Logo Studenta

Aceptación psicológica - Sonsoles Valdivia Salas

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

SONSOLES VALDIVIA-SALAS
PROFESORA DE PSICOLOGÍA DE LA PERSONALIDAD,
EVALUACIÓN Y TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS EN LA
UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA
MARISA PÁEZ BLARRINA
PSICÓLOGA CLÍNICA Y DIRECTORA DEL MÁSTER EN
TERAPIAS CONTEXTUALES: ACT, FAP Y MINDFULNESS.
INSTITUTO ACT (MADRID)
Aceptación
psicológica
Qué es y por qué se fomenta en terapia
2
A mi alumnado hasta hoy, que con sus preguntas, acuerdos, desacuerdos, resistencias y
desafíos ha moldeado esta manera de contar las cosas.
S. V. S.
A mis pacientes. Por ayudarme a conocer y entender su historia, y porque mientras los
acompaño en el proceso de ser como quieren ser me enseñan lo que hoy transmito.
M. P. B.
3
Índice
Presentación
1. Bases filosóficas de las terapias basadas en la aceptación psicológica: análisis
clínico de la conducta (ACC)
1. Desarrollo de las terapias de conducta
1.1. Conductismo metodológico, terapia de conducta y terapia cognitivo-
conductual
1.2. Conductismo radical, modificación de conducta y terapias basadas en la
aceptación
2. Las seis diferencias entre el enfoque tradicional y el ACC
2.1. Contextualismo vs. mecanicismo
2.2. Funcionalismo vs. estructuralismo
2.3. Monismo vs. dualismo
2.4. No mentalismo vs. mentalismo
2.5. No-reduccionismo vs. reduccionismo
2.6. Métodos idiográfico vs. nomotético
3. Implicaciones de la adopción del ACC como filosofía de la psicología y la
psicoterapia
2. Fundamentos y principios básicos del análisis de la conducta
1. Conductismo radical y análisis aplicado del comportamiento
2. Sobre las consecuencias
2.1. Tipos de consecuencias con función reforzante
2.2. Tipos de contingencias
2.2.1. Reforzamiento positivo
2.2.2. Reforzamiento negativo
2.2.3. Castigo positivo
2.2.4. Castigo negativo
2.2.5. Extinción operante
2.3. Programas de reforzamiento
2.3.1. Reforzamiento continuo
2.3.2. Reforzamiento intermitente
2.4. Consideraciones generales sobre el reforzamiento que ocurre de manera
intermitente en el caso de adultos normales en ambientes ambulatorios
3. Sobre la respuesta
3.1. Parámetros topográficos de la respuesta
3.2. Definición funcional de la respuesta
4
3.3. Operantes, operantes generalizadas y entrenamiento en múltiples ejemplos
4. Sobre las condiciones antecedentes
4.1. Control discriminativo
4.2. Control motivacional
5. Posibilidades y limitaciones del manejo directo de contingencias
3. La teoría del marco relacional
1. La teoría del marco relacional: qué es, de dónde viene y para qué sirve
2. Lenguaje y cognición desde el contextualismo funcional
2.1. Responder a las propiedades absolutas de los estímulos vs. responder a las
propiedades relativas de los estímulos
2.2. Responder a la propiedades relacionales arbitrarias vs. no arbitrarias de los
estímulos
2.3. Las claves relacionales
2.4. Características de los enmarques relacionales
3. La cara y la cruz de la habilidad relacional arbitraria
3.1. Los humanos respondemos a las propiedades transformadas de los estímulos
3.2. La coherencia del sistema verbal se convierte en un potente reforzador
3.3. Flexibilidad vs. rigidez en la derivación de relaciones y transformación de
funciones
4. Implicaciones de la habilidad de enmarcar para la comprensión del sufrimiento
humano
1. Yo concepto, o el guion que elaboro sobre y para mi vida
1.1. Desarrollo de reglas sobre uno mismo
1.2. Desarrollo de descripciones sobre cómo funciona el mundo
1.3. Pros y contras de la consolidación del yo concepto
2. Regulación del comportamiento, o la fidelidad al guion
2.1. Desarrollo de tendencias
2.1.1. Tendencia a complacer
2.1.2. Tendencia a explorar
2.1.3. Consideraciones sobre las tendencias a complacer y a explorar
2.2. Consolidación de tendencias iniciales
2.2.1. Comportamiento orientado a valores personales
2.2.2. Comportamiento orientado a la evitación experiencial
3. Yo contexto, o la flexibilidad de notar el guion y elegir seguirlo al pie de la letra o
hacer alguna variación
5. ¿Qué es aceptar?
1. Aceptación y resignación: coloquialmente equivalentes
2. ¿Cómo llegan los pacientes a terapia?
2.1. Una decisión irrevocable
5
2.2. Cuando los pilares se caen
2.3. Yo y mis circunstancias
3. ¿Por qué llegan los pacientes así a terapia? el lenguaje, la historia y la regulación
3.1. La espera de Teresa
3.2. La vigilancia de Cecilia
3.3. La apatía de Marcos
4. ¿Qué es aceptar?
5. Aceptación y resignación: psicológicamente opuestos
6. Elementos para promover la aceptación psicológica en terapia
1. Elementos para promover la aceptación psicológica
2. El análisis funcional contextual. Se abre el telón
2.1. La letra del concierto: lo que el cliente dice
2.2. La música del concierto: lo que el cliente no dice pero se nota
2.3. Lo que Silvia muestra
2.4. Cambiando el compás o la reformulación del problema
3. Aprendiendo a notar los armónicos, o la defusión
3.1. ¿Por qué defusión?
3.2. ¿Que es defusión?
3.3. ¿Cómo se incluye defusión en la terapia?
4. Seguir la melodía soñada mientras se notan los armónicos que resuenan, o el
proceso de ajustarse a los valores personales
4.1. ¿Qué son los valores?
4.2. ¿Para qué sirven los valores?
4.3. ¿Cómo hacerlo?
7. Relación entre aceptación y otras terapias actuales
1. Introducción al capítulo
2. Contexto de la psicología positiva
2.1. Campo, objetivos y modelos teóricos en la base de la psicología positiva
2.2. ¿Son siempre positivas las intervenciones de la psicología positiva?
2.3. ¿Qué ve un contextual cuando con sus gafas se acerca a la psicología positiva?
3. Mindfulness
3.1. ¿Cuáles son las habilidades que desarrolla una persona con la práctica de
mindfulness?
3.2. Enfoques terapéuticos basados o que incorporan mindfulness
4. Compasión y autocompasión
4.1. Definiciones básicas
4.2. Intervenciones clínicas basadas en la compasión y autocompasión
5. ¿Están alineados el mindfulness, las terapias basadas en la compasión y
autocompasión y las basadas en la aceptación?
6
8. Aceptación psicológica: preguntas frecuentes y errores comunes
Referencias bibliográficas
Créditos
7
Presentación
Las terapias basadas en la aceptación psicológica son ya una realidad en los
programas de formación de grado y posgrado, y también en la clínica y otros contextos
aplicados. No en vano, se han convertido en referente para el tratamiento de múltiples
alteraciones psicológicas. Entre ellas destacan la Terapia de Aceptación y Compromiso
(ACT), la Psicoterapia Analítico Funcional (FAP), la Terapia Integral de Parejas y la
Activación Conductual, todas ellas expuestas en diversos manuales específicos, artículos
científicos y obras colectivas. Aunque las diferencias entre las terapias contextuales son
evidentes, todas ellas comparten el mismo objetivo, a saber, la construcción de la
habilidad de la aceptación, que, como cualquier otra habilidad, se moldea
progresivamente mediante reforzamiento diferencial. Solo que cuando se trata de la
habilidad de la aceptación, el reforzamiento del que depende es sutil y podría ser
inapreciable excepto para la persona que se comporta. Hablamos del reforzamiento
simbólico o verbal.
Y es que los procesos simbólicos o verbales son ineludibles cuando hablamos de la
clínica que presentan los pacientes. Pero, lejos de ser un problema, hoy contamos con
desarrollos teóricos que nos permiten entender las habilidades simbólicas y poder
utilizarlas con fines terapéuticos. Se trata de la Teoría del Marco Relacional (RFT), una
teoría postskinneriana sobre el lenguaje y la cognición, que sitúa la habilidad relacional o
simbólica en el corazón del sufrimiento humano. Forman parte de esa habilidad
relacional o simbólica repertorios como el autoconcepto (self), las expectativas, las
elaboraciones sobre un pasado doloroso, etc., y también la reacción de la persona a todo
lo anterior. Es precisamente esta reacción de la persona a lo que siente y piensa lo que
define el comportamiento saludable de la flexibilidad psicológica, o el comportamiento
limitante de la inflexibilidad psicológica. Entender cómo se conforman estos repertorios
es la llave para poder cambiarlos. Ypara entenderlos es necesario retomar conceptos
propios de la aproximación teórica de donde surgieron las terapias basadas en la
aceptación, a saber, el análisis aplicado y experimental del comportamiento.
Pasados veinte años desde la publicación del primer manual de la Terapia de
Aceptación y Compromiso (ACT) por los autores originales, y más de 15 desde la
publicación del primer manual de ACT en español, el concepto de aceptación que se
maneja en la formación, la clínica y la divulgación en la actualidad dista mucho del que
se propuso en aquel entonces. En algunos casos, se ha desdibujado el carácter de
habilidad y se ha confundido con algo así como un estado mental o contemplativo. Así,
la línea que separa la aceptación psicológica de otros procesos que se fomentan en
terapias actuales tales como las terapias basadas en mindfulness y autocompasión, y la
8
Psicología Positiva, es difusa y a veces inexistente. Cuando la integración de la
aceptación psicológica con el mindfulness y las fortalezas personales consiste en el uso
de técnicas concretas con el objetivo de fomentar la compleja habilidad de la flexibilidad
psicológica, el resultado probable es un enriquecimiento en el trabajo con los pacientes.
