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Psicología_para_terapeutas_Una_guía_esencial_para_terapeutas_integrativos

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Índice	de	contenido
El	para	qué	de	estos	conocimientos
¿Qué	es	y	para	qué	sirve	la	Psicología?
¿A	quiénes	se	encuentra	dirigida	Psicología	para	Terapeutas?
El	eje	fundamental	del	proceso	terapéutico
Alineando	criterios	y	terminologías…
¿Por	qué	los	conocimientos	acerca	de	la	Psicología	son	tan	importantes	para	todo
tipo	de	terapeutas?
¿Quiénes	pueden	ser	beneficiados	por	estos	conocimientos?
EL	PROCESO	TERAPÉUTICO
Transformación	real,	profunda	y	duradera
Los	ejes	del	proceso	terapéutico
El	proceso	terapéutico
El	consultante
El	terapeuta
La	relación	terapéutica
Características	de	las	relaciones	terapéuticas
La	importancia	de	establecer	una	alianza	terapéutica	positiva
¿Es	lo	mismo	cura	y	sanación?
Los	motivos
Las	dos	realidades
EL	CONSULTANTE
La	personalidad
Salud	y	enfermedad
El	síntoma
Diferente,	pero	el	mismo…
Elaborar	para	no	repetir
El	beneficio	secundario	del	síntoma
Casos	especiales
Nociones	básicas	de	psicopatología
El	“aparato	psíquico”:	dos	grandes	hipótesis	de	Sigmund	Freud	acerca	de	la
psiquis	humana
Las	tres	grandes	estructuras	psíquicas
¿Existe	la	“normalidad”	en	el	terreno	psíquico?
¿Para	qué	son	importantes	los	conocimientos	acerca	de	psicopatología	para	los
terapeutas?
EL	MÉTODO
Las	nueve	fases
1.	El	pedido	de	ayuda
La	pregunta	inicial
La	demanda	de	inmediatez
La	entrevista	previa	o	de	admisión	(opcional)
El	estigma	social	del	terapeuta
La	importancia	de	generar	conexión	desde	el	primer	momento
2.	La	primera	consulta:	observación	atenta	y	escucha	activa
Observar	atentamente
Escuchar	activamente
Anamnesis
La	pregunta	como	motor
Encuadre	terapéutico
3.	Evaluación
4.	Hipótesis
5.	Objetivos	terapéuticos
6.	Tratamiento	propiamente	dicho	/	despliegue	de	estrategias	terapéuticas
a.	Planificación	y	diseño	del	plan	de	acción	(estrategias	terapéuticas)
b.	Ejecución	de	las	acciones	del	plan	propuesto
7.	Reevaluación
8.	Seguimiento
9.	Cierre	del	proceso	terapéutico	y	devolución	final
Las	dos	instancias	externas	al	proceso	terapéutico
1.	La	supervisión:	compromiso	con	la	terapia	y	los	consultantes
¿Quién	debe	supervisar	los	casos?
2.	La	DERIVACIÓN	a	otro	profesional
¿Cuándo	es	necesario	o	recomendable	derivar	a	otro	profesional?
EL	TERAPEUTA
El	terapeuta	como	herramienta
Y	entonces	¿qué	es	un	terapeuta?,	¿qué	lo	define?
“Identidad	terapéutica”:	los	cuatro	pilares
1.	El	motor:	los	propósitos	personales	y	profesionales
2.	El	saber:	formación	de	base,	actualización	de	conocimientos,	enseñanza	e
investigación
3.	La	práctica	propiamente	dicha:	experiencia	profesional	y	personal
¿Por	qué	los	terapeutas	debemos	hacer	terapia?
4.	Características	terapéuticas
Acerca	de	la	empatía…
El	consultante
El	terapeuta
Ejercicios	prácticos	para	promover	la	empatía
Definir	nuestro	consultante	ideal
Tipos	de	terapeutas
Identidad	terapéutica:	unión	y	complementariedad
¿Es	inocuo	mi	actuar	como	terapeuta?	Una	aproximación	a	la	bioética:
Iatrogenia
Los	diez	mandamientos	del	terapeuta	actual
Hacia	una	profesionalización	de	las	terapias
Bibliografía
Gallinger,	Cecilia
Psicología	para	terapeutas	:	una	guía	esencial	para	terapeutas	integrativos	y
complementarios	y	profesionales	de	la	salud	/	Cecilia	Gallinger.	-	1a	ed.	-
Buenos	Aires	:	SB,	2021.
180	p.	;	23	x	16	cm.
ISBN	978-987-8384-71-9
1.	Psicología.	2.	Terapias.	I.	Título.
CDD	150.1
©	Cecilia	Gallinger,	2021
©	Sb	editorial,	2021
Piedras	113,	4º	8	-	C1070AAC	-	Ciudad	Autónoma	de	Buenos	Aires
Tel.:	(+54)	(11)	2153-0851
1ª	edición,	agosto	de	2021
introducción
El	para	qué
de	estos	conocimientos
Ser	terapeuta	es,	además	de	una	profesión	y	una	función	laboral,	una	manera	de
ser,	de	vivir,	de	conducirnos	en	el	mundo	y	de	contribuir	al	bienestar	de	los
demás.	Si	logramos	comprender	la	complejidad	del	ser	humano	y	poner	en
práctica	los	recursos	y	herramientas	que	aprendemos	en	las	formaciones	que
realizamos,	la	vida	misma	se	transforma	en	nuestra	mejor	maestra.	Con	esta
capacitación,	que	se	nutre	fundamentalmente	de	valiosos	aportes	de	la
Psicología,	seremos	capaces	de	ampliar	en	nosotros	mismos	el	horizonte	de	lo
posible.
El	interés	acerca	del	universo	psíquico	ha	crecido	exponencialmente	desde	los
primeros	planteos	y	reflexiones	de	los	filósofos	griegos.	Luego	se	vio	reflejado
con	el	reconocimiento	de	la	Psicología	como	disciplina	científica	y	en	la
actualidad	con	el	actual	auge	y	surgimiento	de	una	multiplicidad	de	ramas	y
corrientes	que	enfatizan	y	profundizan	en	uno	u	otro	aspecto	de	este	vasto
universo.
Lo	psíquico	ha	adquirido	diversas	acepciones	de	acuerdo	al	momento	histórico	y
el	paradigma	imperante:	mente,	alma,	consciencia,	caja	negra,	inconsciente,
pensamiento,	emoción,	etc.	Esta	multiplicidad	de	conceptos	ha	hecho	que	su
estudio	experimente	una	evolución,	profundización	y	diversificación	de
dimensiones	extraordinarias,	bajo	el	nombre	Psicología.
Tener	acceso	a	esos	conocimientos,	principalmente	a	aquellos	orientados
exclusivamente	al	abordaje	terapéutico	(que	es	lo	que	desarrollaremos	en	las
siguientes	páginas),	constituirá	una	base	sólida	de	sustento	teórico-práctica	para
ejercer	de	forma	efectiva	la	terapia	en	la	que	nos	hayamos	capacitado.	Así,	los
saberes	de	la	Psicología	no	solo	no	se	contraponen	a	los	de	otras	terapias,	sino
que	los	complementan,	contribuyendo	a	desplegar	su	máximo	potencial.
¿Qué	es	y	para	qué	sirve	la	Psicología?
Si	bien	existen	infinidad	de	definiciones,	para	alinear	criterios	y	comprender	su
vasto	campo	de	acción,	podemos	expresar	que	la	Psicología¹	es	la	ciencia	que
estudia	los	procesos	afectivos	y	cognitivos	del	ser	humano	tales	como:	el
pensamiento,	las	emociones,	la	creatividad,	la	percepción,	la	imaginación,	la
memoria,	el	aprendizaje,	los	estados	de	ánimo,	el	lenguaje,	la	atención,	los
sentimientos,	la	inteligencia,	la	motivación…	y	cómo	estos	procesos,	que	pueden
ser	accesibles	o	no	a	la	consciencia,	condicionan	–aunque	no	determinan–	su
comportamiento	y	sus	relaciones	sociales.
En	este	sentido,	el	objetivo	principal	de	la	Psicología	es	que	el	ser	humano	goce
de	salud	mental,	que	podemos	definir	como	un	estado	de	bienestar	subjetivo
(BS)	en	el	cual	las	personas	logran	tener	armonía	entre	lo	que	piensan,	sienten,
dicen	y	hacen,	y	se	relacionan	con	el	mundo	de	manera	positiva	y	adaptativa.	En
el	estado	de	salud	mental	la	persona	puede:	actualizar	sus	potencialidades,	contar
con	herramientas	y	recursos	propios	para	afrontar	las	demandas	de	su	vida
cotidiana,	ser	autoconsciente,	tener	relaciones	interpersonales	sanas,	aprender	de
su	dolor,	manejar	sus	pensamientos	y	emociones,	encontrar	sus	propósitos
personales,	hacer	aportes	valiosos	a	la	sociedad,	sentirse	autorrealizado	y	feliz…
¿No	es	éste	también,	en	el	fondo,	el	gran	objetivo	que	persiguen	las	demás
terapias,	al	menos	en	uno	o	varios	de	los	puntos	mencionados?
Es	por	esto	que	los	contenidos	referentes	a	la	Psicología	que	iremos	develando
en	nuestro	recorrido	servirán	para	iluminar	el	camino	de	aquellos	terapeutas	que
asumen	su	profesión	con	pasión	y	responsabilidad.	Adoptaremos	como	base	el
paradigma	de	la	convergencia	entre	las	diversas	prácticas	terapéuticas,	tan
enriquecedor	y	superador	en	eficacia	respecto	de	la	fragmentación,	división	y
segmentación	del	ser	humano,	de	las	prácticas	terapéuticas	y	de	la	concepción	de
salud.	Es	en	la	interacción	y	la	unión	de	las	terapias	y	de	los	saberes	donde	nos
expandimos,	nos	nutrimos	de	otros	conocimientos,	aprendemos	y	ampliamos
nuestro	ámbito	de	acción,	beneficiándonos	unos	a	otros.	Como	consecuencia	de
esta	visión	lograremos	que	aumente	nuestra	calidad	de	atención	y	lo	más
importante:	que	nuestros	consultantes	sean	los	principales	favorecidos.
¿A	quiénes	se	encuentra	dirigida	Psicología	para
Terapeutas?
Esta	capacitación	está	destinada	a	terapeutas	integrativos	y	complementarios
(TICs)	y	profesionales	de	ciencias	humanas	y	de	la	salud.
Los	requisitos	para	que	puedan	verse	realmente	beneficiados,	son:
Que	directa	o	indirectamente	trabajen	en	sus	consultas	con	los	aspectos
emocionales,	cognitivos,	comportamentalesy/o	relacionales	del	ser	humano
(ámbito	de	estudio	propio	de	la	Psicología).
Que	deseen	incrementar	su	calidad	de	atención	gracias	a	la	incorporación	de
conocimientos	que	potencien	su	formación	de	base	y	su	práctica	terapéutica.
También	pueden	verse	favorecidos	los	estudiantes	o	noveles	terapeutas	que
sientan	la	necesidad	de	complementar	sus	estudios	con	aquellos	conocimientos
de	la	Psicología	orientados	exclusivamente	al	trabajo	terapéutico:	cuidar,	ayudar,
aliviar,	potenciar,	guiar	y	transformar	vidas.
Las	terapias	puntuales	que	puede	ayudar	a	potenciar	son:
Acupuntura
Auriculoterapia
Biodescodificación
Biomagnetismo
Coaching
Constelaciones	Familiares
Counseling
EFT:	Terapia	de	Liberación	Emocional
EMDR:	Terapia	de	Desensibilización	y	Reprocesamiento	por	medio	de
Movimientos	Oculares
Flores	De	Bach
Hipnosis
Homeopatía
Kinesiología	Holística
Medicina	Ayurvédica	(India)
MTC:	Medicina	Tradicional	China
NMG:	Nueva	Medicina	Germánica
Arteterapia	y/o	Musicoterapia
Naturopatía
Nutrición	Holística
Osteopatía
PNIE:	Psiconeuroinmunoendocrinología
PNL:	Programación	Neurolinguística
Psicología,	todas	las	corrientes
Psiquiatría
Reflexología
Reiki
Sanación	Pránica
Terapia	de	Barras	de	Access
Terapia	Akáshica
Terapia	de	Renacimento	o	Rebirthing
Terapias	Regresivas	y	TVP
Theta	Healing	(Sanación	Theta)
Trofoterapia
Yoga	Terapéutico
Gran	parte	de	estas	terapias	surgen	de	la	integración	entre	Oriente	y	Occidente,	y
aunque	en	varios	países	de	Occidente	ya	son	numerosas	las	que	se	encuentran
avaladas	por	la	comunicad	científica	y	registradas	dentro	de	los	planes	de	Salud
Pública,	en	muchos	países	aún	no	lo	están.	Eso	no	significa	que	estas	prácticas
no	sean	importantes,	efectivas	o	que	no	ayuden,	pero	el	camino	del	aval
científico	es	arduo,	pues	deben	ser	sometidas	a	rigurosos	estudios	que
demuestren	seguridad	y	eficacia.
