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2 Consulte nuestra página web: www.sintesis.com En ella encontrará el catálogo completo y comentado 3 http://www.sintesis.com 4 Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y el resarcimiento civil previstos, en las leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente, por cualquier sistema de recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o por cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A. © Ernesto López Méndez Miguel Costa Cabanillas © EDITORIAL SÍNTESIS, S. A. Vallehermoso, 34. 28015 Madrid Teléfono 91 593 20 98 http://www.sintesis.com ISBN: 978-84-975679-6-1 Impreso en España- Printed in Spain 5 http://www.sintesis.com A Cinzia, per la rosa rossa e il bacio, per il mistero delle quattro vite, per l’amore e la nostalgia. Ernesto A Zoe y Aitana, mis hijas del alma, por vuestra sonrisa y amor incondicional. Miguel 6 Índice Prólogo Introducción Parte I Despatologizar la vida y los problemas de la vida 1. Los problemas de la vida no son enfermedades 1.1. Tratamos de resolver problemas, no tratamos una patología 1.2. Un cambio radical de paradigma frente a la patologización de los problemas psicológicos 1.3. La profunda experiencia humana de los problemas psicológicos 1.3.1. Castigo del pecado y posesión diabólica 1.3.2. De la posesión diabólica a la “enfermedad del entendimiento” 1.4. La patologización formal de los problemas psicológicos 1.4.1. El modelo anatomoclínico y fisiopatológico: la sede y la causa de la enfermedad 1.4.2. “Esto es una enfermedad”, una metamorfosis declarativa 1.4.3. La consolidación de la “patología mental” y de la nosología 1.5. Un grave error lógico y epistemológico 1.5.1. Una desalentadora falta de evidencia 1.5.2. Una logomaquia, una enfermedad inventada 1.5.3. Una profesión de fe y un modelo “sobrenatural” 1.6. “Como el demonio metido en el cuerpo” 1.6.1. La cosificación de las palabras 1.6.2. Una enfermedad de los sesos 1.6.3. Los delirios como secreción 7 1.6.4. La “virtud dormitiva” del opio y el “impedimento de la volición” 1.6.5. La retórica del síntoma y el desafío como síntoma del trastorno desafiante 1.7. Un diagnóstico ficticio, pero inapelable 1.7.1. La perspectiva sindrómica 1.7.2. ¿Enfermo o bribón? 1.7.3. Una patologización caótica y desenfrenada 1.7.4. Una fuente de indefensión y de pasividad 1.7.5. Un estigma que puede marcar para siempre 1.8. Expulsar demonios, curar enfermedades 1.8.1. Sanguijuelas en la yugular contra la manía 1.8.2. “Dejar de buscar la hierbecita” 1.8.3. Tratamientos a la fuerza 2. El ABC, un modelo radical para comprender y resolver los problemas psicológicos 2.1. Un cambio radical de paradigma 2.2. Un modelo biográfico y transaccional 2.3. Una biografía entera con historia biográfica 2.4. Una mirada contextual y transaccional 2.4.1. Llegar hasta el fondo de los problemas y comprender su significado 2.4.2. La biografía tiene hechura transaccional 2.4.3. Una poderosa hermenéutica: el Análisis Funcional de la Conducta (AFC) 2.5. Bases estructurales de la conducta y fantasías neuromitológicas 2.5.1. Sin cerebro no hay conducta ni problemas de conducta 2.5.2. Necesarios, pero no suficientes 2.5.3. Los problemas psicológicos no se ven por neuroimagen 2.5.4. Los problemas psicológicos no están en los genes 2.6. El modelo patológico desnaturaliza los problemas y los hace incomprensibles 2.6.1. El secuestro del significado biográfico y transaccional 2.6.2. La retórica psicopatológica y los miedos y esperanzas del corazón humano 2.6.3. Los enigmas psicológicos 2.7. El modelo patológico y la retórica del síntoma ignoran la interdependencia 2.7.1. El silencio no es como la tos de la bronquitis 2.7.2. La ocultación como síntoma de locura 2.7.3. Las lecciones clínicas de Kräpelin y la experiencia de indefensión 8 2.8. El modelo patológico y la quimera de la “eficacia terapéutica” 2.8.1. La administración de sustancias químicas 2.8.2. Sangría y psicofármacos 2.8.3. Psicofármacos como creadores de psicopatología 2.8.4. Sedación, calma, docilidad y obediencia 2.9. Problemas psicológicos con “denominación de origen” y significado 2.9.1. Las raíces de una fobia y su significado 2.9.2. El paje que quería volver a la locura 2.9.3. Oír la voz de Dios 2.9.4. Denominación de origen y de trayectoria 2.10. Control social del comportamiento y de los problemas psicológicos 2.10.1. El etiquetado de anormalidad 2.10.2. La coartada ideológica del diagnóstico psicopatológico 2.10.3. Una poderosa herramienta de control social RESUMEN DE LA PARTE I Parte II Empoderar para resolver los problemas de la vida 3. Principio estratégico 1. Construir una fuerte alianza de trabajo 3.1. Empoderar: despatologizar y compartir poder y control 3.2. Acompañarles a lo largo del camino 3.2.1. Adoptar una perspectiva biográfica, histórica y transaccional 3.2.2. Promover y equilibrar afiliación y autonomía 3.2.3. Potenciar las dos funciones de la alianza: contexto y principio activo 3.2.4. Promover y equilibrar contenido y relación 3.3. Gestionar el poder de la interdependencia 3.3.1. Lo que hacen y dicen depende de lo que hacemos y decimos 3.3.2. Tenemos capacidad de influencia 3.3.3. Asumir nuestra responsabilidad 3.3.4. Nuestra capacidad de influencia depende de su capacidad de influencia 3.3.5. Participan si les compensa 9 3.3.6. Promover la comunicación bidireccional 3.4. Lograr que nos franqueen la puerta 3.5. Fortalecer la seguridad, la certidumbre y la confianza 3.5.1. Confianza que va más allá del encuentro 3.5.2. Confianza que se construye 3.6. Proporcionar una experiencia de exposición 3.7. Ampliar la perspectiva con valor preventivo 3.8. Tomar en consideración las conductas relevantes 3.8.1. Conductas relevantes de los consultantes 3.8.2. Nuestras conductas relevantes 3.9. Gestionar el poder de las palabras y sus riesgos 3.9.1. Tomar en consideración su discurso y hacer un análisis crítico del lenguaje 3.9.2. Gestionar las palabras de la alianza 3.10. Gestionar el poder de nuestro ejemplo 4. Principio estratégico 2. Validar la biografía personal 4.1. Comunicar aceptación y respeto genuino por su biografía personal 4.1.1. Validarlos como “patrimonios de la humanidad” 4.1.2. Despatologizar y evitar las etiquetas diagnósticas 4.1.3. Aceptar y respetar la diferencia, la distancia y los límites 4.1.4. Aceptar y revelar lo que compartimos 4.2. Identificar, aceptar y respetar sus competencias y puntos fuertes 4.2.1. Explorar estilos transaccionales competentes y construir sobre ellos 4.2.2. Lo bueno de lo malo: desvelar competencias en el problema 4.3. Validar y aceptar sus experiencias privadas 4.3.1. Comunicar validación emocional 4.3.2. Validar sus delirios y alucinaciones 4.3.3. Validar el distanciamiento biográfico 4.4. Validar los desacuerdos y las resistencias 4.5. Validar la experiencia del problema 4.5.1. Mirar cara a cara al problema 4.5.2. Validar el carácter ecológico y transaccional del problema 4.5.3. “No hay mal que por bien no venga”: desvelar oportunidades 4.6. “Tengo una mala noticia para usted”: anticipar las dificultades previsibles 4.7. Anticipar la desestabilización previsible 10 4.8. Validar la apertura al cambio 5. Principio estratégico 3. Promover el compromiso responsable con las decisiones y las acciones que llevan al cambio 5.1. Un proyecto vital de cambio 5.2. Gestionar la tensión dialéctica entre la aceptación y el cambio 5.3. “Bebe aunque tengas miedo”: pasar de los dichos a los hechos 5.3.1. “Obras son amores”: tomar conciencia del valor de la acción para la vida 5.3.2. Promover el compromiso con la acción para el cambio 5.3.3. Acciones y emociones 5.4. Promover, confirmar y fortalecer su responsabilidad 5.4.1. Confirmar su responsabilidad en el problema 5.4.2. Promover su compromiso responsable en el cambio y en la solución del problema 5.4.3. Fortalecer la autodeterminación y la autonomía 5.5. Fortalecerla autoeficacia y el control percibido 5.5.1. Promover y confirmar su capacidad de influencia 5.5.2. Evitar experiencias repetidas de fracaso 5.5.3. Promover una autoeficacia realista 5.6. No suplantar el curso de la vida con discursos sobre la vida 5.6.1. Evitar la hipertrofia logocéntrica: cambiar para conocer 5.6.2. Evitar los riesgos de la hiperreflexividad 5.7. Evitar la “búsqueda arqueológica”: más un cómo que un porqué 5.8. Promover expectativas y esperanza 5.9. Fortalecer el autocontrol 6. Principio estratégico 4. Rediseñar escenarios y fortalecer recursos 6.1. Raíces ecológicas del poder y del control 6.2. Una intervención ecológica, biográfico-contextual 6.3. Construir la alianza como contexto 6.4. Investigar las raíces del problema 6.5. Tomar en consideración el entorno externo de la alianza 11 6.6. Cooperar en el fortalecimiento de los escenarios del entorno 6.7. Coordinar escenarios y establecer coaliciones 6.8. Cooperar en la disponibilidad y accesibilidad de recursos y oportunidades 6.9. Promover los factores de protección y de recuperación y amortiguar los factores de riesgo y las fuentes de estrés 6.10. Contribuir a remover las barreras y obstáculos RESUMEN DE LA PARTE II Parte III El Análisis Funcional de la Conducta (AFC): una hermenéutica para comprender los problemas psicológicos y orientar su solución 7. Características del Análisis Funcional de la Conducta (AFC) 7.1. Escudriña los puntos sensibles para desvelar el enigma de los problemas 7.2. El AFC, una semiología psicológica 7.3. El AFC no es un análisis de los “rasgos” de la personalidad 7.4. El AFC no distingue entre conducta normal y conducta “anormal” 7.5. El AFC no es un sistema de clasificación categorial 7.6. El AFC tiene un foco biográfico integral 7.7. El objeto del AFC son las transacciones 7.7.1. Naturaleza de las transacciones 7.7.2. El AFC nos revela interdependencia y secuencias encadenadas 7.7.3. El AFC nos revela posibilidades de cambio 7.7.4. El AFC, el análisis crítico del lenguaje y el distanciamiento 7.7.5. El AFC promueve la “despatologización” de los problemas 7.7.6. El