Pero si la integración se trata más bien de una suma de técnicas sin tener claras las
diferencias en las filosofías subyacentes a estas tres opciones terapéuticas, el resultado
probable es confusión y frustración en pacientes y terapeutas.
Partiendo de lo anterior, se hace necesario retomar los conceptos básicos y la filosofía
subyacente a la propuesta de la aceptación como alternativa terapéutica. El conocimiento
acumulado desde la publicación de los primeros manuales de ACT ha permitido hacer
una definición más precisa de los procesos implicados en la habilidad de la aceptación.
Pero aún quedan aspectos por dilucidar. Por eso, en este libro volvemos a los orígenes
para poder seguir avanzando con paso firme y riguroso, y deconstruimos para poder
seguir construyendo a partir de los cimientos desde los que surgió ACT, que son los
cimientos del conductismo radical skinneriano.
Este no es un manual de ACT, sino que pretende acercar al lector, a través de
múltiples ejemplos, a los conceptos clave del análisis de la conducta, del análisis clínico
de la conducta o contextualismo funcional, de la teoría del marco relacional y de la
regulación del comportamiento. Conceptos necesarios para entender qué es aceptar y por
qué surge como opción terapéutica necesaria en el trabajo con adultos verbales desde la
filosofía del conductismo radical skinneriano.
En el capítulo 1 situaremos las terapias basadas en la aceptación como terapias de
conducta de tercera generación enraizadas en el contextualismo funcional. Abordaremos
las características de esta filosofía en cuanto a su concepto de ser humano y de los
problemas psicológicos. Esta presentación empezará a marcar qué se puede cambiar y
qué no del comportamiento humano, lo que da pistas del porqué de la aceptación
psicológica como alternativa terapéutica. En el capítulo 2 haremos un recorrido por los
principios básicos del análisis de la conducta, haciendo hincapié en sus aplicaciones
clínicas. No es habitual encontrar un espacio dedicado a estos principios en los manuales
de las terapias contextuales. Sin embargo, la aceptación es una habilidad que se entrena
dentro y fuera de sesión. Por tanto, conocer y ejercitarse en los principios básicos que
subyacen al desarrollo de habilidades desde la filosofía del conductismo radical
skinneriano es fundamental para desenvolverse con maestría en el entrenamiento de la
habilidad compleja que es la aceptación. En el capítulo 3, y ancladas en los principios
básicos expuestos en el capítulo anterior, avanzaremos en la descripción de la habilidad
relacional arbitraria como una operante generalizada que consiste en responder a un
estímulo como si fuera otro, o en base a la relación simbólica que guarda con otro. Esta
operante, clave y corazón del comportamiento y del sufrimiento humano, se ha estudiado
fundamentalmente desde la llamada Teoría del Marco Relacional, que es una teoría
conductista moderna sobre el lenguaje y la cognición. Sabemos que el lenguaje que se ha
9
utilizado para exponerla la convierte en la parte más ardua del entrenamiento de los
terapeutas contextuales. Orientadas a nuestra audiencia objetivo (estudiantes y
profesionales en formación), se hace una presentación muy apegada a la utilidad clínica
de los conceptos básicos y sus implicaciones. Esta presentación servirá para sentar la
bases necesarias para entender dos de los procesos centrales en las terapias basadas en la
aceptación, a saber, el yo y la regulación del comportamiento, los cuales se abordan en el
capítulo 4. En el capítulo 5, una vez trabajados los conceptos filosóficos, teóricos y
aplicados fundamentales, haremos una distinción entre la aceptación y la resignación,
que coloquialmente podrían parecer conceptos equivalentes, y sin embargo en la práctica
clínica se tratan como psicológicamente opuestos. El mensaje que trasladaremos es que,
mientras la resignación implica una actitud pasiva ante el sufrimiento, la aceptación
psicológica es comportamiento activo y dirigido a lo que da sentido personal a la vida de
cada uno. El capítulo 6 muestra, con un ejemplo clínico, los procesos psicológicos o
habilidades que se trabajan en el curso de la terapia para fomentar la aceptación
psicológica, a saber, el análisis funcional y la reformulación del problema, la
clarificación de valores y la defusión. La aceptación psicológica convive actualmente
con otras terapias tales como el mindfulness, la Psicología Positiva y la autocompasión,
hasta el punto de que en ocasiones se describen como la misma cosa o se aplican
conjuntamente en el tratamiento psicológico de diversas formas de sufrimiento. El
objetivo del capítulo 7 es establecer los límites y definir los aspectos en común que
presentan estas cuatro opciones terapéuticas. Terminamos este libro con algunas de las
preguntas y malentendidos recurrentes en torno al concepto de aceptación que nos hemos
encontrado a lo largo de nuestro recorrido como docentes y formadoras. En el capítulo 8
compilamos algunos de estos malentendidos para resolverlos de manera clara, utilizando
un lenguaje sencillo, basándonos en la evidencia y orientándonos hacia la utilidad
práctica y clínica de las respuestas.
Este es un libro para avanzar capítulo a capítulo y de manera consecutiva, porque
cada capítulo se construye sobre los conceptos trabajados en los capítulos anteriores. Y
está recomendado para cualquier lector que, antes de aprender cómo fomentar la
aceptación psicológica, quiera entender qué es aceptar y por qué se fomenta en el trabajo
terapéutico.
Escribir sobre aceptación psicológica y hacerlo agarradas al ancla del contextualismo
funcional y el análisis de la conducta, ha sido un reto y un enorme placer. Porque volver
a los orígenes siempre devuelve respuestas que ayudan a reformular, a entender mejor, a
dar sentido y a filtrar lo que sí y lo que no vale de la maraña de conceptos en la que nos
movemos docentes, profesionales, terapeutas en formación y estudiantes en el momento
actual. En este proceso de luces y sombras, hemos sobrevivido gracias al amor al
conocimiento y la precisión que nos transmitieron nuestros varios mentores, y que ahora
enarbolamos como nuestra mejor bandera. Gracias a todos ellos.
10
1
Bases filosóficas de las terapias basadas en la aceptación
psicológica: análisis clínico de la conducta (ACC)
1. Desarrollo de las terapias de conducta.
2. Las seis diferencias entre el enfoque tradicional y el ACC.
3. Implicaciones de la adopción del ACC como filosofía de la psicología y la
psicoterapia.
11
 
Teresa tiene 37 años y está en shock. Los médicos le acaban de decir que el bebé
que espera viene con malformaciones congénitas probablemente incompatibles con la
vida. Sería el segundo aborto. Hace un par de años tuvo otro, espontáneo en este caso.
Precisamente por el temora que ocurriera lo mismo, desde que quedó embarazada
está de baja laboral y dice que su autocuidado es esencial. Ese es el tema central en las
conversaciones con su pareja, y se pasa el día buscando información en Internet y
leyendo literatura sobre él. Está en cama la mayor parte del día, convencida de que es
necesario descansar, porque el aborto anterior lo atribuye al estrés que tenía entonces,
y ahora quería llevar su embarazo con tranquilidad.
Los médicos le han recomendado abortar y hacerlo cuanto antes, pero la decisión la
tienen que tomar ella y su pareja. Están angustiados, tristes. Llevan deseando ser
padres hace tiempo, y cuando parecía ir todo bien se encuentran con esto. Otra vez.
Tienen que tomar una decisión y no están seguros. Ella no para de repetir y repetirse:
«Si esta vez todo ha progresado normalmente hasta ahora, es porque este bebé tiene
posibilidades». Cuando está optimista, no para de recordarse a sí misma todas las
cosas que ha hecho para que esta vez funcione, las vitaminas que ha tomado, los
paseos y ejercicios que hacía diariamente antes del embarazo, el reposo autoimpuesto
para cuidarse más, etc. Cuando está pesimista, no para de reprocharse las cosas que ha
hecho mal, aquel día que limpiando hizo un movimiento brusco, si se hubiera cuidado
más, si no hubiera esperado tanto tiempo, si hubiera conseguido manejar mejor el
estrés... Y se pregunta una y otra vez por qué a ella, cuando tener un bebé siempre ha
sido su proyecto más preciado. Su marido la escucha, está con ella en el dolor e
intenta consolarla.
¿Cuál es el problema de Teresa? ¿Por qué se pasa todo el día en cama, cuando los
médicos le recomendaron vida normal? ¿Es la angustia, la tristeza, el miedo y el temor
lo que define su problema? ¿Cómo podemos ayudarla? ¿Qué es aceptar en este
momento particular de la vida de Teresa?
Para disgusto de los estudiantes de Psicología y terapeutas en formación, que no
encuentran respuestas definitivas en ninguna de las aproximaciones terapéuticas que
conviven en la actualidad, el universo de la terapia psicológica es amplio, variado y no
siempre bien avenido. La respuesta con la que uno siempre acierta en psicología es
«depende». Por ejemplo, ¿deberíamos utilizar la exposición con prevención de la
respuesta de escape para tratar las fobias? Depende. ¿Deberíamos preguntar al paciente
por sueños recurrentes? Depende. ¿Deberíamos trabajar solo con el paciente, o sería
12
mejor que viniera también su pareja o núcleo familiar? Depende. La siguiente pregunta
es inevitable: «¿Y de qué depende?». Depende de cuáles sean los objetivos terapéuticos.
Y esto de los objetivos terapéuticos no es asunto trivial, sino que es la consecuencia
natural y lógica de mantener un concepto particular de ser humano y de sufrimiento; más
concretamente, es la consecuencia natural y lógica de situar las causas del sufrimiento en
un «lugar» u otro. Si situamos el origen del sufrimiento del paciente en una ansiedad
excesiva y descontextualizada, entonces la solución, y por tanto el objetivo terapéutico,
será reducir y/o contextualizar la ansiedad, para lo cual las técnicas de exposición están
indicadas (Pérez-Álvarez, Fernández Hermida, Fernández Rodríguez y Amigo Vázquez,
2003). Si situamos el origen del sufrimiento del paciente en un trauma inconsciente que
está penetrando la organización defensiva de la persona, entonces la solución y objetivo
terapéutico es hacer consciente ese contenido para poder procesarlo correctamente, para
lo cual el análisis de los sueños recurrentes es una técnica muy apropiada, en tanto que
nos permite acceder a ese contenido inconsciente que tenemos que ayudar al paciente a
procesar (Feixas y Miró, 1993). Y si consideramos que el paciente no es más que el
síntoma identificado de un sistema familiar «enfermo» o disfuncional, entonces la
presencia de la familia será necesaria para resolver la disfuncionalidad (Feixas y Miró,
1993).
