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CLACSO / CROP / CIPS / CIEI 
Background paper del Seminario Internacional sobre 
ESTRATEGIAS DE REDUCCION DE LA POBREZA EN EL CARIBE 
LOS ACTORES EXTERNOS Y SU IMPACTO EN LA REDUCCION DE LA 
POBREZA EN EL AREA 
La Habana, Cuba 
4 - 6 de noviembre de 2002 
 
 
EL CARIBE Y LA POBREZA 
Aportes para una discusión 
Por: Aurelio Alonso Tejada 
 
 
Existen misterios históricos del lenguaje que nos inclinan a mirar la realidad desde una 
óptica dada. El primado histórico de la Revolución de las 13 colonias y la solución de 
integración político-administrativa que se dio la nueva nación, llevó a los Estados 
Unidos a asumir para sí, desde el principio, el nombre mismo del continente. Nombre 
que, como sabemos, no recibió del descubridor sino de su colega florentino que se 
encargó de hacer los primeros mapas. Se implantó así la noción equívoca de que los 
americanos eran por definición los del Norte, y el resto nos tuvimos que definir con 
prefijos como "Sur", "Centro", "Hispano", "Ibero", "Latino". Después no valieron ya 
razones ni argumentos: si aseguramos que somos americanos, a secas, se nos entiende 
mal. 
 
De misterio en misterio, el lenguaje nos fuerza a otra diferenciación: decir 
"Latinoamerica" para abarcar el sur del Río Bravo tampoco es suficiente porque no 
incluye sobre todo los países anglófonos insulares y continentales. Tenemos que hablar 
de "Latinoamérica y el Caribe". O de "Centroamérica y el Caribe", cuando queremos 
enmarcar mayores proximidades. La subregión recibe nombre, en este caso, a partir del 
mar y no de las tierras, y eso revela la insularidad en el centro de la definición. Somos 
lo que se encuentra vinculado a ese Mar Caribe que separa al Norte del resto. 
 
El término de "Antillas", mayores y menores, aporta otra denominación, restringida esta 
a la porción insular preponderante en el Caribe. Hasta el punto de que se haya tenido la 
necesidad de hablar también de "Cuenca del Caribe" para que no se vea reducido al 
entorno antillano o insular. Complejidades toponímicas vinculadas siempre a la 
geografía y a la historia, el espacio y el tiempo caribeño. Y a lo externo y lo interno, 
concebido desde la insularidad misma. 
 
Lo toponimia nos deja al descubierto, primero, porque "Latinoamérica" y "Caribe" no 
forman inclusión ni suma lógica. Irregularidad quizás única en las designaciones 
geográficas: nos hallamos ante conceptos que se interceptan. Cuba, República 
Dominicana y Puerto Rico, conjuntos insulares que hacen, aproximadamente el 70% del 
territorio antillano y alrededor del 60% de su población, forman parte en todos los 
sentidos del concierto de Hispanoamérica. Quiere decir que somos, indistintamente, 
hispanoamericanos y caribeños o, en mayores proporciones (si incluimos a Haití y los 
DOM-TOM franceses), latinoamericanos y caribeños. 
 
Cultura y geografía no coinciden. El abanico insular antillano resulta uniforme en la 
diversidad: hispánico, francófono, británico y holandés, forman conjuntos lingüístico-
culturales con cierta afinidad. Pero el completamiento que hace la Cuenca presenta 
otros dilemas. Belize, Guyana, Guyana Francesa y Surinam, son reconocidos como 
 
Caribe por razones etno-culturales: en este caso, adscribirse a una diversidad no 
hispana (no ser hispanos en el continente hispano los hace caribeños). 
 
El principal denominador cultural, étnico a la vez, que atraviesa a la región se asienta en 
la presencia africana heredada del esclavismo de plantación. En el plano religioso como 
en el musical, el plástico, el literario, el culinario, e incluso en el de la lengua, con 
idiomas propios, de origen sincrético, como el creole y el papiamento. 
 
No se piensa rigurosamente en Caribe, sino en Sudamérica cuando se trata de Venezuela 
(cuyo litoral, el más cercano de la tierra firme para algunas de las Antillas, cierra el 
Caribe por el Sur), o de Colombia (casi un continente por geografía tanto como por 
cultura, con una definida franja caribeña). Ni se definen así los centroamericanos, 
conjunto con identidad diferenciada, y a veces hasta se olvida el pequeño fragmento 
caribeño de México que hace la península yucateca. 
 
