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0364 - Morelos y la Constitución de apatzingan - Antonio Martinez Báez

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L
PRESENTACIÓN
a Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad
Nacional Autónoma de México conmemora el Bicentenario de
la Carta de 1814 con la publicación de siete obras que forman
la Colección Bicentenario de la Constitución de Apatzingán. Son
siete textos entre los que se destacan clásicos de la historia política
mexicana así como investigaciones de eminentes universitarios que
han dejado huella en nuestra Máxima Casa de Estudios y en la
historia de nuestras instituciones nacionales.
En esta Colección, efectivamente, tenemos a Carlos María de
Bustamante, testigo de este hecho histórico, protagonista y además
su propio historiador; a don Antonio Martínez Báez, que llamó a
este Código Político nuestra Primera Ley Fundamental, y lo
comprobamos con un texto que se publicó poco tiempo después de
la promulgación de esta Carta y que lleva como título: Impugnación.
A tres eminentes universitarios que trabajaron arduamente en
nuestra Máxima Casa de Estudios, que sus investigaciones son un
ejemplo a seguir, que igualmente fueron funcionarios ejemplares, y
prueba de ello son sus estudios que aparecen en esta Colección,
como lo fueron don Ernesto Lemoine Villacaña, don Jesús Castañón
Rodríguez, don Felipe Molina Roqueñí y el ya citado maestro
Martínez Báez. Y en esta gran efeméride tan importante no podía
faltar la voz del último constituyente del 1917 que nos dijera algo del
Constituyente de 1824, don Jesús Romero Flores.
La Colección Bicentenario de la Constitución de Apatzingán tiene
el propósito de difundir, divulgar y hacer accesible a las nuevas
generaciones de estudiantes universitarios, documentos y estudios
de este acontecimiento tan significativo en la historia de nuestro
país. Primer esfuerzo de una pléyade de mexicanos que nos dieron
una Carta Magna, estructura del Estado y garantía de derechos
fundamentales.
 
Esta misma Colección seguramente será una fuente de
información para estudiosos de nuestra historia nacional, lectores
que urgen y quieren conocer nuestras raíces y para todos aquellos
que quieran volver su mirada a un pasado cada día más presente.
Es de desear que esta Colección sea una contribución a la
conmemoración del Bicentenario de la Carta de Apatzingán (1814-
2014).
Cabe resaltar que se respetó la esencia de los textos
fundamentales, sin embargo, se modernizó la ortografía con el fin
de tener una mejor lectura.
Agradecemos a Alicia Martínez, a Adolfo Castañón y a Margarita
Josefina Castañón, a la familia Molina Roqueñí, por autorizar la
publicación de las obras de sus respectivos padres, Antonio
Martínez Báez, Jesús Castañón y Felipe Molina Roqueñí. Asimismo
a Mercedes de Vega, directora del Archivo General de la Nación y a
David Pantoja por su intermediación con la familia de don Felipe.
 
DR. FERNANDO CASTAÑEDA SABIDO
DIRECTOR
FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
FERNANDO CASTAÑEDA SABIDO
@
CARTA DE CARLOS MARÍA DE BUSTAMANTE
@
M
DON JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN
 
Ciudadano Presidente de la República
Ciudadano Gobernador del Estado de México
Conciudadanos
 
uy próximo ya a extinguirse el Año de la Constitución y del
Pensamiento Liberal Mexicano, con la asistencia personal
del C. Primer Magistrado de la República y de muy
distinguidos representantes de los demás Poderes Supremos de la
Nación, así como del C. Gobernador Constitucional del Estado de
México y de elevados funcionarios de esta entidad federativa; se
celebra esta solemne ceremonia para rendir culto a uno de nuestro
más ilustres héroes, don José María Morelos y Pavón.
La simple presencia en este acto del Jefe de la Nación, significa,
de modo real y auténtico, que es el pueblo mexicano mismo quien
asiste a esta ceremonia, la que por referirse al culto de uno de
nuestros antepasados, pertenece, como dijera Ernesto Renan, al
más legítimo de todos los cultos, pues son los antepasados quienes
han hecho de nosotros lo que somos.
No habremos de mencionar las fulgurantes hazañas que en el
campo militar realizara don José María Morelos y Pavón, ni
habremos de referirnos especialmente a sus grandes victorias
armadas, pues a este propósito nos bastaría recordar lo que dijera
el Supremo Congreso Mexicano a todas las naciones, en el
Manifiesto de Puruarán, de 28 de junio de 1815: “No pueden dudar
los españoles del valor y constancia de nuestros guerreros, de su
táctica y disciplina adquirida en los campos de batalla, del estado
brillante de nuestros ejércitos armados con las bayonetas mismas
destinadas para destruirnos”.
 
Esta ceremonia está dedicada a conmemorar el sacrificio del
caudillo de la Independencia y padre de las instituciones
republicanas nacionales, y según lo expresara el mismo Renan, “en
materia de recuerdos nacionales, los duelos valen más que los
triunfos, pues imponen deberes y exigen el esfuerzo en común”.
No podría ser yo quien pudiera pedir las razones en que se funda
el sentimiento popular de admiración hacia aquel que fue sacrificado
para darnos una patria. Pero si se nos preguntara, en cambio, por
qué consideramos a Morelos como un héroe, y en qué grado
excelso lo fue, responderíamos con las palabras de un filósofo
alemán contemporáneo nuestro, Max Scheler, que el hombre cuyo
sacrificio hoy rememoraremos, corresponde exactamente a aquel
tipo ideal de persona humana, de persona semidivina, como el
héroe de los griegos, dedicada en el centro mismo de su ser a la
realización de lo que es noble, y cuya virtud fundamental es la
nobleza natural de cuerpo y de espíritu, correspondiéndole una
nobleza igual de sentimientos. Porque manifestó en su actividad una
exuberancia que sobrepasa la medida común de los seres
humanos, y como reunió en su persona las funciones de estadista y
de jefe militar, cabalmente representó la más elevada forma de
heroísmo activo.
Don José María Morelos y Pavón es verdaderamente un héroe,
porque realizó y llevó a cabo sucesos nacionales y porque, dentro
de la pauta señalada como medida del heroísmo por un autor
especialista en el estudio general del héroe, en abstracto,
redeterminó el curso de la historia mexicana. Pero nuestro mártir no
fue el tipo del héroe que Sidney Hook señala como entrañando
peligros, bajo ciertos aspectos, dentro de una democracia: en
cuanto a que, si bien, dadas sus excepcionales condiciones, el
héroe ve lo que otros no alcanzan a mirar, y tiene un conocimiento
más seguro de lo que debe hacerse para realizar lo que contempla;
aunque abrigue el impulso nacido de su lealtad al ideal democrático,
de que su propio pensamiento se convierta en la fe común de la
mayoría; en cambio, el héroe que actúa dentro de una democracia,
ejerce siempre una presión para obtener mayores facultades,
mostrándose tan presto a aceptar nuevos poderes, como a declinar
éstos después de que le son otorgados; fenómeno común u
ordinario que se justifica en la consideración de que en un mundo
perturbado, ninguna sociedad democrática puede sobrevivir a la
larga, a menos de que confíe a sus caudillos el uso de muy amplios
poderes.
Morelos es un héroe en la mayor y excepcional medida, pues
siendo un gran caudillo nacional, nunca se rindió a las tentaciones
del poder y declinó los honores y títulos que se le ofrecieron. Sus
finales derrotas militares que lo condujeron a su aprehensión y
sacrificio, se nos presentan nimbadas con la gloria inmortal de
haberse producido por su patriótico celo republicano de dar
protección a la subsistencia del Supremo Congreso del Anáhuac.
Uno de los grandes pensadores del Siglo de las Luces, el Barón de
Montesquieu, en su famosísima obra Espíritu de las Leyes,
caracterizó a la república como aquella organización política en la
que la virtud es indispensable para que pueda considerarse como
existente tal forma perfecta de gobierno.
En el proceso que ante la jurisdicción unida, civil y eclesiástica, le
fue seguido a don José María Morelos y Pavón y culminó con la
sentencia a sufrir la pena capital, dictada por el virrey Calleja en 20
de diciembre de 1815; como el Juezcomisionado preguntara al
acusado cuáles eran los fines que se había propuesto al titularse
Siervo de la Nación, con indudable sencillez y clara virtud
republicana contestó, que al resultar electo miembro del Supremo
Poder Ejecutivo, había renunciado al cargo, y que al no haberse
aceptado su renuncia, había pedido a los demás vocales, “que en lo
sucesivo se
había de titular Siervo de la Nación, porque éste le pareció más a
propósito que otro retumbante y también contribuyó algo su
humildad…”
En el distinto proceso que a nuestro héroe se le siguió ante el
Tribunal de la Inquisición, dentro del capítulo 24 de la acusación del
Promotor Fiscal del Santo Oficio, se incluyó el cargo de que Morelos
había querido “erigirse árbitro y señor de la América, en
contradicción de Dios y de los hombres, de la Iglesia, del Rey y de
la patria”. Cargo al que el acusado contestó, diciendo que no había
aspirado “a erigirse en árbitro de la América, ni quería admitir el
tratamiento de Alteza Serenísima, que le daban, suplicando más
bien que le dijeran Siervo de la Nación”.
Aquella natural y sincera virtud republicana del caudillo de la
Independencia, también la encontramos en el Supremo Congreso
Mexicano y en su obra misma, el Decreto Constitucional aprobado
en Apatzingán el día 22 de octubre de 1814. Morelos calificó a dicho
primer documento que aparece en nuestra historia jurídica básica,
como una Constitución Provisional de Independencia, y el Congreso,
a su vez, en el decreto expedido el 24 de octubre, acerca de la
solemne promulgación del dictado dos días antes, se refiere a este
fundamental ordenamiento, expresando que tenía como objeto, “fijar
la forma de gobierno que debe regir a los pueblos, mientras que la
Nación, libre de los enemigos que la oprimen, dicta su Constitución”.
El propio Decreto Constitucional de Apatzingán, en su artículo 237,
reservó a la Representación Nacional la facultad de dictar y
sancionar “la Constitución permanente de la Nación”.
En el Manifiesto de los Diputados de las Provincias Mexicanas a
sus Conciudadanos, fechado el día siguiente de aprobarse el
Decreto Constitucional, se hace un resumen de lo contenido en este
histórico documento político, resumen concebido en estos términos:
 
La profesión exclusiva de la religión católica, apostólica romana, la naturaleza de la
soberanía, los derechos del pueblo, la dignidad del hombre, la igualdad, seguridad,
propiedad, libertad y obligaciones de los ciudadanos, los límites de las autoridades, la
responsabilidad de los funcionarios, el carácter de las leyes: he aquí mexicanos, los
capítulos fundamentales en que estriba la forma de nuestro gobierno.
 
