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CAMINOS CRUZADOS #2 LIBERTAD, FILOSOFÍA Y BUEN SENTIDO / SENTIDO COMÚN
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CAMINOS CRUZADOS #2
Bibliografía
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Madrid, La Piqueta, 1979.
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Santaya, G., El cálculo trascendental Gilles Deleuze y el cálculo 
diferencial: ontología e historia, RAGIF ediciones, Buenos 
Aires, 2017.
La historia de la física no es solamente una secuencia de 
descubrimientos experimentales y observaciones, seguidas 
por su descripción matemática; es también una historia 
de conceptos. Para una comprensión de los fenómenos la 
primera condición es la introducción de conceptos adecua-
dos. Sólo con la ayuda de conceptos correctos podemos 
realmente saber lo que ha sido observado.
Werner Heisenberg
Como para tantas otras cosas, para pensar la relación entre física y 
filosofía, sirve volver a los griegos. Cuando Aristóteles habla de “los 
primeros que filosofaron”, los llama físicos (physikoi), y esto porque 
el objeto del conocimiento para estos pensadores, aquello en lo que 
centraban su actividad intelectual, era la physis. Se trata de un término 
que se suele traducir por naturaleza y que engloba tanto aquello a lo 
que referimos cuando decimos algo como “la naturaleza de la reali-
dad” (es decir, naturaleza como esencia), como también, en un sentido 
extensivo, a la naturaleza en cuanto el conjunto de la realidad en el 
que estamos inmersos. La physis, para estos griegos, la realidad, se 
presentaba como algo dinámico y cambiante, pero que al mismo tiem-
po respondía evidentemente a un orden, un criterio, un elemento, que 
de algún modo gobernaba sin fin ese dinamismo. Dar cuenta de los 
principios que gobiernan la naturaleza era el objetivo del conocimiento 
El problema con la noción 
de “cuerpos más simples”: 
Spinoza, Deleuze 
y la física cuántica
Raimundo Fernández Mouján 
(uba-vrije universiteit brusssel)
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para ellos. Un conocimiento que vale por muchos, como dirá Heráclito. 
Como physis es naturaleza, si queremos también podemos traducir el 
término con que Aristóteles llamaba a estos filósofos como “natura-
listas”, y a uno le viene a la mente que todavía hace no tantos siglos 
lo que hoy llamamos física era también llamado filosofía natural. Física 
o filosofía natural, entonces, y un mismo objetivo que nunca envejece: 
comprender y expresar el orden que se despliega constantemente en 
la naturaleza, inteligir, como dirá Heráclito, el lógos de la physis. Pero si 
todavía hace menos de dos siglos tomábamos en serio la posibilidad, 
por ejemplo, de una física especulativa, hoy esa relación entre física 
y filosofía parece haber cambiado, y un empirismo algo ingenuo nos 
hizo creer que el rol del concepto en las ciencias naturales es algo 
secundario, una “interpretación” que, si queremos —y si no queremos 
no hace falta—, podemos agregarle a una teoría. ¿Por qué este re-
chazo a la especulación en la física? Sin profundizar demasiado, pero 
también sin mucho riesgo de equivocarnos, podemos decir que una 
evidente causa es el inédito éxito que tuvo la física clásica (la mecáni-
ca de Newton y el electromagnetismo de Maxwell), su increíble poder 
explicativo, que incluso hizo pensar a muchos durante bastante tiempo 
que contábamos ya con la explicación física definitiva. Esto produjo 
—y es algo que vemos aún hoy— que una determinada filosofía natu-
ral se volviese sentido común para los físicos, y que por lo tanto sus 
principios metafísicos quedaran directamente presupuestos, tomados 
inconscientemente por evidencias que no requieren análisis. No hay 
especulación necesaria porque en el fondo ya sabemos lo que es la 
realidad, ya contamos con una representación suya que pasa por ob-
via. Por otro lado, y más recientemente, otra causa evidente de esta 
situación es la influencia que ejerció y sigue ejerciendo el positivismo 
lógico en nuestro pensamiento científico. Según los positivistas, las 
teorías científicas consistían en la correcta relación de dos tipos de 
términos: los términos empíricos, es decir lo dado experimentalmente, 
y los términos teóricos, entendidos ahora como la traducción de los 
términos empíricos en proposiciones simples. Las consideraciones 
conceptuales eran entonces desalojadas de su lugar fundamental en 
la constitución de las teorías científicas, y pasaban a cumplir un rol 
secundario, incluso optativo: el de ofrecer un “relato”, una interpreta-
ción en el sentido de una imagen que, si queremos, podemos agregar 
para quedarnos más tranquilos, pero que no hace a lo esencial de las 
teorías. Pero todo lector de la filosofía moderna sabe muy bien que 
difícilmente la observación (los “térmicos empíricos) pueda ser toma-
da por algo “dado”. Y por eso no debería sorprender que, al asumir 
esa noción ingenua de la observación, a gran parte de los desarrollos 
científicos contemporáneos (que esencialmente siguen aferrados a 
los parámetros del positivismo), por lo menos en física, se les cuele 
sin que se den cuenta una metafísica que por supuesto no asumen 
explícitamente. Intentaron desalojar a la especulación de las teorías 
científicas y sin embargo esta se les filtró en la observación misma. 