Es	por	ese	motivo	que	todos	los	profesionales	de	la	salud,	y	más	aún	los
terapeutas	integrativos	y	complementarios,	pueden	(y	deben)	ayudar	en	este
proceso,	cada	uno	desde	su	lugar,	elevando	de	nivel	su	calidad	de	atención
terapéutica,	profesionalizando	su	práctica	y	brindando	un	servicio	de	excelencia.
Para	esto	es	necesario	capacitarse	y	actualizarse	permanentemente	acerca	de	los
avances	teóricos	y	técnicos,	tanto	de	nuestra	terapia	como	de	otras
complementares,	y	regirse	en	las	prácticas	de	manera	comprometida,	seria	y
responsable,	mediante	un	código	deontológico²	que	sirva	de	guía	para	el
ejercicio	profesional,	teniendo	en	cuenta	que	lo	que	está	en	nuestras	manos	es
algo	tan	valioso	como	la	salud	de	nuestros	consultantes.
Con	estos	parámetros,	además	de	brindar	un	servicio	de	gran	calidad,	se	estarán
sentando	algunas	bases	importantes	para	el	reconocimiento	científico	y	legal	de
las	terapias	que	aún	no	lo	están.	De	esta	forma	los	consultantes	podrán
entregarse	a	ellas	con	confianza,	y	los	terapeutas	integrativos	y	complementarios
también	podrán	trabajar	libremente	y	en	paz.
En	la	actualidad	cada	vez	más	se	está	demostrando	científicamente	la	eficacia	de
los	resultados	de	las	TICs	y	diversas	prácticas	de	Oriente,	como	está	ocurriendo
con	los	indudables	efectos	positivos	de	la	meditación,	por	citar	un	ejemplo,	o	la
inclusión	por	parte	de	la	OMS	de	enfermedades	y	síndromes	de	la	Medicina
Tradicional	China	en	la	Clasificación	Internacional	de	Enfermedades,	CIE-11.
Por	esto	es	que	no	debemos	desistir,	y	la	mejor	forma	de	hacerlo	es	luchar	por
ser	mejores	terapeutas,	más	competentes,	talentosos	e	idóneos,	cada	quien,	desde
su	lugar.	Recordemos	las	palabras	de	Eduardo	Galeano:	“mucha	gente	pequeña,
en	lugares	pequeños,	haciendo	cosas	pequeñas,	puede	cambiar	el	mundo”.
El	eje	fundamental	del	proceso	terapéutico
A	veces	ocurre	que	nuestra	atención	y	fundamentalmente	la	de	nuestros
formadores	se	centra	en	convertirnos	en	expertos	de	técnicas	específicas	según	el
tipo	de	práctica	en	la	que	nos	estemos	capacitando,	pero	suele	pasarse	por	alto
que	el	eje	fundamental	para	que	una	terapia	tenga	éxito,	es	el	terapeuta,	su
persona,	como	herramienta.
Ser	eficientes	en	la	aplicación	de	técnicas	es	importante,	pero	solo	es	una	parte
dentro	de	los	numerosos	aspectos	significativos	que	todo	terapeuta	debe
desarrollar;	no	basta	con	ser	los	técnicos	más	expertos,	necesitamos	mucho	más
que	eso:	pasar	por	todo	un	proceso	de	formación	integral,	entre	los	que	se
destacan:
Aprender	a	cultivar	las	habilidadesterapéuticas	necesarias	para	nuestro	ejercicio
profesional,	con	la	empatía	como	habilidad	terapéutica	por	excelencia,	para
poder	entender	el	trasfondo	cognitivo,	emocional,	relacional	y	conductual	de
nuestros	consultantes,	así	como	sus	necesidades	y	deseos	más	profundos	y	de
esta	manera,	en	primer	lugar,	saber	generar	conexión	para	luego	poder	brindarles
una	propuesta	terapéutica	estratégicamente	planificada	y	adecuada	para	cada	uno
de	ellos.
Incluir	el	desarrollo	personal	como	pilar	fundamental	para	poder	anclar	los
saberes	teóricos	en	la	experiencia	personal	y	aprehender	los	conocimientos,	es
decir,	hacerlos	propios,	asimilarlos	y	que	formen	parte	de	nosotros,	y	que
creamos	en	aquello	que	promovemos,	para	poder	transmitirlo	con	plena
convicción.	Asimismo,	este	punto	debería	ser	condición	sine	qua	non	para	el
ejercicio	profesional,	ya	que	los	terapeutas	necesitamos	haber	superado
conflictos,	dificultades	y	limitaciones	propias	(que	todo	ser	humano	tiene	por	el
simple	hecho	de	ser	‘humano’),	para	ayudar	efectivamente	a	otros	a	transitar	ese
camino,	ese	es	el	rol	del	guía.	Es	por	esto	que	se	suele	afirmar	que	“nadie	puede
dar	aquello	que	no	tiene”.
Desplegar	el	proceso	dentro	de	un	contexto	terapéutico,	para	poder	conocer	a
nuestro	consultante	y	comprender	exactamente	qué	recursos	técnicos	son
acertados	para	esa	persona	en	particular.	Así	personalizamos	nuestra	terapia	sin
estereotipar,	generando	mejores	resultados	y	transformaciones	más	profundas	y
duraderas	en	nuestros	consultantes.
Estructurar	el	trabajo	en	función	de	una	metodología	de	eficacia	comprobada
(mucho	más	amplio	que	las	técnicas	a	ser	aplicadas),	un	paso	a	paso	que	nos
haga	sentir	seguros	del	tipo	de	servicio	y	la	calidad	del	proceso	que	estamos
desarrollando.
Adquirir	conocimientos	significativos	y	útiles	relacionados	con	los	perfiles
psicopatológicos,	pues	asumiendo	que	no	existe	la	“normalidad”	en	psicología,
cada	consultante	presentará	un	tipo	de	rasgos	u	otros.	Saber	identificarlos	es	muy
importante,	no	para	encasillar	sino	para	saber	hacia	dónde	orientar	nuestro
trabajo.
Lograr	un	balance	entre	conocimientos	teóricos	y	prácticos	(del	ejercicio
terapéutico),	tanto	de	la	terapia	donde	nos	hemos	formado,	como	de	terapias
complementarias,	para	ser	profesionales	integrales,	idóneos	y	verdaderamente
efectivos	en	nuestro	rol.
Alineando	criterios	y	terminologías…
Si	bien	cada	especialidad	y	cada	terapeuta	utiliza	un	lenguaje	propio,	para
acordar	en	un	lenguaje	común	y	asumiendo	que	cada	lector	le	atribuirá	la	palabra
acorde	a	su	preferencia,	los	términos	frecuentes	que	utilizaremos	aquí,	son:
Terapia	o	consulta:	es	la	práctica	que	se	centra	en	el	restablecimiento	de	la
salud	y	la	mejora	de	la	calidad	de	vida	del	ser	humano	en	todas	sus
dimensiones:	física,	emocional,	cognitiva,	espiritual,	comportamental,
social...
Es	una	instancia	que	no	se	define	por	las	circunstancias,	es	decir,	por	el	espacio
físico	en	el	que	se	desarrolla,	pues	puede	realizarse	en	un	consultorio,	en	una
sala	o	en	un	espacio	abierto;	ni	por	la	cantidad	de	integrantes,	ya	que	puede	ser
grupal	o	individual;	ni	por	su	presencialidad	o	virtualidad;	ni	por	la	cantidad	de
tiempo	que	requiera	cada	consulta.	Dentro	de	la	gran	gama	de	terapias
existentes,	todas	tienen	en	común	su	propósito:	la	ayuda,	asistencia	y	cuidado	del
ser	humano	doliente	y/o	el	incremento	de	su	bienestar.
En	simples	términos	la	terapia	es	un	encuentro	entre	dos	o	más	personas,	cuyo
vínculo	tiene	características,	procesos	y	situaciones	particulares	que	no	se
asemejan	a	otro	tipo	de	relaciones	como	la	amistad,	el	compañerismo,	la	pareja	o
las	relacionesfamiliares.
Consultante:	es	la	persona	que	acude	a	una	consulta	terapéutica	porque
necesita	ayuda.	Cada	terapeuta	tiene	sus	motivos	para	nombrarlo	de	una	u
otra	forma,	pero	“consultante”	representa	un	término	genérico,	y	será
utilizado	como	equivalente	a:	paciente,	cliente,	participante,	asistente,	etc.
Terapeuta:	es	aquella	persona	capacitada,	formada	e	idónea	para	ejercer
una	terapia,	práctica	o	profesión	que	se	centra	en	la	atención	de	la	salud	del
ser	humano	en	alguna	o	varias	de	sus	dimensiones:	física,	emocional,
cognitiva,	social,	espiritual…	y	cuyo	objetivo	es	el	restablecimiento	de	la
salud	y/o	el	incremento	del	bienestar	de	sus	consultantes.	El	terapeuta	es	la
herramienta	de	ayuda,	el	instrumento	de	cambio.	Es	un	término	que
usaremos	aquí	como	equivalente	a:	doctor,	facilitador,	licenciado,	terapeuta
integrativo,	psicoterapeuta,	musicoterapeuta,	terapeuta	holístico,	coach,
nutricionista,	hipnoterapeuta,	reikista,	reflexólogo…
Lo	importante	es	que	todos	comparten	el	mismo	sujeto	de	estudio:	el	ser
humano,	y	el	propósito:	ayudarlo,	asistirlo	y/o	cuidarlo	para	que	logre	mejorar	su
calidad	de	vida,	ya	sea	aliviando	una	dolencia	o	enfermedad	(cura)	o	realizando
un	proceso	de	profunda	transformación	(sanación).
Proceso	terapéutico:	es	todo	lo	que	ocurre	desde	el	inicio,	es	decir,	desde	la
solicitud	de	consulta	o	pedido	de	ayuda,	incluyendo	lo	que	transcurre	entre
consultas	(pues	toda	terapia	tiene	repercusiones	en	la	vida	cotidiana	de	los
consultantes),	hasta	el	fin	del	tratamiento	o	cierre,	que	puede	darse	por
voluntad	del	consultante	o	por	el	cumplimiento	de	los	objetivos
terapéuticos;	lo	que	en	medicina	y	otras	disciplinas	se	denomina	“dar	de
alta”.
Vínculo	terapéutico:	es	la	relación	particular,	el	encuentro	que	se	da	entre
dos	partes:	una	parte	que	se	ha	capacitado	y	brinda	herramientas	de	ayuda
(terapeuta)	y	otra	parte	que	requiere	y	solicita	la	ayuda	que	el	terapeuta
está	capacitado	para	ofrecer	(consultante).	Para	que	esta	relación	resulte
significativa	y	beneficiosa	para	el	proceso	de	cambio	del	consultante,	ambos
deben	participar	activamente	y	establecer	una	alianza	basada	en	la
confianza	y	el	entendimiento	mutuo.
TICs:	es	la	abreviación	de	Terapias	Integrativas	y	Complementarias.	En
esta	capacitación	no	hablaremos	de	terapias	alternativas	porque	las
prácticas	a	las	que	aquí	nos	referimos	no	son	tomadas	en	lugar	de	los
tratamientos	convencionales,	es	decir,	no	son	una	alternativa	a	otros
procedimientos,	sino	que	los	complementan.	Cada	una	atiende	a	diversos
aspectos	del	ser	humano	(físico,	emocional,	cognitivo,	energético,	espiritual,
comportamental,	relacional)	y	lo	aborda	desde	diferentes	paradigmas,	bases
teóricas	y	técnicas,	y	profundizan	más	en	un	área	que	en	otras.
Las	TICs	no	son	excluyentes	entre	sí,	sino	que	se	complementan	entre	ellas	y
con	las	terapias	tradicionales,	logrando	un	abordaje	holístico	e	integrador,	y,	por
tanto,	más	efectivo.
De	esta	forma,	el	trabajo	multidisciplinario	es	sumamente	enriquecedor,	tanto
para	los	terapeutas,	que	aprendemos	y	nos	nutrimos	de	los	aportes	de	otras
prácticas,	como	para	los	consultantes,	que,	cuando	son	abordados	desde	la
integralidad,	obtienen	mayores	beneficios	y	mejores	resultados.
¿Por	qué	los	conocimientos	acerca	de	la	Psicología	son
tan	importantes	para	todo	tipo	de	terapeutas?