AFC como exposición 7.7.7. El AFC y los sistemas de control social 7.7.8. EL AFC, un análisis dinámico que se construye y reconstruye 7.8. El AFC se orienta a la solución del problema 7.8.1. Más un “cómo” que un “porqué” 7.8.2. No basta “comprender” para cambiar 12 7.9. El proceso de exploración del AFC se orienta hacia el futuro 7.10. Propósitos del AFC y plan específico de intervención psicológica 8. Condiciones facilitadoras del AFC 8.1. Una relación de confianza y de trabajo cooperativo 8.2. Dominio conceptual de los paradigmas básicos 8.2.1. Paradigma respondiente o clásico (1) 8.2.2. Paradigma operante (2) 8.2.3. Paradigma vicario o modelado social (3) 8.2.4. Paradigma del marco relacional (4) 8.3. Dominio conceptual y semiológico de los problemas psicológicos 8.3.1. La depresión, una experiencia biográfica integral y transaccional 8.3.2. La crisis de pánico, una experiencia biográfica integral y transaccional 9. El AFC: tareas básicas 9.1. Explorar el ecosistema social de los problemas: los ámbitos relevantes 9.2. Puntos de indagación preferente del AFC 9.3. Identificar, clarificar y cuantificar las conductas integrantes del problema 9.4. Identificar antecedentes y consecuencias de las conductas integrantes del problema 9.5. Identificar las variables determinantes y moderadoras de las conductas problema 9.6. Diseñar diagramas idiográficos funcionales 9.7. Formular hipótesis funcionales y definir los objetivos de intervención 10. Aplicaciones del AFC a problemas específicos 10.1. Diagramas funcionales de casos Caso 1. Demanda de ayuda para resolver un problema familiar Caso 2. Un médico muy afectado por miedo a contaminarse Caso 3. Una persona afectada por circunstancias de su trabajo Caso 4. Mujer que evita salir a la calle por temor a perder el conocimiento Caso 5. Joven “desbordada” por el estudio Caso 6. Mujer que afirma ver a su marido, fallecido recientemente 10.2. Hipótesis funcionales y objetivos de intervención Caso 1. Demanda de ayuda para resolver un problema familiar Caso 2. Un médico muy afectado por miedo a contaminarse Caso 3. Una persona afectada por circunstancias de su trabajo 13 Caso 4. Mujer que evita salir a la calle por temor a perder el conocimiento Caso 5. Joven “desbordada” por el estudio Caso 6. Mujer que afirma ver a su marido, fallecido recientemente 10.3. Una hermenéutica universal RESUMEN DE LA PARTE III Parte IV Técnicas instrumentales para resolver problemas psicológicos 11. El sentido de las técnicas instrumentales 11.1. Tocan puntos sensibles de las transacciones 11.2. Una tecnología que empodera 11.2.1. Crear una atmósfera segura 11.2.2. Elegir, decidir hacerlo y hacerlo 11.2.3. Un ejercicio de autodeterminación y de dominio 11.2.4. Chequear y suscitar la autoeficacia y la fuerza de la decisión 12. Técnicas de exposición activa y aceptación 12.1. Técnicas de exposición como apertura a la vida y como afrontamiento 12.2. La Desensibilización Sistemática (DS) 12.2.1. Justificación 12.2.2. Procedimiento 12.2.3. Modalidades de DS 12.3. Exposición propiamente dicha 12.3.1. Justificación 12.3.2. Procedimiento 12.3.3. Modalidades 12.3.4. Ámbitos de aplicación 12.4. Exposición a las experiencias privadas 12.4.1. Justificación 12.4.2. Procedimiento 12.4.3. Una aplicación de las “3A” en las crisis de pánico 14 12.5. La inoculación de estrés como exposición 12.5.1. Justificación 12.5.2. Procedimiento 12.6. La prescripción paradójica como exposición 12.6.1. Justificación 12.6.2. Procedimiento 12.6.3. Condiciones y criterios para la prescripción 13. Técnicas de gestión de las consecuencias de la conducta 13.1. Justificación 13.2. Gestionar consecuencias en los escenarios del Consejo Psicológico 13.2.1. Criterios 13.2.2. Procedimientos 13.3. Gestionar consecuencias en los contextos de la vida cotidiana 13.3.1. Criterios 13.3.2. Procedimientos 13.4. Establecer expectativas y predicciones esperanzadas 14. Técnicas de gestión de las propias acciones. La Activación Conductual (AC) 14.1. Justificación: la acción, una poderosa aliada para el cambio 14.2. Procedimiento 14.2.1. Identificar en la consulta objetivos de fortalecimiento y de cambio 14.2.2. Facilitar en la consulta ocasiones y oportunidades para ensayar y practicar 14.2.3. Facilitar y repetir acciones ajustadas al ritmo del consultante 14.2.4. Modelar y desarrollar progresivamente (moldear) la acción requerida 14.2.5. Convertir el escenario en taller social de entrenamiento 14.3. Un caso especial de activación conductual: la depresión 14.3.1. Justificación 14.3.2. Procedimiento: actuar “como si” 14.4. La acción en otros contextos de la vida cotidiana: la asignación de tareas 14.4.1. Justificación 14.4.2. Procedimiento 15 15. Técnicas de intervención sobre reglas verbales y sobre conducta verbal 15.1. Justificación 15.2. Procedimiento 15.2.1. Identificar, clarificar y analizar críticamente el repertorio verbal 15.2.2. Validar y respetar las reglas verbales 15.2.3. Aceptar y cambiar, según convenga 15.2.4. Deliberación sobre el cambio: el diálogo socrático 16. Técnicas de gestión de la activación fisiológica 16.1. Estrategias generales preventivas: vida saludable 16.2. Procedimientos específicos de relajación 16.2.1. Justificación 16.2.2. Procedimientos 16.3. Programa abreviado de respiración diafragmática 16.3.1. Justificación 16.3.2. Procedimiento 17. Recursos didácticos de apoyo a las técnicas 17.1. El juego de roles 17.1.1. Ámbitos de aplicación 17.1.2. Procedimiento 17.2. El consultante imaginario 17.3. Otros recursos para facilitar la narración autobiográfica 17.3.1. Frases incompletas 17.3.2. Técnica del detective 17.3.3. Recursos autoexpresivos 17.4. Preguntas y ejercicios para deliberar y practicar en relación con las experiencias privadas 17.5. Las metáforas 17.5.1. Explicar y enfatizar el valor del refuerzo 17.5.2. Explicar y enfatizar el valor de la persistencia 17.5.3. Enfatizarla acción como estrategia de exposición y de cambio 17.5.4. Facilitar el distanciamiento y el cambio de perspectiva 16 17.5.5. Facilitar la aceptación y la inutilidad de combatir las experiencias privadas 17.5.6. Exponerse a uno mismo 17.5.7. Valor del rediseño ambiental y ayudas que nos depara 17.5.8. El valor de la carga RESUMEN DE LA PARTE IV Parte V El consejo psicológico, un proyecto compartido de cambio y de solución de problemas 18. Deliberar para decidir, actuar y cambiar 18.1. Prolongar el afrontamiento y la dialéctica entre estabilidad y cambio 18.2. Crear nuevas experiencias, nuevas funciones, nuevos significados 18.2.1. La suma de cuatro fuerzas 18.2.2. Una poderosa experiencia de aprendizaje que enriquece la vida 18.3. Un proceso de cambio sistemático y estructurado 18.3.1. Un acompañamiento flexible 18.3.2. Habilidades para el acompañamiento 19. Fase 1. Apertura del proceso y de la alianza: recepción y acogida 19.1. Saludos y presentaciones 19.2. ¿Quiénes participan en el proyecto? 19.3. Por qué y cómo acuden al CP 19.4. Averiguar si es la primera vez 19.5. Averiguar por qué consultan ahora y no lo han hecho antes 19.6. Explorar sus expectativas respecto al CP 20. Fase 2. Aproximación al problema y exploración inicial 20.1. Identificar el motivo de consulta 20.2. Contener, clarificar y estructurar la narración 20.3. Identificar el impacto del problema y las señales de alarma 20.4. Seguir el curso del problema 17 20.5. Averiguar a qué lo atribuyen 20.6. Ventajas e inconvenientes del problema 20.7. Averiguar qué han tratado de hacer hasta ahora para resolverlo. 20.8. Recapitular la narración autobiográfica 20.8.1. Identificación inicial de conductas relevantes. 20.8.2. El AFC incipiente 20.9. Deliberar sobre su disposición al cambio y su decisión de emprenderlo 20.9.1. Deliberar no es dar consejos 20.9.2. ¿Cuánto les importa? 20.10. Propuestas iniciales para el cambio 20.11. Encuadre o estructuración del proyecto: ¿qué vamos a hacer y cómo? 20.11.1. Hacer explícito el foco del proyecto: análisis y solución del problema 20.11.2. Las reglas de juego y los roles y responsabilidades respectivos 20.11.3. Marco temporal provisional 20.11.4. Escenarios de las sesiones del CP 21. Fase 3. Análisis y definición del problema 21.1. Realizar el Análisis Funcional de la Conducta 21.2. Compartir las hipótesis y objetivos desvelados por el AFC 21.2.1. Comunicar el marco conceptual 21.2.2. Comunicar los problemas desvelados y acordar por dónde empezamos 21.2.3. Hipótesis funcionales del problema 21.2.4. Anticipar los objetivos que permiten la solución del problema 22. Fase 4. Clarificación de la visión, los valores y los objetivos 22.1. Clarificar la visión: la pregunta del milagro 22.2. Identificar los valores, aquello que les importa de verdad en la vida 22.3. Definir y clarificar los objetivos del proyecto de cambio 22.3.1. Los objetivos cumplen funciones 22.3.2. Del lamento a la aspiración 22.3.3. Criterios para el establecimiento de objetivos 22.3.4. Revisarlos en caso necesario 22.3.5. Formular objetivos encadenados 22.3.6. Establecer prioridades 18 23. Fase 5. Diseño y despliegue del Plan de Acción Compartido (PAC): pasar de los dichos a los hechos 23.1. Promover y preparar elecciones y decisiones responsables 23.1.1. Comprender las ventajas de la estabilidad y de la conformidad 23.1.2. Deliberar, confrontar y crear discrepancia para despejar la ambivalencia 23.1.3. Hacer visibles y tangibles los beneficios del cambio y cooperar para aumentarlos 23.1.4. Cooperar para reducir los costes e inconvenientes del cambio 23.1.5. Cooperar para reducir las ventajas y beneficios del problema 23.1.6. Hacer visibles los costes de la conformidad 23.2. Identificar las opciones alternativas para la acción 23.3. Chequear el grado de autoeficacia y confianza para realizar las acciones 23.4. Preparar y organizar el desarrollo de las acciones 23.4.1. Anticipar la viabilidad y las consecuencias probables 23.4.2. Anticipar y gestionar situaciones de riesgo y obstáculos y prevenir recaídas 23.4.3. Informar del contraste entre la evolución esperada y la probable