Por cuanto se refiere a las circunstancias en que el Supremo
Congreso Mexicano llevó a cabo sus tareas constituyentes, el propio
Manifiesto dice con estilo heroico, entre otras cosas:
 
Así es, que variando de ubicación frecuentemente, se continuaban día y noche nuestros
trabajos, consultando medidas, discutiendo reglamentos y acordando providencias, que se
expedían sin intermisión, para ordenar la vasta y complicada máquina del Estado. Ni la
malignidad de los climas, ni el rigor de las privaciones, ni los quebrantos de salud harto
comunes, ni los obstáculos políticos que a cada paso se ofrecían, nada pudo interrumpir la
dedicación con que se trataba desde los asuntos más graves y delicados, hasta las
minucias y pequeñeces, que llamaban entonces el cuidado de la soberanía.
 
Uno de los diputados al Supremo Congreso Mexicano, don Carlos
María de Bustamante, recordando las mismas circunstancias de las
labores de esa asamblea, escribe como historiador lo siguiente:
 
El Congreso, en dispersión por los bosques de Ario, Santa Gertrudis, Uruapam y
Apatzingán, se reúne con un puñado de soldados, y guarecido entre los breñales
inaccesibles, alimentados sus miembros con parotas y maíz tostado, y llevando en
comunidad una vida más miserable y estrecha que conocieron los rígidos espartanos,
dictaron en 22 de octubre de 1814 el Decreto Constitucional.
 
El mismo diputado e historiador, al referirse en el número inicial de
su obra periodística La Abispa de Chilpancingo a este Decreto, dice
que
 
sus primeras líneas se tiraron por los Vocales de Guayameo, se comenzó en Tiripetío, se
discutió en Santa Efigenia y se sancionó en Apatzingán. Sus legisladores tenían por lo
común sus sesiones bajo los árboles de los campos y malas chozas, rodeados de
enemigos, y sus privaciones eran tantas, que los más de los días se alimentaban con
esquite, maíz tostado y parotas, comiendo en comunidad a lo espartano aquel rústico
alimento que aún era escaso.
Después de esta descripción, Bustamante pregunta:
 
¿Qué dirá la historia cuando sepa trazar este cuadro de hombres prodigiosos, estos
modelos del más santo, puro y heroico patriotismo? ¿Con qué recompensará sus afanes?
¿Con qué retribuirá sus persecuciones y sus fugas por las serranías de Ario? ¿Cuánto no
se conmoverá nuestra posteridad cuando lea los horribles anatemas que fulminó la
Inquisición contra esa obra de política, y lea las invectivas de sus míseros impugnadores?
 
El régimen político establecido en el Decreto Constitucional
expedido en Apatzingán, tenía indudablemente todas las
características peculiares de una democracia avanzada; se
inspiraba en los modelos creados en las Revoluciones Francesa y
Norteamericana, adoptándose una forma de gobierno
esencialmente republicana, con un Poder Ejecutivo integrado por
tres individuos, iguales en autoridad, los que se alternarían en la
presidencia cada cuatro meses.
Por haber intervenido Morelos en la formación del citado Decreto
Constitucional, al que el Santo Oficio había ya condenado por edicto
fechado el 8 de julio de 1815 con la nota de herético y otras
muchas, también se acusó ante la Inquisición al héroe cuyo
sacrificio conmemoramos este día, “por estar imbuido en las
máximas fundamentales del heretical pacto social de Rousseau, y
demás pestilenciales doctrinas de Helvecio, Hobbes, Spinoza,
Voltaire y otros filósofos reprobados por anticatólicos”, calificándose
en otro capítulo de la acusación al repetido Decreto, como
“abominable Código”.
A principios del año de 1816, el arzobispo electo de México, don
Pedro José Fonte, publicó bajo el título Impugnación del Código de
Anarquía, el parecer del Cabildo de la Iglesia Metropolitana sobre el
Decreto Constitucional sancionado en Apatzingán, rendido en
cumplimiento del edicto del Virrey Félix María Calleja.
Para aquilatar la trascendencia política del movimiento insurgente
acaudillado por don José María Morelos y Pavón, hemos de
recordar que el Congreso de Anáhuac, instalado en Chilpancingo, ya
había declarado en 6 de noviembre de 1813, la absoluta y definitiva
independencia nacional, así como que en el Preámbulo del Decreto
de Apatzingán se señalaban los propósitos que animaron al
Supremo Congreso Mexicano, en estos sencillos y claros términos:
sustraerse para siempre la Nación de la dominación extranjera y
sustituir al despotismo de la monarquía española un sistema de
administración que conduzca a la Nación a la gloria de la
Independencia y afiance sólidamente la prosperidad de los
ciudadanos.
Con el martirio y el sacrificio del heroico caudillo de la
Independencia se produjo un prolongado eclipse total del sol de la
libertad y casi murió la causa nacional y republicana. En nuestra
vida política se registró entonces, primero un estancamiento, y
después un franco retroceso en el campo constitucional.
En efecto, al consumarse la independencia nacional, don Agustín
de Iturbide señaló en el punto 3º del Plan de Iguala, como la forma
de gobierno del nuevo Estado, el régimen “monárquico templado por
una Constitución análoga al país”, designándose en el punto 4º., a
Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía, como los
emperadores. Ambas declaraciones monárquicas después se
reiteraron expresamente en los Tratados de Córdoba.
Qué enorme distancia guardan estas intervenciones políticas del
vallisoletano monárquico y jefe militar de las fuerzas realistas,de
aquellas declaraciones justas y patrióticas, republicanas y
nacionalistas, que figuraban en el Manifiesto de 28 de junio de 1815,
expedido en Puruarán, del Supremo Congreso Mexicano a todas las
naciones, las que refiriéndose a las fiestas extraordinarias con que
los españoles habían celebrado la restitución de Fernando VII,
decían: “como si pudiéramos prometernos grandes cosas de este
joven imbécil, de este rey perseguido y degradado, en quien han
podido poco las lecciones del infortunio, puesto que no ha sabido
deponer las ideas despóticas heredadas de sus progenitores”.
La reacción monárquica verificada en nuestra historia
constitucional bajo el signo negativo de Iturbide, reacción en verdad
incompatible con las ideas de independencia nacional y de la
soberanía del pueblo mexicano, hubo de ser finalmente destruida
desde el momento mismo en que el Congreso Constituyente,
auténtico representante de la Nación, tuvo la libertad para deliberar
pronunciándose en tal circunstancia, el día 30 de marzo de 1823,
por la forma republicana de gobierno y organizando el Supremo
Poder Ejecutivo de un modo semejante al prevenido por el Decreto
Constitucional de Apatzingán.
Vuelto el país a la corriente del progreso e instalado en 7 de
noviembre de 1823 el Congreso General Constituyente, esta
asamblea nacional dictó primero el Acta Constitutiva, de 31 de
enero y después la Constitución Política Federal de 4 de octubre de
1824; documentos fundamentales que organizaron, de modo cabal
y definitivo, a nuestra patria bajo la forma federal de Estado y con la
manera republicana, democrática y representativa; forma y modo
que en las líneas fundamentales de la arquitectura político-
constitucional han subsistido hasta nuestros días, salvadas que
fueron las interrupciones del centralismo despótico y el absurdo y
efímero imperio de un príncipe extraño, pues fueron tales formas de
gobierno y de Estado recogidas en las constituciones de 5 de
febrero de 1857 y del mismo día de 1917, y que hasta donde puede
avizorarse en el futuro de la patria habrán de subsistir
indefinidamente, aunque con las naturales adaptaciones a las
cambiantes circunstancias de los tiempos.
Si como lo expresa Renan, aquel himno espartano que decía:
“Somos lo que fuisteis, seremos lo que sois”, es dentro de su
simplicidad el himno resumido de toda patria; con grande
abundancia se justifica la solemnidad de esta ceremonia en la que el
pueblo de México rinde, fervorosamente, culto al héroe mayor de
nuestra historia, al padre de las instituciones republicanas
nacionales, en la fecha del sacrificio de su existencia terrenal, en
esta mañana de uno de los días finales del año consagrado a
conmemorar el Centenario de la Constitución y del Pensamiento
Liberal Mexicano.
 
