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Aula de innovación educativa Revista Nº 97 – Año IX – Diciembre de 2000 Director Antonio Zabala Editorial Graó, de IRIF, S.L. Este material es de uso exclusivamente didáctico. Ezequiel Ander-Egg Director de Consultoría Internacional en la educación y política social. Buenos Aires (Arg.) Valores para vivir P|C Valores en el nuevo milenio: ¿Cómo afrontar el día a día? En vísperas de comenzar un nuevo siglo y un nuevo milenio, sólo los científicos, filósofos, sociólogos, economistas, politólogos, pedagogos, líderes de grupos religiosos y espirituales, etc., sino también los ciudadanos de a pie, se preguntan sobre los tiempos que vienen. De algún modo, todos hacemos nuestra la conocida frase de Karl Popper: «El porvenir no existe, pero sólo él nos interesa». Todos los educadores conscientes de sus responsabilidades como docentes, ante la rapidez y profundidad de los cambios que se producen en el ámbito de la ciencia, de la tecnología y de la sociedad, yen los estilos de vida, se preguntan acerca de la forma como la educación puede responder ala llamada del tiempo ya los desafíos que afrontan en el día a día de la práctica educativa en los umbrales del siglo XXI. ¿Cómo pueden los educadores enfrentarse a estas situaciones (muchas de ellas inéditas), con un mínimo de garantías de éxito? ¿Cuáles son las cuestiones más significativas que deben afrontar en un mundo planetarizado, que cambia cada vez más aceleradamente en un contexto de complejidad creciente y de comprensión retardada? A esta última cuestión responderemos brevemente, habida cuenta de la inevitable restricción de cuartillas escritas que implica todo artículo y que obliga a delimitar el desarrollo de los temas propuestos. A lo largo del año 2000 se llevaron acabo en América Latina varios encuentros sobre los desafíos que afronta la educación en el tercer milenio. Esta formulación, que en términos generales servía para convocar los encuentros, congresos y jornadas, me parece inadecuada: un milenio es un tiempo demasiado amplio; habrá desafíos que hoy son impensables. Ni siquiera podemos pensar la educación para el siglo XXI. Lo que sí podemos intentar con algún fundamento es pensar en los desafíos de la educación en los umbrales del siglo XXI. Y aun limitados de este modo, tenemos que hacerlo a tientas en un laberinto de incertidumbres. No existen referencias estables, ni siquiera en lo que afirmamos como verdades científicas, cuya obsolescencia y biodegradabilidad podemos constatar en el corto tiempo de nuestra existencia personal. Vivimos en un tiempo histórico que bien puede denominarse de «crisis de la crisálida». Algo viejo que tiene que morir está agonizando, pero subsiste. Algo nuevo que tiene que nacer está balbuceando, pero no termina de irrumpir. En el reciente Congreso de Educación de Córdoba, Argentina (octubre de 2000), casi cinco mil educadores se reunieron para reflexionar sobre los desafíos de la educación para el tercer milenio; un tema parecido se trató en el Congreso de Políticas Educativas. Para ambos encuentros se me encomendó presentar una especie de ponencia marco acerca de esta problemática. Sin lugar a dudas, una misión imposible. Después de más de quince días de estudio y reflexión sobre el tema, contando con la apoyatura bibliográfica de organismos internacionales, nacionales y, entre otras cosas, haciendo una revisión de la revista Aula de Innovación Educativa, registré 227 desafíos (seguro que son muchos más), pues tenía un límite de tiempo para hacerlo. En cada congreso presenté tres de estos desafíos; en este artículo, me limito parcialmente a uno: «Los valores para vivir en la era planetaria». Pensando un futuro diferente: valores para vivir en la era planetaria Si queremos pensar un futuro diferente, en este umbral del siglo XXI, tenemos que pensar y vivir teniendo en cuenta que estamos en la era planetaria; somos un solo mundo. Sin embargo, por muy mundializados y global izados que estemos, el modo de vivir, nuestra organización social, la forma de los estados y el funcionamiento de los organismos internacionales siguen | estructurados de acuerdo con un mundo que ya no existe. Hoy, nada ni nadie puede sustraerse a las incidencias y repercusiones de esta circunstancia histórica. Vivimos en un mundo interdependiente -cada vez más interdependiente- que, por el gran desarrollo de las telecomunicaciones y de los medios de transporte, se ha hecho cada vez más pequeño. En la patria-Tierra, casa común de la humanidad, somos ya un solo mundo. Aunque no lo queramos reconocer -o no seamos capaces de sacar las consecuencias de esta realidad-, compartimos un hogar común, somos compatriotas de una misma patria, somos compañeros de una misma nave espacial..., en fin, somos hermanos en el género humano. Afrontamos un gran desafío: aprender a vivir