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L PRESENTACIÓN a Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México conmemora el Bicentenario de la Carta de 1814 con la publicación de siete obras que forman la Colección Bicentenario de la Constitución de Apatzingán. Son siete textos entre los que se destacan clásicos de la historia política mexicana así como investigaciones de eminentes universitarios que han dejado huella en nuestra Máxima Casa de Estudios y en la historia de nuestras instituciones nacionales. En esta Colección, efectivamente, tenemos a Carlos María de Bustamante, testigo de este hecho histórico, protagonista y además su propio historiador; a don Antonio Martínez Báez, que llamó a este Código Político nuestra Primera Ley Fundamental, y lo comprobamos con un texto que se publicó poco tiempo después de la promulgación de esta Carta y que lleva como título: Impugnación. A tres eminentes universitarios que trabajaron arduamente en nuestra Máxima Casa de Estudios, que sus investigaciones son un ejemplo a seguir, que igualmente fueron funcionarios ejemplares, y prueba de ello son sus estudios que aparecen en esta Colección, como lo fueron don Ernesto Lemoine Villacaña, don Jesús Castañón Rodríguez, don Felipe Molina Roqueñí y el ya citado maestro Martínez Báez. Y en esta gran efeméride tan importante no podía faltar la voz del último constituyente del 1917 que nos dijera algo del Constituyente de 1824, don Jesús Romero Flores. La Colección Bicentenario de la Constitución de Apatzingán tiene el propósito de difundir, divulgar y hacer accesible a las nuevas generaciones de estudiantes universitarios, documentos y estudios de este acontecimiento tan significativo en la historia de nuestro país. Primer esfuerzo de una pléyade de mexicanos que nos dieron una Carta Magna, estructura del Estado y garantía de derechos fundamentales. Esta misma Colección seguramente será una fuente de información para estudiosos de nuestra historia nacional, lectores que urgen y quieren conocer nuestras raíces y para todos aquellos que quieran volver su mirada a un pasado cada día más presente. Es de desear que esta Colección sea una contribución a la conmemoración del Bicentenario de la Carta de Apatzingán (1814- 2014). Cabe resaltar que se respetó la esencia de los textos fundamentales, sin embargo, se modernizó la ortografía con el fin de tener una mejor lectura. Agradecemos a Alicia Martínez, a Adolfo Castañón y a Margarita Josefina Castañón, a la familia Molina Roqueñí, por autorizar la publicación de las obras de sus respectivos padres, Antonio Martínez Báez, Jesús Castañón y Felipe Molina Roqueñí. Asimismo a Mercedes de Vega, directora del Archivo General de la Nación y a David Pantoja por su intermediación con la familia de don Felipe. DR. FERNANDO CASTAÑEDA SABIDO DIRECTOR FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES FERNANDO CASTAÑEDA SABIDO @ CARTA DE CARLOS MARÍA DE BUSTAMANTE @ M DON JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN Ciudadano Presidente de la República Ciudadano Gobernador del Estado de México Conciudadanos uy próximo ya a extinguirse el Año de la Constitución y del Pensamiento Liberal Mexicano, con la asistencia personal del C. Primer Magistrado de la República y de muy distinguidos representantes de los demás Poderes Supremos de la Nación, así como del C. Gobernador Constitucional del Estado de México y de elevados funcionarios de esta entidad federativa; se celebra esta solemne ceremonia para rendir culto a uno de nuestro más ilustres héroes, don José María Morelos y Pavón. La simple presencia en este acto del Jefe de la Nación, significa, de modo real y auténtico, que es el pueblo mexicano mismo quien asiste a esta ceremonia, la que por referirse al culto de uno de nuestros antepasados, pertenece, como dijera Ernesto Renan, al más legítimo de todos los cultos, pues son los antepasados quienes han hecho de nosotros lo que somos. No habremos de mencionar las fulgurantes hazañas que en el campo militar realizara don José María Morelos y Pavón, ni habremos de referirnos especialmente a sus grandes victorias armadas, pues a este propósito nos bastaría recordar lo que dijera el Supremo Congreso Mexicano a todas las naciones, en el Manifiesto de Puruarán, de 28 de junio de 1815: “No pueden dudar los españoles del valor y constancia de nuestros guerreros, de su táctica y disciplina adquirida en los campos de batalla, del estado brillante de nuestros ejércitos armados con las bayonetas mismas destinadas para destruirnos”. Esta ceremonia está dedicada a conmemorar el sacrificio del caudillo de la Independencia y padre de las instituciones republicanas nacionales, y según lo expresara el mismo Renan, “en materia de recuerdos nacionales, los duelos valen más que los triunfos, pues imponen deberes y exigen el esfuerzo en común”. No podría ser yo quien pudiera pedir las razones en que se funda el sentimiento popular de admiración hacia aquel que fue sacrificado para darnos una patria. Pero si se nos preguntara, en cambio, por qué consideramos a Morelos como un héroe, y en qué grado excelso lo fue, responderíamos con las palabras de un filósofo alemán contemporáneo nuestro, Max Scheler, que el hombre cuyo sacrificio hoy rememoraremos, corresponde exactamente a aquel tipo ideal de persona humana, de persona semidivina, como el héroe de los griegos, dedicada en el centro mismo de su ser a la realización de lo que es noble, y cuya virtud fundamental es la nobleza natural de cuerpo y de espíritu, correspondiéndole una nobleza igual de sentimientos. Porque manifestó en su actividad una exuberancia que sobrepasa la medida común de los seres humanos, y como reunió en su persona las funciones de estadista y de jefe militar, cabalmente representó la más elevada forma de heroísmo activo. Don José María Morelos y Pavón es verdaderamente un héroe, porque realizó y llevó a cabo sucesos nacionales y porque, dentro de la pauta señalada como medida del heroísmo por un autor especialista en el estudio general del héroe, en abstracto, redeterminó el curso de la historia mexicana. Pero nuestro mártir no fue el tipo del héroe que Sidney Hook señala como entrañando peligros, bajo ciertos aspectos, dentro de una democracia: en cuanto a que, si bien, dadas sus excepcionales condiciones, el héroe ve lo que otros no alcanzan a mirar, y tiene un conocimiento más seguro de lo que debe hacerse para realizar lo que contempla; aunque abrigue el impulso nacido de su lealtad al ideal democrático, de que su propio pensamiento se convierta en la fe común de la mayoría; en cambio, el héroe que actúa dentro de una democracia, ejerce siempre una presión para obtener mayores facultades, mostrándose tan presto a aceptar nuevos poderes, como a declinar éstos después de que le son otorgados; fenómeno común u ordinario que se justifica en la consideración de que en un mundo perturbado, ninguna sociedad democrática puede sobrevivir a la larga, a menos de que confíe a sus caudillos el uso de muy amplios poderes. Morelos es un héroe en la mayor y excepcional medida, pues siendo un gran caudillo nacional, nunca se rindió a las tentaciones del poder y declinó los honores y títulos que se le ofrecieron. Sus finales derrotas militares que lo condujeron a su aprehensión y sacrificio, se nos presentan nimbadas con la gloria inmortal de haberse producido por su patriótico celo republicano de dar protección a la subsistencia del Supremo Congreso del Anáhuac. Uno de los grandes pensadores del Siglo de las Luces, el Barón de Montesquieu, en su famosísima obra Espíritu de las Leyes, caracterizó a la república como aquella organización política en la que la virtud es indispensable para que pueda considerarse como existente tal forma perfecta de gobierno. En el proceso que ante la jurisdicción unida, civil y eclesiástica, le fue seguido a don José María Morelos y Pavón y culminó con la sentencia a sufrir la pena capital, dictada por el virrey Calleja en 20 de diciembre de 1815; como el Juezcomisionado preguntara al acusado cuáles eran los fines que se había propuesto al titularse Siervo de la Nación, con indudable sencillez y clara virtud republicana contestó, que al resultar electo miembro del Supremo Poder Ejecutivo, había renunciado al cargo, y que al no haberse aceptado su renuncia, había pedido a los demás vocales, “que en lo sucesivo se había de titular Siervo de la Nación, porque éste le pareció más a propósito que otro retumbante y también contribuyó algo su humildad…” En el distinto proceso que a nuestro héroe se le siguió ante el Tribunal de la Inquisición, dentro del capítulo 24 de la acusación del Promotor Fiscal del Santo Oficio, se incluyó el cargo de que Morelos había querido “erigirse árbitro y señor de la América, en contradicción de Dios y de los hombres, de la Iglesia, del Rey y de la patria”. Cargo al que el acusado contestó, diciendo que no había aspirado “a erigirse en árbitro de la América, ni quería admitir el tratamiento de Alteza Serenísima, que le daban, suplicando más bien que le dijeran Siervo de la Nación”. Aquella natural y sincera virtud republicana del caudillo de la Independencia, también la encontramos en el Supremo Congreso Mexicano y en su obra misma, el Decreto Constitucional aprobado en Apatzingán el día 22 de octubre de 1814. Morelos calificó a dicho primer documento que aparece en nuestra historia jurídica básica, como una Constitución Provisional de Independencia, y el Congreso, a su vez, en el decreto expedido el 24 de octubre, acerca de la solemne promulgación del dictado dos días antes, se refiere a este fundamental ordenamiento, expresando que tenía como objeto, “fijar la forma de gobierno que debe regir a los pueblos, mientras que la Nación, libre de los enemigos que la oprimen, dicta su Constitución”. El propio Decreto Constitucional de Apatzingán, en su artículo 237, reservó a la Representación Nacional la facultad de dictar y sancionar “la Constitución permanente de la Nación”. En el Manifiesto de los Diputados