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NAR_Tokatlian_Unidad_1

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JUAN GABRIEL TOKATLIAN 
 
Globalización, narcotráfico 
y violencia 
Siete ensayos sobre Colombia 
 
PRÓLOGO DE RAÚL R. ALFONSÍN 
Grupo Editorial Norma 
Barcelona Buenos Aires Caracas Guatemala Lima México Panamá Quito San 
José San Juan San Salvador Santa Fé de Bogotá Santiago 
 
 
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©2000. De esta edición: 
Grupo Editorial Norma 
San José 831 (1076) Buenos Aires 
República Argentina 
Empresa adherida a la Cámara Argentina del Libro 
Diseño de tapa: Ariana Jenik 
Ilustración de tapa: Alejandro Elías 
Impreso en la Argentina por Crhear S.A. 
Printed in Argentina 
Primera edición: Julio de 2000 
CC: 22235 
ISBN: 987-9334-67-1 
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier 
medio sin permiso escrito de la editorial 
Hecho el depósito que marca la ley 11.723 
Libro de edición argentina 
ÍNDICE 
PRÓLOGO 9 
INTRODUCCIÓN 17 
CAPÍTULO I 27 
Colombia: Un caso de globalización defectiva 
 
CAPÍTULO II 55 
Anotaciones en torno al crimen organizado: 
Una aproximación conceptual a partir de la 
experiencia de Colombia 
 
CAPÍTULO III 91 
Estados Unidos y la fumigación de cultivos 
ilícitos en Colombia: La funesta 
rutinización de una estrategia desacertada 
CAPÍTULO IV 131 
La polémica sobre la legalización de las drogas en 
Colombia, el presidente Samper y Estados 
Unidos 
 
CAPÍTULO V 197 
Colombia en guerra: las diplomacias por la paz 
 
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CAPÍTULO II 
ANOTACIONES EN TORNO 
AL CRIMEN ORGANIZADO: 
UNA APROXIMACIÓN CONCEPTUAL 
A PARTIR DE LA EXPERIENCIA 
DE COLOMBIA 
 
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Cuando se prevén los peligros (y éste es el privilegio 
de los prudentes), pronto se conjuran; pero si, 
desconociéndolos, se les deja crecer de modo 
que nadie los advierta, son irremediables. 
Nicolás Maquiavelo, El príncipe 
Colombia y las drogas ilícitas: ¿El encumbramiento 
de la narcocriminalidad organizada? 
 
El tema de los procesadores y traficantes colombianos de 
drogas ilícitas ha sido foco de una creciente atención entre 
académicos, políticos, observadores, periodistas, 
funcionarios, tomadores de decisión y especialistas, tanto 
colombianos como extranjeros. Una gran variedad de tér-
minos ha sido utilizada para identificarlos o definirlos: em-
presarios ilegales, carteles, terroristas, narcoguerrilleros, etc.1. 
1. Véanse, entre otros, Mario Arango y Jorge Child, Narcotráfico: Imperio de 
la cocaína, 1987; Carlos G. Arrieta, Luis J. Orjuela, Eduardo Sarmiento y Juan G. 
Tokatlian, Narcotráfico en Colombia: Dimensiones políticas, económicas, jurídicas e 
internacionales, 1990; Bruce M. Bagley, "Dateline Drug Wars. Colombia: The Wrong 
Strategy", 1989-90; Alvaro Camacho, Droga y sociedad en Colombia: El poder y el 
estigma, 1988; Alvaro Camacho Guizado, Andrés López Restrepo y Francisco 
Thoumi, Las drogas: Una guerra fallida, 1999; Marc Chernick, "Colombia's `War 
on Drugs' vs. the United States `War on Drugs"', 1991; Rachel Ehrenfeldt, Narco-
Terrorism, 1990; Robert Filippone, "The Medellin Cartel: Why We Can't Win the 
Drug War", 1994; Jonathan Hartlyn, "Drug Trafficking and Democracy in 
Colombia in the 1980s", 1993; Cito Krauthausen y Luis F. Sarmiento, Cocaína & 
co.: Un mercado ilegal por dentro, 1991; Alain Labrousse y Alain Wallon (dirs.), La 
planete des drogues: organisations, criminelles, guerres et blanchiment, 1993; Rensselaer 
W Lee III, The White Labyrinth: Cocaine and Political Power, 1989; Teniente Coronel 
Mario López, "Vínculos de las FARC con el narcotráfico", 1982; Peter A. Lupsha, 
"Towards and Etiology of Drug Trafficking and Insurgent Relations: The 
Phenomenon 
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Sin embargo, un enfoque no suficientemente estudiado 
es aquel que entiende el emporio de los narcóticos como 
una expresión específica del crimen organizado2. En efecto, 
una evaluación de la literatura sobre el tema revela un 
hecho que aunque es obvio, no deja de ser trascendental: en 
la medida en que existan bienes y servicios demandados por 
el público y que, sin embargo, permanezcan prohibidos o 
sean declaradas ilegales, siempre existirán los incentivos, las 
oportunidades y las condiciones para que prosperen 
 
of Narco-Terrorism", 1989; Patricia McRae, "The Illegal Narcotrics Trade in 
Colombia: Power Contender to the State and National Security", 1993; Carlos 
Medina Gallego, Autodefensa, paramilitares y narcotráfico en Colombia, 1990; Daniel 
Pecaut, "Trafic de drogue et violence en Colombie", 1991; Mayor Javier Enrique Rey 
Navas, "La narcoguerrilla, una grave amenaza para Colombia y el mundo", 1996; 
Kevin J. Riley, "The Implications of Colombian Drug Industry and Death Squad 
Political Violence for U.S. Counternarcotics Policy", 1994; John M. Robertson, 
"Nationalism, Revolution and Narcotics Trafficking in Latin America (Colombia, 
Peru, Cuba)" 1994); William C. Starbuck, "Narcotics Trafficking as Narco-Insurgency 
in Colombia and Myanmar. A Comparative Analysis" 1993; Francisco Thoumi, 
Economía política y narcotráfico, 1994; Juan Gabriel Tokatlian, En el límite: La (torpe) 
norteamericanización de la guerra contra las drogas, 1997; Ricardo Vargas Meza, Drogas, 
máscaras y juegos Narcotráfico y conflicto armado en Colombia, 1999; y Sidney Jay 
Zabludoff, "Colombian Narcotics Organizations as Business Enterprises", Verano 
1997. 
2. Véanse, entre otros, Howard Abadinsky, Organized Crime, 1994; Jay S. 
Albanese, Organized Crime in America, 1989; Joseph L. Albini, The American Mafia: 
Genesis of a Legend, 1971; Annelise G. Anderson, The Business of Organized Crime: A 
Cosa Nostra Family, 1979; Pino Arlacchi, Mafia Business: The Mafia Ethic and the 
Spirit of Capitalism, 1986; Fenton Bresler, The Chinese Mafia, 1981; Alan A. Block, 
Perspectives on Organized Crime: Essays in Opposition, 1991; Raimondo Catanzaro, Men 
of Respect: A Social History of the Sicilian Mafia, 1988; Herbert Edelhertz (ed.), Major 
Issues in Organized Crime Control, 1987; Cyrille Fijnaut, "Organized Crime: A 
Comparison Between the United States of America and Western Europe", 1990; 
Stephen R. Fox, Blood and Power: Organized Crime in Twentieth-Century America, 
1989; Stephen Handelman, "The Russia Mafiya", 1994; Robert J. Kelly, Ko-Lin Chin 
y Rufus Schatzberg (eds.), Handbook of 1994; Peter A. Lupsha, "Individual Choice, 
Material Culture, and Organized Crime", 1981; Robert E Meier (ed.), Major Forms of 
Crime, 1984; Tom Mieczkowski, "Drugs, Crime, and the Failureof American 
Organized Crime Models", 1990; R. Thomas Naylor, "From Cold War to Crime 
War: The Search for a New National Security Threat", 1995; Danny F Pace y Jimmie 
C, Styles, Organized Crime: Concepts and Controls, 1975; Frank Pearce y Michael 
58 
Globalización, narcotráfico y violencia 
modalidades de criminalidad3. Esta demanda concreta de 
bienes y servicios ilícitos es la que asegura tanto la mani-
festación como la permanencia de un tipo de crimen: el de 
una criminalidad sofisticada que supera el nivel y la 
actuación individual y se sitúa en un marco más amplio e 
intrincado de organización. 
 
Con este presupuesto, es posible afirmar que mientras se 
mantenga y refuerce el prohibicionismo de las drogas 
psicoactivas, se preservará e incrementará el poder del crimen 
organizado ligado a ese producto.4 El prohibicionismo 
mismo,por tanto, está en la raíz del fenómeno criminal y este 
hecho no puede pasar inadvertido ni ser tergiversado. De lo 
contrario, se implantarán retóricas, se construirán imágenes y 
se diseñarán políticas que en nada aportarán a resolver de 
manera seria, responsable y decisiva el problema originario. 
 
