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La era de la revolución 1789-1848 (resumen) - Hobsbawm, E

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EVOLUCIONES
 
1. El mundo. 1780-1790
 
I. La consecuencia más importante de la doble revolución (francesa, de carácter político, e inglesa, de carácter industrial, fue el establecimiento del dominio del globo por parte de unos cuantos regímenes occidentales sin paralelo en la historia. Los viejos imperio y civilizaciones del mundo se derrumbaban y capitulaban. La India se convirtió en una provincia administrada por procónsules británicos, los estados islámicos fueron sacudidos por terribles crisis, África quedó vierta a la conquista directa. Incluso el gran Imperio chino se vio obligado, en 1839-1842,a abrir sus fronteras a la explotación occidental. En 1848 nada se oponía a la conquista occidental e los territorios. El progreso de la empresa capitalista occidental sólo era cuestión de tiempo. Pero en el seno de la sociedad burguesa nace una nueva ideología, contradicción de la doble revolución. La sociedad comunista que comenzó como un fantasma, recorrió Europa y se apoderó de gran parte de ella tiempo después.
 
 El mundo cambió “demasiado rápido”. Entre 1760 y final de siglos, el viaje entre Glasgow y Londres se acortó de diez días a 62 horas… aunque esto solo sucedía en zonas contadas. El resto del globo estaba masivamente incomunicado. Las carretas eran usadas tanto para el transporte de personas como para el de mercancías (especialmente el correos). Vivir cerca del mar era vivir cerca del mundo: Sevilla era más accesible desde Vera Cruz que desde Valladolid. De todos los empleados del Estado, quizá sólo los militares de carrera podían esperar vivir una vida un poco errante, de la que sólo les consolaba la variedad e vinos, mujeres y caballos de su país.
 
II. El problema agrario era por eso fundamental en el mundo de 1789, y es fácil comprender por qué los fisiócratas consideraron indiscutible que la tierra, y la renta de la tierra, eran la única fuente de ingresos. Y que el eje del problema agrario era la relación entre quienes poseen la tierra y quienes la cultivan, entre los que producen su riqueza y los que la acumulan.
 Las relaciones de la propiedad se pueden dividir dependiendo la zona del globo donde estemos.
-América: destaca la importación de minerales y otras extracciones, así como esclavos, mucho más que productos agrarios. En este período el algodón es más preciado, en detrimento del azúcar.
 -Al este del Elba, el cultivador típico no era libre, sino que realmente estaba ahogado en la marea de la servidumbre, creciente casi sin interrupción desde finales del siglo XV o principios del XVI. La zona de los Balcanes surgió como países campesinos, pero en ellos no había una propiedad agrícola concentrada. Muchos estaban sometidos a límites cercanos a la esclavitud o eran criados domésticos. En el ámbito de la producción, eran casi independientes de Europa, en todo tipo de alimentos y materias primas.
 
 En general esto hacía que los aristócratas explotaran cada vez más su posición económica inalienable y los privilegios de su nacimiento y condición. Solo unas pocas comarcas habían impulsado el desarrollo agrario dando un paso adelante hacia una agricultura puramente capitalista, principalmente en Inglaterra. La gran propiedad estaba muy concentrada, pero el típico cultivador era un comerciante de tipo medio, granjero-arrendatario que operaba con trabajo alquilado. Una gran cantidad e pequeños propietarios, habitantes en chozas, embrollaba la situación. Con el cambio, entre 1760-1830, lo que surgió fue una agricultura de empresarios agrícolas –granjeros- y un gran proletariado agrario.
 El siglo XVIII no supuso un estancamiento agrícola. Por el contrario, si bien seguía siendo regional, una gran era de expansión demográfica, de amento de urbanización, comercio y manufactura, impulsó y hasta exigió el desarrollo agrario. La segunda mitad del siglo vio el principio del tremendo aumento de población.
 
III. La clase media de abogados, administradores de grandes fincas, cerveceros, tenderos e incluso el industrial parecía poco más que un pariente pobre. Era el mercader el verdadero director del desarrollo (en tanto el señor feudal lo era en Europa oriental). Por eso el sistema más conocido era el putting-out system, por el cual un mercader compraba todos los productos del artesano o del trabajo no agrícola de los campesinos para venderlo luego en los grandes mercados; temprano capitalismo industrial.
 El siglo XVIII debió toda su fuerza de desarrollo al progreso de la producción y el comercio, y al racionalismo económico y científico, que se creía asociado a ellos de manera inevitable. Las logias masónicas, donde no existía una diferencia de clases propagaron las ideas inglesas bajo un tupido velo francés: la igualdad y la libertad (después la fraternidad) fueron la bandera de su revolución. El objetivo principal de los ilustrados no fue el capitalismo, sino, a través del humanismo y las ideas racionalistas-progresistas, la libertad de todos los ciudadanos. Las monarquías absolutas del despotismo ilustrado encendieron la llama de la revolución intelectual y luego de la revolución práctica.
 
 
IV. Los reyes que se llamaron “ilustrados” lo hicieron movidos menos por un interés en las ideas generales que para la sociedad suponía la “ilustración” o la “planificación”, que por las ventajas prácticas que la adopción de tales métodos suponía para el aumento de sus ingresos y bienestar. La monarquía absoluta pertenecía a la feudalidad, que estaba dispuesta a utilizar todos los recursos posibles para reforzar su autoridad y sus rentas dentro de sus fronteras. Las únicas liberaciones del campesinado, anteriores a 1789, fueron en pequeños países como Dinamarca y Saboya, a pesar de que todos los grandes ministros tenían en su mente, como única solución, la abolición de la servidumbre. Las colonias rompieron el hielo, en este caso Irlanda y Estados Unidos, por vía pacífica o revolucionaria.
 El enfrentamiento entre Francia e Inglaterra significó la confrontación de dos sistemas políticos antagónicos. Los ingleses no sólo vencieron más o menos decisivamente en todas esas guerras excepto en una, sino que soportaron el esfuerzo de su organización, sostenimiento y consecuencias con relativa facilidad. La doble revolución iba a hacer irresistible la expansión europea, aunque también iba a proporcionar al mundo no europeo las condiciones y el equipo para lanzarse al contraataque.
 
 
2. La Revolución Industrial
 
I. Si bien este acontecimiento da sus primeros pasos a principios del siglo XVIII, no será hasta 1830 cuando la literatura de Balzac y los manifiestos de Engels y Marx se hagan cargo del proletario y la clase trabajadora hija del capitalismo. La Revolución Industrial supone que un día entre 1780-1790, y por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al poder productivo de las sociedades humanas, que desde entonces se hicieron capaces de una constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios. Esto es lo que ahora se denomina técnicamente por los economistas take-off, el crecimiento autosostenido. Ninguna sociedad anterior había sido capaz de romper los muros de una estructura en la que el hambre y la muerte se imponían periódicamente. Preguntar cuándo se completó es absurdo, pues su esencia era que, en adelante, nuevos cambios revolucionarios constituyeran su norma. Y así sigue siendo.
 Que el estallido se diera en Inglaterra no quiere decir que fuese superior científica y técnicamente hablando. En las ciencias naturales Francia era, con mucho, el baluarte de Europa. Las lecturas de los economistas ingleses eran tanto Adam Smith como Dupont, Quenay Turgot, Lavoisier y los italianos. La educación palmaria no estaba en Oxford o Cambridge, sino en Escocia, de donde surgieron los genios de esta revolución, como Watt, Telford, McAdam, James Mill. Hasta que Lancaster impusiera sus medidas, la educación inglesa no despegó. Además, los inventos de estos no requerían más conocimiento que el que se teníaa principio de siglo (excepto en química), y su aplicación fue muy posterior (unos 40 años).
 Las condiciones legales eran la gran ventaja. Un puñado de terratenientes de mentalidad comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez empelaban a gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. La agricultura estaba preparada para cumplir sus cuatro funciones fundamentales en una era de industrialización:
-aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no agraria
-proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutar para las ciudades
– suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los sectores más modernos de la economía
-así como la creación de excedente para exportar material e importar capital.
 
 El dinero no solo hablaba, sino que gobernaba. Pero hay zonas que, aunque en 1850 producían mucho más que en 1750 no habían disfrutado del salto cualitativo de Manchester o Birmingham. Empresarios e inversores cruzaron sus actividades. Había algo que alzaba a Gran Bretaña sobre el resto de naciones, que además tras las guerras napoleónicas quedaron sometidas: la industria algodonera y la expansión colonial.
 
II. Los esclavos y el algodón fueron en paralelo. Liverpool, Bristol y Glasgow crecieron al amparo de este tráfico de mercancías. La Revolución industrial puede considerarse, salvo en unos cuantos años iníciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el interior: en 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho. lientela de Lancashire. El comercio del opio, por su parte, lanzó los intercambios con CLas guerras napoleónicas cerraron Europa a este comercio, algo que volvió a reanudarse en 1820. Pero en las colonias, la industria británica había establecido un monopolio a causa de la guerra, las revoluciones de otros países y su propio gobierno imperial. Inglaterra dominó financieramente al continente sudamericano. India se convirtió en la (forzada) china desde 1820-1830. Los suministros ultramarinos de lana ganaron en importancia a partir de 1870.
 La gran industria del algodón se llevó por delante el trabajo manufacturero, de gran antigüedad. Muchos se rebelaron ante la pérdida de sus puestos de trabajo cuando y ala industria no los necesitaba para nada. Comenzaba la tiranía de las máquinas.
 