evolución real 23.5. Pasar a la acción 23.5.1. Aplicar las técnicas instrumentales apropiadas 23.5.2. Deliberar sobre la intervención farmacológica 23.5.3. Otras acciones 23.6. Gestionar las resistencias al cambio 23.6.1. Comprender el sentido de las resistencias 23.6.2. No crear resistencias con nuestra intervención 23.7. Asegurar la generalización y el mantenimiento 23.8. Evaluar y revisar el plan de acción 23.8.1. Evaluar la capacidad de afrontamiento y la autosuficiencia 23.8.2. Evaluar y fortalecer la autoeficacia y el control interno 23.8.3. Evaluar el grado de progreso 23.8.4. Ayudarles a gestionar fallos y recaídas 24. Fases 6 y 7. Terminación del proyecto de cambio y seguimiento 24.1. FASE 6. Terminación del proyecto de cambio 19 24.1.1. Empoderar para terminar 24.1.2. Mirar hacia atrás para seguir adelante 24.1.3. Gestionar la terminación prematura por parte del consultante 24.1.4. Gestionar la terminación no prevista por parte del consultor 24.2. FASE 7. Seguimiento del proyecto RESUMEN DE LA PARTE V Bibliografía 20 Prólogo El amplio y difícil campo científico de la salud está de enhorabuena pues nuevamente aparecen en sus caminos, provistos de singular armadura, nobles ideales y rápidos corceles, los ilustres caballeros don Miguel Costa y don Ernesto López, decididos, desde la psicología, a profundizar modelos, plantear ayudas, reparar entuertos y arremeter con valentía contra la perspectiva psicopatológica de supuestos trastornos y enfermedades mentales que, desgraciadamente, han adquirido la apariencia de gigantes cuando, de hecho, son meros molinos de viento que pueden y deben ser desmantelados. Hidalgos donde los haya, Miguel y Ernesto vienen luchando juntos, hombro con hombro, en esta noble y singular batalla desde hace muchos años. Quien esto escribe ha tenido el privilegio de seguirles de cerca en su andadura y escuchar su discurso y correrías, siempre renovados, profundos e incisivos, en el entorno de castillos de alcurnia, posadas de renombre y también en las acogedoras tabernas donde se solaza el pueblo llano. El 23 de noviembre de 2010, en solemne acto celebrado en el Consejo de Investigaciones Científicas, Miguel Costa, director del Centro de Hábitos Saludables del Ayuntamiento de Madrid y Ernesto López, que forma parte de la Dirección General de Calidad, han recibido el premio “Cultura de la Salud”, que otorga, en su 25 aniversario, la Asociación de Educación para la Salud (ADEPS), en reconocimiento a la ingente labor desplegada en el ámbito de la educación para la salud. No existe, a mi juicio, mejor presentación. El libro que tiene el lector entre las manos es el último de una larga saga, producto de esta fructífera colaboración profesional y humana, que empezó hace muchos años con una obra extraordinaria (Salud comunitaria, 1986) la cual, en tiempos de sequía psicológica española, abrió nuevos y fértiles horizontes en el ámbito de la salud. El texto que se presenta ahora constituye la última versión, sin duda la más refinada, completa y coherente, de su modelo de atención en el que “los consultantes acuden al psicólogo para resolver problemas, no para ser curados”. En este Manual convergen teoría, metodología, práctica y adiestramiento. No se 21 trata de un libro de divulgación de los que tanto abundan hoy día en el mercado sino de un texto universitario de calidad a través del cual el estudiante, el estudioso, puede aprender, paso a paso, el encuentro que se desarrolla en los consultorios y otros contextos psicológicos, así como las razones que lo justifican; y el profesional, analizar, pulir y mejorar su actuación. Para que podamos apreciar el texto en toda su integridad, a mi juicio, es necesario que nos adentremos en sus páginas con el convencimiento pleno de que: a) el dualismo cartesiano –denostado verbalmente pero todavía vigente en la práctica diaria de muchos hospitales,clínicas y consultorios– debe ser enterrado bajo siete sellos y, a ser posible olvidado de inmediato en las páginas de los libros de historia; y b) el objetivo de todo profesional de la salud, sea psicólogo, médico, enfermero o trabajador social es atender a la persona única e irrepetible que demanda ayuda. Los que sufren no son los cuerpos, ni las mentes, ni los cerebros; son las personas. Cuenta Ryle que, un día, un amigo extranjero le comentó que le gustaría conocer la universidad. Ante esta demanda, Ryle le invitó a visitar con él el campus universitario del que era profesor: le presentó al rector, pudo hablar con profesores y estudiantes, visitar bibliotecas y laboratorios, presenciar clases, entrar en el salón de actos, pasear por los jardines y presenciar algunas competiciones deportivas. Al terminar la visita, el amigo le comentó: “Ha sido muy interesante, pero ¿dónde está la universidad?”. Es fácil, en estos casos, cometer lo que Ryle llama error categorial. En efecto, todo lo que Ryle había mostrado, edificios, profesores, alumnos, aulas, bibliotecas, etc., permite que exista la universidad pero no son la universidad. La universidad pertenece a otra categoría. Con la persona ocurre algo similar. La persona no es el cuerpo, no es el entorno, no es la interacción, no es la conducta, no son los pensamientos, no son las emociones, no son los genes, no es el cerebro. Sin ellos, la persona no existiría pero la persona es de otra categoría, no tiene res extensa. La persona es su biografía; la persona es este viaje único e irrepetible, dinámico y cambiante, que iniciamos al nacer y sólo termina con la muerte. El encuentro entre el psicólogo y el consultante, como señalan Costa y López, es, esencialmente, un encuentro integral y holístico de biografías para resolver problemas. Y lo mismo ocurre, o debería ocurrir, en los hospitales, nos atrevemos a decir, entre el equipo sanitario y el enfermo. Este libro nos permite vislumbrar cuál puede ser la gran aportación del psicólogo a los equipos sanitarios de los hospitales, para, desde una visión diferente y complementaria a la de médicos y enfermeros, luchar contra la ansiedad, la depresión, la soledad y el sufrimiento que aquejan a muchos enfermos oncológicos, 22 neurológicos y demenciados, y a sus familias. Un punto de vista, enriquecedor y distinto, que debería impregnar en alguna medida el buen hacer de todos los sanitarios. Lo patológico es el cáncer, no el miedo, tristeza o ansiedad que produce el cáncer; lo patológico es la enfermedad de Alzheimer; no el olvido. Este no es un libro para leer; es un libro para trabajar. Y trata de abrirnos, desde la psicología, a un mañana mejor. Ramon Bayés Doctor Honoris Causa por la UNED 23 Introducción Como nos recuerda Ramón Bayés (2010), un “psicólogo que busca la serenidad”, la vida es un trayecto que no tiene el itinerario definido de antemano, porque, en palabras del poeta, “se hace camino al andar”. Experimentar problemas, crisis y conflictos en el curso de ese trayecto es un acontecimiento que pertenece a la esencia misma de la vida humana, como pertenece también el hecho de pedir ayuda parar afrontarlos de manera efectiva, para aliviar el sufrimiento que producen y para experimentar bienestar. Ayudar de manera efectiva a quienes experimentan problemas en el trayecto de la vida pertenece también a la esencia de la vida humana y es también un trayecto que se ha de ir haciendo, un camino que se hace al andar, momento a momento. Este Manual está escrito pensando en los dos trayectos, en el de quienes experimentan problemas y crisis vitales y buscan dar significado a sus vidas, y en el de quienes aceptan la responsabilidad profesional, o se preparan para ello, de acompañarles durante un tiempo en su trayecto y buscan también dar sentido a su propia vida con ese acompañamiento. El Manual pretende ofrecer orientaciones para hacer el camino a quienes asumen esta responsabilidad, de manera que su ayuda sea útil a quienes deciden afrontar sus problemas, comprender sus significados y resolverlos mientras hacen el camino de la vida. Pero el Manual habla además de otras dos trayectorias. Una de ellas tiene ya una larga historia y un caudaloso patrimonio. Es el caudal de los saberes teóricos, metodológicos y tecnológicos de la psicología aplicados a la comprensión de los seres humanos, de su comportamiento, de sus experiencias vitales, de sus problemas y del dolor y del sufrimiento que les pueden acarrear. El Manual recoge el caudal fecundo de esa tradición y lo vierte en el terreno que labra la práctica profesional del Consejo Psicológico (CP) que, en su sentido etimológico y profundo, consiste en deliberar juntos para tomar una determinación, en un encuentro de comunicación recíproca, en una suma de fuerzas, en un poder compartido, y en modo alguno, en “dar consejos” de manera unidireccional. La otra es la trayectoria vital de los autores del Manual. En sus respectivas biografías personales y profesionales, se han ido destilando una historia, 24 digamos que larga si se habla de años, un caudal de saberes, siempre escaso todavía, una preocupación genuina por todo aquello que empodera a las personas, les otorga bienestar y da significado a sus vidas, y por todo aquello que les hace vulnerables y les crea problemas y sufrimiento, además de un compromiso sincero por ofrecer a otros profesionales el acervo limitado de la experiencia profesional vivida. Los propósitos y objetivos del Manual Cada una de las partes del Manual con sus respectivos capítulos encierra y concreta un propósito general y varios objetivos y despliega los contenidos correspondientes. Una rebelión epistemológica: despatologizar la vida y los problemas de la vida La Parte I, con los capítulos 1 y 2, define y delimita el campo de intervención propio del CP (Consejo Psicológico) como una alianza de trabajo en la que consultores y consultantes deliberan juntos para promover los cambios que pueden conducir a la solución de los problemas que los consultantes experimentan. Al hacerlo, plantea un radical cambio de paradigma, una rebelión epistemológica y ética