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TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
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TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
ALICIA LINDÓN
DANIEL HIERNAUX
(Dirs.)
UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA
UNIDAD IZTAPALAPA División de Ciencias Sociales y HumanidadesCasa abierta al tiempo
Georges Bertrand
Gustavo D. Buzai
Luis Felipe Cabrales Barajas
Carles Carreras
Pedro Castro
Federico Fernández Christlieb
Marina Frolova
Jacobo García Álvarez
Aurora García Ballesteros
M. Dolors García Ramon
Felipe Hernando Sanz
Juan-Luis Klein
Bertrand Lévy
Jacques Lévy
Liliana López Levi
Cristóbal Mendoza
Bernadette Mérenne-Schoumaker
Lorenza Mondada
Joan Nogué
Ángel Paniagua
Silvina Quintero
Jean-Bernard Racine
Rocío Rosales Ortega
Olivier Walther
Perla Zusman
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Primera edición: 2006
© Alicia Lindón Villoria et alii, 2006
© UAM - Iztapalapa. División de Ciencias Sociales y Humanidades, 2006
© Anthropos Editorial, 2006
Edita: Anthropos Editorial. Rubí (Barcelona)
www.anthropos-editorial.com
En coedición con la División de Ciencias Sociales y Humanidades.
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México
ISBN: 84-7658-794-5
Depósito legal: B. 50.833-2006
Diseño, realización y coordinación: Anthropos Editorial
(Nariño, S.L.), Rubí. Tel.: 93 6972296 / Fax: 93 5872661
Impresión: Novagràfik. Vivaldi, 5. Montcada i Reixac
Impreso en España – Printed in Spain
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un
sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético,
electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
TRATADO de Geografía Humana / dirección de Alicia Lindón y Daniel
Hiernaux. — Rubí (Barcelona) : Anthropos Editorial ; México : UAM.
Iztapalapa. Div. Ciencias Sociales y Huanidades, 2006
652 p. ; 24 cm. — (Obras generales)
Bibliografías
ISBN 84-7658-794-5
1. Geografía Humana I. Lindón, Alicia, dir. II. Hiernaux, Daniel, dir. III.
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Div. Ciencias Sociales y
Humanidades IV. Colección
911.3
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7TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
INTRODUCCIÓN
LA GEOGRAFÍA HUMANA:
UN CAMINO A RECORRER
Alicia Lindón
Daniel Hiernaux
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, México
En 1986, Antoine Bailly y Jean-Paul Ferrier iniciaban un artículo comentando que «la pues-
ta en marcha de una Nueva Geografía Universal [refiriéndose a la de Roger Brunet] es un
evento raro, de una extrema importancia: En el alba del Tercer Milenio, la comunidad geo-
gráfica va a confrontar su conocimiento con un estado del Mundo, caracterizado por un
potencial de instrumentos y técnicas bruscamente multiplicados» (1986: 259). Sin pretender
comparar ni equiparar en contenido ni en perfil este Tratado de Geografía Humana con aque-
lla obra, en cierta forma se pretende producir un efecto de confrontación semejante al que
anunciaban Bailly y Ferrier con relación a la obra de Brunet. Aunque ahora la comunidad
que esperamos se confronte sea, sobre todo, la de la geografía iberoamericana que, a pesar
del apelativo, no tiene unas fronteras nítidas dadas por las de los países así identificados,
entre otras razones porque los iberoamericanos —igual que otros— en las últimas décadas
se han visto envueltos en importantes procesos de movilidad espacial, tanto intra como
intercontinental, pero también están crecientemente vinculados en redes internacionales.
Así, la geografía iberoamericana habita en diversos países (dentro y fuera de Iberoamérica)
y se alimenta de otros tantos. No obstante, no todos los autores de este Tratado son iberoame-
ricanos, algunos son francófonos con apertura e integración a otras tradiciones. Toda esta
complejidad de orígenes, inserciones, tradiciones y redes en las que se ubican los autores, no
impide que el libro esté orientado sobre todo —pero no exclusivamente— a la comunidad
geográfica iberoamericana.
La confrontación de una comunidad científica supone el ejercicio de detenerse, obser-
var y reflexionar sobre qué se estudia, cómo se lo hace, qué se sigue estudiando y de qué
formas se aborda, qué se ha dejado de estudiar y qué nuevas temáticas de interés se presen-
tan. Por otra parte, la confrontación ahora también lleva consigo un desafío enorme en tanto
el mundo ya no se encuentra en el alba del Tercer Milenio, sino viviéndolo de manera inten-
sa: los cambios que hace veinte años se veían a veces y esbozaban otras, actualmente son
ineludibles, insoslayables, evidentes, en los más diversos y remotos rincones. Este es el desa-
fío de fondo que asume el Tratado. Aun cuando todo el conocimiento científico siempre va
detrás de los cambios vividos, cuando éstos se intensifican resulta casi imprescindible hacer
un balance y confrontación con el conocimiento científico con el cual se pueden buscar
respuestas a esos cambios.
Otra situación por la cual parecería que estamos en una coyuntura histórica adecuada
para emprender una labor de revisión de nuestra disciplina en particular, es el carácter explo-
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Alicia Lindón y Daniel Hiernaux
sivo que viene tomando el espacio, nuestro objeto de estudio central. Se pueden recordar
algunas advertencias planteadas por destacados pensadores de otros campos del conocimien-
to en los cuales se han vivido procesos semejantes en cuanto a que el objeto de estudio se
constituya en un tema de interés explosivo y exacerbado. Un ejemplo es el que ofrece, al inicio
de uno de sus libros, el semiólogo Yuri Lotman (1999) cuando planteaba que la palabra «texto»
se usa crecientemente y de muchísimas formas diferentes: aparece en discursos de orígenes
muy dispares entre sí. Para el autor, ese uso explosivo no indicaba que se estuviera aclarando
un concepto, pero sí que algo se estaba moviendo en torno a esa palabra. En un principio, ese
uso reiterado y diverso le quita a la palabra —texto, en aquel caso— la monosemia, y la orienta
hacia una perspectiva polisémica, aunque todavía muy confusa. Nos podríamos plantear algo
muy semejante respecto a las palabras «espacio» y «territorio», en torno a las cuales se define
el objeto de estudio de la geografía humana. Actualmente son multicitadas y multirreferidas,
aunque la mayor parte de las veces no queda claro qué sentido se les está otorgando, y en
muchas otras no es difícil entender que se le da un sentido demasiado simple. Recuperando la
propuesta de Lotman podríamos pensar que esta explosión del uso de las palabras espacio y
territorio en muy diversos discursos sociales —muchas veces sin rigor ni conocimiento que
fundamente lo dicho— puede estar anunciando —aunque todavía no de manera evidente— un
proceso de erosión del carácter monosémico de estas palabras, y paralelamente de construc-
ción polisémica de estos conceptos. El carácter casi monosémico que tuvieron durante mucho
tiempo las palabras espacio y territorio —ahora en crisis— no ha sido ajeno a la regencia de lo
locacional en el sentido más simple de resolver la pregunta por el dónde. Ahí se ha anclado su
monosemia, insuficiente actualmente.
Reforzando la idea anterior, se puede recordar que antes de iniciar el tercer milenio, el
geógrafo inglés Peter Gould (1996) afirmó que el siglo XXI sería el «siglo espacial, se evolu-
ciona hacia una fuerte conciencia espaciotemporal [...], un tiempo en que la conciencia de lo
geográfico volverá a adquirir una presencia destacada en el pensamiento humano».
Posiblemente, como parte de estos procesos de ampliación de las fronteras de nuestros
conceptos (la explosión polisémica), pero también de redescubrimiento del espacio y el te-
rritorio en las diversas ciencias sociales y las humanidades, también asistimos a una notoria
confusión entre el uso de la palabra «geografía» como una disciplina científica, cómo una
forma de conocer, yla geografía como el territorio mismo en el que ocurren diferentes he-
chos o fenómenos. Dado que este Tratado asumió la meta de hacer un balance de la geografía
humana como disciplina, como ciencia social, y no un balance de los «territorios», de la
superficie terrestre y lo que ellos «contienen», entonces este doble uso de la palabra geogra-
fía podría haber introducido cierto ruido en esa labor. Sin embargo, no fue así ya que siem-
pre se mantuvo firme que el objetivo no ha sido el recuento de los territorios, sino la recons-
trucción del pensamiento geográfico.
Así, la idea de producir este Tratado surgió precisamente en ese contexto en el cual el
objeto mismo de la geografía, el espacio o la espacialidad de la vida social, parece florecer en
el conjunto del conocimiento y atraer muy diversas miradas procedentes de distintas disci-
plinas. Es en este contexto histórico de florecimiento de la espacialidad, que consideramos
importante detenernos y revisar cómo nuestra disciplina ha tratado a su objeto de estudio,
para reflexionar sobre los horizontes que hoy tenemos frente a nosotros.