III. La industria como tal tiene su nacimiento en base al algodón. El textil es posterior y el vapor no se usaba mucho fuera de la minería. Con ella arrastró a otros sectores; por eso influyó en el progreso económico de Gran Bretaña. Se pasó de importar 11 millones de libras de algodón bruto en 1780 a 588 millones en 1850 (su producción suponía casi el 50% del total). La pequeña crisis entre 1830-1840 sacudió levemente el mercado del algodón y tambaleó toda la economía británica: queremos con esto mostrar lo importante que era el algodón para su estabilidad.
 La desviación de las rentas hacia el arrendatario, supuso levantamientos cartistas y otros en 1848 contra las máquinas, vistas como la raíz de los problemas. No solo proletariado, sino granjeros fueron los protagonistas. Por eso los pequeños burgueses y los obreros se unieron a los radicales ingleses, republicanos franceses o jacksonianos norteamericanos, dependiendo la localización.
 A los capitalistas solo les preocupaba el cómputo de sus ganancias; mientras tanto les daba igual las acciones proletarias. Los tres fallos del sistema fueron: el ciclo comercial de alza-baja, la tendencia de la ganancia a declinar y la disminución de las oportunidades de inversiones provechosas. Inicialmente la industria del algodón tenía muchas ventajas. Su mecanización aumentó mucho la productividad de los trabajadores, muy mal pagados en todo caso, y en gran parte mujeres y niños. La inflación que suponía la diferencia entre el coste de la materia prima y el beneficio que suponía la venta de la manufactura, quedó neutralizada (e incluso en descenso) en 1815.
 En los momentos de crisis había se ajustaba el presupuesto reduciendo los salarios de los trabajadores: se podía comprimir directamente los jornales, sustituir los caros obreros expertos por mecánicos más baratos o introducir máquinas en el lugar de un grupo. La medida más racional era introducir maquinaria. Entre 1800-1820 hubo 39 patentes nuevas, 51 entre 1820-1830, 86 en 1830-1840 y 156 en 1840-1850. Si bien la industria se estabilizó tecnológicamente en 1830, no sería hasta la 2/2 de siglo cuando la producción tuviera un aumento revolucionario.
 
IV. El problema de las producciones masivas es que necesitan un buen mercado de consumo. La industria militar, tras Waterloo, entró en decadencia y la de productos primarios no era excesivamente grande. Nunca falló, sin embargo, la industria del carbón: 10 millones de toneladas (90% de producción mundial) frente a 1 millón de los franceses) en 1800. El ferrocarril es el hijo de las minas del norte de Inglaterra: una gran producción requería una excelente movilización de producto.
 El ferrocarril constituía el triunfo del hombre mediante la técnica. Que requiriese de una gran inversión en hierro, acero, carbón y maquinaria pesado, de trabajo e inversión de capital, supuso que el ferrocarril impulsó, como ningún otro invento, el desarrollo de la segunda industrialización. Carbón y acero triplicaron su producción. La sociedad inglesa invertía sus riquezas y obtenía beneficios, la aristocracia y la sociedad feudal se lanzó a malgastar una gran parte de sus rentas en actividades improductivas. Esa fue la diferencia.
 Cuando el capital acumulado fue tanto que no lo pudo absorber el propio país, se decidió invertir en el extranjero, especialmente desde la década de 1820. Pero solían ser empresas fracasadas porque no se cumplían las expectativas: o terminaban por cobrar menos interés o el pago de este se retrasaba unos 40 años (como el caso de los griegos).
 
V. El factor más crucial que hubo de movilizarse y desplegarse, fue el trabajo, pues una economía industrial significa menos población agrícola, más urbana y un aumento general de la población, luego también se necesita mayor suministro de alimentos: una revolución agrícola. Para eso se hubo de terminar con los comunales medievales y las caducas actitudes comerciales del feudalismo. En 1846 se abolieron las Corn laws que retrasaban la entrada del capitalismo en el campo.
 Para que la industrialización urbana triunfara, había que hacer dos cosas: mecanizar el campo para liberar a muchos campesinos de su actividad tradicional y tentarlos a la industria y, después, formarlos para que estuviesen capacitados en sus puestos. En un principio, se contrataron mayoritariamente niños y mujeres (que resultaban más rentables).
 Si bien sus ciudades pronto se contaminaron y llenaron de niebla (recordad Oliver Twist!), los ingleses supieron utilizar muy bien sus recursos. A la altura de 1780 su consumo de algodó era dos veces el de los EE.UU y cuatro el de Francia; producía más de la mitad de lingotes de hierro del mundo; recibía dividendos de todas sus inversiones por el mundo. Gran Bretaña era el taller del mundo.
 
 
 
3. La revolución francesa 
 
I. Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la política. Entre 1789-1917, las políticas de todo el mundo lucharon ardorosamente en pro o en contra de los principios e 1789 o los más radicales de 1793. Proporcionó los programas de los partidos liberales, radicales y democráticos de la mayor parte del globo.
 Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones democráticas, en EE.UU. Bélgica, Holanda; pero fue la francesa la que más consecuencias tuvo. Fue la única verdadera revolución de masas (hemos de saber que 1/5 europeos era francés…) y radical (tanto que los extranjeros revolucionarios que se le unieron fueron luego moderados en Francia). Al contrario que la Revolución americana,la francesa influyó en ámbitos geográficos muy distantes: afectó en Sudamérica y fue el primer gran movimiento de ideas en la cristiandad occidental que produjo algún efecto real sobre el mundo islámico –caso de la India y Turquía-.
 En Francia, al contrario que en Inglaterra, el conflicto entre los intereses de antiguo régimen y la ascensión de las nuevas fuerzas sociales era peligrosamente agudo. Una monarquía absoluta, como la de Luis XVI, no aceptaría pequeñas dosis reformistas como las propuestas de Turgot. Hacía falta un gran cambio. La monarquía absoluta, no obstante, introdujo, por iniciativa propia a una serie de financieros y administrativos en la alta aristocracia, quienes fundían los descontentos de nobles y burgueses en los tribunales.
 La nobleza se granjeó numerosos enemigos: no solo ocupaba los puestos más importantes del Estado, sino que tenía una creciente inclinación a apoderarse de la administración central y provincial. La mayoría de la gente eran gentes pobres o con recursos insuficientes, deficiencia ésta aumentada por el atraso técnico reinante. La miseria general se intensificaba por el aumento de la población. Diezmos y gabelas también contribuían a ello.
 La revolución americana terminó con victoria para Francia, pero el precio fue demasiado alto: una bancarrota total. Aunque muchas veces se ha echado la culpa de la crisis a las extravagancias de Versalles, hay que decir que los gastos de la corte sólo suponían el 6% del presupuesto total en 1788. La guerra, la escuadra y la diplomacia consumían un 25% y la deuda existente un 50%. Guerra y deuda –la guerra norteamericana y su deuda- rompieron el espinazo de la monarquía.
 La Revolución comenzó con la “Asamblea de notables” de 1787 y la convocatoria a Estados Generales de 1789. Todo comenzó como un intento aristocrático de retomar el control, pero fue un error subestimar al “tercer estado” con una crisis económica tan profunda, dejándolo a un lado en los órganos representativos. La Declaración de derechos del hombre y del ciudadano es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios, pero no a favor de una sociedad democrática. No se pedía el fin de los reyes ni la conformación de una asamblea representativa (podía haber intermediarios. Pero eso sí: la soberanía residiría en la “Nación” (vocablo importante). Esta identificación iba más allá del programa burgués, tenía un acento mucho más radical y peligroso para el orden social.
 La crisis del trigo, que el pan duplicara su precio, el bandolerismo y los motines, hicieron de la Asamblea “ del juego de pelota”, algo más revolucionario y crítico de lo que cabría esperar. La contrarrevolución hico a las masas de París una potencia efectiva de choque. La toma de la Bastilla fue el símbolo del final del Antiguo Régimen en Francia: 14-7-1789.
 La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue liberal-radical. Por momentos esta dicotomía oscilaba hasta que finalmente quebró. Algunos burgueses dieron un paso más hacia el conservadurismo, al ver que los “jacobinos” llevaron la revolución demasiado lejos para sus ideales. El tercer estado no quería una sociedad burguesa, que progresivamente adquiría tintes aristocráticos.
 De los jacobinos, solo los sans-culottes tenían cierta iniciativa política. El resto, desarrapados y hambrientos eran incultos y seguían a líderes bien formados. Marta y Hébert defendían los interesas de la gran masa de proletarios, el trabajo, la igualdad social y la seguridad del pobre: igualdad, y libertad directa. Pero su utopía fue irrealizable y más fruto de la desesperación que de un plan bien trazado. Su memoria queda unida al jacobinismo, del que no siempre fue partidario.
 
II. Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas fueron las más duraderas. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea Constituyente eran completamente liberales: su política respecto al campesinado fue el cercado de las tierras comunales y el estímulo a los empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la proscripción de los gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones.
 La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero, sino de alejarlo del absolutismo romano.
 El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con una intervención desde el exterior, pero esto sería difícil debido a la buena situación del resto de países. Pero Europa se dio cuenta de que corría peligro su derecho al trono y se pusieron en marcha. La Asamble Legislativa pronosticaba la guerra y así fue desde 4-1792. Sin embargo fueron derrotados y las masas se radicalizaron. Los altos mandos fueron encarcelados, incluido el rey y la República fue instaurada.
 La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o eran eliminados del tablero de juego. Para ello movilizó el país como nunca se había hecho: economía de guerra, reclutamiento en masa, racionamiento, y abolición virtual de la distinción entre soldados y civiles. Por último, reclamaba sus fronteras naturales con dos propósitos: tumbar la contrarrevolución y conseguir más territorios con los que hacer la guerra económica a Gran Bretaña. En este clima, los jacobinos fueron ganando terreno palmo a palmo. Esto derivó en la toma de poder por los sans-culottes el 2-6-1793.
 