La evolución del crimen organizado vinculado a las 
drogas psicoactivas es el efecto de una estrategia prohibi-
cionista deliberada; es un síntoma y no una causa, es una 
consecuencia efectiva de una voluntad y decisión implícitas o 
explícitas y no un dato neutral, espontáneo y natural. Por 
 
Woodwiss (eds.), Global Crime Connections: Dynamics and Control, 1993; Gerald 
L. Posner, Warlords of Crime: Chinese Secret Societies-The New Mafia, 1988; Peter 
Reuter, Disorganized Crime, 1983; Kevin Stenson y David Cowell (eds.), The 
Politics of Crime Control, 1991; Claire Sterling, Thieves 'World: The Threat of the 
Global Network of Organized Crime, 1994; y Phil Williams, "Transnational 
Criminal Organizations: Strategic Alliances", 1995. 
3. Véanse, Robert J. Kelly, "The Nature of Organized Crime and Its Ope-
rations", en Herbert Edelhertz (ed.), op.cit.; Humbert S. Nelli, "American Syn-
dicate Crime: A Legacy of Prohibition, 1985; y Michael Woodwiss, Crime, 
Crusades and Corruption. Prohibitions in the United States, 1900-1987, 1988. 
4. Véanse, William J. Chambliss, "The Consequences of prohibition: Crime, 
Corruption, and International Narcotics Control", 1992; Rosa del Olmo, ¿Prohibir o 
domesticar? Políticas de drogas en América Latina, 1992; Ethan A. Nadelmann, 
"Drug Prohibition in the United States: Costs, Consequences, and Alternatives", 1989; 
Ethan A. Nadelmann, "Thinking Seriously about Alternatives to Drug Prohibition", 
1992; y Mark H. Moors, "Supply Reduction and Drug Law Enforcement", 1990. 
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ello, tanto el prohibicionismo como su contracara; la crimi-
nalidad, constituyen, en tanto expresión social, cultural, 
discursiva e histórica, realidades políticas ineludibles. 
El caso de Estados Unidos es un paradigma extremo: el 
prohibicionismo del alcohol se instauró mediante una 
enmienda constitucional (la número 18 de 1919) y se abolió a 
través de otra enmienda (la número 21 de 1933) de una 
Constitución que consta de sólo 7 artículos y 27 amendments. 
Con este dato no pretendo comparar la prohibición del 
alcohol de hace varias décadas con la de las drogas psi-
coactivas de hoy como si fuesen productos similares. El 
argumento apunta sí a poner de relieve la naturaleza política 
que encierra el prohibicionismo. En esa dirección, y desde 
una perspectiva de economía política, lo crucial es observar 
quién gana qué, cuánto y cómo con este negocio en el nivel 
nacional y en el internacional. Es decir, esclarecer la 
distribución de ganadores y perdedores, de beneficios y costos, 
de ventajas y desventajas, de poder e influencia que se 
produce no sólo con la prohibición, sino también con el 
establecimiento y consolidación de formas de criminalidad 
organizada. Conviene recordar que la racionalidad que 
subyace a la prohibición y al control del crimen organizado 
se sustenta en la esperanza de una especie de represión 
perdurable, eficiente y salvadora: el prohibicionismo confía 
en el firme logro de la abstinencia total, la lucha contra el 
crimen organizado se dirige a su presunta eliminación 
definitiva. 
Es posible, asimismo, hacer una observación adicional: 
existe una multiplicidad de términos para definirlo, o lo 
que es lo mismo, no existe una concepción homogénea y 
consensual del fenómeno del crimen organizado. Al igual 
que otros términos en las ciencias sociales, la noción de 
criminalidad organizada puede resultar un tanto vaga, y a 
veces, elusiva. Existen concepciones disciplinarias sobre 
 
 
 
60 
Globalización, narcotráfico y violencia 
el tema como las sociológicas, económicas y políticas. Son 
diversas las aproximaciones a su naturaleza; aquellas que le 
asignan un carácter conspirativo, o cultural, u organizacional. 
De igual forma, son muchas las perspectivas criminológicas; 
sobresalen las funcionalistas, las conflictivistas y las de 
modelos de elección y acción racional. Algunos aportes se 
concentran en el nivel estructural y otros en el del proceso. 
Paralelamente, algunos trabajos subrayan la dimensión -
local, nacional, transnacional- del asunto, el tipo de acto 
delictivo o de grupo que lo realiza, etc. 
No obstante esta pluralidad de enfoques, se puede 
afirmar que en el crimen organizado se distinguen los si-
guientes elementos: 
Primero, en forma independiente del grado y nivel de 
desarrollo económico histórico o vigente de un país, el crimen 
organizado florece, se amplía y hunde sus raíces con más 
fuerza en e l capitalismo. Ello se presenta más allá del tipo 
de régimen político, democrático o autoritario, y de su 
ubicación periférica o central en el sistema internacional. El 
telón de fondo -el ambiente- en el que se manifiesta la 
criminalidad organizada es el conjunto, de incentivos ma-
teriales, conflictos sociales y prácticas políticas que hacen 
parte del esquema capitalista. No es extraño que en la ac-
tualidad se debata acerca de la proliferación de bandas 
privadas del crimen organizado en las repúblicas que con-
forman la ex Unión Soviética, mientras anteriormente se 
hablaba de una nomenklatura oficial que manejaba los hilos 
de los recursos de poder en la desaparecida URSS. Así, 
entonces, la estructura sobre la cual se sitúa el crimen or-
ganizado es el capitalismo. 
Segundo, el crimen organizado es un fenómeno diná-
mico que se circunscribe cada vez menos a la idea de un 
único espacio físico, de un grupo nacional y de un número 
reducido y limitado de productos ilícitos bajo control 
 
 
 
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de una organización dada. La noción de criminalidad organizada 
no es estática aunque algunos autores (y funcionarios 
gubernamentales) hayan pretendido circunscribirla a un 
momento específico, a un comportamiento único y/o a un 
territorio determinado. Al contrario, asistimos a una forma 
empresarial delictiva que, en su evolución histórica, se ha 
mostrado fértil y diversa. En efecto, al analizar el desarrollo 
reciente de varios bienes y servicios prohibidos y criminalizados 
que se ofrecen y consiguen en el mercado; de las bandas(individuales o en contubernio) que los manejan y usufructúan; 
de la movilidad espacial y temporal de esos recursos y de los 
conjuntos humanos que los comercializan; de la variedad de 
públicos que solicitan y consumen dichas mercancías; de la 
multiplicidad de redes legales e ilegales, legítimas e ilegítimas 
que se nutren de la criminalidad organizada, es posible 
aseverar que la criminalidad organizada está en un proceso 
de transición y mutación. Por ello, el alcance del crimen 
organizado es de carácter integral, es decir, está adquiriendo 
dimensiones globales (en lo geográfico), transnacionales (en lo 
étnico-cultural), multiformes (en los acuerdos que forjan con 
sectores políticos y sociales) y pluriproductivas (en cuanto a la 
gama de productos que transa y a los distintos niveles de 
participación; esto es, producción, intermediación venta, etc.). 
Tercero, la criminalidad organizada se asienta en un 
espacio y un tiempo en los que las relaciones individuales y 
colectivas facilitan su maduración y poderío. Esto apunta a 
indicar que el crimen organizado es mucho más que un 
acto o una conducta, grupal aislada o unilateral, anómica o 
desviada. Esta modalidad de crimen se inserta en una 
profunda, compleja y dinámica matriz en la que la sociedad 
es al mismo tiempo -por diversos motivos y modo ambi-
valente- víctima de sus demostraciones violentas de fuerza 
y beneficiaria de los bienes que provee. De 
 
 
 
62 
Globalización, narcotráfico y violencia 
igual manera, surge y se ramifica en un entorno en el que el 
Estado se encuentra, parcial o completamente, tácita o 
expresamente -según el caso concreto- en connivencia con 
dicha criminalidad, permitiendo de hecho que su capacidad 
operativa (tanto de bienes y servicios ilegales como lícitos) 
prospere sin control regulación ni freno efectivos. 
En consecuencia, el contexto en que se desarrolla el cri-
men organizado es el de una cultura funcional a su desen-
volvimiento. 
Cuarto, la expresión crimen organizado se ha reservado 
exclusivamente al ámbito de los agentes no gubernamentales. 
Ello no significa, sin embargo, el desconocimiento de la 
cercana e intensa articulación entre grupos criminales con el 
espacio de lo estatal no sólo para su funcionamiento, sino 
también para su expansión. Cuando se habrá de esté 
fenómeno no se señala que tal o cual Estado responde a 
una definición dada de criminalidad. Por lo tanto, el sujeto de 
referencia para explicar el crimen organizado se identifica en la 
sociedad, pero refleja asimismo una determinada relación 
sociedad-Estado. 
Quinto, una constante observable en las diversas apro-
ximaciones teóricas y en las distintas experiencias empíricas 
evaluadas, es la búsqueda de poder político y económico 
por parte del crimen organizado. En el nivel local o global, 
a partir de diferentes bienes o servicios ilegales, de modo 
más o menos violento y con mayores o menores atributos 
recursivos, la criminalidad organizada pretende garantizar e 
incrementar sus ganancias, su influencia y su seguridad. De 
allí que el objeto último del crimen organizado sea 
asegurar y proyectar su dominación social. 
Sexto, si bien la violencia y la amenaza del uso de la 
fuerza, así como el soborno y la corrupción son elementos 
distintivos del crimen organizado, la fortaleza represiva 
no es el único mecanismo o instrumento que lo caracteriza. 
 
