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Reporte de lectura EL PECADO ORIGINAL, LA CONDICIÓN PECADORA DE LA HUMANIDAD, CONSECUENCIA DEL RECHAZO DE LA GRACIA ORIGINAL

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Seminario Mayor Juan Navarrete y Guerrero
Facultad de Teología
Teología de la Creación y del Pecado
EL «PECADO ORIGINAL», LA CONDICIÓN PECADORA DE LA HUMANIDAD, CONSECUENCIA DEL RECHAZO DE LA GRACIA ORIGINAL
Reporte de lectura 
Pbro. Lic. Luis Alonso Cobácame 
Luis Antonio Arvayo Araiza
Hermosillo, Sonora a 15 de junio de 2021
CAPÍTULO III. EL «PECADO ORIGINAL», LA CONDICIÓN PECADORA DE LA HUMANIDAD, CONSECUENCIA DEL RECHAZO DE LA GRACIA ORIGINAL[footnoteRef:1] [1: LADARIA, Luis F. Teología del Pecado Original y de la Gracia, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid (España), 1993, pp. 55-78. ] 
La reflexión acerca del «pecado original» nunca ha sido una cuestión sencilla dentro de la historia de la teología, así lo señala Luis F. Ladaria. La tradición de la Iglesia lo ha entendido de modos diversos. 
Antes de adentrarse a la realidad del pecado como tal es necesario señalar junto con el cardenal Ladaria, que al ser humano le fueron ofrecidas antes de toda posible decisión personal la amistad con Dios, la justicia y la santidad, y antes de cualquier mérito por su parte. Este ofrecimiento por parte de Dios a la comunión con él fue rechazado. El paraíso fue un comienzo que el pecado no frustró definitivamente porque la misericordia de Dios es más fuerte que el pecado humano.
Comprender el origen del pecado, según la reflexión de Ladaria, va más allá de averiguar el qué y el cómo, y ha de centrarse más bien en lo que significa para nosotros, en nuestra relación con Dios y con los demás. En este sentido es importante descubrir una nueva posibilidad de comprender la doctrina tradicional del pecado original, que tiene que ver con la eclesiología del Vaticano II. Se trata de la dimensión social y comunitaria del ser humano, de modo que el propio camino de salvación forma parte de esta dimensión. Así la realidad de pecado puede ser comprendida según sus consecuencias sociales. Dicho de otro modo, la falta de acogida y de apertura a la gracia de unos seres humanos influye definitivamente en la situación de los demás. 
En el mundo bíblico el pecado es la situación que deriva de la ruptura de amistad con Dios, supone de modo obvio una previa relación de amistad. No se trata de una mera transgresión de una ley externa. El pecado viene a poner término a una cierta armonía de cuando se vive en la paz de Dios. Por eso, la actitud del hombre fiel y justo es la obediencia, en cambio, el pecador se niega a escuchar la voz de Dios, actúa contra la alianza y contra la paz que deriva de ella. El pecado es así, a la vez que ruptura con Dios, ruptura con la comunidad y destrucción de la armonía. 
En este sentido, la enseñanza de la tradición bíblica aborda el concepto de la solidaridad como una característica fundamental del actuar humano, que tiene efectos tanto en el bien como en el mal. De allí que para desarrollar los fundamentos bíblicos acerca de la universalidad del pecado, Ladaria presenta primero un acercamiento al libro del Génesis (2-3), posteriormente un recorrido por el resto del Antiguo Testamento, y finalmente, abarca el Nuevo Testamento, deteniéndose un poco más en la teología de Romanos 5, 12-21. 
En el texto Génesis 2-3 se presenta el estado inicial de paz con Dios, una narración que ha de ser interpretada a la luz del concepto de la alianza. La introducción del mal en el capítulo 3 bajo la imagen de la serpiente, hace referencia a una fuerza contraria a Dios y al hombre ya antes del pecado humano. Ladaria señala que en la ruptura de aquel estado de paz y en la autoafirmación frete a Dios está el núcleo del pecado, es en este sentido paradigmático, pues señala lo que en el fondo todo pecado es. 
