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SONSOLES VALDIVIA-SALAS PROFESORA DE PSICOLOGÍA DE LA PERSONALIDAD, EVALUACIÓN Y TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS EN LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA MARISA PÁEZ BLARRINA PSICÓLOGA CLÍNICA Y DIRECTORA DEL MÁSTER EN TERAPIAS CONTEXTUALES: ACT, FAP Y MINDFULNESS. INSTITUTO ACT (MADRID) Aceptación psicológica Qué es y por qué se fomenta en terapia 2 A mi alumnado hasta hoy, que con sus preguntas, acuerdos, desacuerdos, resistencias y desafíos ha moldeado esta manera de contar las cosas. S. V. S. A mis pacientes. Por ayudarme a conocer y entender su historia, y porque mientras los acompaño en el proceso de ser como quieren ser me enseñan lo que hoy transmito. M. P. B. 3 Índice Presentación 1. Bases filosóficas de las terapias basadas en la aceptación psicológica: análisis clínico de la conducta (ACC) 1. Desarrollo de las terapias de conducta 1.1. Conductismo metodológico, terapia de conducta y terapia cognitivo- conductual 1.2. Conductismo radical, modificación de conducta y terapias basadas en la aceptación 2. Las seis diferencias entre el enfoque tradicional y el ACC 2.1. Contextualismo vs. mecanicismo 2.2. Funcionalismo vs. estructuralismo 2.3. Monismo vs. dualismo 2.4. No mentalismo vs. mentalismo 2.5. No-reduccionismo vs. reduccionismo 2.6. Métodos idiográfico vs. nomotético 3. Implicaciones de la adopción del ACC como filosofía de la psicología y la psicoterapia 2. Fundamentos y principios básicos del análisis de la conducta 1. Conductismo radical y análisis aplicado del comportamiento 2. Sobre las consecuencias 2.1. Tipos de consecuencias con función reforzante 2.2. Tipos de contingencias 2.2.1. Reforzamiento positivo 2.2.2. Reforzamiento negativo 2.2.3. Castigo positivo 2.2.4. Castigo negativo 2.2.5. Extinción operante 2.3. Programas de reforzamiento 2.3.1. Reforzamiento continuo 2.3.2. Reforzamiento intermitente 2.4. Consideraciones generales sobre el reforzamiento que ocurre de manera intermitente en el caso de adultos normales en ambientes ambulatorios 3. Sobre la respuesta 3.1. Parámetros topográficos de la respuesta 3.2. Definición funcional de la respuesta 4 3.3. Operantes, operantes generalizadas y entrenamiento en múltiples ejemplos 4. Sobre las condiciones antecedentes 4.1. Control discriminativo 4.2. Control motivacional 5. Posibilidades y limitaciones del manejo directo de contingencias 3. La teoría del marco relacional 1. La teoría del marco relacional: qué es, de dónde viene y para qué sirve 2. Lenguaje y cognición desde el contextualismo funcional 2.1. Responder a las propiedades absolutas de los estímulos vs. responder a las propiedades relativas de los estímulos 2.2. Responder a la propiedades relacionales arbitrarias vs. no arbitrarias de los estímulos 2.3. Las claves relacionales 2.4. Características de los enmarques relacionales 3. La cara y la cruz de la habilidad relacional arbitraria 3.1. Los humanos respondemos a las propiedades transformadas de los estímulos 3.2. La coherencia del sistema verbal se convierte en un potente reforzador 3.3. Flexibilidad vs. rigidez en la derivación de relaciones y transformación de funciones 4. Implicaciones de la habilidad de enmarcar para la comprensión del sufrimiento humano 1. Yo concepto, o el guion que elaboro sobre y para mi vida 1.1. Desarrollo de reglas sobre uno mismo 1.2. Desarrollo de descripciones sobre cómo funciona el mundo 1.3. Pros y contras de la consolidación del yo concepto 2. Regulación del comportamiento, o la fidelidad al guion 2.1. Desarrollo de tendencias 2.1.1. Tendencia a complacer 2.1.2. Tendencia a explorar 2.1.3. Consideraciones sobre las tendencias a complacer y a explorar 2.2. Consolidación de tendencias iniciales 2.2.1. Comportamiento orientado a valores personales 2.2.2. Comportamiento orientado a la evitación experiencial 3. Yo contexto, o la flexibilidad de notar el guion y elegir seguirlo al pie de la letra o hacer alguna variación 5. ¿Qué es aceptar? 1. Aceptación y resignación: coloquialmente equivalentes 2. ¿Cómo llegan los pacientes a terapia? 2.1. Una decisión irrevocable 5 2.2. Cuando los pilares se caen 2.3. Yo y mis circunstancias 3. ¿Por qué llegan los pacientes así a terapia? el lenguaje, la historia y la regulación 3.1. La espera de Teresa 3.2. La vigilancia de Cecilia 3.3. La apatía de Marcos 4. ¿Qué es aceptar? 5. Aceptación y resignación: psicológicamente opuestos 6. Elementos para promover la aceptación psicológica en terapia 1. Elementos para promover la aceptación psicológica 2. El análisis funcional contextual. Se abre el telón 2.1. La letra del concierto: lo que el cliente dice 2.2. La música del concierto: lo que el cliente no dice pero se nota 2.3. Lo que Silvia muestra 2.4. Cambiando el compás o la reformulación del problema 3. Aprendiendo a notar los armónicos, o la defusión 3.1. ¿Por qué defusión? 3.2. ¿Que es defusión? 3.3. ¿Cómo se incluye defusión en la terapia? 4. Seguir la melodía soñada mientras se notan los armónicos que resuenan, o el proceso de ajustarse a los valores personales 4.1. ¿Qué son los valores? 4.2. ¿Para qué sirven los valores? 4.3. ¿Cómo hacerlo? 7. Relación entre aceptación y otras terapias actuales 1. Introducción al capítulo 2. Contexto de la psicología positiva 2.1. Campo, objetivos y modelos teóricos en la base de la psicología positiva 2.2. ¿Son siempre positivas las intervenciones de la psicología positiva? 2.3. ¿Qué ve un contextual cuando con sus gafas se acerca a la psicología positiva? 3. Mindfulness 3.1. ¿Cuáles son las habilidades que desarrolla una persona con la práctica de mindfulness? 3.2. Enfoques terapéuticos basados o que incorporan mindfulness 4. Compasión y autocompasión 4.1. Definiciones básicas 4.2. Intervenciones clínicas basadas en la compasión y autocompasión 5. ¿Están alineados el mindfulness, las terapias basadas en la compasión y autocompasión y las basadas en la aceptación? 6 8. Aceptación psicológica: preguntas frecuentes y errores comunes Referencias bibliográficas Créditos 7 Presentación Las terapias basadas en la aceptación psicológica son ya una realidad en los programas de formación de grado y posgrado, y también en la clínica y otros contextos aplicados. No en vano, se han convertido en referente para el tratamiento de múltiples alteraciones psicológicas. Entre ellas destacan la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), la Psicoterapia Analítico Funcional (FAP), la Terapia Integral de Parejas y la Activación Conductual, todas ellas expuestas en diversos manuales específicos, artículos científicos y obras colectivas. Aunque las diferencias entre las terapias contextuales son evidentes, todas ellas comparten el mismo objetivo, a saber, la construcción de la habilidad de la aceptación, que, como cualquier otra habilidad, se moldea progresivamente mediante reforzamiento diferencial. Solo que cuando se trata de la habilidad de la aceptación, el reforzamiento del que depende es sutil y podría ser inapreciable excepto para la persona que se comporta. Hablamos del reforzamiento simbólico o verbal. Y es que los procesos simbólicos o verbales son ineludibles cuando hablamos de la clínica que presentan los pacientes. Pero, lejos de ser un problema, hoy contamos con desarrollos teóricos que nos permiten entender las habilidades simbólicas y poder utilizarlas con fines terapéuticos. Se trata de la Teoría del Marco Relacional (RFT), una teoría postskinneriana sobre el lenguaje y la cognición, que sitúa la habilidad relacional o simbólica en el corazón del sufrimiento humano. Forman parte de esa habilidad relacional o simbólica repertorios como el autoconcepto (self), las expectativas, las elaboraciones sobre un pasado doloroso, etc., y también la reacción de la persona a todo lo anterior. Es precisamente esta reacción de la persona a lo que siente y piensa lo que define el comportamiento saludable de la flexibilidad psicológica, o el comportamiento limitante de la inflexibilidad psicológica. Entender cómo se conforman estos repertorios es la llave para poder cambiarlos. Ypara entenderlos es necesario retomar conceptos propios de la aproximación teórica de donde surgieron las terapias basadas en la aceptación, a saber, el análisis aplicado y experimental del comportamiento. Pasados veinte años desde la publicación del primer manual de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) por los autores originales, y más de 15 desde la publicación del primer manual de ACT en español, el concepto de aceptación que se maneja en la formación, la clínica y la divulgación en la actualidad dista mucho del que se propuso en aquel entonces. En algunos casos, se ha desdibujado el carácter de habilidad y se ha confundido con algo así como un estado mental o contemplativo. Así, la línea que separa la aceptación psicológica de otros procesos que se fomentan en terapias actuales tales como las terapias basadas en mindfulness y autocompasión, y la 8 Psicología Positiva, es difusa y a veces inexistente. Cuando la integración de la aceptación psicológica con el mindfulness y las fortalezas personales consiste en el uso de técnicas concretas con el objetivo de fomentar la compleja habilidad de la flexibilidad psicológica, el resultado probable es un enriquecimiento en el trabajo con los pacientes. Pero si la integración se trata más bien de una suma de técnicas sin tener claras las diferencias en las filosofías subyacentes a estas tres opciones terapéuticas, el resultado probable es confusión y frustración en pacientes y terapeutas. Partiendo de lo anterior, se hace necesario retomar los conceptos básicos y la filosofía subyacente a la propuesta de la aceptación como alternativa terapéutica. El conocimiento acumulado desde la publicación de los primeros manuales de ACT ha permitido hacer una definición más precisa de los procesos implicados en la habilidad de la aceptación. Pero aún quedan aspectos por dilucidar. Por eso, en este libro volvemos a los orígenes para poder seguir avanzando con paso firme y