	—digo,	tirando	el	boli	encima	de	unos	papeles—.	Estoy	nerviosa.
—No,	si	eso	ya	se	nota,	pero	¿por	qué?	¿Es	por	Rafa?
—Sí.	No	sé	qué	puede	pasar	cuando	nos	veamos.	—Me	inclino	sobre	mis	brazos	para
acercarme	un	poco	más	a	ella—.	¿Tú	qué	crees	que	pasará?
—Pues	 creo	 que	 cuando	 te	 vea,	 se	 abalanzará	 sobre	 ti,	 te	 tumbará	 en	 la	 mesa,	 te
arrancará	las	bragas	y	te	follará	recordando	los	viejos	tiempos.	—Abro	los	ojos	espantada
ante	 tal	comentario—.	No	me	mires	con	esa	cara—.	Eva	empieza	a	reírse—.	¡Pero	mira
que	eres	tonta!	¿Qué	crees	que	va	a	pasar?
—No	lo	sé,	pero	espero	que	lo	que	has	dicho	no.
—¿No	te	apetece	un	revolcón	con	tu	ex?
Hombre…	si	 lo	pienso,	no	estaría	del	 todo	mal.	Estoy	 falta	de	arrebatos	pasionales	y
Rafa	siempre	ha	sido	muy	pasional…	Pero	¡¿te	estás	oyendo?!	Es	una	idea	estúpida,	a	la
par	que	de	locos.
—Lo	 que	 va	 a	 pasar	 —prosigue	 mi	 compañera—,	 es	 que	 sois	 personas	 adultas	 y
educadas,	 y	 os	 saludaréis	 como	 buenos	 amigos.	 ¿No	 es	 eso	 lo	 que	me	 cuentas,	 que	 os
lleváis	la	mar	de	bien?
—Sí,	o	al	menos	esa	es	la	impresión	que	tengo,	pero	me	da	miedo	de	que	Rafa	no	lo	vea
igual.	Me	gusta	tenerlo	como	amigo,	y	no	me	gustaría	perderlo	por	lo	que	pasó.
—Pues	no	te	preocupes,	que	pronto	lo	averiguarás.
Eva	me	hace	una	señal	con	las	cejas,	y	me	quedo	de	piedra	al	identificar	el	significado
de	ese	gesto.	Me	pongo	en	alerta	y	 todo	 se	 agita	 en	mi	 interior.	Mi	 frecuencia	 cardíaca
aumenta,	mi	respiración	se	vuelve	más	intensa,	las	manos	me	sudan	y	los	nervios	me	van	a
ayudar	a	que	me	comporte	como	una	estúpida	delante	de	él.	Me	conozco,	y	siempre	que
no	estoy	serena	monto	cada	pollo	(como	dice	mi	hermano).
Me	giro	en	mi	silla,	muy	poco	a	poco,	con	todo	el	cuerpo	tembloroso,y	me	topo	con	la
persona	que	ha	estado	vagando	por	mi	mente	todos	estos	días.	Qué	diferente	es	hablar	con
él	mediante	internet	a	tenerlo	aquí.
—Hola,	Susana.
Me	saluda	un	impresionante	hombre	llamado	Rafa.	¡Joder,	pero	qué	guapo	está!	¡Está
mucho	más	bueno	ahora	qué	cuando	estaba	conmigo!	¿Estará	con	alguna	chica?	No,	me	lo
habría	dicho.	«Sí,	claro,	igual	que	te	ha	dicho	que	volvía	a	casa	y	a	estar	codo	con	codo
contigo»,	me	digo	a	mí	misma.
Su	irresistible	atractivo	es	lo	peor	que	puede	pasarle	a	mi	pésima	vida	sexual.
—No	hace	falta	que	me	saludes	con	tanto	entusiasmo	—dice,	bromista,	cuando	todavía
no	he	sido	capaz	de	despegar	mi	culo	de	la	silla.
—Perdona.	—Consigo	levantarme—.	Hola,	Rafa.
Me	acerco	hasta	él	y	lo	beso	en	las	mejillas.	Me	rodea	la	cintura	con	sus	manos	y	me
aprieta	contra	su	cuerpo,	abrazándome	con	cariño.	Su	olor	me	devuelve	a	esos	momentos
que	pasamos	juntos.
¿Por	qué	tiene	que	oler	tan	bien?
—¿Qué	tal	estás?	—pregunta	al	separarse.	Tiene	los	ojos	del	mismo	color	de	la	hierba,
preciosos—.	Te	veo	guapísima.
—Gracias	—consigo	articular,	ruborizándome.
—Susana,	coge	las	llaves	del	aula	dos	y	ábrela	para	que	Rafa	pueda	empezar	la	clase	—
me	indica	Josemi,	que	ha	entrado	en	el	despacho	seguido	de	su	mujer.
—Claro.
Doy	 la	vuelta	sobre	mis	pies	y	me	dirijo	a	mi	mesa,	soltando	el	aire	a	su	paso.	En	el
cajón	tengo	las	llaves	de	todas	las	aulas,	y	me	entretengo	buscando	las	que	necesito.	Estoy
tan	alterada	que	no	atino	a	encontrarlas.
—¿Te	ayudo?
Eva	me	mira	divertida	y	veo	por	el	rabillo	del	ojo	que	se	está	conteniendo	para	no	soltar
una	buena	risotada.	Coge	las	llaves	indicadas	y	me	las	da.
—Gracias	—le	digo,	enfurruñada.	Ella	levanta	el	pulgar.	Pongo	los	ojos	en	blanco.	Al
menos	hay	alguien	que	lo	pasa	bien	con	mi	ansiedad.
Rafa	me	sigue	hasta	el	aula,	sonriendo	y	más	fresco	que	una	lechuga,	y	yo	sigo	como	un
flan	hundido	entre	kilos	y	kilos	de	nata	montada.
Cuando	llegamos	a	la	puerta,	no	atino	a	meter	la	llave	en	la	cerradura.	Lo	intento	una,
dos,	tres	veces,	pero	el	puñetero	cerrojo	se	mueve.
—¿Me	dejas	a	mí?	—Rafa	coge	las	llaves	de	mis	manos	y	se	percata	de	mi	nerviosismo
—.	¿Estás	bien?
—¿Por	 qué	 no	me	 has	 dicho	 que	 volvías?	—Suelto	 de	 golpe	 esa	 pregunta	 sin	 poder
retenerla.
—¿A	casa	o	a	trabajar	contigo?	—me	dice	con	tranquilidad.
—Ambas	cosas.
—Referente	 a	 volver	 a	 Barcelona,	 quería	 darte	 una	 sorpresa.	 Y	 creo	 que	 lo	 he
conseguido.	—Sus	labios	se	ensanchan	en	una	sonrisa—.	Y	el	hecho	de	que	haya	vuelto	a
trabajar	contigo,	pues	ni	yo	mismo	lo	sabía.	Fue	al	día	siguiente	de	llegar	cuando	Josemi
me	llamó	para	proponérmelo.
—¿Él	 lo	 sabía?	¿Sabía	que	volvías	a	 la	ciudad?	—pregunto,	un	 tanto	alucinada.	Rafa
afirma	con	la	cabeza—.	Cuando	lo	pille,	se	va	a	enterar.
—No	 seas	 dura	 con	 él,	 yo	 le	 pedí	 que	 no	 te	 dijera	 nada	—añade	 riendo—.	 Me	 ha
gustado	mucho	volver.	He	tomado	la	decisión	correcta.
Rafa	me	 acaricia	 el	mentón	 con	 la	 palma	 de	 su	mano	 y	 yo	 respondo	 a	 ese	 estímulo
poniéndome	más	tontorrona	de	lo	que	estoy.	Me	mira	con	la	ternura	de	siempre,	es	como
si	nada	hubiese	cambiado.
—¿Tienes	planes	este	fin	de	semana?
	
	
****
	
—¿Y	tú	que	le	contestaste?
Me	interroga	una	voz	femenina,	a	la	vez	que	tres	pares	de	ojos	me	miran	expectantes.
Bebo	un	sorbo	del	vino	que	mi	prima	ha	traído	para	la	cena.	Se	me	ha	secado	la	boca	al
contar	a	las	correveidile	de	mis	amigas	mi	encuentro	con	Rafa.