 
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La criminalidad organizada tiene en la mayoría de los casos, 
la oportunidad y la capacidad para combinar con eficacia la 
coerción y el consenso. Su vigencia y proliferación no 
radican sólo en la provocación del temor, sino también en la 
búsqueda de aceptación y reconocimiento por parte de 
distintos segmentos de la población. Esto evidencia la 
posibilidad y el interés de la criminalidad de convertirse en 
un actor social con potencialidad hegemónica. Para ello, 
además de- la fuerza requiere de la persuasión. Esto hace 
que los medios que utiliza el crimen organizado para 
afirmarse y extenderse sean, preferente pero no 
exclusivamente, violentos. 
 Séptimo, la criminalidad organizada no parece responder a 
un patrón rígido de conformación y comportamiento. El 
crimen organizado se apoya en coaliciones, asociaciones y 
conexiones de distinta índole, pero generalmente no 
constituye un tipo de burocracia, corporación, cartel o 
conglomerado homogéneo, consistente y monolítico. los 
lazos internos, fami liares, regionales, étnicos, nacionales y 
hasta religiosos son esenciales y se yuxtaponen con formas de 
agrupaciones y alianzas múltiples. Pueden presentarse casos 
más cerrados o abiertos de aglutinación de vínculos 
criminales. De hecho, una importante variedad de ejemplos 
históricos muestra una tendencia hacia diversos esquemas 
híbridos de evolución, agrupamiento y acción. Ahora bien, en 
ellos parece predominar un hilo conductor relativa mente 
semejante: una visión sencilla, práctica, utilitaria de la realidad 
y de cómo aprovecharla para mejorar y elevar su inserción 
política, su legitimidad social y su gravitación económica. La 
ideología poco o nada cuenta. Así el canon del crimen 
organizado es profundamente pragmático. 
Octavo, es posible discernir una disposición similar entre 
las múltiples manifestaciones de criminalidad organizada. Una 
suerte de espíritu común aglutina las muy diversas 
 
 
 
64 
Global ización, narcotráf ico y violencia 
formas de crimen organizado: un apego al statu quo, a la 
preservación de sus privilegios, a la defensa de ciertos va-
lores funcionales a sus intereses, al mantenimiento de un 
orden básico determinado. Más que pretender una 
transformación estructural o sistémica la criminalidad 
organizada, a pesar de utilizar medios violentos para alcanzar 
sus fines, tiende a perpetuar un esquema sociopolítico 
dado. Podría decirse que detrás de un supuesto desafío al 
régimen o a las instituciones imperantes, el crimen organizado 
busca ser eventualmente cooptado. De allí que su orientación 
sea conservacionista en el sentido de preservar y perpetuar más 
que superar radical o gradualmente lo establecido. 
Resumiendo, es posible aseverar que el crimen orga-
nizado surge de una prohibición concreta, se desarrolla en 
una estructura capitalista, alcanza una dimensión integral, 
opera en un contexto cultural que es funcional a su 
desenvolvimiento, tiene como sujeto de referencia a un 
actor social inmerso en una particular dinámica sociedad-
Estado y cuyo objeto prioritario es asegurar y proyectar su 
dominación actuando con medios preferente pero no exclu-
sivamente violento, apoyado en un código pragmático y 
portador de una orientación conservacionista. 
 
El crimen organizado en Colombia 
El caso de los procesadores y traficantes colombianos de 
drogas psicoactivas expresa con nitidez las características 
señaladas. 
La prohibición del consumo de estupefacientes y sus-
tancias psicotrópicas ha sido el motor que ha alimentado la 
configuración del crimen organizado en Colombia. Los 
procesadores y traficantes nacionales se han insertado en una 
estructura capitalista tardía y dependiente, caracterizada en las 
últimas cuatro décadas por un crecimiento económico 
acelerado, dinámico y rapaz que generó un proceso 
 
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vertiginoso y contradictorio de modernización; moderni-
zación inconclusa dado que no fue acompañada por un 
desarrollo paralelo y efectivo de los elementos básicos de la 
modernidad. Con el tiempo, los procesadores y traficantes 
colombianos de drogas ilegales han ido mostrando un 
alcance cada vez más integral, multiplicando la pro-
ducción, comercialización y distribución de productos 
ilícitos en diversos mercados y ampliando los contactos y 
compromisos con otros grupos extranjeros de criminali 
dad organizada. 
La diversidad social de sus integrantes -en cuanto gru-
pos provenientes de situaciones históricas, geográficas y re-
gionales distintas aunque bajo una matriz sociedad-Estado 
similar identificada por un débil desarrollo estatal- no ha 
impedido el hecho sobresaliente de que el objeto genérico 
del crimen organizado colombiano ligado a las drogas 
psicoactivas sea idéntico: incrementar su poder económico, e 
levar su influencia política y legitimar su presencia social. 
Esta criminalidad se ha asentado en el país gracias a un en-
torno cultural cuyos valores y prácticas individuales, sociales, 
políticas y jurídicas han facilitado al crimen organizado 
nacional su expansión ascendente y su potencial consoli-
dación. A su vez, éste ha usado la violencia de modo pre-
ferencial, aunque no único, para alcanzar sus propósitos y 
asegurar sus intereses. En el ejemplo colombiano, de modo 
concomitante, el comportamiento pragmático ha sido su nota 
identificatoria; estableciendo acuerdos, pactos y transacciones 
prácticas, transitorias, reiteradas, decisivas -según el caso- con 
una vasta gama de agentes gubernamentales y no estatales. 
Finalmente, la orientación conservacionista del crimen 
organizado nacional ha sido evidente, incluso en las 
coyunturas y circunstancias en que ha utilizado la violencia de 
manera más brutal: los procesadores, y traficantes de drogas 
ilícitas más que derrocar al sistema imperante, 
 
 
66 
G loba l i z a c ió n , n a r co t r á f i co y v io l en c i a 
quieren ser parte del mismo. Ello no significa, sin embargo, que 
necesariamente deseen un régimen democrático. 
Ahora bien, lo que distingue a este caso de otros ejemplos 
es que la narcocriminalidad organizada colombiana se 
desplegó y prosperó en lo que podría denominarse, a 
manera de metáfora de lo señalado por Oquist para explicar la 
"Violencia" de 1948-19575, como el período (desde finales de 
los setenta en adelante) de un nuevo cuasi colapso 
parcial del Estado nacional. De allí que llegara a ser perci-
bida como una modalidad de criminalidad organizada 
proto-estatal. Ello, junto al hecho de que el lucrativo negocio 
ilícito de las drogas psicoactivas se convirtió durante los 
ochenta para Washington en una amenaza crítica a la segu-
ridad nacional estadounidense, contribuye a explicar por 
qué en el nivel interno en Colombia se alcanzó a definir a 
este tipo de crimen organizado como un fenómeno de se-
guridad nacional6. 
Si la histórica Violencia vivida por Colombia fue el re-
sultado del derrumbe parcial del Estado, las múltiples 
violencias contemporáneas, tanto las políticas como las no 
políticas, reflejan una especie de segundo cuasi derrumbe 
parcial del Estado. Según Oquist, tanto la "simultánea 
evolución de numerosos conflictos" como un Estado de-
bilitado y excluyente convergieron en la Violencia. En ese 
contexto, las "diferentes articulaciones concretas" del colapso 
parcial estatal que precipitaron dicha Violencia se manifestaron 
en: �“1) la quiebra de las instituciones políticas establecidas; 2) 
la pérdida de la legitimidad del Estado para una 
 
5. Véase, Paul Oquist, Violencia, conflicto y política en Colombia, 1978. 
6. Véanse, Bruce M. Bagley, "The New Hundred Years War? U.S. National 
Security and the War on Drugs in Latin America", 1988; Bruce M. Bagley y Juan G. 
Tokatlian, "Dope and Dogma: Explaining the Failure of U.S.-Latin Amerisan Drug 
Policies", 1992; y Juan Gabrial Tokallian, "National Security and Drugs: Their Impact 
on Colombian-U.S. Relation", 1988, 
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porción considerable de la población; 3) las contradicciones 
dentro del aparato aunado del Estado; y 4) la ausencia física 
del Estado en algunas zonas del país�”7. 
En el período más reciente, desde finales de los setenta 
hasta los noventa, salvo por el tercer factor, que no se 
exacerbó, pero que múltiples expresiones sociales y políticas 
de conflicto violento se encargaron de agrietar con el 
consecuente desprestigio de la policía (en especial, en los 
ochenta) y descrédito de las fuerzas militares (en particular, 
en los noventa), los otros indicadores re-emergieron con 
fuerza y se profundizaron a tal punto que se necesitó de una 
Asamblea Constituyente y de una nueva Constitución en 
1991 para evitar un cataclismo institucional. 
Por eso, la multiplicación, entrecruzamiento, yuxta-
posición y retroalimentación de viejas y nuevas disputas, 
junto a la existencia de un Estado frágil y fracturado, en 
un contexto de descrédito del régimen político, aceleraron la 
tremenda descomposición de los derechos humanos en 
Colombia y generaron un espacio y un entorno propicios 
para el encumbramiento de una narcocriminalidad proto-
estatal. 
En un sugerente ensayo sobre la configuración de los 
Estados en Europa, Tilly utiliza la metáfora del crimen 
organizado, sus objetivos y su comportamiento, para explicar 
cómo la evolución y el desarrollo estatal se asemejan a 
ese fenómeno. Para él, 
 