Si	bien	en	sus	comienzos,	como	muchas	de	las	terapias	que	se	practican	en	la
actualidad,	la	Psicología	era	enormemente	cuestionada	y	calificada	de
‘pseudociencia’,	ya	en	el	año	1879	fue	reconocida	como	ciencia	por	la
comunidad	científica,	de	la	mano	de	Wilhelm	Wundt	y	la	creación	del	primer
laboratorio	de	Psicología	Experimental,	pues	en	aquel	momento	para	ser
avalada,	debía	adaptarse	al	modelo	de	las	ciencias	exactas	imperantes	de	aquella
época.	Desde	aquel	entonces,	la	Psicología	ha	experimentado	un	desarrollo
exponencial	y	no	ha	dejado	de	evolucionar,	expandirse	y	profundizar	en	sus
conocimientos.	Es	por	eso	que	una	ciencia	de	casi	150	años	de	desarrollo
científico	ininterrumpido,	sin	dudas	tiene	informaciones	valiosas	para	aportar,
que	merecen	ser	conocidas…
Aunque	en	ciertas	ocasiones	sea	todavía	común	oír	frases	como	“no	creo	en	la
Psicología”,	sabemos	que	estos	saberes	no	son	cuestión	de	fe	o	de	creencia,	son
ciencia.	Esto	significa	que	se	acerca	a	la	verdad,	no	a	la	verdad	absoluta	pero	sí	a
una	verdad	consensuada,	porque	ha	seguido	y	sigue	el	método	científico,	es
decir,	formula	hipótesis,	las	valida,	mide	las	variables,	somete	sus	estudios	a
reproducibilidad	y	refutabilidad,	diseña	experimentos	que	corroboran	o	niegan	la
hipótesis	que	se	pone	a	prueba,	y	cualquier	investigador	puede	reproducirlas	y/o
someterlas	a	evaluación.	Estas	pruebas	han	sido	ampliamente	superadas	por	la
Psicología,	pero	aún	no	por	otras	terapias;	esto	no	significa	que	no	se	acerquen	a
la	verdad	o	no	sean	efectivas,	sino	que	aún	no	han	sido	sometidas	a	las	pruebas
científicas	que	se	requieren	para	su	validación	o	refutación.
En	la	presente	capacitación	uno	de	los	objetivos	es	compartir	esta	metodología
adaptada	al	abordaje	terapéutico;	que	estos	conocimientos	no	queden
restringidos	a	los	psicólogos,	sino	que	sean	compartidos	a	los	demás	terapeutas,
y	así	ayudar	al	avance	en	la	construcción	del	conocimiento	y	potenciar	el	trabajo
terapéutico.
En	este	sentido,	de	la	misma	manera	que	la	Filosofía	es	considerada,	para
muchos,	la	madre	de	todas	las	ciencias	–entre	ellas,	la	Psicología–	y	la	Medicina
la	ciencia	madre	de	aquellas	que	trabajan	con	el	aspecto	somático	del	ser
humano,	la	Psicología	puede	considerarse	la	ciencia	madre	de	aquellas	prácticas
terapéuticas	que	trabajan,	directa	o	indirectamente,	con	los	aspectos
emocionales,	cognitivos,	comportamentales	y	relacionales	del	ser	humano.	En
este	sentido,	sus	fundamentos,	investigaciones,	aportes	y	saberes	establecen	el
soporte,	la	base,	el	punto	de	partida	y	la	plataforma	donde	sustentar	y	llevar	a
cabo	procesos	terapéuticos	generadores	de	verdadera	transformación.
Todo	esto	será	explicado	en	las	siguientes	páginas,	donde	el	lector-terapeuta
encontrará	una	síntesis	estructurada	de	conocimientos,	tanto	de	pensadores	que
han	revolucionado	y	evolucionado	los	saberes	psi,	(que	a	su	vez	servirán	de
referencia	para	quien	desee	ahondar	en	ellos),	como	de	aportes	propios,	desde	un
punto	de	vista	integrador,	surgidos	de	mi	experiencia	como	psicóloga	clínica,
coordinadora	de	equipo	terapéutico	multidisciplinar,	consultante	de	diversas
terapias	y	estudiante	autodidacta	en	permanente	capacitación	y	evolución.
Es	así	que	los	contenidos	de	Psicología	para	Terapeutas	fueron	estructurados	en
cuatro	capítulos:
Capítulo	1:	Haremos	un	recorrido	por	nociones	básicas	acerca	del	proceso
terapéutico,	la	importancia	de	la	relación	terapeuta-consultante	y	del
establecimiento	de	una	alianza	terapéutica	positiva.
Capítulo	2:	Aprenderemos	quién	es	nuestro	sujeto	de	estudio:	el
consultante.	Abordaremos	qué	tipo	de	situaciones	y	características	se	suelen
presentar	a	las	consultas	y	una	breve	referencia	a	las	clasificaciones
psicopatológicas	más	comunes	que	pueden	presentar,	para	poder	establecer
un	perfil	psicológico,	que	nos	sirva	no	para	encasillar	o	catalogar,	sino	para
orientar	nuestro	trabajo,	nuestro	abordaje	terapéutico.
Capítulo	3:	Descubriremos	o	redescubriremos	un	método	efectivo	para
llevar	a	cabo	cualquier	práctica	terapéutica,	del	principio	al	fin,
contextualizándola,	atendiendo	al	proceso	sin	perder	el	foco	de	atención	en
los	resultados.	Esta	metodología	de	abordaje,	efectiva	para	todos	los	tipos	de
terapias,	consta	de	9	etapas;	es	un	“paso	a	paso”	que	sirve	y	que	funciona,
independientemente	de	las	técnicas	que	utilicen	(éstas	son	una	parte	del
proceso	total).	Su	utilidad	comprobada	se	inspira	en	el	modelo	que	ha	hecho
avanzar	el	conocimiento	científico,	adaptándolo	al	ámbito	terapéutico.
Capítulo	4:	Estudiaremos	al	terapeuta	como	herramienta.	Este	capítulo,	el
de	mayor	extensión,	tiene	como	objetivo	principal	promover	la
autorreflexión	acerca	del	propio	actuar	terapéutico,	incitando	a
preguntarnos,	entreotras	cosas:	¿cómo	soy	como	terapeuta	y	cómo	me
perciben	mis	consultantes?	¿qué	habilidades	terapéuticas	tengo	y	cuáles
necesito	desarrollar	para	mejorar	mi	calidad	de	atención?	¿qué	tipo	de
terapeuta	deseo	ser?	¿cómo	proceder	para	potenciar	al	máximo	mis
posibilidades	de	ayudar	a	los	consultantes?	¿en	qué	ocasiones	debo
reconocer	la	necesidad	de	derivar	a	otro	profesional?	¿cómo	hago	para	no
ser	‘uno	más’	y	transitar	el	camino	hacia	la	excelencia?	¿qué	debo	hacer
para	convertirme	en	un	verdadero	instrumento	de	cambio?	Siendo
autoconscientes	acerca	de	cómo	somos	y	proyectándonos	como	queremos
ser,	podremos	trazar	un	camino,	un	proceso	propio,	siguiendo	los
lineamientos	propuestos,	que	nos	lleve	a	desarrollar	al	máximo	nuestro
potencial	como	terapeutas,	aumentando	así	nuestra	eficacia	y	generando
óptimos	resultados.
¿Quiénes	pueden	ser	beneficiados	por	estos	conocimientos?
Los	terapeutas	que	tienen	la	valentía	de	tomar	este	tipo	de	capacitaciones	suelen
gozar	de	ciertas	características,	o	las	valoran	y	desean	desarrollarlas.	Éstas
forman	parte	de	su	diferencial,	pues	cada	quien	las	despliega	a	su	manera,	y	eso
es	lo	que	los	hace	especiales	y	únicos:
Son	buscadores:	sienten	el	deseo	constante	de	mejorar,	de	no	estancarse	en
su	zona	de	confort,	no	se	conforman	con	lo	aprendido,	cuestionan	y	se
cuestionan	a	sí	mismos,	entienden	que	cuanto	más	conocen,	más	les	queda
por	conocer,	y	aun	así	sostienen	la	motivación	por	encontrar	respuestas	a	la
complejidad	humana.
Se	reconocen	como	instrumentos	de	cambio,	pues	el	responsable	de	su
cambio	es	el	consultante:	cuentan	con	herramientas	para	aliviar	el
sufrimiento	de	las	personas	y	mejorar	su	estado	de	salud	y	calidad	de	vida,
pero	saben	que	el	único	que	tiene	el	poder	de	cambiar,	es	el	propio
consultante.
Tienen	la	motivación	para	ayudar:	saben	que	el	trabajo	del	terapeuta,
además	de	la	satisfacción	económica,	brinda	una	satisfacción	sublime,	que
los	incentiva	y	funciona	como	motor:	la	maravillosa	satisfacción	de	ayudar	a
otros.
Tienen	coherencia	interna:	sus	sentimientos,	pensamientos	y	acciones	van
en	la	misma	dirección,	se	encuentran	alineados;	sienten	y	tienen	la	certeza
de	que	su	camino	profesional/terapéutico	es	un	tipo	de	entrega	que	está	en
consonancia	con	sus	propósitos	de	vida.
Evolucionan	en	paralelo	en	los	planos	profesional/laboral	y	personal:	toman
sus	estudios,	sus	capacitaciones	y	su	práctica	terapéutica	como	parte	de	su
propio	crecimiento	y	desarrollo	personal.	Aprenden	y	aplican	en	sí	mismos
los	conocimientos	adquiridos.	Se	rigen	por	el	principio	que	afirma	que
“para	ayudar	a	los	demás,	primero	debemos	ayudarnos	a	nosotros	mismos”.
Es	decir,	su	objetivo	es	contribuir	al	bienestar	de	los	demás,	pero	en	ese
camino	también	se	ayudan	a	sí	mismos.
Son	humildes:	entienden	al	ser	humano	en	su	complejidad,	no	lo
fragmentan,	sino	que	lo	integran.	Y	frente	a	esa	complejidad	reconocen	que
su	conocimiento	de	la	realidad	es	limitado,	que	puede	ser	complementado
por	los	conocimientos	de	profesionales	de	otras	áreas	para	hacer	más
efectivo	su	trabajo,	y	por	eso	toma	a	las	supervisiones	como	parte	de	sus
aprendizajes,	y	no	duda	en	derivar	cuando	la	situación	así	lo	requiere.
Son	valientes:	si	bien	comprenden	que	aún	les	falta	mucho	por	aprender	y
son	conscientes	de	sus	limitaciones,	eso	no	los	frena	para	lograr	sus
objetivos.	No	temen,	lo	hacen,	emprenden,	se	arriesgan	y	toman	sus	errores
como	parte	de	su	proceso	de	aprendizaje	y	evolución	profesional	y	personal.
Transitan	el	camino	de	la	excelencia:	no	se	comparan	con	nadie,	excepto	con
las	versiones	menos	evolucionadas	de	sí	mismos.	Persiguen	un	balance	entre
su	vida	laboral	y	personal,	tienen	un	elevado	nivel	de	consciencia;	advierten
que	siempre	hay	más	por	conocer,	y	saben	que	cuanto	más	aprendan,	más
herramientas	tendrán	para	ayudar	y	mejores	instrumentos	de	cambio
serán.
Son	guías:	un	terapeuta	se	convierte	en	guía	cuando:
Puede	ayudar	a	otros	–gracias	a	su	idoneidad	y	experiencia–	a	tener	una
perspectiva	diferente	de	sí	mismos.
Sirve	de	inspiración	para	cambiar	la	vida	de	otras	personas,	pues	transmite	con
su	propio	ejemplo	que	es	posible	estar	mejor	y	sentir	completo	bienestar.
Acompaña	de	cerca	el	proceso	de	transformación	de	cada	consultante,	haciendo
que	se	sienta	valorado,	apoyado,	orientado	y	sostenido	en	su	proceso.
Un	terapeuta-guía	es	aquel	que	conoce	el	recorrido	porque	ya	lo	ha	transitado,	ya
se	ha	equivocado,	ha	aprendido	y	evolucionado,	que	sabe	cuáles	son	los
objetivos	hacia	donde	necesita	llegar	y	por	dónde	ir	para	alcanzarlos.	Es	aquel
que	irradia	luz	en	los	caminos	donde	otros	solo	ven	tinieblas...
Aquellos	terapeutas	que	se	identifiquen	con	estas	características	y	valores	tan
particulares	–o	deseen	alcanzarlos–,	sean	bienvenidos	a	Psicología	para
Terapeutas.
1	Psyché	se	traduce	del	griego	como	‘alma’	o	‘mente’	y	Logía	significa	‘tratado’
o	‘estudio’.	La	Psicología	es,	entonces,	el	estudio	de	la	mente	y	el	alma.
2	La	Deontología	es	la	rama	de	la	Ética	que	se	centra	en	los	criterios,	normas,
principios,	deberes	y	valores	relativos	al	desempeño	de	una	determinada
actividad	profesional.
capítulo	1
El	proceso
terapéutico
Transformación	real,	profunda	y	duradera
El	objetivo	principal	de	un	proceso	terapéutico	efectivo	es	el	de	transformar	y
mejorar	la	vida	de	los	consultantes,	y	el	terapeuta	es	el	encargado	de	acompañar
ese	camino	de	evolución,	crecimiento,	autoconsciencia	y	aprendizaje.