No,	si	lo	pienso,	no	ha	sido	por	contarlo,	sino	por	rememorar	sus	palabras,	sus	caricias.
—Nada,	llegó	un	grupo	de	alumnos	y	me	marché.
—Vaya	con	tu	ex,	ha	venido	lanzado.	Te	veo	de	nuevo	en	su	cama.	—Esa	conclusión	no
puede	venir	de	nadie	más	que	de	Antoinette.
—Lo	nuestro	se	acabó,	así	que	no	le	busquéis	los	tres	pies	al	gato.	No	va	a	pasar	nada.
—Suspiro—.	Lo	pasé	muy	mal	cuando	se	marchó,	así	que	no	quiero	pasar	por	lo	mismo.
—Fue	un	cabrón	por	escoger	su	carrera	antes	que	a	ti	y	al	final,	¿para	qué?	Para	volver
con	el	rabo	entre	las	piernas	—sentencia	mi	prima.
—No	me	ha	explicado	el	motivo	de	su	regreso	—les	aclaro—,	pero	sea	cual	sea,	estoy
segura	de	que	no	soy	yo.
—¿Y	si	no	es	así?	¿Y	si	realmente	ha	vuelto	por	ti?
—¿Volver	por	mí?	¿Yo	soy	el	motivo	de	su	vuelta?	Eso	es	algo	estúpido.	No	se	lo	pensó
mucho	cuando	le	ofrecieron	el	trabajo,	tenía	claras	sus	prioridades.	Por	mucho	que	yo	le
hubiese	 suplicado	 que	 no	 se	marchara,	 cosa	 que	 no	 hice,	 no	 habría	 cambiado	 nada.	 ¿Y
ahora	ha	vuelto	por	mí?	No	encaja.	Es	absurdo.
Doblo	 la	 servilleta	 que	 tengo	 en	 mis	 piernas	 y	 la	 dejo	 sobre	 la	 mesa.	 Me	 miro	 las
manos,	 pensativa.	 Me	 encantaría	 creer	 que	 eso	 fuera	 cierto,	 que	 ha	 vuelto	 para	 estar
conmigo.	¿Te	imaginas	que	sea	verdad?	¿Que	me	diga	que	me	ha	echado	de	menos	y	que
no	puede	vivir	sin	mí?	¿Que	todavía	me	quiere?
Tengo	que	dejar	de	leer	novelas	románticas.
—Quizás	 sus	 prioridades	 han	 cambiado.	—Cris	 se	 mete	 un	 trozo	 de	 jamón	 de	 pata
negra	en	la	boca.	El	último	trozo	que	han	dejado—.	¿Y	dices	que	está	igual	de	guapo?
—No,	está	mucho	mejor.	¡Está	tremendo!
—Pues,	tía,	ataca,	déjale	ver	lo	que	se	ha	perdido	al	irse.
—Chicas,	de	verdad,	entendedlo	de	una	vez.	Rafa	y	yo	solo	 somos	y	vamos	a	 seguir
siendo	amigos.
—Pues	si	no	lo	quieres,	me	lo	pasas,	que	ya	me	lo	monto	yo	con	él.
—¡Cristina!	—reprende	Leo—.	¿Desde	cuándo	hablas	así?	¿Y	ese	descaro?
—¿Qué	pasa?	Si	no	 lo	necesita	—dice,	 señalándome	con	el	dedo—,	que	 lo	comparta
con	las	demás,	que	ella	ya	lo	ha	catado.	Es	de	buena	amiga	compartir	las	cosas.
Las	 tres	 la	miramos	 atónitas.	 Uno;	 porque	 Cris	 ha	 abierto	 la	 caja	 de	 Pandora	 y	 está
sacando	todo	lo	retenido	durante	años,	y	dos;	¿qué	es	eso	de	que	quiere	acostarse	con	mi
ex?	Eso	es	asqueroso,	¿no?
—¿El	jamón	es	afrodisiaco?	—me	susurra	mi	prima,	en	el	oído.
—No,	Cris	ya	viene	calentita	de	casa.
Me	levanto	y	me	dispongo	a	quitar	la	mesa.	Leo	me	acompaña	hasta	la	cocina,	cargada
con	los	platos	y	con	dos	de	las	botellas	de	vino	vacías.	Estas	mujeres	no	han	dejado	ni	las
migas.	Empiezo	a	creer	que	durante	la	semana	no	comen	nada	para	ponerse	las	botas	en
mi	casa.
Antoinette	y	Cris	se	quedan	charlando	tan	animadamente	en	el	salón.	Por	lo	poco	que
he	 oído,	 la	 primera	 está	 muy	 interesada	 en	 el	 apetito	 sexual	 recién	 proclamado	 de	 la
segunda.	Si	es	que	cuando	se	junta	el	hambre	con	las	ganas	de	comer…
—¿Qué	diablos	le	pasa	a	Cris?	Nunca	la	había	visto	tan	desinhibida.	—Mi	prima	mete
el	último	plato	en	el	lavavajillas.
—Pues	que	se	ha	dado	cuenta	de	que	necesita	a	alguien	a	su	lado.
—¡Menos	 mal,	 ya	 era	 hora!	 —Leo	 junta	 las	 manos,	 como	 si	 agradeciera	 a	 un	 ser
superior	que	Cris	haya	visto	la	luz—.	Pensaba	que	de	esta	no	salía	y	que	tendríamos	que	ir
a	visitarla	al	convento.
—¡Qué	burra	eres!	—Le	atizo	con	el	trapo	de	la	cocina	en	el	culo—.	Cris	se	merece	que
alguien	la	quiera.	Solo	hay	que	encontrar	a	ese	alguien.
—¿Sabes	una	cosa?	Yo	siempre	he	pensado	que	entre	tu	hermano	y	ella	había	feeling.
—Y	yo	—digo,	mientras	saco	de	la	nevera	la	mousse	de	turrón	que	ha	hecho	la	nueva
pervertida—,	pero	ya	ves	cómo	es	la	vida,	sus	caminos	no	han	podido	ser	más	diferentes.
—Ya	te	digo;	ella	aquí	trabajando	más	horas	que	un	reloj	y	cuidando	sola	de	su	hija,	y
mi	primo	en	Londres,	currando	en	lo	que	le	gusta,	ganando	un	pastón	y	seguramente	que
pasándoselo	en	grande.
—Creo	que	tiene	una	medio	novieta	allí.
—¿En	serio?	¿Te	lo	ha	dicho?
—No	exactamente,	pero	cuando	le	pregunto,	siempre	se	sale	por	la	tangente.	Y	me	da
miedo	de	que	le	pase	lo	mismo	que	a	mí.	No	quiero	que	sufra.
—El	amor	siempre	nos	hace	sufrir,	primita.
—La	que	habla	—le	digo	enarcando	las	cejas—,	que	llevas	toda	la	vida	con	Antoinette
y	ella	está	perdidamente	enamorada	de	ti.
—Eso	es	cierto,	pero	no	ha	sido	fácil.
—Todo	eso	ya	pasó,	Leo.	Olvídalo.
Le	paso	un	brazo	por	los	hombros	y	la	beso	en	la	mejilla.	Cierto	es	que	sus	inicios	no
fueron	sencillos.	Mi	prima	siempre	supo	que	los	hombres	no	le	iban,	y	cuando	conoció	a
su	pareja,	ya	lotenía	bastante	claro.	Por	aquel	entonces,	la	homosexualidad	era	algo	tabú,
algo	 de	 lo	 que	 no	 se	 podía	 hablar,	 una	 enfermedad	 contagiosa.	 Solo	 faltaba	 que	 las
quemaran	 en	 la	 hoguera.	Y	 estaba	 lo	 que	más	 inquietaba	 a	mi	 prima;	 la	 aceptación	por
parte	de	sus	padres.	Ellos	nunca	le	dieron	la	espalda,	«eres	nuestra	hija»,	le	decían,	«y	 te
vamos	a	querer	igual	seas	lesbiana,	hetero	o	monja».	(Esto	último	como	que	no	lo	veo).
Así	que	el	miedo	infundado	por	la	opinión	de	sus	padres	quedó	en	eso,	en	imaginaciones.