"if protection rackets represent organized crime at its 
smoothest, then war making and state making-quintessential 
protection rackets with the advantage of legitimacy -qualify as 
our examples of organized crime (...) I want to urge the value of 
 
7. Paul Oquist, op. cit., p. 255. 
68 
Global izac ión, narcotráf ico y v iolencia 
that analogy (...) war making, extraction, and capital 
accumulation interacted to shape European state making (..) 
the builders of national power all played a mixed strategy: 
eliminating, subjugating, dividing, conquering, cajoling, 
buying as the occasions presented themselves"8. 
Si invertimos la imagen presentada por Tilly, el narco-
crimen organizado colombiano ha ido evolucionando hacia 
una forma proto-estatal no tanto por un presunto crecimiento 
de su legitimidad o por una abrumadora aceptación ciudadana 
de su proyecto sociopolítico, sino por la debilidad de la 
legitimidad institucional y por la existencia de un 
capitalismo voraz y concentrador del ingreso, poco 
sensible a la equidad y al bienestar colectivo. 
En consecuencia, y aun después de la nueva Carta de 
1991, la debilidad del poder estatal, la baja credibilidad 
institucional y la dificultad de relegitimar el sistema, han 
empujado al régimen político hacia un límite cercano a 
una crisis de ingobernabilidad. En esa dirección, Philippe C. 
Schmitter ha identificado cuatro indicadores de ingo-
bernabilidad que son aplicables a Colombia9. Primero, la 
indisciplina, que se manifiesta cuando los ciudadanos in-
tentan "influir en las decisiones públicas por métodos 
violentos, ilegales o anómalos". En el país, no sólo los ac-
tores paraestatales -criminalidad organizada, guerrilla, 
paramilitares-, sino también los agentes institucionales 
oficiales y privados recurren cada vez más a instrumentos de 
fuerza y a mecanismos ilícitos para incidir sobre las 
políticas públicas. 
 
 
8. Charles Tilly, "War Making and State Making as Organized Crime", 
1985, pp. 171-175. 
9. Véase, Manuel Alcántara,"De la gobernabilidad", 1994. 
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Segundo, la inestabilidad, que se produce cuando las 
elites fracasan en su intención de "conservar sus posiciones 
de dominación". En Colombia, en los últimos lustros las 
elites han sido incapaces de forjar un proyecto unificador o 
consensual para superar los graves problemas de violencia 
del país. Tercero, la ineficiencia, que significa la creciente 
incapacidad de una administración de lograr metas 
deseadas, asegurando el "acatamiento de ellas por medio de 
medidas de coordinación obligatorias o de decisiones 
emanadas de la autoridad del Estado". La progresiva 
debilidad estatal ha reducido el margen de acción del 
Ejecutivo, la aceptación ciudadana de las medidas oficiales, las 
posibilidades de concertación social y la capacidad de 
alcanzar propósitos nacionales unívocos. Y cuarto, la ile-
galidad, que se expresa cuando los poseedores, de poder e 
influencia persiguen "evadir restricciones legales y cons-
titucionales en búsqueda de ventajas e incluso de su propia 
supervivencia". En años recientes, desde el Estado y desde 
el ámbito no gubernamental, los agentes más poderosos han 
agudizado un comportamiento orientado a la maxi-
mización de beneficios particulares y al aseguramiento de su 
propia supervivencia en desmedro de los intereses na-
cionales en su conjunto. 
Seguridad nacional y drogas: ¿Un vínculo real o 
un problema abierto? 
Con base en la caracterización de los procesadores y 
traficantes de drogas psicoactivas presentada, resulta fun-
damental plantear el siguiente interrogante: ¿constituye el 
narcocrimen organizado en Colombia un fenómeno de 
seguridad nacional? Pregunta ineludible si se busca tener 
precisión y claridad frente a este tema, su evolución his-
tórica y su tratamiento por parte del Estado y la sociedad en 
los últimos años. 
70 
Globalización, narcotráfico y violencia 
Un balance en torno a la noción de seguridad nacional 
aporta elementos importantes que ayudan no tanto a precisar y 
resolver de modo categórico el significado y alcance de este 
término, sino a problematizar su aproximación y en-
tendimiento10. Así, entonces, es posible afirmar lo siguiente: 
En primer lugar, la idea de seguridad nacional encierra 
necesariamente controversia y complejidad. La seguridad 
nacional es lo que Gallie denominó un concepto "básica-
mente controvertible"11. Es difícil hallar un consenso sobre 
la manera de abordarlo, identificarlo y definirlo. No existe 
un enfoque homogéneo, totalizador y comprehensivo capaz 
de dilucidar una suerte de esencia objetiva en la de 
terminación de lo que es o debe ser la seguridad nacional. 
Por ejemplo, ¿cuál es su sujeto de referencia?; ¿el individuo, 
la nación, el gobierno, el régimen o el Estado?; ¿cuál 
 
10. Véanse, entre otros, Edward E. Azar y Chung-in Moon (eds.), National 
Security in the Third World, 1988; Mohammed Ayoob, "The Security Problematic of 
the Third World", 1991; Bruce M. Bagley y Sergio Aguayo Quezada (eds.), 
Mexico: In Search of Security, 1993; Barry Buzan, People, States and Fear: An Agenda 
for International Security Studies in the Post-Cold War Era; David Campbell, Writing 
Security: United States Foreign Policy and the Politics of Identity, 1992; Brian L. Job, The 
Insecurity Dilemma: National Security in the Third World, 1992; Keith Krause y 
Michael C. Williams (eds.), Critical Security Studies, 1997; Francisco Leal Buitrago y 
Juan G. Tokatlian (comps.), Orden mundial y seguridad: Nuevos desafíos para Colombia y 
América Latina, 1994; Ronnie D. Lipschutz (ed.), On Security, 1995; Robert 
Mandel, The Changing Face of National Security: A Conceptual Analysis, 1994; Peter 
Mangold, National Security and International Relations, 1990; Joseph J. Romm, 
Defining National Security: The Nonmilitary Aspects, 1993; Sam S. Sarkersian, U.S. 
National Security: Policymakers, Processes, and Politics, 1994; Lars Schoultz, National 
Security and United States Policy toward Latin America, 1987; Lars Schoultz, William S. 
Smith y Augusto Varas (eds.), Security, Democracy, and Development in U.S.-Latín 
American Relations, 1994; Michel J. Shapiro, "Strategic Discourse/Discursive 
Strategy: The Representation of `Security Policy' in the Video Age", 1990; 
Caroline Thomas, In Search of Security: The Third World in International Relations, 
1987; Varios Autores, Paz y seguridad en América Latina en los noventa, 1992; R. B. J. 
Walker, "Security, Sovereignty and the Challenge of World Politics", 1991; y 
Thomas G. Weiss y Meryl A. Kessler, Third World Sonority in the Port-Cold War Era, 
1991. 
11. Véase, W. B. Gallic, "Essentially Contested Concepts", 1962. 
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es su nivel de análisis?; ¿el local, el regional o el interna 
cional? El reconocimiento de la naturaleza polémica de este 
término no sólo debería conducir a ampliar y profundizar el 
debate acerca del mismo, sino a diversificar e incorporar 
voces distintas sobre este asunto. De hecho, las que 
predominan siguen siendo las de las naciones más in-
dustrializadas: en general, las perspectivas de la periferia 
sobre el tema de seguridad nacional apenas si aparecen 
ocasionalmente en las publicaciones prestigiosas y científicas 
que se editan en los países centrales, en particular en Estados 
Unidos. 
En segundo lugar, la idea de seguridad nacional remite al 
terreno de la percepción y, consecuentemente, al de la 
interpretación. La referencia casi obligada al escrito de 
Wolfers sobre el tema es ilustrativa y elocuente. Su famoso 
artículo de los cincuenta se titulaba "National Security as an 
Ambiguous Symbol12. Con lucidez, el autor antes que 
referirse a la seguridad como un concepto, o término, o 
hecho ambiguo, plantea que es un símbolo cargado de 
ambigüedad. Con esto se puede concluir que la seguridad es 
una noción tentativa más que definitiva, cargada de 
contenido valorativo y no neutra, y más compleja de lo que 
suele afirmarse. Quién defina la seguridad, cómo lo hace y 
para qué se hace resulta clave. De igual forma, considerar la 
seguridad como un objetivo relativo más que como un 
recurso absoluto es otro elemento a tener en cuenta. 
En tercer lugar, durante el período histórico de la 
Guerra Fría la idea de seguridad nacional adquirió un sesgo 
especial, y recibió una lectura particular entre la gran 
mayoría de tomadores de decisión, especialistas y obser-
vadores. En términos de las relaciones internacionales, se 
 
