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Índice de contenido El para qué de estos conocimientos ¿Qué es y para qué sirve la Psicología? ¿A quiénes se encuentra dirigida Psicología para Terapeutas? El eje fundamental del proceso terapéutico Alineando criterios y terminologías… ¿Por qué los conocimientos acerca de la Psicología son tan importantes para todo tipo de terapeutas? ¿Quiénes pueden ser beneficiados por estos conocimientos? EL PROCESO TERAPÉUTICO Transformación real, profunda y duradera Los ejes del proceso terapéutico El proceso terapéutico El consultante El terapeuta La relación terapéutica Características de las relaciones terapéuticas La importancia de establecer una alianza terapéutica positiva ¿Es lo mismo cura y sanación? Los motivos Las dos realidades EL CONSULTANTE La personalidad Salud y enfermedad El síntoma Diferente, pero el mismo… Elaborar para no repetir El beneficio secundario del síntoma Casos especiales Nociones básicas de psicopatología El “aparato psíquico”: dos grandes hipótesis de Sigmund Freud acerca de la psiquis humana Las tres grandes estructuras psíquicas ¿Existe la “normalidad” en el terreno psíquico? ¿Para qué son importantes los conocimientos acerca de psicopatología para los terapeutas? EL MÉTODO Las nueve fases 1. El pedido de ayuda La pregunta inicial La demanda de inmediatez La entrevista previa o de admisión (opcional) El estigma social del terapeuta La importancia de generar conexión desde el primer momento 2. La primera consulta: observación atenta y escucha activa Observar atentamente Escuchar activamente Anamnesis La pregunta como motor Encuadre terapéutico 3. Evaluación 4. Hipótesis 5. Objetivos terapéuticos 6. Tratamiento propiamente dicho / despliegue de estrategias terapéuticas a. Planificación y diseño del plan de acción (estrategias terapéuticas) b. Ejecución de las acciones del plan propuesto 7. Reevaluación 8. Seguimiento 9. Cierre del proceso terapéutico y devolución final Las dos instancias externas al proceso terapéutico 1. La supervisión: compromiso con la terapia y los consultantes ¿Quién debe supervisar los casos? 2. La DERIVACIÓN a otro profesional ¿Cuándo es necesario o recomendable derivar a otro profesional? EL TERAPEUTA El terapeuta como herramienta Y entonces ¿qué es un terapeuta?, ¿qué lo define? “Identidad terapéutica”: los cuatro pilares 1. El motor: los propósitos personales y profesionales 2. El saber: formación de base, actualización de conocimientos, enseñanza e investigación 3. La práctica propiamente dicha: experiencia profesional y personal ¿Por qué los terapeutas debemos hacer terapia? 4. Características terapéuticas Acerca de la empatía… El consultante El terapeuta Ejercicios prácticos para promover la empatía Definir nuestro consultante ideal Tipos de terapeutas Identidad terapéutica: unión y complementariedad ¿Es inocuo mi actuar como terapeuta? Una aproximación a la bioética: Iatrogenia Los diez mandamientos del terapeuta actual Hacia una profesionalización de las terapias Bibliografía Gallinger, Cecilia Psicología para terapeutas : una guía esencial para terapeutas integrativos y complementarios y profesionales de la salud / Cecilia Gallinger. - 1a ed. - Buenos Aires : SB, 2021. 180 p. ; 23 x 16 cm. ISBN 978-987-8384-71-9 1. Psicología. 2. Terapias. I. Título. CDD 150.1 © Cecilia Gallinger, 2021 © Sb editorial, 2021 Piedras 113, 4º 8 - C1070AAC - Ciudad Autónoma de Buenos Aires Tel.: (+54) (11) 2153-0851 1ª edición, agosto de 2021 introducción El para qué de estos conocimientos Ser terapeuta es, además de una profesión y una función laboral, una manera de ser, de vivir, de conducirnos en el mundo y de contribuir al bienestar de los demás. Si logramos comprender la complejidad del ser humano y poner en práctica los recursos y herramientas que aprendemos en las formaciones que realizamos, la vida misma se transforma en nuestra mejor maestra. Con esta capacitación, que se nutre fundamentalmente de valiosos aportes de la Psicología, seremos capaces de ampliar en nosotros mismos el horizonte de lo posible. El interés acerca del universo psíquico ha crecido exponencialmente desde los primeros planteos y reflexiones de los filósofos griegos. Luego se vio reflejado con el reconocimiento de la Psicología como disciplina científica y en la actualidad con el actual auge y surgimiento de una multiplicidad de ramas y corrientes que enfatizan y profundizan en uno u otro aspecto de este vasto universo. Lo psíquico ha adquirido diversas acepciones de acuerdo al momento histórico y el paradigma imperante: mente, alma, consciencia, caja negra, inconsciente, pensamiento, emoción, etc. Esta multiplicidad de conceptos ha hecho que su estudio experimente una evolución, profundización y diversificación de dimensiones extraordinarias, bajo el nombre Psicología. Tener acceso a esos conocimientos, principalmente a aquellos orientados exclusivamente al abordaje terapéutico (que es lo que desarrollaremos en las siguientes páginas), constituirá una base sólida de sustento teórico-práctica para ejercer de forma efectiva la terapia en la que nos hayamos capacitado. Así, los saberes de la Psicología no solo no se contraponen a los de otras terapias, sino que los complementan, contribuyendo a desplegar su máximo potencial. ¿Qué es y para qué sirve la Psicología? Si bien existen infinidad de definiciones, para alinear criterios y comprender su vasto campo de acción, podemos expresar que la Psicología¹ es la ciencia que estudia los procesos afectivos y cognitivos del ser humano tales como: el pensamiento, las emociones, la creatividad, la percepción, la imaginación, la memoria, el aprendizaje, los estados de ánimo, el lenguaje, la atención, los sentimientos, la inteligencia, la motivación… y cómo estos procesos, que pueden ser accesibles o no a la consciencia, condicionan –aunque no determinan– su comportamiento y sus relaciones sociales. En este sentido, el objetivo principal de la Psicología es que el ser humano goce de salud mental, que podemos definir como un estado de bienestar subjetivo (BS) en el cual las personas logran tener armonía entre lo que piensan, sienten, dicen y hacen, y se relacionan con el mundo de manera positiva y adaptativa. En el estado de salud mental la persona puede: actualizar sus potencialidades, contar con herramientas y recursos propios para afrontar las demandas de su vida cotidiana, ser autoconsciente, tener relaciones interpersonales sanas, aprender de su dolor, manejar sus pensamientos y emociones, encontrar sus propósitos personales, hacer aportes valiosos a la sociedad, sentirse autorrealizado y feliz… ¿No es éste también, en el fondo, el gran objetivo que persiguen las demás terapias, al menos en uno o varios de los puntos mencionados? Es por esto que los contenidos referentes a la Psicología que iremos develando en nuestro recorrido servirán para iluminar el camino de aquellos terapeutas que asumen su profesión con pasión y responsabilidad. Adoptaremos como base el paradigma de la convergencia entre las diversas prácticas terapéuticas, tan enriquecedor y superador en eficacia respecto de la fragmentación, división y segmentación del ser humano, de las prácticas terapéuticas y de la concepción de salud. Es en la interacción y la unión de las terapias y de los saberes donde nos expandimos, nos nutrimos de otros conocimientos, aprendemos y ampliamos nuestro ámbito de acción, beneficiándonos unos a otros. Como consecuencia de esta visión lograremos que aumente nuestra calidad de atención y lo más importante: que nuestros consultantes sean los principales favorecidos. ¿A quiénes se encuentra dirigida Psicología para Terapeutas? Esta capacitación está destinada a terapeutas integrativos y complementarios (TICs) y profesionales de ciencias humanas y de la salud. Los requisitos para que puedan verse realmente beneficiados, son: Que directa o indirectamente trabajen en sus consultas con los aspectos emocionales, cognitivos, comportamentalesy/o relacionales del ser humano (ámbito de estudio propio de la Psicología). Que deseen incrementar su calidad de atención gracias a la incorporación de conocimientos que potencien su formación de base y su práctica terapéutica. También pueden verse favorecidos los estudiantes o noveles terapeutas que sientan la necesidad de complementar sus estudios con aquellos conocimientos de la Psicología orientados exclusivamente al trabajo terapéutico: cuidar, ayudar, aliviar, potenciar, guiar y transformar vidas. Las terapias puntuales que puede ayudar a potenciar son: Acupuntura Auriculoterapia Biodescodificación Biomagnetismo Coaching Constelaciones Familiares Counseling EFT: Terapia de Liberación Emocional EMDR: Terapia de Desensibilización y Reprocesamiento por medio de Movimientos Oculares Flores De Bach Hipnosis Homeopatía Kinesiología Holística Medicina Ayurvédica (India) MTC: Medicina Tradicional China NMG: Nueva Medicina Germánica Arteterapia y/o Musicoterapia Naturopatía Nutrición Holística Osteopatía PNIE: Psiconeuroinmunoendocrinología PNL: Programación Neurolinguística Psicología, todas las corrientes Psiquiatría Reflexología Reiki Sanación Pránica Terapia de Barras de Access Terapia Akáshica Terapia de Renacimento o Rebirthing Terapias Regresivas y TVP Theta Healing (Sanación Theta) Trofoterapia Yoga Terapéutico Gran parte de estas terapias surgen de la integración entre Oriente y Occidente, y aunque en varios países de Occidente ya son numerosas las que se encuentran avaladas por la comunicad científica y registradas dentro de los planes de Salud Pública, en muchos países aún no lo están. Eso no significa que estas prácticas no sean importantes, efectivas o que no ayuden, pero el camino del aval científico es arduo, pues deben ser sometidas a rigurosos estudios que demuestren seguridad y eficacia. Es por ese motivo que todos los profesionales de la salud, y más aún los terapeutas integrativos y complementarios, pueden (y deben) ayudar en este proceso, cada uno desde su lugar, elevando de