22 DE DICIEMBRE DE 1957
 
 
 
 
 
 
 
M
MORELOS ES VERDADERAMENTE UN HÉROE
 
Ciudadano Gobernador Constitucional del Estado
Ciudadano Presidente Municipal
Conciudadanos
 
is palabras preliminares son expresivas del profundo
agradecimiento por habérseme otorgado el alto e
inmerecido honor de intervenir en esta ceremonia cívica
con la que esta mi ciudad natal rinde homenaje al más ilustre de los
héroes nacionales, don José María Morelos, en ocasión del
aniversario de su natalicio.
Excesivo encargo es el que se me ha conferido para tomar parte
en este acto, que es la recordación más viva y más ferviente que
realizan sus coterráneos, de aquel prodigio humano que naciera en
esta ciudad de Valladolid de Nueva España el día 30 de septiembre
de 1765.
Soy el primero en reconocer mi carencia de aptitudes para hacer
el merecido elogio del grande hombre cuya memoria venera toda la
República y no sólo esta ciudad, la que cambió su nombre mismo,
para adoptar el que hiciera a Morelos su propio hijo epónimo.
Sin embargo, he de cumplir, en la escasa medida de mis débiles
fuerzas, el deber de participar en este acto de culto cívico, mediante
el cual el pueblo michoacano y esta capital rinden honores al genial
fundador de nuestras instituciones políticas fundamentales.
El tributo que ofrecemos al gran Morelos es esta ceremonia, es
conforme a las enseñanzas que nos da Platón en su diálogo La
República, y es así como no venimos a lamentar la muerte del
héroe, ni su martirio: sino que aquí estamos congregados para
conmemorar su nacimiento, su aparición en el escenario de la Patria
mexicana, en el que en plena madurez de su existencia habría de
realizar profundas y diversas expresiones de heroísmo auténtico.
El culto a la figura heroica de Morelos nació y se afirmó desde los
mismos días en que ocurrió su final desgracia, con su captura y
prisión, con sus procesos ante la Jurisdicción Unida, militar y
eclesiástica y ante el Tribunal del Santo Oficio, con la ejecución de
las correspondientes sentencias: el “Autillo”, celebrado en la
Inquisición y la abjuración “de formali”, la degradación del
sacerdocio y el fusilamiento en Ecatepec; pues todos esos
momentos de verdadera agonía contribuyeron a la definitiva
conformación de su figura heroica y a su ingreso inmortal en el
Panteón de nuestra Patria.
Ya la Junta Subalterna, al recibir la confirmación definitiva de la
infausta noticia de que el Generalísimo había sido capturado en la
acción de Tesmalaca, sacrificándose para lograr la salvación de las
tres Corporaciones, celebró una reunión en Taretan, el día 1o. de
diciembre de 1815, en la que, según textualmente se declara en el
acta relativa a esa sesión, los Señores Vocales se entregaron “al
debido sentimiento y al más activo dolor por la desgracia del amado
Padre de la Patria, de la firme columna que la había mantenido
hasta aquí, del mayor héroe que han conocido los siglos y cuyo solo
nombre fundaba la esperanza de los pueblos”.
Días antes, la misma Junta Subalterna de Teretan, al darse por
sabedora de la llegada de las Corporaciones a su inmediato punto
de destino, salvadas que fueron por el sacrificio de don José María
Morelos, expresó que tal noticia “le ha llenado de júbilo y
complacencia”, pero que le había sido tan doloroso conocer la
sensible pérdida del Padre de la Patria,
 
que siempre tendrá que llorar suceso tan desgraciado, sin que encuentre el Congreso otro
remedio a la pérdida de tan gran tamaño, que la reflexión de que la Omnipotencia Divina así
lo ha dispuesto: que las Augustas Corporaciones están a salvo; que nuestro gobierno está
sistemado, y que el Altísimo ha de proteger nuestra justísima causa.
 
La Junta Subalterna expresó en la forma antes transcrita, no sólo
sus sentimientos de cristiana resignación ante la caída del caudillo,
sino que la consideró como un verdadero sacrificio realizado para
alcanzar la consolidación de las nuevas instituciones republicanas y
para obtener el triunfo completo de la revolución de independencia.
El héroe, de acuerdo con la tradición clásica, es ejemplo y
paradigma de los supremos valores, y la sociedad ve en estos
arquetipos humanos la realización cabal de sus ideales, así como el
vínculo que mantiene unidos a los que integran la nación.
Para alcanzar la dimensión vital del héroe, poco o nada importa
que en su existencia física y terrenal el hombre haya realizado en la
práctica los planes propuestos para el cambio radical de las
antiguas formas políticas y sociales, y es así como los precursores
son los mejores llamados por la vocación de auténticos genios
tutelares de la comunidad política. La frustración aparente y
momentánea que padecen los visionarios y reformadores, el
sacrificio y martirio de que se hace víctima a quienes se rebelan
contra los dioses vigentes de la ciudad, son los mejores títulos para
que su pueblo, al desaparecer aquellos y aún después de mucho
tiempo, les rinda legítimo culto cívico, considerándolos como
símbolos de la colectividad y aún como semidioses que vivieron
realmente en la tierra.
Para reconocer a Morelos como nuestro héroe, no necesitamos
recordar las fulgurantes hazañas que llevó a cabo en sus diversas
campañas militares, ni enumerar sus grandes victorias guerreras.
En este capítulo bastaría repetirlas palabras contenidas en el
Manifiesto que el Supremo Congreso Mexicano dirigió a todas las
naciones, expedido en Puruarán el día 28 de junio de 1815: “No
pueden dudar los españoles del valor y constancia de nuestros
guerreros, de su técnica y disciplina adquirida en los campos de
batalla, del estado brillante de nuestros ejércitos armados con las
bayonetas mismas destinadas para destruirnos”.
Si a la presente generación de mexicanos se nos preguntara por
qué consideramos a Morelos como héroe y en qué grado excelso lo
fue, habríamos de responder, siguiendo la tesis del gran filósofo
alemán moderno, Max Scheler, que el hombre nacido en esta bella y
noble Ciudad, hace hoy ciento noventa y nueve años, y a quien está
dedicado este monumento, erigido como apoteosis material,
corresponde exactamente a aquel tipo ideal de persona humana, de
persona semi-divina como el héroe de la antigua Grecia, dedicado
en el centro mismo de su ser a la realización de lo que es noble, y
cuya virtud fundamental es la nobleza de cuerpo y espíritu y con
una nobleza igual de sentimientos. Porque manifestó en su
actuación una exuberancia que sobrepasa la común medida de los
seres humanos y quien, por haber reunido en su persona las
calidades de estadista y de jefe militar, representó cabalmente la
forma más elevada del heroísmo activo. Morelos es
verdaderamente un héroe, porque realizó y llevó al cabo sucesos
nacionales, porque redeterminó el curso de la historia nacional y
fue, mediante la formulación de su ideario político y social, el más
destacado de los fundadores del Estado mexicano.
Don José María Morelos es héroe en la mayor y excepcional
medida, ya que siendo un caudillo nacional y un jefe militar de
capacidad extraordinaria, nunca se rindió a las tentaciones del poder
y aún declinó los títulos y honores que se le ofrecieron, habiendo
optado por usar el nombre que él mismo dio como más significativo
de su cometido: el de Siervo de la Nación.
 
Las derrotas militares que al final de su vida lo condujeron a su
aprehensión y martirio, se nos ofrecen nimbadas con la gloria
inmortal de haberse producido a causa del desmedido celo
republicano de dar protección y salvar de la furia realista a los
miembros del Supremo Congreso de Anáhuac, y de las otras
Corporaciones.
Morelos no se previno por la intención puesta en el interrogatorio
al que fue sometido en el proceso militar, y así consta textualmente
en los autos relativos, que “preguntando si procuró con todo el
esfuerzo que le fue posible, llevar adelante su proyecto hasta
conseguir la independencia, sin reparar en los medios y males que
trae consigo de muertes, incendios y demás daños, por todo el
tiempo que ha servido a la llamada Nación Americana”, respondió
sencillamente “que sí”, y en cuanto al cargo que se le hiciera por el
delito de alta traición, así de la ruina de su patria, dijo que “no creyó
incurrir en el delito de alta traición cuando se decidió por la
independencia de esta Provincia” y que “trabajó cuanto pudo para
establecerla”, y finalmente, “que los males que se han seguido
desde que se perturbó la paz en este Reino, son consiguientes a
toda Revolución Popular”.
Para aquilatar la trascendencia política del movimiento insurgente
acaudillado por don José María Morelos, basta recordar que el
Congreso de Anáhuac, instalado en la Ciudad de Chilpancingo,
había declarado desde el 6 de noviembre de 1813 la absoluta y
definitiva independencia nacional, y que en el Preámbulo del
Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, se
señalaban como propósitos que animaron a los autores de la
Constitución de Apatzingán, los siguientes: substraerse la Nación
para siempre de la dominación extranjera, y sustituir al despotismo
de la monarquía de España un sistema de administración que
reintegrando a la Nación misma en el goce de sus augustos
imprescriptibles derechos, la conduzca a la gloria de la
independencia y afiance sólidamente la prosperidad de los
ciudadanos.
Nuestro héroe epónimo, desde el campo de Agua Dulce y en 5 de
junio de 1814, escribió al Congreso para reiterar a este cuerpo
soberano su adhesión de siervo y ex-
presarle estar dispuesto al servicio de la patria, sin variar su
juramento ni entrar en discordia alguna. Estas manifestaciones de
humildad ciudadana fueron dadas en respuesta al Manifiesto del
Supremo Congreso expedido en Huetamo o en la hacienda de
Tiripatío, por el que se prevenía la necesidad de que los americanos
se mantuvieron unidos y desaparecieran las divisiones, provocadas
desde el campo realista y en el que se anunciaba la próxima
expedición de la Carta sagrada de la libertad, haciéndose este
elocuente resumen:
 
 
La división de los tres poderes se sancionará en aquel augusto Código; el influjo excesivo
de uno solo en todos o en algunos ramos de la administración pública se proscribirá como
principio de la tiranía; las corporaciones en que han de residir las diferentes potestades de
la soberanía, se erigirán sobre sólidos cimientos de la independencia y sobre vigilancias
recíprocas; la perpetuidad de los empleos y los privilegios sobre esta materia interesante,
se mirarán como destructores de la forma democrática del gobierno.- Todos los elementos
de la libertad han entrado en la composición del reglamento provisional, y este carácter os
deja ilesa la imprescriptible libertad de dictar en tiempos más felices la Constitución
permanente con que queráis ser regidos.
 
El pensamiento político de la revolución insurgente acaudillada por
Morelos alcanza todavía mayor solidez y logra una cabal
modernidad, en la etapa final de la vida del héroe michoacano, al
producirse el ocaso de su gloria militar, que culminó con su
aprehensión y su sacrificio. El día 14 de Julio de 1815, unas cuantas
semanas antes de la acción de Tesmalaca, en Puruarán, promulga
el Supremo Gobierno tres decretos expedidos por el Congreso
Mexicano sobre materias del orden internacional y cuya lectura es
realmente conmovedora, ya que sus propósitos no se ajustaban a
las circunstancias de la realidad y a las necesarias para su efectiva
vigencia o aplicación en la práctica.
En el primero de dichos decretos de Puruarán, cuya parte
dispositiva describe con gran precisión las banderas adoptadas por
el Congreso, tanto la de guerra, como la parlamentaria y la de
comercio, en su motivación afirma:
 
El Supremo Congreso Mexicano viendo con el mayor placer y satisfacción que sacudido
con esfuerzos y sacrificios incalculables el ignominioso yugo español, ha logrado la heroica
nación americana colocarse con la investidura de independiente y soberana entre las
demás que pueblan el universo, y persuadido al mismo tiempo de que a esta favorable
mudanza de fortuna es consiguiente aparecer en el mundo con todos los caracteres y
señales, que según el derecho de gentes indican un gobierno supremo y libre de toda
dominación extranjera..., ha resuelto establecer las Banderas Nacionales con que deberá
anunciarse así en mar como en tierra, la Guerra, la Paz y el Comercio.
 