Estos planteamientos acerca del siglo XXI como un «siglo espacial», o el de una espacia-
lidad explosiva, nos llevan a introducir explícitamente el tema del acercamiento entre las
disciplinas, la interdisciplinariedad o más aún, la transdisciplinariedad, como un trasfondo
de sentido para esta obra. Se podría suponer que si estamos presentando un Tratado de
Geografía Humana, es decir, de una disciplina, la cuestión de los acercamientos con otras no
es el punto central. Sin embargo, ésa no es la concepción sobre la cual se desarrolló el pro-
yecto y el trabajo colectivo. Aun cuando estamos tomando una perspectiva disciplinaria, no
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Introducción. La geografía humana: un camino a recorrer
9TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
creemos posible reconstruirla con una mirada cerrada a las otras disciplinas. Es más, resulta
difícil o incluso imposible, hacer una revisión de algún campo de la geografía humana sin
hacer referencias a lo que ocurre en otras disciplinas que también se interesan por el campo
en cuestión o por algunos de sus elementos. Este fenómeno cada vez es más intenso «desde»
la perspectiva de la geografía y también «hacia» nuestra disciplina, y constituye una señal
inconfundible de un movimiento que usualmente se ha denominado «giro».
La «explosión de la espacialidad y el territorio» (mencionada anteriormente) también
es una muestra de que, se reconozca o no, se ha iniciado un giro de las otras ciencias sociales
«hacia» lo geográfico. Quizás el discurso sociológico más conocido al respecto, es el de Anthony
Giddens (1995), quien «redescubre» el espacio de la mano del geógrafo sueco Torsten
Hägerstrand. Al mismo tiempo, el discurso geográfico más difundido sobre esa recupera-
ción del espacio en la teoría social, tal vez sea el del geógrafo americano de origen polaco,
Edward Soja (1989). Una de las mayores virtudes para la geografía humana, de este
redescubrimiento mutuo es que sirvió para darle a la geografía y a los geógrafos una legitimi-
dad en la teoría social, que hasta ese momento no habían logrado. Esto ha sido una buena
entrada para que la geografía se atreva a acercarse y dialogar más intensamente con otros
científicos sociales, que también abordan la espacialidad.
Al mismo tiempo que en las otras ciencias sociales ocurre esta «espacialización», la
geografía viene experimentando un giro inverso, un giro geográfico hacia las otras discipli-
nas sociales. Ambos giros resultan del reconocimiento de que la complejidad del mundo
actual requiere de los acercamientos interdisciplinarios y la construcción de nuevos cuerpos
teóricos en este sentido. En la tradición geográfica francófona el primer planteamiento so-
bre un giro en la geografía nos llega de la pluma de Jacques Lévy (1999). Planteamientos
semejantes pueden observarse en la tradición anglosajona, en autores como Nigel Thrift
(2004), Neil Smith (2002), Nigel Thrift y Mike Crang (2000), entre muchos otros. El geógrafo
francés —Jacques Lévy— señalaba que la geografía ha iniciado un «giro geográfico» (Tournant
Géographique) para construir un nuevo edificio teórico en fuerte diálogo con las otras cien-
cias sociales que se han interesado por el espacio y han aportado a su conocimiento (Lévy,
1999; Gauchet, 1996). En el mismo sentido iban las reflexiones del geógrafo brasileño Milton
Santos, tanto en una de sus últimas obras (2000), como en otras previas (1990), aun cuando
no usara la expresión «giro».
Este giro geográfico —o un giro espacial (Spatial Turn), en palabras de Thrift— no
debería asimilarse a aquel otro que vive la disciplina, advertido inicialmente por la tradición
anglosajona: el giro cultural (Cultural Turn). No los queremos asimilar uno al otro, aunque
seguramente están interrelacionados, cada uno pone el énfasis en distintos aspectos. El giro
cultural planteó el redescubrimiento de la dimensión cultural en la geografía y su presencia,
de una forma u otra, en casi todos los campos de la disciplina. Aquí lo que estamos plantean-
do es la construcción de un nuevo edificio teórico en torno al concepto de espacio y en fuerte
diálogo con otras ciencias sociales. Como dijera Jacques Lévy: construir un nuevo cuerpo
teórico sobre el espacio, es decir, «pensar el espacio, para leer el mundo» (Lévy, 1999; Gauchet,
1996). No obstante, el giro cultural también está presente en nuestra obra, ya que en muy
diversos capítulos aparece esta dimensión de manera más o menos intensa. Por otra parte, la
relación entre ambos giros dentro de nuestra disciplina, puede pensarse en los siguientes
términos: para la construcción del nuevo edificio teórico sobre el espacio, la geografía nece-
sariamente debe incluir la dimensión cultural.
Si todo esto deriva de un interés creciente por la espacialidad, que a su vez anuncia un
mayor acercamiento entre la geografía humana y las otras ciencias sociales y las humanida-
des, también parece importante no perder de vista el ancestral «trauma» de la geografía
frente a las otras ciencias sociales, que ha ayudado a que la geografía, en ese acercamiento,
suela perder el rumbo de la espacialidad. Frecuentemente, los geógrafos abrazan teorías
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TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA10
Alicia Lindón y Daniel Hiernaux
sociales por esa necesidad de sentirse parte de los grandes debates y los discursos actuales, y
sin darse cuenta pierden la espacialidad, sobre la cual —paradójicamente— las otras cien-
cias sociales manifiestan un creciente interés. Justamente, la construcción de ese nuevo
cuerpo teórico sobre la espacialidad puede ser una garantía para no volver a caer en ese falso
camino por el que se pierde lo que le da el sentido de ser a la disciplina.
Esta problemática del giro geográfico y el giro cultural no es ajena ni está desvinculada del
«desafío posmoderno» (Dear, 1988). Precisamente, desde los años ochenta el discurso posmoderno
—iniciado en la filosofía contemporánea pero rápidamente retomado en las distintas ciencias
sociales y también en el campo del arte— de manera creciente va siendo parte de la reflexión en
geografía humana. En nuestra disciplina esta preocupación —difícil de definir, pero que en
última instancia se puede aceptar como un cuestionamiento de la racionalidad modernista
(Lyotard, 1989)— toma cuerpo en varios planos que pueden ser sintetizados —siguiendo la
propuesta de Dear (1988: 262)— de la siguiente forma: 1) como un reposicionamiento «pivotal»
de la geografía dentro de las ciencias sociales y las humanidades; 2) es también un replantea-
miento interno de la disciplina, y 3) forja de una forma renovada la participación de la disciplina
en los debates de la filosofía y los métodos de las ciencias humanas.
Estas tres formas en que lo posmoderno involucra a la geografía, en términos prácticos
generaron diferentes dilemas y replanteamientos. Por ejemplo, el reposicionamiento pivotal
de la geografía en el conciertode las ciencias sociales, lleva a algunos autores —como Soja— a
plantear a fines de los años ochenta que así como se había construido una teoría social crítica
con un énfasis en el tiempo, el desafío posmoderno estaba exigiendo que esa teoría social
crítica (con espíritu neomarxista), incluyera de manera central el espacio (Soja, 1989). Este fue
un planteamiento pionero en una geografía —neomarxista—1 que asumía el desafío posmoderno
y buscaba una imbricación más fuerte con la teoría social. Pero a su vez, desde las otras cien-
cias sociales estas posturas encontraron eco en lo que señalamos anteriormente: el interés
creciente de las ciencias sociales por incluir el espacio (ese giro hacia lo geográfico de las otras
ciencias sociales). No obstante, el desafío posmoderno atravesó nuestra disciplina de muchas
otras formas. El replanteamiento interno de la disciplina es parte del giro geográfico ya men-
cionado, pero manifiesto de manera explícita en los diferentes campos de la disciplina de
maneras particulares. Por ejemplo, el capítulo de geografía económica muestra cómo en este
campo se desarrollan fuertes autocríticas y se buscan nuevas alternativas.
Por último, el desafío posmoderno, como plantea Dear (1988), también trajo consigo,
para la geografía, un nuevo involucramiento en las discusiones filosóficas y metodológicas
candentes en las otras ciencias sociales y las humanidades, que tendrá múltiples expresiones:
Desde el surgimiento o el fortalecimiento de buena parte de lo que en este Tratado incluimos
como campos emergentes (una geografía de género, la vida cotidiana, el lenguaje…), pero
también la apertura de nuestra disciplina hacia lo que actualmente se conoce como las
metodologías cualitativas, que en esencia rescatan posturas hermenéuticas e interpretativas.
Esto último cabe ser subrayado ya que muestra que el desafío posmoderno no sólo se articuló
con ciertas geografías neomarxistas, sino que en otras vertientes también lo hizo con geogra-
fías humanistas, fenomenológicas y existencialistas que ya había producido con anterioridad
nuestra disciplina. Otra derivación del involucramiento de la geografía en estos debates es la
incorporación del deconstruccionismo, que en el pensamiento contemporáneo introdujo so-
bre todo Jacques Derrida. Esto adquiere un matiz muy particular en la geografía porque lleva
por un lado a revisar el largo papel de los geógrafos con el poder y por otro, por generar una
fuerte autocrítica en el campo de la cartografía que condujo a advertir sobre la necesidad de
1. Cabe recordar que el título principal de aquel libro de Soja, de 1989, fue Postmodern Geographies.
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Introducción. La geografía humana: un camino a recorrer
11TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
deconstruir el conocimiento cartográfico plasmado a través de mucho tiempo, por todo lo que
ocultó (Minca, 2001, 2002; Olsson, 2001).2 Este tema adquiere un tratamiento particular en el
capítulo correspondiente a la cartografía de este Tratado.