nivel su calidad de atención terapéutica, profesionalizando su práctica y brindando un servicio de excelencia. Para esto es necesario capacitarse y actualizarse permanentemente acerca de los avances teóricos y técnicos, tanto de nuestra terapia como de otras complementares, y regirse en las prácticas de manera comprometida, seria y responsable, mediante un código deontológico² que sirva de guía para el ejercicio profesional, teniendo en cuenta que lo que está en nuestras manos es algo tan valioso como la salud de nuestros consultantes. Con estos parámetros, además de brindar un servicio de gran calidad, se estarán sentando algunas bases importantes para el reconocimiento científico y legal de las terapias que aún no lo están. De esta forma los consultantes podrán entregarse a ellas con confianza, y los terapeutas integrativos y complementarios también podrán trabajar libremente y en paz. En la actualidad cada vez más se está demostrando científicamente la eficacia de los resultados de las TICs y diversas prácticas de Oriente, como está ocurriendo con los indudables efectos positivos de la meditación, por citar un ejemplo, o la inclusión por parte de la OMS de enfermedades y síndromes de la Medicina Tradicional China en la Clasificación Internacional de Enfermedades, CIE-11. Por esto es que no debemos desistir, y la mejor forma de hacerlo es luchar por ser mejores terapeutas, más competentes, talentosos e idóneos, cada quien, desde su lugar. Recordemos las palabras de Eduardo Galeano: “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. El eje fundamental del proceso terapéutico A veces ocurre que nuestra atención y fundamentalmente la de nuestros formadores se centra en convertirnos en expertos de técnicas específicas según el tipo de práctica en la que nos estemos capacitando, pero suele pasarse por alto que el eje fundamental para que una terapia tenga éxito, es el terapeuta, su persona, como herramienta. Ser eficientes en la aplicación de técnicas es importante, pero solo es una parte dentro de los numerosos aspectos significativos que todo terapeuta debe desarrollar; no basta con ser los técnicos más expertos, necesitamos mucho más que eso: pasar por todo un proceso de formación integral, entre los que se destacan: Aprender a cultivar las habilidadesterapéuticas necesarias para nuestro ejercicio profesional, con la empatía como habilidad terapéutica por excelencia, para poder entender el trasfondo cognitivo, emocional, relacional y conductual de nuestros consultantes, así como sus necesidades y deseos más profundos y de esta manera, en primer lugar, saber generar conexión para luego poder brindarles una propuesta terapéutica estratégicamente planificada y adecuada para cada uno de ellos. Incluir el desarrollo personal como pilar fundamental para poder anclar los saberes teóricos en la experiencia personal y aprehender los conocimientos, es decir, hacerlos propios, asimilarlos y que formen parte de nosotros, y que creamos en aquello que promovemos, para poder transmitirlo con plena convicción. Asimismo, este punto debería ser condición sine qua non para el ejercicio profesional, ya que los terapeutas necesitamos haber superado conflictos, dificultades y limitaciones propias (que todo ser humano tiene por el simple hecho de ser ‘humano’), para ayudar efectivamente a otros a transitar ese camino, ese es el rol del guía. Es por esto que se suele afirmar que “nadie puede dar aquello que no tiene”. Desplegar el proceso dentro de un contexto terapéutico, para poder conocer a nuestro consultante y comprender exactamente qué recursos técnicos son acertados para esa persona en particular. Así personalizamos nuestra terapia sin estereotipar, generando mejores resultados y transformaciones más profundas y duraderas en nuestros consultantes. Estructurar el trabajo en función de una metodología de eficacia comprobada (mucho más amplio que las técnicas a ser aplicadas), un paso a paso que nos haga sentir seguros del tipo de servicio y la calidad del proceso que estamos desarrollando. Adquirir conocimientos significativos y útiles relacionados con los perfiles psicopatológicos, pues asumiendo que no existe la “normalidad” en psicología, cada consultante presentará un tipo de rasgos u otros. Saber identificarlos es muy importante, no para encasillar sino para saber hacia dónde orientar nuestro trabajo. Lograr un balance entre conocimientos teóricos y prácticos (del ejercicio terapéutico), tanto de la terapia donde nos hemos formado, como de terapias complementarias, para ser profesionales integrales, idóneos y verdaderamente efectivos en nuestro rol. Alineando criterios y terminologías… Si bien cada especialidad y cada terapeuta utiliza un lenguaje propio, para acordar en un lenguaje común y asumiendo que cada lector le atribuirá la palabra acorde a su preferencia, los términos frecuentes que utilizaremos aquí, son: Terapia o consulta: es la práctica que se centra en el restablecimiento de la salud y la mejora de la calidad de vida del ser humano en todas sus dimensiones: física, emocional, cognitiva, espiritual, comportamental, social... Es una instancia que no se define por las circunstancias, es decir, por el espacio físico en el que se desarrolla, pues puede realizarse en un consultorio, en una sala o en un espacio abierto; ni por la cantidad de integrantes, ya que puede ser grupal o individual; ni por su presencialidad o virtualidad; ni por la cantidad de tiempo que requiera cada consulta. Dentro de la gran gama de terapias existentes, todas tienen en común su propósito: la ayuda, asistencia y cuidado del ser humano doliente y/o el incremento de su bienestar. En simples términos la terapia es un encuentro entre dos o más personas, cuyo vínculo tiene características, procesos y situaciones particulares que no se asemejan a otro tipo de relaciones como la amistad, el compañerismo, la pareja o las relacionesfamiliares. Consultante: es la persona que acude a una consulta terapéutica porque necesita ayuda. Cada terapeuta tiene sus motivos para nombrarlo de una u otra forma, pero “consultante” representa un término genérico, y será utilizado como equivalente a: paciente, cliente, participante, asistente, etc. Terapeuta: es aquella persona capacitada, formada e idónea para ejercer una terapia, práctica o profesión que se centra en la atención de la salud del ser humano en alguna o varias de sus dimensiones: física, emocional, cognitiva, social, espiritual… y cuyo objetivo es el restablecimiento de la salud y/o el incremento del bienestar de sus consultantes. El terapeuta es la herramienta de ayuda, el instrumento de cambio. Es un término que usaremos aquí como equivalente a: doctor, facilitador, licenciado, terapeuta integrativo, psicoterapeuta, musicoterapeuta, terapeuta holístico, coach, nutricionista, hipnoterapeuta, reikista, reflexólogo… Lo importante es que todos comparten el mismo sujeto de estudio: el ser humano, y el propósito: ayudarlo, asistirlo y/o cuidarlo para que logre mejorar su calidad de vida, ya sea aliviando una dolencia o enfermedad (cura) o realizando un proceso de profunda transformación (sanación). Proceso terapéutico: es todo lo que ocurre desde el inicio, es decir, desde la solicitud de consulta o pedido de ayuda, incluyendo lo que transcurre entre consultas (pues toda terapia tiene repercusiones en la vida cotidiana de los consultantes), hasta el fin del tratamiento o cierre, que puede darse por voluntad del consultante o por el cumplimiento de los objetivos terapéuticos; lo que en medicina y otras disciplinas se denomina “dar de alta”. Vínculo terapéutico: es la relación particular, el encuentro que se da entre dos partes: una parte que se ha capacitado y brinda herramientas de ayuda (terapeuta) y otra parte que requiere y solicita la ayuda que el terapeuta está capacitado para ofrecer (consultante). Para que esta relación resulte significativa y beneficiosa para el proceso de cambio del consultante, ambos deben participar activamente y establecer una alianza basada en la confianza y el entendimiento mutuo. TICs: es la abreviación de Terapias Integrativas y Complementarias. En esta capacitación no hablaremos de terapias alternativas porque las prácticas a las que aquí nos referimos no son tomadas en lugar de los tratamientos convencionales, es decir, no son una alternativa a otros procedimientos, sino que los complementan. Cada una atiende a diversos aspectos del ser humano (físico, emocional, cognitivo, energético, espiritual, comportamental, relacional) y lo aborda desde diferentes paradigmas, bases teóricas y técnicas, y profundizan más en un área que en otras. Las TICs no son excluyentes entre sí, sino que se complementan entre ellas y con las terapias tradicionales, logrando un abordaje holístico e integrador, y, por tanto, más efectivo. De esta forma, el trabajo multidisciplinario es sumamente enriquecedor, tanto para los terapeutas, que aprendemos y nos nutrimos de los aportes de otras prácticas, como para los consultantes, que, cuando son abordados desde la integralidad, obtienen mayores beneficios y mejores resultados. ¿Por qué los conocimientos acerca de la Psicología son tan importantes para todo tipo de terapeutas? Si bien en sus comienzos, como muchas de las terapias que se practican en la actualidad, la Psicología era enormemente cuestionada y calificada de ‘pseudociencia’, ya en el año 1879 fue reconocida como ciencia por la comunidad científica, de la mano de Wilhelm Wundt y la creación del primer laboratorio de Psicología Experimental, pues en aquel momento para ser avalada, debía adaptarse al modelo de las ciencias exactas imperantes de aquella época. Desde aquel entonces, la Psicología ha experimentado un desarrollo exponencial y no ha dejado de evolucionar, expandirse y profundizar en sus conocimientos. Es por eso que una ciencia de casi 150 años de desarrollo científico ininterrumpido, sin dudas tiene informaciones valiosas para aportar, que merecen ser conocidas… Aunque en ciertas