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2149 -La-primera-Revolucion-Industrial--Deane (1)

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Phyllis Deane
LA
PRIMERA
REVOLUCION
INDUSTRIAL
 
 
BIBLIOTECA DIGITAL 
 
TEXTOS SOBRE BOLIVIA 
 
LA FILOSOFÍA DEL RENACIMIENTO, LA ÉPOCA MODERNA EN EUROPA Y 
ESPAÑA, LA GUERRA DE LOS 80 AÑOS, LAS FRONTERAS Y LA 
REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 
 
FICHA DEL TEXTO 
 
Número de identificación del texto en clasificación Bolivia: 2149 
Número del texto en clasificación por autores: 16194 
Título del libro: La primera Revolución Industrial 
Titulo Original: The First Industrial Revolution 
Autor: Phyllis Deane 
Traductor: J. Solé-Tura 
Editor: Ediciones Península 
Derechos de autor: ISBN: 84-297-0605-4. 
Imprenta: Hurope S.A. 
Año: 1991 
Ciudad y país: Barcelona - España 
Número total de páginas: 328 
Fuente: https://es.scribd.com/document/348551357/Deane-P-La-Primera-Revolucion-Industrial 
Temática: La revolución industrial 
 
Plivllis D eano. lecturcr de econ om ía en 
la U n iversid ad d e C am bridge y fellow en 
el Nevvnham C o lle g e . ha p u b licad o va­
r io s trab ajos sob re prob lem as r e la c io n a ­
d o s c o n la é p o c a d e la R ev o lu c ió n Indus­
tria l, tem a al (pie s e ha co n sa g r a d o e n te ­
ram en te . l i a r eco p ila d o , c o n la c o la b o ­
ración del p ro feso r V lilc h e ll . el Abstrae! 
of British llistorical Slatistics, obra im ­
p rescin d ib le para lo s e s tu d io s de la ép oca 
de la s gran d es tra n sfo rm a c io n e s e c o n ó ­
m ica s.
La profesora Phyllis Deanc nos ofrece, 
en la presente obra, un completo análisis 
del desarrollo de la economía británica 
durante el periodo 1750-1850. en el mo­
mento de la primera revolución indus­
trial y del comienzo efectivo del moder­
no desarrollo económico. La autora no 
se ha limitado, como ocurre en las Insto 
rias clásicas de la revolución industrial 
británica, a describir el proceso del pro 
greso tecnológico o los cambios socio­
económicos, sino que analiza también, 
entre otros, los cambios que motivaron 
el d esp eg u e de la industria británica en 
la segunda mitad del siglo XVIII y el 
papel jugado en su desarrollo por los 
diferentes estamentos sociales y los dis­
tintos organismos y entidades (gobierno, 
bancos, etc.). En definitiva, un análisis 
nuevo, completo y «comprensible» del 
terna, que tiene presentes los progresos 
recientes de la historia económica.
Phyllis Deane
LA PRIMERA 
REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Traducción de J. Solé-Tura
ediciones península ®
La ed ición original inglesa fue publicada por C am bridge U niversity Press, 
de L ondres, con el títu lo The First Industrial Revolution. © C am bridge U n i­
versity P ress, 1965.
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «copy­
right», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de 
esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluyendo la reprografla y el tratamiento 
informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públi­
cos, asi como la exportación e importación de esos ejemplares para su distribución en 
venta fuera del ámbito de la Comunidad Económica Europea.
Cubierta de Jordi Fom as.
Primera edición: febrero de 1968.
Octava edición: abril de 1991.
© de esta edición: Edicions 62 s|a ., Provenga 278, 08008-Barcelona.
Impreso en Hurope s /a . , Recared 2, 08005-Barcelona.
Depósito legal: B. 10 .420- 1991.
ISBN: 84-297-0605-4.
Prefacio
tíltimamente, los economistas y los políticos han expe­
rimentado un interés cada vez mayor por los problemas del 
desarrollo económico y, particularmente, por el de descu­
brir el camino que permitirá a los países pobres alcanzar 
los elevados niveles de vida de que gozan las sociedades in­
dustriales. Esta urgente problemática ha impelido también 
a los historiadores a analizar sus materiales de un modo nue­
vo, a aplicar los conceptos forjados por los teóricos del desa­
rrollo económico y a buscar las razones profundas en los 
casos —relativamente reducidos— de industrialización con­
seguida.
Este libro, que tiene su origen en una serie de confe­
rencias dadas a los estudiantes del curso Tripos de econo­
mía, en Cambridge, es un producto del citado interés por 
las cuestiones del desarrollo económico. Constituye un estu­
dio del desarrollo de la economía durante el período 1750- 
1850, en el momento de la primera revolución industrial y 
del comienzo efectivo del moderno desarrollo económico. El 
hecho de que la ruptura crucial se produjese espontánea­
mente, sin las ventajas de la planificación o de la previsión, 
parece darle una relevancia especial para los países que en­
cuentran dificultades para empezar o mantener un proceso 
de industrialización. Es un intento de aplicar los conceptos 
y las técnicas de la economía del desarrollo a un sector vital 
de la trayectoria histórica.
No se trata de una investigación original. Mejor dicho, 
lo es sólo parcialmente, pues he incluido los resultados de 
una encuesta sobre el desarrollo eco'nómico británico que 
el doctor W. A. Colé y yo misma llevamos a cabo, hace algunos 
años, en el Departamento de Economía Aplicada. El libro 
se basa esencialmente en las obras de numerosos historia­
dores de la economía y de la sociedad que han observado el 
pasado con lentes desarrollistas; se basa también en las his­
torias clásicas de la revolución industrial. De hecho, he re­
currido tanto a estos trabajos que mi libro es poco más que
5
una síntesis de sus ideas e investigaciones. La deuda que 
tengo con ellos no se refleja suficientemente en las nume­
rosas citas directas y en las referencias a pie de página.
Hay, sin embargo, cuatro personas a las que quiero expre­
sar mi profunda gratitud. El profesor Simón Kuznets, el pri­
mero que suscitó mi interés por el análisis histórico del de­
sarrollo económico; el profesor T. S. Ashton, cuya visión de 
este periodo de la historia británica ha influido en un grado 
extraordinario en mis propias ideas; el profesor David Jos- 
lin, que leyó y comentó una primera redacción del libro y 
miss Edith Whetham, que me aclaró algunas cuestiones de 
la historia de la agricultura. Ni que decir tiene que ninguno 
de ellos es responsable de los errores de hecho, de interpre­
tación o de análisis que yo haya podido cometer.
P. M. D.
Cambridge, junio 1965
6
I. El punto de partida
Hoy es casi un axioma de la teoría del desarrollo eco­
nómico afirmar que el camino de la opulencia pasa por una 
revolución industrial. Un proceso continuo —algunos dirían 
«autosostenido»— de desarrollo económico, que permita a 
cada generación confiar (aparte de las guerras y las catás­
trofes naturales) en la posibilidad de gozar de niveles de pro­
ducción y de consumo superiores a los precedentes, un 
proceso continuo de este tipo sólo es posible para las naciones 
que se lanzan por el camino de la industrialización. La enor­
me disparidad entre los niveles de vida de los habitantes 
del siglo xx y los niveles de vida de los actuales países sub­
desarrollados o atrasados se debe esencialmente a que los 
primeros se han industrializado y los segundos no.
Esto no quiere decir que exista un proceso o un aconte­
cimiento llamado revolución industrial que adopte la misma 
forma en todos los países en que ocurre. Sí quiere decir, en 
cambio, que existen transformaciones determinadas e iden- 
tificables en los métodos y en las características de la or­
ganización económica que, tomadas conjuntamente, constitu­
yen un proceso del tipo que designaremos con el nombre 
de revolución industrial. Entre dichos cambios —relaciona­
dos entre sí— cabe incluir los siguientes: 1) aplicación am­
plia y sistemática de la ciencia moderna y del conocimien­
to empírico al proceso de producción para el mercado; 2) es- 
pecialización de la actividad económica en la producción 
para los mercados nacionales e internacionales más que para 
el uso familiar o local; 3) movimiento de la población de las 
comunidades rurales hacia las urbanas; 4) ampliación y des­
personalización de una unidad típica de producción:pasa a 
fundarse más en la empresa privada o pública y menos en la 
íamilia o la tribu; 5) movimiento de la mano de obra de las 
actividades relacionadas con la producción de bienes prima­
rios a la producción de bienes manufacturados y servicios; 
6) uso intensivo y extensivo de los recursos de capital como 
substitutivo y complemento del esfuerzo humano, y 7) apari­
7
ción de nuevas clases sociales y profesionales determinadas 
por la propiedad de (o por la relación con) medios de pro­
ducción que no sean la tierra, es decir, el capital.
Si estos cambios, relacionados entre sí, se producen con­
juntamente y alcanzan un grado suficiente, constituyen una 
revolución industrial. Siempre se han asociado con un incre­
mento de la población y con un aumento del volumen anual 
de bienes y servicios producidos.