Frente a toda esta reflexión, el tema de la posmodernidad voluntariamente no ha sido
abordado como un capítulo ad hoc en este Tratado, de igual manera que no han sido inclui-
dos como capítulos los «giros». Esto podría parecer extraño a algunos. La decisión se funda
en que creemos que el valor de estos debates (posmodernos y los giros) está en comprender-
nos en movimiento, es decir puestos en práctica, en los diferentes campos en los cuales se
manifestaron.
De hecho, no escapará al lector que buen número de los capítulos hacen referencia, de
una forma u otra, a algunos de estos textos centrales del enfoque posmoderno, o bien anali-
zan la aparición de conceptos y enfoques nuevos, derivados de la ola posmoderna. En otros
términos, si bien la posmodernidad no la hemos integrado como un campo en sí, como un
capítulo aparte, no cabe duda que se está presente a lo largo de casi toda la obra.
No sólo las nuevas orientaciones asumidas en diversos campos de la geografía humana
actual son hijas de esa posmodernidad, por lo menos en parte, también muchas temáticas
particulares que frecuentemente emergen en los lustros recientes, son a su turno suscepti-
bles de ser relacionadas con la misma: la identidad, la otredad o la alteridad, la revaloriza-
ción del individuo y del sujeto, la relevancia de la textualidad y la contextualidad, para citar
solo algunos tópicos más relevantes en este sentido. Todos ellos han sido cobijados por los
diferentes capítulos, aun cuando los autores no siempre refieran explícitamente a la misma
posmodernidad. En este sentido, no es accidental que muchos capítulos parecen coincidir
en sus referencias, sus aproximaciones y sus evaluaciones sobre las trayectorias recientes de
los campos de la geografía humana.
Este Tratado de Geografía Humana se suma al espíritu de estos giros y al desafío
posmoderno, y en ese sentido pretende contribuir a develar cuestiones como las siguientes:
en los distintos campos de la geografía, ¿estamos en un momento en el que se generan nue-
vas preguntas y nuevas aproximaciones para resolverlas?, o ¿estamos asistiendo a la puesta
en tela de juicio de los campos mismos de la geografía humana, o al menos, de algunos de
ellos y el surgimiento de otros nuevos? Éstas son sólo algunas de las posibles interrogantes
que aspiramos genere esta obra.
Aun cuando las anteriores condiciones —los cambios en el mundo, los giros y desafíos
que involucran a la geografía y las otras ciencias sociales— indicaban que era necesario
emprender un proyecto de este tipo, un Tratado de Geografía Humana, también es innegable
que una obra de esta naturaleza parece navegar a contracorriente de las tendencias académi-
cas y editoriales actuales. A contracorriente de las primeras, porque ganan en especificidad
sin ninguna —o muy escasa— preocupación por el todo, por las visiones amplias y por qué
no decirlo, por lo holístico. A diferencia de estas tendencias y modas, el Tratado aborda un
amplio espectro de campos de la Geografía Humana en vez de especializarse en algunos. Y
también navega a contracorriente de las tendencias editoriales porque éstas priorizan cada
vez más el libro de formato pequeño, que se supone permite una lectura ágil, acorde con los
tiempos acelerados.
A diferencia de esas tendencias, quisimos mantener la prioridad en el «todo» como
punto de partida para, desde allí, penetrar en los recovecos de las especificidades. Ni renun-
ciamos a la visión holística, ni a lo específico. Esto ha implicado que el proceso desplegado
2. La tercera parte del muy reconocido libro editado por el geógrafo de la Universidad de Venecia, Claudio Minca
(Posmodern Geography), está dedicado a este tema. En esa parte del libro escriben el propio Claudio Minca, Denis
Cosgrove y Luciana Martins, Vincenzo Guarrasi, Franco Farinelli y Gunnar Olsson.
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TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA12
Alicia Lindón y Daniel Hiernaux
para llegar a la obra colectiva fuera particularmente complejo por varias razones. Una de
ellas es que, aunque mucho hablamos del trabajo colectivo, en nuestro cotidiano quehacer
académico solemos estar más acostumbrados a dedicarnos a estudiar aspectos que son de
nuestro interés personal y hacerlo con caminos que nosotros definimos enteramente en cada
investigación. En el caso de este Tratado de Geografía Humana, no se procedió de esa forma
por el objetivo holístico que nos propusimos desde un principio: de modo tal que eso implicó
que las grandes líneas fueran comunes para todos los capítulos. Ahí radicó una de las dificul-
tades, tanto por esa práctica que acabamos de mencionar como porque las especificidades
de los distintos campos geográficos no necesariamente se ajustan igual a esa perspectiva
general. Así y todo, nos propusimos, como meta, hacer un balance del pensamiento geográ-
fico en términos de teorías geográficas particulares o específicas dentro de un amplio espec-
tro de campos de la geografía humana contemporánea, así como esbozar los horizontesque
se perfilan en cada uno de esos campos.
En los últimos doscientos años la geografía se ha consolidado en forma rizomática: una
efervescencia considerable se ha podido observar a partir de los dos troncos que instituyeron
la geografía en el siglo XIX, la escuela alemana y la francesa. La historia y la epistemología de
la geografía clásica son hoy demasiado conocidas y han sido extensamente discutidas, por
ello no consideramos necesario regresar a los orígenes del pensamiento geográfico en esta
obra (Ortega Valcárcel, 2000; Capel, 1981). Ello no niega la posibilidad ni el interés de em-
prender, con una actitud hermenéutica, una búsqueda de nuevas lecturas e interpretaciones
de los textos clásicos, pero la dejamos para otros o para un futuro.
Así, decidimos trabajar sólo con la geografía contemporánea más reciente. Para ello
resultó pertinente fijar un corte, un parteaguas temporal, que hemos situado alrededor de los
años setenta, para demarcar a qué materia de estudio nos abocaríamos. Indudablemente, no
es un corte estricto, sino móvil según los casos. Poner el hito de los años setenta fue una
forma de reconocer una ruptura ya ampliamente documentada dentro de la geografía, pero
también en las otras ciencias sociales. Esto último, en nuestra mirada fue importante porque
es una forma de reconocer, de manera explícita, que la geografía contemporánea no se cons-
truye al margen de lo que ocurre en las demás ciencias sociales y humanidades, sino en
diálogo con ellas. Destacamos esto porque se han hecho geografías en distintos momentos y
en diferentes contextos territoriales, muy replegadas sobre sí mismas. Al mismo tiempo, es
bastante conocida la figura del geógrafo relativamente aislado de los otros científicos socia-
les. Precisamente, la geografía humana que inspira a este Tratado no opera así, sino en
diálogo interdisciplinario.
A lo largo del proceso de redacción, algunos autores encontraron que su campo está muy
marcado por los planteamientos clásicos, y por ello no iniciaron su análisis estrictamente en
los años setenta sino con anterioridad. Mientras que en otros casos se apegaron más a ese
punto de partida. En cierta forma, el replanteamiento del mismo que hizo cada autor expresa
la particular situación del campo: entre los que tuvieron la necesidad de reconstruir el pensa-
miento contemporáneo enlazado con el clásico, se encuentra el caso emblemático de la geo-
grafía regional. Esto no resulta sorprendente si se tiene en cuenta que el pensamiento regional
atraviesa casi los dos siglos de la geografía moderna, sin dejar de renovarse y replantearse
constantemente. Es un caso particular en el cual la metáfora que tanto empleara Anne Buttimer
(1993) para la geografía humana en general, resulta muy adecuada: la geografía regional pare-
ciera el «ave fénix» que regularmente sale de sus cenizas, para cobrar nueva vida. Para otros
autores, el campo estudiado es claramente emergente y los orígenes no son entonces tan remo-
tos. Éste es el caso de la cibergeografía o los sistemas de información geográfica, es decir,
campos para los cuales casi no hay un antes de los años setenta.
Una vez identificada nuestra materia de estudio como la geografía contemporánea de
las últimas tres décadas, resulta necesario señalar que en ningún momento el Tratado de
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Introducción. La geografía humana: un camino a recorrer
13TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
Geografía Humana pretendió resumir los trabajos más importantes de los distintos campos
de la Geografía. Aunque la idea clásica del resumen es fuerte dentro de ciertos contextos
geográficos, no ha estado presente en la definición del espíritu de la obra. Más bien cada
capítulo ha sido concebido como una investigación que se documentó profundamente para
luego realizar una «metalectura», en la cual la perspectiva ha sido la de definir líneas de
trabajo, conceptos claves y evidentemente, voces rectoras. En suma, nada más alejado del
propósito de esta obra que el «resumen», antes bien se procura reconstruir una trama teóri-
ca sin aspiraciones de exhaustividad.