Sin embargo, al Norte del Trópico de Cáncer tenemos Caribe en el enorme archipiélago 
de las Bahamas, e incluso se alude irracionalmente a nuestro cálido mar para citar a las 
Islas Bermuda, que dieron nombre al enigmático Triángulo trazado con La Habana y las 
portuguesas Azores, en el medio del océano Atlántico. Los cayos y costas de La Florida 
quedan, por supuesto, excluidos de esta denominación por constituir el límite físico y 
cultural de la potencia mayor. El Trópico marca un borde multifacético. No sólo como 
zona climática y ecológica, sino entre el Norte desarrollado y el Sur sin opción de 
desarrollo, el Centro y la Periferia. Los agraciados que abarrotan aviones y cruceros 
para disfrutar vacaciones y los condenados a servirse del turismo para subsistir. El 
Trópico de Cáncer expresa también una demarcación entre tener y no tener. 
 
Lo que no podemos olvidar es que, como posición y como extensión, el Caribe está 
definido siempre por el mar. Y que los antillanos somos, en consecuencia, los 
habitantes del mar. Fuera de lo que los antiguos definieron como "tierra firme" por 
creer que las islas flotaban. 
 
La descolonización les llegó tarde a los países del Caribe, la independencia les llegó 
mal, y el bienestar nunca les llegó. Su tragedia la han sabido compensar con el ritmo y 
la risa. Los enigmas del tiempo histórico son tan singulares como los del espacio 
geográfico para esta región. 
 
Los actuales Estados Unidos se habían descolonizado y comenzado ya a ensancharse 
hacia el Oeste cuando las colonias ibéricas se empezaron a despojar por las armas de la 
sujeción a España y Portugal. En el Caribe solamente los esclavos de Sait Domingue, 
bajo el influjo de la revolución francesa, culminaron en forma magnífica su gesta, que 
fue pionera, para sumergirse como nación independiente en el aislamiento, condenados 
por un mundo que no estaba listo para una revolución de esclavos y mucho menos para 
una república de negros y mulatos. En el curso de menos de un siglo habría pasado de 
la cúspide del esplendor colonial a las tinieblas del más implacable retroceso, material y 
espiritual; una sociedad arcaica, de difícil clasificación. El proceso haitiano aterrará por 
más de medio siglo a los dueños de plantaciones y en general a las burguesías 
emergentes de las colonias caribeñas. 
 
Un siglo más que al resto del continente cuesta a cubanos y puertoriqueños (poco menos 
a los dominicanos) despojarse de la dominación española en las primeras tierras que 
 2
 
pisó el descubridor. El vecino del norte se ha hecho ya tan poderoso que tiene en sus 
manos propiamente las riendas de las economías vecinas cuando decide usar la fuerza 
para fijar las nuevas reglas del juego. De la guerra hispanoamericana salieron tres 
experimentos de dependencia. El filipino, que no rebasó el sistema clásico de 
dominación territorial, sin muchas diferencias estructurales del cuadro colonial que le 
precedió; el provisional "Estado Libre Asociado" en Puerto Rico, esquema preparatorio 
para la estatización, que al cabo quedó como tal, convirtiendo la provisionalidad en 
largo plazo; y el modelo de soberanía formal con subordinación total (no sólo 
económica como a veces se le carácteriza), aplicado en Cuba, el cual se convertiría 
rápidamente en la referencia para el régimen de dependencia, que llamamos con poca 
imaginación "neocolonial", con el cual sería explotado en lo sucesivo el sur del 
continente. En rigor, el modelo de subalternación nacido liberal, junto al siglo XX, y 
devenido neoliberal al final. 
 
En las antillas británicas el status colonial duró más aun: más allá de la II Guerra 
Mundial, y hasta principios de los sesenta, en que tuvo lugar el otorgamiento oficial de 
independencia, bajo un modelo democrático parlamentario calcado de la tradición 
inglesa.En tanto en todas las antiguas colonias ibéricas se impuso el presidencialismo, 
las democrácias anglófonas introducidas con la última descolonización siguen un 
parlamentarismo riguroso, que si se mira con atención, parece portador de más virtudes 
políticas que otros esquemas democráticos. 
 