En su carácter de Presidente del Supremo Gobierno Mexicano, y en
la misma fecha de promulgación de los citados Decretos del
Congreso, Morelos escribe desde Puruarán una carta al Presidente
de los Estados Unidos de América, James Madison, para acreditar
al licenciado don José Manuel de Herrera como Ministro
Plenipotenciario de la América Mexicana. Aun cuando esa carta no
llegó a presentarse a su destinatario, pues Herrera la envió solo en
copia, desde Nueva Orleans y en 1o. de marzo de 1816, varios
meses después del fusilamiento de Ecatepec; sin embargo de todas
las desgracias y las fatalidades que ocurrieron después de escrita,
así como la enorme distancia que mediaba entre la realidad y el
pensamiento contenido en esa credencial, no queda disminuido el
mérito de las sublimes ideas expresadas por su autor. Por ello
estimo que resulta ser un adecuado homenaje para éste, dar lectura
a las partes esenciales de un documento casi desconocido entre
nosotros y que es una de las más brillantes disertacionespatrióticas
del Caudillo del Sur:
 
Cansado el pueblo mexicano de sufrir el enorme peso de la dominación española, y perdida
para siempre la esperanza de ser feliz bajo el gobierno de sus conquistadores; rompió los
diques de su moderación, y arrostrando dificultades y peligros que parecían insuperables a
los esfuerzos de una colonia esclavizada, levantó el grito de su libertad y emprendió la obra
de su regeneración.
Los desastres que traen consigo las alternativas de la guerra... jamás han abatido nuestros
ánimos, sino que sobreponiéndonos constantemente a las adversidades e infortunios,
hemos sostenido por cinco años nuestra lucha, convenciéndonos prácticamente de que no
hay poder capaz de sojuzgar a un pueblo determinado a salvarse de la tiranía.
Nuestro sistema de gobierno habiendo comenzado como era natural, por los más informes
rudimentos, se ha ido perfeccionando sucesivamente según que lo han permitido las
turbulencias de la guerra, y hoy se ve sujeto a una Constitución cimentada en máximas a
todas luces liberales y acomodada en cuanto ha sido posible al genio, costumbres y
hábitos de nuestros pueblos, no menos que a las circunstancias de la revolución. Con el
transcurso del tiempo recibirá modificaciones y mejoras a medida que nos ilustre la
experiencia; pero nunca nos desviaremos una sola línea de los principios esenciales que
constituyen la verdadera libertad civil.
 
Con el martirio y el sacrificio del heroico caudillo de la Independencia
se produjo un prolongado eclipse total del sol de la libertad y casi
murió la causa nacional y republicana. En nuestra vida política se
registró entonces, primero un estancamiento, y después un franco
retroceso en el campo constitucional.
En efecto, al consumarse la independencia nacional, don Agustín
de Iturbide señaló en el punto 3o. del Plan de Iguala, como la forma
de gobierno del nuevo Estado, el “régimen monárquico templado por
una Constitución análoga al país”, designándose en el punto 4o., a
Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía, como los
emperadores. Ambas declaraciones monárquicas después se
reiteraron expresamente en los Tratados de Córdoba.
Qué enorme distancia guardan estas intervenciones políticas del
vallisoletano monárquico y jefe militar de las fuerzas realistas, de
aquellas declaraciones justas y patrióticas, republicanas y
nacionalistas, que figuraban en el Manifiesto de 28 de junio de 1815,
expedido en Puruarán, del Supremo Congreso Mexicano a todas las
naciones, las que refiriéndose a las fiestas extraordinarias con que
los españoles habían celebrado la restitución de Fernando VII,
decían: “como si pudiéramos prometernos grandes cosas de este
joven imbécil, de este rey perseguido y degradado, en quien han
podido poco las lecciones de infortunio, puesto que no ha sabido
deponer las ideas despóticas heredadas de sus progenitores”.
La reacción monárquica verificada en nuestra historia
constitucional bajo el signo negativo de Iturbide, reacción en verdad
incompatible con las ideas de la independencia nacional y de la
soberanía del pueblo mexicano, hubo de ser finalmente destruida
desde el momento mismo en que el Congreso Constituyente,
auténtico representante de la Nación, tuvo libertad pronunciándose
en tal circunstancia, el día 30 de marzo de 1823, por la republicana
de gobierno y organizando el Supremo Poder Ejecutivo de un modo
semejante al prevenido por el Decreto Constitucional de Apatzingán.
A la distancias de casi dos siglos de su nacimiento, venimos hoy a
rendir nuestro cálido tributo a don José María Morelos, recordando
algunos de los títulos por los que guarda un lugar privilegiado en el
corazón del pueblo mexicano; venimos a celebrar una ceremonia de
culto cívico dedicado a un héroe excepcional, renovando la ofrenda
que le es debida por la gratitud nacional.
Como lo dijera Ernesto Renan, el himno de toda patria se resume
en aquellas simples palabras del himno espartano: “Somos lo que
fuisteis, seremos lo que sois”, y con las palabras de Edmundo
Burke, “el pueblo que jamás mira atrás, hacia sus antepasados,
tampoco mirará adelante, a la posteridad”; queda así con gran
abundancia justificada esta ceremonia, en la que el pueblo
michoacano y el de la antigua Valladolid conmemoran el nacimiento
del más grande de sus hijos.
 
MORELIA, MICH., 30 DE SEPTIEMBRE DE 1964.
T
GRANDEZA REPUBLICANA DE MORELOS
 
Señor Rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo
Señores profesores y alumnos universitarios
Señoras y Señores
 
an alto como inmerecido, es el honor que recibo al intervenir
en esta ceremonia de culto cívico, que organiza la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, al
cumplirse hoy cabalmente un siglo y medio del sacrifico del héroe
don José María Morelos, creador de nuestras instituciones públicas
nacionales.
Sin tener los dones naturales de la elocuencia, ni conocer el
manejo de los instrumentos de la Retórica, –y tales dones y
conocimiento habrían de ser en gran medida para acercarse a ser
los justos que nuestro héroe merece–; no he podido rehusarme a
participar en este acto de recordación del más auténtico creador de
nuestro Estado, al considerar que se me ha requerido para tamaña
empresa, en mi sencilla condición de un nicolaita, que desde los
primeros años de su vida ha profesado una real veneración hacia el
mártir de Ecatepec, y que ya en los años de su madurez ha
acendrado el culto hacia nuestro epónimo, buscando con verdadera
pasión las luminosas huellas documentales que precisan con más
vigor el tránsito de este coloso humano que es José María Morelos
y Pavón.
También he aceptado el honor de participar en este acto de culto
cívico, no obstante que sé que “para tan grande nombre no hay
elogio que le sea igual” –tanto nomine nullum par elogium–, porque
la encomienda requerida de mí significa el cumplimiento de una
función ciudadana.
Esta ceremonia está dedicada a conmemorar el sacrifico del
caudillo militar más insigne de la Independencia y padre de nuestras
instituciones republicanas, y en esa virtud, como bien lo dijera
Ernesto Renan, “en materia de recuerdos nacionales, los duelos
valen más que los triunfos, pues imponen deberes y exigen el
esfuerzo común”.
A la distancia de un siglo y medio, la actual generación de
mexicanos, ante la caída y el sacrificio de nuestro héroe, no está ya
en la circunstancia en que se encontraba a principios de diciembre
de 1815 la Junta Subalterna de Taretan, al conocerse con
certidumbre que Morelos había sido capturado por el enemigo. No
podemos, no debemos ya entregarnos “al debido sentimiento y al
más activo dolor por la desgracia del amado Padre de la Patria, de
la firme columna que la había mantenido hasta aquí, del mayor
héroe que han conocido los siglos y cuyo sólo nombre fundaba la
esperanza de los pueblos”; ni habremos de cumplir ahora lo que la
propia Junta Subalterna preveía: “que siempre tendrá que llorar
suceso tan desgraciado”. Más exacto es el consuelo que dicha
Junta se hacía ya ante tan grande pérdida: “que las Augustas
Corporaciones están a salvo; que nuestro gobierno está sistemado,
y que el Altísimo ha de proteger nuestra justísima causa”.
El grande hombre cuya muerte física hoy conmemoramos es un
héroe en la máxima dimensión del concepto, porque realizó en
verdad y llevó a cabo sucesos nacionales y porque redeterminó el
curso de la historia mexicana.
Creo de mi deber, como estudioso de las fuentes originales o
auténticas del pensamiento político de Morelos, descubrir en esta mi
primera Casa de Estudios un documento poco conocido del gran
patriota y en el que se revela su grandeza republicana. Más,
infinitamente más, que cualquier elogio que pudiera hacerse a
Morelos, es lo que éste por sí mismo logra cuando leemos lo que en
defensa de su actuación hace con motivo de las disenciones
surgidas entre los Vocales de la Junta Suprema Nacional.
 