Tampoco ha sido el enfoque del Tratado de Geografía Humana el que cada autor plantea-
ra su propia versión del tema. Consideramos importante reconstruir las distintas miradas
geográficas sobre cada tema, aun cuando el autor del capítulo no acuerde con ellas. No
obstante, la metalectura de las miradas implica que cada autor ha procedido a «la interpre-
tación de las interpretaciones» existentes. En otras palabras, las voces de nuestros autores no
se opacan por las voces de quienes ellos discuten, más bien cabalgan en ellas.
Como ya se mencionó, la geografía humana contemporánea, en sus diversos campos, se
ha construido y reconstruido entre dos tradiciones fuertes: la anglosajona y la francófona.
Aun cuando actualmente parecería que la geografía humana está transitando hacia una frag-
mentación importante de su quehacer y su producción de conocimiento en campos muy
diversos y heterogéneos, estas dos tradiciones siguen perdurando como tales, es decir, dife-
renciadas entre sí. Esto no niega que ha habido autores de una de ellas que se han acercado
a la otra y viceversa, erosionando parcialmente las barreras entre ambas.
En este Tratado de Geografía Humana estamos reconociendo que la iberoamericana es
—o está a punto de serlo— una tercera tradición geográfica. No la concebimos con este
estatuto porque se constituya como una mirada enteramente diferente de las dos anteriores,
sino porque ha tomado elementos de ambas, dando muestras de una enorme capacidad de
hibridación intelectual y de terciar entre las otras dos. Esto no niega que en unos momentos
y en ciertos campos, haya mostrado más apego a la tradición francófona, y en otros a la
anglosajona.
Frente a este panorama de tradiciones geográficas, un compromiso inicial de este Trata-
do de Geografía Humana ha sido el de no caer en planteamientos como los que son tan
frecuentes en los estados del arte hechos en la geografía estadounidense, donde se revisa y
analiza «todo» lo producido en ese contexto nacional sobre un cierto tema y se lo presenta
como si fuera todo lo hecho en geografía en ese tema a nivel del mundo. En otras palabras,
nos propusimos evitar la conocida tendencia a lo «autorreferencial», propia del pensamien-
to estadounidense. Por el contrario, en nuestro caso, todos los autores han realizado el es-
fuerzo de reconstruir el campo, al menos dentro de las dos tradiciones de las mencionadas,
cuando no han sido tres.
Las publicaciones anglosajonas, sobre todo estadounidenses e inglesas son mucho más
en número y en nivel de difusión, entre otras razones por los formatos en línea y electróni-
cos, acordes a la mayor difusión de estas tecnologías en el mundo anglosajón que en el ibero-
lusitano o en el francófono. Entonces, nos encontramos con dos fenómenos interconectados:
Por un lado, las publicaciones anglosajonas son más numerosas, y las que son de tipo perió-
dico casi siempre mantienen una gran rigurosidad en la periodicidad. Por otro lado, alcan-
zan una enorme difusión por el avance tecnológico. En términos prácticos, esto tiene un
verdadero efecto multiplicador ya que los geógrafos iberoamericanos, no solo producen menos
y difunden peor su producción sino que además, cuando en su labor revisan otra literatura
extranjera, siempre se encuentran que la más la anglosajona es la más accesible, incluso más
que la propia. Todo esto tiene una consecuencia inmediata en la regencia del inglés, como ya
han planteado críticamente destacados geógrafos, entre otros como Maria Dolors García
Ramon y Claudio Minca (García Ramon, 2003; Minca, 2000).
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TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA14
Alicia Lindón y Daniel Hiernaux
Esta circunstancia no remite sólo a un simple problema de idioma, tiene implicaciones
más fuertes tanto en los referentes empíricos que se consideran, como también en las estruc-
turas de pensamiento. Este problema mantiene su vigencia aun cuando losgeógrafos ibero-
americanos y francófonos muchas veces también publican en las revistas anglosajonas. De
modo tal que si la tradición geográfica anglosajona, y particularmente angloamericana, siem-
pre ha tenido fuertes tendencias autorreferenciales, con todos estos fenómenos que se
retroalimentan entre sí, ese rasgo se potencia aún más. Así se ha llegado a que el mundo
geográfico anglosajón se cerrara fuertemente, viviendo casi en la autosuficiencia. Geógrafos
anglosajones atentos a estas circunstancias, como Josée Pénot y John Agnew (1998), lo han
advertido en las palabras siguientes: «los/las geógrafos/as angloamericanos/as generalmente
no toman en cuenta la investigación y los escritos de aquellos/as que han realizado trabajos
similares en otras lenguas». Posiblemente, esta cerrazón no se hace más evidente porque
ocurre en el contexto de lo que Claudio Minca ha denominado «el imperio académico anglo-
sajón» (Minca, 2000), que crea la ilusión de que esa situación es «natural».
En una reseña del libro de Don Mitchell, Cultural Geography (2000), realizada por André-
Louis Sanguin (2001: 134-135), este geógrafo francés dice que «la obra de Mitchell ilustra
respecto al abismo existente entre la geografía cultural francófona y la anglosajona. Se está
en presencia de dos mundos, dos lenguas y dos geografías. Estas geografías se ignoran una a
la otra (Mitchell no cita a ningún autor francófono en la bibliografía final). Estas geografías
funcionan en paralelo y tienden a situaciones de incomunicabilidad» (2001: 134). Aunque
Sanguin planteaba el problema con respecto a un campo particular de la geografía, como es
la geografía cultural, lo mismo se podría observar respecto a otros campos de la disciplina: el
abismo entre estas dos tradiciones es indiscutible. A pesar de esas tendencias a la
incomunicabilidad entre estas tradiciones, tan fuertes actualmente, el Tratado se concibió (y
se defendió esta concepción a lo largo de su desarrollo) atravesando esas tradiciones, ten-
diendo puentes, poniéndolas a dialogar. Por ello fue importante la tradición iberoamericana,
por su gran capacidad para tender puentes y en cierta forma por la posibilidad de hacer un
intento trialéctico, parafraseando a Soja (1996).
Sin embargo, cabe reconocer que la integración del pensamiento latinoamericano ha
sido más difícil que en el caso de los otros: dos décadas de crisis, décadas «perdidas» en los
distintos contextos nacionales, han afectado la producción de conocimiento. Por ejemplo,
no resulta tan sencillo acceder al conocimiento producido en español y portugués, aunque
no es distinta la situación respecto a la producción francófona. Sólo algunas revistas latinoa-
mericanas (y lo mismo las francófonas) están disponibles en línea3 y existen pocos sistemas
integradores como los que ofrece el mundo anglosajón, por nombrar solo un aspecto que
interfiere con la producción del conocimiento. Hay otras dimensiones, como todas las re-
lacionadas con las diversas crisis de las instituciones académicas, que no solo afectan la
difusión del conocimiento sino su misma producción.
3. Geo Crítica, Scripta Nova de la Universidad de Barcelona; Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles;
Documents d’Anàlisi Geogràfica de las Universidades Autónoma de Barcelona y la de Girona; Investigaciones Geográfi-
cas de la Universidad de Alicante; Revista de Geografía Norte Grande, Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad
Católica de Chile; Revista Lurralde: Investigación y Espacio, Instituto Geográfico Vasco; Geofocus, Revista Internacional
de Ciencia y Tecnología de la Información Geográfica, Departamento de Geografía de la Universidad de Alcalá de Henares;
Litorales, Teoría, Método y Técnica en Geografía y otras Ciencias Sociales, Revista Electrónica, Instituto de Geografía de
la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires; Geotrópico, Revista Geográfica Internacional Electróni-
ca, publicada semestralmente por el Grupo GeoLat, con el patrocinio de la Universidad de Córdoba, Colombia; Anales
de Geografía de la Universidad Complutense de Madrid, España; Revista Geográfica Venezolana, del Instituto de Geogra-
fía y Conservación de los Recursos Naturales de la Facultad de Ciencias Forestales y Ambientales, de la Universidad de
Los Andes, Mérida, Venezuela; Terra, publicación del Instituto de Geografía y Desarrollo Regional y de los posgrados en
Geografía, Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, Caracas; Geografías, Espa-
cios y Sociedades, Revista Digital en línea de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, España.
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Introducción. La geografía humana: un camino a recorrer
15TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
En cierta forma, la presencia de destacadas figuras ha compensado —aunque sólo par-
cialmente— las dificultades previas y ha contribuido a darle a la geografía latinoamericana
un lugar especial. Para citar sola una, no podemos dejar de recordar a la figura irremplazable
de Milton Santos, quien ha llevado a la geografía latinoamericana a tener una voz reconoci-
da internacionalmente. Hoy la geografía latinoamericana pasa por una fase de extraordina-
rio aggiornamento, que la conduce a integrar y terciar las aportaciones de las diversas escue-
las de pensamiento geográfico mundial. Al mismo tiempo viene produciendo síntesis pro-
pias y muchas veces sumamente innovadoras, en las cuales se expresa su decisión y acción
de participar activamente de la renovación del pensamiento geográfico, aportando una vi-
sión desde la periferia o desde «otros lugares».