III. La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespierre, el gigante Danton, el elegante Saint-Just, el tosco Marat y el Comité de Salud Pública –Comité de guerra-, el tribunal revolucionario y la guillotina. Hubo 17.000 ejecuciones en 14 meses. El terror, a pesar de lo que se dice, fue mucho menor que el de las matanzas contra la Comuna de París en 1871 o las del siglo XX. Pero el caso es que tras ese tiempo de muerte, Francia se estaba desintegrando por los ataque extranjeros en todos los frentes. El resultado: la contrarrevolución vencida, un ejército mejor formado y más barato una moneda más estable (ya casi toda en papel) y un gobierno estable (aunque con otro color) que iba a comenzar una racha de casi veinte años de victorias militares ininterrumpidas.
 El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande nation-, las levas en masa y una Constitución radical que prometía el sufragio universal, alimento, trabajo y derecho a la rebelión. Se procuraría el bien común con unos derechos operantes para el pueblo (lo que implicaba el fin total de todo lo concerniente al sistema y los privilegios feudales).
 El rígido Robespierre venció al pícaro Danton, que acaudilló a numerosos delincuentes, especuladores, estraperlistas y otros elementos viciosos y amorales de la sociedad. La guillotina recordaba que nadie estaba seguro. Los procesos de descristianización disgustaron a algunos. El 27-7-1794, con la victoria en Fleurus y la ocupación de Bélgica, se dio paso a una revolución termidoriana que terminó con los andrajosos sans-culottes y los gorros frigios. Robespierre, Saint Just y Couthon, junto con otros 87 miembros, fueron ejecutados.
 
IV. Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media francesa para la permanencia de lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-1799). Tenían que conseguir una estabilidad política y un progreso económico sobre las bases del programa liberal original de 1789-1791. Los sucesivos regímenes hasta 1870 (Directorio, Consulado, Imperio, monarquía borbónica restaurada, monarquía constitucional, República e Imperio de Napoleón III, no fueron más que el intento de mantener una sociedad burguesa intermedia entre dos sistemas antagónicos: la república democrática jacobina y del antiguo régimen.
 El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se esperaba. Precariamente, los políticos oscilaron entre la derecha y la izquierda y tenían que hacer uso frecuente del ejército tanto contra los agentes exteriores como contra las rebeliones internas. En este contexto,es normal que Napoleón brotara en este clima de ambigüedad en el que los militares tenían más poder que los gobernadores. Poco a poco el ejército fue abandonando su carácter revolucionario y adquirió tintes de ejército tradicional y nacional, propiamente bonapartista.
 La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de mando. La rigidez castrense aún no estaba definida. El ejército no contaba con un abundante armamento, respaldado por una industria pesada efectiva. Contaba más la efectividad de actuación. Con estos Napoleón conquistó Europa, no solo porque pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con él el mundo tuvo su primer mito secular: de cónsul pasó a Emperador, estableció un código civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco nacional. El Corso hizo de la revolución liberal un régimen liberal asentado.
 Napoleón fue mito y realidad. Era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista, curioso, ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre romántico del XIX. Si bien construyó las estructuras de la universidad, la legislación, el gobierno, la economía, destruyó el sueño jacobino de la libertad, igualdad y fraternidad: ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión… Este mito revolucionario sobreviviría a la muerte de Napoleón.
 
 
4. Guerra
 
I. Entre 1792 y 1815 los enfrentamientos en el mundo, ya entre Estados, ya entre sistemas sociales, fueron continuos. Casi todos los intelectuales del momento –poetas, músicos, filósofos- apoyaron el movimiento, al menos antes y después del terror y antes del Imperio napoleónico. El jacobinismo solo contó con apoyo en Inglaterra –a través de los escritos de Tomas Paine, como Los derechos del hombre-; pero en el resto de lugares solo unos cuantos jóvenes ardorosos o iluministas utópicos apoyaron esta rebelión. En los lugares donde la nobleza era fuerte el ideal jacobino impregnó a las clases medias, pero no se pudo llevar a cabo acciones contra la fuerte nobleza, al contrario que en Irlanda, donde el malestar del país, más las ideas masónicas de los United Irishmen empujaron a la gente. No porque les gustaran los franceses, sino para buscar aliados contra los ingleses.
 En realidad, PP.BB. Alemania, Suiza y algunos estados italianos creyeron en el triunfo del proyecto jacobino (por particularidades de política exterior y economía).La tendencia del era convertir las zonas con fuerza jacobina local, en repúblicas satélites que, más tarde, cuando conviniera, se anexionarían a Francia (como el caso de Bélgica en 1795). Fue tal el crecimiento que experimentaron los ramales de la revolución que, en 1798, Inglaterra era el único beligerante… no podemos especular sobre una bien organizada actuación francoirlandesa; pero acaso hubieran forzado un tratado de paz-subordinación para los ingleses.
 En otro orden, paradójicamente, la importancia militar de la guerra de guerrillas fue mayor para los antifranceses que la estrategia militar del jacobinismo extranjero para los franceses. Socialmente hablando, no es descabellado afirmar que estas guerras fueron sostenidas por Francia y sus territorios fronterizos contra el resto de Europa (Austria, Rusia, España…). Gran Bretaña, por su parte, solo quería preponderancia económica y que en el continente unas fuerzas quedaran sometidas por las otras mientras ellos se expandían. Su objetivo no era de expansión territorial por Europa. Este conflicto se ganó la comparación con el romano-cartaginés: destrucción total el enemigo, que nunca pudo ser porque ninguno de los dos podía invadir con garantías las tierras del otro.
 Quienes se enfrentaron a Francia lo hicieron de modo intermitente, pues no tenían reales motivos políticos para chocar con ella. Los aliados franceses eran los sometidos por los antirrevolucionarios: la enemistad de A implica la simpatía de anti-A. En este caso los príncipes alemanes contra el emperador –Austria en este caso-, que crearon la Confederación Alemana y Sajonia –por el contra a Prusia-. Francia no tenía militares bien formados en marina, pero donde primaba la improvisación, la movilidad y la flexibilidad, enfrentamiento en tierra, no tenían rival: los altos mandos rusos rondaban los sesenta años de media… los franceses no más de treinta tres años. Esto es fruto de la revolución.
 
II. En 1802 se consolidó la supremacía de las zonas conquistadas en 1794-1798. Los ataque que recibió Francia entre 1805-1807 le granjearon muchas victorias que llevaron sus dominios aliados hasta las fronteras con Rusia. Sin embargo, Trafalgar fue el punto y final en la carrera hacia una posible invasión a través del estrecho o el establecimiento de contactos ultramarinos. 
 Tras la derrota de Leipzig, las fuerzas invadieron el imperio y sometieron a Napoleón desde todos los puntos geodésicos. El agónico intento de Waterloo terminó con todas las esperanzas de Napoleón.
 
III. Debemos centrarnos en los cambios fronterizos que sobrevivieron a Napoleón: en esencia se terminó la Edad Media y Alemania e Italia quedaban pre-configuradas. Los principados episcopales de Colonia, Maguncia, Tréveris desaparecieron, así como las ciudades libres. Solo los Estados Pontificios persistieron. Antes de estos cambios había Estados dentro de Estados o regiones bajo soberanía dual, aduanas entre territorios de un mismo gobierno… “fronteras”.
 El afán revolucionario de unificación y la codicia que asolaba a los pequeños condados, señoríos y demás, favoreció el acercamiento y conformación de naciones con más posibilidades de competencia. Pero más que las fronteras debemos destacar la constancia, el eco que tuvieron los códigos napoleónicos en las posteriores leyes y sistemas legislativos de Bélica, Renania e Italia. El feudalismo había sido vencido al oeste de Rusia y el Imperio Otomano.
 El congreso de Viena anduvo con ojo. Ya se sabía que una simple revolución podía saltar las fronteras, que la revolución social era posible, que las naciones existían al margen de los estados y los pueblos independientemente de sus dirigentes. La Revolución Francesa abrió los ojos al mundo para hacerles ver sus posibilidades. Una fuerza universal había cambiado el rumbo de la historia.
 
IV. Prácticamente ningún país sufrió una gran variación de sus cifras de población más allá de la merma que el ritmo de una guerra poco cruenta y las pocas epidemias y hambrunas que hubo podía ocasionar. No más del 7% de la población francesa fue llamada a filas (en la I G.M. fue el 21%). Los costes de la guerra no impidieron el crecimiento de Francia, pues los cubría con el dinero saqueado de los territorios dominados; pero perdió el comercio de ultramar. Inglaterra, por su parte, al no expandirse, sufrió más los efectos de las campañas porque, además, debía subvencionar a sus aliados en el continente. Pero Inglaterra salió como vencedora y estuvo a la cabeza de todos los estados, aún más de lo que lo estuvo en 1789.
 
