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CONFLICTO E INSTRUCCIONES SOBRE ISRAEL

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Kirjner,	Joaquín
Conflicto	y	construcción	de
identidades	nacionales	en	Israel	y
Palestina	(1948-1967)
Tesis	presentada	para	la	obtención	del	grado	de	Licenciado	en
Historia
Director:	Pfoh,	Emanuel	Oreste
Kirjner,	J.	(2018).	Conflicto	y	construcción	de	identidades	nacionales	en	Israel	y	Palestina
(1948-1967).	Tesis	de	grado.	Universidad	Nacional	de	La	Plata.	Facultad	de	Humanidades	y
Ciencias	de	la	Educación.	En	Memoria	Académica.	Disponible	en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1626/te.1626.pdf
Información	adicional	en	www.memoria.fahce.unlp.edu.ar
Esta	obra	está	bajo	una	Licencia	Creative	Commons	
Atribución-NoComercial-SinDerivadas	4.0	Internacional
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/
 
 
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA 
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN 
DEPARTAMENTO DE HISTORIA 
 
 
LICENCIATURA EN HISTORIA 
TESINA 
 
Conflicto y construcción de identidades 
nacionales en Israel y Palestina 
(1948-1967) 
 
Alumno: Joaquín Kirjner 
Legajo: 02164/2 
Director: Dr. Emanuel Pfoh 
Fecha: Octubre de 2018 
 
Conflicto y construcción de identidades nacionales en Israel y Palestina 
(1948-1967) 
Joaquín Kirjner 
 
Resumen: 
El objetivo central de la presente tesina consiste en el análisis de la construcción de las 
identidades nacionales en Israel y Palestina durante el período 1948-1967. En este proceso, 
se han estudiado los aspectos más importantes del desarrollo histórico del conflicto y la 
formación de los movimientos nacionales en su contexto particular, y dentro de las 
especificidades que se presentan durante el período mencionado. La importancia del 
período seleccionado para el estudio (1948-1967) reside en los grandes cambios efectuados 
sobre ambas comunidades, tanto en términos materiales como simbólicos. De hecho, el año 
1948 inaugura un proceso social y político que estructuró el conflicto palestino-israelí y el 
devenir de las poblaciones involucradas, dando lugar a una dinámica específica de las 
prácticas políticas y los modos de autopercepción de las naciones israelí y palestina. 
Se ha realizado un análisis particularizado tanto para el caso palestino como el israelí, 
partiendo de un marco teórico crítico para elucidar sus puntos de contacto, así como sus 
diferencias estructurales. Las temáticas abordadas se relacionan con la imaginación de las 
naciones, la configuración de memorias colectivas y narrativas históricas, las instituciones 
y actores que intervienen en esos procesos, y la construcción de la identidad mediada por la 
relación con el Otro. Para llevar a cabo esta investigación, se propone un ejercicio de 
sistematización de ciertos elementos conceptuales y teóricos desde una perspectiva no 
dogmática, retomando postulados de corrientes de la historiografía crítica, el 
poscolonialismo, el post-estructuralismo y la teoría social de la memoria. 
 
Términos clave: Nacionalismo. Conflicto. Comunidades imaginadas. Palestina. Israel.
1 
 
ÍNDICE 
 
 
AGRADECIMIENTOS ................................................................................................... 2 
CAPÍTULO 1: Introducción, objetivos y aspectos metodológicos ................................. 3 
1.1. El conflicto palestino-israelí y los nacionalismos .................................................... 3 
1.2. Objetivos ................................................................................................................ 4 
1.3. Aspectos metodológicos ......................................................................................... 5 
1.4. Periodización .......................................................................................................... 6 
1.5. Contextualización histórica ................................................................................... 11 
1.6. Mapas ................................................................................................................... 17 
CAPÍTULO 2: Marco teórico ........................................................................................ 24 
2.1. Comunidades imaginadas ..................................................................................... 25 
2.2. Perspectiva poscolonial y relacional ...................................................................... 32 
2.3. El orientalismo ..................................................................................................... 36 
2.4. La memoria colectiva............................................................................................ 39 
CAPÍTULO 3: La construcción de la nación israelí ..................................................... 42 
3.1. El sionismo y los mitos de descendencia étnica ..................................................... 42 
3.2. Particularidades del nacionalismo israelí ............................................................... 49 
3.3. El sacerdocio israelí de la memoria: educación, historia y arqueología .................. 56 
3.4. Construcción geográfica del hogar nacional .......................................................... 63 
3.5. La memoria colectiva israelí ................................................................................. 68 
3.6. Orientalismo y construcción del Otro .................................................................... 78 
CAPÍTULO 4: La construcción de la nación palestina ................................................ 84 
4.1. Surgimiento de la identidad palestina .................................................................... 84 
4.2. La Nakba en el centro de la memoria colectiva ..................................................... 89 
4.3. Historiografía palestina y narrativa nacional ......................................................... 95 
4.4. Particularidades de la identidad palestina ............................................................ 104 
4.5. Entre la identidad palestina y el nacionalismo árabe ............................................ 118 
5. CONCLUSIONES .................................................................................................... 127 
6. BIBLIOGRAFÍA ...................................................................................................... 132 
2 
 
AGRADECIMIENTOS 
 
 
Quisiera agradecer a todas las personas que me han ayudado para la realización de esta 
tesina. En primer lugar, al Dr. Emanuel Pfoh por su dirección, correcciones, 
recomendaciones para este trabajo, y por su guía en mi incursión al mundo académico. A 
los miembros de la cátedra de Historia de Asia y África y del grupo de investigación de 
Geopolítica del Centro de Investigaciones Geográficas de la facultad, que me abrieron las 
puertas para formarme en este campo de estudios. Al club Max Nordau por ser mi punto de 
partida para pensar críticamente el conflicto palestino-israelí y nuestra sociedad. 
También quisiera agradecer a mi familia, mis padres y hermanos, cuyo apoyo y aliento 
han sido fundamentales para realizar mis estudios. A Tati, por su comprensión y 
acompañamiento incondicional. A mis amigos de la carrera con los que transité esta 
enriquecedora etapa. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
3 
 
CAPÍTULO 1 
Introducción, objetivos y aspectos metodológicos 
 
 
 
 
1.1. El conflicto palestino-israelí y los nacionalismos 
 
Como problema histórico, los estudios sobre los nacionalismos surgieron para dar una 
explicación a las millones de tumbas anónimas que dejaron las guerras mundiales del siglo 
XX. El martirio y el sacrificio nacional también se insertaron alarmantemente en el 
denominado conflicto palestino-israelí, y es por ello que resulta preciso esbozar un análisis 
sobre los principales móviles de la población para la luchar por el hogar y los símbolos 
nacionales. Siguiendo una dinámica específica, las comunidades imaginadas de Israel y 
Palestina forjaron identidades colectivas ancladas en los mitosde descendencia étnica que 
otorgan una lógica y un espectro sentimental que movilizan a miles y miles de personas 
para que den su vida en combate. En esta tesina, por lo tanto, se presentan los lineamientos 
teóricos básicos para comprender el surgimiento y desarrollo de las identidades nacionales 
palestina e israelí, y su fuerte arraigo en la población, junto con algunas observaciones 
críticas. 
El análisis sobre las concepciones culturales, identitarias e ideológicas en Israel y 
Palestina, permite comprender la emergencia del sentimiento nacional, el alto grado de 
cohesión intracomunitaria, pero también la conflictividad que se gesta entre las dos 
comunidades. Es que el hecho de que ambas naciones tengan una fuerte identificación con 
una misma región y la conciban como su hogar nacional, desembocó inminentemente en 
una batalla de dos frentes: el conflicto material por la colonización/recuperación de las 
tierras, y la disputa en el campo de las memorias que legitiman el asentamiento de una 
4 
 
nación sobre la región o la posesión de los derechos eternos de propiedad sobre ella1. Se 
ahondará, entonces, en los procesos históricos modernos y de larga duración sobre los que 
tanto Israel como Palestina se imaginaron como comunidades, ya que los problemas del 
presente dan la pauta para la creación de historias nacionales que se remontan a tiempos 
inmemoriales. 
 
 
1.2. Objetivos 
 
El conflicto palestino-israelí constituye un fenómeno histórico complejo que se 
encuentra atravesado por distintos aspectos (geopolíticos, económicos, culturales, sociales, 
religiosos, nacionales, entre muchos otros), y múltiples perspectivas historiográficas se han 
abocado al estudio del conflicto a partir de elaboraciones propias de las ciencias sociales. 
Hemos decidido priorizar, entonces, el análisis del conflicto desde la problemática de la 
formación y desarrollo de identidades nacionales, ya que permite comprender a nivel 
general el fenómeno de los nacionalismos, pero principalmente, uno de los elementos 
sustanciales que impulsa dicho conflicto. El objetivo central de la presente tesina consiste 
en el análisis de la construcción de las identidades nacionales en Israel y Palestina durante 
el período 1948-1967. En este proceso, hemos estudiado los aspectos más importantes del 
desarrollo histórico del conflicto y la formación de los movimientos nacionales en su 
contexto particular, y dentro de las especificidades que se presentan durante el período 
mencionado. Hemos realizado un análisis particularizado tanto para el caso palestino como 
el israelí, partiendo de un marco teórico crítico para elucidar sus puntos de contacto, así 
como sus diferencias estructurales. Las temáticas abordadas se relacionan con la 
imaginación de las naciones, la configuración de memorias colectivas y narrativas 
históricas, las instituciones y actores que intervienen en esos procesos, y la construcción de 
la identidad mediada por la relación con el Otro. 
 