Cuando	hablamos	de	terapia	siempre	nos	referimos	a	ella	como	un	proceso
porque	consta	de	un	conjunto	de	fases	sucesivas,	que	son	las	que	posibilitan	la
verdadera	transformación	de	los	consultantes.	Acortar	estas	fases,	desconocerlas
o	suprimir	alguna	de	ellas	implica	una	disminución	notable	en	la	efectividad	de
nuestra	terapia.	Sepamos	entonces	qué	es,	cómo	es,	en	qué	consiste,	qué	tener	en
cuenta	y	cómo	abordar	un	proceso	terapéutico	del	inicio	al	fin…
El	conjunto	de	fases	que	componen	el	proceso	psicoterapéutico	no	deberían	ser
planteadas	en	términos	estáticos	o	inmutables,	pues	si	consideramos	al
consultante	como	un	sujeto	único	e	individual,	con	una	historia,	una	carga
genética	y	unas	circunstancias	particulares,	tanto	el	tiempo	de	duración	del
proceso	terapéutico	como	hasta	dónde	será	capaz	de	llegar	el	consultante	con
nuestra	ayuda	no	serán	posibles	de	prever	o	controlar	de	antemano.
En	este	sentido,	cada	tipo	de	terapia	y	cada	consultante	requieren	de	tiempos
propios	que	no	pueden	ser	previstos	de	antemano.	Si	atendemos	a	los
movimientos	afectivos,	cognitivos	y	comportamentales	que	va	experimentando
el	consultante,	nos	damos	cuenta	de	que	estas	fases	son	dinámicas,	cambiantes	y
multidimensionales.	Por	tanto,	podemos	afirmar	que	la	velocidad	del	proceso
terapéutico	es	directamente	proporcional	a	la	velocidad	de	los	cambios	que	va
experimentando	el	consultante.
Tanto	la	velocidad	para	realizar	los	cambios	que	necesita	para	sanar,	resolver	sus
motivos	de	consulta	y/o	mejorar	su	calidad	de	vida	(según	los	objetivos
terapéuticos	planteados),	como	la	profundidad	hasta	donde	el	consultante	sea
capaz	de	llegar	se	encontrarán	en	función	de	las	siguientes	variables:
El	nivel	de	conciencia	con	el	que	cuenta	el	consultante	al	inicio	del	proceso,	es
decir,	qué	sabe	él	mismo	acerca	de	lo	que	le	ocurre,	es	decir,	de	su	motivo	de
consulta.
Su	capacidad	o	facilidad	para	reflexionar,	hacer	introspecciones,	tener	insights	y
confrontar	con	sus	propias	contradicciones.	Esto	se	relaciona	con	su	desarrollo
cognitivo	y	emocional.
El	tipo	e	intensidad	de	desequilibrio	que	presente	o	la	gravedad	de	la	situación
que	necesite	o	desee	resolver,	pero	fundamentalmente	de	los	conflictos
subyacentes,	que	muchas	veces	son	percibidos	por	el	terapeuta	desde	la	primera
sesión,	pero	es	necesario	ser	prudentes	para	que	el	consultante	sea	capaz	de
descubrirlos	y	reconocerlos	(lo	que	hará	con	nuestra	ayuda),	pues	no	portamos	la
verdad	absoluta,	podemos	equivocarnos	y	nuestra	imprudencia	disfrazada	de
ayuda	puede	resultar	contraproducente.	En	tal	caso,	si	una	confrontación	de	este
tipo	formaparte	de	nuestra	terapia	(lo	cual	como	psicóloga	desaconsejo),
necesitamos	asegurarnos	previamente	que	el	consultante	esté	preparado,	con
apertura	y	predisposición	para	escucharnos	y	entendernos.
La	fuerza	de	las	resistencias	que	se	oponen	a	su	avance	y	su	capacidad	de	ir
venciéndolas	y	profundizando	cada	vez	más.
Su	motivación,	disposición	y	deseo	profundo	de	cambiar,	modificarse	o
transformarse	a	sí	mismo,	es	decir,	su	grado	de	compromiso	y	participación	en
su	propio	proceso	terapéutico.
El	tiempo	que	hace	que	busca	una	solución	y	sus	intentos	previos	con	otras
terapias	o	terapeutas,	así	como	los	prejuicios	o	preconceptos	que	pueda	tener
acerca	de	las	terapias	en	general,	de	nuestra	terapia	en	particular	y	de	los
terapeutas.
Los	preconceptos	y	expectativas	que	tiene	respecto	de	la	terapia	que	practicamos
y	de	nosotros	como	terapeutas.
Sus	estrategiasde	afrontamiento:	no	son	las	situaciones	en	sí	las	que	provocan
una	reacción	emocional,	sino	la	interpretación	que	realizan	las	personas	de	tales
emociones.	Por	tanto,	cada	persona	desarrolla	esfuerzos	cognitivos	y
conductuales	para	manejar	las	demandas	externas	y/o	internas	que	son	evaluadas
como	excedentes	o	desbordantes	de	los	recursos	del	individuo	(es	decir,
estresantes)	(Lazarus,	R.	S.	y	Folkman,	1984);	a	estos	esfuerzos	se	les
denominan	“estrategias	de	afrontamiento”.
La	conexión	que	se	genere	entre	consultante	y	terapeuta	es	fundamental,	tanto	la
rapidez	con	que	se	genere	la	conexión,	como	la	profundización	que	esa	conexión
posibilite.
Solo	después	de	evaluar	todas	estas	variables,	sumadas	al	tipo	de	terapia	que
practicamos,	a	nuestra	idoneidad	y	a	nuestras	experiencias	con	otros
consultantes,	podremos	estimar	y	aproximarnos	al	tiempo	que	pueda	llevar	el
proceso	terapéutico	total	(velocidad)	y	hasta	dónde	podremos	llegar	con	nuestra
ayuda	con	cada	consultante	en	particular	(profundidad).	De	todas	formas,	ni
siquiera	dicha	estimación	es	fiable,	pues	cualquier	consultante	nos	puede
sorprender	y	responder	de	modos	inesperados.
Es	por	esto	necesario	que	adquiramos	una	de	las	habilidades	terapéuticas	más
importantes:	la	de	ser	flexibles	e	ir	adaptando	y	adecuando	nuestra	terapia	a	cada
consultante,	respetando	sus	propios	tiempos.	Esto	no	significa	que	la	terapia	sea
un	laissez	faire,	es	decir,	que	se	vaya	dando	sola,	sin	rumbo.	Para	que	el
consultante	pueda	transitar	su	proceso	adecuadamente,	es	necesaria	la	dirección
y	guía	de	un	terapeuta	idóneo,	comprometido	y	empático	que	promueva	los
cambios	y	vaya	conduciendo	estratégicamente	el	proceso	en	función	del
consultante	y	sus	variables	particulares.
Por	tanto,	el	proceso	terapéutico	no	es	simple	ni	lineal,	sino	que	presenta	una
complejidad	y	variedad	de	factores,	entre	ellos	debemos	atender	a:
El	proceso,	sus	fases	o	momentos	y	sus	variables:	diseño	de	los	procesos
terapéuticos	desde	el	inicio	hasta	el	fin,	con	estrategias	eficaces	de	tratamiento	y
resultados	perceptibles	por	el	consultante	a	corto,	mediano	y	largo	plazo,	según
sus	características	particulares.
Las	herramientas,	técn;as	específicas	y	habilidades	terapéuticas	necesarias	para
el	trabajo	concreto	en	el	que	cada	terapeuta	se	ha	formado,	y	la	actualización
constante	de	saberes.
El	conocimiento	acerca	de	nociones	básicas	respecto	de	lo	que	el	consultante
puede	presentar	en	consulta	(personalidad,	cuadros	psicopatológicos	posibles,	de
qué	manera	abordar	los	síntomas,	etc.)
Una	metodología	científica	en	la	cual	respaldar	y	estructurar	el	“paso	a	paso”	de
nuestra	terapia.
El	desarrollo	personal	del	terapeuta	como	condición	sine	qua	non,	es	decir,	los
procesos	terapéuticos	propios	que	debe	y	necesita	transitar	cada	terapeuta	en	lo
personal	para	tener	integridad	profesional.
Atendiendo	a	estos	factores	sin	dudas	será	posible,	junto	con	el	compromiso	y
esfuerzo	de	los	consultantes	en	su	mejoría,	propiciar	transformaciones	reales,
profundas	y	duraderas,	convirtiéndonos	así	en	terapeutas	de	excelencia.
Los	ejes	del	proceso	terapéutico
Todo	proceso	terapéutico	está	compuesto	por	4	pilares	principales:
El	consultante:	la	persona	que	busca	ayuda	para	resolver	aquellos	problemas	que
no	puede	con	sus	recursos	propios	y	que	desea	mejorar	su	calidad	de	vida.	Para
ayudarlo,	primero	debemos	conocerlo,	saber	qué	tipo	de	situaciones	se	pueden
presentar	en	nuestra	consulta	y	cuáles	son	los	mejores	modos	de	actuar	que
debemos	tener	los	terapeutas	frente	a	la	diversidad	de	circunstancias	que	se	nos
plantea	en	la	consulta.
El	terapeuta:	el	instrumento	de	cambio,	la	persona	que	se	capacitó	ampliamente
y	posee	las	habilidades	y	herramientas	necesarias	para	brindar	ayuda,	siendo	un
guía	en	el	proceso	de	evolución	de	sus	consultantes.
La	relación	terapéutica	entre	ambos:	el	encuentro	entre	consultante	y	terapeuta
mediante	la	construcción	conjunta	de	una	relación	de	confianza,	apertura	y
aceptación.	Necesitamos	promover	un	vínculo	positivo	que	propicie,	motive	e
impulse	al	consultante	a	realizar	los	cambios	que	necesita.
Un	método	terapéutico:	un	modo	estructurado	de	establecer	relaciones	entre
hechos,	de	proceder	para	llegar	a	un	resultado	determinado	(cumplir	con	los
objetivos	terapéuticos	propuestos).	Sirve	para	organizar	y	ordenar	el	tratamiento
del	inicio	al	fin,	orientar	nuestro	abordaje	y	contextualizar	las	técnicas	y
estrategias	terapéuticas	que	utilizamos,	potenciando	la	efectividad	de	nuestro
trabajo.
El	proceso	terapéutico
En	toda	terapia	los	dos	polos,	que	son	consultante	y	terapeuta,	van	atravesando
por	diversas	fases,	que	como	dijimos,	no	son	estáticas	ni	lineales,	pues	dependen
de	gran	cantidad	de	variables.	Ambos	polos	atraviesan	el	proceso	de	manera
diferente,	pues	sus	roles	son	totalmente	diferentes:	mientras	el	consultante	va
vivenciando	en	sí	mismo	sus	movimientos	internos,	sus	cambios	y
transformaciones,	el	terapeuta	va	proponiendo	caminos	posibles,	pasos	a	seguir,
herramientas,	habilidades,	estrategias,	lo	va	ayudando	a	transitar	su	proceso,	se
presenta	como	guía…	Veamos	el	recorrido	que	necesitan	hacer	ambos	polos	del
proceso	terapéutico:
El	consultante
Si	bien	la	combinación	de	variables	que	presenta	cada	consultante	es	única	y
cada	proceso	terapéutico	es	singular,	todos	los	procesos	terapéuticos
experimentan	avances,	mesetas,	retrocesos	o	recaídas,	reformulaciones	y	nuevos
avances.
Muchas	veces	podemos	percibir	que	el	consultante	avanza	tres	pasos	y	luego
retrocede	dos,	para	luego	permanecer	por	un	tiempo	allí	“estancado”,	hasta	que
nuevamente	algo	se	despierta,	el	consultante	se	“destraba”	y	puede	avanzar
nuevamente,	incluso	con	más	fuerzas,	con	mayor	impulso.	Y	es	así	como	todo
proceso	avanza,	no	es	rectilíneo,	no	es	uniforme,	no	es	constante,	pero	es	la
forma	en	que	el	ser	humano	transita	sus	procesos.	Entender	esto	hará	que
estemos	preparados	para	acompañar	a	nuestros	consultantes	en	todos	esos
momentos	y	que	ellos	sientan	que	estancarse	o	retroceder	también	es	parte	del
proceso,	mientras	no	se	pierdan	de	vista	los	objetivos	terapéuticos,	la	meta	hacia
donde	queremos	llegar	con	la	terapia.
Ir	cumpliendo	los	objetivos	terapéuticos,	que	el	consultante	vaya	logrando
resultados,	aunque	pequeños,	es	lo	que	lo	mantendrá	motivado	en	el	proceso.
Los	objetivos	terapéuticos	pueden	ser	de	lo	más	variados,	por	ejemplo:	vivir	con
mejores	condiciones	de	salud,	aprender	a	reconocer,	entender	y	manejar	las
emociones	y	pensamientos	nocivos,	construir	relaciones	interpersonales	sanas,
adquirir	mayor	autoconfianza	y	seguridad,	superar	los	miedos	que	no	permiten
avanzar,	conectarse	con	el	sentido	de	su	vida,	etc.