5. La Paz
 
I. Tras veinte años de guerras las naciones se enfrentaban con la problemática de mantener la paz. Los reyes no eran más inteligentes ni más pacifistas, pero estaban asustados ante un nuevo brote social. Desde 1815 a 1914 no hubo en Europa (excepto la guerra de Crimea) una guerra en Europa que enfrentara a más de dos potencias. Para que esto fuera posible la diplomacia francesa, inglesa y rusa estuvo a la orden del día. Digamos que existió una tensa calma entre grandes potencias por zonas no-europeas.
 Francia reingresó en el concierto internacional de las monarquías. Los Borbones regresaron, pero ya nada volvería a ser como antes de 1789. En este caso se debieron respetar los cambios más importantes y se concedió una (moderadííiiisima) Constitución, Carta “libremente otorgada”. Inglaterra trató en Europa, tan solo, que ninguna nación fuera demasiado fuerte (por eso permitió la independencia de Bélgica en las revoluciones de 1830).
 El principal objetivo de la Confederación de Estados alemanes era mantener a los pequeñosestados occidentales alejados de la órbita francesa. En tanto Austria haría de equilibradora de las fuerzas en Centroeuropa (no le interesaba la inestabilidad). Rusia se expandió hacia Finlandia, Polonia y Besarabia.
 Para mantener el orden restablecido, se crearon los Congresos de las potencias, que solo se convocaron entre 1818-1822. No resistieron el posterior embiste. Inglaterra no apoyó la Santa Alianza porque de este modo el absolutismo hubiera impregnado Sudamérica, y precisamente los ingleses querían lo contrario. De hecho firmaron la Declaración Monroe de 1823 que tenía carácter profético. La independencia de sus estados estaba cercana.
 Las revoluciones de 1830 alejaron todas las tierras al oeste del Rin de las operaciones políticas de la Santa Alianza. Entretanto, la “cuestión de Oriente” alteraba el ritmo normal de la vida en los Balcanes. Rusia quería un acceso al Mediterráneo. G.Bretaña pugnaba por evitarlo. El tratado de “protectorado” entre rusos y turcos en 1833 fue visto como una afrenta por los ingleses. Desde 1840 Rusia ya estaba pensando en el fraccionamiento del Imperio islámico. Esta cuestión y la imposible alianza con los turcos frente a los rusos, llevó a la guerra de Crimea en 1854-1856 (único gran conflicto antes de la I G.M.).
 Aparte de este capítulo bélico, el resto de crisis fueron solo diplomáticas (Egipto profrancés, Imperio Otomano que tenía influencia sobre Egipto, Rusia que no quería guerra por Constantinopla…). Además, ninguna de las potencias tenía motivos para entablar lucha: todas estaban más o menos satisfechas tras 1815, excepto Francia, que no tenía aún fuerza para “quejarse” en alta voz. Entre 1815-1848 ningún gobierno francés arriesgaría la paz general por los interesas de su país. Solo Argelia fue la excepción en 1847.
 Inglaterra solo buscaba mantener sus colonias –sobre todo la India- y establecer puntos comerciales de esclavos en las cosas de África. Con las guerras del Opio (1839-1842) contra China, Inglaterra llegó a controlar 2/3 del subcontinente asiático.
 Más importante es la definitiva abolición de la esclavitud, por humanitarismo y por intereses comerciales: Inglaterra y Francia la abolieron entre 1834 y 1848.
 
6. Las Revoluciones
 
I. El objetivo principal de las potencias tras 1815 era evitar una segunda Revolución francesa, o la catástrofe todavía peor de una revolución europea general según el modelo de la francesa.
 La primera oleada revolucionaria tuvo carácter mediterráneo: Grecia, España y Nápoles, entre 1820 y 1821. La segunda reavivó los ánimos de independencia sudamericana. Bolívar, San Martín y O’Higgins liberaron la Gran Colombia, Perú y Argentina. Iturbe hizo lo propio con México y Brasil se separó sin más problemas de Portugal. Las grandes potencias las reconocieron rápidamente, pero Inglaterra, además, concertando tratados económicos.
 La segunda oleada fue más amplia aún. Todas las tierras al oeste de Rusia sufrieron alzamientos. Bélgica se independizó de Holanda en 1830, Polonia fue reprimida, pero en Italia y Alemania hubo graves convulsiones, el liberalismo triunfó en Suiza, España y Portugal padecieron guerras civiles e Inglaterra tuvo que aceptar la secesión religiosa de Irlanda: el catolicismo había sido legalizado. Esto derivó en la definitiva derrota de la aristocracia para dar paso a una clase dirigente de “gran burguesía” con instituciones liberales bajo una monarquía constitucional al estilo de 1791, pero con privilegios más restringidos. El EE.UU. de Jackson fue más allá: extendió el voto a los pequeños granjeros y los pobres de las ciudades. Pero hubo consecuencias aún más graves: los movimientos nacionalistas y de la clase trabajadora.
 La tercera “gran ola” fue la “primavera de los pueblos” de 1848, cuando la revolución mundial soñada por los rebeldes estuvo más cerca que nunca. Estalló y triunfo en casi toda Europa.
 
II. Las revoluciones, dependiendo de su origen:
-Liberales (franco-española): con su modelo en la revolución y el sistema de 1791. La monarquía sería parlamentaria y sus votantes restringidos por sus ganancias.
– Radicales (inglesa): cuya inspiración encuentra eco en la revolución de 1792-1793, jacobina, cuyo ideal es una república democrática hacia el “estado de bienestar”.
-Socialista (anglo-francesa): toman las directrices de las revoluciones postermidorianas, entre las que cabe destacar la protagonizada por Babeuf en 1796, con un carácter comunista, en la línea de Sant-Just.
 Pero todas tenían algo en común: la lucha contra la monarquía absoluta, la Iglesia y la aristocracia… o dicho de otro modo, aborrecían los regímenes de 1815 y lucharon contra ellos por distintas vías, como hemos visto.
 
III. Entre 1815 y 1830 aún no existía una clase trabajadora como tal. Solo las personas reunidas en torno a las ideas owenistas o “Los seis puntos de la Carta del pueblo” (Sufragio universal, voto por papeleta, igualdad de distritos electorales, pago a los miembros del Parlamento, Parlamentos anuales, abolición de la condición de propietarios para los candidatos) empezaban a mostrarse algo más radicales. Los discursos de Paine aún insuflaban aliento y también los escritos de Bentham.
 El deseo de luchar conjuntamente contra el zar y las naciones organizadas bajo su amparo contra las posibles insurrecciones, favoreció la creación de grupos organizados de reacción liberal. Todas tendían a adoptar el mismo tipo de organización revolucionaria o incluso la misma organización: la hermandad insurreccional secreta. La más conocida es la de los carbonarios, que actuaron sobre todo entre 1820-1821 y la de los decembristas. Desde 1806, de un modo latente, se reforzaron hasta que se presentó el momento apropiado: 1820. Muchas fueron destruidas en 1823, pero una triunfó: Grecia 1821, la cual sirvió de inspiración en los años siguientes.
 Las revoluciones de 1830 mostraron abiertamente el desasosiego económico y social. Los revolucionarios se ciñeron a los modelos de 1789 y no tanto a las sociedades secretas. Además, el capitalismo empobrecía a los trabajadores que se comenzaron a sentir miembros integrantes de una clase: la clase trabajadora. Un movimiento revolucionario proletario-socialista empezó su existencia. En estas fechas los liberales habían pasado de ser oposición al Antiguo Régimen a ocupar un escalafón en la política de sus países o, al menos, a presionar a los moderados. Esta fue la lucha que se siguió en adelante.
 Como en Inglaterra y Francia los liberales se fueron moderando e incluso reprimieron a algunos trabajadores, estos vieron en el Republicanismo social y demócrata una salida más afín a sus peticiones… y así sería como el movimiento obrero se radicalizó. Unos soñaban en las barricadas, otros en los príncipes convertidos al liberalismo, pero esta última apuesta era muy complicada. En 1834 se crea la Unión aduanera alemana, con Prusia al frente.
 La falta de perspectiva de una revolución europea hacía necesario, como pensó Marx, en una Inglaterra intervencionista o una nueva Francia jacobina y eso era imposible. Románticos o no, los radicales rechazaban la confianza de los moderados en los príncipes y los potentados, por razones prácticas e ideológicas. Los pueblos debían prepararse para ganar su libertad por sí mismos, por la “acción directa”, algo aún muy carbonario. Tomar la iniciativa planteaba la duda de si estaban o no preparados para hacerlo al precio de una revolución social.
 
IV. En Europa y América latina este espíritu revolucionario no se consumó. En Europa el descontento de los pobres y el proletario era creciente. El descontento urbano era universal en Occidente. Que la política estratégica y directiva, así como las sistemáticas ofensivas de los patronos y el gobierno, no triunfara redujo a los socialistas a grupos propagandísticos y educativos un poco al margen de la principal corriente de agitación.
 En Francia los grupos revolucionarios no eran tan proletarios como “patronos desengañados”. Saint-Simon, Fourier, Cabety Blanqui protagonizaron las agitaciones políticas de las clases trabajadores al alborear la revolución de 1848. La debilidad del blanquismo era la debilidad de la clase trabajadora francesa. Su objetivo era instaurar “la dictadura del proletariado”.
 La división de simpatías entre la extrema izquierda y los radicales de la clase media los llenaba de dudas y vacilaciones acerca de la conveniencia de un gran cambio político. Llegado el momento se mostrarían jacobinos, republicanos y demócratas.
 