Entonces, en medio de todas estas tradiciones, dificultades pero también potencialida-
des, el propósito del Tratado de Geografía Humana ha sido el de reconstruir la teoría geográ-
fica producida y reproducida en los diferentes campos de la disciplina más o menos desde
los años setenta hasta la actualidad, y dentro de este abanico de tradiciones mencionadas
que viene produciendo el pensamiento geográfico.
Las dos metas asumidas —recorrer varias tradiciones del pensamiento geográfico y al
mismo tiempo hacer una metalectura—4 en un contexto en el que por un lado se asiste a una
notoria aceleración en la producción de conocimiento5 y por otro, es posible acceder a la
producción académica de lugares remotos y de diversos tiempos históricos (tanto la produc-
ción actual, como otras del pasado),6 tornó muy difícil cumplir cabalmente estas metas. En
cierta forma, estos objetivos nos colocaron frente a un dilema más o menos semejante al que
tenían frente a sí los geógrafos de inicios del siglo XX, cuando reconocían que el carácter
universalista7 que había caracterizado a la geografía de los tiempos previos era imposible
sostenerlo en aquel momento. Precisamente, en este sentido muchas veces afirmaron que
Humboldt fue el último universalista.
Sin ninguna pretensión de «universalismo», nosotros nos encontramos con que la meta
de lograr un balance y una síntesis de la forma de conocer en los distintos campos de la
disciplina, aunque acotada a las últimas tres décadas, es una tarea sumamente difícil, sino
casi imposible. En esta perspectiva, este Tratado, indirectamente, pone en evidencia una
nueva problemática del conocimiento: es tanta la expansión de la producción del conoci-
miento geográfico accesible, que esa misma circunstancia evidencia que, incluso para un
proyecto colectivo, es casi imposible producir nuevas síntesis. Además, todo parece indicar
que cada vez estaremos más lejos de ello por el aumento exponencial del conocimiento
geográfico producido día a día.
No obstante, dentro de los calendarios en los cuales podíamos plantearnos este proyec-
to colectivo, y en las condiciones en las cuales los autores trabajaron, el resultado es clara-
mente alentador: en efecto, desde los diferentes observatorios geográficos donde cada autor
se ubicó, se ha logrado una revisión y discusión de las diversas corrientes, aunque no siem-
4. La metalectura es la «interpretación de la interpretación»,la «teoría de la teoría». Por eso rechazamos enfática-
mente la idea escolar del «resumen».
5. Esto es notorio en las diversas ciencias sociales y la geografía actual no escapa a ello. Si durante mucho tiempo,
el conocimiento que asumía la disciplina como el que le correspondía producir era sobre el reconocimiento de la
superficie terrestre, es indudable que una vez que eso más o menos estuvo resuelto, la disciplina no tuvo un rumbo
claro en cuanto a su papel y en buena medida se concentró en la transmisión de conocimiento ya producido. Actual-
mente, cuando los geógrafos asumen la tarea de la producción de conocimiento como su quehacer profesional cons-
tante (la investigación geográfica), en términos semejantes a los de las otras ciencias sociales, de pronto nos encontra-
mos con un aumento de la producción geográfica como nunca antes lo habíamos observado, aunque posiblemente esto
empezó a manifestarse desde la revolución cuantitativa en geografía de mediados del siglo XX.
6. Aun cuando ese acceso esté sesgado por tradiciones.
7. Nos referimos al carácter universalista en el sentido más tradicional de las Geografías Universales, es decir,
aquellas que buscaban recorrer toda la superficie terrestre.
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TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA16
Alicia Lindón y Daniel Hiernaux
pre de forma integral. Pero, aun así, frente a la tendencia actual a la cerrazón voluntaria, o
por lo menos, al desconocimiento (que siempre es una forma de negación) de las otras mira-
das geográficas, este Tratado de Geografía Humana marca un avance considerable. Como
directores de esta obra, no sólo reconocemos este esfuerzo decisivo realizado por los auto-
res, sino también apostamos a que éste es un paso más hacia una geografía humana con
mayor apertura, y no sólo por parte de quienes elaboraron estos capítulos sino también de
quienes sean sus lectores, con la mirada orientada a un mundo ensanchado.
Así, después de esta presentación de lo que es el espíritu general de este libro, cabe
reconocer que, a 45 años de distancia de la publicación de un Tratado de Geografía Humana
—que fue ampliamente reconocido en la práctica de la disciplina— recurrimos al mismo
título para nuestra obra. Evidentemente, nos referimos al texto de Max Derruau publicado
en 1961, en francés, por Armand Colin y rápidamente traducido al castellano por la editorial
Vicens-Vives de Barcelona, en 1964, y prologado por Joan Vilá Valentí (Derruau, 1964 [1961]).
No cabe duda que aquella obra fue importante en su tiempo y en los años siguientes, y lo
sigue siendo hoy en día desde una perspectiva de arqueología del saber geográfico. De he-
cho, durante bastante más de una década los estudiantes de Geografía en Iberoamérica se
han iniciado en la disciplina o se han formado en ella, de la mano de aquel libro. Hay que
reconocer que aquella obra tuvo el mérito de discutir críticamente el pensamiento de los
grandes clásicos (Ratzel, Vidal de la Blache, Demangeon...), abriendo la vía a una discusión
más intensa que se planteará años después. Es un texto clásico, extenso y muy completo que
repasa sistemáticamente los temas tradicionales de los diversos campos de la geografía (geo-
grafía de la población, agraria, industrial, etc.). Se trata de una obra de un único autor, lo que
no es un dato accesorio. Hoy en día parecería imposible que un autor se planteara hacer un
recorrido por toda la geografía.
No cabe duda que la pretensión de nuestro Tratado de Geografía Humana es muy distin-
ta. Básicamente hay dos diferencias de fondo. Una es que en nuestra obra hemos entregado
a los especialistas de cada campo la tarea de construir y reconstruir el conocimiento geográ-
fico específico. La otra diferencia fuerte radica en la forma de concebir la obra. En el trabajo
de Derruau se presentaba lo que se consideraba eran los temas y conceptos en ese momento
vigentes, algo así como una fotografía. En nuestra obra, por un lado está presente cierta
transversalidad, ya que se van analizando las distintas orientaciones a través del tiempo,
considerando cómo unas sustituyen a otras, cómo unas se agotan o muestran sus límites, o
cómo se mantienen ciertas otras. Por otro lado, se hace una metalectura de cada una de ellas,
es decir se consideran los implícitos de esas orientaciones y conceptos, tanto en términos
epistemológicos como metodológicos. Por ello, en nuestro caso la metáfora de la fotografía
no nos sirve; tal vez el cine, con su movimiento pero también con los múltiples efectos sono-
ros y de imágenes nos daría una metáfora más próxima a nuestro Tratado.
En suma, son dos libros que corresponden a estilos muy diferentes —aunque coinciden
en el título— que en última instancia responden a momentos distintos de la construcción del
conocimiento geográfico, se ubican en diferentes Zeitgeist. Así, nuestro Tratado está fuerte-
mente marcado por el desafío actual de la Geografía Humana, de dialogar en un nivel de
igualdad con las otras ciencias sociales.
Hasta aquí hemos planteado el perfil general del libro, aún resta plantear algunas cues-
tiones básicas referidas a su estructura interna: decidimos organizar internamente nuestro
Tratado de Geografía Humana a través de la noción de campos de la geografía humana, dife-
renciando los emergentes y los tradicionales. Antes que reflexionar sobre la distinción entre
unos y otros, conviene aclarar a qué se está llamando campo en este caso particular.
Aunque en general las aclaraciones que operan por lo negativo no suelen ser las mejores
opciones, no encontramos manera de evitarlo: en este libro, cuando hablamos de campos de
la geografía humana no nos referimos a un ámbito de la realidad perfectamente acotado y
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Introducción. La geografía humana: un camino a recorrer
17TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
delimitable. Por ello, no debería tomarse como sinónimo del tradicional concepto de las
«ramas de la geografía», ya que éstas casi siempre dan cuenta de esos ámbitos o recortes de
la realidad geográfica más o menos nítidos, o al menos posibles de demarcar, se llamen
ciudad, industrias, comercio, salud… En suma, las ramas de la geografía han tenido siempre
un referente material, tangible, que ha permitido eludir la discusión de su definición. En el
caso de los «campos» lo que está en juego es más complejo.
En cierta forma, la noción de campo de la geografía que nos orienta incluye esos ámbi-
tos de la realidad, esos referentes empíricos que tenían las ramas. Pero también los desborda
para incorporar así otros aspectos, por ejemplo, las formas de estudiarlo (el nivel de lo
epistemológico), el tipo de mirada con la cual estudiarlos, lo que incluye cuestiones como las
escalas en las cuales trabaja, con todo lo que ello trae consigo, pero también otras.
De esta forma, esta idea de campos de la geografía no lleva consigo la perspectiva
simplista de que entre uno y otro las demarcaciones son precisas. No lo son, precisamente
porque los campos no se limitan al referente empírico. Los campos que hemos identifica-
do se superponen, pero ello no es una debilidad, demuestra la complejidad de una aproxi-
mación que busca no mutilar la realidad estudiada, sino identificar diversos ángulos para
observarla.