 
Excmos. Señores:
 
Con esta fecha digo al Señor Rayón lo siguiente:
 
Hasta esta fecha he procedido de buena fé, he procedido, digo, sin la más mínima
desconfianza,trabajando incesantemente con ánimo de pedir mi retiro concluida la
empresa, como en otras veces lo he insinuado. Sigo con este mismo fin e intenciones;
pero en vista de los actuales acontecimientos entre los compañeros, no será de extrañar
que en lo ulterior use de precauciones, sin fiarme de nadie, porque así debo hacerlo en
justicia y en conciencia.
Ni por la imaginación me ha pasado ser algo, ni mucho menos fungir; y se me ha informado
que entre los compañeros tengo el epíteto de déspota. No hallo ciertamente por dónde haya
yo caído en este crimen, y lo prueban (aunque sin necesidad) las razones siguientes.
Siendo Capitán General el Señor Hidalgo y yo Cura de Carácuaro, me dio el título de
Lugarteniente, encargándome el Tierra Caliente y Costa del Sur, en que debía formar
Regimientos, Brigadas y todo lo más que cabía bajo mi título, que supongo era de Teniente
General como se deja ver, aunque no se haya expresado en la instalación de Acámbaro; y
sin embargo, no usé de este tratamiento hasta el año, porque jamás he querido fungir, pues
aunque en mi Ejército me nombraron General, cualesquiera lo es en una División de dos o
tres mil hombres.
Hecha segunda instalación en Zitácuaro se me remitió el título de Teniente General, del
como ya lo tenía aunque sin uso, dí las gracias a los Señores por la continuación, lo que no
prueba despotismo.
Contra la pretensión de la mayor parte del Reino, que sólo quería estar sin órdenes, he
trabajado obligándolos a que reconozcan un Congreso Nacional, remitiéndolos al
conocimiento de S.M. la S.J., a quien he manifestado sencillamente varias veces esto
mismo, y a quien he tratado e instado no pocas sobre que se aumente el número en el
Congreso. Son infinitas las pruebas, aún restan las mayores.
El régimen que he observado de no tener Capitán sin Compañía, Coronel sin Regimiento,
brigadier sin brigada, &, no arguye despotismo, sino seguridad y buen orden; lo mismo que
no admitir oficiales de otro Departamento con el título de tales, si no es que comiencen su
carrera desde soldados, porque sería con agravio de los que han contraído su mérito en
este Ejército, y tal vez con perjuicio de otra División, de donde se desquicia el oficial, a
quien reprendo por haberse separado de otro Departamento, donde sin duda hace falta su
bulto; y no quiero merecer el mío con perjuicio de otro. ¿Quién, pues, me podrá argüirme
de pecado? Basta para justificación, y atajar cualquier rumor, que ciertamente me
desagrada, bien que él no he dado ascenso cierto.
Lo participo a vuestras excelencias para su inteligencia.
 
Dios guarde a V. Eas. muchos años.
Veladero marzo 28 de 1813.
JOSÉ MARÍA MORELOS
Excmos. Srs. Capitanes Generales Don José María Liceaga y Doctor Don José Sixto
Berdusco.
 
 
Morelos así realizó de manera excelsa y en forma constante aquella
cualidad o elemento que el Barón de Montesquieu exigía como
indispensable para la existencia de la forma perfecta de gobierno, o
sea la República; la virtud política.
En el proceso que ante la Jurisdicción Unida se siguió a nuestro
héroe, y que culminó con la sentencia dictada por el Virrey Calleja
en 20 de diciembre de 1815, como el Juez comisionado preguntara
al reo cuáles eran los fines que se había propuesto al titularse SIERVO
DE LA NACIÓN, con sencillez y clara virtud republicana respondió, que
al resultar electo miembro del Supremo Poder Ejecutivo, había
renunciado el cargo, y que al no haberse aceptado su renuncia,
había pedido a los demás Vocales, “que en lo sucesivo se habrá de
titular SIERVO DE LA NACIÓN, porque éste le pareció más a propósito
que otro retumbante, y también contribuyó algo su humildad…”
En el distinto proceso ante el Tribunal de la Inquisición, la
acusación del Promotor Fiscal del Santo Oficio, incluyó, bajo el
Número 24, el cargo de que Morelos había querido “erigirse Árbitro
y Señor de la América, en contradicción de Dios y de los hombres,
de la Iglesia, del Rey y de la Patria”.
A este cargo el acusado respondió, que no había aspirado a
erigirse en árbitro de la América, ni quería admitir el tratamiento de
Alteza Serenísima, que le daban, suplicando más bien que le dijeran
Siervo de la Nación.
Tengo una segura y cabal conciencia de la limitación de mis
palabras, y a tal auto-crítica de mi pobreza retórica se une la
admiración hacia un manuscrito que he conocido muy
recientemente, después de ser invitado por el señor Rector
Bremauntz, manuscrito que creo permanece inédito. Su autor, el
licenciado don Carlos María de Bustamante, fue precursor de
nuestra insurgencia y después participó, de muy variadas y
brillantes maneras al lado del héroe cuyo martirio hoy
conmemoramos, y en dicho trabajo recurre el artificio de hacer
hablar al propio Morelos dirigiéndose admonitoriamente a sus
conciudadanos. Quiero imaginarme que el insigne periodista e
historiador de nuestra Guerra de Independencia, le satisfará que
hoy, en esta fecha solemne y en esta casa de estudios, tan ligada a
las vidas culturales del Padre de la Patria y del Cura Morelos, se dé
lectura pública a tan preciosa pieza literaria.
 