 
1 La referencia territorial tanto de Israel como de Palestina se circunscribe a la región que va del sur de Siria 
hasta la Península del Sinaí, y del Mar Mediterráneo al Río Jordán. El término analítico de “Israel/Palestina” 
se utiliza para definir dicho territorio aludiendo a su definición dual, superpuesta. 
5 
 
1.3. Aspectos metodológicos 
 
Para llevar a cabo la presente investigación, utilizamos bibliografía considerada 
actualizada, pertinente y dentro del campo académico crítico. La precisión con que fueron 
abordadas las problemáticas, el tratamiento de la información y la vinculación de los 
aspectos centrales fueron los mecanismos que permitieron alcanzar los objetivos buscados. 
Asimismo, proponemos un ejercicio de sistematización de ciertos elementos conceptuales y 
teóricos desde una perspectiva no dogmática, retomando postulados de corrientes de la 
historiografía crítica, el poscolonialismo, el post-estructuralismo y la teoría social de la 
memoria. Uno de los aspectos interesantes que implica un trabajo de este tipo radica en la 
posibilidad de sintetizar las problemáticas generales del conflicto palestino-israelí, su 
abordaje desde la disciplina histórica y la operacionalización de determinados conceptos y 
cuerpos teóricos que permitan ahondar en la temática de los nacionalismos. Para ello, se 
torna necesario realizar un análisis histórico general, puntualizando en el desarrollo del 
sionismo y la ocupación del territorio de Israel/Palestina, principalmente desde la creación 
del Estado de Israel y la consecuente Nakba de 1948, así como en la injerencia del 
panarabismo, el movimiento nacionalista palestino, la intervención de distintos actores 
políticos locales y extranjeros, y las consecuencias de la Guerra de los Seis Días de 1967 
que dan cierre al período seleccionado. 
Por otro lado, cabe realizar algunas aclaraciones respecto a las dificultades que se 
presentan al investigar una temática tan compleja, controvertida y latente como es el 
conflicto palestino-israelí, sobre todo cuando se intenta deconstruir los relatos nacionalistas. 
El trabajo académico sobre el conflicto palestino-israelí se dificulta en muchas instancias 
por la carga política presente en los debates, los posicionamientos morales y éticos que se 
infieren en la práctica de los cientistas sociales, y una realidad concreta que afecta la vida 
de millones de personas insertas en el contexto de conflicto. Desde su experiencia en este 
campo académico, la investigadora Sara Roy (2007) ha abordado las problemáticas de la 
crítica, la objetividad y el partidismo en relación al estudio de dicho conflicto. En primer 
lugar, Roy da por tierra las teorías positivistas que plantean la necesidad del análisis 
objetivo y conciben la subjetividad del investigador como un problema. Esta forma de 
pensar el trabajo científico resulta imposible, por el hecho mismo del criterio individual que 
6 
 
lo guía, y también indeseable. En efecto, esta autora norteamericana rescata la idea del 
compromiso que muchos cientistas sociales tienen para motorizar sus investigaciones que 
intentan dar explicación a los problemas del presente. 
De esta manera, Roy sostiene que el conflicto de valores y ética, así como el ejercicio de 
interpretación, forman parte del proceso de construcción del conocimiento. Existen, por lo 
tanto, mecanismos internos a la academia que monitorean los abusos y distinguen entre 
trabajos serios y responsables, y trabajos polémicos y de adoctrinamiento (Roy, 2007: 55-
56). El fundamento de los investigadores, entonces, no debe ser la objetividad, sino la 
precisión del análisis. Con ello, y siguiendo un consenso generalizado en la academia 
crítica, Sara Roy arguye por la necesidad del constante cuestionamiento, desmitificación y 
deconstrucción del mundo hegemónico de las ideas, así como por la argumentación seria y 
constatación de las hipótesis y conclusiones propias. En relación al campo de estudios sobre 
el conflicto palestino-israelí, la autora sostiene que su compromiso se asocia a la precisión 
para representar los hechos de la mejor manera posible. El compromiso con la objetividad y 
la neutralidad es indeseado, ya que la objetividad es inalcanzable, mientras que la 
neutralidad muchas veces enmascara la situación de status quo (Roy, 2007: 58). “The 
commitment, fundamentally, is to be as closest of knowledge as possible rather than to 
truth with a capital ‘T’” (Roy, 2007: 58). 
 
 
1.4. Periodización 
 
El presente trabajo se basa en el estudio de los nacionalismos palestino e israelí durante 
el período 1948-1967. El recorte temporal elegido no representa el surgimiento y final de 
dichos movimientos, sino que encuadra un contexto específico de su desarrollo. La 
importancia de este período reside en los grandes cambios efectuados sobre ambas 
comunidades, tanto en términos materialescomo simbólicos. De hecho, el año 1948 
inaugura un proceso social y político que estructuró el conflicto palestino-israelí y el 
devenir de las poblaciones involucradas, dando lugar a una dinámica específica de las 
prácticas políticas y los modos de autopercepción de las naciones israelí y palestina. Se 
tuvieron en consideración las transformaciones que atañen al mundo de la política y 
7 
 
movimientos nacionales, enfatizando el análisis sobre la construcción de una memoria 
colectiva y una serie de narrativas nacionales que reestructuraron la forma en que Israel y 
Palestina se perciben como comunidades imaginadas. 
Zidane Zeraoui (1997) considera que las guerras árabe-israelíes marcan el pulso de los 
procesos políticos en Medio Oriente, desde el ámbito económico hasta la dinámica que 
toma la geopolítica internacional, pasando por las transformaciones de los modelos de 
liderazgo de los países de dicha región. En este sentido, la guerra de 1948; esto es, la 
Guerra de Independencia para Israel y la Nakba (traducido como “catástrofe”) para los 
palestinos, abre un período que percibe puntos de fluctuación durante la Crisis de Suez en 
1956, y cuyo final se ancla en la Guerra de los Seis Días de 1967. Del mismo modo, la 
periodización que aquí se toma refiere a las guerras del ’48 y el ’67 como puntos de 
inflexión en los procesos que toman lugar en región de Israel/Palestina. No obstante, el 
recorte histórico de este trabajo difiere en el contenido que aborda Zeraoui, ya que en vez 
de ahondar en el análisis sobre el desenvolvimiento de la Guerra Fría en dicho territorio, se 
tomará como eje de investigación al desarrollo del conflicto palestino-israelí y la 
configuración de los nacionalismos, cuyo ascenso durante este período se explica en parte 
por la coyuntura histórica general y la participación de diversos actores en los conflictos 
sobre la región. 
Para lograr visualizar las especificidades del período 1948-1967 en lo que respecta a los 
nacionalismos palestino e israelí, y comprender su serie de demandas, objetivos y memorias 
colectivas propias de esa coyuntura, se debe revisar cualquier preconcepto que distorsione 
la perspectiva histórica. Desde un marco historiográfico crítico y objetivo, cualquier visión 
nacionalista-esencialista que imagine a estas comunidades como inmutables en el tiempo 
queda desacreditada. Como se verá más adelante, las conexiones históricas que crea el 
nacionalismo no representan necesariamente una realidad del pasado, sino más bien una 
construcción desde el presente. Por lo tanto, el fenómeno que merece ser estudiado es la 
manera en que los palestinos e israelíes recuerdan e imaginan a su nación en un período 
concreto, y no poner al descubierto las fabricaciones de sus historias nacionales. 
A su vez, quedan descartadas las perspectivas continuistas que entienden al período 
1948-1967 como un capítulo más de invasión imperialista y perciben al sionismo como 
parte del colonialismo europeo y el Mandato Británico, creando un relato simplista que 
8 
 
comprime una serie de eventos que explican la pérdida de territorios palestinos, pasando del 
Acuerdo Sykes-Picot a la Declaración Balfour, la Nakba y la Guerra de 1967 (Milshtein, 
2009: 50). Otra perspectiva errada pero muy recurrente consiste en las interpretaciones 
teleológicas sobre la creación del Estado de Israel: para el sionismo, se trató de un ejercicio 
de redención del pueblo judío, un retorno al hogar nacional después de un período de dos 
mil años de exilio; mientras que para los defensores de la causa palestina, Israel implica un 
eslabón más en la historia del imperialismo occidental y colonización del mundo árabe 
(Traverso, 2014: 173-174). El análisis crítico en esta temática reside, justamente, en la 
deconstrucción de este tipo de narrativas reduccionistas, unilateriales, para dar lugar a una 
historia des-esencializada y des-nacionalizada. De este modo, resulta fundamental 
comprender que tanto el sionismo como el nacionalismo palestino constituyen fenómenos 
completamente modernos, inscriptos en contextos históricos, sociales, geopolíticos 
particulares, más allá de las pretensiones de eternidad o sacralidad de estas comunidades. 
También debe quedar de lado, advierte Rashid Khalidi (2007), la visión teleológica 
propiciada en la década del ‘90 sobre la inevitabilidad de la creación de un Estado palestino 
de la mano del liderazgo de Fatah en la Organización para la Liberación Palestina (OLP) y 
la Autoridad Nacional Palestina (ANP) (Khalidi, 2007: 150-151). Con el fracaso del 
Proceso de Oslo y la actual situación de los movimientos nacionales palestinos, este tipo de 
visiones históricas parecen caducar. Sin embargo, todavía se ejercita, tanto en el ámbito 
académico como en el político, la percepción del período 1948-1967 como una coyuntura 
en la que el nacionalismo palestino creció y se estructuró siguiendo inevitablemente una 
línea de progreso, cuya consumación está signada a fines de los ’60 por la creación de la 
OLP y sus funciones semi-estatales. En este estudio, no se pretende quitar importancia 
histórica a la OLP en relación al desarrollo del nacionalismo palestino, sino más bien 
recuperar las problemáticas específicas de todo el período en relación a la construcción 
dinámica de la nación y los movimientos nacionales palestinos, con todos sus matices, 
transformaciones e innovaciones. Del mismo modo, las prácticas de ocupación territorial 
del sionismo de Estado luego de 1967, así como las lógicas políticas que las impulsan, no 
deben cristalizarse en las explicaciones referidas al período previo a la Guerra de los Seis 
Días, ya que las connotaciones ideológicas difieren sustancialmente. Como se analizará 
más adelante, desde 1948 hubo implicancias del factor religioso en el proceso de 
9 
 