Si	pudiésemos	graficar	de	manera	simple	el	proceso	terapéutico	que	atraviesa	el
consultante,	resultaría	más	o	menos	de	la	siguiente	forma:
Si	bien	el	ritmo,	velocidad,	capacidad	de	superar	obstáculos	y	continuar
avanzando	es	particular	de	cada	consultante,	existen	ciertas	constantes	si	el
proceso	es	estratégica	y	metodológicamente	apropiadamente	guiado	por	el
terapeuta:
FASE	DE	AVANCE	INICIAL:	En	el	inicio	el	consultante	comienza	en	su	punto
cero,	cargando	consigo	todo	su	bagaje	de	preocupacionesy	situaciones	a
resolver;	este	comienzo	es	un	momento	de	gran	confusión.	Muchas	veces,	por
primera	vez,	logra	exteriorizar	sus	emociones	y	pensamientos	y	trabajarlos	a
niveles	profundos,	por	lo	que	rápidamente	comienza	a	sentir	que	se	le	abren
nuevas	puertas	y	posibilidades	para	darle	cauce	a	sus	emociones,	comprenderse	a
sí	mismo	de	una	forma	amorosa,	comenzar	a	percibir	cambios	en	el	pensar,	el
sentir	y	el	actuar,	es	decir,	comienza	a	percibir	los	primeros	resultados.	Esta	es
una	fase	de	gran	entusiasmo	y	descubrimientos.
FASE	DE	MESETA	O	RETROCESO:	Luego	de	un	tiempo	y	de	algunas
conquistas,	es	posible	que	comience	a	percibir	que	ya	ha	avanzado	lo	suficiente
(aunque	sepa	que	su	objetivo	aún	está	lejos)	y	tiene	momentos	donde	parece	que
se	detiene	su	progreso,	que	son	los	momentos	de	meseta,	totalmente	naturales
dentro	del	proceso.	Pero	esto	hace	decaer	la	motivación	y	puede	comenzar	a
sentir	que	incluso	empiezan	a	decaer	los	avances	que	había	logrado.	Muchos
consultantes	proyectan	su	sensación	de	estancamiento	en	el	proceso	mismo	de	la
terapia	y	afirman	que	hacer	terapia	ya	no	les	sirve,	pues	se	sienten	igual,	o	hasta
peor	que	cuando	comenzaron.
En	Psicología	solemos	ver	esta	la	parte	del	proceso	de	meseta,	o	incluso	de
recaída	como	aquella	crisis	de	curación	que	relatan	muchos	médicos,	es	decir,
una	reacción	del	cuerpo	donde	aparecen	nuevos	síntomas	o	se	exacerban	los
existentes,	que	en	realidad	sirve	para	depurar	al	organismo	y	permitir	la	mejoría.
Yendo	al	terreno	psicológico,	podemos	ver	esta	fase	de	meseta	o	retroceso	como
la	antesala	del	surgimiento	de	contenidos	más	profundos,	reprimidos	y	ocultos,
pues	al	acercarnos	más	a	ellos,	erigen	sus	defensas	más	fuertemente	provocando
algunas	veces	inclusive	síntomas	físicos	(deseos	de	vomitar,	fuertes	dolores	de
cabeza,	mareos,	etc.).	Es	importante	explicarle	al	consultante	que	esto	forma
parte	del	proceso,	que	es	frecuente	que	ocurra,	pero	que	es	la	manera	que	tiene	el
psiquismo	de	limpiar,	de	sanar,	de	eliminar	lo	acumulado	que	estaba	haciendo
daño,	y	que	no	desista,	que	resista,	pues	lo	más	probable	es	que	si	en	ese
momento	abandona	la	terapia,	su	síntoma,	el	problema	o	la	situación	por	la	cual
acudió	por	primera	vez,	no	remita	o	que	hasta	resurja	con	más	fuerza.
Aquí	es	donde	el	terapeuta	puede	intervenir	con	estrategias	para	bajar	los	niveles
de	ansiedad,	miedo,	amenaza,	tristeza	o	frustración	que	generan	altos	niveles	de
cortisol,	que	puede	llegar	a	ser	tóxico	para	el	organismo.	Podemos	utilizar
técnicas	como	meditaciones	o	relajaciones	profundas	para	que	el	consultante
tome	consciencia	y	logre	ubicarse	dentro	de	su	proceso.	Se	puede	realizar
también	una	visualización	donde	se	invite	al	consultante	a	que	haga	un	recorrido
intentando	recordar	sus	emociones,	desde	su	estado	previo	a	la	terapia,	en	qué
condiciones	llegó	a	la	consulta	inicial,	lo	que	ha	transitado	hasta	ahora,	su
presente	actual,	los	logros,	el	futuro	inmediato	luego	de	superar	esta	crisis	y	el
futuro	más	a	largo	plazo,	con	todos	sus	objetivos	ya	cumplidos.
Con	estas	simples	estrategias	y	sabiendo	realizar	aportes	pertinentes	en	los
momentos	adecuados	para	volver	a	conectar	al	consultante	con	su	proceso,
destacando	los	puntos	positivos	y	las	conquistas	que	ha	ido	experimentando,
lograremos	situarlo	dentro	de	la	totalidad	de	su	proceso,	para	que	pueda	ver	con
claridad	dónde	se	encuentra	y	valorar	su	trabajo	personal,	su	esfuerzo	y	su
evolución.	Esta	es	una	instancia	crucial,	pues	se	pueden	dar	dos	posibilidades	en
el	consultante:
Que	igualmente	abandone	la	terapia,	porque	ya	era	algo	que	tenía	decidido	y
nada	lo	puede	hacer	cambiar	de	opinión,	o	porque	la	motivación	que	le	damos	no
resulte	suficiente	para	continuar,	o	porque	no	nos	quiera	contar	sus	razones;	en
cualquier	caso,	debemos	respetar	su	decisión	y	acompañar	ese	proceso	de	cierre.
En	estos	casos	es	importante	dejar	la	puerta	abierta	para	nuevas	consultas	cuando
el	consultante	lo	sienta	o	necesite.
Que,	a	pesar	de	su	desgano	y	desmotivación,	continúe,	pues	los	objetivos
planteados	aún	no	han	sido	logrados,	entiende	el	momento	del	proceso	que	está
atravesando	y	decide	afrontarlo	con	sus	fuerzas	renovadas.	Por	supuesto	se
descarta	que	los	terapeutas	debemos	contar	con	las	herramientas	necesarias	para
que	el	consultante	pueda	seguir	profundizando;	de	lo	contrario,	si	nos	damos
cuenta	de	que	no	podemos	dar	más	que	lo	que	dimos	hasta	ese	momento,	la
recomendación	es	derivar	a	otro	profesional,	quizás	más	experimentado	o	que
practique	otro	tipo	de	terapia	y	que	pueda	continuar	lo	que	hemos	comenzado	y
alcanzar	los	objetivos	propuestos.
FASE	DE	NUEVOS	Y	MÁS	PROFUNDOS	AVANCES	y	SANACIÓN:	Si	el
consultante	logra	afrontar	este	momento,	por	supuesto,	con	el	terapeuta	experto
como	guía,	suele	ocurrir	que,	en	un	momento	dado,	surge	un	contenido	que	el
consultante	hace	pasar	desapercibido,	restándole	importancia;	allí	el	terapeuta
atento	percibe	que	justamente	eso	que	aparentemente	carece	de	importancia,	no
es	para	nada	irrelevante,	e	incita	a	profundizar.	El	consultante	puede	negarlo	o
presentar	diversas	resistencias,	pero	finalmente	sospecha	que	eso	que	parecía
pequeño,	sin	importancia,	puede	ser,	en	realidad,	algo	significativo	y	relevante
para	él;	entonces	comienza	a	ver	con	más	claridad,	como	cuando	una	venda	se
cae	de	los	ojos,	a	comprender	con	claridad	y	logra	tener	un	fuerte	insight.¹	De
esta	forma,	eso	que	pugnaba	por	salir,	comienza	a	ver	la	luz,	y	a	brotar	con	la
fuerza	de	su	emocionalidad	reprimida,	bloqueada	o	tapada,	muchas	veces
durante	años.	Por	primera	vez	esas	emociones	pueden	ser	descargadas,
“abreaccionadas”	–en	términos	psicoanalíticos–,	pasar	a	la	consciencia	y	el
consultante	puede	volver	a	unir	sus	recuerdos	y	pensamientos	a	sus	emociones
(que	en	el	momento	de	la	represión	primaria	habían	sido	separados),	encontrar
los	nexos	lógicos,	las	conexiones	de	su	síntoma,	conflicto	o	desequilibrio	actual
con	su	núcleo	traumático,²	comenzar	a	entender	y	desde	allí,	a	sanar…
Todo	este	proceso	puede	darse	tanto	en	terapias	que	pasan	por	la	palabra,	como
en	las	que	no.	En	sesiones	de	Reiki	por	ejemplo,	todos	estos	altibajos	pueden
ocurrir	sin	siquiera	mediación	de	la	palabra	o	intervención	del	razonamiento.
Estos	vaivenes	característicos	de	todo	proceso,	pueden	asimismo	darse	en	cortos
períodos	de	tiempo	(terapias	breves)	o	en	largos	períodos	de	tiempo	(terapias	de
larga	duración),	pues	ningún	proceso	es	siempre	ascendente,	constantemente
acelerado,	destrabado	y	libre,	por	más	efectiva	que	se	promulgue	una	terapia.
Estos	vaivenes	son	los	que	permiten	el	avance.
TRANSFORMACIÓN:	A	partir	del	insight	y	de	todo	lo	que	se	deriva	de	él,	lo
que	sigue	al	proceso,	es	la	implementación	de	nuevas	estrategias,	dirigidas	a	que
el	consultante	vaya	implementando	y	llevando	a	la	acción	concreta	los	cambios
que	necesita	en	su	vida	cotidiana	para	comenzar	a	diseñarla	conscientemente,
libre	de	obstáculos,	y	que	pueda,	a	partir	de	allí,	transformarse	y	vivir	una	vida
plena,	en	armonía	consigo	mismo,	con	un	alto	nivel	de	bienestar	subjetivo,
pudiendo	mostrarse	al	mundo	de	manera	auténtica	y	cultivando	relaciones
positivas.
Es	importante	que	se	le	explique	al	consultante	desde	el	comienzo	que	los
procesos	terapéuticos	no	son	lineales	ni	iguales	en	todos	los	consultantes,	sino
que	cada	consultante	los	atraviesa	de	forma	particular	y	siempre	presentan
vaivenes,	que	todo	lo	que	va	ocurriendo	sirve	para	progresar	y	que	para
continuar	motivado	es	necesario	no	perder	de	vista	los	objetivos	hacia	donde
desea	llegar,	pues	todo	lo	que	va	experimentando	contribuye	a	acercarse	a	ellos.
El	terapeuta
Una	de	las	características	que	hace	que	nuestra	función	laboral	sea	tan
apasionante	radica	en	que	ninguna	consulta	ni	consultante	es	igual	a	otro;	para
cada	uno	de	ellos	necesitamos	innovar,	crear,	implementar	nuevas	estrategias	y
recursos,	desestructurarnos	a	nosotros	mismos	y	reconstruirnos	con	nuevas
herramientas	e	incorporar	aportes	de	otras	disciplinas	y/o	terapeutas	que
complementen	nuestro	trabajo,	pues	éste	no	termina	en	los	límitesespaciotemporales	de	la	consulta	propiamente	dicha,	sino	que	va	mucho	más
allá.	En	este	sentido	resulta	enriquecedor	para	los	terapeutas	que	tomemos	a	cada
consultante	como	una	nueva	oportunidad	para	estudiar	en	base	a	la	experiencia,
actualizar	y	profundizar	nuestros	conocimientos	y	mejorar	como	profesionales.
Para	los	terapeutas,	entonces,	el	proceso	terapéutico	debería	ser	tomado	como
una	investigación	que	consta	de	diversas	etapas,	fases	o	momentos,	y	no
comienza	con	la	primera	consulta,	sino	que	inicia	desde	el	primer	contacto:	la
solicitud	de	consulta.	Antes	de	conocerse	personalmente	consultante	y	terapeuta,
quien	solicita	la	ayuda	(muchas	veces	no	lo	hace	el	propio	consultante)	y	la
forma	en	que	es	solicitada,	ya	son	elementos	claves	a	tener	en	cuenta	por	el
terapeuta.	Lo	que	parece	un	simple	hecho,	como	llamar	por	teléfono	o	enviar	un
mensaje	para	pedir	una	cita,	comporta	una	infinidad	de	situaciones	previas	que
no	debemos	dejar	de	considerar.	En	general,	quien	pide	ayuda	lo	hace	después	de
haber	pasado	por	momentos	muy	dolorosos,	quizás	años,	y	ha	llegado	a	un	punto
límite	en	el	cual,	además,	logra	reconocer	en	primer	lugar	que	tiene	un	problema
y	luego	que	sus	herramientas	propias	ya	no	son	suficientes	para	hacerle	frente	a
la	situación	que	lo	aflige;	habiendo	transitado	esto,	que	ya	es	un	gran	paso,	logra
tener	coraje	para	hacer	ese	primer	llamado	o	enviar	un	mensaje.	Por	esto	es
importante	que	consideremos	la	solicitud	de	consulta	como	un	pedido	de	ayuda	y
que,	comprendiendo	este	trasfondo,	seamos	empáticos	con	nuestros	consultantes
desde	este	primer	momento.