Respecto a la primera gran distinción que hemos hecho, entre unos campos que llama-
mos tradicionales y otros que hemos denominado emergentes, conviene subrayar que no
deberían pensarse como dos categorías opuestas ni de límites precisos. En nuestra concep-
ción, lo emergente está intrínsecamente articulado con lo tradicional, resulta de lo tradicio-
nal, o bien, de alguna manera se alimenta de las tradiciones: aun al construir caminos distin-
tos no se niegan las tradiciones.
Por esto mismo, la ubicación de ciertos capítulos dentro de los campos tradicionales no
quiere decir que no haya renovación en ellos, sino que su historia es más extensa, tiene
raíces más profundas. En suma, no debería hacerse una asociación entre campos tradicio-
nales e ideas desactualizadas,o muy apegadas a viejos planteamientos.
La heterogeneidad en cuanto al nivel de consolidación de los distintos campos inclui-
dos es un rasgo propio de una disciplina con una muy larga historia pero también marcada
por el abandono de ciertos campos y, por el contrario, el «descubrir» otros antes sin interés
o poco relevantes antes o incluso, inexistentes empíricamente (Ortega Valcárcel, 2000).
Dentro de los temas emergentes se presentan situaciones muy diferentes, como algunos
en los cuales el tema se ha empezado a revisar desde hace unos treinta o cuarenta años sin
estar consolidado como campo de la geografía humana. En otros casos encontramos que
algunos campos que parecen clásicos en la geografía, cuando los autores empiezan a recons-
truir la historia de las ideas terminan planteando que no está consolidado. Y aún hay otros,
en los cuales es francamente muy escaso lo dicho desde nuestra disciplina, o bien muy re-
ciente (como lo de ciberespacio), pero a veces lo reciente no ha impedido que el debate y la
construcción del pensamiento sea extensa.
En diversos capítulos aparecen numerosas transversalidades y puentes de distintos ti-
pos. Un caso es el tema del paisaje, que marca un puente con la geografía física desde los
temas ambientales, sin por ello pretender revivir la ilusión de la unidad de la disciplina. Pero,
tal vez sirva para poner de manifiesto que muchas veces las divisiones —el afán por aislar
aspectos que en esencia no están aislados— resultan un bloqueo que debe ser superado para
comprender fenómenos complejos.
Otro caso de fuertes transversalidades es el de la vida cotidiana, que atraviesa otros
campos, como el cultural pero también el urbano, el de género, el del turismo y el ocio, las
religiones. No obstante, es relevante observar que las transversalidades hablan de la comple-
jidad puesta en juego en estos campos, pero en términos prácticos ello no se ha concretado
en repeticiones entre unos capítulos y otros.
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TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA18
Alicia Lindón y Daniel Hiernaux
Un campo que merece una mención particular es el de la «geografía urbana», tanto por el
lugar que ocupa en el Tratado de manera explícita como por lo que lleva consigo de manera
implícita. Por un lado, es el único caso para el cual se ofrece un capítulo sobre el campo en sí
mismo (la geografía urbana) y otro —a continuación— en el cual se lee la geografía urbana
desde América Latina. Por otro lado, con lo urbano hay una tercera circunstancia: además de
tener dos capítulos, todavía está incluido implícita y explícitamente en varios de los otros capí-
tulos. Esto se debe a dos circunstancias, por un lado la tendencia a la urbanización de toda la
superficie terrestre, lo que implica una regencia indiscutible e insoslayable sobre todas las for-
mas de organización y estructuración del espacio geográfico. A ello hay que agregar que en
América Latina, se han desarrollado algunos de los procesos de urbanización más complejos y
desbordantes del mundo. Y por otro lado, este mismo fenómeno empírico ha llevado a que la
investigación geográfica urbana fuera particularmente compleja y heterogénea, con la particu-
lar circunstancia de que en América Latina la geografía urbana se ha ido articulando de manera
creciente con los llamados «estudios urbanos», con aspectos francamente favorables y otros no
tanto. En suma, esto ha traído una notoria interdisciplinariedad, en donde cada vez resulta más
difícil identificar lo estrictamente geográfico de lo urbano que no es geográfico. En otras ocasio-
nes, parecería que todo análisis urbano es geográfico porque la dimensión espacial frecuente-
mente ha sido asumida como objeto de ese campo más amplio que llamamos estudios urbanos.
En los distintos momentos del proceso de integración de esta obra colectiva nos hemos
preguntado cuál sería la mejor secuencia de los capítulos. Inicialmente, consideramos —ju-
gando con el espíritu innovador— la opción de iniciar con los capítulos dedicados a los cam-
pos emergentes, para luego pasar a los tradicionales y terminar con el ejercicio profesional del
geógrafo/a. Esta forma de concebir la secuencia se podía fundar en la idea de que lo que
emerge lo hace desde una o varias tradiciones. Posteriormente, tomamos la decisión de inver-
tir el orden de estas dos primeras partes, es decir iniciar con los campos tradicionales, los más
conocidos, los que se han desarrollado más extensamente, y que es desde donde se han ido
construyendo los otros, en diálogo o en desacuerdo con ellos.
Si bien este último dilema tenía que ver con esa macrodistinción entre campos tradicio-
nales y campos emergentes, el problema no se limitó a ello, ya que en cada una de estas dos
partes se volvieron a generar numerosas preguntas respecto a muchos capítulos en particu-
lar, si era conveniente ubicarlos entre los campos tradicionales o entre los emergentes, o
incluso, qué orden seguir dentro de cada uno de estos conjuntos. El índice final del Tratado
muestra a qué se quiso y a qué se pudo llegar. Es necesario subrayar que la definición de lo
incluido resultó de una compleja tensión entre lo que se evaluó como necesario e imprescin-
dible en términos del conocimiento geográfico, y lo posible, en términos de la identificación
de los autores susceptibles de integrarse a esta obra colectiva. El hecho de que se asuma el
índice como resultado de esa compleja tensión, implica nuestro reconocimiento de que, aun
cuando en muchas ocasiones fuimos obstinados en la necesidad de inclusión de ciertos capí-
tulos, en otros casos, nuestra convicción o las oportunidades no fueron suficientes y queda-
ron temas no incluidos por no encontrar el autor adecuado o bien, no encontrarlo en condi-
ciones de involucrarse en el proyecto y su calendario.
En este último sentido cabe comentar que hubo tres capítulos que resultaron particu-
larmente difíciles de resolver, a pesar de muchas paradojas. Estos tres capítulos han sido la
«geografía rural», la «geografía regional» y la «geografía urbana», significativamente tres de
los grandes y consagrados campos de la geografía humana. Esta aclaración es necesaria
porque posiblemente la dificultad que tuvimos para resolverlos satisfactoriamente sea indi-
cativa de algo más que las circunstancias y coyunturas en las cuáles nos movimos. Posible-
mente, la dificultad para lograr la revisión de estos campos no se limite a que son sumamen-
te extensos. Una hipótesis a explorar —en otra ocasión, indudablemente— es si estas formas
de demarcar los campos de estudio que han seguido la geografía rural, regional y urbana, no
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Introducción. La geografía humana: un camino a recorrer
19TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
sea lo que está en crisis, y por ello mismo se torna muy difícil realizar una revisión de estos
campos. En otras palabras, tal vez la definición de un campo del conocimiento geográfico a
través del recorte territorial, como pueden ser áreas rurales, la ciudad o las regiones, sea lo
que dificulta la revisión del conocimiento en esos términos. No obstante las dificultades y las
coyunturas, se impuso la convicción de que no podían quedar fuera estos capítulos. Fue
posible incluirlos y más aún, con ellos decidimos iniciar el Tratado.
Aun cuando hayamos definido una secuencia entre capítulos, cada lector podrá recons-
truir la propia. Esto no impide que la obra, como totalidad, mantenga sus aspiraciones
gestálticas porque ese desafío de fondo planteado en el inicio de esta introducción, se rela-
ciona con el todo complejo que se pone en juego a lo largo de cada una de las páginas y en
todas ellas. Pero indudablemente, cada capítulo también tiene sentido y coherencia en sí
mismo, y puede ser leído de manera independiente de los demás. Seguramente, que como
material de apoyo a las tareas docentes, será utilizado de manera «fragmentada», es decir,
por capítulos seleccionados, y ello no afecta el sentido de cada capítulo en sí mismo.
Más allá de la secuenciaentre los capítulos, un aspecto que cabe destacar de cada uno
de ellos la amplitud de concepciones del espacio que en todos ellos se pueden apreciar. Los
distintos autores muestran que, en campos tan diversos como los que se han integrado, en
los distintos momentos y circunstancias analizadas, emerge una y otra vez la concepción de
la relación «espacio y sociedad» con todas las variantes posibles. Hay momentos, en los
cuales la teoría geográfica concibe, en los distintos campos, al espacio como un producto de
la sociedad. Pero en otros, el espacio aparece como el productor de la sociedad y aun, dentro
de las tendencias más recientes, surge la perspectiva de una coproducción mutua: el espacio
como productor de la sociedad y al mismo tiempo, como producto social.