riguroso, y deconstruimos para poder seguir construyendo a partir de los cimientos desde los que surgió ACT, que son los cimientos del conductismo radical skinneriano. Este no es un manual de ACT, sino que pretende acercar al lector, a través de múltiples ejemplos, a los conceptos clave del análisis de la conducta, del análisis clínico de la conducta o contextualismo funcional, de la teoría del marco relacional y de la regulación del comportamiento. Conceptos necesarios para entender qué es aceptar y por qué surge como opción terapéutica necesaria en el trabajo con adultos verbales desde la filosofía del conductismo radical skinneriano. En el capítulo 1 situaremos las terapias basadas en la aceptación como terapias de conducta de tercera generación enraizadas en el contextualismo funcional. Abordaremos las características de esta filosofía en cuanto a su concepto de ser humano y de los problemas psicológicos. Esta presentación empezará a marcar qué se puede cambiar y qué no del comportamiento humano, lo que da pistas del porqué de la aceptación psicológica como alternativa terapéutica. En el capítulo 2 haremos un recorrido por los principios básicos del análisis de la conducta, haciendo hincapié en sus aplicaciones clínicas. No es habitual encontrar un espacio dedicado a estos principios en los manuales de las terapias contextuales. Sin embargo, la aceptación es una habilidad que se entrena dentro y fuera de sesión. Por tanto, conocer y ejercitarse en los principios básicos que subyacen al desarrollo de habilidades desde la filosofía del conductismo radical skinneriano es fundamental para desenvolverse con maestría en el entrenamiento de la habilidad compleja que es la aceptación. En el capítulo 3, y ancladas en los principios básicos expuestos en el capítulo anterior, avanzaremos en la descripción de la habilidad relacional arbitraria como una operante generalizada que consiste en responder a un estímulo como si fuera otro, o en base a la relación simbólica que guarda con otro. Esta operante, clave y corazón del comportamiento y del sufrimiento humano, se ha estudiado fundamentalmente desde la llamada Teoría del Marco Relacional, que es una teoría conductista moderna sobre el lenguaje y la cognición. Sabemos que el lenguaje que se ha 9 utilizado para exponerla la convierte en la parte más ardua del entrenamiento de los terapeutas contextuales. Orientadas a nuestra audiencia objetivo (estudiantes y profesionales en formación), se hace una presentación muy apegada a la utilidad clínica de los conceptos básicos y sus implicaciones. Esta presentación servirá para sentar la bases necesarias para entender dos de los procesos centrales en las terapias basadas en la aceptación, a saber, el yo y la regulación del comportamiento, los cuales se abordan en el capítulo 4. En el capítulo 5, una vez trabajados los conceptos filosóficos, teóricos y aplicados fundamentales, haremos una distinción entre la aceptación y la resignación, que coloquialmente podrían parecer conceptos equivalentes, y sin embargo en la práctica clínica se tratan como psicológicamente opuestos. El mensaje que trasladaremos es que, mientras la resignación implica una actitud pasiva ante el sufrimiento, la aceptación psicológica es comportamiento activo y dirigido a lo que da sentido personal a la vida de cada uno. El capítulo 6 muestra, con un ejemplo clínico, los procesos psicológicos o habilidades que se trabajan en el curso de la terapia para fomentar la aceptación psicológica, a saber, el análisis funcional y la reformulación del problema, la clarificación de valores y la defusión. La aceptación psicológica convive actualmente con otras terapias tales como el mindfulness, la Psicología Positiva y la autocompasión, hasta el punto de que en ocasiones se describen como la misma cosa o se aplican conjuntamente en el tratamiento psicológico de diversas formas de sufrimiento. El objetivo del capítulo 7 es establecer los límites y definir los aspectos en común que presentan estas cuatro opciones terapéuticas. Terminamos este libro con algunas de las preguntas y malentendidos recurrentes en torno al concepto de aceptación que nos hemos encontrado a lo largo de nuestro recorrido como docentes y formadoras. En el capítulo 8 compilamos algunos de estos malentendidos para resolverlos de manera clara, utilizando un lenguaje sencillo, basándonos en la evidencia y orientándonos hacia la utilidad práctica y clínica de las respuestas. Este es un libro para avanzar capítulo a capítulo y de manera consecutiva, porque cada capítulo se construye sobre los conceptos trabajados en los capítulos anteriores. Y está recomendado para cualquier lector que, antes de aprender cómo fomentar la aceptación psicológica, quiera entender qué es aceptar y por qué se fomenta en el trabajo terapéutico. Escribir sobre aceptación psicológica y hacerlo agarradas al ancla del contextualismo funcional y el análisis de la conducta, ha sido un reto y un enorme placer. Porque volver a los orígenes siempre devuelve respuestas que ayudan a reformular, a entender mejor, a dar sentido y a filtrar lo que sí y lo que no vale de la maraña de conceptos en la que nos movemos docentes, profesionales, terapeutas en formación y estudiantes en el momento actual. En este proceso de luces y sombras, hemos sobrevivido gracias al amor al conocimiento y la precisión que nos transmitieron nuestros varios mentores, y que ahora enarbolamos como nuestra mejor bandera. Gracias a todos ellos. 10 1 Bases filosóficas de las terapias basadas en la aceptación psicológica: análisis clínico de la conducta (ACC) 1. Desarrollo de las terapias de conducta. 2. Las seis diferencias entre el enfoque tradicional y el ACC. 3. Implicaciones de la adopción del ACC como filosofía de la psicología y la psicoterapia. 11 Teresa tiene 37 años y está en shock. Los médicos le acaban de decir que el bebé que espera viene con malformaciones congénitas probablemente incompatibles con la vida. Sería el segundo aborto. Hace un par de años tuvo otro, espontáneo en este caso. Precisamente por el temora que ocurriera lo mismo, desde que quedó embarazada está de baja laboral y dice que su autocuidado es esencial. Ese es el tema central en las conversaciones con su pareja, y se pasa el día buscando información en Internet y leyendo literatura sobre él. Está en cama la mayor parte del día, convencida de que es necesario descansar, porque el aborto anterior lo atribuye al estrés que tenía entonces, y ahora quería llevar su embarazo con tranquilidad. Los médicos le han recomendado abortar y hacerlo cuanto antes, pero la decisión la tienen que tomar ella y su pareja. Están angustiados, tristes. Llevan deseando ser padres hace tiempo, y cuando parecía ir todo bien se encuentran con esto. Otra vez. Tienen que tomar una decisión y no están seguros. Ella no para de repetir y repetirse: «Si esta vez todo ha progresado normalmente hasta ahora, es porque este bebé tiene posibilidades». Cuando está optimista, no para de recordarse a sí misma todas las cosas que ha hecho para que esta vez funcione, las vitaminas que ha tomado, los paseos y ejercicios que hacía diariamente antes del embarazo, el reposo autoimpuesto para cuidarse más, etc. Cuando está pesimista, no para de reprocharse las cosas que ha hecho mal, aquel día que limpiando hizo un movimiento brusco, si se hubiera cuidado más, si no hubiera esperado tanto tiempo, si hubiera conseguido manejar mejor el estrés... Y se pregunta una y otra vez por qué a ella, cuando tener un bebé siempre ha sido su proyecto más preciado. Su marido la escucha, está con ella en el dolor e intenta consolarla. ¿Cuál es el problema de Teresa? ¿Por qué se pasa todo el día en cama, cuando los médicos le recomendaron vida normal? ¿Es la angustia, la tristeza, el miedo y el temor lo que define su problema? ¿Cómo podemos ayudarla? ¿Qué es aceptar en este momento particular de la vida de Teresa? Para disgusto de los estudiantes de Psicología y terapeutas en formación, que no encuentran respuestas definitivas en ninguna de las aproximaciones terapéuticas que conviven en la actualidad, el universo de la terapia psicológica es amplio, variado y no siempre bien avenido. La respuesta con la que uno siempre acierta en psicología es «depende». Por ejemplo, ¿deberíamos utilizar la exposición con prevención de la respuesta de escape para tratar las fobias? Depende. ¿Deberíamos preguntar al paciente por sueños recurrentes? Depende. ¿Deberíamos trabajar solo con el paciente, o sería 12 mejor que viniera también su pareja o núcleo familiar? Depende. La siguiente pregunta es inevitable: «¿Y de qué depende?». Depende de cuáles sean los objetivos terapéuticos. Y esto de los objetivos terapéuticos no es asunto trivial, sino que es la consecuencia natural y lógica de mantener un concepto particular de ser humano y de sufrimiento; más concretamente, es la consecuencia natural y lógica de situar las causas del sufrimiento en un «lugar» u otro. Si situamos el origen del sufrimiento del paciente en una ansiedad excesiva y descontextualizada, entonces la solución, y por tanto el objetivo terapéutico, será reducir y/o contextualizar la ansiedad, para lo cual las técnicas de exposición están indicadas (Pérez-Álvarez, Fernández Hermida, Fernández Rodríguez y Amigo Vázquez, 2003). Si situamos el origen del sufrimiento del paciente en un trauma inconsciente que está penetrando la organización defensiva de la persona, entonces la solución y objetivo terapéutico es hacer consciente ese contenido para poder procesarlo correctamente, para lo cual el análisis de los sueños recurrentes es una técnica muy apropiada, en tanto que nos permite acceder a ese contenido inconsciente que tenemos que ayudar al paciente a procesar (Feixas y Miró, 1993). Y si consideramos que el paciente no es más que el síntoma identificado de un sistema familiar «enfermo» o disfuncional, entonces la presencia de la familia será necesaria para resolver la disfuncionalidad (Feixas y Miró, 1993). Por tanto, la primera cuestión que debería