ocasiones sea todavía común oír frases como “no creo en la Psicología”, sabemos que estos saberes no son cuestión de fe o de creencia, son ciencia. Esto significa que se acerca a la verdad, no a la verdad absoluta pero sí a una verdad consensuada, porque ha seguido y sigue el método científico, es decir, formula hipótesis, las valida, mide las variables, somete sus estudios a reproducibilidad y refutabilidad, diseña experimentos que corroboran o niegan la hipótesis que se pone a prueba, y cualquier investigador puede reproducirlas y/o someterlas a evaluación. Estas pruebas han sido ampliamente superadas por la Psicología, pero aún no por otras terapias; esto no significa que no se acerquen a la verdad o no sean efectivas, sino que aún no han sido sometidas a las pruebas científicas que se requieren para su validación o refutación. En la presente capacitación uno de los objetivos es compartir esta metodología adaptada al abordaje terapéutico; que estos conocimientos no queden restringidos a los psicólogos, sino que sean compartidos a los demás terapeutas, y así ayudar al avance en la construcción del conocimiento y potenciar el trabajo terapéutico. En este sentido, de la misma manera que la Filosofía es considerada, para muchos, la madre de todas las ciencias –entre ellas, la Psicología– y la Medicina la ciencia madre de aquellas que trabajan con el aspecto somático del ser humano, la Psicología puede considerarse la ciencia madre de aquellas prácticas terapéuticas que trabajan, directa o indirectamente, con los aspectos emocionales, cognitivos, comportamentales y relacionales del ser humano. En este sentido, sus fundamentos, investigaciones, aportes y saberes establecen el soporte, la base, el punto de partida y la plataforma donde sustentar y llevar a cabo procesos terapéuticos generadores de verdadera transformación. Todo esto será explicado en las siguientes páginas, donde el lector-terapeuta encontrará una síntesis estructurada de conocimientos, tanto de pensadores que han revolucionado y evolucionado los saberes psi, (que a su vez servirán de referencia para quien desee ahondar en ellos), como de aportes propios, desde un punto de vista integrador, surgidos de mi experiencia como psicóloga clínica, coordinadora de equipo terapéutico multidisciplinar, consultante de diversas terapias y estudiante autodidacta en permanente capacitación y evolución. Es así que los contenidos de Psicología para Terapeutas fueron estructurados en cuatro capítulos: Capítulo 1: Haremos un recorrido por nociones básicas acerca del proceso terapéutico, la importancia de la relación terapeuta-consultante y del establecimiento de una alianza terapéutica positiva. Capítulo 2: Aprenderemos quién es nuestro sujeto de estudio: el consultante. Abordaremos qué tipo de situaciones y características se suelen presentar a las consultas y una breve referencia a las clasificaciones psicopatológicas más comunes que pueden presentar, para poder establecer un perfil psicológico, que nos sirva no para encasillar o catalogar, sino para orientar nuestro trabajo, nuestro abordaje terapéutico. Capítulo 3: Descubriremos o redescubriremos un método efectivo para llevar a cabo cualquier práctica terapéutica, del principio al fin, contextualizándola, atendiendo al proceso sin perder el foco de atención en los resultados. Esta metodología de abordaje, efectiva para todos los tipos de terapias, consta de 9 etapas; es un “paso a paso” que sirve y que funciona, independientemente de las técnicas que utilicen (éstas son una parte del proceso total). Su utilidad comprobada se inspira en el modelo que ha hecho avanzar el conocimiento científico, adaptándolo al ámbito terapéutico. Capítulo 4: Estudiaremos al terapeuta como herramienta. Este capítulo, el de mayor extensión, tiene como objetivo principal promover la autorreflexión acerca del propio actuar terapéutico, incitando a preguntarnos, entreotras cosas: ¿cómo soy como terapeuta y cómo me perciben mis consultantes? ¿qué habilidades terapéuticas tengo y cuáles necesito desarrollar para mejorar mi calidad de atención? ¿qué tipo de terapeuta deseo ser? ¿cómo proceder para potenciar al máximo mis posibilidades de ayudar a los consultantes? ¿en qué ocasiones debo reconocer la necesidad de derivar a otro profesional? ¿cómo hago para no ser ‘uno más’ y transitar el camino hacia la excelencia? ¿qué debo hacer para convertirme en un verdadero instrumento de cambio? Siendo autoconscientes acerca de cómo somos y proyectándonos como queremos ser, podremos trazar un camino, un proceso propio, siguiendo los lineamientos propuestos, que nos lleve a desarrollar al máximo nuestro potencial como terapeutas, aumentando así nuestra eficacia y generando óptimos resultados. ¿Quiénes pueden ser beneficiados por estos conocimientos? Los terapeutas que tienen la valentía de tomar este tipo de capacitaciones suelen gozar de ciertas características, o las valoran y desean desarrollarlas. Éstas forman parte de su diferencial, pues cada quien las despliega a su manera, y eso es lo que los hace especiales y únicos: Son buscadores: sienten el deseo constante de mejorar, de no estancarse en su zona de confort, no se conforman con lo aprendido, cuestionan y se cuestionan a sí mismos, entienden que cuanto más conocen, más les queda por conocer, y aun así sostienen la motivación por encontrar respuestas a la complejidad humana. Se reconocen como instrumentos de cambio, pues el responsable de su cambio es el consultante: cuentan con herramientas para aliviar el sufrimiento de las personas y mejorar su estado de salud y calidad de vida, pero saben que el único que tiene el poder de cambiar, es el propio consultante. Tienen la motivación para ayudar: saben que el trabajo del terapeuta, además de la satisfacción económica, brinda una satisfacción sublime, que los incentiva y funciona como motor: la maravillosa satisfacción de ayudar a otros. Tienen coherencia interna: sus sentimientos, pensamientos y acciones van en la misma dirección, se encuentran alineados; sienten y tienen la certeza de que su camino profesional/terapéutico es un tipo de entrega que está en consonancia con sus propósitos de vida. Evolucionan en paralelo en los planos profesional/laboral y personal: toman sus estudios, sus capacitaciones y su práctica terapéutica como parte de su propio crecimiento y desarrollo personal. Aprenden y aplican en sí mismos los conocimientos adquiridos. Se rigen por el principio que afirma que “para ayudar a los demás, primero debemos ayudarnos a nosotros mismos”. Es decir, su objetivo es contribuir al bienestar de los demás, pero en ese camino también se ayudan a sí mismos. Son humildes: entienden al ser humano en su complejidad, no lo fragmentan, sino que lo integran. Y frente a esa complejidad reconocen que su conocimiento de la realidad es limitado, que puede ser complementado por los conocimientos de profesionales de otras áreas para hacer más efectivo su trabajo, y por eso toma a las supervisiones como parte de sus aprendizajes, y no duda en derivar cuando la situación así lo requiere. Son valientes: si bien comprenden que aún les falta mucho por aprender y son conscientes de sus limitaciones, eso no los frena para lograr sus objetivos. No temen, lo hacen, emprenden, se arriesgan y toman sus errores como parte de su proceso de aprendizaje y evolución profesional y personal. Transitan el camino de la excelencia: no se comparan con nadie, excepto con las versiones menos evolucionadas de sí mismos. Persiguen un balance entre su vida laboral y personal, tienen un elevado nivel de consciencia; advierten que siempre hay más por conocer, y saben que cuanto más aprendan, más herramientas tendrán para ayudar y mejores instrumentos de cambio serán. Son guías: un terapeuta se convierte en guía cuando: Puede ayudar a otros –gracias a su idoneidad y experiencia– a tener una perspectiva diferente de sí mismos. Sirve de inspiración para cambiar la vida de otras personas, pues transmite con su propio ejemplo que es posible estar mejor y sentir completo bienestar. Acompaña de cerca el proceso de transformación de cada consultante, haciendo que se sienta valorado, apoyado, orientado y sostenido en su proceso. Un terapeuta-guía es aquel que conoce el recorrido porque ya lo ha transitado, ya se ha equivocado, ha aprendido y evolucionado, que sabe cuáles son los objetivos hacia donde necesita llegar y por dónde ir para alcanzarlos. Es aquel que irradia luz en los caminos donde otros solo ven tinieblas... Aquellos terapeutas que se identifiquen con estas características y valores tan particulares –o deseen alcanzarlos–, sean bienvenidos a Psicología para Terapeutas. 