La primera revolución industrial se produjo en Gran Bre­
taña y tuvo una característica particularmente interesante: 
surgió espontáneamente, sin la ayuda del Gobierno (ayuda 
que ha constituido, por el contrario, la característica de la 
mayoría de las revoluciones industriales triunfantes). La fe­
cha exacta de su aparición está todavía en discusión. El pri­
mer historiador de la economía que analizó la experiencia bri­
tánica de la industrialización en función de este concepto de 
revolución específica fue Amold Toynbee, quien pronunció 
una serie de conferencias sobre el tema en la Universidad de 
Oxford en 1880.* Señaló en el año 1760 como punto de par­
tida y durante medio siglo su enfoque del problema se con­
sideró indiscutible, hasta que el profesor Nef, historiador 
norteamericano, puso en duda la significación del límite his­
tórico que implicaba. Insistió en la continuidad esencial de 
la historia y situó los comienzos de la gran industria y del 
cambio tecnológico en el siglo xvi y principios del xvn. Se­
gún Nef: «La aparición del industrialismo en Gran Bretaña 
se puede considerar como un largo proceso iniciado a media­
dos del siglo xvi y culminado victoriosamente con el estable­
cimiento del estado industrial a finales del siglo xix, más 
que como un fenómeno manifestado súbitamente a finales 
del siglo xviii y comienzos del xix.» 2
Diversos historiadores de la economía, que han empezado 
a explorar y a utilizar masivamente los datos estadísticos so­
bre el ritmo del desarrollo económico, han propuesto recien­
temente nuevas interpretaciones. Las mejores series estadís­
ticas, las más completas, las que abarcan todo el siglo xviii 
son las del comercio con ultramar; por ello la interpretación 
estadística de la revolución industrial se ha visto muy con­
dicionada por los movimientos del comercio exterior. En 
1920, Paul Mantoux señaló ya que las curvas de las impor­
taciones y exportaciones y del tonelaje entrado y salido en 
los puertos británicos «suben casi verticalmente hacia el fi­
8
nal» del siglo xvm, es decir, inmediatamente después de la 
baja provocada por la guerra norteamericana.3 El profesor 
Ashton ha desarrollado este tema:
«Después de 1782, en todas las series estadísticas de que 
se dispone sobre la producción industrial se observa una 
fuerte elevación. Más de la mitad del aumento de los embar­
ques de carbón y de mineral de cobre, más de las tres cuar­
tas partes del aumento de la producción de paños finos, las 
cuatro quintas partes de la producción de estampados y las 
nueve décimas partes de la exportación de tejidos de algodón 
se concentraron en los últimos dieciocho años del siglo.»4
El profesor Hoffman, el economista alemán que recogió 
un índice de la producción industrial de Gran Bretaña, llegó 
a la conclusión de que «el año 1780 es la fecha aproximada 
en que el porcentaje anual de crecimiento industrial fue, por 
primera vez, superior a dos, nivel que conservó durante 
un siglo».9
Se tiende pues a fijar la fecha de la primera revolución 
industrial en 1780, cuando las estadísticas del comercio in­
ternacional británico indican un importante movimiento de 
alza. Aplicando este esquema, el profesor W. Rostow ha su­
gerido un límite histórico más preciso todavía y ha desarro­
llado la teoría de que el período 1783-1802 fue la gran línea 
divisoria en la vida de las sociedades modernas». Es el pe­
ríodo que él define como «despegue hacia el desarrollo sos­
tenido» de la economía británica, el intervalo en que las fuer­
zas de la modernización irrumpieron de modo decisivo y pu­
sieron en marcha un proceso automático e irreversible de 
desarrollo económico.6
Tenemos, pues, en un extremo el profesor Nef, que sitúa 
el comienzo de la revolución industrial a mediados del si­
glo xvi, con las nuevas industrias capitalistas del período isa- 
belino; en el otro extremo tenemos la dramática compre­
sión por parte del profesor Rostow, de la transformación 
esencial en un par de décadas, a finales del siglo xvm. El de­
bate continúa. Pero las diferencias entre sus protagonistas 
son, fundamentalmente, de acento más que de sustancia. Na­
die niega que en él período iniciado a mediados del siglo xvm 
ocurrieron cambios importantes y de profundas consecuen­
cias en el ritmo característico de la vida económica de Gran
9
Bretaña. Nadie niega tampoco que estos cambios constitu­
yeron una transformación que era, en cierto sentido, el pro­
totipo de la transición de las formas preindustriales a las 
formas industriales de organización económica que constitu­
yen en todas partes una condición necesaria para el moder­
no desarrollo económico. Los que, como Nef, quieren poner 
de relieve la continuidad profunda de la historia, fijarán los 
orígenes del proceso de industrialización en siglos anterio­
res. Los que, como Rostow, prefieren centrar la atención en 
las discontinuidades más importantes de la historia insisti­
rán en el carácter revolucionario de los cambios ocurridos 
en períodos relativamente breves y buscarán líneas divisorias 
cruciales, giros irreversibles en las series estadísticas. Son 
diferencias de método en el análisis y en la interpretación his­
tóricos, más que disputas sobre lo que ocurrió efectivamen­
te en la historia. Para comprender el proceso del cambio 
económico deben tenerse en cuenta ambos enfoques y reco­
nocer las discontinuidades importantes en el «manto incon­
sútil» de la historia.
Si partimos de mediados del siglo xvtii, partiremos de la 
Gran Bretaña preindustrial, aunque es evidente que el pro­
ceso de industrialización ya había comenzado. En el siglo 
siguiente se produjo una revolución en la vida social y eco­
nómica de Gran Bretaña que transformó la apariencia físi­
ca del país y estableció un modo de vida y de trabajo total­
mente distinto para la mayoría de sus habitantes. Esta pri­
mera revolución industrial tiene un interés especial no sólo 
para los historiadores sino también para los estudiosos del 
desarrollo económico moderno. Representa el comienzo es­
pontáneo del proceso creador de las sociedades opulentas de 
hoy, un camino para escapar a la miseria, es decir, lo que 
están intentando descubrir por sí mismos, desesperadamen­
te, las dos terceras partes, poco más o menos, de los habi­
tantes del mundo actual, los pueblos de los países subdesa­
rrollados.
¿Qué tipo de economía era, pues, la economía preindus­
trial de Inglaterra a mediados del siglo xvm? ¿Hasta qué 
punto se parecía a la de los actuales países preindustriales 
de Asia, África y Sudamérica? ¿Podemos establecer con cer­
teza las características que la distinguían de su propia for­
ma desarollada o de los países industrializados de mediados 
del siglo xix? Una lista de las características de las econo­
10
mías preindustriales del siglo xx contendría las siguientes: 
miseria extrema, lentitud del ritmo de desarrollo económico, 
fuerza de trabajo no especializada, disparidades regionales, 
es decir, grandes diferencias en los niveles de vida o de de­
sarrollo económico entre una región y otra. ¿Hasta qué pun­
to existían estas características —miseria, estancamiento, de­
pendencia de la agricultura, falta de especialización y de in­tegración regional— en la Inglaterra del siglo xvm?
1. La pobreza
En primer lugar, ¿cuál era el grado de pobreza del pue­
blo inglés en el siglo xvm?
Una manera de medir la pobreza a escala nacional con­
siste en recurrir a los datos de la renta nacional. La renta 
nacional de un país representa la suma total de bienes y ser­
vicios comprados o producidos por sus habitantes durante un 
año. Puesto que la renta de una comunidad depende del va­
lor de lo que produce y su poder de compra depende de su 
renta, tenemos, en realidad, tres maneras de calcular la ren­
ta nacional: 1) sumando las rentas de todos los habitantes;
2) valorando los bienes y servicios producidos por éstos; 3) 
sumando sus gastos. En principio, después de los ajustes ne­
cesarios para eliminar el doble cálculo (es decir, contan­
do sólo una vez los bienes incorporados en la producción de 
otros bienes dentro del mismo año), estas tres maneras 
de calcular la renta nacional deben dar el mismo resultado, el 
cual constituye una medida adecuada del valor total de la 
actividad económica de una nación. Si dividimos la renta 
nacional calculada de este modo por la cifra de la pobla­
ción, obtendremos un promedio que se puede considerar 
como un índice del nivel general de productividad o de vida.
Todo cálculo de esta índole que se base en las estadís­
ticas del siglo xvm será, naturalmente, aproximado. Pero si 
confiamos en los cálculos de la renta nacional realizados por 
reputados observadores que vivían en los períodos que nos 
interesan, obtendremos algunos puntos de referencia que pue­
den indicar los órdenes de magnitud implicados. Una de las 
primeras estimaciones de la renta nacional de Inglaterra y 
el País de Gales es la de Gregory King a finales del siglo xvn, 
compilada para ilustrar la solidez de la economía en la épo-
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ca de la Gloriosa Revolución: ? se reproduce en el cuadro 1. 