resolver todo clínico es dónde va a situar el origen del sufrimiento de sus pacientes. La respuesta a esta cuestión es la puerta que da acceso a todo lo demás: cuáles son los objetivos terapéuticos, qué técnicas de cambio psicológico son más adecuadas y cuál será el criterio de éxito terapéutico o alta (Hayes, Levin, Plumb-Vilardaga, Villatte y Pistorello, 2013). Por eso arrancamos este manual definiendo las bases de las terapias basadas en la aceptación psicológica: quiénes somos como terapeutas, dónde nos situamos en el universo de la terapia psicológica, y cuál es nuestro concepto de ser humano, de comportamiento normal y de sufrimiento. Esto terminará delimitando cuáles son nuestros objetivos terapéuticos generales (al margen de cómo se traducen en casos particulares) y justificando el uso de la aceptación psicológica como alternativa terapéutica. Utilizando una metáfora, ser psicoanalista, conductista, cognitivo, gestáltico, terapeuta familiar o terapeuta ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso; Hayes, Strosahl y Wilson, 1999, 2011), es como llevar unas gafas que filtran y resaltan unos aspectos u otros del universo que es el paciente. Por eso, para entender los métodos terapéuticos que emplea cada una de estas aproximaciones es necesario conocer muy bien las gafas con las que se mira al paciente en cada una. Concretamente en el caso de ACT, es imposible entender la aceptación como alternativa terapéutica y promoverla adecuadamente en terapia sin conocer con qué gafas estamos mirando al paciente. Los lectores familiarizados con ACT conocerán la metáfora del hoyo (Wilson y Luciano, 2002). Brevemente, esta metáfora describe que a veces, mientras caminamos plácidamente por la vida, caemos en hoyos. Y ahí abajo, lo más habitual es hacer algo 13 para salir y así poder continuar nuestro camino. Da la casualidad de que en ese hoyo hay una pala, así que la usamos, no tenemos otra cosa. Y empezamos a cavar, con la particularidad de que cavar hace el hoyo más hondo. Complica las cosas el hecho de ser animales de costumbres, de modo que una vez que aprendemos una manera particular de reaccionar a una situación, tendemos a repetirla y repetirla. Y eso es lo que nos pasa a veces cuando caemos en hoyos, y otros, con el ánimo de ayudar, nos lanzan escaleras, sillas, cuerdas. Cuando lo único que sabemos hacer en el hoyo es cavar, aunque nos den una escalera, una silla o cuerdas las utilizaremos para hacer lo único que sabemos hacer, que es cavar, aunque la escalera o la silla no estén concebidas para eso. Por eso es peligroso aprender ACT como un conjunto de técnicas (metáforas, ejercicios, paradojas, juegos de lenguaje, etc.) mientras seguimos mirando al paciente con, por ejemplo, las gafas cognitivo-conductuales: utilizaremos la aceptación para promover el cambio cognitivo. Sin embargo, la aceptación no está concebida para el cambio cognitivo, sino que persigue otros propósitos. En este capítulo nos detendremos a definir cómo son las gafas con las que miramos a los pacientes en ACT, gafas que se llaman contextualismo funcional o análisis clínico de la conducta. Para una descripción más detallada de esta filosofía se recomienda consultar Dougher (1993, 1995, 2000), y Zettle, Hayes, Barnes-Holmes y Biglan (2016). 1. DESARROLLO DE LAS TERAPIAS DE CONDUCTA El movimiento de la terapia de conducta surge de las aportaciones de John B. Watson (véase figura 1.1), cuyo principal objetivo fue el de cambiar el objeto de estudio de la Psicología, desde la mente y sus componentes, estudiados por medio de la introspección freudiana, hasta la conducta pública y observable en su contexto (Watson, 1913, 1924). El principal objetivo de Watson era fomentar el avance de la Psicología como ciencia natural, para lo cual era necesario definir y cuantificar los fenómenos psicológicos, así como proponer explicaciones contrastables, utilizando el método científico. A este nuevo enfoque se le llamó conductismo. Entre otras cosas, Watson ha pasado a la historia por condicionar miedo en el pequeño Albert (Watson y Rayner, 1920),experimento que sirvió para mostrar qué «arreglos» eran los causantes de que una persona terminara mostrando miedo hacia un objeto particular. Arreglos que se podían replicar, porque eran operaciones manipulables, públicas y observables. En la misma línea, otro miembro de su equipo, Mary Cover Jones, mostró con el pequeño Peter cómo descondicionar un miedo condicionado (Jones, 1924). De nuevo, el énfasis en este momento era traer lo psicológico al mundo de las operaciones públicas, observables y replicables. Las décadas de los años cincuenta y sesenta fueron las de mayor esplendor del movimiento watsoniano, en tanto que se identificaron un número importante de principios conductuales, incluyendo todos los principios del condicionamiento clásico y operante. Muchos psicólogos académicos pronto se unieron al movimiento del 14 conductismo watsoniano, pero no todos lo hicieron por los mismos motivos. Y así es como el movimiento conductual watsoniano empezó a dividirse en lo que hoy conocemos como conductismo metodológico y conductismo radical. Aunque compartían el énfasis en la conducta pública observable, estos dos movimientos eran tan diferentes que dieron lugar a movimientos terapéuticos diferentes, en lo que hoy se conoce como primera y segunda generaciones de la terapia de conducta (véase figura 1.1). Para facilitar la descripción y el contraste de estas dos generaciones, describiremos primero la segunda generación (para una descripción detallada, véase Pérez Álvarez, 1996a y 1996b). 1.1. Conductismo metodológico, terapia de conducta y terapia cognitivo-conductual El conductismo metodológico se empezó a definir en Gran Bretaña y Sudáfrica, donde académicos como Joseph Wolpe, Arnold Lazarus, Stanley Rachman, Hans Eysenck y M. B. Shapiro se interesaron por la conducta observable como método para entender los procesos de aprendizaje subyacentes y causantes de dicha conducta observable. En términos coloquiales, el temblor, la sudoración y/o la hiperventilación se convertían en marcadores observables del miedo que se había desarrollado por procesos de condicionamiento clásico o emparejamiento de estímulos. El conductismo metodológico también se conoce como psicología estímulo-respuesta (E-R), en tanto que sitúa la causa de la respuesta (por ejemplo, llanto) en el estímulo que la precede (por ejemplo, miedo por la aproximación de un objeto condicionado aversivamente). Las explicaciones en términos de condicionamiento clásico o emparejamiento de estímulos que producía respuestas viscerales de activación fisiológica (miedo, activación, sobresalto) fueron las dominantes en las décadas de los años cincuenta y sesenta. Y a mediados y finales de los setenta, con la irrupción de la psicología cognitiva, se complejizaron. Esta irrupción consistió en la adopción y adaptación de las teorías computacionales para utilizar el procesamiento de la información como metáfora de la mente. Los conductistas metodológicos se sumergieron en la terminología y los hallazgos en torno al procesamiento de la información, bits de información, nodos de memoria, pensamiento y esquemas, etc., y los incorporaron como elemento E en la fórmula E-R (Gardner, 1985). De esta forma, la transición a explicaciones mentalistas fue rápida e indolora, y las explicaciones del tipo «porque se ha activado» pasaron a convivir con explicaciones del tipo «porque está procesando la información de manera sesgada», «porque no es capaz de subdividir el problema amplio en otros menores», «porque está utilizando estrategias in/adecuadas para la resolución de problemas», «porque tiene pensamiento binario, todo o nada», etc. 15 Figura 1.1.—Representación del desarrollo histórico de las terapias de conducta, con indicación de lo que se ha venido a denominar primera, segunda y tercera generación (Hayes, 2004). El esquema E-R es, volviendo a nuestra metáfora inicial, las gafas con las que los terapeutas E-R miran a sus pacientes. Por tanto, los objetivos y métodos terapéuticos para alcanzarlos empiezan a vislumbrarse con claridad. Si entendemos que una paciente hiperventila, suda, tiembla, llora o se queda paralizada porque tiene miedo, entonces la solución está clara. Si queremos que no hiperventile, tiemble, llore y se paralice, hay que eliminar el miedo. Si el miedo se ha adquirido por emparejamiento de estímulos, la terapia consistirá en desemparejarlos. Por tanto, métodos como la relajación, el contracondicionamiento, la exposición con prevención de la respuesta de escape, la desensibilización sistemática, etc., están plenamente indicados. De forma paralela, si entendemos que una paciente, por ejemplo Teresa, rumia y se paraliza ante una decisión difícil porque se siente fracasada como mujer, la solución también parece clara. Para 16 que pueda tomar una decisión, tendremos que ayudarla a que supere esa sensación de fracaso, por ejemplo enseñando que todos fracasamos alguna vez, que los fracasos son oportunidades, ampliando su concepto de «mujer», cuestionando la evidencia de que su vida hasta ahora haya sido un fracaso, infundiendo confianza y autoestima, etc. Por tanto, métodos como la restructuración cognitiva, la disputa racional y el ajuste de expectativas están plenamente indicados. La vertiente terapéutica del conductismo metodológico o psicología E-R se denominó inicialmente terapia de conducta. Desde sus inicios, los terapeutas de conducta fueron habitualmente psicólogos clínicos y trabajaron con adultos en sus gabinetes, haciendo terapia ambulatoria para el alivio de la ansiedad y problemas derivados de la misma mediante la sustitución de viejas asociaciones por otras nuevas. Con la adopción de la metáfora de la mente como ordenador, propia de la psicología cognitiva, empezó a aparecer la versión cognitiva mediacional del cambio de conducta, que rápidamente se conformó en la terapia cognitiva (por ejemplo, Beck, Rush, Shaw y Emery, 1998). Las teorías se hicieron más mediacionales (con el foco puesto en la interpretación de los hechos, los pensamientos distorsionados, los errores cognitivos), y las técnicas se orientaron hacia la detección y alteración de pensamientos distorsionados y/o irracionales. 