1 Psyché se traduce del griego como ‘alma’ o ‘mente’ y Logía significa ‘tratado’ o ‘estudio’. La Psicología es, entonces, el estudio de la mente y el alma. 2 La Deontología es la rama de la Ética que se centra en los criterios, normas, principios, deberes y valores relativos al desempeño de una determinada actividad profesional. capítulo 1 El proceso terapéutico Transformación real, profunda y duradera El objetivo principal de un proceso terapéutico efectivo es el de transformar y mejorar la vida de los consultantes, y el terapeuta es el encargado de acompañar ese camino de evolución, crecimiento, autoconsciencia y aprendizaje. Cuando hablamos de terapia siempre nos referimos a ella como un proceso porque consta de un conjunto de fases sucesivas, que son las que posibilitan la verdadera transformación de los consultantes. Acortar estas fases, desconocerlas o suprimir alguna de ellas implica una disminución notable en la efectividad de nuestra terapia. Sepamos entonces qué es, cómo es, en qué consiste, qué tener en cuenta y cómo abordar un proceso terapéutico del inicio al fin… El conjunto de fases que componen el proceso psicoterapéutico no deberían ser planteadas en términos estáticos o inmutables, pues si consideramos al consultante como un sujeto único e individual, con una historia, una carga genética y unas circunstancias particulares, tanto el tiempo de duración del proceso terapéutico como hasta dónde será capaz de llegar el consultante con nuestra ayuda no serán posibles de prever o controlar de antemano. En este sentido, cada tipo de terapia y cada consultante requieren de tiempos propios que no pueden ser previstos de antemano. Si atendemos a los movimientos afectivos, cognitivos y comportamentales que va experimentando el consultante, nos damos cuenta de que estas fases son dinámicas, cambiantes y multidimensionales. Por tanto, podemos afirmar que la velocidad del proceso terapéutico es directamente proporcional a la velocidad de los cambios que va experimentando el consultante. Tanto la velocidad para realizar los cambios que necesita para sanar, resolver sus motivos de consulta y/o mejorar su calidad de vida (según los objetivos terapéuticos planteados), como la profundidad hasta donde el consultante sea capaz de llegar se encontrarán en función de las siguientes variables: El nivel de conciencia con el que cuenta el consultante al inicio del proceso, es decir, qué sabe él mismo acerca de lo que le ocurre, es decir, de su motivo de consulta. Su capacidad o facilidad para reflexionar, hacer introspecciones, tener insights y confrontar con sus propias contradicciones. Esto se relaciona con su desarrollo cognitivo y emocional. El tipo e intensidad de desequilibrio que presente o la gravedad de la situación que necesite o desee resolver, pero fundamentalmente de los conflictos subyacentes, que muchas veces son percibidos por el terapeuta desde la primera sesión, pero es necesario ser prudentes para que el consultante sea capaz de descubrirlos y reconocerlos (lo que hará con nuestra ayuda), pues no portamos la verdad absoluta, podemos equivocarnos y nuestra imprudencia disfrazada de ayuda puede resultar contraproducente. En tal caso, si una confrontación de este tipo formaparte de nuestra terapia (lo cual como psicóloga desaconsejo), necesitamos asegurarnos previamente que el consultante esté preparado, con apertura y predisposición para escucharnos y entendernos. La fuerza de las resistencias que se oponen a su avance y su capacidad de ir venciéndolas y profundizando cada vez más. Su motivación, disposición y deseo profundo de cambiar, modificarse o transformarse a sí mismo, es decir, su grado de compromiso y participación en su propio proceso terapéutico. El tiempo que hace que busca una solución y sus intentos previos con otras terapias o terapeutas, así como los prejuicios o preconceptos que pueda tener acerca de las terapias en general, de nuestra terapia en particular y de los terapeutas. Los preconceptos y expectativas que tiene respecto de la terapia que practicamos y de nosotros como terapeutas. Sus estrategiasde afrontamiento: no son las situaciones en sí las que provocan una reacción emocional, sino la interpretación que realizan las personas de tales emociones. Por tanto, cada persona desarrolla esfuerzos cognitivos y conductuales para manejar las demandas externas y/o internas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos del individuo (es decir, estresantes) (Lazarus, R. S. y Folkman, 1984); a estos esfuerzos se les denominan “estrategias de afrontamiento”. La conexión que se genere entre consultante y terapeuta es fundamental, tanto la rapidez con que se genere la conexión, como la profundización que esa conexión posibilite. Solo después de evaluar todas estas variables, sumadas al tipo de terapia que practicamos, a nuestra idoneidad y a nuestras experiencias con otros consultantes, podremos estimar y aproximarnos al tiempo que pueda llevar el proceso terapéutico total (velocidad) y hasta dónde podremos llegar con nuestra ayuda con cada consultante en particular (profundidad). De todas formas, ni siquiera dicha estimación es fiable, pues cualquier consultante nos puede sorprender y responder de modos inesperados. Es por esto necesario que adquiramos una de las habilidades terapéuticas más importantes: la de ser flexibles e ir adaptando y adecuando nuestra terapia a cada consultante, respetando sus propios tiempos. Esto no significa que la terapia sea un laissez faire, es decir, que se vaya dando sola, sin rumbo. Para que el consultante pueda transitar su proceso adecuadamente, es necesaria la dirección y guía de un terapeuta idóneo, comprometido y empático que promueva los cambios y vaya conduciendo estratégicamente el proceso en función del consultante y sus variables particulares. Por tanto, el proceso terapéutico no es simple ni lineal, sino que presenta una complejidad y variedad de factores, entre ellos debemos atender a: El proceso, sus fases o momentos y sus variables: diseño de los procesos terapéuticos desde el inicio hasta el fin, con estrategias eficaces de tratamiento y resultados perceptibles por el consultante a corto, mediano y largo plazo, según sus características particulares. Las herramientas, técn;as específicas y habilidades terapéuticas necesarias para el trabajo concreto en el que cada terapeuta se ha formado, y la actualización constante de saberes. El conocimiento acerca de nociones básicas respecto de lo que el consultante puede presentar en consulta (personalidad, cuadros psicopatológicos posibles, de qué manera abordar los síntomas, etc.) Una metodología científica en la cual respaldar y estructurar el “paso a paso” de nuestra terapia. El desarrollo personal del terapeuta como condición sine qua non, es decir, los procesos terapéuticos propios que debe y necesita transitar cada terapeuta en lo personal para tener integridad profesional. Atendiendo a estos factores sin dudas será posible, junto con el compromiso y esfuerzo de los consultantes en su mejoría, propiciar transformaciones reales, profundas y duraderas, convirtiéndonos así en terapeutas de excelencia. Los ejes del proceso terapéutico Todo proceso terapéutico está compuesto por 4 pilares principales: El consultante: la persona que busca ayuda para resolver aquellos problemas que no puede con sus recursos propios y que desea mejorar su calidad de vida. Para ayudarlo, primero debemos conocerlo, saber qué tipo de situaciones se pueden presentar en nuestra consulta y cuáles son los mejores modos de actuar que debemos tener los terapeutas frente a la diversidad de circunstancias que se nos plantea en la consulta. El terapeuta: el instrumento de cambio, la persona que se capacitó ampliamente y posee las habilidades y herramientas necesarias para brindar ayuda, siendo un guía en el proceso de evolución de sus consultantes. La relación terapéutica entre ambos: el encuentro entre consultante y terapeuta mediante la construcción conjunta de una relación de confianza, apertura y aceptación. Necesitamos promover un vínculo positivo que propicie, motive e impulse al consultante a realizar los cambios que necesita. Un método terapéutico: un modo estructurado de establecer relaciones entre hechos, de proceder para llegar a un resultado determinado (cumplir con los objetivos terapéuticos propuestos). Sirve para organizar y ordenar el tratamiento del inicio al fin, orientar nuestro abordaje y contextualizar las técnicas y estrategias terapéuticas que utilizamos, potenciando la efectividad de nuestro trabajo. El proceso terapéutico En toda terapia los dos polos, que son consultante y terapeuta, van atravesando por diversas fases, que como dijimos, no son estáticas ni lineales, pues dependen de gran cantidad de variables. Ambos polos atraviesan el proceso de manera diferente, pues sus roles son totalmente diferentes: mientras el consultante va vivenciando en sí mismo sus movimientos internos, sus cambios y transformaciones, el terapeuta va proponiendo caminos posibles, pasos a seguir, herramientas, habilidades, estrategias, lo va ayudando a transitar su proceso, se presenta como guía… Veamos el recorrido que necesitan hacer ambos polos del proceso terapéutico: El consultante Si bien la combinación de variables que presenta cada consultante es única y cada proceso terapéutico es singular, todos los procesos terapéuticos experimentan avances, mesetas, retrocesos o recaídas, reformulaciones y nuevos avances. Muchas veces podemos percibir que el consultante avanza tres pasos y luego retrocede dos, para luego permanecer por un tiempo allí “estancado”, hasta que nuevamente algo se despierta, el consultante se “destraba” y puede avanzar nuevamente, incluso con más fuerzas, con mayor impulso. Y es así como todo proceso avanza, no es rectilíneo, no es uniforme, no es constante, pero es la forma en que el ser humano transita sus procesos. Entender esto hará que estemos preparados para acompañar a nuestros consultantes en todos esos momentos y que ellos sientan que estancarse o retroceder también es parte del proceso, mientras no se pierdan de vista los objetivos terapéuticos, la meta hacia donde queremos llegar con la terapia. Ir cumpliendo los objetivos terapéuticos, que el consultante vaya logrando resultados, aunque pequeños, es lo que lo mantendrá motivado en el proceso. Los objetivos terapéuticos pueden ser de lo más variados, por ejemplo: vivir con mejores condiciones de salud, aprender a reconocer, entender y manejar las emociones y pensamientos nocivos, construir relaciones interpersonales sanas, adquirir mayor autoconfianza y seguridad, superar los miedos que no permiten avanzar, conectarse con el sentido de su vida, etc. Si pudiésemos graficar de manera simple el proceso terapéutico que atraviesa el consultante, resultaría más o menos de la siguiente forma: Si bien el ritmo, velocidad, capacidad de superar obstáculos y continuar avanzando es particular de cada consultante, existen ciertas constantes si el proceso es estratégica y metodológicamente apropiadamente guiado por el terapeuta: FASE DE AVANCE INICIAL: En el inicio el consultante comienza en su punto cero, cargando consigo todo su bagaje de preocupacionesy situaciones a resolver; este comienzo es un momento de gran confusión. Muchas veces, por primera vez, logra