En	Psicología	solemos	concebir	al	proceso	terapéutico	en	tres	grandes
momentos,	que	incluyen	diversas	fases	que	serán	abordadas	en	profundidad	en	el
tercer	capítulo	de	este	libro,	referido	al	aspecto	propiamente	metodológico	de	la
terapia.	Estos	tres	grandes	momentos,	que	pueden	extrapolarse	a	todas	las
terapias,	son:
El	momento	de	EVALUACIÓN,	donde	el	objetivo	principal	es	generar	conexión
con	el	consultante,	conocerlo	y	entender	sus	motivos	de	consulta	para	establecer
metas	y	objetivos	terapéuticos	específicos	para	ese	consultante	particular,	según
sus	necesidades,	deseos	y	posibilidades,	y	colocarlos	en	orden	de	prioridad,	para
poder	comenzar	a	trabajar	sobre	ellos	concretamente.	En	este	momento	también
contextualizamos	el	proceso	mediante	el	encuadre	terapéutico,	que	debe	ser
acordado	desde	un	inicio.
Aquí	elaboramos	hipótesis	presuntivas,	explicativas	de	la	situación	que
observamos	que	presenta	el	consultante,	lo	más	objetivas	posible,	con	los	datos
que	él	mismo	nos	va	brindando	y	por	supuesto	en	base	a	nuestros	saberes	y
experiencias.	Si	la	terapia	que	realizamos	lo	amerita,	podemos	exponerle	al
consultante	las	hipótesis	acerca	de	lo	que	vamos	percibiendo	y	descubriendo	con
el	material	que	el	consultante	trae	a	consulta	y	las	variables	que	vamos
detectando,	para	ir	contrastándola	con	su	realidad	psíquica,	a	la	vez	que	ir
despertando	su	autoconsciencia,	notar	sus	resistencias	y	enseñarle	a	‘pensar
terapéuticamente’.	De	esta	manera	estamos	evaluando	la	situación	que	se
presenta	en	la	consulta.
En	esta	fase	existen	dos	circunstancias	particulares	que	es	necesario	tener	en
cuenta:
Si	el	consultante	es	derivado	por	otro	profesional,	en	la	evaluación	debemos
tener	en	cuenta	cómo	ha	sido	aquel	proceso,	qué	avances	logró	y	por	qué	se	ha
terminado,	así	como	también	si	existe	un	diagnóstico	previo	realizado	por	el	otro
profesional	y	cuál	es.	En	esos	casos	la	comunicación	con	el	terapeuta	anterior	es
necesaria	a	los	fines	de	tener	otra	perspectiva	profesional;	solo	no	debemos
dejarnos	influenciar	por	su	punto	de	vista,	sino	tomarlo	como	un	dato
significativo	a	tener	en	cuenta.
Si	el	consultante	es	atendido	dentro	de	un	equipo	de	profesionales	del	cual
formamos	parte,	es	fundamental	que	los	profesionales	implicados	en	el
tratamiento	acuerden	tres	cuestiones:	los	criterios	diagnósticos,	los	objetivos
terapéuticos	y	los	lineamientos	generales	de	trabajo,	para	que	todos	los
terapeutas	implicados	vayan	en	la	misma	dirección.	De	esta	forma	se	podrá
abordar	el	proceso	de	forma	integral	y	potenciar	los	beneficios	de	cada	terapia	a
la	que	concurre	el	consultante,	generando	resultados	más	efectivos.
Existen	terapias	cuyo	campo	de	acción	es	exclusivamente	la	aplicación	de
protocolos	preestablecidos	y	técnicas	estandarizadas,	desde	el	inicio	de	la
consulta,	sin	prestar	la	atención	que	merece	el	momento	de	la	evaluación	del
consultante	y	su	situación	o	entender	sus	estados	emotivos	(empatizar),	y	si	bien
las	técnicas	y	protocolos	son	una	parte	sumamente	importante	del	proceso,	solo
son	una	parte;	constituyen	un	medio	para	un	fin,	no	deberían	ser	un	fin	en	sí
mismos,	pues	la	totalidad	del	proceso	terapéutico	es	mucho	más	amplio,
beneficioso	y	enriquecedor.	En	este	sentido,	para	lograr	resultados
verdaderamente	efectivos,	profundos	y	duraderos,	en	primer	lugar	necesitamos
conocer	a	nuestros	consultantes,	sus	deseos	y	necesidades	más	profundas,	y	para
eso	es	necesario	establecer	una	relación	de	confianza	y	apertura	y	conexión	con
nuestro	consultante,	evaluando	a	cada	uno	según	sus	variables	particulares	y
lograr	que	el	consultante	se	comprometa	y	participe	activamente	en	su	proceso
terapéutico.	En	palabras	de	Stella	Maris	Marusso,	“La	participación	activa	de
una	persona	en	su	recuperación	no	es	algo	alternativo	ni	complementario,	es
vital”.
Este	primer	gran	momento	del	proceso,	como	todos,	no	tiene	un	tiempo
estipulado,	pues	depende	de	todas	las	variables	particulares	de	cada	consultante,
mencionadas	al	inicio	de	este	capítulo.	Las	técnicas	que	se	pueden	ir
proponiendo	desde	la	primera	consulta	y	que	contribuyen	al	desarrollo	del
proceso	deberían	ser	aquellas	cuyos	resultados	sean	perceptibles	a	corto	plazo,
para	que	el	consultante	vaya	experimentando	cambios	a	medida	que	el	proceso
se	va	desarrollando	y	logre	así	sostener	su	motivación.	Por	ejemplo,	si	un
consultante	llega	con	altos	niveles	de	estrés	y	ansiedad	(no	patológicos),	se
pueden	proponer	técnicas	de	relajación,	meditación	y	respiración	que	reducirán
notablemente	sus	síntomas	físicos	y	así	será	posible	continuar	con	el	desarrollo
del	proceso.	En	estos	casos,	en	paralelo	a	la	evaluación,	el	consultante	va
adquiriendo	valiosas	herramientas	y	comienza	a	percibir	los	primeros	resultados
de	su	trabajo	personal.
Después	de	este	valioso	primer	momento	podremos	tener	todos	los	elementos
necesarios	para	diseñar,	proponer	y	ejecutar	estratégicamente	los	recursos,
herramientas,	técnicas	y	protocolos	que	resulten	más	eficaces	para	cada
consultante.	No	dejemos	que	nuestra	práctica	terapéutica	caiga	en	un
reduccionismo	tecnicista;	démosle	la	importancia	que	requiere	en	primer	lugar
conocer	al	consultante,	evaluarlo	y	establecer	una	alianza	terapéutica	positiva,
para	desarrollar	el	proceso	terapéutico	de	la	manera	más	eficaz,	ya	desde	el
comienzo…
El	segundo	gran	momento	lo	representa	el	TRATAMIENTO	PROPIAMENTE
DICHO;	es	el	más	extenso	y	consiste	en	la	planificación,	diagramación	y	puesta
en	marcha	del	plan	de	acción	concreto	para	cada	consultante	en	particular.	Aquí
es	donde	se	implementan	de	forma	estratégica	las	técnicas	y/o	protocolos
específicos	de	tratamiento.
Cada	terapia	plantea	estrategias	de	abordaje	propias,	que	son,	en	definitiva,	los
medios	para	llegar	al	fin,	entre	ellas	podemos	mencionar:	la	palabra,	técnicas	de
inducción,	trabajo	con	fuentes	energéticas,	con	máquinas,	con	elementos	(agujas,
ventosas,	aceites	esenciales,	etc.),	técnicas	manuales,	técnicas	de	respiración,	etc.
Cuanto	más	idóneos	seamos	en	nuestro	rol	y	más	experiencia	vayamos
adquiriendo,	podremos	tener	mayor	claridad	y	efectividad	en	la	aplicación	de	un
tipo	de	técnicas	u	otras,	para	que	se	adecúen	y	adapten	a	cada	consultante	en
particular;	de	esto	dependerá	en	gran	parte	el	éxito	de	la	terapia.
Debemos	tener	en	cuenta	que	antes	de	aplicar	una	técnica	o	llevar	a	cabo	un
procedimiento	es	importante	que	lo	hablemos	con	anticipación	con	el
consultante,	que	le	contemos	en	qué	consiste,	para	que	esté	deacuerdo	en
realizarlo,	pueda	entregarse	con	confianza	al	proceso	y	logre	mejores	resultados
de	cada	experiencia	vivenciada.	Y	en	el	caso	de	que	un	consultante	no	desee
realizarlo,	debemos	respetarlo	y	proponer	otra	alternativa	de	abordaje.
Frecuentemente	ocurre	que	notamos	que	el	consultante	necesita,	además	de
nuestra	terapia,	un	tipo	de	ayuda	que	nosotros	no	le	podemos	ofrecer;	en	esos
casos	es	muy	favorable	para	el	proceso	que	le	recomendemos	al	consultante	un
profesional	idóneo	para	que	complemente	nuestro	trabajo.	Por	ejemplo,	en	un
proceso	psicoterapéutico	o	de	coaching,	en	ciertas	circunstancias	se	puede
sugerir	consultar	a	un	auriculoterapeuta,	nutricionista,	practicar	yoga	y	meditar,
según	el	caso.	Esta	incorporación	de	otro	terapeuta	y	otras	técnicas
estratégicamente	planificadas,	resultarán	en	extremo	beneficiosas	para	el
consultante	y	potenciarán	extraordinariamente	los	efectos	de	nuestra	terapia.	Por
supuesto	debemos	ser	prudentes,	pues	el	extremo	de	la	‘hiperterapeutización’
puede	provocar	aún	más	confusión.	El	criterio,	como	veremos	a	lo	largo	de	toda
esta	capacitación	es	“el	justo	medio	entre	dos	extremos”,	es	decir,	ni	pobreza	de
recursos	terapéuticos,	ni	exceso	de	terapias	y	técnicas,	para	que	no	resulte
contraproducente.
Las	terapias	que	el	consultante	vaya	haciendo	en	paralelo	también	formarán
parte	del	proceso	terapéutico,	pues	complementarán	y	potenciarán	nuestro
trabajo,	y	podremos	de	esta	manera	abordar	al	consultante	de	manera	integral,
expandiéndose	enormemente	nuestro	campo	de	acción.	Si	no	trabajamos	en	un
espacio	terapéutico	o	institución	multidisciplinaria,	podemos	establecer	acuerdos
profesionales	con	terapeutas	que	sepamos	que	comparten	los	mismos
lineamientos	generales	que	nosotros	en	su	terapia,	por	ejemplo:	visión	holística,
complementariedad	de	las	terapias,	valoración	del	trabajo	en	equipo,	etc.,	y	que
esto	no	sea	solo	un	discurso,	sino	que	realmente	se	conduzcan	de	esa	forma	en	su
terapia.	Gracias	a	los	lineamientos	generales	compartidos	será	posible	tener	una
comunicación	fluida	respecto	de	la	evolución	de	los	consultantes	en	común	y
poder	ir	en	la	misma	dirección,	lo	que	optimizará	las	posibilidades	y	alcances	del
proceso	terapéutico.
Lo	que	no	debemos	olvidarnos	en	este	segundo	momento	del	proceso	es	que
todas	las	acciones	que	desarrollemos	y	propongamos	deben	estar	dirigidas	al
logro	de	los	objetivos	terapéuticos	planteados	en	el	primer	momento.
El	tercer	momento	se	refiere	al	SEGUIMIENTO	Y	CIERRE	del	proceso
terapéutico.	Cuando	vemos	que	el	consultante	ha	llegado	a	un	punto	de
evolución	en	el	que	no	hay	más	posibilidad	de	avance	pues	aparentemente	se	han
cumplido	los	objetivos	terapéuticos	planteados,	es	necesario	realizar	una
reevaluación	para	confirmar	que	efectivamente	han	sido	cumplidos,	logrados...
Si	lo	corroboramos,	será	momento	de	proponer	al	consultante	el	cierre	del
proceso	terapéutico.	Para	que	no	resulte	abrupto,	podemos	proponerle	ir
espaciando	la	frecuencia	de	las	consultas,	que	se	orientarán	a	sostener	los
cambios	que	ha	ido	realizando	durante	todo	el	proceso,	y	a	prevenir	recaídas.
Cuando	los	logros	del	proceso	han	sido	consolidados	y	se	han	cumplido	todos
los	objetivos,	puede	darse	por	finalizado,	con	éxito,	el	proceso	terapéutico.	Esto
implica	que	el	consultante	ha	alcanzado	una	transformación	vital	profunda,	una
mejora	evidente	en	su	calidad	de	vida,	una	adquisición	de	herramientas	y
habilidades	para	continuar	evolucionando	y	un	traslado	de	todo	lo	aprendido	en
la	terapia	a	su	vida	cotidiana.
Por	supuesto,	el	cierre	definitivo	del	tratamiento	debe	ser	realizado	de	común
acuerdo,	y	es	fundamental	hacer	una	devolución	final	al	consultante.	También
aquí	es	importante	dejar	en	claro	que,	si	en	otro	momento	de	su	vida	necesita
nuevamente	de	nuestra	ayuda	y	guía,	puede	contar	con	nosotros.