de las Provincias Mexicanas a sus Conciudadanos, fechado el día siguiente de aprobarse el Decreto Constitucional, se hace un resumen de lo contenido en este histórico documento político, resumen concebido en estos términos: La profesión exclusiva de la religión católica, apostólica romana, la naturaleza de la soberanía, los derechos del pueblo, la dignidad del hombre, la igualdad, seguridad, propiedad, libertad y obligaciones de los ciudadanos, los límites de las autoridades, la responsabilidad de los funcionarios, el carácter de las leyes: he aquí mexicanos, los capítulos fundamentales en que estriba la forma de nuestro gobierno. Por cuanto se refiere a las circunstancias en que el Supremo Congreso Mexicano llevó a cabo sus tareas constituyentes, el propio Manifiesto dice con estilo heroico, entre otras cosas: Así es, que variando de ubicación frecuentemente, se continuaban día y noche nuestros trabajos, consultando medidas, discutiendo reglamentos y acordando providencias, que se expedían sin intermisión, para ordenar la vasta y complicada máquina del Estado. Ni la malignidad de los climas, ni el rigor de las privaciones, ni los quebrantos de salud harto comunes, ni los obstáculos políticos que a cada paso se ofrecían, nada pudo interrumpir la dedicación con que se trataba desde los asuntos más graves y delicados, hasta las minucias y pequeñeces, que llamaban entonces el cuidado de la soberanía. Uno de los diputados al Supremo Congreso Mexicano, don Carlos María de Bustamante, recordando las mismas circunstancias de las labores de esa asamblea, escribe como historiador lo siguiente: El Congreso, en dispersión por los bosques de Ario, Santa Gertrudis, Uruapam y Apatzingán, se reúne con un puñado de soldados, y guarecido entre los breñales inaccesibles, alimentados sus miembros con parotas y maíz tostado, y llevando en comunidad una vida más miserable y estrecha que conocieron los rígidos espartanos, dictaron en 22 de octubre de 1814 el Decreto Constitucional. El mismo diputado e historiador, al referirse en el número inicial de su obra periodística La Abispa de Chilpancingo a este Decreto, dice que sus primeras líneas se tiraron por los Vocales de Guayameo, se comenzó en Tiripetío, se discutió en Santa Efigenia y se sancionó en Apatzingán. Sus legisladores tenían por lo común sus sesiones bajo los árboles de los campos y malas chozas, rodeados de enemigos, y sus privaciones eran tantas, que los más de los días se alimentaban con esquite, maíz tostado y parotas, comiendo en comunidad a lo espartano aquel rústico alimento que aún era escaso. Después de esta descripción, Bustamante pregunta: ¿Qué dirá la historia cuando sepa trazar este cuadro de hombres prodigiosos, estos modelos del más santo, puro y heroico patriotismo? ¿Con qué recompensará sus afanes? ¿Con qué retribuirá sus persecuciones y sus fugas por las serranías de Ario? ¿Cuánto no se conmoverá nuestra posteridad cuando lea los horribles anatemas que fulminó la Inquisición contra esa obra de política, y lea las invectivas de sus míseros impugnadores? El régimen político establecido en el Decreto Constitucional expedido en Apatzingán, tenía indudablemente todas las características peculiares de una democracia avanzada; se inspiraba en los modelos creados en las Revoluciones Francesa y Norteamericana, adoptándose una forma de gobierno esencialmente republicana, con un Poder Ejecutivo integrado por tres individuos, iguales en autoridad, los que se alternarían en la presidencia cada cuatro meses. Por haber intervenido Morelos en la formación del citado Decreto Constitucional, al que el Santo Oficio había ya condenado por edicto fechado el 8 de julio de 1815 con la nota de herético y otras muchas, también se acusó ante la Inquisición al héroe cuyo sacrificio conmemoramos este día, “por estar imbuido en las máximas fundamentales del heretical pacto social de Rousseau, y demás pestilenciales doctrinas de Helvecio, Hobbes, Spinoza, Voltaire y otros filósofos reprobados por anticatólicos”, calificándose en otro capítulo de la acusación al repetido Decreto, como “abominable Código”. A principios del año de 1816, el arzobispo electo de México, don Pedro José Fonte, publicó bajo el título Impugnación del Código de Anarquía, el parecer del Cabildo de la Iglesia Metropolitana sobre el Decreto Constitucional sancionado en Apatzingán, rendido en cumplimiento del edicto del Virrey Félix María Calleja. Para aquilatar la trascendencia política del movimiento insurgente acaudillado por don José María Morelos y Pavón, hemos de recordar que el Congreso de Anáhuac, instalado en Chilpancingo, ya había declarado en 6 de noviembre de 1813, la absoluta y definitiva independencia nacional, así como que en el Preámbulo del Decreto de Apatzingán se señalaban los propósitos que animaron al Supremo Congreso Mexicano, en estos sencillos y claros términos: sustraerse para siempre la Nación de la dominación extranjera y sustituir al despotismo de la monarquía española un sistema de administración que conduzca a la Nación a la gloria de la Independencia y afiance sólidamente la prosperidad de los ciudadanos. Con el martirio y el sacrificio del heroico caudillo de la Independencia se produjo un prolongado eclipse total del sol de la libertad y casi murió la causa nacional y republicana. En nuestra vida política se registró entonces, primero un estancamiento, y después un franco retroceso en el campo constitucional. En efecto, al consumarse la independencia nacional, don Agustín de Iturbide señaló en el punto 3º del Plan de Iguala, como la forma de gobierno del nuevo Estado, el régimen “monárquico templado por una Constitución análoga al país”, designándose en el punto 4º., a Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía, como los emperadores. Ambas declaraciones monárquicas después se reiteraron expresamente en los Tratados de Córdoba. Qué enorme distancia guardan estas intervenciones políticas del vallisoletano monárquico y jefe militar de las fuerzas realistas,de aquellas declaraciones justas y patrióticas, republicanas y nacionalistas, que figuraban en el Manifiesto de 28 de junio de 1815, expedido en Puruarán, del Supremo Congreso Mexicano a todas las naciones, las que refiriéndose a las fiestas extraordinarias con que los españoles habían celebrado la restitución de Fernando VII, decían: “como si pudiéramos prometernos grandes cosas de este joven imbécil, de este rey perseguido y degradado, en quien han podido poco las lecciones del infortunio, puesto que no ha sabido deponer las ideas despóticas heredadas de sus progenitores”. La reacción monárquica verificada en nuestra historia constitucional bajo el signo negativo de Iturbide, reacción en verdad incompatible con las ideas de independencia nacional y de la soberanía del pueblo mexicano, hubo de ser finalmente destruida desde el momento mismo en que el Congreso Constituyente, auténtico representante de la Nación, tuvo la libertad para deliberar pronunciándose en tal circunstancia, el día 30 de marzo de 1823, por la forma republicana de gobierno y organizando el Supremo Poder Ejecutivo de un modo semejante al prevenido por el Decreto Constitucional de Apatzingán. Vuelto el país a la corriente del progreso e instalado en 7 de noviembre de 1823 el Congreso General Constituyente, esta asamblea nacional dictó primero el Acta Constitutiva, de 31 de enero y después la Constitución Política Federal de 4 de octubre de 1824; documentos fundamentales que organizaron, de modo cabal y definitivo, a nuestra patria bajo la forma federal de Estado y con la manera republicana, democrática y representativa; forma y modo que en las líneas fundamentales de la arquitectura político- constitucional han subsistido hasta nuestros días, salvadas que fueron las interrupciones del centralismo despótico y el absurdo y efímero imperio de un príncipe extraño, pues fueron tales formas de gobierno y de Estado recogidas en las constituciones de 5 de febrero de 1857 y del mismo día de 1917, y que hasta donde puede avizorarse en el futuro de la patria habrán de subsistir indefinidamente, aunque con las naturales adaptaciones a las cambiantes circunstancias de los tiempos. Si como lo expresa Renan, aquel himno espartano que decía: “Somos lo que fuisteis, seremos lo que sois”, es dentro de su simplicidad el himno resumido de toda patria; con grande abundancia se justifica la solemnidad de esta ceremonia en la que el pueblo de México rinde, fervorosamente, culto al héroe mayor de nuestra historia, al padre de las instituciones republicanas nacionales, en la fecha del sacrificio de su existencia terrenal, en esta mañana de uno de los días finales del año consagrado a conmemorar el Centenario de la Constitución y del Pensamiento Liberal Mexicano. 