autopercepción israelí, aunque siempre en tensión con el espectro secular hegemónico, a 
diferencia de lo que ocurrió desde fines de la década de 1960 en adelante. Resulta 
necesario, entonces, ubicar al movimiento nacional israelí en tiempo y espacio, 
evidenciando la injerencia de la religión para su definición, pero diferenciando el período 
1948-1967 del momento de ascenso de los sectores fundamentalistas (Caro, 2002). 
Asimismo, cabe remarcar que incluso dentro del período seleccionado, las memorias 
colectivas se modificaron, tal como se demuestra en la reconfiguración del recuerdo del 
pasado en torno al Holocausto en Israel a partir del juicio a Adolf Eichman de 1961 (Zertal, 
2010). 
Entre las novedades de esta coyuntura iniciada en el ‘48, sumado a la creación del 
Estado de Israel, las migraciones sionistas, el proceso de limpieza étnica, el exilio los 
palestinos y la situación de los refugiados, en términos políticos se percibe una serie de 
cambios que atañen al liderazgo, práctica y retórica de las organizaciones nacionales 
palestinas y sionistas. En relación a Palestina, a partir de 1948, la política se encontró 
divorciada de la esfera de poder del tradicional estamento de los notables urbanos, y los 
sectores medios y bajos comenzaron a liderar organizaciones partidarias y guerrilleras que 
tenían como objetivo la superación de la derrota del ‘48, el retorno a su nación y la creación 
de un Estado palestino (Pappé, 2007: 213). La identidad religiosa y las ideologías 
nacionalista, panarabista, socialista y antiimperialista permanecieron en tensión entre las 
organizaciones que emergieron durante este período, lo que cristaliza el alto nivel de debate 
y democratización de la política entre los palestinos, así como también la heterogeneidad de 
discursos y estrategias, aunque todas confluían en el objetivo de la construcción de un 
Estado. Desde una perspectiva simbólica, la Nakba también dio lugar a una nueva forma de 
pensar a la nación palestina y su historia. La catástrofe de 1948 representó un mito 
fundacional, una situación traumática que unificóla memoria colectiva de los palestinos. El 
recuerdo de la Nakba afectó a toda la comunidad nacional y conectó a los palestinos con un 
pasado y una utopía en forma de proyecto político. Para el caso israelí, la Guerra de 
Independencia o Liberación de 1948 también constituyó uno de los mitos fundacionales de 
la nación, ya que fue percibida como un momento de redención nacional y la concreción de 
los objetivos del movimiento sionista. Las lógicas de identificación se basaron en las 
esferas de lo étnico, lo religioso y lo secular, constituyendo un nacionalismo particular cuya 
10 
 
retórica también abría el juego para las reivindicaciones socialistas. A diferencia de lo que 
ocurría con el movimiento palestino, las políticas de identidad en Israel estuvieron 
mediadas por un Estado centralizado, y organizadas desde los sistemas cultural, educativo y 
militar (Kimmerling, 2001; Sternhell, 1998). 
 Así como el conflicto de 1948 inaugura un período, la guerra de 1967 marca un 
quiebre temporal. La Guerra de los Seis Días, también conocida como Naksa (que se 
traduce del árabe como “revés”) implicó una avanzada del Estado de Israel sobre los 
territorios de la Franja de Gaza, Cisjordania (anexada a Jordania), la península del Sinaí 
(Egipto) y el Golán (Siria). El mito de la invencibilidad del ejército israelí se hacía eco en 
todo el mundo, al tiempo en que los palestinos pasaban a vivir bajo el control militar 
sionista en Cisjordania y la Franja de Gaza, o bajo la tutela de los países árabes limítrofes 
(Brieger, 2010: 56-57; Pappé, 2007). En el campo palestino, frente a la situación de 
constante destierro y opresión, la OLP liderada por Fatah apareció como la mejor y 
legítima organización nacional palestina para comandar la resistencia armada. Esto marcó 
un nuevo parámetro para el movimiento nacional luego de 1967, ya que el ideario 
panarabista había declinado, y la desilusión de los palestinos se hacía patente ante el 
fracaso de los países árabes para combatir al sionismo (Esposito, 2006; Zeraoui, 1997). En 
este sentido, Esther Webman (2009) sostiene que dicha desilusión frente a la incapacidad 
de acción de los países árabes, y al calor del fortalecimiento de movimiento de liberación 
palestina, permitió “crear un nuevo sentido de optimismo y determinación, el cual se 
convirtió en fuente de inspiración y orgullo para refugiados e intelectuales palestinos” 
(Webman, 2009: 50). Por otro lado, la victoria israelí de 1967 representó la capacidad de 
control sobre una región territorial mucho más amplia, con todos los beneficios económicos 
y geoestratégicos que ello implicó. En términos simbólicos, la extensión material y militar 
del Estado significó la ampliación del arraigo al hogar nacional y una nueva percepción de 
las fronteras del país. Las lógicas bíblicas adquirieron mayor fuerza con el ascenso de los 
movimientos fundamentalistas judíos, en detrimento del ideario secular y socialista de los 
partidos laboristas que gobernaron Israel desde 1948 (Kimmerling, 2001; Sternhell, 1998; 
Masalha, 2008). 
 
 
11 
 
1.5. Contextualización histórica 
 
El conflicto palestino-israelí debe ubicarse en la complejidad del proceso histórico a 
nivel global y local. En el contexto de la Guerra Fría, esta problemática se ubica como un 
subsistema en el que intervienen distintos actores a partir de intereses y lógicas propias de 
la geopolítica mundial, pero también a partir de fenómenos que responden a la región y 
poblaciones de Israel/Palestina. En este sentido, se evidencia la coincidencia de las dos 
superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, en el reconocimiento de la fundación 
del Estado de Israel en 1948 (Hourani, 2017 [2003]: 434); a su vez, la cuestión palestina 
circuló constantemente como bandera política entre los distintos frentes de la “guerra fría 
inter-árabe” (Zeraoui, 1997). No puede entenderse la imbricación del nacionalismo 
palestino con el nacionalismo árabe si no se atiende a determinados hitos importantes en el 
contexto general de Medio Oriente como fue el ascenso de Nasser al poder y el impacto que 
generó la crisis de Suez de 1956 (Hourani, 2017 [2003]: 440-445; Rogan, 2010: 431-493). 
Tampoco puede comprenderse el triunfo del sionismo y el apoyo que recibió en Occidente 
sin tener en consideración el trágico proceso del Holocausto, sus consecuencias y la política 
llevada a cabo por la Organización de las Naciones Unidas en la segunda postguerra 
(Forrester, 2008)2. 
Los avatares de las políticas nacionales han sido abordados a lo largo de la presente 
tesina. No obstante, resulta necesario sentar las bases para una caracterización histórica del 
conflicto y desarrollo de las comunidades en pugna. En principio, Pedro Brieger expone de 
manera concreta el origen de un problema que perdura hasta el día de hoy: 
 
[…] hay dos pueblos en un mismo territorio y ambos lo reclaman como propio. Los israelíes 
consideran que les pertenece porque dicen que les ha sido legado por dios como figura en el 
Antiguo Testamento y porque siempre hubo judíos. Los palestinos, por su parte, dicen que les 
pertenece porque viven allí desde hace siglos (Brieger, 2010: 17). 
 
2 Siguiendo los postulados del historiador Dan Diner, Enzo Traverso sostiene que el Estado de Israel es 
resultado de una contingencia histórica, ya que surge en un contexto particular signado por el fin de la 
Segunda Guerra Mundial, el descubrimiento de las atrocidades del Holocausto y la migración de miles de 
sobrevivientes del genocidio nazi hacia Palestina, el inicio de la Guerra Fría, y la convergencia de las dos 
grandes potencias globales para el reconocimiento del Estado judío (Traverso, 2014: 175). 
12 
 