1.2. Conductismo radical, modificación de conducta y terapias basadas en la aceptación El conductismo radical apareció en Estados Unidos y se relacionó estrechamente con la psicología operante de B. F. Skinner, aunque pronto lideraron por igual autores como Donald Baer, Todd Risley, Teodoro Ayllon y Nathan Azrin. El interés en la conducta pública observable era por la conducta pública observable en sí misma, y no porque se tratara de un marcador de asociaciones subyacentes entre estímulos, y/o sensaciones o pensamientos inferidos. Como movimiento principalmente basado en los principios del condicionamiento operante, también se le conoce como psicología respuesta-estímulo (R-E), en tanto que sitúa la causa de la respuesta (por ejemplo, llanto) en el estímulo que le sigue (por ejemplo, acceso a un reforzador o retirada de un estímulo aversivo). En términos coloquiales, se considera que el comportamiento es propositivo, y que toda respuesta que existe en el repertorio existe porque sirve para algo. En este sentido, el conductismo radical mantiene una posición darwinista con respecto al comportamiento y habla de selección del comportamiento por las consecuencias. Siguiendo con el ejemplo anterior, frente a la posición del conductismo metodológico, que mantiene que el miedo por aproximación de un objeto temido (E) produce llanto (R), lo que se pregunta el conductismo radical es: ¿por qué, ante la sensación de miedo por aproximación de un objeto temido (E), la respuesta que ha quedado seleccionada es llorar y no otra, por 17 ejemplo, dar palmas? Probablemente porque llorar, y no dar palmas, ha ido seguido de la retirada del estímulo aversivo. De alguna manera, sin obviar la presencia e influencia del miedo o cualquier otra emoción, el conductismo radical nos orienta hacia el para qué de la respuesta. El conductismo radical desarrollóuna vertiente experimental, denominada análisis experimental del comportamiento (AeC), y una vertiente clínica, denominada análisis aplicado del comportamiento (AaC). Desde la vertiente del AeC se definieron los principios del aprendizaje operante, tales como el reforzamiento, el castigo y la extinción (véase capítulo 2). Desde la vertiente del AaC, se aplicaron estos principios básicos para el desarrollo y cambio de conducta, en lo que se vino a denominar manejo de contingencias o modificación de conducta (en la actualidad se usan AaC, manejo de contingencias y modificación de conducta como sinónimos). El esquema R-E es, volviendo a la metáfora inicial, las gafas con las que los modificadores de conducta miran a sus pacientes. En el caso de Teresa, por ejemplo, un psicólogo R-E analizaría qué utilidad está teniendo en este momento de su vida la búsqueda obsesiva de información, el acopio de opiniones de profesionales y no profesionales, la rumia y el reposo. Es probable que el propósito sea retrasar una decisión inevitable que trae mucho dolor consigo. En ese caso, la solución pasaría porque Teresa cayera en la cuenta de que lo que está haciendo simplemente está retrasando el dolor, pero no va a eliminarlo (de alguna manera, poner esas acciones en extinción simbólica, véase capítulo 2), y enseñarla a responder a ese dolor de la manera más saludable posible (véase capítulos 5 y 6). Tradicionalmente, la aplicación de los principios básicos requiere que la persona que los aplica tenga acceso a las consecuencias que mantienen la conducta problemática y pueda disponerlas a su criterio para sustituir la conducta problema por otra conducta más adaptativa al contexto. Por eso, las técnicas de la modificación de conducta se compartieron con padres y educadores y se aplicaron fundamentalmente en contextos institucionalizados (escuelas, centros residenciales, penitenciarios, y/o psiquiátricos) y también en casa. Es célebre la aplicación de la economía de fichas en un centro psiquiátrico, con resultados sorprendentes en el comportamiento de los pacientes ingresados (Ayllon y Azrin, 1968, 1974). Como resultado de las propias exigencias del manejo de contingencias, la modificación de conducta pronto quedó limitada al tratamiento de la conducta problemática que presentaban algunas poblaciones con deficiencias severas, como el trastorno del espectro autista, lesiones cerebrales, y niños y adultos con retraso en el desarrollo. Los analistas de conducta interesados en otro tipo de problemas, como los que presentan personas sin patologías graves, tales como ansiedad, depresión, fobias, etc., tenían dificultades para producir cambios porque su acceso a las consecuencias en la vida de los pacientes era mínimo o inexistente, y por tanto su capacidad de maniobra era muy reducida. Fue en la década de los noventa cuando este panorama empezó a cambiar. 18 Y lo hizo de la mano de los avances en el estudio experimental de la conducta verbal, fenómeno puramente humano que incluye aspectos como el comportamiento gobernado por reglas, la equivalencia estimular, las relaciones derivadas entre estímulos y la transformación derivada de funciones psicológicas. A día de hoy, esta investigación se desarrolla fundamentalmente desde lo que se conoce como teoría del marco relacional (RFT; Hayes, Barnes-Holmes y Roche, 2001), una teoría sobre el lenguaje y la cognición fuertemente anclada en los principios del análisis de la conducta (véanse capítulos 3 y 4 de este manual). Al mismo tiempo que estos desarrollos tenían lugar en los laboratorios, algunos clínicos no se conformaban con restringir su actividad asistencial a poblaciones seriamente limitadas. En consecuencia, volvieron a los orígenes del conductismo radical y la psicología R-E, y formularon opciones terapéuticas que a día de hoy siguen siendo los estandartes de lo que se conoce como la tercera generación de terapias de conducta (Hayes, 2004). Nos referimos a la psicoterapia analítico funcional (Kohlenberg y Tsai, 1991) y a la terapia de aceptación y compromiso (Hayes et al., 1999, 2011). FAP supuso una vuelta sin complejos a los principios básicos del análisis de la conducta. En FAP, la sesión se convierte en un espacio en el que no se habla de lo que pasa en la vida del paciente fuera de la sesión, sino que se considera que lo que pasa en la sesión es plenamente representativo de lo que ocurre fuera. Por ejemplo, un paciente que tiene problemas de relación con otras personas (tales como impulsividad, suspicacia o desconfianza) los va a tener con el terapeuta en sesión. Por tanto, la sesión se convierte en un lugar privilegiado desde el que detectar conducta que se denomina clínicamente relevante (por ejemplo, reacciones a lo que el terapeuta dice o hace) y manejar las contingencias, con el objetivo de producir cambios en dicha conducta clínicamente relevante. FAP cuida meticulosamente dos aspectos. Por un lado, el uso de consecuencias naturales para el moldeamiento de comportamiento cada vez más adaptativo. Por otro lado, y para facilitar la generalización de los resultados, el establecimiento de conexiones funcionales entre: 1) la conducta que se observa en sesión y el efecto que produce en la relación entre paciente y terapeuta, y 2) la conducta que el paciente emite fuera de sesión con otras personas significativas y el efecto que produce en la relación con esas personas. Por su parte, ACT también partió de una concepción radical, propia de la psicología R-E de la que surge, del comportamiento más privado de los pacientes (lo que piensan, lo que sienten, lo que esperan, lo que necesitan, de lo que se arrepienten, lo que temen, etc.), para entenderlo como comportamiento sujeto a contingencias; en otras palabras, que cumple una función en la vida del paciente. ACT y RFT se desarrollaron en paralelo y se nutrieron mutuamente, hasta el punto de que hoy los métodos terapéuticos de ACT se están refinando en base a los hallazgos y supuestos de la RFT, y la RFT centra gran parte de su actividad en la investigación sobre los procesos verbales implicados en el desarrollo de la psicopatología y en la efectividad de la terapia. ACT se basa en la idea 19 de que el sufrimiento psicológico es causado por la interferencia del lenguaje y la cognición en la regulación de la conducta. Debido a esta interferencia se produce la evitación experiencial, definida como el fenómeno que ocurre cuando una persona no está dispuesta a contactar con experiencias privadas y actúa para alterar la forma o la frecuencia de estos eventos y los contextos que los ocasionan. Este fenómeno ha sido últimamente sustituido por el de la inflexibilidad psicológica, que incluye el proceso de la fusión cognitiva (Valdivia-Salas, Martín-Albo, Zaldívar, Lombas y Jiménez, 2017), un fenómeno que ocurre cuando las funciones de estímulo indirectas, basadas en el lenguaje literal, controlan el comportamiento en detrimento de otras fuentes de control. ACT sostiene que estos procesos son problemáticos, ya que llevan a la persona a comportarse de un modo que limita su funcionamiento en facetas valiosas fundamentales de su vida. Además de ACT y FAP, Hayes (2004) incluyó en la denominada tercera generación de terapias de conducta la terapia integral de parejas, la terapia cognitiva basada en mindfulness y la terapia dialéctica conductual, las cuales describimos brevemente a continuación. Terapia integral de pareja (Jacobson y Christensen, 1996). En su manual de terapia de pareja de 1979, N. Jacobson y G. Margolin plantearon que los problemas de pareja tenían su origen en un déficit de habilidades para intercambiar comportamientos positivos, solucionar problemas y comunicarse de forma efectiva. Esta aproximación fue eficaz en el tratamiento de las parejas en situación de crisis. Sin embargo, Jacobson y sus colaboradores, en un estudio posterior, concluyeron que la eficacia de esta terapia no era tan alta como se había creído inicialmente, y otros estudios confirmaron que sus