Logo Studenta

Dialnet-MemoriaTerritorioYOficioAlfareroLaMemoriaColectiva-3983372

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

77!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
Memoria, territorio y oficio alfarero
La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable1
Laura Cristina Felacio-Jiménez2
COLCIENCIAS3 / Universidad Antonio Nariño, Bogotá, Colombia.
Fecha de recepción: 01/07/2011. Fecha de aceptación: 15/11/2011.
1El artículo proviene del proyecto de investigación “Recuperación 
de la memoria alfarera en la comunidad de Cerros Orientales de 
Chapinero”, desarrollado por el grupo de investigación Ciudad, 
Medio Ambiente y Hábitat Popular, de la Facultad de Artes de la 
Universidad Antonio Nariño, Bogotá, Colombia. 
2Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia. 
lauracrisfj@hotmail.com
3La autora forma parte del programa de COLCIENCIAS Jóvenes 
Investigadores e Innovadores “Virginia Gutiérrez de Pineda: Gene-
ración del Bicentenario”. Convocatoria No. 496 de 2009.
Resumen
El artículo busca establecer las características funda-
mentales de la memoria colectiva de los habitantes 
de los barrios del Cerro del Cable en Bogotá, enfo-
cándose en la relación que existe entre la memoria 
colectiva y la configuración de una identidad barrial 
en la que, la apropiación del territorio del cerro y la 
experiencia del oficio común de la alfarería tienen 
un lugar determinante. Desde esta perspectiva, el 
artículo explora temas como los inicios del pobla-
miento del cerro, la construcción de los barrios, 
los esfuerzos colectivos por mejorar los espacios y 
servicios comunales, la introducción de la comuni-
dad en la industria alfarera, las diferentes fases de 
producción del ladrillo y las condiciones laborales 
de los trabajadores alfareros.
Palabras clave 
Memoria colectiva, identidad colectiva, territorio, 
industria alfarera, ladrillo.
Memory, territory and pottery trade
Collective memory in Cerro del 
Cable hillside neighborhoods
Abstract
The article attempts to establish the principal characteristics of 
the inhabitant’s collective memory in Cerro del Cable hillside 
neighborhoods (Bogota), focusing on the relationship between 
collective memory and the construction of a neighborhood 
identity, based on territory appropriation and the sharing of 
pottery as a common trade. From this perspective, the article 
touches upon issues like the first hillside settlements, the fo-
llowing construction of neighborhoods, the collective efforts to 
improve common areas and services, the introduction of the 
community to pottery industry, the different stages for brick 
production and the working conditions at pottery factories 
and brickyards.
Keywords
Collective memory, collective identity, territory, pottery in-
dustry, brickworks. 
78 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
Introducción
En el piedemonte del Cerro del Cable de Bogotá existe un conjunto 
de barrios que no ocupan un lugar central en los libros de historia 
sobre la ciudad, pero que sin duda alguna fueron determinantes en 
su desarrollo, porque durante varias décadas abastecieron de ladrillos 
al sector de la construcción. Desde comienzos del siglo XX, en el te-
rritorio que hoy es ocupado por los barrios Pardo Rubio, San Martín 
de Porres, El Paraíso, Mariscal Sucre, Villa Anita y Villa del Cerro, se 
desarrolló una gran industria alfarera de la que aún hoy en día se dis-
tinguen vestigios en las condiciones físicas del terreno, en los puñados 
de ladrillos que se conservan frente a las casas, y en la memoria de 
sus habitantes, pues muchos de ellos son descendientes de antiguos 
trabajadores alfareros, e incluso, algunos recuerdan haber fabricado 
ladrillos a edades muy tempranas.
Considerando que la importancia histórica de los barrios en mención ha 
sido pobremente reconocida hasta el momento, el artículo explora los 
problemas, las luchas y los logros que han caracterizado su desarrollo 
y, para tal fin, se pregunta por la memoria colectiva de sus habitantes, 
indagando también por la construcción de una identidad colectiva en 
la que sale a flote el enorme aprecio que estas comunidades sienten por 
su territorio. De esta forma, el artículo propone, como problema de 
investigación, el análisis de la memoria colectiva de los habitantes de los 
Arriba. Barrio Pardo Rubio.
79!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
barrios del Cerro del Cable partiendo del complejo 
debate teórico que existe en torno al concepto de 
memoria colectiva y enfatizando en la relación de 
dicha memoria con el poblamiento del territorio y 
con el oficio común de la alfarería.
Metodología
El artículo se organiza en tres secciones que intentan 
desglosar las múltiples aristas del tema. La primera 
sección aborda el amplio e intrincado debate alre-
dedor del concepto de memoria colectiva, para lo 
cual retoma los planteamientos fundamentales de 
varios teóricos de la memoria e intenta ponerlos a 
dialogar entre sí con el fin de introducir la relación 
que existe entre memoria colectiva, territorio y oficio. 
Las siguientes secciones enfocan esta relación en el 
caso particular de los barrios del Cerro del Cable, 
de tal modo que la segunda sección está destinada 
a dilucidar la relación entre la memoria colectiva de 
los habitantes de estos barrios y el poblamiento del 
territorio, mientras que la tercera sección se centra 
en la influencia que tuvo el oficio alfarero en la 
configuración de dicha memoria colectiva. 
El artículo recurre a un proceso de exploración, 
interpretación y contrastación de fuentes escritas y 
orales para desarrollar las tres secciones. Las fuentes 
escritas utilizadas reúnen algunos libros, artículos y 
reportajes de prensa que abordan temas diversos, 
como el concepto de memoria colectiva, la construc-
ción de la identidad barrial, la historia de los barrios 
del Cerro del Cable y las condiciones de los chircales 
de Bogotá. Las fuentes orales corresponden a cuatro 
entrevistas realizadas a habitantes del barrio Pardo 
Rubio y a un taller de memoria que reunió a seis de 
los habitantes más antiguos de los barrios Pardo 
Rubio, San Martín de Porres y El Paraíso. 
La memoria colectiva
La memoria ha sido comúnmente entendida como 
una facultad mental individual que permite que los 
seres humanos recuerden sus experiencias y tengan 
una apreciación sobre sí mismos. Pero como bien 
lo expresa Elizabeth Jelin (2002) al referirse a los 
procesos conjuntos de recordar y olvidar, “estos 
procesos, bien lo sabemos, no ocurren en indivi-
duos aislados sino insertos en redes de relaciones 
sociales, en grupos, instituciones y culturas” (Jelin, 
2002: 19), de modo que resulta indispensable con-
siderar el carácter colectivo de la memoria, pues su 
explicación como facultad mental individual parece 
no ser suficiente en la medida en que no responde 
a la naturaleza social de los seres humanos.
La memoria colectiva, que precisamente resalta el 
carácter social de la memoria, es hoy en día una ca-
tegoría fundamental de las ciencias sociales, en parte 
debido a la importancia que a lo largo del siglo pasa-
do adquirieron los estudios sobre las mentalidades, 
la cultura, la vida cotidiana, el mundo popular y los 
sujetos subalternos, los cuales no sólo exploraron 
temáticas sociales antes poco tratadas, sino que tam-
bién impulsaron el uso de nuevas fuentes y metodo-
logías de investigación. Tal es el caso de las fuentes 
orales, es decir, de las tradiciones orales, entrevistas 
y testimonios que han sustentado el desarrollo de 
la historia oral como un enfoque de investigación 
histórica y que han cobrado importancia con el cre-
ciente interés por la memoria colectiva, un interés 
que se ha elevado en aquellas sociedades que han 
enfrentado episodios de violencia y represión que, 
tras ser superados, reclaman una reconstrucción so-
cial y política ligada a la recuperación de la memoria 
colectiva, pues solo así se podrá recordar, olvidar, 
reflexionar y aprender del pasado compartido.La memoria colectiva se ha popularizado como 
categoría de análisis a tal punto que ha desbordado 
las fronteras de las ciencias sociales, ha llegado a 
las esferas de las artes, la literatura y los medios de 
80 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
comunicación, e incluso ha alcanzado la forma ex-
trema de un culto al que Elizabeth Jelin se refiere 
como una “cultura de la memoria” que surge como 
reacción a la mutabilidad y transitoriedad de la vida 
(Jelin, 2002: 9), mientras que Enzo Traverso (2007) 
lo reconoce como una “obsesión memorialista” que 
se relaciona con la comprensión del pasado como 
un objeto de consumo, que obedece a una crisis en 
la transmisión de experiencias entre generaciones 
y que favorece la primacía de la experiencia vivida 
enmarcada en la vida urbana, la sociedad de masas, 
el caos del mercado y el individualismo posesivo 
(Traverso, 2007). Este autor deja ver su postura 
crítica frente al culto exacerbado de la memoria al 
afirmar que 
“la obsesión memorialista de nuestros días es el 
producto del declive de la experiencia transmitida, 
en un mundo que ha perdido sus referentes, ha sido 
desfigurado por la violencia y atomizado por un 
sistema social que borra las tradiciones y fragmenta 
las existencias” (Traverso, 2007: 16).
Para entender el lugar de la memoria colectiva 
dentro de las ciencias sociales y los debates que han 
surgido en torno a ella, es necesario remontarse a 
los planteamientos de Maurice Halbwachs (2004), 
sociólogo francés que por primera vez analizó la 
dimensión social de la memoria, convirtiéndose en 
el padre del concepto de memoria colectiva y en una 
referencia obligada para los estudios sobre memoria 
en el marco de la ciencias sociales. Halbwachs de-
fiende la construcción colectiva de la memoria pero 
no niega la existencia de una memoria individual 
singular y determinante pues, de hecho, afirma que 
las percepciones que un individuo tiene sobre su 
pasado son extraídas de los recuerdos personales 
que surgen de sus experiencias directas y que, sin 
desaparecer, pueden llegar a ser reafirmados, corre-
gidos o completados por los recuerdos de los demás 
miembros del grupo al cual pertenece el individuo, 
ya que inevitablemente se encuentra enmarcado en 
una realidad social (Halbwachs, 2004). 