Para complejizar esta explicación, debe ahondarse en los procesos históricos iniciados 
hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX: el desarrollo del movimiento político 
del sionismo durante las últimas décadas del siglo XIX; la crisis y caída del Imperio 
Otomano tras el fin de la Primera Guerra Mundial; la formación de un Mandato de 
Palestina bajo autoridad británica a partir del tratado Sykes-Picot de 1916 con los franceses; 
el encumbramiento de una elite económica terrateniente y conservadora en el gobierno 
local palestino del Mandato; el desarrollo de la colonización de tierras por parte del 
movimiento sionista; y el contexto de conflicto entre árabes-palestinos, judíos-sionistas y 
autoridades británicas. Desde este contexto es que se explica la propuesta del plan de 
partición del territorio proyectado por las Naciones Unidas en 1947 (aceptado por el 
sionismo y rechazado por la población árabe de Palestina); la guerra árabe-israelí de 1948; 
la creación del Estado de Israel tras la victoria militar frente a Jordania, Egipto, Siria, 
Líbano e Irak; y el proceso de limpieza étnica de los palestinos de la región impulsado por 
las fuerzas sionistas. 
Con respecto al surgimiento y desarrollo del sionismo, debe aclararse que la inmigración 
judía hacia Palestina había comenzado mucho antes de la propagación del movimiento 
sionista. Judíos sefaradíes y ortodoxos, asentados por lo general en las ciudades durante el 
siglo XIX, convivían con los árabes bajo el mandato del sultán otomano y el sistema de 
millet (Kramer, 2006: 99-102; Pappe, 2007: 37-64; Brieger, 2010: 18-19). Durante la 
primera mitad del siglo XX, la organización clánica estructuró a las sociedades rurales de 
Palestina, mientras que las principales ciudades se desarrollaron bajo el liderazgo de 
poderosas familias que practicaban una “política de notables”, desenvolviéndose entre su 
capacidad de autonomía y los intereses del Imperio Otomano y, posteriormente, las 
autoridades británicas (Pappé, 2007: 129-131). El problema que acarreaba el aumento de la 
inmigración judía residía en su organización a través del movimiento sionista, caracterizadopor Maxime Rodinson (1973) como un proyecto de establecimiento de un Estado-enclave 
colonial (o colonial-settler state). Con esta caracterización, este autor daba a entender que 
la colonización de las tierras y el proceso de limpieza étnica y expansión territorial 
funcionaron como medios para la concreción de los intereses de las grandes potencias en la 
región de Medio Oriente, además de cumplir los sueños de emancipación del pueblo judío. 
Bajo esta interpretación, la formación del Estado de Israel respondía a la necesidad de 
13 
 
dichas potencias de ejercer control sobre los recursos, redes comerciales, mano de obra y 
procesos políticos de la región. A su vez, puede considerarse que el emprendimiento 
colonial en Palestina se basó en el asentamiento de una población nueva de colonos 
sionistas y el desplazamiento de la población originaria, lo que explica, en parte, el 
desarrollo histórico y la lógica propia del conflicto palestino-israelí. 
El concepto de Nakba refiere al proceso de desplazamiento de aproximadamente 
700.000 palestinos en 1948, impulsado por el sionismo. La masa de exiliados se 
convirtieron en refugiados y se situaron en campos provisorios-permanentes en las regiones 
de la Franja de Gaza bajo control egipcio, Jordania (cuya dinastía hachemita había 
negociado la anexión de lo que hoy se reconoce como Cisjordania), Siria y el Líbano. Este 
proceso ha sido caracterizado por distintos investigadores, con Ilan Pappé (2006; 2007) a la 
cabeza, como una limpieza étnica, ya que se entiende como una “eliminación sistemática o 
la expulsión forzada de una población por motivos religiosos, étnicos o nacionales” 
(Brieger, 2010: 48). Por su parte, Nur Masalha (2005), siguiendo los trabajos pioneros del 
historiador Benny Morris, caracteriza al Plan Dalet, es decir, el plan de avance militar de 
las fuerzas sionistas, particularmente del Haganah, como “un programa de expulsión del 
máximo número de palestinos posible. Constituía la base ideológico-estratégica para la 
destrucción de localidades árabes y la expulsión de sus habitantes a manos de la oficialidad 
judía” (Masalha, 2005: 41; Khalidi, 1982). Vale aclarar que además de la guerra formal 
entre Israel y los Estados árabes, se desarrolló un conflicto armado entre sionistas y 
palestinos desde 1947, con tintes propiamente locales y muchas veces sin coincidir con los 
movimientos militares de gran escala (Ben-Ze’ev, 2011). De este modo, se expulsó cerca de 
un 80% de los palestinos del territorio ocupado por los israelíes en el conflicto bélico de 
1948-1949, sea por presión militar o guerra psicológica (Masalha, 2005: 43). Dicha 
expulsión se encontraba en plena coincidencia con el mito sionista de “una tierra sin pueblo 
para un pueblo sin tierra” para referirse a una región deshabitada disponible para la 
colonización (Brieger, 2010: 26-27). Como se analizará más adelante, la invisibilización, 
negación y negativización de los nativos árabes jugó un rol esencial en la formación de la 
nación israelí. Por último, a este proceso se sumó el despojo sistemático de los bienes de 
los palestinos expulsados: la Ley de la Propiedad Absentista, promulgada en 1948, indicaba 
14 
 
que todos los bienes “abandonados” dejarían de pertenecer a las personas “ausentes”, por lo 
que el Estado sionista haría uso efectivo de ellas (Jiryis, 1975; Masalha, 2005: 55). 
Luego de los acontecimientos de 1947-48, el Mandato británico había desaparecido, 
pero el Estado sionista se había establecido en la región y dejaba en claro sus intenciones de 
implantar una mayoría poblacional judía. El avance militar sobre el territorio y el 
memoricidio que imponía una toponimia en idioma hebreo, borraban a los palestinos del 
mapa material y simbólicamente (Pfoh, 2014; Pappé, 2007: 208). Ante tal situación, el 
movimiento nacional palestino carecía de una política unificada, un grupo de dirigentes o 
una estrategia plausible de ser aplicada para la resistencia (Masalha, 2012: 139). En efecto, 
los mismos problemas estructurales que impedían a los palestinos librarse de la “jaula de 
hierro” británica y sionista, y causas similares a las de la derrota de las revueltas de 1936-
1939, se hacían patentes nuevamente en la catástrofe de 1948. Como consecuencia, los 
palestinos desplazados o exiliados pasaron a depender de la Agencia de Naciones Unidas 
para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), de la política israelí y del 
tutelaje de los países árabes. Estos últimos, lejos de tomar una posición altruista, hicieron 
uso de la causa palestina bajo sus propios intereses y consideraciones. En esta coyuntura 
resultaba imposible lograr los objetivos nacionales de independencia y estatalidad. No 
obstante, como se señaló previamente, el fin de la política de notables y el surgimiento de 
una moderna política de masas dieron lugar a una nueva forma de liderazgo entre los 
palestinos y nuevas estrategias de resistencia frente a la amenaza sionista. Rashid Khalidi 
ejemplifica este fenómeno al dar cuenta del “cambio de la dominación de la política 
palestina por parte de hombres de cincuenta y sesenta años vistiendo traje y tarbush, al 
liderazgo de militantes de veinte y treinta años vistiendo remeras de manga corta y fajines 
militares” (Khalidi, 2007: 141). 
La respuesta de los refugiados ante la opresión israelí no se hizo esperar, y para la 
década de 1950 la desidia y la violencia se canalizaron en la formación de múltiples 
organizaciones palestinas. Entre ellas se destacan los grupos de campesinos que hacían uso 
de las redes de los Hermanos Musulmanes en Gaza y Cisjordania, que lejos de abrazar la 
doctrina religiosa se convirtieron en luchadores nacionalistas. A su vez, resulta de 
importancia para este período el surgimiento e invención de la “tradición” del movimiento 
guerrillero palestino y la reivindicación de la figura del combatiente (fida’i). Los primeros 
15 
 
grupos de fedayines realizaban actividades en la frontera para intentar recuperar sus 
antiguas propiedades, hasta instaurar un combate sistemático contra la ocupación sionista 
(aunque las represalias israelíes redujeron sustancialmente las expectativas de victoria de 
dichos grupos de combatientes). Cabe aclarar, a su vez, que en sus inicios, el embrionario 
movimiento de resistencia era supervisado por Jordania y Egipto, ya que veían con 
desconfianza la creación de un ejército palestino independiente. Sin embargo, Ilan Pappé 
matiza este fenómeno e indica que sólo los refugiados menos afortunados se sumaron a la 
toma de armas y el sacrificio para defender a la nación. El historiador postsionista, con el 
objetivo de recuperar la historia de la sociedad subalterna además de la de las élites 
políticas, advierte que “para la mayoría de los palestinos la cuestión prioritaria seguía 
siendo la supervivencia económica”, y que “sólo unos pocos miles tomaron las armas o 
intentaron lograr la liberación de Palestina mediante la pluma o recurriendo a la 
diplomacia” (Pappé, 2007: 214). 
Aun así, la nueva forma de hacer política abarcó a la totalidad de la población palestina, 
desde la clase alta hasta la baja, tanto en el mundo rural como en el urbano, y trastocó los 
antiguos parámetros de lealtad y jerarquía: las generaciones jóvenes, las mujeres y la 
familia nuclear aumentaron su influencia y agencia histórica para aplacar al 
tradicionalismo, al sistema patriarcal en términos relativos y al marco de organización 
social de los clanes. Asimismo, en esta coyuntura la causa nacional se nutrió de los 
objetivos de retorno y estatalidad de todos los palestinos, encauzados desde un amplio 
abanico ideológico. Si el islamismo político no tuvo grandes repercusiones, la alternativa, 
para la clase media por lo menos, estaba signada por ideologías de izquierda y marxistas, 
que reivindicaban el nacionalismo tercermundista. La matriz ideológica más importante 
durante este períodoera el nacionalismo árabe o panarabismo, representada en el campo 
político palestino por el Movimiento de Nacionalistas Árabes. Por su parte, la experiencia 
de los Oficiales Libres en Egipto y el partido Baaz en Siria abonaron a la causa nacional 
palestina y la lucha contra el Estado de Israel desde las ideas del panarabismo, el socialismo 
y el antiimperialismo. De este modo, hacia fines de la década de 1950 las organizaciones 
nacionalistas adoptaron una orientación nacional más clara, conformando una plataforma 
política y los objetivos básicos del movimiento: la creación del Estado palestino y el 
retorno de los refugiados (Pappé, 2007: 201-236). 
16 
 