resultados no eran tan alentadores. Estosdatos hicieron que los autores se plantearan la necesidad de un cambio en la conceptualización y el tratamiento de los problemas de pareja y comenzaron a integrar el concepto de aceptación dentro de la terapia de pareja clásica. En el plano filosófico, los autores declaran que esta terapia supone una vuelta a las raíces de la conducta y al contextualismo. Entienden que los problemas de pareja no solo requieren cambios directos del comportamiento, sino también que la persona acepte el comportamiento del otro. Desde un punto de vista teórico ponen énfasis en tres aspectos principales: 1) se vuelve al análisis funcional como forma de evaluar los problemas de pareja, 2) se hace más hincapié en el reforzamiento natural y se usan menos reglas, y 3) se da más importancia al contexto en el que surgen los problemas, es decir, se atiende mucho más al papel de la historia individual y de la pareja en los problemas actuales. Terapia cognitiva basada en mindfulness (MBCT; Segal, Williams y Teasdale, 2002). Con el objetivo de prevenir las recaídas en pacientes con depresión mayor, los autores propusieron un programa de entrenamiento en meditación y en terapia cognitiva de ocho semanas de duración, basado en el programa para la reducción del estrés basado en mindfulness (Kabat-Zinn, 1982, 2003). Al marco clásico de la terapia cognitiva de la depresión (reconocimiento de pensamientos disfuncionales en estados de ánimo 20 disfórico, registro de pensamientos automáticos, práctica diaria, etc.), se integra la práctica de mindfulness. La MBCT promueve un conjunto de estrategias que aumentan las habilidades de mindfulness, y producen una mejor gestión de la preocupación y la rumiación, y una disminución de la reactividad cognitiva y emocional, además de un aumento de la autocompasión. La etiqueta «cognitiva» se refiere fundamentalmente al abordaje de los pensamientos mediante estrategias orientadas al «desapego» o «descentramiento», promoviendo afirmaciones del tipo «los pensamientos no son hechos» o «yo no soy mis pensamientos», diferentes de las técnicas cognitivas estándar orientadas al control cognitivo. Se espera que el cliente, al aprender a observar sin juzgar pensamientos y sentimientos, pueda frenar la escalada de rumiaciones característica de la depresión. Terapia dialéctica conductual (DBT; Linehan, 1993). Está orientada al tratamiento de pacientes con conductas suicidas y diagnóstico de trastorno límite de personalidad (TLP). La DBT supone la evolución de la terapia de conducta e incluye modificaciones específicas para adaptar el tratamiento a la complejidad del trastorno. Incorpora estrategias de validación y de aceptación que se complementan con intervenciones orientadas al cambio, tratando de buscar el equilibrio entre ambos tipos de intervenciones desde una perspectiva dialéctica. El énfasis está puesto en el contexto y la función de los comportamientos problemáticos, incorporando a los planteamientos conductuales y cognitivos clásicos conceptos como la atención plena, los valores o la aceptación. El objetivo es ayudar al paciente a poner en marcha conductas funcionales y adaptadas, incluso cuando está experimentando emociones intensas. La DBT incluye cinco modalidades de tratamiento que se aplican de forma paralela: terapia individual, entrenamiento en habilidades, consulta telefónica con el cliente, terapia con familiares y reuniones de equipo. En estas modalidades se incorporan procedimientos de exposición, moldeamiento, aprendizaje por modelos, role-playing, instrucciones y autoinstrucciones, refuerzos y feedback, y se trabaja fundamentalmente en un contexto de validación de la experiencia emocional del paciente y una perspectiva no enjuiciadora. Además de las descritas, destacamos también la activación conductual (BA; Jacobson, Martell y Dimidjian, 2001; Martell, Addis y Jacobson, 2001), terapia analítica funcional fuertemente enraizada en los principios del AaC. Parte del análisis funcional de la depresión de Fester (1973) y el modelo de depresión de Lewinsohn (Zeiss, Lewinsohn y Muñoz, 1979). Concretamente, BA se dirige expresamente a que la persona aumente las actividades en su contexto vital de manera que pueda experimentar un mayor contacto con las fuentes de reforzamiento, y lo hace mediante el análisis funcional de los problemas, la asignación de actividades, y la identificación y bloqueo de conductas de evitación que podrían interferir con la activación. Los desarrollos basados en el AeC y en el AaC recibieron el nombre de análisis clínico de la conducta (ACC), y además compartían la filosofía del conductismo radical. El ACC se define como la aplicación de los supuestos, principios y métodos del análisis 21 de conducta funcional-contextual moderno, a cuestiones clínicas tradicionales, entendidas estas como la variedad de problemas, escenarios y asuntos típicamente tratados por los psicólogos clínicos que trabajan en el ámbito ambulatorio y de consulta clínica (Dougher y Hayes, 2000). Esta derivación del AaC al ACC es posible por el énfasis que se hace en la influencia no causal que ejercen el pensamiento y la emoción en la conducta (véase después). El ACC también recibe el nombre de ciencia conductual contextual (Zettle et al., 2016), y está ofreciendo desarrollos metodológicos y conceptuales únicos para definir el campo de la psicoterapia. Tanto es así que hoy existe la Association for Contextual Behavior Science, con afiliados a nivel mundial, y una revista científica dedicada al avance de la ciencia conductual y contextual, la Journal of Contextual Behavioral Science. 2. LAS SEIS DIFERENCIAS ENTRE EL ENFOQUE TRADICIONAL Y EL ACC Hay seis grandes características que diferencian el ACC de los enfoques tradicionales de la psicología, incluyendo la terapia cognitivo-conductual. Las describimos a continuación (para un resumen, véase cuadro 1.1; para una descripción detallada, véase Dougher y Hayes, 2000), y más adelante las utilizaremos para comparar el enfoque tradicional y el ACC en el abordaje de las dificultades que presenta Teresa. CUADRO 1.1 Resumen de las características del ACC frente a las de la psicología tradicional Análisis clínico de la conducta Psicología tradicional Contextualista: Metáfora raíz: acción en contexto. Criterio de verdad: predicción e influencia. Mecanicista: Metáfora raíz: universo como máquina. Criterio de verdad: predicción. Funcionalista: Énfasis en las funciones. Estructuralista: Énfasis en las estructuras subyacentes. Monista: Los eventos privados son ejemplo de conducta. Dualista: Los eventos privados son mentales frente a conductuales. No mentalista: Las causas están en el contexto. Mentalista: Eventos privados como causas. No reduccionista: Niveles de explicación en relaciones ambiente- conducta. Reduccionista: Niveles de explicación inferiores. Método idiográfico: Método nomotético: 22 La conducta individual como unidad de análisis. El promedio como unidad de análisis. 2.1. Contextualismo vs. mecanicismo El contextualismo y el mecanicismo (Pepper, 1942) son dos de las cuatro formas en las que los humanos tendemos a organizar nuestra comprensión del mundo, a través de diferentes metáforas, y a establecer los criterios de verdad de las hipótesis o teorías sobre los fenómenos observados, en este caso el comportamiento normal y patológico. En general, el mecanicismo representa el corazón filosófico de la psicología tradicional, y el contextualismo representa el corazón filosófico del ACC. La visión mecanicista del universo asume la máquina como su metáfora del mundo. El mundo está compuesto por una serie de partes relacionadas e impulsadas por algún tipo de fuerza. Estas partes serían reales y existirían en la naturaleza. De manera paralela al funcionamiento de cualquier otra máquina, que tiene pistones, palancas y ruedas que son impulsadas por la electricidad o cualquier otra fuente de energía, el funcionamiento del ser humano se entiende como el resultado de partes tales como la autoeficacia, el hipocampus, los esquemas,la memoria de trabajo o las neuronas, que son impulsadas por fuerzas como la motivación, la información, la electricidad de las conexiones sinápticas, etc. Desde el mecanicismo, la unidad de análisis es el conjunto de partes y fuerzas impulsoras, cada una de las cuales se puede analizar de manera independiente y sin tener en cuenta el contexto en el que ocurren. Las teorías sobre el mundo, y en este caso sobre el ser humano, se consideran ciertas en la medida en que permiten la predicción correcta de hechos y acciones. Es el caso de teorías como la de la autoeficacia (Bandura, 1977), las diferentes teorías de la personalidad y la tríada cognitiva (Beck et al., 1998), que permiten hacer predicciones muy ajustadas del comportamiento humano. Puntuaciones bajas en autoeficacia nos permiten predecir cómo se comportará una persona ante una tarea demandante; puntuaciones altas en introversión nos permiten predecir cómo se comportará una persona en una situación social; y detectar esquemas catastrofistas sobre uno mismo, el futuro y el mundo, nos permite predecir qué hará una persona ante la posibilidad de cambiar de trabajo. En la medida en que nos permiten predecir el comportamiento, entonces las teorías son ciertas. La visión contextualista del mundo asume la acción en contexto como su metáfora raíz. Los eventos o actuaciones son interdependientes con sus contextos históricos y actuales, y ninguno de los dos, acciones y contextos, se pueden entender por sí solos, porque se definen recíprocamente. Esto queda ejemplificado en la adopción de la contingencia de dos términos como la unidad básica de análisis. Los dos términos de la contingencia, conducta y consecuencias, se definen interdependientemente. La conducta se define en función de las consecuencias que produce, y las consecuencias se definen en función de los efectos que producen sobre la conducta. En el caso de Teresa, por 23 ejemplo, asumamos que leer en los foros de familias en situaciones parecidas a la suya es