El siguiente intento sistemático de este tipo es, que noso­
tros sepamos, la lista establecida por Joseph Massie sobre 
las dimensiones y los ingresos de las diferentes clases de la 
comunidad, con un propósito más limitado: el de demostrar 
cómo se repartía en la nación la carga del impuesto sobre el 
azúcar.8 A finales del siglo xvm y comienzos del xix, el im­
puesto sobre la renta de Pitt estimuló muchos cálculos simi­
lares de la renta nacional, con la intención de saber a cien­
cia cierta cuál era la capacidad fiscal del país.0
Si tomamos como datos estas estimaciones de los con­
temporáneos y los ajustamos a los conceptos modernos so­
bre el contenido de la renta nacional, podremos llegar a la 
conclusión de que la renta nacional en Inglaterra y el País de 
Gales a finales del siglo x v t i alcanzaba una cifra total que 
sugiere un promedio de 8 a 9 libras esterlinas anuales per 
capita; en 1750, el promedio se situaba probablemente entre 
las 12 y las 13 libras per capita; a finales del siglo xvm el 
promedio correspondiente era de unas 22 libras. Desde lue­
go resulta difícil saber lo que significaban los ingresos mo­
netarios en términos reales sin saber lo que se podía com­
prar con ellos. Los precios cambian y el valor de la moneda 
se altera. Para ver los ingresos del siglo xvm en la perspec­
tiva de los precios del siglo xx se debe medir la extensión de 
los cambios en el valor de la moneda. Lo que podemos ha­
cer, como primera aproximación, es intentar calibrar las va­
riaciones de precios entre entonces y ahora y convertir las 
cifras de la renta de 1750 en algo que podamos interpretar 
en términos de los precios actuales. Si examinamos, por 
ejemplo, los índices de precios de que disponemos para el 
período 1754-1954 llegaremos a la conclusión de que los pre­
cios de 1954 eran por lo menos seis veces superiores a los 
de dos siglos antes. Es un orden de magnitud muy tosco y 
elemental pero nos aa una base para formular un juicio su­
mario; basándonos en él podemos decir que una renta de 12 
libras anuales en 1750 equivale aproximadamente a más de 
70 libras anuales en la década de 1950. Ahora bien, 70 libras 
anuales es una cifra de renta bastante elevada en compara­
ción con los niveles actuales de algunos países subdesarro­
llados —en Nigeria, por ejemplo, a principios de la década 
de 1960, el promedio se calculaba en unas 30 libras per capita 
y en la India en unas 25. Es probable que la renta per ca-
14
pita en algunos países de la América central y meridional de 
mediados del siglo actual se acerque más a este nivel de 
unas 70 libras per capita. En el Brasil, por ejemplo, el pro­
medio se calculó, en 1961, en unas 95 libras y en México 
en 105.10
Estos cálculos implican una serie de comparaciones im­
precisas a distancia de tiempo y de espacio muy grandes; 
son, pues, toscos e impresionistas. No podemos utilizarlos 
como medidas seguras de los niveles de vida relativos. Sin 
embargo, para nuestro propósito es interesante observar que 
los cálculos indican con fuerza que los niveles de vida de 
que gozaban los ingleses en el umbral mismo de la prime­
ra revolución industrial, eran claramente superiores a los 
que prevalecen hoy en el Asia meridional o en Africa. Otras 
fuentes confirman esta impresión de que la Inglaterra pre­
industrial era un país más rico que la mayoría de los paísessubdesarrollados actuales. Sabemos, por ejemplo, que la eco­
nomía inglesa producía un excedente sustancial de los prin­
cipales alimentos. En 1750 las exportaciones de cereales equi­
valían a las necesidades de subsistencia de una cuarta parte, 
aproximadamente, de la población total de Inglaterra. Si la 
India dispusiera de unos excedentes alimenticios de esta 
magnitud relativa, todos sus problemas de intercambio ex­
terior desaparecerían. Otro ejemplo: en 1751 más de siete 
millones de galones de alcohol británico se sometieron a im­
posición fiscal en Inglaterra: en el momento culminante del 
boom del consumo de ginebra en Inglaterra la cifra superó 
los ocho millones de galones y el promedio de consumo su­
bió a casi un galón y medio por persona (promedio sacado 
en relación con el total de la población, es decir, hombres, 
mujeres y niños), lo cual indica un nivel de consumo fantás­
ticamente elevado de alcohol, mídase con el patrón que se 
quiera. Estas estadísticas no sugieren un nivel de bienestar 
muy elevado, pero si indican la existencia de un excedente 
económico, aunque se distribuyese por canales socialmente 
indeseables.
La elevación anual del índice de mortalidad en invierno, 
las revueltas periódicas contra la carencia de alimentos y 
la inmundicia y las enfermedades que asolaban las ciudades 
superpobladas demuestran que el nivel de vida de la mayoría 
del pueblo era extremadamente vulnerable a las dificultades 
temporales. Pero, en circunstancias normales y en las condi-
15
clones locales medias en que vivían la mayoría de la pobla­
ción, los pobres podían librarse de la miseria completa en 
la infancia, la enfermedad y la vejez gracias a la Ley de Po­
bres. Se ha dicho, incluso, que el pobre que trabajaba goza­
ba, en el período inmediatamente anterior a la revolución in­
dustrial, de un nivel de vida superior al de los años siguien­
tes, de revolución económica y social. Los Hammond, por 
ejemplo, afirmaron que «en comparación con el desgreñado 
siglo que le siguió, el siglo xvm era limpio, bien vestido y 
arreglado».11 Volveremos a tocar este punto cuando examine­
mos la famosa controversia sobre el nivel de vida de los 
obreros en la revolución industrial. Pero, podemos señalar 
ya que aunque el nivel de vida era simple y a veces desas­
trosamente vulnerable a las extremosidades climáticas de 
mediados del siglo xvm, existía un cierto excedente econó­
mico, un cierto aflojamiento de la tensión en la economía.
Puede observarse que los ingleses se hallaban en mejores 
condiciones que la mayoría de sus contemporáneos de otros 
países. En el siglo xvm, era evidente para todos que los tres 
países más ricos del mundo eran Holanda, Inglaterra y Fran­
cia. Así lo decía Gregory King en 1690 y lo mismo opinaba 
Adam Smith en 1770. Existían probablemente pocas diferen­
cias entre los niveles de vida de los ingleses y los holande­
ses a mediados del siglo xvm, pero, en cambio, parece indu­
dable que el inglés medio vivía mucho mejor que el francés 
medio de la época. Los observadores extranjeros que viaja­
ron por Inglaterra observaron que «el trabajador inglés va 
mejor vestido, está mejor alimentado y mejor alojado que 
el francés».12 Arthur Young, que viajó por Francia en víspe­
ras de la Revolución francesa (en 1780) calculó que las clases 
trabajadoras francesas «viven en condiciones inferiores en 
un 76 por ciento: están peor alimentadas, peor vestidas y 
cuentan con muchos menos recursos que las mismas clases 
en Inglaterra».13 Al contrario de los millones de seres mise­
rables de hoy en día, cuya suerte empeora ante la visible 
opulencia de los países vecinos, los ingleses del siglo xvm go­
zaban de un bienestar superior al de la mayoría de los ex­
tranjeros. Quizá es por esto que un historiador, observando 
la condición del pueblo inglés en el siglo xvm encontró «po­
cas pruebas de que el individuo medio de la clase trabajado­
ra pobre sintiese un amargo resentimiento o una gran de­
sesperación económica».14
16
2. La estagnación
Otra característica de una comunidad preindustrial, que 
la distingue de la industrializada, es que el nivel de vida y 
de productividad está relativamente estancado. Esto no quie­
re decir que no haya cambio económico ni desarrollo eco­
nómico en una economía preindustrial; quiere decir, única­
mente, que este desarrollo ocurre en forma pecosamente 
lenta o espasmódica o que es fácilmente reversible.
Se puede decir que hasta la segunda mitad del siglo xvm 
los hombres no tenían razón alguna para esperar el desarro­
llo. Los panfletistas que escribían en 1740, por ejemplo, uti­
lizaban las estimaciones de sir William Petty o de Gregory 
King —hechas medio siglo antes o más— para ilustrar sus 
afirmaciones sobre la situación económica. Tan pocos signos 
veían de desarrollo económico que no tenían reparo alguno en 
utilizar los cálculos de 1670 o de 1690 para hablar de las con­
diciones de 1740. Consideraban que la población, los precios 
y la productividad podían fluctuar tanto hacia arriba como 
hacia abajo y que no había razón alguna para esperar que 
irían en una dirección y no en otra.
Los datos de que disponemos nos permiten pensar que 
tenían razón, en líneas generales. La población, por ejem­
plo, fluctuó entre los 5’8 millones y los 6 millones en las pri­
meras cuatro o cinco décadas del siglo xvin y en 1741 se si­
tuaba cerca de los 5,9 millones únicamente.13 Los intentos 
recientes de medir el ritmo de crecimiento de la producción 
per capita parecen indicar que hubo una cierta mejora en la 
primera mitad del siglo, pero tan lenta que se necesitó un 
siglo y medio para doblar el nivel de vida.16 El hombre me­
dio no veía signo alguno de desarrollo económico en el cur­
so de su propia vida ni mejora alguna que no pudiese ser 
destruida en un solo año por una mala cosecha, una guerra 
o una epidemia. Así, en la Inglaterra preindustrial —como 
en muchas de las sociedades preindustriales actuales 17— el 
ritmo de aumento normal a largo plazo de la renta real per 
capita era inferior ai medio o al uno por ciento anual y era 
tan normal que la economía decayese como que se desarro­
llase. Existen, de hecho, elementos para creer que el nivel 
de renta del inglés del siglo xvm era inferior al del inglés 
de finales del siglo xv. El profesor Phelps Brown, por ejem­
plo, ha examinado las cifras de los salarios de los artesanos
HCS 22 2 17
de la construcción y de los precios de las mercancías que 
podían comprar y ha llegado a la conclusión de que hubo 
«un progreso de la productividad que merece el título de re­
volución y que casi multiplicó por dos el equivalente en mer­
cancías (de los salarios de los trabajadores de la construc­
ción) entre la Peste Negra (1349) y Agincourt (1415)». Este 
nivel de prosperidad se mantuvo, al parecer, durante casi un 
siglo y fue seguida por una fuerte baja— tan fuerte que en 
1630 el salario real del trabajador de la construcción era 
quizá «las dos quintas partes de lo que había sido en el si­
glo xv».18
En efecto, los niveles de vida de las comunidades prein­
dustriales no son estáticos —en el sentido de que no cambian 
nunca sino que están estancados— en el sentido de que las 
fuerzas que impulsan la mejora de la producción o de la pro­
ductividad no son más poderosas a la larga que las fuerzas 
que laboran por la decadencia. Una economía de este tipo 
tiende a caracterizarse por largas oscilaciones seculares de 
la renta per capita; en ellas, la variable significativa no es 
tanto el ritmo de crecimiento de la producción como el rit­
mo de aumento de la población. Cuando la población aumen­
tó en la Inglaterra preindustrial, el producto per capita dis­
minuyó; y si, por alguna razón (una nueva técnica de pro­
ducción o el descubrimiento de un nuevo recurso, por ejem­
plo, o la apertura de un nuevo mercado) la producción au­
mentaba, la población no tardaba en seguir y en muchos ca­
sos en nivelar el aumento de la renta per capita. Alternati­
vamente aumentada por la prosperidad y disminuidapor la 
enfermedad, la población era contenida dentro de límites 
relativamente estrechos por el carácter estático o por el len­
to desarrollo de los recursos alimenticios.