Volvemos	al	salón	con	el	postre,	 los	cubiertos	y	una	botellita	de	licor	de	hierbas,	para
que	baje	bien	la	cena.	Depositamos	todo	en	la	mesa	y	corto	el	pastel.	Las	dos	tertulianas
siguen	a	lo	suyo	y	no	me	molesto	en	prestar	atención	a	lo	que	dicen,	miedo	me	dan.
—Por	cierto,	Sue,	¿a	cuál	de	tus	amigos	vas	a	presentarme	esta	noche?
¡¿Mis	amigos?!	¡Mierda,	se	me	ha	olvidado!
—¿Te	puedes	creer	que	no	he	localizado	a	ninguno	de	ellos?	—respondo,	con	un	deje
de	 ironía	 y	 pongo	 las	manos	 en	mis	 caderas—.	 Estos	 treintañeros	 no	 sé	 qué	 hacen	 los
viernes	por	la	noche.
—Vamos,	que	se	te	ha	olvidado	—refunfuña	Cris.	Afirmo	con	la	cabeza	y	con	un	mohín
lastimero—.	Bueno,	no	pasa	nada,	a	tu	edad	es	normal	que	te	olvides	de	las	cosas.
—¡Oye!	—Le	tiro	una	cereza	que	adorna	la	tarta.	Reímos.
—Está	 bien,	 señoras	mayores	—habla,	 sonriendo,	mientras	 nos	mira	 a	 las	 tres—,	 ¿a
dónde	me	vais	a	llevar	esta	noche?
	
	
4
	
	
—¿A	la	sala	Arabia?	¿Y	eso	qué	es?	—pregunto	a	Antoinette,	que	ha	sido	la	partícipe	de
escoger	el	lugar	donde	divertirnos.
—Es	el	harén	de	 lo	prohibido,	 la	cueva	del	placer,	el	antro	que	hace	realidad	 tus	más
calientes	perversiones	—responde,	Cris,	que	está	sentada	a	mi	lado	en	el	coche.
—¿Eing?
—Susanita,	un	club	de	sexo.
—¡¿Un	club	de	sexo?!	¡¿Vamos	a	ir	a	un	club	de	sexo?!	—La	miro—.	¿Y	tú	cómo	sabes
eso?
—Por	las	mamás	del	cole.	—Cris	se	encoge	de	hombros.
—¡Joder,	con	las	mamás	del	cole!
—Muchas	son	divorciadas,	en	algo	tienen	que	ocupar	el	tiempo.
—¿Y	qué	se	hace	allí?
—Pues	vamos	a	recitar	poemas	de	Neruda,	¡no	me	jodas,	Susana!	—Mis	primas	y	Cris
empiezan	a	descojonarse	de	mí,	delante	de	mis	narices—.	Vamos	a	tomarnos	algo	y	a	ver
el	espectáculo.	Sexo	en	directo.
—¡¿Sexo	en	directo?!	—Estoy	patidifusa.
—Eso	es	—me	aclara,	mi	prima	Leo—,	y	si	te	apetece,	puedes	tomar	apuntes	y	poner
en	práctica	todo	lo	estudiado.
—¿Poner	en	práctica?	¿Y	con	quién	se	supone	que	voy	a	practicar?
—Con	algún	chico	que	te	guste	del	club	—aclara	Antoinette,	despreocupada.
—¡¿Puedes	acostarte	con	los	hombres	del	club?!	—Las	tres	afirman	con	la	cabeza.
Me	quedo	callada.	Están	locas,	locas	de	remate.	¡Que	me	llevan	a	un	club	de	sexo!	Vale,
soy	una	persona	abierta	al	tema	sexual,	he	leído	libros	eróticos	y	te	ponen	muy	pero	que
muy	cachonda	cuando	 te	explican	detalles.	Vale	que	 también	veo	pelis	porno	y	fantaseo
con	ambas	cosas,	pero	ver	sexo	in	situ,	ver	dos	personas	pasándoselo	en	grande	delante	de
tus	ojos…	hummm.	Creo	que	a	medida	que	lo	pienso,	no	me	parece	tan	mala	idea.	Puede
que	incluso	me	lo	pase	bien.
Vamos,	Sue,	déjate	llevar.
Sin	apenas	darme	cuenta,	Leo	está	aparcando	el	coche	en	la	calle.	Salimos	de	él,	y	he	de
reconocer	 que	 las	 cuatro	vamos	guapísimas.	Al	 final	me	ha	 tocado	dejarle	 un	vestido	 a
Cris,	y	a	la	puñetera	le	queda	mejor	que	a	mí.
Me	 paro	 frente	 a	 un	 local	 bastante	moderno,	 al	menos	 por	 fuera,	 con	 el	 nombre	 del
mismo	grabado	en	un	letrero	que	me	indica	que	es	ahí	dónde	vamos	a	pasar	la	noche	del
viernes.	Voy	a	entrar	en	ese	lugar	con	la	vagina	entumecida,	a	ver	cómo	salgo.
—¿Quieres	hacer	el	favor	de	tirar?	—Me	agarra	Antoinette	por	un	brazo	y	me	obliga	a
dar	un	paso	delante	del	otro.
—Oye,	Antoinette,	¿y	si	no	quiero	acostarme	con	nadie?
—Pues	no	lo	haces	y	punto.	Nadie	va	a	obligarte	a	hacer	algo	que	no	quieras.	Te	sientas
a	tomarte	una	copa	y	a	ver	el	espectáculo.	Pero	ya	te	digo	que,	una	vez	que	veas	lo	que
esos	tíos	son	capaces	de	hacer,	eres	capaz	de	tirarte	lo	primero	que	encuentres.
—Pero	mira	que	llegas	a	ser	borrica.
—Sí,	sí,	borrica,	pero	ya	me	lo	dirás,	ya.
—Estoy	algo	nerviosa.	Nunca	he	estado	en	un	lugar	como	este.	—Cojo	una	bocanada
de	aire	para	calmarme—.	¿Cuántas	veces	habéis	estado	aquí?
—Unas	cuantas,	y	he	de	decirte	que	en	todas	ellas	nos	lo	hemos	pasado	genial,	¿a	que
sí,	mi	amor?
Mi	prima	Leo	aparece	junto	con	Cris	a	nuestro	lado.	Ella	afirma	con	una	sonrisa	golfilla
y	me	temo	que	las	voy	a	perder	de	vista	cuando	entremos	en	la	sala.	Me	da	un	beso	en	la
mejilla	para	que	me	relaje.
—Pues	yo,	si	tengo	oportunidad,	voy	a	aprovecharla	—sentencia,	Cris,	ladina—.	Tengo
ganas	de	avivarme.
—Pero	¿tú	no	decías	que	no	querías	que	te	empotraran	en	la	pared?
Las	cuatro	nos	reímos,	creo	que	todas	pensamos	que	Cris	se	ha	drogado	antes	de	venir.
Pero	¿sabes	qué	te	digo?	Que	me	encanta	que	se	dope.
Entramos.	Leo	le	ha	dado	a	un	chico	de	seguridad	las	cuatro	invitaciones.	¡Y	madre	mía
cómo	está	el	de	seguridad!	Si	todos	son	así,	menuda	noche	me	espera.
Llegamos	a	un	pequeño	pasillo	donde	está	el	guardarropa,	pero	decidimos	no	dejar	los
bolsos.	 Los	 abrigos	 están	 en	 el	 coche.	 Subimos	 unos	 escalones	 y,	 allí,	 otro	 chico	 nos
saluda	cuando	pasamos	a	su	lado	y	nos	abre	una	puerta.	La	del	paraíso	del	sexo.