Por tanto, la primera cuestión que debería resolver todo clínico es dónde va a situar el
origen del sufrimiento de sus pacientes. La respuesta a esta cuestión es la puerta que da
acceso a todo lo demás: cuáles son los objetivos terapéuticos, qué técnicas de cambio
psicológico son más adecuadas y cuál será el criterio de éxito terapéutico o alta (Hayes,
Levin, Plumb-Vilardaga, Villatte y Pistorello, 2013). Por eso arrancamos este manual
definiendo las bases de las terapias basadas en la aceptación psicológica: quiénes somos
como terapeutas, dónde nos situamos en el universo de la terapia psicológica, y cuál es
nuestro concepto de ser humano, de comportamiento normal y de sufrimiento. Esto
terminará delimitando cuáles son nuestros objetivos terapéuticos generales (al margen de
cómo se traducen en casos particulares) y justificando el uso de la aceptación psicológica
como alternativa terapéutica.
Utilizando una metáfora, ser psicoanalista, conductista, cognitivo, gestáltico,
terapeuta familiar o terapeuta ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso; Hayes,
Strosahl y Wilson, 1999, 2011), es como llevar unas gafas que filtran y resaltan unos
aspectos u otros del universo que es el paciente. Por eso, para entender los métodos
terapéuticos que emplea cada una de estas aproximaciones es necesario conocer muy
bien las gafas con las que se mira al paciente en cada una. Concretamente en el caso de
ACT, es imposible entender la aceptación como alternativa terapéutica y promoverla
adecuadamente en terapia sin conocer con qué gafas estamos mirando al paciente. Los
lectores familiarizados con ACT conocerán la metáfora del hoyo (Wilson y Luciano,
2002). Brevemente, esta metáfora describe que a veces, mientras caminamos
plácidamente por la vida, caemos en hoyos. Y ahí abajo, lo más habitual es hacer algo
13
para salir y así poder continuar nuestro camino. Da la casualidad de que en ese hoyo hay
una pala, así que la usamos, no tenemos otra cosa. Y empezamos a cavar, con la
particularidad de que cavar hace el hoyo más hondo. Complica las cosas el hecho de ser
animales de costumbres, de modo que una vez que aprendemos una manera particular de
reaccionar a una situación, tendemos a repetirla y repetirla. Y eso es lo que nos pasa a
veces cuando caemos en hoyos, y otros, con el ánimo de ayudar, nos lanzan escaleras,
sillas, cuerdas. Cuando lo único que sabemos hacer en el hoyo es cavar, aunque nos den
una escalera, una silla o cuerdas las utilizaremos para hacer lo único que sabemos hacer,
que es cavar, aunque la escalera o la silla no estén concebidas para eso.
Por eso es peligroso aprender ACT como un conjunto de técnicas (metáforas,
ejercicios, paradojas, juegos de lenguaje, etc.) mientras seguimos mirando al paciente
con, por ejemplo, las gafas cognitivo-conductuales: utilizaremos la aceptación para
promover el cambio cognitivo. Sin embargo, la aceptación no está concebida para el
cambio cognitivo, sino que persigue otros propósitos. En este capítulo nos detendremos a
definir cómo son las gafas con las que miramos a los pacientes en ACT, gafas que se
llaman contextualismo funcional o análisis clínico de la conducta. Para una descripción
más detallada de esta filosofía se recomienda consultar Dougher (1993, 1995, 2000), y
Zettle, Hayes, Barnes-Holmes y Biglan (2016).
1. DESARROLLO DE LAS TERAPIAS DE CONDUCTA
El movimiento de la terapia de conducta surge de las aportaciones de John B. Watson
(véase figura 1.1), cuyo principal objetivo fue el de cambiar el objeto de estudio de la
Psicología, desde la mente y sus componentes, estudiados por medio de la introspección
freudiana, hasta la conducta pública y observable en su contexto (Watson, 1913, 1924).
El principal objetivo de Watson era fomentar el avance de la Psicología como ciencia
natural, para lo cual era necesario definir y cuantificar los fenómenos psicológicos, así
como proponer explicaciones contrastables, utilizando el método científico. A este nuevo
enfoque se le llamó conductismo. Entre otras cosas, Watson ha pasado a la historia por
condicionar miedo en el pequeño Albert (Watson y Rayner, 1920),experimento que
sirvió para mostrar qué «arreglos» eran los causantes de que una persona terminara
mostrando miedo hacia un objeto particular. Arreglos que se podían replicar, porque eran
operaciones manipulables, públicas y observables. En la misma línea, otro miembro de
su equipo, Mary Cover Jones, mostró con el pequeño Peter cómo descondicionar un
miedo condicionado (Jones, 1924). De nuevo, el énfasis en este momento era traer lo
psicológico al mundo de las operaciones públicas, observables y replicables.
Las décadas de los años cincuenta y sesenta fueron las de mayor esplendor del
movimiento watsoniano, en tanto que se identificaron un número importante de
principios conductuales, incluyendo todos los principios del condicionamiento clásico y
operante. Muchos psicólogos académicos pronto se unieron al movimiento del
14
conductismo watsoniano, pero no todos lo hicieron por los mismos motivos. Y así es
como el movimiento conductual watsoniano empezó a dividirse en lo que hoy
conocemos como conductismo metodológico y conductismo radical. Aunque compartían
el énfasis en la conducta pública observable, estos dos movimientos eran tan diferentes
que dieron lugar a movimientos terapéuticos diferentes, en lo que hoy se conoce como
primera y segunda generaciones de la terapia de conducta (véase figura 1.1). Para
facilitar la descripción y el contraste de estas dos generaciones, describiremos primero la
segunda generación (para una descripción detallada, véase Pérez Álvarez, 1996a y
1996b).
1.1. Conductismo metodológico, terapia de conducta y terapia cognitivo-conductual
El conductismo metodológico se empezó a definir en Gran Bretaña y Sudáfrica,
donde académicos como Joseph Wolpe, Arnold Lazarus, Stanley Rachman, Hans
Eysenck y M. B. Shapiro se interesaron por la conducta observable como método para
entender los procesos de aprendizaje subyacentes y causantes de dicha conducta
observable. En términos coloquiales, el temblor, la sudoración y/o la hiperventilación se
convertían en marcadores observables del miedo que se había desarrollado por procesos
de condicionamiento clásico o emparejamiento de estímulos.
El conductismo metodológico también se conoce como psicología estímulo-respuesta
(E-R), en tanto que sitúa la causa de la respuesta (por ejemplo, llanto) en el estímulo que
la precede (por ejemplo, miedo por la aproximación de un objeto condicionado
aversivamente). Las explicaciones en términos de condicionamiento clásico o
emparejamiento de estímulos que producía respuestas viscerales de activación
fisiológica (miedo, activación, sobresalto) fueron las dominantes en las décadas de los
años cincuenta y sesenta. Y a mediados y finales de los setenta, con la irrupción de la
psicología cognitiva, se complejizaron. Esta irrupción consistió en la adopción y
adaptación de las teorías computacionales para utilizar el procesamiento de la
información como metáfora de la mente. Los conductistas metodológicos se sumergieron
en la terminología y los hallazgos en torno al procesamiento de la información, bits de
información, nodos de memoria, pensamiento y esquemas, etc., y los incorporaron como
elemento E en la fórmula E-R (Gardner, 1985). De esta forma, la transición a
explicaciones mentalistas fue rápida e indolora, y las explicaciones del tipo «porque se
ha activado» pasaron a convivir con explicaciones del tipo «porque está procesando la
información de manera sesgada», «porque no es capaz de subdividir el problema amplio
en otros menores», «porque está utilizando estrategias in/adecuadas para la resolución de
problemas», «porque tiene pensamiento binario, todo o nada», etc.
15
Figura 1.1.—Representación del desarrollo histórico de las terapias de conducta, con indicación de lo que se ha
venido a denominar primera, segunda y tercera generación (Hayes, 2004).
El esquema E-R es, volviendo a nuestra metáfora inicial, las gafas con las que los
terapeutas E-R miran a sus pacientes. Por tanto, los objetivos y métodos terapéuticos
para alcanzarlos empiezan a vislumbrarse con claridad. Si entendemos que una paciente
hiperventila, suda, tiembla, llora o se queda paralizada porque tiene miedo, entonces la
solución está clara. Si queremos que no hiperventile, tiemble, llore y se paralice, hay que
eliminar el miedo. Si el miedo se ha adquirido por emparejamiento de estímulos, la
terapia consistirá en desemparejarlos. Por tanto, métodos como la relajación, el
contracondicionamiento, la exposición con prevención de la respuesta de escape, la
desensibilización sistemática, etc., están plenamente indicados. De forma paralela, si
entendemos que una paciente, por ejemplo Teresa, rumia y se paraliza ante una decisión
difícil porque se siente fracasada como mujer, la solución también parece clara. Para
16
que pueda tomar una decisión, tendremos que ayudarla a que supere esa sensación de
fracaso, por ejemplo enseñando que todos fracasamos alguna vez, que los fracasos son
oportunidades, ampliando su concepto de «mujer», cuestionando la evidencia de que su
vida hasta ahora haya sido un fracaso, infundiendo confianza y autoestima, etc. Por
tanto, métodos como la restructuración cognitiva, la disputa racional y el ajuste de
expectativas están plenamente indicados.