12. Véase, Arnold Wolfers, "National Security as an Ambiguous Symbol" 1952. 
72 
Global ización, narcot ráf ico y violencia 
alimentó del realismo, ubicando en un lugar privilegiado la 
seguridad del Estado. En términos ideológicos, las re- 
presentaciones y prácticas de los países capitalistas más 
industrializados estuvieron orientadas a asegurar la iden-
tidad estatal mediante la identificación de amenazas externas 
de peligro, cuyo epítome principal, aunque no único, era el 
comunismo. En términos organizacionales y de estrategia, 
no obstante contemplar un abanico de frentes y modos de 
responder a los desafíos externos -a través de políticas 
diplomáticas, militares y económicas- la tendencia observada 
fue fortalecer la dimensióno el sector armado/ 
militar/bélico para proteger la (in)seguridad estatal. Esta 
triple impronta histórica de la idea de seguridad nacional no 
parece haber sufrido aún cambios definitivos a pesar del 
derrumbe de la Unión Soviética y el colapso del comunismo. 
Lo que tiende a predominar en la actualidad es una especie de 
"securitización" de un gran número de problemas: 
depredación del medio ambiente, migraciones in-
controladas, demanda y oferta de drogas ilícitas, pérdida de 
competitividad comercial y tecnológica, conflictos étnicos, 
nacionales y religiosos, entre otros. Estos problemas son 
vistos, en general, desde la lógica estatal, a manera de ase-
chanzas polimorfas y con una tentación a resolverlos por la 
vía del uso expeditivo de una mayor fuerza. La agenda de 
seguridad se amplió, pero los parámetros de comprensión y 
tratamiento inter-estatal aún están signados por la 
racionalidad de la Guerra Fría, es decir: coerción, amenaza, 
presión y retaliación, como parte de la confianza en el 
instrumento militar como alternativa de solución de las 
dificultades generadas por aquellos fenómenos. 
En cuarto lugar, la idea de seguridad nacional parece 
contener dilemas inexorables desde la perspectiva de los 
Estados. En el caso de los países centrales del sistema, se hace 
énfasis en lo que Herz llamó el "dilema de seguridad", 
 
 
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esto es, la búsqueda de la seguridad individual irrestricta 
produce inseguridad en otras contrapartes externas y ello 
conduce a que los diferentes actores operen procurando 
garantizar su propia seguridad, con lo que se confirma 
una relativa inseguridad general13. En el caso de los países 
periféricos del sistema, se hace mención a lo que Job señaló 
como el «dilema de inseguridad"; esto es, la búsqueda de la 
seguridad estatal produce inseguridad en diversos actores sociales 
internos, pues el Estado en cuestión no es suficientemente 
legítimo, lo que reduce la capacidad del Estado para proveer 
orden y paz doméstica y eleva la inseguridad general de una 
nación ante la potencial influencia y eventual acción de 
contrapartes del exterior14. La diferencia fundamental entre 
ambos dilemas es que el primero da por supuesta, firme e 
inconmovible la legitimidad de los actores principales -los 
Estados- envueltos, mientras el segundo parte de una casi 
permanente, indudable y católica ilegitimidad de los actores 
principales -los Estados- comprometidos. 
En quinto lugar, la idea de seguridad nacional es la ex-
presión de un discurso determinado. Este discurso, invo-
cado tanto en el Norte como en el Sur, en el ex Este y el 
Oeste, es de naturaleza conservadora: busca preservar el 
estado de cosas existente dando por sentado que ello es 
viable, deseable y necesario. Es además un discurso que 
pretende otorgar certezas: intenta precisar, medir y predecir 
eficazmente las amenazas, las vulnerabilidades, el tipo, grado, 
origen, dimensión, foco y alcance del peligro y las es-
trategias más convenientes y efectivas para superarlo y así 
evitar el conjunto de riesgos, sorpresas y dificultades 
vitales que ponen en entredicho valores preciados para 
13. Véase, John H. Herz, "Idealist Internationalism and the Security Di- 
lemma", 1950. 
14. Véase, Brian L. Job, "The 1nsecurity Dilemma: National, regime, and 
States Securieties in the Third World�”, op. cit. 
74 
Globalización, narcotráfico y violencia 
una comunidad dada. Asimismo, conjuga un discurso 
orientado a fijar imágenes: esclarece u oscurece, según el 
caso, el perfil del adversario, del contrincante, del enemigo y su 
eventual futuro comportamiento y mediante ello deposita en 
unos pocos ilustrados la capacidad de identificarlos y actuar 
en consecuencia. 
En sexto lugar, la idea de seguridad nacional en el con-
texto hemisférico está asociada a una doctrina. La deno-
minada Doctrina de Seguridad Nacional, surgida al calor de 
la Guerra Fría y estimulada fuertemente por Estados 
Unidos, significó, según Leal, "el mayor esfuerzo latinoa-
mericano para militarizar el concepto de seguridad»15. El 
gran enemigo externo -el comunismo- pasó a mimetizarse en 
el terreno doméstico y con esto, el papel de las fuerzas 
armadas adquirió preponderancia ya que la corporación 
militar se autoidentificó ideológica y prácticamente como la 
única institución capaz de salvaguardar los valores nacionales, 
garantizar la estabilidad política, robustecer el desarrollo 
social y facilitar el progreso económico de un país. Este sello 
doctrinario dependiente y distintivo de la seguridad nacional 
en América Latina se encuentra en un proceso de redefinición 
y transformación y aún gravita en casos continentales en los 
que se expresan movimientos insurgentes y temblores 
institucionales. A su vez, al creciente descrédito de la 
doctrina en la región, se suma una natural desconfianza 
social ante las invocaciones a la seguridad nacional, pues 
se entiende que ésta puede, eventualmente, brindarles 
protección y defensa a las clases gobernantes, pero 
inseguridad e incertidumbre a los ciudadanos. 
A partir de esta rápida revisión es notorio el hecho de 
que todavía es el Estado el lente primordial a través del 
15. Francisco Leal Buitrago , El of ic io de la guerra: La seguridad 
nacional en Colombia, 1994, p. 15. 
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cual se continúa mirando y proyectando la idea de segu-
ridad nacional. Con más o menos variaciones, matices y niveles de 
complejidad, las perspectivas que dominan la literatura 
sobre el tema se inician en el Estado o regresan a él para 
comprender los méritos o las deficiencias del concepto 
de seguridad nacional. Lo que prima entonces es seguridad 
nacional del Estado. 
 
Criminalidad organizada y seguridad nacional 
Los vicios o los placeres individuales o colectivos vin-
culados a diversos productos psicoactivos naturales y/o 
sintéticos no constituyen un problema de seguridad social o 
comunitaria, ni son problemas de seguridad para un régimen 
o un Estado. Sin duda, generan enormes dificultades 
emocionales, psicológicas, morales y de salud entre la 
ciudadanía y por ello deberían ser cuestiones de atención 
fundamental de las políticas públicas. Sin embargo, es el 
prohibicionismo de una sustancia y no la sustancia misma el 
que motiva el escalamiento que la identifica como un 
asunto que exige un tratamiento más decisivo y contun-
dente. Inicialmente, y antes de su prohibición expresa, las 
drogas psicoactivas -su consumo, distribución, tráfico, 
procesamiento y cultivo o producción- no constituyen 
per se e ipso facto una cuestión de seguridad nacional. 
Por otra parte, la más dramática consecuencia de la 
prohibición, el crimen organizado, desnuda, exacerba y 
profundiza las tensiones y contradicciones sociales, políticas 
e internacionales entre sociedades y Estados. La sociedad que 
sufre las consecuencias negativas de la criminalidad organizada, 
obtiene ventajas y beneficios de su establecimiento y 
reproducción. El Estado que coexiste y convive con el 
crimen organizado, puede decidir enfrentarlo con mayor o 
menor fuerza, parcial o totalmente, de modo regular o en 
ciertas ocasiones. La decisión de transformar a 
 
76 
Globalización,narcotráfico y violencia 
la criminalidad organizada en un asunto de seguridad na-
cional es el resultado de una voluntad política, de una 
construcción discursiva y de una praxis cultural que la hace 
posible y necesaria; posibilidad y necesidad funcionales 
para algunos grupos e intereses internos y externos. 
A la ambivalencia (conceptual y práctica) frente a la 
criminalidad organizada, se le agrega la ambigüedad (teórica y 
empírica) de la idea de seguridad nacional. De allí que la 
determinación de convertir la criminalidad organizada en 
un problema de seguridad nacional evidencie una suerte de 
esquizofrenia. En efecto, definir con tanta precisión y 
certeza una relación tan intrincada y contradictoria es 
imprudente. 
La particularidad del narcocrimen organizado en el 
contexto de un país periférico como Colombia, caracterizado 
por un alarmante deterioro de los derechos humanos, por 
múltiples formas de violencia entrecruzadas y por un 
Estado muy precario, es que su tratamiento como cues-
tión de seguridad nacional anuncia el incremento de la 
violencia ligada a ese fenómeno y las pocas probabilida-
des de resolver satisfactoriamente el problema original de la 
demanda y oferta de drogas psicoactivas. "Securitizar" el 
tema de la criminalidad organizada en ese país condujo a 
generar un "dilema estratégico" que se puede expresar de la 
siguiente manera: 
A) En un momento histórico dado, la elite civil de un 
Estado débil -en los términos definidos por Buzan16- deter-
mina que la amenaza del narcocrimen organizado colombiano 
se constituye en un problema de seguridad nacional17. Dicha 
determinación se realiza en un contexto geopolítico donde la 
hegemonía continental incuestionable la ejerce- 
 
 
16. Barry Buzan, op. cit. 
17. Esto fue particularmente evidente durante el mandato del 
presidente Virgilio Barco (1986-1990). 
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Estados Unidos, referente principal de Colombia en todos los 
terrenos (diplomático, militar, comercial financiero, 
tecnológico, etc.) y país donde se produce el mayor con-
sumo del conjunto de drogas psicoactivas. Esa decisión se 
enfrenta, asimismo, a tres realidades internas que la hacen 
inoperante en la práctica. 
 