Al	 entrar,	mis	 ojos	 se	 tienen	 que	 acostumbrar	 a	 la	 tenue	 luz	 de	 la	 sala.	 La	 puerta	 se
cierra	a	nuestras	espaldas	y	me	sobresalto.	Cuando	consigo	enfocar	lo	que	me	rodea,	me
quedo	alucinada.	El	lugar	es	enorme.	La	sala	está	dividida	como	en	dos	ambientes;	en	un
extremo	está	lo	que	viene	a	ser	el	bar,	con	una	barra	detrás	de	la	que	hay	camareros;	chicos
y	 chicas,	 que,	 por	 cierto,	 van	 ligeritos	 de	 ropa.	 Ellos,	 con	 el	 torso	 descubierto	 y	 unos
minúsculos	 calzoncillos	 negros	 y	 ellas,	 con	 unos	 bikinis	 que	 no	 dejan	 mucho	 a	 la
imaginación.	Hay	mesas	donde	la	gente	está	tomando	sus	copas	y	charlando	con	amigos	o
con	personas	que	acaban	de	conocer,	vete	tú	a	saber,	y	taburetes	cerca	de	una	especie	de
barandilla	que	separa	esa	zona	de	 la	que	intuyo	que	es	 la	zona	del	espectáculo.	Esa	otra
parte	 parece	 como	 un	 cine,	 con	 butacas	 alrededor	 para	 no	 perderse	 la	 función.	 Dichos
asientos	están	a	los	laterales	y	frente	al	escenario,	que	está	adornado	como	con	una	especie
de	cama	redonda.
—¿Qué	te	parece?	¿Ha	sido	mala	idea	venir	aquí?	—me	susurra	Antoinette,	zalamera.
—Solo	con	ver	a	los	de	seguridad	y	a	los	camareros,	ha	valido	la	pena.
—Pues	 espera	 a	 ver	 a	 los	 de	 la	 cama	 redonda.	—Me	 guiña	 un	 ojo	 la	muy	 pícara—.
Venga,	vamos	a	tomar	algo.
Apalancamos	nuestros	traseros	en	los	taburetes	y	pedimos	cuatro	cervezas.	Como	Cris
va	 lanzada,	empieza	a	entablar	conversación	con	uno	de	 los	camareros,	un	rubito	de	 tez
blanquecina,	 media	 melena,	 con	 ojos	 azules	 y	 unos	 labios	 carnosos	 a	 juego	 con	 sus
abdominales.	Me	recuerda	a	Brad	Pitt	en	Leyendas	de	pasión.
—¿Y	 tú	no	haces	ningún	espectáculo?	—le	pregunta	una	descarada	Cris	al	 camarero.
Apura	su	cerveza.
—Lo	 siento,	 preciosa,	 pero	 yo	 solo	me	 dedico	 a	 servir	 copas.	—Y	 le	 sonríe	 de	 una
manera	provocadora,	cosa	que	me	hace	pensar	que	hace	sus	numeritos	en	privado.
—¡Qué	desperdicio!	—exclamamos	las	cuatro.
Aunque	 a	mi	prima	y	 a	 su	pareja,	 un	 cuerpo	masculino	 las	 deja	 igual	 de	 frías	 que	 si
estuvieran	alicatando	un	iglú	en	tanga,	saben	reconocer	cuando	ven	a	un	cañón	de	tío.	Y
este	camarero	lo	es.
Cuando	nos	terminamos	nuestros	botellines,	el	barman	nos	sirve	una	ronda	de	chupitos
de	 tequila.	 Le	 hemos	 caído	 bien	 y	 corren	 de	 su	 cuenta.	Nunca	 he	 sabido	 qué	 se	 chupa
primero,	si	el	 limón,	la	sal	o	te	metes	de	golpe	el	alcohol	sin	pensarlo	mucho.	Escruto	a
Leo,	que	es	la	que	domina	el	tema	de	las	bebidas	alcohólicas,	de	las	otras,	como	que	pasa.
Y	nos	indica	los	tres	pasos	a	seguir.
—A	ver	chicas,	primero	os	ponéis	un	poquito	de	sal	en	la	mano,	entre	el	dedo	pulgar	e
índice,	pero	no	lo	chupéis	todavía.	—Nos	manchamosla	mano	con	la	sal—.	Segundo,	el
tequila	de	un	trago	y	por	último	saboreamos	el	 limón.	¿Entendido?	—Afirmamos	con	la
cabeza—.	Pues	¡allá	va!
Nada	más	meter	el	lengüetazo	a	la	sal,	se	me	ponen	los	pelos	tiesos,	el	tequila	me	hierve
en	la	garganta	y	para	rematar,	el	limón	sale	escupido	de	mi	boca.	Por	si	no	lo	has	intuido,
es	mi	primera	vez	con	la	bebida	mexicana.	La	primera	y	la	última,	por	descontado.
—Por	favor,	Susana,	que	no	es	para	tanto	—me	dice	mi	prima,	dándome	golpecitos	en
la	espalda	para	ayudarme	con	la	tos.	Las	tres	se	ríen	de	mí,	y	a	ellas	se	les	une	el	camarero
Pitt.
—¡Zorras!	¡Casi	muero	atragantada	y	vosotras	riéndoos	de	mí!	—consigo	articular	con
el	cuerpo	todavía	inclinado	sobre	la	barra.
—Menos	mal	que	soy	yo	la	que	está	desentrenada	—añade	Cris,	con	sorna.
—Ay,	pobre,	mi	niña.	Ven	aquí	con	mami.	—Antoinette	se	acerca	a	mí	con	los	brazos
abiertos	y	me	zafo	de	su	intento.
—Ni	se	te	ocurra.	—La	miro	de	soslayo—.	Me	debéis	cada	una	de	vosotras	una	copa.
Las	 señalo	 a	 todas	 con	 el	 índice	 y	 sé	 que	 se	 están	 aguantando	 la	 risa…	 hasta	 que
estallan	y	yo	las	sigo.
Si	es	que	no	se	me	puede	sacar	de	casa.
—Como	yo	también	me	he	reído,	a	la	primera	copa	invito	yo	—anuncia	el	barman.
«Y	si	quieres	invitarme	a	algo	más,	me	apunto»,	pienso	en	mi	fuero	interno,	que	no	es
otro	que	el	que	hay	entre	mis	piernas.
Con	mi	Martini	a	cuestas,	gentileza	del	chaval	casi	en	bolas,	nos	vamos	a	ocupar	unos
asientos	frente	al	escenario.	En	unos	minutos,	dará	comienzo	la	función.	Estoy	deseando
ver	lo	que	se	cuece	en	este	sitio.	Cris	y	yo	nos	sentamos	en	la	segunda	fila	y	mis	primas	en
las	butacas	que	hay	justo	detrás.
—Creo	que	tienes	a	Piqué	en	el	bote.	Lo	quería	para	mí,	pero	qué	le	vamos	a	hacer	—
me	susurra	Cris,	con	un	mohín.
—¿Piqué?
—Sí,	el	rubito	ligerito	de	ropa.	El	del	Martini	—dice	señalando	mi	copa.
—¡Ah,	 el	 Brad	 Pitt!	 Se	 me	 parece	 más	 a	 él,	 oye,	 con	 los	 ojos	 azules	 y	 los	 labios
carnositos.
—Seguro	que	con	esa	boca	sabe	hacer	de	cosas…
—¡Cris!	—La	miro,	conteniendo	la	risa.
—¿Qué?	¡Joer!	No	puede	fantasear	una	—refunfuña,	mientras	pone	morritos.
—Shhh,	chicas,	que	ya	empieza	—nos	anuncia	Antoinette.
Consumo	mi	bebida	de	golpe	en	el	momento	en	que	las	luces	bajan	de	intensidad	y	una
especie	de	telón	se	abre	ante	nosotras	para	dejarnos	ver	la	misma	cama	redonda	de	antes,
pero	ahora	con	una	huésped	recostada	en	ella.	La	luz	se	cierne	en	ese	punto	en	concreto	y
observo	que	la	chica	lleva	algo	encima	de	su	cuerpo.
—¿De	qué	está	cubierta?	—musito	a	Cris.
—Pues	no	estoy	segura,	pero	parecen	piezas	de	frutas.
Cuando	consigo	enfocar	bien,	confirmo	lo	que	me	ha	dicho	Cris;	 la	chica	está	vestida
con	trozos	de	frutas.	Kiwis,	plátanos,	fresas,	naranjas…	vamos	que	parece	la	frutería	del
barrio.	Solo	lleva	la	fruta	encima.	Nada	más.	Nada	de	tela,	de	ropa.	El	postre	es	su	vestido.
Una	música	erótica-sensual	suena	por	los	altavoces	del	local	justo	cuando	la	chica,	que
está	completamente	estirada	en	la	cama,	ladea	la	cabeza	y	ensancha	sus	labios	superiores.
