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1 Regulación y normalización de los cuerpos y sexualidades Estudios de Género para la Formación Profesional 2 Regulación y normalización de los cuerpos y sexualidades En esta lectura abordaremos el orden de regulación de la sexualidad y de los cuerpos, por medio de los mecanismos, praxis y tecnologías de control que se dan a través del orden sexual social, en el cual se presentan jerarquizaciones, legitimidades, ilegitimidades y prohibiciones sobre la sexualidad, los cuerpos y las identidades. Regulando/des-regulando el orden sexual Es una creencia común considerar que la sexualidad pertenece al ámbito de lo privado, del espacio íntimo de relación entre las personas, sin embargo, esta creencia en general no es del todo correcta, ya que las relaciones entre la sexualidad y el poder se encuentran entrelazadas para dar forma y constituir el orden de legitimidad y aceptabilidad de lo sexual, las formas que deben adoptar sus manifestaciones y los marcos de sentido que habilitan su circulación y reconocimiento. Es decir, la sexualidad se encuentra atravesada por todo un set de mecanismos de control y disciplinamiento, a la par de discursos que la producen, la incitan y la constituyen. Desde la óptica de control y disciplinamiento de la sexualidad, veremos que estas herramientas sirven y han servido a lo largo de nuestra historia como mecanismos de gestión de las poblaciones, de habilitación y circulación de cuerpos y de prácticas sexo-afectivas, delimitando lo legítimo de lo ilegitimo, en las diversas relaciones que se fueron trazando desde los discursos del pecado hasta los de la criminalidad. Como regulador de legitimidad y legalidad, el orden de lo sexual genera desigualdades y discriminaciones delimitando en el mundo social las relaciones que se movilizan en el campo de lo natural o normal, por oposición decreciente a las que quedan dentro del campo de lo anormal o patológico. Así, por ejemplo, el matrimonio entre sexos opuestos –que encarna la finalidad creativa de la familia–, se convierte en un marcador de normalidad y legitimidad que sostiene la necesidad de una heterosexualidad compulsiva (Vaggione, 2012). Si nos preguntamos qué prácticas, qué identidades, qué expresiones de amor o de familias otras quedan por fuera de este sistema familiar heterosexual, podemos comprender cómo el orden sexual imprime jerarquías de legitimidad y, a la par, desigualdades y discriminaciones. 3 Estas regulaciones otorgan valores diferenciados y establecen fronteras que demarcan, diferencian y estratifican el orden sexual. En la cúspide de ese orden se ubican las prácticas, actitudes e identidades sexuales que se consideran legítimas, y al ir descendiendo de la pirámide ese reconocimiento va disminuyendo hasta llegar a aquellas prohibidas, invisibilizadas o, incluso, criminalizadas. Esta jerarquía sexual imprime, sin dudas, desigualdades en la distribución de reconocimientos, derechos y garantías que si bien en ciertos momentos son consideras aceptables, en otros se vuelven materia de debate, antagonismo y redefiniciones. (Vaggione, 2012, https://programaddssrr.files.wordpress.com). Como todo orden social, el sexual es también un orden histórico, político, cultural y contingente, por lo que a lo largo de su historia se pueden advertir diversos cambios en las fronteras de lo permitido y lo prohibido. En las últimas décadas asistimos a una fuerte discusión sobre sus límites y fronteras, promovida principalmente por los movimientos feministas y por los movimientos por la diversidad sexual, que han logrado movilizar en favor de sus proclamas las barreras de legitimidad insertas en diversos discursos tradicionales sobre la sexualidad, como el médico, el legal, el psicológico, el jurídico, etcétera. Estos debates sobre los bordes del orden sexual no acontecen en un estado de conceso social, sino que por el contrario, son el producto del conflicto social, ya que frente a los reclamos por derechos, reconocimientos y visibilidad de quiénes se ven borradxs y desjerarquizadxs (incluso a veces hasta criminalizadxs) en este orden sexual, otro sector de la sociedad –defensor de un orden sexual tradicional– se alza en respuesta a las demandas por ampliar los límites del reconocimiento, considerando que los derechos de las personas gays, lesbianas o trans* afectan el orden social, la paz y la moral pública. También dentro del campo religioso, la creciente presencia de sectores fuertemente