Quisieron dejar de ser metafísicos y sin darse cuenta se volvieron no 
sólo metafísicos sino además dogmáticos. Como le recordó alguna 
vez Einstein a un joven Heisenberg: “sólo la teoría dice lo que puede 
ser observado”.1 Y acá las dos causas se encuentran, porque esa me-
tafísica presupuesta es claramente la metafísica que informa la física 
clásica.2 Un paradójico empirismo que se cree libre de metafísica y 
que, sin embargo, supone una cosmovisión sustancialista en la obser-
vación misma. Tenemos, por ejemplo, en un experimento de cuántica, 
una observación, un “clic” en un detector, y asumimos que contra el 
detector chocó una partícula. Como resulta claro, ninguna partícula 
fue observada, sino que el atomismo fue simplemente supuesto. Y lo 
peor es que esta presuposición se hace, contra toda evidencia, res-
pecto de una teoría física que exhibe en su formalismo aspectos como 
la superposición, el entrelazamiento, el principio de indeterminación, 
entre otras cosas, es decir que refiere a algo que ya no cumple de nin-
guna manera con los parámetros de una partícula, de una sustancia 
1 Citado en: Heisenberg, W., Physics and beyond. Encounters and conversations, New York, 
Harper & Row, 1971, p 63 (la traducción es nuestra).
2 En otro texto por salir analizamos más en detalle esta extraña y paradójica combinación 
entre metafísica sustancialista y positivismo, a la que llamamos, buscando explicitar la 
contradicción, “sustancialismo sofístico” (De Ronde, C. y Fernández Mouján, R., “Elementos 
para una filosofía relacional de la física cuántica. Más allá del sustancialismo y del empirismo 
positivista”, en Quaderni Materialisti (en prensa)).
RAIMUNDO FERNÁNDEZ MOUJÁN
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actual, independiente, ubicada de forma perfectamente determinada 
en el espacio-tiempo. La presuposición sustancialista se vuelve direc-
tamente un obstáculo para cualquier comprensión consistente de la 
teoría cuántica pero, dado que la especulación fue desalojada, no secuenta con las herramientas para analizar y transformar esa suposi-
ción que obstaculiza. En cualquier caso, esa primera y rápida alusión 
a la cuántica, que vamos a retomar enseguida, sirve para evidenciar 
cuáles son esos principios metafísicos presupuestos en la representa-
ción actual del mundo físico: como dijimos, se trata de una metafísica 
sustancialista. Más específicamente, podemos caracterizarla a partir 
de las diferentes filosofías que tuvieron una evidente relación con esa 
representación: en primer lugar, como resulta evidente, encontramos 
la filosofía atomista, una filosofía que buscaba salvar al materialismo 
del absurdo de la infinita divisibilidad (que se encargaba de señalar ya 
Zenón de Elea) al postular cuerpos simples que ya no pueden divi-
dirse, así como un vacío, un no-ser en el que tales cuerpos circulan y 
se combinan, conformando así en su sumatoria el conjunto de lo real; 
también podemos citar como fundamentales en esta cosmovisión a 
la ontología y la lógica aristotélicas, que permitieron un atisbo de per-
manencia y determinación en el pensamiento acerca de la realidad 
sensible, que para los pensadores griegos se presentaba como en 
constante devenir. El desarrollo aristotélico en relación al aspecto for-
mal (y actual) de los entes hizo posible un discurso científico sobre los 
objetos sensibles. La física de Newton tomó como marco el desarrollo 
aristotélico, aunque desalojando de la descripción de las entidades 
físicas el aspecto potencial que en Aristóteles resultaba aún funda-
mental; y finalmente, no se puede dejar de mencionar a la filosofía 
kantiana que, proponiendo una nueva objetividad, ahora situada en el 
ámbito trascendental, permitió salvar a la ciencia del escepticismo que 
amenazaba con hundirla, y así legitimó como universales (en el senti-
do de trascendentales) los principios de la física clásica (por ejemplo, 
el espacio y el tiempo universales de la mecánica newtoniana), así 
como las categorías aristotélicas. En cualquier caso, con una meta-
física sustancialista queremos decir: una representación del mundo 
como hecho de sustancias independientes, separadas, que tienen en-
tre sí relaciones de exterioridad, y que en su sumatoria componen el 
conjunto de la realidad.