Todo	lo	que	ocurre	desde	el	inicio	hasta	el	cierre	de	la	terapia,	incluso	entre
consultas,	forma	parte	del	proceso	terapéutico,	pues	todo	contribuye,	por	una
parte,	a	la	toma	de	consciencia	del	consultante,	a	la	comprensión	profunda	de	sus
motivos	de	consulta	y	hacia	dónde	quiere	llegar,	y,	por	otra	parte,	a	que	esa
comprensión,	con	la	guía	adecuada	del	terapeuta,	pueda	ser	convertida	en	acción
en	su	vida	cotidiana.	Por	tanto,	para	aprovechar	al	máximo	los	beneficios	de	la
terapia,	es	importante	que	nuestros	consultantes	sean	activos	en	su	proceso,	lo
que	implica	que	continúen	trabajando	sobre	sí	mismos	también	fuera	de	las
consultas,	que	es	donde	se	verán	realmente	plasmados	de	forma	duradera,	los
logros	conquistados.
La	relación	terapéutica
“La	relación	terapéutica	debe	despojarse	del	rol	de	seguridad	del	terapeuta	para
pasar	a	ser	un	encuentro	de	ser	humano	a	ser	humano”.
Carl	Rogers
Todo	proceso	terapéutico	es	atravesado,	indefectiblemente,	por	la	relación
interpersonal	que	se	establece	entre	terapeuta	y	consultante,	pues	ambos
comparten	un	espacio,	un	tiempo,	intercambios	y	una	conexión	personal
necesaria	y	fundamental	para	el	éxito	de	la	terapia,	que	va	más	allá	del	trato
estrictamente	profesional.	Esta	relación,	como	todas	las	relaciones	humanas,	se
basa	en	la	conexión	interpersonal,	es	decir,	en	la	interacción	recíproca	donde	la
comunicación	tiene	un	rol	protagónico:	según	cómo	hacemos	sentir	a	nuestros
consultantes	podemos	propiciar	la	honestidad,	transparencia,	apertura	y
confianza	hacia	nosotros	y	la	terapia	que	desarrollamos.	Para	esto,	los	terapeutas
necesitamos	tener	una	actitud	de	calidez,	escucha,	aceptación,	no	juzgamiento	y
valoración	de	la	persona	que	tenemos	frente	a	nosotros.	Esta	conexión
interpersonal	es	lo	que	da	sentido	y	significado	a	la	terapia	y	es	uno	de	los
grandes	factores	predictores	de	éxito	o	fracaso	del	proceso	terapéutico.
Es	por	esto	que	el	proceso	terapéutico	no	puede	ser	desvinculado	de	la	relación
interpersonal	que	se	genera	entre	terapeuta	y	consultante,	y	es	por	esto	que
debemos	tenerlo	en	cuenta	cuando	realizamos	diagnósticos	o	elaboramos
hipótesis,	pues	nuestra	influencia	puede	cambiar	por	completo	el	rumbo	de	la
evolución	del	consultante.
En	este	sentido,	Paul	Wachtel,	profesor	de	Psicología	y	defensor	de	la
integración	y	convergencia	de	las	ciencias	humanas,	afirma	que	“el	terapeuta	que
no	tiene	en	cuenta	que	lo	que	observa	no	es	al	paciente,	sino	al	paciente	en
relación	con	él,	está	intentando	resolver	las	ecuaciones	equivocadas,	ya	que	no
incluyen	el	factor	de	su	propia	influencia	sobre	el	paciente,	y	por	tanto,	van	a
arrojar	soluciones	equivocadas”	(Wachtel,	2008).
Por	ejemplo,	podemos	inferir	que	un	consultante	es	‘tímido’	porque	se	muestra
cerrado	o	no	se	entrega	a	nuestra	terapia,	pero	es	posible	que	en	realidad	seamos
nosotros	los	que	no	logremos	ser	verdaderamente	empáticos	con	él	y	que	no
generemos	en	él	la	confianza	suficiente	que	necesita	para	abrirse,	incluso	es
posible	que	le	hagamos	recordar	a	una	figura	de	autoridad	a	la	que	le	temía	o	le
teme	y	a	la	que	no	puede	enfrentar.	Aquí	es	donde	se	producen	los	fenómenos
transferenciales	y	contratransferenciales	(en	términos	psicoanalíticos),	que	todo
terapeuta	necesita	aprender	a	manejar,	tanto	para	evolucionar	como	terapeutas,
como	para	que	la	relación	prospere	y	la	terapia	genere	resultados	positivos.	Por
supuesto	no	es	tarea	sencilla,	pero	con	la	práctica	todo	resulta	posible.
Es	importante	que	los	terapeutas,	si	bien	ejercemos	el	rol	de	expertos	en	la
relación	terapéutica,	nos	centremos	en	nuestro	consultante,	lo	tomemos	como	un
ser	humano	que	sufre,	y	por	tanto	debemos	colocarnos	a	su	servicio.	Este
enfoque	de	la	terapia	centrada	en	el	consultante	ha	revolucionado	la	manera	en	la
que	se	manejaban	los	psicólogos	y	ha	resultado	sumamente	enriquecedor	para	el
ámbito	de	las	terapias;	su	impulsor	fue	Carl	Rogers,	una	de	las	grandes	figuras
de	la	psicología	humanista,	con	su	propuesta	acerca	de	la	Terapia	Centrada	en	el
Cliente.
Nuestro	rol	en	la	relación	terapéutica	es	la	de	ser	los	propulsores	de	esta
relación;	somos	los	responsables	de	generar	la	conexión	interpersonal	y	la
confianza	necesaria	para	que	el	consultante	logrerealizar	los	cambios	que
necesita	en	su	vida.	Para	eso	necesitamos	escuchar	y	entender	a	nuestros
consultantes,	y	que	ellos	sientan	que	son	comprendidos	por	nosotros.	Esta
conexión,	que	debemos	propiciar	desde	el	inicio,	es	lo	que	sustentará	todo	el
proceso	terapéutico.
Para	plasmar	este	rol	recurriremos	a	la	“escalera	de	la	confianza”,	un	gráfico	que
encontramos	en	diversos	libros	de	negociación,	adaptándolo	al	ámbito
terapéutico.	Aquí	se	postulan	una	serie	de	escalones	o	pasos	para	generar
confianza	en	los	clientes	(consultantes)	y	propiciar	los	cambios
comportamentales	necesarios,	es	decir,	lograr	los	objetivos	propuestos.
La	confianza	se	va	generando	cuando	dedicamos	tiempo	a	escuchar	al	otro	y	le
prestamos	nuestra	total	atención.	Con	la	inteligencia	emocional	del	terapeuta
como	base	se	genera	una	apertura	que	permite	el	contacto	inicial,	luego	con	el
manejo	de	la	empatía	y	el	rapport	seremos	capaces	de	generar	esa	confianza
necesaria	para	que	podamos	conducir	y	guiar	a	nuestros	consultantes	por	su
propio	proceso	terapéutico,	y	así	que	logren	realizar	los	cambios,	los
movimientos	y	transformaciones	que	necesitan	en	sus	vidas.	El	momento	del
cambio	se	dará	naturalmente	si	transitamos	esta	escalera,	si	preparamos	a
nuestros	consultantes,	si	los	escuchamos	y	entendemos…
Características	de	las	relaciones	terapéuticas
Las	relaciones	terapéuticas	presentan	características	diferentes	a	otros	tipos	de
relaciones	interpersonales	de	ayuda,	por	ejemplo,	la	de	amistad;	en	este	sentido
Kanfer	y	Goldstein	(1993)	describen	sus	características	distintivas:
Son	unilaterales,	porque	el	foco	de	la	relación	y	todas	las	actividades	están
centradas	en	el	consultante:	la	resolución	de	sus	problemas	y/o	la	mejora	de	su
calidad	de	vida.	Los	problemas	personales,	los	acontecimientos	privados,	las
preocupaciones	y	los	deseos	del	profesional,	se	dejan	deliberadamente	a	un	lado.
Son	sistemáticas,	porque	se	establecen	acuerdos	desde	el	inicio	sobre	los
propósitos	y	objetivos,	y	el	terapeuta	planifica	y	pone	en	marcha	los
procedimientos	que	conducen	al	cumplimiento	de	los	objetivos.
Son	formales,	porque	la	interacción	está	limitada	a	tiempos	y	lugares	concretos.
Los	roles,	obligaciones	y	responsabilidades	del	terapeuta	son	aquellos	definidos
en	el	contrato	terapéutico.	Aunque	a	veces	el	terapeuta	puede	crear
intencionadamente	una	atmósfera	informal	a	los	fines	del	tipo	de	terapia	que
propone,	pero	también,	aunque	la	relación	sea	más	informal,	se	rige	por	ciertos
parámetros	de	tiempo,	espacio	y	fundamentalmente,	roles	específicos	y
diferenciados	entre	terapeuta	y	consultante.
Tienen	un	tiempo	limitado,	porque	la	relación	termina	de	forma	ideal	por	mutuo
acuerdo	cuando	se	alcanzan	los	objetivos	y	metas	inicialmente	pactados.	El	fin
de	la	relación	terapéutica	forma	parte	de	la	interacción	y	puede	darse	también
por	iniciativa	del	consultante	que	puede	desear	finalizar	el	tratamiento	o	cambiar
de	terapeuta,	o	por	iniciativa	del	terapeuta,	que	puede	finalizar	el	tratamiento	por
haber	cumplido	con	los	objetivos	–equivalente	al	‘alta’	médica–	o	porque
considera	que	es	pertinente	derivar	a	otro	profesional.
Este	vínculo	de	características	únicas	ha	sido	objeto	de	numerosas
investigaciones	que	concluyeron	que	es	uno	de	los	principales	elementos
predictores	del	éxito	de	la	terapia.
La	importancia	de	establecer	una	alianza	terapéutica	positiva
El	psicólogo	y	docente	Edward	Bordin	(1979)	afirma	que	la	alianza	terapéutica
depende	esencialmente	de	tres	componentes:
El	vínculo	positivo	establecido	con	el	paciente,	es	decir,	la	conexión	entre
consultante	y	terapeuta.	Si	bien	el	vínculo	por	sí	solo	no	es	suficiente	para	crear
una	alianza	terapéutica,	la	base	de	esa	alianza	es	que	el	consultante	sea
comprendido,	respetado	y	aceptado	por	el	terapeuta.	Es	lo	que	Carl	Rogers	llama
“aceptación	positiva	incondicional”.
El	grado	de	acuerdo	de	los	objetivos	a	conseguir:	en	el	inicio	del	proceso	el
terapeuta	debe	proponer	y	ayudar	al	consultante	a	definir	claramente	los
objetivos	que	el	consultante	desea	lograr	con	la	terapia	y	llegar	a	un	acuerdo,
para	que	ambos,	terapeuta	y	consultante,	puedan	dirigir	sus	esfuerzos	hacia	el
mismo	lugar.	Se	puede	establecer	aquí	una	jerarquía	de	objetivos,	es	decir,
generales	y	específicos,	y	dentro	de	los	específicos,	a	cuáles	se	atenderá	en
primer	lugar,	cuáles	tienen	mayor	urgencia	y	cuáles	pueden	ser	atendidos
posteriormente.
La	aceptación	y	el	compromiso	con	las	tareas	necesarias	para	conseguir	los
objetivos	terapéuticos	planteados:	el	terapeuta	debe	dejar	muy	claro,
explicándole	al	consultante,	cuáles	serán	las	técnicas	que	utilizará	en	las
consultas	y	el	consultante	deberá	estar	de	acuerdo	con	ellas	y	tener	la	posibilidad
de	rechazar	las	que	no	crea	convenientes.	Si	el	consultante	tiene	dudas	respecto
de	la	terapia,	el	inicio	de	la	misma	es	un	momento	adecuado	para	esclarecerlas,
para	que	pueda	implicarse	activamente,	participar	y	comprometerse	con	su
propio	proceso.
Solo	después	de	que	la	alianza	terapéutica	está	constituida	es	posible	continuar
avanzando,	pues	el	consultante	ha	logrado	disminuir	sus	resistencias	y	comenzar
a	manifestar	su	esencia.	Al	respecto,	una	habilidad	esencial	que	la	Programación
NeuroLingüística	(PNL)	ha	destacado,	es	la	de	establecer	Rapport	con	nuestros
consultantes,	es	decir,	la	habilidad	de	crear	las	condiciones	para	generar	sintonía
con	nuestros	consultantes.	Para	esto,	propiciar	tanto	la	confianza	como	la
comunicación	son	fundamentales,	y	en	este	sentido,	la	PNL	plantea	que	es	de
gran	importancia	identificar	el	sistema	representacional	predominante	en	cada
consultante,	es	decir,	cuál	es	su	principal	canal	de	comunicación	(visual,
auditivo,	kinestésico,	olfativo	o	gustativo),	y	adaptar	nuestra	comunicación	a	la
forma	en	la	que	el	consultante	se	expresa,	favoreciendo	así	una	verdadera
conexión	y	empatía.
¿Es	lo	mismo	cura	y	sanación?