conservadores en las distintas tradiciones religiosas –llamados, por ejemplo, fundamentalismos, neointegrismos, o patriarcalismos radicales– tiene como uno de sus componentes un marcado rechazo a la diversidad sexual ya que se la considera como causante de parte de los problemas morales de las sociedades contemporáneas. (Vaggione, 2012, https://programaddssrr.files.wordpress.com). https://programaddssrr.files.wordpress.com/ https://programaddssrr.files.wordpress.com/ 4 Tanto la apertura sobre el debate de los límites del reconocimiento como la respuesta conservadora a trastocar un orden sexual consolidado se han habilitado en el marco de la discusión sobre el ingreso de los derechos sexuales y reproductivos (de ahora en más DDSSRR) como parte de los derechos humanos. La finalidad de los DDSSRR no se agota en la adquisición de determinados derechos para la diversidad o para acabar la subalternidad de las mujeres, sino que a la vez implican debatir sobre los límites que se trazan en los sistemas patriarcales y heteronormativos sobre el sexo, la sexualidad y el deseo. El debate sobre los DDSSRR involucra la propuesta de un orden alternativo a la regulación de la sexualidad en la sociedad y la búsqueda de un cambio epistémico-social-político en la forma de comprender los cuerpos y las sexualidades. A la par, el debate sobre la contingencia del orden sexual impacta en las relaciones de poder que sustentan las regulaciones patriarcales y heteronormativas, por lo que es posible comprender las respuestas adversas que genera su incorporación. Para entender el debate que se genera en torno a la contingencia del orden sexual en la sociedad, necesitamos pensar cómo es que funciona este ordenamiento, cuáles son los mecanismos de jerarquización a los que hace referencia, qué significa que la sexualidad se encuentre regulada no de manera exclusiva en el ámbito privado de las relaciones humanas. Es decir, requerimos preguntarnos ¿cómo tiene el lugar el régimen de saber-poder- placer que se sostiene en el discurso sobre la sexualidad? Michel Foucault (2014), en su libro Historia de la Sexualidad: La voluntad del saber, expresa lo siguiente: De ahí que el punto esencial (al menos en primera instancia) no sea saber si al sexo se le dice sí o no, si se formulan prohibiciones o autorizaciones, si se afirma su importancia o si se niegan sus efectos, si se castigan o no las palabras que lo designan; el punto esencial es tomar en consideración el hecho de que se habla de él, quiénes lo hacen, los lugares y puntos de vista desde donde se habla, las instituciones que a tal cosa incitan y que almacenan y difunden lo que se dice, en una palabra, el “hecho discursivo” global, la “puesta en discurso” del sexo. De ahí también que el punto importante será saber en qué formas, a través de qué canales, deslizándose a lo largo de qué discursos llega el poder hasta las conductas más tenues y más individuales, qué caminos le permite alcanzar las formas infrecuentes o apenas perceptibles del deseo, cómo infiltra y controla el placer cotidiano – todo ello con efectos que pueden ser de 5 rechazo, de bloqueo, de descalificaciones, pero también de incitación, de intensificación… (P. 17). La regulación de lo sexual establece barreras de estructuración (normas y reglas, formales e informales) que circulan de manera desigual en la población premiandoalgunas configuraciones y castigando otras no permitidas. Son parte de esta estructuración desigual no sólo las categorías convencionales que sirven de ejemplo a una sexualidad «desviada», sino también la intersección de este orden regulatorio con el género, la raza, la clase, la etnia o la edad (Vaggione, 2012). El orden sexual se legitima a través de diversas instituciones históricas y sociales que constituyen la naturalidad de las jerarquías que establecen, y la legitimidad de estas instituciones se reinscribe, a su vez, en la observancia y acatamiento de las normativas sociales que naturaliza. Discursos como el religioso se arrogaron por siglos la construcción del saber sobre la sexualidad y el poder de delinear sus bordes. Con el proceso de secularización, muchas esferas vinculadas a la regulación del orden sexual fueron transferidas a la órbita del Estado, a modo de crímenes, prohibiciones (incesto) o gestión de determinadas instituciones (matrimonio), por lo que el derecho se convirtió en un campo del discurso de especial estructuración de orden sexual. Si bien el derecho presenta un contínuum