Sabemos que la cosmovisión sustancialista no es objeto de ningún 
consenso en la historia de la filosofía, y que siempre se le señalaron 
sus problemas, se le opusieron otras representaciones. Pero en la fí-
sica, como se dijo, esta se volvió sentido común. Por lo menos hasta 
comienzos del siglo XX, cuando apareció una teoría que ya no parecía 
poder ser reducida a ese esquema: la física cuántica. Tomemos sólo 
un ejemplo de la incompatibilidad entre el sustancialismo y la teoría 
cuántica: el entrelazamiento. Este extraño fenómeno aparece por pri-
mera vez bajo la forma de un Gedankenexperiment, un experimento 
pensado, en un artículo cuyos autores son Einstein y dos de sus alum-
nos, Boris Podolsky y Nathan Rosen, y que pasó a ser conocido —por 
las siglas de estos— como el artículo de EPR. Pero para presentarlo 
de forma sintética en realidad más nos sirve citar a Schrödinger, quien 
le puso su nombre al fenómeno:
Cuando dos sistemas, de los cuales conocemos los estados por 
sus respectivas representaciones, entran en interacción física 
temporaria a causas de fuerzas conocidas, y cuando luego de un 
tiempo de influencia mutua estos sistemas se separan nuevamen-
te, entonces ya no pueden ser descriptos de la misma manera que 
antes, esto es, dotando a cada uno de una representación propia. 
Diría que este es no uno más entre otros sino el rasgo caracterís-
tico de la mecánica cuántica, aquel que obliga su diferenciación 
total respecto de las líneas clásicas de pensamiento. Por la inte-
racción, las dos representaciones (o funciones de onda ) han 
quedado entrelazadas.3 
Dos “sistemas” cuánticos que interactuaron y quedaron entrela-
zados, una vez nuevamente separados ya no pueden entenderse de 
forma separada. El entrelazamiento persiste a pesar de la separación. 
3 Schrödinger, E., “Discussion of Probability Relations between Separated Systems”, 
Mathematical Proceedings of the Cambridge Philosophical Society, 31, 1931, pp. 555-563. 
La traducción es nuestra.
RAIMUNDO FERNÁNDEZ MOUJÁN
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Tanto Einstein como Schrödinger presentan en realidad al entrela-
zamiento como un problema, y no tanto como un aspecto positivo, 
descriptivo respecto de la teoría. Lo que están señalando es que hay 
algo que no parece funcionar en la nueva teoría cuántica. Einstein, en 
particular, es enfático al respecto y usa el caso del entrelazamiento 
para afirmar que la teoría cuántica está incompleta, y que debe ser po-
sible completarla para reestablecer una representación de la realidad 
física que no caiga en estas extravagancias. Pero esta resistencia de 
Einstein no es mero capricho, no es una reacción irreflexiva. Einstein 
era perfectamente consciente de que el entrelazamiento suponía una 
ruptura respecto de un parámetro fundamental de la representación 
clásica de la realidad física, un parámetro sin el cual, según él, no 
hay posibilidad de física alguna. Estamos hablando de la separabilidad. 