contra la vieja doctrina que impregna fuertemente la práctica profesional de la psicología y de la psiquiatría y que patologiza los problemas y dramas vitales, que dice de ellos “esto es una enfermedad”, y que dictamina que algunas personas, por el hecho de experimentarlos, están enfermas, son enfermas, tienen una enfermedad, un trastorno “mental” o un “desequilibrio de los neurotransmisores” que necesita ser curado. El CP trata de resolver un problema, pero no trata una psicopatología, ni una enfermedad mental, ni los síntomas de una enfermedad. Se curan las enfermedades, pero no se curan los comportamientos ni los problemas de comportamiento que no son enfermedades ni desequilibrios bioquímicos. El Modelo ABC se muestra como un sólido enfoque, biográfico y transaccional, que incorpora y organiza en su arquitectura el acervo conceptual, metodológico y tecnológico de la psicología, que analiza y comprende en profundidad la génesis y el significado de los problemas psicológicos y que se ofrece como una alternativa a la ortodoxia del modelo psicopatológico, permitiendo así despatologizar la vida y los problemas de la vida. Compartir poder y control y construir una alianza fuerte 25 La Parte II, con los capítulos del 3 al 6, presenta y desarrolla un enfoque estratégico para el CP, el Modelo de Potenciación o de Competencia que se inspira también en el cambio de paradigma y en la despatologización planteada por ABC. De acuerdo con este enfoque, el CP tiene el propósito de deliberar juntos, compartir poder con los consultantes, empoderarlos, para que puedan afrontar de manera efectiva los problemas que les afligen y hacer en su vida y en su comportamiento los cambios que la solución de los problemas requiere. El Modelo se estructura en torno a 4 principios estratégicos que dan marco y sentido a la alianza de trabajo y a todo el proceso de solución del problema, y conformanademás un estilo de vida profesional, una pedagogía de la potenciación. El Principio Estratégico 1 tiene el propósito de compartir con los consultantes la construcción de una alianza fuerte que tenga por sí misma fuerza transformadora y sea además el escenario idóneo para desplegar, desde el acompañamiento y la deliberación, toda la fuerza transformadora del proceso de cambio personal. El Principio Estratégico 2 subraya el poder de la validación de las biografías personales, con sus luces y sus sombras, como condición necesaria para que se pueda producir el compromiso responsable con las decisiones y acciones de cambio (Principio 3), contando con el necesario rediseño del contexto y el fortalecimiento de los recursos (Principio 4). Escudriñar los puntos sensibles para desvelar el enigma y los significados La Parte III, con los capítulos del 7 al 10, despliega la herramienta hermenéutica del Análisis Funcional de la Conducta que, fundamentada en ABC, es capaz de hacer una disección analítica y una la reconstrucción dinámica de la secuencia de transacciones que han determinando y siguen determinando la experiencia vital del problema y sus significados, identificando los puntos especialmente sensibles de esas transacciones. Es, en esa medida, una clara alternativa a los sistemas diagnósticos basados en el modelo psicopatológico. Para este modelo, los problemas psicológicos, como una profunda depresión, una fobia, una crisis de pánico, una experiencia alucinatoria o delirante, una grave automutilación, resultan a menudo un “enigma psicológico” (Kräpelin), un “misterio antropológico” (Kurt Schneider), “incomprensibles psicológicamente” (Vallejo- Nágera). Para el AFC no son psicológicamente incomprensibles. El cometido cardinal del AFC es justamente hacerlos comprensibles, escudriñando con cuidado las experiencias vitales que les otorgan significado. Al hacerlo, orienta también las intervenciones transformadoras y de cambio requeridas para la solución del problema. 26 Tocar los puntos sensibles para crear otras transacciones, otros significados La Parte IV, con los capítulos del 11 al 17, presenta las técnicas más importantes que utiliza el CP para resolver problemas, unidas al potencial transformador de la propia alianza de trabajo y al potencial transformador que tiene sobre todo el compromiso activo y responsable de los consultantes con el cambio y la solución del problema. Estas técnicas no son tratamientos o “curas” de supuestas entidades patológicas. Son herramientas que, en la atmósfera segura y contenida de la alianza de trabajo, promueven cambios en los puntos sensibles de las experiencias transaccionales asociadas al problema, y facilitan nuevas experiencias biográficas transaccionales con nuevos significados. Acompañarles en una deliberación fructífera en el proceso de cambio En la Parte V, con los capítulos del 18 al 24, confluye todo el bagaje conceptual, metodológico y tecnológico desarrollado en los capítulos precedentes para construir y diseñar junto con los consultantes el proyecto de cambio y de solución del problema y desplegar, desde el acompañamiento, la deliberación y la responsabilidad compartida, el paso a paso de un proceso sistemático orientado a la solución eficaz del problema. A quién va dirigido el Manual El Manual puede ser un recurso conceptual, metodológico y aplicado para un amplio público lector. De una parte, a los alumnos de los estudios de Psicología y de otras disciplinas relacionadas les introduce de una manera didáctica en los contenidos básicos del CP y les abre de una manera amplia al horizonte de la futura práctica profesional. A los profesionales de la psicología y de otras disciplinas que ya acompañan a diario a sus consultantes y comparten con ellos deliberación y responsabilidades, el Manual les ofrece innumerables motivos para reflexionar y profundizar en las múltiples y complejas dimensiones que encierra la práctica del CP y en el sentido humano, personal y profesional que cada uno espera hallar en esa práctica a lo largo de la vida, y les ofrece orientaciones prácticas que probablemente empoderarán esa práctica. En aquellos casos en que el CP se practica en coordinación con otras intervenciones de equipos interdisciplinares o de otros recursos de la comunidad, el Manual puede servir de referencia para la deliberación conjunta y la integración de perspectivas profesionales 27 diferentes y para el diseño y el despliegue coordinado de intervenciones que sean eficaces para comprender y resolver los problemas psicológicos. 28 PARTE I Despatologizar la vida y los problemas de la vida 29 1 Los problemas de la vida no son enfermedades Según la raíz etimológica de “consejo” (consilium, deliberar consigo mismo o con otro, resolver, tomar una determinación) (véase Costa y López, 2003), el Consejo Psicológico (CP), o lo que otros autores denominan consultoría (Froján, 1998) psicológica, es una alianza de trabajo entre consejeros o consultores y consultantes en la que ambos deliberan juntos en los procesos de cambio que conducen al afrontamiento y solución de los problemas psicológicos (cuadro 1.1) (Krumboltz y Thoresen, 1981). Cuadro 1.1. ¿Qué es un problema psicológico? Se podría definir problema psicológico como una experiencia biográfica integral, de duración y gravedad variables, que se origina y tiene lugar durante el afrontamiento de diversas circunstancias, demandas y dificultades de la vida, y especialmente de sucesos adversos (muerte de allegados, experiencias traumáticas, sucesos vitales estresantes, demandas y cambios importantes), en el curso del cual las decisiones y acciones adoptadas resultan inapropiadas, ineficaces o contraproducentes y dan lugar a dificultades y desajustes en el desempeño de otros quehaceres de la vida (escolares, familiares, laborales, relaciones sociales) que son significativos para la persona y sobre los que ésta tiene responsabilidades. Pérez Álvarez define el trastorno psicológico como “la conducta que se vuelve problemática para el propio sujeto en su esfuerzo adaptativo ante situaciones conflictivas o de fracaso” (2003: 27). Por ser una experiencia biográfica integral, están implicadas y afectadas en mayor o menor grado todas las dimensiones biográficas en el curso del afrontamiento que define el problema (hiperalerta, preocupaciones, hiperreflexión, ansiedad, depresión, dolor, sufrimiento). Por sí solos, los pensamientos recurrentes y persistentes que se experimentan como intrusivos y que son juzgados como absurdos por la propia persona no determinan un “problema psicológico obsesivo compulsivo”. Ha de haber además malestar emocional y acciones compulsivas (lavarse las manos, rituales de comprobación, etc.) que interfieren con los quehaceres y responsabilidades diarias. Por sí solos, el miedo y la ansiedad ante una amenaza o una demanda exigente no determinan un problema o “trastorno de ansiedad”, a menos que el afrontamiento de la amenaza o de la demanda se acompañe de acciones de ataque o de 30 huida que interfieren en quehaceres significativos de la persona. La tristeza experimentada ante una pérdida significativa no constituye por sí misma un problema psicológico de depresión, a menos que, además de esta experiencia emocional, el afrontamiento de la pérdida se acompañe de pensamientos (hiperreflexión) y acciones (prolongación de la queja, quedarse en casa) que interfieren con la asunción de las responsabilidades que la persona tiene contraídas. Por ser una experiencia que implica un afrontamiento transaccional, en la configuración de la misma no está implicada solamente la persona que experimente el problema, sino también las demás circunstancias y personas que intervienen en la transacción. Por ser una experiencia contextual, en la experiencia del problema, en su gravedad, en su curso y en la caracterización de la misma como problema, como trastorno o como psicopatología desempeña un papel importante el juicio que el contexto social y profesional hace del afrontamiento realizado y delas dificultades a las que da lugar. 