Un	chico	aparece	en	el	acto,	sonriéndole	y	contorneándose	de	una	forma	muy	incitadora,
con	una	única	prenda	de	ropa:	un	bóxer	negro.
Se	acerca	a	ella	y	se	arrodilla	tras	su	cabeza.	La	mira	desde	arriba	y	le	planta	un	morreo
que	ya	lo	quisiera	yo.	Baja	sus	manos	por	el	cuello	de	ella	hasta	llegar	a	sus	pechos.	De
allí,	retira	dos	rodajas	de	plátanos	y	se	las	come	cuando	deja	de	invadir	con	su	lengua	la
boca	de	la	chica.	Me	da	a	mí	que	ese	no	va	a	ser	el	único	que	coma	plátanos	esta	noche.
Una	 vez	 descubiertos	 sus	 pezones,	 él	 se	 los	 agarra	 con	 maestría,	 haciendo	 que	 un
gemido	se	escape	de	los	labios	de	su	compañera.	De	la	mía,	también.	Ella,	mientras	que	su
boca	vuelve	a	ser	arrasada,	tira	los	brazos	hacia	atrás	para	intentar	alcanzar	su	objetivo,	el
pene	 del	 chico,	 pero	 él	 es	más	 hábil	 y	 se	 retira	 a	 tiempo,	 provocando	 un	 sollozo	 en	 la
chica.	Como	 todavía	 le	queda	mucho	que	degustar,	 se	da	 la	vuelta	y	se	planta	entre	sus
piernas	abiertas.	Asciende	por	una	de	ellas,	recogiendo	lo	que	encuentra	a	su	paso.	Ella	se
retuerce	provocadoramente	y	su	boca,	ahora	libre,	emite	pequeños	quejidos	de	placer.
La	escena	que	estoy	viendo	no	me	deja	indiferente,	ni	a	mis	compañeras	tampoco,	que
están	con	la	boca	abierta.	Nunca	había	venido	a	un	sitio	como	este,	pero	he	de	reconocer
que	es	morbo	en	estado	puro.
El	hombre	se	entretiene	con	la	otra	pierna,	acariciándola	y	besándole	la	piel	que	no	está
cubierta,	pero	 lo	cierto	es	que	no	 le	dedica	demasiadas	atenciones,	pues	está	 impaciente
por	 llegar	a	 su	cometido.	Retira	con	brusquedad	 todo	 lo	que	 le	estorba	y	 se	 lanza	a	por
ello,	 va	 directo	 a	 devorarla,	 a	 succionarla.	 A	 lo	 que	 vulgarmente	 conocemos	 como
cunnilingus.	Ella	dobla	 las	 rodillas	cuando	siente	su	aliento	en	el	bajo	vientre,	y,	por	 su
cara	de	auténtico	gozo,	el	chico	lo	debe	de	estar	haciendo	a	las	mil	maravillas.	Ella	solo
gimotea	y	eso	hace	que	yo	resople	y	que	me	sienta	un	tanto	incómoda	por	la	humedad	que
siento	entre	mis	piernas.
—Me	estoy	poniendo	de	un	cachondo…	—me	dice	Cris,	en	voz	baja.
—Pues	anda	que	yo…	—le	reconozco.
Cuando	el	macho	introduce	un	dedo	en	la	vagina,	ella	se	arquea	encantada	y	le	tira	del
pelo.	 Él,	 muy	 suavemente	 y	 con	 la	 mano	 que	 no	 tiene	 ocupada	 en	 sus	 menesteres,	 la
empuja	 para	 que	 se	 tumbe	 y	 se	 quede	 quieta,	 agarrándole	 de	 un	 pecho	 y	 volviendo	 a
pellizcarle	 un	pezón.	Ella	 cae	 desplomada	 en	 la	 cama,	moviéndose	 sin	 control	 sobre	 su
boca,	 estremeciéndose,	 agitándose,	 esperando	que	 el	 clímax	 le	 llegue	 de	 un	momento	 a
otro.	Ver	a	la	chica	en	esa	situación,	en	el	límite	del	placer,	haciendo	de	sus	quejidos	los
míos,	 disfrutando	 como	 una	 loca	 del	 sexo,	 me	 incita	 y	 me	 enciende	 hasta	 niveles
insospechados.
Al	cabo	de	unos	segundos,	ella	se	corre.	Grita,	grita	y	grita.	Se	relaja	abiertamente	sobre
el	 colchón,	 y	 ese	 momento	 de	 despiste	 lo	 aprovecha	 el	 hombre	 para	 bajarse	 los
calzoncillos	y	ofrecernos	unas	magníficas	vistas	de	su	tremenda	erección.
—¡Joer!	¿Eso	es	de	verdad?	—me	pregunta	Cris,	con	la	boca	abierta	y	los	ojos	como
platos.
—Me	temo	que	sí	—contesto	con	las	comisuras	de	mis	labios	llenas	de	babas.
—Quiero	uno	de	esos	para	mi	cumpleaños.
Seguimos	observando	el	panorama.	¡Y	qué	vistas!	¡Dios,	qué	portento	de	hombre!	Y	el
portento	pronto	desaparece	de	nuestro	ángulo	de	visión	para	perderse	en	el	interior	de	la
chica.	El	suspiro	de	deleite	de	ella	al	sentirse	penetrada	retumba	en	toda	la	sala	y	es	tan
sexualmente	intenso	que	tengo	que	taparme	la	boca	para	no	delatarme.
Un	sollozo	invade	mis	oídos	y	esta	vez,	no	proviene	de	la	pareja	que	tengo	delante.	Me
giro	 hacia	 atrás	 y	 me	 quedo	 ojiplática	 cuando	 veo	 a	 mis	 primas	 pegándose	 el	 lote,
metiéndose	mano	descaradamente.	Vaya,	el	rollo	heterosexual	las	pone	a	tono…	pero	no
son	las	únicas.	Otra	pareja	que	hay	a	su	lado,	se	levanta	de	sus	asientos	y	se	marcha.	Él,
con	un	bulto	un	tanto	sospechoso	bajo	sus	pantalones.
Me	acurruco	en	mi	silla	y	sigo	disfrutando	de	la	peli	porno	en	directo.	Dura	poco	más
de	 un	 minuto	 cuando	 el	 chico	 se	 rompe	 dentro	 de	 ella	 y	 se	 baja	 el	 telón.	 Y	 el	 pene
también.
—¡Guau!	Voy	a	venir	más	a	menudo	a	este	sitio.	—Cris	se	abanica	con	las	manos.
—Comparto	tu	opinión	y	la	apoyo.	¿Dónde	nos	hemos	metido	todo	este	tiempo?
—Tú,	 entre	 el	 huevo	 derecho	 y	 el	 izquierdo	 de	 tu	 ex	 y	 yo,	 entre	 pañales	 llenos	 de
mierda.
Ambas	 nos	 reímos,	 aunque	 sabemos	 que	 tiene	 razón.	 Qué	 mal	 hemos	 aprovechado
nuestras	vidas.
—Chicas,	nosotras	nos	vamos	un	ratito.	No	os	marchéis	sin	nosotras.
La	 voz	 ronca	 de	mi	 prima,	 por	 la	 tensión	 acumulada	 y	 el	 deseo	de	 deshacerse	 en	 un
orgasmo,	es	casi	irreconocible.	Las	veo	irse	a	las	dos,	cogidas	de	la	mano	y	se	pierden	por
un	pasillo.
Desde	luego	que	me	dan	una	envidia.
—Creo	 que	 por	 ahí	 viene	 alguien	 con	 ganas	 de	 montar	 su	 propia	 diversión.	—Cris
arquea	las	cejas,me	sonríe	y	me	da	un	codazo	en	el	costado.	Todo	a	la	vez.
Cuando	 veo	 acercarse	 a	 Brad	 Piqué	 hacia	 nosotras,	 se	 me	 seca	 la	 garganta.	 El
taparrabos	que	lleva	juraría	que	es	más	pequeño	que	antes,	cuando	estaba	cubierto	por	la
barra	del	bar.	¡Dios	santo!	¡Y	dentro	hay	algo	con	vida	propia!