El ser parte de un grupo y estar en contacto con 
él no sólo permite que el individuo complemente 
sus recuerdos con los recuerdos de los demás, sino 
que también le da al individuo la posibilidad de que 
comparta el pasado común del grupo y conozca, 
por medio de conversaciones, relatos, textos e 
imágenes, una versión general de aquellos hechos 
del pasado de los que no fue testigo (Halbwachs, 
2004). De esta forma, cuando la persona se des-
vincula del grupo, ya sea porque se ha desplazado 
a otro grupo o porque el grupo en el que estaba 
desapareció, pierde la capacidad de acceder a los 
recuerdos de los demás, no logra evocar los hechos 
del pasado que fueron importantes para el grupo 
en su conjunto, no puede recurrir a los referentes 
grupales que intervenían en la configuración de sus 
recuerdos personales, y tampoco puede ubicar sus 
recuerdos dentro de los esquemas espaciales, tem-
porales y sociales que los contextualizaron. Es allí 
donde, según Halbwachs, aparece el olvido como 
efecto de la escisión del individuo de su grupo social 
(Halbwachs, 2004).
En su disertación sobre la memoria colectiva, Hal-
bwachs reflexiona ampliamente sobre la relación en-
tre memoria colectiva y memoria individual, frente 
a lo cual señala que existen dos formas paralelas de 
organización de los recuerdos, siendo la primera la 
organización en torno a una persona y la segunda 
la organización en torno a una sociedad, de modo 
que los individuos pueden producir recuerdos en 
el marco de su vida personal a la par que pueden 
evocar recuerdos ajenos que, sin embargo, son 
importantes para el grupo en el que se inscriben 
(Halbwachs, 2004). Así, la memoria colectiva y la 
memoria individual coexisten en una relación de 
encuentro y complementariedad en la que ninguna 
es superior a la otra, pues 
“Si la memoria individual puede respaldarse en la 
memoria colectiva, situarse en ella y confundirse mo-
mentáneamente con ella para confirmar determina-
dos recuerdos, precisarlos, e incluso para completar 
algunas lagunas, no por ello dicha memoria colectiva 
81!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
sigue menos su propio camino, y toda esta aporta-
ción exterior se asimila e incorpora progresivamente 
a su sustancia” (Halbwachs, 2004: 54). 
Pero la memoria individual no sólo se introduce en 
la memoria colectiva para nutrirse de ella sino que 
también ocupa un lugar preciso en su interior, que 
permite afirmar que “cada memoria individual 
es un punto de vista sobre la memoria colectiva” 
(Halbwachs, 2004: 50), el cual puede variar de 
acuerdo a los cambios en la relación de la persona 
con el grupo.
Halbwachs hace una precisión frente a la emergen-
cia de los recuerdos al señalar que 
“el recuerdo es, en gran medida, una reconstrucción 
del pasado con la ayuda de datos tomados del pre-
sente, y preparada de hecho con otras reconstruc-
ciones realizadas en épocas anteriores, por las que 
la imagen del pasado se ha visto ya muy alterada” 
(Halbwachs, 2004: 71). 
En este sentido, Halbwachs enfatiza sobre el carác-
ter mutable de los recuerdos del pasado al mismo 
tiempo que establece una relación entre la forma-
ción de dichos recuerdos y las condiciones actuales 
de las sociedades, relación que resalta la conexión 
entre pasado y presente de la misma forma en que 
lo hace la historia pues, según este autor, la historia 
intenta “conservar la imagen del pasado que todavía 
puede tener sitio en la memoria colectiva de hoy, 
sólo retiene lo que interesa todavía a nuestras socie-
dades” (Halbwachs, 2004: 81), lo que es significativo 
para ellas en el presente. En efecto, la historia se 
diferencia de la memoria colectiva en la medida en 
que la historia distingue el pasado del presente pero 
busca conectarlos, recupera los recuerdos que por 
su antigüedad ya no pueden transmitirse mediante 
la tradición oral, se divide en periodos generalmente 
regulares y autónomos, transgrede los límites de 
los grupos sociales alcanzando esferas nacionales y 
pretende crear una imagen única y universal sobre 
el pasado común (Halbwachs, 2004). Por su parte, 
la memoria colectiva es múltiple porque surge al 
interior de cada grupo social, se estructura como un 
flujo de pensamiento continuo y carece de límites 
temporales bien definidos (Halbwachs, 2004). 
Halbwachs plantea una primera idea sobre la me-
moria colectiva y sugiere algunos debates acerca de 
este concepto que han tenido gran acogida en los 
trabajos más recientes de intelectuales provenientes 
de múltiples naciones y disciplinas de las ciencias 
sociales, como la politóloga española Paloma 
Aguilar, el historiador italiano Enzo Traverso, la 
socióloga argentina Elizabeth Jelin y la historiadora 
argentina Laura Benadiba. Se propone continuar 
esta sección del artículo con un contraste entre las 
ideas que estos cuatro intelectuales han planteado 
en torno a la memoria colectiva y que, en esta 
ocasión, serán abordadas a partir de dos debates 
fundamentales sugeridos por Halbwachs a manera 
de confrontaciones entre supuestos contrarios: en 
primer lugar, el debate entre el individualismo y el 
colectivismo; y en segundo lugar, el debate entre el 
pasado y el presente.
El debate sobre la primacía de lo individual o lo 
colectivo en la configuración de la memoria se 
evidencia claramente en los textos de Elizabeth 
Jelin (2002) y Paloma Aguilar (1996). Sin perder de 
vista los planteamientos de Halbwachs, Jelin afirma 
que, si bien la actividad de recordar es singular, está 
enmarcada en un contexto social que le otorga 
sentido y hace que los recuerdos evocados dejen de 
ser simples huellasdel pasado para convertirse en 
memoria (Jelin, 2002). Entonces, existen recuerdos 
que evocan experiencias vividas directamente por 
la persona y dan cuenta de un pasado autobio-
gráfico, pero cuando las personas carecen de una 
experiencia propia del pasado, la memoria pareciera 
desligarse de su ser autónomo para estructurarse 
como una “representación del pasado construida 
como conocimiento cultural compartido” (Jelin, 
2002: 33). 
82 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
Tal y como lo planteó Halbwachs en su momento, 
las personas pueden acceder a un pasado que no 
vivieron a través de los recuerdos de los demás 
y haciendo uso del lenguaje, cuya elaboración, 
utilización e interpretación posee una naturaleza 
indiscutiblemente social (Halbwachs, 2004). Jelin 
discute la relación entre experiencia, lenguaje y me-
moria, advirtiendo que por más que la experiencia 
del pasado sea individual y directa, siempre estará 
mediatizada por el lenguaje y por sus marcos cultu-
rales interpretativos (Jelin, 2002), lo cual le permite 
concluir que “las memorias son simultáneamente 
individuales y sociales, ya que en la medida en que 
las palabras y la comunidad de discurso son colecti-
vas, la experiencia también lo es” (Jelin, 2002: 37).
Paloma Aguilar, por su parte, define a la memoria 
colectiva como el “recuerdo que tiene una comuni-
dad de su propia historia, y también de las lecciones 
y aprendizajes que, más o menos conscientemente, 
extrae de la misma” (Aguilar, 1996: 1), de tal forma 
que a la descripción de la memoria colectiva como 
lugar de conservación de recuerdos sobre los he-
chos del pasado le añade la función que tiene como 
propiciadora de aprendizajes basados en el pasado 
y mediados por el presente. Aguilar aclara que la 
memoria colectiva no requiere que los integrantes 
de un grupo social deban tener la misma memoria 
factual sobre un hecho histórico pues, de hecho, la 
memoria factual es individual y lo que se construye 
colectivamente son los aprendizajes que el grupo 
extrae de sus experiencias compartidas, de modo 
que la memoria individual y la memoria colectiva 
coexisten, se interrelacionan y se influencian mu-
tuamente, sin necesidad de que coincidan, pero 
evitando que entren en contradicción, pues de ser 
así se generaría una crisis social (Aguilar, 1996).
Aguilar insiste en el papel de la memoria colectiva 
como fuente de lecciones moralizantes sobre el 
pasado que pueden aplicarse en el presente, lo cual 
introduce un elemento nuevo a las reflexiones clá-
sicas de Halbwachs. Aguilar señala que la memoria 
es una construcción social en tanto que requiere de 
patrones sociales para registrarse y para evocarse, 
de tal manera que los individuos recuerdan en la 
medida en que pertenecen a un grupo social, que 
se convierte en el respaldo de su memoria indi-
vidual y en la evidencia de su memoria colectiva, 
pues aclara sus recuerdos confusos e incompletos, 
brinda referentes espaciales y temporales a sus re-
cuerdos personales, elige el contenido y la forma 
de los recuerdos grupales, determina las lecciones 
asociadas a los recuerdos, transmite recuerdos de 
generación en generación, fortalece la identidad co-
lectiva a través del ejercicio de compartir recuerdos, 
y garantiza la persistencia de la memoria de todos 
los miembros del grupo mientras sigan vinculados 
a él (Aguilar, 1996), de modo que 
“mientras mantenemos el contacto con un grupo 
y nos identificamos con él, con experiencias y con-
textos compartidos, nuestro pasado tiene referentes 
comunes que perviven por la mera continuidad del 
grupo” (Aguilar, 1996: 13).