Compatriotas:
En este día de honor y de ventura para la Nación mexicana, revistiéndome de los más
nobles sentimientos que animaron el corazón magnánimo del Héroe del Sur José María
Morelos, no puedo menos de pasar delante de vosotros una ligera reseña de sus triunfos,
para excitaros a la imitación de aquel héroe extraordinario y para que améis y respetéis las
leyes. Morelos clarificado y libre de pasiones groseras, colocado en aquel lugar que según
dijo Cicerón en el Sueño de Scipión hay preparado en el cielo para los que se sacrificaron
por su Patria, os habla el lenguaje de la verdad; prestad vuestra atención para escucharlo.
Llevado el celo por la libertad de mi cara Patria, reuní un puñado de hombres con los que
me presenté en la Costa de Acapulco; rodeado de peligros engrosé en medio de las fatigas
de la guerra mi pequeña fuerza, destruí las divisiones enemigas que infestaban aquella
costa, ocupé a Chichihualco y Chilpancingo, me situé en Tixtla, conservé aquel punto
interesante y lo defendí con tesón y gloria con mengua del General Español Fuentes y mi
ejército se batió con el suyo destruyéndolo en campo raso con cuyos despojos y
armamentos municioné mi tropa. Repúseme de la fatiga de ocho meses en el pueblo de
Chilapa, dando orden y disciplina a mis soldados, aumentándolos con nuevos reclutas,
vestí el ejército cuanto me fue posible y pasada la estación de aguas continué mi campaña.
Chiautla e Izúcar cedieron al valor de mis soldados, y esta Villa me vio resistir con sólo la
guardia de mi escolta y unos pocos soldados la fuerza de 1000 hombres mandados por
Soto Maceda, que venía en demanda de mi cabeza para situarla a la entrada en Puebla y
ejecutar en mí escarmiento ejemplar haciéndome sufrir tormentos exquisitos. Cambióse la
suerte, derrotélo con ignominia, seguílo en su fuga, y dentro de segundo día murió de las
heridas recibidas en la acción. Continué mi carrera con gloria y fueron teatros de ella Taxco,
Tecualoya y Tenancingo. Recia y porfiada fué la acción que por dos días consecutivos
sostuve en este pueblo y en la que quedó humillado el sanguinario Porlier, y hecho más
tratable y comprensivo para con los Americanos. Tenancingo, sembrado de cadáveres de
Realistas y entregado en parte a las llamas, siempre ha estado fijo en mi memoria, y
siempre la he recordado estremeciéndome de los estragos de una guerra civil desoladora;
marché a Cuautla y allí aguardé al ejército de Calleja que venía precedido de la desolación
y la muerte. Su general ceñía en las sienes los laureles que acababa de cortar en Aculco,
Guanajuato, Calderón y Zitácuaro; lisonjeábase del triunfo y aún antes de conseguirlo sobre
mi ejército ya lo celebraba y recibía plácemes de Venegas por haber terminado con mi
ruina la Revolución mexicana. No plugo al cielo darle este triunfo; esperélo a las orillas de
Cuautla Amilpas, yo en persona reconocí su ejército, y me batí con sus guerrilleros, sin
penetrar a lo interior del lugar y ocupandoyo sus edificios le causé estragos horrorosos; la
famosa columna de granaderos remolineó varias veces y si no tomó la fuga se contuvo por
las súplicas de su caudillo, que con lágrimas y con ruegos les suplicaba no perdiesen en
aquel momento el honor de los triunfos que habían conseguido en días más aciagos para la
Patria. Confié en mi fortuna y me decidí a sostener el sitio que sabía yo iba a ponerme
auxiliado con las mejores tropas expedicionarias que marchaban a Puebla y que ya habían
recibido una repulsa vergonzosa de una División mía que defendió con gloria segunda vez
a Izúcar a las órdenes del Coronel Guerrero. Durante los meses de Marzo y Abril de 1812
fui atacado diariamente en mis puntos malamente defendidos con trincheras ligeras de
piedra en Cuautla; el agua que bebía con mis soldados la compramos al precio de nuestra
sangre y sudores en muy crudos reencuentros, familiaricéme con todos los peligros de la
guerra, y me mantuve tranquilo en medio de ellos; faltáronme los víveres, me ví reducido a
la miseria por absoluta falta de víveres, picaba la peste en mi ejército, y me decidí a
marchar sobre los puntos más fortificados de Calleja. Por todos ellos le hacía sentir el valor
y la decisión de mis soldados, cuando ellos entendieron que yo me salía, su caballería dió
alcance a las miserables familias que me seguían, y en ellas hizo tal destrozos que el
campo presentaba la imagen de un Cementerio, lleno de despojos de víctimas humanas.
Recibí una caída al salir de Cuautla, cuyas resultas funestas iban a acelerar el curso de
mis días con una apostema en el estómago. Salvé de tales peligros, pero aún estaban
superados los que me quedaban; una División enemiga que protegía al rebelde Chilapa,
que en mi ausencia había abrazado el plan de mis enemigos, se me presentó a sus
inmediaciones, pero fue derrotada con gloria de la Nación. Alentado con este triunfo marché
a Huajuapan, que sufría un sitio igual al de Cuautla, pero sitio sostenido con gloria por el
Coronel Valerio Trujano. Llegué, ví, vencí y ocupé un lugar el más a propósito para
emprender desde allí las más gloriosas empresas. Marché a Tehuacán, y di mejor forma y
arreglo a mi ejército; en Ozumba me recordó la fortuna su inconstancia para que no me
engriese con una serie de triunfos, sufrí un descalabro poco considerable, pero me repuse
con usura en la Villa de Orizaba, que tomé a viva fuerza; la guarnición se componía de
valientes, y a fe mía que sentí mucho derramar la sangre de Americanos tan dignos de
militar por mejor causa. La fortuna tornó a hacerme probar su inconstancia dentro de pocos
días en las cumbres de Acultzingo, pero en el Rancho de la Virgen un destacamento de mi
ejército y el ejército mandado por mí en persona en Oaxaca se llenaron de gloria; ocupé
aquella hermosa ciudad, después de un reñido combate me llené de toda clase de
satisfacciones, pero no supe aprovechar las ventajas que me proporcionaba su situación
topográfica que me era desconocida. Para completar la conquista del Sur marché sobre
Acapulco, luché a brazo partido con la naturaleza de aquel clima caliente y escaso de
víveres, tomé la ciudad después de una lid porfiada y emprendí el sitio del Castillo sin
artillería de batir. Medidas acertadas, como la de ocupar la Isla Roqueta de donde se
surtían los sitiados de agua y leña, me proporcionaron la rendición de aquella fortaleza;
capituló honrosamente, y no fué menos para mi ejército plantar sobre sus almenas el
Pabellón mexicano; este triunfo costó muchas víctimas que nos rebató la peste, el hambre
y la inclemencia de un sitio sostenido con vigor por el largo espacio de seis meses.
Creí que era tiempo de dar a la Nación un Congreso que asegurase su libertad por leyes
justas y formase una Constitución; reunílo en Chilpancingo, formándolo de los primeros
generales que zanjaron los fundamentos del Orden en Zitácuaro, pero tuve la debilidad de
admitir por las excitaciones de un motín militar del odioso título de Generalísimo y de recibir
el mando para hacer posible las disposiciones del Congreso.
El Poder Ejecutivo distante muchas leguas del legislativo, es un absurdo inconcebible; tales
fueron sus resultados que han costado a la Patria muchas lágrimas. Cuando la Nación
esperaba de mí que regresase a Oaxaca para sacar de aquella Provincia todos los
recursos que pródigamente me ofrecía para consolidar lo conquistado, emprendí mi
marcha a Valladolid deslumbrado con que desde aquel punto central estaría mejor situado
el Congreso y deseoso de adquirir una nueva gloria en el lugar donde había pasado mi
juventud; erróse mi combinación, quise guardar las formalidades del Derecho de guerra
intimando la rendición de la Plaza, formalidades que no debiera porque mis enemigos no
las habían observado conmigo, demoréme en ellas algunas horas, las más favorables para
mis enemigos, pues se presentaron luego sobre la plaza en su socorro, aprovechándolas;
y sufrí un descalabro que rebató 700 hombres en la tarde del 23 de Diciembre. Continuó la
desgracia persiguiéndome en la siguiente tarde, en que el enemigo intentó sorprenderme en
mi campo, costóle caro la empresa, pero más cara me fue a mí, pues equivocadamente se
atacaron mis divisiones unas a otras, creyéndose enemigas. Retiréme a las inmediaciones
de Valladolid, perdí todo mi prestigio; me hice fuerte en Puruarán, a donde el enemigo
victorioso me persiguió, la mala condición del punto fortificado por mi segundo General
Matamoros influyó en la pérdida de la acción y de aquel resto de ejército, y lo que es más
sensible, en la pérdida del mismo Matamoros, que fue prisionero y después fusilado en
Valladolid. Fijóse desde aquel día la época de mis desgracias, mis conquistas
desaparecieron como humo, y el enemigo supo aprovecharse de mi desventura
aumentando doblemente su poderío y prestigio. Sin embargo, luchando con la adversa
fortuna, después de repetidas quiebras y persecuciones, puesto a la cabeza del Congreso
que había creado como Presidente del Poder Ejecutivo, conseguí que la Nación recibiera
con entusiasmo la Constitución provisional de Apatzingán. Abrióse un nuevo campo de
gloria, trasladando el Congreso a Tehuacán como punto céntrico desde donde auxiliados
por mar por Boquilla de Piedra pudiese fortificarme en Oaxaca y consolidar el Plan más
grandioso que por entonces pudiera ofrecer la Nación. Confióseme la dirección del
Congreso por caminos ásperos y casi desconocidos, teniendo que ocultar mi marcha al
enemigo; felizmente había atravesado 60 leguas de puntos fortificados… mas al llegar a
Tesmalaca, por un yerro de cuentas, el enemigo me sorprende, apenas tengo tiempo para
ocupar una posición militar en la que me sostengo para proporcionar al Congreso su fuga;
al fin no pudiendo resistir a la fuerza que me carga, soy prisionero, pero lo soy después de
que por mi resistencia se ha salvado del enemigo; entonces me entrego tranquilamente
en sus manos, y ni las presiones, ni los ultrajes y sarcasmo me ofenden; estoy
inundado de gozo contemplando que el Congreso se ha salvado, y que la Nación ya no
carecería de gobierno ni de leyes. Conducido a la Inquisición de México y a la Ciudadela
sufro tres procesos y un Autillo de fe en que se me trata como a un Ateísta a pesar de que
con mis propias manos había yo eregido un templo a Dios en mi curato de Nocupétaro;
se me presenta en espectáculo en mi prisión y de remotos lugares vienen a observarme
como si fuese un Rinoceronte de la Asia o un animal de especie nueva. Se escribe mi
historia militar, y por fin se me condena al último suplicio. Recíbola como un introductor
favorable para un país donde se goza de una satisfacción dulcísima que jamás me sería
turbada, muero con el consuelo de haber llenado los deberes de un buen ciudadano…
En aquella región de delicias me aumentan las que me gozo, se me anuncia que ha llegado
el día de vuestra libertad, y para disfrutar enmedio de vosotros de placer tan inefable…
Héme aquí, compatriotas, que os felicito por tan faustos momentos, y me felicito a mí
mismo por haber contribuído a vuestrobienestar… Sois independientes, libres, y por
consiguiente felices… Apreciad estos bienes en todo lo que son en sí, pero acordaos de
que si os separáis de la senda que os ha marcado la Constitución y las leyes, vosotros con
vuestras propias manos forjaréis las cadenas de esclavitud que acabáis de romper…
Detestad todo espíritu de corporación y partido, acordáos de que yo no pertenecí a ninguno
y que la Nación me contempla como un modelo acabado de Patriotismo. Todo partido es
una facción y toda facción es criminal delante de la ley. Recibid dócilmente este consejo,
grabadlo en vuestros corazones, y sed al fin tan felices como lo soy yo en el País de las
Delicias donde moraré eternamente y desde el que haré eternos votos al Eterno por
vuestra Libertad.
 
Con la captura y el sacrifico del heroico caudillo, quien también
padeció varios martirios, se produjo un prolongado eclipse total del
sol de nuestra libertad y casi murió la causa insurgente y
republicana.
Nuestra independencia de la Madre Patria, se realizó bajo el
obscuro signo de la reacción monárquica, en septiembre de 1821,
como una negación absoluta e incompatible respecto de las ideas
de la verdadera libertad y de la soberanía del pueblo mexicano
sostenidas por Morelos, y sólo se logró la independencia nacional,
cuando el Congreso Constituyente, que había sido disuelto por el
antiguo Coronel realista convertido en Emperador, reasumió sus
funciones, y se pronunció en 30 de marzo de 1823, por la forma
republicana de gobierno, y organizó el Supremo Poder Ejecutivo de
un modo semejante al prevenido en el Decreto Constitucional
expedido en Apatzingán, bajo la inspiración magnífica de nuestro
héroe.
El himno resumido de toda patria es, según Renan, aquel que
cantaban los espartanos y simplemente, decía: “Somos lo que
fuisteis, seremos lo que sois”. Este sencillo canto patriótico justifica
con grande abundancia la dedicación que la Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo hace de un homenaje a la
memoria de uno de sus alumnos, celebrando un acto de culto en
honor del héroe mayor de nuestra historia, (como que fue el padre
de las instituciones republicanas), ahora que se cumple el
sesquicentenario del sacrifico de la existencia terrenal de don José
María Morelos y Pavón.
 