No	vendrá	a	proponerme	algo	obsceno,	¿no?	No,	no	puede	ser,	pero	si	viene	a	por	mí,
¿qué	 le	 digo?	 ¿Me	 apetece	 pasar	 un	 rato	 agradable	 con	un	 desconocido?	Yo	misma	me
respondo	cuando	lo	veo	pasar	por	mi	lado	e	inclinarse	sobre	Cris	para	susurrarle	algo	al
oído.	Ella	sonríe	picarona	y	le	coge	la	mano	que	le	tiende	para	levantarse	y	marcharse	con
él	sin	pensárselo	mucho.	¡Cris	va	a	tener	su	noche!
Saco	 la	mustia	aceituna	de	mi	copa	vacía	y	me	 la	como	pensando	en	 lo	 tonta	que	he
sido	al	imaginar	que	ese	camarero	venía	a	por	mí.	Ya	he	visto	las	miradas	que	le	echaba	a
mi	amiga.	Sonrío	lánguida.
Me	 levanto	para	volver	 a	 la	 barra	y	pedir	 otra	 copa,	 ya	que	voy	 a	 estar	 un	 rato	 sola,
mejor	hacerlo	en	compañía	de	un	poco	de	alcohol.	Estoy	sola,	cachonda	y	sabedora	de	que
voy	a	llegar	a	casa	en	este	estado.	¡Qué	triste!
Ahora	me	queda	esperar	a	que	 las	 tres	magníficas	salgan	de	donde	sea	que	estén	con
cara	de	satisfacción	y	se	burlen	de	mí.	Y	a	mí	se	me	va	a	quedar	cara	de	aceituna	rancia.
—Me	parece	buena	idea	que	le	pidas	una	copa	al	camarero.
	
	
	
5
	
	
—¡¿Disculpa?!
Formulo	esa	pregunta	a	la	vez	que	me	giro	hacia	la	voz	que	me	ha	susurrado	pegada	a
mi	oreja.	¿Quién	se	cree	que	es	este	tío	para	hablarme	con	semejante	desfachatez?
Con	el	ceño	fruncido,	veo	al	dueño	de	esa	voz	masculina	observándome	con	una	sonrisa
de	medio	lado.	Es	un	chico	moreno,	con	los	ojos	castaños,	el	pelo	despeinado	y	una	barba
de	varios	días	que	le	da	ese	toque	malote	que	nos	gusta	a	las	chicas.	Paseo	los	ojos	desde
su	rostro	hasta	su	cuerpo	entero,	vamos	que	le	hago	un	escaneo	corporal	y	me	gusta	lo	que
hay;	unos	tejanos	oscuros	desgastados	y	una	camisa	gris	oscura.
Lo	cierto	es	que	tengo	la	impresión	de	que	lo	he	visto	antes,	pero	no	recuerdo	dónde.
Tengo	una	nula	capacidad	para	recordar	los	rostros.
—No	te	acuerdas	de	mí,	¿verdad?	—me	pregunta,	todavía	con	esa	medio	sonrisa	en	sus
labios.
—¿Por	qué	debería	acordarme	de	ti?
—Ya,	bueno,	supongo	que	aquel	día	estabas	tan	enfadada	aporreando	la	máquina	que	no
te	percataste	de	mi	presencia.
—¿La	máquina?	Pero	¿de	qué	estás…?	—En	ese	momento	caigo	en	la	cuenta	de	qué	lo
conozco.	Me	ruborizo—.	Tú	eres	el	chico	del	comedor.
—Buena	memoria	—me	dice,	y	esta	vez	sonríe	más	abiertamente—.	Creo	que	el	otro
día	no	tuve	oportunidad	de	presentarme.	Soy	Hugo.
El	chico,	el	del	día	de	mi	pequeño	desencuentro	con	la	máquina	del	café	de	la	oficina,
está	 frente	 a	 mí,	 tendiéndome	 la	 mano	 y	 tiene	 nombre	 propio.	 Se	 la	 estrecho	 y	 un
escalofrío	me	sube	por	la	espalda.	Se	aproxima	a	mí	y	me	planta	dos	besos,	uno	en	cada
mejilla,	y	no	son	de	esos	besos	que	das	pegando	mejilla	con	mejilla	y	el	beso	se	pierde	en
el	aire,	no,	qué	va,	es	un	beso	literalmente	plantado	en	mi	carrillo.	Contacto	en	toda	regla.
Piel	con	labios.
Y	eso	me	altera	y	me	recuerda	que	sigo	un	pelín	cachonda.	Y	con	este	hombre	al	lado…
tan	cerca…
—Y	tú,	¿tienes	nombre?	—me	susurra	en	el	oído.
—Su…	Sus…	Sue…	Susana	—tartamudeo	como	una	tonta.
—Encantado,	Susana	—dice,	acariciando	mi	mentón—.	¿Has	venido	sola?
—Sí…	bueno…	no.
—¿En	qué	quedamos?	—Ríe.
—No,	bueno,	es	que	he	venido	con	unas	amigas	—digo	con	una	voz	medianamente	en
condiciones.
—¿Y	dónde	están?
—Ocupadas.
—Ah,	entiendo.	Entonces,	¿te	has	quedado	sola?
—Eso	parece.	—Las	rodillas	comienzan	a	flaquearme	y	me	siento	en	el	taburete.
—¿Qué	estás	tomando?	—pregunta,	señalando	mi	copa	vacía.
—Tomaba	—digo	y	pongo	la	copa	del	revés—,	un	Martini.
—¿Puedo	invitarte	a	otro?
—¡Claro!	Total,	 en	 vez	de	 sangre	 tengo	 la	 destilería	Bacardí	 pasándoselo	 pipa	 en	 las
venas.
Hugo	se	ríe	y,	con	esa	sonrisa	que	le	hunde	los	ojillos	y	que	le	marca	unos	hoyuelos	en
las	mejillas,	me	parece	el	tío	más	irresistible	del	mundo.	Guapo.	Atractivo.	Sexy.
¿Tanto	he	bebido?
Se	sienta	a	mi	lado	y	llama	al	camarero	por	su	nombre.	Este	viene	al	poco	rato	y	nos
planta	 un	Martini	 para	mí	 y	 un	Gin-tonic	 para	mi	 compañero.	 ¿Cómo	 sabe	 su	nombre?
Debe	ser	un	cliente	habitual.
Pongo	un	poco	de	distancia	entre	 los	dos,	separando	unos	centímetros	mi	 taburete	del
suyo,	 pero	Hugo	me	mira	 con	 el	 ceño	 fruncido	y	 se	 acerca	más	 a	mí,	 sin	 necesidad	de
asiento.	Así	no	hay	manera	de	que	corra	el	aire.
—Así	que	trabajas	en	el	edificio	donde	nos	conocimos…	—Me	mira	y	da	un	sorbo	a	su
bebida.
—Sí,	estoy	en	la	primera	planta.
—Vaya,	 qué	 casualidad,	 nosotros	 también	 estamos	 en	 esa	misma	 planta.	Mi	 tío	 y	 yo
acabamos	de	mudarnos.
—Así	 que	 vosotros	 sois	 los	 buenorros	 de	 los	 que	 hablaba	 Eva	—me	 digo	 para	 mí
misma.	Qué	ojo	tiene	mi	compañera.	
—¿Cómo	 dices?	—me	 interroga	 con	 una	 sonrisilla	 malvada.	Me	 ha	 oído.	 Si	 es	 que
cuando	estoy	contentilla	se	me	suelta	la	lengua…
—No,	nada,	nada.
Bebo	de	un	 sorbo	 el	 líquido	que	queda	 en	mi	 copa	y	prefiero	que	 eso	me	 arda	 en	 el
cuerpo	 que	 sentir	 la	 calentura	 que	 me	 gorgotea	 entre	 las	 piernas.	 Para	 intentar
apaciguarme,	 cojo	una	pajita	que	hay	en	un	 recipiente	y	empiezo	a	mordisquearla,	pero
creo	que	el	remedio	es	peor	que	la	enfermedad,	pues	Hugo	no	me	quita	ojo	de	encima	y
me	escruta	de	una	manera	muy	poco	pudorosa.	Está	desnudándome	con	la	mirada	y	a	cada
rato	que	pasa,	deseo	que	sean	sus	manos	las	que	me	despojen	de	mi	ropa.
Se	acerca	un	poco	más	a	mí	y	me	acaricia	el	rostro.