1. El estamento militar, operando bajo la lógica de la 
doctrina de seguridad nacional -de inspiración estadouni-
dense- en la que el enemigo principal es la insurgencia armada de 
izquierda, como brazo del comunismo internacional, no 
identifica en un comienzo a la narcocriminalidad organizada 
como un asunto prioritario de seguridad nacional a pesar 
del enorme grado de violencia social inestabilidad política 
que ella genera.18. 
2. La capacidad corruptora que tiene la narcocrimina-
lidad sobre importantes segmentos civiles, policiales y 
militares del Estado hace difícil, sino imposible, el combate 
comprehensivo y efectivo del fenómeno que se busca 
neutralizar de acuerdo con el modo e intensidad con que se 
espera sea enfrentado un genuino problema de seguridad 
nacional. 
3. La actitud oscilante, incongruente, tolerante y dispar de 
la sociedad ante los costos y los beneficios generados por la 
narcocriminalidad, la fuerte disensión y la profunda 
desconfianza ante la definición estatal de dicho fenómeno 
como asunto de seguridad nacional, no le otorgan 
18. Sólo a mediados de los noventa, cuando las fuerzas armadas observan la 
determinación de Estados Unidos de elevar el perfil de amenaza del 
narcotráfico, cuando perciben que Colombia se coloca en la mira diplomática de 
Washington y cuando necesitan más recursos militares, pues la Casa Blanca 
canaliza la asistencia de seguridad, en su gran mayoría, a la policía, las fuerzas 
armadas definen el asunto de los narcóticos como un problema de se guridad 
nacional grave. El involucramiento previo y episódico del ejército, en particular, en 
labores antidrogas nunca contó con un consenso corporativo sólido y 
categórico. 
78 
Global izac ión, narcotráf ico y v io lenc ia 
suficiente respaldo, credibilidad y legitimidad a la política 
pública contra el crimen organizado vinculado a las drogas 
psicoactivas. 
B) Independientemente de la definición estatal de nar-
cocriminalidad organizada como cuestión de seguridad 
nacional, y de la operatividad/viabilidad de esa definición, el 
hecho de que el Estado en Estados Unidos haya deter-
minado que la entrada de drogas ilegales a su territorio 
constituye un problema de su seguridad nacional, coloca 
presiones, condiciones y restricciones al Estado colombiano 
que no puede evitar "securitizar" el tratamiento del fe-
nómeno. El riesgo es que el país, más que el negocio ilícito, sea 
el que se convierta en una amenaza para la seguridad 
estadounidense y en una excusa para acciones de fuerza. 
Por lo tanto, este "dilema estratégico" conduce a Co-
lombia a una encrucijada trágica insuperable: eludir el en-
frentamiento total de la narcocriminalidad organizada la 
debilita internacionalmente y asumir el enfrentamiento 
absoluto del narcocrimen organizado la debilita nacional-
mente. Paralelamente, la pasividad frente al fenómeno de las 
drogas debilita externa e internamente a ese país. 
La potencial neutralización y la eventual eliminación de 
una primera generación del narcocrimen organizado 
nacional, ubicada en Medellín y Cali, no han significado la 
desaparición del fenómeno de las drogas ilícitas. Estas victorias 
fueron parciales mas no definitivas, porque lo que finalmente 
ocurrió fue una sustitución de liderazgos y un reemplazo 
por agrupaciones más eficaces y menos visibles. 
 
Contexto internacional y drogas: ¿De la euforia a la 
furia? 
Para entender en el 2000 el lugar del asunto de las drogas 
psicoactivas en el concierto mundial, así como los 
potenciales alcances y límites de su tratamiento como una 
 
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cuestión de seguridad, parece indispensable hacer algunas 
precisiones en torno al sistema internacional19. 
Primero, cada vez es mayor la dinámica del tránsito de 
un sistema Estado-céntrico a lo que Rosenau ha llamado 
un �“mundo multi-céntrico�”20. El aspecto más relevante de 
este movimiento es que el Estado deja de ser el actor 
exclusivo dentro de las relaciones internacionales. La 
multiplicidad de actores no gubernamentales, de agentes 
multinacionales y de entidades supraestatales es cada vez 
mayor y ello va desbordando la centralidad de los Estados 
19. Cabe destacar que independientemente de que se asuma una visión op-
timista o pesimista de la política mundial actual, de que se defina el sistema in-
ternacional como ordenado o en desorden, de que se adopte una perspectiva es-
tructuralista o funcional y de que se reivindique una praxis idealista o pragmática 
en política exterior, lo notorio en las Américas es la reafirmación hegemónica de 
Estados Unidos. La influencia estadounidense en los espacios europeo 
(principalmente) y asiático (crecientemente) es clara, mientras la preponderan-
cia estadounidense en el espacio americano resulta incuestionable. El escenario 
internacional actual se caracteriza por una notable primacía de Washington y 
por la ausencia de posturas contestatarias serias por parte de Europa, Rusia, 
China, Japón y el mundoen desarrollo. Si bien es pertinente subrayar que en el 
plano mundial no se cristaliza una suerte de hegemonía absoluta de Estados 
Unidos por los niveles y grados de complejidad y contradicción del contexto 
geoestratégico más amplio, en el ámbito hemisférico se tiende a consolidar una 
rehegemonización notable de Washington, más palpable ante la carencia de 
contrapartes poderosas (Unión Europea, Rusia, China y Japón) con un espíritu 
y una determinación desafiantes de Estados Unidos en cuanto a este conti-
nente. Pero además, junto a la estructura interestatal en la que se distingue el 
mayor poderío relativo de Estados Unidos, se observa el declive 
simultáneo y contradictorio de la autoridad del Estado y el ascenso acelerado 
de múltiples formas de autoridad no estatal. La considerable influencia de las 
grandes corporaciones, los conglomerados financieros, las organizaciones 
internacionales, las entidades supragubernamentales y los grupos transnacionales 
(legales o criminales) en la configuración de las "reglas de juego" de la 
economía política mundial hace difícil, sino imposible, ubicar un solo locus 
hegemónico en el Estado. El efecto sobre un país periférico del doble proceso 
constituido por la rehegemonización hemisférica de Estados Unidos y la 
ascendente gravitación de nuevas modalidades de autoridad no estatal en el 
contexto internacional, es formidable. Así entonces, los márgenes de maniobra y el 
poder negociador de naciones como Colombia se han visto claramente 
restringidos, más aún cuando a las enormes limitaciones externas se suma una 
profunda crisis interna. 
20. Véase, James N. Rosenau, Turbulence in World Politics: A Theory of 
Change and Continuity, 1990. 
80 
Globalización, narcotráfico y violencia 
y su rol tradicional de fuente y referente único de autoridad 
en el sistema mundial. En forma paralela, surge un 
novedoso y complicado entramado de vínculos, lazos e 
interconexiones que enriquecen la ascendente interdepen-
dencia entre sociedades pero debilitan la supremacía clásica 
del Estado moderno. Esta situación tiene al menos dos 
consecuencias para el lucrativo negocio ilícito de las drogas. 
Por una parte, como fenómeno que surge desde la sociedad y 
se alimenta del mercado, la criminalidad organizada se torna 
más sofisticada y asertiva debido a la disminución del 
alcance y del control del Estado. Por otra parte, ante el 
desbordamiento de ciertos problemas identificados como 
esenciales en la nueva agenda mundial -migraciones, 
drogas ilegales, medio ambiente, no proliferación nuclear, 
etc.-los gobiernos de los países centrales les demandan más 
capacidad de alcance y control a las administraciones de las 
naciones periféricas. Esta dualidad frente al Estado -visto como 
obsoleto o absoluto- incide (y continuará incidiendo cada vez 
más) en las políticas individuales y colectivas para frenar o 
revertir la evolución y/o consolidación de la criminalidad 
organizada, independientemente de su definición como una 
amenaza grave a la seguridad nacional de los Estados. 
Segundo, aún poseen una trascendencia semejante las 
denominadas nuevas relaciones internacionales de mercado y 
las tradicionales relaciones de competencia político-
militar. La política y la fuerza son todavía tan importantes 
como el comercio y las finanzas al momento de definir 
las ecuaciones de poder. Esto es más relevante cuando 
aquellas nuevas relaciones son altamente competitivas y 
provocan tales roces y contradicciones que los cálculos 
militares no han desaparecido en términos de incidencia y 
valoración. Por ende, el escenario que se dibuja para la 
primera década del siglo XXI es confuso y contradictorio. 
 