La vertiente terapéutica del conductismo metodológico o psicología E-R se denominó
inicialmente terapia de conducta. Desde sus inicios, los terapeutas de conducta fueron
habitualmente psicólogos clínicos y trabajaron con adultos en sus gabinetes, haciendo
terapia ambulatoria para el alivio de la ansiedad y problemas derivados de la misma
mediante la sustitución de viejas asociaciones por otras nuevas. Con la adopción de la
metáfora de la mente como ordenador, propia de la psicología cognitiva, empezó a
aparecer la versión cognitiva mediacional del cambio de conducta, que rápidamente se
conformó en la terapia cognitiva (por ejemplo, Beck, Rush, Shaw y Emery, 1998). Las
teorías se hicieron más mediacionales (con el foco puesto en la interpretación de los
hechos, los pensamientos distorsionados, los errores cognitivos), y las técnicas se
orientaron hacia la detección y alteración de pensamientos distorsionados y/o
irracionales.
1.2. Conductismo radical, modificación de conducta y terapias basadas en la
aceptación
El conductismo radical apareció en Estados Unidos y se relacionó estrechamente con
la psicología operante de B. F. Skinner, aunque pronto lideraron por igual autores como
Donald Baer, Todd Risley, Teodoro Ayllon y Nathan Azrin. El interés en la conducta
pública observable era por la conducta pública observable en sí misma, y no porque se
tratara de un marcador de asociaciones subyacentes entre estímulos, y/o sensaciones o
pensamientos inferidos.
Como movimiento principalmente basado en los principios del condicionamiento
operante, también se le conoce como psicología respuesta-estímulo (R-E), en tanto que
sitúa la causa de la respuesta (por ejemplo, llanto) en el estímulo que le sigue (por
ejemplo, acceso a un reforzador o retirada de un estímulo aversivo). En términos
coloquiales, se considera que el comportamiento es propositivo, y que toda respuesta que
existe en el repertorio existe porque sirve para algo. En este sentido, el conductismo
radical mantiene una posición darwinista con respecto al comportamiento y habla de
selección del comportamiento por las consecuencias. Siguiendo con el ejemplo anterior,
frente a la posición del conductismo metodológico, que mantiene que el miedo por
aproximación de un objeto temido (E) produce llanto (R), lo que se pregunta el
conductismo radical es: ¿por qué, ante la sensación de miedo por aproximación de un
objeto temido (E), la respuesta que ha quedado seleccionada es llorar y no otra, por
17
ejemplo, dar palmas? Probablemente porque llorar, y no dar palmas, ha ido seguido de la
retirada del estímulo aversivo. De alguna manera, sin obviar la presencia e influencia del
miedo o cualquier otra emoción, el conductismo radical nos orienta hacia el para qué de
la respuesta.
El conductismo radical desarrollóuna vertiente experimental, denominada análisis
experimental del comportamiento (AeC), y una vertiente clínica, denominada análisis
aplicado del comportamiento (AaC). Desde la vertiente del AeC se definieron los
principios del aprendizaje operante, tales como el reforzamiento, el castigo y la extinción
(véase capítulo 2). Desde la vertiente del AaC, se aplicaron estos principios básicos para
el desarrollo y cambio de conducta, en lo que se vino a denominar manejo de
contingencias o modificación de conducta (en la actualidad se usan AaC, manejo de
contingencias y modificación de conducta como sinónimos).
El esquema R-E es, volviendo a la metáfora inicial, las gafas con las que los
modificadores de conducta miran a sus pacientes. En el caso de Teresa, por ejemplo, un
psicólogo R-E analizaría qué utilidad está teniendo en este momento de su vida la
búsqueda obsesiva de información, el acopio de opiniones de profesionales y no
profesionales, la rumia y el reposo. Es probable que el propósito sea retrasar una
decisión inevitable que trae mucho dolor consigo. En ese caso, la solución pasaría
porque Teresa cayera en la cuenta de que lo que está haciendo simplemente está
retrasando el dolor, pero no va a eliminarlo (de alguna manera, poner esas acciones en
extinción simbólica, véase capítulo 2), y enseñarla a responder a ese dolor de la manera
más saludable posible (véase capítulos 5 y 6).
Tradicionalmente, la aplicación de los principios básicos requiere que la persona que
los aplica tenga acceso a las consecuencias que mantienen la conducta problemática y
pueda disponerlas a su criterio para sustituir la conducta problema por otra conducta más
adaptativa al contexto. Por eso, las técnicas de la modificación de conducta se
compartieron con padres y educadores y se aplicaron fundamentalmente en contextos
institucionalizados (escuelas, centros residenciales, penitenciarios, y/o psiquiátricos) y
también en casa. Es célebre la aplicación de la economía de fichas en un centro
psiquiátrico, con resultados sorprendentes en el comportamiento de los pacientes
ingresados (Ayllon y Azrin, 1968, 1974). Como resultado de las propias exigencias del
manejo de contingencias, la modificación de conducta pronto quedó limitada al
tratamiento de la conducta problemática que presentaban algunas poblaciones con
deficiencias severas, como el trastorno del espectro autista, lesiones cerebrales, y niños y
adultos con retraso en el desarrollo.
Los analistas de conducta interesados en otro tipo de problemas, como los que
presentan personas sin patologías graves, tales como ansiedad, depresión, fobias, etc.,
tenían dificultades para producir cambios porque su acceso a las consecuencias en la
vida de los pacientes era mínimo o inexistente, y por tanto su capacidad de maniobra era
muy reducida. Fue en la década de los noventa cuando este panorama empezó a cambiar.
18
Y lo hizo de la mano de los avances en el estudio experimental de la conducta verbal,
fenómeno puramente humano que incluye aspectos como el comportamiento gobernado
por reglas, la equivalencia estimular, las relaciones derivadas entre estímulos y la
transformación derivada de funciones psicológicas. A día de hoy, esta investigación se
desarrolla fundamentalmente desde lo que se conoce como teoría del marco relacional
(RFT; Hayes, Barnes-Holmes y Roche, 2001), una teoría sobre el lenguaje y la cognición
fuertemente anclada en los principios del análisis de la conducta (véanse capítulos 3 y 4
de este manual).
Al mismo tiempo que estos desarrollos tenían lugar en los laboratorios, algunos
clínicos no se conformaban con restringir su actividad asistencial a poblaciones
seriamente limitadas. En consecuencia, volvieron a los orígenes del conductismo radical
y la psicología R-E, y formularon opciones terapéuticas que a día de hoy siguen siendo
los estandartes de lo que se conoce como la tercera generación de terapias de conducta
(Hayes, 2004). Nos referimos a la psicoterapia analítico funcional (Kohlenberg y Tsai,
1991) y a la terapia de aceptación y compromiso (Hayes et al., 1999, 2011). FAP supuso
una vuelta sin complejos a los principios básicos del análisis de la conducta. En FAP, la
sesión se convierte en un espacio en el que no se habla de lo que pasa en la vida del
paciente fuera de la sesión, sino que se considera que lo que pasa en la sesión es
plenamente representativo de lo que ocurre fuera. Por ejemplo, un paciente que tiene
problemas de relación con otras personas (tales como impulsividad, suspicacia o
desconfianza) los va a tener con el terapeuta en sesión. Por tanto, la sesión se convierte
en un lugar privilegiado desde el que detectar conducta que se denomina clínicamente
relevante (por ejemplo, reacciones a lo que el terapeuta dice o hace) y manejar las
contingencias, con el objetivo de producir cambios en dicha conducta clínicamente
relevante. FAP cuida meticulosamente dos aspectos. Por un lado, el uso de
consecuencias naturales para el moldeamiento de comportamiento cada vez más
adaptativo. Por otro lado, y para facilitar la generalización de los resultados, el
establecimiento de conexiones funcionales entre: 1) la conducta que se observa en sesión
y el efecto que produce en la relación entre paciente y terapeuta, y 2) la conducta que el
paciente emite fuera de sesión con otras personas significativas y el efecto que produce
en la relación con esas personas.
Por su parte, ACT también partió de una concepción radical, propia de la psicología
R-E de la que surge, del comportamiento más privado de los pacientes (lo que piensan,
lo que sienten, lo que esperan, lo que necesitan, de lo que se arrepienten, lo que temen,
etc.), para entenderlo como comportamiento sujeto a contingencias; en otras palabras,
que cumple una función en la vida del paciente. ACT y RFT se desarrollaron en paralelo
y se nutrieron mutuamente, hasta el punto de que hoy los métodos terapéuticos de ACT
se están refinando en base a los hallazgos y supuestos de la RFT, y la RFT centra gran
parte de su actividad en la investigación sobre los procesos verbales implicados en el
desarrollo de la psicopatología y en la efectividad de la terapia. ACT se basa en la idea
19
de que el sufrimiento psicológico es causado por la interferencia del lenguaje y la
cognición en la regulación de la conducta. Debido a esta interferencia se produce la
evitación experiencial, definida como el fenómeno que ocurre cuando una persona no
está dispuesta a contactar con experiencias privadas y actúa para alterar la forma o la
frecuencia de estos eventos y los contextos que los ocasionan. Este fenómeno ha sido
últimamente sustituido por el de la inflexibilidad psicológica, que incluye el proceso de
la fusión cognitiva (Valdivia-Salas, Martín-Albo, Zaldívar, Lombas y Jiménez, 2017), un
fenómeno que ocurre cuando las funciones de estímulo indirectas, basadas en el lenguaje
literal, controlan el comportamiento en detrimento de otras fuentes de control. ACT
sostiene que estos procesos son problemáticos, ya que llevan a la persona a comportarse
de un modo que limita su funcionamiento en facetas valiosas fundamentales de su vida.
Además de ACT y FAP, Hayes (2004) incluyó en la denominada tercera generación
de terapias de conducta la terapia integral de parejas, la terapia cognitiva basada en
mindfulness y la terapia dialéctica conductual, las cuales describimos brevemente a
continuación.