22 DE DICIEMBRE DE 1957 M MORELOS ES VERDADERAMENTE UN HÉROE Ciudadano Gobernador Constitucional del Estado Ciudadano Presidente Municipal Conciudadanos is palabras preliminares son expresivas del profundo agradecimiento por habérseme otorgado el alto e inmerecido honor de intervenir en esta ceremonia cívica con la que esta mi ciudad natal rinde homenaje al más ilustre de los héroes nacionales, don José María Morelos, en ocasión del aniversario de su natalicio. Excesivo encargo es el que se me ha conferido para tomar parte en este acto, que es la recordación más viva y más ferviente que realizan sus coterráneos, de aquel prodigio humano que naciera en esta ciudad de Valladolid de Nueva España el día 30 de septiembre de 1765. Soy el primero en reconocer mi carencia de aptitudes para hacer el merecido elogio del grande hombre cuya memoria venera toda la República y no sólo esta ciudad, la que cambió su nombre mismo, para adoptar el que hiciera a Morelos su propio hijo epónimo. Sin embargo, he de cumplir, en la escasa medida de mis débiles fuerzas, el deber de participar en este acto de culto cívico, mediante el cual el pueblo michoacano y esta capital rinden honores al genial fundador de nuestras instituciones políticas fundamentales. El tributo que ofrecemos al gran Morelos es esta ceremonia, es conforme a las enseñanzas que nos da Platón en su diálogo La República, y es así como no venimos a lamentar la muerte del héroe, ni su martirio: sino que aquí estamos congregados para conmemorar su nacimiento, su aparición en el escenario de la Patria mexicana, en el que en plena madurez de su existencia habría de realizar profundas y diversas expresiones de heroísmo auténtico. El culto a la figura heroica de Morelos nació y se afirmó desde los mismos días en que ocurrió su final desgracia, con su captura y prisión, con sus procesos ante la Jurisdicción Unida, militar y eclesiástica y ante el Tribunal del Santo Oficio, con la ejecución de las correspondientes sentencias: el “Autillo”, celebrado en la Inquisición y la abjuración “de formali”, la degradación del sacerdocio y el fusilamiento en Ecatepec; pues todos esos momentos de verdadera agonía contribuyeron a la definitiva conformación de su figura heroica y a su ingreso inmortal en el Panteón de nuestra Patria. Ya la Junta Subalterna, al recibir la confirmación definitiva de la infausta noticia de que el Generalísimo había sido capturado en la acción de Tesmalaca, sacrificándose para lograr la salvación de las tres Corporaciones, celebró una reunión en Taretan, el día 1o. de diciembre de 1815, en la que, según textualmente se declara en el acta relativa a esa sesión, los Señores Vocales se entregaron “al debido sentimiento y al más activo dolor por la desgracia del amado Padre de la Patria, de la firme columna que la había mantenido hasta aquí, del mayor héroe que han conocido los siglos y cuyo solo nombre fundaba la esperanza de los pueblos”. Días antes, la misma Junta Subalterna de Teretan, al darse por sabedora de la llegada de las Corporaciones a su inmediato punto de destino, salvadas que fueron por el sacrificio de don José María Morelos, expresó que tal noticia “le ha llenado de júbilo y complacencia”, pero que le había sido tan doloroso conocer la sensible pérdida del Padre de la Patria, que siempre tendrá que llorar suceso tan desgraciado, sin que encuentre el Congreso otro remedio a la pérdida de tan gran tamaño, que la reflexión de que la Omnipotencia Divina así lo ha dispuesto: que las Augustas Corporaciones están a salvo; que nuestro gobierno está sistemado, y que el Altísimo ha de proteger nuestra justísima causa. La Junta Subalterna expresó en la forma antes transcrita, no sólo sus sentimientos de cristiana resignación ante la caída del caudillo, sino que la consideró como un verdadero sacrificio realizado para alcanzar la consolidación de las nuevas instituciones republicanas y para obtener el triunfo completo de la revolución de independencia. El héroe, de acuerdo con la tradición clásica, es ejemplo y paradigma de los supremos valores, y la sociedad ve en estos arquetipos humanos la realización cabal de sus ideales, así como el vínculo que mantiene unidos a los que integran la nación. Para alcanzar la dimensión vital del héroe, poco o nada importa que en su existencia física y terrenal el hombre haya realizado en la práctica los planes propuestos para el cambio radical de las antiguas formas políticas y sociales, y es así como los precursores son los mejores llamados por la vocación de auténticos genios tutelares de la comunidad política. La frustración aparente y momentánea que padecen los visionarios y reformadores, el sacrificio y martirio de que se hace víctima a quienes se rebelan contra los dioses vigentes de la ciudad, son los mejores títulos para que su pueblo, al desaparecer aquellos y aún después de mucho tiempo, les rinda legítimo culto cívico, considerándolos como símbolos de la colectividad y aún como semidioses que vivieron realmente en la tierra. Para reconocer a Morelos como nuestro héroe, no necesitamos recordar las fulgurantes hazañas que llevó a cabo en sus diversas campañas militares, ni enumerar sus grandes victorias guerreras. En este capítulo bastaría repetirlas palabras contenidas en el Manifiesto que el Supremo Congreso Mexicano dirigió a todas las naciones, expedido en Puruarán el día 28 de junio de 1815: “No pueden dudar los españoles del valor y constancia de nuestros guerreros, de su técnica y disciplina adquirida en los campos de batalla, del estado brillante de nuestros ejércitos armados con las bayonetas mismas destinadas para destruirnos”. Si a la presente generación de mexicanos se nos preguntara por qué consideramos a Morelos como héroe y en qué grado excelso lo fue, habríamos de responder, siguiendo la tesis del gran filósofo alemán moderno, Max Scheler, que el hombre nacido en esta bella y noble Ciudad, hace hoy ciento noventa y nueve años, y a quien está dedicado este monumento, erigido como apoteosis material, corresponde exactamente a aquel tipo ideal de persona humana, de persona semi-divina como el héroe de la antigua Grecia, dedicado en el centro mismo de su ser a la realización de lo que es noble, y cuya virtud fundamental es la nobleza de cuerpo y espíritu y con una nobleza igual de sentimientos. Porque manifestó en su actuación una exuberancia que sobrepasa la común medida de los seres humanos y quien, por haber reunido en su persona las calidades de estadista y de jefe militar, representó cabalmente la forma más elevada del heroísmo activo. Morelos es verdaderamente un héroe, porque realizó y llevó al cabo sucesos nacionales, porque redeterminó el curso de la historia nacional y fue, mediante la formulación de su ideario político y social, el más destacado de los fundadores del Estado mexicano. Don José María Morelos es héroe en la mayor y excepcional medida, ya que siendo un caudillo nacional y un jefe militar de capacidad extraordinaria, nunca se rindió a las tentaciones del poder y aún declinó los títulos y honores que se le ofrecieron, habiendo optado por usar el nombre que él mismo dio como más significativo de su cometido: el de Siervo de la Nación. Las derrotas militares que al final de su vida lo condujeron a su aprehensión y martirio, se nos ofrecen nimbadas con la gloria inmortal de haberse producido a causa del desmedido celo republicano de dar protección y salvar de la furia realista a los miembros del Supremo Congreso de Anáhuac, y de las otras Corporaciones. Morelos no se previno por la intención puesta en el interrogatorio al que fue sometido en el proceso militar, y así consta textualmente en los autos relativos, que “preguntando si procuró con todo el esfuerzo que le fue posible, llevar adelante su proyecto hasta conseguir la independencia, sin reparar en los medios y males que trae consigo de muertes, incendios y demás daños, por todo el tiempo que ha servido a la llamada Nación Americana”, respondió sencillamente “que sí”, y en cuanto al cargo que se le hiciera por el delito de alta traición, así de la ruina de su patria, dijo que “no creyó incurrir en el delito de alta traición cuando se decidió por la independencia de esta Provincia” y que “trabajó cuanto pudo para establecerla”, y finalmente, “que los males que se han seguido desde que se perturbó la paz en este Reino, son consiguientes a toda Revolución Popular”. Para aquilatar la trascendencia política del movimiento insurgente acaudillado por don José María Morelos, basta recordar que el Congreso de Anáhuac, instalado en la Ciudad de Chilpancingo, había declarado desde el 6 de noviembre de 1813 la absoluta y definitiva independencia nacional, y que en el Preámbulo del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, se señalaban como propósitos que animaron a los autores de la Constitución de Apatzingán, los siguientes: substraerse la Nación para siempre de la dominación extranjera, y sustituir al despotismo de la monarquía de España un sistema de administración que reintegrando a la Nación misma en el goce de sus augustos imprescriptibles derechos, la conduzca a la gloria de la independencia y afiance sólidamente la prosperidad de los ciudadanos. Nuestro héroe epónimo, desde el campo de Agua Dulce y en 5 de junio de 1814, escribió al Congreso para reiterar a este cuerpo soberano su adhesión de siervo y ex- presarle estar dispuesto al servicio de la patria, sin variar su juramento ni entrar en discordia alguna. Estas manifestaciones de humildad ciudadana fueron dadas en respuesta al Manifiesto del Supremo Congreso expedido en Huetamo o en la hacienda de Tiripatío, por el que se prevenía la necesidad de que los americanos se mantuvieron unidos y desaparecieran las divisiones, provocadas desde el campo realista y en el que se anunciaba la próxima expedición de la Carta sagrada de la libertad, haciéndose este elocuente resumen: La división de los tres poderes se sancionará en aquel augusto Código; el influjo excesivo de uno solo en todos o en algunos ramos de la administración pública se proscribirá como principio de la tiranía; las corporaciones en que han de residir las diferentes potestades de la soberanía, se erigirán sobre sólidos cimientos de la independencia y sobre vigilancias recíprocas; la perpetuidad de los empleos y los privilegios sobre esta materia interesante, se mirarán como destructores de la forma democrática del gobierno.