histórico de regulaciones de control sobre lo permitido y prohibido en materia del orden sexual, también se convirtió – especialmente con el ingreso de los DDSSRR– en un campo de disputa de sentidos, de derechos y de legitimidades, cuyas conquistas, si bien no implican el cambio social por sí mismas, habilitan el juego de ciudadanías otras, sexualidades otras o familias otras en el imaginario de lo social. Es importante destacar que el derecho no es el único discurso que sirve a los fines de regular un orden sexual tradicional, también confluyen discursos médicos y psiquiátricos que pueden servir a la vez como mecanismos patologizantes de la diferencia, como mecanismos protectores de una regulación tradicional de la sexualidad; por ejemplo, la normalización de la sexualidad femenina. 6 Figura 1: Elaboración propia Fuente: elaboración propia. Jerarquización de la sexualidad El orden sexual se jerarquiza, sin dudas, atravesado por el componente de lo biológico, pero también y aún más importante, la constitución de la sexualidad misma se engasta en todo un mecanismo de dinámicas socio- políticas que la constituyen hasta el punto de impactar en la misma configuración de lo que es natural, sano, normal y coherente, lo que se hace carne en los cuerpos y en la forma de plasmar las expresiones de la sexualidad. Desde distintas miradas se afirma que la sexualidad es fundamentalmente una construcción social y política que, aunque naturalizada, es el resultado de relaciones de poder. Sin desconocer las dimensiones biológicas presentes en la sexualidad, es posible poner el foco del análisis en las construcciones sociales que se imprimen sobre ellas. Desnaturalizar la sexualidad es un paso necesario para una revisión crítica de la misma, para entender que lo sexual es también el resultado de un entramado de procesos y discursos que, conectados al poder, imprimen un orden jerárquico y desigual. (Vaggione, 2012, https://programaddssrr.files.wordpress.com). https://programaddssrr.files.wordpress.com/ 7 Las fronteras que se establecen para demarcar lo legítimo de lo ilegítimo, lo permitido de lo prohibido, lo sano de lo patológico, lo natural de lo perverso pueden ser agrupadas en tres características de ordenación de lo sexual. Siguiendo a Vaggione (2012), se pueden determinar en: quiénes forman parte de un vínculo sexual-afectivo (quién), las formas admisibles de cómo gestionar la sexualidad (cómo) y la finalidad que la compone (para qué). Como expresáramos con la cita de Foucault (2014), importa “saber en qué formas, a través de qué canales, a lo largo de qué discursos llega el poder hasta las conductas más individuales, qué caminos le permite alcanzar las formas, cómo infiltra y controla el placer cotidiano” (p. 17). Apuntar a romper con la naturalización/normalización de ciertas identidades sexuales y de género es imprescindible para deconstruir las formas en las que la sexualidad ha sido institucionalizada. ¿Quién o quiénes pueden formar parte de un vínculo legítimo que tiene valor agregado en el mapa de lo social? Se pueden encontrar regulaciones o restricciones en las formas de concebir la sexualidad, que se enfocan en la dimensión relativa a qué personas pueden ser parte o no de un vínculo o relación sexual legítima. Así, se trazan restricciones por la edad, el género, la raza o la clase social. Algunas pueden tener base en la protección de lxs sujetxs para prestar su consentimiento a un acto sexual, como ser las restricciones por la edad. Otras tienen una relación más compleja con imaginarios raciales, que prohíben la mixtura racial o la mixtura de clases. Estas restricciones no precisan estar receptadas en códigos legales formales, pues perviven en los imaginarios raciales y de clase de las sociedades que, en determinados casos, pueden ser heredados de viejas regulaciones legales formales (como la prohibición de relaciones interraciales en el apartheid sudafricano) o de mandatos de formación de los Estados nación (como los mandatos de blanqueamiento y honor de las familias blancas en la épocas de la colonia rioplatense). La homofobia, lesbofobia o transfobia (con las aclaraciones que hemos hecho a estos conceptos en la unidad 1, lectura 2) también forman parte de este marco de regulaciones de quién o quiénes pueden integrar un vínculo sexual legítimo y en algunos casos hasta legal, pues como vimos, existen países donde se continúa criminalizando las relaciones entre personas del mismo sexo. El género es otra de