Einstein insiste una y otra vez, luego del artículo de EPR, en que el 
problema con la cuántica, aquello que demuestra su incompletitud, es 
su violación de la separabilidad. Con separabilidad queremos decir: el 
postulado según el cual la separación espacial es marca de una se-
paración ontológica, una independencia existencial. La separabilidad, 
afirma Einstein, es un aspecto esencial, irreductible, de toda represen-
tación física teórica:
Si uno se pregunta qué es característico del mundo de las ideas 
de la física, independientemente de la teoría cuántica, lo primero 
que le llama la atención es lo siguiente: los conceptos de la física 
se refieren a un mundo externo real, es decir, son ideas de cosas 
(como cuerpos, campos, etc.) que pretenden tener una “existencia 
real”, independiente de los sujetos que las perciben, ideas que, por 
otra parte, han sido llevadas a tener una relación tan segura como 
sea posible con las impresiones sensoriales. Es característico de 
estas cosas físicas, además, que se las piensa como dispuestas 
en un continuo espaciotemporal. Es esencial para esta disposi-
ción de las cosas introducidas en la física que en un tiempo deter-
minado estas cosas pretendan tener una existencia mutuamente 
independiente, en tanto tales cosas “se encuentren en diferentes 
partes del espacio”. Sin el supuesto de la independencia mutua 
de la existencia (el ser-así) de las cosas espacialmente separadas, 
arraigado en el pensamiento cotidiano, el pensamiento físico en 
el sentido habitual no sería posible. Tampoco se ve cómo podrían 
formularse y contrastarse las leyes físicas sin este supuesto neto 
de separabilidad.4
Para Einstein debe darse un sentido ontológico, existencial, a la se-
paración espacial. Hay una conexión necesaria entre “tales cosas se 
encuentran en diferentes partes del espacio” y que “pretendan tener 
una existencia mutuamente independiente”. La separación espacial 
funda la real independencia entre la existencia de una y otra entidad. 
Este alcance existencial de la separación espacial es para Einstein un 
parámetro de la física que no puede ser extraído de ella sin aniquilar 
la física misma. Es uno de los aspectos propios de la visión del mundo 
expresada en la física clásica que para Einstein debía legítimamente 
extenderse a valor universal, aplicable a toda teoría física posible. Para 
Einstein —y esto es importante para nosotros— la separabilidad actúa 
como principio de individuación. Dado que la separación espacial tiene 
un alcance ontológico, dado que equivale a una distinción e indepen-
dencia existencial entre entidades, esta constituye fundamentalmen-
te, para Einstein, el principio de individuación de la física. La separa-
ción es marca irreductible de mutuaindependencia de lo que hay que 
considerar como individuos diferentes. Don Howard, volviendo sobre 
varios textos de Einstein, muestra que para Einstein la separabilidad 
es el único principio posible para la individuación. Sin separación, no 
ve modo de concebir individuos (y sin individuar elementos físicos in-
dependientes, no ve cómo sería posible la física): 
El principio de separabilidad opera en un nivel más básico como 
un principio de individuación de sistemas físicos, un principio a 
partir del cual determinamos si en una situación específica tene-
mos sólo un sistema o dos. Si dos sistemas no son separables, 
entonces no puede haber interacción física entre ellos, ya que no 
son en realidad dos sistemas.5 
4 Einstein, A., “Quanten-Mechanik und Wirklichkeit”, en Dialectica 2, 1948, pp. 320-324. 
Traducción de Alejandro Cassini y Kim Welling. El subrayado es nuestro.
5 Howard, D. “Einstein on locality and separability”, en Studies in History and Philosophy of 
Science, Part A, 1985, p. 173. La traducción es nuestra.
RAIMUNDO FERNÁNDEZ MOUJÁN
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Es entonces sobre todo de la violación de ese principio esencial a toda 
teoría física que debemos concluir, según Einstein, que la descripción 
cuántica no es una descripción completa de los fenómenos físicos.