Este carácter esencialmente estancado de la comunidad 
preindustrial se reflejaba en su marco social e institucional. 
La estructura social y el lugar ocupado en la jerarquía de los 
ingresos iban estrechamente unidos a los derechos sobre la 
tierra: la densidad de la población estaba determinada, en 
gran parte, por la fertilidad del suelo y su distribución tra­
bada por la rigidez institucional. La movilidad de la mano de 
obra, por ejemplo, fue limitada por la Law of Settlement de 
1662, que hizo recaer en la parroquia la carga de la ayuda a 
los pobres. Las familias que vivían en un nivel próximo al 
de la pura subsistencia —y la mayoría se encontraban en
18
esta situación— se veían obligadas a encerrarse en los lími­
tes de sus propias parroquias porque sabían que sólo en 
ellas podrían obtener ayuda cuando les afectase el infor­
tunio económico. La agricultura era el medio fundamental de 
vida y muy pocas familias conseguían librarse de la amenaza 
constante de un desastre climatológico.
3. La dependencia de la agricultura
Ni que decir tiene que en una economía preindustrial la 
principal actividad económica es la producción agrícola. Un 
autor moderno, especialista en los problemas del desarro­
llo económico, ha dicho: «Puede definirse un país subdesa­
rrollado como un país en que el 80 por ciento de su pobla­
ción se dedica a la agricultura; un país desarrollado es el 
que tiene sólo el 15 por ciento de su población ocupada en la 
agricultura. En ambos casos, con ciertas variaciones en más 
o en menos por razón del comercio exterior.» 19 Aplicando 
este criterio, ¿hasta qué punto se puede decir que Inglate­
rra era un país subdesarrollado a mediados del siglo xvin?
No podemos saber con precisión cuántas personas se de­
dicaban a la agricultura porque no existe ningún censo la­
boral digno de confianza en Inglaterra, hasta 1841 (es de­
cir, cuando ya la revolución industrial contaba con más de 
medio siglo de antigüedad). Por otro lado, podemos formar­
nos una cierta idea de la situación de finales del siglo xvii, 
por ejemplo, estudiando el famoso Scheme of the income 
and expence of the several families of England» (Cuadro I) 
de Gregory King. Si examinamos la parte de la lista en que 
se refiere a las familias que «aumentaban la riqueza de la 
nación», es decir, las familias que tomaban las decisiones 
económicas más importantes (lo cual excluye a los traba­
jadores, a los labradores, a los pobres, a los soldados y a los 
marineros) y si deducimos los individuos que no dependían 
principalmente de la agricultura (funcionarios, oficiales de 
las fuerzas armadas, mercaderes, tenderos, miembros de las 
profesiones liberales, artesanos) tendremos un grupo de fa­
milias primariamente agrícolas que corresponden al 68 por 
ciento, aproximadamente, del total. En- 1750 la proporción 
había disminuido algo, seguramente, aunque sólo fuese por 
el mayor grado de urbanización y por una cierta expansión
19
de la industria y del comercio de ultramar. Pero, probable­
mente, se situaba todavía entre el 60 y el 70 por ciento.
Es evidente que la economía era predominantemente agrí­
cola, que la población era predominantemente rural y que 
la unidad de producción característica era la familia. Las 
industrias principales —la textil, en particular— estaban or­
ganizadas sobre una base doméstica, subordinada a la agri­
cultura. La mayoría de los que se dedicaban a tejer lana o 
algodón lo hacían en su propia casa. En la industria algo­
donera, por ejemplo, las mujeres y los niños recogían, lim­
piaban y ligaban el algodón en bruto y los hombres lo tejían. 
Los fabricantes de clavos y otros trabajadores metalúrgicos 
laboraban generalmente en cobertizos adyacentes a sus ca­
sas. Cuando un escritor de principios del siglo xvm calcu­
laba que casi un millón de personas trabajaban en la indus­
tria lanera británica seguramente no exageraba tanto como 
a veces se supone. Si en esta cifra se incluían todos los hom­
bres que aumentaban sus ingresos agrícolas tejiendo duran­
te los períodos de disminución de las labores agrícolas, to­
das las mujeres que tomaban ocasionalmente lana para hilar 
y todos los niños que ayudaban a sus padres a cardar la lana, 
no es difícil aceptar la posibilidad de que uno de cada diez 
miembros de la población trabajase en la industria lanera. 
En 1841, todavía, las cifras del censo oficial de Irlanda (que 
por entonces se encontraba todavía en una fase preindus­
trial) señalaban que casi una de cada ocho personas ocupa­
das trabajaban en la industria textil.
La mayoría de los habitantes de Inglaterra en el si­
glo xvin vivían en zonas rurales, aunque las ciudades co­
menzaban ya a crecer. En 1695, también según Gregory King, 
casi una cuarta parte de la población de Inglaterra y Gales vi­
vía en ciudades y centros comerciales (mercados), pero la ma­
yoría de estos centros eran poco más que pueblos grandes. 
Fuera de Londres (con casi medio millón de habitantes) sólo 
había en Inglaterra tres ciudades con más de diez mil habi­
tantes: Norwich (con unos 29.000), Bristol (con unos 25.000 y 
Birmingham (con unos 12.000). A mediados del siglo xvm la 
proporción de la población que vivía en concentraciones de
5.000 o más habitantes no excedía, probablemente, del 16 por 
ciento. La mayoría vivían en Londres, pero Liverpool y Bir­
mingham se habían unido a Norwich y Bristol como ciuda­
des con más de 25.000 habitantes y Manchester se aproxima­
20
ba rápidamente a esta dimensión. Sólo uno de cada cinco 
ingleses vivía en una gran ciudad.
4. La falta de especialización profesional
Una economia preindustrial se puede distinguir de una 
economía industrializada por un cuarto aspecto: que la se­
gunda está relativamente especializada. Es raro que un traba­
jador industrial fabrique un artículo completo. Generalmen­
te, participa en el proceso productivo realizando una tarea 
particular (a veces una sola operación) en la larga cadena 
de operaciones con que se convierte una materia prima en 
una mercancía a disposición del consumidor. En cambio, en 
una economía preindustrial el trabajador se dedica general­
mente a diversas ocupaciones y trabaja incluso en diversas 
industrias. Es el típico «hombre para todo».
Tenemos muchos testimonios sobre el carácter no espe­
cializado de la fuerza de trabajo en la Inglaterra del si­
glo xvii i. Las principales industrias eran industrias domésti­
cas subordinadas a I9 agricultura; la mayoría de los traba­
jadores, incluso en industrias capitalistas como la minería, 
la construcción o la metalurgia, pasaban de las labores in­
dustriales a las agrícolas en las épocas de cosecha o de siem­
bra y generalmente, los servidores domésticos se ocupaban 
tanto de la industria o el oficio del dueño como de las ta­
reas de la casa. Peter Stubs, cuya carrera industrial en la 
segunda mitad del siglo xviu ha sido descrita por Asthon, era 
posadero, preparador de malta, cervecero y fabricante de li­
mas al mismo tiempo.20
Por otro lado, la Inglaterra del siglo xvni no era tan poco 
especializada como algunos países subdeSarrollados actuales 
de Asia o Africa, donde la mayor parte de la actividad eco­
nómica es una pura actividad de subsistencia... es decir, de­
dicada a la producción de bienes y servicios que nunca se 
incorporan al proceso de intercambio sino que son consumi­
dos por el propio productor y su familia. El sector de sub­
sistencia parece que pasó a ocupar una posición secundaria 
en Inglaterra ya en el siglo xvu. Todavía existían muchos 
productores que obtenían la mayoría de sus ingresos de la 
producción no mercantil, pero debían entrar en la categoría 
de «labradores y pobres» cuando Gregory King elaboró su
21
cuadro de las familias a finales del siglo xvu. Sin embargo, 
no llegaban ni al seis por ciento de la renta nacional ni a la 
cuarta parte de la poblacióntotal. Un siglo más tarde, cuan­
do Patrick Colquhoun elaboró una lista comparable de las 
familias y de los ingresos en Inglaterra y Gales (en 1803) 
los productores del sector de pura subsistencia parecían ha­
berse reducido a una cantidad insignificante, porque Colqu­
houn no distingue ninguna clase de labradores como tal.21
En efecto, el grado de especial ización de la fuerza de tra­
bajo es un índice del grado de desarrollo económico alcan­
zado por una comunidad y a finales del siglo xviti en Gran 
Bretaña se había desarrollado ya una economía de mercado 
bastante compleja. Los ingresos del productor típico depen­
dían en gran parte de la producción de bienes y servicios 
para el intercambio en el mercado, a menudo para el inter­
cambio en un mercado internacional. En la Inglaterra del 
siglo xviii empezaba ya a formarse un proletariado, es de­
cir, una clase obrera sin propiedad alguna que dependía en­
teramente de su trabajo para un grupo de propietarios o de 
capitalistas. En la época en que Adam Smith pronunciaba 
sus lecciones (1770) existían ya fábricas que habían desarro­
llado considerablemente la división del trabajo. Su descrip­
ción de una fábrica de agujas en la que la fabricación de una 
aguja requería dieciocho operaciones distintas, cada una de 
las cuales podía realizarla un hombre diferente, es la ilus­
tración clásica de las ventajas de la división del trabajo.22 
Pero el productor típico no era todavía el empleado por cuen­
ta ajena. En una economía industrializada moderna la parte 
de la renta nacional de que disponen los empleados por cuen­
ta ajena es normalmente superior a las dos terceras partes 
—en todo caso, superior a la mitad. En cambio, en las ac­
tuales zonas subdesarrolladas (como en Nigeria) la propor­
ción puede ser inferior al diez por ciento. A principios del 
siglo xviii, en Inglaterra —si hemos de juzgar por las tablas 
de Gregory King— una tercera parte de la renta nacional, 
poco más o menos, se distribuía en forma de salarios y suel­
dos. Si tenemos en cuenta la creciente urbanización y la re­
ducción del sector de pura subsistencia (procesos induda­
bles en 1750) podemos deducir razonablemente que a me­
diados de siglo la proporción era superior a la mitad.