El panorama político en Israel tras la declaración de la independencia y la victoria 
militar de 1948 era resueltamente diferente. Los desafíos de la dirigencia sionista estaban 
relacionados con el reforzamiento del Estado y el desarrollo de una ideología de Estado 
(Kimmerling, 2001: 67). La sociedad israelí estaba compuesta por una masa de ciudadanos 
occidentales, colonos sionistas veteranos de ascendencia europea mayoritariamente, pero 
también por numerosos grupos sociales orientales: árabes-palestinos que permanecieron 
dentro de las fronteras de Israel, judíos sefaradíes o mizrahíes, beduinos, entre otros. Uno 
de los objetivos más importantes para el gobierno israelí consistía en homogeneizar a la 
población bajo las recetas del desarrollismo y el modernismo. Para ello, la articulación del 
sistema educativo con el servicio militar obligatorio y los movimientos juveniles, cumplió 
un rol sustancial para el afianzamiento de la comunidad imaginada israelí. Como se 
analizará más adelante, este proceso trajo aparejado una política de exclusión de los grupos 
orientales (Pappé, 2007: 236-237; Kimmerling, 2001: 96-99; Peled-Elhanan, 2016). Pese a 
que las políticas de israelización parecen claras (como lo demuestra la enseñanza del 
idioma hebreo), también es cierto que existían debates y conflictos hacia el interior de la 
comunidad israelí. Se destaca la disputa entre sectores religiosos y seculares para la 
definición de políticas en torno a la legislación, la definición de la ciudadanía israelí y el 
sistema educativo (Kimmerling, 2001; Pappé, 2007: 238; Traverso, 2014: 193). 
Desde la fundación del Estado y hasta la década de 1970, el tipo de liderazgo y las 
formas de hacer política estuvieron signadas por la matriz ideológica del socialismo 
nacionalista; vale decir, una ideología que subordina los valores del socialismo a la 
primacía del Estado, y propicia el desarrollo de la unidad cultural e histórica de un 
colectivo (Sternhell, 1998: 7-10). En este contexto, las políticas orientadas estatalmente 
fueron implementadas por el partido laborista Mapai, que obtuvo la mayoría electoral desde 
1948, en coordinación con otras instituciones como la Organización Sionista Mundial, 
encargada de administrar las migraciones de los judíos de la diáspora a Israel y el 
financiamiento de dicho proyecto político, y la central obrera nacional Histadrut, de 
composición ideológica similar. La institucionalización del Estado fue acompañada por un 
desarrollo económico, que si bien sufrió reveses y declives, fue impulsado por tres factores 
importantes: la inmigración masiva, la industria militar y la expansión territorial (Pappé, 
2007: 240). 
17 
 
1.6. Mapas 
 
A continuación, presentaremos una serie de mapas que permiten ilustrar las 
transformaciones históricas del proceso analizado. El primero de ellos muestra el proyecto 
presentado en noviembre de 1947 por la ONU para la división territorial de Israel/Palestina, 
aceptado por las autoridades sionistas y rechazado por las palestinas. El segundo mapa 
constata el avance territorial israelí durante el conflicto bélico frente a los Estados árabes 
durante 1948-1949, mientras que el tercer mapa especifica la expulsión de las masas de 
refugiados palestinos en ese mismo contexto. En el cuarto mapa aparecen cartografiados los 
asentamientos y campos de refugiados palestinos durante el período 1949-1967 en Jordania, 
Líbano, Siria y Egipto. En el quinto mapa se puede contemplar la constitución de las 
fronteras y límites oficiales del Estado de Israel hasta 1967, mientras que el sexto presenta 
el avance territorial israelí tras su victoria en la Guerra de los Seis Días de 1967. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
18 
 
Mapa 1: Plan de Partición de la Organización de Naciones Unidas de noviembre de 1947
 
Fuente: Gilbert, Martin (2005 [1974]), The Routledge Atlas of the Arab-Israeli Conflict, Londres: Routledge, 
p. 33. 
19 
 
Mapa 2: Guerra de Independencia de Israel (1948-1949) 
 
Fuente: Gilbert, Martin (2005 [1974]), The Routledge Atlas of the Arab-Israeli Conflict, Londres: Routledge, 
p. 43. 
20 
 
Mapa 3: Refugiados árabe-palestinos de 1948 
 
Fuente: Gilbert, Martin (2005 [1974]), The Routledge Atlas of the Arab-Israeli Conflict, Londres: Routledge, 
p. 44. 
21 
 
Mapa 4: Asentamientos y campos de refugiados palestinos (1949-1967) 
 
Fuente: Gilbert, Martin (2005 [1974]), The Routledge Atlas of the Arab-Israeli Conflict, Londres: Routledge, 
p. 50. 
22 
 
Mapa 5: Fronteras del Estado de Israel (1949-1967) 
 
Fuente: Gilbert, Martin (2005 [1974]), The Routledge Atlas of the Arab-Israeli Conflict, Londres: Routledge, 
p. 46. 
23 
 
Mapa 6: Avance territorial israelí tras la Guerra de los Seis Días de 1967 
 
Fuente: Gilbert, Martin (2005 [1974]), The Routledge Atlas of the Arab-Israeli Conflict, Londres: Routledge, 
p. 64. 
24 
 
CAPÍTULO 2 
Marco teórico 
 
 
 
 
Cualquier tentativa de analizar el mundo moderno y contemporáneo no puede pasar por 
alto la construcción de las naciones y los nacionalismos. En efecto, desde las últimas 
décadas del siglo XX las ciencias sociales han profundizado en las explicaciones sobre el 
surgimiento del nacionalismo, su naturaleza y su fuerza de convocatoria. El conflicto 
palestino-israelí atrajo la atención de investigadores de distintas corrientes que aplicaron 
múltiples metodologías para el estudio del fenómeno nacionalista. Con el renovado interés 
por esta problemática de la historiografía y la sociología desde la década de 1990, se han 
desarrollado diversos modelos explicativos y teorías sobre la lógica del nacionalismo que 
pueden aplicarse para los casos palestino e israelí. 
Para este capítulo, se han seleccionado y esbozado los lineamientos generales de autores 
considerados dentro del marco de la historiografía crítica y objetiva, es decir, que han 
marcado un rumbo fructífero para las investigaciones posteriores sobre el nacionalismo, 
pese a las distintas críticas y debates que han suscitado. De esta manera, se pretende 
construir un marco conceptual que permita comprender el desarrollo los nacionalismos en 
Israel/Palestina en su tiempo y espacio concretos. Se abordará, entonces, las propuestas de 
Benedict Anderson (1993 [1983]), Eric Hobsbawm (2002 [1983]; 2012 [1990]) y Anthony 
Smith (1999), ya que son los principales historiadores que fundaron una línea interpretativa 
en torno al nacionalismo como un fenómeno moderno, y evidencian las causas de su 
surgimiento, así como las formas que adquieren los sistemas simbólicos de identificación 
nacional propios de las comunidades imaginadas. A su vez, se realizará una crítica 
pertinente hacia estos autores que podrían denominarse “clásicos” debido a su influencia en 
este campo de estudios, y se retomarán los postulados de determinados referentes del post-
estructuralismo y el poscolonialismo. En este sentido, mientras que autores de la corriente 
poscolonial como Partha Chatterjee (1996; 2000; 2008) ponen el acento en la complejidad 
de las naciones del Tercer Mundo, la perspectiva relacional de Riad Nasser (2005) permite 
25 
 
ahondar en el proceso dialéctico de construcción de identidades a partir la relación entre el 
Nosotros y el Otro. Enrelación a ello, la conceptualización de Edward Said (2013 [1978]) 
del orientalismo abona a la comprensión de los procesos de otrerización en relación a los 
árabes y palestinos, y por ende, a la autopercepción de la nación israelí como portadora de 
la civilización frente a la barbarie3. Por último, para el análisis de los nacionalismos 
también resulta necesario abordar conceptualmente la configuración de las memorias 
colectivas, ya que constituyen una forma sustancial de reconocer a la propia sociedad, 
recordar y conmemorar un pasado compartido. Para ello se recurrirá a el trabajo fundante 
de Maurice Halbwachs (2004 [1950]) con sus necesarias revisiones, y la propuesta teórica 
de Pierre Nora (1998). 
 