- Todos los elementos de la libertad han entrado en la composición del reglamento provisional, y este carácter os deja ilesa la imprescriptible libertad de dictar en tiempos más felices la Constitución permanente con que queráis ser regidos. El pensamiento político de la revolución insurgente acaudillada por Morelos alcanza todavía mayor solidez y logra una cabal modernidad, en la etapa final de la vida del héroe michoacano, al producirse el ocaso de su gloria militar, que culminó con su aprehensión y su sacrificio. El día 14 de Julio de 1815, unas cuantas semanas antes de la acción de Tesmalaca, en Puruarán, promulga el Supremo Gobierno tres decretos expedidos por el Congreso Mexicano sobre materias del orden internacional y cuya lectura es realmente conmovedora, ya que sus propósitos no se ajustaban a las circunstancias de la realidad y a las necesarias para su efectiva vigencia o aplicación en la práctica. En el primero de dichos decretos de Puruarán, cuya parte dispositiva describe con gran precisión las banderas adoptadas por el Congreso, tanto la de guerra, como la parlamentaria y la de comercio, en su motivación afirma: El Supremo Congreso Mexicano viendo con el mayor placer y satisfacción que sacudido con esfuerzos y sacrificios incalculables el ignominioso yugo español, ha logrado la heroica nación americana colocarse con la investidura de independiente y soberana entre las demás que pueblan el universo, y persuadido al mismo tiempo de que a esta favorable mudanza de fortuna es consiguiente aparecer en el mundo con todos los caracteres y señales, que según el derecho de gentes indican un gobierno supremo y libre de toda dominación extranjera..., ha resuelto establecer las Banderas Nacionales con que deberá anunciarse así en mar como en tierra, la Guerra, la Paz y el Comercio. En su carácter de Presidente del Supremo Gobierno Mexicano, y en la misma fecha de promulgación de los citados Decretos del Congreso, Morelos escribe desde Puruarán una carta al Presidente de los Estados Unidos de América, James Madison, para acreditar al licenciado don José Manuel de Herrera como Ministro Plenipotenciario de la América Mexicana. Aun cuando esa carta no llegó a presentarse a su destinatario, pues Herrera la envió solo en copia, desde Nueva Orleans y en 1o. de marzo de 1816, varios meses después del fusilamiento de Ecatepec; sin embargo de todas las desgracias y las fatalidades que ocurrieron después de escrita, así como la enorme distancia que mediaba entre la realidad y el pensamiento contenido en esa credencial, no queda disminuido el mérito de las sublimes ideas expresadas por su autor. Por ello estimo que resulta ser un adecuado homenaje para éste, dar lectura a las partes esenciales de un documento casi desconocido entre nosotros y que es una de las más brillantes disertacionespatrióticas del Caudillo del Sur: Cansado el pueblo mexicano de sufrir el enorme peso de la dominación española, y perdida para siempre la esperanza de ser feliz bajo el gobierno de sus conquistadores; rompió los diques de su moderación, y arrostrando dificultades y peligros que parecían insuperables a los esfuerzos de una colonia esclavizada, levantó el grito de su libertad y emprendió la obra de su regeneración. Los desastres que traen consigo las alternativas de la guerra... jamás han abatido nuestros ánimos, sino que sobreponiéndonos constantemente a las adversidades e infortunios, hemos sostenido por cinco años nuestra lucha, convenciéndonos prácticamente de que no hay poder capaz de sojuzgar a un pueblo determinado a salvarse de la tiranía. Nuestro sistema de gobierno habiendo comenzado como era natural, por los más informes rudimentos, se ha ido perfeccionando sucesivamente según que lo han permitido las turbulencias de la guerra, y hoy se ve sujeto a una Constitución cimentada en máximas a todas luces liberales y acomodada en cuanto ha sido posible al genio, costumbres y hábitos de nuestros pueblos, no menos que a las circunstancias de la revolución. Con el transcurso del tiempo recibirá modificaciones y mejoras a medida que nos ilustre la experiencia; pero nunca nos desviaremos una sola línea de los principios esenciales que constituyen la verdadera libertad civil. Con el martirio y el sacrificio del heroico caudillo de la Independencia se produjo un prolongado eclipse total del sol de la libertad y casi murió la causa nacional y republicana. En nuestra vida política se registró entonces, primero un estancamiento, y después un franco retroceso en el campo constitucional. En efecto, al consumarse la independencia nacional, don Agustín de Iturbide señaló en el punto 3o. del Plan de Iguala, como la forma de gobierno del nuevo Estado, el “régimen monárquico templado por una Constitución análoga al país”, designándose en el punto 4o., a Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía, como los emperadores. Ambas declaraciones monárquicas después se reiteraron expresamente en los Tratados de Córdoba. Qué enorme distancia guardan estas intervenciones políticas del vallisoletano monárquico y jefe militar de las fuerzas realistas, de aquellas declaraciones justas y patrióticas, republicanas y nacionalistas, que figuraban en el Manifiesto de 28 de junio de 1815, expedido en Puruarán, del Supremo Congreso Mexicano a todas las naciones, las que refiriéndose a las fiestas extraordinarias con que los españoles habían celebrado la restitución de Fernando VII, decían: “como si pudiéramos prometernos grandes cosas de este joven imbécil, de este rey perseguido y degradado, en quien han podido poco las lecciones de infortunio, puesto que no ha sabido deponer las ideas despóticas heredadas de sus progenitores”. La reacción monárquica verificada en nuestra historia constitucional bajo el signo negativo de Iturbide, reacción en verdad incompatible con las ideas de la independencia nacional y de la soberanía del pueblo mexicano, hubo de ser finalmente destruida desde el momento mismo en que el Congreso Constituyente, auténtico representante de la Nación, tuvo libertad pronunciándose en tal circunstancia, el día 30 de marzo de 1823, por la republicana de gobierno y organizando el Supremo Poder Ejecutivo de un modo semejante al prevenido por el Decreto Constitucional de Apatzingán. A la distancias de casi dos siglos de su nacimiento, venimos hoy a rendir nuestro cálido tributo a don José María Morelos, recordando algunos de los títulos por los que guarda un lugar privilegiado en el corazón del pueblo mexicano; venimos a celebrar una ceremonia de culto cívico dedicado a un héroe excepcional, renovando la ofrenda que le es debida por la gratitud nacional. Como lo dijera Ernesto Renan, el himno de toda patria se resume en aquellas simples palabras del himno espartano: “Somos lo que fuisteis, seremos lo que sois”, y con las palabras de Edmundo Burke, “el pueblo que jamás mira atrás, hacia sus antepasados, tampoco mirará adelante, a la posteridad”; queda así con gran abundancia justificada esta ceremonia, en la que el pueblo michoacano y el de la antigua Valladolid conmemoran el nacimiento del más grande de sus hijos. MORELIA, MICH., 30 DE SEPTIEMBRE DE 1964. T GRANDEZA REPUBLICANA DE MORELOS Señor Rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo Señores profesores y alumnos universitarios Señoras y Señores an alto como inmerecido, es el honor que recibo al intervenir en esta ceremonia de culto cívico, que organiza la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, al cumplirse hoy cabalmente un siglo y medio del sacrifico del héroe don José María Morelos, creador de nuestras instituciones públicas nacionales. Sin tener los dones naturales de la elocuencia, ni conocer el manejo de los instrumentos de la Retórica, –y tales dones y conocimiento habrían de ser en gran medida para acercarse a ser los justos que nuestro héroe merece–; no he podido rehusarme a participar en este acto de recordación del más auténtico creador de nuestro Estado, al considerar que se me ha requerido para tamaña empresa, en mi sencilla condición de un nicolaita, que desde los primeros años de su vida ha profesado una real veneración hacia el mártir de Ecatepec, y que ya en los años de su madurez ha acendrado el culto hacia nuestro epónimo, buscando con verdadera pasión las luminosas huellas documentales que precisan con más vigor el tránsito de este coloso humano que es José María Morelos y Pavón. También he aceptado el honor de participar en este acto de culto cívico, no obstante que sé que “para tan grande nombre no hay elogio que le sea igual” –tanto nomine nullum par elogium–, porque la encomienda requerida de mí significa el cumplimiento de una función ciudadana. Esta ceremonia está dedicada a conmemorar el sacrifico del caudillo militar más insigne de la Independencia y padre de nuestras instituciones republicanas, y en esa virtud, como bien lo dijera Ernesto Renan, “en materia de recuerdos nacionales, los duelos valen más que los triunfos, pues imponen deberes y exigen el esfuerzo común”. A la distancia de un siglo y medio, la actual generación de mexicanos, ante la caída y el sacrificio de nuestro héroe, no está ya en la circunstancia en que se encontraba a principios de diciembre de 1815 la Junta Subalterna de Taretan, al conocerse con certidumbre que Morelos había sido capturado por el enemigo. No podemos, no debemos ya entregarnos “al debido sentimiento y al más activo dolor por la desgracia del amado Padre de la Patria, de la firme columna que la había mantenido hasta aquí, del mayor héroe que han conocido los siglos y cuyo sólo nombre fundaba la esperanza de los pueblos”; ni habremos de cumplir ahora lo que la propia Junta Subalterna preveía: “que siempre tendrá que llorar suceso tan desgraciado”. Más exacto es el consuelo que dicha Junta se hacía ya ante tan grande pérdida: “que las Augustas Corporaciones están a salvo; que nuestro gobierno está sistemado, y que el Altísimo ha de proteger nuestra justísima causa”. El grande hombre cuya muerte física hoy conmemoramos es un héroe en la máxima dimensión del concepto, porque realizó en verdad y llevó a cabo sucesos nacionales y porque redeterminó el curso de la historia mexicana. Creo de mi deber, como estudioso de las fuentes originales o auténticas del pensamiento político de Morelos, descubrir en esta mi primera Casa de Estudios un documento poco conocido del gran patriota y en el que se revela su grandeza republicana. Más, infinitamente más, que cualquier elogio que pudiera hacerse a Morelos, es lo que éste por sí mismo logra cuando leemos lo que en defensa de su actuación hace con motivo de las disenciones surgidas entre los Vocales de la Junta Suprema Nacional. Excmos. Señores: Con esta fecha digo al Señor Rayón lo siguiente: Hasta esta fecha he procedido de buena fé, he procedido, digo, sin la más mínima desconfianza,trabajando incesantemente con ánimo de pedir mi retiro