Esto se puede constatar en distintos capítulos: desde un campo en el cual esta preocu-
pación actualmente es fuerte, como el de la geografía económica en donde la relación espa-
cio/economía se viene concibiendo crecientemente, hacia esa tendencia reciente a la co-
producción recíproca, pero en el cual también han estado presentes las dos previas; hasta
otros campos como el que muestra que la relación «espacio/lenguaje» también tiende a ser
analizada en términos de la construcción que el lenguaje hace del espacio y al mismo tiem-
po, en cuanto a la capacidad del espacio para construir el lenguaje.
Los aspectos repasados en las páginas previas no sólo destacan el rumbo y el sentido
general de la obra, sino también la multiplicidad; pero aun así consideramos que no se
pierde la unidad o, mejor aún, la unicidad.
La unicidad de la obra está relacionada con que desde el inicio asumimos que el proyec-
to no podía tomar el rumbo indicado si nos ubicábamos en el estilo muy difundido de
recopiladores —o compiladores— de diversos trabajos. Entendimos que encontrar un estilo
de trabajo común para campos de la geografía muy diversos, pero también para autores con
muy distintas trayectorias y formas de trabajar, requería de una dirección. En este sentido,
hemos intentado no sólo marcar el rumbo sino también acompañar a los autores. Por diver-
sas razones, en algunos casos el acompañamiento pudo concretarse mejor que en otros.
A pesar de todo lo anterior, también es necesario destacar que no compartimos todos
los contenidos de cada capítulo. Hay posiciones y reflexiones planteadas a lo largo de la
obra, propias de algún autor y de las cuales asume la responsabilidad sin que las avalemos
intelectualmente, como por ejemplo la observación de que no es fértil discutir el concepto
de espacio, o la minimización del giro cultural en geografía. Valoraciones de este tipo —y
existen otras a lo largo de la obra— son parte de la complejidad que siempre hemos queri-
do rescatar: sin perder el rumbo colectivo que no era el de los planteamientos personales
sino la reconstrucción de un campo del conocimiento geográfico (la mirada general), se
van hilando las concepciones de los autores en forma complementaria, y en ocasiones
contradictoria. Esto es, indudablemente, parte de una posición que no quiso imponer una
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TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA20
Alicia Lindón y Daniel Hiernaux
voz, un tono único, en una época en la que los grandes discursos cada vez gozan de menos
reconocimiento.
No podemos dejar de señalar en este capítulo introductorio, que a lo largo del texto se
encuentra innumerables veces la expresión «los geógrafos», pero queremos manifestar enfá-
ticamente que no ha sido con un tono sexista. Por ello, destacar que en todos los casos el
espíritu de esas expresiones, y otras semejantes, es el de «las y los geógrafos».
Asimismo, es necesario destacar la deuda de reconocimiento que tenemos, como direc-
tores de esta obra, hacia los múltiples participantes, es evidentemente extensa. Los autores
son quienes han literalmente abonado el campo que habíamos diseñado desde un principio.
Todos lo hicieron con una maestría y una dedicación que reconocemos, valoramos y agrade-
cemos. Quizás valga la pena subrayar para los lectores que el carácter tan ambicioso de la
obra que nos prometíamos integrar, podía provocar un cierto recelo por no decir una inquie-
tud entre quienes convocamos a esta empresa. Tratamos, siempre, de integrar voces de diver-
sos ámbitos para evitar caer en el provincialismo o el proteccionismo que es visible en oca-
siones en obras de este tipo. Esto nos llevó a convocar a autores de países, formaciones e
intereses diversos, y les agradecemos a todos la confianza que nos acordaron, sin recelo
alguno, desde las postrimeras mismas de este proyecto.
El resultado que el lector tiene entre sus manos, es también la prueba de la manera
cómo enfocaron su respuesta a nuestra convocatoria. Cabe aclarar que en casi todos los
casos, el trabajo no fue unilineal, en el sentido de que solo se pidió y posteriormente se
recibió un capítulo, sin mayores trámites: por el contrario, se estableció un diálogo en vistas
a integrar nuevos elementos, discutir ciertos puntos, de tal suerte que es realmente un traba-
jo colectivo lo que se concretó en esta ocasión, durante el cual lo autores mostraron toda la
paciencia y dedicación que requería este tipo de trabajo.
En otro ámbito, queremos reconocer y agradecer la iniciativa del maestro Víctor Alarcón
Olguín, jefe del Departamento de Sociología de nuestra Universidad, al cual están adscriptos
como profesores-investigadores quienes dirigieron esta obra, por la iniciativa de hacer una
serie de tratados disciplinarios, entre los cuales se sitúa el nuestro. La apuesta que hizo fue
significativa y, no cejamos en subrayarlo, arriesgada y valiente. Sin su intervención inicial
que actuó como un empuje considerable, y su dedicación en garantizar que se reunieran las
condiciones administrativas y financieras —como de costumbre las más álgidas— para su
publicación, quizás hubiésemos dudado en lanzarnos en similar aventura. Agradecemos
también al director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de nuestra Universi-
dad, Dr. Pedro Solís Pérez, su apoyo y gestión para conseguir los recursos necesarios.
La Universidad Autónoma Metropolitana en su Unidad Iztapalapa, a través de su Rec-
toría General, ha contribuido de manera muy diversa, pero siempre muy contundente, a
ofrecernos las condiciones para que salga esta obra. Además, ha sido el interés personal de
nuestros funcionarios quien ha impulsado la creación de nuestro programa de licenciatura
en Geografía Humana en 2002.
El interés marcado por Esteban Mate de la Editorial Anthropos de Barcelona que nos
acogió en su espléndido catálogo, y el trabajo de edición realizado por el equipo de esta
prestigiosa casa editorial, ha permitido que esta obra forme parte de un conjunto de publica-
ciones excelentemente distribuidas en el mundo iberoamericano; nuestro sincero agradeci-
miento también.
Dejemos patente un agradecimiento especial a los doctores Sergio Tamayo de la Unidad
Azcapotzalco de la UAM, así como al Dr. Rodrigo Hidalgo de la Pontificia Universidad Cató-
lica de Chile, por sus valiosos comentarios al manuscrito de la obra. Finalmente, queremos
agradecer a Raúl Romero Ruiz quien ha apoyado de infinitas formas posibles el trabajo
cotidiano de esta y muchas otras aventuras intelectuales emparentadas, pero todas ellas
orientadas al «proyecto de Geografía Humana».
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Introducción. La geografía humana: un camino a recorrer
21TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
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I
CAMPOS TRADICIONALES
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25TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
En los últimos veinte años se ha hablado mucho, particularmente en el ámbito anglosajón y
francófono, del renacer de la geografía regional. Tras varias décadas de descrédito, postergación
y abandono relativo, la producción de geografías universales y los estudios monográficos de
países, regiones y lugares específicos han experimentado un significativo crecimiento, las lla-
madas disciplinarias a la recuperación de este género y hasta del estatus privilegiado que tuvo
en el pasado se han multiplicado, al tiempo que el lenguaje y la nomenclatura de la literatura
geográfica (y no geográfica) se llenan de referencias alusivas a la región o a lo regional.
Desde determinados autores y grupos se ha reclamado una «geografía regional recons-
truida» y formulado una «nueva» o, de hecho, unas «nuevas geografías regionales», mien-
tras que otros han alentado la relectura y revisión (la «revisita», utilizando la expresión ingle-
sa) de la obra de los maestros de la geografía regional clásica y la oportunidad de recuperar
algunas de sus señas distintivas. Y el movimiento rebasa con mucho el estricto ámbito de
nuestra disciplina. Historiadores, economistas, politólogos, juristas, antropólogos, sociólo-
gos, filósofos, etc., aparte de los geógrafos, escriben y debaten en extenso hoy día sobre el
valor de la diversidad o sobre la renovada importancia de lo local y lo regional —o, en sentido
más amplio, del territorio— en plena era de la globalización. En los países anglosajones la
eclosión de estas preocupaciones ha propiciado y consolidado la expresión «new regional
studies» para denominar a todo un género de trabajos interdisciplinarios, cada vez más co-
pioso, que replantea desde perspectivas teóricas novedosas las cuestiones relativas a las re-
giones, los regionalismos y las identidades regionales (Morrisey, 1997).
Las causas, como las modalidades de ese renacer, resultan bastante diversas. Existen, por
lo pronto, poderosos estímulos «externos» (en el sentido de extra-académicos), derivados del
contexto social, económico y político reciente, en especial de los países desarrollados.