 
2.1. Comunidades imaginadas 
 
La publicación de Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión 
del nacionalismo de Benedict Anderson en 1983, representa un hito en el campo de 
estudios sobre el nacionalismo, ya que proveyó de las herramientas conceptuales 
fundamentales para entender acabadamente el fenómeno, desacreditando las teorías 
nacionalistas-esencialistas. En efecto, el principal aporte de Anderson hace referencia a la 
idea de que las naciones no son eternas ni son intrínsecas a la naturaleza misma del ser 
humano en sociedad. Se trata de una construcción histórica, cuya invención se ubica en las 
especificidades de la época moderna, ya que la nacionalidad como artefacto cultural surgió 
y se expandió hacia fines del siglo XVIII. El hecho de que sea una construcción histórica 
significa que el nacionalismo emergió en un panorama de cambios y rupturas de la 
modernidad, pero que también se ancló en elementos del pasado. Su aparición en Europa se 
debe, entre otras cosas, a las transformaciones de las grandes comunidades religiosas y del 
sistema de lealtad de los reinos dinásticos, sumado a la diversificación de las lenguas 
vernáculas, la defensa de ellas por cada grupo social, y la invención de la imprenta 
 
3 El concepto de “otrerización” fue construido posteriormente a la elaboración teórica de Edward Said y a 
través de la corriente de los estudios poscoloniales. Su utilización se justifica porque complejiza la 
caracterización sobre los procesos de alterización e inferiorización de los grupos sociales. 
26 
 
impulsada por la lógica capitalista. El nuevo entramado cultural dio lugar a un nuevo tipo 
de autoconciencia. En relación a la revolución del capitalismo impreso, cabe remarcar la 
aprehensión del tiempo instaurada por las novelas y periódicos: la idea del “tiempo 
homogéneo y vacío” permitió pensar a la nación en el pasado, el presente y el futuro en 
simultáneo, así como también permitió imaginar una comunidad y una identidad general de 
modo sincrónico, por más que todos sus integrantes no se conozcan entre sí. 
Desde una perspectiva histórico-antropológica, Anderson define a la nación como “una 
comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana” (Anderson, 1993 
[1983]: 23). Es “imaginada” en el sentido que agrupa una cantidad de personas en la 
abstracción, considerándolas parte de la comunidad aunque nunca se hayan visto o 
conocido entre sí. A su vez, se concibe “limitada” porque las naciones siempre establecen 
fronteras, aunque a veces difusas o elásticas, que limitan con otras naciones. Se imagina 
“soberana” porque está influenciada por la experiencia de la Revolución Francesa y la 
Ilustración, con lo cual regirá la idea de que el ejercicio de la libertad se despliega 
únicamente a través de un Estado moderno y soberano. Por último, se imagina como una 
“comunidad” debido al compañerismo, la fraternidad y la vecindad que inspira, más allá de 
la existencia de relaciones de explotación o jerarquización dentro de ella. Para Benedict 
Anderson, es este sentimiento horizontal lo que permitió en los últimos doscientos años 
poner millones de vidas al servicio de los Estados o naciones. A su vez, la comunidad 
imaginada se constituye en base a ciertas estructuras que afianzan determinada identidad 
colectiva. Este historiador sostiene que el sistema educativo y los monumentos históricos 
son fundamentales para el arraigo de una cultura nacional, ya que introducen a las sucesivas 
generaciones en un proceso de socialización que inculca el sentido de pertenencia a la 
comunidad. Sobre estos pilares se imagina a una comunidad eterna y la esencia de a su 
nacionalidad, evidenciadas en las herencias y genealogías de la nación. Es que el 
nacionalismo es retrospectivo; esto es, que encuentra su propia esencia en los orígenes, sus 
características actuales en el pasado. A través de la disciplina histórica y la construcción de 
monumentos, la comunidad se imagina en el “tiempo vacío y homogéneo”, al igual que lo 
hacen las narraciones de novelas y periódicos, generando así una concepción de 
inmutabilidad y eternidad de aquella identidad colectiva. De la misma manera, Anderson 
considera que una comunidad imagina su hogar nacional a partir de la construcción 
27 
 
histórica de una unidad administrativa geográfica. Si bien este fenómeno se puede dar de 
forma arbitraria, las relaciones comerciales, de producción y los avatares geográficos 
determinan el uso y arraigo a una zona específica. Con respecto a esto último, para el caso 
de Palestina, tanto el Imperio Otomano como el Mandato británico se circunscribieron al 
mismo espacio, y los reclamos territoriales palestinos actuales también coinciden con esa 
región. De este modo, atendiendo a todos estos elementos culturales fuertemente 
enraizados, resulta fácil encontrar las vías de construcción del paisaje étnico de Palestina. 
Por su parte, Israel como hogar nacional se imaginó en relación a tradiciones religiosas de 
la Biblia hebrea, aunque la sacralización del espacio estuvo definida por parámetros 
ideológicos del nacionalismo moderno. 
Efectivamente, Israel y Palestina se constituyen como comunidades imaginadas, aunque 
el momento de surgimiento de estas naciones es tema de debate. En los siguientes capítulos 
se intentará demostrar el dinamismo con el que los palestinos e israelíes se imaginan como 
nación en un contexto específico. La solidaridad, la identificación colectiva con un pasado 
compartido y la necesidad de ejercer soberanía a través de la creación de un Estado, son 
elementos que hacen a estos nacionalismos. Es claro que, como toda nación, Israel y 
Palestina son una construcción social e histórica, y se entienden respectivamente como una 
comunidad que “se imagina” o se inventa; no obstante, nadie puede negar su existencia 
real, tanto para los propios palestinos o israelíes como para el resto de las naciones y 
sociedades. 
Por su parte, Eric Hobsbawm (2012 [1990]) retoma las conclusiones de Anderson para 
comprender a la nación como una construcción histórica, edificada en un período 
específico. Sostiene que el nacionalismo antecede a las naciones; vale decir, que la 
existencia efectiva de una nación es un constructo de movimientos e ideas que previamente 
imaginan o anhelan ese proyecto. De este modo, Hobsbawm no sólo se separa del 
esencialismo propio de los intelectuales nacionalistas, sino que también advierte de la 
importancia de analizar el contexto en que se construye la nación y bajo qué condiciones o 
requisitos políticos, técnicos, sociales y económicos se inventa este artefacto. Hobsbawm, 
al tomar al caso europeo como molde teórico, sostiene que la existencia de determinado 
estado territorial, la experiencia de transformación de la Revolución Francesa, sumado a la 
aparición de la imprenta de lógica capitalista y el sistema de escolarización que alfabetizó a 
28 
 
las masas, son claros elementos que permitieron la edificación de las naciones. No obstante, 
el énfasis que este autor pone a la invención y artificialidad del nacionalismo da lugar a lo 
que Meir Litvak (2009)denomina el “enfoque mecanicista”, ya que simplifica la 
problemática, visualiza a las masas en estado de pasividad e imposibilita la comprensión de 
la fuerte lealtad e identificación que puede generar el nacionalismo (Litvak, 2009: 5-7)4. 
Sobre el rol de los intelectuales en la estructuración y difusión de un nacionalismo 
homogéneo, Shlomo Sand (2011) considera que, evidentemente, las intelligentsias 
constituyen un elemento central en los mecanismos de construcción de la memoria 
colectiva. No obstante, el nacionalismo no puede entenderse sin ser analizado “desde 
abajo”, atendiendo a la “gente ordinaria” y sus intereses, por lo que supone que: 
 
Aunque las elites dirigentes fomentaron el desarrollo de una identidad nacional en las masas, 
principalmente para mantener su lealtad y obediencia, el nacionalismo es un fenómeno 
intelectual y emocional que supera las relaciones de poder básicas de la modernidad. Nace de 
la intersección de varios procesos históricos que empezaron con el desarrollo capitalista de 
Occidente hace unos tres siglos. El nacionalismo es tanto ideología como identidad, incluye a 
todos los agrupamientos humanos y les proporciona respuesta a una variedad de necesidades 
y expectativas (Sand, 2011: 54). 
 
No obstante, en su estudio sobre el nacionalismo judío, Sand recalca reiteradas veces la 
importancia de los intelectuales como creadores de la nación, dejando ciertos vestigios de 
ambigüedad en su primera interpretación: 
 
4 La posición teórica que toma Eric Hobsbawm (2012) respecto de la construcción del nacionalismo merece 
una observación punzante, ya que si bien sostiene que la nación es producto de relaciones dialécticas, esto es, 
que es obra de intereses y prácticas “desde arriba”, la oficialidad y el Estado, pero también lo es desde “los 
supuestos, las esperanzas, las necesidades, los anhelos y los intereses de las personas normales y corrientes, 
que no son necesariamente nacionales y menos todavía nacionalistas” (Hobsbawm, 2012: 19), a lo largo de su 
investigación se registra únicamente la construcción del nacionalismo desde las élites y los sectores de poder. 
No obstante, también es cierto que el historiador encuentra un enorme problema metodológico (evidenciado y 
explicitado por el autor en todo su trabajo) para abordar las perspectivas “desde abajo”, ya que los sectores 
populares perciben un alto índice de analfabetismo y resulta difícil para el investigador analizar las ideas y 
sistemas de identificación de una población que no puso de manifiesto en el ámbito público o por escrito su 
percepción o representación del nacionalismo. 
29 
 
Una identidad ancestral primigenia, una imagen de una genealogía biológica y la idea de un 
pueblo/raza elegido no surgieron en el vacío. Para la consolidación de una conciencia 
nacional, civil o etnocéntrica, siempre era necesario tener una elite instruida. Para posibilitar 
que la nación «recordara» y consolidara su imaginería histórica, se necesitaban los servicios 
de doctos productores de cultura, de los dueños de la memoria, de los creadores de leyes y 
Constituciones (Sand, 2011: 67). 
 
Hobsbawm (2012 [1990]) realiza una pertinente investigación al historizar el concepto 
de “nación”, evidenciar el carácter moderno del nacionalismo y analizar las 
transformaciones que éste percibe en diferentes etapas y regiones desde 1780 hasta la 
actualidad. No obstante, el eurocentrismo de su esquema intelectual lo induce a pensar al 
nacionalismo únicamente dentro de las fronteras de dicho continente, dando como resultado 
una explicación incompleta o endeble sobre el fenómeno en el resto del mundo. Bajo la 
misma lógica, en lo que respecta al Tercer Mundo durante todo el siglo XX, Hobsbawm 
desarrolla un escueto análisis sobre los procesos independentistas que no adquieren, desde 
su perspectiva, una lógica nacionalista en su sentido original (europeo), sino que responden 
a los fenómenos del antiimperialismo, el antioccidentalismo, el sentido político de la 
autarquía y una mínima divulgación del pensamiento nacional entre las élites. Este 
historiador arguye que los movimientos de liberación en Oriente no pueden adscribirse al 
concepto de nacionalismo, ya que, al igual que los fundamentalismos u otros movimientos 
étnicos, sólo hacen un uso discursivo superficial de la “nación” para combatir el status quo, 
impulsar una revolución o liberarse del yugo colonial (Hobsbawm, 2012 [1990]: 148; 158; 
161)5. Si se pretende comprender la lógica que adquiere el nacionalismo palestino en el 
contexto propio de Medio Oriente, resulta menester señalar las falencias que este tipo de 
corrientes historiográficas propician. 
 