 
 
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Los espacios geoeconómicos serán tan cruciales como los 
geopolíticos. Los asuntos de la economía y la tecnología serán 
fundamentales, sin entrar aún a desplazar en trascendencia a 
los de la guerra y la paz. En este sentido, parece muy 
arriesgado sostener que se está ad portas de la paz perpetua 
sugerida por Kant en la cual la política armoniza, finalmente, 
con la moral identificándose con �“la ética y benevolencia 
universal�”21. En esa dirección, la definición del asunto de las 
drogas psicoactivas como un problema de seguridad poco 
contribuye a despejar el horizonte en cuanto a la eventualidad 
del recurso a la fuerza para su hipotética resolución. En la 
medida en que se esfumó el comunismo y otros "males" 
ocupan la atención de la comunidad internacional, no parece 
exagerado pensar que la "guerra contra las drogas", con su 
retórica y parafernalia, rejuvenezca como una amenaza mayor 
de acuerdo con las oscilaciones de la opinión pública y de los 
fracasos antinarcóticos de burócratas y políticos en Estados 
Unidos. Aquí se presenta, de hecho, una peculiaridad: la 
agenda temática se internacionaliza, las dificultades se 
globalizan, pero en el tratamiento de los nuevos asuntos 
mundiales -drogas ilegales, medio ambiente, migraciones, 
entre otros- siguen primando visiones y actitudes parroquiales 
y locales, excepto cuando se busca legitimar el uso de la 
fuerza para enfrentar un problema determinado, Corresponde 
recordar acá lo que Cottam señala como los dos estereotipos 
en la política exterior estadounidense 22: la imagen del 
enemigo y la imagen del dependiente. En ambos casos 
Washington ha articulado tácticas y estrategias para legitimar 
intervenciones en el exterior. La primera imagen es 
 
21. Emmanuel Kant, Lo bello y lo sublime/ La paz perpetua, Buenos Aires: 
1946,p.46. 
22. Véase, Martha L. Cottam: Images and Intervention: U.S. Policies in Latin 
America, 1994. 
82 
Global ización, narcotráf ico y violencia 
la que tradicionalmente se ha identificado con la ex Unión 
Soviética y la expansión del comunismo: imagen de amenaza 
y peligro incuestionable. La segunda corresponde más al 
caso de las drogas psicoactivas: países débiles que necesitan 
entender cuáles son sus verdaderos graves problemas y cómo 
enfrentarlos. La distinción parecería conducir a diferenciar 
intervenciones más violentas y más benévolas. Sin embargo, es 
dable pensar que al producirse una cadena específica de 
nexos, esto es: drogas ilícitas, violencia criminal, 
criminalidad organizada, terrorismo transnacional y 
seguridad nacional, no se debe desechar el que la imagen 
del dependiente se desdibuje en la de un nuevo tipo de 
enemigo, en especial cuando el "viejo enemigo" del 
comunismo global se esfumó. Aunque el tema de las drogas 
psicoactivas no ha ocupado en años recientes los grandes 
titulares de los medios masivos de comunicación en Estados 
Unidos, su relevancia para la opinión pública es in-
cuestionable. De hecho, el malestar ciudadano frente a la 
continuidad e incluso exacerbación de las dificultades de-
rivadas del consumo de drogas ilícitas es cada vez mayor. 
Tercero, en los países en vías de desarrollo es hoy 
evidente el agrietamiento político de las que se podrían 
denominar "homogeneidades regionales". Una noción 
omnicomprensiva como "mundo latinoamericano" parece 
desdibujarse dramática y delicadamente. Una suerte de "razón 
de mercado" conduce a igualar a los países del área en 
términos de los fundamentos económicos compartidos, 
mientras tiende a producirse una fragmentación política en 
cuanto a las orientaciones de estrategia exterior en 
particular. En el terreno de las drogas psicoactivas, no ha 
existido, en la praxis, un mínimo de concertación y 
cooperación regional, lo que evidencia la enorme incapa-
cidad de Latinoamérica y el Caribe para desarrollar una 
diplomacia anticipatoria, consensual y propositiva,Esto se 
 
 
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puede explicar porque ningún gobierno de la región quiere 
aparecer contaminando la agenda hemisférica ni "nar- 
cotizando" sus lazos, presuntamente privilegiados, con 
Estados Unidos. A su vez, porque más allá de la retórica, ni 
en el nivel continental ni en el subregional se han diseñado 
o ejecutado políticas conjuntas o coordinadas frente a las 
drogas. Finalmente, porque la diferencia entre el discurso y 
la práctica de las políticas exteriores de los países del área 
conduce a la erosión de su limitado poder negociador; en 
particular en el manejo de temas tan delicados como el de las 
drogas psicoactivas. Así como la personalidad, la 
diplomacia disociada se caracteriza por una menor au-
tonomía en sus actos y decisiones. En efecto una diplo-
macia disociada, debido a la protuberante divergencia y 
distancia entre ideas y acciones, va perdiendo capacidad 
autonómica en el escenario hemisférico y global. En el 
asunto de las drogas, a pesar de las declaraciones regionales y 
de la voluntad oficial estadounidense, entre latinoame-
ricanos y caribeños han coexistido la "lógica" del free-rider, la 
"política del avestruz" que nada entiende, sabe o hace, la 
tesis del "yo soy bueno pero me tocó un mal vecindario" y 
la racionalidad del "sálvese quien pueda" (estas dos últimas 
fórmulas muy usuales en relación con el tratamiento de la 
deuda externa durante los ochenta y noventa). Todo lo 
anterior genera una especie de formidable "dilema de 
prisionero" que opera en desmedro de una resolución no 
represiva, gradual y creativa del fenómeno de las drogas 
ilícitas. Lo anterior augura que en el mediano plazo en vez de 
evitar un escalamiento en la definición del tema de las 
drogas psicoactivas como un asunto de seguridad nacional, los 
diversos gobiernos del área, por motivos diferentes, 
determinen que el fenómeno en cuestión constituye un grave 
problema de seguridad individual; lo cual reforzará la 
"securitización" general del asunto, y con ello, la tentación 
 
 
84 
Globalización, narcotráfico y violencia 
de recurrir a soluciones de fuerza para abordarlo. En ese 
contexto, el problema colombiano podría percibirse como 
un peligro inminente para la seguridad regional lati-
noamericana y caribeña; lo cual fortalecerá el diagnóstico 
estadounidense de que el asunto de las drogas requiere de 
acciones cada vez más punitivas. 
Cuarto, en el comienzo del nuevo milenio han ganado 
preponderancia los temas negativos de la agenda global: 
contaminación, criminalidad transnacional, drogas ilícitas, 
violación de los derechos humanos y corrupción, con un 
desplazamiento/ocultamiento de tópicos como la deuda 
externa, la distribución del ingreso o la justicia social. Ahora 
bien, esta realidad temática no parece conllevar ne- 
cesariamente un tratamiento de dichos asuntos en forma 
simétrica y equilibrada, lo que sin duda producirá fricciones en 
términos del establecimiento, aplicación y cumplimiento de las 
"reglas de juego" para manejar esos temas. El riesgo de esta 
situación es que más que alternativas consensuales se generen 
nuevas tensiones en la aproximación al tópico de los 
estupefacientes y sustancias psicotrópicas, lo cual operará en 
desmedro de soluciones graduales y equilibradas. 
Y quinto, en la perspectiva de los debates diplomáticos 
más importantes, la próxima década pondrá aún más en 
evidencia el replanteamiento de dos fundamentos claves y 
clásicos de las relaciones internacionales entendidas como 
vinculaciones interestatales. Por un lado, el movimiento a 
favor de la noción de soberanía limitada y difusa en 
reemplazo del principio de soberanía ilimitada y absoluta de 
los Estados, y por el otro, la transformación del principio de 
no intervención en el criterio de intervención "justificada" o 
de injerencia "calificada "23. Esto sin duda 
 