1.1. Tratamos de resolver problemas, no tratamos una patología Podemos decir, pues, que en el CP tratamos de resolver un problema. Sin embargo, no tratamos una psicopatología, ni una enfermedad mental, ni los síntomas de una enfermedad. Nuestros consultantes están experimentando un problema, viviendo una experiencia problemática, pero no están padeciendo una enfermedad. Por eso, tampoco “tratamos” a nuestros consultantes, ellos no son “enfermos en tratamiento”. No necesitan tratamiento, necesitan tratamiento y solución los problemas que experimentan. También la palabra “trastorno” puede evocar la existencia de una entidad que “se tiene en el interior” y de la que el problema de comportamiento supuestamente derivaría. La denominación “desorden” o “trastorno mental” del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales (DSM), de la Asociación Americana de Psiquiatría, se refiere a categorías nosológicas que tienen las equivalencias psicopatológicas a las que se aludirá después, aun cuando no utilice la palabra “enfermedad”. Incluso “problema” pudiera tener a veces esa misma connotación, no tanto así la denominación “experiencia problemática”. Por ello, se puede decir también que el CP no es un tratamiento, si por ello se entiende el tratamiento de una enfermedad, de una patología, de un trastorno. Se podría hablar de tratamiento psicológico si se entiende “tratamiento” en el sentido antes indicado de tratar de comprender y resolver un problema. El CP no sería tampoco una psicoterapia, en el sentido de que no hay una psicopatología a la que haya que aplicarle una terapéutica, una “cura”. Se podría, sin embargo, hablar de “terapia” si preservamos su sentido etimológico de “cuidar de alguien” y ayudarle. 1.2. Un cambio radical de paradigma frente a la patologización de los problemas psicológicos 31 No obstante todo ello, en el curso de la historia los problemas psicológicos han sido considerados, y siguen siéndolo, como enfermedades, como psicopatologías, han sido patologizados y psicopatologizados. La práctica profesional en el ámbito de la denominada “salud mental” está fuertemente impregnada de esta perspectiva patológica. El Manual plantea, pues, una rebelión epistemológica y ética y un cambio radical de paradigma que comporta un análisis crítico de la ortodoxia del modelo psicopatológico, que es un análogo del “flogisto” de los alquimistas (cuadro 1.2). Plantea rescatar los problemas psicológicos del mundo de la patología y restituirles su verdadera naturaleza y su significado, despatologizarlos, emanciparlos de la vieja doctrina que dice de ellos esto es una enfermedad, y que dictamina que algunas personas, por el hecho de experimentar un problema vital, están enfermas, son enfermas, tienen una enfermedad que necesita ser curada, y que sus comportamientos son un fenómeno patológico o son indicios, síntomas y signos de la enfermedad que padecen. Plantea además acometer una profunda regeneración de la psicología clínica, para lo cual es también preciso despatologizarla. En ese caso, el CP podría ser considerado como una psicología clínica regenerada, despatologizada. Cuadro 1.2. La enfermedad mental como flogisto Según la vieja doctrina de los alquimistas, el “flogisto” era una sustancia que se suponía que estaba en las cosas y que hacía que éstas ardieran. La quimera del flogisto fue superada por las evidencias aportadas por Lavoisier acerca de la combustión. El viejo modelo patológico de la enfermedad mental, una sustancia que se supone está dentro de las personas, en su cerebro, en su sangre o en su epigastrio, y que haría que “ardieran” en ellas sus delirios y sus alucinaciones, debe dar paso a las explicaciones científicas y a las evidencias que aporta la psicología. Desde un punto de vista epistemológico, no es una mera analogía bufa el comparar la quimera “flogística” de la enfermedad mental con la opinión de Huarte de San Juan que consideraba que la manía era debida a un cambio de temperatura en el cerebro, o con la de Maudsley, que consideraba que el flujo masivo de sangre al cerebro podía determinar la excitación de las ideas, o con la que, en la actualidad, atribuye los desequilibrios psicológicos a desequilibrios bioquímicos en el cerebro. Para Szasz (2007b), la enfermedad mental es a la psiquiatría lo que el flogisto fue a la alquimia, en la medida en que el flogisto se adujo como “explicación” de la combustión, del mismo modo que la “enfermedad mental” se aduce como “explicación” de los problemas psicológicos. 1.3. La profunda experiencia humana de los problemas psicológicos Este análisis crítico no niega la realidad de los problemas psicológicos. Al contrario, importa tanto esa realidad, y el sufrimiento y el daño que puede conllevar, que es 32 justamente eso lo que hace preciso desmantelar la retórica psicopatológica. El reconocimiento de esos problemas y la ayuda para poderlos afrontar y resolver no han de hacerse a costa de convertirlos en entidades clínicas patológicas y psicopatológicas. 1.3.1. Castigo del pecado y posesión diabólica La turbadora presencia de la locura y de los problemas psicológicos pertenece a la esencia misma de la naturaleza humana. Esto hace que el CP pueda mirar esa presencia de forma benevolente y compasiva, al igual que lo hacía Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura. Está abundantemente descrito (Foucault, 1967; Ulman y Krasner, 1975: Szasz, 1968, 1974, 2007a, 2007b; Erickson y Hyerstay, 1980; González Duro, 1994; Read, 2006a) cómo se ha manifestado esa presencia a lo largo de los siglos. De las personas que viven esas experiencias se ha dicho que están locas, enajenadas, dementes, sin seso y sin cordura, con el juicio descompuesto, melancólicas, maniáticas, psicóticas o enfermas mentales. Se las ha asociado, según las épocas, con la brujería y la magia, el pecado y el demonio (cuadro 1.3), la sabiduría que dice la verdad, la libertad de la fantasía, los arrebatos del amor, la santidad, el desequilibrio de los humores corporales o, más modernamente, con el desequilibrio de los neurotransmisores. Cuadro 1.3. Tiene el demonio metido en el cuerpo Durante la Edad Media, y aún bien entrada la Edad Moderna, prevalece una concepción mágico- religiosa, según la cual estos comportamientos podrían ser un castigo divino por los pecados cometidos, como Burton (2006) en el siglo XVII opinaba de la “enfermedad de la melancolía”, o el efecto de una posesión diabólica (“endemoniados” o “posesos”) por mediación de un maleficio de las brujas, como se sostenía a finales del siglo XV en la obra El martillo de las brujas de los dominicos Krämer y Sprenger (1976). 1.3.2. De la posesión diabólica a la “enfermedad del entendimiento” Es a lo largo de los siglos XVI y XVII cuando crece la concepción de la locura como una enfermedad, si bien “enfermedad del entendimiento” (cuadro 1.4). Cuadro 1.4. La locura del licenciado Vidriera 33 La novela de Cervantes El licenciado Vidriera, escrita en 1613, refleja las creencias que en la baja Edad Media vincularon la locura con las prácticas de magos y curanderas, y su tratamiento, a los exorcismos practicados por clérigos, pero se hace eco también de las concepciones hipocrático- galénicas en relación con la alteración de la facultad del entendimiento asociada al cerebro. Tomás Rodaja, después de haber comido membrillo toledano que tenía el veneno de un hechizo amoroso, quedó con todos los sentidos turbados. “Sólo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no la del entendimiento; porque quedó sano, y loco de la más extraña locura (...). Imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces, pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían (...). Un religioso de la Orden de San Jerónimo que tenía gracia y ciencia particular (....) en curar locos, (...) le curó y sanó, y volvió a su primer juicio, entendimiento y discurso”. Se habíanrecuperado por entonces las concepciones naturalistas hipocrático- galénicas respecto al cerebro como sede de la inteligencia, de la voluntad y de las emociones, a los cuatro humores (sangre, bilis negra, bilis amarilla, flema), al temperamento (sanguíneo, melancólico, colérico, flemático, según el predominio de uno de los humores), y a la enfermedad como desequilibrio en la proporción de los cuatro humores (cuadro 1.5). Según ello, la manía sería un delirio sin fiebre causado por la presencia en el cerebro de la bilis amarilla, humor caliente y seco, y la melancolía sería el resultado de un exceso en el cerebro de bilis negra, humor melancólico, frío y seco. Cuadro 1.5. La temperatura del cerebro y la locura El médico Huarte de San Juan es uno de los máximos exponentes de la ortodoxia hipocrático- galénica en el siglo XVI español, entreverada, en su caso, con la ortodoxia católica, política e ideológica del reinado de Felipe II. Para Huarte, todas las habilidades humanas, todas las virtudes y vicios y la variedad y diferencia de ingenios son “disposiciones naturales”, nacen de la naturaleza concretada en el temperamento, de forma que la posición, la función y los privilegios que cada uno ocupa en el cuerpo social vienen impuestos, de manera hereditaria y determinista, por el temperamento que a cada uno le asigna la naturaleza que es, a su vez, vicaria de la voluntad divina. Si Felipe II es rey, lo es, no sólo por ser hijo de Carlos V, sino también porque la naturaleza lo ha dotado del temperamento “perfecto” que le hace digno de la función real. En su obra Examen de ingenios para las ciencias, publicada en el año 1575, y que tuvo una amplia difusión en toda Europa y probable influencia en la concepción cervantina de la locura (a don Quijote “se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”), considera que el cerebro, los “sesos”, es el asiento del alma racional y el “instrumento que naturaleza ordenó para que el hombre fuese sabio y prudente” (Huarte de San Juan, 1989: 280), y fuese capaz de entender y de producir los conceptos, razonar, imaginar y recordar, para todo lo cual es preciso que su temperamento se mantenga “bien templado, con moderado calor” (pág. 285). Pero, “si el hombre cae en alguna enfermedad por la cual el celebro de repente mude su temperatura (como es la manía, melancolía y frenesía), en un momento acontece perder, si es prudente, cuanto sabe, y dice mil disparates; y si es necio, adquiere más ingenio y habilidad que antes tenía” (págs. 304–305). 