Francia, por su parte, creó para las suyas la modalidad de Dominios y Territorios de 
Ultramar (DOM-TOM), que a semejanza del Estado Libre Asociado, cubrió de 
maquillajes la relación colonial. En todo caso, desde una perspectiva funcional, la 
soberanía para estos estados no resulta más precaria que lo que puede ser en las 
repúblicas latinoamericanas independientes. 
 
Desde el siglo XVIII la plantación azucarera homologó en alguna medida -- salvando 
proporciones -- las economías caribeñas. Tiempo en que Europa se había convertido en 
un gran consumidor, y el azúcar tenía en el mercado mundial, que era básicamente 
todavía el europeo, un peso relativo comparable -- volviendo a salvar proporciones -- al 
que iba a tener el petróleo en el siglo XX. La plantación bananera llegó a homologar, 
de modo similar, a las economías centroamericanas. Y detrás del azúcar y el banano, 
seguían el café, el tabaco, el cacao y las especias. Ni en América Central ni en el Caribe 
se configuraron economías complementarias entre sí: fueron diseñadas para para 
exportar a sus metrópolis, e importar básicamente de ellas. Con Gran Bretaña, Francia, 
Holanda, España en su tiempo, y con los Estados Unidos cada vez más desde el siglo 
XX. 
 
Las diferencias en las riquezas del subsuelo sirvió para distanciar y favorecer a unos 
países sobre otros, ante los grandes capitales que marchaban desde mediados del XX 
hacia la transnacionalización. El petróleo en Trinidad, la bauxita en Jamaica, el níquel 
en Cuba y Republica Dominicana. Beneficios que raras veces llegaron a la población, 
ni se revirtieron en una acumulación regida por intereses domésticos, no sujetos al 
centros capitalistas mundiales. 
 
Ligada a la posibilidad de disfrutar las ventajas de los llamados "paraísos fiscales", 
algunas transnacionales petroleral concentraron sus refinerías en la región. 
 
 3
 
Ya bajo el esquema de dominación neoliberal podemos volver a observar una 
homologación de sectores que influyen en el crecimiento de las desigualdades y la 
expansión pobreza. El impacto del cambio económico ha incidido en el desplazamiento 
progresivo de inversiones clásicas (el declive del azúcar en primer plano) por los 
enclaves industriales de subcontratación (maquiladoras). El mérito de esta modalidad 
de explotación radica en el aprovechamiento máximo de fuerza de trabajo al menor 
costo posible, y con libertades absolutas de mercado para el empleador. 
 
El segundo terreno de esta homologación se localiza en el turismo internacional, basado 
en ventajas físicas (playas, sol) y, donde no se tropiece con demasiados escrúpulos, en 
prácticas de tolerancia ligadas a la recreación, a riesgo de intoducir o estimular severas 
deformaciones en la sociedad (casinos, prostitución y drogas suelen aparecer 
estrechamente ligados a la economía turística). La conversión de la llamada industria 
turística puede aportar una dinamización importante al avance económico (tuvo este 
efecto, por ejemplo, en España de los años setenta y ochenta), pero también puede 
deformada la estructura social, sin resultar al fin capitalizable en función de intereses 
nacionales, como ha sucedido ya en espacios caribeños. 
 
Un tercer elemento de impacto en las economías del Sur es la creciente dependencia de 
las remesas familiares. Ya a principios de los años ochenta las remesas monetarias 
constituían la principal fuente de ingreso en muchas islas del Caribe británico, las cuales 
contaban con más naturales emigrados al Reino Unido y a los Estados Unidos que 
habitantes en el país. Este elemento nos pone ante una situación generalizada en 
Centroamérica y en el Caribe desde hace algo más de dos décadas, y hoy en franca 
expansión hacia el resto del continente. La tendencia de la emigración económica a 
mantenerse creciendo, nos permite afirmar que el peso específico de las remesas 
familiares también crecerá, y que constituye un factor estructural que no puede dejarse 
de tomar en cuenta. 
 
El éxito sobre estas bases es incierto, pues el grueso de las ganancias del turismo, por 
ejemplo, van usualmente a las manos de los consorcios hoteleros, y en muy poco 
benefician al país más allá de la creacción de algunos empleos. La dependencia de 
remesas familiares acentúa las desigualdades y su contribución a mitigar la pobreza es 
desigual y exigua. 
 