5 Sobre esta problemática, Hobsbawm (2012) sostiene lo siguiente: “la experiencia común de colonización y 
conquista sionistas es lo que ha creado un nacionalismo palestino asociado con un territorio que, hasta 1918, 
ni siquiera tenía una identidad regional significativa dentro del sur de Siria, a la que pertenecía. Sin embargo, 
esto no es suficiente para llamar ‘naciones’ a los estados que han surgido de la descolonización, 
principalmente desde 1945, ni para denominar ‘nacionalistas’ a los movimientos que condujeron a dicha 
descolonización, suponiendo que ésta fuera una respuesta a presiones reales o previsibles en tal sentido” 
(Hobsbawm, 2012: 148). 
30 
 
Los postulados de Anthony Smith (1999) sobre el nacionalismo y la metodología del 
“etno-simbolismo histórico” que aplica resultan útiles para superar lo que este autor 
considera como el principal problema de las teorías modernistas como la de Hobsbawm o 
Anderson: “their systematic failure to accord any weight to the pre-existing cultures and 
ethnic ties of the nations that emerged in the modern epoch, thereby precluding any 
understanding of the popular roots and widespread appeal of nationalism” (Smith, 1999: 8-
9). A partir de allí, Smith elabora una hipótesis de investigación que puede ser clarificadora 
si se complementa con el concepto de “comunidades imaginadas” de Anderson. El etno-
simbolismo histórico estudia y pone énfasis sobre la importancia que cobran los mitos, 
memorias, tradiciones y símbolos de una herencia étnica y tradiciones populares del 
pasado, y cómo han sido reificadas y reinterpretadas por los intelectuales nacionalistas 
modernos (Smith, 1999: 9). 
Es por ello que resulta interesante ahondar en la construcción de los mitos de 
descendencia étnica para explicar la fuerza de arraigo que adquirió (y adquiere) el 
nacionalismo. Si una etnia se define como un grupo de humanos específico con mitos de 
linaje común, memorias históricas compartidas y elementos culturales comunes, incluyendo 
su identificación con un hogar nacional y un grado apreciable de solidaridad, al menos 
entre las élites (Smith, 1999: 13), entonces un enfoque cultural resulta ideal para 
comprender la lógica de las identidades nacionales. Smith considera que cada nación, con 
base en ciertos elementos de larga duración, construyó una identidad colectiva orientada 
por una historia ancestral, una relación con un hogar nacional (o homeland) y una serie de 
mitos sobre una genealogía compartida (ya sea biológica, espiritual o ideológica), que crean 
un sentido de solidaridad y pertenencia hacia la comunidad. 
Desde luego, las identidades son dinámicas y cambiantes, por lo que el nacionalismo 
aparece como un movimiento ideológico que se desenvuelve a partir de problemáticas 
contemporáneas, pero que siempre se retrotrae al pasado en términos culturales. Más allá de 
la diversidad de tipos de formación de naciones, todas se han imaginado sistemáticamente a 
través de los denominados mitos de descendencia étnica. Cada uno de ellos es único, pero 
todos poseen los mismos componentes: recuerdan los orígenes de la nación, muchas veces 
relacionadosa leyendas, tradiciones religiosas y “fundaciones” de sus ancestros. Declaman 
el espacio geográfico sobre el que se creó la nación, lo que demuestra el carácter autónomo 
31 
 
e independiente de la nación. Para evidenciar ese pasado y justificar el asentamiento sobre 
un territorio específico, las disciplinas histórica, arqueológica y lingüística confeccionan 
interpretaciones al servicio de cada comunidad imaginada. Es por esto que resulta 
innumerable la cantidad de conflictos entre naciones por los derechos de propiedad sobre 
un territorio determinado y la pugna entre memorias colectivas. Anthony Smith argumenta 
que el nacionalismo intenta construir un hogar para la comunidad en términos simbólicos, 
pero la necesidad de poseer un espacio físico para recrear la esencia de la comunidad y 
fundar un Estado moderno sobre aquél se vuelve inminente. A su vez, el mito de 
descendencia étnica refiere cotidianamente a un parentesco, ya sea real o espiritual, entre 
los contemporáneos y sus ancestros o padres fundadores de la nación. Esta filiación 
simbólica es uno de los principales pilares sobre los que se asienta el sentido de solidaridad 
en la comunidad. El mito alude a diversas etapas de la historia nacional: un pasado glorioso 
e idealizado; un período de decadencia, signado por la alienación, el individualismo o el 
destierro (figurado o literal); y un proceso histórico de regeneración, de restauración de 
aquel pasado épico. Este último componente se asocia a la noción de autenticidad y 
autonomía, a un “despertar” de la nación, y a una movilización popular cautivante para 
llevarlo a cabo. En suma, la aprehensión de los mitos étnicos de descendencia trae como 
consecuencia directa las acciones colectivas orientadas por un sistema de creencias 
nacionalistas que reivindica una identidad y una dignidad especiales, y un reclamo sobre 
territorios y autonomía específicos (Smith, 1999: 62-70). Nuevamente, los casos de Israel y 
Palestina como comunidades imaginadas cristalizan este fenómeno. En los siguientes 
capítulos se abordará la manera en que estas naciones construyen sus narrativas históricas y 
recuerdan su pasado en clave de mito de descendencia étnica. 
Por último, Smith hace hincapié en la construcción simbólica de los “paisajes étnicos” (o 
ethnoscapes), ya que determinan el enorme peso de los sentimientos nacionales, el arraigo a 
un espacio geográfico, y los consecuentes conflictos por territorios entre diferentes 
comunidades imaginadas. Es que sólo un hogar nacional ancestral puede proveer de fuerzas 
emocionales centrípetas y la seguridad física requerida para la concreción de una nación, y 
también de un Estado. El paisaje étnico representa la base material de los mitos étnicos de 
descendencia, la unidad nacional, y la continuidad de los valores que hacen a la esencia de 
la identidad nacional. Los territorios poéticos e históricos que imagina cada comunidad 
32 
 
enaltecen un patrimonio nacional instaurado en las memorias colectivas. De este modo, 
todo aquello que perteneció a los orígenes, al pasado glorioso o a las peripecias de un 
pueblo, adquiere una referencia simbólica que reivindica la posesión de un espacio 
específico. Las batallas, migraciones, hazañas y leyendas forman parte de las memorias 
colectivas de los contemporáneos que conciben a su nación en el “tiempo vacío y 
homogéneo”; y lo que hace el paisaje étnico es ahondar en el proceso de “territorialización 
de la memoria”, es decir, el anclaje de todos los símbolos y tradiciones a un espacio físico 
que se transforma en elemento indispensable para el desarrollo de una nación. Siguiendo 
esta dinámica, la disciplina histórica, la arqueología y los monumentos se abocan a la tarea 
de reificar los “sitios de la memoria”, recordar a sus ancestros y confirmar la unidad étnica 
(Smith, 1999: 150-152). 
 
 
2.2. Perspectiva poscolonial y relacional 
 
Partha Chatterjee (1996), uno de los principales referentes de la corriente poscolonial y 
los estudios subalternos, critica las obras de Hobsbawm y Anderson, entre otros autores, 
por su esquema epistemológico eurocéntrico y su idea del nacionalismo en la periferia 
como imitación de un fenómeno propiamente europeo. Este autor plantea que la existencia 
incuestionable de un nacionalismo anticolonial, que se diferencia claramente de los 
formatos modulares nacionales del Occidente moderno, es incompatible con una lectura 
histórica de ese estilo (Chatterjee, 1996: 216). A partir de esta evidencia empírica, 
Chatterjee (2008) no sólo critica la lógica eurocéntrica del modelo de interpretación de 
Anderson, sino que también deconstruye su aparato conceptual sobre las comunidades 
imaginadas. En relación a ello, el autor indio considera problemático pensar en un “tiempo 
vacío y homogéneo” de la nación y su sentido de identidad común entre personas que 
nunca se han conocido pero se imaginan parte de un mismo grupo (linealmente en el 
pasado, el presente y el futuro). En efecto, este paradigma del espacio-tiempo responde a 
una utopía del capitalismo y la modernidad como estructura mental. En contraposición, 
Partha Chatterjee arguye que el tiempo del mundo real (en el que no necesariamente se 
puede imaginar o autodefinirse, pero sí en el que se vive) es “denso y heterogéneo” 
33 
 