Tanto Jelin como Aguilar admiten el enorme valor 
de los planteamientos de Halbwachs y se funda-
mentan en ellos para establecer una relación de 
coexistencia y mutua influencia entre la memoria 
individual y la memoria colectiva, haciendo énfasis 
en elementos tan diferentes como la experiencia, 
el lenguaje y el aprendizaje. Es precisamente el 
aprendizaje, que Aguilar asocia a la formación de 
los recuerdos, una de las ideas fundamentales para 
entender el segundo debate suscitado por la lectura 
de Halbwachs, el cual confronta a las posturas que 
se enfocan ya sea en el pasado o en el presente, para 
explicar tanto el motivo como el objetivo de la ac-
ción de rememorar, característica de la memoria.
Paloma Aguilar vuelve a ser protagonistas de este 
segundo debate pero, en esta oportunidad, compar-
te sus ideas con Enzo Traverso y Laura Benadiba. 
Resulta crucial el vuelco que Aguilar da a la defini-
ción de memoria colectiva cuando afirma que ésta 
no sólo incluye su contenido principal, que son los 
recuerdos sobre hechos puntuales del pasado, sino 
83!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
que también da cabida a los valores asociados a la 
evocación de estos recuerdos, los cuales surgen 
como aprendizajes o lecciones determinadas por el 
grupo social una vez que ya se han visto los efectos 
de los hechos del pasado, y que se han considerado 
las situaciones particulares del presente (Aguilar, 
1996). Aguilar sugiere, por lo tanto, que las condi-
ciones sociales del presente influyen en la decisión 
de qué aprendizajes extraer de los recuerdos del 
pasado, de la misma forma que determinan qué se 
debe recordar, pues la memoria colectiva no acoge 
a todos los hechos del pasado, sino sólo a aquellos 
que resultan pertinentes para entender el presente 
e intervenir colectivamente en él (Aguilar, 1996).
Queda claro que los intereses, creencias y temores 
del presente tienen un peso decisivo sobre el tipo 
de recuerdos que se almacenan en la memoria 
colectiva y sobre los significados que se pueden 
asociar a ellos a manera de aprendizajes, pero se 
debe tener en cuenta que no cualquier pasado 
resulta importante para el presente, de modo que 
“se establece una influencia mutua entre el pasado 
y el presente, porque es el presente el que selecciona 
el pasado relevante para cada momento y, a su vez, 
este pasado influye sobre el presente” (Aguilar, 
1996: 8). Aguilar pone de manifiesto el carácter 
selectivo de la memoria colectiva al afirmar que 
esta solo da cabida a los recuerdos y aprendizajes 
pertinentes para desenvolverse en el contexto ac-
tual, aunque cabe advertir que la complejidad del 
proceso de aprendizaje conduce a que, en algunas 
ocasiones, esta pertinencia sea opacada por la emo-
tividad ligada a la memoria, pues “no siempre se 
retienen y aplican las lecciones más importantes, 
sino las más evidentes o las que más nos afectaron 
personalmente” (Aguilar, 2008: 40). 
Este mismo carácter selectivo de la memoria es 
referido por Enzo Traverso cuando dice que la 
memoria revive el pasado y lo recrea en el presente 
en la medida en que los recuerdos del pasado que la 
componen están sometidos a un cambio constante 
como efecto de las variaciones en las dinámicas 
sociales actuales y de los nuevos conocimientos y 
experiencias de vida que va adquiriendo la persona. 
Traverso concluye que “la memoria individual o 
colectiva es una visión del pasado siempre matizada 
por el presente” (Traverso, 2007: 22-23), plantea-
miento que coincide con las reflexiones de Aguilar 
y que también es compartido por Laura Benadiba, 
quien sostiene que la memoria es una construcción 
social que se elabora desde el presente y otorga 
sentido al pasado mediante la acción de recordar 
(Benadiba, 2007). 
Para Benadiba, así como para Aguilar y para Traver-
so, “la memoria es selectiva, por lo tanto la gente elige 
qué recordar, no recupera cualquier información, 
sino aquella que por alguna razón considera relevan-
te y significativa” (Benadiba, 2007: 72), ya sea por-
que responde a las particularidades de su entorno 
familiar, porque refleja las creencias y costumbres 
de su comunidad, porque recrea lo que ha leído o 
escuchado últimamente o, simplemente, porque le 
permite otorgar significado a su pasado desde su 
situación en el presente(Benadiba, 2007). Benadiba 
agrega que la memoria también emerge como un 
medio para fortalecer el sentido de pertenencia al 
grupo, de tal forma que el hecho de 
“rescatar al pasado del olvido e instituirlo como 
referente de la identidad comunitaria convierte a 
la rememoración en un acto de supervivencia cuya 
condición ética y alcance colectivo resultan una 
práctica necesaria para la afirmación grupal” (Be-
nadiba, 2007: 74). 
Esta frase evidencia la relación que existe entre la 
memoria colectiva y la identidad del grupo, relación 
que subyace al análisis de los debates en torno a la 
función del individuo, la colectividad, el pasado y 
el presente en la conformación de la memoria colec-
tiva, pero que en nuestro caso resulta determinante 
para entender el papel que tienen el poblamiento del 
territorio y el oficio común de la alfarería en la confi-
guración de la memoria colectiva de quienes habitan 
los barrios del Cerro del Cable en Bogotá.
84 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
El hecho de elaborar, compartir y transmitir recuerdos y aprendizajes 
sobre el pasado, en el marco de un grupo social que encuentra en 
ellos un medio para reforzar su cohesión interna, explica la relación de 
determinación que existe entre memoria colectiva e identidad grupal, 
relación que para Jelin puede parecer banal sin dejar de ser indispensa-
ble, puesto que “poder recordar y rememorar algo del propio pasado 
es lo que sostiene la identidad” (Jelin, 2002: 24-25). Jelin añade que las 
pautas de la identidad grupal están fijadas por elementos que, como los 
acontecimientos, los personajes y los lugares, pueden convertirse en 
pilares permanentes de rememoración sobre los cuales se estructura la 
memoria colectiva (Jelin, 2002). Los lugares, en efecto, aparecen en los 
planteamientos de Halbwachs como un elemento naturalmente ligado 
a la memoria colectiva, pues los grupos sociales sobre los cuales se 
fundamenta esta memoria no pueden ser explicados completamente 
si se deja de lado su vinculación espacial, ya que el espacio fomenta la 
creación de lazos sociales entre sus miembros, da lugar al desarrollo 
de sus actividades colectivas y contextualiza la producción de pensa-
miento en la comunidad, de tal forma que es posible decir que “no hay 
memoria colectiva que no se desarrolle dentro de un marco espacial” 
(Halbwachs, 2004: 144).
Por esta razón, la dimensión espacial cobra importancia en un análisis 
sobre la memoria colectiva de los habitantes de un barrio que, al mismo 
tiempo que recuperan su memoria, están fortaleciendo su identidad 
como comunidad barrial, lo cual conduce a definir al barrio como un 
espacio propicio para la constitución de identidades colectivas, ya sea 
de una identidad común a todo el barrio o de múltiples identidades 
que se entrecruzan al interior de este. Alfonso Torres, uno de los in-
vestigadores colombianos que ha explorado con mayor profundidad 
el campo de la memoria y la identidad en lo que concierne a las luchas 
barriales, aborda la construcción de las identidades barriales partiendo 
de la concepción de la identidad colectiva de una grupo social como 
un “cúmulo de representaciones sociales compartidas que funciona 
como una matriz de significados que define un conjunto de atributos 
idiosincráticos propios que dan sentido de pertenencia a sus miem-
bros y les permite distinguirse de otras entidades colectivas” (Torres, 
1999: 17).
Para Torres, la identidad colectiva lleva implícito el punto de vista 
subjetivo de los individuos sobre su pertenencia a un grupo social, es 
decir, sobre lo que es propio y ajeno al grupo. Pero si bien la identidad 
colectiva constituye una expresión de la subjetividad de los individuos, 
requiere la presencia de condiciones reales compartidas para poder 
85!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
desarrollarse, ya sea una experiencia histórica común, un sentido de 
pertenencia a un mismo territorio o unas condiciones de vida similares. 
Así pues, en el contexto de construcción de las identidades barriales 
se puede decir que las necesidades comunes de asentarse en un terri-
torio, construir viviendas adecuadas, conseguir los servicios básicos, 
vincularse a actividades laborales productivas y establecer formas de 
asociación comunitaria, se convierten en intereses compartidos por 
sus habitantes e impulsan la realización de acciones conjuntas para 
llevarlos a cabo, lo cual conlleva a la formación de una identidad co-
lectiva a través de los lazos sociales que se van construyendo entre los 
vecinos (Torres, 1999).
Ya para finalizar, se puede volver al debate sobre la condición unitaria 
o múltiple de la identidad barrial, frente al cual Torres señala que, si 
bien el barrio se estructura como un referente crucial para la identidad 
colectiva en tanto que sus habitantes lo construyen, lo mejoran y lo 
defienden en un esfuerzo grupal, no se lo puede concebir como una 
comunidad homogénea pues, por el contrario, refleja la diversidad, 
diferenciación y fragmentación que caracterizan a la vida urbana y que 
obedecen a factores tan diferentes como la filiación política, la creencia 
religiosa, la edad, el género, la ubicación de la vivienda, el momento 
de llegada al barrio y la condición de propietario o inquilino (Torres, 
1999). De esta forma, Torres concluye que los barrios
“… además de ser fuente de identidad aglutinadora de sus pobladores 
frente a otros habitantes de la ciudad, también son un espacio donde se 
forjan y expresan diferentes fragmentaciones y conflictos sociales que ge-
neran identidades particulares, muchas veces contrarias entre sí, pero que 
por esto mismo, enriquecen la trama social y cultural del mundo popular 
urbano” (Torres, 1999: 24).