una respuesta que, junto con otras funcionalmente equivalentes, persigue aliviar su sentimiento de culpa por estar gestando un feto con malformaciones. En la medida en que el alivio que siente leyendo los foros mantiene a Teresa haciéndolo, definimos el alivio como un reforzador, por lo que definimos la lectura de foros como parte de la operante de búsqueda de alivio (véase capítulo 2). Las teorías sobre el mundo, y en este caso sobre el ser humano y las razones de su comportamiento actual, serán ciertas en la medida en que permitan no solo la predicción correcta de hechos y acciones sino, y sobre todo, la influencia sobre estos mismos hechos y acciones (Skinner, 1957). Esto es lo que se denomina criterio pragmático de verdad (por ejemplo, Buchler, 1955; James, 1907, 1981), el cual limita la clase de explicaciones que se consideran útiles en el terreno de la psicopatología y la psicoterapia. Las teorías mecanicistas imperantes en la psicopatología, por ejemplo, relacionan la autoeficacia con la motivación para emprender proyectos, los estereotipos de género con conductas machistas o los esquemas paranoides de pensamiento con conductas de aislamiento social. Sin embargo, desde la visión contextualista, las variables predictoras (autoeficacia, estereotipos, esquemas) también tienen que ser predichas o explicadas si queremos poder influir en ellas. Esto es, si queremos cambiar la conducta de aislamiento, que asumimos es el resultado de esquemas paranoides de pensamiento, tendremos que conocer cómo se han generado estos esquemas, qué variables los están manteniendo y por qué la persona reacciona aislándose cuando estos esquemas se «activan». 2.2. Funcionalismo vs. estructuralismo Cualquier enfoque en psicología que trate de explicar el comportamiento normal y patológico en términos de las estructuras básicas que supuestamente subyacen al comportamiento, es estructuralista (Douguer y Hayes, 2000). De esta manera, se pueden considerar estructuralistas enfoques como la psicología cognitiva moderna, la neurociencia cognitiva y la terapia cognitivo conductual, en la medida en que están interesadas en las estructuras esenciales de la mente, en la identificación de las estructuras cerebrales subyacentes relevantes y en la detección de creencias, expectativas y esquemas, respectivamente. Por el contrario, el funcionalismo, ligado al contextualismo, intenta explicar el comportamiento apelando a su función o su propósito. El funcionalismo propio del ACC recuerda a sus orígenes como psicología R-E, que considera que la causa de la R está en su función, en lo que pasa después de la R, en para qué sirve la R. Esto nos lleva a la distinción entre topografía o forma de una respuesta y su función o propósito. Cuando el foco de análisis es la función de la conducta, la variabilidad en el comportamiento normal empieza a adquirir orden y sentido, y ello tiene importantes implicaciones 24 clínicas. Por ejemplo, Teresa, ante una decisión difícil e importante, parece responder ocupándose de otras cosas, negando la importancia de la decisión, ridiculizando a los que, dice, se apresuran tomando decisiones, llenando su agenda de actividades, pidiendo opiniones que no atiende, tomando vitaminas que no son necesarias, etc. Todas estas respuestas son muy diferentes entre sí en su forma o topografía, pero podrían estar cumpliendo la misma función en la vida de Teresa: no enfrentarse a la pérdida y al dolor que conlleva la decisión que tiene que tomar. El análisis funcional del comportamiento simplifica la aparente variabilidad, el aparente caos y desorden de sus respuestas a lo largo del día y de las semanas. 2.3. Monismo vs. dualismo Dejando a un lado las posiciones ontológicas clásicas sobre la naturaleza de la realidad, nos centramos aquí en la diferente naturaleza que atribuyen la psicología tradicional y el ACC a los eventos privados (sentimientos, emociones, pensamientos, imágenes, autoinformes, creencias, expectativas, recuerdos, atribuciones, etc.). Desde la visión tradicional de la Psicología, los eventos privados se consideran de naturaleza mental/cognitiva, frente a las acciones o conductas, que se consideran de naturaleza física. Lo observamos en la diferenciación entre conductas públicas y privadas, y en la elección de la conducta pública como objeto de análisis para mantener el estatus científico de la Psicología. Esto deriva de su raíz filosófica, el conductismo metodológico. Aquí los eventos privados no se estudian directamente, sino que se categorizan como constructos hipotéticos definidos operacionalmente (por ejemplo, en términos de puntuaciones en un test, o conducta «manifiesta» del evento privado no observable). Un reto que presenta este planteamiento es esclarecer cómo es que eventos de distinta naturaleza pueden influirse mutuamente, esto es, cómo el pensamiento catastrófico, de naturaleza mental, puede influir en el abandono del trabajo, por ejemplo, de naturaleza física (para una revisión detallada, véase Hayes, Brownstein, Zettle, Rosenfarb y Korn, 1986). Desde el ACC, la conducta es todo lo que un organismo integrado hace, como pensar, sentir, emocionarse, recordar, esperar, temer, etc. En otras palabras, los eventos privados son vistos como ejemplos de conducta, y no se les confiere un estatus especial porque ocurran dentro de la piel y no sean públicamente observables (Skinner, 1974). En ese sentido, los analistas de conducta, incluidos los analistas clínicos de la conducta, son monistas con respecto a su tratamiento de los eventos privados. 2.4. No mentalismo vs. mentalismo La explicación de la conducta apelando a estados, procesos o constructos internos 25 (por ejemplo, ansiedad, depresión, creencias, expectativas, esquemas) se conoce como mentalismo. Este tipo de explicaciones son muy adecuadas cuando el objetivo principal es la predicción de conducta. Como señalábamos en apartados anteriores, si sabemos que una persona tiene tendencia a la preocupación excesiva, podremos predecir cuál será su reacción en situacionesde incertidumbre, por ejemplo. Cuando el objetivo no es solo la predicción, sino también y fundamentalmente la influencia, entonces las explicaciones mentalistas son insuficientes. Se hace necesario, por tanto, conocer cuáles son los determinantes accesibles y modificables de las conductas en juego, en este caso de la preocupación excesiva, de la paralización de cualquier toma de decisión, y también de la correlación entre preocupación excesiva y la ausencia de toma de decisiones. Puesto que el objetivo del ACC es la influencia, las explicaciones que promueve son no mentalistas, sino que están centradas en variables manipulables. 2.5. No-reduccionismo vs. reduccionismo En psicología, el ejemplo prototípico de reduccionismo es el intento de explicar la conducta apelando a procesos fisiológicos, esto es, a niveles inferiores al de la conducta misma. Como señalan Dougher y Hayes (2000), el riesgo de utilizar explicaciones reduccionistas es que el objetivo de la Psicología (predicción e influencia) se diluya. Por ejemplo, con el auge de las explicaciones genéticas de la conducta y la neurociencia cognitiva se están definiendo los procesos fisiológicos subyacentes asociados con la conducta, y hacia abajo los procesos bioquímicos subyacentes asociados con los procesos fisiológicos, y hacia más abajo los procesos físicos subyacentes asociados con los procesos bioquímicos. Sin dejar de reconocer lo fascinante de los hallazgos de la neurociencia en las últimas décadas, sus explicaciones dejan poco espacio para la influencia sobre el comportamiento, a no ser que, a la par, se definan las condiciones ambientales o contextuales que causan dichos procesos bioquímicos. Desde el ACC, por tanto, se promueven explicaciones en términos de operaciones manipulables y accesibles que ocurran al mismo nivel de la conducta. Estamos hablando de contextos manipulables que explican la ocurrencia y recurrencia de un pensamiento particular, de operaciones manipulables que explican que ese pensamiento lleve a una acción concreta, y de operaciones manipulables que den razón de que esa acción concreta exista en el repertorio de una persona. 2.6. Métodos idiográfico vs. nomotético La psicología tradicional dominante utiliza el método nomotético para formular teorías sobre los procesos subyacentes a la psicopatología y para establecer tratamientos 26 empíricamente validados. La característica más definitoria del método nomotético es que utiliza el grupo, o el promedio grupal, como unidad de análisis. Además, utiliza la significación estadística como criterio para determinar la relación entre variables. Por ejemplo, si comparamos a un grupo de personas diagnosticadas de ansiedad con un grupo de personas no diagnosticadas en su ejecución en una tarea de atención selectiva hacia información ansiógena, observamos que la puntuación promedio de atención selectiva en el grupo de diagnosticados es significativamente mayor que la puntuación promedio de atención selectiva en el grupo de no diagnosticados (MacLeod, Mathews y Tata, 1986). Y estos datos se utilizan para concluir que los pacientes con ansiedad muestran una alta sensibilidad a la información ansiógena, o que la atención selectiva es un factor de vulnerabilidad para el desarrollo y cronificación de la ansiedad (MacLeod et al., 1986; Valdivia-Salas, Forsyth, Berghoff y Ritzet, 2014). Esto ha llevado a proponer el reentrenamiento atencional como un método terapéutico para reducir la ansiedad (Mogg y Bradley, 2016). Y todo ello sin atender a la puntuación individual de cada una de las personas diagnosticadas ni a la reacción individual a tareas de reentrenamiento atencional. Aunque los criterios editoriales de las revistas de investigación clínica cada vez exigen más análisis nomotéticos para la publicación de los resultados de investigación, el ACC tiende a utilizar diseños idiográficos para la contextualización del comportamiento de una persona como algo irrepetible y único. La utilización de este criterio tiene que ver, de nuevo, con los objetivos de predicción e influencia propios del ACC. Y por eso, los estudios que se atienen a los principios del ACC pretenden la demostración de un control experimental preciso del comportamiento de personas individuales. Desde esta perspectiva, la generalización de los resultados de la investigación proviene de los estudios de replicación. Si los resultados encontrados con una persona en particular también se encuentran con otras personas, entonces se puede decir que los hallazgos son, además de precisos, generalizables. Esta es la vía por la que el reforzamiento, como operación, tiene un efecto probado para el cambio de conducta. A través de estudios cambia qué funciona como reforzador y bajo qué condiciones, pero se observa repetidamente, y por tanto es generalizable, el efecto que tiene un estímulo con función reforzadora en la conducta: incrementar su probabilidad. 