las fuertes restricciones en la estructuración del orden sexual. Por un lado, el acto sexual se define como aquel entre un hombre y una mujer siendo la heterosexualidad un requisito indispensable. Si bien 8 existen excepciones, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo han sido consideradas como fronteras naturales, morales y legales en la sexualidad… Esta heterosexualidad compulsiva es una característica en la mayoría de las sociedades contemporáneas… Por otro lado, el patriarcado también impacta sobre la diferencia de género asignando comportamientos y expectativas diferenciadas a hombres y mujeres en relación con la sexualidad, reforzando el lugar subalterno de las mujeres. (Vaggione, 2012, https://programaddssrr.files.wordpress.com). La jerarquización del orden sexual a través de la delimitación de las fronteras del cómo del acto sexual A través de la influencia del patriarcado y de la heterosexualidad compulsiva, se han estructurado diversas partes del cuerpo o anatomías como normales y naturales o determinadas formas de llevar adelante un acto sexual en detrimento de otras formas de encuentro. Jerarquizando el cómo del acto sexual, se delimita el mapa de lo que en un cuerpo es deseable y la forma en la que ese deseo tiene lugar. La objetivación del cuerpo de las mujeres resulta en la sexualización de determinadas partes del cuerpo y de la habilitación sexual de determinados genitales, por lo que la atracción o el deseo por otras partes del cuerpo o corporalidades no validadas son patologizadas como fetiches (parafilias) y miradas dentro de los discursos médicos de la perversión o la desviación de deseo. El goce por fuera del espacio habilitado para la cópula se ve negado dentro de los marcos del desarrollo de sexualidades sanas y normales. En este apartado podemos preguntarnos cómo funciona el discurso de incitación del sexo, cómo se promueve una determinada sexualidad, cómo se despliega la construcción del deseo sobre determinadas partes del cuerpo que son erotizadas frente a otras que no lo son, por ejemplo, cómo se llega a construir el sentido de una parte del cuerpo que da placer, como el pene, en términos de órgano sexual, erótico y objeto de deseo,por sobre otra parte del cuerpo que también da placer, como la mano (masturbadora), pero que no por ello es erotizada. En las sociedades contemporáneas existen normas y regulaciones sobre el cómo del acto sexual. Por un lado, se engloban las prácticas sexuales que implican «lo normal» en el sexo que suele limitarse a la penetración vaginal –en inglés se denomina de manera peyorativa como sexo https://programaddssrr.files.wordpress.com/ 9 vainilla– que se recorta contra otra serie de prácticas y experimentaciones sexuales… En esta dirección, la mayoría de las culturas entienden la sexualidad como un acto entre dos personas, como una intimidad que se legitima en un encuentro de pareja. La participación de más de dos personas suele considerarse, en diversas culturas, como una dimensión no legítima de la sexualidad. (Vaggione, 2012, https://programaddssrr.files.wordpress.com). ¿En qué impactan las finalidades del acto sexual en la construcción del orden sexual jerarquizado? El propósito o la finalidad de la relación sexual es otro orden de regulación de la sexualidad, pues a través del tiempo y proveniente de un ideario religioso, el acto sexual fue vinculado con la procreación y con el amor, desplazando el placer o el deseo como motivaciones legítimas. Si bien en las últimas décadas el placer se ha incorporado en el imaginario del para qué de una relación sexual, no goza de la misma jerarquía que el amor o la procreación. El anudamiento entre sexualidad y reproducción es una de las construcciones ideológicas que actúan como una barrera para el cambio cultural y legal sobre la sexualidad ya que está en la base de distintas restricciones y regulaciones… El sexo con/por amor es, entonces, otra frontera que distingue entre una sexualidad legítima y aquellas otras que, teniendo como fuente principal el placer, son consideradas como deficientes, superficiales o incompletas. (Vaggione, 2012, https://programaddssrr.files.wordpress.com). Derechos Sexuales y Reproductivos: Mapas de politización de la sexualidad Queda claro, entonces, cómo existe un orden de regulación de la sexualidad que alterna entre dinámicas represivas y de control de las sexualidades anómalas y dinámicas de incitación de discursos y praxis sobre las sexualidades normales y legítimas