Izquierda. Barrio Pardo Rubio.
86 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
Memoria y territorio
La anterior exposición de los principales plantea-
mientos y debates en torno a la memoria colectiva, 
y en particular las ideas de Maurice Halbwachs, 
Elizabeth Jelin y Alfonso Torres sobre la relación 
innegable entre memoria, territorio e identidad, 
permiten entender al territorio como un eje cen-
tral de rememoración grupal y como la base para 
la construcción de la identidad colectiva, pues el 
territorio no sólo refleja el pasado del grupo, sino 
que también contextualiza las actividades grupales, 
enmarca la producción de pensamientos colecti-
vos, fortalece la sociabilidad entre sus miembros 
y acoge los proyectos conjuntos de desarrollo del 
espacio, que incluyen el proceso de poblamiento 
del territorio, de dotación de los servicios básicos y 
de construcción de viviendas, infraestructura vial y 
espacios públicos.
Aterrizando esta reflexión teórica en el territorio 
que nos interesa, se puede decir que los inicios del 
poblamiento de los barrios del Cerro del Cable se re-
montan a las primeras décadas del siglo XX, cuando 
el médico Enrique Pardo Roche, al igual que familias 
de origen foráneo como la Ferré Amigó, adquirieron 
grandes predios ubicados en la zona montañosa que 
se levantaba sobre el barrio suburbano de Chapinero. 
El predio comprado por los Ferré fue el de la finca 
Paraíso, mientras que Enrique Pardo Roche adquirió 
los terrenos correspondientes a la hacienda Barro 
Colorado, que se extendían desde la actual Avenida 
Caracas hasta la cima del Cerro del Cable y desde la 
calle 53 hasta colindar con la finca Paraíso y con el 
lote del señor Adolfo Muñoz (Chaparro, 1997). El 
nombre de la hacienda Barro Colorado hacía alusión 
a la arcilla de gran calidad que podía obtenerse de su 
suelo y que posteriormente impulsó la instalación 
de chircales que fueron administrados por los he-
rederos de Enrique Pardo Roche (Chaparro, 1997), 
quienes emplearon una mano de obra mayormente 
constituida por migrantes de los departamentos de 
Cundinamarca y Boyacá (Molano, 1997). 
Cuando EnriquePardo Roche murió hacia 1922, sus 
hijos se dividieron los terrenos de la Hacienda Barro 
Colorado, dejando los predios más altos y pendientes a 
los dos hijos varones Eduardo y Alejandro Pardo Ru-
bio, los cuales promovieron la producción de ladrillos 
y tejas de barro mediante la instalación de chircales, ya 
fueran de su propiedad o de propiedad de los inquilinos 
a quienes arrendaron lotes en la parte alta del cerro 
(Chaparro, 1997) y quienes también incursionaron 
en la extracción de carbón y arena para abastecer la 
industria de la construcción en Bogotá (El Cerro, 
1997). De manera similar, las familias Ferré y Muñoz 
construyeron chircales en sus terrenos y participaron 
de la industria alfarera aunque, según lo muestra Jairo 
Chaparro Valderrama (1997), los hermanos Pardo 
Rubio parecieron ser más activos en dicho medio si se 
considera que ante la creciente demanda de ladrillos y 
tejas optaron por tecnificar la producción construyendo 
fábricas o ladrilleras con hornos continuos que podían 
producir durante todo el día, a diferencia de los más 
precarios hornos de pampa o cielo abierto que existían 
en los chircales (Chaparro, 1997).
Las ladrilleras de los hermanos Pardo Rubio, que 
fueron inauguradas desde 1928, funcionaron de 
forma separada, con sus propias instalaciones y 
trabajadores, de tal forma que mientras que Eduar-
do Pardo Rubio construyó su fábrica de ladrillo en 
la calle 51 con carrera 4ª, Alejandro Pardo Rubio 
instaló su ladrillera un poco más al sur, en la calle 
47 con carrera 6ª (Chaparro, 1997). Estas ladrilleras, 
así como los chircales de los arrendatarios ubicados 
más arriba, se convirtieron en una buena fuente de 
trabajo para la población migrante que ingresaba a 
la ciudad y que encontró en ellos una oportunidad 
para mejorar sus condiciones de vida pues, además 
del empleo remunerado en dinero o especie, allí se 
les ofrecía la oportunidad de habitar un pequeño lote 
en el que podían construir sus viviendas sin pagar 
arriendo y sin necesidad de alejarse de su sector de 
trabajo (Molano, 1997; Hinojosa et al, 2010a).
87!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
Pero a pesar del papel que tuvieron las industrias 
alfareras de los señores Pardo Rubio en la propor-
ción de trabajo, la ladrillera de Alejandro tuvo que 
cerrar en 1948 y la de Eduardo fue clausurada en 
1958 debido a un conjunto de factores entre los 
cuales se encontraban el desgaste progresivo del 
suelo arcilloso (Molano, 1997), los impedimentos 
impuestos por algunas instituciones distritales 
ante la contaminación generada por las actividades 
extractivas en los Cerros Orientales, las deudas ad-
quiridas por los hermanos en su afán de tecnificar 
sus fábricas, el aumento de la demanda del ladrillo 
prensado en detrimento del ladrillo artesanal que se 
producía en el sector y, especialmente, la venta de 
los predios de la antigua hacienda Barro Colorado 
para la urbanización y la construcción de grandes 
edificaciones como el Hospital Militar, que hoy en 
día es un referente para los habitantes del lugar 
(Chaparro, 1997; Hinojosa et al, 2010b).
Esta venta de terrenos para la urbanización, que 
tuvo su auge en los años 40 y 50, es muy recorda-
da por los habitantes de los barrios del Cerro del 
Cable en la medida en que fue lo que motivó los 
repetidos desalojos de los lotes que les habían sido 
asignado para reubicarlos en predios más altos y, 
por lo mismo, menos atractivos para la comerciali-
zación. Tal situación generó un desplazamiento de 
las familias hacia la parte más oriental del Cerro del 
Cable, lo cual hizo que las personas tuviesen que 
volver a talar el bosque, crear nuevos caminos y 
construir una vez más sus precarias viviendas para 
ir valorizando los terrenos poco a poco (Chaparro, 
1997; Molano, 1997; El Cerro, 1997; Hinojosa & 
Felacio, 2011a). Esta es la apreciación que muestra 
uno de los entrevistados, don Euclides Santiesteban, 
al referirse a la venta de terrenos por parte de los 
hermanos Pardo Rubio: 
“Entonces nosotros prácticamente le estábamos 
valorizando los terrenos a ellos porque nosotros 
éramos los que teníamos que tumbar monte y 
hacer caminos para llegar a nuestras viviendas para 
que otra vez aprovecharan esos mismos caminos y 
todos los arreglos que se hacían, todas las mejoras 
del terrenos, para que ellos vendieran al mejor pre-
cio, y nosotros echen más pal monte” (Hinojosa & 
Felacio, 2011a).
El desplazamiento hacia el margen oriental se 
detuvo tras el cierre de las fábricas de ladrillo de 
los Pardo Rubio, un momento de inflexión que los 
entrevistados reconocen como el origen concreto 
de sus barrios en la medida en que dejaron de vivir 
en un lote prestado para convertirse en dueños de 
un lote propio que, además de traerles estabilidad 
social y cierta seguridad económica, les permitió 
plasmar en el espacio el esfuerzo que realizaron 
durante varios años de arduo trabajo en la industria 
alfarera. Este momento de cambio en la propiedad 
de los lotes se explica, entonces, por el hecho de 
que, a la muerte de Alejandro Pardo Rubio en 1953, 
sus herederos decidieron pagar las cesantías de los 
trabajadores con la entrega de lotes que les permi-
tirían convertirse en propietarios y que terminarían 
dando origen al primer sector del barrio San Martín 
de Porres (Chaparro, 1997). Después de la muerte 
de Eduardo Pardo Rubio en 1965, sus herederos 
Helena y Andrés Pardo Montoya no actuaron de 
una forma tan condescendiente con los antiguos 
trabajadores de su padre sino que, por el contrario, 
promovieron la creación de contratos de arrenda-
miento y, aprovechándose de que la mayoría de los 
habitantes no sabían leer y escribir, lograron firmar 
dichos contratos con varias familias (Hinojosa & 
Felacio, 2011a). Sin embargo, esta actitud opor-
tunista despertó la indignación de un importante 
grupo de antiguos trabajadores alfareros, quienes 
percibieron los intereses de desalojo que se escon-
dían detrás de los contratos de arrendamiento y 
decidieron reivindicar el derecho de propiedad que 
les daba el haber ocupado esos predios por más de 
dos décadas y el haber dedicado toda una vida de 
servicio a la familia Pardo Rubio (Chaparro, 1997; 
El Cerro, 1997; Hinojosa & Felacio, 2011a). 
Las necesidades legales ligadas al rechazo de este 
grupo de personas hacia la firma de los contratos 
de arrendamiento, hicieron necesaria la búsqueda de 
88 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
asesoría en personas que, como el padre dominico Alberto Madero eran 
externas al sector, pero siempre se habían mostrado dispuestas a ayudar 
a sus pobladores. 
“Reunimos algunas 4 o 5 personas de las que entendieron el problema 
y fuimos y hablamos con el párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de 
Chiquinquirá, el padre Alberto Madero, que lo recordamos tanto porque 
él sí nos entendió, él mismo nos sirvió como de vocero, él nos reunió 
muchas veces a todo el barrio porque había personas que más bien fir-
maron y creían que nosotros al momento de que no firmábamos y que 
les hacíamos caer en cuenta que teníamos que defender nuestros terrenos 
y no dejarnos sacar de este sector, entonces creían que les estábamos era 
robando el terreno a los patrones que siempre fueron de ellos, hasta nos 
tildaron mal” (Hinojosa & Felacio, 2011a).