concluida la empresa, como en otras veces lo he insinuado. Sigo con este mismo fin e intenciones; pero en vista de los actuales acontecimientos entre los compañeros, no será de extrañar que en lo ulterior use de precauciones, sin fiarme de nadie, porque así debo hacerlo en justicia y en conciencia. Ni por la imaginación me ha pasado ser algo, ni mucho menos fungir; y se me ha informado que entre los compañeros tengo el epíteto de déspota. No hallo ciertamente por dónde haya yo caído en este crimen, y lo prueban (aunque sin necesidad) las razones siguientes. Siendo Capitán General el Señor Hidalgo y yo Cura de Carácuaro, me dio el título de Lugarteniente, encargándome el Tierra Caliente y Costa del Sur, en que debía formar Regimientos, Brigadas y todo lo más que cabía bajo mi título, que supongo era de Teniente General como se deja ver, aunque no se haya expresado en la instalación de Acámbaro; y sin embargo, no usé de este tratamiento hasta el año, porque jamás he querido fungir, pues aunque en mi Ejército me nombraron General, cualesquiera lo es en una División de dos o tres mil hombres. Hecha segunda instalación en Zitácuaro se me remitió el título de Teniente General, del como ya lo tenía aunque sin uso, dí las gracias a los Señores por la continuación, lo que no prueba despotismo. Contra la pretensión de la mayor parte del Reino, que sólo quería estar sin órdenes, he trabajado obligándolos a que reconozcan un Congreso Nacional, remitiéndolos al conocimiento de S.M. la S.J., a quien he manifestado sencillamente varias veces esto mismo, y a quien he tratado e instado no pocas sobre que se aumente el número en el Congreso. Son infinitas las pruebas, aún restan las mayores. El régimen que he observado de no tener Capitán sin Compañía, Coronel sin Regimiento, brigadier sin brigada, &, no arguye despotismo, sino seguridad y buen orden; lo mismo que no admitir oficiales de otro Departamento con el título de tales, si no es que comiencen su carrera desde soldados, porque sería con agravio de los que han contraído su mérito en este Ejército, y tal vez con perjuicio de otra División, de donde se desquicia el oficial, a quien reprendo por haberse separado de otro Departamento, donde sin duda hace falta su bulto; y no quiero merecer el mío con perjuicio de otro. ¿Quién, pues, me podrá argüirme de pecado? Basta para justificación, y atajar cualquier rumor, que ciertamente me desagrada, bien que él no he dado ascenso cierto. Lo participo a vuestras excelencias para su inteligencia. Dios guarde a V. Eas. muchos años. Veladero marzo 28 de 1813. JOSÉ MARÍA MORELOS Excmos. Srs. Capitanes Generales Don José María Liceaga y Doctor Don José Sixto Berdusco. Morelos así realizó de manera excelsa y en forma constante aquella cualidad o elemento que el Barón de Montesquieu exigía como indispensable para la existencia de la forma perfecta de gobierno, o sea la República; la virtud política. En el proceso que ante la Jurisdicción Unida se siguió a nuestro héroe, y que culminó con la sentencia dictada por el Virrey Calleja en 20 de diciembre de 1815, como el Juez comisionado preguntara al reo cuáles eran los fines que se había propuesto al titularse SIERVO DE LA NACIÓN, con sencillez y clara virtud republicana respondió, que al resultar electo miembro del Supremo Poder Ejecutivo, había renunciado el cargo, y que al no haberse aceptado su renuncia, había pedido a los demás Vocales, “que en lo sucesivo se habrá de titular SIERVO DE LA NACIÓN, porque éste le pareció más a propósito que otro retumbante, y también contribuyó algo su humildad…” En el distinto proceso ante el Tribunal de la Inquisición, la acusación del Promotor Fiscal del Santo Oficio, incluyó, bajo el Número 24, el cargo de que Morelos había querido “erigirse Árbitro y Señor de la América, en contradicción de Dios y de los hombres, de la Iglesia, del Rey y de la Patria”. A este cargo el acusado respondió, que no había aspirado a erigirse en árbitro de la América, ni quería admitir el tratamiento de Alteza Serenísima, que le daban, suplicando más bien que le dijeran Siervo de la Nación. Tengo una segura y cabal conciencia de la limitación de mis palabras, y a tal auto-crítica de mi pobreza retórica se une la admiración hacia un manuscrito que he conocido muy recientemente, después de ser invitado por el señor Rector Bremauntz, manuscrito que creo permanece inédito. Su autor, el licenciado don Carlos María de Bustamante, fue precursor de nuestra insurgencia y después participó, de muy variadas y brillantes maneras al lado del héroe cuyo martirio hoy conmemoramos, y en dicho trabajo recurre el artificio de hacer hablar al propio Morelos dirigiéndose admonitoriamente a sus conciudadanos. Quiero imaginarme que el insigne periodista e historiador de nuestra Guerra de Independencia, le satisfará que hoy, en esta fecha solemne y en esta casa de estudios, tan ligada a las vidas culturales del Padre de la Patria y del Cura Morelos, se dé lectura pública a tan preciosa pieza literaria. Compatriotas: En este día de honor y de ventura para la Nación mexicana, revistiéndome de los más nobles sentimientos que animaron el corazón magnánimo del Héroe del Sur José María Morelos, no puedo menos de pasar delante de vosotros una ligera reseña de sus triunfos, para excitaros a la imitación de aquel héroe extraordinario y para que améis y respetéis las leyes. Morelos clarificado y libre de pasiones groseras, colocado en aquel lugar que según dijo Cicerón en el Sueño de Scipión hay preparado en el cielo para los que se sacrificaron por su Patria, os habla el lenguaje de la verdad; prestad vuestra atención para escucharlo. Llevado el celo por la libertad de mi cara Patria, reuní un puñado de hombres con los que me presenté en la Costa de Acapulco; rodeado de peligros engrosé en medio de las fatigas de la guerra mi pequeña fuerza, destruí las divisiones enemigas que infestaban aquella costa, ocupé a Chichihualco y Chilpancingo, me situé en Tixtla, conservé aquel punto interesante y lo defendí con tesón y gloria con mengua del General Español Fuentes y mi ejército se batió con el suyo destruyéndolo en campo raso con cuyos despojos y armamentos municioné mi tropa. Repúseme de la fatiga de ocho meses en el pueblo de Chilapa, dando orden y disciplina a mis soldados, aumentándolos con nuevos reclutas, vestí el ejército cuanto me fue posible y pasada la estación de aguas continué mi campaña. Chiautla e Izúcar cedieron al valor de mis soldados, y esta Villa me vio resistir con sólo la guardia de mi escolta y unos pocos soldados la fuerza de 1000 hombres mandados por Soto Maceda, que venía en demanda de mi cabeza para situarla a la entrada en Puebla y ejecutar en mí escarmiento ejemplar haciéndome sufrir tormentos exquisitos. Cambióse la suerte, derrotélo con ignominia, seguílo en su fuga, y dentro de segundo día murió de las heridas recibidas en la acción. Continué mi carrera con gloria y fueron teatros de ella Taxco, Tecualoya y Tenancingo. Recia y porfiada fué la acción que por dos días consecutivos sostuve en este pueblo y en la que quedó humillado el sanguinario Porlier, y hecho más tratable y comprensivo para con los Americanos. Tenancingo, sembrado de cadáveres de Realistas y entregado en parte a las llamas, siempre ha estado fijo en mi memoria, y siempre la he recordado estremeciéndome de los estragos de una guerra civil desoladora; marché a Cuautla y allí aguardé al ejército de Calleja que venía precedido de la desolación y la muerte. Su general ceñía en las sienes los laureles que acababa de cortar en Aculco, Guanajuato, Calderón y Zitácuaro; lisonjeábase del triunfo y aún antes de conseguirlo sobre mi ejército ya lo celebraba y recibía plácemes de Venegas por haber terminado con mi ruina la Revolución mexicana. No plugo al cielo darle este triunfo; esperélo a las orillas de Cuautla Amilpas, yo en persona reconocí su ejército, y me batí con sus guerrilleros, sin penetrar a lo interior del lugar y ocupandoyo sus edificios le causé estragos horrorosos; la famosa columna de granaderos remolineó varias veces y si no tomó la fuga se contuvo por las súplicas de su caudillo, que con lágrimas y con ruegos les suplicaba no perdiesen en aquel momento el honor de los triunfos que habían conseguido en días más aciagos para la Patria. Confié en mi fortuna y me decidí a sostener el sitio que sabía yo iba a ponerme auxiliado con las mejores tropas expedicionarias que marchaban a Puebla y que ya habían recibido una repulsa vergonzosa de una División mía que defendió con gloria segunda vez a Izúcar a las órdenes del Coronel Guerrero. Durante los meses de Marzo y Abril de 1812 fui atacado diariamente en mis puntos malamente defendidos con trincheras ligeras de piedra en Cuautla; el agua que bebía con mis soldados la compramos al precio de nuestra sangre y sudores en muy crudos reencuentros, familiaricéme con todos los peligros de la guerra, y me mantuve tranquilo en medio de ellos; faltáronme los víveres, me ví reducido a la miseria por absoluta falta de víveres, picaba la peste en mi ejército, y me decidí a marchar sobre los puntos más fortificados de Calleja. Por todos ellos le hacía sentir el valor y la decisión de mis soldados, cuando ellos entendieron que yo me salía, su caballería dió alcance a las miserables familias que me seguían, y en ellas hizo tal destrozos que el campo presentaba la imagen de un Cementerio, lleno de despojos de víctimas humanas. Recibí una caída al salir de Cuautla, cuyas resultas funestas iban a acelerar el curso de mis días con una apostema en el estómago. Salvé de tales peligros, pero aún estaban superados los que me quedaban; una División enemiga que protegía al rebelde Chilapa, que en mi ausencia había abrazado el plan de mis enemigos, se me presentó a sus inmediaciones, pero fue derrotada con gloria de la Nación. Alentado con este triunfo marché a Huajuapan, que sufría un sitio igual al de Cuautla, pero sitio sostenido con gloria por el Coronel Valerio Trujano. Llegué, ví, vencí y ocupé un lugar el