Terapia integral de pareja (Jacobson y Christensen, 1996). En su manual de terapia
de pareja de 1979, N. Jacobson y G. Margolin plantearon que los problemas de pareja
tenían su origen en un déficit de habilidades para intercambiar comportamientos
positivos, solucionar problemas y comunicarse de forma efectiva. Esta aproximación fue
eficaz en el tratamiento de las parejas en situación de crisis. Sin embargo, Jacobson y sus
colaboradores, en un estudio posterior, concluyeron que la eficacia de esta terapia no era
tan alta como se había creído inicialmente, y otros estudios confirmaron que sus
resultados no eran tan alentadores. Estosdatos hicieron que los autores se plantearan la
necesidad de un cambio en la conceptualización y el tratamiento de los problemas de
pareja y comenzaron a integrar el concepto de aceptación dentro de la terapia de pareja
clásica. En el plano filosófico, los autores declaran que esta terapia supone una vuelta a
las raíces de la conducta y al contextualismo. Entienden que los problemas de pareja no
solo requieren cambios directos del comportamiento, sino también que la persona acepte
el comportamiento del otro. Desde un punto de vista teórico ponen énfasis en tres
aspectos principales: 1) se vuelve al análisis funcional como forma de evaluar los
problemas de pareja, 2) se hace más hincapié en el reforzamiento natural y se usan
menos reglas, y 3) se da más importancia al contexto en el que surgen los problemas, es
decir, se atiende mucho más al papel de la historia individual y de la pareja en los
problemas actuales.
Terapia cognitiva basada en mindfulness (MBCT; Segal, Williams y Teasdale, 2002).
Con el objetivo de prevenir las recaídas en pacientes con depresión mayor, los autores
propusieron un programa de entrenamiento en meditación y en terapia cognitiva de ocho
semanas de duración, basado en el programa para la reducción del estrés basado en
mindfulness (Kabat-Zinn, 1982, 2003). Al marco clásico de la terapia cognitiva de la
depresión (reconocimiento de pensamientos disfuncionales en estados de ánimo
20
disfórico, registro de pensamientos automáticos, práctica diaria, etc.), se integra la
práctica de mindfulness. La MBCT promueve un conjunto de estrategias que aumentan
las habilidades de mindfulness, y producen una mejor gestión de la preocupación y la
rumiación, y una disminución de la reactividad cognitiva y emocional, además de un
aumento de la autocompasión. La etiqueta «cognitiva» se refiere fundamentalmente al
abordaje de los pensamientos mediante estrategias orientadas al «desapego» o
«descentramiento», promoviendo afirmaciones del tipo «los pensamientos no son
hechos» o «yo no soy mis pensamientos», diferentes de las técnicas cognitivas estándar
orientadas al control cognitivo. Se espera que el cliente, al aprender a observar sin juzgar
pensamientos y sentimientos, pueda frenar la escalada de rumiaciones característica de la
depresión.
Terapia dialéctica conductual (DBT; Linehan, 1993). Está orientada al tratamiento de
pacientes con conductas suicidas y diagnóstico de trastorno límite de personalidad
(TLP). La DBT supone la evolución de la terapia de conducta e incluye modificaciones
específicas para adaptar el tratamiento a la complejidad del trastorno. Incorpora
estrategias de validación y de aceptación que se complementan con intervenciones
orientadas al cambio, tratando de buscar el equilibrio entre ambos tipos de
intervenciones desde una perspectiva dialéctica. El énfasis está puesto en el contexto y la
función de los comportamientos problemáticos, incorporando a los planteamientos
conductuales y cognitivos clásicos conceptos como la atención plena, los valores o la
aceptación. El objetivo es ayudar al paciente a poner en marcha conductas funcionales y
adaptadas, incluso cuando está experimentando emociones intensas. La DBT incluye
cinco modalidades de tratamiento que se aplican de forma paralela: terapia individual,
entrenamiento en habilidades, consulta telefónica con el cliente, terapia con familiares y
reuniones de equipo. En estas modalidades se incorporan procedimientos de exposición,
moldeamiento, aprendizaje por modelos, role-playing, instrucciones y autoinstrucciones,
refuerzos y feedback, y se trabaja fundamentalmente en un contexto de validación de la
experiencia emocional del paciente y una perspectiva no enjuiciadora.
Además de las descritas, destacamos también la activación conductual (BA;
Jacobson, Martell y Dimidjian, 2001; Martell, Addis y Jacobson, 2001), terapia analítica
funcional fuertemente enraizada en los principios del AaC. Parte del análisis funcional
de la depresión de Fester (1973) y el modelo de depresión de Lewinsohn (Zeiss,
Lewinsohn y Muñoz, 1979). Concretamente, BA se dirige expresamente a que la persona
aumente las actividades en su contexto vital de manera que pueda experimentar un
mayor contacto con las fuentes de reforzamiento, y lo hace mediante el análisis funcional
de los problemas, la asignación de actividades, y la identificación y bloqueo de
conductas de evitación que podrían interferir con la activación.
Los desarrollos basados en el AeC y en el AaC recibieron el nombre de análisis
clínico de la conducta (ACC), y además compartían la filosofía del conductismo radical.
El ACC se define como la aplicación de los supuestos, principios y métodos del análisis
21
de conducta funcional-contextual moderno, a cuestiones clínicas tradicionales,
entendidas estas como la variedad de problemas, escenarios y asuntos típicamente
tratados por los psicólogos clínicos que trabajan en el ámbito ambulatorio y de consulta
clínica (Dougher y Hayes, 2000). Esta derivación del AaC al ACC es posible por el
énfasis que se hace en la influencia no causal que ejercen el pensamiento y la emoción
en la conducta (véase después).
El ACC también recibe el nombre de ciencia conductual contextual (Zettle et al.,
2016), y está ofreciendo desarrollos metodológicos y conceptuales únicos para definir el
campo de la psicoterapia. Tanto es así que hoy existe la Association for Contextual
Behavior Science, con afiliados a nivel mundial, y una revista científica dedicada al
avance de la ciencia conductual y contextual, la Journal of Contextual Behavioral
Science.
2. LAS SEIS DIFERENCIAS ENTRE EL ENFOQUE TRADICIONAL Y EL ACC
Hay seis grandes características que diferencian el ACC de los enfoques tradicionales
de la psicología, incluyendo la terapia cognitivo-conductual. Las describimos a
continuación (para un resumen, véase cuadro 1.1; para una descripción detallada, véase
Dougher y Hayes, 2000), y más adelante las utilizaremos para comparar el enfoque
tradicional y el ACC en el abordaje de las dificultades que presenta Teresa.
CUADRO 1.1
Resumen de las características del ACC frente a las de la psicología tradicional
Análisis clínico de la conducta Psicología tradicional
Contextualista:
Metáfora raíz: acción en contexto.
Criterio de verdad: predicción e influencia.
Mecanicista:
Metáfora raíz: universo como máquina.
Criterio de verdad: predicción.
Funcionalista:
Énfasis en las funciones.
Estructuralista:
Énfasis en las estructuras subyacentes.
Monista:
Los eventos privados son ejemplo de conducta.
Dualista:
Los eventos privados son mentales frente a
conductuales.
No mentalista:
Las causas están en el contexto.
Mentalista:
Eventos privados como causas.
No reduccionista:
Niveles de explicación en relaciones ambiente-
conducta.
Reduccionista:
Niveles de explicación inferiores.
Método idiográfico: Método nomotético:
22
La conducta individual como unidad de análisis. El promedio como unidad de análisis.
2.1. Contextualismo vs. mecanicismo
El contextualismo y el mecanicismo (Pepper, 1942) son dos de las cuatro formas en
las que los humanos tendemos a organizar nuestra comprensión del mundo, a través de
diferentes metáforas, y a establecer los criterios de verdad de las hipótesis o teorías sobre
los fenómenos observados, en este caso el comportamiento normal y patológico. En
general, el mecanicismo representa el corazón filosófico de la psicología tradicional, y el
contextualismo representa el corazón filosófico del ACC.
La visión mecanicista del universo asume la máquina como su metáfora del mundo.
El mundo está compuesto por una serie de partes relacionadas e impulsadas por algún
tipo de fuerza. Estas partes serían reales y existirían en la naturaleza. De manera paralela
al funcionamiento de cualquier otra máquina, que tiene pistones, palancas y ruedas que
son impulsadas por la electricidad o cualquier otra fuente de energía, el funcionamiento
del ser humano se entiende como el resultado de partes tales como la autoeficacia, el
hipocampus, los esquemas,la memoria de trabajo o las neuronas, que son impulsadas
por fuerzas como la motivación, la información, la electricidad de las conexiones
sinápticas, etc. Desde el mecanicismo, la unidad de análisis es el conjunto de partes y
fuerzas impulsoras, cada una de las cuales se puede analizar de manera independiente y
sin tener en cuenta el contexto en el que ocurren.
Las teorías sobre el mundo, y en este caso sobre el ser humano, se consideran ciertas
en la medida en que permiten la predicción correcta de hechos y acciones. Es el caso de
teorías como la de la autoeficacia (Bandura, 1977), las diferentes teorías de la
personalidad y la tríada cognitiva (Beck et al., 1998), que permiten hacer predicciones
muy ajustadas del comportamiento humano. Puntuaciones bajas en autoeficacia nos
permiten predecir cómo se comportará una persona ante una tarea demandante;
puntuaciones altas en introversión nos permiten predecir cómo se comportará una
persona en una situación social; y detectar esquemas catastrofistas sobre uno mismo, el
futuro y el mundo, nos permite predecir qué hará una persona ante la posibilidad de
cambiar de trabajo. En la medida en que nos permiten predecir el comportamiento,
entonces las teorías son ciertas.