El padre Madero respaldó las reivindicaciones de la comunidad, 
contribuyó a la mitigación de las diferencias al interior de la misma 
e incluso consiguió una audiencia con el presidente de la república 
Carlos Lleras Restrepo, quien envió la ayuda jurídica del consejero 
presidencial José Galat Noumer. El respaldo que recibieron los 
antiguos trabajadores alfareros condujo a que los hermanos Pardo 
Montoya tuvieran que comprometerse a destruir los contratos de 
arrendamiento que habían alcanzado a firmar, a entregar lotes titula-
dos a las familias que habían trabajado en la industria alfarera de su 
padre, a ayudar con laconstrucción de las viviendas y a prestar apoyo 
en la adquisición de los servicios. Tras este acuerdo fue posible hacer 
un censo de familias y una división organizada de los predios que se 
concretó hacia 1969 y dio paso a la conformación del barrio Pardo 
Rubio, cuyo nombre fue escogido como homenaje a las actitudes 
bondadosas de Eduardo Pardo Rubio y a las buenas relaciones que la 
comunidad había mantenido con él (El Cerro, 1997; Chaparro, 1997; 
Hinojosa & Felacio, 2011a).
La finca Paraíso, de la familia Ferré Amigó, siguió un destino similar 
al de la hacienda Barro Colorado, pues los chircales que allí existían 
fueron clausurados en 1948, los terrenos de la propiedad fueron di-
vididos y los predios resultantes fueron vendidos tanto a los trabaja-
dores de los chircales como a nuevas personas que llegaron a la zona 
debido a una nueva oleada migratoria provocada por la violencia de 
mediados del siglo XX. Así pues, los antiguos predios de los Ferré 
Amigó conformarían el barrio El Paraíso, mientras que el lote de 
Adolfo Muñoz, cuyos hornos trabajaron hasta los años 70 y fueron los 
últimos en desaparecer, daría origen al barrio Mariscal Sucre. Por su 
parte, los barrios Villa Anita y Villa del Cerro, al igual que el segundo, 
tercer y cuarto sector del barrio San Martín de Porres, surgieron como 
efecto del aumento poblacional que se hizo evidente en la década de 
89!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
los 80 y que condujo al poblamiento de nuevos 
terrenos por parte de los hijos y nietos de quienes 
fundaron los primeros barrios del Cerro del Cable 
durante la década de los 50 e, igualmente, por parte 
de nuevas personas que se integraron al sector con 
el propósito de arrendar una vivienda económica 
y bien ubicada (Chaparro, 1997; Molano, 1997; El 
Cerro, 1997).
La creación de Villa Anita y Villa del Cerro tuvo 
condiciones muy distintas a las que rodearon la fun-
dación de los barrios San Martín de Porres, Pardo 
Rubio y El Paraíso pues, según indican algunos de 
los entrevistados, los terrenos sobre los cuales se 
asentaron estos dos barrios pertenecían a una finca 
de propiedad de un extranjero que, de acuerdo a la 
investigación de Jairo Chaparro Valderrama, podría 
ser el alemán Tilo Kople, quien instaló unas caballe-
rizas en los terrenos que compró a Miguel Cuervo 
Araos y que anteriormente eran de Alejandro Pardo 
Rubio. La finca fue abandonada inexplicablemente, 
sus pertenencias fueron despojadas y sus terrenos 
fueron ocupados por familias en calidad de invaso-
res pues, si algo es claro, es que en esta oportunidad 
la adquisición de lotes no tuvo ninguna relación con 
el pago de cesantías a los trabajadores alfareros de 
los chircales (Chaparro, 1997; Hinojosa & Felacio, 
2011b). La incertidumbre frente al proceso de 
poblamiento particular de estos dos barrios queda 
expresada en las palabras de doña María Garzón de 
Matallana, una habitante del barrio Pardo Rubio:
“Y no sé qué pasó, de un momento a otro ellos se 
fueron y dejaron eso abandonado, no sé si fue por 
amenazas o algo pasó, pero ellos dejaron muchísimas 
cosas ahí, una finca completa. Ese terreno lo invadie-
ron ya después, sacaron las cosas, desvalijaron todo 
lo que había ahí, hasta el ladrillo lo sacaron, las tejas, 
todo. Ese terreno quedó libre y la gente avispada 
cogió los terrenos ahí, por eso es que tienen arriba 
hartísimo terreno” (Hinojosa & Felacio, 2011b).
Pero independientemente de la forma en la que 
fueron adquiridos los predios que conformaron los 
barrios del Cerro del Cable, se puede decir que estos 
barrios sólo se consolidaron cuando sus habitantes 
consiguieron viviendas, servicios y equipamientos 
públicos adecuados que les permitieron reafirmarse 
como individuos partícipes de una identidad ba-
rrial que, de entrada, los definía como pobladores 
urbanos. Ahora bien, para alcanzar estos logros, 
los habitantes del Cerro del Cable tuvieron que 
poner en práctica formas de trabajo colectivo, de 
solidaridad vecinal y de asociación institucional, las 
cuales incluyeron la creación de Juntas de Acción 
Comunal que “han conducido procesos de unidad 
zonal, especialmente en la lucha por la vivienda y 
los servicios públicos” (Molano, 1997: 191). Bajo 
esta perspectiva, la Junta del San Martín de Porres 
se creó en 1966, mientras que la Junta del Pardo 
Rubio surgió en 1969 y, a pesar de que la confianza 
en ellas no fue total ni permanente, fundamental-
mente por el manejo confuso del dinero por parte 
de algunos de sus dirigentes, estas organizaciones 
comunitarias llevaron a cabo un trabajo significativo 
en la medida en que coordinaron la construcción de 
las escuelas, los jardines infantiles, las capillas, los 
puestos de salud, los salones comunales, los espa-
cios de recreación, las vías de acceso y los puentes, 
así como también contribuyeron a la obtención 
de los servicios públicos domiciliarios de energía 
y agua, un proceso que fue largo y difícil porque 
las empresas prestadoras se negaron a realizar la 
instalación, obligando a los habitantes a encontrar 
medidas alternativas para contar con estos servicios 
en sus actividades cotidianas (Chaparro, 1997; El 
Cerro, 1997; Molano, 1997; Hinojosa & Felacio, 
2011b). 
En efecto, el servicio de energía de los barrios Pardo 
Rubio, San Martín y El Paraíso sólo fue legalizado 
hasta finales de la década de 1980, de modo que 
durante un buen tiempo se limitó a ser una mara-
ña de cuerdas de alambre que llevaban la energía 
hasta las viviendas, pero que constituían un peligro 
para las personas y los animales que poblaban el 
sector pues, como comenta doña María Garzón 
de Matallana:
90 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
“La luz la traíamos de la 47 con cuerdas esas de 
alambre y cuando hacían ventarrones las cuerdas se 
toteaban y hacían cortos, y si cogían un animal, lo 
mataba la corriente” (Hinojosa & Felacio, 2011b).
Sin embargo, la falta de un servicio legal de energía 
no provocó un impacto tan notable sobre la pobla-
ción como la ausencia del servicio de acueducto 
pues, debido a que la Empresa de Acueducto de 
Bogotá expresó la imposibilidad de instalar acue-
ducto domiciliario en estos barrios, porque excedían 
el límite de altura de 2.700 metros sobre el cual 
no funcionaba el bombeo de agua, los habitantes 
debieron proveerse del ríos, quebradas, albercas, 
pozos, chorros y pilas para cubrir sus necesidades 
básicas. Pero esas fuentes no siempre se ubicaban a 
distancias cercanas de los barrios y esto conllevaba 
a que mujeres y niños tuviesen que hacer largas 
caminatas a tempranas horas cargando la ropa para 
lavar y los recipientes para traer el agua (Chaparro, 
1997; Molano, 1997; Hinojosa & Felacio, 2011b, 
2011c). 
“Yo economizo el agua ciento por ciento porque 
todo lo que sufrimos yéndonos para la quebrada y 
yéndonos para allá para el río del Parque Nacional 
cargando la ropa, y los chinitos chiquitos tocaba los 
más pequeños echarlos entre la ropa, ahí, entre un 
costal para cargarlos, para llevarlos por allá también” 
(Hinojosa & Felacio, 2011b).
Ante esta situación, los vecinos de El Paraíso se 
propusieron crear un acueducto comunitario que se 
surtiera de la cascada La Ninfa, también conocida 
como cascada de La Chorrera, que correspondía 
a la tercera caída del río del Arzobispo y estaba 
ubicada a más altura que las viviendas del barrio. 
Así pues, en 1962, luego de conseguir la autoriza-
ción del Gobierno Distrital y de encontrar apoyo 
económico en el programa estadounidense Alianza 
para el Progreso y en un préstamo concedido por 
el Fondo Rotatorio, los habitantes de El Paraíso 
iniciaron la construcción de la represa y la instala-
ción de la tubería, pero no estuvieron solos sino que 
recibieron la ayuda de los habitantes de los barrios 
San Martín, Pardo Rubio y Mariscal Sucre, a los 
que se sumaron los padres escolapios del Seminario 
Calasanz. El 16 de abril de 1967 se inauguróeste 
acueducto comunitario que subsanó las necesidades 
de agua del sector hasta 1988, cuando el acueducto 
fue abandonado totalmente luego de haber sido 
mal administrado por la Empresa del Acueducto 
de Bogotá, a la que se le entregó por convenio en 
1972 (Chaparro, 1997).