V. Donde el núcleo del radicalismo lo conformaban las clases bajas y los intelectuales, el problema era mucho más grave. El levantamiento de los campesinos en Galitzia en 1846 fue el mayor de los movimientos campesinos desde 1789. Pero donde aún había reyes legítimos o emperadores, estos tenían la ventaja táctica de que los campesinos tradicionalistas confiaban en ellos más que en los señores. Por eso los monarcas aún estaban dispuestos a usas a los campesinos contra la clase media.
 Los radicales se dividieron en demócratas (que buscaban cierta armonía entre el campesinado y la nobleza/monarquía) y la extrema izquierda (que concebía la lucha revolucionaria como una lucha de las masas simultáneamente contra los gobiernos extranjeros y los explotadores domésticos. Anticipándose a los revolucionarios nacional-socialistas de nuestro siglo, dudaban de la capacidad de la nobleza y la clase media, cuyos intereses estaban fuertemente ligados al gobierno.
 En la Europa subdesarrollada la revolución de 1848 no triunfó bien por inmadurez política de los campesinos o por medidas demasiado férreas de los señores y monarcas, quienes odiaban hacer concesiones adecuadas u oportunas.
 
VI. La revolución de 1830 y 1848 tenían cosas en común: estaban organizadas por intelectuales y gente de clase media a los que, una vez el estallido, se unían los campesinos y demás gente. Además, siguieron patrones tácticos de la revolución de 1789. Pero mientras hubo un conato de política democrática las actividades fundamentales de una política de masas (campañas públicas, peticiones, oratoria ambulante- apenas eran posibles.
 La liga alemana de los Proscritos (que más adelante se convertiría en la Liga de los Justos y en la Liga Comunista de Marx y Engels), cuya médula la formaban jornaleros alemanes expatriados, era una de esas sociedades ilegales. El credo general que se extendía era el que rezaba que los aristócratas y reyes eran usurpadores de las libertades y que el gobierno debía ser elegido por el pueblo y responsable ante él. Veían la instalación de la república demoburguesa como un preliminar indispensable para el ulterior avance del socialismo.
 En el proyecto de la “Joven Europa” de Mazzini ya reflejaba el deseo de crear una sociedad internacional masónico-carbonaria. Respecto al exilio de los militantes de izquierdas, Francia y Suiza acogieron a gran parte de ellos. No es extraño que la I Internacional tuviera su génesis en la ciudad de “la gran revolución”
 
7. El nacionalismo
 
I. Desde 1830 el movimiento general a favor de la revolución se escindió. Un producto de esa escisión merece especial atención: los movimientos nacionalistas. Los movimientos que mejor simbolizan estas actividades fueron los llamados “Jóvenes”, fundados o inspirados por Giuseppe Mazzini. Este apelativo (“Joven Alemania”, “Joven Turquía”) señalaba la desintegración del movimiento revolucionario europeo en segmentos nacionales. Cada uno de esos segmentos nacionales tenía los mismos programas políticos, estrategia y táctica que los otros, en incluso una bandera tricolor. Aspiraban a la hermandad de todas, simultaneada con la propia liberación.
 La vanguardia de la clase media nacionalista libraba su batalla a lo largo de la línea que señalaba el progreso educativo de gran número de “hombres nuevos” dentro de zonas ocupadas antaño por una pequeña elite. Sin embargo, la importancia de los estudiantes en las revueltas de 1848 nos hacen olvidar que eran poco más de 40.000 en todo el continente.
 Otro factor que ayuda a comprender el nacionalismo es la adopción en documentos oficiales y libros universitarios, del idioma nacional como preferente. El latín y el griego, si bien continuaban enseñándose, quedaron relegados en la Dieta húngara y en Rumanía. Entre 1820 y 1840 se triplicó la publicación de libros en Alemania, lo cual nos habla de una evolución estratosférica en Centroeuropa. Por su parte, Francia y Bélgica tenían un 50% de analfabetos, España y Portugal llegaban al 80%. En síntesis, solo aquellos países que se habían asimilado la doble revolución tenían buenos índices de alfabetización y progreso: escandinavos, Irlanda, Inglaterra y EE.UU. sobre todo.
 Identificar el nacionalismo con la clase letrada no es decir que las masas, por ejemplo rusas, no se consideraran “rusas” cuando se enfrentaban con alguien de fuera. El hecho de que el nacionalismo estuviera representado por la clases medias y acomodadas, era suficiente para hacerlo sospechoso a los hombres pobres (si bien trataban de atraerlos con el señuelo de una reforma agraria). Para las masas, en general, la prueba de la nacionalidad era todavía la religión: los españoles se definían por ser católicos, los rusos por ser ortodoxos.
 
II. Fuera del área del moderno mundo burgués existían también algunos movimientos de rebelión popular contra los gobiernos extranjeros (entendiendo por éstos más bien los de diferente religión que los de nacionalidad diferente) que algunas veces parecen anticiparse a otros posteriores de índole nacional. No podemos considerar nacionales los movimientos de sij frente a los ingleses, la de los bereberes contra los pachás (el nacionalismo islámico está acuñado en el siglo XX) o la de los albaneses (que no solo luchaban contra sus gobernadores provinciales, sino que reclamaban mayor autoridad del sultán turco).
 El caso de Grecia es especial. Todas las clases educadas y mercantiles de los Balcanes y el área del mar Negro y Levante, estaban helenizadas por la naturaleza de sus actividades. Durante el siglo XVIII esta helenización prosiguió con más fuerza que antes, debiéndose, en gran parte, a la expansión económica en el floreciente Mar Negro. El nacionalismo griego fue comparable a los movimientos de elites de Occidente, lo que explica el proyecto de promover una rebelión por la independencia en los principados danubianos bajo el mando de magnates locales griegos. La philiké Hetairía –sociedad secreta y patriótica, protagonista de la revuelta de 1821- consiguió la afiliación de sectores más bajos.
 La independencia griega fue la condición esencial preliminar para la evolución de otros nacionalismos balcánicos en tanto que concentró en la Hélade a la dispersa clase ortodoxa, balcánica y culta que se repartía por el resto de territorios bajo el Imperio turco, intensificando el nacionalismo de los demás pueblos balcánicos.
 Los ideales de “panbalcanismo” o “panamericanismo” no eran viables, primeramente por la variedad de pequeñas repúblicas y segundo por la variedad de culturas e ideas. Sólo México, bajo la bandera de la Virgen de Guadalupe, inició un movimiento popular agrario, indio. El resto tan solo son embriones de una “conciencia nacional”.
 En ninguna parte se descubre nada que semeje nacionalismo, pues las condiciones sociales para ello no existen. El intelectual, el comerciante de turno tendría difícil luchar contra un gobierno tradicional si los tradicionales gobernados no recogían sus ideas. Por eso, aunque se tiene a simplificar el nacionalismo como resistencia antiextranjera, en Asia, los países islámicos e incluso África, la unión entre intelectuales y nacionalismos, y entre ambos y las masas, no se efectuaría hasta el siglo XX. Esto es porque el nacionalismo, como tantas otras cosas del mundo moderno, es hijo de la doble revolución.
 
8. La tierra
 
 I. Lo que sucediera a la tierra determinaba la vida y la muerte de la mayoría de los seres humanos entre los años 1789-1848. Como consecuencia, elimpacto de la doble revolución sobre la propiedad, la posesión y el cultivo de la tierra, fue el fenómeno más catastrófico de nuestro período. Los fisiócratas veían en la tierra la más básica de las formas de riqueza.
 Tres medidas tratarían de reactivar la producción agraria. En primer lugar, la tierra tenía que convertirse en objeto de comercio, ser poseída por propietarios privados con plena libertad para comprarla y venderla. En segundo lugar, tenía que pasar a ser propiedad de una clase de hombres dispuestos a desarrollar los productivos recursos de la tierra para el mercado guiados por la razón: intereses y provechos, y tercer lugar, la gran masa de la población rural tenía que transformarse en jornaleros libres y móviles que sirvieran al creciente sector no agrícola de la economía. Terratenientes capitalistas y campesinado tradicional eran los obstáculos. Inglaterra tomó las medidas más novedosas, Prusia las más conservadoras, montando el capitalismo sobre la estructura feudal sin una revolución previa.
 Norteamérica gozó de la mejor situación previa: el aumento de tierras libres virtualmente ilimitado y también de la falta de todo antecedente de relaciones feudales o de tradicional colectivismo campesino; solo los pieles rojas dificultaban esta tarea. En general todos los que tenían un pensamiento conservador aborrecían el liberalismo burgués.
 Mayorazgos y bienes eclesiásticos había que secularizarlos y venderlos para ponerlos en activo. A esto seguiría la pérdida del vínculo que el campesino poseía con la tierra y todo lo demás: su siguiente destino era la ciudad. Esto ocurrió parcialmente en las zonas no-europeas controladas por estos.
 En Inglaterra no hubo abolición del feudalismo. Terratenientes y campesinos estaban en armonía por la burguesía intermedia. El verdadero conflicto llegó con la inflación de los precios tras las guerras napoleónicas y la “Ley de pobres” de 1834 que arremetía contra los últimos campesinos, haciéndoles la vida realmente insoportable: así llegó el gran éxodo a la ciudad desde 1840. Dinamarca, por su parte, hizo algo similar, pero en vez de enriquecerse los terratenientes lo hicieron los propietarios rurales independientes.
 