exteriorizar sus emociones y pensamientos y trabajarlos a niveles profundos, por lo que rápidamente comienza a sentir que se le abren nuevas puertas y posibilidades para darle cauce a sus emociones, comprenderse a sí mismo de una forma amorosa, comenzar a percibir cambios en el pensar, el sentir y el actuar, es decir, comienza a percibir los primeros resultados. Esta es una fase de gran entusiasmo y descubrimientos. FASE DE MESETA O RETROCESO: Luego de un tiempo y de algunas conquistas, es posible que comience a percibir que ya ha avanzado lo suficiente (aunque sepa que su objetivo aún está lejos) y tiene momentos donde parece que se detiene su progreso, que son los momentos de meseta, totalmente naturales dentro del proceso. Pero esto hace decaer la motivación y puede comenzar a sentir que incluso empiezan a decaer los avances que había logrado. Muchos consultantes proyectan su sensación de estancamiento en el proceso mismo de la terapia y afirman que hacer terapia ya no les sirve, pues se sienten igual, o hasta peor que cuando comenzaron. En Psicología solemos ver esta la parte del proceso de meseta, o incluso de recaída como aquella crisis de curación que relatan muchos médicos, es decir, una reacción del cuerpo donde aparecen nuevos síntomas o se exacerban los existentes, que en realidad sirve para depurar al organismo y permitir la mejoría. Yendo al terreno psicológico, podemos ver esta fase de meseta o retroceso como la antesala del surgimiento de contenidos más profundos, reprimidos y ocultos, pues al acercarnos más a ellos, erigen sus defensas más fuertemente provocando algunas veces inclusive síntomas físicos (deseos de vomitar, fuertes dolores de cabeza, mareos, etc.). Es importante explicarle al consultante que esto forma parte del proceso, que es frecuente que ocurra, pero que es la manera que tiene el psiquismo de limpiar, de sanar, de eliminar lo acumulado que estaba haciendo daño, y que no desista, que resista, pues lo más probable es que si en ese momento abandona la terapia, su síntoma, el problema o la situación por la cual acudió por primera vez, no remita o que hasta resurja con más fuerza. Aquí es donde el terapeuta puede intervenir con estrategias para bajar los niveles de ansiedad, miedo, amenaza, tristeza o frustración que generan altos niveles de cortisol, que puede llegar a ser tóxico para el organismo. Podemos utilizar técnicas como meditaciones o relajaciones profundas para que el consultante tome consciencia y logre ubicarse dentro de su proceso. Se puede realizar también una visualización donde se invite al consultante a que haga un recorrido intentando recordar sus emociones, desde su estado previo a la terapia, en qué condiciones llegó a la consulta inicial, lo que ha transitado hasta ahora, su presente actual, los logros, el futuro inmediato luego de superar esta crisis y el futuro más a largo plazo, con todos sus objetivos ya cumplidos. Con estas simples estrategias y sabiendo realizar aportes pertinentes en los momentos adecuados para volver a conectar al consultante con su proceso, destacando los puntos positivos y las conquistas que ha ido experimentando, lograremos situarlo dentro de la totalidad de su proceso, para que pueda ver con claridad dónde se encuentra y valorar su trabajo personal, su esfuerzo y su evolución. Esta es una instancia crucial, pues se pueden dar dos posibilidades en el consultante: Que igualmente abandone la terapia, porque ya era algo que tenía decidido y nada lo puede hacer cambiar de opinión, o porque la motivación que le damos no resulte suficiente para continuar, o porque no nos quiera contar sus razones; en cualquier caso, debemos respetar su decisión y acompañar ese proceso de cierre. En estos casos es importante dejar la puerta abierta para nuevas consultas cuando el consultante lo sienta o necesite. Que, a pesar de su desgano y desmotivación, continúe, pues los objetivos planteados aún no han sido logrados, entiende el momento del proceso que está atravesando y decide afrontarlo con sus fuerzas renovadas. Por supuesto se descarta que los terapeutas debemos contar con las herramientas necesarias para que el consultante pueda seguir profundizando; de lo contrario, si nos damos cuenta de que no podemos dar más que lo que dimos hasta ese momento, la recomendación es derivar a otro profesional, quizás más experimentado o que practique otro tipo de terapia y que pueda continuar lo que hemos comenzado y alcanzar los objetivos propuestos. FASE DE NUEVOS Y MÁS PROFUNDOS AVANCES y SANACIÓN: Si el consultante logra afrontar este momento, por supuesto, con el terapeuta experto como guía, suele ocurrir que, en un momento dado, surge un contenido que el consultante hace pasar desapercibido, restándole importancia; allí el terapeuta atento percibe que justamente eso que aparentemente carece de importancia, no es para nada irrelevante, e incita a profundizar. El consultante puede negarlo o presentar diversas resistencias, pero finalmente sospecha que eso que parecía pequeño, sin importancia, puede ser, en realidad, algo significativo y relevante para él; entonces comienza a ver con más claridad, como cuando una venda se cae de los ojos, a comprender con claridad y logra tener un fuerte insight.¹ De esta forma, eso que pugnaba por salir, comienza a ver la luz, y a brotar con la fuerza de su emocionalidad reprimida, bloqueada o tapada, muchas veces durante años. Por primera vez esas emociones pueden ser descargadas, “abreaccionadas” –en términos psicoanalíticos–, pasar a la consciencia y el consultante puede volver a unir sus recuerdos y pensamientos a sus emociones (que en el momento de la represión primaria habían sido separados), encontrar los nexos lógicos, las conexiones de su síntoma, conflicto o desequilibrio actual con su núcleo traumático,² comenzar a entender y desde allí, a sanar… Todo este proceso puede darse tanto en terapias que pasan por la palabra, como en las que no. En sesiones de Reiki por ejemplo, todos estos altibajos pueden ocurrir sin siquiera mediación de la palabra o intervención del razonamiento. Estos vaivenes característicos de todo proceso, pueden asimismo darse en cortos períodos de tiempo (terapias breves) o en largos períodos de tiempo (terapias de larga duración), pues ningún proceso es siempre ascendente, constantemente acelerado, destrabado y libre, por más efectiva que se promulgue una terapia. Estos vaivenes son los que permiten el avance. TRANSFORMACIÓN: A partir del insight y de todo lo que se deriva de él, lo que sigue al proceso, es la implementación de nuevas estrategias, dirigidas a que el consultante vaya implementando y llevando a la acción concreta los cambios que necesita en su vida cotidiana para comenzar a diseñarla conscientemente, libre de obstáculos, y que pueda, a partir de allí, transformarse y vivir una vida plena, en armonía consigo mismo, con un alto nivel de bienestar subjetivo, pudiendo mostrarse al mundo de manera auténtica y cultivando relaciones positivas. Es importante que se le explique al consultante desde el comienzo que los procesos terapéuticos no son lineales ni iguales en todos los consultantes, sino que cada consultante los atraviesa de forma particular y siempre presentan vaivenes, que todo lo que va ocurriendo sirve para progresar y que para continuar motivado es necesario no perder de vista los objetivos hacia donde desea llegar, pues todo lo que va experimentando contribuye a acercarse a ellos. El terapeuta Una de las características que hace que nuestra función laboral sea tan apasionante radica en que ninguna consulta ni consultante es igual a otro; para cada uno de ellos necesitamos innovar, crear, implementar nuevas estrategias y recursos, desestructurarnos a nosotros mismos y reconstruirnos con nuevas herramientas e incorporar aportes de otras disciplinas y/o terapeutas que complementen nuestro trabajo, pues éste no termina en los límitesespaciotemporales de la consulta propiamente dicha, sino que va mucho más allá. En este sentido resulta enriquecedor para los terapeutas que tomemos a cada consultante como una nueva oportunidad para estudiar en base a la experiencia, actualizar y profundizar nuestros conocimientos y mejorar como profesionales. Para los terapeutas, entonces, el proceso terapéutico debería ser tomado como una investigación que consta de diversas etapas, fases o momentos, y no comienza con la primera consulta, sino que inicia desde el primer contacto: la solicitud de consulta. Antes de conocerse personalmente consultante y terapeuta, quien solicita la ayuda (muchas veces no lo hace el propio consultante) y la forma en que es solicitada, ya son elementos claves a tener en cuenta por el terapeuta. Lo que parece un simple hecho, como llamar por teléfono o enviar un mensaje para pedir una cita, comporta una infinidad de situaciones previas que no debemos dejar de considerar. En general, quien pide ayuda lo hace después de haber pasado por momentos muy dolorosos, quizás años, y ha llegado a un punto límite en el cual, además, logra reconocer en primer lugar que tiene un problema y luego que sus herramientas propias ya no son suficientes para hacerle frente a la situación que lo aflige; habiendo transitado esto, que ya es un gran paso, logra tener coraje para hacer ese primer llamado o enviar un mensaje. Por esto es importante que consideremos la solicitud de consulta como un pedido de ayuda y que, comprendiendo este trasfondo, seamos empáticos con nuestros consultantes desde este primer momento. En Psicología solemos concebir al proceso terapéutico en tres grandes momentos, que incluyen diversas fases que serán abordadas en profundidad en el tercer capítulo de este libro, referido al aspecto propiamente metodológico de la terapia. Estos tres grandes momentos, que pueden extrapolarse a todas las terapias, son: El momento de EVALUACIÓN, donde el objetivo principal es generar conexión con el consultante, conocerlo y entender sus motivos de consulta para establecer metas y objetivos