Pero el tiempo no le dio la razón a Einstein. Cincuenta años des-
pués del artículo de EPR pudieron realizarse experimentos —estos ya 
no solamente pensados— que mostraron que no era posible “comple-
tar” la teoría en el sentido de reestablecer una representación clásica 
que sostuviese la separabilidad. Las correlaciones entre las partes 
que se comprueban en el entrelazamiento violan las condiciones de 
la experiencia posible clásica (las llamadas desigualdades de Bell), es 
decir, están correlacionadas en un sentido más fuerte. La separabili-
dad no es un principio de la física cuántica. Este breve pasaje por el 
problema del entrelazamiento sirve para mostrar que, para la com-
prensión de la física cuántica, la teoría física más poderosa y predictiva 
que poseemos, lo que se requiere no es tanto una sofisticación mayor 
de nuestros medios técnicos o el desarrollo de nuevos formalismos 
matemáticos (el formalismo matemático de la cuántica está cerrado, 
es esencialmente el mismo desde la década de 1920), sino más bien 
metafísica: la crítica de la experiencia clásica y el desarrollo de un es-
quema conceptual coherente con el formalismo de la teoría. Uno que, 
por ejemplo, permita pensar una representación de la realidad física 
sin hacer de la separabilidad el principio de individuación. Pero las pre-
suposiciones sustancialistas todavía sobreviven, e incluso claramente 
dominan en los textos sobre física cuántica. Se toma, por ejemplo, al 
fenómeno del entrelazamiento al mismo tiempo que se sostiene la 
separabilidad, y se lo entiende entonces como entrelazamiento entre 
dos “partículas” separadas, entre las que habría una especie de efecto 
mágico, de telekinesis extraña y nunca explicada. Y este pasaje por el 
entrelazamiento también sirve para hacer por fin explícito el tema de 
este trabajo: el problema con el atomismo. El evidente problema que la 
física cuántica tiene con el atomismo, y el problema que encontramos 
con el atomismo al interior de la filosofía de Spinoza. 
* * *
Si uno intenta ese desarrollo conceptual necesario para la compren-
sión de la cuántica, independiente del sustancialismo que se plasma 
en la física clásica, se encuentra frente a una tarea ardua, pero en la 
cual encuentra rápidamente socios. Suelen ser filósofos cuyas obras 
no entablaron esa fuerte relación con la física, con los conceptos fun-
damentales de la física, que sí tienen las de Demócrito, Aristóteles o 
Kant. Filósofos que desarrollaron cosmovisiones que, aunque resulten 
rechazadas por muchos científicos y filósofos de la ciencia casi como 
fantasías, logran, cuando uno relaja los presupuestos, también interpre-
tar objetivamente el mundo. Filosofías que logran interpretar el mundo 
pero que no cuentan con una relación con los conceptos fundamenta-
les de la física clásica. Si hablamos del problema de la no separabilidad, 
dos socios son por ejemplo Parménides y Spinoza, que construyen sus 
argumentaciones justamente sobre la imposibilidad —incluso el absur-
do— de la separación ontológica. Es sobre esta imposibilidad que basan 
sus argumentos más fuertes para probar el monismo como único punto 
de partida posible para conocer la realidad. Pero Spinoza es todavía 
mejor socio para nosotros que Parménides porque nos permite no sólo 
criticar el postulado clásico de la separabilidad, sino además empezar 
a pensar en un sentido positivo cómo reponer una noción de individuo 
que ya no dependa de la separabilidad. Nos ayuda a pensar la posibili-
dad de una noción no sustancialista de individuo. Spinoza es consciente 
de que la negación de la separación exige proponer nuevos criterios 
de individualidad. Spinoza, luego de haber probado que sólo existe una 
única sustancia, ya no puede definir al individuo en términos sustan-
ciales. Un individuo no puede ser una sustancia, porque sustancia hay 
una sola. Y la individuación, la diversidad, debe producirse sin divisiones 
sustanciales, sin hacer de la única sustancia múltiples sustancias. Debe 
producirse sin recurrir a la separación ontológica. ¿Cómo pensar al in-
dividuo al interior del monismo? No es una cuestión ni fácil ni menor, 
pero Spinoza arriesga una propuesta: define al individuo como relación. 
Cada individuo, para Spinoza, es una particular relación de movimiento 
y reposo, de velocidad y lentitud. Ya no una sustancia sino una ratio, 
propia a cada individuo, es decir una relación, una proporción específica. 
