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Reporte de lectura Foucault

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Nietzsche, la genealogía, la historia
Michael de Foucault
«El saber no ha sido hecho para comprender,
ha sido hecho para hacer tajos»
¿Es válida en nuestro tiempo la pretensión de encontrar una esencia humana, una línea profundísima de la realidad del hombre a la cual podemos (debemos) supeditar nuestros actos con la certeza de que con ello garantizamos nuestra realización? Esta pregunta resonó una y otra vez a lo largo de mi lectura. Las palabras de Nietzsche y de Foucault insistían en formular la pregunta (no tanto en dar por sentado una respuesta negativa, cuanto sí en formular la pregunta).
La genealogía, entendida en el sentido metafísico, se encargaría entonces de encontrar esta naturaleza. Como investigador detrás de las pistas, accedería a cada momento de la historia, detectando el elemento uniforme, ese que no cesa de aparecer y que, más que sólo cambiar, se perfecciona, y cada elemento encontrado iría conformando esa identidad estable, profunda, trascendente. Ésta ha sido la búsqueda de la teología y la antropología teológica: buscar en los signos de los tiempos “lo que hay de verdadero en ellos”. 
Pero la naturaleza humana, curiosamente, parece no imponerse. Se imponen las leyes, se impone el lenguaje, se impone la moral, pero eso no significa que se identifiquen todas estas imposiciones con elementos de una naturaleza humana. Estas fuerzas conforman lo que consideramos humano, pero, ¿se nos presenta como tal, o es que más bien nosotros hemos querido depositar en ellas lo que nos identifique? La capacidad humana que permitiría evitarnos el conflicto es, en todo caso, la razón. Así le ha parecido a la generación de la decadencia: la razón da testimonio de una finalidad, de un camino ya trazado que nos asegura, al seguirlo, la realización de mis potencialidades. Peor aún, la generación de la decadencia postula todos estos principios como universales y necesarios. Ven el todo de su historia como un proceso, en el cual estamos siempre situados. No existe sino la Historia de Salvación, y ésta siempre va hacia delante.
Dentro de este sendero, el ser humano debe identificar su propio ser, alcanzar la madurez por medio de la ascesis. El cristiano de todo tiempo lo ha sabido, sus fines no cambian, y al parecer, los instrumentos para alcanzarlo, tampoco. Sin embargo, luego de encontrarme con Foucault, no puedo evitar hacer la pregunta: ¿qué tan necesaria realmente es la propuesta de la naturaleza humana cristiana? ¿Qué tan cierto es que “el hombre busca a Dios porque lleva inscrito su nombre en el corazón”?
La Historia podría ayudar a la Teología, ya que desde hace siglos se buscan estos fines, nos orillamos a estos medios. Pero, examinando con ojos genealógicos (la Genealogía no-metafísica), con la razón que no comprende sino que hace tajos, no podemos encontrar un camino recto y bien trazado. Lo que encuentra una mente consciente de su historicidad es, primero que otra cosa, que su perspectiva será la de un hombre de su tiempo. Segundo, que así como él está influenciado por sus condiciones, esta historia, este sendero supuestamente uniforme, lo ha estado también. Y aquí me detengo en un detalle, y vuelvo a preguntar: ¿en realidad existe un camino natural que inspira la salvación, o es más bien este camino un fruto de la cristianización de las culturas, de los individuos, de las naciones? Cómo saber si este camino bien trazado se impone por sí mismo, o es ya un fruto de quien “cree” en él y lo construye.
En la perspectiva de Foucault, las actitudes modernas[footnoteRef:1] son, irónicamente, muy cristianas[footnoteRef:2]. Realmente no puedo pensar que esto sea falso. El cristiano de hoy (y quizá el de hace muchos siglos también) vive con los ojos en su ideal, ascético por principio constitutivo, identificado con su historia y defensor de la Verdad eterna, única y absoluta. La contingencia de su visión ha de ser considerada, según Foucault, por lo menos para no caminar con ingenuidad. Sin embargo, en la senda cristiana, aceptar la contingencia del propio camino, es ya una contradicción de sus propios fundamentos: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. ¿Tiene, entonces, el cristianismo una posibilidad ante esta nueva consciencia humana de nuestra contingencia? [1: Descritas en ¿Qué es la Ilustración?.] [2: Explicito la ironía: todavía hasta hace un par de años, el Seminario Conciliar de México, exigía a sus nuevos integrantes proclamar el juramento antimodernista como un acto de toma de protesta de su cátedra o su nueva condición de formador.] 
Cuando la razón es la encargada de diseccionar la historia o, en este caso, el cristianismo, ésta (bien lo dice Foucault) no comprende, sino que hace tajos. Así me parece que el cristiano podría tomar la postura del hombre cuerdo que Foucault presenta como salida: ha de llevar a cabo la desastrosa tarea de conocer para deshacer, adentrarse en sus propios fundamentos para devastarlos: como serpiente del Eterno retorno, el cristiano que piense ha de comenzar a comer sus propios pies.
Esta imagen me genera conflicto, pues la inestabilidad de tal situación es clara hasta físicamente: ¿cómo sostener algo que es fundamento de sí mismo? Erigimos un punto, lo sostenemos con tres pilares, luego este punto comienza su danza y devora los pilares. Ahora se constituye pilar de sí mismo, y como ya estaba en el aire, pretende que no cae porque tiene fundamento, aunque sea su propia extensión. Y curiosamente así sitúo nuestra realidad: las ciencias no tienen más fundamento que la cohesión de su propia red: tantos y tan variados vínculos que se sostienen a sí mismos, levitan en el aire y ningún punto cae porque los demás “le sostienen” pero, realmente, ninguno está firme. Lo mismo el cristiano: puede encontrar la coherencia y mantener la esperanza sólo en la comunidad, con pilares flotantes como él. El análisis genealógico desarma todo y manifiesta lo efímero de nuestros postulados universales, de nuestros fundamentos inamovibles.
¿Qué pasará con esto? ¿Cuánto tiempo resisten estas redes? No nos toca saberlo, y ahí encuentro la ejemplificación de la única propuesta de Foucault: vivir con las máscaras, “retomar en nuestra irrealidad la identidad más irreal del Dios que la ha gobernado”. Forzar los vínculos hasta que éstos aguanten, y así, o rompemos el tejido y caemos (por fin), o alcanzamos el fundamento y damos verdadera estabilidad a este constructo (por fin). O sencillamente estiramos y estiramos, sin jamás caer en extremo alguno…
Solamente el cristiano que acepta la historicidad de su momento, de la propuesta que sigue y de su propia respuesta dada, sólo él podrá (quizá) no disolverse en la nada de su Dios, sino afianzarse él mismo, en medio de una opción, como otras, para afrontar esta vida inconexa en su principio y en su fin a algo firme. Sólo ahí es válida su propuesta, cuando no pretende más que ser una opción para sí. ¿?