34 1.4. La patologización formal de los problemas psicológicos Se ha convenido en que la institucionalización de la función del médico en los manicomios está asociada al momento en que Pinel se hace cargo de la atención médica de los hospitales Bicêtre y La Salpetrière en la última década del siglo XVIII. La sociedad delegará cada vez más en los profesionales de la medicina la facultad de explicar por qué los “alienados” confinados en esas instituciones se comportan de una manera bizarra, se muestran agresivos, angustiados, melancólicos, mutistas o catatónicos, deliran, o se automutilan, y de tomar medidas para contener esos comportamientos. La medicina podría haber dicho no es de mi incumbencia, ignoro por qué se comportan así, pero acepta la responsabilidad asignada. De esta aceptación dependía la reputación de la profesión médica y su rol social ascendente. 1.4.1. El modelo anatomoclínico y fisiopatológico: la sede y la causa de la enfermedad Para responder al encargo, la medicina toma como marco de referencia los modelos de la patología humana, en un momento en el que no se disponía de otros modelos capaces de explicar aquellas experiencias. Al amparo de una pujante corriente científico-natural, se están consolidando por entonces los modelos anatomoclínico, fisiopatológico y etiopatológico, que van a permitir poner las bases científicas de la patología humana (García Guerra, 1987; Granjel, 1987) (cuadro 1.6). Cuadro 1.6. La sede y la causa de la enfermedad en el modelo anatomoclínico El modelo anatomoclínico emerge a partir de la disección de los cadáveres, muy vinculada con el gran auge renacentista de la anatomía humana, y que tenía, entre otras, la finalidad de poder confirmar el diagnóstico clínico con el diagnóstico post mórtem: poder ver con los propios ojos en la sala de autopsias la lesión que es “la sede y la causa” de la enfermedad y del cuadro clínico. Este empirismo culminará, a finales del siglo XVIII, de la mano de Bichat y de Morgagni, y en pleno siglo XIX con la patología celular de Virchow, en el modelo anatomoclínico de enfermedad, que supera el humoralismo hipocrático-galénico de los siglos pasados. El modelo se complementará además, a partir de entonces, con el modelo fisiopatológico, tan vinculado a Claude Bernard, y para el que los fenómenos patológicos son funciones fisiológicas alteradas, y con el modelo etiológico, y ya en pleno siglo XX, con el modelo bioquímico, para el que la lesión se sitúa en el nivel molecular y genético y que abría el campo de la patología molecular. De acuerdo con este modelo, que tan importante papel ha tenido en la evolución teórica y práctica de la medicina y de la patología, la sede y la causa de la enfermedad y las señales de la dolencia padecida hay que buscarlas dentro del cuerpo, y se hacen visibles en la necropsia, a través del microscopio, o mediante la utilización del laboratorio y de una adecuada tecnología. No obstante, no siempre y en todos los casos se 35 resolverá de manera clara la cuestión de si las lesiones encontradas son la sede y la causa de la enfermedad o el resultado de las alteraciones producidas en el proceso morboso. Por otra parte, muchos cuadros clínicos que afectan al sistema nervioso central, como ocurría con la sífilis, presentan alteraciones en el comportamiento, lo cual parecía avalar la virtualidad explicativa de estos modelos en los problemas psicológicos. Así, por ejemplo, una meningitis, un traumatismo craneoencefálico, un accidente cerebrovascular, un edema cerebral, una infección encefálica, un tumor cerebral o un estado de coma alteran a veces gravemente las funciones sensomotoras y cognitivas. De hecho, un accidente cerebrovascular que afecte a las áreas corticales de Wernicke y Broca determinará las correspondientes afasias. Parecía coherente pensar que el funcionamiento cognitivo alterado, los delirios, las alucinaciones y otras manifestaciones de la locura y de los problemas psicológicos se debieran, pues, por analogía, a alguna lesión propia de algún cuadro clínico. Y cuando no se pudiera encontrar la supuesta lesión, parecía coherente pensar que, a pesar de todo, debía de existir. 1.4.2. “Esto es una enfermedad”, una metamorfosis declarativa Al aplicar estos modelos, aquellos comportamientos experimentan un cambio radical en su categorización social y conceptual. Van a ser recategorizados, mediante una metamorfosis declarativa, como una enfermedad o la manifestación sintomática de una enfermedad. Se abría así el proceso moderno de patologización del comportamiento humano. Lo que era un comportamiento anormal, perteneciente a la categoría de los sucesos y procesos psicosociales, va a ser declarado como comportamiento patológico, perteneciente a la categoría de los sucesos y procesos anatomopatológicos y fisiopatológicos. La complejidad de la “anormalidad” de una experiencia psicosocial se reduce a la “anormalidad” de una entidad patológica. La catatonía ya no será una experiencia biográfica: será, como quería Kahlbaum, un “hecho patológico”, como podría serlo un hígado cirrótico o un tumor. Por su parte, al estatus de loco o alienado que tenían esas personas se le superpone el estatus de enfermo. Lo que era debido a estar “poseído por el demonio”, es ahora debido a estar poseído por “entidades morbosas”. 36 Por otra parte, esta aplicación reduccionista del modelo anatomoclínico al comportamiento quedará pronto contaminada por el dualismo cuerpo-mente (cuadro 1.7), y así la entidad patológica seráuna “patología de la mente”, una “enfermedad mental”, con toda la falta de rigor que sigue lastrando el uso del artefacto verbal “mente” y de tantas otras expresiones “mentalistas”, que impregnan incluso prestigiosos textos de neurociencia (Kandel, Schwartz y Jessel, 1997; Pert, 1997; Damasio, 2006, 2010: Kandel, 2007) y cuyo uso ya denunciara Bayés (1977). 1.4.3. La consolidación de la “patología mental” y de la nosología Con Esquirol, que habla ya de “enfermedad” (“maladies mentales”), en lugar de “alienación”, y que afirma “demostraré que la posesión del demonio es una verdadera monomanía” (1990: 266), se formaliza la patologización de los problemas psicológicos. Cuadro 1.7. La fatal escisión de la biografía y el mito de la enfermedad mental René Descartes reinstaura, en pleno siglo XVII, el dualismo de cuerpo y alma que había puesto en circulación Platón bajo la influencia de la herencia animista y órfico-pitagórica, y que prolongó la tradición cristiana con Agustín de Hipona, frente a una concepción aristotélica según la cual el ser humano es una sustancia unificada y el alma y el cuerpo no son dos sustancias distintas, sino que el alma es la forma del cuerpo. Por una parte, estaría la “res cogitans” (mente, pensamiento, conciencia, espíritu, como principal atributo del alma), que está en el tiempo pero no en el espacio y que puede interactuar con el cuerpo por medio de la glándula pineal. Por otra, la “res extensa” (cuerpo, procesos físico-mecánicos), que está en el tiempo y en el espacio y que está sujeta a las leyes de la naturaleza y a los métodos de las ciencias naturales. El yo es definido sobre todo como un ser pensante (“cogito, ergo sum”), como una sustancia enteramente distinta del cuerpo y que puede existir sin él, lo cual impregnó de matices idealistas y mentalistas el dualismo cartesiano e hizo todavía más profunda la brecha antropológica dualista, “la fatal dicotomía del pensamiento científico occidental” (Lewontin, Rose y Kamin, 1996: 63). Esta brecha dualista se manifiesta en lo que Szasz (1968) denomina “mito de la enfermedad mental”, que se forja, según él, a partir de los estudios de Charcot sobre la histeria a la que éste denomina “enfermedad nerviosa funcional”, aunque lo cierto es que la utilización de la expresión “enfermedades mentales” es anterior a Charcot. En su Anatomía de la melancolía, escrita en el año 1621, Burton (2006), diferenciaba entre enfermedades del cuerpo y enfermedades de la mente. Leuret (2001) se preguntaba si la locura es “una enfermedad mental o corporal (cerebral)”, y utiliza indistintamente la expresión “alienación mental” y “locura” para referirse a la “confusión de las facultades intelectuales”, “desórdenes de la razón” o “aberraciones mentales”. También Maudsley hablaba en 1868 de “enfermedad mental”. En todo caso, de acuerdo con el mito, si el comportamiento está “causado por la mente”, el comportamiento “trastornado” estaría causado por una “mente trastornada o enferma”. 