II. En Francia, la abolición del feudalismo, los diezmos y los derechos señoriales fue asunto de la revolución, sobre todo jacobina que llevó las consecuencias de la política agraria más allá de los que el mismo desarrollo capitalista hubiera deseado. Ni terratenientes, ni cultivadores… muchos tipos de propietarios tachonaban la extensión del país galo. A partir de aquí, este ideal se trasladó al resto de países de Europa: en algunos casos comenzó las reformas, en otros las continuó. La vuelta de los regímenes autoritarios retrasó la cuestión.
 En general, cada posterior avance del liberalismo impulsaba a la revolución legal a dar un paso más para pasar de la teoría a la práctica y cada restauración de los antiguos regímenes lo aplazaba, sobre todo en los países católicos, en donde la secularización y venta de las tierras de la Iglesia era una de las más apremiantes exigencias liberales. Las tierras de la iglesia fueron una excepción: tenían muy pocos defensores y demasiados lobos rondándolas. Burgueses y nobles las adquirieron para sí. Ahora bien, la venta de las mismas no formó una clase media burguesa y emprendedora. Muchas veces los compradores fueron los mismos nobles y terratenientes que las codiciaban, de tal modo que el feudalismo anterior, en torno al Mediterráneo, adquirió una base legal sobre la que sustentarse.
 La influencia de la Revolución francesa, sumando al argumento económico racional de los trabajadores libres y la codicia de la nobleza determinaron la emancipación de muchos campesinos a lo largo de la primera mitad del siglo XIX.
 
III. Los campesinos deseaban tierras, pero no una economía agraria burguesa: pues solo ofrecía derechos legales a cambio de muchas pérdidas. Perderían los derechos comunales, protección señorial… un silencioso bombardeo a unas estructuras en las que siempre habían vivido. Aquellas tierras donde la revolución francesa no pudo dar las tierras a los campesinos, estos siguieron apoyando su sistema tradicional, al rey y a los clérigos. Exceptuando el movimiento de 1789, el resto buscaron el apoyo del emperador, rey o clérigo de turno. Que esto sucediera en la Alemania de 1848 condenó la revolución Solo donde se carecía totalmente de tierras había una tendencia más revolucionaria.
 El bakunismo y el marxismo iban a ser más efectivos porque iban a convencer al pueblo de que el rey y la iglesia eran aliados de los ricos locales y que ellos les hablaban con palabras comprensibles y cercanas. Antes de 1848 la burguesía era mal vista y su modelo solo se dejaría sentir pasada la primera mitad del siglo.
 
IV. En muchos sitios de Europa, como hemos visto, la revolución legal vino como algo impuesto desde fuera y desde arriba, como una especie de terremoto artificial más bien que como el desmoronamiento de una tierra hacía tiempo reblandecida. Esto fue más evidente todavía donde se impuso a una economía enteramente no burguesa conquistada por burgueses, como en África y en Asia, sobre estructuras firmemente establecida de carácter feudal.
 La propiedad de la tierra en la India prebritánica era tan compleja como suele serlo en sociedades tradicionales, pero no incambiables, sometidas periódicamente a conquistas extranjeras, pero apoyadas siempre sobre dos firmes pilares: la tierra pertenecía a colectividades autónomas. Los tributos solían cobrarse por comisionistas, por un lado, o ryotwari (que trataba de hacer individual la tasa de tributación de cada campesino, considerándolo propietario o arrendatario. En cualquier caso, los intereses de la Compañía de las Indias Orientales estaban cada vez más subordinados a los intereses generales de la industria británica. La aplicación del liberalismo económico a la tierra india ni creó un cuerpo de propietarios ilustrados ni un modesto campesinado vigoroso: solo incertidumbre. Si bien actualizó las estructuras político-administrativas, las hambrunas seguían azotando aquellas tierras de Asia. A pesar del Parlamento, las elecciones, las leyes… el contenido seguía siendo el mismo que antes.
 
V. La revolución en la propiedad rural fue el aspecto político de la disolución de la tradicional sociedad agraria; su invasión por la nueva economía rural y el mercado mundial, su aspecto económico. La agricultura local estaba muy al margen de las competencias internacionales. Solo un gran cataclismo en la sociedad agraria. Esto sucedió en Irlanda y en la India. Los campesinos solían ser sometidos a un altísimo tributo, mientras que solo la patata y la leche proporcionaban un aporte de hidratos y vitaminas suficiente. Eran grandes bolsas de pobreza. Pero ahora bien: cuando la población creciera más allá del límite de producción de patatas, se produciría una catástrofe. Y así fue en Irlanda, 1847: más de un millón de muertos.
 En Inglaterra, entre 1790-1800, la situación no era mucho mejor. El liberalismo económico proponía resolver el problema de los campesinos obligándoles a aceptar trabajo con jornales bajísimos o a emigrar. La ley de pobres, 1834, terminó por agudizar el problema. Su mísera situación no mejoraría hasta después de 1850.
 El campesinado francés, generalmente, estaba en mejores condiciones. En un nivel superior, los americanos.
 
 
9. Hacia un mundo industrial
 
I. Solo una economía estaba industrializada efectivamente en 1848, la británica, y, como consecuencia, dominaba al mundo. Probablemente entre 1840 y 1850, los Estados Unidos y una gran parte de la Europa central habían cruzado o estaban ya en el umbral de la Revolución industrial. Salvo en las zonas angloparlantes, la realidad social de 1840 no era muy diferente de la de 1788.
 Una revolución continental sin un correspondiente movimiento británico estaba condenada al fracaso, como preveía Marx. Lo que no pudo prever, en cambio, fue que el desniveldel desarrollo industrial entre la Gran Bretaña y el continente hacía inevitable que éste se alzara solo.
 El notabilísimo aumento de población estimulaba mucho, como es natural, la economía, aunque debemos considerar esto como una consecuencia, más que como una causa exógena de la revolución económica, pues sin ella no se hubiera mantenido un ritmo tan rápido de crecimiento de población más que durante un período limitado. También producía más trabajo, joven, sobre todo, y más consumidores.
 Otros factores clave son la expansión del ferrocarril y las carreteras, al tiempo que los canales y el paso de la navegación de vela a la de vapor y mayor tonelaje. Esto derivó en grandes movimientos migratorios (hasta cinco millones de personas abandonaron sus tierras de origen) y en que el comercio internacional se multiplicara por cuatro entre 1780 y 1850.
 
II. A partir de 1830 –el momento crítico que el historiador de nuestro período no debe perder de vista cualquier que sea su particular campo de estudio- los cambios económico y sociales se aceleran visible y rápidamente. Los cimientos de una gran parte de la futura industria se habían puesto en la Europa napoleónica, pero no sobrevivieron mucho al fin de las guerras, que produjo una gran crisis en todas partes. Después de esa fecha todo cambió, tanto que hacia 1840 los problemas propios del industrialismo eran objeto de serias discusiones en Europa occidental y constituían la pesadilla de todos los gobernantes y economistas.
 Con la excepción de Bélgica y quizá Francia, el monótono período de verdadera industrialización en masa no se produjo hasta después de 1848. El período 1830-1840 señala el nacimiento de las zonas industriales, y los famosos centros del mundo. Los artículos de consumo estaban dejando paso al hierro, acero, carbón, etc… Mientras Inglaterra aún practicaba masivamente la explotación de los primeros, Bélgica y Suecia se aferraban a los segundos.
 Las grandes ciudades apenas estaban industrializadas, aunque mantenían una gran población que cubría este déficit. De las ciudades del mundo con más de 100.000 habiatantes, aparte de Lyon, sólo las inglesas y norteamericanas tenían verdaderos centros industriales: Milán, en 1841, sólo tenía dos pequeñas máquinas de vapor.
 En Inglaterra, tras 200 años, no había una escasez real de ningún factor de producción para el desarrollo del capitalismo. En Alemania, por ejemplo, existía una falta manifiesta de capital: la gran modestia del nivel de vida de las clases medias lo corrobora. La multiplicidad de pequeños estados, cada uno con sus peculiares intereses y sus controles, contribuía a impedir el desenvolvimiento racional. La unión aduanera constituyó el triunfo de la mano de Prusia: garantía de inversiones y otorgamiento de condiciones favorables eran algunos de los planes. Los proyectos de financiación industrial de los hermanos Pererire fueron bien recibidos en el extranjero. Los banqueros, desde 1850, actuaron más como inversores que como banqueros propiamente.
 
III. Sobre el papel ningún país tendría que haber avanzado más: tenían ingenio, inventiva, gran desarrollo capitalista, sistemas de grandes almacenes, publicidad y ciencia. Sus financieros eran los más importantes, como hemos visto. Fundaron las compañías de gas e invirtieron en el ferrocarril de toda Europa. La clave para entender lo siguiente se debe a la misma Revolución francés, que perdió con Robespierre mucho de lo que ganara con la Asamblea Constituyente de 1790. Se prefería la inversión, la venta, el despilfarro en el extranjero en busca de la acumulación de capital.
 En tanto Estados Unidos crecía desorbitadamente. Solo un obstáculo ralentizó el proceso: el conflicto entre el norte (industrial, granjero y proteccionista frente al extranjero) y el sur (semicolonial, aliado comercial de Inglaterra). Rusia estaba llamada a ser otra de las grandes: por su tamaño, población y recursos naturales. El sistema feudal ya estaba decayendo en su seno. Pero donde no había independencia política, no había opción de desarrollo. Los mejores ejemplos son Egipto e India.
 De todas las consecuencias económicas de la era de la doble revolución , la más profunda y duradera fue aquella división entre países “avanzados” y “subdesarrollados”. El abismo entre los “atrasados” y los “avanzados” permaneció inconmovible, infranqueable y cada vez más ancho.
 