La ausencia del servicio de acueducto, que se hizo 
mucho más notable cuando en la década de 1980 
creció la población y surgieron nuevos asentamien-
tos, se pudo solucionar medianamente después 
de una serie de conversaciones entre los repre-
sentantes comunales de los barrios y la Empresa 
del Acueducto de Bogotá, las cuales tuvieron por 
objeto analizar propuestas viables para construir un 
acueducto en la zona. Finalmente, el 15 de mayo 
de 1988 se inauguró el sistema de bombeo de agua 
para el sector, el cual contó con tres tanques esca-
lonados en el Pardo Rubio y otros tres tanques en 
El Paraíso, pues a partir del bombeo sucesivo entre 
tanque y tanque se lograba la altura suficiente para 
distribuir el agua por gravedad (Chaparro, 1997; El 
Cerro, 1997).
La instalación de servicios públicos como la energía 
y el acueducto, al igual que la construcción de obras 
como el Jardín Infantil de La Paz, los colegios San 
91!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
Martín de Porres y Madre Teresa Titos Garzón, la 
capilla del barrio Pardo Rubio, los salones comuna-
les, los parques, las canchas deportivas, las vías y los 
puentes de todo el sector, no hubieran sido posibles 
sin el trabajo colectivo de la comunidad, el cual re-
unía a adultos, ancianos, jóvenes y niños en torno 
a propósitos compartidos que permitieron reforzar 
los lazos de solidaridad entre ellos y consolidaron su 
condición de grupo social compacto. Así pues, las 
personas no sólo se convirtieron en arquitectas de 
sus propias viviendas sino que también edificaron 
los espacios barriales colectivos, tarea que contó 
con la participación activa de fundaciones autó-
nomas como la fundación suiza Paz en la Tierra y, 
por supuesto, con el permanente apoyo emocional, 
social, educativo y económico de las comunidades 
religiosas dominicas, escolapias y jesuitas, las cuales 
se convirtieron en elementos estructurantes de los 
barrios del Cerro del Cable y en puntos de referen-
cia fundamentales en la memoria de sus habitantes 
(Chaparro, 1997; Hinojosa & Felacio, 2011a, 2011c; 
Hinojosa et al, 2010a). 
El apoyo de las comunidades religiosas se mantuvo, 
incluso, en momentos de agitación social como 
aquellos que caracterizaron las protestas contra la 
Avenida de los Cerros, cuya construcción fue anun-
ciada en 1971 y estuvo enmarcada en un programa 
de gobierno que buscaba mejorar las condiciones 
de ciertas áreas urbanas con el fin de valorizar los 
terrenos y promover las inversiones, sin prestar 
atención al impacto negativo que podría causarse 
sobre las comunidades. Impacto que en este caso 
particular se enfocaba en las amenazas de desalo-
jo, en la consecuente pérdida de las viviendas, en 
la fragmentación de la comunidad barrial y en la 
destrucción de la identidad grupal, lo cual se rela-
cionaba directamente con la desestructuración de la 
memoria colectiva (Molano, 1997; Chaparro, 1997; 
Hinojosa & Felacio, 2011a).
“Iban a hacer una Avenida de los Cerros que traía 
mucho progreso para Bogotá, pero no contaban 
realmente con nosotros de que nos iban a perjudicar 
porque era una de las normas de la construcción de 
la Avenida de los Cerros de que de ahí quedaba más 
arriba como zona de reserva forestal y no dejaban 
construir viviendas. Entonces ahí otra vez nos vimos 
impedidos para construir y mucha gente, se puede 
decir, se le bajó la moral y ya no trabajaba con la 
misma confianza con que trabajaba antes. Empe-
zaron como a tener desconfianza de construir acá 
y algunos hasta prefirieron irse para otros lados, ya 
compraron por los lados de Suba o los lados del sur” 
(Hinojosa & Felacio, 2011a).
Así pues, esta Avenida, que pretendía conectar al 
norte y el sur de la ciudad mediante un corredor 
vial ubicado sobre las faldas de los Cerros Orien-
tales, afectaba a los barrios del Cerro del Cable y 
a otros tantos barrios de Bogotá que decidieron 
aunar esfuerzos y fundar la Unión de Comités 
Pro-defensa de la Zona Oriental, organización que 
reclamaba el derecho a una vivienda digna y exigía 
que los predios fueran comprados a precios justos. 
La actitud displicente de las autoridades distritales 
conllevó a que los habitantes de estos barrios radi-
calizaran su posición y resistieran fuertemente a los 
desalojos, aunque luego presenciaron la aparición de 
conflictos internos y perdieron el ánimo de seguir 
luchando, a tal punto que dejaron el futuro de la 
Avenida en manos de los resultados de las eleccio-
nes presidenciales de 1974, las cuales arrojaron al 
Partido Liberal como ganador. Pero, si bien este 
partido era opositor a la Avenida de los Cerros, 
92 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
el nuevo Gobierno Nacional no eliminó del todo 
el proyecto sino que lo sustituyó por una Avenida 
Circunvalar de menor escala que también afectó a 
los barrios del Cerro del Cable y marcó un punto de 
quiebre en su historia, pues trajo consigo el desalojo 
de varias viviendas, el pago de altísimos impuestos 
de valorización, el surgimiento de conflictos de pro-
piedad y un cambio radical en el paisaje que terminó 
aislando aún más a estos barrios, aunque también 
dejó, en la historia de la ciudad y en la memoria de 
los directamente implicados, la huella de un lucha 
conjunta de varios ciudadanos por el derecho a la 
vivienda (Chaparro, 1998; Molano, 1997).
Memoria y oficio alfarero
Así como el territorio y su poblamiento pueden 
entenderse como objetos de memoria y produc-
tores de identidad colectiva, los oficios, trabajos 
o actividades productivas desarrolladas por una 
comunidad también influyen en la construcción de 
recuerdos y aprendizajes sobre su pasado común 
y en la reafirmación de su condición de grupo, es-
pecialmente si dichos oficios se han practicado de 
manera generalizada por una o más generaciones. 
En este sentido, se entiende el papel que en la con-
figuración de la memoria de los habitantes de los 
barrios del Cerro del Cable tuvo el hecho de haber 
desempeñado conjuntamente el oficio de la alfarería 
en los chircales y ladrilleras de los hermanos Pardo 
Rubio, en los chircales de otras familias propietarias 
como los Ferré y los Muñoz, y en los chircales de 
los inquilinos que ocuparon la parte alta del cerro 
(Chaparro, 1997: 3).
Como se relató en la sección anterior, el Cerro del 
Cable se convirtió en el hogar de varias familias de 
migrantes que desde las primera décadas del siglo 
XX empezaron a trabajar en los chircales existentes, 
ya fuera en los oficios que dependían directamente 
de ellos como la extracción de la arcilla, el moldeo 
de los ladrillos, la introducción de estos en el horno 
y el trasporte de los mismos una vez terminados, o 
bien, en labores complementarias como el arreglo 
de la maquinaria y la extracción del carbón de las 
minas, que servía para alimentar los hornos junto 
con la leña tomada del cerro. El Cerro del Cable 
ofrecía, por lo tanto, múltiples opciones de empleo 
que resultaron atractivas para un gran número de 
personas que se asentaron allí y se sometieron a 
las dificultades propias de la alfarería con el fin de 
conservar un trabajo estable y de mantener una 
vivienda sin la obligación de pagar ningún tipo de 
arriendo pues, en calidad de préstamo, los Pardo 
Rubio concedieron lotes a todas las familias que 
laboraban en su empresa para que construyeran 
sus humildes viviendas de madera, lata y pedazos 
de ladrillo desechados (Molano, 1997; Chaparro, 
1997; Hinojosa & Felacio, 2011a, 2011b; Hinojosa 
et al, 2010a, 2010b).
A partir de los recuerdos de los habitantes se puede 
decir que las ladrilleras o fábricas de ladrillo de los 
hermanos Pardo Rubio, que se ubicabanen la parte 
baja del cerro muy cerca de la carrera 7ª y entre las 
calles 46 y 52, se diferenciaron de los chircales de 
la parte alta del cerro en la medida en que mostra-
ban un mayor grado de tecnificación, pues tenían 
grandes hornos de producción continua con varias 
puertas de acceso, contaban con patios cubiertos 
para proteger los ladrillos de la lluvia, utilizaban 
molinos de arcilla con motor, empleaban máquinas 
que moldeaban los ladrillos y los cortaban con hilos, 
y usaban cadenas para transportar los ladrillos desde 
el sitio de moldeo hasta los patios de secado y, poste-
riormente, desde los patios hasta el horno, el cual se 
alimentaba de carbón mediante unas boquillas ubi-
cadas en la parte superior (Chaparro, 1997; Hinojosa 
& Felacio, 2011b; Hinojosa et al, 2010b). 
“La fábrica era muy distinta a los chircales porque la 
fábrica estaba con todas las de la ley, bien hecha la 
fábrica, con tejado y todo, mientras que los chircales 
eran el solo horno y los patios libres” (Hinojosa & 
Felacio, 2011b).
93!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
Por su parte, los chircales de la parte alta del ce-
rro, que estaban arrendados a varias personas que 
figuraban como administradores de las instalacio-
nes y patrones directos de los alfareros, producían 
ladrillos artesanalmente. Los chircales se caracte-
rizaban por los hornos de pampa o cielo abierto 
alimentados por carbón y leña simultáneamente, los 
patios descubiertos que dificultaban el secado de 
los ladrillo durante el invierno, los molinos de trac-
ción animal, los métodos manuales para moldear 
el ladrillo haciendo uso únicamente de gaveras, y la 
ausencia de cualquier medio tecnificado para transpor-
tar los ladrillos secos, pues estos eran cargados hasta 
el horno en las espaldas de los hombres, las mujeres 
y los niños que trabajaban en el chircal, una imagen 
que puede considerarse como la principal expresión 
visual del trabajo alfarero y que aún causa sentimien-
tos de conmoción en los habitantes de estos barrios 
(Chaparro, 1997; Hinojosa & Felacio, 2011b).