La visión contextualista del mundo asume la acción en contexto como su metáfora
raíz. Los eventos o actuaciones son interdependientes con sus contextos históricos y
actuales, y ninguno de los dos, acciones y contextos, se pueden entender por sí solos,
porque se definen recíprocamente. Esto queda ejemplificado en la adopción de la
contingencia de dos términos como la unidad básica de análisis. Los dos términos de la
contingencia, conducta y consecuencias, se definen interdependientemente. La conducta
se define en función de las consecuencias que produce, y las consecuencias se definen en
función de los efectos que producen sobre la conducta. En el caso de Teresa, por
23
ejemplo, asumamos que leer en los foros de familias en situaciones parecidas a la suya es
una respuesta que, junto con otras funcionalmente equivalentes, persigue aliviar su
sentimiento de culpa por estar gestando un feto con malformaciones. En la medida en
que el alivio que siente leyendo los foros mantiene a Teresa haciéndolo, definimos el
alivio como un reforzador, por lo que definimos la lectura de foros como parte de la
operante de búsqueda de alivio (véase capítulo 2).
Las teorías sobre el mundo, y en este caso sobre el ser humano y las razones de su
comportamiento actual, serán ciertas en la medida en que permitan no solo la predicción
correcta de hechos y acciones sino, y sobre todo, la influencia sobre estos mismos
hechos y acciones (Skinner, 1957). Esto es lo que se denomina criterio pragmático de
verdad (por ejemplo, Buchler, 1955; James, 1907, 1981), el cual limita la clase de
explicaciones que se consideran útiles en el terreno de la psicopatología y la
psicoterapia. Las teorías mecanicistas imperantes en la psicopatología, por ejemplo,
relacionan la autoeficacia con la motivación para emprender proyectos, los estereotipos
de género con conductas machistas o los esquemas paranoides de pensamiento con
conductas de aislamiento social. Sin embargo, desde la visión contextualista, las
variables predictoras (autoeficacia, estereotipos, esquemas) también tienen que ser
predichas o explicadas si queremos poder influir en ellas. Esto es, si queremos cambiar
la conducta de aislamiento, que asumimos es el resultado de esquemas paranoides de
pensamiento, tendremos que conocer cómo se han generado estos esquemas, qué
variables los están manteniendo y por qué la persona reacciona aislándose cuando estos
esquemas se «activan».
2.2. Funcionalismo vs. estructuralismo
Cualquier enfoque en psicología que trate de explicar el comportamiento normal y
patológico en términos de las estructuras básicas que supuestamente subyacen al
comportamiento, es estructuralista (Douguer y Hayes, 2000). De esta manera, se pueden
considerar estructuralistas enfoques como la psicología cognitiva moderna, la
neurociencia cognitiva y la terapia cognitivo conductual, en la medida en que están
interesadas en las estructuras esenciales de la mente, en la identificación de las
estructuras cerebrales subyacentes relevantes y en la detección de creencias, expectativas
y esquemas, respectivamente.
Por el contrario, el funcionalismo, ligado al contextualismo, intenta explicar el
comportamiento apelando a su función o su propósito. El funcionalismo propio del ACC
recuerda a sus orígenes como psicología R-E, que considera que la causa de la R está en
su función, en lo que pasa después de la R, en para qué sirve la R. Esto nos lleva a la
distinción entre topografía o forma de una respuesta y su función o propósito. Cuando el
foco de análisis es la función de la conducta, la variabilidad en el comportamiento
normal empieza a adquirir orden y sentido, y ello tiene importantes implicaciones
24
clínicas. Por ejemplo, Teresa, ante una decisión difícil e importante, parece responder
ocupándose de otras cosas, negando la importancia de la decisión, ridiculizando a los
que, dice, se apresuran tomando decisiones, llenando su agenda de actividades, pidiendo
opiniones que no atiende, tomando vitaminas que no son necesarias, etc. Todas estas
respuestas son muy diferentes entre sí en su forma o topografía, pero podrían estar
cumpliendo la misma función en la vida de Teresa: no enfrentarse a la pérdida y al dolor
que conlleva la decisión que tiene que tomar. El análisis funcional del comportamiento
simplifica la aparente variabilidad, el aparente caos y desorden de sus respuestas a lo
largo del día y de las semanas.
2.3. Monismo vs. dualismo
Dejando a un lado las posiciones ontológicas clásicas sobre la naturaleza de la
realidad, nos centramos aquí en la diferente naturaleza que atribuyen la psicología
tradicional y el ACC a los eventos privados (sentimientos, emociones, pensamientos,
imágenes, autoinformes, creencias, expectativas, recuerdos, atribuciones, etc.).
Desde la visión tradicional de la Psicología, los eventos privados se consideran de
naturaleza mental/cognitiva, frente a las acciones o conductas, que se consideran de
naturaleza física. Lo observamos en la diferenciación entre conductas públicas y
privadas, y en la elección de la conducta pública como objeto de análisis para mantener
el estatus científico de la Psicología. Esto deriva de su raíz filosófica, el conductismo
metodológico. Aquí los eventos privados no se estudian directamente, sino que se
categorizan como constructos hipotéticos definidos operacionalmente (por ejemplo, en
términos de puntuaciones en un test, o conducta «manifiesta» del evento privado no
observable). Un reto que presenta este planteamiento es esclarecer cómo es que eventos
de distinta naturaleza pueden influirse mutuamente, esto es, cómo el pensamiento
catastrófico, de naturaleza mental, puede influir en el abandono del trabajo, por ejemplo,
de naturaleza física (para una revisión detallada, véase Hayes, Brownstein, Zettle,
Rosenfarb y Korn, 1986).
Desde el ACC, la conducta es todo lo que un organismo integrado hace, como pensar,
sentir, emocionarse, recordar, esperar, temer, etc. En otras palabras, los eventos privados
son vistos como ejemplos de conducta, y no se les confiere un estatus especial porque
ocurran dentro de la piel y no sean públicamente observables (Skinner, 1974). En ese
sentido, los analistas de conducta, incluidos los analistas clínicos de la conducta, son
monistas con respecto a su tratamiento de los eventos privados.
2.4. No mentalismo vs. mentalismo
La explicación de la conducta apelando a estados, procesos o constructos internos
25
(por ejemplo, ansiedad, depresión, creencias, expectativas, esquemas) se conoce como
mentalismo. Este tipo de explicaciones son muy adecuadas cuando el objetivo principal
es la predicción de conducta. Como señalábamos en apartados anteriores, si sabemos que
una persona tiene tendencia a la preocupación excesiva, podremos predecir cuál será su
reacción en situacionesde incertidumbre, por ejemplo.
Cuando el objetivo no es solo la predicción, sino también y fundamentalmente la
influencia, entonces las explicaciones mentalistas son insuficientes. Se hace necesario,
por tanto, conocer cuáles son los determinantes accesibles y modificables de las
conductas en juego, en este caso de la preocupación excesiva, de la paralización de
cualquier toma de decisión, y también de la correlación entre preocupación excesiva y la
ausencia de toma de decisiones. Puesto que el objetivo del ACC es la influencia, las
explicaciones que promueve son no mentalistas, sino que están centradas en variables
manipulables.
2.5. No-reduccionismo vs. reduccionismo
En psicología, el ejemplo prototípico de reduccionismo es el intento de explicar la
conducta apelando a procesos fisiológicos, esto es, a niveles inferiores al de la conducta
misma. Como señalan Dougher y Hayes (2000), el riesgo de utilizar explicaciones
reduccionistas es que el objetivo de la Psicología (predicción e influencia) se diluya. Por
ejemplo, con el auge de las explicaciones genéticas de la conducta y la neurociencia
cognitiva se están definiendo los procesos fisiológicos subyacentes asociados con la
conducta, y hacia abajo los procesos bioquímicos subyacentes asociados con los
procesos fisiológicos, y hacia más abajo los procesos físicos subyacentes asociados con
los procesos bioquímicos. Sin dejar de reconocer lo fascinante de los hallazgos de la
neurociencia en las últimas décadas, sus explicaciones dejan poco espacio para la
influencia sobre el comportamiento, a no ser que, a la par, se definan las condiciones
ambientales o contextuales que causan dichos procesos bioquímicos.
Desde el ACC, por tanto, se promueven explicaciones en términos de operaciones
manipulables y accesibles que ocurran al mismo nivel de la conducta. Estamos hablando
de contextos manipulables que explican la ocurrencia y recurrencia de un pensamiento
particular, de operaciones manipulables que explican que ese pensamiento lleve a una
acción concreta, y de operaciones manipulables que den razón de que esa acción
concreta exista en el repertorio de una persona.
2.6. Métodos idiográfico vs. nomotético
La psicología tradicional dominante utiliza el método nomotético para formular
teorías sobre los procesos subyacentes a la psicopatología y para establecer tratamientos
26
empíricamente validados. La característica más definitoria del método nomotético es que
utiliza el grupo, o el promedio grupal, como unidad de análisis. Además, utiliza la
significación estadística como criterio para determinar la relación entre variables. Por
ejemplo, si comparamos a un grupo de personas diagnosticadas de ansiedad con un
grupo de personas no diagnosticadas en su ejecución en una tarea de atención selectiva
hacia información ansiógena, observamos que la puntuación promedio de atención
selectiva en el grupo de diagnosticados es significativamente mayor que la puntuación
promedio de atención selectiva en el grupo de no diagnosticados (MacLeod, Mathews y
Tata, 1986). Y estos datos se utilizan para concluir que los pacientes con ansiedad
muestran una alta sensibilidad a la información ansiógena, o que la atención selectiva es
un factor de vulnerabilidad para el desarrollo y cronificación de la ansiedad (MacLeod et
al., 1986; Valdivia-Salas, Forsyth, Berghoff y Ritzet, 2014). Esto ha llevado a proponer
el reentrenamiento atencional como un método terapéutico para reducir la ansiedad
(Mogg y Bradley, 2016). Y todo ello sin atender a la puntuación individual de cada una
de las personas diagnosticadas ni a la reacción individual a tareas de reentrenamiento
atencional.