Un problema grave en la región es el de los tráficos ilícitos. La insularidad y la 
localización propician condiciones favorables al contrabando, que lleva al sector 
informal a jugar un papel preponderante en las economías locales. Hoy el Caribe se ha 
convertido en uno de los circuitos más explotados en el trafico de narcóticos de América 
del Sur a Estados Unidos. Se manifiesta como un problema mayor, sobre todo, donde 
prolongados períodos de inestabilidad política han llevado al relajamiento de controles 
gubernamentales. También representa un verdadero problema el tráfico de seres 
humanos: la emigración ilegal, en la cual desaparece en el mar un número no 
despreciable de personas por año. 
 
Los flujos migratorios más acentuados, legales e ilegales, tienen lugar de Haití a 
República Dominicana y Estados Unidos, de República Dominicana a Puerto Rico y 
Estados Unidos, de Cuba a Estados Unidos. Del Caribe anglófono a Estados Unidos y 
Gran Bretaña. Una modalidad es la migración laboral temporaria de los países con 
economías más depauperadas a los países de economías más dinámicas. Por ejemplo, el 
 4
 
corte manual de caña de azúcar en Barbados, cuyo PIB percapita alcanza más de $6,500 
anuales, lo realizan braceros de Guyana, donde el PIB percápita no rebasa los $370 
anuales, que emigran exclusivamente para la zafra, retornando después a su país de 
origen. 
 
El desigual contorno económico caribeño incluye condiciones extremas al nivel 
mundial, como es el caso haitiano, con más del 88% de la población bajo los niveles de 
pobreza. En el caso de Puerto Rico -- que podríamos considerar el caso inverso en el 
área -- el regimen de subalternación provee una articulación a la economía de EEUU 
que genera un estado de bienestar aparente y artificial, con indicadores superiores a los 
latinoamericanos pero inferiores incluso a los estados más pobres de la Unión. La 
media de la población puertorriqueña bajo el nivel de pobreza se calcula cerca del 55% 
en tanto la media para Estados Unidos es algo más del 13%. A simple vista nos 
podemos percatar de que la mayoría de las barriadas marginales de San Juan tienen 
construcciones decorosas, vialidad, tendido eléctrico, agua y solución de residuales, en 
suma un paisaje urbano bastante diferente del de Cité Soleil en Port au Prince, o las 
márgenes del Rio Ozama en Santo Domingo. 
 
Se nota que las cifras no nos lo muestran todo. Por mucho que se hayan depurado y 
refinado los sistemas de indicadores para medir la pobreza, siempre tenemos que volver 
en cada situación a la pregunta primaria: ¿Quiénes son los pobres?. Antes incluso de 
que podamos decir cuantos. Normalizar indicadores de ingreso familiar esta probado 
que no es suficiente, aunque sea un elemento imprescindible. La introducción de los 
datos de acceso a la escolaridad y a la asistencia de salud, consumos de calorías y 
proteínas, y los complicados índices de condiciones de vivienda nos pueden llevar a un 
cuadro estadístico aceptable, con una idea más próxima a la "calidad de vida", pero de 
ningún modo acabado o definitivo. 
 
Cómo tomar en cuenta la percepción misma del sujeto sobre su condición es un 
problema. Más allá de los indicadores, el 78% de la población de Republica 
Dominicana se define a si misma como pobre. La opinión parece más difícil de 
normalizar quelos indicadores económicos y sociales. 
 
A la distinción ya clásica -- y que no deja de ser oportuna -- entre pobreza relativa y 
absoluta se suman hoy otras. Por ejemplo la diferencia entre pobreza accidental y 
pobreza estructural deviene cada vez más importante en un mundo en que las dinámicas 
de empobrecimiento se hacen cada vez más activas. Y por otra parte, crece el número 
de personas que nacen y mueren sin haber tenido nunca un empleo formal estable. Los 
conceptos de marginalidad y exclusión han sido creados para connotar de este rango 
estructural. 
 
No estamos ante una estricta complicación de la teoría sino de la realidad misma. 
¿Cómo plantearnos hoy fórmulas de reducción de la pobreza si no se vinculan a la 
reducción de la marginalidad y la exclusión? Lograr índices de reducción de pobreza en 
las condiciones de dependencia propias del orden mundial transnacionalizado es una 
tarea verdaderamente dificil. En Puerto Rico dista de ser un problema resuelto siquiera 
medianamente. En República Dominicana se preconizan alivios a partir de las altas 
tasas de crecimiento de los últimos años. Pero habría que cuestionarse si elementos 
como el incremento del número de electrodomésticos en los hogares de barrios 
 5
 
marginales (que se ostenta como uno de los índices de mejoría) aportan en realidad 
reducción o alivio a la pobreza. 
 