terapéuticos específicos para ese consultante particular, según sus necesidades, deseos y posibilidades, y colocarlos en orden de prioridad, para poder comenzar a trabajar sobre ellos concretamente. En este momento también contextualizamos el proceso mediante el encuadre terapéutico, que debe ser acordado desde un inicio. Aquí elaboramos hipótesis presuntivas, explicativas de la situación que observamos que presenta el consultante, lo más objetivas posible, con los datos que él mismo nos va brindando y por supuesto en base a nuestros saberes y experiencias. Si la terapia que realizamos lo amerita, podemos exponerle al consultante las hipótesis acerca de lo que vamos percibiendo y descubriendo con el material que el consultante trae a consulta y las variables que vamos detectando, para ir contrastándola con su realidad psíquica, a la vez que ir despertando su autoconsciencia, notar sus resistencias y enseñarle a ‘pensar terapéuticamente’. De esta manera estamos evaluando la situación que se presenta en la consulta. En esta fase existen dos circunstancias particulares que es necesario tener en cuenta: Si el consultante es derivado por otro profesional, en la evaluación debemos tener en cuenta cómo ha sido aquel proceso, qué avances logró y por qué se ha terminado, así como también si existe un diagnóstico previo realizado por el otro profesional y cuál es. En esos casos la comunicación con el terapeuta anterior es necesaria a los fines de tener otra perspectiva profesional; solo no debemos dejarnos influenciar por su punto de vista, sino tomarlo como un dato significativo a tener en cuenta. Si el consultante es atendido dentro de un equipo de profesionales del cual formamos parte, es fundamental que los profesionales implicados en el tratamiento acuerden tres cuestiones: los criterios diagnósticos, los objetivos terapéuticos y los lineamientos generales de trabajo, para que todos los terapeutas implicados vayan en la misma dirección. De esta forma se podrá abordar el proceso de forma integral y potenciar los beneficios de cada terapia a la que concurre el consultante, generando resultados más efectivos. Existen terapias cuyo campo de acción es exclusivamente la aplicación de protocolos preestablecidos y técnicas estandarizadas, desde el inicio de la consulta, sin prestar la atención que merece el momento de la evaluación del consultante y su situación o entender sus estados emotivos (empatizar), y si bien las técnicas y protocolos son una parte sumamente importante del proceso, solo son una parte; constituyen un medio para un fin, no deberían ser un fin en sí mismos, pues la totalidad del proceso terapéutico es mucho más amplio, beneficioso y enriquecedor. En este sentido, para lograr resultados verdaderamente efectivos, profundos y duraderos, en primer lugar necesitamos conocer a nuestros consultantes, sus deseos y necesidades más profundas, y para eso es necesario establecer una relación de confianza y apertura y conexión con nuestro consultante, evaluando a cada uno según sus variables particulares y lograr que el consultante se comprometa y participe activamente en su proceso terapéutico. En palabras de Stella Maris Marusso, “La participación activa de una persona en su recuperación no es algo alternativo ni complementario, es vital”. Este primer gran momento del proceso, como todos, no tiene un tiempo estipulado, pues depende de todas las variables particulares de cada consultante, mencionadas al inicio de este capítulo. Las técnicas que se pueden ir proponiendo desde la primera consulta y que contribuyen al desarrollo del proceso deberían ser aquellas cuyos resultados sean perceptibles a corto plazo, para que el consultante vaya experimentando cambios a medida que el proceso se va desarrollando y logre así sostener su motivación. Por ejemplo, si un consultante llega con altos niveles de estrés y ansiedad (no patológicos), se pueden proponer técnicas de relajación, meditación y respiración que reducirán notablemente sus síntomas físicos y así será posible continuar con el desarrollo del proceso. En estos casos, en paralelo a la evaluación, el consultante va adquiriendo valiosas herramientas y comienza a percibir los primeros resultados de su trabajo personal. Después de este valioso primer momento podremos tener todos los elementos necesarios para diseñar, proponer y ejecutar estratégicamente los recursos, herramientas, técnicas y protocolos que resulten más eficaces para cada consultante. No dejemos que nuestra práctica terapéutica caiga en un reduccionismo tecnicista; démosle la importancia que requiere en primer lugar conocer al consultante, evaluarlo y establecer una alianza terapéutica positiva, para desarrollar el proceso terapéutico de la manera más eficaz, ya desde el comienzo… El segundo gran momento lo representa el TRATAMIENTO PROPIAMENTE DICHO; es el más extenso y consiste en la planificación, diagramación y puesta en marcha del plan de acción concreto para cada consultante en particular. Aquí es donde se implementan de forma estratégica las técnicas y/o protocolos específicos de tratamiento. Cada terapia plantea estrategias de abordaje propias, que son, en definitiva, los medios para llegar al fin, entre ellas podemos mencionar: la palabra, técnicas de inducción, trabajo con fuentes energéticas, con máquinas, con elementos (agujas, ventosas, aceites esenciales, etc.), técnicas manuales, técnicas de respiración, etc. Cuanto más idóneos seamos en nuestro rol y más experiencia vayamos adquiriendo, podremos tener mayor claridad y efectividad en la aplicación de un tipo de técnicas u otras, para que se adecúen y adapten a cada consultante en particular; de esto dependerá en gran parte el éxito de la terapia. Debemos tener en cuenta que antes de aplicar una técnica o llevar a cabo un procedimiento es importante que lo hablemos con anticipación con el consultante, que le contemos en qué consiste, para que esté deacuerdo en realizarlo, pueda entregarse con confianza al proceso y logre mejores resultados de cada experiencia vivenciada. Y en el caso de que un consultante no desee realizarlo, debemos respetarlo y proponer otra alternativa de abordaje. Frecuentemente ocurre que notamos que el consultante necesita, además de nuestra terapia, un tipo de ayuda que nosotros no le podemos ofrecer; en esos casos es muy favorable para el proceso que le recomendemos al consultante un profesional idóneo para que complemente nuestro trabajo. Por ejemplo, en un proceso psicoterapéutico o de coaching, en ciertas circunstancias se puede sugerir consultar a un auriculoterapeuta, nutricionista, practicar yoga y meditar, según el caso. Esta incorporación de otro terapeuta y otras técnicas estratégicamente planificadas, resultarán en extremo beneficiosas para el consultante y potenciarán extraordinariamente los efectos de nuestra terapia. Por supuesto debemos ser prudentes, pues el extremo de la ‘hiperterapeutización’ puede provocar aún más confusión. El criterio, como veremos a lo largo de toda esta capacitación es “el justo medio entre dos extremos”, es decir, ni pobreza de recursos terapéuticos, ni exceso de terapias y técnicas, para que no resulte contraproducente. Las terapias que el consultante vaya haciendo en paralelo también formarán parte del proceso terapéutico, pues complementarán y potenciarán nuestro trabajo, y podremos de esta manera abordar al consultante de manera integral, expandiéndose enormemente nuestro campo de acción. Si no trabajamos en un espacio terapéutico o institución multidisciplinaria, podemos establecer acuerdos profesionales con terapeutas que sepamos que comparten los mismos lineamientos generales que nosotros en su terapia, por ejemplo: visión holística, complementariedad de las terapias, valoración del trabajo en equipo, etc., y que esto no sea solo un discurso, sino que realmente se conduzcan de esa forma en su terapia. Gracias a los lineamientos generales compartidos será posible tener una comunicación fluida respecto de la evolución de los consultantes en común y poder ir en la misma dirección, lo que optimizará las posibilidades y alcances del proceso terapéutico. Lo que no debemos olvidarnos en este segundo momento del proceso es que todas las acciones que desarrollemos y propongamos deben estar dirigidas al logro de los objetivos terapéuticos planteados en el primer momento. El tercer momento se refiere al SEGUIMIENTO Y CIERRE del proceso terapéutico. Cuando vemos que el consultante ha llegado a un punto de evolución en el que no hay más posibilidad de avance pues aparentemente se han cumplido los objetivos terapéuticos planteados, es necesario realizar una reevaluación para confirmar que efectivamente han sido cumplidos, logrados... Si lo corroboramos, será momento de proponer al consultante el cierre del proceso terapéutico. Para que no resulte abrupto, podemos proponerle ir espaciando la frecuencia de las consultas, que se orientarán a sostener los cambios que ha ido realizando durante todo el proceso, y a prevenir recaídas. Cuando los logros del proceso han sido consolidados y se han cumplido todos los objetivos, puede darse por finalizado, con éxito, el proceso terapéutico. Esto implica que el consultante ha alcanzado una transformación vital profunda, una mejora evidente en su calidad de vida, una adquisición de herramientas y habilidades para continuar evolucionando y un traslado de todo lo aprendido en la terapia a su vida cotidiana. Por supuesto, el cierre definitivo del tratamiento debe ser realizado de común acuerdo, y es fundamental hacer una devolución final al consultante. También aquí es importante dejar en claro que, si en otro momento de su vida necesita nuevamente de nuestra ayuda y guía, puede contar con nosotros. Todo lo que ocurre desde el inicio hasta el cierre de la terapia, incluso entre consultas, forma parte del proceso terapéutico, pues todo contribuye, por una parte, a la toma de consciencia del consultante, a la comprensión profunda de sus motivos de consulta y