Más significativas, sin embargo, que la desaparición del 
sector de subsistencia o que la aparición de una fuerza de
22
trabajo proletaria eran las instituciones económicas espe­
cializadas que habían surgido en Inglaterra a lo largo del 
siglo xviii. El comercio con América del Norte, con África, 
con la India y con los países de Levante estaba en manos de 
compañías fletadoras cuyo capital procedía en gran parte 
de accionistas no participantes. Los riesgos del comercio ul­
tramarino los cubrían agentes y corredores de seguros es­
pecializados. En 1694 se había fundado el Banco de Ingla­
terra y a mediados del siglo xvm el sisiema bancario britá­
nico suministraba extensos y complejos servicios al Gobierno 
británico y a los comerciantes nacionales y extranjeros. El 
sistema bancario tenía que desarrollarse mucho todavía an­
tes de alcanzar la eficacia en el suministro de numerario y 
de crédito que llegó a tener en el siglo xix. Pero era un sis­
tema y como tal era muy superior al marco monetario indí­
gena de la mayoría de los países subdesarrollados actuales.
5. El escaso grado de integración geográfica
Finalmente, una quinta característica de la economía pre­
industrial —que se debe, en parte, a su dependencia de la 
agricultura y, en parte también, a su escaso nivel de especia- 
lización— es la falta de integración entre sus regiones. Es 
el resultado de un sistema de comunicaciones pobre. La con­
secuencia es que para la Inglaterra de mediados del si­
glo xvm no siempre es la economía nacional la unidad de 
análisis económico más conveniente. La mayoría de las de­
cisiones se tomaban en relación con las condiciones del mer­
cado regional y entre una región y otra la cualidad y los ni­
veles de la actividad económica y el carácter y la dirección 
del cambio económico variaban sustancialmente. Las dife­
rencias regionales en las condiciones del suelo y de clima, 
por ejemplo, unidas a las diferencias en el poder de com­
pra y en los gustos locales dan lugar a distintos patrones de 
consumo local. El alimento básico puede ser el trigo, la ave­
na, la cebada o el centeno. Los salarios nominales variaban 
mucho de nivel y de tendencia. En su investigación sobre los 
salarios del siglo xvm, la señora Gilboy no encontró una ten­
dencia común en las tres regiones examinadas (Londres, Lan- 
cashire y el Sudoeste): «No sólo divergía el movimiento 
sino también los niveles de los salarios».23 Encontramos di­
23
lerendas regionales similares en los precios de las mercan­
cías y en las cifras de producción. Cuando la producción de 
hierro bajaba en la mayoría de las regiones, aumentaba en 
Shropshire y en Staffordshire. El desarrollo de la industria 
lanera de Yorkshire coincidió con la decadencia de la indus­
tria en East Anglia.
A causa de estas diferencias regionales en las condicio­
nes económicas, las estadísticas relativas a una zona par­
ticular pueden no dar indicación alguna sobre los movimien­
tos comparables en toda la nación y los agregados nacio­
nales pueden ocultar las tendencias de aquellas regiones en 
que tienen lugar los cambios significativos. El intento de fi­
jar la cualidad y el ritmo del cambio económico a nivel na­
cional puede no dar ningún resultado significativo, tanto si 
buscamos las continuidades importantes de la historia como 
si lo que nos interesa son las discontinuidades importantes.
En resumen, es evidente que en la economía británica de 
mediados del siglo xvm se observan (aunque en grado limi­
tado) algunos de los rasgos que consideramos típicos de una 
economía preindustrial. Era una economía pobre, aunque 
disponía de un cierto excedente; estaba relativamente es­
tancada, aunque no era completamente estática; se basaba 
esencialmente en la agricultura, aunque el comercio y la in­
dustria eran sectores importantes —había incluso alguna fac­
toría—. La mayoría de la población vivía al borde del desas­
tre económico y si no tenía una suerte excepcional o no 
trabajaba con una intensidad extraordinaria tenía pocas pers­
pectivas de poder gozar de un nivel de vida netamente su­
perior en el curso de su propia vida. La mayoría de las deci­
siones económicas de la comunidad las tomaban las unida­
des de producción de base familiar, cuya producción por 
miembro dependía esencialmente de la extensión de sus po­
sesiones en tierra, barcos o bienes de consumo. Se puede 
calificar de «sociedad tradicional» en el sentido que le da 
Rostow, como la primera de las etapas del desarrollo eco­
nómico. Es decir, era una economía en la que existía un 
cierto «tope al nivel de la producción posible per capita».2* 
Al contrario de la economía industrializada, en la que la 
aplicación regular y sistemática de la ciencia y la tecnología 
modernas asegura una mejor continua de los métodos de 
producción, sus posibilidades productivas no superaban lí­
24
mites estrechos y relativamente previsibles, aunque en el si­
glo xvtti estos límites empezaban ya a ampliarse.
Los comienzos de la industrialización, del desarrollo y del 
cambio estructural eran ya aparentes a mediados del si­
glo xvii i. La población había iniciado en 1740 un proceso de 
crecimiento continuo. Los panfletistas que escribían a prin­
cipios de la década de 1740 consideraban que la población, 
los precios y los ingresos eran poco más o menos de medio 
siglo antes. Adam Smith y Arthur Young escribieron en 1770 
antes de la introducción de las innovaciones en la indus­
trial textil, el vapor y las construcciones metálicas que sim­
bolizaron los comienzos de la revolución industrial, y pu­
dieron hablar de una expansión de los ingresos reales, lo 
bastante importante como para que los contemporáneos tuvie­
sen conciencia de ella. En 1774, por ejemplo, Young es­
cribió:
«Cualquier persona puede considerarel progreso de to­
das las cosas en Gran Bretaña durante los últimos veinte 
años. Las grandes mejoras que hemos visto en este período, 
superiores a las de cualquier otro, no se deben a la Consti­
tución, a la modernización de los impuestos o a otras cir­
cunstancias de igual eficacia desde la Revolución, pues la 
existencia de dichas circunstancias no produjo antes estos 
efectos: la superioridad se debe a la cantidad de riqueza 
en la nación, que ha facilitado en un grado prodigioso la 
ejecución de todas las grandes obras de mejora.» 25
Adam Smith hablaba por la misma época del «progreso 
natural de Inglaterra hacia la riqueza y la mejora» y afir­
maba que «el producto anual de su tierra y de su trabajo 
es, indudablemente, inuy superior actualmente a lo que era 
en el momento de la restauración o en el de la revolución».-4*
Si aquella evidente expansión económica era o no en sus 
fí.ses iniciales más importante que las variaciones ocurri­
das a menudo en la historia de la Inglaterra preindustrial 
—variaciones invertidas de signo, subsiguientemente es 
una cuestión discutible. En cambio, es indudable que la de­
mografía, los precios, la producción y los ingresos tendían 
ya en 1750 al alza.
25
II. La revolución demográfica
Aunque pueden existir considerables diferencias de opi­
nión sobre las fechas exactas de los puntos cruciales en el 
desarrollo económico británico, los historiadores están de 
acuerdo en que el desarrollo sostenido —o el desarrollo eco­
nómico moderno, como dirían algunos— se inició a media­
dos del siglo xviu. Con anterioridad, el cambio económico 
era generalmente lento (cuando no precipitado por catás­
trofes no económicas); los niveles de vida tendían a fluc­
tuar violentamente a largo plazo. Después del período cita­
do, el cambio se hizo continuo, evidente y sistemático —era 
una parte de un proceso de industrialización tan evidente 
para los contemporáneos como lo es hoy para nosotros en 
retrospectiva. La producción nacional, la población y la ren­
ta per capita empezaron a aumentar, con ritmos variables es 
cierto, pero sólo con interrupciones breves. El desarrollo 
económico —sostenido y perceptible— se convirtió en una 
parte del orden normal de las cosas.
Acompañando a la revolución industrial en el tiempo, y 
en compleja relación de causa y efecto con ella, se regis­
tró una revolución demográfica, cuya mecánica no se ha 
comprendido todavía plenamente. Hay una cosa clara, sin em­
bargo. Uno de los rasgos distintivos de la moderna econo­
mía industrial (o industrializadora) en relación con las fa­
ses precedentes de la cadena del desarrollo económico es 
que implica un crecimiento sostenido y a largo plazo de la 
población y de la producción.