(Chatterjee, 2008: 62). Con ello, el autor sostiene que a pesar del hecho de que la nación 
como comunidad imaginada constituye un proyecto homogeneizador, ya que diluye 
distintas lógicas de identidad o las subordina a la de nacionalidad, su imposición no es 
absoluta ni armónica. En efecto, la heterogeneidad y densidad del espacio-tiempo en el 
Tercer Mundo es contundente, y se refleja en experiencias históricas de convivencia de 
diversas prácticas culturales o lógicas políticas. La utopía del capitalismo y la modernidad 
occidental, que establece cánones de desarrollos civilizatorios, entra en clara contradicción 
con una realidad histórica en la que coexisten prácticas culturales como el lenguaje del mito 
y la religión popular con un programa político de construcción de un Estado democrático 
republicano, por ejemplo. Pese a que Chatterjee puntualiza el caso de construcción de la 
nación india en su heterogeneidad religiosa y social durante el proceso de descolonización, 
sus tesis pueden resultar de utilidad para analizar la configuración y reconfiguración de la 
nación palestina como identidad anti-colonial, del mismo modo que permite complejizar la 
autopercepción israelí fundada en las tensiones entre religión y secularismo. 
Por otro lado, resulta esclarecedora la tesis de Riad Nasser (2005) para estas 
problemáticas, ya que introduce la teoría post-estructuralista al estudio de las naciones y los 
nacionalismos en espacios no occidentales. Este autor centra su estudio en la formación de 
identidades nacionales en Medio Oriente y en los proyectos estatales de Israel y Jordania 
para diluir la identidad palestina en los planes de estudio de las escuelas, y plantea una serie 
de elementos teóricos que resultan útiles para analizar el conflicto palestino-israelí desde el 
proceso de formación de los nacionalismos. El primero tiene que ver con su definición del 
nacionalismo y su principal aporte conceptual para comprenderlo: la diferenciación y la 
relación Nosotros-Otro que construyen las identidades colectivas. Nasser retoma la idea de 
comunidades imaginadas de Benedict Anderson para entender a la identidad nacional, pero 
incluye los elementos del lenguaje y el poder para explicar su dinámica. Considera que la 
identidad nacional, al igual que el género o la raza, se construyen socialmente, y es en 
relación con el Otro que el Nosotros desarrolla un tipo de esencia independiente. “Such an 
‘essence’ of self identity is imagined, it is not ‘fixed’. It is always in a process of becoming, 
which places self and Other in a dialectical relationship and makes both interdependent”(Nasser, 2005: 3). 
34 
 
La identidad nacional de una comunidad, y por ende, su diferenciación de otras, parte 
necesariamente de la configuración de un discurso en el que se representa al Otro en un 
lugar diametralmente opuesto al Nosotros. Riad Nasser considera importante estudiar el 
mundo del lenguaje y el sistema de símbolos que concibe el nacionalismo, ya que de allí se 
desarrollan diferentes tipos de confrontación, invisibilización o incluso deshumanización 
del Otro. Si la identidad se define de manera relacional, son las estructuras de poder las que 
disponen una situación de dominación de uno sobre otro. Asimismo, la relación jerárquica 
entre naciones, géneros o culturas depende de la capacidad de quien tiene el poder para 
construir conocimiento y así estandarizar, o crear hegemonía en términos gramscianos, 
respecto a la visión del Nosotros pero también del Otro. Este tipo de definiciones teóricas 
entiende a la identidad como una construcción histórica, es decir, que es un fenómeno 
dinámico y cambiante en el tiempo, y como una construcción social, ya que se configura a 
partir de las acciones y decisiones de los sujetos en relación al entramado social y a su 
relación con un Otro. En este sentido, la construcción de una identidad colectiva consiste en 
un “proceso de identificaciones históricamente apropiadas que le confieren sentido a un 
grupo social. Las identificaciones implican un proceso de aprehensión y reconocimiento de 
pautas y valores sociales a los que adscribimos y que nos distinguen de "otros" que no los 
poseen o comparten” (Chiriguini, 2006: 64). 
El segundo elemento hace referencia a su crítica sobre las teorías eurocentristas, 
modernistas y orientalistas que permean el mundo académico, entre las que destaca el 
trabajo de Eric Hobsbawm. Nasser (2005) sostiene que es un error pensar al nacionalismo 
de Oriente como una adaptación infructuosa o ficticia de un fenómeno que se desarrolló en 
Europa “naturalmente” bajo ciertas condiciones de “progreso”. No obstante, mientras 
advierte la necesidad de despojarse de este tipo de teorías para llevar a cabo una 
investigación seria, también indica que las propias élites nacionalistas orientales 
incorporaron y asumieron los estándares de modernidad que provenían de Occidente. De 
esta manera, siguiendo las ideas del pensamiento subalterno de Chatterjee (2000) y 
teniendo en consideración el caso de Palestina como comunidad imaginada, se debe 
entender al nacionalismo oriental en su desafío por re-equipar su nación culturalmente y 
transformar su situación de “atraso”, pero no simplemente imitando una cultura ajena y 
adaptándose a los requerimientos del “progreso” europeo, sino conservando al mismo 
35 
 
tiempo su carácter distintivo. El panorama es complejo, ya que los nacionalistas orientales 
“también han medido el atraso de sus naciones en términos de ciertos estándares globales 
establecidos por las naciones avanzadas de Europa occidental” (Chatterjee, 2000: 124). 
Este fenómeno se enmarca en una situación en la que el nacionalismo occidental se 
presenta como estandarte de la modernidad, la industrialización, la racionalidad y la 
civilización en oposición al mundo oriental del primitivismo, el tradicionalismo y la 
irracionalidad. Se crea así una diferencia sustancial entre el nacionalismo occidental y el 
oriental: 
 
[…] Western nationalism has perceived itself when facing Eastern societies, as more modern, 
industrialized, rational, and civilized, while projecting on Eastern societies images of 
traditionalism, backwardness, irrationality, and primitiveness. Western nationalism looks at 
itself inclusively, while excluding the Other in its perception of collective-self. In the Eastern 
national discourse, the collective-self and Other are part of one totality. In this case, the Other 
is the excolonizer. Hence, in the Eastern model, while the included and the excluded are 
dialectically related, both make up the national identity of the collective. In the West, the 
collective-self is perceived as real while the excluded is seen as imaginary, general and/or 
“invisible,” which is another type of exclusion (Nasser, 2005: 26). 
 
Sin lugar a dudas, esta problemática plantea un nuevo derrotero conceptual para pensar a 
los nacionalismos en relación a su oposición con el Otro, cristalizado, por un lado, en la 
oposición al imperialismo y los intereses coloniales europeos, y por el otro, en la oposición 
al atraso y la barbarie de Oriente. En efecto, si bien los parámetros eurocéntricos permean 
el nacionalismo oriental, “existe también una conciencia fundamental de que esos 
estándares han venido de una cultura extraña, y de que la cultura heredada de la nación no 
proveyó los mecanismos necesarios para permitirle alcanzar esos estándares de progreso” 
(Chatterjee, 2000: 124). En relación a ello, Bhikhu Parekh (2000) explica que las 
sociedades no occidentales tenían sus propias tradiciones de pensamiento político y 
religioso, las cuales fueron reinterpretadas y fusionadas con las ideas nacionalistas, cuyos 
orígenes son europeos, pero fueron reapropiadas en cada contexto local. Ante esta 
situación, los comentaristas occidentales, habituados al formato secular de la práctica 
política, han tendido a desestimar o desentender el significado de dicho nacionalismo 
36 
 
(Parekh, 2000: 117-118). Por ende, “si queremos apreciar su especificidad, su poder 
creativo y sus cualidades morales, necesitamos estudiar cada movimiento nacionalista en 
sus propios términos y en su propio lenguaje local” (Parekh, 2000: 119). 
 
 
2.3. El Orientalismo 
 
Es indiscutible el hecho de que en el mundo occidental se percibe una visión 
etnocéntrica respecto a la valoración de lo oriental, lo árabe, lo turco y lo musulmán, tanto 
en la actualidad como en el pasado. Este fenómeno adquiere distintas características de 
acuerdo a cada coyuntura histórica, pero el aparato cultural que demarca aquella 
superioridad constituye a nivel general un acervo intelectual e ideas naturalizadas, al cual 
Edward Said (2013 [1978]) entiende desde la conceptualización del Orientalismo. 
En principio, Said esboza el concepto de orientalismo y propone tres niveles en su 
definición. La acepción académica de orientalismo hace referencia a las instituciones 
eruditas que se encargan de investigar Oriente como un campo de estudio específico. 
Historiadores, sociólogos, antropólogos, entre otros, se abocan al análisis sobre esta área y 
la transmisión de sus conocimientos. Una segunda y más general definición de orientalismo 
se expresa como “un estilo de pensamiento que se basa en la distinción ontológica y 
epistemológica que se establece entre Oriente y Occidente” (Said, 2013 [1978]: 21). Esto 
significa que eruditos, artistas y entidades políticas imperialistas crean a nivel ideológico 
una diferenciación básica entre los dos mundos, considerados eternamente opuestos. El 
orientalismo hace alusión al conjunto de representaciones que se hacen sobre Oriente, las 
teorías elaboradas, las metodologías y matrices de estudio para la denominación del ser 
oriental, su sentido, su cosmovisión, su mentalidad, su destino y sus cualidades. Estas dos 
definiciones permanecen inmanentes a una tercera: la del orientalismo como signo de 
dominación. Esto es, que el orientalismo 
 
[…] se puede describir y analizar como una institución colectiva que se relaciona con 
Oriente, relación que consiste en hacer declaraciones sobre él, adoptar posturas con respecto 
a él, describirlo, enseñarlo, colonizarlo y decidir sobre él; en resumen, el orientalismo es un 
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estilo occidental que pretende dominar, reestructurar y tener autoridad sobre Oriente (Said, 
2013 [1978]: 21). 
 
Bajo estas nociones es evidente que el orientalismo no funciona como una ciencia 
positiva, sino que produce sesgos, impone limitaciones de conocimiento, pensamiento y 
acción sobre

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