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en Aristóteles ]a solución a cualquiera de sus problemas. Sin embar go, los diálogos de Platón son lectura obligada para !,os estudiantes, y se les cita con frecuencia como si dieran luz esclareced-ora para ex plicar la conducta humana actual. Muy probablemente Aristóteles s·e ría incapaz de entender una sola página de cualquier tratado actual de física o biología y, en cambio, Sócrates y sus amigos tendrían muy poca dificultad en seguir cómodamente la mayoría de las discusiones contemporáneas concernientes a nuestros problemas humanos. Y, por lo que a la tecnología se refiere, hemos lleva.do a cabo grandes avan ces en el control del mundo físico y biológico, pero nuestros procedi mientos educativos, nuestros sistemas de gobierno y la economí.a en gran medida, aunque adaptados ocasionalmente a muy diversas cir cunstancias, de hecho apenas han mejorado en nada. Difícilmente podemos explicar esta realidad diciendo que los grie gos sabían cuanto sobre la conducta humana se puede llegar a saber. Ciertamente, sabían más en este terreno de lo que conocían, por ejem plo, sobre su mundo físico-circundante: pero decir esto no es decir ape nas nada. Más aún, su forma de pensar con respecto .a la conducta hu mana debió tener muy graves fallos. Pues mientras que fa física y la biología griegas sentaron las bases -por muy elementales que ellas fueran- de las que eventualmente surgió la ciencia moderna, las teo rías griegas sobre la conducta humana, por •el contrario, no han sen tado las bases de nada. Si aún hoy permanecen vigentes, no es debi do a que poseyeran cierto género de verdad eterna, sino porque no contenían los gérmenes de nada mejor. Siempre se puede decir que la conducta humana es un terreno par ticularmente dificil. Así es, en efecto, y somos especialmente propen sos a pensar de esta forma en vista de nuestra ineptitud para estudiar este asunto. Pero, en cambio, la física y la biología modernas estu dian problemas que, ciertamente, no son mucho más simples de lo que pueda serlo la conducta humana en muchos de sus aspectos. La diferencia estriba en que los instrumentos y métodos que utilizan fí sicos y biólogos tienen una complejidad conmensurable. El hecho, por tanto, de que instrumentos y métodos igualmente poderosos no estén al alcance de la ciencia de la conducta humana es sólo una parte de la explicación del rompecabezas. ¿O acaso ha sido más fácil poner a un hombre en la luna de lo que sería mejorar la ,educación de nues tros centros de enseñanza? ¿O que mejorar las condiciones de vivien- 12 da y ambiente para todo el mundo? ¿O que hacer posible y asequibie para todos un empleo adecuado, mejorando de esta forma el nivel de vida? La elección, por otra parte, no ha tenido nada que ver con la ur gencia de los problemas mismos porque a nadie se le ocurriría decir que el poner a un hombre en la luna.sea asunto tan vital.. Lo estimu lante, al pensar en llegar a la luna, era precisamente su misma posi bilidad. La ciencia y la tecnología habían avanzado hasta l\ln punto tal que, con un esfuerzo adicional, la meta podía conseguirse. Seme jantes estímulos no se dan paralelamente, por el contrario, con res pecto a los problemas que plantea la conducta humana: no entreve mos las soluciones. Es fácil, en estas circunstancias, llegar a la conclusión de que algo debe haber en la conducta humana que !haga imposible un análisis científico y, por tanto, una tecnología eficaz, pero lo cierto es que de ninguna manera puede decirse que hayamos agotado las posibilida des en esta dirección. En cierto sentido podríamos hasta afirmar que los métodos científicos apenas han sido apliicados a la conducta hu mana. Hemos utifizado, es cierto, algunos instrumentos de la ciencia; hemos contado y medido y