Otro dato importante que señala el autor es la lectura en conjunto que se ha de hacer de este capítulo 3 del libro del Génesis. El pecado, con la expulsión del paraíso, trae consigo una nueva situación objetiva, irreparable desde el punto de vista del hombre. En efecto, después del primer pecado, continúa la historia de pecado y de muerte. En Gén 4,8 se narra el pecado de Caín contra su hermano Abel al que da muerte. El pecado contra Dios lleva consigo el pecado contra el hombre; las dos dimensiones están unidas. Y de este modo resuena el eco del primer pecado hasta Gén 11, 1-9 con la construcción de la torre de Babel. Por lo tanto, parece que la historia iniciada en el paraíso continúa hasta que el pecado se hace general en el mundo. 
Se señala que la intención del yahvista no es hablar de un pecado que se transmita por generación a todos sus descendientes. Más bien, el sentido que el redactor de Gén 2-3 da a la idea de solidaridad va más allá de lo biológico. El yahvista -señala el padre Ladaria- en su concepción universal de la historia, ha contemplado al hombre y a toda la humanidad bajo el poder y el influjo del pecado. 
Después de analizar los capítulos 2 y 3 del libro del Génesis el p. Ladaria presenta un amplio panorama del origen y la universalidad del pecado en el resto del Antiguo Testamento. En este breve recorrido por el Antiguo Testamento, el autor considera que la redacción del Pentateuco según el texto recibido este movido por la convicción de que el pecado de Adán y Eva ha sido el origen de los males que aquejan a la humanidad. El primer pecado es considerado como el origen de una nueva situación objetiva (la muerte), que a todos afecta. 
El Antiguo Testamento, concluye el P. Ladaria, enseña que el pecado es universal y que esta situación no es fruto del destino ni es directamente querida por Dios, sino que tiene una razón histórica, el pecado y la infidelidad del hombre, que ha sido desobediente al mandato divino y ha rechazado la amistad que Dios le ha ofrecido. Es también importante afirmar que el Antiguo Testamento no ofrece todos los elemento que mas tarde configurarán la doctrina del pecado original. 
Por otra parte, se ofrecen los elementos del Nuevo Testamento respecto a la universalidad del pecado y su origen, pues sólo a la luz de la salvación que en Cristo se ofrece a todo el género humano se podrán calibrar las características del pecado. 
En los evangelios sinópticos y en Juan el tema del pecado aparece varias veces, por una parte, como responsabilidad individual (Mt 16, 27 - Jn 5, 29) y como el pecado de los padre que hace pecar a los hijos o que éstos con su actuación se hacen solidarios. El pecado del rechazo y muerte de Jesús se coloca en la línea del pecado de los «padres». 
Los evangelios señalan el influjo del diablo en los hombres, que no se agotó en el primer pecado, sino que sigue estando presente como al comienzo. El pecado, según los escritos evangélicos se manifiesta principalmente como rechazo de Cristo. 
En la teología paulina se afirma con claridad la universalidad del pecado. Un elemento importante de la enseñanza paulina es el paralelismo entre Adán y Cristo. Adán y Cristo son dos comienzos de la humanidad, aunque de signo diverso. Adán para la muerte, Cristo para la resurrección de los muertos. 
Estas ideas sobre el pecado y su universalidad en el corpus paulinum encontrarán su sistematización en la carta a los Romanos. La carta enseña que la situación de pecado general en la humanidad es justificada por la redención de Cristo, ya que él es la respuesta amorosa de Dios a una humanidad pecadora. La justificación del hombre por la fe es gratuita porque se basa en lo que ha hecho Cristo, no en lo que hace el hombre. 
Es muy profundo e interesante el análisis bíblico teológico que realiza el autor respecto a Romanos 5, 12-21, deteniéndose en los versículos que afectan a la comprensión del texto. Lo fundamental es reconocer que Pablo explica la obra de salvación llevada a cabo por Cristo, cómo hacer ver que la obediencia y justificación de Cristo es fuente de vida para todos. A la luz de la salvación de Jesús aparece cuál es la verdadera situación de la humanidad antes o fuera de Cristo, el destino común de la solidaridad en la perdición y en el mal, que es el contrapunto de la definitiva solidaridad de salvación en Jesús. 
El P. Ladaria señalaque Pablo utiliza el recurso a Adán para explica que Cristo nos libra no sólo de nuestros pecados personales, sino también de la fuerza de pecado que se impone a nuestra decisión.

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