hacia dónde quiere llegar, y, por otra parte, a que esa comprensión, con la guía adecuada del terapeuta, pueda ser convertida en acción en su vida cotidiana. Por tanto, para aprovechar al máximo los beneficios de la terapia, es importante que nuestros consultantes sean activos en su proceso, lo que implica que continúen trabajando sobre sí mismos también fuera de las consultas, que es donde se verán realmente plasmados de forma duradera, los logros conquistados. La relación terapéutica “La relación terapéutica debe despojarse del rol de seguridad del terapeuta para pasar a ser un encuentro de ser humano a ser humano”. Carl Rogers Todo proceso terapéutico es atravesado, indefectiblemente, por la relación interpersonal que se establece entre terapeuta y consultante, pues ambos comparten un espacio, un tiempo, intercambios y una conexión personal necesaria y fundamental para el éxito de la terapia, que va más allá del trato estrictamente profesional. Esta relación, como todas las relaciones humanas, se basa en la conexión interpersonal, es decir, en la interacción recíproca donde la comunicación tiene un rol protagónico: según cómo hacemos sentir a nuestros consultantes podemos propiciar la honestidad, transparencia, apertura y confianza hacia nosotros y la terapia que desarrollamos. Para esto, los terapeutas necesitamos tener una actitud de calidez, escucha, aceptación, no juzgamiento y valoración de la persona que tenemos frente a nosotros. Esta conexión interpersonal es lo que da sentido y significado a la terapia y es uno de los grandes factores predictores de éxito o fracaso del proceso terapéutico. Es por esto que el proceso terapéutico no puede ser desvinculado de la relación interpersonal que se genera entre terapeuta y consultante, y es por esto que debemos tenerlo en cuenta cuando realizamos diagnósticos o elaboramos hipótesis, pues nuestra influencia puede cambiar por completo el rumbo de la evolución del consultante. En este sentido, Paul Wachtel, profesor de Psicología y defensor de la integración y convergencia de las ciencias humanas, afirma que “el terapeuta que no tiene en cuenta que lo que observa no es al paciente, sino al paciente en relación con él, está intentando resolver las ecuaciones equivocadas, ya que no incluyen el factor de su propia influencia sobre el paciente, y por tanto, van a arrojar soluciones equivocadas” (Wachtel, 2008). Por ejemplo, podemos inferir que un consultante es ‘tímido’ porque se muestra cerrado o no se entrega a nuestra terapia, pero es posible que en realidad seamos nosotros los que no logremos ser verdaderamente empáticos con él y que no generemos en él la confianza suficiente que necesita para abrirse, incluso es posible que le hagamos recordar a una figura de autoridad a la que le temía o le teme y a la que no puede enfrentar. Aquí es donde se producen los fenómenos transferenciales y contratransferenciales (en términos psicoanalíticos), que todo terapeuta necesita aprender a manejar, tanto para evolucionar como terapeutas, como para que la relación prospere y la terapia genere resultados positivos. Por supuesto no es tarea sencilla, pero con la práctica todo resulta posible. Es importante que los terapeutas, si bien ejercemos el rol de expertos en la relación terapéutica, nos centremos en nuestro consultante, lo tomemos como un ser humano que sufre, y por tanto debemos colocarnos a su servicio. Este enfoque de la terapia centrada en el consultante ha revolucionado la manera en la que se manejaban los psicólogos y ha resultado sumamente enriquecedor para el ámbito de las terapias; su impulsor fue Carl Rogers, una de las grandes figuras de la psicología humanista, con su propuesta acerca de la Terapia Centrada en el Cliente. Nuestro rol en la relación terapéutica es la de ser los propulsores de esta relación; somos los responsables de generar la conexión interpersonal y la confianza necesaria para que el consultante logrerealizar los cambios que necesita en su vida. Para eso necesitamos escuchar y entender a nuestros consultantes, y que ellos sientan que son comprendidos por nosotros. Esta conexión, que debemos propiciar desde el inicio, es lo que sustentará todo el proceso terapéutico. Para plasmar este rol recurriremos a la “escalera de la confianza”, un gráfico que encontramos en diversos libros de negociación, adaptándolo al ámbito terapéutico. Aquí se postulan una serie de escalones o pasos para generar confianza en los clientes (consultantes) y propiciar los cambios comportamentales necesarios, es decir, lograr los objetivos propuestos. La confianza se va generando cuando dedicamos tiempo a escuchar al otro y le prestamos nuestra total atención. Con la inteligencia emocional del terapeuta como base se genera una apertura que permite el contacto inicial, luego con el manejo de la empatía y el rapport seremos capaces de generar esa confianza necesaria para que podamos conducir y guiar a nuestros consultantes por su propio proceso terapéutico, y así que logren realizar los cambios, los movimientos y transformaciones que necesitan en sus vidas. El momento del cambio se dará naturalmente si transitamos esta escalera, si preparamos a nuestros consultantes, si los escuchamos y entendemos… Características de las relaciones terapéuticas Las relaciones terapéuticas presentan características diferentes a otros tipos de relaciones interpersonales de ayuda, por ejemplo, la de amistad; en este sentido Kanfer y Goldstein (1993) describen sus características distintivas: Son unilaterales, porque el foco de la relación y todas las actividades están centradas en el consultante: la resolución de sus problemas y/o la mejora de su calidad de vida. Los problemas personales, los acontecimientos privados, las preocupaciones y los deseos del profesional, se dejan deliberadamente a un lado. Son sistemáticas, porque se establecen acuerdos desde el inicio sobre los propósitos y objetivos, y el terapeuta planifica y pone en marcha los procedimientos que conducen al cumplimiento de los objetivos. Son formales, porque la interacción está limitada a tiempos y lugares concretos. Los roles, obligaciones y responsabilidades del terapeuta son aquellos definidos en el contrato terapéutico. Aunque a veces el terapeuta puede crear intencionadamente una atmósfera informal a los fines del tipo de terapia que propone, pero también, aunque la relación sea más informal, se rige por ciertos parámetros de tiempo, espacio y fundamentalmente, roles específicos y diferenciados entre terapeuta y consultante. Tienen un tiempo limitado, porque la relación termina de forma ideal por mutuo acuerdo cuando se alcanzan los objetivos y metas inicialmente pactados. El fin de la relación terapéutica forma parte de la interacción y puede darse también por iniciativa del consultante que puede desear finalizar el tratamiento o cambiar de terapeuta, o por iniciativa del terapeuta, que puede finalizar el tratamiento por haber cumplido con los objetivos –equivalente al ‘alta’ médica– o porque considera que es pertinente derivar a otro profesional. Este vínculo de características únicas ha sido objeto de numerosas investigaciones que concluyeron que es uno de los principales elementos predictores del éxito de la terapia. La importancia de establecer una alianza terapéutica positiva El psicólogo y docente Edward Bordin (1979) afirma que la alianza terapéutica depende esencialmente de tres componentes: El vínculo positivo establecido con el paciente, es decir, la conexión entre consultante y terapeuta. Si bien el vínculo por sí solo no es suficiente para crear una alianza terapéutica, la base de esa alianza es que el consultante sea comprendido, respetado y aceptado por el terapeuta. Es lo que Carl Rogers llama “aceptación positiva incondicional”. El grado de acuerdo de los objetivos a conseguir: en el inicio del proceso el terapeuta debe proponer y ayudar al consultante a definir claramente los objetivos que el consultante desea lograr con la terapia y llegar a un acuerdo, para que ambos, terapeuta y consultante, puedan dirigir sus esfuerzos hacia el mismo lugar. Se puede establecer aquí una jerarquía de objetivos, es decir, generales y específicos, y dentro de los específicos, a cuáles se atenderá en primer lugar, cuáles tienen mayor urgencia y cuáles pueden ser atendidos posteriormente. La aceptación y el compromiso con las tareas necesarias para conseguir los objetivos terapéuticos planteados: el terapeuta debe dejar muy claro, explicándole al consultante, cuáles serán las técnicas que utilizará en las consultas y el consultante deberá estar de acuerdo con ellas y tener la posibilidad de rechazar las que no crea convenientes. Si el consultante tiene dudas respecto de la terapia, el inicio de la misma es un momento adecuado para esclarecerlas, para que pueda implicarse activamente, participar y comprometerse con su propio proceso. Solo después de que la alianza terapéutica está constituida es posible continuar avanzando, pues el consultante ha logrado disminuir sus resistencias y comenzar a manifestar su esencia. Al respecto, una habilidad esencial que la Programación NeuroLingüística (PNL) ha destacado, es la de establecer Rapport con nuestros consultantes, es decir, la habilidad de crear las condiciones para generar sintonía con nuestros consultantes. Para esto, propiciar tanto la confianza como la comunicación son fundamentales, y en este sentido, la PNL plantea que es de gran importancia identificar el sistema representacional predominante en cada consultante, es decir, cuál es su principal canal de comunicación (visual, auditivo, kinestésico, olfativo o gustativo), y adaptar nuestra comunicación a la forma en la que el consultante se expresa, favoreciendo así una verdadera conexión y empatía. ¿Es lo mismo cura y sanación? Todo proceso terapéutico tiene una finalidad, una meta, un norte hacia donde se dirige, que son los objetivos terapéuticos que se plantean en función de cada consultante particular. Si bien a veces estos