comparado; sin embargo se echa de me nos. algo esencial a la práctica científica en cuantas discusiones se lle van a ,cabo actualmente con referencia a este problema de la conduc ta humana: esta ausencia se refiere a nuestra forma de tratamiento de las causas de -esa conducta (el término "causa" ya no es frecuente en escritos científicos especializados, pero en nuestro actual contexto re sulta bastante apropiado). La primera exp,eriencia del hombre respecto a las causas vino muy probablemente de su propia conducta: las cosas se movían precisa mente porque é[, el hombre, las hacía mover. Si otras cosas se mo vían se debía a que alguien las ponía en movimiento, y si ese motor no era detectable para la sensibilidad humana, es-os.e debía a que era efectivamente invisible. Los dioses griegos fueron útiles en este aspec to, como causas de los fenómenos físicos. Permanecían normalmente al margen de las cosas mismas que ellos movían, pero, por otra par te, podían interiorizarse en ellas, e incluso "poseerlas". Pronto la fi sica y la biología descartaron este tipo de explicaciones y se fijaron en causas de más utilidad, pero este mismo paso, importante, no se produjo paralelamente en el campo de la co11ducta humana. Es cier to que ninguna persona inteligente sigue creyendo que los hombres 13 timientos, etc., convencidos de que es tan sólo cuestión de tiempo el q11e lleguemos a entender y comprobar cómo efectivamente se trata de fenómenos de naturaleza física. Las d.imensiones del mundo :mental y las transiciones de un mun do a otro ciertamente plantean problemas muy espinosos, pero resul ta viable el ignorarlos normalmente aunque no sea sino por razones de estrategia, ya que la grave objeción al mentalismo es de muy dis tinta naturaleza: el mundo de la mente escapa a toda demostración y la conducta no se reconoce en sí misma como sujeto de estudio. En psicoterapia, por ejemplo, las cosas extrañas que una persona dice o hace son consideradas casi siempre. como merns síntomas, y, en com paración con los dramas realmente fascinantes que tienen lugar en las profundidades de la mente, la conducta misma aparece por cierto como algo muy superficial. En lingüística y crítica literaria es prácti ca común que lo que un hombre dice se considera casi exclusivamen te como expresión de ideas o sentimientos. En ciencia política, teolo gía o economía, la conducta se considera habitualmente como la ma teria prima básica a partir de la cual uno infiere actitudes, intencio nes, necesidades, etc. Durante más de dos mil quinientos años se ha prestado estrecha atención a la vida mental, pero sólo en tiempos muy recientes se ha comenzado a poner empeño en considerar la conduc ta humana como algo más que una mera derivación de aquélla. También se descuidan las condiciones de las cuales la conducta no es sino la función. La explicación mental pronto agota la curiosidad. El efecto lo comprobamos en conversaciones normales. Si le pregun tamos a alguien, "¿Por qué vas al teatro?", nos dirá quizá: "Porque me gusta". Y la respuesta la aceptamos sin más, como un género de explicación. Mucho más significaüvo sería el saber qué le ha sucedi do cuando ha ido al teatro en ocasiones anteriores, qué oyó o leyó con referencia al.a obra que vño representada, y qué otros hechos, pa sados o presentes, en su propio contexto, le pudieron inducir a asistir a dichas representaciones (precisamente a ellas, en cuanto dis,tintas de cualquier otra actividad a la que se podría haber dedicado: por qué fue al teatro y no al cine, por ejemplo). Y, sin embargo, aceptamos el "porque me gusta" co-mo una especie de resumen de todo lo anterior. No consideramos de importancia el entrar en detalles. El psicólogo profesional con frecuencia se detiene al mismo nivel. Hace ya mucho tiempo que William