Otra	vez	está	demasiado	cerca.	Ya	no	corre	el	aire.
—Tienes	una	cara	preciosa.
—Gra…cias.
—¿Es	la	primera	vez	que	vienes	a	este	sitio?
—Sssí.
—¿Te	pongo	nerviosa?
Nerviosa,	cachonda	y	yo	que	sé	qué	más.	Asiento	con	la	cabeza	y	necesito	desviar	mi
mirada	de	sus	labios,	si	no	sé	que	me	lanzo	a	por	ellos.
Miro	de	reojo	mi	copa	vacía,	con	la	tímida	olivilla	abandonada	en	el	fondo	y	sin	más,	la
cojo	 y	 me	 la	 meto	 en	 la	 boca.	 Así	 la	 tengo	 ocupada.	 Mientras	 mastico,	 Hugo	 sonríe
malicioso	 y	 se	 separa	 de	mí,	 colocándose	 en	 su	 asiento	 y	 agacha	 la	 cabeza.	 Empieza	 a
pasear	su	índice	por	la	boca	de	su	vaso	y	mis	pensamientos	vuelan	sulfurados,	imaginando
que	me	toca	a	mí	de	esa	manera.	Sin	darme	cuenta,	hago	lo	mismo	que	él,	pero	yo,	en	este
caso,	me	meto	un	dedo	en	la	boca	y	lo	muerdo.	Hay	que	ver	el	cóctel	explosivo	que	puede
llegar	a	ser	el	alcohol,	la	falta	de	sexo	y	un	chico	guapísimo.	Todo	a	la	vez.
Y	luego	decían	que	en	Irak	había	armas	de	destrucción	masiva.
Hugo	vuelve	a	mirarme	y	puedo	seguir	su	mirada,	que	no	la	aparta	de	mi	dedo	juguetón
entre	mis	labios.	Se	humedece	los	labios	con	su	lengua	y	ese	gesto	me	parece	de	lo	más
sexy	que	he	visto	nunca.	Se	levanta	y	me	retira	el	dedo	que	me	estoy	mordiendo,	lo	mira	y
lo	lame.
Como	dice	Cris,	¡joer!
—¿Te	puedo	proponer	que	vayamos	a	un	sitio	más	íntimo?	—murmura	con	su	aliento
en	mi	cuello.
—¿Un	sii…tio	más	ínn..ttimmo?
—Ajá.	—Y	sin	permiso,	me	besa	despacio	la	garganta.
Me	deshago	literalmente	entre	sus	besos.	Y	dejo	de	pensar,	de	intentar	averiguar	qué	es
lo	 que	 hago	 con	 un	 tío	 al	 que	 no	 conozco	 de	 nada.	 ¿Qué	 me	 impide	 tener	 un	 ratito
apasionado	con	él?	¿El	pudor?	¡A	la	mierda!	He	venido	para	dejarme	llevar	y	eso	voy	a
hacer.
Noto	que	sus	manos	me	aprietan	la	cintura	y	me	aproxima	a	él,	bajándome	del	taburete,
restregándome	su	entrepierna	por	mi	vientre.	Trago	el	nudo	de	mi	garganta	cuando	siento
tremenda	erección…	y	es	que	hace	tanto	tiempo	de	eso	que	tengo	que	cerrar	mis	muslos
para	contenerme	y	no	lanzarme	a	besar	sus	labios.	Y	los	tiene	tan	apetecibles…
—¿Me	dejas	 comprobar	 una	 cosa?	—me	plantea	 con	 la	 voz	 alterada.	Yo	 asiento,	 sin
saber	qué	quiere	hacer.
Me	coge	de	la	muñeca	y	me	lleva	a	una	puerta	que	abre	con	prisas	y	la	cierra	con	mayor
celeridad.	Allí,	de	pie	junto	a	ella,	me	acorrala	con	su	cuerpo	y	me	besa	los	labios.	Primerolos	recorre	tímidamente	con	su	lengua,	luego	pasa	a	besarlos	profundamente	para	terminar
devorándome	la	boca	con	ansia.	Llevo	mis	brazos	a	su	cuello	y	me	aferro	a	él,	con	los	ojos
cerrados	y	mis	labios	ocupados	en	degustar	su	sabor.	Un	gemido	sale	de	ellos	cuando	noto
que	 sus	manos	me	 recorren	 la	 espalda	 y	 la	 parte	 baja	 de	 la	misma.	Me	 sube	 el	 vestido
rozándome	 los	muslos	con	 sus	dedos	y	deja	escapar	mi	boca	para	besar	 suavemente	mi
escote.
—¿Todos	en	este	club	sois	así	de	 lanzados	o	es	que	me	ha	 tocado	el	 toro	bravo	de	 la
ganadería?	—digo	entre	jadeos.
—Las	dos	orejas	ya	me	las	has	visto,	te	queda	el	rabo.
—Qué	frase	más	manida.
—Cállate	y	déjame	besarte.
Vuelve	a	su	ardua	 tarea	de	besuquearme,	de	apretarme	contra	él,	de	 tocarme	en	sitios
que	ya	 creía	 olvidados.	Se	 recrea	 cuando	 encuentra	mi	 lencería	 y	mete	 la	mano	dentro,
rozándome	la	piel	con	sus	dedos,	buscando	mi	excitación.
—Esto	es	lo	que	quería	comprobar.	Estás	lista	para	dejarme	entrar.
	
****
	
	
—¡¿Te	 lo	cepillaste?!	—exclama,	una	emocionadísima	Eva,	con	una	expresión	divertida
en	la	cara.
—¡Baja	la	voz	que	nos	van	a	oír!
—Josemi	está	en	el	despacho.	No	se	entera	de	nada	—añade	quitándole	importancia	con
un	gesto	de	la	mano—.	Bien,	entonces…	¿te	lo	hiciste	con	el	vecino?
—Sí.	—Y	agacho	la	cabeza,	sonrojada.
—Ven	aquí,	diosa	de	 la	 lujuria	y	deja	que	te	abrace.	—Viene	hacia	mí	con	los	brazos
abiertos.
—Desde	 luego	 que	 estás	 para	 que	 te	 encierren	—le	 digo,	 entre	 risas,	 pero	 no	 puedo
evitar	que	me	achuche.
—¿Y	 qué	 puedes	 contarme	 de	 esa	 noche?	 ¿Cómo	 te	 sentiste?	 —pregunta	 Eva
soltándome	de	sus	brazos.	Coge	su	silla	y	la	acerca	a	mi	lado.	Se	cruza	de	piernas	y	espera
impaciente	mi	relato.
—Al	principio,	cuando	supe	dónde	 íbamos,	me	quedé	blanca,	pero	una	vez	dentro	de
ese	sitio,	no	me	pareció	tan	malo.	Y	al	final,	como	mis	amigas	me	abandonaron,	pues	tuve
que	buscarme	con	qué	distraerme.
—¿Con	qué	o	con	quién?
—Con	quién,	tienes	razón.	Con	Hugo.
—Y	en	la	cama,	¿qué	tal?
—En	la	cama,	no	lo	sé.	En	el	sofá,	increíble.
Me	 llevo	 las	manos	 a	 la	 cara	 y	 apoyo	 los	 codos	 en	mi	mesa.	Me	muerdo	 el	 labio	 al
recordar	el	momento	del	sofá	de	piel	rojo.	¡Qué	digo	momento!	¡Momentazo!	Cómo	me
cogió	 por	 las	 nalgas	 y	 lo	 rodeé	 con	mis	 piernas	 hasta	 llegar	 a	 ese	 sofá.	 Cómo	me	 fue
despojando	lentamente	de	mi	ropa,	admirando	todo	lo	que	veían	sus	ojos.	Cómo	se	quitó
la	 suya	 y	 dejó	 que	 viera	 ese	 cuerpo,	 ese	 pecho	 cubierto	 por	 un	 tímido	 camino	 de	 vello
oscuro	que	le	recorría	hasta	el	estómago	y	se	perdía	un	poco	más	abajo.	Cómo	después	de
enfundárselo	en	un	preservativo,	introdujo	su	pene,	poco	a	poco,	en	mí	hasta	que	las	prisas
nos	pidieron	paso	y	nos	corrimos	satisfechos.