 
10. La carrera abierta al talento
 
I. Las instituciones oficiales derribadas o fundadas por una revolución son fácilmente discernibles, pero nadie mide los efectos que de ahí se siguen. El resultado principal de la revolución en Francia fue el de poner fin a una sociedad aristocrática… no al a “aristocracia” en el sentido de jerarquía de estatus social distinguida con títulos. Una cultura tan profundamente formada por la corte y la aristocracia como la francesa no perdería sus huellas. Sin embargo, la Restauración borbónica no restauró el antiguo régimen: cuando Carlos X quiso hacerlo fue derribado.
 Los periódicos modernos, la moda, los grandes almacenes, los escaparates públicos y el teatro abierto a la sociedad fueron inventos franceses. Balzac lo refleja bien en sus novelas. El efecto de la revolución industrial sobre la estructura de la sociedad burguesa fue menos drástico en la superficie, pero de hecho fue más profundo. El arado de la industrialización multiplicaba sus cosechas de hombres de negocios bajo las lluviosas nubes del norte. La sociedad, dice J.S. Mill, estaba dividida en señores, burgueses y obreros. Unitarios, baptistas, cuáqueros e independientes dio fuerza a los hombres nuevos que luchaban contra los inútiles aristócratas. Había un solo dios cuyo nombre era vapor y hablaba con la voz de Malthus.
 Dickens, en Tiempos difíciles, nos habla de la sociedad puramente burguesa y trabajadora que concatenó la época de la fábrica “georgiana” y la “victoriana”. Los pequeños empresarios tenían que volver a invertir en sus negocios gran parte de sus beneficios, pero al menos existía esa opción. Las masas de nuevos proletarios tenían que someterse al ritmo industrial del trabajo y a la más draconiana disciplina laboral o pudrirse si no querían aceptarla. La belleza era funcional: ferrocarriles, puentes, almacenes, un romántico horror en las interminables hileras de casitas grises o rojizas, que, ennegrecidas por el humo, se extendían en torno a la fortaleza de la fábrica.
 
II. Puede afirmarse que el resultado más importante de las dos revoluciones fue, por tanto, el de que abrieran carreras al talento, o por lo menos a la energía, la capacidad de trabajo y la ambición. Con toda probabilidad, en 1750 el hijo hubiera seguido el negocio de su padre. Cuatro caminos eran la alternativa: negocios, estudios universitarios, arte y milicia. Pero también es cierto que sin algunos recursos iniciales resultaba casi imposible dar los primeros pasos hacia el éxito… el camino de los estudios llegó a ser más respetable que el de los negocios.
 El hombre culto no cambiaba ni se separaba automáticamente de los demás como el egoísta mercader o empresario. Con frecuencia, sobre todo si era profesor, ayudaba a sus semejantes a salir de la ignorancia y oscuridad que parecían culpables de sus desventuras. El talento representaba la competencia individualista, la “carrera abierta al talento” y el triunfo del mérito sobre el nacimiento y el parentesco. La ciencia y la competencia en los exámenes eran el ideal de la escuela de pensadores; en otras palabras, estaba naciendo la meritocracia. En las sociedades donde se retrasaba el desarrollo económico, el servicio público constituía por eso una buena oportunidad para la clase media en franca ascensión.
 El liberalismo era hostil a la burocracia ineficaz, a la intromisión pública en cuestiones que debían dejarse a la iniciativa privada, y a las contribuciones excesivas. La administración extendía sus brazos al tiempo que las ciudades y la población crecían: más problemas requerían mayor eficacia. Pocos de esos puestosburocráticos equivalían a la carrera de un mariscal, además, pocos eran los que alcanzaban un nivel social equivalente a una clase media. Para quienes los caminos de la mejora social estaban cerrados, como las familias aledañas, la burocracia, el magisterio y el sacerdocio eran, teóricamente al menos, himalayas que sus hijos podían intentar alcanzar. La primera enseñanza seglar y religiosa era una salida eficaz.
 En cuanto a los negocios, la condición más importante era crear más deprisa jornaleros que patronos. Por otro lado, la independencia económica requería condiciones técnicas, disposición mental o recursos financieros que no poseen la mayor parte de los hombres y las mujeres.
 
III. Ningún grupo de la población acogió con mayor efusión la apertura de las carreras al talento de cualquier clase que fuese, que aquellas minorías que en otros tiempos estuvieron al margen de ellas no sólo por su nacimiento, sino por sufrir una discriminación oficial y colectiva.
 La gran masa judía que habitaba en los crecientes guetos de la zona oriental del antiguo reino de Polonia y Lituania continuaba viviendo su vida recatada y recelosa entre los campesinos hostiles. Pero en el oeste la cosa era distinta. Los Rothschild, reyes del judaísmo internacional, no sólo fueron ricos. También los hubo entre los intelectuales: Karla Marx, Benjamin Disraeli. La doble revolución proporcionó a los judíos lo más parecido a la igualdad que nunca habían gozado bajo el cristianismo. Los que aprovecharon la oportunidad no podían desear nada mejor que ser “asimilados” por la nueva sociedad, y sus simpatías estaban, por obvias razones, del lado liberal. La situación de los judíos los hacía excepcionalmente aptos para ser asimilados por la sociedad burguesa.
 El resto de las masas encontraban más difícil acomodarse a la nueva sociedad: el hombre que no mostrara habilidad para llegar a propietario de algo no era un hombre completo y, por tanto, difícilmente sería un completo ciudadano. El mundo de la clase media estaba abierto para todos. Los que no lograban cruzar sus umbrales demostraban una falta de inteligencia personal, de fuerza moral o de energía que automáticamente los condenaba. Además, se esperaba que, por ley malthusiana, los pobres restringieran su procreación por el hecho de tener pocos recursos. Sólo había un paso desde tal actitud al reconocimiento formal de la desigualdad que, como decía Henri Baudrillart en 1853, era, junto a la propiedad y la herencia uno de los pilares fundamentales de la sociedad humana.
 Los deberes estaban claros: trabajar. La convicción social de los derechos, de que el mérito era el calibre correcto y no la virtud eran residuos de una revolución que había enterrado la tolerancia de otros días más utópicos.
 
11. El trabajador pobre
 
I. Tres posibilidades se abrían al pobre que se encontraba al margen de la sociedad burguesa y sin protección efectiva en las regiones todavía inaccesibles de la sociedad tradicional. Podía esforzarse en hacerse burgués, podía desmoralizarse o podía rebelarse.
 El tejedor Hauffe decía que todo el mundo había inventado métodos para debilitar y minar las vidas de los demás. Ya nadie se acordaba del “No robarás a tu prójimo” ni de los consejos que Lutero daba al mundo en nombre del mundo. El pobre de la Edad Media solo necesitaba alimentarse, el del siglo XIX necesitaba comprar ropas y otros menesteres.
 Además, las dudas y vacilaciones con las que, fuera de las ciudadelas de la confianza liberal burguesa, empezaban los nuevos empresarios su histórica tarea de destruir el orden social y moral, fortalecía las convicciones del hombre pobre: no al individualismo. Samuel Smiles instruyó con su literatura moral a la clase media radical. Muchos, enfrentados a la catástrofe social, empobrecidos, explotados, hacinados en suburbios en donde se mezclaban el frío y la inmundicia, o en los extensos complejos de los pueblos industriales en pequeña escala, se hundían en la desmoralización. El alcoholismo era la “salida más rápida”, tanto que se expandió una “pestilencia de fuertes licores” por toda Europa.
 El crecimiento desmesurado de las ciudades y la falta de supervisión en las nuevas zonas industriales, favorecían el abandono urbano, el alcoholismo, la prostitución, la violencia, el suicidio, la desmoralización, el desequilibrio mental y la aparición de la peste (que dio paso a nuevos movimientos religiosos). La casi universal división de las grandes ciudades europeas en un “hermoso” oeste y un “mísero” este, se desarrolló en este período. Solo cuando las enfermedades tocaron a los ricos se procuraron sistematizar las mejoras de salubridad y control civil-policial.
 Esa apatía de la masa representó un papel mucho más importante de lo que suele suponerse en la historia de nuestro período. Estos mismos fueron los que –no es de extrañar- menos votaron en las elecciones de 1848.
 
II. La situación de los trabajadores pobres, y especialmente del proletariado industrial que formaba su núcleo, era tal que la rebelión no sólo fue posible, sino casi obligada. Ningún observador razonable negaba que la condición de los trabajadores pobres, entre 1815 y 1848, era espantosa. En 1840 esto comenzó a percibirse con mayor claridad. Por eso parece inevitable que surgieran los movimientos obrero y socialista. La primavera de los pueblos es consecuencia directa.
 Que no se cumplieran las expectativas malthusianas, sumado a las gravísimas carestías en que derivaban las malas cosechas, derivó en pérdidas de trabajo y mala alimentación… en una lucha por la vida: “el pan se comía de forma voraz; tanto que si hubiese estado cubierto de fango, lo habrían devorado igual” (McCord, The Anti-Corn Law League). Hasta la llegada del vapor y el ferrocarril a todas las ciudades, la situación general en estas no era mucho mejor que en el campo, donde el autoabastecimiento proporcionaba, por lo general, mejor nutrición.
 En torno a los pocos sectores mecanizados y de producción en gran escala, se multiplicaba el número de artesanos preindustriales, de cierta clase de trabajadores expertos y del ejército de trabajadores domésticos, mejorando a menudo su condición. Sin embargo, entre 1820-1830 el avance imperioso e impersonal de la máquina y del mercado los empezó a dejar de lado. Entrar en una factoría como “mano” era entrar en algo poco mejor que la esclavitud. En la década siguiente la situación material del proletariado industrial tendió a empeorar. Lo más lógico es que toda esta masa de trabajadores protestara.
 El rico se hacía más rico mientras el pobre se hacía más pobre. Y el pobre sufría porque el rico se beneficiaba: “si la vida fuera algo que pudiera comprarse con dinero, el rico viviría y el pobre moriría…” (decía el trabajador rural).
 