James corrigió la interpretación, 18 prevaleciente entonces, con respecto a la relación existente entre sen timientos y acción. Y aseguró, por ejemplo, que no escapamos por que tenemos miedo, smo que tenemos miedo porque escapamos. En otras palabras, lo que sentimos cuando tenemos miedo es nuestra con ducta -la propia conducta que, en la interpretación tradicional,ex presa el sentimiento y es explicada por él-. Pero, ¿cuántos de los que han examinado el argumento de James han caído en la cuenta de que no ha sido síquiera mencionado suceso anterior alguno? Ninguno de estos "porque" debería ser tomado en serio. De hecho no se ha ex plicado todavía por qué escapamos y por qué sentimos miedo. Ya nos consideremos a nosotros mismos explicando sentimientos, ya creamos que es la conducta la que es causada por ellos, lo cieno es que prestamos muy poca atenci6n a las circunstancias anteriores. El psicoterapeuta conoce los antecedentes vitales de su paciente casi exclusivamente por boca de su paciente mismo, es decir, a partir de sus propios recuerdos. Esos recuerdos sabemos que no son fidedig nos. Pero es posible que incluso el propio psicoanalista esté conven cido de que lo importante no estriba en que de hecho, realmente, ocurriera aquello que su paciente le cuenta, sino que lo básico está en la forma en que el paciente lo recuerda y qué es exactamente lo que recuerda. En la literatura psicoanalítica hay al menos den referencias a la ansiedad por cada referencia a un episodio de castigo al cual la ansiedad podría ser atribuida. Incluso se diría que preferimos suce sos muy anteriores, que claramente quedan fuera de nuestro alcance. Por ejemplo, existe en la actualidad un enorme grado de interés p,or averiguar lo que debió suceder durante la evolución de la especie, para llegar a explicar la conducta humana. Y a primera vista se di.ría que· haibJamos con ,especial seguridad precisamente porque aquello que realmente sucedió tan sólo puede ser inferido o imaginado. Incapaces de comprender cómo y por qué la persona que obser vamos se comporta como lo hace, atribuimos su conducta a una per sona a la que no podemos ver. Una persona cuya conducta, es cierto, tamp-oco podemos exp!licar, pero sobre la cual ya no somos propen sos a indagar demasiado o a hacer preguntas. Muy probablemente adoptamos esta estrategia, no tanto por falta de interés o posibilida des, cuanto por causa de una convicción antigua y arraigada s.egün la cual la conducta humana, en su mayor parte, carece de antec,edentes de importancia .. La función del hombre interior consiste en propor- 19 Portada_Completa.pdf Portada_Lateral1.pdf File1.pdf File2.pdf File3.pdf File4.pdf File5.pdf File6.pdf File7.pdf File8.pdf File9.pdf File10.pdf File11.pdf File12.pdf File13.pdf File14.pdf File15.pdf File16.pdf File17.pdf File18.pdf File19.pdf File20.pdf File21.pdf File22.pdf File23.pdf File24.pdf File25.pdf File26.pdf File27.pdf File28.pdf File29.pdf File30.pdf File31.pdf File32.pdf File33.pdf File34.pdf File35.pdf File36.pdf File37.pdf File38.pdf File39.pdf File40.pdf File41.pdf File42.pdf File43.pdf File44.pdf File45.pdf File46.pdf File47.pdf File48.pdf File49.pdf File50.pdf File51.pdf File52.pdf File53.pdf File54.pdf File55.pdf File56.pdf File57.pdf File58.pdf File59.pdf File60.pdf File61.pdf File62.pdf File63.pdf File64.pdf File65.pdf File66.pdf File67.pdf File68.pdf File69.pdf File70.pdf File71.pdf File72.pdf File73.pdf File74.pdf File75.pdf File76.pdf File77.pdf File78.pdf File79.pdf File80.pdf File81.pdf File82.pdf File83.pdf File84.pdf File85.pdf File86.pdf File87.pdf File88.pdf File89.pdf File90.pdf File91.pdf File92.pdf File93.pdf File94.pdf File95.pdf File96.pdf File97.pdf File98.pdf File99.pdf File100.pdf File101.pdf File102.pdf
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