MORELIA, MICH. 22 DE DICIEMBRE DE 1965
E
MORELOS: SIERVO DE LA NACIÓN
 
 
C. Director General de Acción Social del Departamento del Distrito
Federal
Conciudadanos:
 
n nombre de la Colonia Michoacana residente en la Capital de
la República, agradezco a las autoridades superiores del
Gobierno del Distrito Federal la gentileza de haber aceptado
que uno de sus miembros ocupara esta ilustre tribuna en el acto de
culto cívico organizado para recordar el natalicio del más ilustre de
los héroes nacionales, don José María Morelos y Pavón.
Debo reconocer que es para mí excesivo e inmerecido, el encargo
de participar en la ceremonia con la que el Gobierno de la Capital de
la nación mexicana celebra cada año el nacimiento del genial
guerrero y fundador de nuestras instituciones políticas
fundamentales; pero he acatado la honrosa designación hecha en
mi persona movido solamente por mí ya muy antigua y arraigada
admiración por quien naciera, hace hoy 201 años, en mi propia
ciudad nativa, la antigua Valladolid de Michoacán, a quien el mismo
héroe llamara “el jardín del Anáhuac”, y que cambió su nombre
mismo y adoptó el que fuera un eco del apellido del más grande de
sus hijos, para hacerlo así su propio epónimo.
A la especial significación de esta fecha, 30 de septiembre, se une
la circunstancia de que esta ceremonia se celebra ante la estatua
de Morelos erigida frente a la Ciudadela, la que sirvió de prisión al
héroe y donde se llevó al cabo el proceso instruido por la jurisdicción
Unida, Militar y Eclesiástica, que culminó con sendas sentencias: la
de muerte, dictada por el virrey Calleja, y la de degradación
sacerdotal, pronunciada por los comisionados especialmente
nombrados al efecto.
Si estamos, aquí y ahora, congregados para conmemorar el
nacimiento del héroe, su aparición misma en el escenario de la
Patria Mexicana, en el que ya en plena madurez de su existencia
habría de realizar diversas y profundas expresiones de auténtico
heroísmo, no podemos seguir cabalmente el consejo que nos da
Platón en su Diálogo
La República, de no lamentar la muerte ni el martirio del héroe; sino
que enfrente de la cárcel que ocupara Morelos y enfrente del lugar
en que se le juzgó por militares y eclesiásticos, no podemos menos
que afirmar que en esos dos procesos hubo de parte de los jueces
respectivos más saña y odio contra el reo, que en el proceso
diverso que le siguiera el Santo Oficio o Tribunal de la Inquisición,
pues aquellos jueces actuaron más bien como verdugos.
El héroe, de acuerdo con la tradición clásica, es ejemplo y
paradigma de los supremos valores, y la sociedad ve en estos
arquetipos humanos la realización cabal de sus ideales, así como el
vínculo que mantiene unidos a los que integran una nación.
Para alcanzar la dimensión vital del héroe, poco o nada importa
que en su existencia física y terrenal el hombre haya realizado en la
práctica los planes propuestos para el cambio radical de las
antiguas formas políticas y sociales, y es así como los precursores
son los mejor llamados por la vocación de auténticos genios
tutelares de la comunidad política. La frustración aparenta y
momentánea que padecen los visionarios y reformadores, el
sacrificio y martirio de que se hace víctima a quienes se rebelan
contra los dioses vigentes de la ciudad, son los mejores títulos para
que su pueblo, al desaparecer aquellos y aún después de mucho
tiempo, les rinda legítimo culto cívico, considerándolos como
símbolos de la colectividad y aún como semidioses que vivieron
realmente en la tierra.
El hombre que naciera, hace hoy doscientos y un años, y a quien
está dedicado este momento, erigido como apoteosis material,
corresponde exactamente a aquel tipo ideal de persona humana, de
persona semi-divina como el héroe de la antigua Grecia, dedicado
en el centro mismo de su ser a la realización de lo que es noble, y
cuya virtud fundamental es la nobleza de cuerpo y espíritu y con
una nobleza igual de sentimientos. Porque manifestó en su
actuación una exuberancia que sobrepasa la común medida de los
seres humanos y quien, por haber reunido en su persona las
calidades de estadista y de jefe militar, representó cabalmente la
forma más elevada del heroísmo activo. Morelos es
verdaderamente un héroe, porque realizó y llevó al cabo los
sucesos nacionales, porque redeterminó el curso de la historia
nacional y fue, mediante la formulación de su ideario político y
social, el más destacado de los fundadores del Estado Mexicano.
Don José María Morelos es héroe, en la mayor y excepcional
medida, ya que siendo un caudillo nacional y un jefe militar de
capacidad extraordinaria, nunca se rindió a las tentaciones del poder
y aún declinó los títulos y honores que se le ofrecieron, habiendo
optado por usar el nombre que él mismo dio como más significativo
de su cometido: el de Siervo de la Nación.
Morelos no previno por la intención puesta en el interrogatorio al
que fue sometido aquí mismo en el proceso militar, y así consta
textualmente el los autores relativos, que “preguntado si procuró
con todo el esfuerzo que le fue posible, llevar adelante su proyecto
hasta conseguir la independencia, sin reparar en los medios y males
que trae consigo de muertes, incendios y demás daños, por todo el
tiempo que ha servido a la Nación Americana”, respondió
sencillamente “que sí”, y en cuanto al cargo que se le hiciera por el
delito de alta traición, así de la ruina de su patria, dijo que “no creyó
incurrir en el delito de alta traición cuando se decidió por la
independencia de esta Provincia” y que “trabajó cuanto pudo para
establecerla”, y finalmente, “que los males que han seguido desde
que se perturbó la paz en este Reino, son consiguientes a toda
Revolución Popular”.
Nuestro héroe epónimo, desde el Campode Agua Dulce y en 5 de
junio de 1814, escribió al Congreso para reiterar a este cuerpo
soberano su adhesión de siervo y expresarle estar dispuesto al
servicio de la patria, sin variar su juramento ni entrar en discordia
alguna. Estas manifestaciones de humildad ciudadana fueron dadas
en respuesta al Manifiesto del Supremo Congreso expedido en
Huetamo o en la Hacienda de Tiripitío, por el que se preveía la
necesidad de que los americanos se mantuvieran unidos y
desaparecieran las divisiones provocadas desde el campo realista y
en el que se anunciaba la próxima expedición de la Carta sagrada
de la libertad.
El pensamiento político de la revolución insurgente acaudillada por
Morelos alcanza todavía mayor solidez y logra una cabal
modernidad, en la etapa final de la vida del héroe michoacano, al
producirse el ocaso de su gloria militar, que culminó con su
aprehensión y su sacrificio. El día 14 de julio de 1815, unas cuantas
semanas antes de la acción de Tesmalaca, en Puruarán, promulga
el Supremo Gobierno tres decretos expedidos por el Congreso
Mexicano sobre materias del orden internacional y cuya lectura es
realmente conmovedora, ya que sus propósitos no se ajustaban a
las circunstancias de la realidad y a las necesarias para su efectiva
vigencia o aplicación en la práctica.
En su carácter de Presidente del Supremo Gobierno Mexicano y
en la misma fecha, Morelos escribe desde Puruarán una carta al
Presidente de los Estados Unidos de América, James Madison, para
acreditar al licenciado don José Manuel de Herrera como Ministro
Plenipotenciario de la América Mexicana, y que es una de las más
brillantes disertaciones patrióticas del Caudillo del Sur, según puede
juzgarse de los siguientes párrafos:
Cansado el pueblo mexicano de sufrir el enorme peso de la dominación española, y perdida
para siempre la esperanza de ser feliz bajo el gobierno de sus conquistadores; rompió los
diques de su moderación, y arrastrando dificultades y peligros que parecían insuperables a
los esfuerzos de una colonia esclavizada, levantó el grito de su libertad y emprendió la obra
de su regeneración.
Los desastres que traen consigo las alternativas de la guerra…jamás han abatido nuestros
ánimos, sino que sobreponiéndose constantemente a las adversidades e infortunios,
hemos sostenido por cinco años nuestra lucha, convenciéndonos prácticamente de que no
hay poder capaz de sojuzgar a un pueblo determinado a salvarse de la tiranía.
 
Unos cuantos días después de la acción de Tesmalaca, ocurrida el 5
de noviembre de 1815, la junta Subalterna reunida en Taretan, al
saber que las tres Supremas Corporaciones Nacionales habían sido
salvadas y que habían llegado a su inmediato punto de destino,
aunque a costa de la captura del Generalísimo, manifestaron que
aquella noticia “le ha llenado de júbilo y complacencia”, pero que le
había sido tan doloroso conocer la sensible pérdida del Padre de la
Patria, “que siempre tendrá que llorar suceso tan desgraciado, sin
que encuentre el Congreso otro remedio a la pérdida de tan gran
tamaño, que la reflexión de que la Omnipotencia Divina así lo ha
dispuesto; que las Augustas Corporaciones están a salvo; que
nuestro gobierno está sistemado, y que el Altísimo ha de proteger
nuestra justísima causa”.
La Junta Subalterna expresó en la forma antes transcrita, no sólo
sus sentimientos de cristiana resignación ante la caída del caudillo,
sino que la consideró como un verdadero sacrifico realizado para
alcanzar la consolidación de las nuevas instituciones republicanas y
para obtener el triunfo completo de la revolución de independencia.
Y al recibir la confirmación definitiva de la infausta noticia de la
aprehensión de Morelos, la Junta Subalterna se reunió nuevamente,
y según consta textualmente del acta levantada el día 1º de
diciembre de 1815, los Señores Vocales se entregaron “al debido
sentimiento y al más activo dolor por la desgracia del amado Padre
de la Patria, de la firme columna que la había mantenido hasta aquí,
del mayor héroe que han conocido los siglos y cuyo sólo nombre
fundaba la esperanza de los pueblos”.
Desde Tehuacán las Supremas Corporaciones de la América
Mexicana, o sean el Congreso, el Gobierno y el Tribunal de Justicia,
que habían sido salvadas por el heroico sacrificio de Morelos,
lanzaron una Proclama el día 17 de Noviembre y dirigida a los
ilustres defensores de la libertad e independencia, en la que hacer
mención de la captura del Generalísimo, dice:
 
Soldados: Vosotros sabéis mejor que nadie lo que habéis perdido, vosotros conocisteis a
vuestro Padre Morelos, lo acompañasteis en sus brillantes campañas, merecisteis su
cariño entrañable, partisteis con él la gloria de dar libertad a la afligida América, y siempre
os condujo por el camino del honor y de la victoria.
Soldados: He aquí la suerte que ha cabido a vuestro Padre, al ornamento de la América
Mexicana, al Héroe del Sur, cuyo sólo nombre hacía retemblar a nuestros tiranos y ha
forzado la admiración de Europa; al sostén de nuestra gloria, al Gran Morelos, cuyo
nombre pronunciará con respeto nuestra posteridad agradecida. ¡Ea, juramos todos juntos
vengar su sangre; repitamos este propósito a la tarde, a la mañana, a la noche y a todos
los instantes de nuestra vida!
 