juntos en la aldea planetaria, cuando todavía no sabemos vivir en las comunidades a las que pertenecemos por naturaleza (nación, región, ciudad, pueblo, barrio...). El proceso de planetarización-mundialización-globalización nos está haciendo más conscientes de la necesidad de ser solidarios; «condenados», aun por propia conveniencia (para poder sobrevivir), a vivir solidariamente. Es aberrante e irritante que, en la casa común, en la misma patria y en la misma nave espacial, vivamos con desigualdades tan injustas, que siga existiendo la misma pasión atávica por destruir y destruirse, que existan entre los humanos crueldades sin límites. Éste es el gran desafío que afrontamos: lo que en la década de los sesenta fue la utopía de la libe- ración (nacional, social y personal), hoy es la utopía de la planetarízación humanizante. Esta civilización global y única que nos ha introducido en la era planetaria está signada y sellada por los valores del neoliberalismo. Estos valores inspiran y orientan el proceso de globalización, proceso que nos está llevando a situaciones límite y explosivas. Necesitamos nuevos valores para salir de esta situación y para vivir en la era planetaria. De esto no cabe duda, pero ¿cuáles pueden ser esos valores que han orientado nuestra manera de pensar y de vivir? Valores para vivir en la era planetaria Ante todo, hemos de decir que estos valores se han de desprender precisamente de tres hechos que se derivan del proceso de mundialización: • Que vivimos en la era planetaria, dentro de cuyo proceso estamos viviendo la globalización en lo económico, lo político y lo cultural, y que este proceso es inevitable e irreversible. • Que este proceso de mundialización-globalización, de inspiración neoliberal, podría realizarse con otros valores. • Que todos los seres humanos, en cuanto habitantes de esta patria-Tierra, tenemos un destino común. No se trata de proponer valores para vivir, desde consideraciones puramente abstractas, sino derivadas de los desafíos propios de vivir en la era planetaria. Para nuestra consideración del tema, partimos de dos ideas de Fernando Savater, uno de los más influyentes pensadores de la España de fin de siglo: • La «camaradería vital» que ha de existir entre todos los seres humanos y que nosotros consideramos básica para la convivencia en la era planetaria. • Los valores para ser compartidos han de reclamar más requisitos que «la pertenencia a la especie humana». He aquí algunas ideas para ir perfilando el horizonte utópico de la era planetaria y para ir marchando en una determinada dirección (incardinada en la vida cotidiana de cada uno de nosotros), que dé lugar a la realización de: • El amor como liberación de los sujetos y no como forma patológica de posesión; de la pareja como forma de conocerse, madurar y andar juntos, y no como institucionalización de los sentimientos a través de un «contrato» o «sacramento». | • El reencantamiento del mundo, dando emoción, poesía y ternura a la vida a través de la belleza y la alegría vivida en la cotidianidad, a través de la espontaneidad, calidez y transparencia de las relaciones interpersonales, en lugar de las frías abstracciones de los principiosy esquemas preelaborados y los cálculos de rentabilidad o conveniencia. • Un pluralismo pleno, que aliente el diálogo con todos y cada uno, capaz de generar relaciones humanas sin atisbo de discriminación por razones de raza, sexo, religión, cultura o cualquier otra circunstancia o diferenciación. • Valores de solidaridad vividos y encarnados, y no la simple proclamación de principios que luego son negados en los hechos y que en nada se manifiestan en la vida concreta de cada día. • Una conciencia planetaria que tienda a una conciencia cósmica ala que debemos llegar para integrar todas las dimensiones de lo humano y de lo cósmico en la totalidad viva de cada uno de nosotros: se trata de llegar a tener una percepción de la unidad de todas las formas de vida y de saber situarnos entre ellas. De todo esto resulta claro que sólo desde el horizonte de la utopía -el pensar un futuro diferente- podemos examinar los cambios que queremos. El futuro será lo que nosotros hagamos y, si no hacemos nada, podría ser el fin de la especie humana, ya sea por el desastre ecológico o por la catástrofe nuclear; podríamos llegar aun suicidio colectivo por omisión. Dentro de la lógica de la economía productivista y de la organización social competitiva, buscando un crecimiento indefinido, vamos aun callejón sin salida. Tenemos que buscar un nuevo estilo de vida que potencie la realización de los seres humanos. En la búsqueda de un nuevo estilo de vida Como es obvio, el plantearnos este problema es plantear la necesidad de asumir un nuevo modo de vivir que a su vez supone un nuevo modo de civilización. Es, fundamentalmente, producir un cambio a nivel individual