El ritmo de aumento de la población depende básicamen­
te, como es natural, del ritmo de crecimiento natural, es de­
cir, de la diferencia entre los índices de natalidad y de mor­
talidad. Y existen ciertos límites biológicos y físicos a la 
posible variación de estos índices. En una economía preindus­
trial, es decir, en una comunidad esencialmente agrícola, los 
índices de natalidad brutos (es decir, los nacimientos vivos 
por año y por cada mil habitantes) se sitúan generalmente 
entre 35 y 50. Dentro de estos límites, el índice efectivo varia­
27
rá según las características específicas de la comunidad; por 
ejemplo, según factores demográficos como la composición 
de la población por sexo y grupos de edad, los factores socio- 
- culturales (como edad de matrimonio y actitudes ante las 
dimensiones de la familia), factores económicos (como la de­
manda de trabajo infantil o lo que cuesta tener hijos) y acon­
tecimientos como las guerras, las epidemias y el hambre. 
Los índices de mortalidad tienden también a ser elevados, 
pero normalmente son inferiores a los de natalidad —los lí­
mites se sitúan generalmente entre el 30 y el 40 anuales. La 
población de una comunidad agrícola que no sufra pertur­
baciones en forma de epidemias, guerras y conmociones cul­
turales se caracteriza generalmente por un índice de au­
mento natural del 5 al 10 por mil; es decir, la población 
tiende a aumentar a un ritmo anual del medio al uno por 
ciento. Algunas comunidades industriales del siglo xx han 
conseguido índices de aumento natural superiores (entre el 
dos y el tres por ciento) porque el índice de mortalidad se 
ha reducido fuertemente con la introducción de técnicas mé­
dicas avanzadas. Pero, en las economías preindustriales de 
los siglos xviii y xix, y de antes, se puede considerar que el 
índice normal de aumento natural se situaba en los límites 
bastante estrechos, del 0’5 por ciento y del uno por ciento 
anuales.
Sin embargo, el índice normal de aumento natural se in­
terrumpía una y otra vez por una elevación súbita y dra­
mática del índice de mortalidad debida a epidemias viru­
lentas, a guerras o a una sucesión de malas cosechas. Una 
mala cosecha podía doblar o triplicar el índice normal de 
mortalidad en la zona más afectada, y una ciudad atacada 
por una epidemia podía perder una tercera parte o la mi­
tad de sus habitantes. El hambre y las epidemias se influían 
recíprocamente, aumentando sus respectivos efectos. Las 
enfermedades endémicas en comunidades agrícolas estanca­
das, muy localizadas, podían convertirse rápidamente en epi­
demias de vastas proporciones cuando las malas cosechas 
(que tendían inevitablemente a afectar más a unos distritos 
que a otros) provocaban movimientos de población de aque­
llas zonas en que los alimentos se habían agotado virtual- 
mente hacia las zonas en que todavía se podían obtener por 
el precio del trabajo humano.
Pero en el siglo xvm, en varios países de Europa occiden­
28
tal —entre ellos Gran Bretaña— los «puntos negros» del ín­
dice de mortalidad se hicieron menos frecuentes o menos 
violentos (probablemente, ambas cosas a la vez) y pudo afir­
marse la tendencia natural al crecimiento —lento pero real— 
de la población.1 Existen también testimonios de que, en al­
gunos distritos por lo menos, se produjo un aumento del ín­
dice de natalidad. Esto podía deberse, naturalmente, a las 
mismas razones que explican la reducción de los «puntos 
negros» en el índice de mortalidad. El mismo tipo de cri­
sis que provocaba un salto hacia arriba en el índice de mor­
talidad provocaba también una disminución en el número de 
embarazos y un aumento del de abortos. Todo lo que redu­
cía la violencia o la frecuencia de estas catástrofes cíclicas 
tendía a incrementar el número de nacimientos vivos. Sabe­
mos con cierto grado de certidumbre que la población de 
Inglaterra y País de Gales, que había fluctuado en torno a 
un nivel inferior a los seis millones de habitantes en las 
primeras tres o cuatro décadas del siglo xvni, empezó a au­
mentar, probablemente a partir de la década de 1740, y no 
ha cesado de crecer desde entonces. Tanto para la pobla­
ción —como para la producción— no es cierto en modo al­
guno que el cambio crucial en la tendencia del índice de cre­
cimiento se produjese en la década de 1740, pero es evidente 
que a finales del siglo xviti los cambios en los índices de na­
talidad y de mortalidad eran ya tan profundos que podemos 
calificarlos de verdadera revolución demográfica.
Permítaseme decir algo sobre el carácter de las pruebas 
en que nos basamos para analizar el aumento de la pobla­
ción en Inglaterra durante el siglo xvin. ¿Por qué vacilamos 
en afirmar con exactitud cuándo y por qué la población in­
glesa empezó a aumentar?
La respuesta es, esencialmente, que nuestras estadísticas 
sobre la población son incompletas. No existe ningún censo 
de la población de Inglaterra y País de Gales completo has­
ta 1801; no existe tampoco ningún registro oficial de los na­
cimientos y las muertes hasta 1839. Es cierto que ya se ha­
bía realizado, en relación con un impuesto, un cómputo a 
finales del siglo xvii sobre los nacimientos, las muertes y 
los matrimonios. Pero no parece que los datos fuesen reco­
gidos o sumados a escala nacional. CuandoGregory King 
realizó sus cálculos sobre la población, por ejemplo, tomó 
como punto de partida los ingresos por la contribución so­
29
bre los hogares y utilizó algunas de las estimaciones de la 
población de las parroquias de 1695 para calcular el pro­
medio de personas por hogar.2 En todo caso, cabe decir que 
las estadísticas recogidas específicamente a efectos fiscales 
no son de fiar porque existe un incentivo positivo a no dar 
los datos completos. Quizá el hecho de que el cómputo de 
1695 se utilizase como instrumento para el cobro de impues­
tos fue una de las razones de la oposición con que chocaron 
todas las propuestas de realización de un censo durante el 
siglo xviii. En 1753, por ejemplo, se presentó al Parlamentq 
un proyecto de ley para contar el número de personas y re­
gistrar el de matrimonios, nacimientos y fallecimientos, así 
como el de individuos acogidos a la beneficencia. En la Cá­
mara de los Comunes la oposición fue muy violenta y el re­
presentante de York insistió en que «un registro anual de 
nuestro pueblo dará a conocer a nuestros enemigos del ex­
terior nuestros puntos débiles, y la cifra de los pobres dará 
a conocer a nuestros enemigos del interior las dimensiones 
reales de nuestra riqueza» ;3 pero el proyecto fue totalmente 
rechazado por la Cámara de los Lores. De modo que en 1801, 
al realizarse el primer censo, los observadores informados 
discutían todavía si la población de Inglaterra y Gales au­
mentaba o disminuía, cuando, en realidad, la población es­
taba creciendo ya a un ritmo sin precedentes.
Las cifras que utilizamos actualmente para calcular las 
tendencias de la demografía inglesa entre 1700 y 1800 son, 
sin excepción estimaciones basadas, en gran parte, en datos 
sobre bautismos, entierros y matrimonios que el clero pa­
rroquial facilitó a John Rickman, el primer director del Cen­
so, extrayéndolos de los registros eclesiásticos con interva­
los de diez años a lo largo del siglo xvm. Al ser extraídos con 
estos intervalos pueden reflejar las circunstancias anorma­
les de algunos años concretos; por ello, sin una serie anual 
de estimaciones no podemos decir exactamente cuándo em­
pezó la tendencia al alza. Al basarse en los registros del cle­
ro anglicano omiten las cifras sobre los inconformistas, cuya 
proporción desconocemos. Además, no podemos suponer que 
esta proporción permaneció constante a través del tiempo 
o entre los diversos distritos. Un descenso en el número de 
bautismos, de matrimonios y de entierros en las cifras pa­
rroquiales, por ejemplo, puede reflejar un aumento del in­
conformismo, o una tendencia a no someterse a los proce­
30
dimientos del registro, más que un descenso propiamente 
dicho de los nacimientos, los matrimonios o los fallecimien­
tos. Por lo demás, los registros parroquiales no siempre eran 
completos —en algunas historias se dice que se utilizaban 
para embalar paquetes o para encender el fuego. No siem­
pre eran legibles, además. Sin embargo, no disponemos de 
otros datos; dependemos de ellos y hemos de convertirlos 
en estimaciones de la población sacando las mejores deduc­
ciones que podamos sobre la relación entre los bautismos, 
los matrimonios y los nacimientos registrados y los naci­
mientos, las bodas y los fallecimientos reales. Rickman, por 
ejemplo, hizo sus cálculos sobre la población del siglo xvm 
aplicando un coeficiente standard (basado en los resultados 
del censo del siglo xix) a una media de los datos anuales so­
bre los bautismos, los entierros y los matrimonios. Otros in­
vestigadores, en cambio, se han basado en una sola serie, 
con preferencia a las otras dos; existe además una gran va­
riedad de coeficientes posibles, según cuál sea el censo que 
se tome como base de cálculo v los ajustes realizados para 
ponerlos en correspondencia con las condiciones del siglo 
X V III.
Por tanto, nos encontramos ante diversas series posibles 
para la población de Inglaterra en el siglo xvm. Algunas son 
más sutiles y complejas que otras en sus presuposiciones, 
pero ninguna es definitiva ni goza de autoridad indiscutida.4 
La mayoría indican que la tendencia al crecimiento de la po­
blación inglesa puede fecharse en la década de 1740, pero 
existe un acuerdo general en que este crecimiento inicial era 
más bien modesto —no superior, en todo caso, a otros au­
mentos anteriores de la población, rápidamente anulados por 
un aumento del índice de mortalidad. La diferencia radica 
en que el aumento que fechamos en la década de 1740 no se 
invirtió de signo; al contrario: se aceleró hasta llegar a ni­
veles sin precedentes en la década de 1780 y siguió acelerán­
dose hasta llegar al máximo en la década 1811-1821.