 
23. Véanse, entre otros, J. Samuel Barkin y Bruce Cronin, "The State and 
the Nation: Changing Norms and the Rules of Sovereignty in International Rela-
tions", 1994; Ian Forbes y Mark Hoffman (eds.), Political Theory, International 
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influye sobre los enfoques predominantes en torno a las 
drogas psicoactivas24. Más aún, su incidencia trasciende un 
tema específico y tiene impacto en las relaciones entre 
Estados. En general, se ha reiterado que el asunto mundial de 
las drogas ilícitas es un fenómeno global que en el marco de la 
pos-Guerra Fría requiere de un enfoque internacional. Sin 
embargo, la argumentación discursiva de los Estados no 
coincide con sus prácticas políticas en esta materia. 
Relations, and the Ethics of Intervention, 1993; Sohail H. Hashmi (ed.), State 
Sovereignty: Change and Persistence in International Relations; Gene M. Lyons y 
Michael Mastanduno, Beyond Westphalia? State Sovereignty and International 
Intervention, 1995; y Laura W. Reed y Carl Kaysen (eds.), Emerging Norms of 
justified Intervention, 1993. 
24. Es muy significativa la cantidad de publicaciones en Estados Unidos 
sobre las nuevas formas y prácticas de intervención. Así, los temas políticos de 
la actual agenda internacional, como el de los derechos humanos, se analizan y 
debaten a la luz de las nuevas nociones de permisividad extraterritorial, coer-
ción multilateral, autodefensa anticipatoria. Sin embargo, el terreno de los plan-
teamientos intervencionistas no se ha limitado a los derechos humanos viola-
dos. El asunto de las drogas es un referente importante al momento de los 
diagnósticos y las propuestas de un renovado intervencionismo mundial. En el 
caso de Estados Unidos, un grupo disperso pero concurrente de trabajos 
rigurosos publicados en revistas prestigiosas por especialistas serios, apunta en 
ese sentido. La naturaleza global del fenómeno de los narcóticos estimuló la 
polémica (entre otros, Robert M. Kimmitt, "International Law and the War 
on Narcotics" 1990; Richard A. Martin, "Problems in International Law 
Enforcement" 1991; y D. Brian Boggess, "Exporting United States Drug 
Laws: An Example of the International Legal Ramifications of the `War on 
Drugs"', 1992). El concepto de extraterritorialidad en el combate antidrogas 
adquirió relevancia (entre otros, Kevin Fischer, "Trends in Extraterritorial 
Narcotics Control: Slamming the Stable Door after the Horse has Bolted" 
1984: Mary Ellen Walch, "The Extraterritorial War on Cocaine: Perspectives 
from Bolivia and Colombia", 1988; Stephen E. Chelberg, "The Contours of 
Extraterritorial Jurisdiction in Drug Smuggling Cases" 1990; y William Harding 
Latham, "Extraterritorial Application of U.S. Drug Laws on the High Seas", 
1991). El rapto de narcotraficantes en el exterior por parte de autoridades 
estadounidenses, aplicando la doctrina Ker-Frisbie sobre secuestro, aportó a la 
discusión (entre otros, Andreas F. Lowenfeld, "U.S. Law Enforcement Abroad: 
The Cosntitution and International Law", 1990; Kirk J. Henderson, "Fighting 
the War on Drugs in the `New World Order': The Ker-Frisbie Doctrine as a 
Product of its Time", 1991; Darin A. Bifani, "The Tension between Policy 
Objectives and Individual Rights; Rethinking Extradition and Extraterritorial 
Abduction", 1993; 
Peter S. McCarthy,"Extending the Ker-Frisbie Doctrine to Meet the Modern 
86 
Globalización, narcotráfico y violencia 
Internacionalización y drogas 
Ahora bien, en cuanto a los modelos de internaciona-
lización del problema de las drogas que se han propuesto 
durante los noventa, el abanico de iniciativas podría resu-
mirse así: 
Internacionalismo militar: este modelo sugiere un rol 
más activo de Estados Unidos en instancias multinacionales, 
como Naciones Unidas, o mediante el encabezamiento de 
coaliciones ad hoc de países. Esto se propone después de 
identificar el fenómeno de las drogas como uno de seguridad 
que demanda la autodefensa de la comunidad mundial ante la 
amenaza generada por los narcotraficantes, en particular 
colombianos25. 
Internacionalismo jurídico: este modelo promueve 
mecanismos legales, en especial en el marco de la ONU, para 
prevenir y castigar la proliferación del negocio ilícito de las 
drogas en sus manifestaciones criminales más violentas, 
llegándose a plantear la necesidad de una Corte Internacional 
para el tema26. 
Internacionalismo diplomático: este modelo plantea 
que dado el escenario pos-Guerra Fría y ante una agenda 
 
Challenges Posed by the International Drug Trade", 1993; y Linda C. Ward, 
"Forcible Abduction Made Fashionable: United States v. Alvarez-Machain's 
Extension of the Ker-Frisbie Doctrine", 1994. Mientras tanto, las posibilidades de 
acciones militares, medidas represivas y operaciones "relámpago" especiales y 
efectivas han sido examinadas (entre otros, Lowell Adams Keig, "A Proposal for 
Direct Use of the United States Military in Drug Enforcement Operations 
Abroad", 1988; Steven Y. Otero, "International Extradition and the Medellin Co-
caine Cartel: Surgical Removal of Colombian Cocaine Traffickers for Trial in the 
United States", 1991; y Gregory Wilson, "The Changing Game: The United States 
Evolving Supply-Side Approach to Narcotics Trafficking", 1994. 
25. Véanse, por ejemplo, Lt. Col. James E. Schmidt, "U.N. Offensive 
Could Do the Job: Hit Drug Lords' Center of Gravity", y James R. Edmunds, 
"Nonconsensual U.S. Military Action against the Colombian Drug Lords under 
U.N. Charter", 1990. 
26. Véanse, por ejemplo, Charles L. Blakesley, Terrorism, Drugs, Interna 
tional Law, and the Protection of Human Liberty,1992 y Faiza Patel, �“Crime 
Without Frontiers: A Proposal for an International Narcotics Court", 1990. 
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renovada en el ámbito de la diplomacia, es útil el uso de 
instrumentos tales como Fuerzas de Paz de Naciones Unidas 
para enfrentar problemas que, como el de las drogas, 
provocan recurrentes fricciones, por ejemplo, entre los países 
andinos y Estados Unidos. Ello se postula con el fin de evitar 
temores y sensibilidades pro-nacionalistas y anti-
imperialistas27. 
Así, a partir de 2000 el desafío que enfrenta Colombia en 
términos de la eventual internacionalización del asunto de los 
narcóticos es vital. En ese sentido, aparecen al menos tres 
interrogantes con sus consecuentes opciones. 
Primero, ¿constituye Colombia en la actualidad un 
ejemplo de "internacionalización anárquica"? Esto es: ¿es el 
país un caso abandonable por la comunidad interestatal 
debido a que se consolida como epicentro del entrecru-
zamiento de múltiples actores no gubernamentales con 
capacidad bélica que escapan al mínimo control de un 
Estado en un territorio determinado? Aceptar esta alternativa 
implicaría que agentes violentos no gubernamentales externos, 
avanzando en sus propósitos de modo directo o encubriendo 
intereses de otros Estados, pudieran incidir y actuar de 
manera ocasional o reiterada en el contexto doméstico, 
profundizando la fragmentación del país, debilitando aún 
más al poder estatal y generando un vacío institucional 
usufructuable potencialmente por la narcocriminalidad 
organizada. 
Segundo, ¿constituye Colombia en la actualidad un 
ejemplo de "internacionalización intervenible"? Esto es: 
¿se clasificaría al país como un caso hostil y sería, por lo 
tanto, objeto de una operación militar orientada a revertir 
lo que una porción del sistema mundial define como 
 
 
27. Véase, por ejemplo, Paul E Diehl y Chetan Kumar, "Mutual Benefits 
from International Intervention: New Roles for United Nations Peace-Keeping 
Forces", 1991. 
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Global izac ión, narcotráf ico y v iolencia 
amenaza? La consecuencia de esta vía sería el establecimiento de 
un nuevo régimen político nacional, independiente de su 
legitimidad interna y su viabilidad a largo plazo. 
Tercero, ¿constituye Colombia en la actualidad un 
ejemplo de "internacionalización cooperable"? Esto es: ¿es el 
país un referente valioso de la comunidad de naciones para 
resolver gradual, genuina y consistentemente la expansión 
local de la criminalidad organizada vinculada a las drogas 
psicoactivas? La consecuencia de esta vía sería la aceptación 
implícita de una soberanía endeble y la posible conformación 
de una coalición estatal y no gubernamental en favor de la 
asistencia, el respaldo y el compromiso necesarios para 
confrontar más eficazmente la problemática de las drogas 
ilegales en el país. 
Al acentuarse un impasse crítico en cuanto al tópico de 
las drogas, la vulnerabilidad colombiana se torna in-
quietante. De allí, la tentación de buscar soluciones de 
fuerza para resolver el complejo caso de Colombia, algo 
que va ganando adeptos silenciosos pero numerosos en las 
Américas. 
A manera de conclusión lacónica 
El "dilema estratégico" de Colombia parece así un ca 
llejón sin salida: el prohibicionismo ha conducido al país 
a una encrucijada terrible pues todas las opciones de ac 
ción tienen costos elevados y rendimientos decrecientes. 
En Colombia parece perfilarse gradualmente, y con 
posibilidades de consolidación, lo que se ha descrito como 
la fase "simbiótica" del desarrollo de la criminalidad orga 
nizada28. El fracaso de la política antinarcóticos en Estados 
Unidos y el riesgo serio del encumbramiento incontrolable 
 
28. Véase, Edwin H. Stier y Peter R. Richards, "Strategic Decision Making in 
Organized Crime Control: The Need for a Broadened Perspective", 1987. 
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de una narcocriminalidad en Colombia motivan la búsqueda 
de nuevos mecanismos e iniciativas para abordar el tema de 
las drogas ilegales. En el caso de Colombia, trasladar el tópico 
de las drogas ilícitas del terreno de la seguridad para ubicarlo 
en el campo social es un sendero que, aunque consistente con 
la argumentación arriba mencionada, se torna hoy 
impracticable por las contradicciones internas prevalecientes y 
la enorme debilidad estatal, así como por la presión 
estadounidense y la capacidad retaliatoria de Washington, que 
no va a modificar su definición del tema como uno que afecta 
su seguridad nacional. En este escenario, el futuro de 
Colombia aparece condicionado: desgarradoramente la 
mayoría de las tendencias presentes augura menos bienestar y 
más dolor para colombianos y colombianas. 
 
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