En el plano social, el renovado interés por los estudios y descripciones de lugares ha
respondido en parte a la demanda turística procedente de los países europeos y norteameri-
canos: una sociedad urbana cada día más viajera ha promovido una creciente demanda de
1
GEOGRAFÍA REGIONAL1
Jacobo García Álvarez
Universidad Carlos III de Madrid, España
1. Agradezco a Silvina Quintero, Héctor Mendoza. Fernando Carreto y Perla Zusman las valiosas informaciones que
me suministraron sobre la evolución de la geografía regional en América Latina; a João Carlos Garcia su información
sobre Portugal; a Ester Sáez sus observaciones sobre la bibliografía más reciente; y a Josefina Gómez Mendoza y Nicolás
Ortega Cantero su magisterio: muchas de las ideas que se exponen en este capítulo surgieron de intereses y reflexiones
estimuladas por ambos, y en buena parte compartidas con ellos, en relación con la historia del pensamiento geográfico.
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TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA26
Jacobo García Álvarez
literatura o, en sentido amplio, de información geográfica sobre países y territorios, ya sean
los propios, ya los lejanos y exóticos (Ortega Valcárcel, 2000: 488 y ss.).
En el plano económico, los acicates son varios. De un lado, la crisis económica general
que experimentó en la década de 1970 la mayoría de los países capitalistas incentivó en
ciertos ámbitos —particularmente en el Reino Unido— el interés por la diversidad de res-
puestas locales y regionales en el interior de cada estado, impulsando los denominados «es-
tudios de localidades». Por otra parte, la globalización y la movilidad creciente de los facto-
res de producción han reducido la capacidad de control de los estados sobre la economía y
presionan en dirección a ampliar las diferencias de riqueza no sólo entrelos países, sino
también dentro de sus respectivos territorios (Cox, 1997; Knox y Agnew, 2004).
En ese proceso, el papel de otros actores económicos o territoriales, como las empresas
multinacionales, las organizaciones supranacionales, las regiones subestatales y las grandes
ciudades se ha incrementado considerablemente. De un lado, en el último decenio y medio
se ha multiplicado la creación de bloques o alianzas geoeconómicas de escala pluriestatal
(tales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el Foro Asia-Pacífico o
Mercosur) que tratan de competir en el espacio mundial articulando mercados amplios y
estrategias conjuntas, en la estela del modelo europeo. De otro, en el interior de muchos
países, y en paralelo con ese «megarregionalismo» de alcance supraestatal, las regiones y las
ciudades de mayor entidad, conocedoras de los límites de las políticas de cohesión y
reequilibrio impulsadas a nivel nacional o supranacional en un mercado progresivamente
globalizado, compiten cada vez más entre sí para atraer capital, empresas, tecnología y tra-
bajadores cualificados; intentan explotar sus ventajas comparativas; o se afanan en estable-
cer marcos regulatorios y de asociación propios y diferenciados (Rodríguez Pose, 1998).
Los «estilos regionales» de hacer política económica y social se han multiplicado, y geó-
grafos y economistas vienen señalando «la reemergencia de las economías regionales» (en este
caso subnacionales) como uno de los elementos clave de la nueva estructura espacial de los
países más desarrollados (Storper, 1995; Omahe, 1996; Benko y Lipietz, 2000; Agnew, 2000a).
Ese «nuevo regionalismo» (de carácter económico o funcional) y, sobre todo, esas nuevas
lógicas de organización económica, reflejan y se traducen, asimismo, en configuraciones, con-
ceptos e incluso metáforas territoriales novedosos que enriquecen el lenguaje del análisis geo-
gráfico regional: ejes, diagonales o arcos de desarrollo, redes, regiones pivotales y regiones
virtuales, ciudades globales o ciudades-región globales, etc. (Plaza, 2000; Boisier, 1994, 1999).
Pero en el renacer de los estudios regionales no son menos relevantes los estímulos de
tipo político o ideológico. En Europa occidental, la mayoría de los estados ha experimentado
en los últimos dos decenios procesos de descentralización política o administrativa, bien es
cierto que en grados muy diferentes (Loughlin, 2001). El fortalecimiento de la integración
continental no ha sido en modo alguno ajeno a esta dinámica, sino todo lo contrario, pues las
instancias centrales de la Unión Europea (muy especialmente la Comisión Europea) han esti-
mulado la regionalización de los países miembros, al tiempo que ellas mismas han regionalizado
progresivamente buena parte de sus políticas y ha dado cabida en sus órganos a las institucio-
nes locales y regionales. El regionalismo funcional se superpone y hasta se potencia, en mu-
chos casos, con los regionalismos de tipo cultural e identitario (Harvie, 1994; Keating, 1998).
En Europa central y oriental la caída del muro de Berlín dio paso a un resurgir, cruento
en muchos casos, de los nacionalismos y a una espectacular reconfiguración del mapa polí-
tico estatal vigente durante la guerra fría. A la crisis de los regímenes socialistas ha sucedido
el retorno de otras viejas ideologías e identidades: la explosión de movimientos nacionalistas
(o en muchos casos micronacionalistas) basados en la religión, los lazos étnicos o el territo-
rio (Ciechocinska, 1992; Taibo, 1998; Sagan, 2004). Si la caída del muro había hecho pensar
a algunos en «el final de la Historia» (Fukuyama, 1992), lo ocurrido posteriormente en este
sector de Europa parece haber supuesto justamente lo contrario: el regreso de los viejos
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Geografía regional
27TRATADO DE GEOGRAFÍA HUMANA
conflictos de principios del siglo pasado y de los apegos ancestrales al territorio; el renaci-
miento, muchas veces, de antiguos países o regiones, de regiones históricas o etnoculturales
que habían quedado aparentemente diluidas u ocultas en algunos de los aglomerados fede-
rales surgidos tras la Segunda Guerra Mundial; «la recuperación —ha señalado Ignacio Pla-
za (1997: 277)— de una geografía regional históricamente olvidada», o más aún, «el regreso
—en palabras de David Hooson (1994)— de la Historia y de la Geografía».
Junto a estos estímulos externos, grosso modo, a la disciplina geográfica o a la comunidad
académica en general, cabe citar otros de tipo «interno». La difusión del ideario filosófico
postmoderno entre las ciencias sociales ha contribuido, por ejemplo, a legitimar la recupera-
ción de la sensibilidad regional: el postmodernismo ha puesto en cuestión la importancia, e
incluso la posibilidad, de los «metarrelatos» o sistemas de pensamiento totales (como los
positivismos o los marxismos); ha renegado de los puntos de vista centrales y de las interpreta-
ciones unitaristas y eurocéntricas de la historia, característicos de la modernidad; y ha celebra-
do, por el contrario, la valoración de la diferencia, de los contextos locales, de las minorías, y en
general de las «voces» y «relatos» olvidados por los discursos hegemónicos anteriores (Vattimo,
1994; Coscuela, 1994; Minca, 2001). Del mismo modo, los estudios regionales han encontrado
eco en las llamadas a recuperar la unidad de la geografía y mitigar los riesgos de fragmentación
interna. La geografía regional ha aparecido ante muchos, ya nostálgicos, ya renovadores, como
el lugar adecuado de encuentro entre la geografía física y la humana, la alternativa al estallido
de la disciplina en múltiples ramas de carácter especializado, con objetivos dispares, o peor
aún, sin un objetivo común definido (Ortega Valcárcel, 2000: 491 y ss.).
Se planteen desde posturas teóricas explícitamente innovadoras o desde lógicas más
tradicionales y continuistas, parece evidente que la globalización y los cambios sociales y
geopolíticos asociados al final del siglo XX y los primeros años del actual propician nuevas
configuraciones y procesos territoriales que interpelan a una de las tradiciones y sensibilida-
des más longevas de la geografía: la que persigue dar cuenta de la diferenciación y la diversi-
dad regional del mundo.
Esta tradición, que ha recibido diversas denominaciones a lo largo de la historia, ad-
quiere desde finales del siglo XIX, coincidiendo con la institucionalización académica de la
geografía, el calificativo de regional, y llega a configurarse, en muchas de las principales
escuelas nacionales, como la orientación dominante de la disciplina, a la que otorgaba un
objeto específico (la región), un programa de trabajo (la identificación y descripción explica-
tiva de regiones) y unos principios metodológicos (coronados por el afán sintético e integrador)
capaces de garantizar, para muchos, la unidad entre las ramas física y humana de la geogra-
fía. Un potencial que se suele invocar hoy, precisamente, cuando se diagnostica la pulveriza-
ción interna de la disciplina y cuando determinadas cuestiones cruciales, como las que deri-
van de las relaciones entre las sociedades y la naturaleza, adquieren la categoría de problema
—o incluso de crisis— «global».
El presente capítulo aspira a presentar, desde la perspectiva necesariamente sintética
que impone este tipo de contribuciones, el panorama reciente y actual de la geografía regio-
nal, así como a recordar los elementos definitorios de la tradición regional de la disciplina y
a reflexionar sobre ciertos retos presentes y de futuro. En el mismo se seguirá un orden
esencialmente —aunque no íntegramente— cronológico. El primer apartado repasa las cla-
ves que caracterizaron la llamada geografía regional «moderna» o «clásica», así como su
crisis y replanteamientos posteriores, para considerar, finalmente, algunas relecturas recien-
tes que reivindican el valor y la actualidad de algunos de sus principios. El segundo y princi-
pal resume los planteamientos teórico-metodológicos generales de

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