La explicación tradicional del fenómeno consiste en que 
descendió el índice de mortalidad, a partir de 1740, especial­
mente en los grupos de edad infantiles. Cuando los niños 
sobrevivientes hicieron aumentar las dimensiones de los gru­
pos de edad infantiles, se produjo una elevación continua en 
el ritmo de crecimiento natural. £1 proceso fue reforzado 
—sigue diciendo esta explicación tradicional— por el des­
31
censo continuo del índice de mortalidad debido a la mejora 
de los conocimientos y de las técnicas médicas y por un mo­
vimiento de alza del índice de natalidad, debido al aumento 
del nivel de vida y a la vigorosa demanda de mano de obra 
en las primeras fases de la revolución industrial —digamos, 
desde 1760 o 1770 en adelante. En las cifras de defunciones 
se observa, indudablemente, una mortalidad espectacular­
mente elevada en la década de 1730 —que se relaciona ge­
neralmente con la época en que se bebía ginebra en grandes 
cantidades, especialmente en Londres—, mortalidad que des­
ciende a niveles mucho más bajos en la década de 1750. Tam­
bién es indudable que cuando el índice de mortalidad es ele­
vado, como ocurría en el siglo xvm, un descenso, aunque 
sea ligero, puede poner en marcha, si se sostiene, un proce­
so acumulativo de cambio demográfico.
Esta explicación ha dado lugar a muchas controversias. 
La idea de que el proceso de crecimiento demográfico fue 
puesto en marcha por un descenso del índice de mortalidad 
ha sido puesta en duda por algunos historiadores de la eco­
nomía, los cuales arguyen que existen testimonios tan váli­
dos como los anteriores para hablar de un comienzo de au­
mento del índice de natalidad. Por otro lado, el argumento 
de que la mejora de las condiciones médicas explica el apre­
ciable descenso del índice de mortalidad ha sido puesto en 
duda por los historiadores de la medicina. En tercer lugar, 
los estadísticos han expresado dudas sobre la afirmación de 
que los niveles de vida de la clase obrera aumentaban du­
rante las primeras fases de la revolución industrial: aducen, 
al respecto, que los salarios reales bajaron a medida que los 
precios aumentaban en el último cuarto del siglo xvm. Se 
ha argüido, finalmente, que el súbito crecimiento de 1740 se 
puede explicar, simplemente, como una reacción, como un 
ajuste compensatorio, ante los índices de mortalidad de 1730, 
excepcionalmente elevados, y que lo realmente revoluciona­
rio en las tendencias demográficas del siglo xvm fue que 
los índices de natalidad y de mortalidad no volviesen a los 
niveles preindustriales «normales» después de completar la 
compensación.
La primera cuestión es saber si lo que puso en marcha 
el aumento después de 1740 fue el índice de mortalidad o el 
de natalidad. Tras un cuidadoso estudio de los datos existen­
tes, el profesor Habakkuk ha demostrado5 que caben otras
32
explicaciones que las propuestas tradicionalmente por los his­
toriadores de la economía. Por ejemplo, se puede explicar 
postulando un descenso en la edad de matrimonio a causa 
de la mejora de las condiciones económicas y de la amplia­
ción de las oportunidades económicas (con su correspondien­
te traducción en un aumento del índice de natalidad). Pa­
rece que existen pruebas de una mejora de las condiciones 
económicas en las décadas cruciales. Los documentos dela 
época redactados por observadores bien informados sugie­
ren con fuerza: 1) que los niveles de vida de los trabajado­
res pobres mejoraban en las décadas inmediatamente ante­
riores al comienzo de la revolución industrial; 2) que en 
aquella época había carencia de mano de obra. Malthus, por 
ejemplo, escribió:
«Durante los últimos cuarenta años del siglo xvn y los 
veinte primeros del siglo xvm, el precio medio del trigo era 
tal que comparado con los salarios del trabajo sólo permitía 
al trabajador comprar, con el salario de un día, dos tercios 
de peck de trigo. De 1720 a 1750 el precio del trigo bajó, al 
tiempo que aumentaban los salarios, de modo que en vez 
de dos tercios el trabajador podía adquirir todo un peck de 
trigo con el salario de un día de trabajo.»6
Adam Smith sostenía un punto de vista similar. El comer­
cio ultramarino estaba en plena expansión y lo mismo ocu­
rría con la industria textil —la principal industria manufac­
turera británica de la época. El período 1730-1755 se carac­
terizó por una sorprendente serie de buenas cosechas, sin 
precedentes hasta entonces y que apenas se han vuelto a re­
petir. Por otro lado, las pruebas de que el descenso de la 
mortalidad afectó especialmente a los grupos de edad in­
fantiles están lejos de ser concluyentes, y sin esta presupo­
sición es difícil pretender que la aceleración posterior del ín­
dice de natalidad se articuló en torno al descenso del índice 
de mortalidad.
En efecto, el argumento consiste en decir que el descenso 
del índice de mortalidad que ocurrió indudablemente entre 
1730 y 1760 fue una reacción frente a un período de fuerte 
mortalidad; que el descenso —mayor todavía— que sugieren 
las estadísticas funerarias de 1780 a 1820 fue exagerado por 
serias deficiencias en el sistema de registro de fallecimien-
HCS 22. 3 33
tos; 7 y que la causa a largo plazo del aumento de la pobla­
ción fue el aumento sostenido del índice de natalidad. Esto 
puede atribuirse, a su vez, a la eliminación de los dos frenos 
económicos, sobre todo a la serie anormalmente prolonga­
da de buenas cosechas durante el período 1730-1755. Las bue­
nas cosechas significaron cereales más baratos y una mayor 
demanda de mano de obra para recoger el grano: permitie­
ron, pues, que la gente se casase más joven y procrease fa­
milias más numerosas. Más adelante, en el curso del mismo 
siglo esta tendencia al aumento de las familias fue reforzada 
por un nuevo elemento de presión: la posibilidad de colocar 
a los niños en ocupaciones industriales y el sistema de pres­
taciones familiares llamado Speenhamland (véase más ade­
lante).
Hasta que no se disponga de nuevos datos (está toda­
vía por emprender la investigación directa de muchos regis­
tros parroquiales), debe dejarse abierta la cuestión de si la 
causa del aumento demográfico iniciado a mediados del si­
glo xviii fue una elevación del índice de natalidad o un des­
censo del de mortalidad. Nadie niega que actuaron ambos 
factores. La discutible es cuál de los dos inició el primero la 
marcha —a largo plazo— hacia una nueva posición. El estu­
dio de los registros de Nottingham llevado a cabo por el pro­
fesor Chambers parece dar la razón al profesor Habakkuk 
cuando sostiene que el descenso del índice de mortalidad no 
fue tanto un descenso radical debido a la mejora de las con­
diciones médicas, sociales y económicas, como una reacción, 
fuerte y temporal, a un período de elevada mortalidad. Este 
argumento se basa, en parte, en el razonamiento de que los 
que sobreviven a un período de alta mortalidad tienden a 
ser, por lo general, más resistentes; sus índices de mortal'- 
dad serán pues, probablemente, anormalmente bajos. El pro­
fesor Chambers escribe sobre el índice de mortalidad de Not­
tingham:
«No se trata... de un descenso radical bajo la influencia 
de los factores de una mejor dieta y un mejor medio cir­
cundante, sino de una baja súbita y temporal debida a la au­
sencia de un factor que había convertido el período anterior 
en un período de mortalidad excepcionalmente alta, seguido 
por un retorno casi a los mismos índices de mortalidad del 
período preepidémico.»
34
Dicho de otra manera: «En lo que a Nottingham se re­
fiere, la época de las grandes catástrofes demográficas debi­
das a epidemias había terminado.»8
Contra la concepción que da la primacía al índice de na­
talidad como causa del aumento de la población en el si­
glo xvm, se ha argüido9 que cuando los índices de natali­
dad y de mortalidad son altos —como ocurría en Inglaterra 
durante el siglo x v iii— un descenso en el índice de la mortali­
dad es una explicación más plausible de un crecimiento sos­
tenido de la población que un aumento del índice de natali­
dad. Esto se debe a que un elevado índice de mortalidad de­
bido a una enfermedad infecciosa produce efectos desiguales 
en los distintos grupos de edad: se lleva con más rapidez 
a los niños que a los adultos. Cuando la incidencia de la en­
fermedad es alta, es razonable esperar que la mayor parte 
de los efectos de un aumento del índice de natalidad sean 
inmediatamente anulados por un aumento del índice de mor­
talidad debido a la expansión de aquellos grupos de edad en 
que el índice de mortalidad es más elevado. Se ha señalado, 
también, que no existen pruebas directas de un aumento sus­
tancial de la frecuencia de matrimonios en el siglo x v iii o 
de una reducción de la edad de matrimonio. Tampoco sabe­
mos a ciencia cierta si una reducción de la edad de matri­
monio pudo influir o no de manera apreciable en el período 
de crianza y formación de los hijos (y por consiguiente en 
el índice de natalidad a largo plazo). Por ejemplo, puede que 
fuese compensado en parte por una reducción de la edad 
en que cesa la fertilidad: los datos demográficos recogidos 
en Irlanda, por ejemplo, indican que un cambio de pocos 
años en la edad de matrimonio no tiene más que un peque­
ño efecto sobre la fertilidad del matrimonio.10 Finalmente, el 
argumento de que el aumento de la demanda de mano de 
obra lleva directamente a un aumento del índice de nata­
lidad y no indirectamente, a través de un cambio en el ín­
dice o en la edad de matrimonio, implica un cierto grado de 
planificación familiar y, por consiguiente, de control de na­
talidad: pero en la Inglaterra del siglo x v iii no existe rasgo 
alguno de esto.