RAIMUNDO FERNÁNDEZ MOUJÁN
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El individuo tiene, dice, “un número muy grande de partes”, que le per-
tenecen bajo una cierta relación. Pero lo esencial y primero aquí no son 
las partes sino la relación. Pensemos el ejemplo filosófico típico: una 
mesa. Y pensemos que reemplazamos una de sus patas. En términos 
de sustancia sin duda se produjo un cambio y es legítimo preguntar si 
se trata todavía de la misma mesa. Pero la pregunta, para Spinoza, no 
es si la masa o la sustancia es la misma, sino si la relación se conserva. 
¿La relación que define a la mesa, más allá de los componentes que la 
actualizan, se conserva o no? Si se conserva, el individuo permanece. 
Los individuos en Spinoza, además, como ya no son sustancias, no pue-
den tener relaciones aditivas. Es decir, un individuo no se suma a otro, 
no se agrega exteriormente al primero. Ahora los individuos, en cuanto 
relaciones, entran en otro tipo de vínculo, entran en vínculos de compo-
sición, se componen y se descomponen. Es la composibilidad. La com-
posibilidad permite, por ejemplo, que dos o más individuos que entran 
en una relación entre ellos por la cual se comunican sus movimientos 
según una cierta relación, puedan ser concebidos también como un 
solo individuo, como una sola relación, más compleja. Y de hecho pode-
mos ir mucho más lejos —hasta el final— por este camino, y concebir 
el conjunto de la naturaleza como el individuo compuesto de todos los 
individuos, la relación de todas las relaciones. La diferencia entre los 
diversos individuos al interior de la naturaleza es una diferencia modal, 
la negación que los distingue una negación parcial, y no absoluta, no 
una división sustancial. El individuo modal es, entonces, relativo. Esto 
no quiere decir que esas diferencias no existan, que sean dependientes 
de una perspectiva, que sean subjetivas —no hay que confundir esta 
relatividad con relativismo— sino simplemente que las diferencias no 
constituyen separaciones, que no son cortes en el ser. No porque divida 
en dos una cosa, porque serruche mi computadora, divido al ser. Entre 
una mitad y la otra de lo que era una computadora nose abre una grieta 
en el ser mismo. Simplemente descompongo y compongo. De un modo 
hago dos, serrucho: descompongo. Y luego quemo una de las mitades 
de la computadora, alimento un fuego, una combustión: compongo de 
nuevo, de otra manera.
Pero volvamos ahora a la cuestión del entrelazamiento, al desafío 
que el entrelazamiento plantea para la concepción de la individualidad, 
y veamos si bajo una visión relacional del individuo adquiere un sen-
tido diferente. Un existente cuántico, entendido ahora como relación, 
se compone con otro: se entrelazan. Este entrelazamiento, en cuanto 
compone dos relaciones en una sola más compleja, puede ser tam-
bién un individuo. Y el parámetro fundamental para saber si ese indivi-
duo permanece o no es el sostenimiento de la comunicación supuesta 
por su relación específica de movimiento y reposo. La evidencia expe-
rimental demuestra que la separación espacial no elimina esa comu-
nicación, no destruye la relación. Por lo tanto, según estos parámetros 
que estamos ensayando, la individualidad permanece. La separación 
espacial no determina un proceso de individuación, no produce ne-
cesariamente una división en dos individuos. Uno podría entender el 
entrelazamiento en el contexto de la digresión física del libro II de la 
Ética, y entenderlo como haciendo alusión al comportamiento de un 
individuo, y no de dos. El Lema VI de la digresión podría incluso, con 
apenas un poco de voluntarismo, ser leído en este sentido: 
Si ciertos cuerpos, que componen un individuo [el individuo pro-
ducto del entrelazamiento], son compelidos a cambiar el sentido 
de sus movimientos [como sucede en el Gedankenexperiment de 
EPR], pero de manera tal que puedan continuar moviéndose y co-
municándose entre sí sus movimientos según la misma relación 
que antes, ese individuo conservará asimismo su naturaleza, sin 
cambio alguno en su forma.6
* * *
Pero hay algo que molesta en todo esto. Hay algo que leímos en Spi-
noza y que no encaja. Algo que de hecho parece refutar todo nuestro 
análisis de Spinoza. Dijimos más arriba que un individuo era un “gran 
número de partes” bajo una cierta relación. ¿Qué son esas partes? 