—Por	 la	 cara	 que	 tienes	 ahora	mismo,	 yo	 diría	 que	 estarías	 dispuesta	 a	 repetir	—me
habla	mi	compañera	sonriendo	y	guiñándome	un	ojo.
—¡¿Y	si	me	lo	encuentro	por	los	pasillos?!	—le	digo	con	cara	asustada—.	¡Me	muero
de	la	vergüenza!
Eso	tendría	que	haberlo	pensado	antes	de	tirármelo,	¿no?
—Tú	recuérdalo	desnudo.	Eso	siempre	funciona.	—Me	palmea	una	rodilla	y	vuelve	a	su
sitio,	no	sin	antes	cachondearse	de	mí.
—Sí,	claro,	tú	ríete,	como	eres	tú	la	que	se	lo	tiene	que	encontrar	todos	los	días.
—A	él	no,	pero	al	otro	no	me	importaría	—añade,	guasona—.	¿Y	dices	que	es	su	tío?
Eva	se	calla	de	golpe	cuando	la	puerta	del	despacho	de	Josemi	se	abre	y	sale	con	cara
de	pocos	amigos.	Mira	a	su	marido	y	le	tira	un	beso,	pero	él,	como	si	nada,	sigue	con	su
cara	de	perro.
—¿Qué	le	pasa	a	tu	marido?	¿Os	habéis	peleado?
—No,	 qué	 va,	 pero	 lleva	 unos	 días	 raro.	 Le	 pregunto	 y	 dice	 que	 son	 imaginaciones
mías.	Llega	a	casa	tarde,	agotado.	Se	ducha,	cena	y	se	va	a	la	cama.	Apenas	me	toca.	No
sé	qué	le	pasa,	no	quiere	hablar	conmigo.	Y	a	esta	—se	da	unos	golpecitos	en	la	sien	con
un	dedo—,	le	da	por	pensar	y	no	me	gusta	lo	que	piensa.
—¿Qué	estás	insinuando?
Eva	se	queda	mirándome	con	tristeza	en	sus	ojos.	Se	levanta	y	se	marcha	hacia	el	baño,
cabizbaja.	La	sigo	con	 la	mirada	y	creo	que	es	 la	primera	vez	que	 la	veo	en	ese	estado.
Ella	que	siempre	es	tan	alegre,	tan	extrovertida,	ahora	parece	pequeña,	vulnerable.	Y	me
preocupa	mucho	lo	que	sea	que	le	esté	rondando	por	la	cabeza…	Josemi	¿infiel?	No,	no
puede	 ser.	 Josemi	 quiere	 a	 su	 mujer	 con	 locura,	 se	 desvive	 por	 ella,	 siempre	 la	 ha
antepuesto	a	cualquier	cosa.	Su	vida	es	Eva.	Tiene	que	ser	otra	cosa.	
A	media	mañana	me	acuerdo	de	que	todavía	no	he	desayunado,	así	que	decido	bajar	al
bar	de	enfrente	a	tomarme	un	café	con	el	bocadillo	del	día.	Como	soy	un	poco	vaga,	me
inclino	por	utilizar	el	 ascensor,	 cosa	que	no	debería	hacer,	pues	aparte	de	estar	echando
culo	 y	 barriguita,	 trabajo	 en	 un	 primer	 piso,	 y	 que	 yo	 sepa,	 hacer	 un	 poco	 de	 ejercicio
todavía	no	ha	matado	a	nadie.
Claro	está	que	no	quiero	ser	la	primera.
Mientras	espero	el	ascensor,	termino	de	abotonarme	el	abrigo	sin	dejar	de	pensar	en	qué
puede	ser	lo	que	le	ocurre	a	mi	jefe.
Entro	en	el	ascensor	y	cuando	las	puertas	se	están	cerrando…
—¡Espere,	por	favor!	¡Sujete	la	puerta!
De	pronto	 entiendo	que	 esas	palabras	van	dirigidas	 a	mí,	 así	 que	pulso	 el	 botón	para
mantener	 las	puertas	abiertas	y	veo	entrar	unas	cajas	de	 las	que	sobresalen	dos	brazos	y
dos	piernas.
—Gracias.
Me	dice	una	voz	oculta	tras	ellas.	Las	apoya	en	el	pasamanos	y	mira	la	botonera	para
ver	 si	ambos	vamos	al	mismo	sitio.	En	ese	momento	 le	veo	 la	cara.	Doy	un	paso	hacia
atrás	y	me	maldigo	por	no	haber	bajado	por	las	escaleras.
—Hola,	Susana.	—Hugo.	Me	sonríe—.	Vaya,	qué	casualidad	encontrarnos	aquí.
—Hola,	Hugo	—respondo,	con	la	espalda	pegada	a	la	pared	del	ascensor.	Me	sudan	las
manos—.	Trabajamos	 en	 el	mismo	 edificio,	 la	misma	planta,	 así	 que	 es	 lógico	 que	 nos
encontremos.
—¿Qué	tal	todo?
—Muy	bien	hasta	que	te	he	visto	—susurro	bajito,	para	mis	adentros.
—¿Cómo	dices?
Hugo	se	queda	esperando	una	respuesta,	respuesta	que	por	supuesto	no	le	doy	porque
estoy	tan	ruborizada	que	no	me	salen	las	palabras.	Intento	recordar	lo	que	me	ha	dicho	mi
compañera:	visualízalo	desnudo.	Y	eso	hago.
Recorro	 su	 ahora	 cuerpo	 vestido,	 con	 la	 imagen	 que	me	 ha	 quedado	 grabada	 en	mis
retinas	 de	 la	 noche	 que	 pasamos	 juntos.	 Su	 piel,	 sus	manos	 deslizándose	 por	 todas	mis
curvas,	 su	desnudez,	su	aroma…	y	esto	no	 funciona,	pues	en	vez	de	 tranquilizarme,	me
hace	jadear.	¿Ese	es	el	fin	de	recordarlo	en	pelotas?
El	ascensor	emite	su	particular	ruidito,	ese	ring	que	anuncia	que	ha	llegado	a	su	destino.
—Tú	primero,	por	favor.	—Me	cede	el	paso	Hugo.
—Gracias.	Que	pases	un	buen	día.
Y	me	escabullo	todo	lo	rápido	que	mis	zapatos	de	tacón	me	permiten,	hasta	que	freno
en	seco	mi	huida	cuando	escucho	un	golpe	seco,	un	par	de	improperios	y	algo	que	rueda
por	el	suelo	y	choca	con	mis	pies.
Me	 giro	 y	me	 encuentro	 a	 Hugo	 tirado	 en	 el	 pavimento,	 con	 las	 cajas	 abiertas	 y	 su
interior	desperdigado	por	doquier.	Me	provoca	la	risa	verlo	allí,	despatarrado,	envuelto	por
todas	esas	cosas	caídas	a	su	alrededor.	Hugo	me	mira	arqueando	las	cejas,	pero	responde
con	una	sonrisa.
—Ni	se	te	ocurra	hacerme	una	foto	en	este	estado	y	colgarla	en	las	redes	sociales	—dice
todavía	sonriendo.	Y	ahí	están	esos	dos	hoyuelos.
—Lo	siento	—me	disculpo—.	No	he	debido	reírme	de	ti.
Me	acerco	hasta	él	con	el	objeto	que	ha	llegado	hasta	mí,	que	no	es	más	que	un	sillón	de
esos	 donde	 puedes	 dejar	 apoyado	 tu	móvil.	Cuando	 estoy	 a	 su	 lado,	me	 arrodillo	 en	 el
suelo	y	le	ayudo	a	recoger	todo	lo	que	hay	tirado	a	nuestro	alrededor.
La	gente	que	pasa	por	el	vestíbulo,	se	nos	queda	mirando	con	la	sonrisa	en	los	labios,
pero	ninguno	se	molesta	en	ayudarnos,	a	excepción	de	una	chica,	que	le	tiende	a	Hugo	un
calendario	del	año	pasado	y	de	paso,	le	guiña	un	ojo	con	mucho,	mucho	descaro.
—Gracias	—le	dice	él.
—De	nada,	guapo	—le	contesta	ella.
Y	se	pierde	en	el	ascensor	sin	dejar	de	mirar	a	Hugo,	que	tampoco	es	ciego.	Pongo	los

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