Lo que sí parece deducirse sin lugar a dudas de las prue­
bas y los análisis aportados hasta ahora por los historiado­
res de la economía, de la sociedad y de la medicina es que 
a partir de la década inmediatamente anterior a 1750 hubo
35
una fuerte reducción del índice de mortalidad (debida, casi 
con toda certeza, a una reducción de la incidencia de las epi­
demias) y un aumento del índice de natalidad en el período 
posterior a 1750 (debido, en parte por lo menos, a los efectos 
secundarios de una reducción anterior de la mortalidad in­
fantil). Existen también algunos testimonios de un aumento 
anterior a 1750 del índice de natalidad; pero, dado que se ba­
san en datos sobre los bautismos, también pueden deberse 
a un descenso del inconformismo religioso; se han de ver 
pues, con desconfianza.
No está del todo claro por qué disminuyeron las epide­
mias. En lo que a la peste se refiere, las causas parecen ra­
dicar en una «oscura revolución ecológica entre los roedo­
res». Era, esencialmente, una enfermedad de las ratas inocu­
lada por las pulgas; por esto tenía que reducirse forzosa­
mente a medida que aumentaban los niveles de vida y los 
muros de zarzales y de argamasa eran reemplazados por los 
de ladrillo, los tejados de bálago por los de tejas, las este­
ras de juncos por alfombras, y a medida que la recogida 
sistemática de los desperdicios eliminaba los montones de 
basura que constituían los principales criaderos de ratas. Es 
probable que el gran incendio de Londres y su subsiguiente 
reconstrucción fuesen también una protección para la ciu­
dad, al reducir de modo permanente las colonias de ratas. 
Pero se ha argüido que loque liberó a Europa occidental de 
su vulnerabilidad a la peste fue el desplazamiento de la pe­
queña rata negra doméstica con su predilección por las ha­
bitaciones humanas y su carga de pulgas que pasaban fácil­
mente de ella al hombre, por la rata parda, que habita fue­
ra de las casas, tiene hábitos de vagabundaje y cuyas pul­
gas no se transmiten al hombre.11 Se dice que la nueva es­
pecie se introdujo en Inglaterra hacia 1728 y que pronto des­
plazó a su rival, más pequeña.
La peste no era más que uno de los factores de la ele­
vada mortalidad de la época preindustrial. Quizá debamos 
buscar otros cambios ecológicos similares para explicar la 
disminución de otras formas de enfermedad endémica o epi­
démica. La disminución de la malaria, por ejemplo —cuyo 
tratamiento constituía todavía una de las funciones más im­
portantes de los médicos del siglo xvil— puede atribuirse a 
la reducción del número de los mosquitos portadores, gra­
cias a una mejor higiene doméstica, al drenaje de los pan-
36
lanos y, quizá, a los cambios climáticos. Otras investigacio­
nes han relacionado la reducción de los «puntos negros» del 
indice de mortalidad con la serie de buenas cosechas, las 
cuales hicieron disminuir los movimientos migratorios de 
grandes masas miserables y mejoraron las condiciones bási­
cas de vida de la mayoría de la población. Es, desde luego, 
difícil sobreestimar la contribución de las buenas cosechas 
al nivel de vida y a la productividad en una comunidad agrí­
cola. Otros autores han señalado que la gente adquiría cada 
vez más conciencia de la importancia de la sanidad y la hi­
giene; si era así, realmente, este desarrollo gradual habría 
llevado consigo una mejora continua, aunque poco percep­
tible, en las expectativas de vida.
Una concepción que gozó en otro tiempo de gran predica­
mento y que hoy parece plenamente desacreditada es la de 
que la mejora del índice de mortalidad era una consecuen­
cia de los progresos de los conocimientos médicos.12 Parece 
al contrario, que ningún progreso específico de las técnicas 
o de los conocimientos médicos contribuyó sustancialmente 
a una reducción del índice de mortalidad en el siglo xvut. 
La vacuna no se generalizó hasta el siglo xix, en todo caso, 
sabemos positivamente que la producción de muertes debi­
das a la viruela no varió a lo largo del siglo xvm. «La cirugía 
tuvo efectos casi inapreciables en las estadísticas de vida 
hasta la aparición de la anestesia y de la antisepsia en el 
siglo xtx.» 13 Los hospitales y dispensarios estaban organi­
zados de tal modo que más que cortar la enfermedad con­
tribuían a propagarla. La gente que ingresaba en un hospi­
tal en el siglo xvm moría generalmente en él, en general por 
alguna enfermedad distinta a la que había dado lugar a su 
admisión. Todavía en 1870, el cirujano principal del Univer- 
sity College Hospital decía a sus estudiantes que «una mu­
jer tiene más posibilidades de recuperarse si da a luz en la 
choza más miserable que si lo hace en el hospital mejor 
equipado y mejor atendido de la ciudad».14 Parece indudable 
que los médicos aprendieron mucho sobre las causas de la 
enfermedad en el siglo xvm; esto se refleja en la adopción 
gradual de métodos de tratamiento más higiénicos. Se cree 
que el resultado fue una reducción sustancial de la mortali­
dad materna y efectivamente puede haber ocurrido así, aun­
que es muy difícil demostrar la hipótesis. Es, por lo demás, 
muy dudoso que la mayoría de la población pudiese disponer
37
de médicos más sabios y preparados que sus predecesores 
medievales.
Los historiadores de la medicina han devuelto a los his­
toriadores de la economía la tarea de explicar la conexión 
entre la revolución demográfica y la revolución industrial. 
Los últimos atribuían tradicionalmente el descenso del índi­
ce de mortalidad o el aumento del de natalidad o ambos a 
la vez al progreso de la medicina. Los primeros no encontra­
ron prueba alguna de un progreso médico capaz de justificar 
esta explicación y llegaron, por el contrario, a la conclusión 
de que la mejora del nivel de vida debió aumentar la resis­
tencia de la gente a las enfermedades infecciosas y reducir, 
por consiguiente, la incidencia de las epidemias.
También ha sido objeto de controversia la cuestión de 
si el nivel de vida se elevó y hasta qué punto. En el capítu­
lo XV examinaré con cierto detalle los datos sobre el cam­
bio en el nivel de vida durante las primeras fases de la re­
volución industrial británica. De momento, me propongo en­
focar el problema con una perspectiva más amplia para dejar 
claramente sentado que al relacionar el nivel de vida con 
el alza demográfica importa mucho el período o el subperío­
do en que estemos pensando.
Ya me he referido a los documentos y testimonios de la 
época que hablan de un nivel de vida del trabajador relati­
vamente alto a mediados del siglo xvnr, es decir, entre las 
décadas de 1730 y 1760.*s Las buenas cosechas hicieron bajar 
los precios de la carne y los cereales; esto quería decir alimen­
tos baratos y bajos costes para numerosas industrias dedica­
das a la elaboración de los productos agrícolas, característi­
cas de un tipo de economía preindustrial. En 1750, Inglate­
rra exportaba cereales y la mayoría de sus materias primas 
industriales —excepción hecha de las industrias del metal— 
eran productos agrícolas de producción interior. Si estos 
productos eran baratos, el beneficio por unidad de esfuer­
zo humano era alto. Las pruebas de que el nivel de vida de 
la masa de la población entre 1730 y 1760 era alto —es decir, 
más alto que en períodos anteriores— son bastante con­
vincentes.
Pero en los períodos posteriores estas pruebas pierden 
una gran parte de su fuerza de convicción. La larga serie de 
buenas cosechas se rompió y, de hecho, puede decirse que en 
las tres o cuatro últimas décadas del siglo xvm hubo una se-
38
lie anormalmente elevada de malas cosechas. La Guerra de 
los Siete Años, la Guerra de la Independencia norteamerica­
na y las guerras con Francia perturbaron totalmente el co­
mercio ultramarino y provocaron serias dificultades y paro 
forzoso en la industria y el comercio. El crecimiento de la 
población empezó a presionar sobre los suministros de ali­
mentos y los precios empezaron a subir. A finales de siglo 
una fuerte elevación de precios se convirtió, a causa de la 
guerra general, en una rápida inflación. El índice de precios 
de los artículos de consumo diario establecido por el profesor 
Phelps Brown no señala ninguna elevación de precios entre 
1730 y 1760; en cambio, hay una elevación de casi el 40 por 
ciento entre 1760 y 1792 (en vísperas de las guerras con Fran­
cia) y una multiplicación por dos entre 1793 y 1813, cuando 
la inflación del período de guerra alcanzó su punto culmi- 
nante.,fi
Algunos salarios nominales, los de los tejedores, por ejem­
plo, categoría laboral que empezó a escasear al introducirse 
avances tecnológicos en la hilatura del algodón, se elevaron 
más que los precios de los artículos. Pero, en la mayoría 
de los casos, la elevación de los salarios nominales quedó 
muy por debajo de la de los precios; la pobreza se convir­
tió, pues, en un problema agudo, y empezaron a menudear 
las revueltas en demanda de alimentos. Resulta, pues, muy 
difícil justificar la afirmación de que el nivel de vida de la 
gran masa de la población se elevó durante el período 1780- 
1815. Además, en la medida en que la industrialización llevó 
a la urbanización pudo empeorar las condiciones de vida de 
mucha gente y elevar el índice de mortalidad, pues dicho ín­
dice era, en general, más elevado en las zonas urbanas 
que en las rurales. En Londres —«el gran tumor*— durante 
todo el siglo xvm hubo muchos más entierros que bau­
tismos.
Por otro lado es probable que cuando la presión sobre 
las existencias de alimentos empezó a manifestarse en el 
último cuarto del siglo xvm, la mejora general de la orga­
nización económica hiciese sus efectos menos desastrosos 
que lo que habrían

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