A partir de las conversaciones con los habitantes 
mayores de los barrios del Cerro del Cable, cuyos 
padres fueron chircaleros y los mantuvieron en con-
tacto con el oficio desde que eran niños, se puede 
establecer el proceso que se seguía para producir 
ladrillos artesanales en los chircales, el cual iniciaba 
con la extracción de pedazos de suelo arcilloso de 
los barrancos del cerro mediante el uso de picas. 
Los pedazos de arcilla se ponían en una carretilla 
y se llevaban hasta un pozo en el que la arcilla era 
arrojada para mojarla con el agua que se extraía de 
los estanques y amasarla, ya fuera mediante el api-
sonamiento de personas o bueyes, o bien, mediante 
la acción rotatoria de un palo generalmente movido 
por caballos que funcionaba a manera de molino 
(Hinojosa & Felacio, 2011b). 
Tras quedar suave, elástica y moldeable, la arcilla 
era transportaba nuevamente en carretillas hasta 
los patios, en donde los trabajadores la introducían 
en gaveras de madera que, de acuerdo a don Mi-
guel Ángel Pulido, habitante del barrio El Paraíso, 
tenían seis puestos de 25 centímetros de largo, 12 
de ancho y 8 de profundidad. Se procuraba que la 
arcilla llenara completamente el espacio para cada 
ladrillo, después se retiraba el exceso de arcilla de 
las gaveras con un cuchillo de guadua, se sacaban 
las gaveras cuidadosamente y allí se dejaban los 
ladrillos para que se secaran con el viento y el sol, lo 
cual podía tardar varios días. Una vez estuvieran secos, 
los ladrillos eran apilados y cargados hasta el horno en 
las espaldas de los trabajadores, quienes se encargaban 
de acomodar los ladrillos intercalando capas de ladrillo 
y capas de carbón y leña, hasta que se llegaba a la tapa 
del horno, la cual era sellada con una mezcla de barro, 
tierra y ceniza (Hinojosa & Felacio, 2011b).
 “Hacían unas parrillas con mismo ladrillo y hacían 
unos buitrones. Le echaban carbón y leña y así iban 
haciendo los buitrones hasta arriba y ahí sí le echa-
ban fuego. Duraba diga usted un mes, mes y medio, 
cocinando. Y permanentemente, ahí, los vigilantes, o 
sea los que cuidaban, miraban a ver y eso lo conocían 
era por el color del humo, qué ya estaba para sacar 
y qué no estaba para sacar. Si por decir algo, al mes 
y medio no estaba cocinado, tenían que echarle más 
fuego. Sí, eso era un proceso muy largo” (Hinojosa 
et al, 2010b).
Cuando los ladrillos terminaban de cocerse se reali-
zaba la deshornada, que probablemente era una de 
las tareas más difíciles al interior del chircal por las 
altas temperaturas a las que debían someterse los 
trabajadores, quienes incluso debían usar guantes 
de caucho grueso, confeccionados con neumáticos 
94 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
de automóvil, para protegerse las manos. Entonces, 
se sacaban los ladrillos del horno y, de acuerdo a la 
urgencia del pedido, se introducían todavía calientes 
en los camiones para ser transportados a diferentes 
barrios de Bogotá, como Santa Bárbara, Chicó, 
Usaquén, Teusaquillo, Palermo, La Magdalena y La 
Soledad (Hinojosa & Felacio, 2011b).
Si bien parecía ser mayor la proporción de mujeres 
en los chircales, las diferentes tareas que se reali-
zaban en ellos eran atendidas casi indistintamente 
por hombres y mujeres, mientras que los niños se 
encargaban de cargar ladrillos en su espalda, de 
cortar leña o de llevar el almuerzo a sus padres, pues 
el oficio de moldear los ladrillos podía requerir más 
destreza manual de la que tenían y la deshornada 
resultaba peligrosa para ellos debido a las altas 
temperaturas que se manejaban. En todo caso es 
claro que la industria alfarera cobijaba a todos los 
miembros de la familia, incluyendo a los hijos más 
pequeños que en ese entonces no eran objeto de 
una política de protección contra el trabajo infantil 
ni tampoco de una educación básica obligatoria. 
El estudio no se veía como una necesidad y, por el 
contrario, el trabajo en los chircales era interpretado 
como una de las pocas actividades productivas que 
podían realizar los niños y los adolescentes (Hino-
josa & Felacio, 2011c, 2011b).
“A uno no le enseñaron sino a cargar chicha, a 
trabajar en los chircales, a cargar ladrillo, a llenar hor-
nos…, a nosotros no nos dieron estudio, a ninguno, 
que porque era para escribirle a los novios, entonces 
que el mejor trabajo era cargar ladrillo” (Hinojosa & 
Felacio, 2011c).
Muchos de los habitantes de estos barrios nacieron 
en los chircales y crecieron allí, a tal punto que in-
cluso ciertos espacios de expresión infantil como 
los juegos se construyeron en torno a los ladrillos, 
y fue así como, recurriendo a una apropiación y 
utilización de su entorno inmediato, las niñas crea-
ron muñecas con ladrillos envueltos en trapos y los 
niños diseñaron carros con ladrillos amarrados a 
una cuerda (Hinojosa & Felacio, 2011c). 
 “Los muñecos eran piedras o ladrillos, no es como 
ahora que les compran a los muchachos lo mejor, 
en ese tiempo no le regalaban a uno un muñeco” 
(Hinojosa & Felacio, 2011c).
Sin embargo, no solo los niños tuvieron que 
enfrentar una difícil situación al vincularse a tan 
temprana edad al trabajo en los chircales, pues toda 
la familia fue objeto de un régimen laboral estricto 
que no sólo los enfrentaba al clima frío y lluvioso 
de las madrugadas bogotanas, a un contacto per-
manente con la arcilla húmeda y a los cambios de 
temperatura a los que se sometían quienes llenaban 
o desocupaban el horno, sino que también los 
sometía a contratos en los que el pago, de por sí 
bajo, dependía de la cantidad de ladrillos producidos 
diariamente, de modo que existía una atmósfera de 
presión en el desarrollo de las actividades cotidia-
nas en los chircales por el temor a no cumplir con 
las expectativas. No había un salario fijo ni mucho 
menos prestaciones sociales que les garantizaran 
unas condicionesde vida aceptables (Hinojosa & 
Felacio, 2011b, 2011c). 
“Eso era como por contrato, por el ladrillo que 
hicieran. Entonces, si estaban allá al medio día pues 
iban a contarle el ladrillo y anotaban cuánto ladrillo 
habían hecho y si no hacían mayor cosa, pues no les 
pagaban, y de por sí que eso era una miserableza lo 
que les pagaban” (Hinojosa & Felacio, 2011c).
95!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
De hecho, los ritmos estrictos de trabajo, las largas 
jornadas, los cambios térmicos y las condiciones 
ambientales a las que se exponían los alfareros, 
degeneraron en la adquisición de varias enferme-
dades que fueron deteriorando su salud e incluso, 
a algunos les provocaron la muerte. Aparecen, en-
tonces, términos como el ser “picado por el barro” 
para describir las enfermedades asociadas al trabajo 
chircalero. Pero la salud de los trabajadores no sólo 
se vio afectada por estas enfermedades, sino que 
también sufrió el impacto de algunos accidentes la-
borales que guardaron relación con el manejo de las 
máquinas de las fábricas de ladrillo y se registraron 
fuertemente en la memoria de los habitantes del 
sector (Hinojosa & Felacio, 2011b, 2011c).
Estas condiciones de trabajo exigentes, riesgosas y 
mal remuneradas fueron relatadas por periodistas 
de la época que visitaron las zonas de chircales en 
la ciudad, se sorprendieron ante la situación de 
quienes laboraban en ellos y buscaron establecer 
una voz de protesta que no sólo difundiera este 
conflicto social sino que también llamara a la toma 
de responsabilidades por parte de las autoridades 
competentes. Tal es el caso de Ofelia de Wills, quien 
visitó los chircales del sur de Bogotá y, en el último 
número de la revista Cromos de 1969, escribió un 
reportaje que introdujo con las siguientes frases: 
“Los contratistas pagan a cuarenta y nueve pesos mil 
ladrillos y los venden en quinientos. Los ranchos se 
construyen con el material que ya no sirve. La familia 
vive unida alrededor del trabajo común, porque en la 
fabricación del ladrillo trabajan hasta los niños que 
apenas empiezan a caminar” (De Wills, 1969: 17). 
Por otra parte, el periodista Darío Restrepo del 
periódico El Tiempo resumió las condiciones gene-
rales del los chircales surorientales de Bogotá con 
este párrafo: 
“Adultos y ancianos pisando barro con agua mal 
oliente; niños y mujeres moliendo arcilla con sus 
manos para convertirla en ladrillos; casas de lata y 
barro colgadas de la montaña, sin servicios; hom-
bres, mujeres y niños con la cara sucia y la mirada 
triste; varios hornos que cocen la tierra; y al fondo, 
la capital del país, con elegantes edificios de ladrillo 
y cemento” (Restrepo, 1977: 16 D).