III. El movimiento obrero proporcionó una respuesta al grito del hombre pobre. No debe confundirse con la huelga, que es anterior a la Revolución Industrial. Lo verdaderamente nuevo en el movimiento obrero de principios del siglo XIX era la conciencia de clase y la ambición de clase. Una clase específica, la clase trabajadora, obreros o proletariado, se enfrentaba a otra, la del capitalista o patrono.
 Esto derivó en una supervisión continua de las condiciones de trabajo: sindicatos, sociedades mutuas, cooperativas, periódicos, instituciones, agitación. En fin, sería una cooperativa “socialista” (no en los términos que hoy entendemos). Fuera de Francia e Inglaterra, países que habían experimentado la doble revolución) no se conocía el término “clase trabajadora”.
 El movimiento y la conciencia proletaria estaba combinada con y reforzada por la jacobina, conjunto de aspiraciones, métodos y actitudes morales de la Revolución francesa. Deseaban respeto, reconocimiento e igualdad. La solidaridad y la huelga eran las mejores armas. Bajo el movimiento “cartista” se intentaron poner en práctica estos ideales. Las campañas políticas jacobinas se usaron para ello: periódicos, folletos, mítines y manifestaciones, motinese insurrecciones, si eran necesarios. Sin esto no habría podido ser posible la Carta del Pueblo ni el Acta de Reforma de 1832.
 (El rompehuelgas o esquirol era el Judas de la comunidad: la solidaridad era el primer requisito).
 
IV. El movimiento obrero de aquel período no fue ni por su composición ni por su ideología y su programa un movimiento estrictamente “proletario”, es decir, de trabajadores industriales o jornaleros. Fue, más bien, un frente común de todas las fuerzas y tendencias que representaban a los trabajadores pobres, principalmente a los urbanos. El frente común se dirigía contra reyes, aristócratas y clase media liberal.
 Los primeros sindicatos fueron las trade unions. Quienes adoptaron las doctrinas cooperativistas de Owen eran, en su mayor parte artesanos, mecánicos y trabajadores manuales. En Inglaterra, incluso, se comenzaban a organizar bajo sus propios jefes (por ejemplo, John Doherty, de los algodoneros irlandeses). Artesanos, deprimidos trabajadores y obreros integraban los batallones del cartismo.
 El movimiento obrero era una organización de autodefensa, de protesta de revolución, pero también un instrumento de combate, un modo de vida. Nada debían a los ricos, excepto sus jornales. Todo lo demás que poseían era su propia creación colectiva.
 
V. Sin embargo, cuando volvemos la vista sobre aquel período, advertimos una gran y evidente discrepancia entre la fuerza del trabajador pobre temido por los ricos y su real fuerza organizada, por no hablar de la del nuevo proletariado industrial. Era más un “movimiento” que una organización. Si no fue posible el intento más ambicioso de sistematizar las protestas, se debió a que los pobres de 1848 carecían de la sincronía y la madurez necesaria para ser capaz de hacer de una rebelión algo más peligroso para el orden social.
 
 
12. Ideología religiosa
 
I. Lo que los hombres piensan del mundo es una cosa, y otra muy distinta los términos en que lo hacen. Durante gran parte de la historia y en la mayor parte del mundo (quizá China sea una excepción), los términos generales en los que se concebía el mundo eran los de la religión tradicional. La religión comenzó a ser algo de lo que uno podía escapar. Este es el cambio más inaudito y sin precedentes: la secularización de las masas.
 El ateísmo declarado era bastante raro, pero entre los señores, escritores y eruditos ilustrados, era más raro todavía el franco cristianismo. Más floreciente fue la masonería racionalista, iluminista y anticlerical, sobre todo entre el sexo masculino. Pero el campesinado permanecía completamente al margen de cualquier lenguaje ideológico que no les hablara con las lenguas de la Virgen, los santos y la Sagrada Escritura. En síntesis, ni en el campo ni en la ciudad era popular la abierta hostilidad a la religión.
 Los filósofos no se cansaban de repetir que una moral “natural” y el alto nivel personal del individuo librepensador eran mejores que el cristianismo. Pero la superstición era propia del ignorante, el ignorante era quien no tenía una mínima educación y la educación brillaba por su ausencia entre la población campesina. Era complicado que vencer la religión tradicional.
 La burguesía estaba dividida ideológicamente entre los librepensadores, la mayoría de creyentes, católicos, protestantes o judíos; pero el primero era el más eficaz y dinámico. La prueba más evidente de esta decisiva victoria de la ideología secular sobre la religiosa es también su resultado más importante. El secularismo de la revolución demuestra la notable hegemonía política de la clase media liberal, que impuso sus particulares formas ideológicas sobre un vastísimo movimiento de masas. Si el liderazgo intelectual de la Revolución francesa hubiera venido sólo de las masas que en realidad la hicieron su ideología nos mostraría más señas de tradicionalismo. Por eso las revoluciones posteriores son seculares. Por eso la ideología de los modernos movimientos obreros está basada en el racionalismo del siglo XVIII, entre otras muchas cosas porque la cavidad de las parroquias en las ciudades se adaptaban, como en el campo, a la gran cantidad de población.
 Además, la ciencia se encontraba en abierto y creciente conflicto con las Escrituras al aventurarse por el campo evolucionista. Además, desacreditaban la Biblia cotejando con documentos históricos: Lachmann (Novum Testamentum) o David Strauss (Leben Jesu). La sociedad media, sin saberlo, se estaba preparando para las teorías de Darwin.
 
II. El crecimiento de la población hacía aumentar el número de fieles, pero no era proporcional. Solo el Islam y protestantismo sectario se expandieron a expensas de otras en inminente decadencia. Cuando las sociedades tradicionales cambian algo tan fundamental como su religión, es evidente que deben enfrentarse con nuevos y mayores problemas.
 El Islam se extendía con facilidad por África, ofreciendo una especie de sistema semifeudal a cambio de la esclavitud a la que estaban condenados en el mundo blanco. Sin embargo, el avance de la religión mahometana era mucho más complejo y trastabillado por el suroeste de Asia. El aumento de comercio y navegación que forjaba íntimos eslabones entre los musulmanes del sureste asiático y La Meca servía para aumentar el número de peregrinos y hacerlos más ortodoxos. Estos movimientos de reforma se ven favorecidos por la crisis de los imperios turco y persa. Los wahhabistas tuvieron mucho que ver en la extensión por Argelia y el Sahara. Por su parte el movimiento “bab” de Mohamed Alí era tan revolucionario que trataba de quitar el velo a las mujeres y volver a las prácticas del zoroastrismo.
 El arco temporal 1789-1848 también puede llamarse de “resurrección del mundo islámico”. Pero los movimientos religiosos fueron muchos, aunque en menor dimensión: el Brahmo Samaj en la India; de las tribus indias derrotadas por los blancos en EE.UU. Los movimientos milenarios se producirían a partir del siglo XX.
 Solo en el mundo capitalista encontramos el movimiento expansionista del sectarismo protestante. El renacimiento religioso de los países católicos tendía a tomar la forma de algún nuevo culto emocional, de algún santo milagroso o de alguna peregrinación dentro del armazón existente de la religión católica romana. En el este destacan las sectas de los dukhobor y los skptsi. Sin embargo, no eran tan numerosos como para producir un cisma. En cualquier caso, podemos hablar de una descristianización en masa, sobre todo entre los hombres.
 En los países protestantes el sectarismo ya estaba bastante asentado: la comunicación individual con Dios y la austeridad moral. Su implacable teología del infierno y la condenación y de una austera salvación personal la hacía atractiva también para los hombres que vivían unas vidas difíciles. El salvacionismo personal de John Wesley expresaba el antiesclavismo y la morigeración de las costumbres… pero de carácter antirrevolucionario, de ahí que lo absorbieran más fácilmente los ricos y poderosos, así como las masas tradicionales.
 Curioso es el caso del “Gran Despertar” de 1800 en los Apalaches. Cuarenta predicadores reunían entre 10.000 y 20.000 personas con un grado de histerismo orgiástico difícil de concebir: hombres y mujeres delirantes bailaban hasta la extenuación, entraban en trance a millares, “hablaban distintas lenguas” o aullaban como perros. La lejanía y el duro entorno estimulaban este tipo de “religiones”.
 
III. Por todo ello, desde el punto de vista puramente religioso, nuestro período fue de una creciente secularización y de indiferencia religiosa, combatidas por ramalazos de religiosidad en sus formas más intransigentes, irracionales y emocionales. Paine y Feuerbach son dos extremos antagónicos.
 La religión anticuada, decía Marx era el “corazón de un mundo sin corazón, como el espíritu de un mundo sin espíritu… el opio del pueblo”. Su literatlismo, emocionalismo y superstición protestaban a la vez contra doa una sociedad en la que dominaba el cálculo racional

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