3. IMPLICACIONES DE LA ADOPCIÓN DEL ACC COMO FILOSOFÍA DE LA PSICOLOGÍA Y LA PSICOTERAPIA Utilizaremos el caso de Teresa, que hemos presentado al inicio del capítulo, para ilustrar las diferencias entre la visión tradicional y el ACC en el abordaje de un caso concreto. Recordemos que Teresa está en una situación vital muy dolorosa. Después de un primer aborto espontáneo, y de todos los cuidados que estaba teniendo en este su segundo embarazo, los ginecólogos han detectado malformaciones graves en el feto y 27 recomiendan la interrupción del embarazo. Teresa, acompañada de su marido, ya no sabe qué hacer para calmar su desconsuelo, tristeza y desesperación. Siente que el sueño más deseado en su vida vuelve a frustrarse y se siente fracasada. Lleva tres días llorando y recabando información de diversas fuentes para poder tomar la decisión correcta. Las gafas del ACC nos hacen ver lo siguiente: Porque somos contextualistas (vs. mecanicistas), consideraremos a Teresa como un todo que responde a las circunstancias actuales. No intentaremos aislar cómo piensa Teresa con respecto a lo que está pasando, de cómo eso le hace sentir y de cómo se comporta, para analizar cómo un sistema de respuesta influye en los demás y viceversa. En su lugar, consideraremos que Teresa está reaccionando con pensamientos, emociones y conductas (como un todo) ante un hecho, y que esa reacción cumple una función, tiene un para qué en la vida de Teresa, el cual tenemos que averiguar. Las funciones no tienen por qué ser evidentes, ni concretas ni directas, y de hecho en la mayoría de los casos no lo son (por ejemplo, un abrazo del marido, o que la madre se ocupe de la casa mientras ella toma una decisión). En la mayoría de los casos el comportamiento de los pacientes tendrá funciones que serán sutiles, simbólicas, abstractas y no observables para el terapeuta. Pero que sean no observables (por ejemplo, coherencia relacional, véase capítulo 3) no significa que el terapeuta no pueda tenerlas en cuenta, detectarlas y utilizarlas terapéuticamente. Todo lo contrario. Volveremos a esto en los próximos capítulos. Porque somos funcionalistas (vs. estructuralistas), ponemos el foco del análisis en la función que comparten las diferentes respuestas que emite Teresa a lo largo del día y de la semana. En lugar de centrar la evaluación en la descripción de la topografía o parámetros de las respuestas de Teresa (intensidad, frecuencia, duración, etc., véase capítulo 2), analizaremos cuál es el propósito de todas ellas. Todas las acciones de Teresa que cumplan la misma función o que sirvan al mismo propósito serán definidas como la misma operante o clase funcional (véase capítulo 2). Por ejemplo, el comportamiento aparentemente caótico de Teresa, que igual pide opinión a un especialista que lee las opiniones de madres que han pasado por una situación parecida a la suya, o que rumia todo el día sobre qué ha podido hacer mal durante este embarazo para que haya resultado en malformaciones graves, puede entenderse mejor si, además de definir estas acciones topográficamente, las analizamos en términos del objetivoque persiguen, que en este caso podría ser el mismo, a saber, obtener respuestas que la guíen hacia la decisión «correcta». En cualquier caso, la función o propósito se esclarecerá a la luz de la historia de aprendizaje de Teresa que ha conformado su particular universo de significados, sus sueños, su forma de afrontar los fracasos u otras situaciones conflictivas, incluyendo las condiciones por las que hoy atraviesa o equivalentes. Porque somos monistas (vs. dualistas) y no mentalistas (vs. mentalistas), consideraremos que lo que piensa y siente Teresa, al igual que lo que espera, lo que teme, lo que asume, lo que se reprocha, lo que desea, lo que no le cuenta a nadie pero 28 «martillea su cabeza», etc., son conductas que ocurren en determinadas circunstancias porque han quedado seleccionadas frente a otras, y por tanto también cumplen una función, sirven a un propósito, igual que quejarse, llorar, buscar en Internet y otras conductas públicas y observables. No las trataremos como causas de los problemas de Teresa (por razones que presentaremos en los capítulos 3 y 4), y por tanto no trataremos de cambiarlas. En su lugar, entenderemos que, ante situaciones de incertidumbre, ha quedado seleccionada la rumia, y en situaciones de rumia ha quedado seleccionado paralizarse o buscar información. Y el objetivo terapéutico pasará por alterar la función de esos comportamientos. Que dejen de ser funcionales, útiles para la persona, y que, en cambio, cobren relevancia funcional otros comportamientos más flexibles que, por ejemplo, la lleven a tomar la decisión que está aplazando. Porque somos no reduccionistas (vs. reduccionistas), mantendremos el análisis de las causas del comportamiento actual de Teresa en un nivel que nos permita la influencia y cambio de dichas causas. Por eso, en lugar de situar las causas en un sistema neuronal/cortical/neurocognitivo alterado, las situaremos en las operaciones ambientales y contextuales que rodean a las acciones. Por ejemplo, ¿para qué le sirve a Teresa leer foros? ¿Qué encuentra ahí? Mientras está leyendo foros, ¿qué otra cosa no está haciendo? ¿Qué hay en esa otra cosa que la hace preferir sumergirse en los foros, que, por otra parte, no le proporcionan lo que busca? Esta tendencia a sumergirse en foros (o distraerse en general) ante la tesitura de tomar una decisión dolorosa, ¿es nueva o la lleva acompañando un tiempo? ¿En qué otras situaciones le ha pasado?, etc. Esto no significa que neguemos que los sistemas neuronales/corticales/neurocognitivos se alteren. Pero en la medida en que nuestra herramienta de trabajo no es el bisturí, y por tanto no podemos influir en ellos directamente, centraremos nuestros objetivos de evaluación y cambio en las condiciones contextuales. Porque somos idiográficos (vs. nomotéticos) no confiaremos ciegamente en los protocolos de actuación que han mostrado ser eficaces para el diagnóstico actual de Teresa en el «paciente promedio». En su lugar, adaptaremos los instrumentos de evaluación e intervención al caso particular de Teresa, haciendo especial énfasis en una evaluación exhaustiva y continuada de los progresos a lo largo del proceso terapéutico. Esta evaluación continuada nos permitirá ajustar la aplicación de las técnicas de trabajo con el objetivo de conseguir cambios clínicamente significativos. 29 2 Fundamentos y principios básicos del análisis de la conducta 1. Conductismo radical y análisis aplicado del comportamiento. 2. Sobre las consecuencias. 3. Sobre la respuesta. 4. Sobre las condiciones antecedentes. 5. Posibilidades y limitaciones del manejo directo de contingencias. 30 Hace dos meses, y por casualidad, Cecilia descubrió que Eduardo, su marido desde hace 18 años, tiene una doble vida y está con otra mujer desde hace cinco. Está desesperada, por momentos no se lo cree, se siente confusa, angustiada y tiene rabia. Ahora se pasa el día hilvanando hechos, recuerdos, pequeños detalles en el comportamiento de su marido que le confirman la infidelidad. Se reprocha no haberse dado cuenta antes, no entiende cómo ha estado tan ciega durante tanto tiempo, cómo pasó por alto detalles que ahora le encajan perfectamente. No sabe qué hacer, no ha hablado con Eduardo de esto, está desorientada. Por eso, y porque cree que está obsesionada, va a terapia. Siente que ha tenido una vida familiar ejemplar durante los 18 años que llevan juntos, tienen dos hijos y ella ha sido feliz durante este tiempo. Está enamorada y cree que su relación se ha basado siempre en la honestidad, la confianza, el amor incondicional y la pasión, todos ellos aspectos que ella considera muy importantes en la pareja. Pero ahora no puede evitar sentir rechazo ante la presencia y cercanía de Eduardo, evita el contacto con él todo lo que puede y pone excusas ante las propuestas de Eduardo de hacer alguna actividad juntos. Le da pena y le sorprende, pero cuando mira a Eduardo ya no ve al hombre que amaba. Ahora siente asco. Ante este tsunami de emociones, y en medio de su confusión y desorientación, se ha instalado una aplicación en su móvil con la que espía los mensajes que recibe su marido. Se pasa el día entero enganchada al teléfono. También se ha hecho un perfil falso a través del que controla las publicaciones de Eduardo en varias redes sociales. Y así lleva dos meses, completamente pegada al móvil en busca de información sobre su marido y su amante. Esto le hace estar tan distraída que incluso ha tenido algún accidente doméstico por su falta de atención y dice que está desatendiendo a sus hijos. ¿Cuál es el problema de Cecilia? ¿Cómo ha podido pasar del amor al asco en cuestión de un día? ¿Por qué se pasa el día enganchada a un móvil espiando a Eduardo cuando para ella la sinceridad y la honestidad han sido sus pilares? ¿Por qué esos pilares han quedado relegados a un segundo plano y no habla con Eduardo con honestidad? ¿Qué es lo que más necesita ahora Cecilia y por qué lo busca de manera tan obsesiva? Es difícil responder a las preguntas que hacemos sobre Cecilia solamente desde los