en lo que a valores vividos y patrones de conducta se refiere, aun cuando la sociedad, en su conjunto, funciona con unas formas de vida tradicionales. Cuando uno plantea cambiar hacia nuevas formas de vida, es porque las considera más humanas 0, si se quiere, más deseables como forma de realización personal. Intentar vivir un nuevo estilo de vida es una forma de liberarse -aquí y ahora- de las compulsiones y opresiones de la sociedad que nos toca vivir, en un mundo que se complace en aceptar los aspectos más absurdos de nuestra civilización, al mismo tiempo que se lamenta de sus consecuencias. A nivel individual, a mucha gente le gusta saborear muchas formas propias de la sociedad de consumo, pero al mismo tiempo siente que ese modo de vivir la enferma y que no la hace feliz. Cuanto más metida está en el consumismo (y los valores y modos de ser conexos a él), más la gente se siente atrapada, limitada y frustrada. Extraña incongruencia contra el sentido común: algo sabemos y decimos que no es lo mejor, incluso que es malo, pero estamos tan entrampados que, con frecuencia, ni siquiera pensamos que es posible salir de esa situación. Actuamos como si estuviésemos atrapados en el fatalismo y la resignación. Todos tenemos -por el solo hecho de vivir- un modo de ser, de pensar y de actuar, que es la herencia social expresada a través de la cultura ala que pertenecemos. Pero cada uno en particular, y en proporción al grado de madurez, de independencia y autonomía personal a que haya llegado, puede modificar esas formas. Pero ésta es una decisión personal. Cuando vivimos una vida que no nos gusta y sabemos que ella no sirve para la realización como persona, somos como el drogadicto o el alcohólico que en sus momentos de lucidez tiene conciencia de que la droga y/o el alcohol 10 está degradando, pero le falta el coraje y la voluntad para salir y, quizá, le falten razones para hacerlo. Si decimos «nuevo» es porque hacemos «algo» que antes no se hacía. Significa «hacer algo nuevo». Este «dejar de hacer lo que se hacía», este «cambiar el modo de vivir» y este «hacer de un modo diferente» tiene que ver con algo que nos concierne de manera radical a cada uno: nuestra vida. | • Cambiar la propia vida, vivir de otra forma, asumiendo valores que desvinculen la realización personal del poder adquisitivo, el consumir y el tener cosas. • Cambiar lo que podemos cambiar ya (actuar localmente), pero viviendo y actuando de tal forma que nuestro estilo de vida sea una prefiguración de la sociedad que quisiéramos construir y de la nueva civilización que consideramos deseable (para ello, pensar globalmente). • Actuar de manera individual, grupal y organizada, para cambiar la sociedad utilizando medios y formas acordes con lo que queremos construir. ¿Por qué plantear el problema de un nuevo estilo de vida? ¿No es esto una pura ilusión, una falta de realismo?. Muchas objeciones e interrogantes se plantean ante una propuesta de esta índole. No cabe duda de que es posible reunir muchas razones y experiencias de desesperanza. Para quienes pactan fácilmente con la imposibilidad de cambiar las cosas, para las personas adocenadas y de rebaño, el problema del nuevo estilo de vida difícilmente pueda aparecer en el horizonte de sus posibilidades, intereses o preocupaciones. Para muchos, el problema ni siquiera existe. Para los desperanzados -«pasotas», nihilistas, aburridos, cínicos, trepadores, oportunistas, «camaleones» o pragmáticos-, plantear la necesidad de un nuevo estilo de vida no tiene sentido. Más aún: podrían considerarlo como algo idiota o ridículo. De ahí que exista un cierto miedo de sacar a relucir estas cuestiones. Sin embargo, por la degradación de la vida producida por el consumismo, por la agresión a la biosfera, por la explotación de seres humanos, por la guerra, para no señalar sino los problemas que más nos inquietan, nos enfrentamos a desafíos que ponen de manifiesto la necesidad de producir cambios profundos en los modos de vivir. ¿Acaso podemos vivir indefinidamente en un mundo en dónde se produce una clara degradación de la vida, por exceso y despilfarro en las sociedades de consumo, por hambre y miseria en las sociedades subdesarrolladas y dependientes? Todo esto suscita una pregunta de sentido común: ¿No destrozamos y matamos con ello algo de la vida personal y de la vida de ese todo en el que nos movemos y somos? Si otros no pueden «Ser», una parte de mí mismo está muerta; hay algo amputado en mí. También podríamos preguntarnos ¿La gente es realmente feliz con este modo de vida? ¡Cuántas cosas que queremos tener y que nos impiden ser! ¡Cuánto ruido y cuánto aturdimiento, para no poder encontrarnos a nosotros mismos! ¡Cuánta incapacidad para darle a la vida toda la belleza, toda la alegría y toda la ternura que ella puede tener!
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