No obstante, los chircales del sur de Bogotá tuvie-
ron una duración más prolongada que los chircales 
del Cerro del Cable y sus condiciones parecieron 
ser mucho más difíciles que las de estos. De hecho, 
en los barrios del Cerro del Cable se construyó 
una relación patronal muy particular entre los tra-
bajadores de los chircales y la familia Pardo Rubio, 
relación que redujo un poco las condiciones de 
explotación laboral y trajo ciertas ventajas a los 
trabajadores, como la posibilidad de hacerse a un 
lote para construir sus viviendas sin pagar arriendo 
o el apoyo prestado por los patrones en casos de 
enfermedad o accidente (Molano, 1997; Chaparro, 
1997). Es claro que los Pardo Rubio no pagaban 
un sueldo conveniente, no brindaban prestaciones 
sociales, exigían jornadas de trabajo prolongadas 
y no tenían ninguna restricción frente al trabajo 
infantil pero, aún así, la gente les profesaba un 
respeto, un agradecimiento y un afecto que, in-
cluso hoy en día, se percibe en los relatos de los 
habitantes actuales, especialmente en el recuerdo 
preciso sobre el reparto de lotes como pago de las 
cesantías a toda una vida de trabajo en su industria 
familiar, pues fue este hecho el que permitió que 
los antiguos trabajadores alfareros de varios de los 
barrios del Cerro del Cable adquirieran un lote y 
se convirtieran en propietarios de un fragmento de 
ciudad (Hinojosa & Felacio, 2011a, 2011b).
Conclusiones
La memoria colectiva puede entenderse como el 
conjunto de recuerdos que comparte un grupo 
social sobre su pasado y a los cuales el mismo 
grupo ha asociado ciertas lecciones que dan signi-
ficado al pasado y permiten entender el presente. 
La memoria colectiva no niega la existencia de una 
memoria individual sino que, por el contrario, esta-
blece con ella una relación de complementariedad 
96 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
en la que la memoria individual aporta recuerdos factuales sobre los 
hechos pasados que se fundamentan en la experiencia directa de cada 
persona, mientras que la memoria colectiva se encarga de enmarcar 
esos recuerdos factuales en un contexto social que los dota de sen-
tido, les ofrece mecanismos para que puedan ser compartidos con 
otras personas, les brinda ciertos patrones colectivos para suscitar su 
evocación y los pone en consonancia con otros recuerdos para que 
sean complementados en caso de que tengan algún vacío. Así pues, 
la memoria colectiva y la memoria individual se interrelacionan pero 
la memoria colectiva, a diferencia de la memoria individual, es la que 
establece los aprendizajes que se pueden tomar del pasado, es la que 
fortalece los lazos sociales entre los miembros del grupo y es la que 
sustenta el surgimiento de una identidad colectiva.
La identidad colectiva, que reafirma la existencia del grupo social, se 
construye a partir de las percepciones subjetivas de los individuos so-
bre los elementos que definen a un determinado grupo pero también 
se fundamenta en las experiencias compartidas por sus miembros. En 
el caso de las comunidades barriales, estas experiencias compartidas 
incluyen la participación en un proceso colectivo de poblamiento, el 
desarrollo de un sentimiento de filiación territorial y la existencia de 
condiciones de vida comunes a todos los pobladores. De esta forma, 
se puede decir que la memoria colectiva de los habitantes de los barrios 
del Cerro del Cable se caracteriza por ser la base de una identidad 
barrial que se ha fundamentado en dos factores indiscutiblemente 
ligados que responden al proceso de poblamiento del cerro y a la 
actividad productiva común de la alfarería. 
En primer lugar, el proceso de poblamiento territorial del Cerro 
del Cable se derivó de la existencia de relaciones cordiales entre los 
trabajadores de la industria alfarera y sus patrones, pues fueron estas 
relaciones las que finalmente garantizaron la adquisición de lotes 
por parte de los trabajadores ahora convertidos en propietarios que 
emprendieron la difícil pero gratificante marcha hacia la construcción 
de viviendas dignas, la consecución de los servicios públicos y la 
edificación de espacios comunitarios que reforzaran su nueva identidad 
como comunidad barrial. En segundo lugar, la participación generalizada 
de estos pobladores como trabajadores de la industria alfarera que hizo 
uso tanto de las fábricas de ladrillo tecnificadas de la parte baja del cerro 
como de los chircales artesanales de la parte alta, trajo consigo condiciones 
de vida particulares que se convirtieron en un conjunto de experiencias 
comunes sobre el pasado y consiguieron ocupar un lugar irremplazable 
en la memoria colectiva de los actuales habitantes del Cerro del Cable.
97!!Revista nodo Nº 11, Vol. 6, Año 6: 77-98 Julio-Diciembre 2011 Felacio Jiménez, L.C
La lucha continua por posesionarse de sus terrenos y mejorar sus 
condiciones de vida ha sido determinante en la configuración de la 
memoria colectiva de dichos habitantes, de la misma forma en que lo 
ha sido el reconocimiento de un pasado común como descendientes 
de trabajadores que estuvieron vinculados a la industria alfarera de 
la zona. Es así como en la memoria de los habitantes mayores de 
los barriosdel Cerro del Cable se conserva, con mucho detalle y 
con sentimientos mezclados de dolor y orgullo, el recuerdo del duro 
trabajo de la alfarería, de cada uno de los pasos que se seguían para 
elaborar los ladrillos, del trabajo conjunto de toda la familia, de las 
exigentes jornadas y los bajos salarios, de los frecuentes accidentes 
y las enfermedades inclementes, de las precarias viviendas y los au-
sentes servicios públicos pero, también, de las relaciones un tanto 
paternalistas que establecieron con sus patrones, de la afortunada 
repartición de lotes como pago de las cesantías por su trabajo en los 
chircales, de las arduas sesiones de trabajo colectivo para mejorar las 
condiciones de los barrios, del incondicional apoyo que recibieron 
por parte de las comunidades religiosas y de las victorias que lograron 
ante los perjuicios de los programas y políticas de la administración 
distrital y de las empresas de servicios públicos, que fueron solo un 
paso más en el camino hacia su posicionamiento como pobladores 
del Cerro del Cable.
98 Memoria, territorio y oficio alfarero. La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable
Referencias
Aguilar Fernández, Paloma (1996) Aproximaciones teóricas y analíticas 
al concepto de memoria histórica: La memoria histórica de la Guerra 
Civil Española (1936-1939). En Documentos de Trabajo: Seminario de Historia 
Contemporánea (pp.1-23). Madrid: Instituto Universitario Ortega y Gasset.
Aguilar Fernández, Paloma (2008) Políticas de la memoria y memorias de la política: 
El caso español en perspectiva comparada. Madrid: Alianza Editorial.
Benadiba, Laura (2007) Historia oral, relatos y memorias. Buenos Aires: Editorial 
Maipue.
Chaparro Valderrama, Jairo; Mendoza, Diana Milena y Pulido, Belky Mary 
(1997) Un siglo habitando los cerros: Vidas y milagros de vecinos en el Cerro del Cable. 
Bogotá: Alcaldía Local y Junta Administradora Local de Chapinero- Corporación 
Comunitaria Raíces- Instituto Distrital de Cultura y Turismo.
De Wills, Ofelia (1969, 15 de diciembre) La vida en los chircales de Bogotá. 
En Cromos, No. 2715, pp. 16-20.
El Cerro (seudónimo) (1997) Bogotá historia común: Memorias. Bogotá: Concurso 
de Historias Barriales y Veredales- Alcaldía Mayor de Santafé de Bogotá- Acción 
Comunal Distrital.
Halbwachs, Maurice (2004) La memoria colectiva. Zaragoza: Prensas 
Universitarias de Zaragoza.
Jelin, Elizabeth (2002) Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI. 
Molano Rincón, Pedro Alfonso (1997) San Martín de Porres, barrio popular 
de Chapinero. En Bogotá, Historia Común (pp.125-195). Bogotá: Alcaldía Mayor de 
Santa Fe de Bogotá- Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital. 
Restrepo, Darío (1977, 30 de junio) Turbay se embarró ayer en los chircales. 
En El Tiempo, No. 22988, p. 16 D.
Torres Carrillo, Alfonso (1999) Barrios populares e identidades colectivas. En 
El Barrio: Fragmento de Ciudad II. Bogotá: Barrio Taller.
Traverso, Enzo (2007) El pasado. Instrucciones de uso: Historia, memoria, política. 
Madrid: Marcial Pons.
Fuentes orales:
Hinojosa, Rita & Felacio, Laura (2011a, 27 de enero) Entrevista con Euclides 
Santiesteban, habitante del barrio Pardo Rubio. Grabación de audio.
Hinojosa, Rita & Felacio, Laura (2011b, 24 de enero) Entrevista con María 
de Jesús Garzón de Matallana y José Leopoldo Matallana, habitantes del barrio 
Pardo Rubio. Grabación de audio.
Hinojosa, Rita & Felacio, Laura (2011c, 19 de enero) Entrevista con María 
Nieves García de Guerrero, habitante del barrio Pardo Rubio. Grabación de 
audio.
Hinojosa, Rita; Parra, Federico & Felacio, Laura (2010a, 27 de enero) 
Entrevista con Jorge Guerrero, habitante del barrio Pardo Rubio. Grabación de 
audio.
Hinojosa, Rita; Parra, Federico; Molina, Luis Fernando & Felacio, Laura 
(2010b, 4 de septiembre) Taller de Memoria con Miguel Ángel Pulido, Felisa 
Rodríguez de Pulido, Manuel Camargo, María Garzón de Matallana, María 
Nieves García de Guerrero y Rosalba Guerrero, habitantes de los barrios Pardo 
Rubio, San Martín de Porres y El Paraíso. Grabación de audio.

Continuar navegando

Otros materiales