Aunque los criterios editoriales de las revistas de investigación clínica cada vez
exigen más análisis nomotéticos para la publicación de los resultados de investigación, el
ACC tiende a utilizar diseños idiográficos para la contextualización del comportamiento
de una persona como algo irrepetible y único. La utilización de este criterio tiene que
ver, de nuevo, con los objetivos de predicción e influencia propios del ACC. Y por eso,
los estudios que se atienen a los principios del ACC pretenden la demostración de un
control experimental preciso del comportamiento de personas individuales. Desde esta
perspectiva, la generalización de los resultados de la investigación proviene de los
estudios de replicación. Si los resultados encontrados con una persona en particular
también se encuentran con otras personas, entonces se puede decir que los hallazgos son,
además de precisos, generalizables. Esta es la vía por la que el reforzamiento, como
operación, tiene un efecto probado para el cambio de conducta. A través de estudios
cambia qué funciona como reforzador y bajo qué condiciones, pero se observa
repetidamente, y por tanto es generalizable, el efecto que tiene un estímulo con función
reforzadora en la conducta: incrementar su probabilidad.
3. IMPLICACIONES DE LA ADOPCIÓN DEL ACC COMO FILOSOFÍA DE LA
PSICOLOGÍA Y LA PSICOTERAPIA
Utilizaremos el caso de Teresa, que hemos presentado al inicio del capítulo, para
ilustrar las diferencias entre la visión tradicional y el ACC en el abordaje de un caso
concreto. Recordemos que Teresa está en una situación vital muy dolorosa. Después de
un primer aborto espontáneo, y de todos los cuidados que estaba teniendo en este su
segundo embarazo, los ginecólogos han detectado malformaciones graves en el feto y
27
recomiendan la interrupción del embarazo. Teresa, acompañada de su marido, ya no sabe
qué hacer para calmar su desconsuelo, tristeza y desesperación. Siente que el sueño más
deseado en su vida vuelve a frustrarse y se siente fracasada. Lleva tres días llorando y
recabando información de diversas fuentes para poder tomar la decisión correcta. Las
gafas del ACC nos hacen ver lo siguiente:
Porque somos contextualistas (vs. mecanicistas), consideraremos a Teresa como un
todo que responde a las circunstancias actuales. No intentaremos aislar cómo piensa
Teresa con respecto a lo que está pasando, de cómo eso le hace sentir y de cómo se
comporta, para analizar cómo un sistema de respuesta influye en los demás y viceversa.
En su lugar, consideraremos que Teresa está reaccionando con pensamientos, emociones
y conductas (como un todo) ante un hecho, y que esa reacción cumple una función, tiene
un para qué en la vida de Teresa, el cual tenemos que averiguar. Las funciones no tienen
por qué ser evidentes, ni concretas ni directas, y de hecho en la mayoría de los casos no
lo son (por ejemplo, un abrazo del marido, o que la madre se ocupe de la casa mientras
ella toma una decisión). En la mayoría de los casos el comportamiento de los pacientes
tendrá funciones que serán sutiles, simbólicas, abstractas y no observables para el
terapeuta. Pero que sean no observables (por ejemplo, coherencia relacional, véase
capítulo 3) no significa que el terapeuta no pueda tenerlas en cuenta, detectarlas y
utilizarlas terapéuticamente. Todo lo contrario. Volveremos a esto en los próximos
capítulos.
Porque somos funcionalistas (vs. estructuralistas), ponemos el foco del análisis en la
función que comparten las diferentes respuestas que emite Teresa a lo largo del día y de
la semana. En lugar de centrar la evaluación en la descripción de la topografía o
parámetros de las respuestas de Teresa (intensidad, frecuencia, duración, etc., véase
capítulo 2), analizaremos cuál es el propósito de todas ellas. Todas las acciones de
Teresa que cumplan la misma función o que sirvan al mismo propósito serán definidas
como la misma operante o clase funcional (véase capítulo 2). Por ejemplo, el
comportamiento aparentemente caótico de Teresa, que igual pide opinión a un
especialista que lee las opiniones de madres que han pasado por una situación parecida a
la suya, o que rumia todo el día sobre qué ha podido hacer mal durante este embarazo
para que haya resultado en malformaciones graves, puede entenderse mejor si, además
de definir estas acciones topográficamente, las analizamos en términos del objetivoque
persiguen, que en este caso podría ser el mismo, a saber, obtener respuestas que la guíen
hacia la decisión «correcta». En cualquier caso, la función o propósito se esclarecerá a la
luz de la historia de aprendizaje de Teresa que ha conformado su particular universo de
significados, sus sueños, su forma de afrontar los fracasos u otras situaciones
conflictivas, incluyendo las condiciones por las que hoy atraviesa o equivalentes.
Porque somos monistas (vs. dualistas) y no mentalistas (vs. mentalistas),
consideraremos que lo que piensa y siente Teresa, al igual que lo que espera, lo que
teme, lo que asume, lo que se reprocha, lo que desea, lo que no le cuenta a nadie pero
28
«martillea su cabeza», etc., son conductas que ocurren en determinadas circunstancias
porque han quedado seleccionadas frente a otras, y por tanto también cumplen una
función, sirven a un propósito, igual que quejarse, llorar, buscar en Internet y otras
conductas públicas y observables. No las trataremos como causas de los problemas de
Teresa (por razones que presentaremos en los capítulos 3 y 4), y por tanto no trataremos
de cambiarlas. En su lugar, entenderemos que, ante situaciones de incertidumbre, ha
quedado seleccionada la rumia, y en situaciones de rumia ha quedado seleccionado
paralizarse o buscar información. Y el objetivo terapéutico pasará por alterar la función
de esos comportamientos. Que dejen de ser funcionales, útiles para la persona, y que, en
cambio, cobren relevancia funcional otros comportamientos más flexibles que, por
ejemplo, la lleven a tomar la decisión que está aplazando.
Porque somos no reduccionistas (vs. reduccionistas), mantendremos el análisis de las
causas del comportamiento actual de Teresa en un nivel que nos permita la influencia y
cambio de dichas causas. Por eso, en lugar de situar las causas en un sistema
neuronal/cortical/neurocognitivo alterado, las situaremos en las operaciones ambientales
y contextuales que rodean a las acciones. Por ejemplo, ¿para qué le sirve a Teresa leer
foros? ¿Qué encuentra ahí? Mientras está leyendo foros, ¿qué otra cosa no está
haciendo? ¿Qué hay en esa otra cosa que la hace preferir sumergirse en los foros, que,
por otra parte, no le proporcionan lo que busca? Esta tendencia a sumergirse en foros (o
distraerse en general) ante la tesitura de tomar una decisión dolorosa, ¿es nueva o la lleva
acompañando un tiempo? ¿En qué otras situaciones le ha pasado?, etc. Esto no significa
que neguemos que los sistemas neuronales/corticales/neurocognitivos se alteren. Pero en
la medida en que nuestra herramienta de trabajo no es el bisturí, y por tanto no podemos
influir en ellos directamente, centraremos nuestros objetivos de evaluación y cambio en
las condiciones contextuales.
Porque somos idiográficos (vs. nomotéticos) no confiaremos ciegamente en los
protocolos de actuación que han mostrado ser eficaces para el diagnóstico actual de
Teresa en el «paciente promedio». En su lugar, adaptaremos los instrumentos de
evaluación e intervención al caso particular de Teresa, haciendo especial énfasis en una
evaluación exhaustiva y continuada de los progresos a lo largo del proceso terapéutico.
Esta evaluación continuada nos permitirá ajustar la aplicación de las técnicas de trabajo
con el objetivo de conseguir cambios clínicamente significativos.
29
2
Fundamentos y principios básicos del análisis de la
conducta
1. Conductismo radical y análisis aplicado del comportamiento.
2. Sobre las consecuencias.
3. Sobre la respuesta.
4. Sobre las condiciones antecedentes.
5. Posibilidades y limitaciones del manejo directo de contingencias.
30
 
Hace dos meses, y por casualidad, Cecilia descubrió que Eduardo, su marido desde
hace 18 años, tiene una doble vida y está con otra mujer desde hace cinco. Está
desesperada, por momentos no se lo cree, se siente confusa, angustiada y tiene rabia.
Ahora se pasa el día hilvanando hechos, recuerdos, pequeños detalles en el
comportamiento de su marido que le confirman la infidelidad. Se reprocha no haberse
dado cuenta antes, no entiende cómo ha estado tan ciega durante tanto tiempo, cómo
pasó por alto detalles que ahora le encajan perfectamente. No sabe qué hacer, no ha
hablado con Eduardo de esto, está desorientada. Por eso, y porque cree que está
obsesionada, va a terapia.
Siente que ha tenido una vida familiar ejemplar durante los 18 años que llevan
juntos, tienen dos hijos y ella ha sido feliz durante este tiempo. Está enamorada y cree
que su relación se ha basado siempre en la honestidad, la confianza, el amor
incondicional y la pasión, todos ellos aspectos que ella considera muy importantes en
la pareja. Pero ahora no puede evitar sentir rechazo ante la presencia y cercanía de
Eduardo, evita el contacto con él todo lo que puede y pone excusas ante las propuestas
de Eduardo de hacer alguna actividad juntos. Le da pena y le sorprende, pero cuando
mira a Eduardo ya no ve al hombre que amaba. Ahora siente asco.
Ante este tsunami de emociones, y en medio de su confusión y desorientación, se
ha instalado una aplicación en su móvil con la que espía los mensajes que recibe su
marido. Se pasa el día entero enganchada al teléfono. También se ha hecho un perfil
falso a través del que controla las publicaciones de Eduardo en varias redes sociales.
Y así lleva dos meses, completamente pegada al móvil en busca de información sobre
su marido y su amante. Esto le hace estar tan distraída que incluso ha tenido algún
accidente doméstico por su falta de atención y dice que está desatendiendo a sus hijos.
¿Cuál es el problema de Cecilia? ¿Cómo ha podido pasar del amor al asco en
cuestión de un día? ¿Por qué se pasa el día enganchada a un móvil espiando a Eduardo
cuando para ella la sinceridad y la honestidad han sido sus pilares? ¿Por qué esos
pilares han quedado relegados a un segundo plano y no habla con Eduardo con
honestidad? ¿Qué es lo que más necesita ahora Cecilia y por qué lo busca de manera
tan obsesiva?