37 La “patología mental” se irá consolidando con el despliegue de la psiquiatría francesa, británica y alemana en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del siglo XX (cuadro 1.8), como una rama de la patología general, reproduciendo los componentes y el curso de cualquier otro proceso clínico: etiología, anatomía patológica, fisiopatología, patogenia, sintomatología, diagnóstico, tratamiento, curación. Cuadro 1.8 . Sangre estancada y enfermedades de los nervios Desde la primera psiquiatría británica, Maudsley decía: “Una predisposición a la locura significa un defecto o vicio real (…) en la constitución o composición del elemento nervioso, del cual los fenómenos mentales son manifestaciones funcionales (...). Cuando hay un rápido flujo de sangre sana de los centros cerebrales superiores (...) la excitación e interacción de las ideas procede con gran vivacidad (...). Pero cuando la sangre degenera en una mayor o menor estasis o congestión (...), entonces hay una incapacidad para pensar (...), el estancamiento de la sangre se acompaña de un penoso estancamiento de las ideas (...) las ideas delirantes son la expresión de la situación de las cosas en los centros superiores (...) la presencia de bilis en la sangre puede llevar a cualquiera a considerar su medio y su futuro de forma más ensombrecida (...). No admite discusión el hecho de que todo grado de desorden mental (…) puede deberse a la no evacuación de los desechos de los tejidos que se encuentran en la sangre (...)” (1991: 267). En el marco de la neuropsiquiatría alemana, Griesinger en su Patología y terapia de las enfermedades psíquicas, publicada en 1845, afirma que la locura es un síntoma de lesiones difusas de la corteza cerebral, que las enfermedades psíquicas son enfermedades del cerebro, “enfermedades de los nervios”, de ahí que otorgue primacía a la anatomía patológica del sistema nervioso. Neisser consideraba que las autorreferencias de la paranoia eran debidas a una lesión orgánica localizada de elementos neurológicos, cuyo descubrimiento es “incuestionablemente la meta del diagnóstico psiquiátrico” (citado en Álvarez y Colina, 1997: 90). Para Kräpelin, la locura es “la expresión de operaciones cerebrales patológicas” (1988: 134) y “lo que determina ante todo la morfología de los trastornos psíquicos es la extensión en el cerebro del proceso que los engendra” (pág. 147). Por otra parte, los diferentes tipos de “patología mental” se irán incluyendo en los correspondientes sistemas nosológicos y taxonómicos, desde los más simples de Pinel o Esquirol, pasando por las profusas nosologías de Kahlbaum (1995) o de Kräpelin (1988), hasta el sistema clasificatorio neo-kräpeliniano DSM. Al definirlo como un asunto de la patología médica, se autolegitima también la intervención médica. En efecto, si estos comportamientos los “tratan” los médicos, es porque es un asunto del que los médicos entienden, del mismo modo que cuando los trataban los clérigos era por ser un asunto del que éstos entendían, una posesión diabólica. A la vez que se consolida la “patología mental”, se van configurando también los contornos de la psiquiatría como disciplina autónoma junto con las demás disciplinas médicas, como “medicina psíquica” o “medicina mental”, que reivindicará cada vez más que se le dé por supuesta su capacidad 38 para dictaminar que determinados comportamientos son una enfermedad o se deben a una enfermedad, como puede verse en la polémica cárcel o manicomio (cuadro 1.9). Kräpelin la define como el estudio de “las enfermedades mentales y su tratamiento”, si bien mostraba que “hablando con exactitud, acaso no debiéramos decir que sea la mente la que padezca trastornos morbosos” (1988: 21), consciente de que las “alteraciones de la vida mental que se acompañan o determinan por estados físicos” o “trastornos en la percepción, la memoria y el juicio; las ilusiones y las alucinaciones, los estados de ánimo y los cambios en la actividad voluntaria” pertenecen a un “orden de fenómenos morbosos” que constituyen una “nueva sintomatología”. No obstante, les dice a sus alumnos que “sin grandes dificultades, con la guía de vuestros conocimientos en patología general, os será fácil seguir el estudio de esta rama de la medicina” (1988: 38). Cuadro 1.9. Cárcel o manicomio Desde el comienzo del siglo XIX, fue práctica común que los tribunales solicitaran la opinión de un médico “alienista” en una causa criminal para que emitiera su dictamen respecto a la posible “perturbación mental” de un procesado, respecto a “si ha venido cruel enfermedad a oscurecer su mente” (Rey González, 1990: 215) y a la posibilidad de que la conducta criminal pudiera ser explicada como el “acto irresponsable de un loco o alienado”, cometido bajo los efectos de la supuesta enfermedad, y cuyo autor pudiera ser, en consecuencia, eximido de responsabilidad e inimputable. En pleno siglo XIX, el español Pedro Mata, organicista convencido de que las alteraciones mentales están íntimamente asociadas a las afecciones del cerebro, no duda en afirmarque “los expertos más a propósito para determinar si la inteligencia de este o aquel individuo está afectada hayan de ser los profesores que han consagrado sus tareas al estudio de la fisiología y patología del cuerpo humano” (citado en Rey González, 1990: 54). Esquerdo y Zaragoza, primera figura de la psiquiatría madrileña del siglo XIX, consideraba un deber ineludible del médico alienista ilustrar al poder judicial respecto de las perturbaciones mentales, haciendo realidad la aspiración de que “(…) Dios desde las alturas bendecirá el tálamo conyugal de la ciencia y del poder” (Rey González, 1990: 237). Parar él, Juan Díaz de Garayo, un asesino apodado “el Sacamantecas”, estaba loco y su tratamiento habría de ser el manicomio, y no la cárcel o el cadalso (véase Rey González, 1990: 199–237). 1.5. Un grave error lógico y epistemológico El hecho de denominar “enfermedad” a algunas experiencias vitales constituye “el más grave error lógico de la psiquiatría moderna”, y “el hecho de clasificar a los individuos incapacitados por problemas vitales con el rótulo de enfermos mentales retardó el reconocimiento de la naturaleza esencial de los fenómenos” (Szasz, 1968: 39). En todo 39 caso, una vez redefinidos como enfermedades, el modelo debía buscar “evidencias” de la supuesta “sede y causa” de la patología con las que poder justificar la redefinición. En su discurrir histórico, esta búsqueda ha seguido direcciones varias, desde el desequilibrio de los humores que postulaba Huarte de San Juan hasta el desequilibrio de los neurotransmisores cerebrales, considerada por la Asociación Mundial de Psiquiatría y por la empresa farmacéutica Lilly como doctrina “sofisticada”. 1.5.1. Una desalentadora falta de evidencia Pero basta hacer un recorrido por los escritos de las figuras clave de la psiquiatría de los siglos XVIII, XIX y XX para constatar que no hay un solo lugar en el que se muestre evidencia alguna de que los comportamientos observados sean una enfermedad, una disfunción biológica o el signo o síntoma de una enfermedad, de que exista la correspondiente anatomía patológica lesional, una relación causa-efecto entre una hipotética lesión, disfunción o desequilibrio y el comportamiento, y la correspondiente fisiopatología y patogenia, del mismo modo que sí la hay entre una hepatitis y la ictericia o entre un enfisema pulmonar y la disnea. No hay más hallazgos que los comportamientos. Como Kräpelin afirmaba, “nuestro diagnóstico debe basarse principalmente en las acciones del enfermo” (1988: 169), pero él mismo, hablando de las “enfermedades paranoicas”, escribía: “(...) resalta claramente la dependencia que hay entre el cuadro clínico y sus condiciones causales, aunque nuestro conocimiento relativo a estas circunstancias sea hoy, desgraciadamente, aún insuficiente” (citado en Álvarez y Colina, 1997: 126). Los relatos de Lasègue sobre delirios de persecución y alucinaciones auditivas no son otra cosa que descripciones de experiencias vitales hechas a partir de los relatos de las personas que las tienen. Y a pesar de que afirma que “ahí hay algo más que la exageración de una tendencia natural (...), es un elemento patológico nuevo introducido en el organismo moral” (Lasègue, 1994: 55), no aporta ninguna prueba de la existencia de tal “elemento patológico”. La anatomía patológica del cerebro y los estudios cada vez más refinados de la citoarquitectura del córtex “no habían proporcionado resultados decisivos” (Pichot, 1983: 128) (cuadro 1.10). Cuadro 1.10. La anatomía patológica de la locura y el desaliento Nos advertía Esquirol, no sin cierto desencanto: “(...) que nadie espere que vamos a señalar el lugar donde se encuentra la locura, ni señalar la naturaleza y el lugar de la lesión orgánica que determina la 40 locura. Estamos todavía muy lejos de ello. Las autopsias realizadas hasta el momento han sido inútiles. Todos los trabajos sobre la anatomía del cerebro no han producido otros resultados que (...) la certeza desesperante de que jamás se podrán deducir de estos datos conocimientos aplicables al ejercicio de la facultad pensante ya sea en el estado de salud o de enfermedad” (1991: 93). También Kahlbaum expresaba en 1863 su extrañeza ante la falta de “aclaraciones” aportadas por la anatomía patológica del cerebro, debido tal vez, suponía él, a no haber “disecado y escudriñado suficientes cadáveres de locos” (1995: 98). Neisser afirmaba en 1891: “De la insuficiencia de lo ofrecido soy claramente consciente. Caracterizar una enfermedad cerebral como focal precisa la prueba de una localización circunscrita cuyo cambio patológico está en relación legítima con funciones concretas. Una prueba tal no la he podido aportar” (Álvarez y Colina, 1997: 90). En 1917, Kräpelin afirmaba: “Por desgracia, el interés verdaderamente psiquiátrico de los descubrimientos hechos en anatomía cerebral ha resultado inferior a lo que cabía esperar (...) se entiende que los intentos de explicación anatomopatológica de la locura hayan llevado en muchas ocasiones a un cierto desaliento” (1988: 143–145). Las pruebas aportadas nunca han llegado a tener, pues, más respetabilidad científica que la astrología (Bentall, 2006, 2009), o la que podría tener la posesión diabólica, las especulaciones de Huarte de San Juan sobre los humores calientes en el cerebro, las supuestas lesiones del cerebelo como causantes de los delirios eróticos, o las metáforas que se refieren a “tener el demonio metido en el cuerpo” o “estar mal de la cabeza”. 