6 E II, 13, lem. 7. Se cita la traducción de Vidal Peña.
RAIMUNDO FERNÁNDEZ MOUJÁN
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Son, dice Spinoza, “cuerpos más simples”. ¿Qué son esos “cuerpos 
más simples”? ¿Estamos volviendo acaso sobre un atomismo, es de-
cir, justamente, sobre una visión del mundo sustancialista, que divi-
de la realidad en sustancias independientes, separadas por el vacío? 
No parece algo coherente al interior del sistema de Spinoza, sobre 
todo teniendo en cuenta su enfático rechazo de la separación. Los 
intérpretes de Spinoza se ven entonces en la obligación de intentar 
soluciones. Deleuze delimita el ámbito posible de las soluciones al 
decir que, a la hora de dar sentido a estos “cuerpos más simples”, no 
se puede recaer ni en un atomismo ni en un indefinitismo, es decir 
en la idea de que siempre puedo seguir dividiendo al infinito. Deleuze 
hace además su propia propuesta, una fundada en la importancia del 
cálculo infinitesimal en la época de Spinoza (recordemos al pasar que 
el cálculo infinitesimal es lo que permite justamente el desarrollo de 
la física clásica, al lograr traducir en términos matemáticos la noción 
de continuo). La propuesta de Deleuze, sobre la que no vamos a de-
tenernos, se basa en la idea de infinito positivo propia al siglo XVII y 
en la relación diferencial, que permite, según su lectura, hablar de la 
existencia de una relación cuando ya no hay cuerpo, cuando ya no 
hay extensión. Permite poner primero a la relación y no a la sustancia. 
Pero lo que se busca acá es pensar otra posibilidad, otra alternativa 
al atomismo, también situada entre esos dos límites que Deleuze de-
termina, pero proveniente esta vez de la física. Una posibilidad que no 
es aplicable por supuesto a Spinoza, que no puede ser aquello en lo 
que Spinoza estaba pensando cuando escribió acerca de los “cuerpos 
más simples”, pero que nos permite pensar un sentido para algo así 
como una “unidad mínima” más allá del atomismo. Una unidad mínima 
que en realidad ya no sería cuerpo. Y se trata en realidad del primer 
concepto de la cuántica, de la noción más primitiva de la teoría: el 
“cuanto de acción”.
La física cuántica empieza cuando Max Planck, al iniciarse el 
siglo XX, resuelve un problema. Existía un problema vinculado a 
la emisión de radiación de lo que se llama un “cuerpo negro”. Se 
trata básicamente de una caja, en la que se introducen “partículas”, 
que chocan o interactúan entre sí; por esos choques las “partículas” 
emiten radiación, y esta sale por un pequeño agujero en el cuerpo 
negro. El problema es que había una inadecuación entre la canti-
dad de radiación que decía la teoría que debía emitir ese cuerpo 
negro en temperaturas frías, y la cantidad que realmente emitía. La 
teoría no se adecuaba al fenómeno. Planck tiene una idea: haga-
mos la cuenta suponiendo que la energía no es una integral sino 
una sumatoria. Esto, que parece muy trivial, es muy significativo. 
Porque la integral viene a representar un continuo, y la sumatoria 
viene a representar la discretitud. Desde entonces, la energía debe 
entenderse no como un continuo sino como discreta. La energía, 
dice Plank, va por pedazos, paquetes, quanta (plural del singular 
quantum). Planck incluso encuentra cuál es la medida mínima de 
este paquete y lo llama el “cuanto de acción”. Es decir, una cantidad 
de energía no puede ser menor a un cuanto de acción, y cualquier 
energía es un múltiplo del cuanto de acción. Planck era consciente 
de lo extraño de la solución y de las consecuencias que podía traer 
(la cuantización de la energía lleva, por ejemplo, a la cuantización de 
la velocidad y por lo tanto a la cuantización —la discretitud— del es-
pacio y el tiempo, lo que ya se vuelve bastante extraño), y creía que 
su propuesta iba posteriormente a ser reemplazada o corregida. Sin 
embargo eso no sucedió y por el contrario la constante de Planck 
(el “cuanto de acción”) se convirtió en la base de una serie de desa-
rrollos que transformaron por completo a la física y dieron origen a 
la teoría cuántica. Einstein usó el desarrollo de Planck para explicar 
el efecto fotoeléctrico, Bohr para proponer un nuevo modelo ató-
mico, Heisenberg para su principio de indeterminación, y así siguió 
creciendo lo teoría cuántica durante las primeras décadas del siglo 
XX, partiendo del descubrimiento de Planck.