Es difícil responder a las preguntas que hacemos sobre Cecilia solamente desde los
principios básicos del análisis de la conducta. Pero, ciertamente, las explicaciones
contextuales del comportamiento obsesivo de Cecilia, de su confusión, de su falta de
honestidad y de la desatención a sus hijos, que necesariamente son más complejas, se
31
construyen sobre los principios básicos. Por eso dedicamos este capítulo a hacer una
breve presentación de dichos principios. No pretende ser una presentación completa y
sistemática (hay manuales enteros dedicados a esto), sino un resumen de los principios
fundamentales sobre los que se construye la teoría post-skinneriana del lenguaje y la
cognición (véase capítulo 3), y que están presentes en toda interacción clínica, también
con adultos. Para poder detectar, provocar, cambiar y resolver situaciones clínicamente
relevantes en terapia hay que ser un experto conocedor de las leyes básicas que regulan
el comportamiento humano y sobre las que se construye el comportamiento complejo de
entristecerse, recordar, reprocharse, «atar cabos», obsesionarse, temer, etc.
1. CONDUCTISMO RADICAL Y ANÁLISIS APLICADO DEL
COMPORTAMIENTO
Desde el enfoque contextual se asume la causalidad múltiple de la conducta, pero se
pone énfasis especial en la causalidad propositiva, en el para qué de la conducta, en el
sentido de esta. Esto proviene de su tradición de psicología respuesta-estímulo (véase
capítulo 1), que propone que para entender la ocurrencia, mantenimiento o reducción de
una conducta particular necesitamos centrarnos en las consecuencias que produce.
La causalidad propositiva se ha estudiado siguiendo el paradigma del aprendizaje
operante o conducta operante. La conducta operante produce una alteración en el
ambiente de la persona, y ocurre y se mantiene en el repertorio, o desaparece y se
extingue, como resultado de ese cambio que produce (Bijou, 1995; Skinner, 1953, 1977).
Por ejemplo, si quisiéramos analizar el «enganche» de Cecilia al móvil como conducta
operante, tendríamos que detectar qué ocurrecuando está mirando el móvil que hace que
ella se mantenga haciéndolo. La conducta operante se define en contraposición a la
conducta refleja y a la refleja condicionada (Skinner, 1938). Frente a la conducta
operante, que ocurre o se debilita por estímulos que la siguen, la conducta refleja aparece
o se debilita por estímulos que la preceden. Antes de profundizar en el comportamiento
operante nos detenemos brevemente en la descripción de la respuesta refleja y sus
implicaciones para la comprensión de la conducta humana.
La conducta refleja (por ejemplo la contracción de la pupila ante una luz brillante, la
salivación ante comida o la retirada de la mano ante un objeto caliente) reduce el nivel
de privación de un estímulo apetitivo o de saciación de un objeto aversivo, y por tanto
mantiene el equilibrio fisiológico. Se puede decir que la conducta refleja acomoda al
individuo a situaciones ambientales específicas. Por ejemplo, la contracción de la pupila
reduce la cantidad de luz que entra a los ojos y así facilita la interacción visual con los
objetos, la salivación produce un fluido que se mezcla con la comida y facilita su
digestión, y retirar la mano de un objeto caliente previene el daño del tejido de la piel.
Cada reflejo tiene una función específica con relación al estímulo que lo provoca. Y
estas funciones pueden ser inherentes a la naturaleza del organismo (filogenia) o ser
32
adquiridas por emparejamiento de estímulos. Por ejemplo, Cecilia nos cuenta que
descubrió a Eduardo en actitud cariñosa con su otra pareja, por sorpresa, al entrar en una
cafetería. Por supuesto, no ha vuelto a entrar en esa cafetería, pero, además, desde
entonces, cada vez que pasa por la puerta o escucha la canción que sonaba en ese
momento siente como escalofríos y angustia, justo las mismas sensaciones que
experimentó ante la visión de Eduardo y su otra pareja. Decimos que las sensaciones que
experimentó ante aquella visión se han condicionado a estímulos que previamente eran
neutros, como la cafetería o una canción particular. De manera que oír la canción, que
antes no producía ninguna reacción particular, ahora dispara la sensación de angustia y
los escalofríos. Sin importar cómo Cecilia reacciona a esa angustia y escalofríos, cada
vez que oye la canción irremediablemente aparecen. Y es que las reacciones reflejas y
reflejas condicionadas solo responden al estímulo que las precede y no están bajo control
voluntario de la persona que las tiene (Bijou, 1995; Skinner, 1938).
En contraposición a la respuesta refleja, la conducta operante es conducta sensible a
sus consecuencias. Brevemente, cuando la conducta operante se hace más probable, por
las consecuencias que la han seguido, hablamos de reforzamiento. Es importante señalar
que una operación de reforzamiento no se trata de una asociación o conexión estímulo-
respuesta, sino que es un tipo de selección. Selección parecida a la selección filogenética
de poblaciones biológicas durante la evolución de las especies. Durante el desarrollo
ontogenético de la persona, poblaciones de respuestas quedan seleccionadas por sus
consecuencias (coloquialmente, por su utilidad) y se hacen visibles y evidentes en el
comportamiento habitual. Al igual que en la selección filogenética, la selección
ontogenética está limitada por el rango de variaciones disponibles, y puede ocurrir de
manera natural o programarse de manera controlada y artificial (Catania, 2000).
La unidad básica de análisis en el paradigma del aprendizaje operante es la
contingencia de tres términos. Se asume que lo decisivo para que la conducta tenga lugar
es lo que ocurre a continuación. No obstante, toda conducta sucede en unas condiciones
particulares. Por tanto, los tres elementos de la contingencia son: antecedentes, respuesta
y consecuencias. El concepto de contingencia viene a definir una interrelación posible
(que no necesaria) entre las condiciones antecedentes, la respuesta y sus consecuencias.
Particularmente en lo que tiene que ver con la relación de contingencia entre respuesta y
consecuencias, se ha utilizado para diferenciarla de la relación de contigüidad. Frente a
esta relación de contingüidad, que consiste en una secuencia temporal de hechos sin
necesariamente influir el uno en el otro, en la relación de contingencia la provisión de la
consecuencia depende de la ocurrencia de la respuesta, de manera que la consecuencia
solo está presente si la respuesta se emite. El cuadro 2.1 muestra algunos ejemplos de
relaciones de contingencia de tres términos. En los próximos apartados profundizaremos
en cada uno de los elementos de la contingencia.
2. SOBRE LAS CONSECUENCIAS
33
Como venimos diciendo, el aspecto más característico del análisis de la conducta es
su énfasis en la función de la conducta, la cual viene definida por sus consecuencias.
Dedicamos este apartado a describir las diferentes clasificaciones que se han hecho de
las consecuencias posibles de una respuesta; las cinco contingencias posibles que
facilitan el desarrollo y/o mantenimiento de la conducta, o por el contrario su
debilitamiento y/o desaparición; y los distintos programas de reforzamiento que pueden
afectar a parámetros de la respuesta, tales como su intensidad, frecuencia y persistencia.
2.1. Tipos de consecuencias con función reforzante
Existen diversas clasificaciones de las consecuencias de una respuesta. En todos los
casos, estas clasificaciones hacen una definición topográfica (que no funcional) del tipo
de estímulo que se presenta después de la respuesta. En ese sentido, algunas de estas
clasificaciones tienen más interés o implicaciones clínicas que otras. Resumimos las más
relevantes a continuación (para una revisión, véase Méndez, Olivares y Beléndez, 2010).
CUADRO 2.1
Ejemplos de contingencias de tres términos
Antecedentes : Respuesta Consecuencias
Estoy leyendo y la habitación se queda a oscuras :
Presiono el
interruptor de la
luz
Hay luz y puedo seguir
leyendo
En una habitación llena de gente, no alcanzo a
agarrar un libro :
Pido, por favor, el
libro a alguien Accedo al libro
Jugueteando en una habitación con muebles : Doy una patada aun mueble
Siento mucho dolor en
los dedos del pie
No entiendo nada, y tengo un móvil con información
sobre eso que no entiendo :
Leo mensajes,
rastreo fotos Obtengo información
Mi marido, que está siendo infiel y por el que siento
asco, me propone una cita romántica : Pongo una excusa
La opción de un
encuentro íntimo
desaparece
Según el origen de su valor reforzante, las consecuencias pueden ser reforzadores
primarios, condicionados o generalizados. Un reforzador primario es un reforzador
incondicionado, un estímulo cuyas propiedades reforzantes no dependen del aprendizaje.
El comportamiento de los animales y de los bebes recién nacidos está controlado por este
tipo de reforzadores, que satisfacen necesidades básicas. Consecuencias como comida,
agua, abrigo, intimidad y estimulación sexual son ejemplos de reforzadores
34
incondicionados. También se ha demostrado que algunas respuestas no necesitan la
adición de reforzadores externos para ocurrir y mantenerse, sino que, por sus ventajas
evolutivas, ya contienen en sí mismas su propio reforzamiento. Es el caso de la respuesta
de imitar, balbucear, arrastrarse, andar, explorar y descubrir la asociación entre la propia
conducta y sus consecuencias (Ramnerö y Törneke, 2008). En el caso del balbuceo, por
ejemplo, el propio sonido del balbuceo refuerza la conducta de balbucear. Se trata de
respuestas autorreforzadas o autoestimuladas (Catania, 1998). Un reforzador
condicionado es un estímulo que previamente era neutro, pero que por su
emparejamiento repetido a un reforzador ha adquirido una función reforzante
equivalente. Por último, un reforzador generalizado es cualquier estímulo que se ha
emparejado a muchos reforzadores primarios o condicionados, de manera que funciona
como reforzador de múltiples respuestas. El ejemplo que más se usa para ilustrar este
tipo de reforzador es el dinero. Un billete, por ejemplo,

Continuar navegando