Todo	proceso	terapéutico	tiene	una	finalidad,	una	meta,	un	norte	hacia	donde	se
dirige,	que	son	los	objetivos	terapéuticos	que	se	plantean	en	función	de	cada
consultante	particular.	Si	bien	a	veces	estos	objetivos	pueden	ser	relativamente
simples	(como	mejorar	su	calidad	de	vida,	o	autoconocerse),	en	general	los
consultantes	acuden	a	terapia	porque	han	llegado	a	una	situación	límite	en	la	que
necesitan	resolver	problemas	que	no	consiguen	afrontar	o	resolver	por	sus
propios	medios,	y	deben	aprender	a	superar	sus	dificultades,	dolores,	carencias,
obstáculos	o	trabas	en	su	vida.
La	solución	que	podemos	ofrecer	a	lo	que	trae	el	consultante	como	preocupación
o	motivo	de	consulta,	puede	ser,	básicamente,	de	dos	tipos:	curación	o	sanación.
Si	bien	en	muchos	casos	ambos	términos	son	tomados	como	sinónimos,	es
importante	diferenciarlos,	para	saber	dónde	posicionarnos	y	qué	pretendemos
lograr	con	nuestra	terapia.	De	acuerdo	a	nuestra	formación	terapéutica,
habilidades	conquistadas	y	metas	personales	que	deseamos	lograr	como
terapeutas,	es	decir,	qué	nos	genera	satisfacción	en	lo	personal	con	nuestros
logros	terapéuticos,	nos	centraremos	en	uno	u	otro	proceso:
Cura:	se	produce	cuando	un	consultante	que	presenta	un	síntoma	o
enfermedad,	acude	a	un	profesional	de	la	salud	o	a	un	terapeuta	y	el
síntoma	que	lo	perturbaba	logra	ser	suprimido,	erradicado,	eliminado,	y	ya
no	lo	perturba	más.
En	el	proceso	de	cura,	el	profesional	de	la	salud	o	el	terapeuta	hace	foco	en	el
motivo	manifiesto	de	consulta;	identifica	el	problema,	utiliza	estrategias
puntuales	de	intervención	y	si	el	síntoma	o	la	enfermedad	remiten,	referimos	que
el	consultante	está	“curado”,	es	decir,	se	ha	restablecido	su	salud	y	el	motivo	de
consulta	por	el	que	acudió	fue	resuelto.	Aquí	entonces	podemos	afirmar	que	el
tratamiento	ha	sido	un	éxito,	pues	se	cumplió	con	el	objetivo	de	eliminar	el
malestar	o	dolor.	Para	el	consultante	que	acude	con	un	problema	puntual	y	lo	que
desea	es	que	ese	problema	desaparezca,	sí	lo	fue;	así	como	también	para	aquellos
terapeutas	que	se	centran	en	el	problema	y	en	cómo	combatirlo.	Pero	si
consideramos	que	los	síntomas	tienen	muchomás	para	decir	que	lo	que
muestran,	los	veremos	como	la	punta	del	iceberg,	es	decir,	la	parte	visible	de	un
trasfondo	más	complejo,	profundo	y	liberador	por	descubrir…
Sanación:	este	proceso	trasciende	la	cura,	pues	no	se	centra	solo	en	eliminar
el	síntoma	o	la	enfermedad,	sino	que	su	objetivo	es,	además,	el	de	intentar
descubrir	las	relaciones	causales,	influencias	e	interacciones	recíprocas
entre	los	diversos	aspectos	de	la	vida	del	ser	humano	(físico,	mental,
emocional,	espiritual,	comportamental	e	interpersonal	o	social)	para
generar	cambios	significativos	y	modificaciones	profundas	que	aumenten	y
mejoren	notablemente	la	calidad	de	vida,	no	solo	atendiendo	a	la	parte
integrante	del	todo	que	se	presenta	afectada	(síntoma),	a	lo	fenomenológico,
lo	que	aparece,	sino	a	la	totalidad	del	ser.
Desde	el	proceso	de	sanación	se	tiene	en	cuenta	la	influencia	de	los	estados
emocionales	y	de	los	pensamientos	en	la	salud	física,	y	cómo	estos	repercuten	en
los	comportamientos	y	las	relaciones	interpersonales,	y	también	a	la	inversa	y	en
múltiples	direcciones,	pues	las	causalidades	no	pueden	ser	unidireccionales.	Por
ejemplo,	un	problema	físico,	como	algún	tipo	de	limitación	o	enfermedad
crónica,	es	causal	de	desequilibrios	psíquicos	(emocionales	y	cognitivos).	El
punto	de	partida	para	comprender	las	interacciones	y	relaciones	causales	para
luego	poder	pasar	a	la	acción,	siempre	será	el	síntoma,	el	desequilibrio	o	motivo
manifiesto	de	consulta.
Cuando	el	proceso	en	el	que	nos	enfocamos	es	en	el	de	sanación,	lo	que
evaluamos,	analizamos	y	ayudamos	a	tomar	consciencia,	es	acerca	de	la
interrelación	entre	los	aspectos	que	integran	la	unidad	y	totalidad	del	ser	humano
con	un	objetivo	que	va	más	allá	de	la	curación,	pues	ésta	será	una	consecuencia
inevitable	de	la	sanación;	cuando	el	consultante	logra	aceptar	que	es	el	creador
de	su	propia	realidad,	comienza	el	arte	de	transformarse	a	sí	mismo,	o	lo	que	los
alquimistas	llaman	“transmutación”.
Aquí	vemos	cómo	la	cura	es	solo	una	parte	de	procesos	más	profundos	de	los
que	el	consultante	se	puede	enriquecer,	donde	el	foco	pasa	del	síntoma	(la
superficie)	a	la	totalidad	integrada	del	ser	humano.	Por	este	motivo	cuando	un
consultante	experimenta	un	proceso	de	sanación	no	solo	desaparece	el	síntoma,
sino	que	la	posibilidad	de	su	repetición	o	migración	a	otro	síntoma	es
prácticamente	nula	y	sus	efectos	se	perciben	no	solo	a	corto,	sino	también	a
mediano	y	largo	plazo.
En	la	sanación,	entonces,	el	síntoma	no	es	tomado	como	algo	a	atacar	o	eliminar,
sino	como	la	puerta	de	entrada	hacia	el	universo	interior	y	la	oportunidad	para
transitar	un	camino	de	introspección,	autodescubrimiento,	aprendizaje,
autoconocimiento,	evolución,	transformación	y	transmutación.
Los	motivos
Como	hemos	dicho,	cuando	un	consultante	acude	a	terapia,	en	general	no	lo	hace
por	curiosidad,	sino	por	alguna	razón,	un	por	qué;	tiene	un	motivo	de	consulta,	o
varios	a	la	vez,	interrelacionados.
En	Psicología	trabajamos	con	dos	tipos	de	motivos	de	consulta,	que	en	realidad
son	una	unidad:	tomando	el	ejemplo	de	un	iceberg,	nos	encontramos,	por	un
lado,	con	la	cima	del	iceberg,	lo	que	sobresale	en	la	superficie	(solo	un	11%	de
su	volumen	total),	que	sería	lo	que	aparece	como	problema,	el	motivo	manifiesto
de	consulta	o	síntoma	expreso;	y	por	otra	parte,	la	parte	del	iceberg	que	se
encuentra	sumergida	(que	corresponde	al	89%	de	su	volumen	total),	que	ejerce	la
mayor	influencia	sobre	lo	que	aparece,	y	son	los	motivos	inconscientes,	latentes
u	ocultos,	incluso	para	el	propio	consultante,	y	que	pugnan	por	salir	a	la	luz	para
poder	sanar.
Por	eso	es	fundamental	descubrir,	en	primer	lugar,	cuál	es	el	malestar	que	lo
condujo	hacia	nosotros,	para	que,	a	partir	de	allí,	seamos	capaces	de	entender	su
problema	de	fondo.	Para	eso	debemos	ser	idóneos	para	escuchar,	observar,	“leer”
al	consultante,	comprender	el	trasfondo	emocional	de	lo	que	aparece	o	se
manifiesta,	y	ser	receptivos	a	las	pistas	que	el	consultante	nos	facilita.	Muchas
veces	los	procesos	terapéuticos,	fundamentalmente	los	breves,	culminan	en	el
motivo	manifiesto	de	consulta,	tal	vez	por	falta	de	idoneidad	del	terapeuta	para
leer	esas	pistas,	o	porque	el	consultante	no	puede,	en	ese	momento	de	su	vida,
continuar	profundizando.	En	ese	caso	es	posible	que	el	problema	por	el	que	el
consultante	acude	se	“resuelva”,	pero	si	el	consultante	puede	continuar
profundizando,	lograremos	acceder	al	motivo	que	se	encuentra	oculto,	detrás	del
que	aparece,	y	así	el	proceso	terapéutico	resultará	realmente	transformador.
Veamos	en	un	ejemplo	práctico	cómo	se	relacionan	el	motivo	manifiesto	y
latente	de	consulta:	un	consultante	acude	a	terapia	porque	desea	abandonar	un
hábito	nocivo	compulsivo,	el	terapeuta	le	aplica	las	técnicas	y	estrategias
específicas	para	ello	y	el	consultante	logra	cumplir	con	su	objetivo,	que	es
abandonar	ese	hábito	(supongamos,	mediante	terapia	de	aversión).	Pero	si	no	se
trabaja	sobre	el	trasfondo	de	su	compulsión,	su	personalidad	adictiva	y	las
particularidades	de	su	situación,	el	consultante	no	logrará	hacer	los	insights	que
necesita	para	sanar,	y	lo	más	probable	es	que	al	cabo	de	un	tiempo	cambie	de
objeto	de	compulsión,	pero	la	relación	con	ese	nuevo	objeto	y	su
comportamiento,	sea	igual	que	aquel	primero	por	el	que	acudió	a	terapia,	es
decir,	solo	cambió	de	objeto	adictivo	pero	no	sanó.	Allí	es	donde	cabe
preguntarnos,	como	terapeutas,	acerca	de	nuestro	propósito,	nuestra	razón	de	ser
terapeutas	y	nuestros	objetivos:	atender	a	la	superficie	del	iceberg,	es	decir,	a	la
demanda	del	consultante	y	erradicar	su	síntoma,	lo	cual	es	valorable,	(pues	si	el
síntoma	se	elimina	en	teoría	el	consultante	deja	de	sufrir),	o	centrar	nuestros
esfuerzos	también	en	las	raíces	y	las	profundidades	para	ayudarlo	a	sanar
verdaderamente	y	transformar	su	vida.
Los	motivos	de	consulta,	entonces,	pueden	ser:
Manifiestos
Es	el	motivo	del	malestar	que	relata	el	consultante,	su	dolor,	el	problema	que
desea	resolver;	de	forma	genérica	podemos	llamarlo	síntoma;	pues	es	lo	que
aparece,	lo	que	se	muestra,	lo	que	se	manifiesta.	Puede	ser	evidente	(como	un
síntoma	físico)	o	una	interpretación	del	propio	malestar	(como	la	angustia	sin
causa	aparente	o	por	una	causa	que	no	concuerda	con	la	magnitud	de	su
síntoma).	Esta	interpretación	se	relaciona	con	su	nivel	de	consciencia,	con	la
información	con	la	que	cuenta	el	consultante,	su	capacidad	de	introspección,	el
contexto	social	y	cultural	en	el	que	vive,	sus	experiencias	previas,	los	modos	en
que	suele	afrontar	los	problemas,	su	capacidad	de	poner	en	palabras	sus
emociones,	etc.	Este	será	nuestro	primer	material	de	trabajo,	la	punta	del	iceberg;
a	partir	de	aquí	podemos	llegar	a	la	otra	parte	del	iceberg,	la	oculta:	el	motivo
latente	de	consulta.
¿Qué	motiva	a	los	consultantes	a	acudir	a	terapia?
En	general	las	personas	acuden	a	terapia	cuando	se	dan	cuenta	de	que	tienen	un
problema	(es	el	primer	paso	para	buscar	ayuda)	y	que	no	disponen	de
herramientas	suficientes	para	instrumentar	los	cambios	que	necesitan	para
resolverlo,	y	con	el	paso	del	tiempo	su	sufrimiento	se	incrementa	en	vez	de
disminuir.
Algunos	motivos	manifiestos	que	pueden	presentar	los	consultantes	en	las
diversas	terapias	son,	entre	tantos:
Desean	cambiar	uno	o	varios	aspectos	de	su	estilo	de	vida	y	buscan	ayuda	para
lograrlo.
Tienen	alguna	afección	física	y	comprenden	el	factor	emocional	de	los	síntomas
físicos,	por	lo	que	el	objetivo	no	solo	es	curarse,	también	sanarse.
Tienen	dificultad	para	el	manejo	de	sus	emociones,	que	deriva	en	conflictos	en
sus	relaciones	sociales,	y	quieren	cambiar	y	mejorar	su	modo	de	reaccionar	y
relacionarse.
En	apariencia	no	tienen	grandes	problemas	en	su	vida	y	sus	planteos	o
cuestionamientos	son	más	de	tipo	existencial,	por	lo	que	buscan	respuestas.
Luchan	con	sus	adicciones,	pero	no	lo	logran	por	sus	propios	medios,	y	desean
recuperar	su	vida,	transformarla	o	construir	una	nueva.
Tienen	pensamientos	nocivos	que	irrumpen	en	su	vida,	que	no	les	permiten	ser
libres	y	les	hacen	daño,	y	necesitan	aprender

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