en torno al entramado de relaciones heterosexuales, signadas por el amor y la construcción de la familia. Pero también queda claro que este orden en contingente, que los vínculos entre sexualidad/poder/saber son trastocables y disputados por quienes apuestan a un orden más igualitario e inclusivo. Este es, como hemos dicho, el ámbito de debate que abren los DDSSRR a través de la influencia https://programaddssrr.files.wordpress.com/ https://programaddssrr.files.wordpress.com/ 10 de los movimientos feministas y de los movimientos por la diversidad sexual. En unidades anteriores, estudiamos la heterogeneidad de planteos, reclamos y estrategias que estos movimientos tienen y presentan tanto hacia el exterior como el interior de ellos. Esta heterogeneidad está presente, por supuesto, en el planteamiento de los DDSSRR como otro paradigma para la generación de un orden sexual igualitario e inclusivo y que, como dijimos, enfrenta fuertes reacciones conservadoras por quienes defienden y entienden el orden sexual tradicional como guardián de la moral social. Siguiendo a Vaggione (2012) tanto dentro del movimiento feminista como dentro del movimiento por la diversidad sexual, frente a las estrategias de acción en pos del reconocimiento de los DDSSRR, se dan principalmente dos posturas marcadas. Una de ellas considera que la disputa por el reconocimiento de los derechos acontece en el campo de las reformas legales (reformismo legal): la incorporación de nuevos derechos, la supresión de normativas formales de criminalización y regulación de la sexualidad, la ampliación de los márgenes legales de reconocimiento de ciudadanía, etcétera. Así, las leyes de cuotas, el divorcio, la supresión de la infidelidad como causal de injuria en el divorcio, el reconocimiento de la uniones civiles o del matrimonio entre personas del mismo sexo, las leyes que reconocen la identidad de género autopercibida, entre otras, son formas de llevar adelante el cambio del orden sexual tradicional y jerarquizado. La ambigüedad central del derecho reside en que, mientras puede ser un instrumento eficaz contra la discriminación, puede también limitar las capacidades de un cambio más estructural. Para otra postura de los movimientos, más radical, transgresora y transformadora, el reformismo legal tiene límites en cuanto a las posibilidades efectivas de trastocar las relaciones de poder que atraviesan la regulación del orden sexual, puesto que las inclusiones, reformas o modificaciones legales, por un lado, no cambian por sí solas las construcciones culturales, históricas y sociales en las que este orden está naturalizado, como tampoco modifican las instituciones que validan, legitiman y hasta legalizan el orden que sostiene aquella naturalidad. Es decir, el cambio legal, si bien incorpora en el mundo material la accesibilidad a derechos, no implica el cuestionamiento de las relaciones primarias de poder que anudan la sexualidad con los mecanismos de regulación y control del orden sexual. Por lo que en esta otra óptica, la estrategia politizante de la sexualidad se enmarca en des-hacer el sentido y 11 la legitimidad que la institucionalización del orden sexual normal mantiene. Por ejemplo, frente al debate del matrimonio de personas del mismo sexo, proponen que, en vez de intentar adecuar las relaciones sexo-afectivas diversas a la reglas de juego heterosexualizantes de la institución matrimonial, lo que habría que poner en disputa es la institución misma como praxis legal de regulación y normalización de los vínculos afectivos. En síntesis, ambas tensiones implican diversos enfoques sobre la incorporación de los DDSSRR como un paradigma alternativo de regulación del orden sexual, que no necesariamente tienen que ser excluyentes unos de otros. 12 Referencias Foucault, M. (2014). Historia de la Sexualidad: 1. La voluntad de saber. Buenos Aires: Siglo Veintiuno. Vaggione, J. M. (2012). Introducción. En Morán Faúndes, J; Sgró Ruarta, M. y Vaggione, M. (Comp.), Sexualidades, Desigualdades y Derechos: Reflexiones en torno a los derechos sexuales y reproductivos (pp. 13-58). Córdoba: Ciencia, Derecho y Sociedad. Recuperado de https://programaddssrr.files.wordpress.com/2013/05/sexualidades- desigualdades-y-derechos.pdf. https://programaddssrr.files.wordpress.com/2013/05/sexualidades-desigualdades-y-derechos.pdf https://programaddssrr.files.wordpress.com/2013/05/sexualidades-desigualdades-y-derechos.pdf
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