más a propósito para emprender desde allí las más gloriosas empresas. Marché a Tehuacán, y di mejor forma y arreglo a mi ejército; en Ozumba me recordó la fortuna su inconstancia para que no me engriese con una serie de triunfos, sufrí un descalabro poco considerable, pero me repuse con usura en la Villa de Orizaba, que tomé a viva fuerza; la guarnición se componía de valientes, y a fe mía que sentí mucho derramar la sangre de Americanos tan dignos de militar por mejor causa. La fortuna tornó a hacerme probar su inconstancia dentro de pocos días en las cumbres de Acultzingo, pero en el Rancho de la Virgen un destacamento de mi ejército y el ejército mandado por mí en persona en Oaxaca se llenaron de gloria; ocupé aquella hermosa ciudad, después de un reñido combate me llené de toda clase de satisfacciones, pero no supe aprovechar las ventajas que me proporcionaba su situación topográfica que me era desconocida. Para completar la conquista del Sur marché sobre Acapulco, luché a brazo partido con la naturaleza de aquel clima caliente y escaso de víveres, tomé la ciudad después de una lid porfiada y emprendí el sitio del Castillo sin artillería de batir. Medidas acertadas, como la de ocupar la Isla Roqueta de donde se surtían los sitiados de agua y leña, me proporcionaron la rendición de aquella fortaleza; capituló honrosamente, y no fué menos para mi ejército plantar sobre sus almenas el Pabellón mexicano; este triunfo costó muchas víctimas que nos rebató la peste, el hambre y la inclemencia de un sitio sostenido con vigor por el largo espacio de seis meses. Creí que era tiempo de dar a la Nación un Congreso que asegurase su libertad por leyes justas y formase una Constitución; reunílo en Chilpancingo, formándolo de los primeros generales que zanjaron los fundamentos del Orden en Zitácuaro, pero tuve la debilidad de admitir por las excitaciones de un motín militar del odioso título de Generalísimo y de recibir el mando para hacer posible las disposiciones del Congreso. El Poder Ejecutivo distante muchas leguas del legislativo, es un absurdo inconcebible; tales fueron sus resultados que han costado a la Patria muchas lágrimas. Cuando la Nación esperaba de mí que regresase a Oaxaca para sacar de aquella Provincia todos los recursos que pródigamente me ofrecía para consolidar lo conquistado, emprendí mi marcha a Valladolid deslumbrado con que desde aquel punto central estaría mejor situado el Congreso y deseoso de adquirir una nueva gloria en el lugar donde había pasado mi juventud; erróse mi combinación, quise guardar las formalidades del Derecho de guerra intimando la rendición de la Plaza, formalidades que no debiera porque mis enemigos no las habían observado conmigo, demoréme en ellas algunas horas, las más favorables para mis enemigos, pues se presentaron luego sobre la plaza en su socorro, aprovechándolas; y sufrí un descalabro que rebató 700 hombres en la tarde del 23 de Diciembre. Continuó la desgracia persiguiéndome en la siguiente tarde, en que el enemigo intentó sorprenderme en mi campo, costóle caro la empresa, pero más cara me fue a mí, pues equivocadamente se atacaron mis divisiones unas a otras, creyéndose enemigas. Retiréme a las inmediaciones de Valladolid, perdí todo mi prestigio; me hice fuerte en Puruarán, a donde el enemigo victorioso me persiguió, la mala condición del punto fortificado por mi segundo General Matamoros influyó en la pérdida de la acción y de aquel resto de ejército, y lo que es más sensible, en la pérdida del mismo Matamoros, que fue prisionero y después fusilado en Valladolid. Fijóse desde aquel día la época de mis desgracias, mis conquistas desaparecieron como humo, y el enemigo supo aprovecharse de mi desventura aumentando doblemente su poderío y prestigio. Sin embargo, luchando con la adversa fortuna, después de repetidas quiebras y persecuciones, puesto a la cabeza del Congreso que había creado como Presidente del Poder Ejecutivo, conseguí que la Nación recibiera con entusiasmo la Constitución provisional de Apatzingán. Abrióse un nuevo campo de gloria, trasladando el Congreso a Tehuacán como punto céntrico desde donde auxiliados por mar por Boquilla de Piedra pudiese fortificarme en Oaxaca y consolidar el Plan más grandioso que por entonces pudiera ofrecer la Nación. Confióseme la dirección del Congreso por caminos ásperos y casi desconocidos, teniendo que ocultar mi marcha al enemigo; felizmente había atravesado 60 leguas de puntos fortificados… mas al llegar a Tesmalaca, por un yerro de cuentas, el enemigo me sorprende, apenas tengo tiempo para ocupar una posición militar en la que me sostengo para proporcionar al Congreso su fuga; al fin no pudiendo resistir a la fuerza que me carga, soy prisionero, pero lo soy después de que por mi resistencia se ha salvado del enemigo; entonces me entrego tranquilamente en sus manos, y ni las presiones, ni los ultrajes y sarcasmo me ofenden; estoy inundado de gozo contemplando que el Congreso se ha salvado, y que la Nación ya no carecería de gobierno ni de leyes. Conducido a la Inquisición de México y a la Ciudadela sufro tres procesos y un Autillo de fe en que se me trata como a un Ateísta a pesar de que con mis propias manos había yo eregido un templo a Dios en mi curato de Nocupétaro; se me presenta en espectáculo en mi prisión y de remotos lugares vienen a observarme como si fuese un Rinoceronte de la Asia o un animal de especie nueva. Se escribe mi historia militar, y por fin se me condena al último suplicio. Recíbola como un introductor favorable para un país donde se goza de una satisfacción dulcísima que jamás me sería turbada, muero con el consuelo de haber llenado los deberes de un buen ciudadano… En aquella región de delicias me aumentan las que me gozo, se me anuncia que ha llegado el día de vuestra libertad, y para disfrutar enmedio de vosotros de placer tan inefable… Héme aquí, compatriotas, que os felicito por tan faustos momentos, y me felicito a mí mismo por haber contribuído a vuestrobienestar… Sois independientes, libres, y por consiguiente felices… Apreciad estos bienes en todo lo que son en sí, pero acordaos de que si os separáis de la senda que os ha marcado la Constitución y las leyes, vosotros con vuestras propias manos forjaréis las cadenas de esclavitud que acabáis de romper… Detestad todo espíritu de corporación y partido, acordáos de que yo no pertenecí a ninguno y que la Nación me contempla como un modelo acabado de Patriotismo. Todo partido es una facción y toda facción es criminal delante de la ley. Recibid dócilmente este consejo, grabadlo en vuestros corazones, y sed al fin tan felices como lo soy yo en el País de las Delicias donde moraré eternamente y desde el que haré eternos votos al Eterno por vuestra Libertad. Con la captura y el sacrifico del heroico caudillo, quien también padeció varios martirios, se produjo un prolongado eclipse total del sol de nuestra libertad y casi murió la causa insurgente y republicana. Nuestra independencia de la Madre Patria, se realizó bajo el obscuro signo de la reacción monárquica, en septiembre de 1821, como una negación absoluta e incompatible respecto de las ideas de la verdadera libertad y de la soberanía del pueblo mexicano sostenidas por Morelos, y sólo se logró la independencia nacional, cuando el Congreso Constituyente, que había sido disuelto por el antiguo Coronel realista convertido en Emperador, reasumió sus funciones, y se pronunció en 30 de marzo de 1823, por la forma republicana de gobierno, y organizó el Supremo Poder Ejecutivo de un modo semejante al prevenido en el Decreto Constitucional expedido en Apatzingán, bajo la inspiración magnífica de nuestro héroe. El himno resumido de toda patria es, según Renan, aquel que cantaban los espartanos y simplemente, decía: “Somos lo que fuisteis, seremos lo que sois”. Este sencillo canto patriótico justifica con grande abundancia la dedicación que la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo hace de un homenaje a la memoria de uno de sus alumnos, celebrando un acto de culto en honor del héroe mayor de nuestra historia, (como que fue el padre de las instituciones republicanas), ahora que se cumple el sesquicentenario del sacrifico de la existencia terrenal de don José María Morelos y Pavón. MORELIA, MICH. 22 DE DICIEMBRE DE 1965 E MORELOS: SIERVO DE LA NACIÓN C. Director General de Acción Social del Departamento del Distrito Federal Conciudadanos: n nombre de la Colonia Michoacana residente en la Capital de la República, agradezco a las autoridades superiores del Gobierno del Distrito Federal la gentileza de haber aceptado que uno de sus miembros ocupara esta ilustre tribuna en el acto de culto cívico organizado para recordar el natalicio del más ilustre de los héroes nacionales, don José María Morelos y Pavón. Debo reconocer que es para mí excesivo e inmerecido, el encargo de participar en la ceremonia con la que el Gobierno de la Capital de la nación mexicana celebra cada año el nacimiento del genial guerrero y fundador de nuestras instituciones políticas fundamentales; pero he acatado la honrosa designación hecha en mi persona movido solamente por mí ya muy antigua y arraigada admiración por quien naciera, hace hoy 201 años, en mi propia ciudad nativa, la antigua Valladolid de Michoacán, a quien el mismo héroe llamara “el jardín del Anáhuac”, y que cambió su nombre mismo y adoptó el que fuera un eco del apellido del más grande de sus hijos, para hacerlo así su propio epónimo. A la especial significación de esta fecha, 30 de septiembre, se une la circunstancia de que esta ceremonia se celebra ante la estatua de Morelos erigida frente a la Ciudadela, la que sirvió de prisión al héroe y donde se llevó al cabo el proceso instruido por la jurisdicción Unida, Militar y Eclesiástica, que culminó con sendas sentencias: la de muerte, dictada por el virrey Calleja, y la de degradación sacerdotal, pronunciada por los comisionados especialmente nombrados al efecto. Si estamos, aquí y ahora, congregados para conmemorar el nacimiento