objetivos pueden ser relativamente simples (como mejorar su calidad de vida, o autoconocerse), en general los consultantes acuden a terapia porque han llegado a una situación límite en la que necesitan resolver problemas que no consiguen afrontar o resolver por sus propios medios, y deben aprender a superar sus dificultades, dolores, carencias, obstáculos o trabas en su vida. La solución que podemos ofrecer a lo que trae el consultante como preocupación o motivo de consulta, puede ser, básicamente, de dos tipos: curación o sanación. Si bien en muchos casos ambos términos son tomados como sinónimos, es importante diferenciarlos, para saber dónde posicionarnos y qué pretendemos lograr con nuestra terapia. De acuerdo a nuestra formación terapéutica, habilidades conquistadas y metas personales que deseamos lograr como terapeutas, es decir, qué nos genera satisfacción en lo personal con nuestros logros terapéuticos, nos centraremos en uno u otro proceso: Cura: se produce cuando un consultante que presenta un síntoma o enfermedad, acude a un profesional de la salud o a un terapeuta y el síntoma que lo perturbaba logra ser suprimido, erradicado, eliminado, y ya no lo perturba más. En el proceso de cura, el profesional de la salud o el terapeuta hace foco en el motivo manifiesto de consulta; identifica el problema, utiliza estrategias puntuales de intervención y si el síntoma o la enfermedad remiten, referimos que el consultante está “curado”, es decir, se ha restablecido su salud y el motivo de consulta por el que acudió fue resuelto. Aquí entonces podemos afirmar que el tratamiento ha sido un éxito, pues se cumplió con el objetivo de eliminar el malestar o dolor. Para el consultante que acude con un problema puntual y lo que desea es que ese problema desaparezca, sí lo fue; así como también para aquellos terapeutas que se centran en el problema y en cómo combatirlo. Pero si consideramos que los síntomas tienen muchomás para decir que lo que muestran, los veremos como la punta del iceberg, es decir, la parte visible de un trasfondo más complejo, profundo y liberador por descubrir… Sanación: este proceso trasciende la cura, pues no se centra solo en eliminar el síntoma o la enfermedad, sino que su objetivo es, además, el de intentar descubrir las relaciones causales, influencias e interacciones recíprocas entre los diversos aspectos de la vida del ser humano (físico, mental, emocional, espiritual, comportamental e interpersonal o social) para generar cambios significativos y modificaciones profundas que aumenten y mejoren notablemente la calidad de vida, no solo atendiendo a la parte integrante del todo que se presenta afectada (síntoma), a lo fenomenológico, lo que aparece, sino a la totalidad del ser. Desde el proceso de sanación se tiene en cuenta la influencia de los estados emocionales y de los pensamientos en la salud física, y cómo estos repercuten en los comportamientos y las relaciones interpersonales, y también a la inversa y en múltiples direcciones, pues las causalidades no pueden ser unidireccionales. Por ejemplo, un problema físico, como algún tipo de limitación o enfermedad crónica, es causal de desequilibrios psíquicos (emocionales y cognitivos). El punto de partida para comprender las interacciones y relaciones causales para luego poder pasar a la acción, siempre será el síntoma, el desequilibrio o motivo manifiesto de consulta. Cuando el proceso en el que nos enfocamos es en el de sanación, lo que evaluamos, analizamos y ayudamos a tomar consciencia, es acerca de la interrelación entre los aspectos que integran la unidad y totalidad del ser humano con un objetivo que va más allá de la curación, pues ésta será una consecuencia inevitable de la sanación; cuando el consultante logra aceptar que es el creador de su propia realidad, comienza el arte de transformarse a sí mismo, o lo que los alquimistas llaman “transmutación”. Aquí vemos cómo la cura es solo una parte de procesos más profundos de los que el consultante se puede enriquecer, donde el foco pasa del síntoma (la superficie) a la totalidad integrada del ser humano. Por este motivo cuando un consultante experimenta un proceso de sanación no solo desaparece el síntoma, sino que la posibilidad de su repetición o migración a otro síntoma es prácticamente nula y sus efectos se perciben no solo a corto, sino también a mediano y largo plazo. En la sanación, entonces, el síntoma no es tomado como algo a atacar o eliminar, sino como la puerta de entrada hacia el universo interior y la oportunidad para transitar un camino de introspección, autodescubrimiento, aprendizaje, autoconocimiento, evolución, transformación y transmutación. Los motivos Como hemos dicho, cuando un consultante acude a terapia, en general no lo hace por curiosidad, sino por alguna razón, un por qué; tiene un motivo de consulta, o varios a la vez, interrelacionados. En Psicología trabajamos con dos tipos de motivos de consulta, que en realidad son una unidad: tomando el ejemplo de un iceberg, nos encontramos, por un lado, con la cima del iceberg, lo que sobresale en la superficie (solo un 11% de su volumen total), que sería lo que aparece como problema, el motivo manifiesto de consulta o síntoma expreso; y por otra parte, la parte del iceberg que se encuentra sumergida (que corresponde al 89% de su volumen total), que ejerce la mayor influencia sobre lo que aparece, y son los motivos inconscientes, latentes u ocultos, incluso para el propio consultante, y que pugnan por salir a la luz para poder sanar. Por eso es fundamental descubrir, en primer lugar, cuál es el malestar que lo condujo hacia nosotros, para que, a partir de allí, seamos capaces de entender su problema de fondo. Para eso debemos ser idóneos para escuchar, observar, “leer” al consultante, comprender el trasfondo emocional de lo que aparece o se manifiesta, y ser receptivos a las pistas que el consultante nos facilita. Muchas veces los procesos terapéuticos, fundamentalmente los breves, culminan en el motivo manifiesto de consulta, tal vez por falta de idoneidad del terapeuta para leer esas pistas, o porque el consultante no puede, en ese momento de su vida, continuar profundizando. En ese caso es posible que el problema por el que el consultante acude se “resuelva”, pero si el consultante puede continuar profundizando, lograremos acceder al motivo que se encuentra oculto, detrás del que aparece, y así el proceso terapéutico resultará realmente transformador. Veamos en un ejemplo práctico cómo se relacionan el motivo manifiesto y latente de consulta: un consultante acude a terapia porque desea abandonar un hábito nocivo compulsivo, el terapeuta le aplica las técnicas y estrategias específicas para ello y el consultante logra cumplir con su objetivo, que es abandonar ese hábito (supongamos, mediante terapia de aversión). Pero si no se trabaja sobre el trasfondo de su compulsión, su personalidad adictiva y las particularidades de su situación, el consultante no logrará hacer los insights que necesita para sanar, y lo más probable es que al cabo de un tiempo cambie de objeto de compulsión, pero la relación con ese nuevo objeto y su comportamiento, sea igual que aquel primero por el que acudió a terapia, es decir, solo cambió de objeto adictivo pero no sanó. Allí es donde cabe preguntarnos, como terapeutas, acerca de nuestro propósito, nuestra razón de ser terapeutas y nuestros objetivos: atender a la superficie del iceberg, es decir, a la demanda del consultante y erradicar su síntoma, lo cual es valorable, (pues si el síntoma se elimina en teoría el consultante deja de sufrir), o centrar nuestros esfuerzos también en las raíces y las profundidades para ayudarlo a sanar verdaderamente y transformar su vida. Los motivos de consulta, entonces, pueden ser: Manifiestos Es el motivo del malestar que relata el consultante, su dolor, el problema que desea resolver; de forma genérica podemos llamarlo síntoma; pues es lo que aparece, lo que se muestra, lo que se manifiesta. Puede ser evidente (como un síntoma físico) o una interpretación del propio malestar (como la angustia sin causa aparente o por una causa que no concuerda con la magnitud de su síntoma). Esta interpretación se relaciona con su nivel de consciencia, con la información con la que cuenta el consultante, su capacidad de introspección, el contexto social y cultural en el que vive, sus experiencias previas, los modos en que suele afrontar los problemas, su capacidad de poner en palabras sus emociones, etc. Este será nuestro primer material de trabajo, la punta del iceberg; a partir de aquí podemos llegar a la otra parte del iceberg, la oculta: el motivo latente de consulta. ¿Qué motiva a los consultantes a acudir a terapia? En general las personas acuden a terapia cuando se dan cuenta de que tienen un problema (es el primer paso para buscar ayuda) y que no disponen de herramientas suficientes para instrumentar los cambios que necesitan para resolverlo, y con el paso del tiempo su sufrimiento se incrementa en vez de disminuir. Algunos motivos manifiestos que pueden presentar los consultantes en las diversas terapias son, entre tantos: Desean cambiar uno o varios aspectos de su estilo de vida y buscan ayuda para lograrlo. Tienen alguna afección física y comprenden el factor emocional de los síntomas físicos, por lo que el objetivo no solo es curarse, también sanarse. Tienen dificultad para el manejo de sus emociones, que deriva en conflictos en sus relaciones sociales, y quieren cambiar y mejorar su modo de reaccionar y relacionarse. En apariencia no tienen grandes problemas en su vida y sus planteos o cuestionamientos son más de tipo existencial, por lo que buscan respuestas. Luchan con sus adicciones, pero no lo logran por sus propios medios, y desean recuperar su vida, transformarla o construir una nueva. Tienen pensamientos nocivos que irrumpen en su vida, que no les permiten ser libres y les hacen daño, y necesitan aprender
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