principios básicos del análisis de la conducta. Pero, ciertamente, las explicaciones contextuales del comportamiento obsesivo de Cecilia, de su confusión, de su falta de honestidad y de la desatención a sus hijos, que necesariamente son más complejas, se 31 construyen sobre los principios básicos. Por eso dedicamos este capítulo a hacer una breve presentación de dichos principios. No pretende ser una presentación completa y sistemática (hay manuales enteros dedicados a esto), sino un resumen de los principios fundamentales sobre los que se construye la teoría post-skinneriana del lenguaje y la cognición (véase capítulo 3), y que están presentes en toda interacción clínica, también con adultos. Para poder detectar, provocar, cambiar y resolver situaciones clínicamente relevantes en terapia hay que ser un experto conocedor de las leyes básicas que regulan el comportamiento humano y sobre las que se construye el comportamiento complejo de entristecerse, recordar, reprocharse, «atar cabos», obsesionarse, temer, etc. 1. CONDUCTISMO RADICAL Y ANÁLISIS APLICADO DEL COMPORTAMIENTO Desde el enfoque contextual se asume la causalidad múltiple de la conducta, pero se pone énfasis especial en la causalidad propositiva, en el para qué de la conducta, en el sentido de esta. Esto proviene de su tradición de psicología respuesta-estímulo (véase capítulo 1), que propone que para entender la ocurrencia, mantenimiento o reducción de una conducta particular necesitamos centrarnos en las consecuencias que produce. La causalidad propositiva se ha estudiado siguiendo el paradigma del aprendizaje operante o conducta operante. La conducta operante produce una alteración en el ambiente de la persona, y ocurre y se mantiene en el repertorio, o desaparece y se extingue, como resultado de ese cambio que produce (Bijou, 1995; Skinner, 1953, 1977). Por ejemplo, si quisiéramos analizar el «enganche» de Cecilia al móvil como conducta operante, tendríamos que detectar qué ocurrecuando está mirando el móvil que hace que ella se mantenga haciéndolo. La conducta operante se define en contraposición a la conducta refleja y a la refleja condicionada (Skinner, 1938). Frente a la conducta operante, que ocurre o se debilita por estímulos que la siguen, la conducta refleja aparece o se debilita por estímulos que la preceden. Antes de profundizar en el comportamiento operante nos detenemos brevemente en la descripción de la respuesta refleja y sus implicaciones para la comprensión de la conducta humana. La conducta refleja (por ejemplo la contracción de la pupila ante una luz brillante, la salivación ante comida o la retirada de la mano ante un objeto caliente) reduce el nivel de privación de un estímulo apetitivo o de saciación de un objeto aversivo, y por tanto mantiene el equilibrio fisiológico. Se puede decir que la conducta refleja acomoda al individuo a situaciones ambientales específicas. Por ejemplo, la contracción de la pupila reduce la cantidad de luz que entra a los ojos y así facilita la interacción visual con los objetos, la salivación produce un fluido que se mezcla con la comida y facilita su digestión, y retirar la mano de un objeto caliente previene el daño del tejido de la piel. Cada reflejo tiene una función específica con relación al estímulo que lo provoca. Y estas funciones pueden ser inherentes a la naturaleza del organismo (filogenia) o ser 32 adquiridas por emparejamiento de estímulos. Por ejemplo, Cecilia nos cuenta que descubrió a Eduardo en actitud cariñosa con su otra pareja, por sorpresa, al entrar en una cafetería. Por supuesto, no ha vuelto a entrar en esa cafetería, pero, además, desde entonces, cada vez que pasa por la puerta o escucha la canción que sonaba en ese momento siente como escalofríos y angustia, justo las mismas sensaciones que experimentó ante la visión de Eduardo y su otra pareja. Decimos que las sensaciones que experimentó ante aquella visión se han condicionado a estímulos que previamente eran neutros, como la cafetería o una canción particular. De manera que oír la canción, que antes no producía ninguna reacción particular, ahora dispara la sensación de angustia y los escalofríos. Sin importar cómo Cecilia reacciona a esa angustia y escalofríos, cada vez que oye la canción irremediablemente aparecen. Y es que las reacciones reflejas y reflejas condicionadas solo responden al estímulo que las precede y no están bajo control voluntario de la persona que las tiene (Bijou, 1995; Skinner, 1938). En contraposición a la respuesta refleja, la conducta operante es conducta sensible a sus consecuencias. Brevemente, cuando la conducta operante se hace más probable, por las consecuencias que la han seguido, hablamos de reforzamiento. Es importante señalar que una operación de reforzamiento no se trata de una asociación o conexión estímulo- respuesta, sino que es un tipo de selección. Selección parecida a la selección filogenética de poblaciones biológicas durante la evolución de las especies. Durante el desarrollo ontogenético de la persona, poblaciones de respuestas quedan seleccionadas por sus consecuencias (coloquialmente, por su utilidad) y se hacen visibles y evidentes en el comportamiento habitual. Al igual que en la selección filogenética, la selección ontogenética está limitada por el rango de variaciones disponibles, y puede ocurrir de manera natural o programarse de manera controlada y artificial (Catania, 2000). La unidad básica de análisis en el paradigma del aprendizaje operante es la contingencia de tres términos. Se asume que lo decisivo para que la conducta tenga lugar es lo que ocurre a continuación. No obstante, toda conducta sucede en unas condiciones particulares. Por tanto, los tres elementos de la contingencia son: antecedentes, respuesta y consecuencias. El concepto de contingencia viene a definir una interrelación posible (que no necesaria) entre las condiciones antecedentes, la respuesta y sus consecuencias. Particularmente en lo que tiene que ver con la relación de contingencia entre respuesta y consecuencias, se ha utilizado para diferenciarla de la relación de contigüidad. Frente a esta relación de contingüidad, que consiste en una secuencia temporal de hechos sin necesariamente influir el uno en el otro, en la relación de contingencia la provisión de la consecuencia depende de la ocurrencia de la respuesta, de manera que la consecuencia solo está presente si la respuesta se emite. El cuadro 2.1 muestra algunos ejemplos de relaciones de contingencia de tres términos. En los próximos apartados profundizaremos en cada uno de los elementos de la contingencia. 2. SOBRE LAS CONSECUENCIAS 33 Como venimos diciendo, el aspecto más característico del análisis de la conducta es su énfasis en la función de la conducta, la cual viene definida por sus consecuencias. Dedicamos este apartado a describir las diferentes clasificaciones que se han hecho de las consecuencias posibles de una respuesta; las cinco contingencias posibles que facilitan el desarrollo y/o mantenimiento de la conducta, o por el contrario su debilitamiento y/o desaparición; y los distintos programas de reforzamiento que pueden afectar a parámetros de la respuesta, tales como su intensidad, frecuencia y persistencia. 2.1. Tipos de consecuencias con función reforzante Existen diversas clasificaciones de las consecuencias de una respuesta. En todos los casos, estas clasificaciones hacen una definición topográfica (que no funcional) del tipo de estímulo que se presenta después de la respuesta. En ese sentido, algunas de estas clasificaciones tienen más interés o implicaciones clínicas que otras. Resumimos las más relevantes a continuación (para una revisión, véase Méndez, Olivares y Beléndez, 2010). CUADRO 2.1 Ejemplos de contingencias de tres términos Antecedentes : Respuesta Consecuencias Estoy leyendo y la habitación se queda a oscuras : Presiono el interruptor de la luz Hay luz y puedo seguir leyendo En una habitación llena de gente, no alcanzo a agarrar un libro : Pido, por favor, el libro a alguien Accedo al libro Jugueteando en una habitación con muebles : Doy una patada aun mueble Siento mucho dolor en los dedos del pie No entiendo nada, y tengo un móvil con información sobre eso que no entiendo : Leo mensajes, rastreo fotos Obtengo información Mi marido, que está siendo infiel y por el que siento asco, me propone una cita romántica : Pongo una excusa La opción de un encuentro íntimo desaparece Según el origen de su valor reforzante, las consecuencias pueden ser reforzadores primarios, condicionados o generalizados. Un reforzador primario es un reforzador incondicionado, un estímulo cuyas propiedades reforzantes no dependen del aprendizaje. El comportamiento de los animales y de los bebes recién nacidos está controlado por este tipo de reforzadores, que satisfacen necesidades básicas. Consecuencias como comida, agua, abrigo, intimidad y estimulación sexual son ejemplos de reforzadores 34 incondicionados. También se ha demostrado que algunas respuestas no necesitan la adición de reforzadores externos para ocurrir y mantenerse, sino que, por sus ventajas evolutivas, ya contienen en sí mismas su propio reforzamiento. Es el caso de la respuesta de imitar, balbucear, arrastrarse, andar, explorar y descubrir la asociación entre la propia conducta y sus consecuencias (Ramnerö y Törneke, 2008). En el caso del balbuceo, por ejemplo, el propio sonido del balbuceo refuerza la conducta de balbucear. Se trata de respuestas autorreforzadas o autoestimuladas (Catania, 1998). Un reforzador condicionado es un estímulo que previamente era neutro, pero que por su emparejamiento repetido a un reforzador ha adquirido una función reforzante equivalente. Por último, un reforzador generalizado es cualquier estímulo que se ha emparejado a muchos reforzadores primarios o condicionados, de manera que funciona como reforzador de múltiples respuestas. El ejemplo que más se usa para ilustrar este tipo de reforzador es el dinero. Un billete, por ejemplo,
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