del héroe, su aparición misma en el escenario de la Patria Mexicana, en el que ya en plena madurez de su existencia habría de realizar diversas y profundas expresiones de auténtico heroísmo, no podemos seguir cabalmente el consejo que nos da Platón en su Diálogo La República, de no lamentar la muerte ni el martirio del héroe; sino que enfrente de la cárcel que ocupara Morelos y enfrente del lugar en que se le juzgó por militares y eclesiásticos, no podemos menos que afirmar que en esos dos procesos hubo de parte de los jueces respectivos más saña y odio contra el reo, que en el proceso diverso que le siguiera el Santo Oficio o Tribunal de la Inquisición, pues aquellos jueces actuaron más bien como verdugos. El héroe, de acuerdo con la tradición clásica, es ejemplo y paradigma de los supremos valores, y la sociedad ve en estos arquetipos humanos la realización cabal de sus ideales, así como el vínculo que mantiene unidos a los que integran una nación. Para alcanzar la dimensión vital del héroe, poco o nada importa que en su existencia física y terrenal el hombre haya realizado en la práctica los planes propuestos para el cambio radical de las antiguas formas políticas y sociales, y es así como los precursores son los mejor llamados por la vocación de auténticos genios tutelares de la comunidad política. La frustración aparenta y momentánea que padecen los visionarios y reformadores, el sacrificio y martirio de que se hace víctima a quienes se rebelan contra los dioses vigentes de la ciudad, son los mejores títulos para que su pueblo, al desaparecer aquellos y aún después de mucho tiempo, les rinda legítimo culto cívico, considerándolos como símbolos de la colectividad y aún como semidioses que vivieron realmente en la tierra. El hombre que naciera, hace hoy doscientos y un años, y a quien está dedicado este momento, erigido como apoteosis material, corresponde exactamente a aquel tipo ideal de persona humana, de persona semi-divina como el héroe de la antigua Grecia, dedicado en el centro mismo de su ser a la realización de lo que es noble, y cuya virtud fundamental es la nobleza de cuerpo y espíritu y con una nobleza igual de sentimientos. Porque manifestó en su actuación una exuberancia que sobrepasa la común medida de los seres humanos y quien, por haber reunido en su persona las calidades de estadista y de jefe militar, representó cabalmente la forma más elevada del heroísmo activo. Morelos es verdaderamente un héroe, porque realizó y llevó al cabo los sucesos nacionales, porque redeterminó el curso de la historia nacional y fue, mediante la formulación de su ideario político y social, el más destacado de los fundadores del Estado Mexicano. Don José María Morelos es héroe, en la mayor y excepcional medida, ya que siendo un caudillo nacional y un jefe militar de capacidad extraordinaria, nunca se rindió a las tentaciones del poder y aún declinó los títulos y honores que se le ofrecieron, habiendo optado por usar el nombre que él mismo dio como más significativo de su cometido: el de Siervo de la Nación. Morelos no previno por la intención puesta en el interrogatorio al que fue sometido aquí mismo en el proceso militar, y así consta textualmente el los autores relativos, que “preguntado si procuró con todo el esfuerzo que le fue posible, llevar adelante su proyecto hasta conseguir la independencia, sin reparar en los medios y males que trae consigo de muertes, incendios y demás daños, por todo el tiempo que ha servido a la Nación Americana”, respondió sencillamente “que sí”, y en cuanto al cargo que se le hiciera por el delito de alta traición, así de la ruina de su patria, dijo que “no creyó incurrir en el delito de alta traición cuando se decidió por la independencia de esta Provincia” y que “trabajó cuanto pudo para establecerla”, y finalmente, “que los males que han seguido desde que se perturbó la paz en este Reino, son consiguientes a toda Revolución Popular”. Nuestro héroe epónimo, desde el Campode Agua Dulce y en 5 de junio de 1814, escribió al Congreso para reiterar a este cuerpo soberano su adhesión de siervo y expresarle estar dispuesto al servicio de la patria, sin variar su juramento ni entrar en discordia alguna. Estas manifestaciones de humildad ciudadana fueron dadas en respuesta al Manifiesto del Supremo Congreso expedido en Huetamo o en la Hacienda de Tiripitío, por el que se preveía la necesidad de que los americanos se mantuvieran unidos y desaparecieran las divisiones provocadas desde el campo realista y en el que se anunciaba la próxima expedición de la Carta sagrada de la libertad. El pensamiento político de la revolución insurgente acaudillada por Morelos alcanza todavía mayor solidez y logra una cabal modernidad, en la etapa final de la vida del héroe michoacano, al producirse el ocaso de su gloria militar, que culminó con su aprehensión y su sacrificio. El día 14 de julio de 1815, unas cuantas semanas antes de la acción de Tesmalaca, en Puruarán, promulga el Supremo Gobierno tres decretos expedidos por el Congreso Mexicano sobre materias del orden internacional y cuya lectura es realmente conmovedora, ya que sus propósitos no se ajustaban a las circunstancias de la realidad y a las necesarias para su efectiva vigencia o aplicación en la práctica. En su carácter de Presidente del Supremo Gobierno Mexicano y en la misma fecha, Morelos escribe desde Puruarán una carta al Presidente de los Estados Unidos de América, James Madison, para acreditar al licenciado don José Manuel de Herrera como Ministro Plenipotenciario de la América Mexicana, y que es una de las más brillantes disertaciones patrióticas del Caudillo del Sur, según puede juzgarse de los siguientes párrafos: Cansado el pueblo mexicano de sufrir el enorme peso de la dominación española, y perdida para siempre la esperanza de ser feliz bajo el gobierno de sus conquistadores; rompió los diques de su moderación, y arrastrando dificultades y peligros que parecían insuperables a los esfuerzos de una colonia esclavizada, levantó el grito de su libertad y emprendió la obra de su regeneración. Los desastres que traen consigo las alternativas de la guerra…jamás han abatido nuestros ánimos, sino que sobreponiéndose constantemente a las adversidades e infortunios, hemos sostenido por cinco años nuestra lucha, convenciéndonos prácticamente de que no hay poder capaz de sojuzgar a un pueblo determinado a salvarse de la tiranía. Unos cuantos días después de la acción de Tesmalaca, ocurrida el 5 de noviembre de 1815, la junta Subalterna reunida en Taretan, al saber que las tres Supremas Corporaciones Nacionales habían sido salvadas y que habían llegado a su inmediato punto de destino, aunque a costa de la captura del Generalísimo, manifestaron que aquella noticia “le ha llenado de júbilo y complacencia”, pero que le había sido tan doloroso conocer la sensible pérdida del Padre de la Patria, “que siempre tendrá que llorar suceso tan desgraciado, sin que encuentre el Congreso otro remedio a la pérdida de tan gran tamaño, que la reflexión de que la Omnipotencia Divina así lo ha dispuesto; que las Augustas Corporaciones están a salvo; que nuestro gobierno está sistemado, y que el Altísimo ha de proteger nuestra justísima causa”. La Junta Subalterna expresó en la forma antes transcrita, no sólo sus sentimientos de cristiana resignación ante la caída del caudillo, sino que la consideró como un verdadero sacrifico realizado para alcanzar la consolidación de las nuevas instituciones republicanas y para obtener el triunfo completo de la revolución de independencia. Y al recibir la confirmación definitiva de la infausta noticia de la aprehensión de Morelos, la Junta Subalterna se reunió nuevamente, y según consta textualmente del acta levantada el día 1º de diciembre de 1815, los Señores Vocales se entregaron “al debido sentimiento y al más activo dolor por la desgracia del amado Padre de la Patria, de la firme columna que la había mantenido hasta aquí, del mayor héroe que han conocido los siglos y cuyo sólo nombre fundaba la esperanza de los pueblos”. Desde Tehuacán las Supremas Corporaciones de la América Mexicana, o sean el Congreso, el Gobierno y el Tribunal de Justicia, que habían sido salvadas por el heroico sacrificio de Morelos, lanzaron una Proclama el día 17 de Noviembre y dirigida a los ilustres defensores de la libertad e independencia, en la que hacer mención de la captura del Generalísimo, dice: Soldados: Vosotros sabéis mejor que nadie lo que habéis perdido, vosotros conocisteis a vuestro Padre Morelos, lo acompañasteis en sus brillantes campañas, merecisteis su cariño entrañable, partisteis con él la gloria de dar libertad a la afligida América, y siempre os condujo por el camino del honor y de la victoria. Soldados: He aquí la suerte que ha cabido a vuestro Padre, al ornamento de la América Mexicana, al Héroe del Sur, cuyo sólo nombre hacía retemblar a nuestros tiranos y ha forzado la admiración de Europa; al sostén de nuestra gloria, al Gran Morelos, cuyo nombre pronunciará con respeto nuestra posteridad agradecida. ¡Ea, juramos todos juntos vengar su sangre; repitamos este propósito a la tarde, a la mañana, a la noche y a todos los instantes de nuestra vida! El Supremo Gobierno envió al día siguiente una Circular a los Intendentes y Jefes Militares dándoles a conocer “la catástrofe más sensible que podía esperar nuestra patria con haber caído el Serenísimo Señor Morelos en manos de nuestros irreconciliables enemigos”, y previniéndoles hacer circular la Proclama, a fin de que “por espacio de nueve días consecutivos se lea clara y distintamente a las tropas, puestas en círculo al tiempo de la lista de la tarde; que se haga lo mismo el día 5 de cada mes y se fije en las puertas de los cuarteles, a efecto de que no se borre de nuestra memoria este acontecimiento”. Con el martirio y el sacrifico del heroico caudillo de la Independencia se produjo un prolongado eclipse total del sol de la libertad y casi murió la causa nacional y republicana. En nuestra vida