1.5.2. Una logomaquia, una enfermedad inventada Sin fundamento empírico alguno, la metamorfosis que declara “esto es una enfermedad”, “esta persona está enferma”, “tiene una enfermedad mental”, queda, pues, reducida a una construcción socioverbal vacía de contenido referente, un espejismo de naturaleza verbal, pura retórica, pura logomaquia. Al mismo tiempo, la supuesta enfermedad es ella misma una enfermedad inventada, creada en el propio enunciado psicopatológico y que existe solo en él. “Llamo a esto ‘esquizofrenia’”, declara Kurt Schneider. Laín Entralgo llama a las neurosis experimentales “desorden patológico de la conducta”, y considera que “el modo de enfermar propio de las neurosis humanas –y mutatis mutandis el de las psicosis– es el correspondiente al de cualquiera otra de las enfermedades que el hombre padece” (1987: 16), y ello a pesar de que en todo el proceso por el que se instaura una neurosis experimental no hay nada que permita pensar en alteraciones lesionales morfológicas y fisiológicas en el organismo, sino más bien en una fisiología en perfecto estado de funcionamiento. Fuera del enunciado, pues, lo psicopatológico no existe, no está ahí preexistente alojado en su “sede” cerebral a la espera de ser “descubierto”. Fuera del enunciado, el 41 único hallazgo consistente son los comportamientos sobre los que se opera la metamorfosis declarativa. Y la única evidencia de que esos comportamientos son una enfermedad es que algunas personas declaran que otras la padecen. El único parecido que tienen con una enfermedad es el nombre. Si nos atenemos a los criterios anatomopatológicos y fisiopatológicos del modelo anatomoclínico, una enfermedad como la cirrosis o el melanoma no puede ser inventada mediante el lenguaje, ha de ser evidenciada de forma rigurosa. Pero la ficción de la psicopatología, en una flagrante transgresión de los criterios epistemológicos del propio modelo anatomoclínico, permite inventar enfermedades a base de ponerles tal nombre a determinadas experiencias. Esto convierte el modelo psicopatológico en una “construcción pseudológica engañosa” (Gentis, 1972: 8) que pretende hacer pasar por real una ficción, y nos evoca la advertencia de Claude Bernard de que “hay que aferrarse a los fenómenos y ver las palabras como expresiones vacías de significado si los fenómenos que debían representar no se encuentran definidos o ni siquiera existen” (cit. en Bayés, 1977: 129). 1.5.3. Una profesión de fe y un modelo “sobrenatural” Por todo ello, la metamorfosis declarativano es una evidencia, es una creencia, una “verdad revelada” en la que hay que creer por la autoridad de quien la enuncia. De hecho, Kurt Schneider reconoce que su postulado sobre la ciclotimia y la esquizofrenia tiene que ser “una profesión de fe” (1997: 35) (cuadro 1.11). El modelo anatomoclínico que aporta a la comprensión de la enfermedad humana el método científico natural, se comporta, sin embargo, como un modelo “sobrenatural” cuando se aplica a la comprensión del comportamiento humano y de los problemas psicológicos. Cuadro 1.11. Kurt Schneider y la invención de la psico-patología Coherente con su “profesión de fe”, Kurt Schneider reconoce que “nos son desconocidos los procesos morbosos que subyacen a la ciclotimia y a la esquizofrenia. Pero que a ellas subyacen enfermedades, eso es un postulado que tiene muy buenos apoyos, una hipótesis que está muy bien fundada” (1997: 33). Pero, ante la falta de pruebas sobre los supuestos “procesos morbosos”, Schneider no deja de reconocer que su postulado pueda ser tachado de “dogmático”. Los únicos apoyos que Schneider puede aducir son los comportamientos que definen la ciclotimia y la esquizofrenia, a los que superpone arbitrariamente la declaración patológica, quedando, de esta manera, reinventados como “hechos psicopatológicos”, como síntomas psicopatológicos, lo cual modifica radicalmente la naturaleza de lo somatopatológico definida por el modelo anatomoclínico al que, sin embargo, Schneider proclama adherirse. En efecto, de acuerdo con el propio Schneider, 42 “(...) en psiquiatría el concepto de enfermedad es para nosotros un concepto estrictamente médico. La enfermedad misma se da únicamente en lo somático y nosotros llamamos “morbosas” a las anormalidades psíquicas cuando cabe atribuirlas a procesos orgánicos morbosos” (1997: 31). Pero Schneider dará un paso más decisivo todavía en el camino de la patologización del comportamiento humano. Aun cuando considera que las “personalidades anormales” y las “reacciones vivenciales anormales” no son enfermedades, sino que son variedades anormales del psiquismo, inviste, sin embargo, con la denominación de “psico(pato)logía” a un grupo de personalidades anormales, las personalidades psicopáticas, de las cuales nos ofrece una clasificación pintoresca (psicópatas menesterosos de notoriedad, abúlicos, explosivos, asténicos, desalmados, etc.). Lo psicopatológico adquiere así con Kurt Schneider carta de naturaleza, como algo distinto de lo somatopatológico. 1.6. “Como el demonio metido en el cuerpo” Aun cuando la “patología mental” es un enunciado vacío de contenido real referente, el apoyo social e institucional que reciben la “profesión de fe” psicopatológica y los profesionales que la declaran le otorga al enunciado impostación y hegemonía social y lo dota de equivalencias funcionales con las enfermedades reales. Ello permite que sea utilizado en la práctica de manera literal, como si la enfermedad declarada existiese realmente, como si fuese un fenómeno que hay que dar por supuesto. Lo psicopatológico se hace funcionalmente equivalente a lo anatomopatológico y fisiopatológico, al igual que la declaración “tiene el demonio metido en el cuerpo” puede ser tomada literalmente como si se tratara de una verdadera posesión diabólica. 1.6.1. La cosificación de las palabras Esta equivalencia funcional permite dar el salto epistemológico y lógico por el que la categoría patológica (“esto es una enfermedad”, “esta persona tiene una enfermedad”), que empezó siendo tan sólo un nombre para designar los comportamientos observados, se cosifica, se sustantiviza como una entidad realmente existente (enfermedad mental, trastorno límite de personalidad, trastorno obsesivo compulsivo, trastorno de ansiedad social ), lo cual constituye el error lógico de la reificación que ya William James denunciara. El nombre se toma por la cosa, a pesar de que, como advertía el padre de la semántica, Alfred Korzybski, “el nombre no es la cosa”. Se muestra como “descubrimiento” de algo real y preexistente lo que es una pura invención, se cree mágicamente que la expresión “es una enfermedad” se corresponde con una enfermedad realmente existente, como si el dar un nombre a algo dotara de existencia a ese “algo” y como si las palabras fueran la “prueba” de la existencia de lo que nombran. A partir de 43 aquí, ya no será ni siquiera preciso aportar evidencias de lo que se dice, bastará con decirlo. 1.6.2. Una enfermedad de los sesos Según el modelo de “sede y causa”, la ficticia entidad patológica tendría su sede en el “interior”, dentro de la mente (“tiene un trastorno de la personalidad”, “padece un trastorno mental”, “padece un trastorno de estrés postraumático”, “padece una fobia social”), reificada también como una entidad realmente existente, como un “lugar” (Frith, 2008) en cuyo interior estaría escondida a la espera de que la “descubra” la técnica diagnóstica adecuada (“en los exámenes que se le hicieron, se le encontró un trastorno de...” ). Según esto, los problemas serían “problemas mentales”. Si la mente está dentro de los “sesos”, del cerebro, y es incluso el cerebro mismo o una creación del mismo, como proponen Frith (“es el cerebro el que crea el mundo mental”, 2008: 201) o Damasio (“el cerebro construye una mente”, 2010: 23), los problemas serían además “problemas cerebrales”, o, por prurito de pretendida precisión, desequilibrios bioquímicos o fisiopatología molecular de las neuronas de origen genético (Insel, 2010). 1.6.3. Los delirios como secreción En un salto posterior, la categoría patológica se convierte en algo “previo” al comportamiento que nombraba y en agente causal “patógeno” (“su comportamiento está causado por el trastorno de personalidad que padece”, “se lava compulsivamente las manos porque padece un trastorno obsesivo-compulsivo”, “su delirio es debido a que padece una esquizofrenia” ). Del mismo modo que de la bronquitis brota la tos o el esputo, o de la filtración glomerular la orina, de la enfermedad mental-cerebral brotarían los delirios y otras manifestaciones, a modo de secreción. Así, por ejemplo, la idea delirante primaria “ha brotado directamente de la enfermedad (…) no deriva de otros síntomas ni sucesos de la vida del enfermo (Vallejo-Nágera, 1971: 44–45). El perito del caso Schreber declara, como prueba definitiva de que las concepciones delirantes son patológicas: “(...) están condicionadas de manera directa (...) por procesos 44 indudablemente patológicos en el cerebro (...) (Schreber, 2003: 325), aunque nadie desde entonces nos haya sacado de la duda que seguimos albergando respecto a esos “procesos indudablemente patológicos”. Para Schneider, la ciclotimia y la esquizofrenia “no están asociadas a vivencias”, son un “proceso psicológicamente inderivable” de las vivencias, derivan directamente de la causa morbosa: “con las psicosis hace acto de presencia algo cuyo estar-ahí no es comprensible a partir de experiencias y vivencias” (1997: 162). 1.6.4. La “virtud dormitiva” del opio y el “impedimento de la volición” Ocurre entonces como en la explicación de la que Molière se burlaba en El médico a palos, y según la cual la capacidad del opio para inducir el sueño se debería a que posee una “virtud dormitiva”, es decir, te hace dormir porque contiene algo que te hace dormir. Aun cuando Maudsley incurría en argumentos tautológicos, era consciente de ello: “(...) esto conduce a argumentos en círculo vicioso (...), inferimos la falta de salud de la mente por las características de los actos; y, por otra parte, es porque pensamos que hay un trastorno de la mente que declaramos que esos actos son de loco” (1991: 194). Kräpelin, sin embargo, parecía no ser tan consciente al atribuir la desgana de la depresión a un supuesto “impedimento de la volición” (cuadro 1.12). Cuadro 1.12. El impedimento de la volición y la inclinación incendiaria persistente La lentitud de movimientos y las “dificultades para realizar cualquier esfuerzo de la voluntad”, propias de la depresión, pueden ser
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