Rápidamente, sin embargo, y hasta el día de hoy, el lenguaje y los 
presupuestos atomistas lograron un lugar dominante en la nueva teo-
ría. Aunque varios de los fundadores de la cuántica, como Einstein 
y Schrödinger, tomaron consciencia de la inadecuación del modelo 
RAIMUNDO FERNÁNDEZ MOUJÁN
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CAMINOS CRUZADOS #2 LIBERTAD, FILOSOFÍA Y BUEN SENTIDO / SENTIDO COMÚN
atomista,7 este siguió siendo utilizado casi universalmente para referir 
a aquello que se expresaba en la cuántica. Pero si queremos tomar en 
serio el desafío conceptual que supone la física cuántica, si buscamos 
pensar la cuántica más allá del esquema sustancialista al que una y 
otra vez demuestra que no puede ser reducida, tenemos que pensar 
el mundo físico sin atomismo. No es tan simple. Pero lo curioso es 
que ya al inicio de la teoría, como primer concepto suyo, tenemos una 
variante de unidad mínima que no es átomo, que no es sustancia, que 
es, contrariamente, una cantidad de acción, una cantidad mínima de 
acción. Una cantidad de acción no es ciertamente una sustancia. Es 
más bien, quizás, algo así como una diferencia de intensidad.8 Esta 
cantidad de acción tampoco puede considerarse como un cuerpo, ni 
el “más simple”. Pero todo existente cuántico es, por así decir, de la 
materia o de la textura de la diferencia, de las diferencias energéticas 
o de acción. Y la medida mínima de esa “textura” suya, la diferencia mí-
nima, la conocemos: esla del cuanto de acción de Planck. Si las par-
tículas, los puntos materiales de la física clásica, suponen el continuo 
(y todo lo que viene con él), los existentes cuánticos, que ya no son 
sustancias, cuyo principio de individuación no es ya la separabilidad, 
que más cercanos se encuentran de una definición relacional como 
la que encontramos en Spinoza, suponen la discretitud, la diferencia. 
Pero esta discretitud, esta diferencia, que es su naturaleza propia, res-
ponde a una constante de la cual tenemos la medida, y que nos da su 
límite inferior: el cuanto de acción de Planck.
7 Schrödinger trata, por ejemplo, al término de “partícula” directamente como una 
denominación errónea, y Einstein escribe cosas como: “Somos todos, seguramente, 
conscientes de la situación con respecto a los que terminarán siendo los conceptos 
básicos fundacionales en física: el punto material o partícula no está sin duda entre ellos” 
(Born, M. (ed.), Albert Einstein - Hedwig und Max Born: Briefwechsel, 1916- 1955, Munich, 
Nymphenburger, 1969, pp. 223-24. La traducción es nuestra)
8 Y acá quizás la relación más prometedora sea con el Deleuze de Diferencia y repetición.
Bibliografía
Deleuze, G., Spinoza y el problema de la expresión, trad. por H. Vogel, 
Barcelona, Muchnik, 1975.
---, En medio de Spinoza, Buenos Aires, Cactus, 2015.
---, Diferencia y repetición, trad. por M. S. Delpy y H. Beccacece, 
Buenos Aires, Amorrortu, 2009.
De Ronde, C. y Fernández Mouján, R., “Elementos para una filosofía 
relacional de la física cuántica. Más allá del sustancialismo y del 
empirismo positivista”, en Quaderni Materialisti (en prensa).
Einstein, A., “Quanten-Mechanik und Wirklichkeit”, en Dialectica 2, 
1948, pp. 320-324. Trad. por A. Cassini y K. Welling.
Heisenberg, W., Physics and beyond. Encounters and conversations, 
New York, Harper & Row, 1971.
Howard, D., “Einstein on locality and separability”, en Studies In History 
and Philosophy of Science, Part A, 1985.
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ted Systems”, Mathematical Proceedings of the Cambridge Phi-
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Spinoza, B., Ética, trad. por Vidal Peña, Buenos Aires, Caronte, 2005.
RAIMUNDO FERNÁNDEZ MOUJÁN

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