política se registró entonces, primero un estancamiento, y después un franco retroceso en el campo constitucional. En efecto, al consumarse la independencia nacional, don Agustín de Iturbide señaló en el punto 3º del Plan de Iguala, como la forma de gobierno del nuevo Estado, el “régimen monárquico templado por una Constitución análoga al país”, designándose en el punto 4º., a Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía, como los emperadores. Ambas, declaraciones monárquicas después se reiteraron expresamente en los Tratados de Córdoba. Qué enorme distancia guardan estas intervenciones políticas del vallisoletano monárquico y jefe militar de las fuerzas realistas, de aquellas declaraciones justas y patrióticas, republicanas y nacionalistas, que figuraban en el Manifiesto de 28 de junio de 1815, expedido en Puruarán, del Supremo Congreso Mexicano a todas las naciones, las que refiriéndose a las fiestas extraordinarias con que los españoles habían celebrado la restitución de Fernando VII, decían: “Como si pudiéramos prometernos grandes cosas de este joven imbécil, de este rey perseguido y degradado, en quien han podido poco las lecciones del infortunio, puesto que no ha sabido deponer las ideas despóticas heredadas de sus progenitores”. La reacción monárquica verificada en nuestra historia constitucional bajo el signo negativo de Iturbide, reacción en verdad incompatible con las ideas de independencia nacional y de la soberanía del pueblo mexicano, hubo de ser finalmente destruida desde el momento mismo en que el Congreso Constituyente, auténtico representante de la Nación, tuvo libertad para deliberar pronunciándose en tal circunstancia, el día 30 de marzo de 1823, por la forma republicana de gobierno y organizando el Supremo Poder Ejecutivo de un modo semejante al prevenido por el Decreto Constitucional de Apatzingán. Con el espacial encargo de sus coterráneos y a la distancia de dos siglos y un año de su nacimiento, venimos hoy a rendirnuestro cálido tributo a don José María Morelos, recordando algunos de los títulos por los que guarda un lugar privilegiado en el corazón del pueblo mexicano; venimos nuevamente a celebrar esta ceremonia de culto cívico dedicado a un héroe excepcional, renovando la ofrenda que le es debida por la gratitud nacional. MÉXICO, D.F., 30 DE SEPTIEMBRE DE 1966. E NUESTRA PRIMERA LEY SUPREMA C. presidente de la Cámara de Diputados del H. Congreso de los Estados Unidos Mexicanos C.C. Diputados s para el diputado por el Tercer Distrito Electoral del estado de Michoacán un inmerecido honor el abordar esta alta tribuna nacional, en esta fecha, en que se recuerda un acontecimiento singular de nuestra vida política, como lo es el nacimiento de la primera Ley Fundamental de la República Mexicana. El inmenso honor que se me ha conferido, lo acepto cumpliendo un deber con el doble motivo de mi condición de michoacano y de antiguo profesor universitario en la materia de Derecho Constitucional. En un día como el de hoy, 23 de octubre del año de 1814, reunidos en Apatzingán, los diputados de las provincias mexicanas, dirigieron a todos sus conciudadanos un Manifiesto Explicativo del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Me- xicana, sancionado la víspera por el Supremo Congreso y mandado promulgar solemnemente, lo que se verificó el 24 del mismo octubre. En dicho Manifiesto el Supremo Congreso dio cuenta a la naciente patria mexicana de las circunstancias de sus trabajos legislativos, realizados, según se expresa, día y noche, variando frecuentemente de ubicación, sin que la malignidad de los climas, ni el rigor de las privaciones, ni los quebrantos de salud harto comunes, ni los obstáculos políticos que a cada paso se ofrecían, nada pudieron interrumpir su dedicación en el cuidado de la soberanía, pues los diputados se hallaban estimulados del empeño de salvar a sus compatricios. En el Manifiesto lanzado hace hoy precisamente 159 años, indicaba el Supremo Gobierno Mexicano, que los capítulos fundamentales en que estribaba la forma de nuestro gobierno eran la naturaleza de la soberanía, los derechos del pueblo, la dignidad del hombre, la igualdad, seguridad, propiedad, libertad y obligaciones de los ciudadanos, los límites de las autoridades, la responsabilidad de los funcionarios, el carácter de las leyes. El valor y la trascendencia de nuestra primera Carta Magna, o sea el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, aparecen auténticamente señalados por la reacción de las autoridades supremas de la Colonia, en los órdenes civil y eclesiástico. El virrey de la Nueva España, don Félix María Calleja, por el Bando de 24 de mayo de 1815, ordenó, como medio para impedir la circulación de los papeles constitucionales de los insurgentes, de 22, 23 y 25 de octubre del año anterior, y la propagación de sus ideas tan subversivas, entre otras, la providencia de que tales papeles se quemaron “en la plaza pública por mano de verdugo y a voz de pregonero”, “por incendiarios, calumniosos, infamatorios, contrarios a la soberanía del Rey nuestro señor”, y dando a conocer “los nombres de los infames que se llaman diputados y han firmado la monstruosa Constitución”. En los considerados del bando virreinal, se califica a ésta de “ridícula”, así como de ser “un compuesto de retazos de la Constitución anglo-americana y de la que formaron las llamadas Cortes extraordinarias de España”. De los autores del Decreto de Apatzingán se afirma que el haber tenido “la osadía de haber formado y publicado su Constitución… es el colmo de la desvergüenza y descaro”. El 26 del mismo mayo, el Cabildo de la sede vacante de la Iglesia Metropolitana de México, aprobó un adicto prohibiendo, bajo pena de excomunión mayor “ipso facto incurrenda”, la Constitución de Apatzingán relativa a la erección de la nueva República Mexicana, y mandó que el mismo edicto “se lea en los púlpitos, se explique por los párrocos y predicadores y se fije en las puertas de los templos”. En la parte considerativa del editor capitular se afirma que “entre los artículos de la ridícula Constitución que estos fanáticos se han atrevido a formar para la erección de su imaginaria república, uno es el intolerantismo, herejía la más perniciosa”. Los inquisidores de México elevaron ante el Supremo Consejo de la Santa y General Inquisición de Madrid una queja formal en contra del Bando del virrey Calleja, por contener, según se dice textualmente, “muchos equívocos y errores pues los papeles no merecen la censura que de ellos se hace”, y también se quejaron ante su Real Consejo, el 9 de junio de 1815, por la actitud del Cabildo de la Iglesia Metropolitana, asumida con respecto a los papeles de Apatzingán, afirmando los inquisidores ante dicho Consejo de Madrid, lo que sigue: “Si la actitud observada por el Virrey de este Reyno… ha de parecer reprensible a V. A., juzgamos más delincuente la de un cuerpo eclesiástico, tan respetable como lo es el Cabildo Sede Vacante de esta Santa Iglesia”. No obstante estas observaciones de los inquisidores de México, el mismo Santo Oficio aprobó el 8 de julio de 1815 un edicto por el que calificó al Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, como “herético en los principios en que se funda”, basándose en varias consideraciones, entre otras, que en él “se introducen las más groseras herejías y los mayores delirios”, así como sus principios son “tomados o copiados de las máximas revolucionarias de Hobbes, Rousseau y otros llamados filósofos”, y que contiene “aserciones falsas, erróneas, impías, heréticas, ofensivas, injuriosas a todos los reyes…”, “y que trastornan los gobiernos y los tronos”. El Tribunal de la Fe, en el proceso inquisitorial, seguido en contra del Siervo de la Nación, don José María Morelos y Pavón, en cuanto al cargo de haber intervenido en la formación del Decreto Constitucional de Apatzingán, lo acusó de “estar imbuido en las máximas fundamentales del heretical pacto social de Rousseau, y demás pestilenciales doctrinas de Helvecio, Hobbes, Spinoza, Voltaire y otros filósofos reprobados por anticatólicos”, y además calificó al Decreto como “abominable Código”. Y a principios de 1816, el arzobispo electo de México publicó, bajo el título Impugnación del Código de Anarquía, el parecer del Cabildo de la Iglesia Metropolitana, rendido en cumplimiento del edicto virreinal. La erección del Supremo Congreso Mexicano, según lo declaró don José María Morelos en el proceso seguido ante la jurisdicción unida y que culminó en la condena a sufrir la pena capital, tuvo como principal punto hacer una Constitución Provisional de la Independencia, y en efecto, el artículo 237 del Decreto de Apatzingán reservó a la Representación Nacional la facultad de dictar y sancionar la Constitución permanente de la Nación, y el Congreso, el 24 de octubre de 1814, al ordenar la promulgación del Decreto sancionado dos días antes, se refiere a éste expresando que tiene por objeto “fijar la forma de gobierno que debe regir a los pueblos, mientras que la Nación, libre de enemigos que la oprimen, dicta su Constitución”. No obstante este carácter provisional de la Carta de Apatzingán, ella fue culminación de los propósitos manifestados al instalarse en Congreso de Anáhuac en Chilpancingo y al declararse el 6 de noviembre de 1813 la absoluta y definitiva independencia nacional, pues en el Preámbulo del Decreto Constitucional, el Supremo Congreso Mexicano afirmó que sus propósitos habían sido: “sustraerse para siempre la Nación de la dominación extranjera y substituir al despotismo de la monarquía española un sistema de administración que conduzca a la Nación a la gloria de la independencia y afiance sólidamente la prosperidad de los ciudadanos”. Una opinión muy generalizada, aunque errónea en mi personal concepto, atribuye o reconoce a la Constitución de Apatzingán el carácter de mera fórmula teórica o simple proyecto, esto es, sin alcanzar vigencia efectiva o positividad jurídica en ningún
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