El Supremo Gobierno envió al día siguiente una Circular a los
Intendentes y Jefes Militares dándoles a conocer “la catástrofe más
sensible que podía esperar nuestra patria con haber caído el
Serenísimo Señor Morelos en manos de nuestros irreconciliables
enemigos”, y previniéndoles hacer circular la Proclama, a fin de que
“por espacio de nueve días consecutivos se lea clara y
distintamente a las tropas, puestas en círculo al tiempo de la lista de
la tarde; que se haga lo mismo el día 5 de cada mes y se fije en las
puertas de los cuarteles, a efecto de que no se borre de nuestra
memoria este acontecimiento”.
Con el martirio y el sacrifico del heroico caudillo de la
Independencia se produjo un prolongado eclipse total del sol de la
libertad y casi murió la causa nacional y republicana. En nuestra
vida política se registró entonces, primero un estancamiento, y
después un franco retroceso en el campo constitucional.
En efecto, al consumarse la independencia nacional, don Agustín
de Iturbide señaló en el punto 3º del Plan de Iguala, como la forma
de gobierno del nuevo Estado, el “régimen monárquico templado por
una Constitución análoga al país”, designándose en el punto 4º., a
Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía, como los
emperadores. Ambas, declaraciones monárquicas después se
reiteraron expresamente en los Tratados de Córdoba.
Qué enorme distancia guardan estas intervenciones políticas del
vallisoletano monárquico y jefe militar de las fuerzas realistas, de
aquellas declaraciones justas y patrióticas, republicanas y
nacionalistas, que figuraban en el Manifiesto de 28 de junio de 1815,
expedido en Puruarán, del Supremo Congreso Mexicano a todas las
naciones, las que refiriéndose a las fiestas extraordinarias con que
los españoles habían celebrado la restitución de Fernando VII,
decían: “Como si pudiéramos prometernos grandes cosas de este
joven imbécil, de este rey perseguido y degradado, en quien han
podido poco las lecciones del infortunio, puesto que no ha sabido
deponer las ideas despóticas heredadas de sus progenitores”.
La reacción monárquica verificada en nuestra historia
constitucional bajo el signo negativo de Iturbide, reacción en verdad
incompatible con las ideas de independencia nacional y de la
soberanía del pueblo mexicano, hubo de ser finalmente destruida
desde el momento mismo en que el Congreso Constituyente,
auténtico representante de la Nación, tuvo libertad para deliberar
pronunciándose en tal circunstancia, el día 30 de marzo de 1823,
por la forma republicana de gobierno y organizando el Supremo
Poder Ejecutivo de un modo semejante al prevenido por el Decreto
Constitucional de Apatzingán.
Con el espacial encargo de sus coterráneos y a la distancia de dos
siglos y un año de su nacimiento, venimos hoy a rendirnuestro
cálido tributo a don José María Morelos, recordando algunos de los
títulos por los que guarda un lugar privilegiado en el corazón del
pueblo mexicano; venimos nuevamente a celebrar esta ceremonia
de culto cívico dedicado a un héroe excepcional, renovando la
ofrenda que le es debida por la gratitud nacional.
 
MÉXICO, D.F., 30 DE SEPTIEMBRE DE 1966.
E
NUESTRA PRIMERA LEY SUPREMA
 
C. presidente de la Cámara de Diputados del H. Congreso de los
Estados Unidos Mexicanos
C.C. Diputados
 
s para el diputado por el Tercer Distrito Electoral del estado
de Michoacán un inmerecido honor el abordar esta alta
tribuna nacional, en esta fecha, en que se recuerda un
acontecimiento singular de nuestra vida política, como lo es el
nacimiento de la primera Ley Fundamental de la República
Mexicana.
El inmenso honor que se me ha conferido, lo acepto cumpliendo
un deber con el doble motivo de mi condición de michoacano y de
antiguo profesor universitario en la materia de Derecho
Constitucional.
En un día como el de hoy, 23 de octubre del año de 1814,
reunidos en Apatzingán, los diputados de las provincias mexicanas,
dirigieron a todos sus conciudadanos un Manifiesto Explicativo del
Decreto Constitucional para la Libertad de la América Me-
xicana, sancionado la víspera por el Supremo Congreso y mandado
promulgar solemnemente, lo que se verificó el 24 del mismo
octubre.
En dicho Manifiesto el Supremo Congreso dio cuenta a la naciente
patria mexicana de las circunstancias de sus trabajos legislativos,
realizados, según se expresa, día y noche, variando frecuentemente
de ubicación, sin que la malignidad de los climas, ni el rigor de las
privaciones, ni los quebrantos de salud harto comunes, ni los
obstáculos políticos que a cada paso se ofrecían, nada pudieron
interrumpir su dedicación en el cuidado de la soberanía, pues los
diputados se hallaban estimulados del empeño de salvar a sus
compatricios.
En el Manifiesto lanzado hace hoy precisamente 159 años,
indicaba el Supremo Gobierno Mexicano, que los capítulos
fundamentales en que estribaba la forma de nuestro gobierno eran
la naturaleza de la soberanía, los derechos del pueblo, la dignidad
del hombre, la igualdad, seguridad, propiedad, libertad y
obligaciones de los ciudadanos, los límites de las autoridades, la
responsabilidad de los funcionarios, el carácter de las leyes.
El valor y la trascendencia de nuestra primera Carta Magna, o sea
el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana,
aparecen auténticamente señalados por la reacción de las
autoridades supremas de la Colonia, en los órdenes civil y
eclesiástico.
El virrey de la Nueva España, don Félix María Calleja, por el
Bando de 24 de mayo de 1815, ordenó, como medio para impedir la
circulación de los papeles constitucionales de los insurgentes, de 22,
23 y 25 de octubre del año anterior, y la propagación de sus ideas
tan subversivas, entre otras, la providencia de que tales papeles se
quemaron “en la plaza pública por mano de verdugo y a voz de
pregonero”, “por incendiarios, calumniosos, infamatorios, contrarios
a la soberanía del Rey nuestro señor”, y dando a conocer “los
nombres de los infames que se llaman diputados y han firmado la
monstruosa Constitución”. En los considerados del bando virreinal,
se califica a ésta de “ridícula”, así como de ser “un compuesto de
retazos de la Constitución anglo-americana y de la que formaron las
llamadas Cortes extraordinarias de España”. De los autores del
Decreto de Apatzingán se afirma que el haber tenido “la osadía de
haber formado y publicado su Constitución… es el colmo de la
desvergüenza y descaro”.
El 26 del mismo mayo, el Cabildo de la sede vacante de la Iglesia
Metropolitana de México, aprobó un adicto prohibiendo, bajo pena
de excomunión mayor “ipso facto incurrenda”, la Constitución de
Apatzingán relativa a la erección de la nueva República Mexicana, y
mandó que el mismo edicto “se lea en los púlpitos, se explique por
los párrocos y predicadores y se fije en las puertas de los templos”.
En la parte considerativa del editor capitular se afirma que “entre
los artículos de la ridícula Constitución que estos fanáticos se han
atrevido a formar para la erección de su imaginaria república, uno
es el intolerantismo, herejía la más perniciosa”.
Los inquisidores de México elevaron ante el Supremo Consejo de
la Santa y General Inquisición de Madrid una queja formal en contra
del Bando del virrey Calleja, por contener, según se dice
textualmente, “muchos equívocos y errores pues los papeles no
merecen la censura que de ellos se hace”, y también se quejaron
ante su Real Consejo, el 9 de junio de 1815, por la actitud del
Cabildo de la Iglesia Metropolitana, asumida con respecto a los
papeles de Apatzingán, afirmando los inquisidores ante dicho
Consejo de Madrid, lo que sigue: “Si la actitud observada por el
Virrey de este Reyno… ha de parecer reprensible a V. A., juzgamos
más delincuente la de un cuerpo eclesiástico, tan respetable como
lo es el Cabildo Sede Vacante de esta Santa Iglesia”.
No obstante estas observaciones de los inquisidores de México, el
mismo Santo Oficio aprobó el 8 de julio de 1815 un edicto por el que
calificó al Decreto Constitucional para la Libertad de la América
Mexicana, como “herético en los principios en que se funda”,
basándose en varias consideraciones, entre otras, que en él “se
introducen las más groseras herejías y los mayores delirios”, así
como sus principios son “tomados o copiados de las máximas
revolucionarias de Hobbes, Rousseau y otros llamados filósofos”, y
que contiene “aserciones falsas, erróneas, impías, heréticas,
ofensivas, injuriosas a todos los reyes…”, “y que trastornan los
gobiernos y los tronos”.
El Tribunal de la Fe, en el proceso inquisitorial, seguido en contra
del Siervo de la Nación, don José María Morelos y Pavón, en cuanto
al cargo de haber intervenido en la formación del Decreto
Constitucional de Apatzingán, lo acusó de “estar imbuido en las
máximas fundamentales del heretical pacto social de Rousseau, y
demás pestilenciales doctrinas de Helvecio, Hobbes, Spinoza,
Voltaire y otros filósofos reprobados por anticatólicos”, y además
calificó al Decreto como “abominable Código”.
Y a principios de 1816, el arzobispo electo de México publicó, bajo
el título Impugnación del Código de Anarquía, el parecer del Cabildo
de la Iglesia Metropolitana, rendido en cumplimiento del edicto
virreinal.
La erección del Supremo Congreso Mexicano, según lo declaró
don José María Morelos en el proceso seguido ante la jurisdicción
unida y que culminó en la condena a sufrir la pena capital, tuvo
como principal punto hacer una Constitución Provisional de la
Independencia, y en efecto, el artículo 237 del Decreto de
Apatzingán reservó a la Representación Nacional la facultad de
dictar y sancionar la Constitución permanente de la Nación, y el
Congreso, el 24 de octubre de 1814, al ordenar la promulgación del
Decreto sancionado dos días antes, se refiere a éste expresando
que tiene por objeto “fijar la forma de gobierno que debe regir a los
pueblos, mientras que la Nación, libre de enemigos que la oprimen,
dicta su Constitución”.
No obstante este carácter provisional de la Carta de Apatzingán,
ella fue culminación de los propósitos manifestados al instalarse en
Congreso de Anáhuac en Chilpancingo y al declararse el 6 de
noviembre de 1813 la absoluta y definitiva independencia nacional,
pues en el Preámbulo del Decreto Constitucional, el Supremo
Congreso Mexicano afirmó que sus propósitos habían sido:
“sustraerse para siempre la Nación de la dominación extranjera y
substituir al despotismo de la monarquía española un sistema de
administración que conduzca a la Nación a la gloria de la
independencia y afiance sólidamente la prosperidad de los
ciudadanos”.
Una opinión muy generalizada, aunque errónea en mi personal
concepto, atribuye o reconoce a la Constitución de Apatzingán el
carácter de mera fórmula teórica o simple proyecto, esto es, sin
alcanzar vigencia efectiva o positividad jurídica en ningún

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