Se puede decir sin pecar de excesos, que Cuba reporta el único caso de un sistema social 
orientado a la reducción de la pobreza, por la vía de priorizar la justicia social y la 
equidad distributiva, en la región y en el continente. Pero sus propositos y sus logros se 
han visto crudamente amenazados, y lesionados en la práctica, después del derrumbe 
socialista. La población cubana ha sufrido la caída de la suficiencia alimentaria a la que 
había llegado, y otros factores, como las dificultades de vivienda, adquieren magnitudes 
alarmantes. La falta de medicamentos y de recursos en general afecta incluso al sistema 
de salud. 
 
La responsabilidad en la lucha contra la pobreza, tan fácil de atribuir como universal 
(siempre decimos que nos toca a todos) es otro tema de discusión. Aquí se bifurca la 
problemátización, ante el viejo e inmutable principio de erradicar las causas para 
resolver el problema. 
 
La pobreza, junto con la desigualdad, no se explica desde un fatum social, ni inculpando 
a los pobres por su incapacidad para remontar su situación, ni por casuísticas de la 
historia. Sabemos que desigualdad y pobreza se generan y se reproducen a partir de la 
lógica misma de la ganancia. De modo que hablar de estrategias de reducción de la 
pobreza significa dos cosas: erosionar esa lógica o contrapesar sus efectos. 
 
No estamos ante una disyuntiva sino ante dos caminos complementarios, porque no 
queda otro remedio que partir de un mundo, un ordenamiento internacional, centrado en 
la lógica de la ganancia y no en la lógica de la justicia. 
 
El fracaso del experimento socialista del siglo XX ha limitado las posibilidades de 
alterar a corto plazo las dinámicas del capital. De modo que las propuestas de reforma 
dentro del orden vigente se han valorizado, sobre todo ante la intensificación del 
empobrecimiento mundial. 
 
La propuesta de James Tobin de acordar internacionalmente un impuesto (muy 
moderado y universal, para no lesione al capital ni cree ventajas competitivas) sobre las 
transaciones financieras, destinado a mitigar la pobreza y el subdesarrollo, es un puntal 
importante en esta dirección. El impuesto Tobin, que se ha convertido en una bandera 
de movimientos sociales en nuestros días, supone además la presencia de todos los 
actores sociales. 
 
Los Estados, tan desprovistos hoy, en su mayoría, para asegurar por si mismos 
presupuestos que contribuyan con peso a estas soluciones, se verían obligados a jugar su 
papel en los planos político y jurídico, interno e internacional, para que un impuesto 
como el propuesto por Tobin funcione. 
 
Las instituciones de la sociedad civil han aportado ya paliativos a problemas de pobreza 
en países del Caribe, facilitando la articulación de la cooperación internacional y la 
organización comunitaria y la participación social en las bases. 
 
La escala de las economías de los países caribeños, muchos de los cuales son 
miniestados insulares, otorga una viabilidad especial a la colaboración internacional. 
 6
 
Colaboración no gubernamental y también gubernamental. El Estado cubano, desde 
coordenadas diferentes y posibilidades distintas a las del resto del continente, ha 
sostenido una política de colaboración gubernamental sistemática hacia economías más 
necesitadas. Más intensas en otros momentos, pero presentes siempre, dado que esa 
proyección no ha sido modificada por los efectos de la crisis. A partir de tales 
experiencias podemos afirmar que, en el Caribe, con contribuciones muy modestas se 
logra mitigar escaseces o resolver problemas a veces a escala del país. 
 
Cómo articular gobiernos y sociedad civil, agentes externos e internos en cada situación 
es uno de los temas prácticos de mayor urgencia. 
 
Este documento no tiene otros propósitos que recorrer de manera panorámica algunos 
de los aspectos que consideramos deben centrar la atención del debate en el cual nos 
vamos a introducir en el seminario. No intenta tratar a fondo los problemas puntuales. 
Esperamos que hayamos logrado hacer efectiva esta motivación. 
 
La Habana, 15 de mayo de 2002. 
 
 
 
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